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Créditos: las fotografías y planos han sido sacados de los fondos del Archivo de la Diputación Foral de Bizkaia. La foto de Tomasa Sanz así como la de Óptica Jesús pertenecen a archivos familiares.
Fotografía de página: 40© F/ Eulalia Abaitua. Euskal Museoa Bilbao Museo Vasco
Fotografías de páginas: 15, 19 y 51© F/ Telesforo de Errazquin. Euskal Museoa Bilbao Museo Vasco
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LAS MUJERES EN LA HISTORIA DE BILBAORuta 3
PRESENTACIÓN 4
PARADA O. INTRODUCCIÓN 6
PARADA 1. EN LAS PUERTAS DE LA VILLA 14
PARADA 2. ADENTRÁNDONOS EN ALLENDELAPUENTE 20
PARADA 3. MÁS QUE PRODUCTOS DE LA HUERTA 26
PARADA 4. EL CORAZÓN COMERCIAL DE LA VILLA 30
PARADA 5. EN TORNO A LA CATEDRAL 34
PARADA 6. NUEVOS COMERCIOS “DE SIEMPRE” 41
PARADA 7. DE BARRIO DE PESCADORES 47 A ESPACIO COSMOPOLITA
PARADA 8. CAMINO DEL ENSANCHE 50
PARADA 9. CONCLUSIÓN 55
TEXTOS INTERCALADOS 56
BIBLIOGRAFÍA 61
ARCHIVOS CONSULTADOS 62
ÍNDICE
4 < PRESENTACIÓN
Presentamos aquí el tercero de los recorridos que forman el programa LAS MUJERES EN LA HISTORIA DE BILBAO. Esta ruta, “Mujeres, Bilbao y comercio”, está diseñada como un recorrido guiado e interpretativo de nuestro pasado. A través de ella vamos a subrayar la aportación de las mujeres en la construcción de Bilbao y su comercio: mujeres de todos los tiempos que han participado en la vida económica de nuestra villa, a las que conoceremos mientras recorremos calles y lugares cotidianos.
El itinerario tiene como hilo conductor el comercio, y Bilbao ha sido desde sus orígenes una importante plaza para la compra y la venta de todo tipo de productos. Esta incesante actividad ha hecho que sus calles y plazas estén en constante transformación, por lo que muchos de los edificios, construcciones y referencias que vamos a mencionar no han llegado a nuestros días; los haremos revivir mediante fotografías, recortes de prensa, documentos y planos encontrados en los archivos. Con estos recursos iremos dando voz a las mujeres que han atendido puestos, despachado todo tipo de mercancías, fundado, regentado y gestionado tiendas y negocios. Redescubriremos a las protagonistas de la vida comercial de Bilbao. Dar con sus historias, conocer sus hechos, ponerles rostro no ha sido tarea fácil, ya que la historia invisibiliza a las mujeres, es necesario leer entre líneas, buscar en los márgenes, reinterpretar y dar nueva luz a los datos que aparecen en libros y documentos. Se ha podido visibilizar a muchas mujeres bilbaínas que han contribuido al desarrollo del comercio en nuestra villa desde su fundación, en 1300, hasta comienzos del siglo XX. Y otras quedarán ocultas tras los apellidos de sus maridos, silenciadas una vez más por la historia.
El documento recorre los lugares donde las mujeres comerciantes de Bilbao han tenido una mayor relevancia. Las Siete Calles, el corazón comercial de la villa de Bilbao, aunque también nos acercaremos a lugares que hoy forman parte de nuestra ciudad pero que, en tiempos, se encontraban fuera de sus murallas. Partiendo de la Encarnación, cruzaremos la ría por el puente de San Antón para llegar a la plazuela de los Tres Pilares, donde estuvo el mercado del antiguo barrio de Allendelapuente. Tras recorrer la calle San Francisco y la plaza del Sagrado Corazón de María, volveremos a atravesar el cauce
Mujeres de todos los tiempos, emprendedoras y audaces, que han atendido puestos, despachado todo tipo de mercancías, fundado, regentado y gestionado tiendas y negocios
Puestos de venta y mujeres porteando mercancías sobre la cabeza (1920)
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del Ibaizabal-Nervión para acercarnos a la Plaza de La Ribera y escuchar el bullicio de sus puestos. Las calles Tendería y Artekale, que fueron y todavía son el corazón comercial de la villa, nos conducirán hasta la catedral, en su día rodeada de pequeños establecimientos de joyería, alimentación y otros productos. Desde allí llegaremos a la Plaza Nueva para recordar los elegantes comercios que hubo bajo sus soportales y contagiarnos de su encanto de otros tiempos. La atravesaremos para asomarnos al paseo del Arenal, desde donde volveremos a cruzar la ría y terminaremos nuestro recorrido en la plaza Circular, la puerta del Ensanche y del nuevo Bilbao que, sin volver la espalda a sus Siete Calles, sigue siendo un espacio para el comercio. Mujeres de todos los tiempos, emprendedoras y audaces, que nos aportarán su particular mirada desde detrás del mostrador.
PRESENTACIÓN
1. PLAZA DE LA ENCARNACIÓN
2. PLAZA DE LOS TRES PILARES
3. PUENTE DE LA RIBERA
4. ARTEKALE
5. CATEDRAL DE SANTIAGO
6. PLAZA NUEVA
7. ARENAL
8. CALLE NAVARRA
6 < PARADA 0. Introducción
Comercio y mujer son dos realidades que han convivido desde siempre, y un lugar como Bilbao, que nació precisamente como plaza comercial, está lleno de historias de mujeres que han dirigido y sacado adelante sus negocios. Sin embargo, encontrar su rastro no es tarea fácil: a lo largo de la historia la presencia de las mujeres se insinúa más que se muestra, y el comercio no es una excepción. Las tiendas y puestos de venta forman parte de la vida diaria, y lo cotidiano, lo menos excepcional, pocas veces ha llamado la atención de quienes investigan la historia. Pero, además, el trabajo de las mujeres ha sido largamente silenciado, y es frecuente que aquéllas que fueron titulares de pequeños y medianos negocios no aparezcan en la documentación, por estar el establecimiento registrado a nombre de sus padres o, más habitualmente, de sus maridos. Su memoria se guarda en la ciudad, pero es necesario rescatarla allí donde está oculta, especialmente la de los tiempos más antiguos que escapan a nuestro recuerdo. Tampoco es sencillo imaginar desde hoy las dificultades a las que se han tendio que enfrentar las mujeres comerciantes, lo que suponía para ellas ponerse al frente de un negocio en momentos en los que ni siquiera les estaba permitido tener propiedades a su nombre. A menudo, tuvieron que enfrentarse a la maledicencia de quienes las acusaban de abandonar a sus familias, algo imperdonable en una sociedad que pretendía reducir a la mujer al rol de esposa y madre, sin darle un papel en la vida pública y, mucho menos, en la esfera económica. Otras veces se cuestionaba su honradez, o se insinuaba que los dineros con que hacían frente a las inversiones habían sido conseguidos por medios poco ortodoxos. Alcanzar el éxito nunca ha sido fácil para las mujeres; reconocimiento merece la valentía con la que han ido venciendo todos los obstáculos, porque ellas han abierto camino a quienes hoy quieren seguir contribuyendo al comercio de nuestra villa. Todavía hoy en 2017, en
Bilbao está lleno de historias de mujeres que han dirigido y sacado adelante sus negocios
PARADA 0Introducción
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PARADA 0. Introducción > 7
un Bilbao que mantiene una destacada orientación
comercial, nuestras tiendas siguen siendo un elemento
clave para el crecimiento económico sostenible y para el
empleo de las mujeres.
Y es que la presencia de las mujeres en el comercio
bilbaíno no es nueva: su trabajo puede documentarse
desde los primeros tiempos de la villa cuando en el año
1300, en plena Edad Media, Bilbao se consolidara como
uno de los puertos y plazas de negocio más importante
de su tiempo. La ría se convirtió en una vía para la
entrada y salida de mercancías como la lana, el hierro
o el pescado, y a su alrededor se afanaban Mujeres
y hombres que desempeñaban todo tipo de labores:
lavanderas, panaderas, pescadoras, costureras, regateras,
cargadoras, peonas de obra… Muchas eran porteadoras y
llevaban sobre sus hombros pesados fardos con los más
variados productos; de hecho, los cereales como el trigo
no podían sacarse del puerto en carros para evitar que
los arrieros sisaran en la carga y los revendieran fuera de
Parada de las lecheras de Begoña en animada conversación. Año 1910.
8 < PARADA 0. Introducción
la villa: por eso, en 1500 se puso una norma que obligaba a que estas mercancías sólo pudieran ser transportadas en la cabeza de las mozas.
Las mujeres también realizaban negocios en la rentería, el puerto especializado donde debía pesarse y cargarse todo el hierro y acero de la villa y que, gracias al privilegio concedido en 1328 por Doña María Díaz de Haro, daba a Bilbao gran parte de su riqueza. Lo que sucede es que las leyes de esa época estaban escritas por y para los hombres. Para trabajar era necesario pertenecer a un gremio, una corporación formada por todas las personas que se dedicaban a un mismo oficio, que estaba regulada por ordenanzas especiales y a la que solamente podían pertenecer los hombres. Las mujeres trabajaban, sí, pero oficialmente lo hacían a través de sus maridos y únicamente a ellos se les reconocían las ganancias y beneficios obtenidos. Por eso en los primeros siglos de la existencia de Bilbao no es habitual conocer los nombres de las mujeres comerciantes, que quedan invisibilizadas en la documentación. Incluso en el caso de las viudas, que sí podían llevar adelante sus propios asuntos económicos, su identidad permanece oculta tras la de sus difuntos esposos. Pero ahí están estas renteras y sus trabajos, y son muchas las que llevaban importantes negocios en el puerto de Bilbao (1).
Otras muchas se dedicaban a la compraventa de comestibles, como las panaderas y fruteras, que solían ocupar la entrada de Artekale. O comerciaban con pescado: pescaderas y sardineras llenaban los muelles y la Plaza Vieja, junto a la iglesia de San Antón, tenían sus puestos en las calles y plazas, o en el portal de Zamudio. Eran tantas que atestaban los muelles y provocaban las quejas de las personas que se dedicaban a la carga y descarga de los barcos: por eso las autoridades querían obligar a que la venta del pescado
La plaza vieja del mercado de la Ribera (1870)
PARADA 0. Introducción > 9
se realizase exclusivamente “en las puertas de casas y moradas” lo que provocó las encendidas protestas de las pescaderas bilbaínas. Finalmente, se construyó una estructura de madera en los muelles de la Plaza Vieja donde 19 pescaderas y sardineras podían tener su puesto, que se asignaba por sorteo y cambiaba de forma rotatoria cada semana, para que ninguna tuviera un lugar privilegiado frente a las demás. La labor de estas mujeres era importantísima en el Bilbao del siglo XV, y desde 1495 algunas de ellas, las llamadas regateras, tenían el privilegio de ser las únicas que podían comprar el pescado directamente en los barcos, antes de que fuera descargado y llevado a los mercados, siempre que estuviera destinado al abastecimiento de la villa. Estas regateras comerciaban además con otros productos, desde carnes, frutas, pan y aves hasta grasas y candelas, pasando por géneros de paño como lienzos y vestidos.
Había también mujeres comerciantes de especias, comestibles, velas o cordeles; o las llamadas lenceras, que vendían paños y piezas de tela por las calles de la villa, ya que desde 1497 se había ordenado que abandonaran la Plaza Vieja, en un intento de organizar este espacio comercial de una zona abarrotada con todo tipo de mercaderías. Algunas compraban los productos al por mayor y a plazos, para luego venderlos en Bilbao: eran tratantes, una profesión muy conveniente para ellas porque podían ejercerla estando o no casadas; además, existía una ley que impedía apresar por deudas a las personas de sexo femenino, lo que les permitía eludir la cárcel si no entregaban a tiempo el pago por sus mercancías. Sin embargo, pronto se limitó su labor y en 1511 el ayuntamiento fue autorizado para denunciar a las que dejasen de pagar a sus acreedores. Existían también las llamadas corredoras, que comerciaban al por mayor y cobraban un porcentaje sobre sus ventas pero estaban obligadas a contar con el aval de un fiador
Alcanzar el éxito nunca ha sido fácil para
las mujeres; reconocimiento
merece la valentía con
la que han ido venciendo todos
los obstáculos
10 < PARADA 0. Introducción
(que, por supuesto, solía ser hombre). También podían ser denunciadas por impago y, en caso de fraude, se exponían a penas tan duras como la cárcel o el destierro (2).
Sin embargo, la mayoría de ellas tenían sus negocios en el comercio local e incluso se dedicaban a la venta ambulante como revendedoras. Su labor estaba muy vigilada, y ya desde 1480 se les prohibía ejercer e instalar sus puestos en los arrabales, los barrios situados fuera de las murallas, o en los caminos que conducían a Bilbao, para evitar que perjudicasen a los comerciantes y tiendas de la villa. Esta diferencia de categoría entre los puestos de las revendedoras y las tiendas de los comerciantes perjudicaba claramente a las mujeres: los puestos, ambulantes, sin lugar fijo y de menor entidad (aunque de una enorme importancia para el comercio de nuestra villa) podían ser propiedad de las mujeres; las tiendas, en cambio, que implican tener una propiedad o al menos un contrato de arrendamiento por el local y el almacén, tenían, por lo general, dueño masculino. Por eso, en el lenguaje común, ellos eran tenderos o comerciantes y ellas, simplemente vendedoras.
Mujeres vendiendo sus productos en las calles de Bilbao
Vendiendo verduras en el mercado de la Ribera (1920)
PARADA 0. Introducción > 11
La situación no iba a cambiar tanto a lo largo de los
siglos siguientes, aunque en 1794, a finales del siglo XVIII,
la documentación nos habla de algunas tenderas que
firmaban contratos, realizaban importantes operaciones
o vendían y traspasaban negocios. En cualquier caso,
trabajar en el comercio, fuera como tenderas o como
vendedoras, suponía una libertad, una capacidad de
obrar de la que algunas mujeres se beneficiaban y no
sólo económicamente: dedicarse a la compraventa les
daba un papel en la sociedad.
Esta realidad estaba, no obstante, a punto de terminar:
con la Revolución Industrial la nueva moral burguesa
planteó un modelo de mujer esposa y madre para la que
realizar labores fuera del hogar o por las que recibiera
una compensación económica era poco menos que
una deshonra. Se prefería que aquéllas que gobernaban
negocios familiares, ellas mismas hijas y esposas de
artesanos y comerciantes, aparecieran ante la sociedad
como amas de casa antes que como agentes activos que
se ocupaban del mostrador y los expositores.
A partir del siglo XIX el comercio tendrá nombre
masculino y rostro de mujer. Ellas estarán tras el
mostrador, atendiendo a la clientela, controlando el
abastecimiento del almacén, adquiriendo mercancías y
llevando la contabilidad; ellos aparecerán en los rótulos
y la documentación como dueños y señores de los
negocios. Resulta revelador que en 1825, en una ciudad
donde la mayoría de las tiendas están registradas y
teóricamente dirigidas por hombres, de las 301 personas
que se dedicaban oficialmente a la actividad comercial
229 eran mujeres, frente a tan sólo 72 varones. Fuera cual
fuera el papel que les reservara la sociedad, las mujeres
seguían regentando los negocios familiares, aunque sea
ocultas tras los nombres de sus padres y maridos (3).
Las mujeres trabajaban,
sí, pero oficialmente lo
hacían a través de sus maridos
y únicamente a ellos se les reconocían
las ganancias y beneficios
obtenidos
Membrete de carta comercial
12 < PARADA 0. Introducción
Existen nombres propios de mujer en el comercio de la época que han llegado prácticamente hasta nuestros días: Martina Zuricalday, que abrió su pastelería en 1839, y Daniela Bolívar, quien en 1876 puso en marcha la importante firma de textil Gastón y Daniela, son buena muestra del espíritu emprendedor de las bilbaínas de todos los tiempos. Los nombres femeninos tienen, quizás, un único espacio propio: el de las peluquerías. Peluquerías de señoras, que se distinguen de las barberías en la clientela, pero también en la amplia carta de servicios que ofrecen: lavar, marcar, cortar, peinar, rizar, ondular y teñir el cabello, maquillar, hacer la manicura… Y también en otro detalle: a diferencia de los barberos, las peluqueras raramente tenían sus establecimientos a pie de calle. Solían encontrarse en los primeros pisos, donde se anunciaban (muchas lo siguen haciendo) mediante carteles y rótulos. En el número 8 de Tendería María Andrés desde 1890 tenía su “Gabinete para peinar señoras”, y en Correo 21 lucía el rótulo con que Celestina Blázquez se daba publicidad en 1914 como “Celes, peluquera de señoras, manicure y onduladora”.
Otro tema que afecta a las mujeres es el de la propiedad de los negocios. Aquí, nuevamente, la legislación no era favorable a las mujeres y se hace todavía más restrictiva tras la Guerra Civil (1936-1939). Antes de 1940, las propietarias de establecimientos de todo tipo son relativamente abundantes. A partir de esa fecha, en cambio, las leyes del estado franquista relegan claramente a las mujeres a ese papel único de esposa y madre que trataba de imponerse desde el siglo anterior, y las dueñas de pequeños comercios prácticamente desaparecen, esta vez sí silenciadas tras los hombres de sus familias, los únicos con derecho a ostentar la titularidad de los locales.
En el mismo periodo, el Fuero del Trabajo dictado por el estado franquista en 1938 con la excusa de “liberarlas
La nueva moral burguesa planteó un modelo de mujer esposa y madre para la que realizar labores fuera del hogar era poco menos que una deshonra
En el exterior del Mercado del Ensanche las mujeres trabajaban vendiendo sus productos (1925)
PARADA 0. Introducción > 13
del taller y de la fábrica” limitaba que las casadas desempeñaran labores remuneradas en la industria. En la práctica, ello supuso que muchas pasaran a ser “empleadas de mostrador” asalariadas en tiendas y comercios, un sector que en esos años experimentó un fuerte crecimiento y que, de esta forma, siguió caracterizándose por una mayoritaria presencia femenina.
En todo caso, desde la fundación de Bilbao son muchas las mujeres que se han dedicado al comercio y, por tanto, han contribuido a dinamizar la vida de la villa: se han abastecido en los mercados locales, han ofrecido su género a vecinos y vecinas, han acercado sus productos a quienes no podían llegar hasta los puestos de venta, han despachado medicamentos en las farmacias… Su labor ha sido clave para el funcionamiento económico de nuestra ciudad. La presencia de sus negocios, muchas veces transmitidos de generación en generación, ha determinado el tejido urbano aunque, lógicamente, su apariencia y dinámica se ha ido transformando con el tiempo. Este recorrido nos dará la oportunidad de redescubrirlas y de darles el reconocimiento que merecen.
Pequeña vendedora ambulante descansando en uno de los
bancos de la Gran Vía
14 < PARADA 1. En las puertas de la Villa
> PLAZUELA DE LA ENCARNACIÓN
Aunque hoy pueda parecer que estamos en pleno Casco Viejo, cuando se fundó la villa de Bilbao, en el año 1300, esta zona se encontraba fuera del recinto principal de la población. Era un arrabal, un barrio situado fuera de las murallas, que en la época era conocido como Ibeni y que sólo a partir de 1637 empezará a llamarse Atxuri. En los alrededores de esta plaza terminaban los tres Caminos Reales que unían Castilla con el puerto de Bilbao: el oriental por Durango y Vitoria, el occidental por Balmaseda y el central por Orduña. Esto la convertía en un interesante punto para el comercio, ya que se encontraba, literalmente, en las puertas de la villa y era el lugar por el que pasaban todos los productos que se intercambiaban con los más importantes puertos europeos.
Tenemos que imaginar la plazuela de La Encarnación como una zona de pocas construcciones en la que destacaría la silueta del convento de monjas dominicas, construido en 1515, y que permaneció prácticamente aislado hasta la centuria de 1800. Este espacio abierto que quedaba delante de la iglesia se aprovecharía para instalar puestos para la venta de diferentes productos. La llegada del ferrocarril de Bilbao a Durango en 1882 supondría el inicio de la transformación de esta área, que iría cambiando poco a poco su fisonomía hasta adquirir su aspecto actual. Hoy uno de sus edificios más emblemáticos es la estación de Atxuri, construida en 1912 según planos del arquitecto Manuel M.ª Smith para sustituir a la estación original. Este ferrocarril ha sido utilizado por las baserritaras para vender sus productos en el mercado.
Asimismo, la cercanía al tren hizo que, desde entonces, esta plaza fuera el lugar para la venta de carbón: allí se concentraban las mujeres que comerciaban con este mineral, conocidas como escarabilleras (4), y los carreteros.
Era el lugar por el que pasaban todos los productos que se intercambiaban con los más importantes puertos europeos
PARADA 1En las puertas de la Villa
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PARADA 1. En las puertas de la Villa > 15
Vista general del hospital civil de Bilbao, proyecto de Gabriel
Benito de Orbegozo de 1818
Las escarabilleras no contaban con un puesto fijo, sino que
eran ambulantes y desempeñaban su negocio con una
gran precariedad, haciendo frente a importantes penurias
económicas. A las dificultades que suponía un comercio sin
un lugar estable de venta había que sumar las constantes
diferencias que se producían con las vecinas y vecinos
del barrio, quienes habitualmente se quejaban del polvo
insalubre del carbón y de los ruidos que provocaban las
vendedoras al realizar la descarga.
> HOSPITAL DE ATXURI
Pocos metros más adelante, y también a las afueras de la
villa, tenemos el antiguo Hospital de Atxuri. Construido en
1818, albergaba en sus bajos numerosos comercios, que
ocupaban una sucesión de huecos abiertos en la fachada
lateral del edificio. Estas tiendas facilitaban la vida de
16 < PARADA 1. En las puertas de la Villa
La venta ambulante en el mercadillo de Atxuri (1910)
vecinas y vecinos del arrabal de Atxuri y de transportistas y mercaderes que se acercaban a Bilbao para hacer negocios en la villa y el puerto. La mayoría de estos pequeños establecimientos estaban a cargo de mujeres: muchas se dedicaban a la venta de quincalla y productos de metal de escaso valor, aunque también había cigarreras, alpargateras y costureras. En 1908 el servicio sanitario se trasladó al nuevo Hospital de Basurto, y algunos de estos comercios cerraron; sin embargo, otros muchos pervivieron: todavía en 1913 encontramos mujeres como Justina Legorburu atendiendo sus quincallerías. Y lo hicieron hasta bien avanzado el siglo XX, con el edificio del hospital ya reconvertido en Escuela de Artes y Oficios. Hoy las entradas de estas tiendas han sido cerradas en parte y los huecos convertidos en ventanas, pero todavía resulta fácil imaginar la fachada como una sucesión de negocios que atendían al
PARADA 1. En las puertas de la Villa > 17
público desde un pequeño mostrador y ocupaban la calle
con los más variados productos: ollas, zapatos, cucharones,
velas y bujías, cazos y otros utensilios de cocina, pequeñas
herramientas y un sinfín de objetos que se exponían ante
los y las numerosas paseantes de uno de los barrios más
pintorescos del Bilbao de entonces.
> MUELLE DE IBENI
El muelle de este arrabal de Ibeni era parte del entramado
portuario de la Ría de Bilbao, por lo que constituía desde la
Edad Media un lugar de carga y descarga de mercancías.
La trasera de la iglesia de San Antón era paso obligado
para comerciantes y transportistas, ya que en dicho lugar
confluían los caminos reales de Balmaseda y Orduña, que
llegaban hasta Bilbao cruzando el puente. Durante siglos
las mujeres se afanaron en cargar y descargar buques,
llevar de aquí a allá las más variadas mercancías y vender
los productos que traían hasta aquí desde todos los puntos
de Bizkaia. Todavía era así, en el siglo XX, y más a partir de
1902, cuando se inauguró el tranvía que unía Bilbao con
Durango y Arratia: Ibeni se convirtió entonces en uno de
los lugares tradicionales para ver pasar a las aldeanas, las
mujeres que se llegaban hasta aquí en el tranvía para luego
vender sus productos en las plazas y mercados de la villa.
En esa misma época muchos de los bajos de las casas que
hoy vemos se dedicaban ya a la actividad comercial y se
adornaban con vistosos letreros y toldos con los que se
anunciaban los más diversos negocios, como la casa de
bebidas que María Jesús Ugarte tuvo aquí desde 1888.
> PUENTE DE SAN ANTÓN
Desde el muelle de Ibeni tenemos una vista privilegiada
de uno de los puntos clave para el comercio de Bilbao, un
lugar que desde los orígenes de la villa y hasta la eclosión
En estos bajos del hospital las mujeres realizaban actividades
comerciales como venta de quincalla, venta de cigarros o
alpargatas.
Durante siglos las mujeres
se afanaron en cargar y descargar
buques
18 < PARADA 1. En las puertas de la Villa
La imagen de las muchachas que cruzaban el puente cargadas con fardos de lana se convirtió en una estampa clásica del Bilbao del siglo XIX
industrial ha sido el centro vital de la actividad mercantil:
los muelles, modificados para mejorar la navegabilidad de la
ría y permitir que buques y gabarras transportaran infinidad
de mercancías; las calles, antiguos caminos por los que
llegaban y marchaban gentes y productos; el ferrocarril,
que mejoró las comunicaciones terrestres… y todo ello
dominado por el puente de San Antón, la verdadera puerta
de la villa, elemento crucial en el desarrollo de Bilbao
hasta el punto de convertirse en su símbolo y emblema y
aparecer representado en nuestro escudo. En él confluían
las rutas comerciales más importantes y a su alrededor
han crecido negocios de todo tipo, ocupando los barrios,
arrabales y calles cercanas.
En el muelle de Marzana, frente a Ibeni y justo en el extremo
sur del puente, se construyó un almacén desde el que
controlar el comercio de la lana, que tanta importancia
ha tenido para la villa y el puerto de Bilbao. Hasta aquí
se acercaban numerosas mujeres para comprar la lana
que después vendían en la villa, por lo que la imagen de
las muchachas que cruzaban el puente cargadas con
fardos de lana se convirtió en una estampa clásica del
Bilbao del siglo XIX. Al frente de este almacén de lana
estuvieron algunas de las personalidades más importantes
de la ciudad: en 1863 lo dirigía Francisca Labrocha Oreña,
viuda del empresario bilbaíno Máximo Aguirre. Como
directora de tan importante establecimiento, Francisca se
encargó de todo tipo de gestiones, incluso de solicitar al
ayuntamiento que rebajara la inclinación de la cuesta que
hay desde el barrio de Bilbao La Vieja a la plazuela de San
Antonio (hoy plazuela de los Tres Pilares), para evitar así
que los carros resbalaran y facilitar las labores de carga y
descarga de la lana. Hoy todavía podemos ver ese antiguo
edificio, reconvertido en bloque de viviendas; también éstas
fueron promovidas por Francisca Labrocha, una mujer
emprendedora que tomó las riendas del establecimiento
PARADA 1. En las puertas de la Villa > 19
a la muerte de su marido y lo transformó de almacén comercial en negocio inmobiliario.
Un poco más allá está el muelle de Urazurrutia (5), que se convirtió a mediados del siglo XX en sede de un popular mercadillo donde compradoras y compradores de todas las edades buscaban ropa, herramientas y otros muchos objetos cotidianos. Este espacio, que en las últimas décadas ha congregado a tantas bilbaínas y bilbaínos en un improvisado espacio comercial, es hoy un buen lugar desde donde asomarse a la imparable actividad de nuestra villa.
Vista general de la Plaza Vieja
20 < PARADA 2. Adentrándonos en Allendelapuente
Desde la fundación de Bilbao y hasta bien avanzada la Edad Moderna los arrabales, los barrios situados fuera de la muralla medieval, acogieron tradicionalmente las actividades que se consideraban demasiado molestas para instalarse en la villa: sus calles eran ruidosas y llenas de intensos olores por la presencia de curtidurías, ferrerías, astilleros, yeserías… En teoría, en estos barrios no podían instalarse tiendas, tan sólo lonjas, bodegas y almacenes que dieran servicio a los comercios que existían dentro de la muralla. Sin embargo, la cercanía a Bilbao y el continuo tránsito de comerciantes por estos barrios hacía que los mercados y puestos de venta llenaran arrabales como el de Allendelapuente, que hoy conocemos como Bilbao La Vieja.
> PLAZUELA DE LOS TRES PILARES
La plazuela de los Tres Pilares, antiguamente la Plazuela de San Antonio el Chiquito, fue durante siglos el centro neurálgico del arrabal de Allendelapuente, como entonces se conocía al barrio de Bilbao La Vieja. En este espacio se instalaba el principal mercado del arrabal, donde muchas mujeres tenían sus puestos de venta. Esto cambiaría a finales del siglo XIX, cuando en 1878 el ayuntamiento bilbaíno denegó el permiso de instalación del mercado. Parece que inicialmente las vecinas y vecinos del lugar no hicieron mucho caso de la prohibición, porque todavía en 1880 sabemos que había varios puestos en la plaza. Finalmente, en 1884 se suprimió definitivamente el mercado de los Tres Pilares, y las vendedoras ambulantes tuvieron que trasladarse al otro lado de la ría e instalarse en el entorno de La Ribera.
Esto no supuso, sin embargo, que terminara la actividad en la zona. De hecho, en estos años se fueron instalando numerosos negocios en los alrededores de la plaza: bares, churrerías, tiendas de comestibles, bebidas y
PARADA 2Adentrándonos en Allendelapuente
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En 1884 se suprimió definitivamente el mercado de los Tres Pilares, y las vendedoras ambulantes tuvieron que trasladarse al otro lado de la ría
PARADA 2. Adentrándonos en Allendelapuente > 21
La calle San Francisco era una animada vía comercial
PARADA 2Adentrándonos en Allendelapuente
dulces, frutas y verduras, e incluso una mujer que ofrecía
sus servicios como prestamista (trabajo que, como
todo lo relativo a las transacciones económicas, solían
desempeñar los hombres), hacían de este lugar uno
de los más animados centros comerciales de la época.
Tanto es así, que en 1892 se creó y urbanizó la calle
que comunica el muelle de Marzana con la plazuela de
los Tres Pilares, permitiendo que prosperaran nuevos y
variados establecimientos en los bajos de las casas. Allí
abrieron sus tiendas mujeres como Francisca Fernández,
quien a partir de 1898 se dedicó a la venta de objetos de
vidrio, o Ramona Artabe, que comercializaba las velas
que fabricaban ella y su marido. Otras muchas vecinas
de este barrio aparecen inscritas en los censos como
22 < PARADA 2. Adentrándonos en Allendelapuente
San Francisco se convirtió en un destacado centro de negocios donde tratar con las y los comerciantes que entraban y salían de la villa
“tenderas”, dirigiendo los negocios instalados en los bajos de sus domicilios. Aunque la documentación no recoge qué productos vendían, podemos deducirlo a partir de las profesiones de sus maridos, con los que, a buen seguro, colaboraban. Así, es probable que Cesárea Saleria vendiera en su tienda, situada en el número 19 de esta plaza, los muebles que fabricaba Antonio, su marido, carpintero de profesión; o que la tienda que tenía Andresa Añibarro en el número 17 fuera un establecimiento para la reparación del calzado o una zapatería, donde también trabajaría su marido, Mateo Oteiza; y seguramente Lucía Abrisqueta se encargaba de una confitería en la que el protagonista sería el chocolate fabricado por ella y su esposo, Bautista Guenaga.
> CALLE SAN FRANCISCO
La calle empinada que sube desde la plazuela de los Tres Pilares es la calle San Francisco. Toma su nombre del antiguo convento de franciscanos que hubo en esta zona, cuyos restos se encuentran más arriba, junto a la iglesia del Corazón de María. La calle actual sigue el trazado del antiguo Camino Real que llegaba a Bizkaia desde Castilla, atravesaba todo el valle del Cadagua y conectaba Balmaseda y Bilbao. Esta importante vía de comunicación fue fundamental para el comercio de nuestra villa y el desarrollo de su puerto, pero también fue un importante eje para el comercio. Por su carácter de zona de paso, a lo largo de esta calle se fueron instalando puestos y establecimientos, con lo que, con el paso de los siglos, San Francisco se convirtió en un destacado centro de negocios donde tratar con las y los comerciantes que entraban y salían de la villa. Animadas por esta incesante actividad, muchas mujeres regentaron puestos y tiendas en esta calle. Las fachadas de las casas todavía guardan la memoria de las que lo hicieron en
PARADA 2. Adentrándonos en Allendelapuente > 23
tiempos recientes.
Al igual que hoy, durante todo el siglo XIX los bajos de
estos edificios estuvieron poblados por establecimientos
comerciales: bares y tabernas convivían con mercerías,
quincallerías y tiendas de comestibles. Escaparates
con carpinterías pintadas de vivos colores, rótulos
anunciando los nombres de los comercios, muestrarios
y vitrinas llenaban la calle, que desde 1889 contaba con
alumbrado público de farolas de gas. La competencia
entre los distintos comercios era feroz. No bastaba
con tener los mejores productos y traer las últimas
novedades: había que destacar frente a otros
establecimientos y exponer las mercancías de la forma
más atractiva posible. Los artículos se mostraban a
la clientela colgados tras las puertas de cristal, o en
expositores instalados en las fachadas. La calle San
Francisco estaba en 1898 llena de ellos, tantos que
el ayuntamiento tuvo que dictar una ordenanza para
retirarlos (6): sobresalían hasta el punto de dificultar el
tránsito por las aceras. Mientras, por la calzada, carros,
coches y tranvía hacían de este lugar uno de los más Rótulo comercial de un
comercio de Bilbao La Vieja
Muchas se dedicaban a la venta
de quincalla y productos
de metal de escaso
valor, aunque también había
cigarreras, alpargateras y
costureras
24 < PARADA 2. Adentrándonos en Allendelapuente
concurridos del Bilbao del momento. Y a esto había que sumar, nuevamente, gran número de puestos ambulantes que se instalaban en la calle, ocupando todo el espacio desde la ría, lo que contribuía a la animación pero también dificultaba, y no poco, el paso de personas y vehículos.
> PLAZA DEL SAGRADO CORAZÓN DE MARÍA
Subiendo por la calle San Francisco llegamos a otro importante espacio urbano, la plaza del Sagrado Corazón de María, uno de los lugares más emblemáticos de Bilbao La Vieja: en este lugar se ubicó hasta su demolición en 1856 el convento de franciscanos que da nombre a la calle principal del barrio. Sobre el solar de los franciscanos se construyó años más tarde el Cuartel del Príncipe Alfonso, que permaneció activo hasta 1930. Fue entonces cuando se creó la actual plaza, un espacio público construido en el solar que quedó tras la demolición de la instalación militar. La existencia del
Publicidad de comercios bilbaínos
Tienda de efectos militares regentada por Tomasa Sanz Villa
PARADA 2. Adentrándonos en Allendelapuente > 25
cuartel estimuló la apertura de numerosos comercios dedicados principalmente a abastecer a los soldados, principalmente mercerías y quincallerías especializadas en prendas militares, botonaduras y piezas metálicas.
Gran parte de estos establecimientos estaba en manos de mujeres, aunque nuevamente topamos con la injusta invisibilidad que la legislación imponía al género femenino. Es el caso de Tomasa Sáenz, heredera de la mercería que en 1890 había fundado su madre, Tomasa Villa, y que con los años había ido especializándose en efectos militares. La madre, al ser viuda en el momento de poner en marcha el negocio, había podido registrarlo a su nombre. Al recibirlo su hija, en cambio, automáticamente pasó a nombre de su marido, Roque Rodríguez. Y ello a pesar de que era Tomasa Sáenz la encargada de todo lo relativo a la tienda: llevaba la contabilidad, atendía el mostrador y, en la trastienda, cosía botonaduras, ajustaba boinas y componía uniformes; mientras, Roque ejercía labores de representante. Como tantas familias dedicadas al comercio, vivían en el mismo edificio donde tenían la mercería, en el segundo piso de la calle San Francisco n.º 21, uniendo así su trabajo a los demás aspectos de la vida cotidiana.
Tomasa Sanz Villa
26 < PARADA 3. Más que productos de la huerta
> LA PLAZA VIEJA DE LA RIBERA
El muelle de La Ribera es desde siempre uno de los más destacados lugares para el comercio en la villa. Esta actividad era aquí tan importante que todo el distrito, el segundo en importancia dentro de Bilbao, recibía el nombre de Mercado e incluía las Siete Calles (Somera, Artekale, Tendería, Belostikale, Carnicería Vieja, Barrenkale y Barrenkale Barrena), además de la Carrera de Santiago, diez cantones y la Plaza Vieja de La Ribera. Mujeres venidas de toda Bizkaia se juntaban en este muelle al menos desde la centuria del 1500 para ofrecer sus productos: la tradición dice que éstos eran generalmente vegetales traídos de sus huertas, así que creemos saber qué vendían, pero poco o nada se conoce del espacio donde se reunían estas vendedoras ambulantes, o de cómo organizaban sus negocios.
Para empezar, en los primeros años las ventas se realizarían en el espacio que se abría delante de la iglesia y el puente de San Antón, una explanada relativamente amplia que se extendía junto al cauce de la ría y llegaba hasta el actual puente de La Merced. Aquí se establecerían numerosos puestos, muchas veces bajo los arcos de los edificios de la plaza, en los que sobre todo las mujeres vendían las hortalizas traídas de localidades cercanas como Abando, Begoña y Deusto, que entonces eran municipios independientes, y de otras más lejanas, como las villas de Balmaseda, Bermeo, Ondarroa y Durango, a varias leguas de camino. Pero, además, sabemos gracias a los documentos conservados en el archivo de Bilbao que estas mujeres vendían mucho más que frutas y verduras. En esta plaza comerciaban también con artículos de mercería, quincalla, cacharros, telas, libros, ollas, vasijas y lozas del país.
¿Cómo eran estos comercios del siglo XVI? Algunos eran los llamados tendejones, puestos desmontables de madera, construidos con simples tableros, que se
Las mujeres vendían las hortalizas traídas de localidades cercanas como Abando, Begoña y Deusto
PARADA 3Más que productos de la huerta
3>
PARADA 3. Más que productos de la huerta > 27
La ría de Bilbao entre Atxuri y San Francisco (1915)
instalaban en lugares públicos y no tenían una ubicación determinada. Pero muchas otras veces los negocios tenían un lugar fijo y ocupaban las plantas bajas de los edificios, o las zonas porticadas y soportales. El poco espacio disponible se aumentaba sacando hacia la calle un tablón sobre el que se mostraban al público las diferentes mercancías. Así, las calles se llenaban de puestos de lencería, traperías y sederías que colgaban en las paredes exteriores de las casas, llegando a impedir ver lo que vendían y molestando a las demás tenderas y tenderos. Esto terminó por provocar problemas de espacio y tránsito en las calles; de ahí que en una fecha tan temprana como 1495 se dictara una ordenanza para limitar el tamaño de los mostradores: a partir de entonces no podrían sobresalir más de 85 centímetros. Se compraba y vendía todos los días del año, pero los puestos debían cerrar obligatoriamente los domingos, en Pascua y las demás fiestas de guardar: en esos días sólo podían permanecer abiertas las boticas y los establecimientos dedicados a la venta de medicinas.
Plano de los tinglados del Mercado de la Ribera
28 < PARADA 3. Más que productos de la huerta
Bulliciosa vida comercial en el Mercado de la Ribera y plaza vieja de Bilbao (1915)
Este tipo de venta ambulante no se reguló hasta 1783, cuando se exigió el abandono de los puestos y el establecimiento de tiendas. A partir de ese momento empezaron a proliferar pequeños negocios de carácter familiar, que ocupaban la parte baja de las casas, en locales largos y estrechos sin apenas espacio para escaparates: se anunciaban con un letrero de madera sobre la puerta, que cerraban con contraventanas pintadas de vivos colores, y exponían sus mercancías a pie de calle, incluso invadiendo con sus géneros la vía. La venta sin puesto estable, sin embargo, no desapareció: todavía en 1840 Dorotea Arcaya, María Arana, Ramona Arbueso, Eulogia Barracanal y otras muchas mujeres se dedicaban a mercadear de forma ambulante, lo que suponía un auténtico quebradero de cabeza para las autoridades, que consideraban que esta actividad afeaba la calle de la Ribera y estaban empeñadas en ponerle fin. Ese mismo año se construyeron cubiertas para los puestos de la Plaza Vieja: de esta manera se ofrecía a las vendedoras un lugar resguardado de las inclemencias
PARADA 3. Más que productos de la huerta > 29
del tiempo, protegido de la lluvia y el sol, pero también, de alguna manera, se trataba de controlar su labor y fijarla en un lugar concreto. Poco después se construyó el edificio del mercado, una impresionante estructura de hierro y cristal que, sin embargo, no mejoró demasiado la calidad de vida de las vendedoras: tenía un grave problema de concentración del calor y, en ocasiones, la temperatura interior llegaba a ser insoportable.
La plaza del mercado, además, no podía dar cabida a todas las personas que querían comerciar en Bilbao, de modo que a principios del siglo XX fue necesario disponer en su exterior 32 bancos y mesas portátiles para la venta al aire libre (7). El arquitecto municipal de Bilbao fue el encargado de diseñarlos en 1903: eran unas sencillas estructuras de madera, con tres caballetes de 60 centímetros de altura sobre los que se disponía un tablón para exponer la mercancía. Entre los meses de abril y septiembre abrían de ocho de la mañana a siete de la tarde, y de nueve a cinco el resto del año, estando las vendedoras obligadas a su montaje por la mañana y a desmontarlos al terminar el día.
Esta Plaza Vieja fue demolida en 1928 y en su lugar se levantó el actual edificio de La Ribera, obra del arquitecto Pedro Ispizua. Todavía hoy este lugar sigue siendo el principal mercado de abastos de Bilbao y en su remodelado interior más de 60 puestos, muchos de ellos dirigidos por mujeres, ofrecen a su clientela los mejores productos: verdura, carne, pescado, quesos embutidos…
Un poco más adelante, junto al puente de La Merced, se instaló en 1925 un kiosco, siempre con su kiosquera al frente, un establecimiento de lo más concurrido cualquier día de la semana, donde se podían encontrar periódicos y revistas, pero también tebeos, frutos secos y golosinas que hacían las delicias de las niñas y niños que se acercaban hasta aquí.
En esta plaza comerciaban también con artículos de
mercería, quincalla, cacharros, telas,
libros, ollas, vasijas y lozas del país
30 < PARADA 4. El corazón comercial de la villa
Las Siete Calles han sido el corazón comercial de la villa: no en vano el distrito que formaban se llamaba, como hemos visto, distrito Mercado. Pero de entre las siete hay dos que siempre han destacado sobre las demás por sus comercios especializados: Tendería y Artekale, donde llegaron a concentrarse ocho de cada diez tiendas de la villa. Allí se encontraban los establecimientos que más atraían a la clientela bilbaína: almacenes y comercios de paños, confiterías, curtidurías, mercerías y lencerías, joye-rías… Un auténtico “centro comercial” donde se podía, y aún se puede, encontrar de todo.
> TENDERÍA
Originalmente, esta vía se llamaba calle de Santiago, ya que terminaba junto a la iglesia del mismo nombre, hoy catedral de Bilbao. Pero pronto se cambió su nombre, lo que indica que la actividad comercial de esta calle ha sido y es fundamental. Tendería se abre directamente a los muelles, junto a la ría, y conecta con dos de los luga-res donde se establecían mercados en el Bilbao medieval: el Portal de Zamudio y la Plaza de Santiago. Esto hacía que las personas que se dedicaban al comercio aprove-charan este paso para instalar sus negocios. En los prime-ros tiempos predominaron las tiendas de paños y las sederías, y sabemos que los 25 establecimientos de este tipo que había en Bilbao en 1464 se encontraban aquí, o en las vecinas Somera y Artekale. Esta seña de identidad pervivió durante siglos: los contratos de arrendamiento de locales revelan que todavía entre 1766 y 1798 Tendería era el principal eje comercial de la villa, y que los textiles eran los géneros más vendidos en esta calle. Y aquí se fundó en 1876 la firma Gastón y Daniela (8), especializada en tejidos, alfombras y cortinajes, y aquí perviven merce-rías como la de María Fernández Gorrochategui, la viuda de Baldomero Fernández, fundada en 1900.
Hay dos que siempre han destacado sobre las demás por sus comercios especializados: Tendería y Artekale
PARADA 4El corazón comercial de la villa
4>
PARADA 4. El corazón comercial de la villa > 31
Interior Óptica Jesús
Pero los comercios de Tendería han sido muchos y muy
variados, como corresponde a una vía tan importante
como ésta, en cuyas casas convivían sastres, costureras y
cigarreras con personajes de la nueva burguesía bilbaí-
na, como la familia Rochelt, que poseía un taller de hoja
de lata en Deusto, o la familia Artiach, propietaria de las
fábricas de harinas más importantes del momento. En las
plantas bajas de los palacetes urbanos donde vivían se
han ido sucediendo panaderías (aquí estuvieron las tres
más importantes de la villa), joyerías, platerías y tiendas
de quincalla, como la de la Viuda de Manuel Gutiérrez e
Hijos, que abrió en 1882 y comerciaba con objetos me-
tálicos y máquinas de coser. También los primeros pisos
fueron espacios para el negocio, como la peluquería de
María de Andrés, que en 1890 se anunciaba como “gabi-
nete para peinar señoras” y daba servicio a una clientela
tan variada como animada era la calle en que se encon-
traba.
32 < PARADA 4. El corazón comercial de la villa
La dependienta tras el mostrador en el despacho de orfebrería (1920)
> ARTEKALE
Al igual que Tendería, la ubicación de Artekale es estraté-gica, ya que arranca junto a los muelles, en la Plaza Vieja, y se adentra en el núcleo de las Siete Calles. Lugar de paso obligado para muchas personas. En ella se agluti-naron los más diversos negocios: almacenes de géneros textiles e hilazas, confiterías, comercios de loza y cristal, quincallerías, tiendas de calzado… cada uno tiene tras de sí un episodio de emprendimiento y superación, muchos de ellos protagonizados por mujeres.
Mujeres como Martina Goicoechea, que vivía en el quinto piso de Artekale 1 y que abrió en 1896 una quincallería en los bajos de esa misma casa. Para mostrar al público los muchos objetos que vendía, instaló en la fachada dos vistosos muestrarios de metro y medio de alto, que reti-raba cada tarde al cerrar su comercio. Martina estuvo al frente del negocio al menos veinte años: todavía en 1916
Dibujo de establecimiento comercial.
PARADA 4. El corazón comercial de la villa > 33
trabajaba en su quincallería, que se anunciaba en la calle con un rótulo con la inscripción “Martina Quincalla”. Un comercio con nombre de mujer, que nos habla del espí-ritu de superación de su propietaria. Unos años antes, en 1890, Crisanta Atristain había reformado la fachada de su zapatería, incorporando tableros de madera en puertas y ventanas y ampliando hasta en 14 centímetros el hueco del escaparate. No era la única zapatera de la calle, en el número seis vivía y trabajaba Rosa Urquijo Iñarritu, quien en 1910 exhibía el calzado en dos grandes vitrinas colga-das en su fachada, y un poco más adelante se anunciaba con un gran rótulo decorativo de metal la tienda de zapa-tos de Josefa Gorrostola.
Pero si un comercio ha caracterizado a Artekale, éste ha sido el de las chocolaterías. Hubo tantas que a principios del siglo pasado Artekale era conocida popularmente como “la calle de las chocolateras”. Esto no era nuevo, ya que el gremio de confitería se había asentado allí des-de hacía varios siglos, pero la verdadera eclosión llegó a partir de 1860, cuando se popularizó el consumo de chocolate. Una de las más famosas fue la de Francisca Coll, vendedora de café y chocolate, quien instaló aquí su negocio en 1907, continuando así la tradición de su familia, dedicada a la producción y comercialización del chocolate desde 1840 en sus confiterías de Barcelona. Pero hubo otras, como la de Damiana Olavide, o la de la familia Ochoa de Retana, abierta en 1863 y que en 1929 compraría la familia Zubiaur. Ésta es la única que perma-nece hoy; a su frente Jesús y Begoña Zubiaur continúan con la tradición de una calle y con el saber hacer de las chocolateras y chocolateros de Artekale.
“Martina Quincalla”.
Un comercio con nombre
de mujer, que nos habla del
espíritu de superación de su propietaria
34 < PARADA 5. En torno a la catedral
> EL ENTORNO DE LA IGLESIA DE SANTIAGO
Desde que se fundara la villa de Bilbao en 1300 los alre-
dedores de la iglesia (hoy catedral) de Santiago fueron
espacio privilegiado para el desarrollo del comercio. Con
el tiempo, los espacios y calles de este entorno consti-
tuyeron un importante distrito, que contenía las actuales
Correo, Sombrerería, Lotería, Banco de España (conocida
hasta 1885 como calle Matadero), Perro, Pelota, Torre,
Cinturería, Santa María, Jardines, Portal de Zamudio,
la Cruz, Libertad (llamada antes calle de la Princesa),
Fueros (o calle de la Reina hasta 1868), Banco de Bilbao,
Bidebarrieta y Víctor, así como la Plazuela de Santiago,
la Plaza Nueva, el Paseo del Arenal y los muelles de La
Ribera y La Merced. Al igual que las Siete Calles (que
conformaban, como hemos visto, el distrito Mercado),
esta zona estaba llena de pequeños comercios, que com-
partían espacio con tabernas y cafés, talleres, almacenes
y depósitos de bacalao, licores y coloniales, quincallerías
y ferreterías. Y todo ello en un entorno donde abunda-
ban los escritorios mercantiles y donde gran parte de la
burguesía bilbaína tenía sus palacios urbanos.
El centro de este distrito tan heterogéneo era la Plazue-
la de Santiago, donde –desde el siglo XIV y hasta bien
avanzado el siglo XIX– se concentraban las vendedoras
ambulantes, dedicadas sobre todo a comerciar con pro-
ductos de alimentación, entre los que la pesca ocupaba
un lugar destacado: aquí se hacían las ventas de pescado
fresco y salado. La plaza no enmudeció ni siquiera cuan-
do se crearon puestos específicos para este producto
en el muelle de La Ribera: las tratantes y regateadoras
siguieron haciendo negocios aquí, sobreponiéndose a
todos los intentos por terminar con su actividad y supe-
rando cada dificultad que encontraban en el camino. Para
PARADA 5En torno a la catedral
5>
Las tratantes y regateadoras siguieron haciendo negocios aquí, sobreponiéndose a todos los intentos por terminar con su actividad y superando cada dificultad que encontraban en el camino
PARADA 5. En torno a la catedral > 35
poder seguir ejerciendo su actividad tuvieron que ocupar
el espacio del cementerio junto a la iglesia, que en 1844
estaba lleno de puestos de quincalla y ferretería, hasta
tal punto que el cura de la iglesia de Santiago mandó
desalojar de allí a las vendedoras, bajo pena de excomu-
nión. Y aun así, ellas siguieron vendiendo en el entorno de
la iglesia, atendiendo a las personas que cada día acu-
dían a sus puestos para comprar los objetos que les eran
tan necesarios: ollas, cucharones, clavazón, comestibles,
tejidos, herramientas… Aquí nadie tenía un punto fijo para
establecerse: el mercado era más bien un amplio espacio
entre edificios, donde las vendedoras ocupaban la calle,
pero también los soportales que se habían ido formando
bajo las casas y torres, un lugar óptimo que las prote-
gía de la lluvia y que servía también como depósito de
mercancías (sacas de lana, pipas o barriles de sardinas,
maderas…), a pesar de que este uso estaba prohibido
bajo multas de hasta 50 maravedíes.
No toda la venta era ambulante: en el espacio donde con-
fluían los distritos de Mercado y Santiago, justo donde se
cruzan las calles Correo y Tendería, junto a la Puerta del
Ángel, se construyeron, adosadas a la parte trasera de la
iglesia, garitas o casetas de madera para albergar todo
tipo de negocios. Curiosamente, a diferencia de lo que
sucede en otros lugares de Bilbao, todos ellos aparecen
registrados a nombre de mujeres, como María Cruz Es-
naola, quien en 1868 era la dueña de un pequeño esta-
blecimiento dedicado a la venta al por menor de diversos
productos; Ramona Eguileor, quien en 1872 quiso instalar
aquí una caseta destinada a la venta de libros; Eugenia
Zamarripa, que en 1880 tenía aquí su administración de
lotería; o Jesusa López, propietaria en 1909 de la reloje-
ría y joyería Barquín que se encontraba en el pórtico de
Santiago.
Curiosamente, a diferencia de lo que sucede
en otros lugares de Bilbao, todos
ellos aparecen registrados
a nombre de mujeres
36 < PARADA 5. En torno a la catedral
El pórtico de la Iglesia de Santiago era un buen lugar la venta de productos por las mujeres
Algunas de estas garitas y casetas siguen hoy adosadas
a los muros de nuestra catedral, manteniendo incluso su
función original: las personas que hoy las atienden son
herederas directas de las vendedoras que hicieron de la
Plazuela de Santiago y los alrededores de la iglesia uno
de los puntos más importantes para el comercio de nues-
tra villa. Y lo hicieron enfrentándose a la maledicencia de
quienes hacían circular todo tipo de rumores, sugiriendo
e incluso poniendo por escrito que estos establecimien-
tos los tenían aquéllas que concedían determinados favo-
res a los presbíteros y clero de la iglesia. Murmuraciones
que, tristemente, se repiten cada vez que las mujeres van
conquistando su espacio en la sociedad.
> CALLE CORREO
La calle Correo, conocida hasta la centuria de 1700 como
calle de Santiago, ha sido desde el siglo XVI uno de los
PARADA 5. En torno a la catedral > 37
Vendedoras ambulantes de ajos.
mayores ejes comerciales de Bilbao. Establecimientos de
todo tipo han llenado esta vía durante más de 500 años,
desde que hacia 1483 se abriera aquí el llamado portal
del Arenal, una de las once puertas que tuvo en su día
la muralla de nuestra villa. Las principales familias de co-
merciantes han tenido aquí su residencia, desde palacios
como los de las familias Salcedo, Allende Salazar, Gorta-
zar o Ampuero, hasta casas burguesas construidas siglos
más tarde.
En esta calle convivían todo tipo de tiendas y comercios.
Sabemos, por ejemplo, que en el número 23 estuvo des-
de 1830 el almacén de coloniales y chocolates llamado
Hijos de Zuricalday (9), que llegaron a tener despachos
en todo Bilbao y en Pozuelo de Alarcón (Madrid). No
fue la única pastelería de la calle: junto a la Puerta del
Ángel se encontraba la Confitería de Santiaguito, uno de
esos comercios que todavía permanece en la memoria
Imagen de Martina Zuricalday en su casa
de Ibáñez de Bilbao. (extraída del periódico
Bilbao Nov.2008)
38 < PARADA 5. En torno a la catedral
El Nuevo siglo Sastrería Nemesio Ibañez
de muchas bilbainas y bilbaínos, aunque no es mucha la
gente que conoce su historia, ni la importancia que las
mujeres tuvieron en esta popular pastelería. Las puer-
tas de Santiaguito abrieron en 1905, pero su historia se
remonta mucho más atrás, al menos hasta 1770 cuando
una mujer, María Pilar Bartola Goya-Olarte, se hace cargo
de un negocio dedicado a la cerería, confitería y venta de
cacao situado en el número ocho de Belostikale. Su ma-
rido, Santiago Olavide, era un hombre afable, conocido
en todas las Siete Calles como “Santiaguito” por su baja
estatura y aspecto rechoncho. Cuando su hija Damiana
Olavide, seguidora de la tradición iniciada por su ma-
dre, abrió en 1890 su propio establecimiento en la calle
Tendería, quiso llamarlo Santiaguito en recuerdo a su
padre. Y su hija Florencia Lezana, nieta de la fundadora,
mantuvo esta denominación cuando abrió la pastelería
junto a la Puerta del Ángel. Un establecimiento siempre
atendido por mujeres, que elaboraban y vendían dulces,
Diseño de escaparate realizado por el arquitecto Pedro Guimón en 1908
PARADA 5. En torno a la catedral > 39
macarrones y caramelos de malvavisco, seguramente el
más famoso de los productos que aquí se vendía. La con-
fitería llamaba entonces la atención por su decoración de
madera de inspiración modernista, desaparecida tras las
inundaciones de 1983, y hasta el día de su cierre mantuvo
su aspecto de comercio “de los de antes” con sus enci-
meras de mármol y su cuidado escaparate.
Hoy no quedan pastelerías en Correo, pero sí dos tiendas
de dulces, ambas herederas de la Turronería Iváñez y su
clásico “portalito”. Desde 1855 la familia Galiana venía
cada mes de diciembre a Bilbao con dulces, turrones y
mazapanes que vendían en el portal de Bidebarrieta 7,
que un amigo les cedía durante unos días, los que hiciera
falta hasta que, agotados estos manjares, regresaban a
Jijona. Mientras fueron solteras, les acompañaban sus dos
hijas, Julia y Teresa Galiana. El turrón, que originalmente
se vendía en bloques al peso, sin ningún tipo de marca,
tomó el nombre del marido de Julia Galiana, Eladio Ivá-
ñez Coloma. Con el tiempo, la descendencia de la familia
Galiana se ha establecido en Bilbao y mantiene su vincu-
lación con la calle Correo; desde 2003 hay dos tiendas
diferentes que alternan la venta de dulces navideños con
la de helados y otras especialidades. Al frente de estas
tiendas, y dando nombre a los nuevos establecimientos,
están ahora dos mujeres, Adelia Iváñez, en Correo 12, y
Celina Iváñez, en Correo 23, ambas biznietas de aquéllas
personas que a mediados del siglo XIX comenzaron a
venir a Bilbao en vísperas de cada Navidad.
También son muchas las tiendas de moda a cuyos esca-
parates podemos asomarnos bilbaínas y bilbaínos. Una
tradición que viene, al menos, desde el siglo XIX, con
negocios como la sastrería y almacén de paños de la
viuda de J. Benito Martínez; la sombrerería María y Paula,
especializada en tocados de señora; o la zapatería de
Siempre los rostros de mujer asomaban y asoman en casas
de fotografía, paragüerías,
imprentas y tantas otras tiendas de
ayer y hoy
Camisería del “Andorrano” (1900-1920)
40 < PARADA 5. En torno a la catedral
Puestos de venta de sardina sobre el adoquinado en la plaza vieja de Bilbao
Carmen Sagasi. Estas tiendas han marcado el carácter
que todavía hoy tiene la calle Correo. Incluso hubo aquí
dos grandes bazares: el conocido como “La Chuchine-
sa”, atendido por dos hermanas, Manuela y Casilda, y su
competencia más directa, el “bazar de las Chanfradas”
(10), en el edificio que hace esquina con la calle de La
Torre.
Siempre los rostros de mujer asomaban y asoman en ca-
sas de fotografía, paragüerías, imprentas (como la de Ni-
colás Delmás, a cuyo frente estuvo durante muchos años
María de Sagasti, su viuda) y tantas otras tiendas de ayer
y hoy. Y es que la historia de esta calle es una auténtica
historia comercial protagonizada por las mujeres.
PARADA 6. Nuevos comercios “de siempre” > 41
Las calles que rodean la Plaza Nueva han sido desde el
siglo XVIII importantes ejes comerciales, carácter que han
mantenido hasta nuestros días. Aquí tenían su residen-
cia muchas familias de la burguesía mercantil, las casas
comerciales abrían sus escritorios y en los bajos de las
casas (buenos edificios de piedra con amplios locales
comerciales) se abrían cafés y establecimientos de lujo.
Atraídos por el espacio de una nueva plaza porticada,
que daba a la pujante burguesía bilbaína un espacio
para el paseo y el disfrute del comercio acorde con los
tiempos y alejado del demasiado bullicioso ambiente de
los muelles de la ría, muchas empresas quisieron esta-
blecerse en las calles de La Reina (hoy Fueros), Askao y
Sombrerería. Más de dos siglos de comercio durante los
cuales algunos de los negocios que nacieron con voca-
ción de nuevos han pasado al imaginario colectivo de
vecinas y vecinos.
> SOMBRERERÍA
Aunque su nombre apunta a la existencia de negocios
dedicados principalmente a la elaboración de sombreros,
lo cierto es que la calle Sombrerería fue mucho más que
eso. En esta corta vía se instalaron numerosos comercios
de diversa actividad, algunos de los cuales aún perviven
en Bilbao. Ya hemos visto cómo en el número 4 de esta
calle tuvo su primera pastelería Martina de Zuricalday,
muy cerca del almacén de coloniales que su madre y su
padre regentaban en la calle Correo. El carácter de la
calle ha estado siempre marcado por establecimientos
de un cierto lujo, especializados en confección y nove-
dades textiles. Uno de los comercios que se instalaron
aquí fue Tomasa y Carolina. Al frente dos hermanas que
crearon una tienda especializada en ropa para niñas y
niños, sobre todo en trajes de comunión. Es uno de esos
PARADA 6Nuevos comercios “de siempre”
6>
Tomasa y Carolina. Un
comercio siempre en manos de
mujeres que son ejemplo de buena gestión y saber hacer
42 < PARADA 6. Nuevos comercios “de siempre”
comercios “de siempre” pero que nació con la intención
de traer hasta Bilbao las últimas novedades en la moda
del momento. Y es que hoy supera ya los 130 años de
historia: fue fundado en 1884 en la calle Libertad (As-
katasuna). Siempre fieles a las Siete Calles bilbaínas,
pronto se trasladarían a la calle Lotería, primero, y Correo,
después, donde sabemos ya que estaban en 1891. Y de
ahí a Sombrerería, donde todavía hoy, cuatro generacio-
nes después, las biznietas de las fundadoras mantienen
la especialidad que hizo a estas dos mujeres famosas en
todo Bilbao. Un comercio siempre en manos de mujeres
que son ejemplo de buena gestión y saber hacer.
Más reciente, pero también con una larga trayectoria,
es la Óptica Jesús, un comercio con más de 65 años de
trayectoria y que también conserva la esencia de la vo-
cación de modernidad con que fue creado. La fundaron Aspecto actual de la tienda Tomasa y Carolina
PARADA 6. Nuevos comercios “de siempre” > 43
en 1950 Leonor Eguren y Jesús Gómez, su marido, que
ya había trabajado en la óptica que un tío suyo tenía en
la misma calle Sombrerería y que dio nombre al estable-
cimiento. Leonor no sólo trabajaba aquí: ella inculcó a su
hija y sus dos hijos el interés por el negocio, el sentido
del deber y el gusto por el trabajo bien hecho. De he-
cho, heredaron el negocio por vía materna y tanto la hija
de Leonor y Jesus como sus hermanos trabajaron en la
óptica: María Jesús Gómez como asesora de ventas e
imagen y los varones como optometristas. Actualmente
Eider Txarroalde, hija de María Jesús Gómez, es la direc-
tora de un comercio en el que también trabajan sus dos
hermanos, Ibon e Iker. Ella está orgullosa del papel que su
madre y su abuela han tenido en la óptica, y destaca que
“ha llegado el momento de que la mujer no esté ya en la
sombra”. Firma de Tomasa y Carolina Rodríguez
44 < PARADA 6. Nuevos comercios “de siempre”
> LA PLAZA NUEVA
La que todavía hoy llamamos “Plaza Nueva” es un espa-
cio urbano que supera largamente el siglo y medio de
existencia. Aunque forma parte del casco viejo bilbaíno
no está dentro de la villa medieval, sino que en su origen
formaba parte del arrabal de San Nicolás, uno de los
barrios que se encontraban fuera de la muralla. Como
ya hemos visto, en estos arrabales solían ubicarse las
actividades que, por generar demasiado ruido u olores
desagradables, se consideraban insalubres y poco ade-
cuadas para realizarse en el recinto de la villa. Por eso,
esta zona era conocida como “Zurradores”, porque aquí
se concentraban las curtidurías y talleres para tratar las
pieles. Pero con el tiempo, su ubicación estratégica, que
enlazaba las Siete Calles con la zona del Arenal (llamada
así porque era entonces una playa de arena en una curva
de la ría) hizo que se pensara instalar aquí una plaza mo-
derna, amplia, en la que además de viviendas pudieran
instalarse negocios y comercios. Así que en 1786 se puso
en marcha el proyecto de la plaza, que no se terminaría
hasta 65 años después, en 1851.
La Plaza Nueva se convirtió en el área comercial más
distinguida de Bilbao. Bajo sus soportales podían abrirse
tiendas con amplios escaparates, en locales mucho ma-
yores que los disponibles en los estrechos edificios de las
Siete Calles y que, además, estaban resguardados bajo
unos elegantes soportales que protegían a la clientela de
las inclemencias del tiempo.
Pronto estos soportales se fueron llenando de rótulos
que anunciaban la presencia de comercios y tiendas,
como Calzados Ederra, zapatería situada en el número
uno de la plaza, que en 1920 dejó paso a una quincallería,
la de Piedad Moler, también con su propio cartel anun-
Ha llegado el momento de que la mujer no esté ya en la sombra
PARADA 6. Nuevos comercios “de siempre” > 45
ciador: Quincalla y objetos de Ocasión Piedad. También
quisieron cuidar este aspecto en otra de las zapaterías de
la plaza, la de Paca y Luz. Estas dos socias ocupaban una
de las lonjas de la parte norte de la plaza, junto al cantón
llamado Cueva de Santimamiñe, y que desde 1930 contó
con un farol anunciador y dos luminosos en la fachada, y
junto a la puerta de la zapatería. Junto con estos comer-
cios había muchos otros, como los dedicados a la venta
de impermeables, la librería de Teresa Irala, tiendas de
moda y sastrerías, perfumerías como la de María Huet
de Gueréquiz; consultas de profesionales de la medicina,
floristerías, cafés u hoteles como el famoso Palace.
La plaza era (y es) un lugar cosmopolita: los elegan-
tes comercios de sus soportales convivían con la venta
ambulante. Todavía hoy se instala todos los domingos un
animado mercado de viejo, además del popular inter-
cambio de cromos. En fechas señaladas, como el día de
Santo Tomás (21 de diciembre) se instalan aquí pues-
tos de venta de animales, fruta y verdura. Y hasta hace
pocos años, cada uno de noviembre se llegaban hasta
aquí las floristas que vendían aquí coronas y ramos para
llevar al camposanto: crisantemos, violetas, margaritas,
lirios y otras flores llenaban la plaza desde primera hora
de la mañana. Hoy esta actividad se ha trasladado a los
tinglados de la calle Sendeja, donde las mujeres siguen
acudiendo cada año para perpetuar la costumbre de
recordar con flores a personas queridas ya fallecidas.
> FUEROS Y ASKAO
Si abandonamos la Plaza Nueva por el cantón de Cuevas
de Ekain llegaremos a la calle Fueros, conocida antigua-
mente como calle de la Reina. Nada más salir de la plaza
encontraremos uno de los comercios más antiguos de
Todavía hoy se instala todos los domingos un animado mercado de
viejo, además del popular
intercambio de cromos
46 < PARADA 6. Nuevos comercios “de siempre”
esta calle: la zapatería La Belga, especializada desde 1887
en calzado de mujer. Cerca está la calle Askao: no vamos
a desviarnos por ella, pero merece la pena acercarse has-
ta su esquina y detenerse a recordar a alguna de las mu-
jeres que han tenido aquí sus negocios. Una de ellas fue
Juana Menchaca Gurbista, quien vivía en el número seis
de esta calle junto a su marido, el artista Cosme Duñabei-
tia, el primer pintor vasco que marchó a estudiar arte en
Roma y uno de los introductores de la fotografía en Bil-
bao. Desde la década de 1870 tenía en Askao un gabinete
fotográfico llamado Duñabeitia e Hijo. Al morir Cosme, en
1890, fue Juana la que se hizo cargo del negocio, que era
uno de los más señalados de la época. Lo dirigió hasta
su muerte, heredándolo entonces su hijo José Primitivo
Duñabeitia Menchaca.
Hubo también en Askao una elegante tienda de mo-
das, la de las hermanas María e Isabel Coto, situada en
el número 18 (actual número 11). Estas dos hermanas se
enorgullecían de viajar varias veces al año al extranjero,
especialmente e París, para acercar a las mujeres bilbaí-
nas las últimas creaciones en pieles, vestidos, abrigos y
sombreros, pero también en corsetería, perfumería y artí-
culos para regalo. Fue uno de los comercios más famosos
y concurridos por las mujeres bilbaínas de principios del
siglo XX, que además se anunciaba constantemente en la
prensa y revistas de la época.
Un poco más adelante estaba la cuchillería de Adolfo
Zamacois, abierta en 1852 y que años después heredaría
su hija, Luisa Zamacois. Con los dividendos que obtenía
de este comercio especializado en navajas de todo tipo,
tijeras e instrumentos de barbería y cirugía, Luisa fundó
un gimnasio femenino, el primero de Bilbao abierto exclu-
sivamente a las mujeres, en la calle Barrenkale Barrena.
Diseño de placa comercial de la zapatería Paca y Luz.
Luisa fundó un gimnasio femenino, el primero de Bilbao abierto exclusivamente a las mujeres, en la calle Barrenkale Barrena
PARADA 7. De barrio de pescadores a espacio cosmopolita > 47
> PASEO Y PUENTE DEL ARENAL
Parece que en esta zona del Arenal estuvo el primer
puerto de Bilbao: aquí existió una primitiva población de
personas dedicadas a la pesca y hacia 1500 la playa are-
nosa que da hoy nombre al paseo ya estaba acondiciona-
da para que atracaran los barcos. Toda la actividad giraba
en torno a este puerto, y en 1697 se construyó aquí una
cordelería donde se fabricaban amarras para las embar-
caciones. Poco a poco, el área se fue llenando de tejava-
nas, carpinterías de ribera, astilleros, lonjas y almacenes
para dejar las mercancías provenientes del comercio e
incluso una fábrica de anclas cuyos hornos y fraguas se
encontraban junto a la iglesia de San Nicolás, en el lugar
que todavía hoy, en recuerdo del calor que desprendían,
se llama Travesía de la Estufa.
Al tratarse de un arrabal, la actividad mercantil del Arenal
era muy limitada, si la comparamos con la de la villa. De
hecho, no fue un lugar propiamente comercial, entendido
como espacio habilitado con tiendas hasta bien entrada
la centuria de 1800, momento en que, junto a la Plaza
Nueva y las calles que la rodean, pasó a formar parte de
ese nuevo Bilbao burgués que estaba creciendo más allá
de las Siete Calles. Fue entonces cuando comenzaron a
abrirse comercios en los bajos de los nuevos edificios,
aprovechando que el antiguo arenal se convertía poco a
poco en un espacio de paseo y socialización. La impara-
ble actividad portuaria dejó paso un elegante boulevard
donde ver y dejarse ver, con sofisticados cafés que dis-
ponían sus veladores en los meses de verano, generando
una opulenta imagen del Bilbao que afrontaba con vo-
cación cosmopolita la llegada del siglo XX. Junto a estos
establecimientos (entre los que destacaban el Café Suizo
o el Café del Boulevard), hubo también otros más mo-
destos pero no menos animados, como la taberna-res-
PARADA 7De barrio de pescadores a espacio cosmopolita
7>
El antiguo arenal se
convertía poco a poco en un espacio de paseo y
socialización
48 < PARADA 7. De barrio de pescadores a espacio cosmopolita
taurante de Nicolasa Astiazaran, que en 1892 permanecia
abierta hasta altas horas de la madrugada.
Aquí se encontraban la ría industrial, llena de cargaderos
y surcada de gabarras, muelles mercantiles, cuajados
de fardos y productos apilados, y paseantes que cami-
naban entre reclamos publicitarios. Porque la pujanza
del comercio bilbaíno pronto obligó a cambiar las viejas
ordenanzas, que en 1892 prohibían disponer en los espa-
cios públicos ningún tipo de muestrario o expositor. Ya
en 1901 comienzan a brillar los letreros luminosos, como
el que instalo la peluquería de Librada Urien en 1901. Con
los años llegarían a anunciarse aquí gran parte de las
tiendas del nuevo Bilbao, y lo hacían en suntuosos carte-
les sobre caballetes y soportes de madera, pero también
(a partir de la década de 1930) mediante altavoces que,
con música y sonido, pregonaban las excelencias del co-
mercio bilbaíno desde la estación “Emisora de Anuncios Mujeres descargando carbón en los muelles de la ría. 1910
Relojería Manuel Aragones
PARADA 7. De barrio de pescadores a espacio cosmopolita > 49
Modelo de kiosko de venta de productos
Comerciales Radio Publicidad”, que se encontraba en la
calle Bidebarrieta.
Pero esta modernidad no implicaba que hubieran desa-
parecido las antiguas formas de compraventa. La venta
ambulante, tan vinculada desde siempre a las mujeres, si-
guió teniendo una importantísima presencia en el Arenal,
aunque se fue adaptando a las demandas del nuevo pú-
blico, formado ahora en su mayoría por personas de clase
burguesa, o por las añas que paseaban a sus hijas e hijos.
Por eso, en 1932 encontramos muchos nombres femeni-
nos asociados al paseo del Arenal, como Victoria Lara,
que se dedicaba a la venta de caramelos y “panchitos”, o
Micaela Olabarri y su puesto de refrescos. O los kioscos
de prensa (11) que aquí mismo regentaban mujeres como
Josefa Lloret, en el paseo, María García, junto al alto tilo
del Arenal, y Asunción Urgoiti, junto al puente.
En 1932 encontramos
muchos nombres
femeninos asociados
al paseo del Arenal
50 < PARADA 8. Camino del Ensanche
> CALLE NAVARRA
La que hoy llamamos calle Navarra fue en origen el ca-
mino que unía Bilbao con la Anteiglesia de Abando. Más
tarde, con la llegada del ferrocarril de Tudela, en 1861, y
con la construcción de la estación del ferrocarril de San-
tander o de La Concordia, en 1896, pasó a llamarse calle
de la Estación. También en los últimos años del siglo XIX
se produjo la anexión de Abando (que hasta entonces
había sido un municipio independiente) a Bilbao, con lo
que se inició una auténtica edad de oro para el comer-
cio. Y esta calle era un lugar estratégico, ya que unía el
casco antiguo con el Ensanche. Las mujeres comercian-
tes tuvieron así una oportunidad única de salir de las
abigarradas Siete Calles y abrir nuevos establecimientos
en uno de los lugares más transitados del momento. Para
1870 ésta era la calle con más concentración de negocios
de todo Bilbao; y hablamos de un momento en que se
contabilizaban en la ciudad nada menos que 414 comer-
ciantes al por mayor y 572 al por menor.
De este modo, fueron apareciendo almacenes de vino y
otras mercancías llegadas en el tren, casas de huéspedes,
para quienes andaban de paso, y docenas de tiendas
dedicadas al textil, la confección o el calzado. La primera
zapatería de la que tenemos constancia en esta calle la
abre Severiana de Eguilleor Cortázar, en 1877. La anuncia
con un lujoso rótulo, con el que llamar la atención de las
muchas personas que diariamente transitaban por allí. En
1913 se construye en esta calle el edificio de la Sociedad
Bilbaína, dedicada a la lectura y el recreo, que se había
fundado en 1839. Convencida de que los socios (todos
hombres ya que no se permitía la asociación de muje-
res) que acudían a este club necesitaban un atuendo
elegante, María de los Rïos Sahagún, decide instalar aquí
su tienda de sombreros para caballero e impermeables
PARADA 8Camino del Ensanche
8>
La primera zapatería de la que tenemos constancia en esta calle la abre Severiana de Eguilleor Cortázar, en 1877
PARADA 8. Camino del Ensanche > 51
confeccionados con géneros finos. Su sombrerería, llama-
da Viuda de Cándido Aguirre e Hijos fue el primero de los
comercios que se instaló en los bajos de la Sociedad, que
en 1919 contaba con siete concurridos establecimientos.
El lugar que hoy ocupa el club social estaba formado
por tres lonjas: la sastrería Inchausti, la tienda de Mariano
Viau y la zapatería Imperial (quizás la misma que abriera
cuatro décadas atrás Severiana de Eguilleor). Además,
estaban la droguería Barandiarán (cuyo rótulo, diseñado
por el arquitecto Emiliano de Amann, persiste hoy en
día), una cestería (donde hoy hay una tienda de ropa), y
dos negocios que todavía continúan: el tostadero Nos-
si-Be y una farmacia (12).
> LA PLAZA CIRCULAR
La calle Navarra es, pues, la puerta del Ensanche. Siguién-
dola llegamos a la Plaza Circular, el corazón del nuevo
Bilbao que iniciaba una expansión comercial más allá de
sus tradicionales Siete Calles. Aquí desemboca la Gran
Vista tomada desde el muelle de Arriaga mostrando el
puente nuevo, obra de Adolfo Ibarreta
52 < PARADA 8. Camino del Ensanche
Vía, cuyo primer tramo se abrió en 1883, y la calle Hurta-
do Amézaga.
Las primeras tiendas que abrieron en esta plaza (llamada
entonces Plaza de Isabel II) no eran, como podría pensar-
se, elegantes boutiques de moda, sino almacenes de ul-
tramarinos, como el de la Viuda de Aguirre; comercios de
fruta, como el que puso Isabel Calvo en 1891; almacenes
de papeles pintados como el de Hijos de J. Pérez, veni-
dos de Madrid en 1889; o la farmacia de Benigno Cortina,
que abrió un año antes, en 1888.
Como en la calle Navarra, también aquí fue determinante
la llegada del ferrocarril y la construcción de la Esta-
ción de Abando. Si los caminos y calzadas reales habían
marcado el devenir comercial de Bilbao desde sus inicios,
la nueva sociedad industrial vertebrará el comercio por
los nuevos caminos del hierro. Las puertas de la ciudad
ya no serán los portales de la muralla, sino las estaciones Detalle de la vidriera de la estación de Abando Indalecio Prieto
PARADA 8. Camino del Ensanche > 53
de tren, símbolo del progreso, y junto a ellas nuevamen-
te las mujeres buscarán sus oportunidades de negocio.
Como siempre desde el nacimiento de la villa, las viajeras
y viajeros, tratantes y negociantes que llegaban a Bilbao
se convertirán en potencial clientela, y los aledaños de
sus puntos de desembarco se llenarán de puestos para
la venta ambulante, como el de Timotea Bilbao, dedicada
desde 1892 a la venta de dulces y frutas justo aquí, en la
Plaza Circular, a la salida de la estación del ferrocarril del
Norte. Como décadas e incluso siglos antes había suce-
dido en los muelles de La Ribera, en los alrededores de
la iglesia de Santiago o en las inmediaciones del Camino
Real que llegaba por la calle San Francisco, la prolifera-
ción de estos puestos de refrescos y dulces fue tal que
en 1895 hubo que limitar su instalación por la ocupación
y molestias que ocasionaban. La regulación perjudicará
nuevamente sobre todo a las mujeres, ya que eran nor-
malmente ellas las que atendían estos pequeños tendere-
tes: Margarita Díez tuvo que dejar el suyo de la calle Esta-
ción, y Manuela Tejedor el que atendía en la Plaza Circular
por cesión de Blasa Díez. También Librada Urien, que era
propietaria de un puesto de estanco, tuvo que abandonar
su caseta, que estaba junto a la Estación de La Concor-
dia, y trasladarla a la esquina entre la calle Navarra y la
plaza, frente al Hotel Terminus (hoy sede del centro de
información turística de Bilbao-Bizkaia). Este hotel, que
se construyó precisamente para ofrecer alojamiento a las
personas que llegaban en el tren, era también propiedad
de una mujer, Isidra Cariaga: desde 1894 ella firma todas
las solicitudes para hacer obras en el edificio, que muchas
bilbaínas y bilbaínos recordarán todavía como sede de la
Caja de Ahorros. Muy cerca, en el número dos de la Gran
Vía, se abrió una de las casas de moda más elegantes del
momento, la de Ascensión Bravo, que exponía en el pri-
mer piso tocados y sombreros de última moda, que ella
La nueva sociedad industrial
vertebrará el comercio por
los nuevos caminos del
hierro
54 < PARADA 8. Camino del Ensanche
anunciaba como “los modelos que privan ahora en París”.
Un comercio que, como los que se habían ido abriendo
en la Plaza Nueva y la calle Navarra, responde ya a las
demandas de la sociedad moderna, con su amplio esca-
parate, su mostrador y sus expositores de género, como
corresponde a una tienda (13) en una ciudad cosmopolita
y atenta a las últimas novedades como ha sido siempre
Bilbao.
Con el paso de los años este entorno, la puerta del En-
sanche bilbaíno, se fue llenando de oficinas. Todas las
grandes empresas de Bizkaia, fuesen financieras, mine-
ras, navieras o siderúrgicas, querían tener sus oficinas y
despachos aquí: los anuncios de bancos, construcciones
navales, concesiones mineras, productos industriales…
compartían espacio con papelerías, sastrerías, peluque-
rías, librerías y tiendas de moda en un continuo urbano
que podía ser nuevo en sus formas arquitectónicas, pero
mantenía el espíritu comercial que nuestra ciudad ha
tenido desde sus orígenes.
Relojería Romualdo Bellue
Muchas tiendas de Bilbao contaban con asientos para que clientas y clientes como estas esperara su turno (1850)
PARADA 9. Conclusión > 55
Relojería Moderna de J. Soupene
Actividad productiva y comercial, mano a mano, a gran
y pequeña escala, con denominaciones que van de los
nombres más conocidos a los menos recordados. De
entre ellos, hemos querido hoy rescatar los de las muje-
res que han contribuido desde siempre a hacer de Bilbao
la ciudad que hoy es, con un pequeño comercio que
dinamiza la vida de sus calles y constituye un valor social
excepcional, un punto de encuentro para la clientela, ven-
dedoras y vendedores. Ellas, las mujeres comerciantes,
siguen hoy dinamizando nuestra villa. Sólo hay que reco-
rrer las calles y asomarse a las tiendas para encontrarlas.
Espíritu de lucha y de superación, capacidad de em-
prender y tenacidad son algunas de las cualidades que
han demostrado a lo largo de la historia. Este recorrido
ha pretendido ser un homenaje a todas ellas y a las que
nos han precedido, a las que hoy trabajan en nuestros
comercios, pero también a las que seguirán perpetuando
las tiendas de Bilbao. Su capacidad de trabajo no sólo es
digna de elogio, es también un ejemplo y un modelo para
las generaciones futuras. El sector servicios es hoy uno
de los más importantes para la actividad económica en
Bilbao y en ello, como siempre, las mujeres tienen mucho
que decir.
PARADA 9Conclusión
9>
Ellas, las mujeres comerciantes,
siguen hoy dinamizando nuestra villa
56 < TEXTOS INTERCALADOS
(1) LAS MUJERES Y EL COMERCIO DEL HIERRO
Desde el año 1328 y hasta bien avanzada la centuria de 1700, una de las actividades más importantes del puerto de Bilbao era la que se hacía en la rentería, el lugar donde se cargaba y pesada todo el hierro que llegaba a la villa. Se encontraba junto a la ría, fuera de las murallas de la ciudad, en el barrio de Allendelapuente (hoy Bilbao La Vieja). Las personas que allí trabajaban eran renteras y renteros, que se dedicaban al próspero comercio del mineral de hierro y los obje-tos con él fabricados: armas, herramientas y toda clase de utensilios. No conocemos los nombres de muchas renteras, ya que la mayoría de ellas recibían sus ganancias a través de sus maridos, pero sí sabemos que allí hubo mujeres que llevaban un importan-te volumen de negocio. Es el caso de María Sáenz de Zabala, viuda de Martín de Líbano, de quien gracias a un pergamino de 1559 que se conserva en el archivo de Bilbao sa-bemos que era una destacada comerciante del hierro en la villa.
(2) LOS PLEITOS DE LAS MUJERES
Muchas veces la única documentación sobre los negocios y trabajos que realizaban las mujeres es la que recogen las oficinas de co-rregimiento, donde se juzgaban y castigaban los delitos. Gracias a estos pleitos sabemos que las esposas y viudas de los mercaderes se encargaban de administrar los pagos y de cobrar las deudas de sus negocios, actuando muchas veces en defensa de sus derechos y los de sus hijas e hijos. Conocemos así histo-rias como la de Mari Sánchez de Manalaboa, viuda del comerciante Sancho Martínez de Ugas, quien en 1498 litigó contra Juan Martín de Goicuria con motivo del impago de varias compras de hierro y telas en Flandes. O la de Juana Elordui, esposa de Martín Salcedo, que en 1502 reclamó junto a su marido el pago de paños, pimienta, velas y otras mercancías adquiridas en Londres para ellos por Martín de Vergara.
Pero las mujeres también podían ser denun-ciadas: las regateras, por ejemplo, estaban sometidas a un estricto control, desde dón-de y cuándo comprar hasta cuánto y cómo vender, y las sanciones por incumplir las ordenanzas eran frecuentes. También las co-rredoras estaban obligadas a fuertes pagos en concepto de fianza de los productos con que comerciaban, y si no podían pagarlas a tiempo se les impedía ejercer su oficio, como le sucedió a Teresa de Vilela en 1509. Incluso se les inhabilitaba si no permanecían en Bil-bao: el mismo año se privó a Mari Ibáñez del oficio de corredora por haberse ausentado una o dos veces de la villa.
(3) NOMBRE MASCULINO Y ROSTRO DE MUJER
Seguir el rastro de las mujeres comerciantes del siglo XIX no es fácil. La mayoría de los negocios están registrados por hombres y son ellos los que tienen la titularidad. Sin embargo, cuando se hacen reformas, se cambian rótulos o se modifican escapara-tes, encontramos que son las mujeres las que realizan las solicitudes y llevan adelante todos los trámites administrativos. Como su-cedía desde la fundación de la villa, muchas se hacen cargo de las actividades al enviu-dar, y es habitual encontrar establecimientos con la denominación “Viuda de…” en los que el nombre que se perpetúa es el del difunto marido, quedando nuevamente las muje-res en el anonimato. Es el caso de la Viuda de Schover, cuyo nombre desconocemos, que llevaba un comercio de efectos navales (aceite de maquinas, barnices, pinturas, cla-vos…) en la calle Ripa. Otras veces al nom-brarse los establecimientos únicamente con el apellido del fundador, se da por supuesto que están dirigidos por un varón. Así sucede con la Antigua Jabonería Tellechea, fundada en 1856 en la calle Libertad, que en 1912 es-taba regentada por Melania Tellechea, o con el afamado Hotel Torróntegui, que estuvo bajo el reloj de la Plaza Nueva, a cuyo frente estaba desde su fundación en 1909 Isidora Ibarra, esposa del titular.
TEXTOS INTERCALADOS > 57
(4) LAS ESCARABILLERAS
En muchos pueblos de Bizkaia los restos me-nudos de carbón que no se habían quemado del todo y caían de los trenes o quedaban en las escombreras de las grandes fábricas eran conocidos como escarabilla. Como durante los siglos XIX y XX el carbón era fundamen-tal en los hogares para encender las cocinas o prender la lumbre de estufas y calentado-res, pronto algunas mujeres se dedicaron a recoger estos restos, que vendían de forma ambulante a un precio más económico que el carbón comercial. Por eso recibían el nom-bre de escarabilleras, y con esta actividad conseguían algunos ingresos con los que completar los bajos salarios del momento. Solían ser de carácter fuerte y los periódi-cos de la época las calificaban de bravías y belicosas, porque a menudo se enfren-taban con vecinos y vecinas, e incluso con otros comerciantes de carbón. Una de estas mujeres, María de Vidarte, que era vecina de Atxuri y vendía carbón al menudeo en esta plazuela de La Encarnación, protagonizó en 1881 una monumental pelea con un carre-tero de carbón. Sus gritos eran tales que fue denunciada por escándalo, y la guarda municipal le impuso una multa de 10 reales, que ella se negó a pagar, por lo que terminó siendo arrestada y conducida al cuarto de prevención.
(5) LAS COSTURERAS DE URAZURRUTIA
A finales del siglo XIX el entorno de Ura-zurrutia era un barrio popular en el que habitaban todo tipo de personas dedicadas a la artesanía y el comercio al por menor. Era también espacio de vida y trabajo para algunas revendedoras, como María Josefa de Morueta, y muchas costureras, cuyos nombres aparecen inscritos en los censos y padrones de la época. Las había mayores, jóvenes, algunas ya viudas o casadas, como Francisca Laserna, de 62 años, María Cruz Arenaza, de 48, y Dionisa Arenaza, de 49, Lorenza de Aguirre, de 32 años, Manuela
Ibargues, de 50 y Valentina Arenaza, de 47, Manuela Montealegre, de 25 años, y Manuela Garay, de 14, a la que hoy consideraríamos poco más que una niña. Estas mujeres no eran propiamente comerciantes, porque no contaban con un establecimiento don-de atender a la clientela, pero no debemos olvidar que en esa época era poco habitual adquirir la ropa ya confeccionada, por lo que las costureras serían las responsables de vestir a la ciudadanía bilbaína con prendas hechas a partir de tejidos importados de Francia o Inglaterra y que seguían las últimas modas de Londres y París.
(6) LOS MUESTRARIOS DE TOMASA VILLA
Tomasa Villa fue una de esas mujeres que hoy calificaríamos de emprendedoras. Entre 1887 y 1890 puso en marcha varios negocios, siempre en la calle San Francisco: desde una sastrería a una fábrica de agua de Seltz y bebidas gaseosas. El más próspero de todos fue una mercería que se instaló en los bajos de la casa número 21. Consciente de que la imagen de un comercio es fundamental para su buen funcionamiento, Tomasa pidió permiso para colocar en la fachada tres grandes muestrarios de 1,78 metros de alto, 84 centímetros de ancho y 10 de fondo. Ante la negativa del ayuntamiento, que alegó que sobresaldrían excesivamente de la línea de fachada, Tomasa, ni corta ni perezosa, realizó un concienzudo repaso de los expositores que entonces había en Bilbao:
“Existen en diferentes calles de esta villa in-finidad de muestrarios de un saliente mucho mayor que el solicitado, siendo además fijos, hallándose entre ellos cuatro de doce cen-tímetros de saliente, en el Bazar de la Gran Vía; otros cuatro también fijos en la fachada de la casa n.º 4 de la calle Víctor, de 0,10 m de saliente; otros cuatro también fijos en la casa n.º 8 y 9 de la calle de Lotería, de 0,10 m de saliente; otros dos fijos en la casa n.º 27 de Belosticalle, de 0,19 m de saliente; otros dos en la Plazuela de Santiago de 0,18m de
58 < TEXTOS INTERCALADOS
saliente; y otros muchos que sería prolijo numerar”.
No consiguió el permiso, pero sí logró insta-lar dos llamativas vitrinas junto a la entrada de su mercería. Años después, el negocio fue heredado por su hija, Tomasa Sáenz, y pasó a llamarse con el nombre de su yerno, Roque Rodríguez, pero allí seguían los expositores dando cuenta de la tenacidad de Tomasa.
(7) LOS PUESTOS DE LA RIBERA
En 1903 se instalaron 32 puestos de venta al aire libre en el exterior del antiguo mercado de La Ribera. En el número 1, el más cercano al mercado, se estableció Victoria Suárez, empleada municipal que se había encargado de cuidar el retrete de la Plaza Vieja, y que tuvo aquí un pequeño mostrador para sus géneros. Los restantes se dispusieron de forma paralela a la ría, dejando espacio para facilitar el paso de sirga que discurría por el muelle y desde el que las mujeres llevaban las embarcaciones tirando de ellas con una gruesa maroma. Las mujeres que los ocupa-ban pagaban un real (veinticinco céntimos de peseta) al día, y en ellos vendían calzado, ropa hecha, telas, quincalla, mercería, libros, objetos de escritorio… Los más alejados del mercado, que se encontraban junto al puente de San Francisco (donde hoy vemos la pasarela de La Ribera) se dedicaban ex-clusivamente a la venta de loza. Las mujeres que trabajaban aquí eran vendedoras, y no revendedoras, por lo que estaba prohibido comerciar con objetos de segunda mano, a excepción de los libros.
(8) DANIELA BOLÍVAR Y ELISA POIRIER
Hay comercios que adquieren tanta fama que parecemos conocerlos “de toda la vida”. Y, sin embargo, a veces olvidamos que de-trás de una marca prestigiosa hay personas concretas cuyo recuerdo puede quedar in-justamente ensombrecido por el brillo de su creación. ¿Quiénes eran Gastón y Daniela?
Hoy pocos recuerdan que fueron un matri-monio de comerciantes: él, Gastón Poirier, era de origen francés, y ella, Daniela Bolívar, había nacido en Mungia. Juntos fundaron en 1876 una tienda de telas que tuvo su primera sede en la calle Tendería, precisamente en los bajos del número 23, donde vivían.
Pero el impulso llegaría con un nombre de mujer que no se recuerda tan fácilmente. Fue la hija de ambos, Elisa Poirier, quien dio a este comercio la orientación con que se haría famoso: su madre, Daniela Bolívar, ha-bía soñado con vender telas para la confec-ción de vestidos de señora; Elisa, en cambio, se dio cuenta de que el futuro estaba en la venta de alfombras, cortinajes y otros tejidos de decoración que respondían a la demanda de la burguesía bilbaína, deseosa de decorar sus hogares con las novedades más exclu-sivas. Para satisfacer a su exigente clientela, firmó acuerdos con los mejores fabricantes de Cataluña (en aquel momento uno de los mayores centros textiles de Europa) y en 1940, un momento en que organizar un envío por ferrocarril era toda una odisea, puso en marcha un sistema de transporte y expedición de mercancías que le permitía traer telas del extranjero. Gracias a ella, la firma sentó las bases para su expansión a otros mercados y empezó a alcanzar una fama que perdura todavía hoy.
(9) MARTINA ZURICALDAY, VOCACIÓN EMPRENDEDORA
En 1830 Vicenta Eguidazu y Eugenio Zurical-day fundaron su almacén de coloniales para el comercio de café, canela y chocolate en la planta baja de su vivienda familiar. Segu-ramente no sospechaban que una de sus descendientes haría de ese establecimiento uno de esos comercios “de Bilbao de toda la vida”, y menos que la responsable sería una mujer: su hija Martina Zuricalday, que nacería nueve años después. Dicen que ella fue la única de sus cinco hermanos que se intere-só por el negocio familiar, y que desde niña
TEXTOS INTERCALADOS > 59
tenía clara su vocación: quería regentar la confitería. Lo tenía tan claro que su marido, José Bayo (con quien se casó a los 16 años), abandonó su carrera para ponerse junto a ella al frente de la confitería y dedicarse al comercio del chocolate. Martina supervisaba los pedidos y diseñaba los encargos, lleva-ba las cuentas y organizaba los horarios de sus trabajadores. A la muerte de su padre, en 1882, compró la parte del negocio que correspondía a sus hermanos, cambió el nombre de la confitería por el suyo, “Martina Zuricalday”, y abrió su primera pastelería muy cerca de aquí, en el número cuatro de la calle Sombrerería. Y, sin embargo, como correspondía a la legalidad de aquellos años, formalmente el dueño del negocio tenía que ser un hombre: primero, su marido, y luego, al enviudar, uno de sus catorce hijos, Ramón Bayo, quien actuaba como su apoderado. Pero siempre fue ella quien dirigió y contro-ló el negocio. Todavía a los 80 años seguía tomando las decisiones importantes, y en 1920 promovió la creación de Chocolates Bilbaínos, la popular Chobil, en la que partici-paría con otras tres confiterías de la época. Vocación emprendedora que la acompañó toda su vida y cuyo impulso hace que hoy sus pastelerías, atendidas ya por la sexta generación, sigan siendo unas de las más conocidas en Bilbao.
(10) EL BAZAR DE “LAS CHANFRADAS”
En el edificio donde hoy se abre Modas Itziar (por cierto, uno de los negocios más veteranos de esta calle) estuvo el “bazar de las Chanfradas”, fundado en 1850 por dos hermanas, Estéfana y Emeteria Chan-freau, conocido por la variedad y surtido de su mercancía: juguetes, bisutería de París, relojes, despertadores, cintas de goma, cinturones de hombre, quincalla de toda clase y perfumería, jabón, polvos de arroz, aceite de macasar para el cabello y agua de colonia. Este establecimiento fue, en origen, una modesta sombrerería, cuya razón social (Teodoro Chanfreau y Compañía) estaba,
como era preceptivo en aquella época, a nombre de uno de sus hermanos varones. Modesta, porque se accedía a la tienda des-de el portal de la casa, y contaba sólo con un mostrador de madera y un banco corrido en el que se sentaba la clientela a esperar ser atendida por Estéfana y Emeteria. Pero el espíritu de superación de las hermanas, que acudían a París dos veces al año para surtirse de nuevos géneros, hizo que con el paso de los años la pequeña tienda pasara a ser lo que en la época se conocía como un “gran almacén”, con venta en la planta baja y el primer piso, y un amplio escaparate de cristal, famoso por la cantidad de géneros que exponía y por su aspecto recargado y abigarrado.
(11) EL KIOSCO DE DOÑA PEPITA
Bilbaínas y bilbaínos han querido siempre es-tar al día de lo que sucede en su ciudad y en el resto del mundo y la prensa ha sido desde el siglo XIX lectura obligatoria para quienes trataban de estar bien informados. De la venta de periódicos y revistas se han encar-gado las kiosqueras, que todavía hoy tienen sus puestos en lugares estratégicos de la ciudad. El arquitecto municipal Pedro Ispizua diseñó en 1925 doce de estos establecimien-tos, que estaban repartidos por todo Bil-bao: en el paseo del Arenal, en el puente de Isabel II (hoy puente del Arenal), en la plaza Circular, en la plaza Elíptica y junto al puente de La Merced. Todos ellos estaban atendidos por mujeres, que pagaban al ayuntamiento 2.670 pesetas en concepto de alquiler por diez años, y vendían prensa, cerillas y papel de fumar. Saturnina Garay y Felisa Magdale-no son algunas de las encargadas de estos kioscos, junto a María García Álvarez, nacida en Burgos, que se había trasladado a Bilbao a los 18 años y cincuenta años después se hacía cargo del puesto “del tilo”, en el Paseo del Arenal, y Asunción Urgoiti Iturrizaga, que atendía el kiosco junto al puente de Isabel II. Pero sin duda la más famosa fue Josefa Llo-ret y Sals, cariñosamente conocida por bil-
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baínos y bilbaínas como doña Pepita, la del kiosco del Arenal. Josefa había nacido en Va-lencia, y contaba que había llegado a Bilbao con sólo dos años. Desde niña acompañó a su padre, José, que se dedicaba a vender frutos secos y chufas por las calles más cén-tricas de la villa y, con los años, llegó a tener su propio puesto de venta, seguramente uno de los más famosos del Bilbao de aquel momento. Todavía con 84 años seguía en su caseta a la que, decía, le unían tantos lazos de afecto y recuerdos que quería continuar allí toda su vida. Así lo hizo: doña Pepita fue parte del paisaje cotidiano en el Bilbao de principios de siglo hasta su muerte, en 1931.
(12) LAS BOTICARIAS
Hay trabajos que parecen exclusivamente masculinos. Uno de ellos es la farmacia: has-ta bien avanzado el siglo XX es muy difícil, por no decir imposible, encontrar una mujer al mando de una botica. De hecho, en el estado español hasta 1910 las mujeres tenían prohibido estudiar en la universidad, sólo podían hacerlo unas pocas y con permiso directo del rey. La primera mujer farma-céutica fue María Dolores Martínez, que se licenció en 1893 y tuvo su establecimiento en la provincia de Alicante, pero no es sino una rara excepción en un panorama clara-mente masculino. El propio diccionario así lo recoge: el boticario ha estudiado la cien-cia farmacéutica y, en su establecimiento, prepara y expende las medicinas; la botica-ria, en cambio, es simplemente su esposa. Esposa que puede atender el establecimien-to pero que, a la muerte de su marido, sólo puede ejercer en calidad de viuda mientras no vuelva a casarse y siempre que al frente haya un farmacéutico legalmente aprobado y autorizado. En el Bilbao de comienzos del siglo XX hubo varias de estas boticarias, que se ocuparon de las farmacias de sus padres y esposos, como Petronila Somonte, viuda de Miguel Diego, o las hermanas Eloísa y Purificación Rincón y Somoza quienes a la muerte de su padre, Máximo, permanecieron
solteras y siguieron ocupándose de la farma-cia que tenían en la calle Viuda de Epalza.
(13) DE PUESTOS Y TIENDA
Las opciones para ir de compras en Bilbao siempre han sido variadas: desde los puestos más surtidos en los numerosos mercados que se organizaban en sus plazas hasta las más elegantes boutiques de moda. La ciudad y sus habitantes siempre han intenta-do estar a la última, y las personas que han trabajado en el comercio han competido por ofrecer los mejores géneros, pero también por hacerlo en los establecimientos más cui-dados. Incluso los más humildes tenderetes contaban con amplios tableros tallados en los que las mercancías se ofrecían perfecta-mente expuestas. Y qué decir de las tiendas: en el siglo XIX los estrechos locales con sólo una puerta de acceso que abarrotaban las Siete Calles fueron dejando paso a comer-cios modernos, en amplias lonjas con facha-das de madera moldurada y escaparates con grandes lunas a través de la cual asomarse al interior. Se cuidaban todos los detalles: las puertas contaban con cristales biselados y manillas de metal, y sobre ellas se disponían llamativos rótulos en los que leer el nom-bre del negocio. En el interior, las paredes se empapelaban o se forraban de madera y todo lo que estaba a la venta se exponía en lujosos armarios con puertas de cristal. Largos mostradores de madera permitían atender a la clientela: tras ellos las depen-dientas, casi siempre mujeres, mientras que en un costado el propietario o la propietaria se encargaba de la caja registradora.
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ARCHIVOS CONSULTADOS