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“Grandes Predicadores” Ps Alex Donnelly ROBERTO MURRAY McCHEYNE Introducción “Era invierno. Sentados cerca del fuego, dos hombres estaban cincelando piedra en una cantera vecina. De pronto, un desconocido se les acercó; bajó del caballo e inmediatamente pasó a conversar sobre el estado espiritual de sus almas. Sirviéndose de las flagrantes llamas de la hoguera como ilustración, el joven desconocido predicó verdades alarmantes. Con profunda sorpresa los canteros exclamaron: ‘Usted no es un hombre como los demás’" 1 . Se trataba de Robert Murray McCheyne, una de las estrellas del púlpito escocés, del siglo 19. Indudablemente, no era un hombre como los demás. Sirvió a Dios apenas ocho años; sin embargo, en ese corto tiempo marcó un hito en la historia de la predicación. Se dice que tan solo su mirada, al subir al púlpito, era suficiente para conmover a lágrimas a los miembros de su congregación. Su semblante indicaba que venía de la misma presencia de Dios. ¿Quién era este hombre, que cuando murió a los 29 años de edad, toda una ciudad paralizó sus actividades para llorar la muerte de un gran siervo de Dios? Este es el tema de nuestro estudio. INFANCIA, EDUCACIÓN Y LLAMADO Robert McCheyne nació en Edimburgo (Escocia), en 1813; fue el menor de cinco hijos, de una familia de la clase media. Como niño, los padres notaron dos cosas en él: su aptitud para escribir poesía, y una voz melodiosa para narrarla. Su conversión espiritual se dio a los 18 años, en el contexto de la muerte de su hermano mayor. El dolor de perder a su hermano 1 Mensajes Bíblicos, p. 5. 1

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“Grandes Predicadores”Ps Alex Donnelly

ROBERTO MURRAY McCHEYNE

Introducción

“Era invierno. Sentados cerca del fuego, dos hombres estaban cincelando piedra en una cantera vecina. De pronto, un desconocido se les acercó; bajó del caballo e inmediatamente pasó a conversar sobre el estado espiritual de sus almas. Sirviéndose de las flagrantes llamas de la hoguera como ilustración, el joven desconocido predicó verdades alarmantes. Con profunda sorpresa los canteros exclamaron: ‘Usted no es un hombre como los demás’"1.

Se trataba de Robert Murray McCheyne, una de las estrellas del púlpito escocés, del siglo 19. Indudablemente, no era un hombre como los demás. Sirvió a Dios apenas ocho años; sin embargo, en ese corto tiempo marcó un hito en la historia de la predicación. Se dice que tan solo su mirada, al subir al púlpito, era suficiente para conmover a lágrimas a los miembros de su congregación. Su semblante indicaba que venía de la misma presencia de Dios. ¿Quién era este hombre, que cuando murió a los 29 años de edad, toda una ciudad paralizó sus actividades para llorar la muerte de un gran siervo de Dios? Este es el tema de nuestro estudio.

INFANCIA, EDUCACIÓN Y LLAMADO

Robert McCheyne nació en Edimburgo (Escocia), en 1813; fue el menor de cinco hijos, de una familia de la clase media. Como niño, los padres notaron dos cosas en él: su aptitud para escribir poesía, y una voz melodiosa para narrarla. Su conversión espiritual se dio a los 18 años, en el contexto de la muerte de su hermano mayor. El dolor de perder a su hermano favorito lo llevó a buscar a Dios, y experimentó el nuevo nacimiento y el perdón de los pecados.

Habiendo cursado secundaria, McCheyne ingresó a la universidad para estudiar teología. Fue un buen estudiante, aunque no brillante. Sin embargo, ya a esta edad manifestó un deseo profundo por estudiar las Escrituras. Fundó una asociación de estudiantes, que se dedicó a la exégesis de la Biblia, reuniéndose cada sábado, a las 6 y 30 de la mañana. Al mismo tiempo se dedicó a la tarea de compartir el evangelio, en los distritos más pobres de la ciudad. Su anhelo era ser útil para el Señor.

En 1835 fue ordenado pastor, en la Iglesia Presbiteriana de Escocia. Unos meses después fue llamado a ser el pastor asistente, en una iglesia rural. Desde el comienzo de su ministerio, McCheyne se dedicó a dos cosas: predicar el evangelio, y visitar a las familias relacionadas con la iglesia. En un cuaderno, redactaba los detalles de sus visitas pastorales, anotando los temas que trataba, y haciendo una evaluación de la condición espiritual de los miembros de la familia. Evidentemente era un ‘pastor’, en busca de las ovejas perdidas. El énfasis en su visitación pastoral era evangelístico, procurando despertar espiritualmente a las personas a quienes visitaba. Se notaba su pasión por las almas.

1 Mensajes Bíblicos, p. 5.

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McCheyne no gozaba de buena salud. Su cuerpo era débil, y propenso a enfermarse. A pesar de los consejos de su madre (y otros), a que debía cuidar mejor su salud, McCheyne se dedicaba a la obra con bastante fervor, y no perdonaba su cuerpo.

PASTOR DE SAN PEDRO

A fines de 1836, McCheyne recibió la invitación a pastorear la nueva iglesia de ‘San Pedro’, en la ciudad de Dundee (al este de Escocia). La ciudad tenía una población de 51,000, la mayor parte de la cual era entregada a los vicios y a la inmoralidad. Había pocas iglesias en Dundee, y en 1835 se decidió construir un nuevo templo, en un distrito poco evangelizado de la ciudad. McCheyne fue invitado a ser el primer pastor. Su primer sermón fue basado en el texto de Lucas 4, “El Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ha ungido para predicar buenas nuevas”. Fue un mensaje profético, de lo que iba a ser su ministerio en esa ciudad.

Desde el comienzo de su trabajo pastoral, la iglesia estaba llena. Unas 1,100 personas asistían domingo tras domingo, para escuchar la Palabra de Dios. La gente se sentaba por todas partes – en las bancas, en los pasadizos, hasta en las gradas del púlpito. Había un tremendo sentir de la presencia de Dios, que atraía a las personas de todas partes de la ciudad. McCheyne predicaba mensajes sencillos, claros, y llenos de las doctrinas fundamentales del evangelio. La congregación podía ver que McCheyne era un verdadero embajador de Cristo; un hombre lleno de la presencia de Dios, a pesar de su juventud. Tenía a penas 23 años.

En sus primeros meses en la iglesia, predicó sobre pasajes de Crónicas (que trataban con la construcción del templo), varios Salmos y parábolas, 1 Pedro y las Cartas a las Siete Iglesias.

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También estableció un sistema de lecturas diarias, por medio de las cuales se podía leer toda la Biblia en un año. Deseaba que la congregación esté imbuida de la Palabra de Dios.

Los jueves, inició un culto de oración. Esto era algo insólito en la ciudad de Dundee; ninguna otra iglesia tenía un culto así. Sin embargo, la asistencia a veces alcanzaba 800 personas. McCheyne también comenzó una reunión para jóvenes, en la cual estudiaba la Biblia con ellos. Unos 240 asistían semanalmente. McCheyne usaba formas más informales para enseñarles la Palabra de Dios. Por ejemplo, por un tiempo se dedicó a usar lo que llamaba ‘el método geográfico’. Este consistía en mencionar algún lugar de la Biblia (por ejemplo, el Mar de Galilea), y luego hacer que los jóvenes leyeran los diferentes textos de la Biblia donde ese lugar era mencionado. Después, complementaba esto con citas de diferentes autores (como Josefo, etc.), quienes describían esos lugares.

También dedicó tiempo para preparar candidatos para tomar la santa cena2. Tomaba esta tarea muy en serio. Para algo que era parecido a la ‘primera comunión’, McCheyne, discípulo a 37 personas. Los trataba a cada uno personalmente, sabiendo que era muy importante estar seguro de su conversión, antes de permitirles tomar la santa cena. Consideraba que era el tiempo en el cual el pastor se cercioraba de los verdaderos frutos de su ministerio.

Además de todo el trabajo en la iglesia, McCheyne no descuidó la tarea de visitación. En una ciudad como Dundee había tantos hogares que visitar, que nunca se abastecía para ello. Su práctica era visitar a unas 16 a 18 familias, en un día, y luego hacer anotaciones acerca de estas visitas (incluyendo un plano, para ubicar cuidadosamente a cada hogar visitado). Esto era para estar seguro de conocer el hogar cuando volvía a hacer una segunda visita.

En su visitación pastoral daba prioridad a los enfermos; especialmente a los que estaban al borde de la muerte. Tomaba estos casos con sumo cuidado, sabiendo que era importante discernir bien la condición espiritual de las personas, antes que partieran a la eternidad. Tenemos un ejemplo, en su cuaderno de apuntes pastorales:

“Tomás Tyrie. Calle ‘Step Row’, parte baja. Enfermo por cinco años. Toma opio para contrarrestar el dolor.

Visita 12 de diciembre de 1836. Conversación acerca del infierno y de la aniquilación del alma. Compartí el tema: ‘la oveja perdida’. Escuchó con atención. Lee la Biblia, pero más para criticar, que otra cosa. Vecinos estuvieron presentes.

Visita 19 de diciembre. Ha preguntado mucho por mí. Hablé de ‘la moneda perdida’. Escuchó con bastante atención, y afirma la verdad del evangelio.

Visita 20 de diciembre. ‘Prov 1: Arrepiéntete a mi reproche’. Un poco somnoliento, pero indicaba que estaba de acuerdo con lo compartido.

Visita 22 de diciembre. ‘El Señor abrió el corazón de Lidia’. Prestó mucha atención. Habló de un gran cambio en su corazón, y de una tremenda paz en su alma. A pesar de los efectos del opio (sueño), era muy claro en su conversación.

2 En la Iglesia Presbiteriana, se practica el bautismo de infantes. Cuando la persona estaba lista para tomar la santa cena (equivalente a la ‘primera comunión’), era la práctica de los pastores presbiterianos preparar a los candidatos, como ahora se prepara candidatos para el bautismo (en la mayoría de iglesias evangélicas).

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Visita 28 de diciembre. ‘Cristo nuestro sustituto’. Expliqué todo el evangelio, y lo apliqué a su vida, en forma muy personal. Respondió muy bien a las preguntas, y con respuestas extrañamente profundas. Parece que ha habido una verdadera obra del Espíritu Santo en su vida. Afirma que su entendimiento de Cristo, y de su propia alma, han cambiado radicalmente.

Visita 31 de diciembre. Encontré su cuerpo frío, y preparado para la tumba. Su esposa, Margarita, llorando. Murió el día anterior, en la madrugada. Nadie lo vio morir. Hubo un verdadero cambio en su vida. Comenzó a leer la Biblia, que entes descuidaba. Hablaba con mucho interés acerca de su vida espiritual, y del Señor. Se alegraba de mis visitas, y siempre me daba un fuerte apretón de manos. Pero, si hubo una verdadera obra de gracia en su vida, solo la eternidad lo demostrará”.

Estas anotaciones en su cuaderno de visitas, indica la seriedad con la cual tomaba el trabajo pastoral, y el cuidado que tenía con las almas. Su propósito no era obtener resultados rápidos, sino seguros. El valor de un alma es inestimable; no se puede jugar con ello, sino tratarlo con suma delicadez.

Con todo este trabajo, que efectuaba incansablemente, el cuerpo de McCheyne comenzó a sufrir. Otras iglesias extendieron invitaciones, para que fuera a pastorearlas. Generalmente eran iglesias más pequeñas, en zonas rurales, donde se le ofrecía un mayor sueldo por menos trabajo. Muchos (incluyendo sus padres) le animaban a considerar estas invitaciones, pero McCheyne estaba convencido que debía quedar donde estaba, a pesar del sufrimiento de su cuerpo. Claramente, era un verdadero siervo de Dios.

AVIVAMIENTO ESPIRITUAL

Para fines de 1838, una enfermedad muy seria debilitó el cuerpo de McCheyne, y él tuvo que tomar un tiempo de descanso del ministerio. Aprovechó este tiempo de descanso forzado para realizar un viaje a Palestina con otros amigos pastores, para ver la situación en la cual estaban los judíos, y analizar los esfuerzos que se estaban haciendo para evangelizarlos.

Durante su ausencia de la iglesia, un amigo suyo, William Chalmers Burns, vino a pastorear la congregación. A Dios le complació bendecir tanto el ministerio de Burns (en respuesta a las oraciones de McCheyne), que la iglesia gozó un tiempo de avivamiento espiritual. Indudablemente, Burns estaba cosechando la buena semilla que McCheyne había sembrado. Los cultos se multiplicaron, hasta ocupar cada día de la semana, y se prolongaron hasta las altas horas de la noche. Se dieron muchas conversiones – veinte, treinta o cuarenta personas se acercaban a él luego de los mensajes, preguntando, “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. “Parecía como si toda la ciudad hubiera sido sacudida por el poder del Espíritu”3.

Cuando McCheyne volvió a la obra, los miembros de la iglesia se conmovieron al ver el rostro de su pastor, tan joven. Recién tenía 26 años. Escribiendo a su madre, McCheyne describió el culto, en el cual dio su primer mensaje en la iglesia, luego de su retorno de Palestina: “Prediqué esa misma noche. Nunca vi una congregación semejante…No hubo espacio vacío; cada rincón estaba ocupado. Me sentí abrumado al verlos; sin embargo, sentí una tremenda libertad al predicar de 1 Corintios 2:1-4. Nunca prediqué ante tal audiencia; tantos llorando, tantos anhelando palabras de Vida Eterna. Nunca escuché tal forma de cantar como esa noche; era

3 Mensajes Bíblicos, p. 11.

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conmovedor. Sentí que el pueblo de Dios estaba cantando a un Dios a quien podían sentir; a un Dios que estaba presente en Su templo”4.

El retorno de McCheyne a la iglesia pudo haber causado ciertos problemas. Muchos se habían convertido bajo el ministerio de Burns, y naturalmente lo amaban, y querían que se quedara. Sin embargo, Burns se retiró tranquilamente, y cedió el púlpito otra vez a McCheyne. Los dos permanecieron muy buenos amigos, y se escribían con frecuencia, animándose mutuamente en la obra. Por un tiempo, Burns volvió a su iglesia, en un pueblo llamado Kilsyth, y siguió experimentando la tremenda bendición de Dios sobre su ministerio. Después sintió el llamado de Dios para ir a la China, y viajó a ese país, a servir a Dios en un contexto mucho más ‘árido’, espiritualmente.

“El regreso de McCheyne a Dundee marcó un nuevo episodio en su ministerio y también en la iglesia escocesa”5. Dondequiera que predicaba, el Espíritu Santo se movía con poder, y pecadores eran convertidos. Describiendo las cosas que ocurrían antes, durante y después del mensaje, McCheyne dice lo siguiente:

“En esos momentos he observado un profundo y sorprendente silencio en la congregación. Cada oyente inclinado hacia delante, prestando seria atención; hombres maduros, cubriendo sus rostros en oración, clamando a Dios que las flechas del Rey de Sion puedan penetrar con poder al corazón de los pecadores. A veces escuchaba un gemido interno, surgiendo del corazón de muchos, y otros con rostros bañados en lágrimas. En algunas ocasiones he escuchado fuertes llantos en varias partes de la iglesia, mientras una gran solemnidad dominaba el resto de la congregación.Inclusive a veces se oía un fuerte grito, como si alguien hubiera sido traspasado por una espada”6.

Aunque McCheyne se dedicó a pastorear la iglesia de ‘San Pedro’, recibió múltiples invitaciones a predicar en otros lugares. Viajó por toda Escocia, procurando extender la obra del evangelio, y ver nuevas iglesias abiertas. También viajó a Irlanda, donde Dios siguió bendición su ministerio.Pero siempre anhelaba volver a su propia iglesia, y a su propia congregación.

LA CLAVE DE SU MINISTERIO

¿Cómo explicar todo este trabajo y esfuerzo por la causa de Cristo? ¿Cuál era la clave de su éxito ministerial? Podemos mencionar varios factores.

El primer asunto que debemos mencionar es su comunión con Dios. McCheyne tomaba esto muy en serio. Su tiempo a solas con Dios era la parte más importante del día, para él. No permitía que nada interfiriera con esto. Diariamente leía unos tres capítulos de la Biblia, en sus devociones matutinas. Luego se dedicaba a orar y a interceder por los miembros de la iglesia. No importa cuan cansado estaba, o cuan débil se sentía, nunca descuidaba su tiempo a solas con Dios. Era el sostén de su vida y ministerio.

Un segundo factor fue su gran deseo por vivir una vida de santidad. Oraba al Señor cada día, ‘Hazme tan santo como lo pueda ser un pecador en este mundo’. Diariamente se examinaba a sí mismo, para ver rastros de pecado en su conducta o pensamiento. Trataba muy seriamente con cualquier pecado que hallaba Ens. interior. Uno de sus dichos populares es: “Lo que Dios

4 R. M. McCheyne: A Burning Light, Alexander Smellie, p. 111-112 (traducción personal). 5 Mensajes Bíblicos, p. 12.6 R. M. McCheyne: A Burning Light, Alexander Smellie, p. 130 (traducción personal).

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bendice no son grandes talentos, sino gran semejanza a Cristo. Un predicador santo es una tremenda arma en las manos de Dios’.

En tercer lugar, habría que mencionar su pasión por las almas. McCheyne sentía un vivo deseo por buscar a los perdidos, y por hacer todo lo que estaba a su alcance para ganarlos para Cristo. Sacrificaba su cuerpo para hacerlo, entregándose a la visitación pastoral evangelística, y a la predicación del evangelio.

Finalmente, hemos de añadir su amor por el Señor. Esto queda muy claro en sus sermones (unos de los cuales añadimos al fin de este estudio, en un apéndice). Amaba mucho a Cristo. Se deleitaba en Él. Aprendió esto de otro gran predicador de Escocia, Samuel Rutherford. Ese amor llevó a McCheyne a servir a Cristo con pasión y abnegación personal; y también a anhelar que el Señor enviara un gran avivamiento espiritual, para que Su nombre sea glorificado en Escocia.

UNA MUERTE REPENTINA

La fuerza espiritual de la vida de McCheyne contrastaba con la debilidad de su cuerpo. Sufría de constantes enfermedades, y mucho dolor físico. Soportó todo esto, con gran valentía. Sin embargo, en primavera de 1843, cuando tenía apenas 29 años de edad, contrajo la fiebre tifoidea, y Dios vio a bien llevar a Su ilustre siervo al cielo. Como afirman los editores de una colección de sus sermones, “Terminó su obra. Su Padre celestial no tenía ya para él otra planta para regar, ni otra vid para cuidar, y el Salvador, que tanto le amó en vida, ahora le esperaba con sus palabras de bienvenida: Bien, buen siervo y fiel, entra en el gozo de tu Señor”7.

Sin embargo, antes de morir un incidente muy interesante ocurrió, que revela mucho del carácter de McCheyne. Había asistido a una reunión en la iglesia, para unir a una pareja de su congregación en matrimonio. Luego del culto, una señora le envió un pequeño bouquet, por intermedio de una niña. “¿Podría colocarse esta flor?”, preguntó la niña. “Claro”, respondió McCheyne, “pero me tendrás que ayudar”. Luego que la niña lo hiciera, él se dirigió a ella, y le dijo, “Ahora que he hecho lo que TU querías, ¿harías lo que yo quiero?” “Sí”, respondió la niña. “Bueno”, añadió McCheyne, “quisiera que escucharas la historia del Buen Pastor, quien se entregó por las ovejas”. Mientras le hablaba a la niña, cinco o seis chicos se acercaron, para escuchar, mientras McCheyne hablaba con tanta ternura a la niña, tal como lo hacía del púlpito. Cuando terminó de hablarles, dijo a un amigo, “Debo irme ahora. Siento un fuerte dolor en la cabeza”. Ya tenía la fiebre tifoidea. Ese momento de hablar a la niña fue su último mensaje en este mundo. Su último sermón.

El sábado 25 de marzo, luego de unos días de dolor y sufrimiento, McCheyne pasó a la presencia de Dios. Era temprano en la mañana. El doctor estaba a su lado, cuando McCheyne alzó su mano, como para pronunciar una bendición. Pero lo dejó caer, y pasó a la eternidad.

La muerte de un pastor tan querido, tan usado por Dios, y tan joven (ni tenía treinta años) sacudió la ciudad de Dundee.

"En todas partes donde llegaba la noticia de su muerte -escribió Bonar- el semblante de los creyentes se ensombrecía de tristeza. Quizá no haya habido otra muerte que impresionara tanto a los santos de Dios en Escocia domo la de este gran siervo de Dios que consagró toda su vida a la predicación del evangelio eterno. Con frecuencia solía decir: "Vivid de modo que un día se os eche de menos", y ninguno que hubiera visto las lágrimas que se vertieron con ocasión de su

7 Mensajes Bíblicos, p. 12-13.

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muerte habría dudado en afirmar que su vida había sido lo que él había recomendado a otros. No tenía más que veintinueve años cuando el Señor se lo llevó.

En el día del entierro cesaron todas las actividades en Dundee. Desde el domicilio fúnebre hasta el cementerio, todas las calles y ventanas estaban abarrotadas por un gran gentío. Muchas almas sedieron cuenta aquel día de que un príncipe de Israel había caído, mientras que muchos corazones indiferentes experimentaron una terrible angustia al contemplar el solemne espectáculo”8.

Comentando sobre la temprana muerte de su hijo, el padre de McCheyne dijo, “Fue para evitar que el pueblo lo hiciera un ídolo”.

"La tumba de Roberto McCheyne todavía puede verse en el rincón nordeste del cementerio que rodea la iglesia de San Pedro. Él se fue a las montañas de mirra y a las colinas de incienso, hasta que apunte el día y huyan las sombras ".9

Conclusión

Concluimos con la traducción de un himno que escribió.

Cuando Haya Acabado este Mundo Transitorio

Cuando haya acabado este mundo transitorioCuando se haya hundido ese radiante sol.Cuando esté de pie con Cristo, en la gloria,Contemplando toda la historia de esta vida

Entonces, Señor, entenderé completamente,Pero no hasta ese momento, ¡cuanto te debo!

Cuando esté delante de Su tronoVestido con una belleza que no he ganadoCuando Te vea tal como Tú eres,Cuando te ame con un corazón que no peca.

Entonces, Señor, entenderé completamente,Pero no hasta ese momento, ¡cuanto te debo!

Escogido, no por algún bien en mi,Despertado (espiritualmente) para huir de la iraEscondido en la vida del SalvadorSantificado por la obra del Espíritu

Entonces, Señor, entenderé completamente,Pero solo entonces, ¡cuanto te debo!

Vínculos

8 Mensajes Bíblicos, p. 12.9 Mensajes Bíblicos, p. 12-13.

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Para mayores detalles de la vida de McCheyne, puede consultar los siguientes materiales disponibles en Internet:

‘Roberto Murray McCheyne’ (http://www.salvacioneterna.com/rm_mccheyne.htm) Este sitio también contiene acceso a los sermones de McCheyne.

‘Mis Predicadores Escoceses’ (http://www.elcristianismoprimitivo.com/comoorabancap7.htm)

‘La Vida de Robert Murray McCheyne’ Este es el resumen de la vida de McCheyne, que aparece como introducción a la colección de sus sermones, en el libro Mensajes Bíblicos. (http://laespada.es.tl/La-Espada-5.htm)

APÉNDICE

A continuación presentamos un resumen de un sermón de McCheyne, extraído del libro, Mensajes Bíblicos, R. M. McCheyne, publicado por El Estandarte de la Verdad. El título es: “Cristo y el Creyente”

“Cristo y el Creyente”

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TEXTO: “Como el lirio entre las espinas, así es mi amiga entre las doncellas. Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los mancebos: bajo la sombra del deseado me senté con gran deleite, y su fruto fue dulce a mi paladar” (Cantar de

Cantares 2:2-3).

Si una persona no convertida fuese llevada al cielo, donde está Cristo sentado en gloria, y oyese las palabras de amor que Cristo, lleno de admiración, dirige al creyente, he podría entenderlas; no podría comprender cómo Cristo puede descubrir belleza alguna en la despreciable gente religiosa a quien él, en el fondo de su corazón, menosprecia. Y si un inconverso pudiese oír a un cristiano en sus devociones cuando realmente ha transpuesto el velo y se enterase de sus palabras de admiración y amor hacia Cristo, tampoco podría en modo alguno comprenderlas; no le sería posible entender cómo el creyente puede tener tan encendido amor hacia un ser que no ha visto, en quien él mismo no ve atractivo ni hermosura. Tan cierto es – las Sagradas Escrituras lo declaran – que el hombre natural no conoce las cosas del Espíritu de Dios, ni las puede entender, porque le son locura.

Quizá algunos de los que me oyen sienten un profundo desprecio hacia el pueblo piadoso – ¡están tan cargados de manías, tienen escrúpulos de conciencia por tales nimiedades, parecen siempre tan graves y poco amigos de la diversión! – que no pueden soportar su compañía. Bien, veamos, pues aquí lo que Cristo piensa acerca de ellos: "Como el lirio entre las espinas, así es mi amor entre las doncellas". ¡Cuán diferentes sois vosotros de Cristo! Hay aquí quizá alguno de los que me oyen que no tiene ningún deseo por Cristo, que nunca piensan en Él con placer. Muchos de vosotros no veis en Él atractivo ni hermosura, ni belleza alguna que os le haga desear, ni amáis la melodía de su nombre, ni podéis orar a Él continuamente. Veamos ahora lo que el creyente piensa de Cristo: "Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los mancebos; bajo la sombra del deseado me senté y su fruto fue dulce a mi paladar". ¡Oh, que al pensar vosotros en lo diferentes que sois de Cristo y del creyente, despertarais a la triste realidad de que todavía os encontráis en la condición perdida del hombre natural, del hombre no nacido de nuevo y, por consiguiente, estáis bajo la ira de Dios!

Doctrina. El creyente es inefablemente precioso a los ojos de Cristo y Cristo inefablemente precioso a los ojos del creyente.

I. CONOCED LO QUE CRISTO PIENSA DEL CREYENTE ("Como el lirio entre las espinas, así es mi amiga entre las doncellas.")

Cristo no ve nada tan suave y hermoso en todo este mundo, como el creyente. El resto del mundo es como espinas, pero el creyente es como un bello lirio en sus ojos. Si mientras andamos por un desierto vemos que todo lo que crece son cardos y espinas, pero nuestros ojos tropiezan con alguna fina flor, pequeña y blanca, pura y fragante, que crece en medio de las espinas, nos parece peculiarmente bella. Si fuese en medio de un jardín entre muchas otras flores, entonces su valor no resaltaría de forma tan notable. Pero cuando se halla rodeada por todos los lados de espinas, entonces llama nuestra atención. Tal es el creyente a los ojos de Cristo: "Como el lirio entre las espinas, así es mi amiga entre las doncellas".

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1. Ved lo que Cristo piensa del mundo no convertido a Dios. Es como un campo lleno de cardos y espinas.

Primeramente, a causa de su esterilidad, su falta de fruto. "¿Se cogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?" Así Cristo no halla fruto del mundo no convertido. Todo él le es como un desierto espinoso.

En segundo lugar, porque cuando la palabra de Dios les es anunciada, es como cuando se siembra entre espinas. "Haced barbecho para vosotros y no sembréis sobre espinas" (Jeremías, 4:3). Cuando el sembrador ha sembrado, parte de su simiente ha caído entre espinas y las espinas la ahogan cuando empiezan a brotar. Tal es el resultado de la predicación en los inconversos.

En tercer lugar, porque su fin será como el fin de las espinas. Son secas y solamente sirven para ser quemadas. "Como las espinas, se cortarán, y serán arrojadas al fuego". "Porque la tierra que embebe el agua que muchas veces vino sobre ella y produce solamente espinas y abrojos, es reprobada y cercana de maldición, cuyo fin será el ser abrasada'.

Mis amigos, si vosotros estáis sin Cristo, ved lo que sois ante los ojos de Cristo; espinas. Pensáis que tenéis cualidades admirables, que sois miembros valiosos de la sociedad en que vivís, y tenéis la esperanza de que en la eternidad todo os irá bien. Ved lo que dice Cristo: "Vosotros sois espinas y cardos, inútiles en este mundo y aprovechables tan sólo para ser quemados".

2. Ved lo que Cristo piensa del creyente. "Como el lirio entre las espinas, así es mi amada entre las doncellas". El creyente es como una fina flor a los ojos de Cristo.

Primeramente, porque está justificado ante los ojos de Cristo, purificado con su sangre y limpio como puro y blanco lirio. Cristo no puede descubrir mancha alguna en su propia justicia y, por ello, no ve mancha alguna en el creyente. "Tú eres hermosa, amiga mía; como el lirio entre las espinas, así es mi amada".

En segundo lugar, porque el creyente ha experimentado un cambio de naturaleza, es – en términos bíblicos – una nueva criatura, ha nacido de nuevo. En un tiempo fue como un estéril y espinoso cardo, cuyo único fin era el ser quemado. Sin embargo, ahora Cristo ha puesto un nuevo espíritu en él; la semilla ha sido puesta en él y crece como lirio. Cristo ama la nueva criatura. "Toda mi delicia está en ellos". "Como el lirio entre las espinas, así es mi amada entre las doncellas". ¿Eres cristiano? Entonces nunca olvides que aunque el mundo te desprecie, aunque te insulte y se burle, recuerda: Cristo te ama; Él te llama "mi amiga". Habita en Él y habitarás en su amor. "Si permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”.

En tercer lugar, a causa de los pocos que sois en el mundo. Observad que hay un solo lirio y muchas e4pinas. Hay un gran desierto lleno de espinas y sólo una solitaria flor. Así hay un mundo puesto en maldad y un pequeño rebaño que cree en Jesús. Algunos creyentes están apesadumbrados por el hecho de sentirse solos, e incluso llegan a dudar de si en verdad caminan por los senderos de la justicia. No os desaniméis. Es precisamente una nota característica del pueblo de Cristo el sentirse solos en el mundo, pero en realidad no estáis solos.

Ésta es precisamente una de las muchas bellezas que Cristo encuentra en su pueblo. Que se halla solo en medio de un mundo de espinas. "Como el lirio entre las espinas”.

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No te desanimes, no desfallezcas. Este mundo es un mundo de solitarios. Cuando seas trasplantado allí al jardín de Dios, nunca más estarás solo y además serán eliminadas todas las espinas. Como las flores en un bello jardín despiden todas sus miles de perfumes para enriquecer con su olor el ambiente, así en el paraíso celestial tú te unirás a los miles de redimidos exhalando con ellos la fragancia de tu alabanza.

II. CONOCED LO QUE EL CREYENTE PIENSA DE CRISTO ("Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los mancebos, bajo la sombra del deseado me senté y su fruto fue dulce a mi paladar".)

1. Cristo es para el creyente más precioso que todos los demás salvadores, ya que, aunque no los hay, muchos los consideran como a tales. Como un viajero prefiere un manzano a todo otro árbol silvestre porque halla en él refugio y alimento nutritivo, así el creyente prefiere a Cristo a todo otro Salvador. Cuando un hombre viaja a través de países meridionales a menudo se cobija bajo un árbol para guarecerse de los ardientes rayos del sol, y ¡qué refrigerio halla cuando llega a un bosque! Cuando los israelitas anduvieron peregrinando a través del desierto, vinieron a Elim, en donde había doce pozos de agua y setenta palmeras y acamparon allí porque había agua. Se gozaron bajo la sombra del refrescante palmeral. Así Ezequiel promete que el pueblo de Dios "habitará en el desierto en seguridad y dormirá en los bosques".

Pero si el viajero siente hambre y necesita alimento, entonces no puede quedar contento con ningún árbol del bosque, sino que prefiere un árbol fruta, bajo el cual pueda sentarse y hallar tanto alimento, como sombra y cobijo. Si ve un manzano, por ejemplo, él lo preferirá a cualquier otro árbol del bosque, pues de él y bajo de él comerá su delicioso fruto y hallará sombra. Así sucede con el alma despertada por Dios. Ve cómo se cierne amenazadora sobre su cabeza la ira de Dios, descubre que reside en un mundo maldito, es llevada al desierto y está a punto de perecer; entonces acude a un bosque, y muchos árboles le ofrecen su sombra: ¿dónde se sentará? ¿bajo algún abeto? Pero ¡ay! ¿Qué fruto le ofrece el árbol? Morirá allí. ¿Se cobijará bajo el cedro de poderosas ramas? ¡Ay! que también allí perecerá, por cuanto también carece de fruto. El alma que ha aprendido de Dios, anhela y busca una salvación completa en un completo Salvador. El manzano, siguiendo la figura, es entonces revelado al alma. El alma hambrienta siempre escoge esto. Necesita ser salvada del infierno y nutrida para el cielo. "Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los mancebos".

Almas despertadas, recordad que no debéis sentaros bajo todo árbol que se os ofrece. "Mirad que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán”. Hay muchas maneras de decir "Paz, paz" no habiendo paz. Seréis tentados a buscar la paz en el mundo, en el mérito del propio arrepentimiento o en las penitencias, en una reforma fruto de vuestra carne. Recordad que debéis elegir el árbol que os ofrezca sombra y alimento. "Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los mancebos". Rogad a Dios que os enseñe a escoger vuestra fe, invocad a Dios os conceda un ojo que pueda discernir cuál es el manzano. ¡Oh, no hay descanso para el alma sino sólo bajo el árbol que Dios ha plantado! El deseo y la oración de mi corazón en favor vuestro, es que todos podáis hallar descanso bajo tal árbol.  

2. ¿Por qué tiene el creyente tan alta estima de Cristo?

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Primeramente, porque el creyente ha gustado a Cristo. "Bajo la sombra del deseado me senté y su fruto fue dulce a mi paladar". Todos los verdaderos creyentes se han sentado bajo la sombra de Cristo. Muchas personas se creen que porque tienen un conocimiento intelectual de Cristo, ya son salvas. Leen de Cristo en la Biblia, oyen de Cristo en el templo de Dios, y piensan que son cristianas. ¡Cuidado, mis Amigos! ¿De qué os aprovechará lograr un conocimiento de la existencia del manzano? ¿Os hago, acaso, sólo su descripción refiriéndoos su belleza y quizá hablándoos fría y. amargamente de su delicado fruto? ¿No os insto a comer de él y no lo hago como uno que ha probado espiritualmente su dulce sabor? Si yo fuese enviado a vosotros para enseñaros sólo un cuadro del árbol, o mi misión consistiese en solo mostrarnos dónde se halla el árbol para que lo miraseis solamente de lejos, ¿no os quejaríais de que no os serviría de ningún provecho? No disfrutaríais ni de su buena sombra, ni de su delicioso fruto. Pero os anuncio un árbol, un manzano que está a vuestro alcance, y a vuestra disposición.

Del mismo modo queridos hermanos, ¿qué bien podréis obtener de Cristo si solamente oís de Él en los libros o sermones, o é1 solamente le veis en dibujos y vuestra visión de Él es la visión que sólo se puede lograr con el ojo corporal? ¿De qué os aprovechará todo ello si no os sentáis bajo su sombra? ¡Oh, amigos míos, debe haber un sentarse personal bajo la sombra de Cristo, si queréis ser salvos! Cristo es la zarza ardiente, que, aunque quemada, no ha sido consumida. Es, amigos, un lugar seguro para descansar toda alma que estaba reservada para el infierno.

Hay muchos que, al oírme, podrían decirme: "Yo me senté bajo su sombra” aun cuando ahora parecen haberlo olvidado. ¿No es cierto que, vueltos de Cristo, han ido tras los amantes? Y ¿no ha sembrado Dios vuestros caminos de espinas para haceros volver? "Vuélvete, vuélvete, oh, sunamita". No hay otro refugio para tu alma. Ven y siéntate otra vez bajo la sombra del Salvador.

En segundo lugar, porque su fruto fue dulce a su paladar. "Bajo la sombra del deseado me senté y su fruto fue dulce a mi paladar".

La mayoría de las personas piensan que no hay gozo en la religión, que es algo triste o trágico. Cuando se convierte un joven, muchos dicen de él: ¡Ay de él! ya puede despedirse de los placeres, de las alegrías de la juventud, y decir adiós al corazón alegre. Habrá de cambiar estos placeres por la lectura de la Biblia y por los áridos sermones, así como también por una vida de gravedad y piadosos actos de rectitud extrema". Esto es lo que el mundo dice.

¿Qué dice, no obstante, la Biblia? "Su fruto fue dulce a mi paladar". ¡Ah, sea Dios verdadero y todo hombre mentiroso, aunque nadie pueda creer esto, excepto sólo quienes ya lo han probado! No os engañéis, vosotros, jóvenes; el mundo tiene muchas delicias sensuales y pecani1nosas. las delicias de las comidas y bebidas – digamos banquetes y banqueteos – , las delicias de ir a la moda hasta el extremo de vivir esclavos de ella, las delicias de las fiestas y del baile. Nadie que sea sabio – ni yo mismo – negará que estas cosas son cosas deliciosas al corazón natural, pero ¡oh! perecerán y terminarán con el castigo eterno. Sentarse bajo la sombra de Cristo, apesadumbrado y quebrantado por el temor de la ira de Dios, entristecido por el cansancio de una estéril búsqueda de la salvación que ofrecen quienes no son salvadores y encontrar al fin descanso verdadero bajo la sombra de Cristo, ¡ah, esto id que es una gran delicia! ¡Señor, que siempre permanezca cobijado bajo esta sombra!

Hay personas que abrigan sus temores con respecto al gozo cristiano. Ellas mismas no lo tienen y les desagrada verlo en otros. Su religión es algo así como las estrellas, muy altas y muy claras, pero también muy frías. Cuando en otros ven lágrimas de ansiedad o lágrimas de gozo, protestan diciendo: ¡entusiasmo, entusiasmo! Bien, entonces apelemos "a la ley y al testimonio". "Su fruto

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fue dulce, agradable a mi paladar” o como traducen otros textos: "bajo su sombra me senté con gran delicia". ¿Es entusiasmo esto?

¡Que el Señor pueda henchirnos con el gozo y la paz inefables de la le! Si ellos, el gozo y la paz, realmente tienen como fundamento la palabra de Dios y están amparados bajo la sombra de Cristo, nada habrá que impida vuestro gozo, no habrá ataduras para vuestra alegría. ¡Oh, si Dios abriese solamente vuestros ojos y os diese una fe sencilla, infantil, para mirar a Cristo, para sentaros bajo su sombra, entonarías entonces himnos de gozo que brotarían de vuestras entrañas. "Gozaos en el Señor siempre; otra vez os digo que os gocéis".

En tercero y último lugar, porque el fruto de Cristo es dulce al paladar. Todos los verdaderos creyentes no sólo se sientan bajo la sombra de Cristo, sino que además participan de su delicioso fruto. Del mismo modo que cuando vosotros os sentáis debajo de un manzano, el fruto pende sobre vosotros y en derredor vuestro a vuestro alcance y os invita a alargar la mano para llevároslo a la boca, así también cuando venís a someteros a la justicia de Dios y os halláis, inclinada vuestra cabeza, sentados bajo la sombra de Cristo, todas las demás cosas os son añadidas. Las misericordias de que nos rodea Dios, las que podríamos llamar temporales, son dulces al paladar. Solamente en aquellos de vosotros que sois verdaderamente cristianos y que os sentáis bajo la sombra de las bendiciones temporales de Cristo y de las misericordias del pacto, se cumplirá aquella promesa bíblica que dice: "Se le dará su pan y sus aguas serán ciertas". Éstas son dulces manzanas del árbol de Cristo. ¡Oh, cristianos! decidme, ¿no os es el pan más dulce cuando lo coméis así, con tal confianza? ¿No es el agua más deliciosa que el vino, y las legumbres de Daniel mejor que las golosinas de la mesa del rey?

Las aflicciones son dulces al paladar. Toda buena manzana tiene algo de amargor. Así sucede con las manzanas del árbol de Cristo. Él nos rodea de aflicciones, tanto como de misericordias y bienes; así hace que a veces nuestros dientes tengan dentera con el amargor. Sin embargo, aun esto constituye una bendición, aunque oculta, y forma parte de los dones que nos han sido legados con su bendito pacto. ¡Oh! la aflicción es una tragedia cuando no se está bajo la sombra de Cristo. Pero ¿sois cristianos? Mirad, pues, a vuestras penas como manzanas del bendito árbol. Si supieseis cuán saludables os han de resultar, en modo alguno desearíais que os faltasen. "El dolor que es según Dios, obra arrepentimiento saludable, de que no hay que arrepentirse; mas el dolor del siglo obra muerte" (II Cor. 7:10). Algunos de vosotros sabéis que no digo ninguna contradicción al afirmar: "Estas manzanas, aunque amargas, son dulces a mi paladar".

Los dones del Espíritu son dulces al paladar. ¡Ah! he aquí el mejor fruto que produce el árbol, he aquí las más finas y sabrosas manzanas colocadas en las ramas más altas del árbol. Los creyentes saben cuán a menudo su alma desfallece. He aquí ahora alimento para vuestra alma decaída. Todo lo que necesitáis está en Cristo. "Bástate mi gracia". Querido hermano, siéntate mucho bajo aquel árbol, confórtate mucho con su alimento. "Sustentadme con frascos, corroboradme con manzanas, porque estoy enferma de amor".

Las promesas de la gloria son dulces al paladar. Algunas de las manzanas tienen – diríamos – sabor "a cielo". Comed de ellas, amados creyentes. Algunas dé las manzanas de Cristo os harán disfrutar tanto como se deleitaron los israelitas al comer de la fruta de Canaán, al comer los deliciosos racimos de Escol. “¡Señor, dame siempre de estas manzanas, porque son dulces a mi paladar!"

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