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LA LEYENDA DE LA ADUANA DE SANTO DOMINGO

(MÉXICO)

¿Leyenda , Historia… o ambas cosas a la vez?. Sea lo que fuere debemos

relatar lo que se cuenta acerca de la construcción de este edificio, en la que

entró como razón principal el amor de un noble y rico caballero, a distinguida

dama, hermosa y de alto linaje.

A principios del siglo XVIII, vivía en esta Corte de la Nueva España, Don Juan

Gutiérrez Rubín de Celis, rico y noble caballero, coronel del Regimiento “Tres

Villas”, así como Prior del Consulado, nombramiento que había recibido de Virrey,

don Juan de Acuña, Marqués de Casafuerte (1). Esto le hacía ser respetado y

gozar de distinciones en las altas esfera sociales y nobles del Virreinato. Don Juan

vivía en medio de un gran lujo y la suntuosidad más refinada; jamás se le veía en

pie, siempre en su carroza o en su litera forrada de seda. Mediana de estatura,

medio robusto, bonachón, Don Juan Gutiérrez Rubín de Celis era, eso sí, un

hombre elegante y presumido hasta la exageración. No había ventana en la

¡Edificio de la Real Aduana en la Plaza de Santo Domingo (México) construida por amor Don Juan Gutiérrez Rubín de Celis en el año 1731

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Nueva España que no se le abriera disimuladamente al paso de su carruaje de finas maderas labradas e incrustaciones de oro: sus cortinas,

impecablemente bordadas con hilo de plata en sus filos, eran de seda

china, y los caballos siempre blancos, tenían monturas de terciopelo

bordadas de pedrería.

A su vez Don Juan – quien, pese a todo, lo que menos tenía era fama de

Don Juan - vestía de gala de la cabeza a los pies: en el sombrero, plumas de la

India; en su casacón de terciopelo dorado, lucía un bordado de perlas valuado en

35 mil pesos oro de 1730, y adornado, además, de lentejuelas, cordones y

botonaduras del áureo metal. En su pecho brillaba un pesado collar de

esmeraldas.

El atuendo que llevó el Caballero de la Orden de Santiago, titulo obtenido más

por su dinero que por su piedad religiosa, y afirma más de un historiador, que en

1716, durante los festejos de la toma de posesión del virrey Marqués de Valero (2),

llevaba tal cantidad de joyas sobre su traje que solamente los bordados de perlas

del casacón representaban la suma de treinta mil pesos. Por cuyo dato, se podía

calcular el valor de sus cadenas, sortijas, de los alfileres sobre el encaje de la

corbata, los broches en el sombrero, y demás brillantes preseas. A él le dedicó

dos párrafos cuajados de adjetivos en su memorable crónica del fastuoso evento,

el director de la Gaceta de México, el segundo periódico de la Nueva España,

Don Juan Francisco Sahagún de Arévalo, nombrado, por cierto, Primer y general

cronista de la ciudad de México.

Uno de quienes seguirían la huella de éste en la tarea de dar forma al recuerdo,

Don Artemio de Valle-Arizpe, describía así el derroche de vestimenta del

presumido español Gutiérrez Rubín de Celis: “sus telas eran urdidas en los

más preciados telares de Flandes y España, eran brocados de oro muy

lucido. Espolines con flores esparcidas; terciopelos atrencillados o lisos de

tres altos. Sus capas eran de dos felpas o de fino liniste segoviano. En

bretañas ruanes, bramantes, gorgoneas, estopillas y mitanes eran labradas

sus ropas interiores de frescura halagadora.

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No había barco que llegara de Europa sin un traje bordado para Don Juan

Gutiérrez Rubín de Celis, y la Nao de China (3) - que en realidad venía de

Filipinas - no partía de Acapulco sin dejarle una carga de seda al

menos... Y así su casa: los metates preciosos se metían en todas las paredes y

en todos los rincones. Usaba una bellísima vajilla de oro macizo y unas copas

talladas en grueso cristal de roca. Sus sillones eran de terciopelo bordados con

piedras de Damasco. En sus jardines cantaban pájaros exóticos traídos de Africa y

Filipinas... y encerrados en jaulas, naturalmente entre barrotes de plata.

Era, pues, un hombre amante del derroche y la ostentación. No obstante, de

todas sus ropas – encerradas apretadamente en cuatro habitaciones gigantes de

su palacio de la calle Del Factor - hoy Allende - había una que lucía con más

orgullo: Su hábito blanco de caballero de Santiago (4), que mandó

cubrir de finísimas perlas de la cabeza a los pies. La ceremonia en que se

impusieron, en la iglesia de la Profesa, fue la más suntuosa que se

recuerda en muchos años. Y luego, naturalmente, hubo en la casa del

nuevo caballero santiaguino un festejo de tres días: 14 corderos, 70 gallinas, 100

arrobas de pan y 70 pichel de vino.

No obstante, un nombramiento mayor esperaba al ostentoso caballero: el

prior del Consulado, cuya misión era tasar la mercancía que llegaba a la

Nueva España, para fijar las alcabalas - es decir- impuesto de importación, a los

que hoy se llama aranceles -. La noticia se volvió fiesta de ocho días. Y vino de las

más afamadas casas de Francia, Flandes, España e Italia. La más rancia sociedad

aquella que haría suspirar al más apasionado cronista de sociales, estaba en su

casa. condes, marqueses, duques, príncipes...

La obligación más trascendente del ya famoso y flamante prior del Consulado,

era terminar el edificio del Tribunal del Consulado, conocido, también, como Real

Aduana,, que llevaba 20 años en el olvido, y que, paradójicamente, sustituía,

desde entonces, con carácter de sede provisional, una añeja construcción

situada en la calle de la Aduana Vieja, hoy 5 de Febrero, entre la calle de San

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Felipe de Jesús (Regina), y el cuadrante de San Miguel - San Jerónimo, que ya

estaba inservible

La austeridad de entonces, dado lo menguado de las arcas públicas, urgía al

gobierno a desalojar la propiedad cuanto antes. Pero el nuevo edificio no tenía

para cuando terminar de construirse. Primero detuvo la obra la solicitud de un

vecino del predio; el convento de la Encarnación, cuyo superior decía que por la

incipiente obra podrían brincarse ladrones y asaltar el encierro monacal. Luego

fue que un riquísimo personaje quería construir ahí su residencia...

El problema, ahora, era que el nuevo prior del Consulado no le ponía

muchas ganas al asunto de terminar el edificio del Tribunal del

Consulado (Real Aduana). Ha de saber usted que entre los muchos defectos de

don Juan Gutiérrez de Celis estaba el de la pereza. Más allá de su paseo diario,

al atardecer, a la Catedral a rezar a la Virgen de Guadalupe, su ocupación única

era la de leer completita la Gaceta de Sahagún, de Arévalo, revisar los libros del

tribunal.., y reposar. Ni siquiera los negocios le importaban. Su lema era su orgullo:

“no traer al día de hoy las congojas de mañana.”

Pero volviendo a los días de los festejos de la toma de posesión del virrey

Marqués de Casafuerte (1722), entre los almidonados y selectos invitados del

nuevo prior del Consulado, había una dama que lucía entre todas, doña Sara de

García Somera y Acuña (parienta del nuevo Virrey). Sus manos intensamente

blancas, su pelo infinitamente negro, sus ojos verdes o quizá sus labios de

palpitante rojo cautivaron a don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, y le rogó al

mismísimo virrey que se la presentara.

En el nobilísimo y nada joven caballero, se despertó loca y profunda pasión

amorosa por la linda doncella Doña Sara García, la cual dudaba en corresponder

a aquel desenfrenado amor, por el carácter especial del enamorado que no

presagiaba mucha felicidad en el matrimonio para el día de mañana…(59 años)

Pero eran tantas las promesas y tantos los juramentos del apasionado

pretendiente que allá por el año 1731, correspondió Doña Sara a las pretensiones

de Don Juan, pero con una sola condición, algo rara en efecto (que algunos

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historiadores dicen que aconsejada por su pariente, el Virrey), pero indispensable

para conseguir la mano de la dama, y fue ésta:

“que el apasionado caballero concluyera en el plazo improrrogable de seis meses, las obras del edificio de la Aduana, cuya construcción se había empezando años antes y estaba completamente abandonada.”

Algo le extrañó la condición impuesta al caballero, Prior del Consulado,

pero como el amor es poderoso cuando se adueña de las voluntades, sacudió

don Juan su manera de ser abandonada y fría, aceptando el requisito que se le

imponía, y con actividad en él desusada, puso mano a la obra sin escatimar gasto

alguno ni esfuerzo de ninguna clase, para salir airoso de la empresa.

No encontró ningún arquitecto que se comprometiera en ese plazo, a terminar

el edificio y él en persona se convirtió en director de la obra. Hizo traer negros

para que trabajasen día y noche, con teas encendidas se realizaban estos

trabajos cuando la luz del sol faltaba; distribuyó entre los canteros, todos cuantos

existían en la ciudad, las piedras que habían de labrar; mandó construir

apresuradamente balcones y barandales de hierro; al mismo tiempo hizo que

cientos de carpinteros construyeran bastidores, puertas, frontis y ventanas,

vigilándolo todo él, antes holgazán caballero, que al presente desplegaba una

actividad extraordinaria descansando apenas unas cuantas horas para dormir.

De esta manera, empeñoso y con tesonera constancia, tres días antes de

expirar el plazo fijado por la dama de sus pensamientos, se puso de gala y, en su

mejor coche, se dirigió a la casa de la amada a la que, en un cojín de terciopelo,

hizo entrega de las llaves del edificio ya terminado y le pidió que cumpliera su

palabra de ser su esposa, ya que él había cumplido la suya de terminar e edificio.

Don Juan, para dejar un testimonio de su amada a las generaciones futuras,

mando escupir sobre un arco una inscripción acróstica, en la cual se puede leer lo

siguiente:

“Siendo Prior del Consulado don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, caballero de la Orden de Santiago, y Cónsules don Gaspar de Alvarado, de la misma Orden, y don Lucas Serafín Chacón, se acabó la fábrica de esta Aduana, a 28 de Junio de 1731 “ (sic).

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Y llegó el final. Un día antes del plazo fijado, exactamente el 28 de junio de

1731, la bellísima prometida de don Juan descubría la placa que sellaba a

hazaña. Y otra vez fiesta, y otra vez lujo, y otra vez derroche... A las diez de la

noche de ese día memorable para la ciudad, doña Sara, la novia que logró el

milagro, abandonaba, indispuesta, la fiesta del caballero, y de ahí en adelante no

paró la fiebre, que por momentos alcanzaba niveles alarmantes... Así pasaron 15

días en los cuales el dolor del prior del Consulado se convenía en gruesas y

abundantes lágrimas que manchaban sus elegantes ropajes. Y la dama, pese a

las tizonas, pese a los médicos, no podía aliviarse, y un día (23 después de la

inauguración del nuevo edificio), doña Sara murió en silencio.

Ni siquiera tuvo don Juan Gutiérrez Rubín de Celis el consuelo de su mano blanca. Ni siquiera la dicha de recoger su último suspiro...

Y para qué la elegancia. Y para qué el lujo. Y para qué los carruajes, las perlas,

los baúles, las hebillas, las plumas de quetzal, las-botellas de Burdeos, el fragor de

los saraos.

Así se iba la vida del quién fue el más elegante caballero de la Nueva España. y

hubiera muerto de tristeza, de no ser porque un día, muchos años después,

alguien lo convenció de que se metiera de monje al Convento del Carmen. (5)

Mientras tanto, el edificio construido por don. Juan Gutiérrez Rubín de Celis

(Aduana Mayor) es uno de los más importantes de la majestuosa plaza de Santo

Domingo de México, que está en la hoy calle de Brasil, frente a la plaza de Santo

domingo, entre las calles de Luis González Obregón y Venezuela. En aquella

época se llenaba de actividad. Apenas cabían, a veces, las recuas de mulas que

llevaban las mercaderías de importación a tasar, para fijar las 105 respectivas

alcabalas que demandaba el rey. “70 pesos-oro”, gritaban los jefes de la

Aduana, Gaspar de Alvarado y Lucas Serafín Chacón, “por este tibor chino; 90

reales; por estos aretes de perlas, 70; por la pieza de seda; 1500; por la carga de

marfil…….

El tribunal de Consulado o Real Aduana se mantuvo como tal, una vez

anexados a él los edificios del convento de la Encarnación, justamente hasta el

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día en que murieron las alcabalas. Dicha institución consular se estableció en

Nueva España en 1574, durante el reinado de Felipe II, con el fin de aplicar un

impuesto a las operaciones de compra-venta, debido a los crecientes Gastos

militares de la Corona, librándose de tal cumplimiento los indios y los

hombres de la iglesia, de acuerdo con un bando del virrey Martín Enriquez, leído

el 17 de octubre de 1574. Al sobrevenir la independencia de México, se siguió

cobrando el impuesto, no para el Rey de España, sino para el Gobierno de la

República durante 30 años más.

Y el edificio en 1930, pasó a ser parte de las instalaciones de la Secretaría de

Educación Pública. En el cubo de su vieja escalera empezó a pintar en 1945 el

maestro, David Alfaro Siqueiros, el mural Patricios y Patricidas que, por

circunstancias desconocidas, nunca concluyó.

En 1976 la obra que un día lograra el milagro de romper la indolencia de don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, fue restaurada en su esplendor original. Y ahí

está, para quien quiera saber hasta donde puede llegar el amor. -----------------------ooo0ooo----------------------.

Observaciones:

1).- Marqués de Casafuerte, don Juan de Acuña, fue virrey de Nueva España desde el 15 de Octubre de 1722 hasta el 16 de marzo de 1734.

2).- Marqués de Velero, don Baltasar de Zúñiga Gurmán de Sotanayor y Mendoza, fue virrey de Nueva España desde 16 de agosto de 1716 hasta el 15 de octubre de 1722

3).- Nao de China, también llamado “Galeón de Manila”, era el nombre con el que se conocían las naves españolas que cruzaban el Océano Pacífico, una o dos veces por año, entre Manila y los puertos de Nueva España- Acapulco. (Ver N-20100916 GALEÓN DE MANILA) 4).- Caballero de Santiago. Don Juan ingresó en dicha Orden el 4 de diciembre de 1708, expediente 6.564, Canchillería de Valladolid.

5).- Convento del Carmen. Don Juan, estando recluido en este convento, tras largas reflexiones sobre esta vida terrenal y la próxima venidera, convencido por Nuestra Señora Virgen de Guadalupe la forma de purificar su alma (obras meritorias a trueque de salvar su alma), fue cuando el 23 de febrero de 1946 firmo el protocolo para la construcción de cuatro obras importantes para el Concejo de Celis: Puente de La Herrería, sobre el río

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Nansa; La Escuela de Primeras Letras en La Herrería; Iglesia Parroquial San Roque de Celis, y la traída de aguas desde La Toja al pueblo de Celis, incluida la fuente junto a la Iglesia San Roque.

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EL PUENTE DE LA HERRERIA (CELIS)

Esta fotografía, sacada desde el Parapeto de los franceses el día 30 de junio de

2007, representa al Puente de la Herrería, construido entre los años 1749 y 1760,

con un arco principal de 60 pies de altura y 99 de diámetro, siendo rematado con

una hornacina en la cima bajo la advocación de la Virgen de Guadalupe, y allí

estuvo la imagen respetada durante 177 años, hasta que unos intolerantes la

hicieron desaparecer en el año 1937 durante la Guerra Civil. La parte derecha del

arco está cimentada sobre troncos de haya verdes, técnica que se empleaba en

aquella época cuando no se hallaba suelo firme. Los troncos de haya enterrados

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bajo el nivel del agua del río permanecen inalterables durante siglos. La gran

riada del río Nansa de 9 de septiembre de 1909, en parte dichos troncos fueron

vistos en el fondo del cauce del río.

Una precisión: Don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, el promotor de la

construcción de este puente, personalmente, nunca lo vio personalmente.

Nunca regresó de México. Eso sí, por medio de un poder notarial delegó a

don Diego Rubín de Celis, sobrino materno y vecino del propio barrio de La

Herrería, el encargo, entre otras obras, la construcción del citado puente.

Este puente ha sido declarado “Bien de Interés Local el día 24 de febrero de 2004, por la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte (CANTABRIA)

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Medidas Castellanas: Un a vara castellana = 3 pies = 0,83590 metros lineales Un pie castellano = 27, 8635 cm. = 0,278635 metros lineales Un codo = 2 pies = 55,7270 cm. lineales Una vara cuadrada (vara^2) = 0,69873 metros cuadrados (m^2) Un pie cuadrado (pie^2) = 0,0776375 m^2 Un carro (superficie) es igual a un cuadrado de 18 varas de lado, que encierra una superficie de (18 varas )^2 = 324 varas cuadradas. ---------------------------ooo0ooo---------------------,. Trazas de la Historia de Celis Celis. 12 de agosto de 2007 Victor M. Cortijo Rubín