Nadiezhda Mandelstam El Alma Rusa

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CONTRATAPA El alma rusa Por Juan Forn Miren esa vieja mujer que acepta sin chistar el turno noche en una fábrica soviética de provincias y va de máquina en máquina por ese taller desierto moviendo los labios inaudiblemente. ¿Saben qué está haciendo? Está recitando para sí los poemas de su marido. Eso hace hora tras hora, noche tras noche. Tiene en su cabeza más de mil poemas, y una sola misión en la vida: preservarlos en su memoria. La única manera de mantenerse con vida que tiene la viuda de un enemigo del pueblo es hacerse invisible al largo brazo del aparato represor soviético, y eso viene haciendo Nadiezhda Mandelstam desde que Stalin mandó a su marido a morir en Siberia en 1938. No puede vivir en ninguna ciudad grande de la URSS, tiene que huir a la menor señal de que alguien pueda denunciarla, en cada nuevo destino acepta los trabajos que nadie más quiere y sobrevive malamente, recitando todo el tiempo para sí, uno tras otro, los poemas de su marido. Parte de esta historia ya la conté: el poeta Ossip Mandelstam compuso un epigrama vitriólico contra Stalin, sus amigos le pidieron horrorizados que no lo repitiese más (“Eso no es un poema; es una sentencia de muerte en 16 versos”), Stalin se enteró y lo hizo encarcelar en la Lubjanka y, cuando ya se temía lo peor, Mandelstam sólo fue desterrado al norte, una condena “vegetariana” (Stalin aceptó a regañadientes el ruego de Bujarin: “Hay que ser cautelosos con los poetas; la historia está siempre de su lado”). Mandelstam partió al destierro con Nadiezhda, pasaron cuatro años de penurias, el plan era que se quebrara solo, de a poco: le impedían trabajar o le daban encargos humillantes. A fines de 1937, con la soga al cuello, aceptó lo inaceptable: se sentó a escribir una segunda oda a Stalin. Quería apurar su condena y quería salvar a su mujer de la aniquilación. Intentó hacer un poema que dijese lo que era Stalin para él y que a la vez conformara a las autoridades. “Trató de afinarse como un instrumento, someterse con toda conciencia a la hipnosis general hasta dejarse embrujar por las palabras de la liturgia. Un salvaje experimento,

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CONTRATAPAEl alma rusa

PorJuan FornMiren esa vieja mujer que acepta sin chistar el turno noche en una fbrica sovitica de provincias y va de mquina en mquina por ese taller desierto moviendo los labios inaudiblemente. Saben qu est haciendo? Est recitando para s los poemas de su marido. Eso hace hora tras hora, noche tras noche. Tiene en su cabeza ms de mil poemas, y una sola misin en la vida: preservarlos en su memoria. La nica manera de mantenerse con vida que tiene la viuda de un enemigo del pueblo es hacerse invisible al largo brazo del aparato represor sovitico, y eso viene haciendo Nadiezhda Mandelstam desde que Stalin mand a su marido a morir en Siberia en 1938. No puede vivir en ninguna ciudad grande de la URSS, tiene que huir a la menor seal de que alguien pueda denunciarla, en cada nuevo destino acepta los trabajos que nadie ms quiere y sobrevive malamente, recitando todo el tiempo para s, uno tras otro, los poemas de su marido.Parte de esta historia ya la cont: el poeta Ossip Mandelstam compuso un epigrama vitrilico contra Stalin, sus amigos le pidieron horrorizados que no lo repitiese ms (Eso no es un poema; es una sentencia de muerte en 16 versos), Stalin se enter y lo hizo encarcelar en la Lubjanka y, cuando ya se tema lo peor, Mandelstam slo fue desterrado al norte, una condena vegetariana (Stalin acept a regaadientes el ruego de Bujarin: Hay que ser cautelosos con los poetas; la historia est siempre de su lado). Mandelstam parti al destierro con Nadiezhda, pasaron cuatro aos de penurias, el plan era que se quebrara solo, de a poco: le impedan trabajar o le daban encargos humillantes. A fines de 1937, con la soga al cuello, acept lo inaceptable: se sent a escribir una segunda oda a Stalin. Quera apurar su condena y quera salvar a su mujer de la aniquilacin. Intent hacer un poema que dijese lo que era Stalin para l y que a la vez conformara a las autoridades. Trat de afinarse como un instrumento, someterse con toda conciencia a la hipnosis general hasta dejarse embrujar por las palabras de la liturgia. Un salvaje experimento, por el que quiz yo no fui aniquilada, escribi Nadiezhda treinta aos despus. Mandelstam logr entender como pocos la lgica del aparato represivo que se estaba construyendo: ya en 1922, poco antes de que se le prohibiera publicar, haba sido invitado por Andreiev a colaborar en la organizacin ms grande y poderosa de la URSS, y todo se basar en la palabra, quieres ser uno de los nuestros?. Hablaba, por supuesto, de la Cheka, que luego sera el GPU, y luego la NKVD, y luego la KGB. Hazte invisible. Si no te ven, si logras que se olviden de ti, acaso sobrevivas, le dijo Ossip a Nadiezhda antes de que se lo llevaran a Siberia. Y eso hizo ella, durante los siguientes treinta aos.Recapitulemos su vida: tena veinte cuando se cas y veintids cuando a su marido le prohibieron publicar; durante diecisiete aos fue la amanuense de cada poema de l, porque Mandelstam tena una manera muy particular de escribir, que se intensific cuando empezaron a perseguirlo: nunca necesit mesa, escriba caminando (si poda, al aire libre; en caso contrario, yendo y viniendo por la habitacin), despus le dictaba a Nadiezhda, despus escondan esas copias clandestinas con personas de su mxima confianza, despus le haca recitar a ella cada poema que se iba acumulando, porque esas copias podan ser incautadas. Imaginen diecisiete aos de poemas acumulndose y despus otros treinta, cuando ya era viuda, repitiendo esos poemas uno por uno, da por da, para que no se deshicieran en su memoria, hasta que vino el deshielo de Kruschev y los poemas de Ossip estuvieron a salvo.Y entonces, cuando tena sesenta y siete aos, y pesaba apenas cuarenta y cinco kilos, y tena que subir cada maana cinco pisos por escalera los baldes de agua que necesitara esa jornada, Nadiezhda Mandelstam se sent a escribir sus memorias, su versin de los hechos, un relevamiento asombroso de lo que haba ocurrido en Rusia en todos esos aos (en qu resquicios se refugiaba la dignidad cuando todo incitaba a la indignidad) y, a la vez, un testimonio extraordinario de lo que es vivir al lado de un poeta, respirar el aire que respira, asistir al momento en que una vibracin interna pone en movimiento sus labios y sus piernas y no cesa hasta que el poema encuentra sus palabras definitivas y se desprende de su creador. Mandelstam deca que las alucinaciones auditivas eran una especie de enfermedad profesional para el poeta. Tambin deca: Canto cuando la conciencia no me hace trampa. Por eso sus poemas son todos tan breves, y tan musicales tambin, como si cada uno de ellos existiera de antes, como si se tratara noms de captar cada una de sus lneas con suma atencin, encontrar las palabras precisas que los formaban y luego eliminar hasta el ltimo vestigio de hojarasca, para que el poema fuera imposible de olvidar.Cuando Nadiezhda pudo volver a Mosc y dejar de ser invisible, en los aos en que escriba sin decirle a nadie las seiscientas pginas de sus memorias (que titul Contra toda esperanza: contra toda esperanza de que sus compatriotas alcanzaran a ver alguna vez la enormidad de lo que haban padecido), se le empezaron a acercar tmidamente personas que haban guardado clandestinamente originales de Mandelstam que en su momento haban sido rechazados en revistas y editoriales. Tambin se le acercaron sobrevivientes del gulag, que haban visto a su marido antes de que muriera en Siberia. Uno de ellos le cont que, en el calabozo de los condenados a muerte en Kolym, estaban araadas en la pared dos lneas de un poema suyo y que Mandelstam estuvo contento y tranquilo unos das cuando lo supo. Nadiezhda le pide al veterano de Kolym que repita los versos. Ser posible que yo an exista realmente / que esto que llega es la muerte verdadera?, recita l. Nadiezhda entiende al instante la reaccin de su marido: ella tambin ha sentido alivio al constatar que el poema no haba padecido las deformaciones habituales que produca el boca en boca. Poco antes, en sus memorias, cuenta que iba en un colectivo lleno en Mosc que salt al pasar por un pozo; ella se agarr del brazo de la persona que tena al lado para no caerse y, al darse cuenta de que era otra viejita igual de esmirriada e inmaterial que ella, le pidi perdn con vergenza, pero la otra viejita le contest: No es nada. Las mujeres como usted y como yo somos de hierro. Dice Joseph Brodsky, que lleg a conocerla bien en esa poca, que la ltima vez que la vio fue sentada fumando en un rincn de la nfima cocina que habitaba en Mosc: Era invierno y estaba hacindose de noche a las tres de la tarde y lo nico que se llegaba a ver era el leve resplandor de la brasa de su cigarrillo y de sus ojos. El resto, el diminuto cuerpo encogido bajo un chal, el valo plido de su rostro y su cabello ceniciento estaban sumidos en la oscuridad. Recordaba a los restos de un gran incendio, unas ascuas que se encienden si las tocas.Compartir:

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