Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

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AGRUPACIÓN DE PEÑAS AMIGAS DE LA ZONA SUD REVISTA DE DIFUSIÓN "RECUERDOS DE NUESTRA TIERRA" AÑO 5 - REVISTA 19 Inexplicable madrugada del 9 de Octubre del año 1841.... General Juan Galo de Lavalle A los dieciséis años era oficial y antes de cumplir los treinta general del Ejército Argentino. Para muchos fue el unitario que aceptó el oro de los fracasos por luchar contra el Gral. Juan M. de Rosas, pero para otros en cambio pagó sus errores con lo único que podía ofrendar, "Su propia vida.............. Los juicios contradictorios que mereció Juan Galo de Lavalle, la historia juzgó su solitaria muerte en Jujuy, como una misteriosa aventura o una oscura manera de enfrentarse con el destino. La derrota de Famaillá en el mes de Setiembre del año 1841,10 persuadió de viajar a Jujuy para lograr el apoyo del gobierno local, en su lucha contra el Gral. Oribe, pero solo encontró 200 soldados raidos y tan pobres como él. Acompañado por su secretario, Félix Frías y el edecán Pedro Lacasa, el General unitario marchó entonces para alojarse en la mansión de la familia Zenavilla. Era el 8 de Octubre, y durante la madrugada del día siguiente una bala homicida puso fin a su vida y originó el enigma de su muerte. Narra la versión oficial que una partida federal tiroteó ese día la casa de Zenavilla y que un proyectil atravesando la pesada puerta de madera mató al Gral. Lavalle, los integrantes de esa partida declararon que lo lograron de manera "Casi milagrosa": El plomo atravesó el ojo de la cerradura y dio en el corazón de la víctima. Paradójicamente, los compañeros del Gral Lavalle y sus presuntos matadores coincidieron en el relato de los hechos. En apoyo de la versión tradicional, existe un documento elevado al Gral Oribe, desde Jujuy por un militar federal de apellido Gutiérrez que dice textualmente: "Ayer a las 7 de la mañana por un incidente marchaba por la calle con 8 hombres (...) Y encontré en la puerta de una casa, un soldado con insignias de unidad, y habiéndole preguntado quien era, respondió ser el asistente del Gral Lavalle a esta voz salió el expresado y al vemos con la vestimenta militar cerró la puerta, y en el acto se le realizó la descarga de 3 carabinas, cayendo muerto". Según el historiador Adolfo Casablanca, el misterio entorno del incidente se profundiza si se examina la puerta baleada. Esta se conserva en el Museo Histórico Nacional de la capital jujeña y no muestra huellas de haber sido atravesada por una bala. Los voluminosos proyectiles de aquella época dudó el investigador- hallan podido atravesar el orificio de la cerradura, es una hazaña difícil de consumar. Mucho más aún, acertarle en el corazón estando la persona de pie tras la puerta. Casablanca arriesgó otra hipótesis: Lavalle compartió su última noche con Dámasa Boedo, una salteña que se le había unido a su paso por Jujuy, se conocieron cuando ella se acercó a rogarle por las vidas de su hermano y su tío, ambos federales, que el Gral. había considerado matar y que pese a los ruegos de la joven, la ejecución tuvo lugar, lo que no impidió que la joven y el General. establecieran una apasionada relación. No sería del todo descabellado -según el estudioso- , que una tardía venganza impulsara a Dámasa Boedo, sin embargo la joven acompañó los restos de Lavalle a Bolivia y a su velatorio en Potosí. Ninguno de los compañeros del General la acusó de conducta sospechosa, y lo cierto es que a la legítima esposa del fallecido jamás se le mencionaron las circunstancias que rodearon la muerte de su esposo. El historiador José María Rosa, lanza otra hipótesis: El suicidio, justifica su argumento, el Gral Lavalle había sido duramente criticado por el Gral San Martín, su antiguo jefe. En carta al Gral Rosas, el Libertador acusó a los unitarios que salieron a Francia para derrocar al dictador, calificándolos de "Infames Traidores, cuya felonías ni el sepulcro hará desaparecer......... Lavalle conoció esa carta, por la difusión que le dio su destinatario, además del fusilamiento de Dorrego y el pacto con los franceses, no hacen más que oscurecer la tragedia de ese 9 de Octubre de 1841. Los interrogantes continúan rodeando la oscura muerte del Gral Lavalle ¿Por qué se esperó hasta el día siguiente para dar la noticia de su deceso?, ¿Cómo es posible que una partida federal se dirigiera

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AGRUPACIÓN DE PEÑAS AMIGAS DE LA ZONA SUD

REVISTA DE DIFUSIÓN "RECUERDOS DE NUESTRA TIERRA"

AÑO 5 - REVISTA 19

Inexplicable madrugada del 9 de Octubre del año 1841.... General Juan Galo de Lavalle

A los dieciséis años era oficial y antes de cumplir los treinta general del Ejército Argentino. Para muchos fue el unitario que aceptó el oro de los fracasos por luchar contra el Gral. Juan M. de Rosas, pero para otros en cambio pagó sus errores con lo único que podía ofrendar, "Su propia vida.............. Los juicios contradictorios que mereció Juan Galo de Lavalle, la historia juzgó su solitaria muerte en Jujuy, como una misteriosa aventura o una oscura manera de enfrentarse con el destino. La derrota de Famaillá en el mes de Setiembre del año 1841,10 persuadió de viajar a Jujuy para lograr el apoyo del gobierno local, en su lucha contra el Gral. Oribe, pero solo encontró 200 soldados raidos y tan pobres como él. Acompañado por su secretario, Félix Frías y el edecán Pedro Lacasa, el General unitario marchó entonces para alojarse en la mansión de la familia Zenavilla. Era el 8 de Octubre, y durante la madrugada del día siguiente una bala homicida puso fin a su vida y originó el enigma de su muerte. Narra la versión oficial que una partida federal tiroteó ese día la casa de Zenavilla y que un proyectil atravesando la pesada puerta de madera mató al Gral. Lavalle, los integrantes de esa partida declararon que lo lograron de manera "Casi milagrosa": El plomo atravesó el ojo de la cerradura y dio en el corazón de la víctima. Paradójicamente, los compañeros del Gral Lavalle y sus presuntos matadores coincidieron en el relato de los hechos. En apoyo de la versión tradicional, existe un documento elevado al Gral Oribe, desde Jujuy por un militar federal de apellido Gutiérrez que dice textualmente: "Ayer a las 7 de la mañana por un incidente marchaba por la calle con 8 hombres (...) Y encontré en la puerta de una casa, un soldado con insignias de unidad, y habiéndole preguntado quien era, respondió ser el asistente del Gral Lavalle a esta voz salió el expresado y al vemos con la vestimenta militar cerró la puerta, y en el acto se le realizó la descarga de 3 carabinas, cayendo muerto". Según el historiador Adolfo Casablanca, el misterio entorno del incidente se profundiza si se examina la puerta baleada. Esta se conserva en el Museo Histórico Nacional de la capital jujeña y no muestra huellas de haber sido atravesada por una bala. Los voluminosos proyectiles de aquella época dudó el investigador- hallan podido atravesar el orificio de la cerradura, es una hazaña difícil de consumar. Mucho más aún, acertarle en el corazón estando la persona de pie tras la puerta. Casablanca arriesgó otra hipótesis: Lavalle compartió su última noche con Dámasa Boedo, una salteña que se le había unido a su paso por Jujuy, se conocieron cuando ella se acercó a rogarle por las vidas de su hermano y su tío, ambos federales, que el Gral. había considerado matar y que pese a los ruegos de la joven, la ejecución tuvo lugar, lo que no impidió que la joven y el General. establecieran una apasionada relación. No sería del todo descabellado -según el estudioso- , que una tardía venganza impulsara a Dámasa Boedo, sin embargo la joven acompañó los restos de Lavalle a Bolivia y a su velatorio en Potosí. Ninguno de los compañeros del General la acusó de conducta sospechosa, y lo cierto es que a la legítima esposa del

fallecido jamás se le mencionaron las circunstancias que rodearon la muerte de su esposo. El historiador José María Rosa, lanza otra hipótesis: El suicidio, justifica su argumento, el Gral Lavalle había sido duramente criticado por el Gral San Martín, su antiguo jefe. En carta al Gral Rosas, el Libertador acusó a los unitarios que salieron a Francia para derrocar al dictador, calificándolos de "Infames Traidores, cuya felonías ni el sepulcro hará desaparecer......... Lavalle conoció esa carta, por la difusión que le dio su destinatario, además del fusilamiento de Dorrego y el pacto con los franceses, no hacen más que oscurecer la tragedia de ese 9 de Octubre de 1841. Los interrogantes continúan rodeando la oscura muerte del Gral Lavalle ¿Por qué se esperó hasta el día siguiente para dar la noticia de su deceso?, ¿Cómo es posible que una partida federal se dirigiera

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al sitio preciso donde se alojaba el jefe unitario?, ¿Cómo careció éste de toda protección en el instante decisivo? La incógnita en una ciudad de escasos habitantes, llevó el nombre de Jujuy por toda América. El enigma de la muerte del Gral Lavalle, el caudillo unitario, se asocia '~ una madrugada, de una provincia del norte argentino, y a una pesada puerta de madera que aún guarda el secreto de la tragedia".

Información extractada de la "Enciclopedia Argentina". Editorial Abril, Educativa Cultural S.A. Editor CésarCivita, publicación avalada porellnst. Geográfico Militar.

Biografías - Historia

Biografía : Moro Díaz de López, Juana Gabriela

Patriota de la guerra de la independencia nacida en Jujuy el 26 de marzo de 1785, hija del teniente coronel Juan Antonio Moro Díaz y doña Faustina Rosa de Aguirre. El teniente coronel Juan Antonio Moro Díaz, juntamente con Juan Martín de Pueyrredón y Ramón García Pizarro, fundaron el pueblo de Orán, del cual el teniente coronel Moro Díaz fue Regidor Alcalde. Doña Juana Gabriela Moro Díaz, contrajo matrimonio con el coronel don Jerónimo López de Carvajal -hijo del capitán Gregorio López y doña Manuela Mercado y Carvajal-, el viernes 29 de octubre de 1802 en la iglesia matriz de Salta, siendo testigos de la boda que bendijo el cura doctor Anastasio de Isasmendi, el licenciado Juan Esteban Tamayo, y los señores don Cipriano González de la Madrid y don José Tomás Sánchez.

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En 1802, toda su familia se había establecido en Salta, donde la joven Juana Gabriela comenzó a gozar de prestigio por su atrayente personalidad. Su patriotismo y su audacia se pusieron de relieve durante los prolegómenos de la batalla de Salta cuando, junto a otras damas se propusieron a conquistar a los oficiales realistas con el propósito de debilitar al ejército enemigo. Juana, que era una mujer de singular belleza, se adjudicó la tarea de seducir al marqués de Yavi, jefe de la caballería española. De acuerdo con lo convenido, el marqués y varios de sus compañeros y oficiales accedieron a abandonar las filas realistas el día previo a la batalla de Salta del 20 de febrero de 1813, comprometiéndose a regresar al Perú y trabajar por la causa de la revolución. Pero el accionar patriótico y abierto de Juana Gabriela no paró aquí, ya que fue partícipe de otras acciones que la llevarían a erigirse en uno de los enemigos principales de los españoles, convirtiéndose para estos en la más anhelada presa por conquistar. Los vaivenes de la Independencia de nuestra Argentina, pasaban por Salta exclusivamente en esos momentos, y con los salteños enrolados en cimentar la nueva patria, la responsabilidad de rechazar a los realistas. Pero éstos, iban y venían de nuestra capital, de acuerdo a las circunstancias que los erigían en vencedores o vencidos. Al invadir el Virrey del Perú, a cargo del ejército del Alto Perú, don Joaquín de la Pezuela la provincia en 1814, a raíz de las derrotas de las fuerzas patriotas en Vilcapugio y Ayohuma, lo primero que hizo el jefe español, fue tomar prisionera a Juana Gabriela Moro Díaz, la “codiciada presa”, para darle un escarmiento ejemplar. No la castigaría físicamente, dada su condición de mujer, pero para corregir desviaciones anti realistas, los hombres siempre contaron con los más refinados métodos de torturas, desde que el mundo es mundo. Pezuela la condenó a la pena capital, pero sin utilizar para ello el clásico paredón y su pelotón de fusilamiento. La hizo encerrar en una habitación de su propia casa y ordenó cerrar todas las aberturas para evitar toda comunicación con el exterior. Este cruento tormento, el del confinamiento por encerramiento, es vulgarmente conocido como “tapiamiento”, “tapiar”, o “tapiada.” Una vecina, aunque realista, se compadeció de Juana Gabriela y horadando la pared, la salvó de morir de hambre y de sed, quedándole desde entonces el mote de la emparedada. Su casa estaba ubicada en la calle España, entre Balcarce y 20 de Febrero.

Disfrazada de coya

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En la edición nº 90 del sábado 23 de junio de 1900 de la revista Caras y Caretas, de Buenos Aires, se publicó un artículo ilustrado UNA PATRIOTA SALTEÑA, Dª. Juana Mora de López, que se refiere precisamente a la célebre patricia doña Juana Moro Díaz de López. La misma está firmada por JACK quien aclara al final: “Esta historia me la ha referido la distinguida matrona doña Serafina Uriburu de Uriburu, nieta del Mariscal don Juan Antonio Álvarez de Arenales. Dibujo de Sanuy.”

“Corría el año 1814, y Salta, la ungida por la victoria, la ciudad predilecta de Belgrano, acababa nuevamente de ser ocupada por las fuerzas realistas. Versiones contradictorias y alarmantes se oían entre las familias sobre la suerte del ejército de la patria. Unas lo daban victorioso, y otras vencido y disperso. Para el patriotismo de aquellas abnegadas mujeres salteñas –en quienes se realizaba el sueño de la antigua Grecia, la amante hecha hombre, de exquisita elegancia de formas, con espíritu viril, digno de ciencia y de sabiduría-, cuyos padre, esposos o hermanos militaban en el ejército argentino, la situación se tornaba cada vez más desesperante. Santa Rita, cuya novena se hacía en esas noches, era implorada constantemente en auxilio de los libertadores, y jamás salieron de corazones más nobles y amantes, oraciones más fervientes que aquellas en que se imploraba la victoria para las armas de la patria. Dios iba a oírlas…

La falta de noticias, empero, teníalas en cuidado y desconsoladas. Una noche alguien propuso que saliera un chasque en busca del ejército libertador, con el fin de hacerle conocer al general Arenales, que lo mandaba, la posición de los invasores, su número, etcétera. Pero, ¿quién iría? Confiarle la delicada misión a un muchacho o á un desconocido, era peligroso por las probabilidades de que pudiese caer en poder de los españoles, que lo juzgarían como espía. “Yo iré, y ustedes cuidarán de mis hijos”, dijo una de aquellas valerosas damas y momentos después desparecer de la reunión. Noches después, un coyita que llevaba sobre sus débiles hombros unas alforjas repletas de coca y cascarilla, con burdas ojotas en los pies y cubierta la cabeza con el clásico sombrero de vicuña de anchas alas, golpeaba a altas horas la puerta de la casa que habitaba la esposa del general Álvarez de Arenales. Franqueada la entrada, se hizo conducir a la sala y pidió hablar a solas con Serafina. Una vez con la distinguida dama en su presencia, arrojó al suelo el sombrero, desátose el cabello, y después de un “¡viva la patria!”, le dijo, “mañana tu esposo estará aquí, pues viene de marcha forzada por el

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camino oculto de la quebrada, y habrá dado una victoria a la patria amada.” La que así hablaba era la señora Juana Moro de López, que bajo su disfraz de coya había conseguido burlar la severa vigilancia de los centinelas españoles, y atravesando en la soledad de las noches desfiladeros y valles, lograba ponerse al habla con el general patriota. Al siguiente día el invicto Arenales reñía en los suburbios de Salta, encarnizada batalla qué, al caer la tarde, terminaba con la más espléndida de las victorias.” Posteriormente realizó otras arriesgadas acciones, como la de ir en busca del general Juan Antonio Álvarez de Arenales para conocer la posición de su ejército, del que llegaban noticias contradictorias. Se disfrazó de coya y así se lanzó por valles y quebradas. Algunos días después se presentó en casa de doña Serafina González de Hoyos, esposa del general Arenales, para anunciarle que su marido estaría en Salta al día siguiente, lo cual aconteció, desalojando éste a las fuerzas españolas. La población, entusiasmada, paseó a Juana por las calles de Salta. Prosiguió trabajando en pos de la consolidación de la independencia y cuando sus servicios ya no fueron necesarios, de dedicó de lleno a las tareas de su hogar. Reaparecía varios años después, cuando contaba ya con 68 años sobre sus espaldas; el 9 de julio de 1853 integró el grupo de damas salteñas que se dirigió al gobierno “lamentando la postergación a que se relega al sexo femenino al no permitírseles jurar la Constitución Nacional.” Su retrato, ya anciana, fue publicado por el doctor Bernardo Frías en la primera edición de su obra Historia del General Güemes (Tomo ll, página 607). Existe una iniciativa, la de llevar sus restos al Panteón de las Glorias del Norte, ubicado en la Basílica Catedral de Salta, propiciada por la Junta de Estudios Históricos de Salta, en el año 1963. La misma está suscripta por el Coronel (R) Salvador Figueroa Michel, presidente; ingeniero Jorge Wanters Toranzos Torino, vicepresidente, y el profesor Carlos Gregorio Romero Sosa, secretario de actualizar investigación sobre el destino de sus restos y en caso de ser encontrados, trasladarlos con ceremonia oficial, al Panteón de las Glorias del Norte.” Doña Juana Gabriela Moro Díaz de López falleció en nuestra ciudad “... a diecisiete días del mes de diciembre de mil ochocientos setenta y cuatro, en casa de su propiedad, habiendo recibido el sacramento de la penitencia, sagrado viático y extremaunción que el canónigo doctor don Pascual Arze y Zelarayán administró el día quince del presente, murió en la comunión de nuestra Santa Madre Iglesia de enfermedad al hígado doña Juana Morodias, vecina de esta ciudad de edad de noventa años viuda del finado don Jerónimo López. Su cadáver fue sepultado en el panteón de esta ciudad con oficio rezado el día dieciocho del presente y para que conste lo firmo. Napoleón Cairo”, según consta en el archivo del Arzobispado de Salta. (NdA: El “panteón de esta ciudad” es el actual cementerio de la Santa Cruz.) Pese a dejar de existir en diciembre de 1874, el nombre de la ilustre patricia aparece en un documento en el archivo del Arzobispado de Salta, el domingo 1 de octubre de 1876, como madrina de bautismo, junto a su hijo el doctor Bernabé López, de la niña María Petrona Toranzos Torino, después fundadora y presidenta del Patronato de la Infancia de Salta. Además, el después obispo de Salta, monseñor Gregorio Romero, la conoció en su lúcida vejez, dando fe de ello. Las biografías existentes sobre su personalidad la dan fallecida

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centenaria entre 1886 y 1887, cuando la epidemia del cólera se abatió sobre Salta y como una de las víctimas del flagelo. El documento de su fallecimiento existe, pero en la misma figura con su apellido alterado de soltera Morodias, y no Moro Díaz, lo cual indujo a las equivocaciones de quienes siguieron sus rastros hasta el final de su existencia. Mucho es lo que puede decirse de esta jujeña-salteña y argentina ejemplar, temeraria sin límites, la que a través de su ejemplar accionar deja traslucir una personalidad exquisita y cautivante por sus hazañas, despertando la admiración de mujeres y hombres por igual. Biografía de Teófilo Sánchez de Bustamante

“Nacida en Jujuy, el 26 de marzo de 1785 (Partida de bautismo, libros parroquiales), hija de don Antonio Moro Díaz y doña Faustina de Aguirre Portal, en el segundo matrimonio de ésta. Doña Juana Gabriela Moro, fue casada en 1803 con el capitán Gerónimo López, salteño, hijo de Gregorio López y de Manuela Carabajal. Tuvo por única hermana de padre y madre a doña Magdalena Moro y Aguirre, nacida en Jujuy en 1779 (Censo de 1779) que profesó de monja y fue religiosa del Convento de Santa Teresa de Potosí. (Testamento de su madre doña Faustina de Aguirre, en mi poder). “Doña Juana Moro fue célebre dama patricia de quien dice don Bernardo Frías, en su Historia de Güemes y Salta T lll, pág. 157, que “era nacida en Jujuy y bajo el disfraz de gaucho joven e inocente, penetraba en las plazas de Jujuy y Orán ocupadas por el enemigo, llevando partes y trayendo nuevas”, lo que podía hacer agregamos, porque su padre fue uno de los fundadores de Orán y dueño de extensas tierras, de una merced que le hizo el fundador de esa ciudad, y su madre de la finca “Severino”, el Perico de El Carmen. Además tenía medios hermanos y muchos parientes en Jujuy. “En la sucesión de don Antonio Moro Díaz, se dice que “los títulos (de Severino) se perdieron con otros papeles en el saqueo que hicieron de la casa del señor coronel Gerónimo López, cuando mandó presa a Jujuy el gobernador Martínez de Osa (Hoz), por patriota a su esposa, doña Juana Gabriela Moro (Boletín del Inst. Hist. De Salta, Tomo lll, página 273). “Don Bernardo Frías ha publicado su retrato en op. cit. Tomo ll, página 607.” Alguna escuela de la provincia debiera llevar su nombre.” (Teófilo Sánchez de Bustamante, Biografías Históricas de Jujuy, 1995, Universidad Nacional de Jujuy)

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Biografïa : Silva de Gurruchaga, Martina Eugenia de San Diego

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Patriota, nacida en Salta en el hogar constituido por el Escribano de Gobierno,

don

Marcelino Miguel de Silva y doña María Isidora Fernández de Córdoba. Fue bautizada en la iglesia Matriz el sábado 13 de noviembre de 1790 “por el Predicador General y actual Guardián de este convento de San Diego de Salta (San Francisco), fray Felipe Casale. Fueron padrinos don Antonio González y doña Ángela de Castro.” Hija del segundo matrimonio de su padre don Marcelino Miguel de Silva (hijo de don Francisco de Silva y doña Bernarda Tadea Delgado), casado en primeras nupcias en febrero de 1781 con doña Manuela de Castro y Arias, hija de don Pablo de Castro y doña Petrona Arias. Doña Martina, al igual que muchas otras salteñas, recibió una esmerada educación en su propia casa. Fue desposada en el curso del año 1810 por el también patriota don José de Gurruchaga, precursor de la Independencia, hijo del general José Antonio de Gurruchaga y doña Manuela Fernández Pedrozo y Aguirre. Don José de Gurruchaga fue ministro de la Real Hacienda de Salta y hermano de don Francisco de Gurruchaga, creador de la Armada Nacional de Argentina. Se recuerda con gratitud la campaña silenciosa y tenaz desarrollada por un grupo de damas salteñas. Es durante 1813 cuando vemos surgir en la joven Martina a la mujer admirable, a la patricia dispuesta a todo por la naciente patria. Junto a ella se recuerda a doña Magdalena Güemes de Tejada, la famosa “Macacha”, hermana del general don Martín Miguel de Güemes; doña María Josefa de la Corte de Arias, la “Lunareja”; doña Loreto Sánchez de Peón de Frías, doña Gertrudis Medeiros de Cornejo, llevada por los realistas desde su hacienda de Campo Santo hasta Jujuy a pie, por conspiradora; doña Fortunata de la Corte de Peña y la joven esposa del general Güemes, la bella doña Carmen Puch; doña Juana Gabriela Moro Díaz de López “La emparedada”, doña Andrea Zenarruza de Uriondo, doña Petrona “China” Arias, la señora de Velasco quien fuera educadora de doña Juan Manuela Gorriti, entre algunas otras damas conjuradas para conquistar la voluntad de numerosos jefes y oficiales realistas del ejército del general don Pío Tristán, en favor de la causa revolucionaria cuyos resultados incidieron en el triunfo de la batalla de Salta. Patriota entusiasta, contribuyó al éxito del general Belgrano en Salta. Lo hospedó en su casa de Los Cerrillos y consiguió que su marido, rico comerciante, donara paños para uniformes y dinero para adquirir armas. Doña Martina bordó con sus manos y obsequió al ejército una bandera celeste y blanca en vísperas de la batalla; equipó de su propio peculio al famoso destacamento de soldados vestidos con uniformes y ponchos azules, que apareció oportuna y audazmente sobre las Lomas de Medeiros, sembrando el

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pánico entre los realistas sin disparar una sola bala, contribuyó decisivamente a la obtención del triunfo. A los efectos de aclarar aquello de “uniformes y ponchos azules”, el hecho se debió a que en los almacenes del matrimonio Gurruchaga-Silva, era la tela que más abundaba en esos momentos. Recibió del general Manuel Belgrano un tapado de seda en el que se había bordado la leyenda “A la benemérita patriota, capitana del Ejército, doña Martina Silva de Gurruchaga.” Muchos próceres, entre otros Belgrano, Pueyrredón, Rondeau, Vicente López, encontraron en la casa de esta ilustre patricia, el recibimiento cordial y el hospitalario albergue, muy necesarios tras las fatigas de las marchas o los triunfo y reveses propios de las luchas de aquellos tiempos. En 1820 efectuó una donación de 2.000 pesos fuertes para los gastos de la guerra. El sábado 17 de junio de 1815 fue bautizada su hija Juana Modesta, siendo sus padrinos don Francisco de Gurruchaga y doña María Isidora Fernández de Córdoba, su madre. Virginia, nació el domingo 15 de mayo de 1821 y bautizada en la Catedral el martes 17 de junio, dos días más tarde. Don Apolinar Usandivaras y don Lindor Alemán apadrinaron la ceremonia religiosa a cargo del presbítero don José Manuel Salguero, rector interino. Susana Adelaida nació el domingo 11 de mayo de 1822 y bautizada en la Catedral el lunes 19 de agosto del mismo año por el presbítero don Francisco Fernández. Apadrinaron la ceremonia don Ángel Lesser y doña Micaela Lesser. Otro hijo de doña Martina llegaría el viernes 30 de marzo de 1832, llamado José, el cual, al ser bautizado, tuvo como padrinos a don Hilarión Echenique y a doña Modesta Gurruchaga. Esta recordada patricia salteña falleció el jueves 19 de marzo de 1874, en casa de doña Delfina Fresco de Fresco, con los auxilios religiosos del padre Matías Linares y Sanzetenea quien le administró la sagrada eucaristía y la extremaunción el lunes 09, diez días antes de su deceso. Falleció esta ilustre dama a la edad de 84 años, “del hígado”, viuda de don José de Gurruchaga.” Sus restos descansan en el Panteón de las Glorias del Norte de Salta, desde el año 1954. Fue el primer arzobispo de Salta, monseñor Roberto J. Tavella, quien solicitó el ingreso de la Benemérita Capitana del Ejército. El Decreto 52/54 fue firmado por señor Ministro de Gobierno, Justicia e Instrucción Pública, don Jorge Aranda, siendo gobernador de la provincia el doctor Ricardo Joaquín Durand. Fue la primera mujer guerrera de la Independencia a quien le cupo el honor de que sus restos permanezcan para siempre en tan preclaro recinto. El martes 24 de mayo de 1910, con motivo de la celebración del primer centenario de la Independencia, la patricia salteña fue distinguida y su memoria exaltada por los porteños, al inaugurarse en la Capital Federal la escuela que lleva su nombre ubicada por entonces en calle Mariano Boedo 657. Asistió al acto patriótico gran cantidad de público. Fueron designados padrinos los señores doctor Rafael Ruiz de los Llanos, Florentino Ortega y Carlos Baires y la señora Justa Campos de Urquiza. Usaron de la palabra don Carlos Baires, la señora Rawson de Dellepiani, don David Fernández y el Director de la Escuela, don David Fernández.

Lona, Corina Educadora y benefactora. Nacida en Metán (Salta), el domingo 21 de agosto de 1887, hija de don Enrique Lona y de doña Petrona Sierra, cuyos antepasados figuran entre los fundadores de su ciudad natal por línea materna.

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El acta de su bautismo expresa: “En esta iglesia parroquial de San José de Metán a días del mes de septiembre del año del Señor de mil ochocientos ochenta y siete, yo el cura interino de esta parroquia bauticé solemnemente, puse óleo y chrisma a una niña nacida el día 21 del mes anterior hija legítima don Enrique Lona y Petrona Sierra vecinos de este pueblo, a la cual puse por nombre Corina. Fueron sus padrinos don Aniceto Latorre y su esposa doña Lorenza Arias de la Corte, de Salta, representada por don Francisco Sierra y doña Inés Saravia, a quienes instruí sobre el parentesco espiritual con la recién bautizada y con los padres de esta y de las obligaciones que como tales padrinos contraían y para que conste lo firmo. Presbítero Manuel Valverde.”

Fueron sus abuelos paternos don Ferdinand Lona y doña Marie Iacomet, franceses, y los maternos don Guillermo Sierra y doña Inés Saravia. Su bisabuelo, don José Manuel Saravia, fue el último Gobernador de Salta en la época de Rosas y su bisabuela, doña Tránsito de Latorre era hija del general Latorre. El ciclo primario lo traspuso en la escuela Domingo Faustino Sarmiento, de la ciudad de Salta, para luego trasladarse a la vecina ciudad de Tucumán a fin de cursar en la Escuela de Profesores Domingo F. Sarmiento, adscripta a la Universidad Nacional de Tucumán, hasta obtener el título de maestra, a los 17 años. De regreso a la capital salteña, por coincidencia, se inició en la docencia como maestra precisamente en la escuela Domingo F. Sarmiento donde sorbiera las primeras letras. Trasladada posteriormente a la escuela Bernardino Rivadavia, también de la ciudad de Salta, permaneció en la misma hasta su jubilación (1937) habiendo alcanzado a ocupar, por ascenso, la vice dirección del establecimiento. En un periplo realizado por Europa en 1929, viajando por Francia y España, se enfrentó con la tremenda realidad de la gran cantidad de ciegos que habían perdido su vista como consecuencia de los estragos de la guerra mundial. Tocada profundamente encontró el aliciente para su vida futura en oportunidad de visitar institutos especializados en las técnicas de la enseñanza y conducción de no videntes. Imbuido su espíritu caritativo de lo que podía hacer en nuestro medio, despertó su vocación protectora hacia aquellos privados de la vista. De regreso a Salta, y con la aprobación de sus superiores, se trasladó a Buenos Aires donde aprendió el sistema Braille y de regreso, otra vez, se abocó a la tarea de educar niños ciegos en la propia escuela Bernardino Rivadavia, tomando para ello sus horas de descanso, hasta que formalmente inició su acción educativa de no videntes el 21 de abril de 1930, fundando la

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Escuela de Ciegos, la que funcionó en Alberdi 314, con mínimas comodidades pagando ella misma el alquiler de su propio peculio. Vale la pena recordar el primer plantel de colaboradoras -también sus fundadoras-, para la enseñanza de tareas y conocimientos destinado a los no videntes: Mercedes Sosa Lavin, labores; María Teresa S. de Sylvester y Sarita Rodríguez Munizaga, en trabajos prácticos; María Luisa Prieto de Touján, profesora de guitarra, y la colaboración especial del profesor José Bonelli, en violín. Este es solo el principio de su obra ya que en 1953 la ve concretar, disponiendo que un terreno donado por la familia Durand, ubicado en las estribaciones del cerro San Bernardo, se convirtiera en la sede actual del Hogar Escuela para Ciegos Corina Lona. La piedra fundamental se colocó en 1953 y fue inaugurado en 1954. La señora doña Corina Lona se había acogido a los beneficios de la jubilación en enero de 1938. Pero las necesidades también crecían progresivamente obligándola a solicitar el apoyo oficial hasta que años más tarde, el gobernador doctor don Ricardo Durand le hizo construir un edificio adecuado, proyectado expresamente para servir de Hogar Escuela, y al cual se mudara la pequeña colonia, en 1955, demostrando bien pronto su capacidad de asimilación al punto de constituirse en modelo de organización y una avanzada entre sus similares, ya que no sólo se imparte conocimientos generales sino que todos aprenden diversos oficios manuales con lo que sufragan, en parte, su propia manutención. En mérito a la humanitaria labor de doña Corina Lona, se le ofreció en el año 1953 un homenaje en el Teatro Victoria, organizado por la sociedad El Círculo de la ciudad de Salta, quien premió su obra con Medalla de Oro, en la que el poeta don Manuel J. Castilla escribiera esta dedicatoria: La luz que has buscado te ha acercado a Dios. En la revista Hacia la luz, editada en Buenos Aires en mayo de 1954 por el Patronato Nacional de Ciegos, su director, don Manuel Laurora, escribió un artículo sobre la obra de la benefactora salteña en los siguientes términos: “Desde hace algunos meses los diarios de Salta informan de la exitosa campaña que se viene realizando con el propósito de reunir fondos destinados a la construcción de la “Escuela Hogar para ciegos”, debidamente dotada de las comodidades e instalaciones adecuadas. La labor que se lleva a cabo en tal sentido y que cuenta con el auspicio y el apoyo del Gobernador de la Provincia, es la consecuencia de la meritoria acción que cumple, desde hace aproximadamente hace cinco lustros, la señorita Corina Lona en pro de los no videntes salteños. Como se recordará la señorita Lona fundó allí la primera escuela para ciegos, sostenida durante mucho tiempo con su propio peculio y la colaboración de los simpatizantes de su obra, desarrollando en ella una generosa y abnegada tarea asistencial y educativa. “El nombre de Corina Lona está inscripto ya en letras áureas en el historial de la beneficencia y el humanismo salteño. Su obra surgió hace más de un cuarto de siglo, con la humildad con que surgen las obras destinadas a perpetuarse indefinidamente ¿dificultades?, enormes e insalvables fueron solo sorteadas a fuerza de amor, de abnegación y de sacrificios incontables. Nada había y todo estaba por hacer. Hasta hubo que vencer la indiferencia del ambiente. Entre tanto, la pequeña escuelita ha ido creciendo: de ella han egresado hombres y mujeres útiles para la sociedad. Hoy la escuela de la señorita Lona es ya toda

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una institución en Salta. Con el apoyo del Gobierno y de todo el pueblo se está levantando su edificio propio en las faldas del cerro San Bernardo. Esta escuela por disposición del Gobernador doctor Ricardo Durand, llevará el nombre de “Corina Lona”, en homenaje a la altruista docente que entregó su vida al servicio del bien.” Asimismo, en 1963, y el Rotary Club, también de Salta, le confirió el Premio al Servicio Distinguido por su dedicación a los no videntes. Por su parte el gobierno de la provincia destina, anualmente, una partida para el mantenimiento de los talleres y subvención de los profesores con que cuenta el establecimiento. Doña Corina Lona dejó este mundo el jueves 23 de enero de 1964 habiendo fallecido rodeada de sus “queridos hijos” -como ella llamaba a los internos- en el mismo Hogar Escuela que, a partir de entonces, se denomina con el nombre de su fundadora y en cuya entrada el Club de Leones de Salta le hizo emplazar un busto recordatorio. El gobierno de la provincia decretó honras fúnebres con motivo del fallecimiento de esta benemérita dama. Para recordar su memoria dos escuelas provinciales llevan también su nombre, una en Orán y la otra en Metán, su tierra natal. El doctor Julio Díaz Villalba, poeta y hombre de letras, dedicó a la memoria de la difunta doña Corina Lona este sentido soneto: Corina lona, ángel de martirio / señora de lo humilde y lo pequeño / donde se afincaba el mal, allí tu empeño / y en toda lobreguez, tu flor de lirio. La silenciosa llama de tu sirio / consumiéndose sin paz, tregua ni sueño / prieto tu corazón junto al isleño / mundo, hecho dolor, hecho martirio. Abatidas las rosas de tus manos, / esos ciegos, tus huérfanos hermanos, / se agolpan alrededor de tus despojos. Y comprendiendo la tragedia cierta / prefieren no mirar a verte muerta / mientras tu luz adentrase a sus ojos.

Sin duda que esta generosa mujer, que podría haber dedicado su vida al hogar tal como lo hicieron muchas otras casándose, con hijos, nietos, etcétera, prefirió sacrificar todo ello en pos de los invidentes. ¿Trae cada uno su destino marcado?, si no es así, cada ser lo busca. Su viaje por los países de Europa marcaría para siempre su futuro de luz para el prójimo, para esa legión de varones y mujeres, chicos y grandes, privados de apreciar visualmente lo que es común y diario para nosotros. Ella interpretó fielmente aquel pensamiento de Helen Keller: No hay camino más hermoso para agradecer a Dios la luz, que tender una mano a alguien en la tiniebla. Doña Corina Lona integra ese núcleo de privilegiadas mujeres qué, sacrificándose ellas, posibilitan ser felices a muchos. Todo, a cambio de permanecer en la memoria del pueblo como desinteresadas benefactoras,

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como sencilla recompensa a sus afanes. Pero, ¿dedicaron todas sus vidas buscando éste halago póstumo?

Boedo de Rapela, Dámasa Hija del ilustre prócer de la Independencia, doctor don Mariano Boedo y doña Francisca Javiera Lesser, nacida en Buenos Aires, ciudad a la que se habían trasladado sus padres, al ser llevado allí el Congreso de la Nación del cual el doctor Boedo era su presidente. Los biógrafos que escribieron sobre Dámasa, la dan nacida en Salta en 1818 e hija del coronel don José Francisco Boedo y doña Gerónima Arias Castellanos, en realidad, sus tíos. Después de la declaración de la Independencia en el Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816, del cual el doctor Mariano Boedo fue su vicepresidente, se decidió dar como sede del mismo a la ciudad de Buenos Aires. El doctor Boedo fue designado su presidente, razón por la cual debió trasladarse a la metrópolis con toda su familia, hasta producirse su deceso el 9 o 19 de abril de 1819, a los 46 años de edad. Si la bella Dámasa nació en 1818, como se asegura, su cuna fue Buenos Aires, donde residía la familia. El deceso de su progenitor, determinó el retorno del resto del grupo familiar a Salta. Su madre, doña Javiera Lesser (hija de don Pablo Lesser y doña Manuela del Castillo y Torres), contrajo matrimonio en segundas nupcias con el español don Vicente Pérez Vélez (hijo de Gaspar Pérez y doña Josefa Vélez), el sábado 28 de julio de 1821 en la Catedral salteña, apadrinando la boda el doctor Manuel Ulloa y su esposa doña Martina Lesser, los tíos de Dámasa. Esta situación establece claramente que el señor Pérez Vélez, su padrastro, se erigió virtualmente en el padre de Dámasa que no conoció a su verdadero progenitor. No se conocen detalles de la vida de Dámasa, educada como todas las niñas y niños de esa época, misión que quedaba en las manos de profesores y docentes particulares. Con el tiempo, Dámasa demostraría viviendo posteriormente en el exterior -tras su voluntario exilio, primero junto al general Lavalle hasta San Salvador de Jujuy, donde éste fue asesinado y, posteriormente, a Bolivia, acompañando sus restos mortales-, que su formación intelectual era sólida. En Salta, cuando la joven Dámasa cumplió 15 años, fue desposada por el cordobés don Francisco Rapela. La belleza de la cuasi adolescente, había llamado la atención de los jóvenes no solo capitalinos, sino de otros puntos, hasta donde habían llegado los destellos de su radiante hermosura. Finalmente, fue un joven de la ciudad de Córdoba, quien se quedaría como dueño de sus encantos. La boda se efectuó en la Catedral de Salta, el viernes 16 de agosto de 1833 y fue bendecida por el bachiller don Felipe Mendiolaza. El acta matrimonial establece claramente que los padres de doña Dámasa eran el doctor Mariano Boedo y doña Francisca Javiera Lesser. Su consorte, Francisco Rapela, era hijo del fallecido Diego Rapela -español nacido en Galicia, hijo de don Francisco Rapela y doña Josefa Pardo y Pimentel; radicado en Río Tercero, Córdoba, comerciante y hacendado, donde fue el tronco de la familia en Argentina-, y doña Ascensión Casas quien le dio cinco hijos. Fueron padrinos de la boda don Ángel Lesser y su hermana doña Martina Lesser de Ulloa, (ambos hermanos de su madre). Se ignora que sucedió en realidad con la vida en común del matrimonio Boedo-Rapela. En diciembre de 1840 figura la defunción de Francisco María Napoleón, hijo de Dámasa. El documento del archivo del Arzobispado de Salta, expresa: “En esta ciudad de Salta, a los 5 días de diciembre de 1840, yo, el

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cura rector interino del sagrario de esta Santa Iglesia Catedral, don Manuel Hermenegildo Arias, enterré con cruz baja y oficio menor rezado el cuerpo párvulo de Francisco María Napoleón, de cuatro años, hijo natural de Dámasa Boedo y para que conste lo firmo”. ¿Cuándo colapsó la unión matrimonial? Al momento de la muerte de su hijo, Dámasa era una hermosa mujer de 22 años, llena de vida. ¿Porqué hijo natural cuando el niño llevaba como primer nombre el de Francisco, al igual que su padre Francisco Rapela? ¿Tan grandes fueron las desavenencias conyugales entre ambos que doña Dámasa le quitó la paternidad al chico? ¿El verdadero padre del chico, era otro? Estos interrogantes quedaron sin respuestas. De don Francisco Rapela, su esposo, no se supo más nada y, al parecer, se habría ausentado de esta ciudad. No figuran en el archivo del Arzobispado de Salta, un nuevo matrimonio o la defunción de Rapela, lo que indica que debió regresar a Córdoba o que emigró a cualquier otra ciudad. Esta gran experiencia, la de dejar la adolescencia para convertirse en mujer, produjo en Dámasa un cambio extraordinario en su personalidad, tornándola en cierto modo pujante, o quizás, en mujer decidida y liberal, renunciando a los prejuicios de toda comunidad chica, como lo era la Salta de esos tiempos. Estos detalles, muy comunes por otra parte, nos permiten, sin embargo, ubicarnos en el tiempo de Dámasa, mujer que cerraría el año 1840 enlutada y desconsolada por la temprana desaparición de su pequeño vástago, el fruto de sus entrañas de tan solo cuatro años. Unos meses más tarde, sus pesares la desbordarían completamente, al ordenar Lavalle el 31 de julio de 1841, la ejecución en Metán (Salta), de su hermano Mariano y de su primo hermano Marceliano Pereda Boedo, coroneles ambos (el tercer fusilado fue el coronel Chávez). La orden se cumplió, fatalmente, pese a que su tía, doña Nicolasa Boedo de Pereda, con propiedades en el Río de las Piedras (Río Piedras, en la actualidad), debió hipotecar algunas de sus pertenencias y a malvender otras, para reunir los diez mil pesos que el militar unitario, desde su asiento en Tucumán, un hombre sin honra y sin prez, le había solicitado para perdonar la vida de los Boedo. Sin embargo y pese a tener el dinero en su poder, la despiadada sentencia se cumplió. Su contraorden jamás llegaría a tiempo. Dos desgracias consecutivas en tan sólo siete meses: las pérdidas de su hijo Francisco y de su hermano Mariano, sumirían a la hermosa Dámasa en la más tremenda desesperación. Las biografías dicen que Dámasa quedó profundamente impactada e inmediatamente enamorada del militar unitario, cuando éste llegó a Salta un mes después de los fusilamientos de su hermano y de su primo (en agosto de 1841), siguiéndolo en “... su campaña como costurera, enfermera y amante”. Muchos historiadores ubican a Lavalle en agosto de 1841 en la ciudad de Salta, reinando en los salones de la sociedad y hechizando mujeres con su porte de arrogante militar, avasallando a todos con su desbordante personalidad. De ser así, la Salta unitaria, la Salta contraria a la política de Rosas, rendía culto a un derrotado, a un fantasma. Venía de ser sometido militarmente, de manera vergonzante, en Quebracho Herrado (Córdoba) el sábado 28 de noviembre de 1840, por el general rosista don Manuel Oribe, uruguayo, presidente en el exilio de su país. Lavalle no fue la excepción de poner a salvo la vida. Dos rotundos reveses consecutivos ante un mismo oponente son, moralmente hablando, desastrosos y demoledores. Y a la caída moral, siempre se suma no solo la psíquica, sino la física que es cuando asoman todo los males. El derrotado y desmoralizado militar, que contó con

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muy buenos baqueanos que lo trajeron por atajos y senderos solo por ellos conocidos, lo depositaron en Salta, con su salud ya deteriorada. Dicen que “los vómitos de sangre no cesaban”. Los soldados correntinos retornaron a su provincia, y la escolta que lo protegía, acampó en la casa de la familia Chavarría, en Cerrillos (hoy el INTA), donde se especula que recién allí conoció Dámasa a Lavalle. Al quedar reducida notablemente su fuerza con la deserción de los correntinos, Lavalle renunciaba de hecho a un tercer y degradante quebranto, pues esperaba dar batalla por tercera vez, ahora en Salta, a su doble vencedor Manuel Oribe. Dos desgracias consecutivas en tan solo siete meses: las pérdidas de su hijo Francisco y de su hermano Mariano, sumirían a la hermosa Dámasa en la más tremenda desesperación. Las biografías dicen que Dámasa quedó profundamente impactada e inmediatamente enamorada del militar unitario, cuando éste llegó a Salta un mes después de los fusilamientos de su hermano y de su primo (en agosto de 1841), siguiéndolo en “... su campaña como costurera, enfermera y amante”. Muchos historiadores ubican a Lavalle en agosto de 1841 en la ciudad de Salta, reinando en los salones de la sociedad y hechizando mujeres con su porte de arrogante militar, avasallando a todos con su desbordante personalidad. De ser así, la Salta unitaria, la Salta contraria a la política de Rosas, rendía culto a un derrotado, a un fantasma. Venía de ser sometido militarmente, de manera vergonzante, en Quebracho Herrado (Córdoba) el sábado 28 de noviembre de 1840, por el general rosista don Manuel Oribe, uruguayo, presidente en el exilio de su país. Lavalle comandaba las tropas de la famosa Liga o Coalición del Norte, que tenía como mentor intelectual al gobernador de Tucumán, doctor Marco Avellaneda, el cual había logrado la adhesión de las provincias -además de la suya- de Salta, Catamarca, La Rioja y Jujuy. Su jefe militar, el general Juan Lavalle, tras el revés de Quebracho Herrado, esperaba al mismo contendor en Tucumán con intenciones no solo de vengarse, también de obligar a Rosas a acatar las pretensiones de la Liga del Norte. Sin embargo, los destellos de su gloria y su prosopopeya habían declinado notablemente y ni siquiera los mal habidos diez mil pesos lo reconfortarían, lo entonarían. El 19 de septiembre de 1841, un domingo más para muchos, para él, una nueva y vergonzante derrota en las tierras de Famaillá (Tucumán), la que pondría fin a la loca aventura de éste y de la mentada Liga del Norte. La consecuencia lógica del desastre, de la derrota, fue la diáspora. Marco Avellaneda fue apresado en Alemania -y ejecutado en Metán-, en la provincia de Salta, por donde pretendía alcanzar la frontera con Bolivia. “Una de las biografías refiere “... al respecto un romance novelesco con Lavalle, por quien sintió apasionada admiración, y al que se empeñó en seguir como soldado de su ejército deshecho. Dámasa lo acompañó como amante, enfermera y costurera y se encontraba en su compañía él (domingo) 31 de octubre de 1841, cuando Lavalle fue muerto por una partida...” Para que una cosa presente cierta perfección, las partes necesariamente deben encuadrarse con precisión. Y esto es algo que no encaja en ésta parte de la crónica. Muchos de los detalles históricos se han perdido irremediablemente, al igual que la tradición oral y nos preguntamos con mucho respeto, ¿cómo Dámasa pudo enamorarse de un hombre abatido moral y físicamente, para unirse a sus despedazadas fuerzas y seguirlo al exilio?, ¿tan impactada quedó Dámasa con Lavalle como para perdonarle las muertes de

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sus parientes y haber olvidado estas desgracias que aumentaron sus lutos? La bella Dámasa prosigue siendo un misterio en el tiempo. ¿Urdió su propio plan para vengar esas muertes y la estafa cometida a su tía? Si escondió ese propósito detrás de su belleza y sutiles encantos, sería relevada de esta cruel prescripción por el mazorquero José Bracho, o quien haya sido, en Jujuy. Pero, muerto Lavalle, ¿porque siguió con el grupo hasta Bolivia? Algunos historiadores se inclinan por la hipótesis de que Dámasa fue quien quitó la vida a Lavalle. Otros niegan la versión, por aquello de que en el momento mismo de consumarse el crimen, hubiese caído abatida sin contemplaciones por los componentes de la guardia de Lavalle. La conducta de Damasita para nada sugiere un protagonismo central en el hecho luctuoso del 31 de octubre de 1841, en San Salvador de Jujuy, salvo el papel de simple testigo. Sin embargo y en el tiempo, los personajes -con Dámasa y Lavalle incluidos-, proseguirán permaneciendo en ese espacio de tiempo pasado, al igual que el romance ¿sucedió en realidad? La pregunta no tendrá respuesta jamás. De todas maneras la historia de Dámasa y Lavalle cuenta con todos los ingredientes para aguijonear las mentes de quienes transitan por la lectura y la investigación. Otra hipótesis poco tomada en cuenta, es que realmente Dámasa se haya enamorado, sí, pero de un oficial de Lavalle, ¿de cual?, para aprovechar ese nexo y tomar venganza. De allí sería lógica la relación y proximidad entre ambos personajes, lo que daría sustento de que la prosecución del viaje de Dámasa a Bolivia, fue motivada por otras razones. Los biógrafos prosiguen escribiendo sobre la vida de doña Dámasa en Bolivia y Perú, como docente, “para luego unirse a un diplomático chileno de apellido Billinghurst” y tras esta aventura amorosa, retornar a Salta para fallecer entre nosotros. Nada se puede aseverar sobre su existencia fuera de Salta. Lo cierto es que la bella Dámasa, según constancia de los libros de matrimonio de la iglesia San José, de Cerrillos, Salta, volvió a casarse. No se encontró el acta de su defunción en el archivo del Arzobispado de Salta, pese a los esfuerzos realizados hasta ahora, de la misma manera en que no aparece registrado su bautismo. El domingo 22 de febrero de 1857, a los 39 años de edad, contrajo matrimonio con don Timoteo Peralta; fueron padrinos de la ceremonia religiosa don Bonifacio Urusagasti y doña Rosa Frías. Con este testimonio irrefutable, se disipan las dudas sobre su regreso a Salta después de 1841; se desconoce, eso sí, la fecha de su reincersión en la sociedad salteña. Tampoco se encontró el acta de su defunción en el Archivo del Arzobispado de Salta. De Dámasa Boedo, dejando volar la imaginación, se puede escribir un sinfín de novelas rosas, como lo hicieron hasta ahora, pero ninguna de ella dirá la verdad, porque en la hermosa Dámasa Boedo, ésta, la verdad, será siempre relativa.

El enigma de Damasita Boedo

Por Pablo Moyano Padilla, Tucumán, 2006

VERSIÓN CORREGIDA, San Miguel de Tucumán miércoles 08-11-2006. Nota enviada a Todo es Historia para su publicación.

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Agradecimientos

A Roberto G. Vitry, genealogista e historiador salteño, y a Mariano

Etchegaray, miembro de la familia Billinghurst, por su invalorable colaboración.

Asimismo, a Viviana Pagnucco, quien obtuviera una documentación difícil de

conseguir.

Divagaciones preliminares. No hace mucho tiempo se produjo un intercambio de opiniones acerca de la diferencia entre historiadores “profesionales”, si así se les pudiese denominar, y de aquellos que escriben historia sin ser “profesionalmente” historiadores. Parecería conveniente, entonces, hacer una introducción apriorística definiendo como historiadores “profesionales” a aquellos que han realizado

estudios sistemáticos sobre historia en institutos que expiden títulos académicos en la materia y por “aficionados”, (aunque los “profesionales” también comparten esa afición por la historia), a aquellos que no los han realizado. Es razonable pensar que quien ha cursado estos estudios lleva

una ventaja sobre quien no los ha hecho. Pero... ¿dejaría Lugones de ser el mayor o, si se quiere, uno de los mejores poetas argentinos por no haber estudiado nunca letras en forma académica? Podría aducirse que el devoto

de Clío no tiene la exigencia de estar poseído por un dios como los poetas y que, por otra parte, no puede negarse que existen y han existido excelentes historiadores argentinos sin títulos académicos en la materia. También tiene gran auge es nuestros días un género híbrido que, por haber

nacido cuando el mundo griego había ya desaparecido, no tiene una musa que

lo guíe: lo que comúnmente se llama “novela histórica”; género que, por su

volumen de ventas, ocupa ingentes espacios en las grandes librerías, en esas

librerías “en cadena”. No obstante, parecería que también tiene un personaje

del mundo antiguo como norte de sus desvelos...Creso. Porqué los beneficios

pecuniarios de algunos de sus cultores en nuestros días los asemeja al mítico

personaje. Algunos, por no decir la mayoría de los ejemplares de este género,

como el que tiene como protagonista a nuestro personaje, la mítica Damasita

Boedo, es un ejemplo de aquellas que quizás tengan mucho de “novela” pero

que, al mismo tiempo, tienen muy poco de “historia”. (1)

No debe, sin embargo, confundirse esta puntual descalificación con otras

expresiones no históricas en las que también aparece Damasita. En concreto la

obra de Somigliana, conocido dramaturgo y autor de un drama sobre la vida de

Lavalle entre 1828 y 1841 titulado “Historia de una estatua”. Y, sobre todo, los

textos incluidos por Sábato en “Sobre héroes y tumbas” que culminarían más

tarde en el “Romance sobre la muerte de Juan Lavalle” que son obras

dignísimas. Criticarlas amparándose en un “purismo” histórico sería algo así

como descalificar la saga de dramas de Shakespeare con tema en la historia

inglesa. El hecho de que Ricardo III haya pronunciado o no la frase “My

kingdom for a horse” en el momento cumbre del drama carece de importancia

comparado con la formidable tensión dramática de la escena. Hay, asimismo,

otra dicotomía que es la que verdaderamente interesa analizar en estas líneas:

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las concordancias y discordancias entre la tradición oral y las fuentes

documentales, base indiscutible de la historia.

Bernardo Frías, el mito “Damasita”

Conviene comenzar con una afirmación tajante: el inventor del “personaje

Damasita” es el Dr Bernardo Frías, salteño y por ende, historiador de Güemes.

Casi no existe un salteño letrado, (quizás D Juan Carlos Dávalos sea

excepción), que no haya escrito algo sobre Güemes, pero Bernardo Frías lo ha

hecho en cinco tomos. Por supuesto que no se afirma aquí que Frías inventó a

Damasita Boedo y que esta no haya existido sino que, como un aeda de la

Grecia clásica forjó, o quizás sería mejor decir recreó literariamente, un mito, el

“personaje” Damasita. ¿Cómo es este personaje? ¿Qué características lo

definen? Sucintamente es una joven de la alta sociedad salteña, una niña más

bien inocente que se prenda violentamente, (un “coup de foudre”), del general

Lavalle, el apuesto guerrero de los Andes que ordenara fusilar a su hermano y

a su primo. Que, llevada por la pasión, acompaña a Lavalle en su huída desde

Salta. Que se halla con él la fatídica jornada de su muerte, la madrugada del 9

de Octubre del 41 y que, una vez muerto el general, continúa hasta Potosí en la

caravana que lleva sus restos. Este es el perfil de la dama según Frías.

Nacido en 1866, Bernardo Frías era un enamorado de su provincia natal a la

que sirvió como magistrado, como educador y como escritor. Su

“provincialismo”, o bien “salteñismo”, lo llevó a proyectar una historia argentina

contrapuesta a la de Vicente Fidel López a la que achacaba tener un enfoque

unilateralmente porteño. En 1923 comenzó a publicar sus “Tradiciones

Históricas” en cuyo Tomo IV hace su aparición Damasita. (2)

Pero Frías no inventó el personaje y el consabido romance. Tampoco Aquiles

o Agamenón fueron inventados por Homero. Existían en el “imaginario

colectivo”, (como se diría hoy), el de su pueblo y de su tiempo. Homero los

“recreó”. Frías, lo dice Cutolo en su “Nuevo Diccionario Biográfico Argentino”,

“en Salta, se interesó por salvar la tradición oral interrogando a diversos

testigos, en especial, a los ancianos que aun conservaban frescos los

recuerdos oídos de sus padres, muchos de ellos actores de la Revolución de

Mayo o contemporáneos a esos sucesos”. Es más que seguro que los ha

“adornado” algo, introduciendo añadidos de su cosecha a estos relatos orales

que le eran transmitidos. Su prosa es siempre fluida, atrayente.

Dice Frías “Antes de sacrificar [Lavalle] al tío y al hermano [el comandante

Pereda y el coronel Boedo] (3) tan sin política y tan sin jurisdicción, habíase

sumergido en los placeres que encuentra siempre en la capital de sus

partidarios un General, aunque derrotado, pero que lleva a la cola un ejército

poderoso, personifica una causa santa y popular, y es por la primera vez que

muestra la cara a su poblado. Toda esta junta de circunstancias, añadida a los

atractivos del rostro y del habla, al orgullo que infunde la preferencia de un

magnate de tan ruidosas campanillas; la maestría en las lides de las faldas que

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lleva consigo todo militar audaz y de ojo alegre” que, a Damasita, “la seducía

igualmente, la robaba de los brazos de una pobre y desdichada madre viuda, la

arrancaba del hogar y se la llevaba de compañera, pintándole risueño y

hermoso porvenir en Buenos Aires conocida por ella en los años de su infancia,

cuando su ilustre y difunto padre era diputado en el Congreso de la

Independencia”. Esto, como se verá, es totalmente inexacto.

Describe a continuación a Damasita: “Era Damasita Boedo joven lindísima,

que no alcanzaba a los 25 años; rubia como el sol, blanca como la leche y

chaposa. Hermosos eran sus ojos y azules como el mismo cielo, y su gracia y

atractivos insoportables”, agregando, “Esta fue la víctima elegida por el funesto

personaje”. Según Frías Damasita acompaña a Lavalle en su huída a Jujuy y

está con él la noche del 8 al 9 de Octubre en la casa de Zenarruza, “casa que

el día anterior había abandonado el violento asesor Bedoya, el sanguinario

que, no queriendo dar ya más dictámenes, prefería más bien ganar cuanto

antes la tierra boliviana”.

Frías sostiene que es Damasita la que, al amanecer, abre la puerta de

casa a la partida del comandante Blanco quien la interroga sobre el paradero

de Lavalle a lo que ella responde que se hallaba con el contingente acampado

en las afueras del pueblo y procede de inmediato a cerrar la puerta.

Expresa que Lavalle se hallaba observando por el ojo de la cerradura al

producirse las descargas de la partida por lo que una bala allí dirigida fue a dar

en la boca del mismo ocasionándole la muerte. Muerto Lavalle habría

Pedernera intentado convencer a Damasita de abandonar la caravana y

retornar a Salta a lo que ella repusiera, “Señor General: Cuando una joven de

mi clase pierde una vez su honra, no puede volver jamás a su país. Prepáreme

Ud. una mula para seguir yo también adelante, y vivir y morir como Dios me

ayude”.

Llegada a Bolivia, según Frías, habría sido pretendida en vano por “los coyas

más engreídos y retobados” pero... “Estaba visto: la joven no había nacido para

los coyas”. Y, concluye Frías, “Un chileno cargó al fin con ella. Era Billinghurst,

Ministro que usaba la plenipotencia de Chile. Bajo su amparo pasó a Chile

donde vivió con el lujo y la holgura que le prodigaba su generoso amante; y lo

que era más tachable en ella, regresó a Salta, punto de la tierra donde tan biza-

rramente había protestado ante el barbado cuerpo del General Lavalle, no

volver jamás por culpa del muerto y causa de su deshonra”.

César Carrizo, la tradición oral 2

César Carrizo fue un riojano que se radicó en Buenos Aires donde vivió y

murió ejerciendo el periodismo y la docencia. Recorrió gran parte del país

volcando en varios libros sus impresiones de viaje. (4) Su prosa, de estilo

periodístico, muy amena, consigna habitualmente datos históricos de singular

interés sin mencionar jamás una fuente documental. Recoge, como su

homónimo Juan Alfonso, tradiciones orales del lugar. Sus descripciones de los

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“sucedidos” de otros tiempos, llenas de datos sorprendentes, parecen escritas

por un testigo presencial de los acontecimientos.

Cuando Cutolo se refiere a Damasita en su Nuevo Diccionario Biográfico

Argentino señala sólo dos fuentes de información: el opúsculo de César Carrizo

que se comenta mas abajo y “El cóndor ciego” de José María Rosa. En ese

trabajo Carrizo (5) sigue, casi “avant la lettre”, lo narrado por Bernardo Frías en

sus “Tradiciones” por lo que no vale la pena transcribir aquí la narración que

hace de los acontecimientos. Pero agrega en el texto diálogos y situaciones

surgidas sólo de su imaginación. En tal sentido puede decirse que, si Bernardo

Frías “adorna” algo la tradición oral, Carrizo se excede de manera que, el texto

final, si bien permanece fiel a la tradición oral, incursiona casi en el género de

“novela histórica”. Este género otorga piedra libre para independizarse de la

exigencia de veracidad y fidelidad a los hechos pretéritos tal y como realmente

se desarrollaron, exigencia alejada de la ficción y que es propia del género

histórico

Carrizo parece presentir esta crítica y se defiende por anticipado. Luego de

poner a bailar un vals a Lavalle y Damasita en su última noche en Salta y

hacerlos viajar a Jujuy pasando la última noche en la famosa casa de

Zenarruza Carrizo intercala el texto de la muerte de Lavalle tal como Lacasa lo

publicara. (6) Llama entonces la atención sobre la ausencia de cualquier

mención a Damasita en el texto de Lacasa, lo que se contraponía con la

tradición oral que él llama “la voz del pueblo”. Carrizo, siguiendo a Frías, se

empecina en sostener la presencia de Damasita en la casa de Jujuy: “Hasta

aquí lo que dice el teniente coronel Lacasa en la evocación de aquellos

sucesos. Nada nos dice de Damasita Boedo. Es decir, no la nombra, aunque el

centinela que cuidaba la puerta de la habitación donde reposaba el héroe

enfermo, era ella en persona. ¿Cómo lo sabemos? Sencillamente, por la

tradición oral y escrita, y por el romancero del pueblo, que a veces vale tanto

como la historia oficial con sus probanzas y fechas. Hemos estudiado en el

terreno de los hechos este suceso. Hemos confrontado documentos privados y

cartularios de familia. (¿Cuáles?, lamentablemente y siguiendo su costumbre,

no formula ninguna precisión al respecto) Después escuchamos la voz de la

lógica, tan grave como escueta. En conclusión: que hemos visto con nuestros

ojos la presencia y la piedad sublime de Damasita Boedo, en el instante del

drama. No importa que Félix Frías, Lacasa, Pedro Echagüe, testigos, no la

mencionen en sus memorias. No importa que los historiadores no escriban su

nombre. Damasita era el centinela de la última noche; el ángel de la guarda; y

la madre que vela el reposo del hijo enfermo”. Es fácil advertir que esto es

sencillamente retórica, no historia.

También Sánchez Iturbe en su “Diccionario de Jujuy” se apoya en Bernardo

Frías en lo que hace a la historia de Damasita y agrega que, de regreso en

Salta muchos años después de la trágica muerte de Lavalle, se encontró con

Frías quien le preguntó por lo acontecido aquella noche en la casa de

Page 20: Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

Zenarruza: “sólo recibí una mirada intensa de sus bellos ojos azules y una sutil

sonrisa”, dice, “como asegurándole que el secreto sería mejor, si continuaba

guardado”.

Ernesto Sábato

Dice Sábato que en 1961, cuando publicó “Sobre héroes y tumbas” e intercaló

textos relativos a los últimos días de Lavalle, su intención no fue exaltar su

figura sino “lograr mediante el lenguaje poético lo que jamás se logra mediante

documentos de partidarios y enemigos; intentar penetrar en ese corazón que

alberga el amor y el odio, las grandes pasiones y las infinitas contradicciones

del ser humano en todos los tiempos y circunstancias, lo que sólo se logra

mediante lo que debe llamarse poesía, no en el estrecho y equivocado sentido

que se le da en nuestro tiempo a esa palabra, sino en su más profundo y

primigenio significado. Grandes trágicos de todos los tiempos han tomado

figuras históricas pienso en Shakespeare, en Schiller, y en tantos otros para

damos sus versiones personales mediante el arte. En mi humilde condición

sentí la necesidad de hacer algo de eso que aquellos lograron, investigando

todo lo que pude, hasta la correspondencia privada del General Lavalle, pero

luego dejaría que mi imaginación y esa oscura inspiración que según los

griegos era lo único que permite alcanzar la obra de arte, me condujeran”.

Sábato, que investigó en el tema, pinta con razonable exactitud la figura de

Lavalle hacia los años 40. Y no deja de ser curioso que un hombre que ha

combatido con tanto denuedo los golpes militares haya escogido y tratado con

benevolencia, aunque sólo sea de manera atenuada, a quien fue el precursor

de los mismos. Y lo fue no sólo por el derrocamiento de Dorrego sino también

por el golpe que protagonizara en 1824 en Mendoza que le serviría luego, en

Diciembre del 28, como modelo a imitar. Esta velada aceptación se evidencia

en el argumento de inculpar a los consabidos villanos, a “los doctores”, a “los

hombres de chaqueta negra”, autores intelectuales que manipularon a “la

espada sin cabeza” para que cometiese aquellos actos que, tanto sus

contemporáneos como la posteridad, condenaran, en primer lugar el

fusilamiento de Dorrego. Fue Angel Justiniano Carranza (7) quien acuñara por

primera vez este argumento para exculpar a Lavalle por el crimen de Navarro.

Esta obra, y la denodada actividad del general Mitre para la repatriación y el

monumento a Lavalle, fueron los hitos iniciales de su exaltación al Parnaso de

los héroes. (8)

Sábato incurre en pequeños errores: Billinghurst no puede dialogar con Frías

ni galopar con Artayeta, Lacasa y demás porque Billinghurst estaba separado

de las fuerzas de Lavalle desde antes de Famaillá. Tampoco se puede andar

“al galope tendido” por la quebrada de Humahuaca donde hubieran quedado

sin caballos en cortísimo tiempo y sin ninguna posibilidad de reemplazarlos.

Pero estos son “pelos en la leche” que no opacan en absoluto un texto de gran

belleza y profundidad.

Page 21: Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

En “Sobre héroes y tumbas”, posiblemente por influencia del texto de

Bernardo Frías, Damasita acompaña a Lavalle, en su marcha a Jujuy. Es una

caravana de derrotados, “Y Damasita Boedo, la muchacha que cabalga a su

lado y que ansiosamente trata de penetrar en el rostro de aquel hombre que

ama, pero que siente en un mundo remoto piensa: "General: querría que

descansases en mí, que inclinases tu cansada cabeza en mi pecho, que

durmieses acunado por mis brazos. El mundo nada podría contra ti, el mundo

nada puede contra un niño que duerme en el regazo de su madre. Yo soy

ahora tu madre, general. Mírame, dime que me quieres, dime que necesitas mi

ayuda”.

Posteriormente, Sábato escribe los textos del “Romance de la muerte de Juan

Lavalle”. Estos textos, enriquecidos aún más por la música de Eduardo Falú,

tuvieron un éxito indiscutible y han contribuido a consolidar en el “imaginario

colectivo” la imagen del mítico personaje tal como lo forjara Bernardo Frías.

“Lavalle al norte cabalga, /la niña junto con el. /Con ellos los caballeros /de

aquella triste legión. /Poncho celeste, /¡pena en el alma!/ La niña de Salta llora,

/con su mano se santigua./ Dios y la virgen María /guarden al hombre que ama,

/Poncho celeste, /¡pena en el alma!”

José María Rosa, Pacho O’Donnell y Felipe

Pigna En 1967, José María Rosa publica “El Cóndor ciego”, un opúsculo en el que

sugiere que el general Lavalle no habría muerto por un disparo de la partida

federal sino que se habría suicidado. (9) Como historiador de la escuela

revisionista Rosa mantiene un invencible recelo hacia las versiones que de los

hechos históricos expone la “historia oficial”. La peregrina hipótesis del suicido

desató una tempestad de opiniones, a favor y en contra, que hizo correr ríos de

tinta. Y esta controversia dio otra “vuelta de tuerca” en la consolidación del

“mito” Damasita ya que Rosa coincide plenamente con la versión de Bernardo

Frías.

Pinta al general en los finales de su campaña, “Diríase que buscaba los

lances amorosos para aturdirse y olvidar. A Solana Sotomayor la reemplaza en

Salta con Damasita Boedo, hermosa niña de veinte años, hija del congresal de

Tucumán. Damasita Boedo, prendada del héroe legendario y caballeresco,

gallardo en sus cuarenta años, de mirada dulce y triste, abandona la casa

paterna para compartir sus últimas horas. Pondrá un aliento de ternura en las

melancólicas horas de la derrota final y estará junto a él en la mañana trágica

de Jujuy”. Se ve aquí, claramente, la influencia de Bernardo Frías. Sostiene

que, a su arribo a Jujuy, “Tampoco quiso dormir en el campamento que dejó a

las órdenes de Pedernera; con una pequeña escolta entró a la ciudad a buscar

una casa "donde hubiera una cama donde pasar la noche". Lo acompañaban el

Page 22: Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

secretario Frías, edecán Lacasa, teniente Celedonio Álvarez, Damasita Boedo,

y una escolta de ocho tiradores”.

En su “Historia Argentina” (10) y refiriéndose a la muerte de Lavalle dice

“No obstante, Lavalle quiso pasar la noche en la ciudad. Ordenó a las tropas

acampar en los tapiales de Castañeda a seis cuadras de la plaza, mientras

él, acompañado de una pequeña escolta de ocho tiradores, el secretario

Frías, edecán Lacasa y Damasita Boedo, pasaría la noche en una cama.

Entró a Jujuy a las dos de la mañana, alojándose en la casa de Zenarruza

qué acababan de abandonar Alvarado y Bedoya. Allí murió a las 6 de la

mañana”.

Por esa senda caminaron luego historiadores actuales como Pacho

O’Donnell

y Felipe Pigna. Pacho O’Donnell, siguiendo incluso a José María Rosa en la

peregrina idea que Lavalle se hubiera suicidado, escribe, “Entretanto Oribe

avanzaba sobre Tucumán donde forzó a Lavalle a dar batalla en

“Famaillá” derrotándolo completamente y obligándolo a huir hacia el norte

con sólo 200 hombres, donde terminaría suicidándose en presencia de su

amante, Damasita Boedo, hermana de un federal fusilado por “la espada sin

cabeza”. (11)

Y Felipe Pigna, “Llega a Tucumán en 1841, desde donde intenta una vez más

avanzar sobre la capital, pero es derrotado en Famaillá por las fuerzas de

Oribe, el caudillo uruguayo apoyado por Juan Manuel de Rosas. La derrota

marca el fin de la llamada “Coalición del Norte". Después de la derrota sufrida

en Famaillá el 19 de septiembre de 1841, el General don Juan Lavalle mandó

ensillar, y con los 200 hombres que le quedaban se retiró hacia Jujuy. Al llegar

a Salta conoció a Damasita Boedo y se la llevó en su retirada. Damasita era

una hermosa joven rubia, de ojos azules, que no llegaba a los 25 años de

edad. Cuando el contingente llegó a Jujuy el 7 de octubre por la noche, se

encontró con que las autoridades habían fugado hacia la quebrada de

Humahuaca, dejando acéfalo el gobierno. A las 02.00 horas del día 8, el

General Lavalle hizo acampar a sus tropas en unos potreros de alfalfa en los

suburbios de la ciudad, en el lugar llamado La Tablada. En la madrugada del 9

de octubre de 1841, una partida federal con unos 30 hombres, al mando del

Teniente Coronel Fortunato Blanco, llegó hasta la casa donde se alojaba el

general. Ante el ruido, salió Damasita, e interrogada por el paradero de Lavalle,

contestó que el general no estaba y cerró bruscamente la puerta de calle. Esto

provocó la sospecha de la partida federal que decidió echar abajo la puerta”.

(12) Como se ve varias son las inexactitudes. Coincidencia general entre

historiadores reconocidos que, sin ningún apoyo documental y siguiendo una

tradición oral, un “se decía que”, aceptaron sin mayor análisis la versión de

Bernardo Frías. Pero esta coincidencia entre historiadores reconocidos acordó

al “mito” una patente de “historicidad”. Y tras ellos muchos grandes y pequeños

amantes de la historia, de manera mansa y acrítica, aceptaron el “mito” en

Page 23: Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

libros, opúsculos y artículos. Entre tantos, “mea culpa”, el autor de estas líneas.

(13)

Los documentos

¿Qué se sabe, realmente, sobre Damasita? He aquí una buena pregunta. La

respuesta es que lo que fehacientemente sabemos de Damasita, es decir por

medio de documentos, desdice por completo con el “personaje” pintado por

Bernardo Frías y recreado por todos los demás. En este sentido adquieren una

importancia decisiva las investigaciones del historiador y genealogista salteño

D Roberto G. Vitry, fuente de los datos que aquí se consignan. (14)

No se conoce su partida de bautismo, aunque se supone que nació en

Buenos Aires donde su padre, Don Mariano Boedo, fue a residir cuando el

Congreso de Tucumán se trasladó a esa ciudad. Vicepresidente del Congreso

en Tucumán pasó en Buenos Aires a presidirlo. Allí, en Abril de 1819, muere

Don Mariano dejando huérfana de padre a Damasita que, a la sazón, tendría

casi un año de edad. La familia retornó a Salta donde su madre, Doña

Francisca Lesser, contrajo en 1821 nuevo matrimonio con Don Francisco

Pérez. No se conocen detalles de la infancia de la niña.

Pero, en 1834, bachiller Felipe Mendiolaza bendice en la Catedral de Salta el

matrimonio de Damasita, niña de quince años, con Francisco Rapela, oriundo

de Córdoba. El matrimonio no parece haber durado mucho y Rapela,

desaparece al poco tiempo de la escena no sabiéndose nunca mas nada de él.

Damasita concibió un hijo unos dos años después de casada. Este niño

muere de cuatro años de edad en Diciembre de 1840. Así lo consigna Vitry (15)

transcribiendo el documento obrante en el Arzobispado de Salta, “En esta

ciudad de Salta, a los 5 días de diciembre de 1840, yo, el cura rector interino

del sagrario de esta Santa Iglesia Catedral, don Manuel Hermenegildo Arias,

enterré con cruz baja y oficio menor rezado el cuerpo párvulo de Francisco

María Napoleón, de cuatro años, hijo natural de Dámasa Boedo y para que

conste lo firmo”. Esta condición de “hijo natural” del niño deja, naturalmente,

dudas respecto a la paternidad del mismo. Vitry, fundándose en que el niño

llevaba el mismo nombre de pila que Rapela considera que él fue su padre. La

anotación como “hijo natural”, sostiene, se debería al carácter imperioso y

desprejuiciado de Damasita.

Uno de los conspicuos unitarios que acompañaron a Lavalle desde los

mismos comienzos de su “Cruzada” fue D, Guillermo Billinghurst sobre quien

volveremos mas adelante. Billinghurst, como muchos allegados a Lavalle, se

había separado del general antes de la batalla de Famaillá, época para la cual

se hallaba en Salta. En el desbande de los unitarios rumbo al exilio que siguió a

la batalla de Famaillá y a la muerte del general, Billinghurst emigró a Cobija

junto con Salustiano Zavalía. Desde Cobija mantuvo una nutrida

correspondencia con el secretario de Lavalle, con Félix Frías, de quien era muy

amigo y que, a la sazón, residía en Chuquisaca. Pocos meses después del

Page 24: Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

exilio, el 24 de Abril del 42, en carta desde Cobija a su amigo Frías dice

Billinghurst, “Amores en Cobija es una cosa que no se conoce. Aquí no hay

más que, cuando apremian las necesidades corporales, satisfacerlas en la

primera Changa que se presenta, y aun estas ocasiones son bien raras. Hoy

llama la atención de todos una paisana nuestra, no se si tu te acuerdas de

haberla conocido en Salta. Su nombre es Damacita Bueda (sic) antigua querida

de Diego Vega”. (16)

Billinghurst era un consumado mujeriego a quien, durante su permanencia en

Salta, no le pasó para nada inadvertida la existencia de Damasita. De sus

comentarios resulta lógico inferir que, muy probablemente, Damasita, ya antes

de la muerte de su hijo, estaba en amores con el tal Diego Vega. Como

claramente se advierte la imagen de la ingenua niña aristocrática, de la cándida

Damasita seducida por el militar afortunado, (afortunado!!!), de Bernardo Frías

está en clara contradicción con estos testimonios apoyados en pruebas

documentales. Ello no implica ningún baldón para ella y mucho menos, da pié

para considerarla como una prostituta. Pero sin duda, y coincidiendo con Vitry,

se nos presenta como “una mujer decidida y liberal, renunciando a los

prejuicios de toda comunidad chica, como lo era la Salta de esos tiempos”.

Algo así como su comprovinciana Juana Manuela Gorriti.

¡Como compaginar estos testimonios con los dichos de Bernardo Frías, según el cual Lavalle, “la robaba de los brazos de una pobre y desdichada madre viuda, la arrancaba del hogar y se la llevaba de compañera, pintándole risueño y hermoso porvenir en Buenos Aires conocida por ella en los años de su infancia”. O con los de O’Donnell según el cual Damasita “abandona la casa paterna para compartir sus últimas horas”.

El general Lavalle en el Norte

Uno de los aspectos enigmáticos en la supuesta relación entre Damasita y Lavalle radica en el carácter de verdugo de este último para con el hermano y el primo hermano de la primera: el coronel Mariano Boedo y el comandante Marceliano Pereda. Luego de la “espantosa campaña de La Rioja”, (como él mismo general solía llamarla), Lavalle llega a la provincia de Tucumán a principios de Julio del 41 y corre a Catamarca a reunirse con La Madrid. Regresa a mediados de mes y permanece en Tucumán hasta principios de Agosto. A su regreso de Catamarca el gobernador Avellaneda había ya partido para la frontera salteña a combatir la montonera federal. El 25 de Julio Lavalle, aún en Tucumán, envía una orden perentoria a Dionisio Puch, gobernador de Salta: “Mi estimado compatriota: con esta fecha escribo a Ud oficialmente ordenándole haga pasar inmediatamente por las armas a los Sres Boedo, Pereda y Cháves por conspiradores contra el gobierno de esa provincia. Esta carta tiene el objeto de suplicar a Ud se resuelva a dar este golpe de energía... etcétera”. (17) Los coroneles Mariano Boedo y Marceliano Pereda Boedo eran, respectivamente, hermano y primo hermano de Damasita. Ahora bien, ¿quién era Lavalle, un militar en campaña, para impartir “oficialmente” órdenes al gobernador de Salta? Con razón califica Bernardo Frías esta orden de “tan sin política y tan sin jurisdicción”. Y no puede uno menos que preguntarse como Lavalle, que nunca había estado en Salta ni conocía su gente podía tomar

Page 25: Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

semejante determinación. La respuesta más verosímil es la de que actuó por insinuación de su agente en el Norte, el Dr Elías Bedoya, el doctor “metomentodo” como lo calificaba el general Iriarte. Bedoya, que a la sazón se hallaba en Tucumán junto con Lavalle, también se dirige a Puch, como reforzando la orden de Lavalle, “Encargo a Ud que mire con mucha atención la orden del general Lavalle sobre los conspiradores de esa provincia por que este señor es muy delicado. El ha formado gran concepto de Ud... etcétera”. (18) Pero Puch no era tan manejable y el 31 de Julio responde a Lavalle: “Mi distinguido general: oficialmente comuniqué á usted el motín que tuvo lugar en la plaza principal de esta ciudad, y de la marcha de la división de 500 soldados al Sur le la provincia después de la ejecución de siete individuos, principales motores de ese desorden. Verá por ese hecho y el de Chicuana que no es por falta de energía por lo que dejo de cumplir su orden del 25 del presente, de mandar fusilar á los reos Pereda y Boedo, sino porque existiendo un motivo de enemistad entre el último y yo, puesto que en un consejo de guerra el año 1832 por su voto fuimos sentenciados á muerte los coroneles Sres. D. J. M. Nadal, D. Napoleón Güemes, Don Cruz de Puch y yo, no quiero que esa ejecución se confunda con un sentimiento de venganza que no soy capaz de abrigar. Por otra parte, no estando bastante probado el crimen, y siendo la causa de la libertad la de la justicia, ella contiene el brazo del gobierno, porque no debemos mancharlas con actos que son practicados por el tirano J. M. de Rosas. Mando a disposición de usted con el teniente coronel Reyes, a los señores Boedo y Pereda; Cháves queda en Jujuy, porque no había sino ligeras sospechas que no han sido confirmadas”. (19) Puch envía a Boedo y a Pereda a la frontera porque Lavalle a fines Julio se ha puesto en camino hacia allí. No están detallados los movimientos de Lavalle en la zona de la frontera entre la primera semana de Agosto y el día 21 en ya se encontraba en Campo Santo de camino a la ciudad capital de la que dista nueve leguas. Adeodato de Gondra, ministro de Ibarra en Santiago del Estero escribe a Pacheco el 31 de Agosto, “Tengo el sentimiento de comunicar a Ud que el benemérito federal coronel Don Mariano Boedo y el comandante Don José Manuel Pereda fueron fusilados en Metán por el infame salvaje Lavalle, marchando éste enseguida a Salta. Aún derraman sangre federal los viles canallas unitarios antes de salir de esta tierra que los detesta. Lanza con ellos señor General y no haya clemencia para estos monstruos que han agotado ya nuestro sufrimiento”. Como queda dicho Lavalle está el día 21 en Campo Santo. Ha escrito desde allí a Puch tratando de limar las asperezas en la relación de éste con Marco Avellaneda, “Mi apreciable amigo: Usted tiene un disgusto con el Sr Avellaneda que es preciso estinguir en las aras de la libertad de la patria. Así se lo suplico á usted, invocando un nombre que jamás dejó de conmover á corazones Argentinos. Para mí el más patriota y generoso de los dos será el que primero tienda la mano al otro. Por lo demás, este amigo y el Sr Bedoya, que llegarán mañana a esa capital, le informarán a usted de todo lo que escuso con esa carta”.

El 22 de Agosto arriba Lavalle a la ciudad donde permanece sólo cuatro días.

Así lo señala Eduardo Chavarría, cuñado del ex-gobernador Manuel Solá, (en

el exilio), en carta que desde Salta le dirige. Con fecha 26 de Agosto le escribe,

“Le adjunto las dos ultimas noticias pa. que vea el estado de las cosas

políticas, el Gral. Lavalle se ha marchado hoy de esta para Tucumán por que

parece que es preciso su regreso, porque Maza y Lagos aun no se han retirado

Page 26: Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

a Córdoba, Lavalle ha recibido grandes aplausos tanto a la entrada como a su

salida de este pueblo que no le ha sido gravoso en nada, pero también hemos

tenido dos fusilados en Yatasto el 23 de crte. por orden de dicho Gral. D. José

Manuel Pereda y D. Mar. Boedo por haberlos encontrado cómplices en la

convulsión de la frontera”. (20)

Como se ve hay una contradicción en la fecha de la ejecución de Boedo y

Pereda. Hay documentación probatoria que Lavalle el 21 se hallaba en Campo

Santo camino de Salta, es decir habiendo pasado ya por Yatasto y Metán.

Pero, según la carta de Gondra, Boedo y Pereda “fueron fusilados en Metán

por el infame salvaje Lavalle, marchando éste enseguida a Salta”. Es decir que

el fusilamiento debió realizarse antes de esa fecha. Si, por el contrario, el

mismo se ejecutó el 23 de Agosto como escribe Chavarría, Lavalle no hubiera

estado personalmente presente en el momento del fusilamiento.

Las preguntas se amontonan. El coronel Boedo había combatido junto con

Lavalle en Ituzaingó recibiendo en esa batalla heridas que lo desfigurarían para

siempre. ¿Cómo pudo tener el coraje de ordenar en Julio y desde Tucumán el

fusilamiento de su camarada? Y ello sólo por sugerencia de un intrigante como

Bedoya ¿Quizás el recuerdo de la siesta del fusilamiento de Dorrego tantos

años atrás, allá en Navarro, lo impulsó a estar ausente en el momento de la

ejecución? (21)

El 26 se pone en marcha de regreso a Tucumán alertado de la aproximación

de Oribe al Norte, “Ya la Liga del Norte/ Sus últimos momentos vive/ Un rumor

que trae el viento/ Viene Oribe... viene Oribe”, (Copla de Zavalía y Méndez

Avellaneda) El 29 está pasando por Río de las Piedras lugar donde estaba

ubicada la estancia de la madre del comandante Pereda y tía de Damasita,

Doña Nicolasa Boedo de Pereda.

Según otra tradición salteña, esta señora, abrumada al conocer la sentencia

de muerte de su hijo, “ofreció un elevado rescate que Lavalle aceptó y para

pagarlo hubo de vender cuanto tenía. Cuando el General recibió el dinero, dio

la contraorden, pero demasiado tarde, a pesar de lo cual se quedó con el

precio”. (22) A primera vista parece inaceptable imputar a Lavalle una conducta

como la descrita. Pero, hay que prestar atención a las palabras de Zavalía

sobre que, en Salta, “una minoría rica y atrevida está aliada con la ignorancia,

la inercia y el miedo”, y sobre todo, a las instrucciones de la Comisión

Argentina en Chile acerca de que “Para que estos hombres, [los federales de

las provincias del Norte], se decidan en el acto contra Rosas y ayuden a VE,

en la empresa que dirige es preciso que sepan evidentemente que perderán la

fortuna y la vida si continúan siendo lo que han sido hasta ahora en las

represalias que deben emplearse para refrenar los atentados de Rosas. VE

debe saber que en Salta y Tucumán hay muchos capitalistas que no ayudan en

nada contra Rosas por no comprometerse con este y, en tal caso, es preciso

quitarles toda esperanza de salvación sino cooperan decididamente a favor de

la libertad de los pueblos”. De tal manera no debe descartarse que Lavalle

Page 27: Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

haya exigido perentoriamente a la Sra de Pereda una contribución monetaria,

aunque sin condicionarla a contraprestación alguna. Esto no era nada

novedoso ya que Lavalle habitualmente exigió durante la campaña estas

prestaciones. (23) Lo que no entra en la psicología de Lavalle es el ánimo

tramposo que se desprendería de esta tradición, es decir ofrecer una

contraprestación y luego no cumplirla. Y no era lógico ofrecerla si, de todas

maneras, podía exigirla sin condicionarla a ninguna retribución.

El romance con Lavalle

Ahora bien, ¿existió realmente el amorío con Lavalle? Y aquí la duda es la de siempre: no existe ninguna prueba documental que lo acredite. A Lavalle se le adjudicaron innumerables aventuras amorosas en su paso por el Norte. Están en “la voz del pueblo” que dice César Carrizo. El mismo dilema se planteaba en su la relación con Solana Sotomayor, no se sabe si esposa o amante del general Brizuela, gobernador de La Rioja. Se imputó a este amorío las desavenencias entre Brizuela y Lavalle, desavenencias que habrían sido causa, nada menos, que del fracaso de la Coalición del Norte. Escribieron sobre la misma, entre otros, Dardo de la Vega Díaz y César Carrizo. No existía ningún documento al respecto. Siempre la tradición oral, la “voz del pueblo”. Sin embargo revisando la recopilación del archivo de Félix Frías publicado por la Biblioteca Nacional, se encuentran evidencias documentales que confirman la existencia del romance. (24) En el caso de Damasita no ha aparecido hasta la fecha ninguna confirmación documental del mismo y, por ende, seguirá transitando entre la leyenda y la historia. No obstante la experiencia adquirida con el tema de Solana Sotomayor induce a pensar que algo debe haber ocurrido. Algo de razón lleva César Carrizo con su “voz del pueblo” y el dicho de que “cuando el río suena agua trae”. Ya lo decía el eminente historiador cordobés Carlos Segreti, “Es cierto que la ausencia de la prueba documental no importa, bajo ningún concepto, la negación del hecho en sí. Y no la importa por lo que siempre digo, principio metodológico que aprendí de mis maestros y que comprobé a lo largo de mi ejercicio profesional; esto es: que no hay historiografía sin documentos, pero que no toda la historia está en los documentos”. La realidad es que todos los que han escrito sobre la relación Lavalle-Damasita: César Carrizo, Sánchez Iturbe, Ernesto Sábato, José María Rosa, Pacho O’Donnell y Felipe Pigna, entre muchos otros, han optado por seguir los dichos por Bernardo Frías. Pero no debe descartarse que alguien que investigue en los documentos originales existentes en los archivos del norte o bien en la correspondencia de los actores de la época que poseen sus descendientes descubra alguna prueba documental. Entretanto el romance seguirá transitando “entre la leyenda y la historia”. Conjeturas En su primera estadía en la ciudad de Salta Lavalle estuvo cuatros días, entre

el 22 y el 26 de Agosto del 41. En la segunda estuvo siete días, entre el 30 de

Septiembre y el 6 de Octubre, casi en vísperas de su muerte. Sobre estas

pasadas del general Lavalle por Salta, ¿qué suposiciones pueden formularse

sobre un encuentro con Damasita?

La tradición oral señala que el encuentro entre Damasita y Lavalle se habría

producido con motivo haber ido aquella a pedir gracia para los condenados. En

Page 28: Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

tal caso el encuentro entre ambos se hubiera producido durante el primer viaje

a Salta y no en el segundo como arriesga Pigna. Sobre la base de que

Damasita hubiese permanecido siempre en la ciudad, que es lo más verosímil,

ello sólo podría haber acontecido el 22 de Agosto. E, incluso, de haber habido

una contraorden para el fusilamiento de Boedo y Pereda como lo afirma la “voz

del pueblo”, ella podría haber sido fruto del pedido de Damasita,

independientemente del supuesto cobro de dinero a Da Nicolasa Boedo de

Pereda.

Pero, todo esto son conjeturas que podrían esbozarse al calor de la tradición

oral. Y es forzoso repetirse la pregunta si realmente existió el romance. Y es

forzoso también repetir la respuesta que daría Segreti, “Es cierto que la

ausencia de la prueba documental no importa, bajo ningún concepto, la

negación del hecho en sí”. Pero esta ausencia impide también afirmar el hecho,

tal como lo hacen, faltando a graves principios de historiografía, José María

Rosa, O’Donnell y Pigna.

La conclusión podría ser que “algo debe haber habido” y que, desde ese

“algo” la “voz del pueblo” fue tejiendo la leyenda que, con algunos aditamentos

de su propia cosecha, Bernardo Frías puso por escrito, texto que, desde

entonces, ha venido repitiéndose.

Es muy poco probable que el encuentro de Damasita y Lavalle se hubiera

producido recién en la segunda estadía del general en Salta. El tema de

Pereda y Boedo ya era pasado, (no había pretexto para un encuentro), las

circunstancias eran, desde todo punto de vista, críticas y Lavalle, aunque

alucinado con quiméricas expectativas y poniendo toda su voluntad en

proseguir la lucha, no podría dejar de sentir en su interior que el juego

estaba prácticamente concluido.

Pero hay, asimismo, un hecho asaz curioso. Luego del desastre de Famaillá y

ya de camino a Salta Lavalle envía a Lacasa adelantarse a la ciudad con dos

cartas: una para Bedoya, el maniático leguleyo inspirador de los fusilamientos y

la otra...para Solanita Sotomayor quien entonces residía en esa ciudad.

Después de la muerte de Lavalle Ante todo deben puntualizarse algunos errores de Bernardo Frías. No es

cierto que los efectivos de Lavalle, como sostiene éste, se hubieran reducido

de 5000 hombres a sólo 60 a su llegada a Jujuy. Nunca tuvo Lavalle 5000

hombres en el Norte y en Jujuy tenía alrededor de 200. En lo que hace a la

fatídica madrugada del 9 de Octubre dice que fue Damasita quien abrió la

puerta de la casa y mantuvo un diálogo con el jefe de la partida federal. Ello

está en contradicción, no sólo con los testimonios unitarios de Lacasa, de Félix

Frías y los atribuidos a el alférez Celedonio Álvarez, (en sus dos versiones,

Núñez de Acuña y Del Campo), sino también con todos los testimonios

federales al respecto. Absolutamente todos son contestes en afirmar que el

centinela era un hombre. El teniente coronel Fortunato Blanco escribe

Page 29: Muerte de Lavalle y Mujeres Argentinas

“habiéndome aproximado a la puerta, salió un oficial a la puerta, al que intimé

se diera preso”, el comandante Angelino Gutiérrez, “se encontró en la puerta de

una casa a un soldado con insignias de unidad” y en su exposición el soldado

José Bracho, presunto matador de Lavalle, dice que “vieron en la puerta de una

casa un hombre a la puerta de la calle, de gorra chata de las mismas que traían

los salvajes unitarios”. No es razonable pensar que los tres federales, por poco

clara que fuese esa madrugada, hubiesen confundido a Damasita, aunque se

hubiese vestido de soldado, con un hombre. Obviamente el diálogo entre

Damasita y Pedernera en el que aquella le dice a este, “Señor General:

Cuando una joven de mi clase pierde una vez su honra, no puede volver jamás

a su país. Prepáreme Vd. una mula para seguir yo también adelante, y vivir y

morir como Dios me ayude” es un “adorno” fruto de la imaginación del autor.

Sugiere la imagen de una doncella que ha ofrendado su virginidad al apuesto

militar y, como se ha visto, Damasita ya había estado casada, había tenido un

hijo natural y hasta se le conocía un amante en la ciudad.

En lo que hace a la participación de Damasita en el convoy fúnebre a Potosí

no hay por cierto ningún documento que lo acredite. El cura de Tumbaya

interrogado por el coronel Arenas sobre el intento de enterrar a Lavalle en

la Iglesia de Tilcara, (que estaba bajo la jurisdicción de Tumbaya), acredita

que Pedernera se lo solicitó y que él se negó terminantemente. Oscar

Rebaudi Basavilbaso, que realizara un muy prolijo estudio sobre la muerte

de Lavalle comenta, “El presbítero Rojas no vio a ninguna mujer con los

unitarios

en Tilcara; ni en la calle ni en la Iglesia. Como el día anterior, nadie vio mujer

alguna en la casa trágica de Jujuy. Los federales no vieron a Damasita

Boedo ni en Jujuy ni en Tilcara” y conjetura “Todo esto parece significar que

la aventura amorosa tuvo lugar en Salta, y no pasó de ahí”. (25)

¿Y por qué aparece Damasita seis meses después de la muerte de Lavalle en

Cobija? A ese lugar, dejado de la mano de Dios, sólo se iba para embarcarse a

Valparaíso o bien para hacer negocios con el guano. ¿Y hasta cuando ella

permaneció allí? Y aquí aparece el segundo romance consignado por Bernardo

Frías, “Un chileno cargó al fin con ella. Era Billinghurst. Ministro que usaba la

plenipotencia de Chile. Bajo su amparo pasó a Chile donde vivió con el lujo

y la holgura que le prodigaba su generoso amante”.

Don Guillermo Billinghurst

Ya se ha mencionado a D Guillermo Billinghurst y su carta a Frías en la que

menciona el nombre de Diego Vega como amante de Damasita en Salta. Pero

Billinghurst ni era chileno ni usufructuaba plenipotencia alguna de ese país.

Era hijo de D Roberto Billinghurst, (inglés de nacimiento y el primer

extranjero a quien se otorgó la ciudadanía argentina por sus servicios al país

desde la Revolución de Mayo), y de Doña Francisca Agrelo, hermana de D

Pedro

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J. Agrelo, presidente de la Asamblea del Año XIII. Tenía un carácter decidido

y temerario. Pese a no ser militar comandó cuatro guadaños empleados para

embarcar las tropas de Lavalle en Montevideo en abierta oposición a las

órdenes del presidente Rivera. (26) Acompañó a Lavalle a lo largo de su

campaña. Su separación, posiblemente, se haya producido junto con la de Elia,

Vega, y tantos otros jefes a su arribo a Catamarca. En el exilio en Cobija se

dedicó al negocio del guano y su vinculación indirecta era con el Perú, y no

con Chile, para con este recurso que originaría la Guerra del Pacífico. Casó

con Belisaria Angulo y su hijo Guillermo, nacido en 1851, llegó a ser presidente

el Perú.

Era un mujeriego impenitente. Su amigo Frías temía, por ello, que contrajese

el “conocido mal”. En Abril del 42, como se ha visto por su carta a Frías,

coincide Billinghurst con Damasita en Cobija. Porqué Bernardo Frías le

adjudica este romance a Damasita no es fácilmente explicable. Es difícil

creer que pudo conocer alguna “tradición” del mismo. Lo de Lavalle era

distinto, era un tema de campanillas. Se trataba de una figura pública, con

enemigos y partidarios a quienes interesaban los pormenores de sus actos.

Pero Billinghurst era una figura esencialmente privada. Cuando, por los

años 90, Bernardo Frías comienza a indagar en las tradiciones orales

del pueblo muchos rememorarían el presunto “affaire” con Lavalle. En

cambio lo de Billinghurst tendría que haber salido de alguien del reducido

corrillo de los emigrados unitarios. Sólo alguno de estos pudo referir

a Bernardo Frías algún pormenor al respecto.

Decía Billinghurst en Abril del 42 “Amores en Cobija es una cosa que no se

conoce. Aquí no hay más que, cuando apremian las necesidades corporales,

satisfacerlas en la primera Changa que se presenta, y aun estas ocasiones son

bien raras. Hoy llama la atención de todos una paisana nuestra, no se si tu te

acuerdas de haberla conocido en Salta. Su nombre es Damacita Bueda (sic)

antigua querida de Diego Vega”.

Luego, era de prever que, entre un mujeriego y una señora desprejuiciada,

había llegado justo el momento de la aventura. Y sin embargo no parece haber

sido así. En Julio del mismo año escribe a Frías, “Mi vida aquí ha sido la mas

arreglada, y ¡bien que no ha podido ser de otro modo! porque aquí es uno

virtuoso a la fuerza, y no por inclinación. Hablo sólo con respecto al bello sexo,

que en este pueblo se desconoce hasta el nombre y es mi solo vicio, por

consiguiente mi Querido Feliz; que si una vez me veo restablecido, no tengas

cuidado que evitaré, o mas bien no podré tener, exceso venéreo alguno, que

me prepare la vejez enfermiza y miserable que tu me pronosticas”. (26) La

correspondencia posterior, si bien no exhaustivamente analizada, tampoco

suministra indicios de que el idilio se hubiera consumado.

A manera de conclusión

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Puede presumirse que el paso de Damasita por Cobija haya sido breve y es casi seguro que allí se hubiese embarcado para Valparaíso y residido en Chile. También que fuese desde Chile que hubiese retornado mas tarde a Salta. Bernardo Frías supone que, bajo el amparo de “Billinghurst el plenipotenciario chileno”, vivió en Chile rodeada de lujos. Pero esto es prácticamente imposible. Hay cartas de Billinghurst desde Cobija por lo menos hasta el año 46 y en el 50 se casa éste con Doña Belisaria Angulo con la cual tuvo ocho hijos. Es sumamente improbable que en ese lapso, entre el 46 y el 50, Billinghurst residiese en Chile. Sus importantes vinculaciones comerciales eran con Lima y con Londres no con Chile. Su residencia en Cobija, lugar que detestaba, se debía a su condición de agente de la firma Gibbs, Cawley y Cia. Su hijo Guillermo nació en 1851 en Arica que entonces era territorio peruano. (28) Es decir que su operatoria estaba entre el Perú y Bolivia. Pero, “a contrario sensu”, si es posible y mas que probable que Damasita hubiese residido en Chile por esos años. Cuenta Bernardo Frías que, luego, “regresó a Salta, punto de la tierra donde tan bizarramente había protestado ante el barbado cuerpo del General Lavalle, no volver jamás por culpa del muerto y causa de su deshonra. Pero ahora había tirado el juvenil rubor a la nuca. ¡Prodigios de los años! Volvió a la tierra de los suyos, que había hecho el voto de no ver; deslumbró e incitó la envidia por sus trajes riquísimos y sus chales de seda de Cachemira con que se paseó por las calles, se zarandeó por los paseos, y se arrodilló en los templos, resplandeciendo todavía al lado de sus sedas y sus joyas su amabilísima hermosura”. Pero no cuenta Bernardo Frías que el 22 de Febrero de 1857 el cura de la

Iglesia Parroquial de San José de Cerrillos, (a pocos kilómetros de la ciudad

de Salta), “seguidas las informaciones que produjeron los testigos presentados

por el pretendiente en prueba de la libertad y soltura de ambos contrayentes,

corridas las tres canónicas moniciones en tres días festivos y no habiendo

resultado impedimento alguno, di las bendiciones nupciales “in facie Eclecie”

(sic) a Timoteo Peralta con Dámasa Boedo siendo testigos Rosa Ríos y

Bonifacio

Arusagasti. Conste”. Esto no lo cuenta, sino que lo atestigua Don Roberto

Vitry, investigador infatigable, con la correspondiente partida de casamiento.

Y esta es la última información que se posee. Quizás haya regresado luego a

Chile con su segundo marido, o viuda, o separada, o...

Lo cierto es que no se ha encontrado en Salta constancia de su fallecimiento.

Notas

(1) El libro “Damasita Boedo” de Jorge Zicolillo es un compendio de dislates históricos. No es el menor la muerte de Lavalle acribillado a balazos en la espalda por Damasita. Pintar al temerario y mujeriego Billinghurst como un adocenado burgués, a Damasita ejerciendo la prostitución en una casa de citas, etc. Tiene que existir un límite. No puede admitirse que, tratándose de personas reales, que han existido y cuyos parientes viven actualmente, se les atribuya libremente las taras que el autor, amparado en el carácter ficcional de la obra, encuentre de su gusto. Gusto, en este caso, más que discutible.

(2) Bernardo Frías, “Tradiciones Históricas” Buenos Aires 1926, Cuarta Tradición Pg Pg 273-281

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(3) Es un error de Frías, Marceliano Pereda era primo de Damasita. (4) Entre otras “Coplas en la Historia” en “Síntesis”, revista de “Artes, Ciencias y

Letras” Año 1Nº 4 Buenos Aires Septiembre 1927; “Imágenes del País”, Domingo Viau, Buenos Aires 1937 y “Un lancero de Facundo”, Editorial Canguro, La Rioja 1999.

(5) César Carrizo, “Mujeres de la guerra civil, Damasita Boedo”, Biblioteca del Consejo de Mujeres, Rosario, 1937.

(6) La “Vida militar y política del general argentino Don Juan Lavalle escrita por su ayudante de campo Pedro Lacasa”, fue la primera biografía de Lavalle y casi “la biografía” por antonomasia. Respecto a la muerte de Lavalle, él y Félix Frías fueron los únicos testigos presenciales que escribieron los hechos acaecidos. Existen también versiones de Núñez Acuña y de del Campo que se suponen recibidas del alférez, (o teniente), Celedonio Álvarez, otro testigo presencial.

(7) Angel J Carranza, “El general Lavalle ante la Justicia Póstuma”, Igon Hermanos, Buenos Aires, 1886.

(8) Cuando se lee la correspondencia de sus camaradas, emigrados luego de la muerte de Lavalle, se observa la preocupación por las críticas que se le hacían a Lavalle. Por aquello que se leía en las Memorias de Iriarte, las de Lamadrid, las de Paz, etc. Fue el ciclópeo trabajo de Mitre el que invirtió la situación.

(9) José María Rosa, “El cóndor ciego”, Editorial Sudestada, Buenos Aires, 1967. (10) José María Rosa, “Historia Argentina”, Tomo 4, Pg 514, Editorial Oriente,

Buenos Aires, 1973. (11) Pacho O’Donnell, “Juan Manuel de Rosas, el maldito de la historia oficial”. (12) Felipe Pigna, “Juan Lavalle, 1797-1841”, el historiador.com.ar/biografías. (13) Marcelo Moyano, “Los amores de Lavalle en su última campaña”, Todo es

Historia Nº 399, Octubre 2000. (14) Roberto G. Vitry, genealogista e historiador salteño residente en Salta. Ha

publicado un libro con las biografías de mujeres de Salta que considerara relevantes: “Mujeres salteñas”, Víctor Manuel Hanne Editor, Salta, 2000. Asimismo el artículo “Una de las mujeres más hermosas de nuestra tierra, Dámasa Boedo, ¿Fue amante de Juan Lavalle?, y para la Revista Miradas, “La enigmática Dámasa Boedo”. Declara, enfáticamente que los datos de matrimonios y defunciones que suministra se hallan y se han hallado siempre en el Archivo del Arzobispado de Salta a disposición de quien quisiera consultarlos, Bernardo Frías incluido.

(15) Roberto Vitry, “La enigmática Dámasa Boedo”. (16) Guillermo Billinghurst a Félix Frías, Archivo de Félix Frías, Ms 10155.

reproducido en la Revista de la Biblioteca Nacional, Tomo XXIV, Nº 58, pg 448. (17) Lavalle a Puch, en Juana Manuela Gorriti, “Obras Completas”, Tomo IV,

Fundación del Banco del Noroeste Cooperativo Ltdo, Salta, 1995, pg 319

(18) Bedoya a Puch, Ibidem nota 16, pg 319

(19) Puch a Lavalle, Ibidem nota 16, pg 320. (20) Chavarría a Manuel Solá, en Miguel Solá, “Cartas de la emigración”, Porter

Hnos, Buenos Aires, 1926, pg 14

(21) Poniéndose a hilar fino en la decisión de Lavalle de ejecutar a Boedo surgiría otra posible causa para la misma. A principios de 1836 se interceptó una carta fechada el 20 de Agosto del 35 desde Colonia, (lugar donde residía Lavalle), por “un general argentino” al Mariscal Santa Cruz incitándole a declarar la guerra a Rosas. Ello entraba en lo que se denominó “El Gran Plan”, urdido por los unitarios, y que consistía en que Chile y Bolivia, (es decir Santa Cruz),

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colaborasen con Fructuoso Rivera para derrocar a Rosas. El precio a pagar por esta colaboración era el desmembramiento de territorios argentinos en favor de Bolivia y del Uruguay. Aunque nunca se probó acabadamente, la carta se atribuyó a Lavalle. Pero resulta que Santa Cruz estaba interviniendo ya activamente contra los gobiernos federales del norte, enfrentamiento que epilogaría en una guerra formal. En este enfrentamiento Boedo tuvo un destacado papel siendo nombrado en Junio del 36 “Teniente de gobernador de la Puna y Jefe de la línea de frontera”. Es decir que ya en el 36 se hallaban en campos bien antagónicos. Si esta actuación del año 36 hubiese intervenido en la decisión de fusilarlo podría sospecharse en una especie de ajuste de cuentas. Pero, había también un motivo mucho menos sofisticado: Boedo aprovechaba su prestigio la región de la Puna, para allegar fuerzas, particularmente de Iruya, a la montonera federal apoyada por Ibarra.

(22) Bernardo Frías, en Eduardo R Poma, “Historia de Metán y de la frontera salteña”, Salta, Junio de 1994, pg 180

(23) Las tropelías cometidas por el Ejército Libertador han sido ampliamente expuestas por los mismos enemigos de Rosas: Iriarte, Lamadrid, Villafañe, etc. Pero estas actuaciones de Lavalle venían de lejos. En 1823 en Perú fue acusado por la Municipalidad de Ica de haberse incautado de vasijas de aguardiente que luego se embarcaron para diversos destinos, así como de atropellos a las personas y sus bienes. La causa de Ica fue dirigida al Presidente de la República del Perú quien la derivó a Bolívar y este al general Enrique Martínez, a cargo de los efectivos argentinos que aún permanecían en el Perú. Las actuaciones no prosiguieron por cuanto Martínez se recibió de la misma a mediados de Octubre y Lavalle se embarcó de regreso a su país no muchos días después, debiendo arribar a Valparaíso hacia fines de Noviembre. El siguiente documento da una idea del estilo empleado por Lavalle: “Yca, Septiembre 25 de 1823. Señor D Blas Cabrera: Mañana a las 12 del día entregará Ud al Cap D Sixto Viera la cantidad de quinientos pesos, en la inteligencia de que una réplica le valdría a Ud el doble, Firmado Lavalle”. (Revista Nacional, Tomo XXXV pg 221/228) Hay quien ha intentado minimizar estos hechos pero en las Memorias del general Miller puede verificarse que el tema tuvo trascendencia. La cercanía entre las fechas de los acontecimientos de Ica y su regreso al Plata hace pensar que ambos hechos estarían estrechamente relacionados.

(24) Cartas de Lavalle a Félix Frías y de Pedro Lacasa a Lavalle en Revista de la Biblioteca Nacional, Tomo XXIV, Nº 58, pg 343/344 y 369/370.

(25) Oscar Rebaudi Basavilbaso, “La muerte de Lavalle”, Casa Pardo, Buenos Aires, 1973, pg 72

(26) “Escritos Históricos del coronel Manuel Pueyrredón”, Julio Suárez Editor, Buenos Aires, 1929, pg 259.

(27) Guillermo Billinghurst a Félix Frías, Archivo de Félix Frías, Ms 10015, reproducido en la Revista de la Biblioteca Nacional, Tomo XXIV, Nº 58, pg 466

(28) Refiriéndose a su hijo recién nacido escribía en 1851 Billinghurst a D Manuel Solá, el gobernador salteño que adhiriese a la “Coalición del Norte”, “Tengo un salvaje unitario, capaz de romperle la crisma a Rosas si se le presentara por delante. Quisiera que Ud lo conociera”, en Miguel Solá, “Cartas de la emigración”, Porter Hnos, Buenos Aires, 1926.

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La enigmática Dámasa Boedo

Por Roberto G. Vitry

Hija del ilustre prócer de la Independencia, doctor don Mariano Boedo y doña Francisca Javiera Lesser, nacida en Buenos Aires, ciudad a la que se habían trasladado sus padres, al ser instalado allí el Congreso de la Nación, del cual el doctor Mariano Boedo fue su primer presidente. Los biógrafos que escribieron atrocidades sobre Dámasa, la dan nacida en Salta en 1818 e hija del coronel don José Francisco Boedo y de doña Jerónima Arias Castellanos, en realidad, sus tíos. Tras el casamiento del doctor Mariano Boedo (abogado de los Reales Estrados de La Plata y Buenos Aires, antes de 1810), con doña Francisca Javiera Lesser, el matrimonio tuvo esta descendencia: Francisco Severo Leonardo, Miguel Jerónimo, Mariano, Melitón y recién Dámasa, la última. Después de la declaración de la Independencia en el Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816 del cual el doctor Mariano Boedo fue su vicepresidente, se decidió imponer como sede del mismo a la ciudad de Buenos Aires. El doctor Boedo fue designado presidente, razón por la cual debió trasladarse a la metrópolis con toda su familia, hasta producirse su deceso el 9 o 19 de abril de 1819, a los 46 años de edad. Si la bella Dámasa nació en 1818, como se asegura, su cuna fue Buenos Aires, donde residía la familia. El deceso de su progenitor, determinó el retorno del resto del grupo familiar a Salta. Su madre, doña Javiera Lesser (hija de don Pablo Lesser y doña Manuela del Castillo y Torres), contrajo matrimonio en segundas nupcias con el español don Vicente Pérez Vélez (hijo de Gaspar Pérez y doña Josefa Vélez), el sábado 28 de julio de 1821 en la Catedral salteña, apadrinando la boda el doctor don Manuel Ulloa y su esposa doña Martina Lesser, los tíos de Dámasa. Esta situación establece claramente que el señor Pérez Vélez, su padrastro, se erigió virtualmente en el padre de Dámasa que no conoció a su verdadero progenitor. No se conocen detalles de la vida de Dámasa, educada como todas las niñas y niños de esa época, misión que quedaba en las manos de profesores particulares. Con el tiempo, Dámasa demostraría viviendo posteriormente en el exterior -tras su voluntario exilio, primero junto al general Lavalle hasta San Salvador de Jujuy, donde éste fue asesinado y posteriormente, a Bolivia, acompañando sus restos mortales-, que su formación intelectual era sólida. En Salta, cuando la joven Dámasa cumplió 15 años, fue desposada por el cordobés don Francisco Rapela. La belleza de la cuasi adolescente, había llamado la atención de los pretendientes no solo capitalinos, sino de otros puntos, centros hasta donde habían llegado los destellos de su radiante hermosura. Finalmente, fue un joven de la ciudad de Córdoba, quien se quedaría como dueño de sus encantos. La boda se efectuó en la Catedral de Salta, el viernes 16 de agosto de 1833 y fue bendecida por el bachiller don Felipe Mendiolaza. El acta matrimonial establece claramente que los padres de doña Dámasa eran el doctor Mariano Boedo y doña Francisca Javiera Lesser. Su consorte, Francisco Rapela, era hijo del fallecido Diego Rapela -español nacido en

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Galicia, hijo de don Francisco Rapela y doña Josefa Pardo y Pimentel; radicado en Río Tercero, Córdoba, comerciante y hacendado, donde se formó el tronco de la familia en Argentina-, y doña Ascensión Casas quien le dio cinco hijos. Fueron padrinos don Ángel Lesser y su hermana doña Martina Lesser de Ulloa, (ambos hermanos de su madre). Se ignora que sucedió en realidad con la vida en común del matrimonio Boedo–Rapela. En diciembre de 1840 figura la defunción de Francisco María Napoleón, hijo natural de Dámasa. El documento del archivo del Arzobispado de Salta, expresa: “En esta ciudad de Salta, a los 5 días de diciembre de 1840, yo, el cura rector interino del sagrario de esta Santa Iglesia Catedral, don Manuel Hermenegildo Arias, enterré con cruz baja y oficio menor rezado el cuerpo párvulo de Francisco María Napoleón, de cuatro años, hijo natural de Dámasa Boedo y para que conste lo firmo”. ¿Cuándo colapsó la unión matrimonial? Al momento de la muerte de su hijo, Dámasa era una muy bonita mujer de solamente 22 años, llena de vida. ¿Porqué “hijo natural” cuando el niño llevaba como primer nombre el de Francisco, al igual que su padre Francisco Rapela? ¿Tan grandes fueron las desavenencias conyugales entre ambos que doña Dámasa le quitó la paternidad al chico? El verdadero padre del chico, ¿era otro hombre? Estos interrogantes quedaron sin respuestas. De don Francisco Rapela, su esposo, no se supo más nada y al parecer, se habría ausentado de esta ciudad. No figuran en el archivo del Arzobispado de Salta, un nuevo matrimonio o la defunción de Rapela, lo que indica que regresó a Córdoba. O que emigró a cualquier otra ciudad. Esta gran experiencia, la de dejar la adolescencia para convertirse en mujer, produjo en Dámasa un cambio extraordinario en su personalidad, tornándola en cierto modo pujante, o quizás, en mujer decidida y liberal, renunciando a los grandes prejuicios de toda comunidad chica, tal como lo era la Salta de esos tiempos. Estos detalles, muy comunes por otra parte, nos permiten, sin embargo, ubicarnos en el tiempo de Dámasa, mujer que cerraría el año 1840 enlutada y desconsolada por la temprana desaparición de su pequeño vástago, el fruto de sus entrañas de tan solo cuatro años. Unos meses más tarde, sus pesares la desbordarían completamente, al ordenar Lavalle el 31 de julio de 1841, la ejecución en Metán (Salta), de su hermano Mariano y de su primo hermano Marceliano Pereda Boedo, coroneles ambos (el tercer sentenciado fue el coronel Chávez). La orden se cumplió, fatalmente, pese a que su tía, doña Nicolasa Boedo de Pereda -madre de Marceliano- con propiedades en el Río de las Piedras (Río Piedras, en la actualidad), Metán, debió hipotecar algunas de sus pertenencias y a malvender otras, para reunir los diez mil pesos que el militar unitario, desde su asiento en Tucumán, un hombre sin honra y sin prez, le había solicitado para perdonar la vida de los Boedo. Sin embargo y pese a tener el dinero en su poder, la despiadada sentencia se cumplió. Su contraorden jamás llegaría a tiempo, sino después de cumplida la ejecución de los militares federales. Dos desgracias consecutivas en tan solo siete meses: las pérdidas de su hijo Francisco y de su hermano Mariano, sumirían a la hermosa Dámasa en la más tremenda desesperación. Las biografías dicen que Dámasa quedó profundamente impactada e inmediatamente enamorada del militar unitario, cuando éste llegó a Salta un mes después de los fusilamientos de su hermano y de su primo (en agosto de 1841), siguiéndolo en “... su campaña como costurera, enfermera y amante”. Muchos historiadores ubican a Lavalle en

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agosto de 1841 en la ciudad de Salta, reinando en los salones de la sociedad y hechizando mujeres con su porte de arrogante militar, avasallando a todos con su desbordante personalidad. De ser así, la Salta unitaria, la Salta contraria a la política de Rosas, rendía culto a un derrotado, a un fantasma. Venía de ser sometido militarmente, de manera vergonzante, en Quebracho Herrado (Córdoba) el sábado 28 de noviembre de 1840, por el general rosista don Manuel Oribe, uruguayo, presidente en el exilio de su país. Lavalle comandaba las tropas de la famosa Liga o Coalición del Norte, que tenía como mentor intelectual al gobernador de Tucumán, doctor Marco Avellaneda, el cual había logrado la adhesión de las provincias -además de la suya- de Salta, Catamarca, La Rioja y Jujuy. Su jefe militar, el general Juan Lavalle, tras el revés de Quebracho Herrado, esperaba al mismo contendor en Tucumán con intenciones no sólo de vengarse, también de obligar a Rosas a acatar las pretensiones de la Liga del Norte. Sin embargo, los destellos de su gloria y su prosopopeya habían declinado notablemente y ni siquiera los mal habidos diez mil pesos lo reconfortarían, lo entonarían, para reconvertirlo en un militar capaz, menos de un hombre de bien. El 19 de septiembre de 1841, un domingo más para muchos, para él, una nueva y vergonzante derrota en las tierras de Famaillá (Tucumán), la que pondría fin a la loca aventura de éste y de la mentada Liga del Norte. La consecuencia lógica del desastre, de la derrota, fue la diáspora. Marco Avellaneda fue apresado en Alemania -y ejecutado en Metán-, en la provincia de Salta, por donde pretendía alcanzar la frontera con Bolivia. Lavalle no fue la excepción de poner a salvo la vida. Dos rotundos reveses consecutivos ante un mismo oponente son, moralmente hablando, desastrosos y demoledores. Y a la caída moral, siempre se suma no solo la psíquica, sino la física que es cuando asoman todo los males. El derrotado y desmoralizado militar, que contó con muy buenos baqueanos que lo trajeron por atajos y senderos sólo por ellos conocidos, lo depositaron en Salta, con su salud ya deteriorada. Dicen que “los vómitos de sangre no cesaban”. Los soldados correntinos retornaron a su provincia, y la escolta que lo protegía acampó en la casa de la familia Cánepa, en Cerrillos (hoy el INTA), donde se especula que recién allí conoció Dámasa a Lavalle. Al quedar reducida notablemente su fuerza con la deserción de los correntinos, Lavalle renunciaba de hecho a un tercer y degradante quebranto, pues si esperaba dar batalla por tercera vez, ahora en Salta, a su doble vencedor Manuel Oribe, las pretensiones quedaron en el arcón de los malos recuerdos -para él- al enterarse del fatal destino de Marco Avellaneda y sus seguidores. Una de las biografías refiere “... al respecto un romance novelesco con Lavalle, por quien sintió apasionada admiración, y al que se empeñó en seguir como soldado de su ejército deshecho. Dámasa lo acompañó como amante, enfermera y costurera y se encontraba en su compañía él (domingo) 31 de octubre de 1841, cuando Lavalle fue muerto por una partida...” Para que una cosa presente cierta perfección, las partes necesariamente deban encuadrarse con precisión. Y esto es algo que no encaja en ésta parte de la crónica. Muchos de los detalles históricos se han perdido irremediablemente, al igual que la tradición oral y nos preguntamos con mucho respeto, ¿cómo Dámasa pudo enamorarse de un hombre abatido moral y físicamente, un esperpento cadavérico, para unirse a sus despedazadas fuerzas y seguirlo al exilio? ¿Tan impactada quedó Dámasa con Lavalle como

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para perdonarle las muertes de sus parientes y haber olvidado estas desgracias que aumentaron sus lutos? La bella Dámasa prosigue siendo un misterio en el tiempo. ¿Urdió su propio plan para vengar esas muertes y la estafa cometida a su tía? Si escondió ese propósito detrás de su belleza y sutiles encantos, sería relevada de esta cruel prescripción por el mazorquero José Bracho, o quien haya sido, en Jujuy. Pero, muerto Lavalle, ¿porque siguió con el grupo hasta Bolivia?

Algunos historiadores se inclinan por la hipótesis de que Dámasa fue quien quitó la vida a Lavalle. Otros niegan la versión, por aquello de que, en el momento mismo de consumarse el crimen, hubiese sido ejecutada sin piedad por los componentes de la guardia de Lavalle. La conducta de Damasita para nada sugiere un protagonismo central en el hecho luctuoso del 31 de octubre de 1841, en San Salvador de Jujuy, salvo el papel de simple testigo. Sin embargo y en el tiempo, los personajes -con Dámasa y Lavalle incluidos-, proseguirán permaneciendo en ese espacio de tiempo pasado, al igual que el romance ¿existió en realidad? La pregunta no tendrá respuesta jamás. De todas maneras la historia de Dámasa y Lavalle cuenta con todos los ingredientes para aguijonear las mentes de quienes transitan por la investigación, los pseudos investigadores que no son más que copistas, que jamás recurrieron a la verdadera fuente de la verdad, para regocijo de cierto sector de público consumidor lascivo é impúdico. Otra hipótesis poco tomada en cuenta, es que realmente Dámasa se haya enamorado, sí, pero de un oficial de Lavalle, ¿de cual?, para aprovechar ese nexo y tomar venganza. De allí sería lógica la relación y proximidad entre ambos personajes, lo que daría sustento de que la prosecución del viaje de Dámasa a Bolivia, era motivada por otras razones. La historia “deshonrosa” de Dámasa prosigue con su vida de docente en Bolivia, “amparada por Juana Manuela Gorriti -de la misma edad- y después en Santiago de Chile”. Los biógrafos prosiguen escribiendo sobre la historia “deshonrosa” de Dámasa desempeñándose como docente en Bolivia y Perú, “amparada por Juana Manuela Gorriti para luego unirse a un diplomático chileno” y tras esta aventura amorosa, retornar a Salta para fallecer entre nosotros. Nada se puede aseverar sobre su existencia en los países vecinos de Salta. Lo cierto es que la bella Dámasa, según constancia de los libros de matrimonio de la iglesia San José, de Cerrillos, Salta, volvió a casarse. El domingo 22 de febrero de 1857, contrajo matrimonio con don Timoteo Peralta; fueron padrinos de la ceremonia religiosa don Bonifacio Urusagasti y doña Rosa Frías. Con este testimonio irrefutable de su presencia en Salta después de 1841, también se desconoce la fecha de su regreso a nuestra capital. No se encontró el acta de su defunción en el archivo del Arzobispado de Salta. De Dámasa Boedo, dejando volar la imaginación, se puede escribir un sinfín de novelas rosas, como lo hicieron hasta ahora, pero ninguna de ella será veraz porque en la hermosa Dámasa Boedo, la verdad será siempre relativa. Por último ese escritor de sainetes que lanzó el libro Damasita Boedo, tendría que nacer de nuevo. Sólo a una mente enferma como la de él y la de a quien le dedica el libro, pueden imaginarse las estupideces como para convertirla en “prostituta de hediondos carreros”. Dámasa Boedo no sólo era una beldad, también una dama proveniente de un hogar digno y honorable; en definitiva, conformando un perfil que cualquier mujer anhelaría poseer.