NASARAKO KONTAZIKUNAK RELATOS PARA EL ANDÉN

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Kontakizun honen diseinurako Akzidenz Grotest (testuak) eta Copperplate Gothic (izenburuak)

tipografiak aukeratu dira, 1898. eta 1901. urteetan sortuak hurrenez hurren.

Para el diseño de este relato se han elegido las tipografías Akzidenz Grotest (textos) y Copperplate Gothic (titulares),

creadas en 1898 y 1901 respectivamente.

Kontaktua/Contacto: [email protected]

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AURKEZPENAPRESENTACIÓN

Maiztasunez, hemendik aurrera,

Irakurriko ditugu

Lotu gabeko lerroak,

Antzerkirako testuak,

Eszena errealak edo

Surrealistak.

Kontakizunak, irakurtzeko eta

Entzuteko,

Rock & rolla izango baziren bezala

David Crestelo Dominguez

Plentziako Alkatea

Lectura y lectura:

Interacción de escritoras creando

Textos

Entrelazados y convertidos en

Recuerdos

Originales que nos

Hablan de vivencias

Imaginadas o vividas en torno al

Tren y su estación.

Usuarios consumiendo

RELATOS PARA EL

ANDÉN.

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Aquella mañana de sábado me extrañó no ver en la sala a mi abuelo Juan con su café, su croissant y su ejemplar de El

Norte de Castilla. Su costumbre era levantarse a las 6 de la maña-na incluso los fines de semana y para cuando nosotros amanecía-mos, él ya había leído medio periódico y comprado el pan y dulces para el desayuno de toda la familia.

Mi abuela María me contó que había ido a la “estación del Nor-te”, aunque oficialmente su nombre era “Estación de Campo Gran-de” porque por allí llegó el tren desde Madrid a Pucela hace más de un siglo. Estaba a la espera de recibir un importante pedido de conservas Arruza de Plentzia y su objetivo era pactar con el intermediario usar el mismo vagón para enviar de vuelta al norte garbanzos y lentejas castellanas. Mi abuelo tenía acuerdos con los principales productores de Fuentesauco, la Armuña o Pedrosillo y las legumbres eran claves dentro de su ya consolidado negocio de distribución alimentaria.

Llegó después de las 4 de la tarde. No nos alarmó su tardanza porque cuando se trataba de negocios no tenía familia, ni siquiera reloj. Lo que realmente nos preocupó fue su semblante serio y el genio que trajo. No se había arreglado con el tratante y el vagón no fue de vuelta al norte con sus legumbres. Pasó toda la tarde en su despacho con papeles y colgado teléfono a pesar de ser sábado.

Lo mejor vino el domingo. Le acompañé en su flamante Seat

AQUEL VIAJE EN TREN DEL 68

EDUARDO GIL HERRERO

Valladolid, Noviembre de 1968.

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1500 hasta Venta de Baños, aparte de librarme de la misa mayor donde iba por obligación, me gustaba ver a mi abuelo en acción. Se había hecho un hueco en el mundo de los negocios por sí mis-mo, sin adscripción política, lidiaba bien con el régimen –impres-cindible para prosperar en aquella oscura época– pero sin necesi-dad de dejarse engullir por él. Su única ideología era que la familia prosperase a base de trabajo. Me temo que su asistencia a la misa dominical era por no contrariar a las beatas de mi madre y mi abue-la y por cumplir con aquella sociedad tan puritana en la que nos tocó crecer, pero esto último nunca me lo llegó a confesar en vida.

Tras cerrar el trato con Paco Gutiérrez, nos fuimos a comer a un mesón de la cercana localidad de Cevico de la Torre. Pimien-tos de Torquemada, guisantes de la tierra y luego un espectacular lechazo que regaron con un ribera del Duero. Aún me sorprende como a pesar de los años recuerdo aquella comida como si fuese ayer, supongo que por la opulenta mesa y por la conversación del bueno de Paco. Era Gutiérrez uno de los principales transportistas de Venta de Baños, importante nudo ferroviario por donde pasa-ban viajeros y transportistas rumbo al norte, él lo llamaba ya enton-ces el puerto de Castilla.

Mi abuelo, a pesar de ser de Burgos siempre había simpatizado con el Athletic y mis veranos en Plentzia acrecentaron mi eterno amor a esos colores y a su especial filosofía de competir sólo con jugadores vascos. Por ello, en el trayecto de regreso en el coche sintonizamos los partidos del domingo, porque antes únicamente se disputaban ese día. Nuestro Athletic jugaba en el Rico Pérez de Alicante contra el histórico Hércules entrenado entonces por Ramallets, y mientras me encontraba distraído escuchando la re-transmisión me espetó mi abuelo:

- Mañana te vienes conmigo a Bilbao.

- ¿Cómo? Tengo clase- repliqué.

- No te preocupes que eso lo arreglo yo con tus padres,

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creo que tienes madera para los negocios, sabes escuchar y aprendes rápido. Además, llamaré a Marcos el taxista y nos pasamos una tarde en Plencia.

Más sabía mi abuelo por viejo que por diablo, y tocó mi punto flaco, fue nombrar Plentzia y se terminó la discusión.

Convencer a mis padres no fue fácil, pero el abuelo Juan era el patriarca familiar y poco pedía, pero nada se le negaba en aquella su casa. De modo que mi pobre madre alegaría ante los Maristas un repentino viaje a visitar a un familiar enfermo de Bilbao para excusarme un par de días de asistencia a clase.

El lunes a las ocho de la mañana salíamos de la estación del Norte de Valladolid y pasadas las nueve ya estábamos tomando un delicioso chocolate de La Trapa en el bar de la estación de Venta de Baños. A las 11 partía el vagón de mercancías con las legumbres de mi abuelo y nosotros viajábamos en primera clase dirección Bilbao.

Hasta Miranda de Ebro, otro importante nudo ferroviario caste-llano donde se desviaba el ramal hacia Irún y Francia, el viaje se me hizo eterno repasando el libro de ciencias que mi madre me obligó a llevar. El paisaje castellano es monótono y más en esa época de siembra del cereal, y salvo algunos campos donde estaban reco-giendo remolacha azucarera todo parecía yermo y solitario.

Pero fue en las estribaciones de Orduña donde ya creí sentir el salitre sólo al ver los verdes valles y colinas rojas, que tan bien retrató mi admirado Ramiro Pinilla. Ese año el otoño se había ade-lantado y la mezcla de colores ocres, rojos, pardos y amarillos de hayas, robles y abedules que acompañaban la tortuosa vía en su camino hacia el mar hacían crecer mi impaciencia. Después de pasar por los núcleos fabriles de Amurrio y Llodio entramos en Bizkaia y con las ultimas luces de la tarde arribamos a la estación de Abando de Bilbao.

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Un paseo por las siete calles mientras mi abuelo cerraba sus temas en la misma estación y para las ocho ya estábamos cenando en el Café La Granja. El abuelo Juan me explicó que al ser ya tarde haríamos noche en el cercano hotel Terminus, y que llamaría a Marcos el taxista para pasar todo el martes en Plentzia. La casua-lidad hizo que Marcos tuviese ese día su Chrysler color caldera y techo negro en el taller. Debía ser el único día en que el de Lesaka descansaba, así que decidimos que lo mejor sería madrugar y co-ger el tren en San Nicolás.

Allí empezaba realmente aquel viaje en tren del 68. El arenal con su trajín comercial, Ripa y Uribitarte, todavía el puerto estaba metido en el corazón de la ciudad. Aquella ría de color chocolate, coger el tren en San Nicolás, pasar por Matiko y la Universidad, enfrente los astilleros de Euskalduna con sus grúas y detrás San Mamés y el Sagrado Corazón. Más adelante el barrio de San Ig-nacio, una nueva Ciudad Lineal construida por el régimen en tiem-po récord para limpiar de chabolas los suburbios de la urbe. Las industriales Erandio y Lamiako con el bote que pasaba a los Altos Hornos de Barakaldo y Sestao. Después la estación en curva de Las Arenas, tras las que llegaban dos bonitas edificaciones como las estaciones de Neguri y Algorta. Y al dejar atrás Sopelana y Urduliz entraba en el último tramo, los minutos finales de un viaje especial para mí porque era la primera vez que iba a Plentzia fuera de la temporada estival.

El bosque del monte Gane estaba fastuoso, tupido y otoñal, aún no había sido invadido por el antipático eucalipto que hoy pue-de verse más de lo deseable. Abajo el arroyo con Bekotaberna, Uxinas, Casemirune Bekoa, Ardantza y por fin la ría: una especta-cular pleamar nos recibía. Junkera enfrente y ya entrando Gañibi, Txakurzulo y Errotabarri, la curva de la Calera junto a la casa de los Etxegarai y por fin pisaba el andén.

Era, y es, preciosa la estación de Plentzia. Con su elegante marquesina forjada, y no la mastodóntica cubierta metálica que la

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oculta hoy día -confío en que los dirigentes de Metro Bilbao lo solu-cionen– y a un lado junto al Bar de Cotelo, aparcado el viejo Fiat de Espumosos Jata. Mi abuelo me contó que eran vehículos de la se-gunda guerra mundial, con el volante a la derecha y que en Bilbao había visto muchos en la Campa de los Ingleses. Un taller cercano en la calle Espartero, frente a los Escolapios, los acondicionaba junto a otros modelos como los 3HC rusos o los míticos GMC.

Nada más dejar el andén, visita obligada al urinario público que estaba discretamente tapado por unos arbustos y directos a la pensión de la hoy desaparecida Casa Palmira, conocida en el pue-blo como la casa de “la parra” con el Bar Zabala. Mi abuelo no me había dicho nada, pero la sorpresa fue que haríamos noche en Plentzia, así que tenía todo el día para empaparme de mi rincón favorito del mundo.

Pasamos la mañana paseando por el pueblo. Peña subido a aquel púlpito junto al fielato dirigiendo el tráfico de acceso a la Ca-lle Ribera, una amena charla con Don Sabino Arriaga bajo el txopo del astillero, un frugal saludo a Txitxa el cartero… Era un agradable día otoñal y llegamos por la playa hasta el rompeolas de Astondo, ya en Gorliz. En aquella época del año y entre semana el Rober o el Marítimo estaban cerrados, pero no La Fragata y allí aprovechó mi abuelo para tomarse un vermut. Ya de vuelta comimos una lan-gosta –estaba claro que mi abuelo quería agasajarme– en el La-rrinaga y tras el café, le dejé charlando en la terraza con el bueno de Fermín para irme corriendo a la salida de clase de mis amigos.

Se sorprendieron al ver allí a “Edu el de Valladolid” un martes de noviembre, pero había que exprimir la tarde y no demandaron demasiadas explicaciones. Previo paso por la sierra de los Arriaga a robar unos clavos, nos dirigimos al barrio de la estación. Yo siem-pre lo he llamado “la estación”, pero cada uno le da un nombre: Txipio, Gatzamine, las casas nuevas, incluso, últimamente he oído Matrallune. Está claro que la toponimia está viva y varía con el paso de los años y las gentes. Sin duda, todos los nombres tienen una

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razón de ser y son igual de respetables, aunque el Ayuntamiento luego tenga que dar una denominación oficial a sus barrios y calles.

Los clavos no eran para nada más que para ponerlos sobre la vía al paso del tren y aplanarlos, se podía hacer también con monedas pero se nos ocurrían mejores usos para la calderilla que no abundaba en nuestros bolsillos. Luego subimos al manantial de Gañibi a pegar un buen trago y volvíamos por Matrallune intentán-donos llevar -si la soledad lo permitía- las primeras castañas de Etxetxubarri, pero era un camino muy transitado por los vecinos del cercano barrio de Musurieta en Barrika.

Ya con las últimas luces de la tarde en el txitxipozo, detrás del “Menos veinte”, cazamos sapaburus y terminamos en la vega junto a Bidepe cortando cañas sin más intención que la de divertirnos, aunque el bueno de Iñigo guardaba las mejores en el garaje de su abuelo pensando ya en la venidera temporada de pesca del muble en las belenas del puerto.

Para mi aquella fue una tarde especial, corta pero intensa, y creo que también para mis amigos ya que se esforzaron en com-primir en poco tiempo todas las trastadas y correrías que hacíamos con más calma en los largos días de verano. Esa noche mi abuelo se inventó mil excusas desde el teléfono de la fonda para explicar que el viaje se había alargado y que volvíamos el miércoles.

A la mañana siguiente para las ocho menos cinco ya estába-mos esperando el tren para Bilbao con el fin de enlazar con el de Madrid, que paraba en Pucela. Al arrancar y tras dejar las barre-ras, una última mirada, echar la vista atrás y sentir con las tripas entre el traqueteo del viejo tren. Sin duda, Plentzia ya entonces me hacía sentirme bien y alejarme de ella dolía, tanto como para recordar con todo detalle cincuenta años después aquel viaje en tren del 68.

Eduardo Gil Herrero Valladolid, enero 2018.

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Aquel viaje en tren del 68. Eduardo Gil Herrero.01

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