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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 76 (2017), 9-32 ISSN: 0034 - 8147 ESTUDIOS Mística laical: Isabel de la Trinidad maestra espiritual de Guita CARLOS EYMAR RESUMEN: Entre Isabel de la Trinidad y su hermana Guite se da una verda- dera relación de maestra a discípula. Se trata de un magisterio conscientemen- te ejercido y que tiene por objeto una espiritualidad laical, un modo de vivir en el mundo, que, antes de enseñárselo a su hermana, la propia Isabel de la Tri- nidad ha tenido ocasión de experimentar. PALABRAS CLAVE. Espiritualidad laical, laico, matrimonio, mundo. Isabel de la Trinidad Lay Mysticism: Elizabeth of the Trinity, Guite’s Spiritual Master SUMMARY: Between Elizabeth of the Trinity and her sister Guite there was an authentic relationship of master and disciple. This was a consciously exer- cised magisterium whose objective was a lay spirituality, a way of living in the world which Elizabeth herself had experienced before imparting it to her sister. KEY WORDS: Lay spirituality, lay, marriage, world, Elizabeth of the Trinity 1. A propósito de una foto Como ha subrayado Didier Décoin, premio Goncourt, Elisabeth de la Trinidad es una de las primeras santas que ha sido fotografiada con asiduidad 1 . Por primera vez en la historia de la hagiografía dis- 1 D. DÉCOIN, Élisabeth Catez ou l’obsession de Dieu, Cerf, Paris, 2003, p. 31.

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ESTUDIOS

Mística laical: Isabel de la Trinidad maestra espiritual de Guita CARLOS EYMAR

RESUMEN: Entre Isabel de la Trinidad y su hermana Guite se da una verda-dera relación de maestra a discípula. Se trata de un magisterio conscientemen-te ejercido y que tiene por objeto una espiritualidad laical, un modo de vivir en el mundo, que, antes de enseñárselo a su hermana, la propia Isabel de la Tri-nidad ha tenido ocasión de experimentar.

PALABRAS CLAVE. Espiritualidad laical, laico, matrimonio, mundo. Isabel de la Trinidad Lay Mysticism: Elizabeth of the Trinity, Guite’s Spiritual Master

SUMMARY: Between Elizabeth of the Trinity and her sister Guite there was

an authentic relationship of master and disciple. This was a consciously exer-cised magisterium whose objective was a lay spirituality, a way of living in the world which Elizabeth herself had experienced before imparting it to her sister.

KEY WORDS: Lay spirituality, lay, marriage, world, Elizabeth of the Trinity 1. A propósito de una foto

Como ha subrayado Didier Décoin, premio Goncourt, Elisabeth de la Trinidad es una de las primeras santas que ha sido fotografiada con asiduidad 1. Por primera vez en la historia de la hagiografía dis-

1 D. DÉCOIN, Élisabeth Catez ou l’obsession de Dieu, Cerf, Paris, 2003, p. 31.

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ponemos de un álbum completo que, desde el bautismo hasta la muer-te, nos da testimonio de una figura mística2. La fotografía, según Décoin, nos introduce en un cara a cara muy íntimo e indiscutible, le-jos de las leyendas que, a veces, llegan a ahogar a los santos al ence-rrarlos en una aureola que nos separa de ellos3. No es este el caso de Isabel de la Trinidad que, gracias a sus fotografías, proyecta sobre nosotros una imagen cercana, humana y seductora.

De entre todas las fotografías tomadas con su hermana Guite, hay una que nos llama la atención y que puede servirnos de introducción al análisis de sus relaciones espirituales. Se trata de una fotografía tomada en el verano de 1888, cuando Isabel tiene ocho años y Guite seis. Ambas aparecen sentadas sobre un muro de piedra labrada, con un fondo de árboles, perfectamente vestidas, calzadas y peinadas, en actitud cariñosa, dándose la manita. Se adivina en ellas una cierta ac-titud melancólica, el discreto luto de dos niñas cuyo padre ha falleci-do hace unos meses. Elisabeth aparece erguida y en ella apunta ya esa mirada profunda y grave que parece ver más hondo y más lejos. Gui-te, por el contrario, se reclina sobre el hombro de su hermana, como apoyándose y descansando en ella. El carácter de Elisabeth es más violento y sus accesos de cólera son antológicos, mientras que Guite es dulce y tímida, con una cierta tendencia a desaparecer4. Todos concuerdan en que las dos hermanas se quieren mucho e Isabel así lo expresa en una de sus poesías5. Isabel, además de declarar su amor por su hermana pequeña, se siente responsable de ella y, así, en una carta a su madre, con apenas nueve años, escribe: “es preciso que yo dé ejemplo a mi hermanita; ya no le llevaré la contraria y seré para ella un pequeño modelo”6. Guite, por su parte, reconoce que Elisa-

2 Ibid., refiriéndose en concreto al libro de fotografías editado por C. DE

MEESTER, Je te cherche dès l’aurore, Ed. Carmel de Dijon, 1985. También, en este sentido puede citarse el libro de D-M. GOLAY, Sainte Élisabeth de la Trinité. Rayonner Dieu, Cerf, 2016.

3 Ibid., p. 32. 4 Testimonio de Marie Louise Hallo, cit. por J. RÉMY, Guite, la soeur

d’Élisabeth de la Trinité, Éditions du Carmel, Toulouse, 2003, p. 14 5 Poesía (P) nº 3, en ELISABETH DE LA TRINITÉ, Oeuvres Complètes, Cerf,

Paris, 1980. (Sigo mi propia traducción en lugar de la que figura en la edición española ISABEL DE LA TRINIDAD, Obras completas, EDE, Madrid, 1986).

6 Carta (C), nº 5.

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beth, desde la edad de 7 u 8 años, es decir, en la época de la foto que comentamos, “sabía interrumpir el juego que tanto le gustaba para ocuparse de mí que era tímida y me aferraba a ella”7. El mutuo afecto de ambas hermanas surge y se desarrolla en un mismo y cálido am-biente de afectividad familiar. Este afecto quedará sellado para siem-pre, desde la infancia, como un común refugio para soportar el trau-ma de la muerte repentina de su padre, el capitán Catez, el 2 de octu-bre de 1887, cuyo cuerpo inerte es acogido por los frágiles brazos de su hija Elisabeth, de siete años8.

Por encima de su diferente carácter e incluso de su mutuo afecto, hay un rasgo común que crea entre las dos hermanas un vínculo espi-ritual que es el de su profunda sensibilidad musical. Las dos llegarán a ser unas consumadas pianistas, galardonadas con el primer premio del conservatorio de Dijon. Incluso se llega a decir que el virtuosismo de Guite era mayor que el de Elisabeth, aunque ésta supiera imprimir a sus interpretaciones, especialmente a las de Chopin y de los autores románticos, una mayor expresividad y una sensibilidad y sentimiento exquisitos9. Con todo, no se da jamás entre ellas ninguna competencia o rivalidad. Las dos se organizan bien para repartirse, en el común piano de su casa, las cuantiosas horas de estudio cotidiano. Por su parte sor José, la directora del coro, da testimonio de la humildad de Isabel que hacía cuanto podía para que sobresaliese su hermana, es-condiéndose para que fuese ella quien la sustituyese en el armonio10. En definitiva, es la música la que va a permitirnos explicar muchas de las complicidades existentes entre Elisabeth y Guite, y la que conta-gia su especial forma de vivir el cristianismo. La sensibilidad musical no puede ser considerada como un mero adorno o una anécdota en la vida de Isabel y Guite, al margen de su respectiva relación con Dios. La música es para ellas un destino, una forma de vivir, un lenguaje propio, un idioma que Dios entiende y que sirve para comunicarse con Él y con todos aquellos que son capaces de hablarlo. Dios es la

7 Cit. por RÉMY, Op. cit., p. 15. 8 Poesía (P) 37. 9 Vid. RÉMY, Op. cit., p. 15 y el testimonio de Françoise Sourdon recogi-

do por M. PHILIPON, en la obra En presencia de Dios, Balmes, Barcelona, 1968, p. 192.

10 Testimonio de sor José, cit por C DE MEESTER, Isabel de la Trinidad. Biografía, Monte Carmelo, Burgos, 2007, p. 335.

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fuente última de la armonía, el foco de atracción musical que eleva al alma o la abisma en la más profunda interioridad. En el alma de Cris-to se entona un cántico que es preciso escuchar para tratar de repro-ducirlo junto con las demás almas capaces de captarlo11. Isabel de la Trinidad acude repetidas veces a las metáforas e imágenes musicales para dar a entender cómo se desarrollan las relaciones personales. Ella y Guite forman un dúo que se amplía a trío cuando se incorpora su madre12.

La afectividad y la armonía musical llegan a integrarse en una profunda unión espiritual, en el intento de componer una armonía su-perior. Elisabeth y Guite nos ofrecen, en el plano espiritual, una auténtica pieza de piano a cuatro manos como aquellas que tuvieron ocasión de interpreta en muchas reuniones sociales. Las hermanas Catez, aunque sea Isabel quien lleve la voz cantante, componen una espiritualidad estereofónica en la que se armonizan contemplación y acción, en la que claustro y mundo llegan literalmente a hermanarse en un común proyecto de santidad. Elisabeth expresa claramente este proyecto en una carta que dirige a su hermana justo un día antes de su boda: “Verás como las dos somos beatificadas, cada una en el camino al que el Maestro nos llama y en el que nos quiere”13. Isabel quiere seguir manteniendo con su hermana, desde el Carmelo, una unión es-piritual para la cual se exige a sí misma dar lo mejor que ella tiene en su corazón14. Pero, para que este mensaje sea acogido y vivido por alguien que, como Guite, se encuentra sometida a las exigencias y agobios propios de una esposa y madre de familia, se hace precisa una cierta sintonía. Guite reconoce que fue su hermana quien la “ini-ció en la vida interior”15, si bien, esta iniciación no hubiera sido posi-ble si el mensaje de Isabel no hubiera sido previamente aprendido y acreditado por la propia experiencia. Es de esto de lo que vamos a tra-tar a continuación.

11 Vid. C 164 n. 2., “Lo que se canta en el alma de Cristo” es una expre-sión que Isabel toma de los sermones del padre Vallée. En general sobre esta cuestión vid. mi libro Elisabeth de la Trinidad, un cántico del silencio, EDE, Madrid, 2006.

12 Vid., C 135. 13 C 140 de 14 de octubre de 1902. 14 Ibid. 15 Testimonio recogido por PHILIPON, Op. cit., p.199.

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2. La miserable condición del laico en tiempos de Isabel de la Trini-dad

Entre los años 1880 y 1906, en los que se desarrolla la vida de

Elisabeth, la gran cuestión de los laicos no ha sido aún tematizada a nivel eclesial. La Iglesia mantiene una actitud eminentemente defen-siva contra los ataques que se van acrecentando, especialmente desde la III República francesa (1870-1940), en su pretensión de establecer una sociedad laica y de organizar la humanidad sin Dios. Especial-mente en el aspecto educativo, las numerosas leyes promulgadas en-tre 1879 y 1905, instauran un sistema de enseñanza pública que ex-pulsa a la religión al ámbito privado16. Esto provocó una toma de conciencia por parte de los católicos, especialmente mujeres y jóve-nes laicos, que, a partir de 1885 y con apoyo jerárquico, se organiza-ron en asociaciones de catequistas17. La ley de 1905 que proclamaba la libertad de conciencia y garantizaba el libre ejercicio de cultos, fue especialmente conflictiva en cuanto que pretendía crear unos inventa-rios de los bienes eclesiásticos, administrados por unas llamadas Aso-ciaciones de culto, integradas por laicos. En la Encíclica Gravissimo offici, de 10 de agosto de 1906, Pio X prohibió expresamente la for-mación de aquellas asociaciones de laicos, previstas por la ley france-sa, porque se temía que escapasen al control de la jerarquía y fuesen un motivo para lograr la democratización de la Iglesia y causa de po-sibles cismas18. Aunque el propio Pio X comenzó a tomar conciencia, en estos años, de las exigencias de un laicado naciente, hubo que es-perar veinte años para que Pío XI, en su encíclica Ubi Arcano, de 1923, sentara las bases de la Acción católica, definida como “la parti-cipación de los fieles en el apostolado jerárquico”19.

Como lo muestran la letra y el espíritu de muchos de aquellos do-cumentos eclesiásticos, redactados a finales del XIX y principios del XX, predomina en la jerarquía una actitud de suspicacia hacia el laico y una concepción del mundo completamente clericalizada. Como se-

16 Vid. L. J. F., FRONTELA, “Algunos aspectos de Francia en tiempos de la beata Isabel de la Trinidad”, en Revista de Espiritualidad nº 262 (2007), pp. 9-58.

17 Ibid., p. 40. 18 Ibid., p. 56. 19 Vid mi artículo “La espiritualidad de los laicos a la luz del Vaticano II”

en Revista de Espiritualidad nº 263 (2007), p. 270.

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ñala Pierrard, aunque la superioridad existencial del cura sobre el lai-co es un tema recurrente a lo largo de casi todo el siglo XX, es en los primeros años de ese siglo cuando se expresa sin ningún tipo de tapu-jos. En este sentido, cita una exhortación de Pio X de 4 de agosto de 1908 en la que el papa afirma: “entre un sacerdote y cualquier hom-bre honrado existe tanta diferencia como la que se da entre el cielo y la tierra”20.

En lo que se refiere a la espiritualidad del laico, dominante en los tiempos de Isabel de la Trinidad, resulta interesante mencionar el contenido de los sermones predicados en la misión de los redentoris-tas, realizada en Dijon, entre el 4 de marzo y el 2 de abril de 1899. En el contexto de beligerancia entre la República francesa y la Iglesia, las misiones populares se encuadran en un movimiento más amplio que también incluye a los catequistas voluntarios o las peregrinacio-nes a determinados santuarios como Chartres o el Sacré Coeur, en Pa-ris, erigido con un sentido reparador21. Las misiones tenían el objeti-vo evangelizador de rearmar moralmente a los fieles, así como el de atraer nuevamente al redil y salvar a quienes se hubiesen separado de la Iglesia por influencia republicana22. Elisabeth nos deja en su Diario un valioso testimonio del contenido de una de aquellas misiones fini-seculares, en la cual se deja traslucir una visión muy pesimista del mundo y del hombre.

¿Qué es el mundo?, se pregunta el predicador, para responder ca-tegóricamente que es vanidad y mentira, tanto desde el punto de vista natural como sobrenatural. El mundo es vano porque de sus fiestas y placeres embriagadores solo queda infortunio, duelo y desgracia; y es mentiroso porque nunca da lo que promete. También desde un punto de vista sobrenatural Jesús exclama: “¡Ay del mundo por los escánda-los!” (Mt 18, 7) o “no ruego por el mundo” (Jn 17, 9). El espíritu del Evangelio que proclama la pobreza de Belén, el trabajo de Nazaret o el sufrimiento del Calvario, es contrario al espíritu del mundo que busca la riqueza, la ociosidad y el placer23. Por lo tanto, no puede haber compromiso entre Dios y el mundo. En este sentido los predi-

20 P. PIERRARD, Un siècle de l’Église de France 1900/2000, Desclée de Brouwer, Paris, 2000, p. 17.

21 FRONTELA, Op. cit., p. 16. 22 Ibid. 23 Resumen de lo escrto en Diario (D) 53.

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cadores redentoristas reproducen algunos de los motivos jansenistas más repetidos como es el de la condena del teatro o el de la incompa-tibilidad de las fiestas mundanas con la participación en la liturgia. ¿Tiene derecho madame de Sablé a ir al baile por la noche habiendo recibido la comunión por la mañana? – se preguntaba ya en el siglo XVII, el jansenista Arnauld que, evidentemente, se inclinaba por la negativa24. El predicador redentorista, cuyo discurso resume Isabel, ve en la alianza entre el mundo y Dios, una moda instaurada por el li-beralismo. En la más pura línea jansenista, afirmaba: “no se puede comulgar por la mañana e ir a bailar por la noche”25, no se puede ser-vir a dos señores, es preciso escoger entre Dios y el mundo26. No se puede ir a los bailes más que cuando se está forzado por razones se-rias; los teatros son “las iglesias de Satán” y los malos libros a los que recurre la mujer mundana, para huir del aburrimiento, “han de ser quemados”27. Tales conclusiones, que recuerdan a la hoguera de las vanidades predicada por Savonarola, apenas dejan lugar para una es-piritualidad laical de compromiso y actuación en el mundo. La pre-ocupación del peligro casi constante del pecado, la mojigatería en materia sexual, la total sumisión de la mujer cuyas mayores virtudes han de ser la castidad y la abnegación, o el miedo al juicio de un Dios implacable, son algunos de los ejes de esta espiritualidad, culpabili-zadora y paralizante. No hay motivos para apegarse a una vida efíme-ra cuyos días pasan como un soplo, llena de sufrimientos y de deseos irrealizables. La conclusión que se impone para el laico es la de reco-nocer su inferioridad ante la sublimidad y el carácter ejemplar de la vida religiosa. A lo más que puede aspirar el laico es “a vivir en el mundo como en un claustro”28. 3. Isabel de la Trinidad en el mundo

A través de los comentarios que van suscitando los sermones de la misión de Dijon, podemos medir la distancia que separa la espiritua-

24 Vid. mi artículo “Descartes y Pascal, un debate cristiano en la entraña

de la modernidad”, en Revista de Espiritualidad nº 275 (2010), p. 192. 25 D 67. 26 Ibid. 27 D 61 y 63. 28 D 79.

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lidad de Isabel de la Trinidad de la de los padres redentoristas. En primer lugar, ante la predicación del juicio implacable de Dios, ella quiere hacer notar cómo su actitud de confianza en Jesús, prevalece en su corazón sobre cualquier sentimiento de temor29. Acerca del sermón sobre la misericordia divina, Isabel afirma ser “uno de los que más me ha interesado”, aunque no haya tenido tiempo de haber escri-to más anotaciones30. Ella tiene una visión mucho más positiva del mundo y comprende que es preciso introducirse en él, siquiera sea por razones apostólicas. El celo apostólico, que es uno de los motivos centrales de la misión, es plenamente compartido por Elisabeth que confiesa su emoción hasta las lágrimas cuando escucha la exhortación a arder por la salvación de las almas31. Reconoce que ha vivido mu-cho tiempo indiferente a la salvación de sus hermanos, pero, ahora, aspira a llevar muchas almas a Dios. “Mi corazón –dice- arde y se consume por esta obra de redención”32. En especial, ella reza por la conversión del propietario de su inmueble, Henry Chapuis, declarán-dose dispuesta a ofrecer su vida por la salvación de su alma33. Pero, a diferencia de lo que ocurre con los predicadores redentoristas, este celo apostólico tiene en Elisabeth la consecuencia de una mayor aper-tura al mundo. La madre de su mejor amiga, María Luisa Hallo, cuen-ta cómo un día, paseando con ella por delante del teatro de Dijon, le dijo: “Me haría actriz si supiese que en el teatro podría hacer amar al Buen Dios”34. Esa afirmación demuestra que su actitud es diferente a la predicada por los redentoristas que abogaban por la huída de tales “iglesias de Satán” que son los teatros.

Isabel está pues dispuesta a descender a los infiernos con tal de salvar un alma. Por esta razón no parece muy ajustada la afirmación de Von Balthassar que subraya el carácter individualista de la espiri-tualidad de Isabel de la Trinidad, tal y como queda expresada en su célebre elevación. En ésta encontramos los pronombres yo y mí, en relación con Dios, hasta cuarenta y tres veces, sin que hallemos refe-

29 D 52. 30 D 69. 31 D 42. 32 D 43. 33 D 9. 34 Testimonio de la Sra Hallo, recogió do por PHILIPON, Op. cit., p. 193

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rencia al tú humano o a la Iglesia35. Isabel, sin embargo, anota en su diario: “Dios mío, ayúdame, pues no quiero solo salvar mi alma, sino que también deseo llevarte otras. Sabes bien cómo este deseo consu-me mi corazón y cómo estaría dispuesta a morir mil veces para ganar una sola alma para ti”36. Isabel traduce aquí la expresión teresiana: “mil vidas pusiera yo para remedio de un alma”37, pero va más allá al declarar su disposición de “vivir en el infierno para que de ese abismo infernal suba sin cesar hacia ti la oración de un corazón que te ama”38. Elisabeth, con tal de irradiar a Jesús y de atraer a las almas, está dispuesta, sin ningún temor, a compartir la vida del mundo y a rezar en cualquier lugar, incluso bailando.

Esta cuestión de los bailes requiere una atención especial porque provocó en ella una cierta inquietud. Cuando escucha decir al predi-cador que “hay pecado grave en ir a estas fiestas, a menos de que existan razones serias”, ella escribe: “Dios, detesto estas diversiones, haz que me pueda librar de ellas, te lo suplico”, al tiempo que se pro-pone pedir consejo a su director espiritual39. De Meester ha señalado que, ciertamente, la hija del capitán Catez tenía razones serias para asistir a los bailes, pues su ambiente social le obligaba a ello y no podía ser descortés, ni desobedecer a su madre que insistía una y otra vez40. Así pues, vemos a Isabel de la Trinidad participar con cierta asiduidad en las fiestas y bailes, organizados en Dijon, principalmen-te en círculos militares, dando muestras de un gran sentido del ritmo y de conocimiento de los pasos y evoluciones, de los pas de quatre, quadrilles, polkas, boston etc, aprendidos en clases particulares41. En cuanto a la actitud interior con la que ella asiste a esos bailes, todos los testigos concuerdan en que “parecía disfrutar”, y lo hacía de un modo encantador y por complacer42. Ella anota en su diario: “ Tú lo sabes, Maestro bueno, mi consuelo cuando asisto a estas reuniones y

35 H. U. VON BALTHASAR, Élisabeth de la Trinité et sa mision spirituelle, Seuil, Paris, 1990, p. 35.

36 D. 140. 37 CV 1, 2. 38 D 140. 39 D 64 y 68. 40 DE MEESTER, Op. cit., p. 295. 41 Ibid., p. 303-305. 42 Ibid., p.304 que recoge el testimonio de Alice Cherveau.

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a estas fiestas, es recogerme y gozar de tu presencia…En estas reu-niones apenas se piensa en ti y me parece que te sientes feliz cuando un corazón, incluso tan pobre y miserable como el mío, no te olvi-da”43. A su buen amigo, el canónigo de Anglès, en diciembre de 1900, le confiesa que las reuniones sociales van a iniciarse otra vez, y que el disgusto que ello le ocasiona se lo ofrecerá a Dios. “Incluso en medio del mundo – dice – se le puede escuchar en el silencio de un corazón que solo quiere ser de Él”44. Con unas palabras que, sin duda, hubieran escandalizado a los jansenistas, Elisabeth confiesa a una amiga que “en las fiestas de carácter mundano, me divierto mucho hasta media noche, y después, me preparo para la comunión”45.

En definitiva puede concluirse con el canónigo Golmar, que la confesó cada quince días a lo largo de ocho años, que Isabel no le hacía ascos al mundo, aunque su corazón y su espíritu ya estuvieran en el Carmelo46. A Isabel -como dijo su amiga Françoise Sourdon- no le gustaba el mundo, pero iba allá y tenía el aire de divertirse en él47. Iba a cumplir catorce años, cuando Elisabeth se sintió arrastrada a tomar a Jesús como único Esposo, hizo un voto privado de virginidad y descubrió en sí misma el deseo eterno de ser carmelita48. Desde aquel momento, se inicia en ella una dinámica de nostalgia, y callada y mansa lucha, para obtener de su madre la autorización para entrar en el Carmelo. Madame Catez no la otorgará sino mucho tiempo des-pués, el 26 de marzo de 1899, y, aún así, difiriéndola hasta el momen-to en que Isabel cumpliera los veintiún años. En el cambio de criterio de madame Catez han influido la determinación de su hija, el consejo de algunos sacerdotes como don Sellenet o el canónigo Golmar, y, especialmente, la intercesión de Guite. Ésta, como señala la madre Germana, defendió, con una generosidad digna del mayor encomio, la causa de su hermana Isabel49. Generosidad no solo por estar dispuesta a renunciar a la presencia de su hermana a la que tanto amaba, sino

43 D 138. 44 C 38. 45 Testimonio de Elena Cantener, cit por DE MEESTER, Op. cit., p. 308. 46 Testimonio del canónigo Colmar en PHILIPON, Op. cit., p. 197. 47 Testimonio de Françoise Sourdon en PHILIPON, Op. cit., p. 191. 48 GERMANA DE JESÚS, Isabel de la Trinidad. Recuerdos, EDE, Madrid,

1985, C. 2, 5. 49 Recuerdos 2, 25.

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también por poner en riesgo sus propios proyectos vitales que podían quedar hipotecados a causa de los cuidados exigidos por su madre. Elisabeth queda conmovida por el gesto de su hermana y anota en su diario cómo ha pedido a María que “recompense a mi querida peque-ña que solo piensa en mí y sabe silenciar sus lágrimas”50.

Antes de aquel 26 de marzo de 1899, con las incertidumbres vita-les que se le planteaban, Isabel ya se había abandonado a la voluntad de Dios y trataba de llevar a cabo, en el mundo, su anhelo de santi-dad. De Meester resume así su situación a finales de 1897: “Segura de que Dios la llama a la vida consagrada, vive en el mundo sin im-poner al Señor condiciones ni barreras en el tiempo para concretar ese don. Con una voluntad reflexiva y creyente, relativiza su deseo de hacerse religiosa: el sí y el cuándo de la realización han sido confia-dos por entero al beneplácito divino”51. En la fiesta de la Purificación de la Virgen, el dos de febrero de 1899, Elisabeth resume en su diario su estado de ánimo, pidiendo la intercesión de María: “Con la mayor confianza yo le he encomendado mi futuro, mi vocación. ¡Oh!, ya que Jesús no me requiere todavía, hágase su voluntad, pero que me santi-fique en el mundo: que este no me impida ir hacia Él, que las futili-dades de la tierra no me ocupen, que no me apegue a ellas”52. Apenas un mes más tarde, al despejarse el horizonte para su entrada en el Carmelo, Isabel sabe que aún le quedan por delante más de dos años que no pueden quedar ignorados por la voluntad de Dios y que tienen que ser vividos santamente, en el mundo, con una especial intensidad.

Como ha recordado Fornara, algún teólogo censor, que examinó los diferentes documentos y testimonios sobre Isabel, interpretó el re-traso de su entrada en el Carmelo como una cesión al amor por su madre, en lugar de optar decididamente por la voluntad de Dios. Ar-gumentos como éste contribuyeron a retrasar la resolución favorable de su proceso de beatificación que tuvo lugar en 198453. Sin embargo, tales argumentos son más bien prejuicios sobre una actitud que Isabel nunca tuvo. Su obediencia a la madre y su espera a entrar en el Car-melo han de ser leídas, según Ferrara, en clave teologal, como un de-

50 D 82. 51 DE MEESTER, Op. cit., p. 196. 52 D 2. 53 R. FORNARA, Entrevista en la revista Teresa de Jesús nº 203 (2016), p.

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sierto, una noche oscura, un abandono, una prueba que pasar antes de llegar al encuentro con el Esposo54. Además, el tiempo vivido en el mundo, fue para ella un periodo de crecimiento y maduración, en par-ticular, porque aquella experiencia vivida como joven seglar en el mundo, le confiere autoridad para ejercer, más tarde, ya desde el Carmelo, una labor de dirección espiritual sobre sus amigos seglares.

Su manifiesto espiritual en este periodo de su vida en el mundo, se contiene, de forma especial, en la nota íntima número cinco, escrita a lápiz, en un arrebato de inspiración, en el reverso de una hoja de pro-paganda de carbones55. Nos encontramos en el mes de enero de 1900, coincidiendo con el inicio de los ejercicios espirituales predicados por el padre jesuita Hoppenot56. Por aquellos días, la comunión diaria ya estaba permitida y por eso Isabel exclama: “¡Ah!, ahora que vienes cada día a mi corazón, que nuestra unión sea aún más íntima”57.

Y reitera un deseo varias veces expresado: “que mi vida sea una oración continua, un prolongado acto de amor, que nada me pueda distraer de ti, ni los ruidos, ni los pasatiempos…”58. Isabel anhela el silencio del Carmelo, pero, sobre todo, quiere cumplir perfectamente la voluntad de Dios que, en ese momento, y, así lo ve ella claramente, es que permanezca en el mundo. No puede haber contradicción entre el vivir en el mundo y la santidad que tan ardientemente ella desea, pese al sentimiento de su impotencia. Entre los ruidos y diversiones del mundo es posible mantener la concentración interior que permite la unión con Dios: “te ofrezco la celda de mi corazón, que sea tu pe-queña Betania, ven a reposar aquí”59. La oración continua en el mun-do puede llegar a alcanzar, según Isabel, en la más pura tradición del hesicasmo, el ritmo del corazón: “cada latido de mi corazón es un ac-to de amor”60. En la nota íntima seis, redactada unos días después, ba-

54 Ibid. 55 Vid. DE MEESTER, Op. cit., p. 317. 56 D 137-156. 57 Nota Íntima (NI) 5. En la NI 7 reitera esta expresión: “que cada latido

de mi corazón te confirme mi ofrenda: soy tuya, te pertenezco, haz de mí lo que quieras”.

58 Ibid. Este deseo de oración continua lo encontramos en D 138 y 156 o en l NI 6.

59 NI 5. 60 Ibid.

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jo la misma inspiración, Elisabeth anota: “Que viva en el mundo sin ser del mundo: puedo ser carmelita por dentro y quiero serlo”61. Vivir ese Carmelo interior en el mundo, pasar santamente, haciendo “un poco de bien”, el tiempo que le resta hasta entrar en el Carmelo62, ha sido la mejor aportación de Elisabeth a la mística laical.

En cuanto a la organización efectiva de su vida en el mundo, con-forme a aquellas disposiciones interiores, no reviste ningún rasgo ex-traordinario. Realiza una actividad apostólica con las hijas de los obreros de la “fábrica de tabacos” de Dijon, en el seno de un patrona-to de la Iglesia, prolongando esta actividad con sesiones de catequesis en su propia casa. Participa en las actividades de su parroquia de Saint Michel, poniendo sus grandes dotes de costurera al servicio del ropero parroquial, donde se confeccionan vestidos o se bordan piezas para venderlas en un mercadillo a beneficio de las misiones o los po-bres. Asimismo, colabora con el coro parroquial, ya fuese cantando o tocando el armonio. Otras veces, con su amiga María Bouveret, se dedicará a la visita de pobres y enfermos a quienes trata de llevar unas palabras de consuelo63.

Fuera de aquellas actividades, la vida de Isabel transcurre entre múltiples visitas, reuniones, excursiones estivales, fiestas, estudio del piano o lecturas espirituales. En el aspecto estrictamente religioso, además de su asistencia diaria a misa, participa en múltiples ceremo-nias: en la hora santa, en el mes de María, en ejercicios espirituales a principios de año…, con plena consciencia y adaptación a los tiempos litúrgicos. Pero, más aún que su actividad exterior, destaca esa dispo-sición interior suya, que ya hemos visto a propósito del baile. En to-das sus actividades, incluso en las más lúdicas y festivas, Isabel irra-dia, a través de su mirada o de su compostura, un amor, una profun-didad y un recogimiento que nunca pasan desapercibidos a quienes tratan con ella. “Presentíamos que estaba poseída por Dios”, dice al-guna de sus amigas64. Las niñas la adoran y ella sabe muy bien cómo tratarlas. Carácter jovial y fogoso, equilibrada, sencilla, cariñosa, franca, desenvuelta, con empuje, con actitud piadosa y recogida, ca-pacidad de concentración…, son algunas de las cualidades con las

61 NI 6. 62 NI 6. 63 Sobre todos estos aspectos vid. DE MEESTER, Op. cit., pp. 329-336. 64 Así María Bouveret, cit. por DE MEESTER, Op. cit., p. 332.

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que Elisabeth es descrita por quienes la ven. Se siente atraída por la mortificación y sabe imponerse discretas privaciones, sin que ello le impida apreciar “la excelente cocina del Midi”65, o elogiar las “deli-ciosas manzanas y las estupendas castañas” de Labastide66.

De Meester ha resumido muy bien el núcleo de la espiritualidad laical de Isabel, indicando que, al interiorizar cada día más su oración contemplativa, ésta se “seculariza”, desligándose de un espacio mo-nacal. Ella demuestra, con su vida, que es posible rezar en el mundo, en un piso corriente, en un rincón de la calle, en una iglesia, espacios asequibles a cualquiera. También es capaz de encontrar la voluntad y la presencia del Señor “lo mismo cuando viaja que cuando se acerca a sus amigas, baila con elegancia, juega al tenis, toca el piano o ayuda en casa”67. En definitiva, y ante la imposibilidad de vivir en el Car-melo exterior, Elisabeth abre una vía para ser carmelita por dentro, viviendo en el mundo desde la celda del propio corazón. 4. Acompañando a Guite

Con el bagaje de su experiencia en el mundo, Isabel, desde su en-trada en el Carmelo, el 2 de agosto de 1901, va a seguir ejerciendo una especie de magisterio espiritual, dirigido a la mayoría de sus amigas que siempre le reconocieron su autoridad moral68. En especial Guite, a la que Elisabeth dirige un total de treinta y siete cartas desde el Carmelo, es la principal destinataria de una enseñanza que tiene como objetivo la santidad en el mundo. Isabel trata de contagiar a su hermana Guite su propio deseo de santidad y la va acompañando a lo largo de los cinco años que preceden a su muerte, el 9 de noviembre de 1906. Como fundamento de toda su labor de guía, está el deseo de elevar al plano espiritual todos los afectos que entretejen la vida de su hermana, fundamentalmente su amor esponsal y el maternal, los cua-les, a su vez, le sirven a Isabel como modelo. Ella presenta la relación con su hermana en términos de armonía de dos vocaciones comple-

65 C 9. 66 C 38. 67 DE MEESTER, Op. cit., p. 197. 68 Vid. M. BENETTI, “La bienheureuse Élisabeth de la Trinité et sa

présense dans la vie des laïcs”, en Élisabeth de la Trinité. L’aventure mysti-que, Editions du Carmel, Toulousse, 2006, p. 625.

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mentarias a la santidad, en el claustro y en el mundo, conforme a la idea de la comunión de los santos. De acuerdo con lo anterior, serán la mística nupcial, la maternidad espiritual y la comunión de los san-tos, tres ideas básicas para comprender tanto la relación entre las dos hermanas, como la propia espiritualidad de Isabel.

- Mística nupcial: Un año después de que Elisabeth entre en el Carmelo, Guite, que tiene diecinueve años, se compromete con Geor-ges Chévignard y, tras un corto noviazgo de apenas tres meses, se ca-sa con él. Georges que, por aquel entonces, contaba treinta años, es un auténtico partido: banquero, inteligente, cristiano y, además, exce-lente violoncelista. A un amigo que le preguntó que a qué esperaba para casarse, le respondió riendo: es preciso que encuentre una mujer que sea pianista para que me acompañe al violoncelo69. El amigo que, casualmente, conocía a Guite, organizó un encuentro musical entre ambos, que, inevitablemente, desembocó en boda. En una carta a su madre del 2 de agosto de 1902, escribe Isabel: “¡Qué radiante estaba Guite el otro día!, desde hacía un año no la veía así, su corazoncito está enamorado”70.

Elisabeth, toma como motivo el amor de su hermana por Georges, para hacer valer ante su madre, la intensidad del suyo por Cristo. Cuando el corazón es cautivado por Cristo, no puede menos que en-tregarse hasta el final. “¡Qué guapo es mi Novio, mamá!”, exclama Elisabeth, para declarar su amor apasionado por Él71. Ella se siente profundamente estimulada por el amor entre Guite y Georges, por ese modelo de unión musical existente entre ambos, capaz de componer una armonía superior. Elisabeth percibe que ella también puede lle-gar, por su amor a Cristo, “a consumarse en el Uno con Él”72. Pero le-jos de que ese amor místico se traduzca en un menosprecio por el amor humano, lo que hace es iluminarlo. En vísperas de la boda de Guite, le escribe Isabel: “Puedes imaginar con qué fervor he rezado por los novios y como pido a Dios que derrame sobre ellos sus más dulces bendiciones. Él os ama, Guita mía, y vuestra unión es total-

69 RÉMY. Guite, la soeur d’Élisabeth de la Trinité, Op. cit., p. 39. 70 C 130 71 Ibid. 72 Ibid.

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mente bendecida por Él”73. Para Elisabeth, el matrimonio es un cami-no de santidad y para demostrarlo le regala a su hermana un cuadro de Marthe Weishardt, una antigua novicia del Carmelo de Dijon, en el que aparecen representadas, junto a santa Teresa, sus respectivas patronas: santa Margarita de Escocia y santa Isabel de Hungría, las cuales siguieron el camino del matrimonio74. Guite, por su parte, ha tenido para con su hermana el detalle de casarse el día de santa Tere-sa en la iglesia de Saint Michel de Dijon.

Hacia ese 15 de octubre de 1902, cuando aún quedan tres meses para que Isabel realice su profesión solemne y adquiera la condición de esposa de Cristo, Isabel compone su nota íntima trece, dedicada a reflexionar sobre el significado de ser esposa de Cristo, pero sin per-der de vista la boda de su hermana. Su texto, como aconseja Rémy, ha de ser leído desde dos puntos de vista: “el de la vida espiritual tal y como Isabel la quiere realizar y el de la sencilla vida conyugal en la cual Guite acaba de comprometer”75. “Ser esposa de Cristo -dice Eli-sabeth- es la expresión del más dulce de los sueños, es una divina rea-lidad, la expresión de todo un misterio de semejanza y unión”76. Unión, intimidad, fidelidad, abnegación absoluta, olvido de sí, son cualidades que, aunque Isabel, las predica de la esposa mística, pue-den ser también referidas a la esposa real. Incluso el corazón traspa-sado de Teresa, la verdadera esposa de Cristo porque está celosa de su honor77, llega a verlo Isabel en su hermana. Nos cuentan los Re-cuerdos que, a mediados de octubre de 1906, cuando ya Elisabeth está a punto de morir, Georges y Guite colaboran musicalmente en una ceremonia conmemorativa de las carmelitas mártires de Com-piègne, durante la Revolución francesa78. Elisabeth puede escuchar, oculta desde la tribuna, uno de los ensayos, y queda emocionada por la delicadeza con la que Guite acompañaba a su marido. Su interpre-tación queda discretamente, en un segundo plano, para que resalte la voz del violoncelo. Es una actitud reveladora del celo de la esposa

73 C 140. 74 Ibid. 75 RÉMY, Op. cit., p.44. 76 NI 13. 77 NI 13. 78 Recuerdos C 16, 15.

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por el honor del esposo, y que a Isabel le lleva a la siguiente conclu-sión: “Debo quedar yo anulada, de suerte que toda la gloria sea para Él”79.

- La maternidad espiritual: Con la fecundidad pasa algo análogo a lo que ocurre con el matrimonio. Elisabeth se alegra mucho del naci-miento de sus dos sobrinas, Sabeth y Odette80, pero, enseguida, acentúa su dimensión espiritual: “Me siento llena de respeto ante este pequeño templo de la Santa Trinidad”81. Por encima de todo, lo im-portante es la maternidad espiritual, elevarse a otra dimensión más allá de las solicitudes maternales82. Elisabeth recuerda a Guite que ha sido siempre para ella una madre, en el sentido de mimarla y prote-gerla, pero, sobre todo, por haber dado a luz su alma a la vida de Cris-to, tal y como san Pablo engendró espiritualmente a los corintios (1 Cor 4, 15)83.

En su última carta se dirige a Guite llamándola “querida hija mía”84. Pero, por otra parte, Elisabeth invita a Guite a que desde las profundidades de su amor maternal, llegue a captar la grandeza del misterio de la filiación divina. “No sois extraños, ni forasteros, sino de la Ciudad de los santos y de la Casa de Dios” (Ef 2, 19). Y esta ca-sa del Padre, dice Elisabeth siguiendo a Juan de la Cruz, es el centro de nuestra alma85. Por eso exhorta a Guite a que viva su maternidad desde ese centro, a que se retire, en medio de todos sus desvelos ma-ternales, a aquella soledad donde el Espíritu Santo la transforme en Dios y el Padre pueda reconocer a la hija muy amada en la que ha puesto todas sus complacencias (Mt 3, 17)86. A lo largo del día pue-den recogerse muchos sacrificios que ofrecer al Maestro y con las pe-queñas se dan muchas ocasiones para hacerlo87. Por lo demás, todas

79 Ibid. Sobre el sentido musical de la mística nupcial vid mi libro Elisa-

beth de la Trinidad, un cántico del silencio, Op. cit., pp. 262 y ss. 80 C 197 y 227. 81 C 197. 82 C 239. 83 Ibid. 84 C 311. 85 Ibid. 86 Ibid. 87 C 298.

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las actividades cotidianas, desde la colada a la pacífica costura, como atestigua la propia Isabel, pueden ser vividas gozosamente desde el centro del alma88.

- La Comunión de los santos: La relación de maternidad espiritual se da en un contexto eclesial de comunión de los santos, al que Isabel da gran importancia como uno de los fundamentos de la espirituali-dad laical. El laico tiene que tener un punto de referencia monástico, una cierta vinculación espiritual que, para no resultar etérea, tiene que acompañarse de pequeños compromisos materiales. Es este un mode-lo de relación que se encuentra presente en Guite. Desde la entrada de Isabel en el Carmelo, la relación que Guite mantiene con él es fre-cuente y estrecha. También con la superiora, madre Germana, que Elisabeth ofrece a Guite como una verdadera madre espiritual. En es-te sentido le escribe: “tu carta le ha gustado mucho a Nuestra Madre que es, enteramente, tu Madre”89. Como atestigua una de sus hijas, Guite, después de la muerte de Elisabeth, consideraba a la madre Germana como una verdadera madre espiritual de la que recibió un gran apoyo90. Por otra parte, Guite está siempre dispuesta a atender las más mínimas insinuaciones o peticiones de ayuda que le dirige su hermana Isabel desde el Carmelo. Unas veces será una colaboración musical con las amigas del coro, otras copiar unas partituras, unos guantes para una obra de teatro91, el envío de una foto92, o bien una ensaladilla rusa93 o un roscón de reyes94 para toda la comunidad. Ya hemos visto también como Guite y Georges, interpretan en la capilla del Carmelo un dúo de violoncelo y piano en honor de las mártires de Compiègne.

Esta cercanía con el Carmelo se fundamenta en un sentimiento de comunidad espiritual continuamente recordado por Isabel, siguiendo la idea de san Pablo: “formamos un solo cuerpo en Cristo y somos todos miembros los unos de los otros” (Rm 12, 4-5). A sus tías Ro-

88 C 89. 89 C 288. 90 RÉMY, Op. cit., p. 133. 91 C 117, 118, 119. 92 C 162, 183. 93 C 205. 94 C 222.

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lland les escribe: “tomo vuestras almas con la mía para entrar en co-munión con todo el Cielo”95. Las almas pueden llegar a la cercanía y a la unión en virtud de la oración y a pesar de todas las distancias es-pacio-temporales. Se trata de una unión que Elisabeth describe mu-chas veces en términos musicales, como una vibración. Tomando una expresión de Thérèse de Lisieux, Isabel escribe: “hermana, eco de mi alma”96. Y es que Guite es sensible a las palabras, al alma de Isabel que resuena en ella y la hace vibrar y emitir un mismo sonido. Tam-bién a Elisabeth le llegan las vibraciones, la resonancia (rétentisse-ment) de las alegrías de Guite y Georges97. Pero, en el fondo, esa vi-bración que une a las almas es silenciosa, es el eco del profundo si-lencio que se canta en la Trinidad98. Continuamente, Elisabeth trata de llevar al ánimo de su hermana su convicción de que entre ellas no hay distancias: “para mi corazón -dice- no hay distancias, y estoy muy cerca de vosotras, lo sientes ¿verdad?”99, “¡si supieras como te envuelvo con mi oración!”100 o bien “te cubro con mis oraciones y mi sufrimiento”101.

El encuentro entre las almas de quienes se hallan distantes, se produce en cualquier momento en que, con tal intención, se invoca a Dios, ante el Santísimo102, recitando el Oficio divino103, el Angelus104, o en cualquier contexto litúrgico en que uno se dé cita. Así, dice Isa-bel a Guite: “te siento en la capilla, de doce a una, es la fusión de nuestras dos almas en Él, ¡oh!, ¡si supieras lo cerca que estamos!”105. El modelo de unión, al que Isabel pretende reconducir su relación con Guite, es el de Marta y María, las dos hermanas que se hallan siempre cerca del Maestro. “Mientras que tú vas a la acción -le dice a Guite- yo te guardo cerca de Él, y, además, bien lo sabes, cuando se le ama,

95 C 162. 96 C 298. 97 C 227. 98 C 166. 99 C 197. 100 C 144. 101 C 311. 102 C 97. 103 C 97, 298. 104 C 213. 105 C 117.

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las cosas exteriores no pueden distraer del Maestro y mi Guite es, a la vez, Marta y María”106. 5. Guite y el testamento de Isabel

En la primera mitad del mes de agosto de 1906, Elisabeth redacta el primero de sus tratados espirituales, que tiene a Guite como desti-nataria y cuyo título definitivo va a ser El cielo en la fe107. Guite re-cuerda cómo, después de la muerte de Elisabeth, la madre Germana le remitió el retiro Cómo hallar mi cielo en la tierra, diciéndole: ahí está el retiro escrito para usted este verano, ella lo ha preparado como un último recuerdo108. Se trata, por tanto, de un auténtico testamento es-piritual en el cual, como dice De Meester, la autora es plenamente consciente, a lo largo de sus páginas, de que se dirige a una joven mamá de dos hijos, casada con un banquero109.

Algunos de los puntos más interesantes desde la perspectiva de una espiritualidad laical, son, a mi juicio, los siguientes:

- La interioridad: Es decir, la necesidad de descender al abismo interior, de penetrar siempre más adentro, hasta el centro del alma. Se trata de llegar, en los términos descritos por Ruysbroek, al abismo de la miseria que se acaba por encontrar con el abismo de la misericor-dia, con la inmensidad del todo110. Las palabra que Jesús dirige a Za-queo: “date prisa en descender” (Lc 19, 5), han de ser interpretadas como la exigencia de un descenso a nuestro abismo interior. Eso no supone una separación exterior de las cosas exteriores, sino una sole-dad del espíritu, un desapego de todo lo que no es Dios111. Este des-pojamiento no es patrimonio exclusivo de religiosos, sino que puede ser también vivido por los laicos. Sumergirse en la humildad es su-

106 C 183. 107 Elisabeth no le puso título, la madre Germana lo tituló “Como pode-

mos encontrar el Cielo en la tierra” que luego el padre Philipon abrevió como El Cielo en la tierra y que De Meester, en la edición francesa de las Obras completas bautizó definitivamente como El Cielo en la fe.

108 Testimonio de Guite en PHILIPON, Op. cit., p. 200. 109 En la Introducción a Le Ciel dans la foi en ELISABETH DE LA TRINITÉ,

Oeuvres Complètes, Op. cit, p. 92. 110 Le Ciel dans la foi (CF) 4. 111 CF 7.

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mergirse en Dios, nunca se va demasiado abajo en la humildad, ni demasiado alto en Dios112.

- La llamada universal a la santidad: Uno de los pasajes más fre-cuentados por Isabel, es el siguiente de la carta a los efesios: “nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo para ser santos e inma-culados en su presencia, en el amor” (Ef 1, 4). La santidad es, pues, un designio divino universal, un imperativo dirigido a todos los hom-bres: “Sed santos porque yo soy santo” (Lv 11, 44 y 1 P 1, 16). Isa-bel, siguiendo de nuevo a Ruysbroek, lo recuerda con las siguientes palabras: “Cualquiera que sea nuestro género de vida o el vestido que nos cubra, cada uno de nosotros debe ser el santo de Dios”113.

- El amor: El más santo es el que más ama, el que más orienta su mirada hacia Dios a fin de que Él, como el sol en el cristal, pueda re-flejar en nosotros su propia imagen114. Ahora bien, para avanzar en el camino del amor con pasos de gigante, es preciso, según Isabel, que nuestra voluntad se una completamente a la voluntad divina. Es nece-sario que quememos en el fuego del sol divino, los últimos residuos de nuestros caprichos, de la búsqueda de nosotros mismos, de las fan-tasías de sí y de no, que nos encierran en la ambigüedad o en la volu-bilidad infantil115. La orientación de la mirada hacia Dios nos hace ver y conocer el gran amor con que Él nos amó (Ef 2, 4), o, por lo menos, creer en él, tal y como dice san Juan: “Hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene” (1Jn 4, 16). Creer en el amor es, según Elisabeth, el gran acto de nuestra fe, el medio de de-volver a nuestro Dios amor por amor116. Un amor cuyo primer signo es el don que Jesús nos ha hecho de su carne para comer y de su san-gre para beber. Jesús se nos da y está continuamente viniendo a nues-tro santuario íntimo117. Ante la realidad de este amor, todo dolor o gozo queda relativizado, todo es pérdida y basura (Fil 3, 8)118. La última carta testamento dirigida a Guite, muy próxima en el tiempo a

112 CF 37. 113 CF 24. 114 Ibid. 115 Vid. CF 8. 116 CF 20. 117 CF 18 y 17. 118 CF 28.

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la redacción de El cielo en la fe, la encabeza Isabel con las palabras de Thérèse de Lisieux: Mi vocación es el amor119. Ella enuncia con claridad su propósito de guiar a Guite a lo más alto, por encima de todo lo perecedero, al seno del Amor infinito. Amor infinito e inmu-table, pues Dios “te ama hoy como te amaba ayer y te amará maña-na”120. Tras la toma de conciencia de ese Amor infinito, lo que exige Isabel de su hermana es que, en medio de las relaciones con el mun-do, se mueva en el amor y por amor, que haga todo por amor y sufra todo por amor, para poder llegar a decir con san Juan de la Cruz “que ya solo en amar es mi ejercicio”121.

- Sentido mariano: María encarna la plena realización de todas las exigencias anteriormente enunciadas por Isabel. Ella vive en la inte-rioridad, “guarda todas las cosas en su corazón” (Lc 2, 19), permane-ce siempre humilde y recogida, en presencia de Dios, en el secreto del templo, por lo cual atrajo hacia sí todas las complacencias de la Tri-nidad122. María es un ejemplo único de santidad y amor a Dios, de identificación plena con su voluntad, expresada a través de sus pala-bras: Heme aquí y hágase (ecce y fiat). Por otra parte, ella es el mode-lo de las almas interiores que son capaces de vivir la cotidianeidad desde dentro. María divinizaba las tareas cotidianas más banales, pues siempre, a través de todo, permanecía en continua adoración del don de Dios123. Vivir recogida y en la interioridad, no le impidió ejer-cer la caridad externa y, así, no dudó en dirigirse “con prontitud” a las montañas de Judea para ayudar a su prima Isabel (Lc 1, 39)124.

- Laudem gloriae: Este es el nombre que, extraído de la carta a los Efesios, Elisabeth encuentra para definir su vocación en los dos últi-mos años de su vida: “A fin de que cuantos esperamos en Cristo sea-mos alabanza de su gloria” (Ef 1, 12). Es precisamente en El Cielo en la fe, que firma con aquel nombre, donde Isabel desarrolla su signifi-cado. Una alabanza de gloria -dice- es un alma que permanece en Dios a quien ama con un amor puro y desinteresado, por encima de

119 C 298. 120 C 298. 121 CF 16. 122 CF 39. 123 CF 40. 124 Ibid.

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las dulzuras y de los dones que de Él recibe, un alma que se entrega plena y perdidamente a su voluntad, un alma que permite al Ser divi-no saciar en ella su necesidad de comunicarse…125. Es un nombre que atrae profundamente a Isabel, porque está cargado de connotaciones musicales. Para Elisabeth el encuentro con este nombre, significa la confirmación de toda su vocación musical, la sublimación de toda su sensibilidad, el hallazgo de su plena libertad creadora de intérprete que se olvida de sí misma ante la partitura que Dios le entrega y que Él mismo ha compuesto. Es un cántico ininterrumpido que se opera en su interior bajo la acción del Espíritu Santo126. Pero no se trata de un nombre o una vocación que le pertenezca a ella con exclusividad, sino que puede ser adoptado y transferido a los demás. Es esto, por otra parte, lo que Elisabeth pretende hacer con su hermana: transferir-le su propio nombre, su propia vocación para que la viva en el mundo y, así, cuando el velo caiga, acaben cantando juntas un cántico de alabanza en el seno del Amor infinito127.

Puede decirse que Guite, a lo largo de su vida, cumplió el pro-grama trazado por su hermana, sintiéndose profundamente ligada a ella y a su mensaje espiritual. Ella, como recuerda Sabeth, su hija mayor, guardaba todas las cartas de Isabel y las leía y releía. Todos los años, cuando salían de vacaciones, Guite iba al Carmelo a deposi-tar la caja con las cartas de Elisabeth para que no se perdieran. Y lo primero que hacía, al regresar, era recuperar la caja de cartas junto con la imagen de la Virgen de Lourdes, que Isabel había llevado siempre consigo y que familiarmente todos conocían como Ianua Coeli128. Sabeth confirma que “su madre vivía de su hermana Isabel, de todo lo que ella le había dicho, de todo lo que le había dado, de to-dos los consejos que había recibido, pero guardaba todo para ella”129. De hecho los hijos de Guite solo tenían conocimiento de la espiritua-lidad de su tía gracias a los Recuerdos de la madre Germana.

Guite, en primer lugar, vive su matrimonio con un sentido pro-fundamente cristiano. Georges que era católico, pero solo mero prac-

125 CF 43. 126 CF 44. 127 Ibid. 128 Testimonio de Sabeth recogido por RÉMY, Op. cit., p. 124. 129 Ibid.

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CARLOS EYMAR

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ticante, evolucionó, bajo la influencia de Guite, hasta el punto de que, al final de su vida, iba a misa todos los días e ingresó en la orden ter-cera de san Francisco130. Su amor común por la música se traducía en una hora de práctica cotidiana que era el símbolo vivido de una ver-dadera armonía espiritual131. Según el testimonio de sus nueve hijos, impregnados también de este ambiente musical, Guite es una madre tierna, cariñosa, abnegada y fuerte, capaz de sacarlos adelante cuan-do, inesperadamente, se queda viuda con poco más de cuarenta años. Pero, sobre todo, ella se preocupa de ejercer también sobre sus hijos una maternidad espiritual. Sin duda, como señala Rémy, al nacer cada uno de ellos, Guite habría meditado las palabras que le dirigió Isabel con motivo del nacimiento de Odette: su deber de orientarlos hacia Él132. Y fue esto lo que hizo Guite, fomentando la oración en familia, iluminando a sus hijos con su ejemplo, o invitándolos a rezar por la beatificación de su tía que seguía velando sobre la familia como un ángel guardián133. De hecho, de sus nueve hijos, cuatro fueron reli-giosas y uno sacerdote, sin contar a su hijo Xavier, muerto de menin-gitis a los once años, pero que ya mostraba una profunda vocación misionera134. Su hija María dice de ella: “Siempre he estado persua-dida de que era una santa. Jamás le encontré un defecto. Siempre es-taba serena, siempre de buen humor”135. El 7 de mayo de 1954, a los 71 años, Guite, rodeada por todos sus hijos, muere después de rezar un Gloria Patri, como para consumar la vocación de alabanza de glo-ria que Isabel le había descubierto. La paz y la luz parecían emanar de ella136.

130 Ibid., p.74. 131 Ibid, p.69-70. 132 Vid. C.227 y RÉMY, Op. cit., pp. 77-78. 133 En la C. 269, Elisabeth le había dicho: “Hermanita, estaré muy con-

tenta de ir Allá arriba para ser tu Ángel”. 134 RÉMY, Op. cit., pp. 100-102. 135 Testimonio de Marie, cit por RÉMY, Op. cit., p. 78. 136 Vid. RÉMY, Op. cit., pp. 116-120.