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COLECCIÓN DE PROPUESTAS CRÍTICAS N° 5 AÑO 2 MAYO 2016 ISSN 0719-6016 Literatura para infancia, adolescencia y juventud

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COLECCIÓN DE PROPUESTAS CRÍTICAS

N° 5 – AÑO 2 – MAYO 2016

ISSN 0719-6016

Literatura para infancia, adolescencia y juventud

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umbral

COLECCIÓN DE PROPUESTAS CRÍTICAS

CIEL CHILE

Centro de Investigación y Estudios Literarios:

discursos para infancia, adolescencia y juventud

0719-6016ISSN

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EDITORES:

Claudia Andrade Ecchio

Hugo Hinojosa Lobos

Isabel Ibaceta Gallardo

Anahí Troncoso Araya

Camila Valenzuela León

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ÍNDICE

LUCÍA ACUÑA AVILÉS

La identidad como relato liberador en El espejo africano de Liliana Bodoc…………………………………………………………...

WIELKA ASPEDILLA GUTIÉRREZ

Reivindicación de los negros en Cocorí de Joaquín Gutiérrez………………………………………………………………………….

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12

PERFILES COLABORADORES-AS UMBRAL……………………………………………………………………………………………….

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N° 5 – Año 2 – Mayo 2016

LA IDENTIDAD COMO RELATO LIBERADOR

EN EL ESPEJO AFRICANO DE LILIANA

BODOC

LUCÍA ACUÑA AVILÉS

LICENCIADA EN EDUCACIÓN Y COMUNICACIÓN SOCIAL

[email protected]

Bodoc, Liliana. El espejo africano. Santiago, Chile: SM,

2011. 125 páginas.

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LA IDENTIDAD COMO RELATO LIBERADOR EN EL

ESPEJO AFRICANO DE LILIANA BODOC

RESUMEN

La novela El espejo africano de Liliana Bodoc se hace

cargo de mostrar cómo la presencia africana forma parte

constitutiva de la identidad cultural del extremo sur de

América Latina. Y lo hace con el símbolo de un espejo

enmarcado en ébano, que lleva a los personajes a mirarse a

sí mismos en el revés de las cosas, para así encontrarse con

su verdadera identidad. El presente comentario crítico

propone analizar cómo el espejo se convierte en soporte de

relatos de identidad en constante cambio y siempre en

conexión con otros relatos. Así descubriremos que las

identidades son narraciones de un devenir y, en el caso de

esta novela, permiten sacar a la luz aquellos paradigmas

obliterados por la modernidad.

PALABRAS CLAVES: ESPEJO, IDENTIDAD,

AFRODESCENDIENTES.

ay negros en Argentina? Esta pregunta, formulada

en el título de un artículo publicado en el periódico digital

BBC Mundo (2007), da cuenta de historias que aun hoy se

escapan del discurso que forma la identidad oficial de las

naciones latinoamericanas modernas. Son relatos que, pese

a haber sido silenciados e invisibilizados por el poder, se

cuelan por los intersticios, mezclándose con otras historias,

hasta formar parte constitutiva del imaginario, e incluso de

las prácticas sociales vigentes. Así, el candombe y hasta el

propio tango, junto a otras musicalidades, son huella de la

africanidad en territorio argentino (Benavente y Pizarro 18).

Efectivamente, la presencia africana en Argentina es

un elemento vivo, y así lo recrea Liliana Bodoc en su novela

El espejo africano (2008, Premio Barco de Vapor). En la

ficción, una niña de tres años es atrapada por traficantes de

personas en África, quienes la llevan a Argentina para

venderla como esclava. Lo único que puede llevar Atima

Imaoma de su hogar es un pequeño espejo enmarcado en

ébano. Este objeto pasa por distintas manos, uniendo

historias, y llevando a sus portadores a encontrar su

verdadera identidad, en lo más profundo de su ser, para así

liberarse de las ataduras que lo encierran. Y es que, según la

narradora, los espejos pertenecen a una categoría de objetos

¿H

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«fantasmales, rebeldes, incontrolables» en los que «cabe el

mundo entero» (Bodoc 10).

Observar el recorrido de este espejo es el motivo del

presente comentario crítico, en el que se propone analizar

las formas en que este objeto —mediante sus marcas físicas

y de sus “ires y venires” a través del tiempo y del espacio—

simboliza la conformación de las identidades, entendidas

como la narratividad del yo en conexión con otros, de

acuerdo al planteamiento del teórico jamaiquino —y

afrodescendiente— Stuart Hall. El espejo, como soporte de

la identidad, permitirá la aparición de lo que el teórico

argentino Walter Mignolo (2003) ha llamado paradigma-

otro: aquel que surge de las historias a las que el sistema

colonial niega su potencial epistémico, y cuyo hallazgo

permite a sus protagonistas pasar de ser pensados a pensar

por sí mismos, liberándose con ello de las jaulas impuestas

por la esclavitud.

1. CONSIDERACIONES PREVIAS

Para abordar esta novela, se debe tomar en cuenta que no es

lo mismo hablar de negros-as que de afrodescendientes. Lo

primero hace referencia a la idea de raza, que no es más que

un constructo ideológico destinado a legitimar relaciones de

poder y dominación establecidas por la modernidad, usando

los rasgos fenotípicos para clasificar a la población y así

jerarquizar y distinguir lo europeo de lo no europeo

(Quijano 203). El carácter de afrodescendiente, en cambio,

implica una memoria cultural e histórica legada por los

ancestros, independiente del color de piel, ya que este puede

cambiar según los genotipos de los padres. Esta herencia ha

sido silenciada por el ideal mestizo bajo el cual se formaron

los Estados Nacionales, especialmente en Argentina y

Chile, en los que se impuso una narrativa hegemónica por

parte de las elites criollas (Segato 15). El relato del

mestizaje permitió configurar una identidad única, en una

sociedad que buscaba amoldarse al modelo de modernidad

europea y en la que el relato africano no tuvo cabida.

Memoria y relato son los elementos que configuran

identidades. En el presente comentario crítico,

entenderemos que estas «[...] nunca son singulares, sino

construidas de múltiples maneras a través de discursos,

prácticas y posiciones diferentes, a menudo cruzados y

antagónicos. Están sujetas a una historización radical, y en

un constante proceso de cambio y transformación» (Hall

17). En efecto, las identidades no determinan quiénes

somos, sino más bien orientan un devenir, es decir, «[…] en

qué podríamos convertirnos, cómo nos han representado y

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cómo atañe ello al modo como podríamos representarnos»

(Hall 17).

2. UN ESPEJO DE ÉBANO, NEGRO Y LUSTROSO

La historia que cuenta Liliana Bodoc en esta novela

comienza en África, en «[…] un atardecer rojo y

polvoriento, atravesado por una manada de cebras» (10).

Imaoma, el cazador, fabrica pacientemente un pequeño

espejo enmarcado en ébano para regalárselo a Atima, la

artesana, el día de su matrimonio. El material escogido

contiene una fuerte carga simbólica: una madera nativa de

África Occidental, muy apreciada en el resto del mundo por

su calidad, lustre, y sobre todo por su color oscuro

característico. En Europa, se utiliza para elaborar las teclas

negras de los pianos. En manos de Imaoma, el ébano remite

a su tierra natal y simboliza la familia que espera formar

con Atima.

Sin embargo, para los europeos, el ébano es una

mercancía exótica de alto valor, ya que simboliza el lujo. Es

el revés de este espejo, el ‘bolsillo secreto’ que se advierte

en las primeras páginas de la novela (9). Un revés que se

encarna en la hija de tres años de Imaoma y Atima: ella, al

igual que el ébano tallado en un pueblo sabio, «[…] con el

pensamiento más cerca de la cabeza que de los pies» (13),

es objeto de la codicia de los traficantes de esclavos,

quienes la atrapan para venderla como sierva doméstica a

una familia adinerada.

El espejo es lo único que la pequeña niña de tres

años puede llevarse desde su tierra natal en su largo viaje

por el océano. En sus manos, este objeto es instrumento de

la búsqueda de los sonidos que constituyen su nombre

africano. Un nombre que es borrado por el desarraigo y la

reimplantación en una cultura distinta, donde los africanos

deben asimilar un idioma ajeno.

Silencio. Así deciden llamar a esta niña las personas

que la consideran de su propiedad. Una palabra que lleva en

sí misma la obliteración de su relato de vida y también de su

propia humanidad. En efecto, su nuevo nombre es escogido

para registrar una nota de propiedad, tal como se hacía en

esos años, en que los-as esclavos-as eran inscritos-as en las

listas de pertrechos, no de personas. Siendo esclava, la

pequeña «obtenía algunos juguetes en desuso» (21), se

acostaba a los pies de la cama «para mantener el calor de su

amita enferma» (21) e incluso debía estar agradecida de sus

amos por no recibir azotes (22). Y como toda esclava o

esclavo, se prohíbe su acceso a la educación formal (24).

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Pese a todo, Silencio establece una relación de

afecto con Raquel, quien la considera «un poquito blanca»

(24). Junto a ella, busca el nombre perdido en los rincones

de la memoria. Sin embargo, lo hace recorriendo el santoral

católico, donde los nombres africanos no están

contemplados:

—¿Estás triste, Silencio? ¿Pensás en tu

nombre? Si querés probamos a ver si te acordás.

[...] Entonces comenzaba una lista: María,

Mercedes, Pilar, Inés, Antonia...

—Esos no —decía Silencio.

—Aurora, Matilde, Jacinta...

—Esos tampoco.

Y el nombre africano se perdía, retrocedía a un

sitio donde la memoria ya no encuentra caminos

de regreso (23).

Para encontrar su nombre, la niña tuvo que observar

la imagen invertida que entrega el espejo, ya que «en el

revés de las cosas suele estar la verdad» (30). Y lo hace

mirando el reflejo del único espacio donde había sido

tratada como un ser humano, esto es, el granero donde

Raquel le enseñaba las letras, algo que se puede considerar

como una puerta a la posibilidad de introducir su voz en el

discurso oficial. El espejo da vuelta su situación de

esclavitud, representada por la frase «Amo a mi amita», y la

convierte en Atima Imaoma. El hallazgo de su nombre

significa una liberación interior; por eso, no llora en el

momento en que debe partir a la casa de otros amos a

ejercer las duras labores del campo (30).

El nombre africano conecta a la niña con su relato

propio y con su sentido de sí misma. En la novela, este

sentido está representado por el sonido de los tambores:

«Tam... Tam, tam. Tam... Tam, tam» (15 y 29). Los

tambores remiten a los ancestros, pero también representan

el latido del propio corazón, que es la manifestación física

de las emociones, entendiendo que la cultura africana

tradicional no disocia el cuerpo del alma, sino que los

entiende a ambos como un continuo, que constituye el ser y

conecta con los otros a través del ritmo (Barrenechea 45).

3. EL ESPEJO SE PIERDE

¿Qué hace un espejo africano en la lista de donaciones para

la causa de la independencia? Los objetos hablan por sí

mismos: ponchos —textiles mapuche—, mantas —textiles

españoles—, objetos de oro y plata —metales considerados

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dinero por los europeos—, y en medio, un espejo

enmarcado en ébano, como señal discreta pero elocuente del

componente africano en la naciente república.

Más tarde el espejo se pierde y aparece en España

convertido en antigüedad. Una pieza exótica considerada

una mercancía. De la misma manera, la cultura africana,

como muchas otras que el poder eurocéntrico colocó en la

periferia, ha sido considerada una pieza de museo, una mera

reminiscencia de un pasado, olvidando que está viva y que

forma parte de la actualidad. Sin embargo, el espejo llega

dañado: es la marca de la colonialidad que ha quedado en su

cuerpo como elemento constitutivo. Una herida colonial.

En España, el espejo llega a manos de Dorel, un

joven que también está sometido a un régimen de

dominación que, en muchos aspectos, se parece a la

esclavitud. No conoce su origen ni su familia y, desde niño,

ha sido obligado a trabajar. Asimismo, accede a la

educación formal solo gracias a un acto de benevolencia,

pero pronto es privado de este derecho en cuanto María

Petra nota que ha asimilado ideas que contradicen el

discurso oficial impuesto por ella en su casa, que es su

territorio. Y tal como con los esclavos, se espera que esté

agradecido y feliz junto a su ama. Asimismo, se le prohíbe

salir del territorio de la casa, por miedo a los moros, quienes

son —justamente— el componente africano de la cultura de

su país.

Dorel encuentra su identidad obliterada por la

esclavitud al mirarse al espejo. El reflejo lo lleva a elegir

entre mantenerse bajo el dominio de María Petra o seguir el

llamado de su ser. «Tam... Tam, Tam. Tam... Tam, tam»,

suena su corazón al conectarse con sus ancestros, en este

caso su madre, y con su propio impulso vital. Dorel corre y

corre, como en otro momento lo hace Atima Silencio, la hija

de Atima e Imaoma, en busca de su libertad. En el intertanto

piensa que el espejo servirá como salvoconducto para

suavizar el enojo de María Petra por volver tarde a casa. Sin

embargo, sigue corriendo: las voces de su interior se

mezclan, mostrando las contradicciones que conforman el

relato de su ser. Un relato que va encontrando su propia

verdad en la interacción con otros: una viejecita que le

demuestra que es capaz de correr aun más rápido, una

vendedora de panecillos que lo ve con ojos enamorados y

un poeta que espera que regresen los versos perdidos, de la

misma forma en que Atima Imaoma esperó el retorno de su

propio nombre.

En manos de Atima Silencio, el espejo pasa a ser un

salvoconducto que permite moverse por el territorio en que

se está formando una república independiente. Es el propio

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10

General San Martín quien imprime este carácter al objeto,

mediante un tallado hecho a punzón. Con el espejo así

marcado, un soldado podrá presentarse como mensajero.

Para Atima Imaoma, esta marca es símbolo de su carácter

de esclava liberta: puede permanecer entre las personas que

apoyan la constitución del nuevo orden político, que

considera entre sus planes la abolición de la esclavitud,

siempre que se mueva con sigilo, ya que para la sociedad

seguirá siendo negra y, por lo tanto, su relación con los

otros continuará mediatizada por las jerarquías raciales

impuestas por el colonialismo. Por consiguiente, deberá

vivir en los márgenes de la sociedad, ya que su fenotipo

podría ser visto como una amenaza para la constitución de

una nación que pretende ser homogénea y de raíz europea

(Segato 30). Su propio nombre es reflejo de esta situación:

por un lado, Atima, la africana; por otro, Silencio, la que no

tiene voz ni lugar en la oficialidad.

Para los soldados del ejército realista, el espejo es un

botín de guerra. En manos de Raquel, en tanto, el espejo

refleja la europeización de la sociedad argentina llevada a

cabo desde los albores de la república. Con el impulso de

liberarse de las ataduras que le impuso la tradición —

someterse al marido, tener un piano y esclavos que la miran

con desconfianza desde las sombras (116) —, Raquel viaja

sola a España, en busca de su propio ser. Sin embargo, se

presenta con una capa «demasiado abrigada para la

primavera española» (99). Y es que su cuerpo no se ajusta

del todo al relato que quiere contar de sí misma. El

encuentro con el espejo, en manos del violinista, trae de

vuelta a su memoria una promesa hecha al inicio de su

adolescencia: ir a buscar a Atima Imaoma y traerla de vuelta

a casa. Con esta decisión, Raquel busca reconciliarse con su

propia historia, devolviendo la humanidad a quien había

sido su doncella.

El encuentro de Raquel con Atima Silencio muestra

en plenitud la configuración de lo que Walter Mignolo

llama paradigma-otro: es decir, aquel que se gesta como

una relación dialógica de asimetría del poder y que revela,

más que diferencias culturales, diferencias coloniales (27).

Raquel invita a Atima Silencio a vivir en su casa, no como

esclava, pero tampoco como alguien de su familia.

Pudiendo haberla considerado una sobrina, por su relación

cercana, la toma como doncella, por un «pequeño pago, ya

que sos libre» (118). Y, por supuesto, Atima Silencio

acepta, ya que esta oferta abre un espacio de vida que no

implica volver a la esclavitud, que era lo que ella había

decidido al no lograr incorporarse a la sociedad en su

calidad de esclava liberta. De esta forma, la herida colonial

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permea y define relaciones de alteridad, de otredad, de

diferencia, en las relaciones humanas.

Atima Silencio tiene un hijo y lo llama José

Imaoma. El nombre une las dos orillas de su historia y

recrea la compleja constitución de la identidad argentina, en

particular, y latinoamericana, en general. Con este personaje

concluye la novela, dejando abierta la pregunta sobre cómo

nos representamos colectivamente en la actualidad y qué

relatos estamos dejando en los márgenes, invitando con ello

a configurar una memoria que asuma la africanidad en el

extremo sur de América Latina.

BIBLIOGRAFÍA

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Literatura y Colonialidad. Santiago, Chile: Fondo de

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54. Impreso.

Bodoc, Liliana. El espejo africano. 3ra reimpresión. Santiago,

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REIVINDICACIÓN DE LOS NEGROS EN

COCORÍ DE JOAQUÍN GUTIÉRREZ

WIELKA ASPEDILLA GUTIÉRREZ

PEDIODISTA

[email protected]

Gutiérrez, Joaquín. Cocorí. Santiago, Chile: Nascimento,

1971. 60 páginas.

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REIVINDICACIÓN DE LOS NEGROS EN COCORÍ DE

JOAQUÍN GUTIÉRREZ

RESUMEN

El siguiente comentario crítico tiene como objetivo analizar,

desde el concepto de biopoder acuñado por Foucault, el pre-

colonialismo, colonialismo, capitalismo y la Negritud

presentes en la novela Cocorí del escritor costarricense

Joaquín Gutiérrez, para demostrar que en ella, además de

posicionar a un protagonista afro-descendiente, hay un

acercamiento veraz a la historia de los negros.

PALABRAS CLAVES: BIOPODER, COLONIALISMO, NEGRITUD.

ncontrar literatura para niños y niñas con personajes

infantiles afro-descendientes o africanos es una ardua tarea.

Según las cifras de Cooperative Chidren’s Book Center

(Universidad de Wisconsin-Madison), de un total de 3.500

libros infantiles publicados en 2014 en Estados Unidos, solo

98 títulos tienen una temática sobre africanos y afro-

descendientes. Si extendemos esa tendencia a nuestra

realidad nacional, la proporción es inexistente en

comparación con lo que ocurre en otros países

latinoamericanos.

La ausencia de personajes afro-descendientes en la

literatura para infancia es consecuencia, en parte, de la

construcción de la historia occidental que ha denigrado

sistemáticamente y situado en el escalón más bajo del orden

neoliberal a los-as negros-as. La esclavitud gatilló

relaciones de producción y, por tanto, de poder, basadas en

la oposición racial: el negro-esclavo / el blanco-amo,

generando un discurso discriminatorio en su contra y

deshonrando así económica y psicológicamente al negro.

Hoy, en la literatura chilena para niños y niñas,

prácticamente no existen personajes afro-descendientes. Sin

embargo, en la década de 1940, se editaron en nuestro país

tres libros con protagonistas afros: el escritor Hernán del

E

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Solar publicó en Rapa-Nui, la primera editorial para niños y

niñas de Chile, Las aventuras de Totora (1946); la autora

Chela Reyes escribió Historia de una negrita blanca

(1950); y, en 1947, el escritor costarricense Joaquín

Gutiérrez presentó al concurso de editorial Rapa Nui la

novela Cocorí que le arrebató el primer lugar a Papelucho

de Marcela Paz.

Con el correr de los años, Cocorí fue traducida al

inglés, francés, alemán, portugués, ruso, ucraniano,

holandés, eslovaco, lituano y búlgaro debido a su calidad

estética y literaria. En Costa Rica, Cocorí se transformó en

un clásico de la literatura para infancia y se instaló como

lectura obligatoria en los colegios, mientras que en Chile,

como ocurre con frecuencia, pasó al olvido. En abril de

2015, en Costa Rica, la novela se situó al centro de la

polémica cuando dos diputadas afro-descendientes, Epsy

Campbell y Maureen Clark, pidieron que el libro se retirara

de las escuelas públicas porque, según su parecer, el texto

presenta contenido racista1.

Pero en Cocorí se enaltece la identidad de los afros a

través de un discurso histórico y político que difiere de

aquella idea que señala que los-as negros-as son seres

1Revisar:http://www.crhoy.com/diputadas-presentan-recurso-de-

amparo-para-prohibir-lectura-de-cocori-en-centros-educativos/

humanos inferiores. Dicho discurso, y lo que se analizará en

el siguiente comentario, comienza con la descripción sutil

del pre-colonialismo, continúa con la violencia del

colonialismo, para seguir con la anulación de la persona

mediante el capitalismo. Un camino doloroso a recorrer

para los afro-descendientes, pero el único que permite la

reivindicación a través del movimiento denominado

Negritud2.

Dichos procesos históricos se analizarán mediante el

biopoder, concepto desarrollado por el filósofo francés

Michel Foucault, que se entiende como el poder político que

administra la vida y cuya función es invadirla en todos sus

aspectos para obtener el control de las poblaciones

(Foucault 169). Además, se considerarán las definiciones de

colonialismo y Negritud propuestas por el político y poeta

martiniqués Aimé Césaire y la temática del oprimido del

pedagogo brasileño Paulo Freire.

2Concepto concebido originalmente en París en 1939 por un grupo de

estudiantes antillanos y africanos. Entre ellos destaca Aimé Césaire,

nacido en 1913 en una de las islas que Francia llama departamentos de

ultramar. A los 18 años obtuvo una beca para estudiar en París, donde se

encontró con otros estudiantes negros, como el senegalés Léopold Sédar

Senghor.

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15

COLONIALISMO: EL ROBO DE LA LIBERTAD DE VIVIR

La novela tiene una estructura cronológica cuyos hechos

coinciden con los procesos históricos experimentados por

los-as negros-as. La introducción concuerda con la época

del pre-colonialismo, en la que aun no se insertaba el

control ni la auto-desvalorización de los pueblos vía

administración de la vida. El territorio del África negra no

carecía de un orden social ni tampoco era una cultura

inferior, como ha querido plantearse para construir una

ideología que apoye la dominación colonial. No se respetó

la diferencia, no se reconoció una cultura distinta a la

Occidental: se la anuló y transformó mediante los

parámetros del biopoder.

Cocorí es un niño de siete años que vive en una zona

costera habitada exclusivamente por afro-descendientes y en

la que existe un orden cultural ya establecido: la transmisión

de conocimientos, por ejemplo, está a cargo de los hombres

mayores de la comunidad y se realiza en noches de luna al

aire libre: «Acuclillado en el ruedo de hombres escuchó una

vez más al Pescador Viejo […] contar de los hombres

rubios que vivían al otro lado del mar, de la dentellada

fugaz del tiburón, de las anguilas eléctricas y de la iguana

acorazada con su lengua de siete palmos» (Gutiérrez 10). Se

vive en chozas y en familia; el niño tiene deberes tales

como la recolección de leña y ordeñar a las cabras, pero

también derechos: su madre lo mima cantándole para

hacerlo dormir. Además, el protagonista no se siente

inferior ni avergonzado de ser un afro-descendiente, lo que

se evidencia cuando sobre un charco de agua observa su

reflejo:

Cocorí se agachó para beber en el hueco de las

manos y se detuvo asombrado al ver subir del

fondo del agua un rostro obscuro como el

caimito, con el pelo en pequeñas motas apretadas.

Los ojos de porcelana de Cocorí tenían enfrente

otro par de ojos que lo miraban asustados.

Pestañeó, también pestañearon. Hizo una

morisqueta y el negrito del agua le contestó con

otra idéntica. Dio una palmada en el agua y su

retrato se quebró en multitud de fragmentos.

Estaba muy contento Cocorí y su risa descubrió

sus encías rosadas como papayas (8).

Posterior a esa breve introducción, el autor inserta el

nudo dramático de la novela con la llegada de un barco en el

que los tripulantes son todos blancos, símbolo del

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16

colonialismo. Allí, Cocorí ve por primera vez a una Niña

Blanca, quien lo llama “monito”, haciendo desaparecer

automáticamente en el protagonista la aceptación de sí

mismo y su felicidad. Luego, la niña reconoce a Cocorí

como humano, pero le pasa un dedo por la piel y cree que

está sucio, gesto que revela nuevamente su ignorancia.

Entonces «[…] el Negrito estaba como clavado en su sitio,

aunque tenía unos deseos frenéticos de desaparecer. Hubiera

querido lanzarse de zambullida al agua, pero no le

obedecían las piernas. Su vergüenza creció cuando la mamá

se acercó a mirarlo, y de un salto alcanzó la cuerda y se

deslizó hasta la lancha» (13). Así, Gutiérrez demuestra —

sin disimulos— las brutales consecuencias del colonialismo

que instaló, entre otras cosas, la discriminación por el color

de piel, generando a «[…] millones de hombres, a quienes

sabiamente se les ha inculcado el miedo, el complejo de

inferioridad, el temblor, el ponerse de rodillas, la

desesperación, el servilismo» (Césaire 20).

El rechazado protagonista quiere demostrarle a la

Niña Blanca que él es un humano que siente y piensa, por lo

que, ávido de su aprecio, vuelve para regalarle unas

“conchas nacaradas”. Como respuesta, la Niña Blanca —

que no tiene nombre propio— le obsequia una rosa que lo

maravilla. Entonces Cocorí se compromete a regalarle un

mono tití, con lo cual a la niña se le “iluminan los ojos”,

porque quiere poseer al animal, hacer de él su propiedad

privada, ya que el fin último del colonialismo es instalar el

capitalismo, para lo cual borró salvajemente «[…] cultura,

filosofía, religiones, todo lo que podía retrasar o paralizar la

marcha hacia el enriquecimiento de un grupo de hombres y

pueblos privilegiados» (Césaire 51).

Cocorí realiza un arduo trabajo en la selva y captura

al animal que se transforma en su amigo. Pero no puede

cumplir su promesa, pues, a su regreso, el barco de los

blancos ha abandonado la costa, por lo que el protagonista

se siente muy triste y se consuela al pensar que aun tiene la

rosa. Sin embargo, lo que encuentra es «[…] una rama seca,

y en el suelo, alrededor, una lluvia de pétalos muertos» (25).

La rosa simboliza la falsa promesa que realiza la

colonización y el capitalismo, aquella que asegura mejorar

las condiciones de vida de los hombres y mujeres invadidos,

lo que por su puesto jamás se cumple, pues el trabajo de los

oprimidos termina beneficiando solo a los privilegiados.

El biopoder se manifiesta en la niña cuando

desprecia a Cocorí por ser “otro”. Debido a que cada ámbito

de la vida está gobernado, no queda espacio para que la

población se desligue de dicha administración, porque

aunque se cuida de sus vidas se los necesita siempre dóciles.

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En ese sentido, la niña ha recibido una formación occidental

que le ha transmitido creencias que no cuestiona, lo que trae

consigo segregación y jerarquización, como indica

Foucault, que garantizan relaciones de dominación y

hegemonía (171). Por ello, la Niña Blanca considera a

Cocorí un animal y una máquina de producción cuya única

misión es satisfacer los deseos de los privilegiados. Así,

Joaquín Gutiérrez le otorga a la Niña Blanca la idea

principal de las colonias: la invasión o “civilización” se

justifica porque hay territorios y pueblos que suplican ser

dominados. Entonces, el personaje de la niña impone la

única forma de vivir que conoce, sin considerar las que

tiene Cocorí, ni permitir, siquiera, una relación intercultural.

El poder del orden colonial es tal que es él quien decide

cómo nombrar a los habitantes de los territorios invadidos y

el para qué de su existencia.

Todo lo anterior simboliza la colonización,

entendida como el proceso mediante el cual se invade a

través de la dominación social, política, económica y

cultural un territorio y su gente, y en el que no hay «[…]

ningún contacto humano, sólo relaciones de dominación y

de sumisión que transforman al hombre colonizador en

vigilante, en suboficial, en cómitre, en fusta, y al hombre

nativo en instrumento de producción» (Césaire 20).

EL CAPITALISMO Y EL CONTROL DE LOS CUERPOS

El biopoder fue también «[…] un elemento indispensable en

el desarrollo del capitalismo; [ya que se consolidó gracias a]

la inserción de los cuerpos en el aparato de producción»

(Foucault 170). En la novela, este control se hace presente

una vez que el autor profundiza en el nudo dramático, en el

cual se comprende que el lugar que habita esta comunidad

de afros es un territorio ya colonizado, el que se descubre

con la búsqueda de una respuesta a la pregunta que se hace

Cocorí3.

En primera instancia, el protagonista interroga a su

madre, Drusila, quien, encolerizada con labores domésticas

destinadas a las mujeres (pelar papas, barrer), le responde:

«¡Deja de molestar! Anda a preguntarle al Viejo Pescador.

Yo soy una Negra ignorante y no entiendo tus preguntas»

(28). Este personaje encarna a aquella «[…] comunidad de

opresión experimentada, una comunidad de exclusión

impuesta, una comunidad de profunda discriminación»

(Césaire 86), una comunidad de mujeres que el

colonialismo ha hecho sentir inferiores e incapaces.

3«¿Por qué mi rosa tuvo una vida tan corta?» (28).

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Cocorí insiste en encontrar una respuesta y, en

segunda instancia, se acerca al Viejo Pescador, el que le

contesta, perplejo:

¡Ah, Cocorí, cuando somos tan viejos como yo,

ya no nos hacemos esas preguntas! Cada pregunta

que me hice me dejó una arruga en la frente. Cada

misterio que quise comprender me dejó con un

diente menos. Ahora tengo más arrugas que olas

tiene el mar, y mira cómo me quedaron las encías

—le mostró las encías lisas y rosadas y terminó—

: Ahora espero que el océano y el bosque me

cuenten lo que me quieran contar. Yo no les

pregunto nada (28).

Este personaje simboliza a aquellos que han buscado

sin éxito su liberación, a una comunidad, como afirma

Césaire, de resistencia continua, de lucha obstinada por la

libertad y de indomable esperanza (86), que insta a los más

jóvenes a buscar sus propias respuestas. El niño insiste y

pregunta a otros adultos, cuyos trabajos no les permiten

responder, sino solo dedicar su tiempo a producir como lo

plantea el biopoder. El capitalismo queda en evidencia con

los siguientes personajes: el Carpintero, «[…] que salió a

recibirlo con la cabeza llena de aserrín»; el Aguador, que

venía «[…]con la lengua afuera, muerto de cansancio»; el

Leñador, que le dijo «[…] te contestaré cuando termine de

aserrar todos estos troncos»; y el Campesino, que estaba

«[…] demasiado ocupado en vigilar el maizal». Ninguno de

ellos abandonó su trabajo para responderle, ante lo cual

Cocorí pensó «[…] ¿Qué esperanzas le quedaban de

encontrar una respuesta si los más viejos no habían tenido

tiempo de hallarla?» (29).

Los personajes anteriores representan a los

descendientes de hombres esclavizados que, además de

haber sido denigrados, han sido sometidos a elementos

culturales que no son casuales, sino que son producto de

«[…] la consecuencia de una determinación política, el

resultado de una política buscada por el colonizador, que se

puede resumir de la siguiente forma: en la importación y

exportación del capitalismo mismo, quiero decir de sus

fundamentos, sus virtudes y su potencia» (Césaire 55), lo

que los somete al biopoder, transformando sus cuerpos en

herramientas de producción, anulando sus propósitos y sus

formas de vivir.

Esto se condice con lo que señala el destacado

pedagogo brasileño Paulo Freire. Siguiendo su perspectiva,

la no respuesta de los personajes es también un

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convencimiento de que los oprimidos asumen la visión que

de ellos tienen los opresores: «De tanto oír de sí mismos

que son incapaces, que no saben nada, que no pueden saber,

que son enfermos, indolentes, que no producen virtud de

todo esto, terminan por convencerse de su “incapacidad”»

(Freire 60).

Pero Cocorí persigue lo que anhela y, junto a la

tortuga doña Modorra y al mono tití, se interna en la selva.

En el Caribe este lugar geográfico se transformó en un

refugio para hombres y mujeres esclavizados que

recuperaban su libertad transformándose en fugitivos o

cimarrones, instalando palenques o comunidades de negros

libres, desde 1550 en adelante. En esta naturaleza, Cocorí se

refugia y aprende, pero tampoco obtiene respuestas del

caimán ni de la culebra, los animales más viejos de la selva.

Sin embargo, al interrogarse, el protagonista puede

emanciparse, en la medida que,

[…] cuanto más se problematizan [los

oprimidos], como seres en el mundo y con el

mundo, se sentirán mayormente desafiados. […]

precisamente porque captan el desafío como un

problema en sus conexiones con otros, en un

plano de totalidad y no como algo petrificado, la

comprensión resultante tiende a tornarse

crecientemente crítica, y por esto, cada vez más

desalienada (Freire 87).

LA REIVINDICACIÓN ES LA NEGRITUD

Para el desenlace de la novela, el autor utiliza una

subversión al biopoder, que consiste en la reivindicación de

lo mismo que este domina: la vida, pero esta vez como el

cumplimiento de sus necesidades y potencialidades. Según

Foucault, esta subversión traspasa la opresión o alienación y

consiste en el derecho a ser lo que se es y descubrir lo que

se puede llegar a ser (175). En Cocorí la subversión es la

Negritud, un fenómeno que consiste en la auto-aceptación

de los-as negros-as a través del reconocimiento de la

historia que brutalmente les impuso una identidad

disminuida, que lamentablemente muchos creen cierta. Pero

si se les ha situado en el escalón más bajo del orden

neoliberal es por una decisión política de la cual deben

deshacerse. Los afro-descendientes ya no aceptan ser

sometidos ni las miradas lastimeras, lo necesario es

desmantelar la ideología de discriminación que se ha creado

en torno a ellos, y difundir esta forma de liberación.

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Es decir, la Negritud es la toma de conciencia de la

“autodesvaloración” generada por el biopoder; es un

movimiento político y poético en contra del capitalismo, la

opresión y el racismo, en el que se alzan voces de

reconocimiento y rebeldía. Entonces, Cocorí es subversivo

por el solo hecho de cuestionarse la corta vida de la rosa —

que representa la falsa promesa de mejorar la calidad de

vida de los pueblos—, puesto que «Ningún “orden” opresor

soportaría el que los oprimidos empezasen a decir: “¿Por

qué?”» (Freire 93). Cuando se cuestiona lo impuesto y se

crean instancias de superación de sus condiciones, se

convierten automáticamente en enemigos del sistema

capitalista, pues su principal interés, la producción infinita,

corre el riesgo de desestabilizarse. Es por eso que el orden

colonial asume el control de la vida de la población. En la

novela Cocorí, la resistencia a tal control se hace patente en

el Negro Cantor, personaje muy querido por toda la

comunidad ya que, acompañado de una flauta, tiene el

poder de sanar los males. Solo Drusila, la madre de Cocorí,

impregnada de visión occidental lo juzga: «—¿Por qué no

trabajas? —le increpaba burlona. —Estoy trabajando —

respondía el Cantor, y se recostaba plácido sobre la arena, a

contemplar las estrellas» (22).

Este personaje simboliza la resistencia al biopoder,

es decir, su cuerpo deja de ser o nunca es objeto de dominio

y es recuperado por el Negro Cantor, quien, en plenitud,

vive todas sus potencialidades. El Cantor es un adulto

aferrado a sus raíces que se convertirá en un mentor para

Cocorí, porque será el único que puede entregarle una

respuesta. Con ello, el autor subvierte aquella ideología en

la que se plantea «[…] que sólo Occidente sabe pensar; que

en los límites del mundo occidental comienza el tenebroso

reino del pensamiento primitivo, el cual, dominado por la

noción de participación, incapaz de lógica, es el prototipo

mismo del falso pensamiento» (Césaire 37). Gutiérrez

posiciona la Negritud cuando El Negro Cantor, con ternura

y preguntas, hace reflexionar a Cocorí sobre el significado

de la vida, que para él no es más que entregarse plenamente

a aquello que se es, sin asumir lo impuesto, sin dedicarse a

ser una máquina de producción, sin transgredir su sentir ni

su conocimiento.

—¿No viste que tu Rosa tuvo una linda vida? —

le preguntó—. ¿No viste que cada minuto se daba

entera hecha dulzura y perfume? […]

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—¿No ves que tu Rosa tuvo en su vida luz,

generosidad, amor, y estos otros nunca los han

conocido? […]

—Tu Rosa vivió en algunas horas más que los

centenares de años de Talamanca y don Torcuato.

Porque cada minuto útil vale más que un año

inútil.

Cocorí sentía que una luz lo iluminaba por dentro

(59-60).

Además, la palabra útil en boca del Negro Cantor

pierde toda su acepción capitalista, ya que no es un

personaje oprimido que trabaja para aumentar las

“utilidades” de algún empresario. Él es un peligro para los

intereses de un sistema colonial que existe para administrar,

para sus propios beneficios, su existencia. Al contrario, el

Negro Cantor, con sus acciones, tiene la libertad y la

sabiduría necesarias para transgredir aquella acepción y ser

el único del pueblo que puede disponer de su cuerpo, de su

vida, de su futuro. Es él quien puede responder a Cocorí que

la vida útil no es aquella que solo produce, sino aquella que

se dedica a su verdadero propósito, tal como lo ha hecho él

mismo al ser fiel a su destino, a sus raíces, al canto y a la

poesía.

Para el despertar político y social es necesaria una

condición cultural previa, que es precisamente con lo que

cuentan el Negro Cantor y Cocorí. Ambos viven:

[…] la explosión de una identidad largo tiempo

contrariada, a veces negada y finalmente liberada

y que, al liberarse, se afirma para conseguir un

reconocimiento. Todo eso ha sido la negritud:

búsqueda de nuestra identidad, afirmación de

nuestro derecho a la diferencia, requerimiento

hecho a todos de un reconocimiento de ese

derecho y del respeto de nuestra personalidad

comunitaria (Césaire 89-90).

Tal respeto a la diferencia, se construye con el fin de

recuperar la capacidad —que les fue arrebatada— de hacer

su propia historia no como sujetos anclados del pasado sino

como hombres y mujeres que exigen en la actualidad la

construcción de su presente y de su futuro en todas las áreas

de su vida, como sujetos creadores de conocimiento y no

solo como consumidores de conocimientos dominantes.

Dentro de ese contexto, la Negritud o la subversión

al biopoder no solo están en el personaje del Negro Cantor o

en Cocorí, sino también en Drusila. Cuando Cocorí regresa

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a casa, su madre, que antes se declaraba ignorante, plantó la

rama de la rosa muerta y, regándola todos los días, hizo

crecer un rosal en su jardín: «Sus grandes rosas rojas se

abrían bajo el candente sol del trópico» (62). Podría

indicarse que Drusila revive el colonialismo, pero la rosa

por sí sola estaba destinada a la muerte, ya que el

colonizador le entrega, con “falsa generosidad”, algo

moribundo a Cocorí, una promesa que no se cumple nunca.

Lo que hace Drusila es re-apropiarse de esa entrega y crear

un nuevo conocimiento para su propio bienestar: a partir de

la rama seca, genera un todo, un rosal, con lo que el

protagonista recupera por fin su felicidad.

Porque la Negritud no es otra cosa que

transformación de las falsas ideas que se han entregado a lo

largo de la historia. Con esta re-apropiación hombres y

mujeres se revalidan a sí mismos al analizar su historia, y en

ella reconocen a los opresores y las razones de por qué

ellos-as son los-as oprimidos-as. Se hace, entonces,

necesario el conocimiento de la historia, no solo de los

africanos y afro-descendientes, sino también de los

indígenas, de los pobres, de las mujeres o de cualquier

“otro”, primero, por ellos mismos, para que puedan superar

sus condiciones de oprimidos y construir su futuro, es decir,

auto-valorarse; para, en segundo lugar, transmitir ese

mensaje y abandonar la ideología de discriminación que se

les ha impuesto por siglos. En ese sentido, Cocorí

contribuye ampliamente a la reivindicación de los-as

africanos-as y afrodescendientes en la literatura para

infancia y en el mundo.

BIBLIOGRAFÍA

Césaire, Aimé. Discurso sobre el colonialismo. Trad. Mara

Viveros. Madrid, España: Akal, 2006. Impreso.

Foucault, Michel. Historia de la sexualidad I: La voluntad

de saber. Trad. Ulises Guiñazú. 25ta ed. Ciudad de

México, México: Siglo Veintiuno Editores, 1998.

Impreso.

Freire, Paulo. Pedagogía del oprimido. Trad. Jorge

Mellado. 3ra ed. Buenos Aires, Argentina: Siglo

Veintiuno Editores, 2013. Impreso.

Gutiérrez, Joaquín. Cocorí. 4ta ed. Santiago, Chile:

Nascimento, 1971. Impreso.

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LUCÍA ACUÑA AVILÉS

Periodista y Licenciada en Comunicación Social de la

Universidad de Santiago. Educadora de Párvulos y

Licenciada en Educación de la Pontificia Universidad

Católica de Chile. Tiene dos diplomados: en Edición y

Publicaciones, y en Arte, mención Dibujo, ambos de la

Pontificia Universidad Católica de Chile. Se ha

desempeñado como educadora en establecimientos

educacionales, como reportera de prensa, libretista de

programas de radio y editora de revistas. Colecciona libros

álbum. Su artículo «Lo onírico como vía de liberación en El

globo de Isol» fue seleccionado por CiEL Chile para formar

parte de nuestro libro Literatura para infancia,

adolescencia y juventud: reflexiones desde los estudios

literarios, que se encuentra en proceso de publicación por

editorial Universitaria.

.

WIELKA ASPEDILLA GUTIÉRREZ

Diplomada en Literatura Infantil y Juvenil: Teoría, Creación y

Edición del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la

Universidad de Santiago. Periodista y Licenciada en

Comunicación Social de la misma casa de estudios. Colaboró en

la investigación y escritura del libro Nascimento, el editor de los

chilenos. Se ha desempeñado en proyectos educativos

interculturales en el Consejo General de Caciques Williche de

Chiloé y en establecimientos educacionales a cargo de proyectos

de fomento lector en la región Metropolitana. Actualmente,

escribe el libro Hernán del Solar y Rapa-Nui, la primera editorial

para niños y niñas en Chile, proyecto seleccionado en la

convocatoria 2016 del Fondo del Libro y la Lectura.

PERFILES COLABORADORES-AS

UMBRAL

N° 5 – AÑO 2 – MAYO 2016

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De publicación mensual, Umbral es una colección de propuestas críticas en torno a textos narrativos, poéticos u otros,

chilenos, latinoamericanos y españoles, que han sido destinados para niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Asimismo,

incorpora revisiones teórico-críticas actuales respecto de la literatura escrita y/o pensada para estos-as destinatarios-as

desde una perspectiva abierta y dialógica. Nuestra finalidad con esta publicación es crear una instancia de reflexión y

diálogo multidisciplinario que contribuya a la construcción de conocimiento, tanto para la comunidad académica como al

público en general.