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EDITORIAL LUMPEN es el resultado de las relaciones socia- les establecidas dentro de un contexto marcado por la producción y el conocimiento. Este boletín pretende volver sobre el ser humano como me- canismo de alienación. Buscamos que cada individuo se autonimice de las palabras que aparecerán en este espacio, pero a su vez, estas volverán sobre cada uno de ellos, para in- fundirles otros conceptos. Lo que pretendemos con esta nueva forma de producción es la consolidación de una dinámica de intercambio expresiva. Queremos que nazca a su vez, una nueva imagen que capture y fusione sujetos, mientras los va vinculando como elementos fundamentales dentro de esta estructura de divulgación y expresión. Teniendo en cuenta que aquella estructura siempre ha estado presente en cada uno de nosotros, algunas veces aprisionando nuestro pensar, otras veces justifi- cando nuestras acciones, aparece este espacio que se debate entre lo académico y aquello que lo contrapone. Apostamos así, por un lugar donde se pongan en manifiesto todos los condicionamientos de esa estructura, y podamos al fin liberar un poco de las tensiones ejercidas por ideas, representaciones, imágenes socia- les, entre otros conflictos procedentes de la dinámica. Dentro de este proceso de cambio, se busca motivar la toma de conciencia y con esto, la reformulación de los canales actuales de expresión y divulgación. Pero hay que tener en cuenta que la ¨ toma de conciencia ¨ implica deformaciones que se manifestaran a lo largo del proceder humano, consolidando así otro mundo no carente de contradicciones. Sin embargo, son estas conciencias deformadas las que van a crear la realidad por la que queremos transitar. Concluyendo, manifestamos que el ideal de LUMPEN es que las realidades no se queden solo en la subjetividad de cada uno de sus productores, sino que se den a conocer exponiendo la multiplicidad de formas de ver y reproducir el mundo. Invitamos a la población lectora de estas líneas, a que se unan a la causa. Que divulguen sus ideas por este medio, y así construyamos juntos un nuevo espacio de producción y conocimiento. ALEN FELIPE CASTAÑO R. ESTUDIANTE DE ANTROPOLOGÍA. QUINTO SEMESTRE TRABAJO DE CAMPO: EXTRAÑAMIENTO, TIEMPO Y DESPLAZAMIENTO El cómo configuramos nuestro campo y nos acer- camos a él desde diversas metodologías, vale la pena pensarlo a lo largo de la trayectoria antrop- ológica, como escenario que ha tenido distintas configuraciones. Desde finales del siglo XIX, en una muy rápida aproximación contamos con las miradas evolucionistas, estructuralistas, funcio- nalistas y particularistas, pasando hasta nuestros días con los relatos sobre la escritura y la interpre- tación. Cada una de ellos le ha otorgado un valor y un significado distinto a lo que se entiende por ese “lugar” al cual nos enfrentamos cada vez que deseamos problematizar las diferentes dinámicas y relaciones que se gestan allí. Cada antropólogo afronta ese lugar llamado – campo de investigación- entendiéndolo como un espacio natural y social. Construye este es- cenario con determinadas metodologías y con diferentes estrategias. Generalmente todo emp- ieza desde el planteamiento de una pregunta, un interrogante, cuestiones delimitadas, problemas concretos con las cuales queremos confrontarnos en un sitio determinado. El campo como lugar de construcción necesita diferentes instrumentos no solo para la recolección de información o de da- tos observados. También necesita de estrategias para hacerle frente, vivirlo, describirlo, analizarlo, investigarlo y sobre todo entenderlo. Las diferentes herramientas con las que afronta- mos este lugar y la manera como nos incorpora en él van un poco mas allá de la objetividad al servicio de la ciencia. Hacer campo implica una inevitable relación entre aquello que responde nuestra pregunta, pero también lo que no. O si no ¿cómo descartar vivencias y experiencias que se salen de nuestra pregunta antropológica? Sino ¿qué hacer entonces con la improvisación, las preguntas que pasan por nuestra subjetividad?, Al lado de la etnografía, la observación partici- pante, las entrevistas, los narradores culturales, podríamos darle un lugar a los sueños, las opinio- nes, las experiencias más cotidianas que se salen de nuestro cronograma de actividades. Miles de prácticas han ido emergiendo, unas con una carga mayor de legitimidad y otras que dan la pelea por ganar esa aceptación y el reconocimiento que valide el trabajo ante la academia. Las innovaciones y los nuevos discursos juzgan cómo cada antropólogo deben esco- ger el campo de trabajo, al igual de lo qué se entiende por él. Este es uno de los temas que mas nos atrae como estudiantes. Un libro, una película, la coexistencia per- manente o discontinua, el salir muy lejos o la vuelta de nuestro barrio, ciudades, pueblos, indígenas, negros, pobres, ricos, minorías, mujeres, son entre muchos otros lugares que disputan validez en eso que nosotros defin- imos como trabajo de campo. El desplazamiento, el salir a fuera, física o mentalmente, la distinción espacial, pre- suponen un mundo de significados diferentes. Cues- tionarse las clásicas prácticas en campo y tratar de inte- grar nuevas, presupone que este sitio continúe siendo parte fundamental o central de nuestra disciplina. DIANA MARCELA ORTEGA ANTROPOLOGÍA SEXTO SEMESTRE “El director reflexivo en campo” Buenaventura 2.009

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EDITORIAL

LUMPEN es el resultado de las relaciones socia-les establecidas dentro de un contexto marcado por la producción y el conocimiento. Este boletín pretende volver sobre el ser humano como me-canismo de alienación.

Buscamos que cada individuo se autonimice de las palabras que aparecerán en este espacio, pero a su vez, estas volverán sobre cada uno de ellos, para in-fundirles otros conceptos.

Lo que pretendemos con esta nueva forma de producción es la consolidación de una dinámica de intercambio expresiva. Queremos que nazca a su vez, una nueva imagen que capture y fusione sujetos, mientras los va vinculando como elementos fundamentales dentro de esta estructura de divulgación y expresión.

Teniendo en cuenta que aquella estructura siempre ha estado presente en cada uno de nosotros, algunas veces aprisionando nuestro pensar, otras veces justifi-cando nuestras acciones, aparece este espacio que se debate entre lo académico y aquello que lo contrapone. Apostamos así, por un lugar donde se pongan en manifiesto todos los condicionamientos de esa estructura, y podamos al fin liberar un poco de las tensiones ejercidas por ideas, representaciones, imágenes socia-les, entre otros conflictos procedentes de la dinámica.

Dentro de este proceso de cambio, se busca motivar la toma de conciencia y con esto, la reformulación de los canales actuales de expresión y divulgación. Pero hay que tener en cuenta que la ¨ toma de conciencia ¨ implica deformaciones que se manifestaran a lo largo del proceder humano, consolidando así otro mundo no carente de contradicciones. Sin embargo, son estas conciencias deformadas las que van a crear la realidad por la que queremos transitar. Concluyendo, manifestamos que el ideal de LUMPEN es que las realidades no se queden solo en la subjetividad de cada uno de sus productores, sino que se den a conocer exponiendo la multiplicidad de formas de ver y reproducir el mundo.Invitamos a la población lectora de estas líneas, a que se unan a la causa. Que divulguen sus ideas por este medio, y así construyamos juntos un nuevo espacio de producción y conocimiento.

ALEN FELIPE CASTAÑO R.ESTUDIANTE DE ANTROPOLOGÍA.QUINTO SEMESTRE

TRABAJO DE CAMPO: EXTRAÑAMIENTO, TIEMPO Y DESPLAZAMIENTO

El cómo configuramos nuestro campo y nos acer-camos a él desde diversas metodologías, vale la pena pensarlo a lo largo de la trayectoria antrop-ológica, como escenario que ha tenido distintas configuraciones. Desde finales del siglo XIX, en una muy rápida aproximación contamos con las miradas evolucionistas, estructuralistas, funcio-nalistas y particularistas, pasando hasta nuestros días con los relatos sobre la escritura y la interpre-tación. Cada una de ellos le ha otorgado un valor y un significado distinto a lo que se entiende por ese “lugar” al cual nos enfrentamos cada vez que deseamos problematizar las diferentes dinámicas y relaciones que se gestan allí.

Cada antropólogo afronta ese lugar llamado –campo de investigación- entendiéndolo como un espacio natural y social. Construye este es-cenario con determinadas metodologías y con diferentes estrategias. Generalmente todo emp-ieza desde el planteamiento de una pregunta, un interrogante, cuestiones delimitadas, problemas concretos con las cuales queremos confrontarnos en un sitio determinado. El campo como lugar de construcción necesita diferentes instrumentos no solo para la recolección de información o de da-tos observados. También necesita de estrategias para hacerle frente, vivirlo, describirlo, analizarlo, investigarlo y sobre todo entenderlo.

Las diferentes herramientas con las que afronta-mos este lugar y la manera como nos incorpora en él van un poco mas allá de la objetividad al servicio de la ciencia. Hacer campo implica una inevitable relación entre aquello que responde nuestra pregunta, pero también lo que no. O si no ¿cómo descartar vivencias y experiencias que se salen de nuestra pregunta antropológica? Sino ¿qué hacer entonces con la improvisación, las preguntas que pasan por nuestra subjetividad?, Al lado de la etnografía, la observación partici-pante, las entrevistas, los narradores culturales, podríamos darle un lugar a los sueños, las opinio-nes, las experiencias más cotidianas que se salen de nuestro cronograma de actividades.

Miles de prácticas han ido emergiendo, unas con una carga mayor de legitimidad y otras que dan la pelea por ganar esa aceptación y el reconocimiento que valide el trabajo ante la academia. Las innovaciones y los nuevos discursos juzgan cómo cada antropólogo deben esco-ger el campo de trabajo, al igual de lo qué se entiende por él. Este es uno de los temas que mas nos atrae como estudiantes. Un libro, una película, la coexistencia per-manente o discontinua, el salir muy lejos o la vuelta de nuestro barrio, ciudades, pueblos, indígenas, negros, pobres, ricos, minorías, mujeres, son entre muchos otros lugares que disputan validez en eso que nosotros defin-imos como trabajo de campo. El desplazamiento, el salir a fuera, física o mentalmente, la distinción espacial, pre-suponen un mundo de significados diferentes. Cues-tionarse las clásicas prácticas en campo y tratar de inte-grar nuevas, presupone que este sitio continúe siendo parte fundamental o central de nuestra disciplina.

DIANA MARCELA ORTEGAANTROPOLOGÍA

SEXTO SEMESTRE

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Coordinación Editorial: Laura Silva Ch. Alen Felipe Castaño(Estudiantes de Antropología)

Colaboraron con este número: Karime Rios Piedrahita, Diana Marcela OrtegaAlejandro Arango. (Estudiantes de Antropología)

Diseño Portada:Carlos Arturo Duarte (Profesor Departamento de Estudios sociales)Agradecimientos:Inge Helena Valencia (Profesora Departamento de Estudios Sociales)Enrique Jaramillo B. (Director del Programa de Antropología)

Máximas Epistemológicas“¿De qué sirve ser una rata en la etnografía si se le tiene miedo a hablar?... Es absurdo!. Carlos Arturo Duarte.

“¡ ESTO NO ES UN PASEO, ESTO ES UNA SALIDA DE CAMPO!”Inge Helena Valencia

“No, no, no... Usted no piensa. El que piensa es el autor” Rafael Silva Vega

“Esperenme un momento voy por un tintico a ver si no me duermo”

Esta primera edición la conforman experiencias etnográ-ficas procedentes del programa de Antropología vincula-dos al Laboratorio Etnográfico. Invitamos a estudiantes de otros programas a unirse a este nuevo modo de ex-presión LUMPEN, enviandonos trabajos, cuentos, expe-riencias, perspectivas, gráficos, quejas y reclamos, entre todo lo demás que puedan imaginar. Hagamos de la

expresión una revolución. Unete.

Envia tus propuestas a : [email protected]

Imágenes:Archivo Laboratorio Etnográfico. Lentes de losestudiantes del programa.

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DES-CUBRIENDO LA CIUDAD BLANCA

Recuerdo el movimiento de las montañas y el paso de casas vetustas y lejanas, como si estuviésemos yen-do a algún lugar lejano. Nunca será posible remover la sensación de lejanía, la condición de diáspora, que implica el viaje. Y quien no conociera el camino pero pudiera observar el recorrido, tal vez no adivinara el destino, como si fuera remoto y desconocido. La distancia definida magnitud física es sólo una de sus di-mensiones, el desplazamiento rebasa el movimiento de cuerpos de un lugar a otro, así sea para hablar de un viaje a Popayán. Cuando el frío por fin me despertó estábamos llegando, el bus frenó en un hotel en el centro de la ciudad. Un centro blanco, uniforme, de otro siglo; al menos así parecía a simple vista. Empe-zamos a hacer recorridos por ese idílico centro histórico, con cada elemento en su lugar, tan perfecto. Después, fueron apareciendo lugares no tan blancos, sino un poco más coloridos y menos uniformes.

La primera visita que realizamos todos en grupo fue al CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca). Se llevó a cabo un conversatorio con Feliciano Valencia sobre las tensiones de ese centro colonial, la idea de nación y el proceso organizativo y político del CRIC. Recorriendo lugares-otros y escuchando otras retóricas, se desdibu-jaba esa imaginada hegemonía del blanco. En horas de la tarde, nos dividimos en grupos, algunos fueron a visi-tar el Archivo de Popayán, donde se revisó información etnohistórica y cultural de la región en algunas fuentes documentales. Los demás, fuimos a hacer un recorrido etnográfico por la ciudad, para luego encontrarnos en el Paraninfo Caldas. Allí, realizamos un ejercicio de análisis simbólico sobre la pintura Apoteosis de Popayán.

El segundo día de campo incluyó varias actividades junto con estudiantes y profesores de la Universidad del Cauca. Temprano en la mañana, visitamos el laboratorio de arqueología. Después de unos momentos de espera, nos recibió Cristóbal Gnecco, quien expuso las tensiones y discusiones en torno al quehacer de la arqueología y la antropología. Nos presentaron, además, algunos materiales arqueológicos y proyectos de la universidad. Después, hicimos un recorrido junto a Diógenes Patiño a las excavaciones hechas en la Casa de la Moneda. Al finalizar esta tarde, regresamos a la Universidad del Cauca, donde fuimos recibidos por Tulio Rojas y algunos estudiantes de antropología y se llevó a cabo un intercambio de ideas y experiencias. Hacia la noche, nos dividimos de nuevo en dos grupos. Uno de ellos se dirigió a la gallera Yanbitara, poniendo en práctica lo que Clifford Geertz trata en el aparte “Juego Profundo” de su libro La Interpretación de las culturas. Los demás, recorrimos el centro de la ciudad, esta vez de noche, tratando de ubicar espacios de socialización; así, llegamos a una vieja taberna del centro y nos encontramos con un roda de capoeira junto a la Iglesia de San Francisco.

Nuestro tercer día de campo estuvo dividido en dos momentos. El primero, de preparación y producción de materiales etnográficos para ser compartidos eventualmente en el auditorio de la Universiad del Cauca; y en un recorrido fuera del centro de la ciudad, para re-conocer las periferias de Popayán. En ese recorrido, nos dimos cuenta de las alteridades y discursos diferentes presentes en la ciudad, a pesar de lo imponente y uniforme que se presenta el centro blanco y colonial de la ciudad. Nos encontramos con territorios construi-dos por habitantes desplazados de sus tierras o que tuvieron que abandonar las cercanías del centro de la ciudad. Personas que recorren día a día el centro blanco, pero también los otros lugares que colindan con él. Sujetos que tuvieron que apropiarse de nuevos espacios y que lo hicieron a través de diferentes procesos.

Para culminar la salida, llevamos a cabo un recorrido más, esta vez a lo largo de los Cerros Tutelares. A través de esta caminata colectiva, reconocimos algunos de los sectores rurales. Al final, arribamos a El Morro. Observamos el ocaso sobre la ciudad, y la disparidad entre el centro blanco y los demás lugares desde arriba. Con este pequeño encuentro con la ciudad desde otra perspectiva y bajo la luz menguante del sol que se esconde, terminó la salida de campo a Popayán. Ya con nuestras maletas en mano, regresamos a Cali, recordando una ciudad llena de contrastes, de matices, de infinidad de discursos. Llegando hasta los confines y penetrando los límites de ‘La Ciudad Blanca’.

ALEJANDRO ARANGO

ANTROPOLOGÍA

SÉPTIMO SEMESTRE

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DIARIO DE CAMPO: BUENAVENTURA 2009Últimos días del mes de mayo. Una carretera, líneas amarillas… una tras otra, pintadas en el pavimento. La velocidad del bus y el paso del tiempo, entre otros factores ligados a nuestra salida de campo, empezaron a facilitar a cada uno de nosotros vis-lumbrar un fragmento de aquel discurso que algunas personas han llamado “progreso y desarrollo”: hace tan solo unos años, el trayecto que unía a Cali con Buenaventura, se apoderaba de aproximadamente 8 de las 24 horas que conforman nuestro día.

Llegó la hora de abordar el carro que nos llevaría a Llano Bajo, nuestro primer destino en campo, lugar donde nos enfrenta-mos por primera vez a la verdadera realidad de esta región: Los elementos que le daban forma a la situación cambiaron. La carretera ya no se encontraba pavimentada por completo; los rostros y la música que emanaba la vivienda localizada al frente de nuestro lugar de hospedaje, caracterizada por un volu-men que invitaba al cuerpo a bailar, nos introdujeron de una manera instantánea y mágica a lo que es la esencia del pacífico colombiano.

Luego de registrar los momentos que marcaron el inicio de la salida de campo, acompañados de los encuentros en Zabale-tas, San Marcos, Buenaventura y la vereda La Gloria, resultaba interesante establecer relaciones entre el paisaje físico visible, los pensamientos animados por los habitantes de la región y las movilizaciones sociales, algunas mas silenciosas que otras.

“Pensar la región”, es más que visitarla o verla por noticias. Esta expresión tan escuchada, trasciende la capacidad explica-tiva de las palabras y pasa a ser, en gran parte, una visión con-figurada desde los símbolos y los significados, lo tradicional y lo reciente, las identidades, las actividades, lo real y lo imagi-nado, el mito y la razón, expresados en la corporeidad de quien lo experimenta.

Estar “hospedados” en la que quizá era la única casa de Llano Bajo rodeada por una cerca de alambre que delimitaba lo que se conoce como “propiedad privada”, representaba en el momento lo que ocurría en mi cabeza. A pesar de que mi cuerpo com-partía el territorio, en la mente éste se reflejaba mas como una imagen digna de un soñador, que como algo tangible.Muchos rostros exponiendo lo que parecían ser perspectivas sobre los procesos regionales y globales implementados en la cotidianidad de cada hablante, aparentemente soportada por un conjunto de artículos presentes en la constitución política de nuestro país; luego, el discurso sobre la protección de la bio-diversidad y la implementación de algunos planes de desarrollo que sirven de complemento al eje constitu-cional.

No obstante, palabras como “ausencia”, “territorio” y “cultura autónoma”, sonaban de forma insistente en las conversaciones que tuvimos y planteaban, en su conjunto, la idea de que el silencio y

algunas veces la fluidez de la conversación, estaban marcadas por los discursos pre-existentes utilizados como excusas para mostrar interés en la región del Pacífico.

Entonces, no son las visiones producto de la identidad o de lo simbólico lo que está creando los movimientos sociales y sus direcciones en el camino. El PCN (Proceso de Comuni-dades Negras) está siendo permanentemente construido por perspectivas desde el nivel personal, regional pero también internacional. A pesar de que aparentemente se han reunido los intereses de las comunidades, los conflictos y palabras que comparten los grupos que trabajan alrededor del proceso, evidencian que tal vez los caminos que se quiere recorrer no estén del todo pavimentados. Ya sean conflictos generados desde las personas que lideran las ramas del proceso, o los ataques de la guerrilla, el paramilitarismo y su interacción con las fuerzas del Estado, se van conjugando otras fuerzas que llevan a cuestionar la existencia de la autonomía y la au-toridad que les respalda la aclamada constitución de 1991 y con ella la Ley 70 de 1993.

¿Qué hacer cuando parecieran existir tantas palabras que res-paldan procesos sociales como el de las comunidades negras, pero en efecto, estas mismas los hacen impermeables ante otras cuestiones no precisamente ajenas al “ser” humano, cul-tural y político?

A mi modo de ver, son respuestas a este tipo de preguntas las que llevarían a forjar una idea de la magnitud de las dinámi-cas de los procesos sociales que se viven, no solo en la región del Pacífico, sino dentro del contexto nacional.En general, son los discursos, las ideas, las representaciones y la interacción de todos estos factores, junto con la construc-ción de las identidades y la comprensión desde la experien-cia misma de visitar el “territorio”lo que precisamente le da sentido a pensar la región. No sólo los logros, los conflictos o las dinámicas, sino también las contradicciones y divergen-cias que devienen de la diversidad étnica y cultu-ral tanpromulgada en Colombia, pero tan poco interiorizada.

Entre música, baile, chicha y carne se lleva a cabo el carnaval del perdón, donde se conjugan muchas ex-presiones culturales de las comunidades Camëntsá e Inga en el Valle de Sibundoy (Putumayo). Esta cel-ebración que se realiza el lunes antes del miércoles de ceniza, es la manifestación de que estos pueblos están vivos, de que un nuevo año comienza y que los rencores y/o problemas se deben perdonar. En la casa y en la calle, en la iglesia y en el cabildo todo es fiesta; no hay lugar para otra cosa que no sea celebrar.Estudiantes y profesores de Antropología y Soci-ología, asistimos a este evento que se realizó en el mes de Febrero. Esta salida de campo es parte de las actividades que promueve el Laboratorio Etnográfico, fundamentales en nuestro proceso de aprendizaje y por lo mismo la participación es voluntaria; lo que hace que cada uno de nosotros aunque hacemos parte de la misma experiencia se enfoque en diferentes aspec-tos.Quizás lo más interesante de estas salidas es que se realizan durante el semestre, lo que hace que por al-gunos días dejemos a un lado los salones de clases, y de una u otra manera llevemos a la realidad lo que hemos aprendido y de tal forma podamos construir y sacar nuestras propias conclusiones; de igual manera nos enfrentamos con personas, lugares y circunstan-cias desconocidas, pero tal vez lo mejor es que nos

encontramos con nosotros mismos y es ahí donde em-pieza un verdadero conocimiento y aprovechamiento de la salidaPersonalmente, fue la primera vez que tuve un acer-camiento con una comunidad indígena, muchas cosas aprendí y otras tal vez todavía no termino de entender, pero es asi como poco a poco vamos conociendo y com-prendiendo a los demás. La verdad es que el camino es largo y me queda mucho que aprender, pero por ahora tengo la satisfacción de haber aprendido y conocido per-sonas muy especiales que contribuyen al aprendizaje tanto a nivel profesional como personal.De esto y mucho más fuimos testigos. Muchas cosas que mirar, que conocer y que experimentar hicieron parte de esta salida; y es en cada uno de los diarios de campo donde impresiones y sensaciones se mezclan en cortas frases o quizás extensas líneas, se trato de comprender y ver más allá de lo que sucedía. Es por eso que podemos decir que más que ser testigos de un carnaval fuimos testigos de una gran conjugación de ideas, creencias, e intereses.

KARIME RIOS PIEDRAHITAANTROPOLOGÍA

SEGUNDO SEMESTRE

MAS QUE UN CARNAVAL

LAURA SILVA CHICAANTROPOLOGÍA

QUINTO SEMESTRE