Narcisana Méndez
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Narcisana Méndez C C.I.N° V-9318354 Maestría UPEL Grupo 2
Borrador Correspondiente al texto Científico
Educación Ciudadana y Democracia
Desde finales de la década de los años ochenta, tras el derrumbe del
socialismo real, el cuestionamiento del neoliberalismo, la consolidación de
incipientes democracias en diversas latitudes y el surgimiento de Estados
democráticos, especialmente en América Latina, la democracia conjuntamente con
el desarrollo de la ciudadanía han venido adquiriendo más vigencia, mayor valor
universal y se han venido perfilando como una oportunidad efectiva para alcanzar
mejores niveles de calidad de vida y bienestar general.
De allí que el pensamiento político de nuestro tiempo ha sido orientado
entorno a esos dos conceptos centrales: democracia y ciudadanía. Sobre ellos se
aspira construir sociedades más justas, más tolerantes, más solidarias y con altos
niveles de gobernabilidad. Así mismo, con base a esos conceptos se ha planteado
un debate conceptual sobre la configuración de una ciudadanía más allá del ámbito
de una democracia electoral, que considere la construcción de una ciudadanía
activa, responsable, que conoce sus derechos y los defienden.
Además, dentro de ese debate histórico, expresado de manera diferenciada
en el tiempo y el espacio, se plantea que democracia y ciudadanía son dos
conceptos mutuamente incluyentes y mantienen una relación complementaria e
interdependiente y cuyo desequilibrio incide negativamente en el desarrollo de la
sociedad donde se produce esa inflexión o quiebre. Estados con un bajo déficit
democrático tienen efectos negativos o nulos en aspectos como la inclusión social,
el fortalecimiento de la gobernabilidad democrática y en el desarrollo de la
ciudadanía plena.
A sí mismo, en esos Estados, deficitarios en democracia y en consecuencia
también en ciudadanía, igualmente se nota la tendencia de ciertos grupos
privilegiados a concentrar y personalizar el poder. No hay una clara separación de
los poderes y en muchos casos el clientelismo político se superpone a los intereses
de los ciudadanos y la ley se aplica con discrecionalidad lo cual hace que los
ciudadanos pierden la confianza en sus instituciones. Deslegitiman sus
instituciones políticas impedido la consolidación de una ciudadanía política activa y
la construcción de un espacio para la vida democrática.
De igual forma, estos Estados muestran que la participación de la ciudadanía
o de sus ciudadanos se limita a los procesos electorales (sufragio) para legitimar el
poder y en muchos casos la misma es muy baja. La insuficiencia en la participación
política y de civismo es en muchos casos consecuencia de la desconfianza de los
ciudadanos en las instituciones para atender sus necesidades y resolver sus
requerimientos. Estos Estados, sólo demuestran, que sin democracia y sin
ciudadanía las únicas vías que toman sus ciudadanos es, como lo señala O’Donnell,
G. (1997), la deserción social e individual de sus compromisos sociales colectivos.
Si bien es cierto democracia y ciudadanía son dos conceptos
complementarios e interdependientes, necesarios para la construcción,
fortalecimiento, dinamización y consolidación de un Estado democrático, este
necesita ciudadanos críticos capaces de desarrollar y vivir su ciudadanía. Necesita,
sujetos cuyos conocimientos, moral, actitud y valores los preparen para la acción
cívica, la vida pública, la búsqueda y realización de una sociedad más democrática.
Por lo cual se demanda una formación de educación política de la ciudadanía.
Pero, ¿Cómo debe ser esa educación de la ciudadanía para impulsar el
sentido de pertenencia, la convivencia y el interés por la participación? ¿Puede la
educación promover entre la ciudadanía, una conciencia de responsabilidad en la
marcha de los asuntos públicos que favorezca la superación del escepticismo y la
adquisición de competencias necesarias para participar en una sociedad compleja?
¿Qué tipo de educación se requiere para formar ciudadanos críticos, con conciencia
responsabilidad cívica?
Responder esos planteamientos sobre la educación de la ciudadanía pasa
necesariamente por el tamiz de recordar la importancia crucial que desde épocas
remotas le han dado los diversos pensadores a la educación como medio para
salvar la libertad, transformar al individuo y a las sociedades. Así, por ejemplo,
tenemos que Kant, la concebía como medio para hacer surgir una sociedad más
racional, justa y humana. Para, Dewey es el método o “camino” fundamental del
progreso social. Mientras que para Rousseau, la educación es un espacio abierto y
natural, desde una enseñanza para y desde la libertad de la voluntad general.
También, otros pensadores, han reconocido el valor de la educación pero
desde una perspectiva más controversial e instrumentalista al señalar que la
educación tiene un papel central en la reproducción de las desigualdades sociales
(Marx). Para Zurita (2013), esta aproximación anticipó las dificultades que supone
la educación ciudadana en las sociedades modernas. Es decir, si la educación es
un mecanismo reproductor de desigualdades, ¿cómo se puede pensar en una
educación que contribuya a la formación y práctica de valores como la igualdad, la
diversidad, el respeto a los derechos humanos, la pluralidad, la tolerancia, la
libertad?
No obstante, más allá de esas posiciones, lo importante es reconocer que la
educación juega un papel vital en la integración, y sociabilización de los individuos
en una comunidad. Desde esta óptica, los sistemas educativos enfrentan desafíos
que van allá de los aspectos pedagógicos y didácticos. La educación que hoy
reclaman las sociedades no se limita a un conjunto de conocimientos, habilidades y
destrezas que deberán tener los niños y jóvenes. También se exige que ellos tengan
un desempeño satisfactorio en la vida productiva y en la vida política (Cox, Jaramillo
y Reimers, 2005).
Al respecto, Pérez Esclarín (2015), afirma que la educación es el medio
fundamental para el ejercicio de una ciudadanía activa, productiva y solidaria. Afirma
que en la actual sociedad del conocimiento, la riqueza de un país no consiste en sus
materias primas, sino en la materia gris y la materia emocional de sus ciudadanos.
Por ello, puntualiza, que hay un consenso cada vez más generalizado que no basta
con dar educación a todos, sino que debe ser una educación de calidad, es decir,
de la que egresen personas y ciudadanos de calidad.
Para, Pablo Freites (1970), si bien es cierto que la ciudadanía no se construye
sólo con la educación, también es verdad que sin ella no se construye la ciudadanía.
Explícitamente reconoce que sin una educación y una educación ciudadana es
imposible una sociedad verdaderamente democrática. Al ocuparse la educación
ciudadana de los diversos factores que influyen en los comportamientos
ciudadanos, se consigue que las personas puedan pasar de la heteronomía a la
autonomía, del aislamiento a la participación, del temor a no tener plenos derechos
al convencimiento de que su dignidad es exigible. La educación ciudadana es la que
mejora las posibilidades de estas disposiciones hacia una sociedad democráticas.
En relación con la educación ciudadana, como tal, esta engloba un conjunto
de iniciativas que han recibido diferentes nombres: educación para la democracia,
educación para la ciudadanía democrática, educación para la vida democrática,
educación para valores democráticos, entre otros. No obstante, hoy predomina el
empleo del término educación ciudadana ya que esta rebasa la perspectiva
tradicional de la educación cívica o del civismo que predomino en buena parte del
siglo XX. En esencia, la educación cívica se refiere a la transmisión del conocimiento
de las nociones básicas de la política y del gobierno moldeado en la Constitución y
en la Leyes.
A sí mismo, la educación ciudadana es concebida como un proceso de
aprendizaje permanente, colectivo, critico centrado en la participación, la cohesión
social, la equidad, la responsabilidad, la solidaridad, la paz, entre otros valores.
Complementariamente la educación ciudadana se refiere a la formación y desarrollo
de actitudes y valores que disponen a las personas a participar en los asuntos
públicos, a buscar el bien común y a practicar en las relaciones interpersonales
diversas formas de entendimiento.
De igual manera, tanto la educación cívica como la ciudadana deben
implementarse conjuntamente. Sin la primera, las personas carecerían de los
conocimientos requeridos para el ejercicio pleno de la ciudadanía; no
comprenderían el sentido de la ley y de la norma para el bienestar general, no
participarían en las decisiones sobre los problemas públicos o no de ejercerían
control sobre las personas que eligieron para que los represente. Tampoco se
involucrarían libre y responsablemente en la acción colectiva para encontrar las
soluciones requeridas. Sin educación cívica nunca se comprendería el valor del
equilibrio y la separación del poder. No se conocerían los derechos y deberes y, por
lo tanto no sabrían claramente cómo ni por qué exigírselos a los demás.
Por otro lado, sin educación ciudadana, las personas no podrían comprender
que vivir en sociedad es una cuestión que le compete a todos por igual; no
desarrollarían plenamente su sentido de justicia y de ciudadano. Sin educación
ciudadana no comprenderían que pueden influir en los destinos de la sociedad, ni
compartirían experiencias en las que el respeto a la dignidad ajena beneficiara su
propio desarrollo humano y el de los demás. Tampoco aprenderían a escuchar y a
deliberar, ni se apropiarían, tal como lo indica Jaramillo (2013) de su futuro mediante
un pensamiento crítico, colectivo, responsable e independiente.
Inclusive la educación ciudadana implica comprender y desarrollar actitudes
y valores que permitan apreciar que la ciudadanía es algo más que una conquista
individual, que es una categoría política que se adquiere en la convivencia con otros,
en sociedad. Cuando las sociedades no comprenden en su totalidad la dimensión
que implica la educación ciudadana y la formación de ciudadanía los resultados
finales son sociedades sin ciudadanos, que no le dan cabida al pensamiento crítico
o antagónico y la participación política es una ilusión.
En tanto, de acuerdo a lo que se concluye de los planteamientos hecho por
Touraine (1998) y Gutiérrez (2006), en tiempos y espacios diferentes, cuando una
verdadera educación ciudadana no educa para la ciudadanía ni forme para la
participación activa del individuo, el concepto de ciudadanía pierde su sentido
original y permanece sólo como identidad con el Estado, comunidad o territorio al
que pertenece. De ahí la pertinencia de abordar la relación de la ciudadanía con la
concepción, construcción y permanencia de la democracia y en la democracia. La
ciudadanía implica la conformación de espacios públicos para el debate, la reflexión
y la propuesta, de instituciones que den respuesta a los requerimientos de los
ciudadanos de hoy.
La ciudadanía es el único antídoto que garantiza la democracia. Para que las
personas sean cabalmente democráticas requieren construir y vivir en instituciones
(familia, escuela, trabajo, organizaciones políticas, asociaciones, entre otras) que
la sustentan. Sí en esas instituciones predominan relaciones asimétricas de poder
en perjuicio de algunos o muchos de miembros, o predomina la intolerancia, o el
irrespeto hacia el otro es constante, estas formas marcan al gobierno y viceversa.
La relación entre educación ciudadana y democracia están estrecha y
indisolublemente relacionadas.
De allí que, la educación ciudadana debe ser concebida y centrada desde las
competencias la que busca pasar a un conocimiento activo, flexible, de solución de
problemas utilizando lo que uno sabe. En el caso de las competencias ciudadanas,
Jaramillo (2013) señala que estas se refieren a las habilidades que promueven: 1)
la convivencia pacífica; 2) la participación y la responsabilidad democrática; y 3) la
pluralidad, la identidad y la valoración de las diferencias.
El resultado de esa educación que educa y forma para la ciudadanía debería
ser un ciudadano, un buen ciudadano, preparado, reflexivo, crítico, capaz de tomar
decisiones por sí mismo, sin presiones externas, y especialmente tolerantes con los
que son diferentes. Una educación ciudadana para una ciudadanía activa no sólo
espera que el Estado por fin respete e implemente los derechos universales de
ciudadanía, sino que lucha por ellos, coopera con el Estado, se enfrenta
políticamente con él, hace valer sus argumentos en el espacio público y busca
construir alianzas con la sociedad política en la promoción de un proyecto
democrático-participativo.
De igual manera, la educación ciudadana admite que el concepto de
ciudadanía es un concepto polisémico, complejo, fundado en una serie de derechos
establecidos históricamente, pactados socialmente y pautados legalmente. El
conjunto de estos derechos es un producto histórico que se ha constituido de
manera diferente en cada país, y que está sujeto a constante debate y
transformación. Además es concepto abierto y complejo, susceptible de ser
construido, desconstruído y perfeccionado, mediante el desarrollo del pensamiento
y el sentimiento cultural, político y subjetivo, frente a los valores cívicos, la titularidad
de derechos y los modelos de justicia que orientan el desarrollo social y económico.
Finalmente, por esta razón se puede afirmar que no hay un solo tipo de
ciudadanía, sino que existen tantas ciudadanías, como comunidades políticas y
sociales hay, y que éstas a su vez, están conformadas por la pluralidad de
ciudadanos/nas que en las sociedades democráticas, contemporáneas viven y
conviven en conciudadana, ejerciendo sus derechos y responsabilidades con
perspectivas, e intereses diferentes. Ser ciudadano en un Estado Democrático,
conlleva en la actualidad un reto impresionante, ya que la supervivencia y el buen
funcionamiento de tal sistema de Gobierno dependerá, en gran medida de la
participación de éstos de manera eficaz y reflexiva. Pero, ésta penderá de la
educación ciudadana que reciban los ciudadanos de ese Estado.
Bibliografía
Murillo, Gabriel (2005). Política para la Gente y Ciudadanía. Editorial Magisterio.
Bogotá
Pérez Esclarín Antonio |Centro de Formación Padre Joaquín de Fe y Alegría
abril 13, 2015
Sartori, Giovanni (1997). Diccionario Político. Taurus
Savater, Fernando (1999). Ética y ciudadanía. Caracas