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1 Narrativa El laberinto de fuego / Félix Cortés Schöler...(4) Tan princesa / Ricardo Fabián Torres...(10) Eloísa / María de la Luz Soto Seidemann...(14) El crimen más grande del mundo / Juan Antonio Fernández Fernández... (20) Sobre la transformación del profeta / Libia Brenda Castro...(28) La caminata / Marco Minguillo Brehaut...(32) Correo Insospechado...(37) Remiten José Luis Velarde Guillermo Lavín Administración Ma. Enriqueta Montero Higuera Alejandra García Cabrera Coordinación Zona Sur Gloria Gómez Guzmán Jorge Maldonado Coordinación en Nuevo Laredo Héctor Romero Lecanda Federico Schaffler Coordinación en Reynosa Graciela Ramos Coordinador en Monterrey Renato Tinajero Coordinador en Matamoros Arturo Zárate Coordinación en Cd. Victoria Arturo Castrejón Carmen López Corresponsal en Europa Víctor Aquiles Jiménez Consejo Editorial Héctor Carreto Roberto Arizmendi Arturo Castillo Alva Diseño y portadas Guillermo Lavín José Luis Velarde Dirigir correspondencia a: Río San Marcos y Río Tamesí #104, fraccionamiento Zozaya, Cd. Victoria, Tamaulipas. CP 87070. También recibimos correspondencia en el correo electrónico: [email protected] Visite nuestra WEB: http://aquiencorresponda/.spedia.net % (131) 2–32–33 A Quien Corresponda es una revista mensual que cuenta con el apoyo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes a la edición de revistas independientes “Edmundo Valadés 1999”. Nombre con registro en trámite para la reserva de derechos de título ante la Dirección General de Derechos de Autor. Expediente: 206/98.352/. #102. Agosto del 2000. Impreso en Ciudad Victoria, Tamaulipas, México. ISSN: 0188–5863 Más textos del Concurso Edición 2000

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Narrativa

El laberinto de fuego / Félix

Cortés Schöler...(4)

Tan princesa / Ricardo

Fabián Torres...(10)

Eloísa / María de la Luz

Soto Seidemann...(14)

El crimen más grande del

mundo / Juan Antonio

Fernández Fernández... (20)

Sobre la transformación del

profeta / Libia Brenda

Castro...(28)

La caminata / Marco

Minguillo Brehaut...(32)

Correo Insospechado...(37)

Remiten

José Luis Velarde

Guillermo Lavín

Administración

Ma. Enriqueta Montero Higuera

Alejandra García Cabrera

Coordinación Zona Sur

Gloria Gómez Guzmán

Jorge Maldonado

Coordinación en Nuevo Laredo

Héctor Romero Lecanda

Federico Schaffler

Coordinación en Reynosa

Graciela Ramos

Coordinador en Monterrey

Renato Tinajero

Coordinador en Matamoros

Arturo Zárate

Coordinación en Cd. Victoria

Arturo Castrejón

Carmen López

Corresponsal en Europa

Víctor Aquiles Jiménez

Consejo Editorial

Héctor Carreto

Roberto Arizmendi

Arturo Castillo Alva

Diseño y portadas

Guillermo Lavín

José Luis Velarde

Dirigir correspondencia a: Río San Marcos y Río Tamesí#104, fraccionamiento Zozaya, Cd. Victoria,

Tamaulipas. CP 87070. También recibimoscorrespondencia en el correo electrónico:

[email protected]

Visite nuestra WEB:

http://aquiencorresponda/.spedia.net

% (131) 2–32–33

A Quien Corresponda es una revista mensual que cuentacon el apoyo del Consejo Nacional para la Cultura y lasArtes a la edición de revistas independientes “EdmundoValadés 1999”. Nombre con registro en trámite para lareserva de derechos de título ante la Dirección Generalde Derechos de Autor. Expediente: 206/98.352/. #102.

Agosto del 2000. Impreso en Ciudad Victoria,Tamaulipas, México.

ISSN: 0188–5863

Más textos del Concurso

Edición 2000

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n A Quien Corresponda:

1.- Los textos que publicamos en este ejemplarparticiparon en nuestro II Co n c urso In te rna-

c io nal d e Cuen to A Quien Co rre sp o nda.Muestran diversas facturas y estilos que espe-ramos resulten gratos a nuestros lectores.Félix Cortés Schöler y Libia Brenda Castroson mexicanos; Ricardo Fabián Torres es ar-gentino; Juan Antonio Fernández Fernándezes español: María de la Luz Soto Seidemann esnativa de Chile; Marco Minguillo Brehaut,nació en Perú y vive en Suecia.

En la variedad está el gusto citaba el antiguo re-frán.

2.- A mediados de 1999, el penúltimo año del Si-glo XX, seguro que sí, el penúltimo, el maestroGonzalo Martré decidió fundar una editorial.No una editorial de las que tanto abundan, co-munes y corrientes, sino una que basada en laventa de suscripciones pudiera ofrecer nuevas

posibilidadesa los reunidosen una congregacióncapaz de autofinanciarse sus libros en tirajes demil ejemplares.

3.- De este modo nació La Co fradía de Lec to res la

Tinta Indeleble, que tras haberse propuesto publi-car seis obras por año, ya va en camino de superarsus propios pronósticos. A este empeño se han su-mado diversos escritores que, a cambio de suscuotas, reciben cierta cantidad de libros para po-nerlos a la venta. Esto les permiten recuperar lainversión inicial, incluso superarla y obtener unaganancia que en estos tiempos de crisis no deja deser bienvenida ( “bendecida”, mejor dicho). Deestemodo seevitan los intermediarios, se esfumanlos costos de distribución, no hay necesidad de re-currir a las librerías de postín, se publican textosque de otro modo enfrentarían mil y una dificul-tades para ver la luz pública y se promueve lalectura, porque todos los cofrades buscan la mejormanera de vender los libros de manera personal ymultiplicada en sus respectivos ámbitos. Espera-mos que este proyecto crezca hasta volverse

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progresión geométrica, porque ha puesto el ejem-plo a todos los que se quejan de que no haymanera de editar libros a precios razonables y conposibilidad implícita de obtener ganancias parale-las.

4.- De este modo fue publicado Ac o n tro l rem o -

to y o tro s ro llo s. Un libro de Jesús LuisBenítez, “El Booker”, (1949-1980), un escritorque bebió las posibilidades de la vida con ace-leración tal que le cobró la vida cuando lasbibliotecas aguardaban más textos de un na-rrador que fue considerado parte de laLiteratura de la Onda. Era el tres de marzo deeste año, anochecía cuando fue presentadaesta obra, mientras se recordaba el vigésimoprimer aniversario luctuoso de Jesús Luis Be-nítez en el Club de Periodistas de México. Enel presidium estuvieron Emiliano Pérez Cruz,Arturo Trejo Villafuerte, Xorge del Campo yGonzalo Martré.

5.- La Tin ta Ind e leb le reapareció con Pájaro s en

e l alam bre , una novela negra de Gonzalo Mar-tré donde un peculiar investigador llamadoJorge Carmona, se empeña en desmembrarun cartel de la droga con tesonero afán, siem-pre acompañado de una taxista de buen ver yrotunda encarnación de las madrinas paradesmentir cualquier riesgo de fealdad, mien-tras aparecen personajes relacionados conpersonajes de la política nacional.

6.- Luego vendría La guerra d e trás d e la g uerra,un ensayo de Raúl Macín donde se presentanlos diversos conflictos que antecedieron y pre-valecen en Chiapas tras la aparición en 1994del movimiento armado.

7.- En corto plazo aparecerán nuevos libros de lossiguientes autores: Jorge Cubría, (antología cor-ta de ciencia ficción mexicana); GuillermoFárber; (textos breves dondepredomina la C.F.);Raymundo Ramos, (textos breves); Rafael Ca-rralero, (novela cubano-jarocha); Raúl Macín,(ensayo sobre la Iglesia Católica y las iglesiasprotestantes); Gonzalo Martré con otra novela

del género negro). Los interesados deberán escri-bir a: La Co fradía de Lec to res la Tinta Indeleble ,Gabriel Mancera 1013, Delegación Benito Juá-rez, México, Distrito Federal, C.P. 3100.

8.- Mande por lo pronto buenos deseos, textospara el concurso, aún está a tiempo de partici-par. No se reserve libros que haya encontradoexcepcionales. Compártalos. Escuche rock delos sesenta y pida sus canciones favoritas en ladiscoteca más próxima. No evite los charcos,apedree nubes, húndase en los recuerdos,donde quiera que estos se encuentren.

Lea un buen libro. Escriba una carta y no se quedesin mandarla. Envejezca despacio. No lea litera-tura chatarra. No crea en los falsos profetas. Nocrea toda la publicidad. Mande quesos de cabray quesos de tuna, pan bien sazonado. Asómesepor el siguiente rumbo de la WEB:

http:// aquiencorresponda.spedia.net

En fin, como pueden ver, las posibilidades soninfinitas...

Sin más:

Guillermo Lavín José Luis Velarde

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¦ Félix radica en la ciudad de México. Los datos que nos envió sobre su trabajo literario no eranmuy abundantes. Esperamos saber más de él, en fecha próxima.

por Félix Cortés SchölerMéxico

n leve descuido: gotas de té negro salpicadas sobre la página de papelazul, tinta sepia, palabras antiguas. Al otro lado de la minúscula venta-na, los aguijones de las catedrales, el lejano murmullo del Vltava, cuar-to menguante. En las paredes, yeso blanco y húmedo, sombrasagitadas, luz de velas.

Un pañuelo: la mezcolanza lodosa de té y tinta,el reloj, las dos treinta y seis, una mancha en lugardel nombre de Yahvé. Helena y un suspiro, agota-miento, los ojos empolvados y los labios agrestes.

Está a punto de maldecirse, pero no tiene caso:la página arruinada, al día siguiente todo el mundosabría que metió ilegalmente el termo de té al salónde lecturas. El cansancio…Quizás Jiri tenía razón:la biblioteca es un lugar diurno. Un bostezo.

La voz tenue, apenas inexistente. El juego desombras: las paredes blancas y las velas. ¿Por qué ve-las?

-Mám zízeñ…Helena desvía la mirada del papel azul: la voz no

era imaginaria. A sus espaldas. Las sombras agita-das, y la silueta. Las cadenas y los grilletes. Labiospodridos, los huesos como fantasmas a flor de piel.Ylas palabras…palabras sin dientes, sin saliva, pala-bras sedientas:

-Mám zízeñ…Sed…Sí, esa sed incontrolable, áspera. Helena se

acerca al prisionero que cuelga de sus manos, el pe-so de las balas de cañón soldadas a sus pies lo esti-ran hacia el piso, pero aún así, las uñas negras y

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Palabrasantiguas.

Irrompibles. Elviejo cierra el ojo

blanco. Unsuspiro con olor

a volcán, unalágrima azul,azul como el

papel. El juegode sombras en

las paredes, yesoblanco y

húmedo. Dospreguntas.

cuarteadas no llegan siquiera a rozarlo. Las velas alocadas. Las ve-las…El fuego. La sed.

-Cuidado, está caliente…Sorbos entrecortados, los ruidos subterráneos de una garganta

agrietada tragando por primera vez desde…Uno de los ojos reven-tado, el otro nublado, lechoso. Barba selvática, olor a vejedum-bre, a muerte viva. Helena, el prisionero, el termo de té inclinadosobre una boca ávida, casi infantil en su deseo de llenarse.

-Gracias, Góspodina…Helena perpleja: Góspodina, una palabra más antigua que la

antigüedad. ¿Quién? Afuera, tras la minúscula ventana, el mur-mullo del Vltava, las campanadas roncas de Svatého Víta, el queji-do de una luna moribunda. Góspodina… Dama mía… Elprisionero y una sonrisa cascada, una araña y su tela en una de lasaxilas, piel de papiro. ¿Quién, quién?

-¿Cómo puedo liberarte?El viejo niega con la cabeza.-Mis cadenas no fueron hechas para ser rotas…Una mirada cercana, eslabones, una extraña sustancia, ¿metal

líquido? ¿vapor de vidrio?Las velas, el libro de papel azul, tinta se-pia, viento tras la minúscula ventana, tras el Vltava. Las cadenas,palabras.

-¿Palabras?Palabras antiguas. Irrompibles. El viejo cierra el ojo blanco.

Un suspiro con olor a volcán, una lágrima azul, azul como el pa-pel. El juego de sombras en las paredes, yeso blanco y húmedo.Dos preguntas.

-¿Quién eres?-Loev.-¿Quién te encadenó?Las flamas, las velas, cera blanda, derramada, el libro de papel

azul y tinta sepia encendido sobre la mesa, incendiado, las flamas,las llamas, sombras de luz danzante, Helena y el prisionero, el gri-to de ella, la bufanda a latigazos contra el fuego del libro, la ceraderretida, inflamada como aceite de piedra, la mesa, la plancha demadera y las patas de madera, cubiertas de cera en llamarada, labufanda inútil, la mesa el infierno y el libro cenizas, humo de tin-ta y un techo tiznado por los lengüetazos del fuego y el grito a es-paldas de Helena:

-¡Góspodina!La mirada amarilla de Helena: un río de cera y de fuego por el

piso, puente entre la mesa y el prisionero que se consume y gritadesesperado. Helena vuelta columna de sal, sus ojos el reflejo ge-melo de la agonía de Loev, de sus huesos calcinándose, del fuegoque se adueña del cuarto, y del grito último entre humaredas y lahoguera:

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-¡Góspodina!Su cuerpo deshecho, jirones de carne fundida,

los grilletes y las cadenas finalmente soltándolo, li-berándolo, Helena inmóvil, respirando el humo dela tinta: palabras antiguas, irrompibles…

El incendio a su alrededor y ella en el centro: elfuego sin tocarla, como si ella estuviera hecha deagua, las paredes yeso negro y reseco, costras de pa-red por doquier, piedra candente, ríos de lava quederriten al aire y ella en el centro…

El sonido de los huesos calcinados pulverizán-dose en el piso de piedra. Las cadenas y los grilletes,palabras frías entre el fuego, la pared reseca cuartea-da, Helena y su mirada de sal amarilla. Loev, ceniza,polvo, lágrima evaporada, lágrima azul, azul comoel papel: incinerado el nombre de Yahvé, nada másque humo y lengüetazos en pared y techo, las pie-dras del muro, tras los grilletes, cediendo al terre-moto inmóvil del incendio, grietas, polvo, piedras…

Helena y un grito ahogado, sin aliento: el boque-te en la pared que se traga las cadenas y los grilletes,que aspira las llamaradas que se hunden en el fondodel pasillo ¿del pasillo? Los ojos de Helena: tras lapared derrumbada, tras las cenizas y los huesos deLoev, la extensión de una fila de antorchas, de pe-queños incendios espejos del infierno del salón delecturas. El pasillo, negro vacío, fuerza de grave-dad…

Ella no puede controlar sus movimientos; con lapesada lentitud de lo inevitable, un paso tras otro,Helena se aleja del incendio que agoniza y que le haabierto la entrada al laberinto. Sin atreverse a respi-rar, cruza el umbral del pasillo. Apenas siente el pe-so de su bufanda en una mano. La otra toca lapiedra negra, cruda, que ahora la rodea: humedadoscura. Empotradas en la roca, a intervalos regula-res, las antorchas iluminan débilmente el camino.

-Mám zízeñ…Helena se vuelve con un sobresalto…No, esta

vez, la voz sí es imaginaria. ¿La anterior acaso no?Debió serlo; todo, la sed, Loev, el incendio, todo…Ella sigue sentada frente al libro de páginas azules ytinta sepia, bebe tranquilamente su té, y al otro ladode la minúscula ventana el murmullo del Vltava laquiere arrullar. Los aguijones de las catedrales, lascampanadas roncas de Svatého Víta…El humo de

las antorchas arde en sus ojos, y las únicas campana-das que oye son las de su propio cerebro pulsante,inflamado. Sigue caminando.

Sus pasos lentos, la suela de las zapatillas palpalas grietas, delgadas líneas entre baldosa y baldosa,mojadura. Los ojos ardientes, resequedad entre pu-pila y párpados, la tentación de tallarlos es grande,la de dejarse caer y dormir lo es aún más. Pero no:Helena no deja caminos andados a medias, y aun-que el pasillo de las antorchas parezca intermina-ble, ella decide. Sigue caminando.

Tras ella, la ciudad y la luna en cuarto menguan-te, el Vltava y los aguijones de las catedrales, la mi-núscula ventana y el salón de lecturas incinerado, elpolvo que fue Loev y el boquete en la pared han de-saparecido; en su lugar queda solamente un puntosin dimensiones, perfectamente matemático…Ade-lante, otro invisible, reducido a inexistencias. SóloHelena, sus pasos húmedos, su mano acariciandolas paredes hollinosas, la bufanda que arrastra sinsaberlo. Sólo ella. Y las antorchas. Sigue caminan-do.

Siente de pronto que el eco de sus pasos no es eleco de sus pasos. Que ya no respira cuando respira.Que sus ojos son de madera. No, no de madera: depiedra, de algún mármol negro. Que el pasadizo seaferra a su garganta, que sus pulmones se llenan deagua. ¿Cuánto tiempo ya? Horas, días…Quizás mi-nutos. Su suspiro se adelanta y retumba en la puertaal final del pasillo-

La puerta…Helena no sabe en qué momento dejó de cami-

nar. Pero ahora está aquí: una pesada puerta, rema-ches de antiguo fierro, bisagras oxidadas y unpicaporte gigantesco. Plomo. Helena ve hacia atrásuna última vez; las antorchas, el pasillo con sus bal-dosas, la piedra húmeda de sus paredes: oscuridadtotal. Ella y la puerta al borde de un agujero negro.

Un zumbido al otro lado de la madera. Acercaun oído: ¿langostas? Helena escucha una electrici-dad animal que la asusta. Por primera vez desde quederramó el té, siente miedo. Pero no hay a dónde ir:sólo la puerta. Posa la mano sobre el picaporte, elfrío del metal, electrocución. El zumbido cesa.Abrupto.

La palanca cede ante el peso de su mano y el pes-

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tillo se libera con aliento de óxido. Como si se qui-siera abrir por voluntad propia, la puerta empieza amoverse sin que Helena jale: ella sólo observa el pai-saje que le revela el chirrido de los goznes…

Un abismo. Más bien, una garganta de volcán.Un cilindro de vacío rodeado de roca. De roca puli-da, ¿barnizada? Luz incierta. Sin sombras. Tenue.Gris. Fría. Helena junto a la puerta abierta. Boqueteen la pared del pozo. Viento. La bufanda-

El aire le arrebata la bufanda que empieza a re-volotear, a jugar con la corriente, subiendo, subien-do, dragón de titiritero: se pierde en la alturainterminable del pozo. Helena la pierde de vista ymira hacia abajo ¿hacia arriba? No hay nada quedistinga un extremo del otro: mareo. El aire la em-puja. El piso la resbala.

Cae.Viento en sus ojos cerrados, el cabello a latiga-

zos, la piel de todo el cuerpo cristalizada.Cae.Los brazos extendidos, la cabeza dando tumbos,

y el grito. ¡El grito!Cae.Mi no m bre e s Abbadó n .

***Helena siente frío en la espalda: el frío de la pie-

dra lisa sobre la que yace ¿desnuda? No, la tela de suropa también está ahí, con su aspereza, sus plieguesdesordenados. El zumbido: la electricidad animalha vuelto, es como si estuviera rodeada de insec-tos…Abre los ojos lentamente:

Un candelabro de cinco brazos cuelga sobre elladel techo bajo, sus velas -velas, ¿por qué siempre ve-las?- despiden una luz fría, casi azul. Helena se in-corpora lentamente: los insectos, los millones deinsectos hierven en su cabeza. El cuarto es pequeño,apenas tiene lugar para la losa sobre la que yace ella:pentagonal. Chistoso, piensa sin querer pensar to-davía en nada más, chistoso, una cama de cinco la-dos. Un cuarto con cinco puertas. ¿Por cuál habráentrado?

Hay un eco perdido: un nombre. Algo que la ha-ce recordar repentinamente lo que pasó antes deque cerrara los ojos. No lo puede pronunciar, ni ensilencio, pero las letras surgen como espuma, espu-ma de mar muerto. ¿Está muerta? No, los latidos de

su cerebro se lo comprueban. El nombre…-Sí. Abbadón.Helena vuelve a abrir los ojos: un candelabro de

cinco brazos cuelga sobre ella del techo bajo. Él estáfrente a ella, la túnica verde lo convierte en estatua:cobre oxidado, llovido, ¿cocodrilo? Lo ve inmedia-tamente en su mirada, en los párpados inmóviles,en las pupilas blancas; sabe perfectamente quién esél, ha escuchado su nombre una infinitud de veces.Afuera, cuando la lluvia de la tarde cae sobre las es-tatuas del puente, o cuando el viento recorre los ca-llejones de la Ciudad Vieja…Él mueve los labios, setraga el silencio.

Están solos en el cuarto de cinco paredes, y Hele-na siente frío en las manos, él empieza a pronun-ciar palabras que ella desconoce, su voz dacampanadas en el espacio y ella se acuerda de lasinscripciones desgastadas sobre las lápidas hebreas.Lo único que reconoce, lo único que entiende, es elnombre:

-Abbadón.Helena despierta con un sobresalto: un candela-

bro de cinco brazos cuelga sobre ella del techo bajo.La fría luz le lastima los ojos. Un aire silencioso seintroduce en sus oídos: dolor. Quiere gritar, pero lavoz le ha sido robada.

-Robada no, Góspodina. Convocada.Helena mira a su alrededor. La piedra ¿Loev? no

revela el origen de las palabras: Helena está sola,acostada sobre la fría piedra pulida, con la lenguacristalizada por el miedo. Cinco puertas con argo-llas por picaportes la rodean. Palabras antiguas:

-Mil años…Helena y su grito esmerilado.Abre los ojos: un candelabro de cinco brazos

cuelga sobre ella del techo bajo. Se incorpora: ma-reo, náuseas ¿hambre? ¿Cuánto tiempo desde el úl-timo bocado? El cuerpo le grita, implora: un pocode algo, no sabe qué; la incierta incomodidad delinsomnio. Helena mira a su alrededor. Pies, pisofrío, descalza, a pesar de su ropa, descalza. Se ponede pie. Cinco puertas con argollas por picaportes.¿Cuál? ¿Quién? ¿Loev? ¿Dónde? ¿Yo?

Helena siente que nada en el aire, que respiraagua.

Una luz azul, fría, la obliga a abrir los ojos. Un

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candelabro de cinco brazos cuelga sobre ella del te-cho bajo. La cubre una túnica verde ¿cobre? No, as-pereza. La arroja con las fuerzas que le quedan.Desnuda. Fría, la plancha pentagonal de piedra so-bre la que yace la acuchilla. Cinco puertas con argo-llas por picaportes. Helena no soporta la asfixia. ¡Yabasta! Se abalanza sobre la primera puerta y-

La primera puerta no cede. Es tan sólo la imagende una puerta en el muro de piedra. Helena tira dela argolla, la quiere arrancar de raíz, nada. Helenaarroja su cuerpo contra la piedra, nada. El hombrogime ¿clavícula? Es inútil. La primera puerta noexiste.

La segunda puerta no ofrece resistencia alguna:aceite en los goznes, silencio de muerte. Desnuda,Helena se asoma: muros de tierra húmeda, gusanos,maderas podridas, hedor. El interior de una tumba.Un hueso rancio. La segunda puerta no escapa.

La tercera puerta está húmeda. Una bofetada deaire salado penetra cuando Helena la abre. Olas. Unmar de plomo o de mercurio, o de aire líquido. ¿Pal-abras? Helena recuerda los eslabones de Loev. Lascadenas, palabras. Es la misma sustancia, extendién-dose hasta que el horizonte desaparece. Piélago devoces y de asfixias. La tercera puerta no habla.

La cuarta puerta se abre por sí sola: le recuerda…Claro, es la misma. El abismo al otro lado, el pozo,el cilindro con paredes de roca pulida ¿la bufanda?Pero Helena ya no se asoma: los ojos se cierran co-mo por reflejo, evitar el mareo. No quiere volver acaer, a sentir el cabello a latigazos. La cierra de unazote. La cuarta puerta no olvida.

La quinta puerta se le ofrece. Casi como una son-risa. Helena abre. Las paredes, yeso blanco y húme-do. Al otro lado de la minúscula ventana, losaguijones de las catedrales, el lejano murmullo delVltava, cuarto menguante. La mesa, el libro de pági-nas azules, tinta sepia; la vela, tranquila y en paz, lavela. Un termo con té negro y un pañuelo que ab-sorbe el nombre húmedo de Yahvé. Las campana-das roncas de Svatého Víta. Tan fácil: tan fácilregresar a esa noche que ocurrió hace mil años…Latentación del olvido…Helena la deja cerrarse conun chirrido; la quinta puerta no llora.

Helena entiende: Góspodina. Mil años.Abbadó n .

Lo ve de cuclillas sobre la cama de piedra: su tú-nica verde ahora una sábana. Desnudo, tanto comosus pupilas blancas. Tanto como las palabras anti-guas que murmura. Helena entiende.

La unión de sus cuerpos. Amalgama de un jadeoverde, verde como la túnica y azul como las lágri-mas de Loev. Y sepia como la tinta. Helena escribeel capítulo que nunca leerá: lo escribe sobre el per-gamino de su piel y con la caligrafía de su orgas-mo…

Ya no conoce más palabras que las antiguas: lasque se funden y la aprisionan, las que cuelgan de suspiernas y de su sudor…

Góspodina…***Helena siente el dolor de la gravedad. Las balas

de cañón soldadas a sus pies la estiran hacia el piso,pero aún así, no lo alcanza a rozar. Mil años, pien-sa…Mil años…

Jiri entra al salón de lecturas. Extrañado, ve eltermo de té ya frío. El libro abierto en una páginalodosa: la tinta sepia reducida a un borrón mal lim-piado. Mira a su alrededor, buscándola: ¿Helena?¿Helena?

Ella cuelga de la pared y lo observa todo. Jiri cie-rra el libro cuidadosamente, esconde el termo en sumorral. Mira a su alrededor: ¿dónde estás, Helena?

Helena grita: ¡Mám zízeñ!Pero es inútil: mil años…Jiri sale del salón de lecturas, cerrando la puerta

tras de sí.

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T I ERRA ADENTROCONACULTA

F E T AOND O D I TOR I AL I E R R A D E NTR OA través de la edición de libros antológicos, individuales y colectivos de jóvenes autores

del interior del país, Tierra Adentro da a conocer nuevas voces y estimula la creaciónacercándola al público lector de México.

N TUEVOS ÍTULOS

P

202Procesiones *

204Ante el ojo del cíclope **

Huecos necesarios *

Aquí comienza la nocheinterminable *

Barítono de luz **

Cuerpo en añicos *

ABCdario *

Nirvana **

OESÍA

206

207

209

210

212

213

. Nirvana Paz

. Valerie Mejer

. Ángel Carlos Sánchez

. Édgar Rincón Luna

. Sergio Vicario

. Josué Vega López

. César Silva Márquez

. Carlos Manuel CruzMeza

C

Larva de serafín **

Pentagramas **

UENTO

201

211.

. Alana Gómez

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T

Los sobrevivientes **

N

E

EATRO

201

OVELA

NSAYO

. Aída Andrade Varas

. Vízania Amezcua

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205

208

Una manera de morir **

Los designios de la Diosa: Lapoética de Efraín Bartolomé **

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¦ Ricardo vive en Rowson, en la provincia de San Juan, en Argentina. El año pasado también fuefinalista de nuestro concurso. Pertenece a una sociedad literaria con la que intercambiaremosmateriales.

por Ricardo Fabián TorresArgentina

vos te lo puedo contar, Laurita, porque siempre me pareciste una mujertan especial, mezclando la cocina con las confidencias, igual que la prota-gonista de aquella película mexicana que vimos juntas hace unos meses; lade la mujer con el trozo de cebolla en la cabeza, ¿te acordás? ¡Esa! ¡Claro! ;vos siempre tuviste mejor memoria que yo. Yo sólo recuerdo el título delas películas de la Legrand.

Do nn e , d o nn e , e te rn i d e i!Ch i v ’arriva a indo v in ar?

G. Ro ssin i - “El Barbero d e Sev i lla”

No puedo dejar de darte la razón: al compartir tussecretos con otra persona se contrae una dependenciahacia ésta que hace que ya no vuelva a ser nada igual.También por eso creo que te elegí para contarte mi se-creto. No es un secreto tan grande como parece cuan-do lo enuncio, pero me da mucho pudor y unpoquito de vergüenza ajena...Qué sé yo! Es algo que sesiente sólo cuando se pasan los límites. ¿Vos me en-tendés, verdad?

En algún momento, antes de todo esto, -quiero de-cir-, me reproché y hasta me vi bajo la mirada acusa-dora de las monjas del colegio, sobre todo la hermana

Rosario, la que tenía olor a lejía y jabón blanco en lasmanos. Ella siempre nos señalaba el pecado de Eva enesa reproducción monstruosa del Veronés, y hablabade la tentación de la carne. Sin embargo, mi virgini-dad estaba custodiada y a salvo gracias a mis dos her-manos y mi madre. Papá nunca estuvo; -en casa,quiero decir-. Trabajaba mucho en su fábrica. Algu-nas tardes iba a buscarme a la salida del Colegio y mellevaba a una confitería, o al cine. Me regalaba dulcesy me decía que estaba enamorado de mis ojos azules ymis bucles y que yo era su princesita. Papá siempre fuetan especial; pero después de la bancarrota y la separa-

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Sigo..., con Jorgenos fuimos deluna de miel a

Europa. Yo teníaentonces casi

veintidos años yera virgen. Teníatanta vergüenzade serlo, Laura,

ustedes medecían que en lossetenta lo mío era

patológico opatético, no

recuerdo, peroera pato... y algo.

Tu novio deentonces se

llamaba Pato¿no?, y yo estaba

tan criada a laantigua.

ción fue difícil para él llegar a casa y franquear la cara de vinagre demamá y de mi tía Norma.

Con el tiempo llegó Jorge. Jorge era tan medido, tan formal, tan..., no sé, era exacto lo que mamá y mis hermanos querían para mí.Era ingeniero civil, tenía una empresa de construcción y pretendíacasarse conmigo. Por mi parte, había sido educada escrupulosa-mente, tan preparada para tomar el té con mis amigas, criar hijossanos y fuertes, y era, además medianamente hermosa. Mis ojosazules eran profundos, no inteligentes como los tuyos, Laura, sinoparecidos a los de Mirtha Legrand, y tenía la piel blanca y envidia-ble, durante mi adolescencia ni siquiera había tenido acné, Tam-bién era alta y de cintura estrecha. Ahora mantengo casi el mismocuerpo gracias a mi cirujano, Estévez, el Spa de Suiza y la dieta es-tricta, aunque esta tarde ya me comí dos escones. Deben ser los ner-vios ¿no?.

Estaba contándote de Jorge. ¿Te acordás del casamiento? Fue to-do un acontecimiento. ¡Enorme!. La familia de Jorge era muy fina,sobre todo la estirada de su hermana; pero mirá vos, terminó vi-viendo en concubinato con un uruguayo, pianista de cabaret, enColonia y alimentando a dos hijos que no son los suyos. ¿Te acor-dás del vestido azul de Marta? Ese que de tan ridículo que era estu-vimos riéndonos casi un año. Ahora Marta es concejal o algo así.Desde que vino de Cuba, embarazada claro, se dedicó a la política.¡Ay! Estos escones son mortales, una delicia. Siempre tuviste buenamano para la cocina ¿sabías?.

Bueno, sí, tenés razón, me voy por las ramas. Sigo..., con Jorgenos fuimos de luna de miel a Europa. Yo tenía entonces casi veinti-dos años y era virgen. Tenía tanta vergüenza de serlo, Laura, uste-des me decían que en los setenta lo mío era patológico o patético,no recuerdo, pero era pato... y algo. Tu novio de entonces se llama-ba Pato ¿no?, y yo estaba tan criada a la antigua. Ustedes se reuníana tomar cerveza y a fumar con los compañeros de la facultad. De-cían con tanto orgullo esa palabra “compañeros”. Vestían de negroo con alguna ropa hindú, y llevaban siempre un Sartre subrayadísi-mo y con las páginas manchadas con el alcohol de la vida. Ustedeshacían eso, arreglar las cabezas, arreglar el mundo, y desarreglar elorden.

Recuerdo que en una reunión me presentaron a Marcelo. Mar-celo era un gremialista extraviado en su ideología confusa, en susmúltiples dependencias, en las avivadas típicas de argentinos avis-pados que terminan derrotados en los laberintos que ellos mismoshan construido y de los que no saben salir. Yo era una despistada,me emocionaban los Bee Gees y creía que el mundo empezaba de-trás de los límites de este país. Marcelo me hablaba de revolución yde sexo. Yme asustó. Por eso acepté casarme con Jorge, para cruzarel charco, para conocer Europa y Estados Unidos, lo que era enton-ces cierto para mí. Practiqué mi francés impecable en París y mi in-glés académico en Picadilly Circus, durante mi luna de miel, que

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duró casi dos meses. Después volvimos como una fe-liz pareja a construir para la patria. Entonces reencon-tré a mis amigas...a algunas. Otras ya no queríanverme.

Jorge me enseñó el sexo de un modo tan circuns-pecto como él mismo. Teníamos relaciones juiciosasy cuidadas, calculando los niños que iban a llegar.Así, me quedé embarazada de Jorgito justo al año, co-mo habíamos previsto; un año y tres meses después vi-no Graciela y listo: me puse un DIU. ¡A cerrar lafábrica y dejar el parque de diversiones abierto!. PeroJorge contrajo el cáncer de próstata que lo llevó a latumba. Cuando quedé viuda tenía veintiocho años yentré en crisis junto con el país. No tenía ideas políti-cas fijas, Jorge me había adiestrado escrupulosamen-te, para pensar que nosotros estábamos del buenlado, que no éramos salvajes, que los argentinos debuena familia siempre deben estar mirando a Europa;todo lo opuesto a aquel Marcelo que conocí. Además,ustedes estaban entonces tan emocionados, creíantanto en el futuro, un futuro del que yo me sentía devuelta...no sé, quizá por eso junté mis hijos, vendí micasa y me fui del país. Tenía tanto ruido en mi cabezaque no quería escuchar el ruido que hacían los “com-pañeros” en la calle. Alguien más dijo esto ¿no?

Cuando llegué a Barcelona –Cataluña no es Espa-ña, no te equivoqués– me instalé con mis hijos y creíhaber cerrado un círculo. Alma y Concepción fueronmis primeras amigas, españolísimas y viudas. Y eltiempo pasó volando. Hombres hubo, claro, pero yoseguía como dormida, aletargada, te diría que casi noentendía muy bien por qué Alma y Concepción en-contraban al sexo tan fascinante. Una tarde, mientrastomábamos un piscolabis, Alma me dijo que mi pro-blema era que no expresaba mis fantasías. ¿Fantasías?¿De qué me hablaba Alma? ¡Y pensar que en Españadicen que todos los argentinos somos todos psicoana-listas! Comencé un recorrido en el que ellas me lleva-ron a distintos sex-shops de clientela exclusiva y showde strippers. Así llegué a mi cumpleaños treinta y cua-tro. Esa noche probé mi primer porro y gracias a unadonis sevillano de apenas veintitres, con un cuerpoincreíble y un miembro que me hacía recordar el obe-lisco, conocí mi primer orgasmo, el verdadero. Aquelmuchacho era todo un experto. Comprendí cuál erami destino y decidí volver a Argentina, quizás porquehabía recuperado el obelisco. Sé que suena mal decir-lo así, pero es lo que sentí en ese momento, porque depronto, Europa se me hizo incomprensible, se me

achicó el mapa, y el cielo, ese que yo buscaba en otraslatitudes, a lo mejor encajaba aquí, en mi país. Yvolví,Laura, decidí volver.

Escribí muchas cartas, quería recuperarlas a todasustedes. Los reencuentros no siempre fueron felices.Algunas que fueron parte de mi vida y he añoradosiempre, me recordaban débilmente o habían olvida-do las tardes de la adolescencia, el sabor del verano delos nísperos calientes o los vientos de la cordillera.Descubrí que a algunas ya no las vería más y que otrasprefirieron hacerse las desaparecidas, porque entrenosotras se había quebrado algo que no pude precisarentonces. Ahora las entiendo. A ellas no les quedó es-pacio para recuerditos. Eso quedó para mí, la Prince-sa, que se fue a Europa, se saltó esta etapa y claro, nole cuesta nada recordar el ayer porque no está pensan-do en el hoy ni se angustiará mañana. Es decir, que nicaso tuvo discutir, Me dio vergüenza porque ellas tra-taron de birlarme la verdad con eso de nos va bárbaro,qué regio, aquí también y contame que se usa en Euro-pa, qué colores están de moda, y yo portándome co-mo ciega, sin verles las caras ajadas y fijándome en loque ellas querían que me fijara, en la marca de su ro-pa.

Pero como tiene dos caras, he vuelto a abrazarlas aEstela y a vos, Laurita. Con ustedes hemos habladoabiertamente. Se juegan la vida a cada instante y sinembargo, se ríen como antaño y me cuentan sus pasa-das por la cárcel, sus torturas, aceptándolo, sin aspa-vientos. Ustedes han crecido en este tiempo. Se hanhecho grandes y maduras. Yo...no sé.

Mis hijos se quedaron en Europa, ellos se sentíancomo la actriz adolescente de “El Exilio de Gardel”,¿así se llamaba la película, no?. Compré una casa conun gran jardín. Demoré mucho en decorarla, quizás apropósito. Cuando planté los rosales -el jardinero quese ocupara de todas las otras plantas, las rosas eran mí-as-, levanté la cabeza por primera vez y miré hacia arri-ba. Allí estaba yo, bajo el cielo de mi país, estaba devuelta en mi lugar ¿era mi lugar? Mi ciudad calzaexactamente en la cicatriz de mi memoria, sin un ba-che, impecablemente. El país físico no ha cambiado,es el mapa humano y el político que yo conocía el queno está. Me sentía de regreso. Yestaba sola y con dine-ro.

Una noche miré el reloj, eran las nueve y media dela noche y desde las nueve estaba bañada, perfumada,con el pelo suelto, como si esperara a alguien. Sin em-bargo, hacía mucho tiempo que había decidido no

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volver a vivir junto con nadie. Podía ser un pensa-miento mezquino, pero no quería sentirme invadida,quería usar el baño, las toallas y mi cama con la solapersistencia de mi olor. Pensé que tenía muy en claromi soledad. Existían razones físicas y emocionalesque había preferido ignorar. El olor de otra piel, laforma de los hombros, el peso de un cuerpo y la pro-fundidad del aliento podía pagármelos. Sabía que ha-bía infinidad de hombres con quienes podíacompartir exclusivamente el lecho. Y entre todos loshombres estaban aquellos con los que podía tener se-xo, con los que podía dormir, con los que podía viajary con los que podía vivir para siempre; repartiendoese vivir para siempre en varios otros hombres. Yo yano era una mujer que servía la mesa y sacaba las floressecas de los jarrones, tampoco me ocupaba en decorarmi casa o en crear platos exquisitos. Ahora comía fru-galmente, depositaba mi vida en fundaciones cultura-les y exposiciones de artistas desconocidos quepretendían seducirme. Te juro que algunos eran real-mente divertidos, sin ser maricas. Pero seguía sintién-dome hueca, aburrida, incompleta. Existía aún uncontrapunto entre mi cuerpo y su disfraz. Donde an-tes se habían enfrentado prohibiciones habían creci-do girasoles de percepción. Creí que había llegado elmomento de definir esa línea sutil entre lo permitidoy lo prohibido. Quería permitirme mi fantasía, comome había dicho Alma.

Sólo conocía que se me tratara como a una prince-sa, que se me cuidara y se me respetara, aún aquelloshombres a los que no les había pagado eran condes-cendientes conmigo y su respeto crecía cuando veíanmis tarjetas de crédito o mi cuenta bancaria. Yo que-ría que me trataran cruelmente, sentirme vejada, me-terme en la piel de una prostituta, de una verdulera,quería sentir el dolor y el abuso, humillarme ante al-gún hombre. Pero no podía hacerlo. Ningún hombreme envilecería porque lo abochornaba con mi dinero,a menos que accediera a crear un teatro, una represen-tación de la crueldad. Por eso marqué ese número...

Pedí esa tarifa tan especial, tan “sofisticada” comome dijo la voz que me atendió. Era una mujer, y cuan-do le pedí lo que quería casi pude ver sus dientes son-riendo y sentir el vapor de su envidia. Me explicó queeso era algo “sofisticado” - de nuevo- y que me costa-ría un extra. Di el número de mi tarjeta, fijamos lugar,fecha y hora y colgué.

Aquel callejón, después de la lluvia (¿viste que Bue-

nos Aires es tan parisino cuando llueve?), aquel calle-jón, te decía, era tan sórdido, tan como creado parauna película de misterio... Miré mi reloj, era la horaexacta.

Encendí un cigarrillo y sentí una mano que me to-maba con fuerza por el cuello. El hombre me empujóhacia unas bolsas de basura y me mantuvo de espal-das. Vi el borde de mi vestido Versace mojarse con elbarro del callejón. Sentí sus manos que me buscaban,me raspaban la piel de los muslos y desgarraban miropa interior. El dobló mi espalda hasta colocarme encuatro patas y con sus piernas abrió y empujó las mí-as. Luego me sentí penetrada como una perra, cabal-gada como una yegua. Estaba húmeda, excitada. Memordí los labios para no gritar. Sentí la respiracióndel hombre sobre mi nuca, y un hilo de sudor me bajódesde las sienes, me tiró el pelo hacia atrás y empezó aacelerar el ritmo, cada vez más adentro, más profun-do, cada vez más cerca del paraíso. No pude contener-me más y gemí, pidiendo, exigiendo más. Él comenzóa golpearme con fuerza, salvajemente, en el rostro.Sus manos eran grandes, pesadas; entonces sentí unadescarga, un volcán, un terremoto que sacudía mis en-trañas y un último empujón que me dejó exhausta, in-clinada oliendo la basura húmeda de ese callejón.

A vos te lo puedo contar, me vas a entender. Creoque esa fue siempre mi fantasía. Tal vez, desde aquellatarde en que papá me llevó al Luxor. Daban “La Pato-ta”. Papá me acariciaba los bucles y en la pantalla Mir-tha Legrand, la princesa, con sus ojos azules tanparecidos a los míos, esperaba en el fondo de una calleese hombre sin rostro que era el único que podía com-pletarla y hacerme feliz... A la salida del cine, papácompró una manzana acaramelada, grande y delicio-sa, para su princesa...

¦

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¦ María de la Luz vive en Chile. Es profesora de enseñanza básica y catequista. Ha publicadoCuentos para educar, Cuentos para Elisa, una niña como tú , Cuentos de la naturaleza y otrosrelatos, Carrusel, Ha llegado carta y Viaje al puerto.

por María de la Luz Soto SeidemannChile

Ya pasó el cartero?Nadie le respondió a doña Eloísa, la abuela, para todos, cuyos pasos len-tos se predisponían cada día involuntariamente hacia la puerta en esperade noticias de su hija y frente al silencio o la negativa del deseo, se devolvióa la galería con su caminar suave, como si no tocara el suelo; se veía aún er-guida para sus años, aunque estaba un poco ciega, sin embargo, podía re-correr la enorme casa sin grandes dificultades.

-María, refunfuñó. La vieja mujer servía en el ho-gar de doña Eloísa ya por cuarenta años y viéndolaahora convertida en una espera constante, su carnevieja y sus huesos crujían en lamentos puntillosos. Te-nía dieciséis años cuando llegó a la familia y Leticia, lahija mayor, ya se había casado para entonces. Desdehacía unos años la repetitiva preocupación de la seño-ra, por recibir cartas de París, la sumaba a ella en estatarea obsesiva y triste, que probablemente nunca qui-so para sí ni para otro, aunque ella misma no sabía loque era ser madre.

La abuela se sentaba en la galería de entrada a espe-

rar al cartero y en cuanto escuchaba su silbido, le ha-cía señas para que le entregara algo. El carterotambién la conocía desde mucho tiempo atrás y fue élquien trajo la mayoría de las cartas que la anciana, an-tes menos vieja y triste, esperaba. Entonces, a él le eranatribuibles las alegrías profundas, los agradecimien-tos insistentes y, la mayor parte de las veces, una copi-ta de buen trago, que daba para una plática breve ypara uno que otro sonrojo de María.

La casa donde habían vivido por tantos años aúnconservaba la misma decoración, que con mucho gus-to y grandes esfuerzos llevaba una clara impronta de

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la personalidad de la abuela. En el living, el viejo ber-ger colocado cerca de la chimenea miraba un viejo So-merscales con marco imponente y lujoso. Los sillonesse habían renovado conservando los tonos burdeosde la felpa; a ambos lados de la entrada al salón dos si-tiales aportaban un toque de clase a la habitación.Grandes ventanales sombreados por visillos de veloitaliano daban luz y calor a la estancia; ambas traslu-cían la belleza del jardín. El preciado jarrón de porce-lana inglesa sobre una antigua mesa Huidobro,completaba la elegante distinción en la decoración.

Carlos el hijo menor habló con la voz muy baja,ronca, susurrante, una voz angustiada, Jorge, el her-mano mayor y su hija Paulina, escuchaban reverente-mente:

-En mi opinión no debemos decírselo.Paulina soltó un sollozo. Se secó las lágrimas y mi-

ró por la ventana hacia fuera tratando de ocultar lacontrariedad que todo aquello le producía.

-Sería un sufrimiento inútil, agregó Jorge. El hijomayor de doña Eloísa no había podido aceptar que lamujer que él recordaba joven, siempre enfrentando lavida con entereza, atenta a todas las necesidades desus cuatro hijos, hubiera quedado tan lejos. La ancia-nidad se llevaba día a día la fuerza, el valor y el gozode existir, de su madre, en un vivir callado y ajeno.

Aquel día un pesado silencio se había adueñadode la casa de doña Eloísa. A sus 86 años, ella no parti-cipaba de ningún quehacer del que había sido su ho-gar. Subía y bajaba, se encontraba lo mismo con losobjetos que con las personas, que eran para ella fan-tasmas de un sueño o de un destino. Igual daba. Sunieta Paulina, el marido de ésta y sus dos pequeñas hi-jas, eran la familia que había venido a suceder a la su-ya en los espacios, en el bullicio, en la convivencia yformaban parte de un todo que ella, a sus años reco-nocía con la alegría y gratitud, pero como mirándo-los siempre por una ventana.

A las cinco y treinta de la madrugada, su nietoMarcelo había muerto en un accidente en la carretera,mientras volvía de su trabajo en los campos frutales,cerca de Teno, al sur. Era Agrónomo. El hijo que ledejó Leticia cuando partió a París, entonces niño deseis años y a quien la abuela había criado con unaadoración que no sintió jamás, o que al menos no ex-presó nunca, por ninguno de los suyos. Doña Eloísaenviudó joven y aunque sea su marido no quiso espe-rar para acompañarla en su vejez, los hijos estaban ya

todos grandes. El dolor apenas amainaba cuando elpequeño entró en su vida, cargado él también de unadura maleta de despedidas. Para entonces, ya hacíamás de veinte años que ella había aprendido a enfren-tar la vida. Había pasado tiempos difíciles, los recur-sos pocos, que la habían compensado en tenacidad ydecisión, dos armas cuya fuerza estuvo siempre en elamor inmenso que sentía por los suyos y que fueron,a la vez el modo de conocerse a sí misma y compren-der, en el género humano, la grandeza de las probida-des y de las flaquezas, y valorar la posibilidad de ser,entre todas las cosas, mujer y madre, con esa exten-sión maravillosa que era Marcelo.

No recordaba el momento preciso en que ella ha-bía cambiado tanto.

Tal vez las continuas infidelidades de su marido,que lo rompieron en mil pedazos y la hicieron ente-rrar ese tiempo de su memoria para siempre. Quizáfue cuando enfermó Mariana, su pequeña. Tenía Ma-riana 22 años, una carrera terminada y era la más sua-ve y tierna de las jóvenes. Cuando la enfermedad leimpidió levantarse, entonces todas las horas eran pa-ra ella. Doña Eloísa la bañaba, la peinaba, le leía, lecontaba cosas, le hablaba de Leticia en París. Pero Ma-riana murió, a pesar de todos los cuidados y los rue-gos, Mariana se fue frágil y delicada llevándose todaslas lágrimas con ella. Porque, como una extraña para-doja, la había dejado en este mundo sólida y capaz.Sabía cómo seguir adelante: “Nada me borrará la son-risa”, se había jurado.

La muerte se le enfrentaba una vez más hoy día yella no lo sabía. Socarrona se llevaba sus amores y susaños felices; la abuela se sentó en el living cerca de laventana, ajena a todo, sumida quizás en qué confusospensamientos, mientras un tímido rayo de sol se aso-maba, quebrando la monotonía gris del cielo del in-vierno.

De pie frente a la chimenea Jorge miraba chispo-rrotear el fuego, se sobaba las manos con gesto in-consciente; el fuego no llegaba a entibiar el alma.Carlos con la vista fija en su madre parecía querer in-fundirle a través de su mirada algo de ese tremendocoraje que había crecido en él como parte de ella. Pau-lina sentada a los pies de doña Eloísa le tomaba la ma-no y la retenía entre las suyas. Esa habitaciónabrigada por la gran hoguera, en un silencio espec-tral, donde las almas relataban sus sentimientos enlos gestos mínimos de cada uno parecía una escena de

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otro tiempo, con el reloj detenido en la pared de losdeseos, que hubiese querido reflejar con su paleta unpintor intimista.

Se anunció el almuerzo y Jorge tomó a su madrepor el brazo para llevarla al comedor. Acostumbradaa verse en la mesa rodeada de su familia, al bullicio ylas caras sonrientes de sus bisnietas, doña Eloísa pre-guntó por ellas.

-Hoy almuerzan en el colegio abuela-, respondióPaulina.

-¿Y tus hijos Jorge tampoco vendrán hoy?-Ya están aquí mamá, fue la respuesta. Carlos que

se sentaba al lado de la anciana, le tomó la mano y to-dos creyeron que iba a darle la noticia; pero no fue así,sólo le pidió que comiera.

-No tengo apetito, dijo ella.Solamente el ruido de platos y cubiertos que se

movían como para romper un silencio terrible, era loque se escuchaba en el amplio comedor.

-Bien comamos, invitó de pronto la anciana, cam-biando su actitud. Estamos todos juntos y no le debe-mos nada a nadie, agregó, riéndose con una cálidacarcajada.

-Sus hijos y nietos hicieron eco en un murmulloque no alcanzó a ser nada.

Sonó el teléfono y Carlos se paró apresurado. Losdemás dejaron el comedor para tomar el café en el sa-lón, mientras doña Eloísa subía a descansar, como to-das las tardes.

A las tres saldrán de allá, fue la noticia que entregóCarlos con palabras entrecortadas, mientras recogíalos pedazos del antiguo jarrón que se había destroza-do al caer. Todos enmudecieron tan sobrecogidos porel anuncio cómo por la pérdida del objeto que enor-gullecía a la abuela.

Debido a los funerales de Marcelo mucha gente vi-no a la casa esa tarde.

Sentada en la salita contigua al living, lugar dondele gustaba mucho pasar las horas de la tarde, doñaEloísa tomaba su taza de té con leche, junto a su pri-ma. De pronto acercándole afectuosamente la cabezale comentó:

-No he recibido carta de Leticia. ¿Recuerdas a Leti-cia? ¿Verdad?

-Leticia, Leticia, suspiró la anciana, mirando haciafuera. El cielo de la tarde tenía algo de claridad amari-llenta y un vientecillo caprichoso hacía golpear las ra-mas del magnolio sobre los vitreaux de la puerta de

salida al patio posterior. Tanto de ella misma habíaencontrado en su hija Leticia, decidida, soñadora, tancapaz y sobre todo apasionada. Pasión por su arte. Pa-sión para vivir cada momento intensamente, pasiónpara amar. Todo era jugar la vida a una carta. Perdióen su matrimonio y quizá cuantas partidas más.

Hacía ya veinticinco años que nadie sabía de ella.Al cabo de un tiempo sin tener noticias suyas, Carlosy Jorge, viajaron a Francia, pero su rastro se perdía enun pequeño departamento cerca de Montmartre ynunca lograron encontrarla. Leticia era o fue su espe-jo, o, tal vez lo que ella habría querido ser. TambiénEloísa había sabido amar con locura, pero temió vol-ver a querer así.

Mariana en cambio, fue como un sueño celeste,limpia, nada oscuro cabía en ella; casi mística, conuna sonrisa envidiable. Carlos muy concentrado en símismo, vencedor, parecía siempre tener el camino en-frente, alegre, generoso, conservaba su risa de niño,parecido a Mariana. Jorge algo de Leticia, mucho desu padre, muy bueno, encantador, genial, con un ex-quisito toque de frivolidad.

Su nieto Marcelo era todo lo que le quedaba de Le-ticia y ahora se había ido para siempre. Nada había sa-cado Marcelo de Leticia; parecía haber recibido algode todos los demás: espléndido, generoso, muy alegre.Se llevó los últimos años de la abuela, los más sabios,los más dulces.

A las ocho de la noche solamente quedaban en lacasa la abuela y la María. La abnegada mujer la acostóy le dio una sopa caliente.

-Quédate un rato conmigo María, rogó la abuela,recemos un rosario.

La mujer siguió el monótono rezo con la cabezasobre el pecho para ocultar su dolor. También ella ha-bía cuidado de Marcelo compartiendo con la abuelafiebres, pestes, alegrías y travesuras del niño.

-Duérmase, señora, dijo María, mientras se persig-naba; hace bastante frío. Se acercó para arroparla y laabuela tomándola por los hombros le besó la frente.

La lámpara de noche sobre el velador inventaba fi-guras de sombras con el airecillo que salía de la chime-nea del dormitorio. Desde la cama doña Eloísa noveía las llamas, pero imaginaba el chisporroteo tan co-nocido y el calor que le brindaba el abrigo el corazón.Los recuerdos vagos iban y venían, eran nubes de algo-dón que la envolvían sin perturbarla. Una gran paz re-corría el ambiente en el lenguaje del silencio. Sin

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moverse la abuela se durmió.Al regresar de la iglesia Paulina estuvo sentada en

la pequeña salita, sin sentir las horas del tiempo quepasaba. Recordaba a su primo Marcelo, tan cercano,tan querido. Cuántos celos sintió a causa del niño quevivía con la abuela. Paulina y Marcelo crecieron jun-tos llenos de ideales y sueños de juventud. Dos gavio-tas corriendo por la playa, dos palomas volando alfuturo.

Sobrecogida por los recuerdos y el frío de la noche,se acurrucó sobre el cojín del viejo sillón de mimbre,como una pequeña que quiere esconderse del pesarque la confunde y la aterra.

En la mañana temprano Carlos llegó a la casa paraver a su madre.

-Pasa hijo, dijo la abuela, que despierta aún, se en-contraba en la cama.

-Pasa, repitió, sin estar segura si era Carlos o Jorgeel que venía.

Al reconocer a su hijo menor lo abrazó largo rato,cómo si no quisiera alejarse de él nunca. Carlos le tocóla frente mimándola, en respuesta al tierno abrazo desu madre.

-¿Sabes hijo?Anoche la princesa lloró a su amado.Carlos enmudeció. Desde hacía un tiempo la

abuela tenía momentos de confusión y hablaba de co-sas que su familia no podía descifrar o reconocer a lossujetos a quienes se refería.

Esa mañana la abuela permaneció en su dormito-rio moviendo los objetos que mantenía sobre la có-moda: piezas de cristal, retratos, perfumes, algunascajitas muy finas, un florero traído de Bohemia.Abrió y cerró varias veces los tres cajones, no podríadecirse si buscaba algo o sólo quería saber si todo esta-ba en su lugar. Las campanas del reloj de la sala la saca-ron de su abstracción y llamó para que la ayudaran abajar la escala.

A esa hora la familia volvía de dejar a Marcelo en elcementerio.

Otros familiares y amigos se habían reunido en lacasa y se escuchaba a muchas personas conversar sinlevantar el tono.

La abuela entró y saludó a todo el mundo grata ysonriente. Se quedó cerca de Jorge, se cogió de su bra-zo y le habló:

-Es duro ser el hijo mayor, más aún que ser el jefede familia. Hoy estás especialmente callado.

-Estoy bien mamá, no se preocupe, fue la respues-

ta.El pelo castaño de Jorge estaba casi blanco. Era un

gran pintor aunque no había dedicado la vida al artecomo su hermana Leticia.

-¿Jorge, sabés cómo te he amado, verdad?, pregun-tó doña Eloísa. He llorado tus penas como las mías yhe gozado tus triunfos como los méritos que te corres-pondían. Tienes dos buenos hijos, mis nietos.

Paulina se acercó interrumpiendo la conversación.La abuela la miró largamente a los ojos, le besó las ma-nos. Después salió hacia el patio; se arregló un poco elchal negro que llevaba siempre sobre los hombros.

Uno de los jóvenes de la familia quiso acompañar-la, pero ella argumentó que sólo quería dar su paseodiario entre los árboles. Caminó despacio por el patioy salió por la puerta trasera.

En la calle un hombre que había cortado un árbol,se afanaba tratando de arrancar su raíz. La abuela lehabló con la cortesía que le caracterizaba:

-Señor ¿hacia dónde está el río?-Caminando a su derecha abuelita, respondió el

jardinero, agregando:-Pero no vaya sola hacia allá, está bajando la niebla

y puede pasarle algo.-No se preocupe, gracias, he muerto ayer al amane-

cer.¦

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¦ Nació en Barcelona en el año 1957. Vive en Argentona, un pueblo de la misma provincia. Essocio de la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción. Finalista del Premio UPC con lanovela corta Reflejo en el Agua , publicada en la Colección Espiral-Ciencia Ficción . En esamisma editorial publicó el relato Virtual dentro de la Antología Impactos en el Tercer

por Juan Antonio Fernández FernándezEspaña

l señor Sánchez, Álvaro para los amigos, era un humano puro. Ello ex-plicaba por qué podía gozar de un apartamento en la Zona Libre, te-ner una esposa no mutante, dos hijos y un acuario con tres magníficospeces de colores.

Aquel individuo trabajaba desde hacía veinteaños en una sucursal de la TransWorld en CiudadCristal, siendo considerado un empleado sumiso yobediente. Todo ello, sin embargo, no fue óbice pa-ra que una buena mañana el hombre llegara al tra-bajo con media hora de retraso, se saltara loscódigos de acceso a la bóveda de seguridad, le desin-tegrara una pierna al guarda con un láser y se larga-ra con cerca de cinco millones de créditos enefectivo.

El señor Sánchez, Álvaro para sus amigos, desa-pareció de la circulación sin dejar el menor rastro.

Los intentos de la policía por localizarle dentro yfuera del planeta fueron infructuosos, así como laspesquisas de la compañía de seguros, de los familia-res y de cuantos quisieron dar con su paradero. Elhombre se había esfumado por completo sin dejarninguna huella tras de sí.

Cuatro semanas más tarde, cuando nadie seacordaba del asunto, la señora Sánchez recibió a tra-vés de su móvil un bonito mensaje 3-D, enviadodesde unos elegantes apartamentos en Ciudad Lu-nar, en el cual su amante esposo le felicitaba por supróximo cumpleaños. Todo un detalle. La mujer

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acudió a mi despacho de luto riguroso, como si elbueno de Sánchez ya estuviera muerto y enterrado.Entre sollozos me pidió que la acompañara a la Lu-na y que, en mi calidad de detective, convenciera asu marido para que se entregara a la justicia. Seme-jante petición iba acompañada de diez billetesgrandes, por lo que acepté sin reparos.

Aquella misma tarde volamos hacia el viejo saté-lite. Cinco horas después, siendo noche cerrada enhorario local, nos alojábamos en el hotel del espa-ciopuerto. Aunque ambos habíamos acordado sa-lir juntos por la mañana, apenas quedé solo alquiléun traje lunar usado y marché zumbando hacia losapartamentos en cuestión. Yo tenía motivos paraactuar sin testigos, cinco millones de buenos moti-vos.

La entrada a aquellos apartamentos subterrá-neos era una inmensa cúpula dorada. Sobre nues-tras cabezas se proyectaban nítidas imágenes enmovimiento, representando con gran realismoexuberantes paisajes espaciales, mientras infinidadde serviles androides ofrecían bebidas entre floresexóticas. Celebridades millonarias paseaban antemí, vestidas con elegancia y protegidas de los mos-cones por una jauría de guardaespaldas con im-plantes mecánicos. Yo me mantuve al margen,merodeando por la zona sin llamar la atención.

Por fin encontré a un botones humano que, pre-vio aligeramiento de mi cartera, me informó sobreel pájaro que yo buscaba. El amigo Sánchez habíaestado alojado allí varias semanas, siempre encerra-do en su habitación; pero, lo que son las cosas,aquella misma tarde había ahuecado el ala tras reci-bir un mensaje urgente de la Tierra.

Maldiciendo mi mala suerte, comencé a investi-gar por entre los hovertaxis del sector. Al cabo demedia hora, encontré una pista. Un tipo pecoso yregordete reconoció la holofoto de Sánchez y seavino a facilitarme la dirección a donde le habíallevado. Mi cartera volvió a adelgazar otro poco pe-ro de nuevo me hallaba en el buen camino.

Llegué a mi nuevo destino en cuestión de minu-tos. El lugar resultó la antítesis del anterior. Se tra-taba de una de esas pensiones de mala muerte quetanto proliferan cerca del espaciopuerto, sin aislan-tes acústicos y con los moduladores térmicos me-

dio estropeados. El calor era sofocante, sin dudaproducido por algún motor atómico ilegal. Le en-señé al conserje el holofoto en cuestión. Con laayuda de quinientos créditos se acordó del fulano yme facilitó el número de su habitación.

El elevador hidráulico no funcionaba, así quesubí por una escalera llena de mugre y orín. Para serun tipo con tanta pasta, Sánchez me estaba resul-tando un tanto tacaño. Jadeando a pesar de la tenuegravedad lunar alcancé la puerta indicada; enton-ces, utilizando mi ganzúa eléctrica, logré abrir lavieja cerradura sin dificultad. Tras cerciorarme deque nadie espiaba por el pasillo, penetré en el inte-rior cerrando a mis espaldas.

La estancia estaba tan oscura como el retrete deun bar. Encendí la luz, aunque no gané mucho conla raquítica halógena que pendía del techo. Inspec-cioné el lugar con ojo crítico; la cama estaba deshe-cha y sobre ella descansaba una maleta en unprolongado bostezo. Diseminada por doquier po-día verse ropa interior sucia, camisas arrugadas yun descolorido traje lunar. Frente a mí se dibujabael quicio de una puerta ennegrecida por la acumu-lación de roña. Me acerqué al batiente y lo empujécon el pie.

El señor Sánchez, Álvaro para los amigos, yacíaen la sucia bañera. No se enfadó al verme, estabamás muerto que mi abuela. Lucía un grotesco pija-ma de sinte-seda en cuyo pecho podía leerse la pala-bra “In f in ito ”. A la altura del corazón alguienhabía creído oportuno abrir un boquete, por el cu-al emanaba generosa la sangre. Tuve cuidado de nopisar el coágulo formado en el suelo y cerré de nue-vo.

¿Qué se suponía que debía hacer yo? Era el pri-mer cadáver con el que me topaba en la Luna, perono sería una buena idea querer enmarcarlo. Así quelo dejé donde estaba y me largué con el viento fres-co. Antes, eso sí, realicé un pequeño registro. De-cepcionado, enseguida comprendí que los cincomillones no estaban a mi alcance. No obstante, mellevé una pequeña agenda que encontré en un bolsi-llo del traje lunar, limpié de huellas dactilares loslomos de las puertas y bajé por donde había subi-do.

El conserje no se inmutó cuando le pregunté si

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Sánchez había tenido alguna visita anterior. Qui-nientos créditos más tarde recordó a una mujer,aunque no había podido ver su rostro. ¿Alguienmás? Un encogimiento de hombros. La gente entra-ba y salía a todas horas, nadie parecía tener motivospara quedarse demasiado tiempo en aquel tugurio.

Una vez fuera inspeccioné mi botín. Fue fácileludir el código de acceso de la agenda y obtuve unalista de direcciones. El tal Sánchez era muy metódi-co; allí figuraba apuntada la presente dirección, asícomo la anterior. También estaba su propio domi-cilio en la Tierra, el de su madre y algunos otros porel estilo. Pero una reseña en especial llamó mi aten-ción. Estaba remarcada en grandes letras rojas, conpequeños corazones que subrayaban el nombre.Decía: ROSITA. “La fulana”, pensé, buscando al-gún nuevo dato sobre ella. Sorprendido, volví a en-contrar la dirección de los apartamentos queSánchez había abandonado hacía poco, aunquecon un número diferente de habitación. ¿Coincide-ncia? ¡Y un cuerno! Me fui directo para allá.

El jefe de porteros humano se mostró de lo másreticente cuando intenté pasar, insistiendo en su de-ber de avisar a “la señorita López”. Mil créditos vo-laron para hacerle comprender que yo era un primode Colonia Marte y que iba a darle una sorpresa.Aquello le ablandó el corazón un tanto y me dejóvía libre.

Bajé al séptimo piso de aquel lujoso subterráneoen un ascensor más grande que mi propia oficina.Mentalmente fui preparando la escena. Si la tal Ro-sita era la querida de Sánchez, tal vez supiera dóndeestaban ocultos los cinco millones de créditos.Aquello podía compensar el dispendio que yo esta-ba efectuando durante toda la noche.

Apreté el timbre de la puerta y pude percibir unanota de lo más musical. Tras unos cortos segundosel panel se descorrió con suavidad y apareció antemí una rubia despampanante, ojos lánguidos y cur-vas deliciosas. ¡Caramba con Sánchez! La chorvame sonrió de una forma un tanto imprecisa y mepreguntó qué se me ofrecía. Se lo demostré en el ac-to. La empujé sin contemplaciones hacia el interiory me colé detrás de ella, cerrando a mis espaldas.Mostré en la mano derecha mi querida quitapenas,una potente pistola láser de 9 milímetros que había

adquirido de forma no muy legal. Con ella el mun-do y la Luna me parecían más seguros.

Hice avanzar a la muñeca por un corto pasillohasta que ambos desembocamos en una sala decora-da con muebles del Siglo XX. Allí nos aguardaba unhombre diminuto de enorme cabeza, sentado contoda pulcritud en una butaca acolchada. El tipo nose inmutó cuando hice mi aparición y casi dejó es-capar un bostezo de aburrimiento al apuntarle yocon mi arma.

-¿Viene solo? –preguntó con dulzura.-Sí –gruñó una voz a mis espaldas.Antes de que tuviera tiempo a rehacerme de la

sorpresa, mi cerebro pareció estallar en mil peda-zos. El suelo se elevó hasta abofetearme la cara ysentí la presión de un par de manzanas recorrer to-do mi cuerpo, estrujándome los huesos sin conside-ración alguna. Luego fui alzado sin demasiadadelicadeza y arrojado sobre la butaca que había esta-do ocupando el enano cabezón.

Éste se hallaba ahora ante mí, mirándome son-riente desde su diminuta estatura. A su lado habíaun gigante de más de dos metros, espaldas enormesy expresión bovina. En una de sus manos descansa-ba mi pistola láser, ridículamente pequeña, apun-tándome directo al corazón. Gemí; aquello nopodía pasarme a mí.

-Le has atizado demasiado fuerte –comentó críti-co el pequeño. El gigante se limitó a gruñir desapro-bador, como indicando que ya tendría ocasión decomprobar lo fuerte que podía llegar a atizarme.

-¿Qué pasa aquí? –pregunté haciéndome el sueco-¿A qué viene esto?

El hombrecillo me observó en silencio y yo hicelo mismo con ellos. Se trataba de un par de matonesde baja estofa, mutantes afectados por las radiacio-nes de las zonas contaminadas, los cuales malvivíanalquilando sus servicios al mejor postor. Aquellosdos eran el cerebro y los músculos, una pareja dignadel Gordo y el Flaco. Me pregunté qué demoniospintaban en aquel barullo. ¿Habrían sido ellos losque se cargaron al finado Sánchez? Observé a la ru-bia; estaba sentada en otro sillón, callada y pálidacomo una muerta. No parecía muy entusiasmadacon sus visitantes. Un tanto a su favor.

-Así que detective –murmuró el enano ojeando

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mis documentos-. ¿Quién te paga por entrar así alos apartamentos?

-Soy el ayudante lunar de Papá Noel.El gorila hipertrofiado no tenía sentido del hu-

mor. Me atizó un papirotazo que me lanzó contrael suelo. En el acto me alzó de nuevo y me atornillóal asiento. Se me nubló la visión mientras un mon-tón de estrellitas danzaba entorno mío. De nuevofui víctima de un cacheo y maldije mi perra suertecuando se apoderaron de la agenda y la holofotodel muerto. El enano silbó por lo bajo y trasteó elaparato, leyendo con facilidad su contenido. En-tonces cuchicheó algo al oído del gigante; éste noparecía muy conforme pero acabó asintiendo.

-Voy a salir un rato –me informó Medio-metro-,no tardaré demasiado. Mientras tanto, te dejo en laagradable compañía de Mani. Procura no irritarle,pues acostumbra a ser algo violento.

El gorila lanzó un gruñido como prueba de suirritabilidad y clavó sobre mí un par de ojos nadatranquilizadores. Su compañero desapareció conpresteza, llevándose su estúpida sonrisa con él. Yaera algo. Los demás oímos el panel de la puerta aldeslizarse y nos quedamos callados como peces.

El gigantón tomó asiento entre nosotros, ha-ciendo protestar con estrépito la silla de símil ma-dera que tenía bajo él. Resultaba evidente que aquelmastodonte se proponía montar guardia con todacautela. Yo repasé la situación en mi mente. Estabametido en un buen embrollo. Si aquella montañahumana no se decidía a hacer picadillo mi humildepersona iba a ser todo un milagro. La rubita perma-necía sentada sin decir esta boca es mía, retroce-diendo nerviosa sus manos. Entonces decidíjugarme el tipo. Tal vez yo pudiera sorprender aaquel gorila antes de que volviera su amigo y ambosdecidieran juguetear conmigo.

-¿Puedo fumar? –me arriesgué a decir al cabo deun rato.

La pistola me apuntó con más firmeza, insi-nuándome que no podía. Me encogí de hombros yguardé silencio. Sentía la garganta seca y tenía la es-palda empapada en sudor. No osaba moverme; leíabien claro en los ojos de aquel degenerado que esta-ba deseando abrasarme el pecho. Los mutantes sonasí, te cogen manía sin la menor explicación y te ha-

cen picadillo en un decir amén.Mis ojos, despejados por completo, buscaban

con frenesí algo que pudiera servirme no sabía bienpara qué. La sala estaba decorada con una falsa chi-menea; yo esperaba que su atizador no fuera falsotambién, pero parecía estar tan lejos como la otracara de la Luna.

-¿Qué clase de nombre es ése de Mani? –inquirídispuesto a jugarme el todo por el todo-. Parecenombre de mujer. Dime, Mani, ¿eres homosexual?

Un siniestro rechinar de dientes me contestó.Los mutantes acostumbran a ser impotentes y notoleran ninguna broma al respecto. El hombretónse olvidó de la pistola láser y de todo lo demás, ex-cepto de mi humilde persona. Yo podía leer en susemblante que sólo pensaba en triturarme, conver-tirme en una pulpa sanguinolenta.

A pesar de que le asesté un golpe con todas misfuerzas, el fulano se giró hacia mí y me estrujó elcuello con una garra. Entonces sentí que me ahoga-ba y lo vi todo negro. A la desesperada, comencé atirar a ciegas. A veces me parecía topar con algo du-ro como una roca, otras no había nada; pero yo se-guí golpeando con saña.

Fueron unos angustiosos segundos en los que yoiba perdiendo de forma paulatina el conocimiento,sintiéndome congestionado y con los pulmones fal-tos de aire. Estaba ya a punto de darme por vencidocuando noté que la presión en torno a mi gargantacedía algo. Luego ambos caímos pesadamente alsuelo. Creo que entonces me desmayé.

Volví a recuperar el conocimiento contempladoel techo. Sobre mi pecho yacía la mole del jovialMani, chorreando sangre sobre mi traje lunar. Aduras penas conseguí quitármelo de encima; estabaK.O. pero todavía respiraba, el tío. También unaenorme herida en la cabeza y un hilillo de sangrebrotaba de su pecho a causa del disparo. Pero elmuy capullo se negaba a morir.

Me levanté como pude y, dando tumbos, me en-caminé al lavabo. Allí pude refrescarme el cuello,observando los destrozos en un espejo. Mi cara esta-ba por completo amoratada y en la garganta eran vi-sibles las marcas de unos dedos monstruosos.Empapé una toalla en el agua y me envolví la partedolorida. Sentía arder mi gaznate y no conseguí tra-

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gar ni un solo sorbo. Traté de lavar mi pechera, em-papada en sangre, hasta que me di por vencido yregresé a la sala.

Esta vez mi atención se dirigió hacia la rubia.Continuaba en el suelo sin sentido. La trasladé al si-llón y procedí a mojar sus sienes para reanimarla.Al cabo de un minuto dio signos de recuperar elsentido y abrió un ojo. El otro no pudo, pues lo te-nía inflamado por el tortazo del gigante.

-¿Cómo te encuentras?–pregunté con voz ronca.-Bien –me mintió con un estremecimiento-.

¿Le... le he matado?-A ese mutante no se le mata quemándole las tri-

pas. He tenido que ponerlo a dormir –expliqué, se-ñalando al caído.

Ella lo miró con aprensión. La agité un poco,pues había llegado el momento de aclarar ciertas co-sas. Hipando, la rubia me confesó que era secretariade la TransWorld y que tenía montado un rollo conel bueno de Sánchez.

-La empresa no sólo se dedica a negocios legales–me confesó-, aprovecha la cobertura de sus filialespara distribuir nanotecnología ilegal a todo aquélque pague bien. En aquella bóveda acorazada seguardaba el código genético de un nuevo y potentevirus tecno-orgánico, algo de un valor incalculable.Yo lo sabía y se lo conté a Álvaro, quien se volvió lo-co. Él pensó que con aquello en su poder obtendría-mos una fortuna que nos permitiría ir a cualquierparte. Me obligó a ayudarle, facilitándole el acceso ala bóveda, y planeamos juntos la fuga. Yo debía que-darme en la empresa, cubriendo sus pasos y reu-niéndome con él en la Luna cuando no hubierapeligro. Pero la TransWorld no iba a permitir que lesustrajeran el código genético; semejante fórmulapuede valer billones en el mercado negro.

Excitado, me pasé una mano por la frente. Elasunto estaba tomando un cariz insospechado. ¡Va-ya con el bueno de Sánchez!

-¿Yel par de mutantes? –inquirí intuyendo la res-puesta.

Trabajan para la TransWorld. Tienen que en-contrar a Álvaro antes que la policía y recuperar elcódigo del virus, matándole si es necesario. No sécómo, pero lograron descubrir mi implicación enel robo y me obligaron a confesar nuestra cita en la

Luna. Sin embargo, yo fui más lista que ellos y, an-tes de abandonar la Tierra, logré enviar un mensajea Álvaro, advirtiéndole del peligro. Cuando hoy lle-gamos aquí, él ya no estaba.

¿Y no sabes dónde se ocultaba Sánchez?-¡Juro que no! –gimió ella-. Álvaro sólo me dejó

un videomensaje. Se había arrepentido de todo elasunto, decía que era una locura y que estaba deses-perado. Lloraba como un niño y prometía que iba avolver al lado de su esposa, aunque tuviera que en-tregarse a la policía y confesarlo todo.

La miré con curiosidad. ¿Podía yo creerla? Loque me explicaba entraba dentro de lo posible, almenos si Sánchez tenía el carácter que yo me habíaimaginado. El valor debió abandonarle enseguidaal comprender las implicaciones de lo que había he-cho. Cuatro semanas alejado de su amante le ha-bían serenado. Escondido en un agujero, el pobretipo envió un mensaje reconciliador a su esposa, de-seando regresar al hogar con sus peces. Pero antesalguien le mató. ¿Quién? Tal vez su despechadaamante, deseosa de quedarse con todo el botín, talvez el par de mutantes siniestros, recuperando el có-digo robado...

Mi razonamiento quedó interrumpido al captarun sonido suave. Era el panel de entrada alguien lohabía abierto. Medio-metro volvía al hogar.

Sujeté a la chica por una muñeca y la coloqué ami lado. Empuñé con fuerza mi arma, apuntandohacia el umbral del pasillo. El ruido de unos pasosllegó hasta nosotros. Noté cómo mi acompañantese ponía rígida, mientras mi mano sudaba y la pis-tola temblaba en ella. Me humedecí los labios conla lengua sintiendo el corazón latir más acelerado.De repente, los pasos se detuvieron. Medio-metrorecelaba. Los malditos mutantes son muy recepti-vos y huelen el peligro como si fueran ratas. Espera-mos en silencio, notando cómo iba aumentando latensión.

Y entonces se desencadenó el infierno. Una pe-queña figura pasó veloz, rodando por el suelo,mientras varios haces de luz mortífera brotaban ha-cia nosotros. Algo me chamuscó un mechón del pe-lo y, de forma instintiva, me agaché. Pero la rubia sepuso histérica y avanzó hacia delante, cubriéndomede forma involuntaria con su cuerpo. Un nuevo

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destello, dirigido hacia mí, se topó con ella. A travésdel brazo por el que la sujetaba sentí el estremeci-miento que la convulsionó, mientras un extrañoolor a carne quemada hería mi olfato. Ella cayó co-mo un fardo ante mí, quedando inmóvil por com-pleto. Un líquido pardusco comenzó a brotar bajosu cuerpo, extendiéndose por toda la alfombra.

Aturdido y asustado, apreté el dedo del gatillo,vaciando la bateria del arma en dirección a la mesadonde me había parecido se ocultaba mi enemigo.Cuando el metal incandescente de la pistola mequemó la mano, haciéndomela abrir por el dolor,me quedé de pie, desprovisto de movilidad. Misojos estaban fijos en el cadáver de la rubia, incapa-ces de mirar nada más. Una sensación de vacío sehabia apoderado de mi mente.

Por fin, haciendo un esfuerzo, me serené y pasépor encima del cuerpo de ella. Me acerqué hasta laagujereada mesa y miré hacia el otro lado. El enanotambién estaba muerto. Uno de mis disparos le ha-bía alcanzado de forma fortuita en la cabeza,abriéndosela como una sandía. Aparté la vista conrepugnancia, sintiendo que me acometían ganas devomitar. Unos sollozos entrecortados, provenien-tes del pasillo, me devolvieron a la realidad.

- Ya puede pasar, señora Sánchez –dije con unhilo de voz-, el festival ha concluido.

La mujer entró con paso inseguro. Vestía un tra-je lunar varias tallas más grande, sin duda alquiladoa toda prisa, y llevaba un bolso de viaje colgando deun brazo. Me miró indecisa y se sentó al borde deuna silla, teniendo la precaución de no dirigir la mi-rada hacia los cuerpos que adornaban el suelo.

- Me temo que habrá de avisar a la policía –co-menté, limpiándome el sudor con un pañuelo-. Dé-jeme su bolso, por favor.

Antes de que ella pudiera reaccionar, se lo quité.Abrí su cierre hermético y examiné el contenido.Había algo no muy habitual, se trataba de una fla-mante pistola láser de cañón cromado.

- Con esto mató usted a su marido –afirmé másque pregunté-. Él debió de ponerse en contacto conusted, tal vez a través del móvil, citándola en su ha-bitación. Si sus asesinos hubieran sido los mutan-tes, no estarían todavía buscándole, y si hubierasido la chica, el botín se encontraría aquí. Así que

solamente queda usted. Lo mató a sangre fría, mien-tras él se alegraba de volver a verla. Lo que no en-tiendo es por qué lo hizo.

Ella se llevó las manos a la cara y sollozó.-Me llamó al móvil, contento al saber que yo es-

taba en la Luna –confesó en voz baja-. Me dijo queestaba en peligro, yo tenía que comprarle una pisto-la y llevársela enseguida. Acudí rápida a la direcciónque me dio; me recibió en pijama, acababa de ba-ñarse y sonreía feliz. ¡Dios mío! Hace semanas queno duermo corroída por la angustia; mis hijos tie-nen los ojos irritados de tanto llorar y él había to-mado un baño como si tal cosa. No sé lo que mepasó, pero al verle allí tan tranquilo y sonriente,sentí que me invadía un profundo rencor... –tem-bló y me miró angustiada-. Toda la vida me he sacri-ficado por él y lo único que he recibido a cambiohan sido penalidades. Nunca le hemos importadoni mis hijos ni yo. Tan sólo deseaba a alguien que lehiciera la comida y le calentara la cama. No sé bienpor qué, pero entonces me pareció que tenía que li-berarme de él, arrancarle para siempre de mi vida.

- ¿Y qué hizo con el dinero y los otros papeles?–inquirí con excitación.

-Lo tiré todo por el inodoro –fue la extraordina-ria respuesta.

Me quedé sorprendido contemplándola horro-rizado. ¿Se había vuelto loca? Comprendo que, enun arranque de furor, se pueda matar al marido, pe-ro lanzar por el retrete cinco millones de créditos yun código genético que vale una fortuna, eso ya re-sulta demasiado. Pensar que la posibilidad de sermillonario estaría flotando por el espacio, dentrode una bolsa aséptica y rodeada de detritus, ¡maldi-ción! Aquella mujer estaba loca, no había la menorduda.

Ella se desentendió de mí, clavó su mirada en laalfombra y su mente vagó quién sabe a dónde.

-Toda una vida... –murmuró para sí misma-. Sa-crificar toda una vida... Es el crimen más grande delmundo.

Suspiré con resignación. Cogí el videofono y pe-dí el número de la policía.

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¦ Libia Brenda vive en Puebla. Ha publicado cuentos en revistas y fanzines como SUB,Umbrales, La langosta se ha posado , Fractal, Azoth y en una edición especial de CuentosCompactos de Rock. Actualmente escribe una novela con una beca del Fondo para la Cultura ylas Artes de Puebla.

por Libia Brenda CastroMéxico

ahora estamos aquí para conocer la historia más increíble deque ha tenido noticia el mundo de la publicidad mística, (d ic e

e l c o nduc to r d e c abe llo en vase lin ado y so n risa d e slum bran te

sin un só lo d ien te c h ue c o , al te leaud ito rio d e las se is d e la tar-

d e ); estamos aquí para que ustedes, amables televidentes, sepancuál es el real y verdadero origen de la singular vida que lleva

(Histo ria d e un In fo m erc ial)

nuestro invitado de hoy ...¡Señoras y señores, con ustedes Gamo, el

Graaaan Maestro Mojaaadoooo!... (Se e sc uc h an

ap lauso s y en tra en e l e sc en ario una en o rm e f ig ura

c uad rada, d e spués la luz d esapare c e d e l e sc en ario y

la e sc en a se d e svan e c e p ara dar in ic io a una p equeña

f ilm ac ió n en sep ia, c o n una vo z en o f f que re lata la

v ida d e l in v itado )

Gamo pesaba setenta y cinco kilos y medía 1.65

Lo cual quería decir que estaba más pesado de lo de-bido. Gamo empezó a tomar agua como poseso.«Es excelente para perder kilos», le decían, «tomamuchísima agua». Yles hizo caso. (Aquí se adv ie rte

una f ig ura m asc u lin a beb iendo g rand es c an tidad es

d e agua; to d o en sep ia, m uy bo n ito )

Primero bebía dos litros diarios y orinaba comoocho veces, la panza se le infló y se puso tirante co-mo piel de tambor, la digestión le hacía muy, muy

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rápido y hasta el hambre se le fue de tanta agua. A las dos semanasya tomaba cuatro litros al día. «Qué bueno Gamo; además acuér-date que estamos constituidos en un 75% de agua. Ya verás comopronto bajas de peso».

Al principio le costó imaginarse todo de agua, incluso en sustres cuartas partes, luego pensó que si tomaba sólo líquidos purosy puros líquidos, terminaría por volverse de agua él también, al100%.

Y siguió, toma y toma agua.(Co n tinúan las e sc en as d e la f ig ura in g irien do agua)

En seis meses Gamo ya no pesaba los setenta y cinco, en reali-dad estaba escuálido. Ahora pesaba cuarenta y cinco y se sentía«como pez en el agua». De todas formas no cesó de beber y beber.

Ahora los líquidos eran su obsesión. La cantidad ascendía ya adiez litros diarios, aparte de los jugos, extractos y licuados de fru-tas. Verduras y sustancias aguadas alimenticias eran ahora el úni-co componente de su dieta. «Sólo líquidos de alto valornutricional, de ahora en adelante ése será mi alimento -pensabaentre vaso y vaso- es mucho mejor».

Y así.(Aquí la vo z en o f f c o m ienza a im p rim ir to nalidad es d ram áti-

c as a la narrac ió n , que c o n tinúa en sep ia)

Gamo comenzó a sentir -al principio paulatinamente-, cómoel líquido iba invadiendo todo su ser, su entorno. Primero fue lacama, la sustituyó por la tina de baño, la llenaba todas las nochescon agua templada, luego se sumergía, sintiéndose flotar leve-mente en el pequeño recipiente. (Esc ena d e un su je to f lo tando

p lác idam en te en una tin a p erc ud ida y c o n las patas d e bro n c e ).Durante el día era cuando lo pasaba menos bien, debido a su ex-posición al aire libre, teniéndose que conformar con ingerir aguay mojarse la cara y las manos cada vez que se le presentaba la opor-tunidad.

Convenció a su papá de comprar una casa con alberca, porquela natación es un excelente ejercicio y con alberca uno se mantie-ne permanentemente mojado -siem p re y c uando n o se salg a d e la

albe rc a.

«Estar de acuático tiene sus ventajas», así pensaba Gamo, puesmamá ya no tenía que comprarle comida y suspendió la confec-ción de empanadillas de carne, que eran sus favoritas en tiemposde solidez alimenticia.

(Esc ena d e una señ o ra f e liz m irando hac ia e l p atio y lueg o ha-

c ia e l h o rn o vac ío c o n te rnura)

Tampoco de la ropa había que preocuparse, a lo sumo una tru-sa de playa, por aquello de las visitas que se hubieran ofendido sise las recibía en cueros y todo mojado. Cosas de la moral y las bue-nas costumbres.

Gamo comenzó asentir -alprincipio

paulatinamente-,cómo el líquidoiba invadiendotodo su ser, su

entorno. Primerofue la cama, la

sustituyó por latina de baño, lallenaba todas lasnoches con aguatemplada, luego

se sumergía,sintiéndose flotarlevemente en el

pequeñorecipiente.

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Gamo felicísimo.La última medida fue construir un enorme tina-

co de cristal, para ponerlo en el jardín de atrás, conuna parte de sol y otra de sombra, para que la alber-ca pudieran usarla los familiares (y lueg o lo s d isc í-

p u lo s d e l Maestro Gam o ). El tinaco es rellenadocada día, con agua que contiene las debidas dosis denutrientes que necesita en su nueva condición y lehacen la limpieza cada semana.

(Aquí se v e a un ind iv iduo , e l que rep re sen ta a

Gam o , en trusa d e p laya en ac titud pudo ro sa y d en -

tro d e un tin ac o d e c ristal llen o d e agua)

No vaya a ser que algún virus acuático de por tie-rra con todo.

Y esta es más o menos la historia de su vida, almenos de su vida húmeda. Ahora, a nuestro perso-naje se le ha ocurrido una nueva manera de abordarla existencia humana, una nueva teoría mística paraestar en paz con todos los seres del universo, la Filo -

so f ía Ac uátic a.(El f ilm e te rm ina y nuevam en te da paso al p ro -

g ram a que se d e sarro lla en v ivo ; se e sc u c h an ap lau-

so s y h ay un pan eo d e la c ám ara al púb lic o que

palm ea en tusiasm ado )

La FilAc , es una doctrina creada por el mismoGamo, (c o n tinúa e l c o nduc to r), en la que el con-cepto principal afirma que la sustancia más noblees el agua; y el verdadero misticismo y retiro espiri-tual consisten en volverse acuático de todo a todo.(Ap lauso s y una to m a al su je to d e l tin ac o que se re -

vue lv e un p o c o en e l ag ua y so n ríe a la c ám ara). Alpoco tiempo de iniciarse en dichas meditaciones haenviado sus tratados, -los cuales dictaba a una hor-da de secretarias con el cabello teñido y minifaldasmuy cortas que saben taquigrafía y mecanografía-(e l c o nduc to r ríe ), ensayos y ponencias a los direc-tores editoriales, pidiendo que publicaran éstos enforma de libro lo antes posible, para que la humani-dad, siguiendo su ejemplo, comience a tomar aguay acabe en un gran tinaco de cristal. (El c o nduc to r

to m a un vaso c o n agua que le en tre g a una ed e c án y

lo vac ía ap re suradam en te , d e spués vue lv e a re írse )

Como se darán cuenta, esta es una de las teoríasmás libres y más fácilmente aceptables, aún los dis-cípulos de más reciente ingreso, hablan del maestrocomo de cualquier compañero de escuela, llamán-

dolo simplemente Gam o y cualquiera puede dar aconocer su biografía, en su propio lenguaje y sin re-buscamientos de ningún tipo, para que el mundosepa cuál fue el origen de las ideas del Gran MaestroMojado.

Ahora por fin, cansado de dictar sus brillantes ynovedosas ideas a sus secretarias, quienes sólo lasinterpretan de manera errónea, sin entender lagrandeza y profundidad que encierran, el Maestroha decidido pedirle a la Little Pear En terp rise s, quele diseñen un bonito procesador subacuático, parapoder transcribir directamente su doctrina; lo cual,por otro lado, ayudará enormemente a su inspira-ción, dada la facilidad que esto representa. (En tra

un anun c io d e la em p re sa patro c in ado ra, que dura

c o m o c in c o m inuto s se g u id o s, p ro m o c io nando un

p ro c e sado r d e palabras subac uátic o ). Los editores, apesar de todo, fascinados por esta novedosa y atrac-tiva filosofía, ya se arrebatan los derechos de publi-cación, sabiendo de antemano que todo esto lesdejará enormísimas ganancias, por lo que el Maes-tro ha prometido darse prisa. y mandar sus origina-les a todos los países. De esta manera el mundoentero conocerá la Verdad y encontrará la senda dela Luz Mojada, como hemos hecho nosotros aquí,esta misma noche.

Gracias por su atención amable auditorio. Y re-cuerden: ¡tomen mucha, muchísima agua! (La esc e -

n a se o b sc u re c e y ap are c e n lo s c ré d ito s d e l

p ro g ram a).

¦

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PROGRAMA CULTURAL TIERRA ADENTROUn espacio para el acontecer cultural de las diversas regiones del país

REVISTA

T I ERRA ADENTROCONACULTA

Publicación bimestral con 25 años deexistencia, en la que, a través de

números monográficos, se abordandiversos temas culturales: literatura,música, danza, teatro, arquitectura,

historia regional, cultura y artespopulares y patrimonio cultural,

además de dedicar tres secciones encolor a las artes visuales y ser un

medio para la difusión delos creadores jóvenes de los estados

de la República.

Números recientes

Artes conceptuales El libro

y la lectura Nueva narrativa

De venta en Libros y Arte,Sanborns, Vips, Gandhi y otraslibrerías de prestigio.

En Internet: www.conaculta.gob.mxe-mail: [email protected]

Fondo EditorialEstá destinado a la publicación delibros individuales, antológicos y

colectivos en los diversos géneros, dejóvenes autores del interior del país,

para de este modo, dar a conocernuevas voces y estimular la creaciónliteraria acercándola al público lector

de México.

215 títulos deCuento Ensayo Novela

Poesía Teatro

PROGRAMA DE RADIO

Coproducido con Radio Educación,este programa pretende poner alalcance de un mayor número depersonas la labor artística de losjóvenes creadores, así como el

quehacer cultural que se genera enlas diversas regiones del país.

Radio Educación, 1060 AMLunes 18:00 hrs.

Escúchelo por

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on las diez con cuarenticinco minutos y todavía estoy metido en el Tunn e lba-

na. Se siente calor aquí dentro. Una mujer de cabello blanco está sentada a micostado derecho y lleva sobre sus robustas piernas, cubiertas con un vestido deseda negra, a su engreida perra. Veo que desliza sus arrugadas y palidas manossobre el dorso peludo, negro y ensortijado de Teddy.

¦ Marco nació en Perú. Desde hace algunos años radica en Suecia. Ha publicado el libro Unanoche de otoño y otros relatos y ya busca editor para su segundo volumen también dedicado ala narrativa.

por Marco Minguillo BrehautPerú-Suecia

Bueno eso fué lo que le escuché decir cuando seabrieron las puertas en Midso m m arkran sen e ingresócon su engreída, hace ya algunas estaciones atrás, y an-tes de que el hombre con ojos rojizos y aliento aaguardiente pasara pidiendo algunas monedas parapoderse duchar en algún baño público, de la estacióncentral.

Frente a mí hay una jóven de tez blanca, sus cabe-llos dorados se desprenden y caen desordenados, be-sando sus curvosos hombros. La contemplo a travésdel vidrio de la ventana, estamos pasando por un tu-nel, largo y oscuro, parece interminable. Su reflejo se

ve como un ardiente sol emergiendo de la oscuridad.Está leyendo ”Metro ”, ese periódico que se distribuyegratuitamente en todas las estaciones de Estocolmo.

Al lado de ella está un hombre, quien contemplacon devoción al cuadrúpedo, y enrumba las palabrashacia su dueña. Pequeñas gotas de sudor emergen ti-moratas y se deslizan por una superficie curva, lisa,carente de pelos y caen en estampida por unas cejaspobladas y amarillentas. El tema de conversación en-tre ambos gira sobre los juegos, hábitos, gustos, ali-mentos, paseos y travesuras de Teddy, sí de Teddy.

-¡Slussen !, se cuela una voz pausada que multiplica

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su intensidad por entre los huequillos de los pequeños parlantes, instala-dos en el techo del vagón azulado.

Me despido con una mirada hambrienta sobre esa rubia tentación, pi-do permiso a Teddy y a su dueña, y salgo disparado hacia la puerta, escabu-llendome entre cuerpos sudorosos.

Brinco hacia la escalera y subo a través de peldaños ennegrecidos, hastallegar a la superficie. Luego camino algunos metros, y cuando estoy cercade una inmensa lámina de vidrio con marcos de metal plateado, ésta seabre automáticamente en dos hojas, hacia los lados.

Dejo la moderna construcción y veo a gente regada sobre un pequeñoparque. Hay también vendedores de flores y libros, mucha gente entra y sa-le de la estación. El cielo muestra un sol nórdico que se afana después devarios meses de ausencia. Las gaviotas chillan, planean y circundan los bo-tes anclados en el puerto.

Me dirijo hacia las gradas de madera vieja, que se encaraman y metenpor entre rocas mohosas y las cuales me conducen hacia las alturas, a miencuentro con el laberinto de la historia.

Estoy volviendo a ”Vita Berg en ”( La montaña blanca) después de dosdías en que junto con otros compañeros de la Universidad, hicimos unacaminata por estos lares, siguiendo los pasos del escritor sueco Per AndersFogelström.

En este lugar, hace mucho tiempo, vivieron pescadores, estibadores, za-pateros, panaderos y obreros de la naciente industria. Tomaron la monta-ña, y allí construyeron sus precarias viviendas, carentes de luz y agua, sincalefacción, soportando así los prolongados y duros inviernos. Las con-templo, estan hechas de madera con olor a mar. Rojas y con techos a dosaguas, regadas en la montaña, como cabalgándola, bravías, resistiendo lavoracidad de los años.

El camino hacia aquí tiene tramos encementados y en otros, solo haytierra y piedras. Siento que el viento lame mi espalda y trae el canto melo-dioso de los pájaros.

Los rayos del gran Inti latiguean mi rostro, mi cabeza, mi cuerpo, trans-piro.

Ahora meto la nariz entre un cerco de madera, alegres flores resplande-cen entre largas y abundantes matas de gras.

-Aquí v iv ió un zapate ro c o n sus h ijo s y su m uje r, está escrito en una pla-ca con letras de imprenta y descansa sobre una lámina plástica. Eso tam-bién lo dijo el guía, en la caminata de anteayer.

Pareciera como si ahora el viento trajera voces e imágenes, están todavíaun tanto confusas. Conforme pasan los segundos la nubosidad va toman-do color y forma. Ymis ojos, como dos faroles encendidos en la penumbrade la noche, brillan, brillan...

Recuerdo ese lunes por la mañana, cuando estábamos formando filasen el patio de la escuela pública en donde estudié. Cientos de escolares can-tábamos desentonadamente una canción cuya letra hablaba de libertad eigualdad, y de héroes con vidas intrascendentes, las cuales nos obligaban arepetirlas de memoria, sin reflexionar.

El auxiliar responsable de la disciplina de la escuela se apellidaba Aban-

Tomaron lamontaña, y allí

construyeron susprecarias viviendas,

carentes de luz yagua, sin

calefacción,soportando así los

prolongados y durosinviernos. Las

contemplo, estanhechas de maderacon olor a mar.

Rojas y con techos ados aguas, regadas

en la montaña,como cabalgándola,bravías, resistiendola voracidad de los

años.

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to, era un viejo militar retirado, quien parecía que noencontraba diferencia alguna entre cuartel y escuela.

Formando filas nos dirigíamos a las aulas, instala-das como vigías, alrededor del amplio y empolvadopatio. Se escuchaban solamente nuestras pisadas in-fantiles retumbando la vieja escuela.

Todavía el maestro nos estaba martirizando conesa clase de matemáticas, aburrída, llena de númerosy de cifras, materia del que yo era uno de los peores,cuando pedí permiso para ir al baño.

Salí del aula, en mi cabeza relampagueaban lossímbolos de multiplicar y dividir, pero las ganas deorinar me hicieron correr.

Luego, ya mas calmado, y con deseos de pasar eltiempo hasta que culmine la hora de los números, op-té por ir a fisgonear las otras aulas en donde estabanmis amigos del barrio. Lo tenía que hacer con muchocuidado, evitando ser visto por los maestros y en espe-cial por el auxiliar Abanto, de quien nosotros nosburlábamos pero cuando no estaba él, recuerdo que ledecíamos ”Aban to , Aban to ya n o te aguan to ”, porqueestábamos cansados de su exacerbado afán por la dis-ciplina.

Estaba llegando al tercero ”B”, el aula en donde es-tudiaban mis amigos Victor, Guillermo y Richard.En eso, mis ojos se desviaron y dirigieron hacia el cen-tro del patio, atraídos por una extraña fuerza. Vi a unestudiante que tenía los brazos abiertos, estaba arrodi-llado en ese piso, mezcla de cemento y polvo.

El cielo estaba limpio y un sol furioso hacía arderal pedregoso cerro, en cuyas faldas estaba ubicada laescuela. A zancadas llegué y vi más de cerca a un mu-chacho que tendría mi misma edad. Tenía el rostroovalado, del cual se erigían dos pómulos desafiantes ycon la piel quemada por el frío de temperaturas ine-xistentes en esa zona.

Tenía los ojos cerrados y por su rostro caían gotasgruesas de sudor. Sus labios delgados estaban secos,cuarteados.

-Am ig o , am ig o , le susurré al o id o .

Parecía que no me escuchaba, continuaba en lamisma posición. Insistí dos veces más, hasta que suscortas y exiguas pestañas se abrieron. Vi dos pupilastristes que reflejaban mi rostro indagador.

-¿Po rqué e stás aquí, arro d illad o ?

Con pronunciación de quechuahablante me con-testó:

-Es que e l auxiliar Aban to m e a c astig ado .

-¿Y po rqué?, insistí.-Es que h e ven id o c o n m is ayanques y do n Aban to

d ic e que n o se pued e ven ir así a la e sc ue la.

Miré hacia sus pies y ví que llevaba unas sandaliasartesanales, hechas de jebe negro, por entre las cualessobresalían unos tobillos callosos.

-Am ig o , ¿c ó m o te llam as?, le pregunté.-Eleu te rio .

-¿Y desd e c uándo estás aquí?

Entrecerrando sus ojillos, afligidos por el sol y elcansancio, respondió:

-Después d e la f o rm ac ió n m e separó d e l re sto y m e

d ijo que e stuv ie ra aquí h asta que é l v in ie ra... Ya no

sien to m is ro d illas y m e due le la c abeza y lo s brazo s...

-Pero , ¿p o rqué has ven id o c o n ayanques a la e sc ue -

la?

Mostrando un rostro desconsolado me dijo:-Es lo ún ic o que ten g o , e s que ... n o ten em o s p lata

para c o m p rar zapato s...

Con el transcurrir de las semanas Eleuterio y yo re-sultamos amigos. Él había llegado con su familia dePuno. Allí, Eleuterio, sus padres y hermanos labora-ban las tierras de un viejo gamonal quien tenía un hi-jo parlamentario. Habían dejado su pueblo, curtidode miseria, cifrando sus esperanzas en el trabajo co-mo guardían de la escuela, que su padre había recibi-do por parte de su tío Isidoro, quien laborabavendiendo emoliente en las calles de Lima.

En la parte trasera de los baños, había una casuchaconstruída con parantes de madera, revestida con car-tones y plásticos, era la morada de Eleuterio. En unrincón tenían sembrado algunas matas de ají, tomatey maíz. A veces veía a Hortencia, la hermanita menorde Eleuterio, quien espantaba con una rama de euca-lipto a las tres únicas gallinas coloradas que tenían,para que no se comieran las verduras que cultivaba sumadre.

Eleuterio tenía mi edad, pero asistía a clases de ni-ños con tres o cuatro años menos que él. Se burlabande su rostro indígena, de su manera peculiar de hablarel español y era conocido en la escuela como: el hijodel guardían.

Le gustaba jugar futbol y era sin duda un buen ar-quero. Era pequeño pero fuerte y le gustaba guerrearen el campo de juego. Eleuterio garantizaba que noentrase la pelota cuando jugábamos con muchachosde años superiores y especialmente cuando nos en-

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frentábamos a equipos de otros colegios.

A Eleuterio lo dejé de ver cuando mis padres metrasladaron a otra escuela de la zona, para estudiar misecundaria. En ese proceso vinieron otras materias,otros amigos y el gusto por las chicas de la escuela seconvirtió en una obsesión.

Ya en cuarto de secundaria, en el mes de diciem-bre, recuerdo que ibamos frecuentemente a caminaren grupo hacia la playa, inmensa, en cuya orilla seocultaban los pequeños muy-muyes, bajo la arena hú-meda, bañada por el ondulante oleaje de ese mar ver-doso.

Caminábamos por el canto de la playa, dejábamosque la resaca, blanca y espumosa, lamiera nuestrospies desnudos. Volteábamos nuestros rostros son-rientes y nuestras pupilas refulgían al mirar nuestraspropias huellas, nuestro camino, nuestras ansiosas vi-das de adolescentes.

Mientras las bulliciosas gaviotas y los cándidos pe-lícanos, cazaban distraídos peces y medrosas arañasde mar, tirábamos nuestros cuadernos sobre la arenay nos sentábamos a contemplar el lecho oceánico, ha-cia el infinito. Nuestros rostros tomaban una tonali-dad naranja, mientras el cielo era pintado de fuego.Nos quedábamos allí, en silencio, hasta que nuestrassemblantes retomaban su color natural y, retornába-mos a casa cuando las luces de la pequeña ciudad seempezaban a encender, como bombillas en navidad.

Un día fuímos a realizar un trabajo de campo conun grupo de compañeros de la Universidad, en unode la infinidad de pueblos jóvenes que existen en elsur de Lima. Teníamos que elaborar un diagnósticode los pobladores del lugar.

Serían las cuatro de la tarde cuando a Alejandra sele rompieron los zapatos, al bajar del cerro en dondehabíamos hecho nuestras entrevistas.

-¡Muc hac h o s, m uc hac h o s, n e c e sito urg en te un za-

pate ro !, ¡n o puedo lle g ar así a la Un ive rsidad !

Luego de que alguien entre bromas recriminó elporqué ella había llevado zapatos de fiesta a una acti-vidad como ésta, iniciamos la búsqueda del zapatero.

Pasamos de un cerro a otro, por entre senderosempedrados. Las casas de estera y cartón eran unaprolongación del paisaje. Niños con el vientre infla-do, jugaban con un escuálido perro, quien movia lacola cuando recogía un pequeño tallo de granadillalanzado por los pequeñuelos. A unos metros de ellos

había montículos de desperdicios, que nos arrojó unanube de moscas cuando pasamos por su lado. Pregun-tamos por algun zapatero, pero no había.

-Tien en que pasar a la o tra lo m a, allí c reo que hay

un o , comentó una señora que venía con unas galone-ras de querosene y a la que encontramos en el camino.

La vista no variaba de las anteriores, continuamospreguntando, hasta que alguien nos dijo:

-Vayan aquí a la vue lta, allí van a en c o n trar a un o .

Era una casa como las otras, pero se podía leer unpequeño letrero hecho a mano: ”Se areg lan to do tip o

d e zapato s, se rb ic io al in stan ti”. En la puerta habíauna niña de unos tres años, quien paladeaba unos hi-lillos verdosos, espesos, que le caían de la pequeña na-riz, la cual se perdía en un rostro redondo y conmanchas de tierra. Se quedó mirando el zapato rotode Alejandra y sonrió timidamente.

Entramos a lo que se suponía era la sala y la cual,funcionaba como el taller del zapatero, esto lo com-prendí por el olor a cuero, pegante y a sudor de pies,ya que mis ojos veían sólo oscuridad por algunos ins-tantes. Pasaron los segundos y todo a mi alrededor sehizo más nítido. Vi a un hombre sentado tras una tos-ca mesita de madera. Tenía la cabeza agachada y es-parcía terokal a la suela de un zapato viejo. Sobre lamesa había pequeños recipientes de madera con cla-vos de diferentes tamaños, al lado se veía un cúmulode sandalias y zapatos pertenecientes a niños, mujeresy hombres, esperaban su turno para ser reparados.

El grupo de compañeros llenó el reducido am-biente. Hasta que el hombre levantó el rostro y pre-guntó qué deseabamos. En eso su voz sonó como uninagotable eco en mi cabeza.

-Esa vo z, e sa vo z la c o n o zc o ..., me dije para mi in-terior.

-Yeso s o jo s, sí e so s o jo s triste s lo s h e v isto en alg u-

na parte , m e re su ltan fam iliare s , pensé.-¿Eleu te rio ?, pregunté al hombre, con una voz in-

segura.-¿Manue l?, ¿Manue l?, insistió el hombre con una

voz angustiosa.Alejandra y los otros muchachos nos miraban con

ojos asombrados, en silencio. Por entre las paredes deestera, en el lado donde no había papel periódico co-sido, se filtraban débiles canales de luz que caían justosobre la mesa del zapatero.

Era Eleuterio, mi amigo de infancia, el hijo delguardían de la escuela. Sí, era él, sólo que ahora tenía

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algunas arrugas en la frente y en los alrededores de losojos, pero era él, mi amigo..., mi amigo Eleuterio.

Nos abrazamos fuerte, fuerte, la mesa de maderaquedó en el centro, sentí el sudor de su cuerpo y vinuevamente sus ojos tristes. Sonreímos, no recuerdocuanto, como dos viejos hermanos que se habían de-jado de ver por muchos años.

Después de esa ocasión, cada vez que ibamos a rea-lizar nuestras encuestas, visitaba a Eleuterio. Me sen-taba a su lado y conversábamos, recordábamosnuestras épocas infantiles, mientras él trabajaba.

Así, yo le comenté que el viejo auxiliar Abanto, ha-bía fallecido en un accidente automovilístico, hacíaya algunos años atrás. Eleuterio me relató que, dosaños después que a mí me cambiaron de escuela, lodespidieron a su padre y toda la familia tuvo que tras-ladarse hacia un pueblo jóven en Comas, al norte deLima. Se vió forzado a abandonar los estudios y em-pezar a trabajar de lo que sea, para ayudar a su familia.En esa rudimentaria casa vivía con Teodora y sus treshijos: dos mujercitas y un varoncito.

Pasábamos horas y horas conversando amena-mente y siempre nuestras historias eran intermina-bles...

...¿In te rm inab le s?, me pregunto sorprendido y lapalabra, como el inacabable eco de las montañas,continúa rebotando incesante, en la oscuridad de miinterior.

En este momento reacciono y veo a un grupo deturistas que me rodea, algunos están con los ojospuestos en el cartel con letras de imprenta y otroscontemplan el panorama. Un hombre, quien hace deguía, se esfuerza por explicarles en inglés las condicio-nes de vida deplorables de los antiguos pobladoressuecos, y señala las casas con paredes rojas y techos ados aguas, entre ellas las del zapatero de la montañablanca.

Salgo del grupo, algunos ojos azules me observancuriosos, el sol me quema el rostro, no recuerdo cuan-to tiempo he podido estar aquí parado, contemplan-do el cartel y las viviendas.

Voy bajando la montaña por un camino suave yasfaltado, en ambos lados veo cuerpos jóvenes echa-dos en la grama, tomando sol, leyendo, conversandoo comiendo algún emparedado.

Como una gaviota planeando hacia el océano,continúo bajando, bajando lentamente, siento la ma-

no delicada del viento acariciando mi rostro. Pero almismo tiempo, una idea palpita en mi interior, gol-pea como si el poderoso martillo del gran Thor se es-trellara contra mis sesos y generara una tormenta enmis entrañas: Lo que e s pasado e h isto ria para Euro -

pa, e s p re sen te y v ida para Am éric a Latin a. Sí, e so e s

c ie rto ...

Tan cierto que, hace ya varios inviernos en que aEleuterio, a mi gran amigo Eleuterio, lo condujeronde regreso a su tierra natal, Puno, sí a Puno, la comar-ca de los Uros y del gran lago Titicaca. Allí, con unamanta andrajosa y sus ayanques, como cuando niño,resiste ese frío de la puna que le cala los huesos, quepretende arrancarle de cuajo el alma. No le permitenla mirada cariñosa de Teodora y sólo en sueños depo-sita un beso en las mejillas rosadas de sus críos. Le nie-gan además, los rayos amarillentos del gran Inti, tal esasí que Eleuterio, el zapatero, está a punto de perderla vista y la vida.

Yesto, todo esto, porque Eleuterio, mi gran amigoEleuterio, se cansó de remendar zapatos y quizo, sim-plemente quizo, ...remendar la miseria en nuestra pa-tria.

Alistarc o

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Co err

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Novosantenderinosurgió con los auspiciosdel College of Liberal Arts,The University of Texas atBrownsville and TexasSouthmost College. Nosencontramos con estapublicación gracias aCipriano A. Cárdenas,Juan Antonio González yMaría C. Cavazosmiembros de la plantillade maestros queparticiparon en el IIIEncuentro Internacionalde Literatura Fronteriza:Letras en el Borde. Elprólogo de Antonio Zaletanos dice que estapublicación nació para

conmemorar los 250 añosdel Nuevo Santandertranscurridos entre 1748 y1998.

¦

La Universidad NacionalAutónoma de Méxicopublicó Oscuro Zodiacodentro de la colección Elala del tigre, coordinadapor Víctor Sandóval. Unode los propósitos de esteempeño editorial esdifundir en libroscolectivos la obra depoetas avecindados en elinterior del país. OscuroZodiaco nos ofrecetrabajos de Citlali H.

Xochitiotzin, RaquelGonzález y de lasneolaredenses CynthiaRodríguez Leija y MarthaMartínez.

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Margarito Cuéllar nosofreció los ejemplares 20y 21 de Armas y Letras,revista cultural de laUniversidad Autónoma deNuevo León. Con sulectura nos adentramos entemas muy diversos quevan de Pessoa al análisisde la teoría de laobservación de NiklasLuhmann. Recordamos aHemingway y vimos

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algunos aspectos de lacultura colombiana,Supimos más de MiguelÁngel Asturias, lasincursiones de Freud enMonterrey, el siglo delcine, la batería, Shiller,Celso Garza Guajardo,Francisco Hernández,antes de adentrarnos enlos poemas, ensayos ycomentarios sobre librosque ofrecen un buenpanorama para loslectores de estapublicación bimestraleditada en Monterrey,Nuevo León.

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El doctor Edmundo Ruizse presentó en el IIIEncuentro Internacionalde Literatura FronterizaLetras en el Borde, paramostrarnos El ateneísta.

Este volumen seencuentra integrado poranécdotas que recrean losaños transcurridos entre1930 y 1935, comoestudiante de secundariay preparatoria en elAteneo Fuente de Saltillo,no sólo con nostalgiapertinaz, sino como larecreación de una épocadistante.

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Felicitaciones paraFederico Schaffler porhaber obtenido elConcurso Estatal deEnsayo. Lo mismo quepara Carlos Rafael Cantú,ganador en el ConcursoJuvenil de Literatura.donde JesúsDLeón-Serratos obtuvo laprimera menciónhonorífica con un cuentode Ciencia Ficción,además de obtener unasegunda mención en elConcurso Estatal JuanJosé Amador que organizala UAT, en el que RicardoAntonio Galván, recibió laprimera mención.

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Xalapa, Veracruz, mayodel 2000

José Luis y Guillermo:Bueno, pues en primerlugar, me da mucho gustosaludarlos por estemedio, aunque estecorreo es más unagradecimiento por lalabor literaria que estánrealizando y una forma deentablar comunicacióncon ustedes (ojalá de

manera regular). De lamisma forma, sería buenoempezar a establecer unared, no sólo entrenosotros, sino a nivelnacional ya que losmedios electrónicos(como éste)lo permiten ylo facilitan bastante. Creoque en lugar de asumiresa posición derrotistaque algunos de nosotrostomamos ante la masivacarga de información y deimágenes que se encargande proveernos losdistintos medios, tenemosque montarnos en esa olay aprovecharla paradifundir la cultura, lasletras, y las diferentesexpresiones artísticas. Desuerte que, esta cartaresulta también ser unafelicitación a ustedes queentraron en este nuevociclo mundial de vida, poraprovechar los medioscon los que abrieron susfronteras y llegaron, nosólo a toda la repúblicamexicana, sino ¡a otrocontinente!, lo quehubiera sido casiimpensable en otrasépocas. De esta manera,reciban Ustedes mis mássinceras felicitacionesporque este concurso no

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lo gané yo, sino que loganamos todos los queparticipamos en lacreación literaria y los quetuvimos la oportunidadde participar en unconcurso gracias a laayuda de los medioseléctronicos. Quizá nosean tan malos despuésde todo. Les reitero misfelicitaciones, y que estosea un verdadero¡ENCORE! Hasta la vista,saludos.

Alfredo Arnaud.Bobadilla

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Artifex Ediciones acabade publicar De Profundis,una antología crítica deliteratura fantástica acargo de Ramón Muñoz yJuan Manuel Santiago. Elvolumen consta de seiscuentos de los siguientesautores: León Arsenal(Besos de alacrán),Daniel Mares (Uncandado para la caja dePandora), Félix J. Palma(María Calaveras),Eduardo Vaquerizo (Seday plata), Carlos F.Castrosín (Los viejos díasde la contracultura) yArmando Boix (El

ayudante de Piranesi).Cada relato estáacompañado por unestudio completo sobre laobra de su autor,realizados por RamónMuñoz y Juan ManuelSantiago. La portada esobra de EduardoVaquerizo, sobre ungrabado de GiambatistaPiranesi. El precio deventa al público de DeProfundis es de 1.895ptas., y puede solicitarse ala editorial en:[email protected]

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El Fondo Editorial TierraAdentro publicó nuevostítulos para difundir laobra de autores delinterior del país.Agradecemos el envío deestos volúmenes quecontribuirán aincrementar el acervobibliográfico de nuestrarevista.

Larva de Serafín es ellibro que recopiladiversos cuentos de AlanaGómez, autora originariade Tlaquepaque, Jalisco.Sobre su obra hablaSergio GonzálezRodríguez: Alana muestra

a su vez granoriginalidad en lasanécdotas, en particularsi se atiende al hecho deque, entre las nuevasnarradoras mexicanas,resulte infrecuente lalínea temática vinculadalos aspectos contrastantesy obscuros de la realidad,favorecida en el pasadopor escritoras como ElenaGarro e Inés Arredondo.

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Nirvana Paz escribióProcesiones. Un poemarioque de acuerdo a PedroTzontémoc: Responde auno de los más profundosorígenes del arte: elconjuro de uno mismo. Alexorcizar la tristeza,evocar la alegría y hacerde esto el pretexto mismode la creación. NirvanaPaz nos revela unavocación artística endesuso en el mejor de loscasos, o completamentedesconocida en otros, quees la de hacer del arte unmecanismo para vivir lavida, hacer de éste el hiloconductor, la guía quenos conduce alconocimiento interior denosotros mismos.

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Los sobrevivientes esuna buena oportunidadde conocer las nuevasperspectivas de ladramaturgia mexicana.Aída Andrade Varas, diceRicardo Pérez Quitt, nocesa de explorar en laescritura teatral elescepticismo ydisconformismo de suspersonajes. Hernrik Ibsenresume el contexto en Lacomedia del amor: Milucha debe emprendersecontra todo lo que existe.

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Vizania Amezcua ofrececon una escriturasuspendida en la poéticacontemplación de la vida-nada menos-, un sueñode amor que cobra formaa partir de laobservación atenta de lamemoria, pero tambiénla desnuda demostraciónde que “cada sueño esuna herida”. Con bellalucidez, a veces con laintensidad que exige laentrega del propiocuerpo, y otras veces conla desaprensión de quien

acepta que los días y lasnoches no se detienen, lamujer que cuenta en estaspáginas expone lasrazones de la estatuaque, ahora lo sabemos,correspondiócalladmente ytenzamente, acasoexcediéndola, a ladevoción de Pigmaleón.Así comenta José IsraelCarranza Una manera demorir de VizaniaAmezcua.

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Dentro de las nuevaspublicaciones delPrograma Editorial TierraAdentro también nosencontramos con. Cuerpoen añicos de Jorge VegaLópez. El poemario escomentado por GuillermoSamperio: En este librotoma forma una idea quese trasluce detrás delbaño público o del hotelde paso; uno puede estarconsigo mismo, o mejorno estar, y salir ileso.Vega López, en suinamovible noche y supágina, se enfrenta, sinintermedios, a sí mismo,no teme destemplarse yquedar frío, en silencio.

Se trata de poeta enañicos, un pesimistaempedernido, que nonecesariamente escribe elcaos, sino su vida, sunombre, un falsoheteronómino.

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María Enríquez es laautora de Pentagramaspublicado con el número211 en esta colección queimpulsa la difusión de lostrabajos literarios de losautores jóvenes del país.Raúl Aceves opina: Llegara los textos de MaríaEnríquez es comoaterrizar en un planetadesconocido, poblado decriaturas extrañas, perofascinantes;desarticuladas comopiezas dispersas de unrompecabezas cósmico,pero milagrosamentecongruentes. Criaturastextuales que nosabríamos qué nombreponerles; ¿metahistorias?.¿metapoemas? Criaturaslíquidas, hechas de vacíoe intersticios, como pecesfosforescentes extraídosde los abismos oceánicosde la conciencia.

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