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N.°77 W. K. CLIFFORD. EL PRINCIPIO Y EL FIN DEL MUNDO. 263 absolutamente en nada, se parecen al cuadro de Madrid. Los lienzos de París tienen un dibujo más pesado y más incorrecto, un claro-oscuro mucho más acentuado, una entonación más gris. Los tipos de las figuras del cuadro del Prado, son flamencos ó alemanes, pero no franceses, y aunque ésta no sería una gran razón para no suponer el cuadro lances, tampoco lo es para suponerlo así, el que en el fondo se vea una iglesia que se parece á la Sor- bona ó al Val-de-Grace. El catálogo nada indica del por qué de la nueva clasificación, y por mi parte no la creo ni remotamente fundada. Estudiando con de- tenimiento los Museos belgas, no fallaría autor á quien poder atribuir este cuadro con mayor funda- mento. SIGLO XVIII. Algunos excelentes retratos do Nicolás Largi- Hiere, de .luán Ranc, pintor de cámara de Felipe V de España; un retrato de Luis XIV, de Jacinto Ri- gaudo, que aunque fue quizás el mejor retratista francés de su época, no pudo sostener el nombre de Van l)ick francés que se le dio; y varios cuadros y retratos de menos importancia de Honasse, los Van Loo y Natticr, son todo lo que el Museo ostenta de los pintores de historia. A los pequeños artistas sólo puede juzgárseles por dos lindos cuadritos de Watteau, y algunas marinas de José Vernel. SECCIÓN DE ESCULTURA. Todo lo que el Museo, aunque incompleto, es rico en pinturas, es insignificante y pobre en esculturas. Un hermoso grupo de dos figuras conocidas por Castor y Polux, corresponde al estilo griego del buen tiempo; un Fauno cargado con un cabrito, y cuatro bajo relieves con bacantes bailando, escul- turas griegas también, algunos bustos y estatuas romanas del buen tiempo y de la decadencia, es lo más notable entre lo antiguo. En lo moderno son de primer orden las estatuas de mármol y de bronce de Pompeyo Leoni, sobre todo el grupo de Car- los Vtriunfante. Éntrelo contemporáneo, las obras de iosÁlvarez, padre ó hijo, son las más notables, y las creo superiores al Mercurio de Torlwalsen, que tanto nombre se ha procurado darle por algunos, y que es una de sus obras más vulgares. Madrid, 8 de Noviembre do 1874. CEFERIXO ARAUJO SÁNCHEZ. EL PRINCIPIO Y EL FIN DEL MUNDO. Voy á ocuparme en esle artículo de las teorías más recientes acerca del principio y del iln del mundo. El mundo es asunto interesantísimo, y su- pongo que en los tiempos más remolos, desde que los hombres empezaron á formarse de él idea clara, se ha procurado adivinar, de un modo ó de otro, cómo había empezado y cómo debía concluir. Pero los estudios de que hoy quiero ocuparme tienen un carácter particular que les distingue de las primeras conjeturas que encontramos en gran número de li- bros antiguos. Los autores de estos estudios moder- nos han procurado descubrir la manera cómo las cosas han empezado y deben concluir, estudiando su modo de existencia actual. Este carácter par- ticular es precisamente lo que hace interesantes dichos trabajos; porque no queremos estudiar tales cuestiones sino bajo el punto de vista científico, y entiendo por punto de vista científico el que con- siste en aplicar la experiencia del pasado á circuns- tancias nuevas, conforme á un orden natural obser- vado. Vamos, pues, á considerar sólo el modo cómo han empezado las cosas y el modo cómo de- ben acabar, en cuanto nos sea posible hacer deduc- ciones acerca de ambos puntos del modo cómo pa- san ahora las cosas. Y en el fondo, el asunto es interesante, porque justamente demuestra lo que sabemos en la actualidad acerca del modo de exis- tir del universo. La primera de estas teorías ha sido expuesta por el profesor Clerk Maxwell en una conferencia acerca de las moléculas, dada en la reunión de Bradford de la Asociación Británica. Por una coin- cidencia que me parece feliz, M. Maxwell da en estos momentos, ante la Sociedad química de Lon- dres, una conferencia sobre las pruebas de la cons- titución molecutar de la materia. Ahora bien, este argumento, que adelantó ante la Sociedad Británica reunida en Bradford, descansa por completo en la teoría moderna de la constitución molecular de la materia. Juzgo esto tanto más importante, cuanto que muchas personas creen, al parecer, que la indi- cada teoría tiene muchas relaciones con las hipóte- sis que encontramos en los filósofos antiguos, como, por ejemplo, üemócrito y Lucrecio. Se advierte, en efecto, que estos filósofos antiguos tenían, acerca de la constitución del universo, miras que están de acuerdo, en muchos puntos importantes, con las de la ciencia moderna. En el excelente discurso que pronunció en Belfast el profesor TyndaU (1), de- mostró muy bien estos puntos de semejanza. A (1) Este discurso ha sido publicado en la RBVISTXEU&OPEA. tomo II, paginas 469 y 500.

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N.°77 W. K. CLIFFORD. EL PRINCIPIO Y EL FIN DEL MUNDO. 263

absolutamente en nada, se parecen al cuadro deMadrid. Los lienzos de París tienen un dibujo máspesado y más incorrecto, un claro-oscuro muchomás acentuado, una entonación más gris. Los tiposde las figuras del cuadro del Prado, son flamencosó alemanes, pero no franceses, y aunque ésta nosería una gran razón para no suponer el cuadrolances, tampoco lo es para suponerlo así, el que enel fondo se vea una iglesia que se parece á la Sor-bona ó al Val-de-Grace. El catálogo nada indica delpor qué de la nueva clasificación, y por mi parte nola creo ni remotamente fundada. Estudiando con de-tenimiento los Museos belgas, no fallaría autor áquien poder atribuir este cuadro con mayor funda-mento.

SIGLO XVIII.

Algunos excelentes retratos do Nicolás Largi-Hiere, de .luán Ranc, pintor de cámara de Felipe Vde España; un retrato de Luis XIV, de Jacinto Ri-gaudo, que aunque fue quizás el mejor retratistafrancés de su época, no pudo sostener el nombre deVan l)ick francés que se le dio; y varios cuadros yretratos de menos importancia de Honasse, los VanLoo y Natticr, son todo lo que el Museo ostenta delos pintores de historia. A los pequeños artistassólo puede juzgárseles por dos lindos cuadritos deWatteau, y algunas marinas de José Vernel.

SECCIÓN DE ESCULTURA.

Todo lo que el Museo, aunque incompleto, es ricoen pinturas, es insignificante y pobre en esculturas.

Un hermoso grupo de dos figuras conocidas porCastor y Polux, corresponde al estilo griego delbuen tiempo; un Fauno cargado con un cabrito, ycuatro bajo relieves con bacantes bailando, escul-turas griegas también, algunos bustos y estatuasromanas del buen tiempo y de la decadencia, es lomás notable entre lo antiguo. En lo moderno sonde primer orden las estatuas de mármol y de broncede Pompeyo Leoni, sobre todo el grupo de Car-los Vtriunfante. Éntrelo contemporáneo, las obrasde iosÁlvarez, padre ó hijo, son las más notables, ylas creo superiores al Mercurio de Torlwalsen, quetanto nombre se ha procurado darle por algunos, yque es una de sus obras más vulgares.

Madrid, 8 de Noviembre do 1874.

CEFERIXO ARAUJO SÁNCHEZ.

EL PRINCIPIO Y EL FIN DEL MUNDO.

Voy á ocuparme en esle artículo de las teoríasmás recientes acerca del principio y del iln delmundo. El mundo es asunto interesantísimo, y su-pongo que en los tiempos más remolos, desde quelos hombres empezaron á formarse de él idea clara,se ha procurado adivinar, de un modo ó de otro,cómo había empezado y cómo debía concluir. Perolos estudios de que hoy quiero ocuparme tienen uncarácter particular que les distingue de las primerasconjeturas que encontramos en gran número de li-bros antiguos. Los autores de estos estudios moder-nos han procurado descubrir la manera cómo lascosas han empezado y deben concluir, estudiandosu modo de existencia actual. Este carácter par-ticular es precisamente lo que hace interesantesdichos trabajos; porque no queremos estudiar talescuestiones sino bajo el punto de vista científico, yentiendo por punto de vista científico el que con-siste en aplicar la experiencia del pasado á circuns-tancias nuevas, conforme á un orden natural obser-vado. Vamos, pues, á considerar sólo el modocómo han empezado las cosas y el modo cómo de-ben acabar, en cuanto nos sea posible hacer deduc-ciones acerca de ambos puntos del modo cómo pa-san ahora las cosas. Y en el fondo, el asunto esinteresante, porque justamente demuestra lo quesabemos en la actualidad acerca del modo de exis-tir del universo.

La primera de estas teorías ha sido expuesta porel profesor Clerk Maxwell en una conferenciaacerca de las moléculas, dada en la reunión deBradford de la Asociación Británica. Por una coin-cidencia que me parece feliz, M. Maxwell da enestos momentos, ante la Sociedad química de Lon-dres, una conferencia sobre las pruebas de la cons-titución molecutar de la materia. Ahora bien, esteargumento, que adelantó ante la Sociedad Británicareunida en Bradford, descansa por completo en lateoría moderna de la constitución molecular de lamateria. Juzgo esto tanto más importante, cuantoque muchas personas creen, al parecer, que la indi-cada teoría tiene muchas relaciones con las hipóte-sis que encontramos en los filósofos antiguos, como,por ejemplo, üemócrito y Lucrecio. Se advierte,en efecto, que estos filósofos antiguos tenían, acercade la constitución del universo, miras que están deacuerdo, en muchos puntos importantes, con las dela ciencia moderna. En el excelente discurso quepronunció en Belfast el profesor TyndaU (1), de-mostró muy bien estos puntos de semejanza. A

(1) Este discurso ha sido publicado en la RBVISTXEU&OPEA. tomo II,paginas 469 y 500.

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causa quizá de estas relaciones que él indicó entrelas teorías de los filósofos antiguos y la teoría mo-derna, muchas personas, á quienes es familiar laliteratura clásica, han pensado que el conocimientode las ideas de Demócrito y de Lucrecio les permi-tían comprender y juzgar la teoría moderna de lamateria. Pero este es un error. Hé aquí la principaldiferencia entre los antiguos y los modernos: lateoría atómica de Demócrito era una pura conjetu-ra. Todos los pensadores de su tiempo hacían con-jeturas acerca del origen del universo, y se ha en-contrado que la conjetura de Demócrito estaba máscerca de la verdad que las demás. Su modo dever se considera exacto en el punto principal deque todas las cosas están compuestas de partes ele-mentales, y que las propiedades diferentes de dis-tintas sustancias dependen más bien de una diferen-cia de arreglo, que de una diferencia esencial de lamateria de que se componen. Aunque esto lo con-tuviera la teoría de los átomos de Demócrito, tal ycomo la expone Lucrecio, si se examinan, sin em-bargo, de cerca las consecuencias que se han saca-du, reconóceme que se aparta pronto de la verdad,lo cual no es sorprendente. La manera como laciencia moderna considera la constitución de la ma-teria, no tiene, por el contrario, nada de conje-tural.

Procuraré ante todo, explicar los puntos princi-pales de esta teoría. Tomemos primero la formamas sencilla de la materia, un gas; por ejemplo, elaire de una sala. La ciencia moderna admite que elaire no es una sustancia continua, que no llenalodo el espacio de la sala, sino que se compone deun número enorme de partículas extraordinaria-mente pequeñas. Estas partículas son de dos clases:unas de oxígeno y otras de ázoe; todas las partí-culas de oxígeno son, por decirlo así, absolutamen-te semejantes bajo dos aspectos: primero, bajo eldel peso, y segundo, bajo el de ciertos detalles deestructura material. Estas pequeñas moléculas noeslán en reposo en la sala, sino que vuelan en to-das direcciones, con una velocidad media de veintekilómetros por minuto. No van muy lejos en la mis-ma dirección; pero cada molécula, después de ha-ber recorrido un espacio de una pequenez increíble(espacio que se ha medido), se encuentra con otra,no de frente, sino un poco de lado, de modo quehacen entre sí casi lo mismo que dos personas quese encuentran en el baile de sir Roger de Coverley:se dan la mano, vuelven y parten cada uno en dis-tima dirección. Todas estas moléculas cambianconstantemente la dirección de su movimiento:vuelan por todos lados con velocidades muy distin-tas, aunque el término medio sea, como acabo dedecir, una veintena de kilómetros por minuto. Sise marcaran todas las distintas velocidades en una

escala, encontraríanse repartidas alrededor délavelocidad media, como las balas lo están alrededordel punto de un blanco. Cuando se hacen muchosdisparos sobre un blanco, el mayor número de ba-las se encuentra agrupado alrededor del blanco,van disminuyendo á medida que se alejan del cen-tro, y esto conforme á determinada ley, que sellama ley del error. Laplace fue el primero queenunció este hecho de una manera clara, y una delas consecuencias más notables de dicha teoría, esque las velocidades de las moléculas del gas estánrepartidas precisamente conforme á esta ley delerror. Créese que las cosas pasan de distinto modoal tratarse de un líquido. Hemos dicho que en ungas estas moléculas se mueven en línea recta,y que, sólo durante una pequeña parte de su mo-vimiento, son desviadas por otras moléculas, perorespecto á un líquido podemos decir que las mo-léculas circulan como si bailaran la gran cadenade los lanceros. Cada molécula, al separarse deuna, se encuentra con otra, y de este modo sigueun camino tortuoso, no apartándose jamás comple-tamente de la esfera de acción de las moléculascircundantes. A pesar de esto, todas las moléculasde un líquido cambian sin cesar de lugar, y deeste modo se verifica la difusión en él. Tomadun gran cubo de agua y verted en él un pocode iodo. Al cabo de cierto tiempo el agua habrátomado una ligera linta azulada. Esto proviene deque todas las moléculas del iodo han cambiadocomo las otras y se han esparcido en todo el cubo.El hecho no es visible sino con sustancias de colo-res distintos, pero debe creerse que lo mismo su-cede cuando los colores son iguales. En todo lí-quido, todas las moléculas están en movimiento;cambian de lugar y se mezclan sin descanso. No su-cede lo mismo respecto á los sólidos. En un cuerposólido cada molécula tiene su lugar, que conserva,quiero decir, que no está más en reposo que unamolécula de líquido ó de gas, pero que tiene ciertaposición media, alrededor de la cual oscila sin ce-sar, permaneciendo siempre próxima á ella, é im-pidiéndole la acción de las moléculas circundantessepararse de esta posición. Hé aquí los puntos prin-cipales de la teoría de la constitución de la materia,tal y como ha sido admitida en nuestros días. Lateoría de Demócrito difiere en que, cuando la ima-ginó en todas sus partes, era pura conjetura.

Cuando se quiere probar la verdad de una hipó-tesis, es preciso demostrar, no sólo que esta hipóte-sis particular explica los hechos, sino, además, queninguna otra hipótesis los explica. Ahora bien, gra-cias á los esfuerzos de Clarges y del profesor ClerkMaxwell, lió aquí el estado en que se encuentra lateoría molecular de la materia: no decimos, supo-ned que tal ó cual cosa sea verdadera, para deducir

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las consecuencias de esta suposición y demostrar,en seguida, que estas consecuencias son justa-mente hechos que podemos observar; en vez deesto, hacemos ciertas experiencias, demostramosque ciertos hechos son exactos, y de estos hechosascendemos, por un razonamiento directo y forzoso,al principio de que toda materia se compone de mo-léculas distintas, y que en diferentes materias, taloscomo el oxígeno, el hidrógeno ó el ázoe, estas mo-léculas tienen casi el mismo peso y gozan do cier-tas propiedades mecánicas que á todas son comu-nes. Para dar una idea del género de pruebas pormedio de las cuales se llega á este principio, pre-ciso es que hable do otra teoría que me pareceestsr en igual caso; me refiero á la teoría del éter,de esa maravillosa sustancia que se encuentraesparcida en todo el espacio y que trasporta laluz y el calor irradiado. Por medio de ciertosexperimentos sobre la interferencia, podemos de-mostrar— no como hipótesis ó conjetura, sinocomo sencilla interpretación de los experimen-tos— que en todo rayo de luz hay cierto cambio,cualquiera que sea su naturaleza, periódico, conrelación al tiempo y a! lugar. Por periódico con re-lación al tiempo quiero decir que, en un punto dadodel rayo luminoso, este cambio irá creciendo hastacierto límite, después disminuye, luego crece ensentido inverso, para decrecer de nuevo, y así su-cesivamente. Este hecho resulta de los experimen-tos de interferencia; no es una teoría que ex-plique los hechos, sino un hecho que resulta de laobservación. Por periódico, con relación al espacio,quiero decir que, si en un momento dado podéisexaminar el rayo de luz, reconoceréis que se ve-rifica determinado cambio en toda su extensiónen diferentes grados. Este cambio desaparece enciertos puntos, entre los cuales aumentan por gra-dos hasta un máximun de un lado y después deotro alternativamente. Quiero decir, que si se si-gue la dirección del rayo de la luz, existo ciertocambio cuyo grado sufre una variación periódi-ca: se le reconoce experimentalmente haciendoobrar otros rayos luminosos sobre el rayo que seestudia. La altura del mar, como lo saben muybien los que han viajado por él, pasa por ciertoscambios periódicos; crece y descrece, y despuésvuelve á crecer y descrecer por intervalos de-terminados. Examinemos, por ejemplo, el movi-miento de las olas, y para ello pongámonos en unpunto dado y arrojemos un pedazo de corcho á lasuperficie; veremos subir y descender alternativa-mente, es decir, que se manifestará en la posicióndel corcho un cambio periódico que subirá, bajará,y después subirá de nuevo en una dirección contra-ria para bajar en seguida. Este hecho establecidopor la experiencia y que no es conjetural, el hecho,

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repito, de que la luz es un fenómeno periódico bajoel punto de vista del tiempo y del espacio, es lo quellamamos la teoría ondulatoria de la luz. La pala-bra teoría no significa aquí una conjetura, significauna explicación razonada de los hechos, de donde

• pueden deducirse resultados aplicables en el porve-nir á experimentos completamente nuevos. Pode-mos ir todavía más lejos. Hasta ahora decimos quela luz se compone de ondulaciones sólo en el sen-tido de ser un determinado fenómeno que tiene pe-riodicidad de tiempo y de espacio; pero sabemosademás, que un rayo luminoso pueda realizar de-terminado trabajo. El calor radiante, por ejemplo,cuando ataca á un cuerpo, le calienta y le permitehacer un trabajo por dilatación; este fenómeno pe-riódico, que se verifica en el rayo luminoso, poseeuna fuerza mecánica que puede realizar un trabajo.Podemos desde luego dar la siguiente definición:todo cambio que posee una fuerza, es un movi-miento de la materia, y quizás es esta la maneramás inteligible de de/inir la materia. Sólo en estesentido es un hecho demostrado, y no un hechoconjetural, el de que la luz es el movimiento perió-dico de una sustancia que se encuentra entre el ob-jeto luminoso y nuestros ojos. Pero esta sustanciano es materia en el sentido ordinario de la palabra;no se compone do moléculas semejantes á las de losgases, los líquidos y los sólidos. Esto no es tampocouna conjetura, sino un hecho demostrable.

Pero se me dirá, ¿qué necesidad hay de suponerque el éter que trasmite la luz sea otra cosa quemoléculas materiales repartidas en el espacio ydestinadas á trasmitir la luz? La contestación á estapregunta es sencillísima. Para que pueda trasmitir-se un movimiento por medio de moléculas distintas,es preciso que éstas se muevan, á lo menos, coniguai»velocidad que el movimiento trasmitido. Ahorabien, sabemos, por hechos de que hablaré más ade-lante, que las moléculas de un gas se mueven conuna velocidad que nada tiene de extraordinaria,pues es próximamente veinte veces mayor que la deun tren rápido. Por el contrario, las pruebas másciertas obtenidas por cinco ó seis métodos distin-tos, nos enseñan que la velocidad de la luz es de77.000 leguas kilométricas por segundo. Esta razónsencillísima nos permite decir, que es absoluta-mente imposible que la luz sea trasmitida por lasmoléculas de la materia ordinaria, necesitándoseotra sustancia, situada entre estas moléculas, paratrasmitir la luz. Recordemos también las pruebasque tenemos de que las moléculas de un gas no setocan, teniendo entre ellas otra sustancia. Además,la experiencia nos demuestra que los diferentescolores de la luz dependen de velocidades distintasde las ondas luminosas, que estas velocidades de-penden á su ve/ de la amplitud de las ondas que

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se propagan al través del éter, y que, cuandoun rayo luminoso atraviesa un pedazo do cristaló un medio trasparente cualquiera, á excepcióndel vacio, las ondas de diferente extensión setrasmiten con velocidades distintas. Lo mismo su-cede respecto al mar; las olas largas se propagan'más pronto que las olas cortas. De igual manera,cuando un cuerpo luminoso sale del vacío y tro-pieza con un medio trasparente, e¡ cristal porejemplo, se comprueba que la velocidad de la tras-misión del rayo entero disminuye, que camina conmás lentitud en el interior de un cuerpo material, yque este cambio es mayor en las grandes ondasque en las pequeñas. Las ondas pequeñas corres-ponden á la luz azul, y las grandes, á la luz roja.Las ondas de luz roja no se propagan tan lenta-mente como las de luz azul; pero, como sucede conlas olas del mar, cuando la luz se propaga en el in-terior de un cuerpo trasparanle, las grandes ondasson las que se propagan con mayor rapidez. Em-pleando un cuerpo que separe los diferentes colo-res, un prisma, podemos decir de qué elementos secompone la luz que le hiere. La luz que nos envíael sol, se compone de ondas de diferentes tama-ños, pero haciéndola atravesar un prisma, podemospresentarla en forma de espectro, obteniendo asíuna banda luminosa en vez de un punto, y á cadaraya del espectro, corresponde una onda de unalongitud y de una velocidad de vibración determi-nadas. Llegamos aquí á un fenómeno singularísimo.Si se toma un gas de cloro, por ejemplo, y se lecoloca al paso del rayo luminoso, se ve que ciertosrayos particulares del espectro son absorbidos yotros uo. ¿Cómo se explica que el cloro absorbaciertas velocidades de ondulación y otras no?Esto proviene de que el cloro se compone de grannúmero de elementos excesivamente pequeños,siendo cada cual de ellos susceptible de vibracionesinteriores. Cada uno de estos elementos, es com-plicado, y las partes vibrantes que contiene puedencambiar su posición relativa. Sabemos que las mo-léculas son susceptibles de vibraciones interioresde este género, porque si calentamos suficiente-mente un cuerpo sólido, acaba por emitir luz, esdecir, que sus moléculas llegan á tal estado devibración, que hacen vibrar el éter con la mismas7elocidad que vibran ellas mismas. Así, pues, la ab-sorción de ciertos rayos luminosos por el cloro nosenseña que las moléculas de este gas tienen ciertasvelocidades naturales de vibración, precisamentelasque pertenecen naturalmente á las moléculas. Sise hace sonar determinada nota cerca de la cuerdade un piano, esla cuerda vibrará si está al unísono.Ahora bien, colocando una pantalla compuesta delas mismas cuerdas en una habitación, y haciendosonar la nota por uno de los lados, una persona

colocada al opuesto, oirá la nota débilmente ó nola oirá, porque la interceptarán las cuerdas; perosi por el contrario, se hace sonar otra nota con lacual las cuerdas no pueden vibrar naturalmente, elsonido pasará, no siendo absorbido por no causarvibración en las cuerdas.

La cuestión, según so ve, llega á ser más eleva-da. Dejemos un momento aparte las moléculas;supongamos que ignoramos su existencia y pregun-temos si esta velocidad de vibración, que pertenecenaturalmente al gas, le corresponde en su conjuntoó en sus partes. Puede suponerse que pertenece algas en su conjunto. Si movéis un vaso lleno deagua, las oscilaciones del líquido tienen una dura-ción perfectamente determinada y facilísima demedir. Esta duración de oscilación pertenece alvaso de agua en su conjunto y depende del pesodel agua y de la forma del vaso. Por el contrario,una experiencia positiva nos da á conocer que laduración de la vibración que corresponde á un gasdado, no le pertenece en su conjunto, sino á suspartes tomadas separadamente: en efecto, si com-primís el gas, no cambiáis la duración de las vibra-ciones. Supongamos por un instante que tenemosen una habitación gran número de violines tocán-dose unos á otros y cuyas cuerdas están dispuestasde modo que vibren con ciertas notas. Si se hacesonar una de estas notas, todos los violines respon-den; pero si se aprietan los violines, evidentementese les hace perder ¡a disposición de las cuerdas, yestando todo-s en contacto, no responden á la notacon la misma precisión que antes. Teniendo la habi-tación llena de violines colocados á determinadadistancia unos de otros, y acercándolos sin que setoquen entre sí, continuarán acordes y reproduciránexactamente la misma nota que antes. Vemos, pues,que si la compresión de un gas, en ciertos límites,no cambia la velocidad de la vibración que le per-tenece, esta velocidad de vibración no puede per-tenecer al gas en su conjunto, sino á sus partesconsideradas separadamente. Ahora bien, me pa-rece que un razonamiento de este género coloca lateoría moderna de la constitución de la materiasobre una base absolutamente independiente detoda hipótesis. La teoría es pura y simplemente unaexposición regular de los hechos, es decir, unaexposición, que difiero de los experimentos, en quelos reúne de la manera más cómoda, para deducircuál será el resultado de otros experimentos. Estoes lo que entendemos en la actualidad por teoríacientífica.

Acerca de esta teoría, el profesor Clerk Maxwellha hecho un argumento importante en la conferen-cia dada ante la Asociación Británica reunida enBradford. Es consecuencia, según he dicho, de lateoría molecular, que todas las moléculas de una

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sustancia dada, el oxígeno, por ejemplo, se parecen jcuanto es posible bajo dos aspectos, su peso y laduración de sus vibraciones. He aquí, ahora, el argu-mento de M. Clerk Maxwell. Ha dicho primero que,según la teoría, debemos creer, no que estas mo-léculas son semejantes en lo posible, sino que sonabsolutamente semejantes bajo ambos aspectos. Almenos su razonamiento me ha parecido exigir oslo.Ha añadido que todo el oxigeno que conocemos,cualesquiera que sean las operaciones que hayasufrido, venga de la atmósfera ó de un óxido dehierro ó de carbón, pertenezca al sol, á las estre-llas fijas, á los planetas ó á las nebulosas, es idén-tico, y todas las moléculas de oxígeno que encon-tramos en la tierra han debido existir sin alteración,al menos sin alteración apreciable, durante todo eltiempo que ha durado la evolución de la tierra.Cualesquiera que sean las vicisitudes porque hayanpasado, sea cual sea el número de veces que hayanentrado en combinación con el hierro ó la plata yque hayan sido fundidas bajo la capa terrestre, ó se-parada de los óxidos para mezclarse de nuevo alaatmósfera, han conservado sin alteración su formaprimitiva, tal y como era al principio del mundo.Ahora bien, el profesor Clerk Maxwell asegura quelas cosas que son inalterables y siempre idénticasconsigo mismas, no pueden haber sido formadas porvía de evolución. Además, siendo exactamentesemejantes, no pueden haber existido siempre, ypor tanto, han debido ser creadas. Según la frasede sir John Herschel «tienen la marca de los objetosfabricados.»

Pero no quiero examinar estas últimas deduc-ciones, y me limitaré estrictamente á la primera delas afirmaciones de M. Clerk Maxwell. Dícenos queporque estas moléculas son absolutamente semejan-tes entre sí, porque no han sufrido alteración desdeel principio de los tiempos, no han podido ser pro-ducidas por via de evolución. Esta es la cuestión queme propongo discutir. Quiero examinar si las prue-bas que tenemos de la semejanza exacta de estasmoléculas entre sí son bastantes para hacer impo-sible su producción por la vía evolutiva. Evidente-mente, la opinión de la insuficiencia de estas prue-bas es la más fácil de sostener, pues nada hay tandifícil de probar como una proposición negativa, y sise logra demostrar la imposibilidad de la evolución,será este un hecho absolutamente único en cienciay en filosofía. Este hecho manifiesta bien la influen-cia de la autoridad en materias científicas.

Si hay entre los físicos modernos un nombre quedeba ser respetado por cuantos se ocupan de laciencia, es el de M. Clerk Maxwell. Si cualquier otroque no tuviera esta grande autoridad hubiese sen-tado una proposición fundada aparentemente en laciencia, pretendiendo determinar qué cosas pueden

haber existido eternamente y cuáles nó, y hablandode semejanza exacta entre muchos objetos, demos-trada por la experiencia, exclamaríamos: «¡Eterni-dad pasada! ¡exactilud absoluta!» y cerraríamos ellibro. La experiencia ha demostrado después detantos siglos de ilustrar la ciencia al hombre, quejamás se puede llegar á conclusiones de este gé-nero. La ciencia no nos da ninguna conclusiónacerca de tiempo infinito ó exactitud infinita. Lle-gamos á conclusiones que están tan cerca de laverdad como la experiencia puede demostrarlo, yque son algunas veces mucho más exactas que laexperiencia directa pudiera serlo, de modo quepodemos corregir una experiencia por deduccionessacadas de otra, pero nunca llegaremos á conclu-siones cuya exactitud absoluta tengamos el derechode afirmar; de manera que, aun en el caso de que elsabio más eminente nos diga que hay razones paracreer que tal proposición es rigurosamente cier-ta, ó crea que determinada sustancia ha existidotal y como os desde el origen de las cosas, nos ve-mos obligados á decir: «Puede ser que un hombretan eminente haya descubierto alguna cosa que di-fiera por completo de todo cuanto sabíamos y elhecho merece ser examinado; pero, á pesar de todo,es cierto que esta cosa será absolutamente distintade cuanto sabíamos hasta ahora.»

Pues bien; examinemos las pruebas, según lascuales sabemos que las moléculas del mismo gasson tan semejantes como es posible, bajo el puntode vista de su peso y de su velocidad de vibración.El doctor Grabara, antiguo director de la fábrica demoneda, ha hecho experimentos acerca de la velo-cidad con la cual se mezclan diferentes gases, re-conociendo que, si dividía un vaso en dos partes conuna delgada plancha de plonbagina ó grafito, yponh?en cada lado un gas distinto, estos gases semezclaban casi tan pronto como si no hubiera se-paración entre ellos. La única diferencia consisteen que la plancha de grafito permite medir másfácilmente la velocidad con que se verifica la mez-cla, y las medidas y las conclusiones que este expe-rimento lia proporcionado al doctor Granan), estánperfectamente de acuerdo con la teoría molecular.El cálculo demuestra que la velocidad de difusióndo diferentes gases depende del peso de sus mo-léculas. Ahora bien, una molécula de oxigeno pesadiez y seis veces lo que una molécula de hidrógeno;y el experimento prueba que el hidrógeno atraviesauna plancha de grafito cuatro veces más pronto queel oxígeno. Cuatro por cuatro hacen diez y seis, yexpresamos esta ley en forma matemática diciendo:que la velocidad de la difusión de un gas está enrazón inversa de la raíz cuadrada de la masa de susmoléculas. Si una molécula pesa treinta y seis vecesmás que otra (la relación entre el peso de una mo.»

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lécula de cloro y otra de hidrógeno se encuentracasi en esta proporción), su velocidad y difusiónserá sois veces menor.

Esta ley se deduce de la teoría molecular y,como otras leyes del mismo género, es exacta enla práctica. Pero veamos ahora lo que resulta deaquí. Supongamos que en vez de tomar un solo gasy de hacerle atravesar una pared porosa, encontra-mos una mezcla de dos gases. Pongamos juntosoxigeno é hidrógeno en uno de los compartimien-tos de un vaso separado en dos partes por una plan-cha de grafito, y hagamos el vacío en el otro compar-timiento; el hidrógeno atravesará la plancha cuatroveces más pronto que el oxigeno, y por consecuen-cia, al llenarse el segundo compartimiento conten-drá mueho más hidrógeno que oxígeno, es decir,que habremos separado el oxígeno del hidrógeno, node un modo completo, pero en gran parte, como, pormeció de un zarzo, podemos separar los carbonespequeños de los gruesos. Ahora bien, supongamosque cuando el gas hidrógeno no está mezclado áningún otro, las moléculas sean de dos clases y dedos pesos distintos; si, en tal caso, hacemos atrave-sar á este gas una pared porosa, las partículas másligeras pasarán las primeras,}'tendremos dos mues-tras diferentes de hidrógeno, en una de las cualeslas moléculas serán más ligeras que en la otra. Laspropiedades de estas dos muestras diferirán necesa-riamente y será facilísimo comprobar la diferencia.Si existe entre el peso medio de las moléculas deambos lados del tabique una diferencia apreeiable,no habrá dificultad alguna en comprobarla, perojamás se ha observado diferencia alguna de estaclase. Si ponemos un solo gas en un compartimientode un vaso y le hacemos pasar á través de una plan-cha de plonbagina á otro compartimiento, no encon-tramos diferencia alguna entre el gas de ambos la-dos; es decir, que si existe alguna diferencia, esdemasiado débil para ser reconocida con ayuda denuestros actuales medios de observación. Tal es elgénero de pruebas en que nos fundamos para decirque todas las moléculas de un gas dado tienenaproximadamente el mismo peso. ¿Por qué decimosajiroximadamente? Porque las pruebas de este gé-nero jamás pueden demostrar que las moléculastienen absolutamente el misino peso. Los medios demedida de que disponemos, pueden ser excesiva-mente exactos, pero siempre debe admitirse ciertolimite de diferencia, y si la diferencia de las mo-léculas de oxígeno de determinado peso fuere débi-lísima, si estuviera comprendida en límites peque-ñísimos, sería muy posible que nuestros experimen-tos nos diesen los mismos resultados que nos danahora. Supongamos, por ejemplo, que las variacio-nes de dimensión de los átomos de oxigeno fuesentnu grandes como ias que existen entre los pesos

de diferentes hombres, entonces seria muy fácilreconocer por el procedimiento de tamizado quehemos descrito, el tamaño de esta diferencia y es-tablecer su existencia; por otra parte, si suponemosque las fuerzas que originariamente han hecho casiiguales todas estas moléculas, obran constantemen-te para restablecer el orden, cuando lo perturbamospor cualquier experimento, los pequeños átomos deoxígeno que están á uno de los lados se restablece-rán en su tamaño normal y, en tal caso, será impo-sible comprobar la diferencia por un experimentomenos rápido que la acción de estas fuerzas.

Hay otra razón por la cual estamos obligados aconsiderar este experimento sólo como aproximati-vo, no dando resultados exactos. Existe una pruebatortísima, aunque no sea coneluyente, de que enun gas dado, por ejemplo, el ácido carbónico, todaslas moléculas tienen el mismo peso. Si comprimi-mos este gas, vemos que, mientras se encuentraen estado de gas perfecto, ó cerca de este estado,la presión es exactamente en razón inversa del vo-lumen. Esta ley se explica muy bien por la teoríamolecular, y es precisamente lo que debe suceder,si la teoría molecular es cierta. Pero si comprimi-mos el gas más todavía, la presión es menor de loque debía ser, según la ley precedente. Hay dosmaneras de explicar este hecho. En primer lugar,podemos suponer que las moléculas están de talmanera oprimidas entre sí, que el tiempo, durante elcual se encuentran bastante próximas para atraersemutuamente de una manera sensible, llega á seruna fracción demasiado considerable para que sela desprecie; y este hecho explica el cambio dela ley; pero hay además otra explicación posible.Supongamos, para fijar bien las ideas, que dos mo-léculas se aproximan una á otra, que la velocidaddel movimiento de una con relación á la otra seapequeñísima, que se dirijan de modo á propósitopara unirse entre sí, y que continúan girando, for-mando sólo una molécula. Según los principios dela ciencia, esto explica el hecho de la disminuciónde presión en un gas que esté próximo á liquidarse;las moléculas no se mueven ya aisladamente, sinoque algunas se unen de dos en dos, y aun en mayornúmero, formando gruesas moléculas. El espectrós-copo confirma esta suposición de una manera sor-prendente. Tomemos por ejemplo el cloro que cam-bia de matiz y su color llega á ser más oscuro ómedida que se aproxima al estado liquido. Estecambio de color indica un cambio en la velocidadde vibración que pertenece á sus partes constitu-yentes, y las reglas de la mecánica permiten asen-tar que las moléculas más grandes tienen una ve-locidad de vibración menor que las más peque-ñas, casi lo mismo que una cuerda corta da unanota más aguda que una larga. El color del cloro

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cambia exactamente como esperaríamos verle cam-biar si.las moléculas, en vez de circular separada-mente, estuvieran unidas de dos en dos, y el mismohecho se reproduce en gran número de metales.

En sus admirables investigaciones, M. Lockyerha hecho ver que muchos metales y metaloidestienen espectros distintos, según la temperatura yla presión á las cuales son sometidos, y casi hademostrado que estos espectros distintos, es decir,las velocidades de vibración de las moléculas, de-penden de que, en efecto, las moléculas tienen di-mensiones diferentes. El doctor Roseoe presentóhace algunos meses un espectro de sodio comple-tamente nuevo, de suerte que parecía que eslemetal en estado gaseoso presenta cuatro diferentesgrados de agregación; una molécula aislada, tres,cuatro, ó, en fin, ocho moléculas reunidas. Cual-quier complicación nueva de moléculas, cualquiermolécula que se añada á un grupo en movimiento,producirá una diferencia en la velocidad de vibra-ción del sistema, y por tanto, una diferencia en elcolor de la sustancia.

Hé aquí, pues, una prueba sacada de otro ordende hechos, que demuestra que las moléculas de ungas dado, tal y como existen, no tienen todas elmismo peso. Los experimentos que no indiquenesta diferencia, tampoco podrán con mayor razónindicar otra más pequeña; aquí también podemosver por qué, aun cuando exista entre las moléculasuna diferencia de tamaño, no podemos descubrirlapor el tamizado. Supongamos que se toma oxígenoen el cual ciertas moléculas son simples y otrasdobles, y que se hace pasar á través de una planchade sustancia porosa: las moléculas simples pasanlas primeras, pero cuando han pasado cierto nú-mero de ellas, pueden unirse y formar moléculasdobles; de igual manera, entre las moléculas doblesque no han atravesado la plancha porosa, muchaspueden separarse en moléculas simples, y el tami-zado que debería dar moléculas simples de un ladoy moléculas dobles de otro, da solamente una mez-cla de moléculas simples y dobles en ambos lados,porque las causas que primitivamente han deter-minado la existencia de las dos especies de molé-culas, no han cesado de obrar y producen eonslan-temente ambos resultados.

Consideremos ahora el otro aspecto bajo el cuallas moléculas son casi semejantes, me refiero á suvelocidad de vibración. El sodio, tan abundante so-bre la tierra en la sal ordinaria, tiene dos velocida-des de vibración; da, si me es permitido decirlo asi,dos notas, muy próximas una á otra. Estas dos ve-locidades forman la raya doble tan conocida. Lasilos rayas amarillas y brillantes, son fáciles deobservar, y se encuentran en los espec'ros de grannúmero de estrellas. Presénlanse er el espectro

solar bajo la apariencia de rayas oscuras, indicandoque existe en el borde exterior del sol sodio quedetiene é intercepta la luz de las partes brillantessituadas en su espalda. Todas estas lineas de sodioocupan exactamente la misma posición en el espec-tro, lo que prueba que las velocidades de vibraciónde estas moléculas de sodio en todo el univer-so, en cuanto lo conocemos, son tan próximas ála igualdad como es posible. Este hecho indica unasemejanza de estructura molecular mucho másdelicada, que puede indicarla la simple considera-ción del peso. Pesad tan exactamente como queráisdos violines y jamás podrá daros á conocer estaoperación si están acordes; una de las pruebas, esmucho más delicada que la otra. Veamos hasta quépunto lord Hayleigh ha comprobado que hay unlimite natural para la posición exacta de una lineadada en el espectro; este hecho se uxplica de lasiguiente manera: Si un cuerpo que emite un so-nido se acerca, la altura del sonido cambiará.Si andáis por una calle donde los ómnibus pasancada diez minutos en una dirección solamente, ymarcháis en sentido contrario de estos ómnibus, esevidente que veréis cruzar mayor número en untiempo dado, que si camináis en sentido contrario.Si un cuerpo luminoso avanza hacia nosotros, en-contraremos más ondas en determinada dirección,que si se aleja; por consiguiente, si nos dirigimos áun cuerpo luminoso, la luz vendrá más pronto, la vi-bración será más corta y estará la luz más alta en elespectro, será más azul. Si nos alejamos del cuerpoluminoso, la velocidad de las vibraciones será en-tonces menor y !a luz mas baja en el espectro. Pormedio de las variaciones de ciertas rayas conocidasdel espectro, se ha podido medir la velocidad con lacual ciertas estrellas lijas se acercan á la tierra, yla velocidad con que otras estrellas fijas se alejan.Supongamos que tenemos un gas incandescente:todas sus moléculas dan luz con una velocidad devibración determinada; pero algunas do ollas avan-zan hacia nosotros y otras se alejan con una velo-cidad muy superior á la velocidad media de lasmoléculas gaseosas, que es de veintisiete kilóme-tros por minuto, porque la temperatura es máselevada cuando el gas está incandescente. De aquíresulta, que en vez de tener en el espectro unalínea claramente definida, en lugar de tener la luzexactamente de un color brillante, tenemos unaluz que varía (>n ciertos limites; si la velocidad realde vibración de las moléculas de gas está marcadaen el espccti-o, no tendremos una línea brillanteúnica, sino una banda brillante, desbordando porlodos lados. Lord Rayleigh ha calculado que, enlas circunstancias más favorables, la anchura deesta banda será á lo méuos la centésima parte de ladistancia que separa las rayas de sodio. En este

270 REVISTA EUROPEA.—15 DE AGOSTO DE 1 8 7 5 . N.°77experimento precisamente está fundada la pi'uebade la semejanza exacta de las moléculas. La natu-raleza de dicho experimento nos demuestra, queobtendríamos exactamente los mismos resultados sila velocidad de vibración de lodas las moléculas nofuera rigurosamente igual, sino que variase entreciertos límites muy restringidos. Si por ejemplo,las velocidades de vibración variasen entre sí comolas dimensiones de cabezas de diferentes hombres,obtendríamos casi lo mismo que el experimento nosda ahora. Así, pues, las pruebas que tenemos de laigualdad de pesos y de la igualdad de velocidad dela vibración do las moléculas gaseosas, nos permi-ten solamente deducir, que cualquiera que sean lasdiferencias entre los pesos ó entre las velocidadesi.le vibración de diferentes moléculas gaseosas, estasdiferencias son demasiado pequeñas para ser com-brobadas, ayudados por los medios de medición queposeemos en la actualidad, y esto es precisamentecuanto podemos deducir en todas las cuestionescientíficas análogas.

Ahora bien, ¿qué relación hay entre esta cuestióny la de saber si es posible que las moléculas hayansido producidas por via de evolución? Por mi parteno comprendo bien cómo, aun sabiendo que lasmoléculas son rigurosamente semejantes, estaría-mos ciertos de que no han sido producidas por viado evolución, porque sólo hay un caso de evolucióndel cual sepamos algo, y bien imperfectamente, elde la evolución de seres organizados. Los procedi-mientos por los cuales esta evolución se realiza,son procedimientos de selección natural y de he-rencia, largos, penosos y poco económicos. Estosprocedimientos obran muy lentamente, necesitandosiglos para producir sus efectos naturales. Pero meparet'e que, en nuestra completa ignorancia de esteasunto, podemos admitir que haya otros procedi-mientos de ovolucion capaces de producir un nu-mero definido de formas (las de los elementos quí-micos), como los procedimientos de evolución deseres organizados han producido un número deformas más considerable. Cuanto sabemos del éternos demuestra que su acción es de una rapidez su-perior á la de todos los movimientos de la materiavisible. Puede ser, por ejemplo, que existan condi-ciones mecánicas en virtud de las cuales todos loscuerpos deban estar hechos de sólidos regula-res; que las moléculas deban todas tener facetas[llanas, y las facetas igual forma. Puede conce-birse que sea imposible á una molécula existir condos de sus facetas diferentes. En este caso sabe-mos que habría para cada molécula cinco formasposibles, producidas por via de evolución. Ahorabien, las diferentes formas de materia que conoce-mos y que los químicos llaman elementos, tienen,al parecer, entre sí una relación de este género:

quiero decir que parecen producidas por condicio-nes mecánicas que sólo permitirían la existencia dedeterminado número de formas, y que cuantas ve-ces una molécula se apartara algo de alguna de estasformas, obraría inmediatamente para restablecerlaen ella. No sé en manera alguna (porque nos faltanpara saberlo datos definidos) cuál es la forma deuna molécula, ni cuál la naturaleza de la vibraciónque experimenta, ni en qué condición se encuentracon relación al éter, y en esta ignorancia absolutaen que estamos, es imposible imaginarnos la maneracómo ha sido formada. Cuando sepamos acerca de laforma de una molécula tanto como sabemos delsistema solar, por ejemplo, podremos conocer sumodo de evolución tan bien como conocemos lamanera cómo el sistema solar se ha producido.Pero en nuestro estado actual de ignorancia, cuantodebemos hacer es manifestar que los experimentosque podemos realizar no prueban en manera algunaque haya imposibilidad absoluta, para las moléculasmateriales, de haber salido del éter por via de evo-lución.

Las pruebas que tenemos de la semejanza de lasmoléculas de una misma sustancia sólo son aproxi-mativas. La teoría deja espacio á ciertas ligeras di-ferencias, y por tanto, si hay en la naturaleza de!éter condiciones que hagan imposible la existenciade otras formas materiales que las que nos son co-nocidas, es muy probable que cuando lleguemospor un medio cualquiera á separar las moléculas deuna especie de las de otra, estas mismas condicio-nes las reproducirán inmediatamente, presentándo-nos una masa gaseosa del tipo medio normal.

Pasemos ahora á un estudio de distinto orden.Sir William Thompson hizo una observación haráunos treinta años, sobre la naturaleza de ciertosproblemas relativos al calor. Estos problemas ha-bían sido resueltos hacía muchos años por Kourieren un tratado muy notable. Demostró que, si se co-nocía el grado de calor de un cuerpo, podía dedu-eirse la manera cómo iba poco á poco enfriándose.Supongamos que so mete en el fuego la extremidadde un atizador, y que se le deja enrojecer; uno delos extremos está mucho más caliente que el otro,y después de sacar el atizador del luego, se reco-noce (pie el calor va de la extremidad más calienteá la que lo está menos, y se puede calcular de unamanera muy exacta la velocidad de la trasmisión yla temperatura de la una ó de la otra extremidad enun momento dado. Tales son los resultados de lateoría do Fourier. Ahora bien, tomemos el atizadoren el momento en que está á medio enfriar, y pre-guntemos si la ecuación nos permite encontrar loque ha pasado en él, antes de este momento, bajo elpunto de vista del enfriamiento. Sí, la ecuación dacuenta del estado del atizador antes del momento

N.° 77 W. K. CL1FF0RÜ.—EL PRINCIPIO Y KL FIN DEL MUNDO. 271en quo lo hemos tomado con grande exactitud hastadeterminado instante, pero más allá de este instanteno hace indicación ninguna y se pone á desvariar.El problema de la conductibilidad del calor es detal naturaleza, que permite seguirla marcha del fe-nómeno tan lejos como se quiera, hacia adelante,pero sólo hasta cierto punto, hacia atrás. Hay otrocaso en el cual se verifica el mismo hecho. Todo elinundo ha leido en el Boy's own Book el experi-mento que consiste en echar cerveza hasta la mitadde la altura de un vaso de cristal, cubrir el líquidocon un pedazo redondo de papel y verter encimacon precaución cierta cantidad de agua; si se sacaentonces el papel sin agitar los dos líquidos, el aguapermanecerá encima de la cerveza. Se bebe entón-eos la cerveza sin beber el agua, por medio do uncanutillo de paja que se sumerge hasta el fondo.Supongamos que ambos líquidos, colocados asi unosobre el otro, empiezan á mezclarse; es posible re-presentar entonces, por una ecuación, lo quo pasa,y esta ecuación tiene exactamente la misma formaque la de la conductibilidad del calor, indicándonosla cantidad de agua que se mezcla con la cerveza enun momento dado. Así, pues, dadas la cei'veza yel agua á medio mezclar, puede seguirse la marchadel fenómeno en adelante, medirlo con exactitud ydar cuenta de él completamente; pero si se intentavolver atrás se llega á un punto en que la ecuaciónse detiene y desvaría: este punto es el momento enque se quita el papel y se deja empezar la mezcla.Si aplicamos la consideración al caso del atizador,de que antes hemos hablado, y queremos volveratrás con la ecuación, veremos que el punto en quela ecuación empieza á desvariar es el momento enque el atizador ha sido sacado del fuego. La teoríamatemática supone que la trasmisión del calor porconductibilidad se opera regularmente conforme áleyes determinadas, y si en un momento cualquierahay una catástrofe, un hecho que no entra en lasleyes de la conductibilidad del calor, la ecuación nopuede entonces dar cuenta de él. Veamos otro he-cho del mismo género. Me refiero á la trasmisióndel rozamiento de los líquidos. Si tomáis una tazade té y removéis el líquido, haciendo describir uncirculo á la cucharilla, no girará indefinidamente!la razón consiste en que hay rozamiento contra lapared de la taza y de las diferentes partes del li-quido entre ellas. Ahora bien, el rozamiento de dife-rentes partes de un fluido es justamente una cues-tión de mezcla. Las partículas animadas de un mo-vimiento rápido, que se encuentran en el centro yno han sido detenidas en el rozamiento contra lapared, y las partículas próximas á la pared, cuyomovimiento es lento, se mezclan entre si. Esta mez-cla de diversas partículas puede ser objeto de ecua-ción, y la ecuación obtenida es exactamente de la

misma especio que la que se aplica á la conductibi-lidad del calor. Todos estos diversos problemas nospresentan, pues, una acción natural que consiste enmezclar diferentes cosas, y una de las propiedadesde esta acción es que la mezcla puede continuarsesiempre sin que se llegue á una imposibilidad; perosi se quiere volver atrás en la sucesión de hechos,llégase siempre necesariamente aun estado de cosasque no ha podido ser producido por la mezcla, esdecir, al estado de separación completa.

Ahora bien, esta observación de sir W. Thomp-son, que se recuerda en la obra de M. BalfourSlewai't sobre la conservación de la fuerza, ha ser-vido de fundamento á una teoría de las más singu-lares. Los dos autores que acabamos de citar teníanpuesta la mira en un problema particular que es-tudiaban entonces: sir W. Thompson hablaba de lapérdida de calor, y decia que este problema nosconduce á un estado que no ha podido ser producidopor la conductibilidad del calor. De igual manera,M. Clcrk Maxwell, hablando del mismo problema, ytambién de la difusión de los gases, decia que estáprobado que ha habido en lo pasado un limite alorden de cosas actual, un momento ú otra cosa enque la mezcla ha existido. Pero un sabio eminente,que ha prestado grandes servicios al género huma-no, el profesor Stanley Jevons, en un libro admira-ble, titulado Principios de la ciencia, libro maravi-lloso por el número de ejemplos, con los cualesexplica principios lógicos tomados á todas las re-giones de la ciencia, y por el pequeño número deerrores que contiene; M. Jevons, repito, toma estaobservación de sir W. Thompson, quita dos palabrasmuy importantes, que reemplaza con otras dos muyimportantes también y dice: «Tenemos aquí la prue-ba de un límite de estado de cosas que no hubierapodido ser producido por el estado de cosas anterior,eonfo>ino á las leyes conocidas de la naturaleza.»No es de leyes conocidas de la naturaleza, sino deleyes conocidas de la conductibilidad del calor, delo (pie habla sir W. Thompson, y este error demues-tra cuan falaz es decir que, si consideramos el casodel universo entero, podríamos poner—admitiendoque tuviésemos bastante papel y tinta—una ecua-ción que representase la historia del mundo en loporvenir, llegando,hasta donde nos pluguiese; peroque si queríamos calcular esta historia remontandoen la serie de los siglos, llegaríamos á un punto enque la ecuación empezaría á desvariar, es decir, áun estado de cosas que no pudiera deducirse de unestado de cosas anterior por ninguna ley conocida.Se ve, pues, que la cuestión varia por completo. Ensu notable libro de la Base científica de la fe,M. Murphy se apodera de este mismo principio paraconvertirlo en base de un enorme edificio lógico.Uno de los resultados á que ha llegado, es, según

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creo, al restablecimiento de la Iglesia de Irlanda;pero, en mi sentir, esta teoría se funda en una equi-vocación. Descansa por completo en el olvido delas circunstancias con las cuales se hizo primitiva-mente la observación. Sabiendo todos estos físicosdo lo que hablaban, sólo han pretendido sacar de loshechos de que se ocupaban las conclusiones quepodían razonablemente deducir. Dicen, en efecto:Hó aquí un estado de cosas que no hubiera podidoser producido por las circunstancias que estudia-mos en este momento. Entonces llega el teórico,lee una frase y exclama: «Esta es la ocasión de queyo intervenga»; interviene, en efecto, y sobre unfundamento imaginario, es decir, sin fundamentoalguno, construye una teoría sobre el origen ne-cesario del orden de cosas actual', en cierta épocadeifinida que podría calcularse; pero basta examinarla cuestión para ver, que no es en manera algunaconsecuencia de la teoría de la pérdida de calor. Siaplicamos esta teoría á la tierra, encontramos queactualmente la temperatura está repartida de ciertomodo en el interior, que hay una ley, según la cual,la temperatura crece á medida que se desciende,y, sin duda, si llevamos más lejos nuestras investi-gaciones, reconoceremos la existencia de una leyexacta para el crecimiento de la temperatura conla profundidad.

Admitiendo que así sea, y tomando esta ley porbase de nuestro problema, podríamos tratar dedescubrir cuál ha sido la historia de la tierra en lopasado y cuándo ha empezado á enfriarse. Esto esprecisamente lo que ha hecho sir William Thomp-son. Al examinar este asunto, encontramos que hayun punto definido hasta el que podemos ir, y á partirdel cual, la ecuación desvaría; pero no concluimospor esto que en dicho momento las leyes de la na-luraleza hayan empezado á ser lo que son; estepunto es el en que la tierra ha empezado á solidifi-carse, fenómeno que no puede indicarse por unaecuación, porque su acción no pertenece á la irra-diación. Este punto está determinado como tiempo,rio con grande exactitud, pero sí con una aproxi-mación tan grande como podemos esperarla con losdatos de que disponemos, y sir W. Thompson hacalculado, que la tierra ha debido empezar á soli-dificarse de ciento á doscientos.millones de añoshíl; de modo, que el estado actual de las cosas nospermite llegar al principio del enfriamiento de latierra, que aún continúa. Antes de esto la tierra seenfriaba en estado líquido, y el paso dol estadolíquido al estado sólido ha determinado una catás-trofe que produjo nueva velocidad de enfriamientode la tierra. Esta ley nos da, pues, á conocer laépoca en la que el actual estado de cosas ha empe-zado en la superficie terrestre; pero no el del prin-cipio del universo: no llegamos al principio del

universo, sino simplemente al de la estructuraactual de la tierra. Si ascendemos aún más, podría-mos hacer un nuevo cálculo y descubrir durantecuánto tiempo la tierra se ha encontrado en esta-do líquido: llegaríamos á otra catástrofe y diría-mos, no que en esta época ha empezado á existirel universo, sino que nuestra tierra ha pasado delestado gaseoso al estado líquido. Y remontándo-nos aún más, hallaríamos probablemente á la tier-ra separándose de un gran anillo de sustancia querodea al sol, y lanzada en su órbita. Los mismoshechos son verdaderos en todos los cuerpos deluniverso; y ascendiendo de igual modo hacia suorigen, llegamos á una época en la cual se veri-fica la catástrofe y vemos á cada uno de ellos se-pararse y aglomerarse. Así, pues, todos se hanaglomerado y solidificado. Procediendo en sentidocontrario, les veremos separarse y enfriarse, y,como límite, veríamos todos estos cuerpos resol-verse en moléculas que se separan unas de otras.No habría limite alguno á esta acción, y podríamosseguirla tan lejos como quisiéramos. Admitiendo,pues—lo cual es atrevidísimo,—que las leyes actua-les de la geometría y de la mecánica han sido igua-les en todo el tiempo pasado, podríamos concluir,que en un tiempo de extensión inconcebible, el uni-verso se ha compuesto de moléculas últimas, sepa-radas todas entre sí, pero aproximándose, porquees preciso considerar la acción inversa. En vez deestar á gran distancia una de otra y de dirigirsetodas hacia un sitio donde se encuentran, sucede locontrario. Entonces sucedería respecto á estoscuerpos lo que sucede ahora respecto al cloro. Peroconviene observar que no llegamos á una catástrofeque indique que deberíamos detener estas leyes dela naturaleza; llegamos á algo que no podemoscalcular; encontramos que, á cualquier distanciaque queramos ascender nos acercamos á este estadode cosas, sin llegar jamás á él. realmente. Hó aquí,pues, una teoría acerca del principio de las cosas.En primer lugar, tenemos una probabilidad, casi tanexacta como la ciencia puede darla, acerca delprincipio dol estado de cosas actual en la tierra ydel momento en que ha llegado á ser habitable;viene después una probabilidad infinitamente pe-queña, y que equivale á decir que nada sabemosrespecto al principio del universo en su conjunto.

El motivo por el cual digo que nada sabemos res-pecto al principio del universo, consiste en que notenemos razón alguna para creer que lo que sabe-mos ahora de las leyes de la geometría, sea exactoy absolutamente cierto, ó que estas leyes hayansido aun aproximadamente ciertas durante un tiem-po cualquiera, más allá de aquel, acerca del cualtenemos pruebas directas. Las pruebas que hemostenido de estas leyes se fundan en la experiencia,

N.° 77 W. K. CLIFFORD. EL PRINCIPIO Y EL FIN DEL MUNDO. 273y abtendríamos ahora exactamente la misma ex-periencia si estas leyes no hubiesen sido exacta yabsolutamente ciertas, sino sólo de un modo bas-tante aproximado para que no pudiéramos compro-bar la diferencia, de manera que, cuando admitimosen principio la uniformidad absoluta de la natura-leza y suponemos que estas leyes han sido siemprelo que son ahora, admitimos una cosa de que nadaabsolutamente sabemos. Concluyo, pues, que sabe-mos con gran probabilidad que la tierra ha empe-zado á ser habitable hace unos ciento ó doscientosmillones de años, pero que nada absolutamente sa-bemos respecto al principio del universo.

Veamos ahora lo que nos es posible descubrirrespecto al fin de las cosas. La vida que existe en latierra está producida por la acción del sol, y su con-servación depende también del sol. Sabemos que elsol se gasta poco á poco, que se enfría, y, aunqueesta pérdida diaria de sol esté compensada hastacierto punto y quizá completamente ahora por lacontracción de su masa, sin embargo, esta acciónno puede durar siempre. La constitución actual delsol, no soporta sino cierta cantidad de fuerza, ycuando esta fuerza esté gastada, el sol no podrácontinuar dando calor. Admitiendo, pues, que latierra deba permanecer en la órbita que hoy des-cribe alrededor del sol, puesto que éste debo en-friarse en determinada época, todos seremos des-truidos por el frió. Además, no tenemos razónalguna para creer que la órbita descrita por latierra alrededor del sol, sea cosa absolutamenteestable. Se ha sostenido durante largo tiempo queexiste cierto medio resistente, en el cual los plane-tas están obligados á moverse, y podría partirse deaquí para decir que, con el tiempo, el movimientode los planetas debe disminuir hasta que caiganhacia el so!. Mas, por otra parte, la prueba en quese fundaba este aserto, el movimiento del cometado Encke y de otros, ha sido recientemente des-truida por el profesor Tait, quien supone que estoscometas se componen de aglomeraciones de me-teoros. Ahora bien, está probado desde hace largotiempo que una aglomeración de cuerpecillos, des-cribiendo juntos la misma órbita alrededor de uncuerpo central, tiende siempre á caer hacia estecuerpo: esto es lo que sucede respecto á los anillosde Saturno. Así, pues, en realidad el movimiento delcometa do Encke se encuentra completamente ex-plicado, admitiendo que es una acumulación demeteoros, sin necesidad de suponer la existenciade un medio resistente. Por otra parte, parece ex-tremamente natural admitir la existencia en losespacios planetarios de una materia cualquiera ex-cesivamente rarificada. Además, hay otra conside-ración: de la misma manera que el sol y la lunadeterminan las mareas en la tierra, de igual modo

también los planetas determinan las mareas enel sol.

Consideremos la marea que la tierra produce enel sol: no es una gran onda que acumula la masasolar derechamente por debajo de la tierra, sinouna onda que es rechazada hacia atrás; de aquí re-sulta que en vez de sor atraída hacia el centro delsol, la tierra es atraída hacia un punto que se en-cuentra detrás de este centro. Esto disminuye elmovimiento de la tierra y hace su órbita más ex-tensa. Perturbando la tierra el movimiento de to-dos los demás planetas, resulta que se aleja pocoá poco del sol en lugar de acercarse. Sea de ello loque quiera, lo que sabemos es que el sol se apaga;por tanto, si caemos hacia el sol seremos abrasa-dos, y si nos alejamos del sol ó el sol se aleja denosotros, seremos helados. Así, pues, respecto á latierra, no tenemos medio alguno de determinar elcarácter exacto de su fin; pero sabemos que unade dos cosas debe llegar con el tiempo. Por el con-trario, respecto al universo entero, si miramoshacia adelante, como hemos mirado hacia atrás,tendiendo todas las cosas á reunirse, acabaremospor llegar á una gran masa central de un solo cuer-po, emitiendo ondas caloríficas á través del éter,perfectamente vacío y enfriándose poco á poco.A medida que esta masa se enfrie, perderá todavida ó todo movimiento, llegando á ser enormecuerpo helado en medio del éter. Pero esta con-clusión, que se parece á la que hemos discutidopara el principio del mundo, no se establece de unmodo legítimo. Descansa en la misma hipótesis elela verdad exacta y absoluta de las leyes de la geo-metría y de la mecánica y de su persistencia en to-dos los siglos. Ahora bien, esta hipótesis no es le-gítima. Podemos, pues, en mi opinión, concluir,respecto al fin de las cosas que, para la tierra laterminación de la vida tiene toda la probabilidadque la ciencia puede dar; pero en cuanto al uni-verso, tenemos derecho para no afirmar nada.

Hasta ahora hemos considerado simplemente laexistencia material de la tierra; pero no hay paraqué decir que nuestro mayor interés se une menosá los objetos materiales que en ella se encuentran,á los seres organizados, que á otro hecho de ordencompletamente distinto que existe en ella al mismotiempo; me refiero al hecho de la conciencia queexiste sobre la tierra. Tenemos excelentes razonespara creer que esta conciencia de ciertos seres or-ganizados es un fenómeno muy complejo y que cor-responde á la acción del sistema nervioso, y másparticularmente al cerebro de cada ser organizado.Algunos pensadores opinan que la destrucción detodos los seres organizados sobre la tierra, cuya pro-babilidad acabamos de demostrar, lleva consigo ladestrucción definitiva de la conciencia que poseen.

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Sé, sin embargo, que en este punto hay grandesdiferencias de opinión entre los que tienen derechoá hablar; pero, para los que ven la fuerza de laspruebas dadas en esto sentido por la fisiología y lapsicología modernas, es cosa muy seria pensar que,no sólo la tierra misma y toda esta naturaleza tanbella, sino también los seres vivos que la cubren,la conciencia humana y las ideas de sociedad quese han desarrollado sobre la tierra, deben cesar deexistir. Los que lo creemos, debemos mirar este he-cho con calma y sacar el mejor partido posible, pu-diendo, según creo, ser ayudados por una frase deese filósofo judio que ha coronado dignamente losenérgicos esfuerzos hechos por su raza en favor delprogreso, durante la Edad Media; me refiero á BenitoSpinosa. Hó aquí esta frase: «La cosa, en que el hom-bre llibre piensa menos, es la muerte; no considerala muerte, sino la vida.» En lo pasado, lo que nos in-leresa es sólo lo que puede guiar nuestras accionespresentes y aumentar nuestra piadosa fidelidad álos padres que nos han precedido y á los hermanosque están con nosotros; en lo porvenir, lo que nosinteresa es aquello que puede ser influido por elbien que podamos realizar ahora. Más allá me pare-ce, que no sabemos nada, y que no debemos pre-ocuparnos de lo que ocurra. ¿Quiero decir con esto«comamos y bebamos, porque mañana moriremos?»De ningún modo. Lo que digo, por el contrario, es:«Iiríamos nuestros esfuerzos, porque hoy vivimosreunidos.»

W. K. CLIFFORU.

LA EDAD MEDIA Y EL RENACIMIENTO.PROPOSITO DE LA ÚLTIMA OBRA DE F. A. GRUYER (*).

Conforme á la terminología generalmente usada,la palabra Renacimiento sirve para designar unaépoca que se caracteriza, primero por la renuncia alideal cristiano y á las formas especiales que expre-saban entonces este ideal, segundo, por el culto dela antigüedad clásica, y en las artes plásticas por elempleo del desnudo sistemáticamente, en toda oca-sión y aun fuera de ocasión, hasta la indecencia y laprofanación. En todíiS partes se atribuirán, por ejem-plo, al Renacimiento, las pinturas de Miguel Ángel,en la capilla Sixtina, el palacio de Chambord, el Or-lando furioso, etc., etc. Nadie escucharía sin sor-presa y hasta sin protesta, calificar de obras del Re-nacimiento: la santa capilla de San Luis, la corona-ción de la Virgen de Fra Angélico, las esculturas de

(1) Les «:wyrc3 d'ai I de la rcnaiss'i'icc ilitUenne ait temple de

S ii.il-Jcan, (Bautisterio de Florencia), por F. A. Gruyer. París, Ke-nouard, 1875 En 8.° (Ití xn-á29 páginas, con tres grabados.

Nuestra Señora de Paris, la Canción de Rolando ó elpoema del Cid. Todos dirían, sin titubear, que estasobras pertenecen á la Edad Media, y al decir esto,so comprenderá implícitamente una idea opuesta ála que suscita la palabra Renacimiento. Hay partida-rios exclusivos de la Edad Media, como los hay delRenacimiento. Unos y otros saben perfectamenteque su predilección se refiere á objetos diferentesy, en cierto modo, opuestos. Descendiendo á unlenguaje más práctico, el arquitecto, el artesanomismo, comprenderá que se trata de cosas comple-tamente distintas, cuando se le pida la construcciónde un edificio ó de un mueble, sea en estilo de laEdad Media ó en el del Renacimiento. La confusiónes imposible. Tal es, indisputablemente el estadode las cosas, y Paul Delaroche no ha cometido unyerro, sino por el contrario, estuvo muy acertadocuando, queriendo caracterizar las grandes épocasdel arte en una pintura célebre, separó la EdadMedia del Renacimiento, personificándolos en dospersonajes absolutamente distintos: de una partela bella y casta rubia, y de otra, una muchacha máslibre y suficientemente desnuda para ser reconocidaen el acto.

En la publicación reciente de M. Gruyer á queahora nos referimos, el autor suprime pura y senci-llamente la Edad Media, es decir, la suprime comoépoca de florecimiento de todas las artes. En sulenguaje, el Renacimiento no es, como para todo elmundo, una determinada manifestación del arte quetiene su apogeo en el siglo XVI. Para M. Gruyer, esel hecho mismo, ó si se quiere, es toda la época delflorecimiento del arte, á partir de la decadencia delestilo romano-byzantino. Reserva la frase EdadMedia para las obras ó las épocas de barbarie, dedecadencia ó de confusión: casi atribuye toda lacultura estética á la evolución hacia el culto de laantigüedad clásica. Escuchémosle. «Después de milaños de olvido, el siglo XIV vuelve á oir esa vozuniversal del arte que habla del infinito al corazóndel hombre sobre la altura del acrópolis ó en elcentro de la ciudad florentina: después del largoletargo de la Edad Media, los trecentislas renacená la vida de la naturaleza y á la misteriosa poesíade la belleza humana. El alma de los artistas en-cuentra entonces, al través de los caracteres acci-dentales y pasajeros, algo de impersonal y deimperecedero que es como la huella de Dios en elhombre, y cuantas obras tocan los artistas con susmanos, llevan el sello de la más sincera em,ocion.»

Vamos despacio. Todo esto ha ocurrido tambiénantes del siglo XIV. Las iglesias góticas del siglo XIIIhablan del infinito al corazón del hombre tan elo-cuentemente como el Parthcnon (del cual me guar-daré bien de hablar mal). Nuestras canciones degestas, anteriores al año 1300, quizá son las únicas