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1 “Mujeres en el espejo: Susana, la peor de todas” Rubén Pelayo Southern Connecticut State University [email protected] Prepared for delivery at the 2003 meeting of the Latin American Studies Association, Dallas, Texas, March 27-29, 2003

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“Mujeres en el espejo: Susana, la peor de todas”

Rubén Pelayo Southern Connecticut State University

[email protected]

Prepared for delivery at the 2003 meeting of the Latin American Studies Association, Dallas, Texas, March 27-29, 2003

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Mujeres en el espejo: Susana, la peor de todas

Rubén Pelayo Southern Connecticut State University

El personaje no es un simulacro de ser

viviente. Es un ser imaginario. Un ego

experimental.

--Milán Kundera

Desde la antigüedad hasta nuestros días el espejo ha tenido múltiples significados

y funciones. Al crítico, por otro lado, puede servirle como instrumento de análisis en la

explicación de textos así como en la interpretación de las manifestaciones culturales de

pueblos enteros.1 En este ensayo, el espejo funciona como médium para examinar a

Susana: “la peor de todas” como protagonista de la novela más reciente de Sara

Sefchovich2 --Vivir la vida (2000). Aunque mi interés se aboca al escrutinio de la

protagonista bajo una perspectiva feminista y ciertas coordenadas de la teoría de la

recepción, la lectura que hago ahonda en la identidad psicológica y moral de la cultura

mexicana moderna la cual parece todavía moverse bajo ciertos parámetros del siglo XIX

en cuanto al contrato social del matrimonio.

En la antigua tradición griega el espejo (el agua como espejo marino) servía para

reflejar; baste mencionar el mito de Narciso, enamorado de su propia belleza. Esta idea

de la belleza asociada con el espejo, sin embargo, es comúnmente asociada con la imagen

de la mujer (lo bello) en el espejo. Vicellio Tiziano (1485?-1576), durante el

renacimiento, pinta el famoso cuadro al óleo La Venus del espejo (c.1555). Cien años

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después, también en la pintura, Velázquez usa la técnica del espejo en Las Meninas

(1656). En el caso de Tiziano el uso del espejo se puede ver como un recurso para hablar

del ideal de la belleza femenina, en el de Velázquez del ingenio del artista de hacernos

partícipes de la obra. En la literatura, en El Quijote (1605) de Cervantes, el espejo sirve

como engaño y como posible curación de la locura de Don Quijote a través del Caballero

de los Espejos. El famoso caballero andante “tiene un espejo en su mente, y en él se

refleja todo lo que Don Quijote ha leído y que, pobre loco, considera fiel reflejo de la

verdad” (Fuentes 16). En la literatura como en la pintura el espejo le sirve a Carlos

Fuentes para hacerse y hacernos la pregunta: “¿No es acaso el espejo tanto un reflejo de

la realidad como un proyecto de la imaginación?” (Fuentes 18). Reflejo, técnica, recurso,

interpretación; veamos como se manifiesta el espejo en el corpus de este estudio a partir

del título.

Mujeres en el espejo, como anuncia el letrero del ensayo, hace eco a la

publicación antologada sobre escritoras latinoamericanas del siglo XX que publicó Sara

Sefchovich en 2 tomos entre 1983 y 1985 respectivamente. La antología lleva el nombre

de Mujeres en espejo. Dieciocho años antes, la cubana-mexicana Julieta Campos3 orientó

parte de su investigación bajo otro título semejante La imagen en el espejo, (1965).

Campos, quien sólo incluyó a la inglesa Virginia Woolf (1882-1941) y a la francesa

Simone de Beauvoir (1908-1986), entre un universo de escritores hombres, intentó

explicar una especie de teoría de la novela en general. Sefchovich, por otro lado,

organizó su antología abocándose únicamente a la escritura de mujeres; a la escritura de

mujeres latinoamericanas del siglo XX.

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La frase la peor de todas es una insinuación por demás obvia que conecta al lector

con la monja jerónima Sor Juana Inés de la Cruz4 (Juana Inés Ramírez de Asbaje, 1651-

1695). De acuerdo con Octavio Paz, Sor Juana, anticipando su muerte había pedido que a

su muerte se transcribiera en el Libro de Confesiones del convento un párrafo de una

página que ella rubricó con su sangre al firmar “Yo, la peor del mundo” (Paz 598). Más

tarde la cineasta argentina María Luisa Bemberg, basándose en el libro de Octavio Paz,

Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982), realizó la película “Yo, la peor de

todas” de la cual tomo directamente el título substituyendo el pronombre.

Susana, la peor de todas, es la peor de todas por lo que le pasa. Su suerte es la

peor de las suertes como lo muestra el desarrollo de los personajes hasta ahora creados

por Sefchovich. La violencia contra la protagonista, Susana Martínez, es total; violencia

física, violencia emocional, violencia psicológica, violencia sexual, excesos de violencia

en cada uno de los casos. Susana es el personaje central de la novela y también el centro

de todos los ataques.

Ninguna de sus dos homónimas anteriores en la literatura mexicana, la Susana

San Juan de Juan Rulfo en Pedro Páramo (1955) y la Susana de José Agustín en Ciudades

desiertas (1982) sufre la violencia que circunscribe a la Susana de Vivir la vida. Con el

personaje de Susana, escribió Poniatowska en la contraportada de Ciudades desiertas,

José Agustín “eleva a la mujer, le reconoce su libertad y su espacio creador”. La

conexión con las Susanas de Rulfo y Agustín es menos arbitraria de lo que pudiera

parecer dado que las convergencias van más allá de lo onomástico. Primero, tanto las

Susanas de Rulfo y Agustín como la Susana de Sefchovich son personajes femeninos que

muestran su vocación de ser; valga decir, intentan y luchan por lograr lo que se proponen.

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Segundo, en el caso de Agustín y Sefchovich ambas Susanas abandonan el hogar para

lograr lo que quieren: su libertad; tercero, las Susanas de Agustín y Sefchovich

comparten el deseo de escribir; las dos se ven como escritoras.

La Susana de Vivir la vida, como en un espejo, refleja buena parte de lo que

Sefchovich cree sobre la identidad y la cultura de la mujer mexicana. Las posibles

conexiones o analogías que existan con la cultura occidental en general, sin embargo, en

cuanto a la mujer como ente social quedan a discreción del público lector. El espejo en

que se mira Susana es posible que emita el reflejo que miran cientos de miles de mujeres,

quizás millones, porque Susana representa los ataques que sufren un gran número de

mujeres y como muchas de estas mujeres Susana recurre al silencio como forma de

resistencia pacífica.

El feminismo en general exige, por un lado, que la mujer pase de objeto a sujeto

pensante y de objeto sexual a sujeto deseante. Por otro lado, al buscar su emancipación,

se espera que pase de la dependencia a la independencia económica por medio de su

labor productiva. Se espera, también, que su posición en las relaciones jerarquizadas por

el poder y la subordinación, cualquiera que sea, deje de ser subordinada.

Sin duda, por medio de Susana, Sefchovich cuestiona y critica los estándares de la

vida patriarcal en la que vive su personaje. Los parámetros sociales y culturales que

enmarcan la vida de Susana son obviamente indeseables y por ello la resistencia pacífica

de Susana no parece inteligente, ni llena de valor ni con una visión objetiva. La novela,

en momentos caricaturesca y en otros esperpéntica, invierte los códigos de la sociedad

patriarcal al grado de lo risible. Estamos frente a la risa de la ironía, la burla descarnada

frente a una sociedad ciega a las necesidades del personaje central. La parodia de la

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escritura se adivina como una forma intencional de sacudir a los lectores, mujeres y

hombres, que esperan un desarrollo temático que favorezca a la mujer ya que es una

mujer la que escribe. La lectura, sin embargo, parece reservarse las esperanzas de que

“algo” le salga bien a Susana sólo para el final de la novela.

Por medio de Susana, Sefchovich parodia una amplia gama temática de la

sociedad mexicana que he organizado por medio de binomios y polaridades antinómicas.

Los binomios son el matrimonio y el divorcio; la maternidad y el hogar; las relaciones

sexuales y las imágenes de la mujer (la madre perfecta, la mujer virtuosa). Las

polaridades antinómicas son la libertad y la limitación; la pobreza y la riqueza; la

moralidad y la inmoralidad.

El auditorio lector de Vivir la vida puede ver a Susana como un personaje

ambiguo que se las arregla para “vivir la vida” del mejor modo posible. Mujer ingenua;

provinciana de clase media alta; supersticiosa, sin ninguna educación formal tiene el

talento y el ingenio para seguir adelante en su proyecto de libertad aunque ella misma lo

ignora “lo hace sin querer”. Ella es una jovencita que nace en el seno de una familia que

espera que se case. Para Susana, es visible que el casamiento no es una alternativa sino

su destino. Su padre la casa con el marido que él escoge (Susana se casa tres veces),

como lo fuera el caso de las familias de la clase media en el siglo XIX. Así, de la manera

más tradicional, Susana puede verse como un objeto de intercambio que el padre entrega

al yerno. El contrato social del matrimonio no se hace entre ella y su prometido sino

entre el padre y el yerno. Pero la parodia que protagoniza Susana no termina ahí porque

este primer marido no la quiere como su “otra mitad” sino como excusa para camuflar su

homosexualidad y por la dote que ella representa. De esta manera Paco, nombre del

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primer esposo, puede continuar con la vida que él y su amante están acostumbrados a

llevar.

El segundo matrimonio de Susana, el de apariencia “normal”, es otra vez una

burla del matrimonio en un México actual que no deja de ser un remedo de lo que

pudieran haber sido la sociedad clase media europea y la mexicana en el siglo XIX.

Según Simone de Beauvoir, para la sociedad europea, las dos razones para que se casara

una mujer en el XIX eran: una, para darle hijos a la sociedad; dos, para satisfacer

sexualmente al hombre y cuidar su casa u hogar (Beauvoir 427). Amar a su esposo, para

Susana, es una obligación a si misma y a la sociedad. Así lo ve el padre de Susana, así lo

ve su suegra, así lo ve todo mundo en la novela menos la protagonista. Y así como

abandonó a su primer cónyuge así también abandona al segundo con tres hijos (dos niños

y una niña).

En el tercer matrimonio, exagerando la parodia del casamiento, Susana se casa al

día siguiente de conocer a su tercer esposo, el cubano Senén. En esta instancia el esposo

la abandona después de la tercera semana, el día que Senén obtiene la visa para trabajar

en México por estar casado con una mexicana (124); pero es a Susana a quien se acusa de

abandono de hogar quedando a cargo de una hijastra. Pudiera pensarse que la novela

anuncia que el matrimonio como institución, en la sociedad mexicana se desmorona.

Fuera esto cierto o incierto, el matrimonio en la novela no se cae por razones de

evolución económica, la independencia del individuo y el divorcio, como en tantas otras

partes del mundo, sino por el carácter intrínseco de Susana; por su anhelo de libertad.

Susana, a lo largo de su vida busca la libertad y sólo la logra encontrar, al final de su

existencia, en la escritura.

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El divorcio no es una opción en la vida de Susana. Pero si no lo ve como

alternativa personal sí cree que la mujer debe luchar por lo que le pertenece en un caso de

divorcio. Así lo confirma su conducta como “loca” desde “La Casa para Locas de

Nuestra Señora del Buen Consejo”. Nótese la ironía en el rótulo de la casa a donde la

interna y abandona su segundo esposo.

Después de meses de interna Susana lee una revista y así se entera del romance y

divorcio de Luciano Panzacoti “el hombre había estado casado más de treinta años y un

buen día había dejado a su esposa por una jovencita menor que sus hijos” (84). Las

analogías, a pesar de las variantes intencionales en la ficción, conectan la lectura de la

novela con el divorcio de Luciano Pavarotti y Adua Veroni. Susana lee acerca de un

barítono, gordo desgarbado y fofo (85) y se obsesiona por saber lo que le pasa a la esposa

abandonada. Obsesionada comienza a escribir lo que podría pensar otra mujer dándole

consejos a una amiga. La imagen en el espejo que mira Susana refleja la imagen de Elsa,

la mujer abandonada por Panzacoti, y no la de sí misma.

La historia que narra la novela, a través de 6 cartas dirigidas a Luciano, puede

verse como una historia periodística interpolada ya que los hechos de la vida real son

“casi” fieles a los que suceden en la ficción. Las similitudes entre la ficción de

Sefchovich y el divorcio de Pavarotti, sin embargo, sufren un distanciamiento para el

público lector que se queda con el plano narrativo de la novela. Veamos: el nombre que

toma Susana es el de Elsa Cansini, el nombre de la ex esposa de Pavarotti (Panzacoti en

la novela) es Adua Veroni. En la novela es un famoso barítono, en la vida real quizá el

más famoso tenor del mundo. En la novela Luciano abandona a su esposa por una

jovencita menor que sus hijos (84). En la vida real Pavarotti abandona a su esposa

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después de 35 años de matrimonio por Nicoletta Montovani de 29 años de edad; 35 años

menor que él; pero no más joven que sus tres hijas. En la novela Elsa Cansini es madre

de 4 hijos apuestos aunque rechonchos (93). En la vida real Adua Veroni es la madre de

tres hijas5, Lorenza, Cristina y Giuliana. En la ficción Elsa Cansini (Susana) al escribirle

la quinta carta a Luciano Panzacoti afirma que:

“Las casas, los autos, las joyas, las inversiones y el efectivo serán para mí,

dado que fueron adquiridos durante los treinta y cuatro años de nuestro

matrimonio, tiempo durante el cual me dediqué de manera total a apoyar

su carrera y por tanto me fue imposible seguir la mía y ganar mi propio

dinero [...] esta es mi decisión inapelable y los abogados han procedido a

actuar”. (91)

En la vida real los noticieros internacionales, como la BBC de Londres y CNN en

los Estados Unidos, argüían en diciembre de 1999 que Adua, como esposa y manager de

Pavarotti por 35 años, pedía, por derecho propio, más o menos 60 millones de liras. En

julio del año 2000, el mismo año que se publica Vivir la vida, Adua y Pavarotti se

divorciaron. En la ficción Elsa Cansini llega a México, a “Las Casa para Locas de

Nuestra Señora del Buen Consejo” para agradecerle a la otra Elsa; es decir, Susana, “la

idea de cómo resolver el divorcio” (93).

Para Susana, sin embargo, aunque no le faltan los motivos para divorciarse en su

primer y segundo matrimonios, la imagen que favorece es simplemente la de dejar el

hogar sin saber a dónde ir. Pero esta actitud de la protagonista refleja la actitud crítica de

Sefchovich al querer mostrar una mujer oprimida, sumisa, dominada por el machismo,

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falta de preparación escolar pero que sin embargo no tiene miedo a seguir adelante, sin

ataduras, buscando su identidad y su libertad.

La maternidad y el hogar no son ningún anhelo para Susana. En su primer y

tercer matrimonios ni logra tener hijos ni hace vida de hogar. En el segundo casamiento

logra la maternidad y hace también vida en familia pero en ambas instancias lo que

experimenta es infelicidad e insatisfacción. La noticia de estar embarazada, “como dicen

en las revistas que debía suceder” (57), no le causa felicidad como supone la cultura

popular que debería ser. Se embaraza 3 veces pero en ninguno de los casos le baja la

leche ni el instinto maternal por más que los espera y asecha (58). Para Susana lo mismo

es difícil ser esposa que ser madre. Las relaciones interpersonales con el esposo, las

cuñadas y la suegra hacen que Susana no experimente la vida de ama de casa. Susana no

experimenta la supuesta identidad y la afinidad que deben sentir las mujeres en la cocina,

en la educación de los hijos y la manutención del hogar. La imagen que mira en el espejo

la hace sentirse falta de identidad, falta de creatividad. Susana queda relegada, sin voz ni

voto; nadie, ni los hijos ni los sirvientes la obedecen. La ironía aquí es que el rol de la

mujer de sentirse indispensable como madre y ama de casa tampoco se da en la novela;

Susana no se ve ni se siente orgullosa en sus papeles de madre y ama de casa. La

ambición “escondida” de Susana es encontrar su destino fuera del hogar. Los conceptos

de hogar y familia, amor al esposo y a los hijos para Susana no tienen ningún valor y por

ello no se siente ni culpable ni arrepentida. Lo más difícil del mundo, dice, es ser esposa

(53). Y de los 3 hijos que abandonó, cuando los recuerda los evoca diciendo “así como

los recordé, así los olvidé” (67).

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El binomio de las relaciones sexuales y las imágenes de la mujer (la mujer

virtuosa, la madre perfecta, la mujer honesta) atraviesa la novela de principio a fin. A

partir de su nacimiento Susana carece de modelos femeninos a seguir. Entre ella y su

madre no hubo relación alguna así como tampoco entre ella y su hija Lupita.

Su madre la abandona al nacer y quien la educa es su abuela. Así crece sin el

modelo del amor en pareja. Las imágenes que mira en el espejo, por medio de la abuela,

son imágenes de una mujer sola. Estas imágenes, por otro lado, tienen que ver más con la

superstición que con la realidad. Ingenua y virgen su primera relación de pareja, ya

hemos dicho, es con un homosexual, Paco, con quien se casa. Llega virgen al primer

matrimonio pero pierde la virginidad en una violación tumultuaria que la marca de por

vida. Su vida sexual, en adelante, es una vida frustrada y frustrante. Sí, se casa y tiene 3

hijos pero el público lector se puede preguntar: ¿Susana tiene orgasmos? ¿Tiene alguna

excitación sexual de satisfacción? ¿Es acaso frígida? Este tipo de indeterminaciones, de

acuerdo con la teoría de la recepción, quedan a la discreción de los diferentes tipos de

lectores de la novela (Iser 27-9). Susana es una mujer engañada que pierde la pasión

sexual a partir de la violación. De las relaciones amorosas con José Antonio, su segundo

esposo, se expresa así:

“[Eran] días que yo veía venir con horror [los sábados] y en los que tenía

que inventar toda clase de pretextos para salvarme de sus infaltables y

aburridos acercamientos destinados a cumplir con eso que pomposamente

llamaba su Sagrado Deber Conyugal”. (59)

La sexualidad de Susana carece, intencionalmente, del efecto afirmante en el

desarrollo de la protagonista que se encuentra en novelas como Arráncame la vida (1985)

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y Mal de amores (1996) de Angeles Mastretta y Como agua para chocolate (1989), La

ley del amor (1995) y Tan veloz como el deseo (2001) de Laura Esquivel. La mujer

como sujeto deseante, parte constitutiva de la trama en las novelas de Mastretta y

Esquivel está ausente en Vivir la vida. Esta característica de las protagonistas noveladas

de Mastretta y Esquivel se encuentra también en novelas escritas por hombres donde el

personaje protagonista es mujer. Me refiero a las 3 novelas de Alberto Ruy Sánchez: En

los nombres del aire (1987), En los labios del agua (1996), Los jardines secretos de

Mogador (2001); y Los años con Laura Díaz (1999) de Carlos Fuentes.

La falta de madre, la presencia de un padre dominante, la falta de auto-estima, su

sexualidad frustrada, tres fracasos matrimoniales y los abusos que sufre impiden que

Susana pueda verse al espejo como mujer virtuosa, madre perfecta, y mujer honesta. Por

un lado, Susana es absolutamente indiferente a su realidad y a sus circunstancias. Por

otro, el tono de la narrativa prefiere la ironía y la parodia hacia la sociedad patriarcal que

circunscribe la vida de Susana. La novela, como es típico en la ironía, narra las

incongruencias entre lo que podría esperarse y lo que ocurre en realidad. El tono irónico

se burla de las imágenes de la mujer virtuosa, perfecta, honesta que disemina la tradición

y la cultura popular. El universo de Susana en Vivir la vida es un mundo al revés.

La mujer virtuosa, perfecta y honesta es aquella que no traiciona los ideales del

hombre, según el patriarcado de la sociedad mexicana, pero para hacerlo hay que ser

hipócrita y tirana como la madre de su segundo esposo. Se necesita sacrificar el orgullo,

la personalidad, los ideales, la auto-estima y sobre todo la libertad. De esta forma, en

toda su ironía, la novela opta por los extremos. La única relación que hace feliz a Susana

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es una relación asexual (con el ex amante de su primer esposo) y el único modelo de

mujer a seguir es el de una madre soltera: Gilda Rosalie González.

Ella, dice Susana “era exactamente como yo hubiera querido ser: dueña de su

vida” (196). La independencia que practica Gilda, sin embargo, es una ironía más de la

novela. Gilda se ve como una mujer cuya libertad está enraizada en la soledad y el

aislamiento. Su carácter es difícil, cortante, firme, y su filosofía para tener control de la

vida es jamás necesitar de alguien y jamás necesitar nada (197). Así, la sexualidad de

Gilda, por ejemplo, depende no de un sujeto sexual sino de consoladores de todos los

tamaños. Después de meses de seguirla e imitarla Susana la deja como se abandona

cualquier cosa u objeto que ya no tiene uso. De todas las relaciones de Susana la única

que le causa verdadera felicidad es la que sostiene con el viudo. Pero el viudo, por su

parte, es amante de Paco Segundo y los tres comparten el departamento. La relación con

el viudo, Abraham Umanski, le da la oportunidad a Sefchovich de comentar sobre el

judaísmo6 tan prominente en La señora de los sueños (1996).

El espejo en que se mira Susana irradia un reflejo invertido, trizado; una imagen

irónica de la mujer en México. Estas imágenes de mujeres en el espejo, con Susana como

protagonista, oscilan entre ocho polos opuestos: libertad y falta de libertad; pobreza y

riqueza; amor y desamor; moralidad e inmoralidad. En el desarrollo de Susana todo es

extremo, intencionalmente dislocado, aparentemente inimaginable, insólito más que

audaz porque Susana se “deja llevar”, al hacerlo, sin embargo, toma decisiones: “a lo

mejor cada vez que me fui, cada vez que hice por olvidar, cada vez que guardé silencio,

estaba eligiendo. Quién sabe, puede ser” (219).

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La polaridad libertad y dependencia (falta de libertad) puede observarse por

medio del matrimonio. Se casa tres veces pero en ninguno de los matrimonios toma ella

la decisión; ninguno de los tres esposos la quiere ni ninguno la desea sexualmente. Es

una marioneta, una veleta que se deja llevar por los vientos que la azotan. En dos de los

tres matrimonios, no obstante, es ella quien abandona el hogar. En la primera instancia

abandona el hogar porque su esposo, quien lleva una vida homosexual activa, jamás la

posee. En el segundo abandona al esposo y sus tres hijos porque los roles de esposa,

madre, ama de casa y el cuidado y la educación de sus hijos no tenían ningún significado

para ella. En el tercer matrimonio la abandona el esposo pero irónicamente es a ella a

quien se acusa de abandono de hogar.

La oposición entre pobreza y riqueza se manifiesta en su constante cambio de rica

a pobre. Nace de buena cuna pero moral y espiritualmente pobre, su padre es el ranchero

más poderoso y rico de la región (98). La abundancia de bienes materiales que obtiene o

logra obtener se vuelca en limitaciones económicas ínfimas por su interés en ser ella

misma. No importa que no tenga a dónde ir y no sepa qué hacer, Susana lo abandona

todo. Así oscila entre la abundancia y las estrecheces hasta que la encuentra la muerte.

La tensión amor y desamor se orienta casi en su totalidad hacia el desamor, hacia

el desengaño. Es difícil atinar a decir que hay amor en la novela. Cuando más feliz se

encuentra en una especie de amor filial, sin caer en lo incestuoso, es con el amante de su

primer esposo. Se siente tan feliz con él, mimetizada de tanto quererlo, que se compra

tarjetas postales en las que escribe sus pensamientos y se las envía por correo a si misma

para sentirse más feliz (132-133). Lo que Susana experimenta son el desamor y el amor

insatisfecho. Sus relaciones de pareja se dan por violación, por deber conyugal, por

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conveniencia, pero nunca por amor o por placer. Al final de su vida, cuando vive la

situación que ella eligió, repetidas veces habla de suicidarse. El mundo de Susana es un

mundo sin amor, un mundo marcado por la falta de éste.

La polaridad entre moralidad e inmoralidad es aparentemente desconocida para

Susana. Crece sin saber que su madre la abandonó al nacer; parece no darse cuenta que

le practican un aborto. Irónicamente de nombre Guadalupe, su suegra es una “católica

empedernida” que sólo aplica normas morales a los demás. Después del tercer parto,

cuando Susana quiere quitarse la matriz, la suegra le recrimina diciendo que las mujeres

tienen que aceptar todos los hijos que Dios manda (58). Por un lado, cada vez que

abandona el hogar podría decirse que deja de cumplir con sus deberes morales

primordiales de madre y esposa; pero por otro, ¿hasta qué punto son los demás, la

sociedad con sus tradiciones y normas responsables de la situación en que se encuentra?

Esta indeterminación, como las llama Iser, es parte de la técnica narrativa de Sefchovich;

el texto permite que el público lector llegue a sus propias conclusiones, en esta y otras

instancias, aunque es el texto el que orienta las posibles reacciones y respuestas.

Para concluir, las mujeres en el espejo de este ensayo pueden observarse bajo dos

perspectivas --entre otras. Una, la que protagoniza Susana; la otra, la actitud de escribir

de la autora. La novela se llama Vivir la vida, así que el público lector se pregunta

¿Susana vive la vida? Dado que la vida de la protagonista es más bien un holocausto, la

respuesta no se deja esperar. Sí, Susana sí vive la vida. Para la gran mayoría del público

lector es una vida plagada de frustraciones e insatisfacciones; para otro público, sin

embargo, puede ser una vida satisfactoria porque Susana tiene el valor de vivir en

libertad. La vida de Susana frente al espejo muestra un proceso de aprendizaje que va de

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la ignorancia al pleno conocimiento de lo que significa vivir la vida en plenitud. El

recurso que permite a la protagonista sentirse realizada es el de la escritura; así como

antes lo fuera la lectura en La señora de los sueños; y mucho antes el cuerpo en el caso de

Demasiado amor (1990).

La escritura termina siendo el único vehículo de salvación para Susana. Por

medio de la escritura, al final de su vida, Susana se libera y libera a quienes la rodean; a

los lectores mismos que logran ver que las incongruencias de la trama obedecen a un

interés casi didáctico por querer liberar si no “la verdad” sí la existencia de una mujer que

se anima a vivir la vida sin modelos a seguir. Susana es una mujer que empieza una y

otra vez sin saber a dónde dirigirse. Es una mujer que va descubriendo, desenmascarando

las tareas domésticas de la mujer, el matrimonio lo mismo como relación que como

institución, el supuesto instinto materno y las reglas del amor en pareja donde ya no son

únicamente entre hombre y mujer. La escritura le permite expresar a Susana lo que le

resulta imposible decir y actuar.

Susana, es obvio, es un ser imaginario, un simulacro de ser viviente, como

anticipa el epígrafe de este estudio. Pero este ser imaginario, de acuerdo con el novelista,

cuentista, dramaturgo y poeta checoslovaco Milán Kundera es un ego experimental; es

decir, una práctica del yo de Sefchovich. La ironía por demás hiperbolizada y por ello

humorística de la vida de Susana es una crítica de la sociedad mexicana en general, pero

puede verse como una crítica en particular de las mujeres en el espejo que optan por las

formas de conducta que se espera de ellas sin cuestionarlas y sin responder a sus propias

voces internas.

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Esta crítica de Sefchovich se aleja de la creación paradigmática de la protagonista

como heroína. La creación de Susana, la peor de todas, sorprende las expectativas del

público lector con una aparente misoginia de la autora. La destrucción de Susana

confunde al público lector que esperaría que una mujer escritora favoreciera a la

protagonista como lo es el caso de las novelas mencionadas en este ensayo y en casi la

totalidad de la literatura escrita por mujeres en México. En Como agua para chocolate,

por nombrar sólo una, “Esquivel escribe desde un ángulo injustificadamente favorable

para la protagonista, donde sólo existe blanco y negro, sin matiz alguno” (Marquet 58).

En la creación de Vivir la vida no hay tal misoginia, como podría pensar el

público lector menos acucioso, lo que sí abunda es la intención de señalar algunos de los

problemas que comparten algunas de las mujeres dentro y fuera de la ficción: la falta de

comunicación entre una y otra generación (madre vs. hija); el ser objeto erótico de los

deseos masculinos; la falta de amor por sí misma; la debilidad de carácter “la que no es

capaz de tener firmeza en sus decisiones soy yo” (186); la inhabilidad de hablar de su

cuerpo y sus funciones; la incapacidad de sentirse dueña de su vida y de sus decisiones

(240).

La idea del espejo para estudiar a Sefchovich favorece esta monografía porque

permite analizar la habilidad de la autora al combinar la sociología (su especialidad) con

la literatura; esto es: “tanto un reflejo de la realidad [la sociología] como un proyecto de

la imaginación [la literatura]” (Fuentes 18).

La idea de la mujer como concepto de lo bello del óleo renacentista de Tiziano,

cabe aclarar, es una imagen inventada por el hombre, y quizás por ello, una imagen que la

mujer no siempre atina asimilar; Susana se ve a si misma como “la mujer más horrorosa

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del planeta” (137). Los medios de comunicación masiva, señala Vivir la vida, son ahora

los que sirven de modelos, de espejos para reflejar la realidad de la mujer clase media que

se mimetiza con lo que lee en las revistas y en el Internet, con lo que mira en la televisión

y con lo que oye en la radio. Todo esto contribuye a que Susana no tenga ni

individualidad ni independencia, como tampoco control sobre su cuerpo y una infinita

ausencia de autoestima. Susana, sin embargo, sí refleja el mundo real que habita, el de un

sistema patriarcal machista. Susana, la peor de todas, como he querido llamarla, sí es

víctima de la sociedad, sí es un objeto sexual que carece de poder y de libertad sobre su

cuerpo.

El desarrollo de Susana, sin embargo, para alcanzar su plenitud, no se da con

relación al personaje masculino sino a pesar de él. A diferencia de la teoría feminista,

movimiento ideológico, la ficción en Vivir la vida dramatiza la complejidad de los

problemas y los excesos de violencia que viven las mujeres en México. “Mujeres en el

espejo: Susana, la peor de todas” es un ensayo de ideas, como considero que lo es la

novela de Sefchovich en general. A través de las mujeres en el espejo de este estudio se

puede observar el ímpetu de Sefchovich como en un catálogo de posibilidades y de

opresiones de lo que les sucede a algunas mujeres en la lucha por cambios sociales en la

sociedad que las circunscribe, en este caso, la sociedad mexicana.

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Notas

1 Para las celebraciones del 500 aniversario del descubrimiento de América, hubo

muchas en diferentes países, Carlos Fuentes publicó el libro El espejo enterrado. Por

medio del espejo como metáfora, Fuentes elabora en este libro de ensayos sobre la idea

de lo que significa la hispanidad y sus variantes culturales. En la contraportada del libro

se lee “de los espejos de obsidiana enterrados en la urbe totonaca de El Tajín a los

espejos ibéricos de Cervantes y Velásquez, el de la locura y el del asombro, un

intercambio de reflejos ha ido y venido incesantemente de una a otra orilla del atlántico”.

La idea de Fuentes, la de tomar el espejo como recurso interpretativo no es una idea

original, la antecede, por ejemplo, el trabajo del poeta mexicano-catalán Ramón Xirau.

En L’Espil soterrat (El espejo enterrado), cita Fuentes, Xirau recupera la antigua tradición

del mediterráneo no demasiado lejana de la de los más antiguos pobladores indígenas de

las Américas (Fuentes 16). Véase Carlos Fuentes, El espejo enterrado. México: Taurus,

1992. Sobre esta obra de Fuentes se produjo también una serie de 5 programas en

videocasete en inglés y en español. La compañía que los produjo es Public Media/Films

Incorporated, Chicago Illinois.

2 Sara Sefchovich es novelista; ensayista; socióloga e historiadora, miembro del

Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de

México); miembro del sistema Nacional de investigadores; comentarista en radio y

prensa; traductora. Su primera novela Demasiado amor, en México, ganó el premio

Agustín Yánez en 1990 y en el año 2001 se convirtió en película con el mismo título. La

dirección y producción de la película es de Ernesto Rimoch; la fotografía es de Gabriel

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Figueroa. Su segunda novela La señora de los sueños ha sido traducida a siete idiomas.

Sefchovich nació en la ciudad de México.

3 La orientación crítica de Julieta Campos observada en La imagen en el espejo

(1965) encontró eco, más tarde, en otros dos libros sobre crítica literaria: Oficio de leer

(1971) y Función de la novela (1983). Sus novelas Celina o los gatos (1968), Tiene los

cabellos rojizos y se llama Sabina (1974), Miedo de perder a Eurídici (1979) se

tradujeron al inglés como Celina or the Cats (1995), She has Reddish Hair and Her

Name is Sabina (1993) y The Fear of Losing Eurydice (1993). De publicación más

reciente son Qué hacemos con los pobres (1995) y Reunión de familia (1997). Julieta

Campos es novelista, ensayista, cuentista, profesora universitaria, considerada una de las

principales escritoras en México

4 La asociación va más allá del uso de la frase: La peor de todas. El espejo para

Sor Juana fue instrumento de estudio. Su poesía, escribe Octavio Paz, “está llena de

espejos y de los hermanos de los espejos, los retratos. En Juana Inés la función de los

espejos y los retratos es, a un tiempo, retórica y simbólica” (Paz 123). Susana, como Sor

Juana, por otro lado, busca su liberación por medio de la escritura.

5 Las tres hijas de Pavorotti con Adua Veroni son: Lorenza (1962); Cristina

(1964); Giuliana (1967). En 1993 Pavarotti conoció a Nicoletta Mantovani, su secretaria;

en julio del 2000 Pavarotti y Adua se divorciaron.

6 En La señora de los sueños la protagonista, Ana Fernández, sueña el estado de

Israel como una comunidad ideal desde la fundación del kibbutz israelí. El sueño de Ana

Fernández, cabe mencionar, cubre la historia del pueblo israelí por medio de los 5

esposos que sueña tener la protagonista: estos esposos van desde antes del periodo de la

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fundación, en 1948, cuando los israelíes eran todavía parte de Palestina hasta los

sobrevivientes del holocausto de la Segunda Guerra Mundial por medio de un esposo

judío-americano. Una novela que trata el tema judío como identidad, directamente en la

sociedad mexicana (lo judío-mexicano) es Novia que te vea (1992) de Rosa Nissán.

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“Yo, la peor de todas”. Dir. María Luisa Bemberg. Assai Communications and

Screening 22 Films Int. New York: First Run Features; VHS, 1990.