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ITAKA – ESCOLAPIOS

Plan de formación comunidades 2001-2002 Página 2

ÍNDICE

PRESENTACIÓN DEL PLAN PARA ESTE CURSO 3A. CRECIMIENTO PERSONAL Y ESPIRITUAL 4A.1. Reunión inicial: cómo crecer este año cada miembro de la comunidad 4A.2. Retiro de la comunidad 6A.3. Mi relación personal con Aquel a quien sigo 7 Mantener una relación viva con Jesús (7), purificar mis motivaciones (8), valores naturales (8), valores que tras-

cienden a la persona (8), responder a sus llamadas (8), compartir mis vivencias religiosas (9), algunas cuestio-nes para comentar (9)

A.4. Mi relación eclesial con Quien nos convoca en comunidad 10 Seguir a Jesús en Iglesia significa conocerla de verdad (10), amarla (11), construirla día a día (11), celebrar su

presencia en ella (11), algunas cuestiones para comentar (12)

A.5. Calasanz nos descubre un estilo 12A.6. Proclamar la Buena Noticia. La espiritualidad del mensajero 14 Para situarnos (14), para una espiritualidad del mensajero (15), para trabajar en común (17)

A.7. Para seguir profundizando 18 Materiales propios para ayuda a la oración, libros que nos pueden ayudar en la oración personal, libros de espi-

ritualidad, posibilidades para profundizar

B. ECLESIOLOGÍA Y TEOLOGÍA DE LAS PEQUEÑAS COMUNIDADES 19B.1. Iglesia, “Pueblo de Dios” 20 Los regalos de Dios (20), Vaticano II un nuevo Pentecostés (23), complementos (24)

B.2. Iglesia, “Sacramento de comunión” 25 Iglesia, sacramento de la comunión de Dios (25), La Iglesia comunión de comunidades (26), pequeñas comuni-

dades cristianas (27), complementos (29)

B.3. La Misión 31 La Iglesia misterio de comunión y misión (31), la Iglesia sacramento universal de salvación (31), articulación

correcta Iglesia, mundo, Reino (33), los pobres (35), complementos (38)

B.4. El Espíritu Santo en la Iglesia 41 El Espíritu también funda la Iglesia (41), y del Espíritu surge la espiritualidad (43), manifestaciones del Espíritu:

carismas (44), carismas como regalo para el mundo (45), complementos (47)

B.5. La identidad laical 48 El laico es el fiel cristiano (48), carácter secular (49), continuadores de la triple misión de Cristo (51), llamada a

la santidad (52), espiritualidad laical (53), complementos (54)

B.6. Los ministerios 61 Ministerios en la comunidad (61), discernir los ministerios (63), ministerio pastoral laical (64), ministerio ordena-

do (64), sacramentalidad (66), complementos (67)

B.7. El caminar conjunto de laicos y religiosos 69 Nuestra apuesta: el camino más difícil y apasionante (69), ¿es casualidad? (70), peligros del modelo de peque-

ñas comunidades (71), complementos (72)

B.8. Bibliografía 81

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PRESENTACIÓN DEL PLAN PARA ESTE CURSO 2001-02

Este nuevo curso tenemos un plan de forma-ción más diversificado que en años anteriores. Por una parte, se proponen dos temas amplios para todas las comunidades: crecimiento per-sonal y espiritual y, en segundo lugar, Teolog-ía y Eclesiología de las pequeñas comunida-des. Son los materiales que se recogen en el pre-sente PAPIRO. Como siempre, es una oferta que cada comunidad tendrá que ver cómo puede serle útil: quizá tratando todos los te-mas y en el mismo orden señalado, quizá haciendo una selección en función de la situa-ción e intereses, quizá introduciendo nuevos elementos,... Es, como en otras ocasiones, un recurso que se pone a disposición de todos para responder a la necesidad común de formación. Además de estos dos bloques, este curso pre-tendemos diversificar más la formación. Por ello, intentaremos poner en marcha algunas otras iniciativas.

• Encuentro escolapio en Peralta junto con las comunidades de Lurberri para conocer más de cerca de Calasanz y profundizar en el sentido de ser Fraternidad Escola-pia. Será en octubre, aprovechando el puente del Pilar.

• Constitución de un grupo para sacar algu-na asignatura de teología.

• Continuación, intentando mejorar, de la formación de coordinadores de las comu-nidades.

• Formación y acompañamiento de los po-sibles nuevos candidatos a la Opción De-finitiva.

• Alguna reflexión, encuentro o similar con los padres recientes con vistas a abordar su nueva situación.

• Algún encuentro de las comunidades de padres para intentar ahondar en su co-rrespondiente ciclo vital.

Y, por supuesto, aquellos elementos que va-yan apareciendo en la misma marcha del año.

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A. CRECIMIENTO PERSONAL Y ES-PIRITUAL

Se propone para el año, en esta línea de crecimiento personal y espiritual, las si-guientes acciones, además de las ya habi-tuales (la misma marcha de la pequeña comunidad, las acciones más personales, misa de los sábados, celebraciones espe-ciales, ejercicios, plan de formación, etc.): • Una reunión inicial en cada pequeña

comunidad para marcar los objetivos personales y comunitarios de cara al curso

• Un retiro especial, en el que habrá que marcar las fechas, con una temática y acompañamiento exterior a la propia comunidad.

• Al menos, dos temas de los que se proponen a continuación para trabajar-los en la pequeña comunidad.

• La posibilidad de ampliación mediante una serie de lecturas, acciones y recur-sos que se ofrecen a continuación y los que puedan ir apareciendo a lo largo del curso.

A.1. REUNIÓN INICIAL: CÓMO CRECER ESTE AÑO CADA MIEMBRO DE LA COMUNIDAD

La pretensión de esta reunión inicial es que cada miembro de la comunidad y la comu-nidad entera se marquen unos objetivos concretos de crecimiento personal y comu-nitario para este curso. Y que se haga des-de una actitud comunitaria de apoyo y exi-gencia. Esto va a suponer un momento previo per-sonal de preparación para que la reunión sea fundamentalmente una puesta en común de lo que cada uno se plantea y de lo que plantea a la pequeña comunidad.

Antes de la reunión 1. Dedica un tiempo para mirar el momen-

to en que te encuentras. ¿Cómo te van las cosas en los distintos ámbitos? Puede ayudarte el utilizar algunas me-diaciones: el proyecto personal, la lec-tura del Ideario de las comunidades, el reflejar tu situación en los diferentes ambientes en que te mueves (familia, trabajo, tiempo libre, compromiso, cer-canía a Dios, identificación comunitaria,

estilo exigente de vida, etc.), la lectura del evangelio en talante de escucha, un momento tranquilo de oración,...

2. ¿Qué te gustaría conseguir este año? ¿Qué aspectos ves que debieran cam-biar en tu vida? ¿A qué te sientes lla-mado por Dios, en plazo corto? ¿Qué podrías avanzar en cada uno de los pi-lares de nuestra comunidad (experien-cia de Dios, formación, compromiso, estilo de vida y compartir comunitario)?

Algunas pistas, por si pueden valerte, en las cinco líneas fundamentales: • Experiencia de Dios: un plan concreto y

exigente de oración personal para este año, lectura de la Biblia, participar acti-vamente en la Eucaristía, revisar en oración lo vivido cada día, poner fecha para un retiro personal, participar en unos ejercicios espirituales, planificar para el verano una experiencia oracio-nal fuerte, conseguir un acompañante personal para este año, cuidar espe-cialmente los momentos de oración de

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la comunidad, no perder ni una oportu-nidad de celebración comunitaria, mar-carme un rato más intenso de oración cada mes,...

• Formación: trabajar este año alguna parte de la Biblia, apuntarme al estudio de teología, escoger y leer unos cuan-tos libros este año, participar en unas cuantas charlas o cursos formativos, tomarme especialmente en serio la formación de la comunidad, aclarar algún aspecto de la fe que me resulta más complejo, proponerme hablar con algunas personas que me ayuden en mi formación, suscribirme a alguna re-vista eclesial y seguirla, leer los docu-mentos eclesiales que vayan saliendo durante el año o los que ya tengo re-trasados,...

• Compromiso: dedicar más esfuerzo a mi compromiso concreto, formarme más para asumir el compromiso que llevo, plantearme una nueva dedicación (evangelización, pobres, militancia polí-tica, etc.), dar pasos para sentirme más corresponsable de los compromisos de la comunidad, ofrecer mi disponibilidad para lo que me pida la comunidad, asumir labores concretas de mi peque-ña comunidad,...

• Estilo de vida: dedicar un buen plazo de este año a rehacer mi proyecto per-sonal revisando las motivaciones pro-fundas de lo que hago, plantearme algún avance de cara a mi familia, ser exigente en mi trabajo para evitar inco-herencias, cuidar mi afectividad, ser más austero (con un plan de gastos, presupuestos, quitándome cosas, compartiendo más, etc.), algún paso para dar más hondura a mi tiempo li-bre, ponerme más a tiro para que me puedan interpelar, no tomar ninguna decisión importante sin que pase por la comunidad, plantearme alguna opción realmente radical1, asumir lo que supo-

1 ¿Quieres ideas? Hay opciones radica-les “muy locas”, de esas que a Dios le encantan: ir a una comunidad de techo a compartir más, o a América como cooperante, optar por el celiba-to, adoptar un niño, renunciar a una buena parte de tu trabajo remunerado con lo que pueda su-poner, buscar la forma de compartir más tus bienes, presentarte como disponible para las mayores locuras que se le ocurran a la comuni-dad, implicar tu vida como escolapio laico, orar tu disponibilidad ante el ministerio ordenado (no sólo el sacerdotal, pues cabría pensar también en el diaconado) o el ministerio laical, irte a vivir entre los más pobres, comenzar a aplicar en tu

ne para mí los objetivos de la Fraterni-dad,...

• Compartir comunitario: preparar a con-ciencia los trabajos y reuniones, inter-pelar y dejarme interpelar en mi comu-nidad, participar con interés en los di-versos momentos de ITAKA, pasos pa-ra avanzar en mi identificación comuni-taria, preocuparme por ofrecer nuevos pasos, preocuparme por la situación personal cada miembro de mi comuni-dad, rezar habitualmente por mi comu-nidad, participar en todos los actos con otras comunidades o instancias ecle-siales, plantear o revisar mi opción de-finitiva,...

3. ¿Cómo ves tu pequeña comunidad (o si quieres, también la comunidad ente-ra de ITAKA)? ¿Dónde pudiera dar más? ¿Qué piensas que Dios le está pidiendo a tu comunidad? ¿Qué debi-era plantearse para este año?

Algunas pistas, por si pueden valerte, en las cinco líneas fundamentales: • Experiencia de Dios: pasos concretos

para la oración y retiros comunitarios, para la posible aportación de mi pe-queña comunidad a ITAKA, participa-ción en los momentos celebrativos con-juntos, preparar alguna celebración es-pecial,...

• Formación: cuidar la formación conjun-ta, plantearnos algún otro elemento formativo (lectura, charlas, cursos, traer gente, visitar,...), suscribirnos a alguna revista o publicación eclesial, trabajar comunitariamente el Papiro, participar en las posibles jornadas de reflexión que se organicen desde la comuni-dad,...

• Compromiso: cuidar el proyecto o en-cargo que pueda tener mi comunidad, asumir algún servicio concreto de cara al conjunto, estar al tanto de los pro-yectos que asumimos como ITAKA,...

• Estilo de vida: ser exigentes con el plan de año de cada uno y con el cumpli-miento de los mínimos comunitarios, estar al tanto de la vida de cada uno con talante fraterno, corrección frater-na, revisar periódicamente los proyec-

vida eso que llaman “cultura de la pobreza”, ac-tuar siempre con el criterio de lo que haría Jesús en esa situación, rezar muchas veces con las palabras de Samuel: “habla, Señor, que tu sier-vo escucha”, leer el evangelio con la actitud de María: “he aquí la esclava del Señor”,...

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tos personales de cada uno, aprove-char los ejercicios conjuntos,...

• Compartir comunitario: propuestas per-sonales para los miembros de mi co-munidad o para las demás comunida-des, compartir nuestras reflexiones de toda índole con los demás, cuidar la re-lación con el resto de las comunidades, participar en todo lo que se vaya haciendo desde ITAKA, pedir la ayuda que necesitemos (a la Comisión Per-manente, la Coordinadora, los minis-tros ordenados o laicos, otras comuni-dades o personas concretas), colaborar económicamente con posibles necesi-dades de gente de la comunidad, hacer de la eucaristía del sábado el centro de la comunidad,...

4. Pon por escrito los objetivos concretos que te planteas en este año. Un posible y útil modelo es llegar a un decálogo (diez objetivos concretos) que incluya avances para ti y para tu comunidad (unos cinco en lo personal y otros tan-tos para lo comunitario, por ejemplo).

Reunión En la reunión se trata de poner en común lo reflexionado por cada uno, tanto en lo refe-rente a él mismo como a la comunidad. Podemos comenzar con esta reflexión leída en voz alta y luego meditada en silencio: Ayúdame, hermano, a ser humilde. Ten misericordia de mí y muéstrame lo que Dios va haciendo con tu vida. Te prometo acoger y escuchar tus pasos y tus caídas, tus ternuras y tus rechazos, tu alegría y tu dolor. Quiero ser menos yo y más hermano, porque quiero descender hasta donde se encuentra lo más humano, lo profundamente humano. Me han dicho que allá se encuentra Dios.

Búscame cuando me pierda. Te prometo volver de tu mano, cada día, a casa para amarte, sirviéndote más compartiendo juntos el pan compañero. Cuando veas brillar en mis ojos la soberbia y la altanería y mi boca se llene de palabras vacías, no apartes de mí tu mirada tierna pero vigorosa, no dejes de comunicarme la esperanza. Confía en mí que aprenderé de ti. ¡Que Dios te lo pague, hermano! Algunos aspectos que no podrían faltar en esta reunión: 1. Dejar por escrito los pasos de avance

de cada uno. No sólo con lo que la misma persona se ha propuesto, sino también con lo que se le puede añadir desde la comunidad. Son una referen-cia a lo largo del curso para esa perso-na... y para los demás que deben ayu-darle en su logro. Para ello es conve-niente que todos tengan los pasos que se propone cada uno y que, de vez en cuando, nos preguntemos por la mar-cha de ellos.

2. Dejar por escrito los pasos para la pe-queña comunidad y cómo se van a lle-var a cabo. En ambos casos, personal y comunitario, es preciso concretar lo máximo posible para que sean prácti-cos.

3. Escribir y pasar a la Coordinadora pa-sos que se ven para la comunidad en-tera de ITAKA intentando también con-cretar todo lo que se pueda.

4. Establecer el sistema y los momentos en que se van a revisar estos objetivos personales y comunitarios. Uno de ellos debiera ser el retiro especial que se propone este año para cada comu-nidad.

A.2. RETIRO DE LA COMUNIDAD La idea, este año, es tener un retiro con una temática y acompañamiento exterior a la propia comunidad. Tendremos que irlo concretando, pero en principio se encargaría la Comisión Perma-nente y la Coordinadora con el apoyo de los ministros de responsabilizarse del asun-to.

El centro del retiro va a ser el crecimiento personal y espiritual de cada miembro de la pequeña comunidad. Además de los mo-mentos de oración y celebración, estará basado en el Ideario de la Comunidad y en alguna reflexión de fondo. Incluirá también algún rato personal. En las primeras reuniones de la Coordina-dora intentaremos concretar las fechas y lugares para dichos retiros.

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A.3. MI RELACIÓN PERSONAL CON AQUEL A QUIEN SIGO

Nos puede pasar a quienes llevamos un largo recorrido en grupos y procesos que, al final, nos dejemos llevar por el ambiente, por el mismo grupo y no descubramos que el mismo grupo y proceso proviene de un Jesús que nos ha convocado a cada uno y que nos quiere y llama personalmente. Hemos ido pasando etapas, incluso haciendo opciones, y no podemos olvidar que lo único que merece la pena en esta vida es responder a lo que Él nos llama. Y esto cada uno, tú y yo, personalmente. ¿Qué supone esto? ¿Cómo puedo avanzar aquí también? ¿Cómo puede ayudar la pe-queña comunidad a cada uno de sus miembros? Sin pretender nada exhaustivo, presenta-mos algunas orientaciones.

Mantener una relación viva con Jesús Lo fundamental, no hay duda, es mantener una relación viva con Aquel a quien sigo. Él me irá guiando, del mismo modo que hizo con sus primeros seguidores, por donde y como desee.

Esto supone conseguir un buen ritmo de relación con Jesús. Nos puede ayudar el distinguir distintos ritmos que caben: • “Orad sin cesar” (Romanos 12, 12).

Éste ha sido un ideal para muchos cris-tianos en la historia. La oración conti-nua, incluso con su propio método2, es posiblemente el ritmo más intenso. En esta línea, un ritmo es la búsqueda vo-

2 ¿No dirás que no has leído “El peregri-no ruso”? Es una especie de novela preciosa que explica muy bien este método. El rosario, las jaculatorias, la frase repetida interminable-mente, son concreciones de ello.

luntariosa de numerosos momentos a lo largo del día para hacerse conscien-te de la presencia de Dios en mi vida. No sólo muy esporádicamente, cuando me surge espontáneamente, sino con una frecuencia intensa. ¿Cabría algún avance por aquí?

• El ritmo diario. “Si Dios me da cada día 96 cuartos de hora de vida, ¿no le de-dicaré al menos uno a Él?”. “Cantidad en la oración es calidad”. ¿Tengo un ritmo diario de oración? Esto es difícil de mantener con constancia si no con-tamos con determinadas ayudas: un momento fijo, un método de apoyo, in-cluso un lugar y algunos elementos que ambienten. ¿Cómo cuidar este ritmo diario? ¿Qué elementos de apoyo ten-go que cuidar?

• El ritmo semanal. La oración diaria es un mantenimiento de la oración. Pero ésta necesita momentos un poco más fuertes. El ritmo inmediato al diario es el semanal: es el que solemos utilizar en la mayor parte de nuestras activida-des. La Eucaristía semanal apunta, en-tre otras cosas, a este ritmo. ¿Puedo cada semana dedicar un tiempo más intenso a Jesús?

• El ritmo trimestral o anual. Además de los anteriores, otro ritmo es el trimes-tral. Cuando nos marcamos el retiro cada trimestre intuimos esta necesidad. Los ejercicios de cada año de la comu-nidad también indican la importancia de ese momento anual. Pero además de lo que se pueda hacer comunitariamen-te, cabe plantearse el ritmo mensual, trimestral o anual para cada uno: con retiros personales, participación en al-gunos ejercicios de los muchos que se ofrecen en monasterios y casas de es-piritualidad, etc. ¿Cuido también este ritmo?

• Incluso se habla también del ritmo vital. A lo largo de la vida suele haber mo-mentos especialmente significativos. En algunos casos son esas experien-cias fundantes donde se asientan las convicciones más profundas, las expe-riencias religiosas más intensas. Una mediación bien extendida y conocida son los ejercicios ignacianos (un mes

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de duración), pero hay otras. ¿Podría plantearme algo en este sentido?

Este aspectos de los ritmos no es algo se-cundario. Si pretendo mantener esta rela-ción viva con Jesús necesito marcarme y mantener una fluidez: esto son los ritmos que hemos apuntado. ¿Qué puedo propo-nerme de avance en ellos?

Purificar mis motivaciones Las motivaciones son el motor de nuestra vida, de nuestros comportamientos habitua-les. Solemos decir que queremos que Dios sea el centro y el motor de nuestra vida. Esto implica que nuestra motivación prime-ra sea Él. ¿Cómo avanzar? El camino es purificar las motivaciones que nos mueven. Tres valores configuran a la persona: la familia (desde el afecto), la profesión (como éxito) y el dinero (como tener). Hay quien proclama sólo valores naturales, no del Evangelio. ¿Cómo hacer aquí un re-corrido? Tenemos que caer en la cuenta de que lo que proclamamos no es siempre lo mismo que lo que vivimos por dentro. O, incluso, que se nos va pegando el “ser normales” y dejamos de proclamar ningún tipo de valor. ¿Cómo vivimos esos valores en la propia vida? Podemos distinguir dos grandes grupos de valores: Valores naturales: • Algunos no específicamente humanos

como pueden ser el placer, el dolor, la salud,... que no distinguen al hombre de los animales.

• Valores humanos pero inframorales: son ya humanos, pero son exteriores al sujeto y no lo tocan en su libertad y responsabilidad: económicos (prospe-ridad o miseria, ser felices o no, éxito o fracaso), espirituales entendidos como no materiales (conocimiento de la ver-dad, estética, buen o mal gusto, valo-res sociales, orden, filiación, ayuda a los demás, dominación), referidos a la voluntad (fuerza del carácter, creativi-dad, superación).

Valores que trascienden a la persona: • Filantrópicos: centrados en los demás. • Teocéntricos: unión con Dios, segui-

miento de Jesús, pobreza, castidad y obediencia. Los dos primeros son fina-les y los otros tres son medios.

Este fue el proceso que siguió Jesús con sus primeros discípulos. Podemos recordar

cómo va contrastando a Pedro3, a los hijos del Zebedeo4, a todos sus seguidores5, al joven rico6, a los supuestamente más reli-giosos7... e incluso él mismo pasa por esta purificación8. Aquí la clave es descubrir las propias moti-vaciones que habitualmente se muestran en las actitudes que mantenemos. A veces no es fácil descubrirlas solos y necesitamos ayuda. Un acompañamiento personal, un contraste frecuente en la comunidad, la in-teriorización de pasajes bíblicos9,... son al-gunos elementos que nos pueden ayudar mucho.

Responder a sus llamadas La oración es fundamental porque en ella nos acercamos a Jesús, en ella renovamos nuestras fuerzas y discernimos los siguien-tes pasos. La purificación de las motivacio-nes es clave para no engañarnos a noso-tros mismos. Pero el criterio son los frutos10. Si lo ante-rior no se traduce en acciones concretas, en un compromiso efectivo por un mundo mejor, de poco vale. Ya sabemos que una cosecha no depende sólo del trabajo del agricultor. Ni de los ins-trumentos y semillas que use. Necesita unas buenas tierras y unas condiciones meteorológicas adecuadas. Nuestra vida sólo va a dar fruto si respon-demos a lo que Él nos llama, si somos fie-les a su voluntad, a nuestra vocación. ¿Cómo dar fruto que merezca la pena? ¿Cómo responder a las llamadas que me hace Dios?

3 Mateo 26, 31-35 (predicción de las ne-gaciones de Pedro). Juan 21, 15-19. 4 Mateo 20, 20-27 5 Mateo 8, 18-22 nos desvela algunas motivaciones no del todo puras. El capítulo 10 va dirigido entero a los apóstoles como actitu-des de fondo. 6 Mateo 19, 16-28. 7 Mateo 23, 1-36 8 El relato de las tentaciones de Jesús va en esta línea: Mateo 4, 1-11. 9 El Sermón de la Montaña de Mateo (5-7) puede ser aquí una ayuda magnífica. Puede ser un buen material para todo un retiro perso-nal, o para una buena temporada de oración personal, o para una revisión personal en co-munidad,... 10 Mateo 12, 33-37. Mateo 25, 14-30. Ma-teo 25, 31-46.

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Para que pueda haber comunicación entre Dios y yo (o en cualquier otra circunstan-cia), tienen que darse estos cinco elemen-tos:

Canal Emisor =

Dios Mensaje Receptor = yo

Código

Emisor. Si alguien no emite algo, no es po-sible la comunicación. Aquí no hay proble-ma: es evidente que Dios me habla de mu-chas maneras: en mi conciencia, en las ne-cesidades de mis hermanos, en su Palabra, en la comunidad, en la naturaleza, en la iglesia, en mis aspiraciones más hondas,.... Receptor. Por mucho que alguien transmita algo, si falta un receptor es imposible la comunicación. El receptor soy yo. Dios me habla: ¿yo le escucho? Habrá que sintoni-zar, ponerse a tiro, escuchar,... Canal. No basta querer escuchar. Hay que sintonizar el canal por el que Dios habla. Si quiero ver un programa de televisión tendré que conectar con el canal que lo transmite. No basta querer escuchar si no enchufo la tele y el canal correspondiente. Si quiero hablar con Dios no vale decir que quiero hacerlo: tendré que sintonizar, colocarme en el lugar en el que habla. Y ya sabemos que el canal de Dios el la comunidad, los pobres, su Palabra, la oración, el silencio,... No pretendamos que nos hable sin poner-nos a tiro. Así nos llega su mensaje. Mensaje. Es lo que nos trasmite el emisor. Pero no siempre se entiende. Un mensaje puede estar cifrado, puede estar en un idioma que desconocemos, puede estar ilegible o difícilmente audible. Sigue sin ser suficiente el tener el mensaje: hay que in-terpretarlo. Ya tenemos la Biblia, la Palabra de Dios: hace falta traducirla a mi vida, a mi momento. Código. Es el conjunto de signos y claves que nos permite entender un mensaje. Y el código cristiano nos lo da Jesús: su perso-na, su vida, sus actitudes, sus palabras,... ¿Qué haría Él en este momento? ¿Cómo entendería lo que yo estoy sintiendo y vi-viendo? ¿Cómo reaccionaría? Por aquí va el código de interpretación. Podríamos hablar de otros elementos: el contexto (las circunstancias en que vivo condicionan la manera de entender el men-saje), los ruidos (dificultades para que me

llegue bien el mensaje, muchas veces de actitud)... Me puede ser útil este esquema para ver cómo es mi escucha de Dios, cómo estoy atento a sus llamadas. Ya sólo falta responder, fiarme, decirle que sí, estar plenamente disponible. ¿No es esa la felicidad, la bienaventuranza que me promete?

Compartir mis vivencias religiosas Mi relación con Jesús es personal. Pero siempre dentro del grupo. Jesús me llama a seguirle en comunidad. Ambos polos siem-pre han de estar presentes en mi segui-miento. Y, sin embargo, no es fácil compartir las vivencias religiosas. A menudo son muy frágiles, muy titubeantes, aparentemente intrascendentes, difíciles de verbalizar. ¿Cómo avanzar también en este compar-tir? El lugar privilegiado es mi pequeña comu-nidad. Y para ello habrá que cuidar un am-biente que lo haga posible: en los momen-tos de oración, en el compartir habitual, en las revisiones más a fondo, en los retiros,... Nos necesitamos en la pequeña comunidad unos a otros para fortalecer nuestra fe, pa-ra ser testigos unos ante otros de lo que Dios va haciendo en nuestra vida, para dis-cernir lo que Dios nos va pidiendo,... y esto sólo es posible cuando cada uno comparte aquello que va descubriendo. El centro del compartir ha de ser la euca-ristía. En ella celebramos la presencia de Jesús que nos convoca a cada uno a la comunión, nos transmite su Palabra, nos da fuerza y nos envía a dar la Buena Noti-cia al mundo entero. En ella descubrimos que lo más importante, lo único importante, es Él. No puede faltar, finalmente, el testimonio ante los demás. Algo ha quedado apuntado al hablar de los frutos. Mi propia vivencia personal se fortalece cuando la comparto con los demás, con las personas de mi en-torno, con aquellos que necesitan esa pa-labra de esperanza,... El testimonio explíci-to de Jesús, con obras y con palabras, es el criterio para comprobar la calidad de mi fe.

Algunas cuestiones para comentar en comunidad 1. ¿Cómo es mi relación con Dios? ¿Qué

ritmos son los que sigo habitualmente?

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¿Qué me podría proponer como avan-ce? ¿Qué ayudas me vendrían bien?

2. ¿Descubro la importancia de las moti-vaciones en lo que hago? ¿Creo que habría que avanzar por ahí? ¿Qué pa-sos podría dar? ¿Cómo puede ayudar la pequeña comunidad?

3. ¿Soy consciente de las llamadas que Dios me hace? ¿Me ayudan las pistas apuntadas anteriormente? ¿En qué as-pectos podría mejorar?

4. ¿Cómo comparto mi fe? ¿Cómo avan-zar? ¿Qué podemos hacer en comuni-dad?

A.4. MI RELACIÓN ECLESIAL CON QUIEN NOS CON-VOCA A LA COMUNIDAD

La llamada de Jesús es siempre personal para entrar en la comunidad. Es una rela-ción personal para convocarnos al grupo. No podemos olvidar ni una cosa ni otra. Es una llamada y una respuesta personal. Pe-ro es a la comunidad, a la iglesia. Vamos a reflexionar sobre este segundo aspecto: mi relación con los que han sido llamados conmigo a mi pequeña comuni-dad o a la iglesia. Vivimos en una sociedad donde se valora tanto la persona (al menos de palabra) que se corre el riesgo de olvidar lo social. El va-lor de la libertad personal, de la autonomía, de la decisión propia,... parecen elementos incuestionables. Y, sin embargo, la fe cristiana es también eclesial. Una fe exclusivamente individual no es cristiana, no responde al estilo de Jesús. ¿Qué significa esto en la práctica? ¿Qué aspectos debiéramos tener muy en cuenta cada uno y la comunidad entera? Presentamos a continuación algunas pis-tas, sin pretender agotar el tema.

Seguir a Jesús en iglesia significa conocerla de verdad El Dios que se nos manifiesta en la Biblia es el Dios de la Alianza con su Pueblo. Él ha elegido un pueblo para hacerle deposi-tario de su bendición y su mensaje para la

humanidad entera. Hoy ese pueblo es la Iglesia. En nuestra sociedad secularizada se tiende a analizar por igual a las diversas institu-ciones y a la Iglesia como una de ellas. Co-rremos el riesgo de dejarnos contagiar por ello y olvidar que la Iglesia no es para los creyentes una institución más, sino que es el pueblo elegido por Dios. El primer paso que tendremos que dar es conocer a nuestra Iglesia de verdad. Por-que nos puede pasar que la conozcamos del mismo modo que cualquier persona no creyente cuando sigue las informaciones que nos dan los medios de comunicación normalmente muy interesados. ¿Conocemos nuestra Iglesia? ¿O los úni-cos datos que tenemos son los que quieren presentarnos? ¿Qué hacemos por conocer-la? El plan de formación de este año nos ayu-dará sin duda. El tomar en serio esta for-mación, complementarla, contrastarla con lo que vivimos,... serán elementos bien im-portantes. Pero quizá no basta. Algunos elementos que nos pueden ayudar: • Estar al tanto de los documentos que

va sacando la Iglesia, tanto local como universal. Se podrían ir leyendo, co-mentando,... y en cualquier caso no li-mitándonos a los resúmenes o “ningu-

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neos” que llevan a cabo con ellos los medios de comunicación.

• Invitar a una reunión de comunidad o ir a hablar con alguna persona muy meti-da en nuestra iglesia para que nos dé su visión de la misma: posiblemente será bastante más rica de la que tene-mos.

• Suscribirnos personalmente o como comunidad a alguna revista de actuali-dad religiosa que nos tenga al día

• Aprovechar el montón de direcciones de Internet que nos ofrecen en directo materiales eclesiales de todo tipo

• Dedicar una sesión a ver la aportación que estamos haciendo desde nuestra Fraternidad a la Iglesia. Es posible que alguno ignore la mayor parte de nues-tra aportación a la misma. A lo mejor así hasta la conocemos más de cerca.

• Conocer los planes que se marca cada año nuestra iglesia de Bizkaia en su conjunto o en los distintos ámbitos. Comprobaremos cómo tiene mucho que ver con lo que estamos haciendo a veces sin ser demasiado conscientes de ello.

• Conocer las preocupaciones, los retos, que debe ir afrontando nuestra iglesia para mantener vivo el mensaje de Jesús en nuestro entorno.

• Conocer los ámbitos en que estamos participando en la Iglesia como ITAKA y los objetivos que estamos intentando sacar adelante: en el sector en sus di-ferentes ámbitos, en el consejo de ju-ventud, en la Mesa y Consejo de co-munidad, en conjunto con los escola-pios, en las parroquias en las que par-ticipamos,...

El primer paso es conocer. Porque tene-mos que “saber dar razón de nuestra espe-ranza” también cuando hablamos de la Iglesia.

Seguir a Jesús en iglesia significa amarla Todavía hoy parece una moda muy exten-dida el criticar a la Iglesia siempre que se habla de ella. Parece lo apropiado destacar aspectos negativos que pueda tener, aun-que no conozcamos demasiado. Un signo de progresismo parece éste. Y tenemos el riesgo de caer en él de la manera más acrí-tica. Nuestra iglesia tiene sus luces y sus som-bras. No hay duda. Ya ella misma se define como la “santa meretriz”. Pero, por encima de todo ello, es nuestra madre. Ella nos ha

dado la fe, nos ha transmitido a Jesús. En ella sigue confiando Dios, no por sus méri-tos, sino porque quiere, porque la ha elegi-do. ¿La queremos? ¿O la juzgamos más du-ramente que a nosotros mismos? ¿Nos creemos mejores que ella? Amar a nuestra Iglesia significa seguir apostando por ella, quererla como a una madre no porque sea la mejor posible ni porque no tenga fallos, sino porque es nuestra madre. Significa intentar mejorarla, no desde la crítica fácil o la actitud de supe-rioridad, sino desde el cariño. Significa de-fenderla como hacemos cuando alguien “se mete” con nuestra madre. Significa, incluso si fuera necesario, dar la vida por ella. Se nos ha pegado demasiado el individua-lismo, la crítica de cualquier institución, la falta de implicación real con los otros,...

Seguir a Jesús en iglesia significa construirla día a día En nuestro Ideario de comunidades deci-mos que nuestro compromiso ha de ser transformador también en el ámbito ecle-sial. Hablamos de que la evangelización y la transformación social son claves en la tarea de cada comunidad y de cada uno de sus miembros. Sin embargo, quizá no valoramos suficien-temente lo intraeclesial. Es cierto que bas-tantes dedican su trabajo a nuestros pro-pios procesos (y eso es construir Iglesia) o a otras tareas eclesiales (nos sorprender-íamos si contáramos el número), pero no es lo más valorado hoy entre nosotros. Estamos en una época crítica para la Igle-sia. No tanto por las estructuras que será preciso ir mejorando, sino por la necesidad de evangelización especialmente entre los más jóvenes. Nuestra iglesia va perdiendo presencia entre ellos. Y ahí nos estamos jugando su futuro. Como comunidad no podemos quedarnos al margen. Es una de las llamadas más ur-gentes que recibimos hoy: llegar a tantos niños y jóvenes a los que no llega con efi-cacia el mensaje de la Buena Noticia, cons-truir nueva iglesia que siga siendo válida para el futuro.

Seguir a Jesús en iglesia significa celebrar su presencia en ella Llevamos tiempo, siempre, diciendo que la Eucaristía es el centro de nuestra comuni-

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dad, la mesa de todas las mesas en las que participamos. Y es lo normal porque en la Eucaristía (y en los demás sacramentos) celebramos y to-mamos conciencia de la centralidad de Jesús en nuestra comunidad y en nuestros proyectos. Y, sin embargo, posiblemente no sea to-davía una convicción suficientemente arrai-gada entre nosotros. Valoramos los proyec-tos, el compromiso, la oración... pero se nos puede escapar se constituye en cuanto tal cuando se reconoce convocada y cele-bra en comunión con Jesús el amor grande de Dios y su plan de salvación para la humanidad entera. En el primer Papiro del curso pasado apa-reció un artículo de Dolores Aleixandre en torno a la Eucaristía. Quizá nos puede valer para la reflexión personal o para comentar-lo en comunidad.

Algunas cuestiones para comentar en comunidad 1. ¿Conocemos nuestra Iglesia? ¿Esta-

mos al tanto de lo que le acontece, de sus preocupaciones, de sus objetivos?

¿Somos capaces de explicar a cual-quiera sus planteamientos?

2. ¿Amamos a la Iglesia? ¿La respeta-mos, la queremos tanto que estamos dispuestos a trabajar por cambiarla y hacerla mejor? ¿Se nota nuestro apre-cio?

3. ¿Construimos la Iglesia? ¿Podríamos hacer más? ¿Nos preocupa la evange-lización de nuestra sociedad?

4. ¿Sentimos la eucaristía como centro de nuestra comunidad y de nuestra vida? ¿Es el centro real?

A.5. CALASANZ NOS DESCUBRE UN ESTILO Nuestra comunidad de ITAKA es una Fra-ternidad Escolapia. Nos descubrimos conti-nuadores del carisma de San José de Ca-lasanz. Somos conscientes de que en él están nuestras raíces. Esto por múltiples motivos: hemos nacido y crecido en el entorno escolapio, ese talante de Calasanz se nos ha ido contagiando desde un ambiente más implícito que de-clarado, nos identificamos en nuestra mi-sión con la educación y evangelización en busca de una sociedad más justa, te-nemos múlti-ples lazos con la Orden, etc. Y, sin embargo, podemos ser unos grandes desconocedo-res de la perso-

na de Calasanz. Sabemos que Dios hizo un regalo a la sociedad y a la Iglesia con este hombre, pero no le sacamos todo el partido para nuestro propio crecimiento personal y espiritual. Podemos hacer una reunión de examen de nuestros conocimientos. Es sólo una parte, pero no deja de ser un preámbulo bien ne-cesario conocer el proceso que sigue Cala-sanz en su vida y en el descubrimiento de

la misión que Dios le encomienda. Se incluyen también algunas preguntas en torno a la Es-cuela Pía más cercana. Puede valer como sistema para de-dicar una reunión a Hablar de Cala-sanz, sus aporta-ciones, su vida,... No es poco.

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A B C 1 Segundo apellido de Calasanz Pérez Peralta Gastón

2 Siglo en que nace XII XVI XVIII

3 Nombre de sus padres Pedro y María Antonio y Juana Luis y Lucía

4 Hermanos que tenía Ninguno Cinco Siete

5 Nació en Peralta de la Sal Calasanz Lérida

6 Funda su primera escuela en San Pantaleón Santa Dorotea San Capriano

7 Quién no fue escolapio Frascati Casani Landriani

8 Famoso memorial al Cardenal Tonti Papa Urbano VI Obispo Berro

9 Cuál es el lema de las Escuelas Pías

Principalmente los pobres Piedad y Letras Educación para to-

dos

10 Murió el día 27 noviembre 25 agosto 14 julio

11 En cuanto a escritos No dejó nada Dejó más de diez mil cartas Dejó cuatro libros

12 Escuela Pía significa Escuela religiosa Escuela gratis Escuela práctica

13 Su escuela sólo admitía A los pobres A los cristianos A niños varones

14 Su educación No introdujo nada nuevo

Se limitó a copiar lo que hacían otros

Fue novedosa en bastantes elementos

15 Al morir había colegios escolapios Ninguno Menos de diez Más de treinta

16 Consiguió Duplicar los niños escolarizados

Multiplicarlos por cien Más todavía

17 Qué significan los “praecipue” Las preferencias de la Escuela Pía

El método pe-dagógico

Un sistema de ora-ción escolapio

18 Calasanz tenía mucha devoción A la Virgen María A S. Ignacio de Loiola

A S. Benito de Nur-sia

19 La oración continua Es un método es-colapio de oración para los niños

Es lo que hacía Calasanz con su oración

Es un mandato del Concilio de Trento

20 Canonizados como santos escola-pios Sólo es Calasanz Hay algún otro Hay más de veinte

21 Hoy en día hay escolapios Menos de 1000 Entre mil y 2000 Más de 2.000

22 Están en estos países Menos de 30 Entre 30 y 50 Más de 50

23 Están organizados por Provincias Países Autonomías

24 En Euskal Herria tienen Tres colegios Cinco colegios Ocho colegios

25 En Euskal Herria tienen Tres parroquias Cinco parroquias Más de cinco

26 En Euskal Herria tienen 3-4 albergues 5-7 albergues Más de siete

27 En Vasconia con respecto a Amé-rica y en número de religiosos

Hay en Euskal Herria más que allá Están iguales Hay más en América

que aquí

28 En Vasconia con respecto a Amé-rica y en número de colegios

Hay en Euskal Herria más Están iguales Hay más en América

29 En Vasconia con respecto a Amé-rica y en número de alumnos

Hay en Euskal Herria más Están iguales Hay más en América

30 En Vasconia, incluido lo depen-diente, hay

Menos de 50 reli-giosos Entre 50 y 100 Más de 100 religio-

sos

Si tienes más de 25 bien contestadas, tie-nes un nivel bien aceptable. Si tienes me-nos de quince, ya puedes empezar a hacer un buen cursillo.

Hay una biografía sencilla de Calasanz, la de Giner, que debiéramos leer todos. Además de estar bien escrita, presenta muy bien su vida, dificultades y las res-puestas que va dando.

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A.6. PROCLAMAR LA BUENA NOTICIA. LA ESPIRI-TUALIDAD DEL MENSAJERO11

11 Resumen libre de un artículo de Gabino Uríbarri publicado en Sal Terrae en noviembre 1995

“Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo cre-

erán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que les predique?

(Rom 10,14) La proclamación de la Buena Noticia es un ejercicio de la fe. Las dificultades subjetivas para anunciar explícitamente el evangelio son un síntoma que revela una deficiencia en un aspecto central de la fe. Ciertamente, la evangelización en Europa occidental es difícil. Son muchas las comu-nidades y los cristianos que se esfuerzan sinceramente por llevar adelante una cate-quesis cabal, bien preparada, adaptada a los oyentes, acompañada de la ejemplari-dad de la vida. Y, sin embargo, los resulta-dos parecen desalentadores. La raíz del problema radica en la fractura entre fe y cultura. Estas líneas quisieran animar y es-polear, abrir perspectivas, motivar, servir quizá de guía de examen de conciencia, para ver lo bueno que Dios ya hace por medio de nosotros y, más aún, lo que quie-re hacer en adelante. Nuestra hora, tan de-nostada por tantos, es un tiempo de gracia para vivir la fe. La misma situación de de-clive numérico nos impone la modestia, nos prohibe cualquier forma de triunfalismo au-tosuficiente, nos exige más, si cabe, la fide-lidad, la autenticidad en nuestra vida de creyentes. Nuestra época está marcada por exigencias de purificación, como cuando Israel caminaba por el desierto en la fase del amor primero con Yahvé (Jer 2, 2).

Para situarnos Desde diversos centros de diagnóstico se apela a la urgencia de la evangelización. Y, al menos, hay cuatro factores que ponen de relieve la debilidad misionera de nuestra Iglesia. A algunos grupos eclesiales les resulta más fácil proponer, por ejemplo, la solidaridad con el Tercer Mundo, o la lucha contra la injusticia, que la fe en Jesucristo. Se sien-ten bien seguros de su discurso para dar razón de la necesidad imperiosa de la soli-daridad y encuentran lugares para procla-mar sus puntos de vista. No se avergüen-zan de su militancia a favor de la justicia ni la reducen a la esfera privada. Pueden lucir

camisetas alusivas o chapas identificativas en el pecho, o montar un tenderete con sus panfletos. Están persuadidos de que hay que provocar cambios de mentalidad y de conducta en los demás ciudadanos, sin co-erción alguna, pero sin amedrentarse. Según su modo de sentir, lo que está en juego no puede aplazarse ni encomendarse a los vaivenes de la fortuna, ni confiarse al anonimato de la buena voluntad. Tampoco cabe la resignación pasiva ni el abandono final en las manos de Dios de los destinos últimos de la humanidad. Por contaste, no suele percibirse en nuestros ambientes eclesiales un celo similar ni una pasión tan ardiente por conseguir que las criaturas re-conozcan y alaben a su Señor. Desde otra perspectiva, vivimos en nuestra sociedad un cristianismo que no es nada misionero. Al contrario, resulta de mal gus-to manifestar las propias creencias religio-sas fuera de los escenarios socialmente considerados “correctos” para ello. La situación social ha evolucionado mucho. Si la Iglesia gozaba de prebendas y omni-presencia, hoy en día el cambio es palpa-ble. Al contrario, hoy puede causar respeto distante, incomprensión o ser considerado como creyente un ejemplar insólito de una especie que se creía en trances de extin-ción (especialmente en ambientes no cer-canos a la Iglesia donde a uno le tengan por “normal”). Finalmente han irrumpido en el panorama religioso otros grupos con un ímpetu misio-nero muy superior al de los católicos. Sus métodos podrán provocarnos una sonrisa de superioridad o el desprecio de por la contaminación “gringa”, pero no cabe duda de que las sectas protestantes van ganan-do adeptos, mientras que la Iglesia católica los va perdiendo. Una sociedad crecientemente tolerante en materia religiosa, con un interés respecto a lo religiosos que se mantiene bastante ele-vado (a pesar de la pésima imagen de la Iglesia), junto con una realidad eclesial dis-tante de los aparatos de poder y compro-metida socialmente, debiera ser una plata-forma que no infundiera miedo alguno para dar el paso del “testimonio explícito”.

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Para una espiritualidad del mensaje-ro Hoy en día, la palabra “predicador” tiene mala prensa. Suena a moralizante, a sabe-lotodo y a superioridad. Por eso es preferi-ble hablar de mensajero o heraldo, que era quien proclamaba las noticias en voz alta y públicamente, con solemnidad y dirigidas a todos. a) Proclamar desde lo recibido En nuestra época, en la que los apoyos ins-titucionales y argumentales antes válidos carecen de la credibilidad de antaño, el anuncio pasa inexorablemente por la propia experiencia de fe. “Vete a tu asa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo, y que ha tenido compasión de ti” (Mc 5,19): así despide Jesús al endemo-niado de Gerasa que quería quedarse con él una vez curado. Nuestro anuncio no puede prescindir de lo que graciosamente hemos recibido y experimentado como sa-nador, salvador, gozo y ánimo. Evidente-mente, tampoco se puede reducir a un “subjetivismo experiencial”, que sería abrir la puerta a las reglas de juego de la mera privacidad. Hemos de romper la inercia so-cial que, con gran tolerancia, tiende a admi-tir las opciones personales en materia ética y de religión, con tal de que no agredan a la comunidad, sin ninguna posibilidad de cali-brar la validez y solidez que refrenda cada postura. Esto se refleja en comentarios del tipo “Si le gusta o le va bien, que haga lo que quiera”, midiendo las decisiones más trascendentales de la ética y la religión con el mismo rasero que el cultivo de bonsais en el tiempo libre. A pesar de todo, es ne-cesaria la experiencia personal. Sin la con-vicción profunda, y algo vehemente, de que hemos encontrado un tesoro que interesará a los demás es difícil rozar la credibilidad de nuestros oyentes. La proclamación de la Buena Noticia inclu-ye la acción de gracias y la alabanza. Algu-nas narraciones de milagros finalizan con-signando cómo los curados y los testigos presenciales dan gloria a Dios (Mc 2, 12; Mt 15,31) o esparcen la novedad por toda la región (Mc 1,45; 7,36; Mt 9,31). b) Proclamar desde la misión Jesús explica que ha venido a predicar: “Vamos a otra parte, a las aldeas vecinas, para que se predique también allí, pues pa-ra esto salí” (Mc 1,38; Jn 12,49). Este di-namismo continúa en los discípulos, elegi-dos para ser enviados a predicar (Mc 3,

13.15; Lc 10, 1-12), auxiliados por el Espíri-tu Santo (Lc 12,12). Esto llega al punto de que “el que os oye a vosotros me oye a mí” (Lc 10,16). La Iglesia apostólica se sintió enviada (Mt 28,19-20). Dios quiere dar a conocer a su Hijo a todos: ““Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? (Rom 10,14-15). No se puede ser discípulo de Jesús sin ser a la vez apóstol. Que significa enviado. El que conoce al Señor Jesús se reviste de su Espíritu (Rom 13,14), del Espíritu de Dios. Y este espíritu está incesantemente inquie-to mientras no habite plenamente en los corazones de los que están llamados a in-vocar “Abbá, Padre” (Gal 4,6). Así pues, junto al impulso espontáneo de gratuidad y de querer compartir lo bueno de la vida con otras personas, está el encargo explícito y la tarea encomendada por el Señor. En de-finitiva, la misión recibida es lo que legitima, urge y capacita para la predicación. Pablo lo formula claramente: “También nosotros creemos; por eso también hablamos” (2 Cor 4,13). c) Proclamar desde la unión con Dios Sin la vida sacramental y de oración es im-posible llevar adelante la tarea recibida. El anuncio de Jesucristo no se puede articular de forma semejante a una lección. Sin ser agentes de Dios, difícilmente podremos hablar convincentemente de Él: carecería-mos del empaque de autenticidad que permite proclamar: “Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y tocaron nuestras manos acerca de la Pala-bra...” (1 Jn 1,1). No nos anunciamos a no-sotros mismos (2 Cor 4,5), sino a Cristo Jesús, fuerza de Dios y salvación para los que creen en Él, resucitado de entre los muertos para engendrar una esperanza que no defrauda. La fuerza de la misión es la presencia res-plandeciente de Dios en nosotros. Mucho más que los medios. Las iglesias ricas tie-nen la tentación de querer solucionar los fracasos pastorales mediante el recurso a los medios económicos. Para el enviado a predicar, para todo cris-tiano, la propia vida impone la necesidad de orar. ¿Cómo no orar para anunciar el Evangelio? ¿Cómo no volver a las fuentes de la fe en un mundo secularizado y en gran parte ateo? Ésta es la mayor exigen-cia de la fidelidad a unas prácticas prefija-

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das y regladas de oración periódica y vida sacramental regular. Imitando a Ezequiel (2-3), antes de proclamar el mensaje hemos de engullir el rollo donde se contie-nen las palabras que Yahvé quiere poner en nuestros labios. El objeto del anuncio es que se produzca el encuentro personal con el Señor Jesús. nuestra tarea y misión es acompañar en el camino hacia ese encuentro, para quedar luego en un segundo plano o desaparecer. Por ello, toda la actividad misionera de la Iglesia culmina en la Eucaristía, que es su fuente y su meta. d) Proclamar desde la confianza Salir al ruedo con un mensaje religioso exi-ge en nuestra sociedad una cierta valentía. Hay que superar el pudor y una cierta ver-güenza. Sin embargo, Jesús puso la conti-nuidad del Evangelio en manos de sus discípulos. nuestras perezas y excusas están contaminadas de falta de confianza en Dios. Si Dios nos envía, es que Él va a actuar (Ex 4,1-17; Jer 1,4-10). Si nosotros vamos sembrando, Dios cumplirá con la parte que le corresponde. Como si se ade-lantara a nuestros recelos, al confiar a los discípulos el mandato universal de bautizar, Jesús les asegura: “Yo estoy con vosotros en esta misión, no os azoréis”. Sólo una falsa humildad, es decir, una estratagema para escaparse, puede negarse a recono-cer la parte de verdad que hay en su propia vida de esta frase: “Estoy agradecido al que me dio fuerzas, Cristo Jesús nuestro Señor, porque al ponerme en este ministe-rio, me consideró digno de confianza” (1 Tim 1,12). Nos asusta demasiado el fracaso. En la mi-sión, el éxito no es lo decisivo ni el termó-metro de la fidelidad a la llamada de Dios. El mismo Jesús fracasó en cierto sentido. Y no podemos dudar de su pericia ni de su unión con Dios. En algunos ambientes nos falta libertad profética. No para denunciar los males de la sociedad o los pecados in-traeclesiales (especialmente si son de otros), sino simplemente para “sacudirnos el polvo de los pies y marchar a otro lugar” (Mt 10,5-10). Nos crea una inseguridad enorme barruntar que podríamos quedar-nos sin la audiencia de los cristianos me-diocres de nuestros grupos. No se trata de poner en duda la necesidad de gradualidad en el crecimiento espiritual, ni que todos cojeamos de algún pie. Nadie puede jactar-se de estar en condiciones de arrojar la primera piedra (Jn 8,7).

Por encima de los resultados pastorales está la obediencia a Dios. Una obediencia que impone la actividad misionera como una necesidad vital ineludible, que se mani-festará en las circunstancias que fuere, a tiempo y a destiempo (2 Tim 4,2). Pablo lo interiorizará hasta exclamar: “¡Ay de mí si no evangelizare! (1 Cor 9,16). Pablo y Ber-nabé dejaron plantados los judíos y se marcharon a los gentiles (Hech 13,46-47). En la historia de la Iglesia no ha sido la úni-ca ruptura impulsada por mantener el celo misionero. e) Proclamar desde el cariño por la gente Si contemplamos a las gentes de nuestra sociedad con las entrañas de misericordia como Jesús (Mc 6,34; Mt 9,36), no podre-mos menos de reconocer que son muchas las personas necesitadas de Dios. Sin par-ticipar del pesimismo sobre la sociedad de consumo, no hay duda de que los dioses de nuestro mundo son insaciables y, para colmo, tampoco sacian a sus fieles, como es propio de todo ídolo al que hay que sa-crificar sin descanso, hasta perder la vida sin ganarla a cambio. De estas entrañas de misericordia surgirán la ternura y la empatía. Cualquiera que tenga experiencia como educador sabe que se percibe inmediatamente se si habla desde el interés sincero por el bien del otro, si se habla desde el amor o si se está cum-pliendo el expediente o justificando la pro-pia superioridad. Sin conectar con los oyen-tes, sin ganarse su simpatía, no se crea el clima necesario para la evangelización. El cariño debería llevar a una predicación que no comenzara por la amonestación y en la que ésta no fuera preponderante. Somos mensajeros de una Buena Noticia, no agoreros. La predicación de Jesús co-mienza con algo fabuloso: la cercanía del Reino de Dios. La exhortación a la conver-sión viene después, como resultado lógico y necesario de lo anterior (Mc 1,15). Ése es el encargo de Jesús: “Predicad que ha lle-gado el Reino de Dios” (Mt 10,7). ¿Qué ocurriría si fuéramos capaces de que nues-tros contemporáneos intuyeran a qué se parece el Reino de los cielos? El cariño por la gente puede llevar a decir cosas que la gente no quiere oír. “Quien bien te quiere te hará llorar”. El mensajero de la Buena Noticia ha de asumir que pue-de muy bien estar destinado al fracaso, igual que aquel a quien anuncia. f) Proclamar con humildad y claridad

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Pocas cosas molestan más unánimemente que la arrogancia eclesial. La historia de la Iglesia está cargada de santidad y de pe-cado. Por eso no es congruente ningún to-no de arrogancia ni superioridad. Lo cual no obsta para proponer con toda claridad y sencillez lo valioso que hemos encontrado, al estilo de Pedro: “No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te doy” (Hec 3,6). La humildad implica la apertura para recibir y aprender de la gente, de los alejados y de los ácidamente críticos. Seguro que perci-ben bien la viga de nuestro ojo. ¿A qué ne-garlo? Pero si indagamos en lo escondido de muchas vidas, nos encontramos cosas de qué admirarnos, sorprendernos, dar gracias a Dios por los regalos de su bene-volencia. g) Proclamar con credibilidad Si la palabra es importante, sin testimonio de vida será como una campana que retiñe o unos platillos estridentes (1 Cor 13,1). Más que nuestras palabras, nuestra vida es esa proclamación. Nuestra vida tomada en toda su integridad: el trabajo por la justicia, el contento de fondo, la coherencia con nuestras convicciones, el modo de ejercer la profesión, el ambiente que se respira en el seno familiar, la valoración del dinero y el modo de gastarlo o de ahorrarlo, las actitu-des ante la política, la organización de las vacaciones,... Si el ritmo de vida de los cris-tianos escandaliza, o si en la vida cotidiana resulta indiferente ser o no ser cristiano, difícilmente vamos a ser testigos de nada. La proclamación de la llegada de l Reino por parte de Jesús fue acompañada de signos, de milagros. De modo semejante, Jesús no sólo encargó a sus discípulos que predicaran; también les dio poder para ex-pulsar demonios (Mc 3, 14-15). La Iglesia apostólica realizó signos (Hech 2,43; 5,12).

Jesús aseguró a sus discípulos: “El que cree en mí. También hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas” (Jn 14,12). El signo por antonomasia que po-demos hacer es el compromiso por la justi-cia. Toda otra manera de decir que Dios es Padre bueno de todos sería sospechosa de ideología. Sólo la praxis pone de manifiesto los verdaderos intereses. Junto al trabajo por la justicia, hay otros demonios que de-biéramos exorcizar. Demonio es aquello que esclaviza a la persona, le hace menos humano y le aleja de Dios. Así podemos sembrar gratuidad ante la suficiencia, fra-ternidad frente al individualismo depreda-dor, jovialidad de la pobreza para desen-mascarar la vacuidad de la avaricia, dar suelta al júbilo de sabernos de linaje real frente al apocamiento pesimista, danzar con espíritu de fiesta porque la muerte ha sido definitivamente vencida... Ciertamente hemos de predicar algo que no cumplimos del todo y sería conveniente reconocerlo sin paliativos. La proclamación, sin embargo, es un servicio al Evangelio, más allá de nuestra debilidad. Misteriosa-mente, a través de una predicación tan de-fectuosa, Dios extiende su salvación (1 Cor 1,21).

Para trabajar en común 1. ¿Estamos de acuerdo con las causas

de la falta de espíritu misionero que se apuntan en el artículo?

2. ¿Qué nos parecen los rasgos que debe tener la evangelización tal como se presentan?

3. ¿En qué aspectos me encuentro más alejado de esta misión de anunciar explícitamente a Jesucristo?

4. ¿Qué acciones concretas podría impul-sar yo y mi comunidad para avanzar?

A.7. PARA SEGUIR PROFUNDIZANDO

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Materiales propios para ayuda a la oración • Más de mil textos para orar y reflexio-

nar: recopilación de oraciones y textos. • Atrévete a orar: materiales para las dis-

tintas etapas de nuestro proceso • Orar con Lucas: para orar siguiendo

este evangelio. • Orar con Juan: para orar siguiendo es-

te evangelio. • Vocaciones: para orar con unas cuan-

tas vocaciones de la Biblia o de la ac-tualidad.

• 52 métodos de oración: para aprender con métodos bien diferentes, uno para cada semana del año.

• Venid y veréis. Modelos de oración pensando en apoyo para retiros perso-nales o momentos especiales.

• Hechos de los Apóstoles. Para orar si-guiendo este libro. Habría que comple-tarlo, aunque está ya bastante avanza-do.

Libros que nos pueden ayudar en la oración personal • El canto del pájaro. Anthony de Mello.

Parábolas y cuentos sencillos que ayu-dan a profundiza en realidades cotidia-nas.

• En casa con Dios. Método ignaciano para todo un año con muchas ayudas y textos de orientación.

• Shadana, un camino de oración. Ant-hony de Mello. Métodos distintos de oración.

• Espiritualidad para el hombre de hoy. Garrido. Un proceso de avance espiri-tual a partir de la Biblia.

• Colección del Verbo Divino. Con co-mentarios de los diferentes libros de la Biblia.

• Gritos y plegarias. Recopilación de tex-tos para pensar y orar.

• Dolores Aleixandre. Tiene muchos li-bros de espiritualidad bien jugosos.

• Carlo Carretto: tiene muchos libros de espiritualidad

Libros de espiritualidad bien intere-santes • Dolores Aleixandre. Tiene muchos:

“Círculos en el agua”. • Garrido tiene unos cuantos libros que

pueden ayudar a nuestro crecimiento personal. Uno bien interesante es “Ni santo ni mediocre”. Otro, “Adulto y cris-tiano”. Y hay más.

• Estrada. “Espiritualidad laical” • José Mª Castillo. “El discernimiento

cristiano” Posibilidades para profundizar • Retiros personales, pidiendo quizá

ayuda a alguien que acompañe • Hablar con alguna persona a la que

veo cercana a Dios • Invitar a la comunidad a alguna perso-

na, conocida o no, que nos cuente su experiencia religiosa

• Aprovechar los muchos ejercicios espi-rituales y retiros que existen

• Pasar un día o fin de semana en algún convento contemplativo

• Rezar y meditar alguna de las cateque-sis preciosas de Dolores Aleixandre o trabajarlas en la comunidad

• Leer el Evangelio o la Biblia • Escribir mi propia historia desde la

amistad con Dios. • Tenemos una serie de artículos bien

interesantes de espiritualidad tanto en la página web de los escolapios (www.epvasconia.com) como en la red del colegio en “pastoral recursos”.

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B. ECLESIOLOGÍA Y TEOLOGÍA DE LAS PEQUEÑAS COMUNIDADES

Presentamos en este Papiro especial la formación para trabajar la Eclesiología y Teología de las pequeñas comunidades. Los siete temas que se ofrecen son una oportunidad para reflexionar a lo largo de este curso sobre nuestra realidad comuni-taria y nuestro papel en la Iglesia y en el Mundo. Es importante que cada comunidad se planifique bien para que pueda darle tiempo a abordar los siete bloques. Todos ellos forman una unidad y sería una pena que no diera tiempo a llegar hasta el final. En el contenido de los mismos se han in-tentado combinar elementos esenciales de formación teológica y eclesial, a la luz del acontecimiento del Concilio Vaticano II, con referencias a la historia de la Iglesia, espe-cialmente a sus orígenes en Jesús. Y ello, no para quedarnos mirando hacia atrás, si-no justamente todo lo contrario: para poder situarnos adecuadamente en el presente y proyectarnos significativa y fructíferamente hacia el futuro. Partimos de la idea de que vivimos una si-tuación eclesial de gran trascendencia. Si cada 500 años ha habido una gran conmo-ción en la Iglesia (siglo IV, oficialización del cristianismo en el imperio de Constantino; siglo XI, reforma gregoriana y cisma de oriente; siglo XVI, reforma protestante y Concilio de Trento), tenemos la suerte de poder participar de la cuarta gran revolu-ción eclesial que supuso, a finales del siglo XX, el Concilio Vaticano II. A cada uno de estos acontecimientos le si-guieron periodos traumáticos, llenos de in-certidumbre y, en gran medida, de caos y agitación eclesial. Hacen falta varias déca-das para que los cambios de paradigmas generen nuevos consensos y equilibrios. Durante ese periodo no da igual lo que ocu-rra y los caminos por los que se opten. Lo que está siempre en juego es el mayor o menor avance del proyecto encargado por el Dios de Jesús a su Iglesia. El nuevo ros-tro de la Iglesia dependerá del surgimiento de nuevos sujetos eclesiales y de su éxito en la tarea de hacer fructificar lo que el Concilio sembró. Este reto no lo lograrán comunidades sin conciencia del momento histórico que vivi-

mos y, mucho menos, sin discernimiento, reflexión y formación al respecto. Es justa-mente ahora, cuando cumplimos nuestra primera década como pequeñas comuni-dades, un buen momento para ello. Para terminar esta presentación, algunas pistas o sugerencias respecto a cómo tratar los temas. Cada bloque tiene su desarrollo que sería lo que todos/as tenemos que leer y sobre lo que pensar. Para aquellas per-sonas que quieren profundizar más sobre cada tema, o sobre algún punto especial-mente, se han ido introduciendo una serie de notas a pie de página que pueden ser objeto de lectura (exceptuando el primer y último tema que no llevan notas). Hay tam-bién unas preguntas a lo largo de cada te-ma que pueden ser planteadas en cada comunidad, pero que no deben suponer ningún obstáculo para hablar de lo que pa-rezca más importante. Son simplemente posibles interrogantes que pueden servir de ayuda. Asimismo para los que todavía se atrevan o les interese leer más, hemos abierto una sección al final de cada tema denominada “complementos”. Esta compuesta por fra-ses, textos, reflexiones complementarias y artículos de interés. Una sugerencia sería que lo que son propiamente artículos o re-flexiones complementarias siempre haya alguien que los lea con el objetivo de enri-quecer posteriormente la reflexión. De to-das formas, el modo de aprovechar esta sección de “complementos” corre a cargo de cada comunidad. Si todavía hubiera algún gudari deseoso de empaparse más, al final del Papiro se ha puesto la bibliograf-ía utilizada como referencia para el desa-rrollo de los temas. Una última sugerencia para terminar. Sería muy interesante que una persona de cada comunidad fuera recogiendo las posibles propuestas jugosas o los retos que cada tema pudiera plantear a nuestras comuni-dades. Al final del año se recogerían las aportaciones por si dieran lugar a propues-tas o a cualquier tipo de pista para el avan-ce comunitario. Ojalá que el octavo tema sea el mejor de todos, es decir, el que surja del discernimiento desarrollado por todos y todas a lo largo del año.

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B.1. IGLESIA, “PUEBLO DE DIOS” 1.1. Los regalos de Dios

CON INFINITA TERNURA (La oración y la vida de una leprosa)

Tú, Señor, has venido, me lo has pedido todo

y yo te lo he entregado. Me gustaba leer y ahora estoy ciega.

Me gustaba pasear por el bosque y ahora mis piernas están paralizadas.

Me gustaba recoger flores, bajo el sol de primavera,

y ahora ya no tengo manos. Como soy mujer,

me gustaba contemplar la hermosura de mis cabellos, la delicadeza de mis dedos,

la gracia de mi cuerpo... y ahora estoy casi calva y, en lugar de mis largos

y hermosos dedos, no tengo más que unos muñones

rígidos e insensibles, como si fueran de corcho.

Mira, Señor, cómo has dejado mi cuerpo antaño tan agraciado.

Pero no me rebelo. Te doy las gracias. Te daré gracias por toda la Eternidad,

porque, si muero esta noche, sé que mi vida

ha sido maravillosamente plena. He vivido el Amor

y he quedado mucho más colmada de cuanto mi corazón haya podido ansiar.

¡Oh, Padre, qué bueno has sido con tu pequeña Verónica...!

Esta noche Amor mío, te pido por los leprosos del mundo entero. Te pido, sobre todo, por aquellos

a quienes la lepra moral abate, destruye, mutila y destroza.

Es sobre todo a ellos a quienes amo y por quienes me ofrezco en silencio,

porque son mis hermanos y hermanas. Mi Amor: te ofrezco mi lepra física

para que ellos no conozcan el hastío, la amargura y la gelidez de su lepra moral.

Soy tu hija, Padre mío; llévame de la mano

como una madre lleva a su hijito. Estréchame contra tu corazón

como un padre hace con su hijo. Húndeme en el abismo de tu corazón,

para habitar en él, con todos a quienes amo,

por toda la Eternidad.

¿Por qué comenzar una serie de temas formativos sobre teología y eclesiología con una oración así? Porque seguramente la autenticidad de toda experiencia creyente se verifica cuando de nuestro interior brota continuamente una oración de gracias. Y es que cuando a uno le dan un regalo, por muy insignificante que sea, siempre ten-derá a dar gracias en primer lugar. ◊ ¿En primer lugar? ¿Y si luego es un

regalo que no merece la pena? ¿Y si te

regalan algo cuando estás pasando una mala racha?

Daremos las gracias con naturalidad inde-pendientemente del valor que luego otor-guemos, o del uso que hagamos del regalo, o de nuestra situación vital en el momento de la entrega. Porque lo que realmente emociona es que alguien haya estado pen-sando en mí, se haya comido la cabeza por mí: “¿Qué necesitará? ¿Qué puede hacerle ilusión? ¿Qué detalle puedo tener con él? ¿Con qué y cómo manifestar que me im-

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porta, que le recuerdo y valoro, que le quie-ro,...?” Evidentemente, si además el regalo me gusta, es justo lo que necesitaba, tiene un valor especial por algún motivo,... la expre-sión de gratitud será más fervorosa y la alegría más manifiesta. ◊ Sí, hay algo de verdad en lo que dices

pero, ¿a dónde quieres llegar? ¿Hasta dónde somos conscientes de los muchos regalos que Dios nos ha hecho y nos hace continuamente? ¿Cuánto y con qué énfasis damos gracias a lo largo del día, de la semana,...? Quizá sea bueno re-cordar algunas cosas. “Al principio creó Dios...” Ciertamente quien no vibre ante el regalo de la creación, quien no perciba el aliento de Dios dando pulso al universo, quien no haya mirado con temple al hermano sol o a la hermana hormiguita es porque quizá está ya demasiado “asfal-tado”. “Hagamos a un hombre a nuestra imagen y semejanza (...)Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó” Si en la creación pode-mos descubrir la mano de Dios, en su cria-tura preferida puso especial esmero. No somos dioses, ni podemos endiosarnos, pero somos divinos y sagrados. Cada ser humano es un regalo de Dios y un tesoro de infinito valor. “Y el séptimo día descansó”. La obra de la creación no está terminada, le otorgó al ser humano la misión de llevarla a plenitud. ¿No se agradece especialmente aquel re-galo que no está acabado, que supone un reto a tus capacidades, a tu iniciativa y res-ponsabilidad? Además de la existencia en la maravilla de la creación, nos regala un proyecto y sentido para la misma. Gracias a ello podemos ir descubriendo en la histo-ria y en cada vida personal lo que somos y lo que podemos llegar a ser. ◊ Perdona que te interrumpa, pero yo

creo que ahí sí que se coló. Con lo fácil que le hubiera sido dejar todo atado y bien atado,... ¡Mira el desastre en que hemos convertido el mundo! ¡Cuánto sufrimiento e injusticia! ¡Cuántas vidas echadas a perder!

Pero los regalos no terminan ahí, faltan los mejores. Dios pudiendo desentenderse de su obra o maldecir de ella al ver cómo su criatura preferida hacía uso del regalo de la libertad, quiere acompañarnos para siem-pre en nuestro caminar y tarea. Nos propo-

ne una Alianza incondicional que no se quebrará jamás, incluso a pesar de nues-tras infidelidades y despistes. ◊ Sí, pero eso no resuelve el tema que

he planteado. Y ahora el mejor de todos los regalos. Qui-so Dios regalarse a sí mismo y manifestar a través de Jesús su proyecto de liberación y plenitud para toda la humanidad. En Jesús se nos muestra la realidad de un Dios que se implica personalmente en la historia y en el mundo. Un Dios que se hace presente de un modo especial en el sufrimiento humano, que nos ama a todos desde la preferencia por los pobres, que va a empe-ñarse en empujar el Proyecto del Reino. ◊ Bien, bien, empiezo a ver que tengo

bastantes motivos por los que dar gra-cias, y empiezo a entender la oración que he leído al principio, ¿alguna cosa más?.

Jesús nos dejó las herramientas necesarias para llevar adelante el plan de Dios y una vez cumplida su misión en la tierra nos re-galó el Espíritu Santo volviendo a cumplir su promesa de no abandonarnos nunca. Un último detalle falta en esta historia. El plan de Dios se lleva a cabo a través de to-das las personas de buena voluntad que viven desde el amor y practican la justicia. Pero desde el principio ha ido escogiendo a algunas para que manifestaran pública y visiblemente el amor de Dios en comunión con otras personas y lo transmitieran a lo largo de la historia. “Yo seré tu Dios, y tú serás mi pueblo.” Como el Concilio recuerda Dios “quiso san-tificar y salvar a los hombres no individual-mente y aislados, sin conexión entre sí, si-no hacer de ellos un pueblo para que le co-nociera de verdad y le sirviera con una vida santa”. Eligió primero al pueblo de Israel e hizo y selló la Alianza con él. Le acompa-ñará en todo momento especialmente en los momentos difíciles y de sufrimiento. Jesús renovará esa Alianza y elegirá a los miembros de un nuevo pueblo, que ya no se limitará a un territorio o raza sino que se convertirán en el Pueblo de Dios formado por todos los incorporados a él por el bau-tismo. Cada bautizado se convierte en sí mismo en un regalo para el mundo y, en comunión con todos los bautizados, forma el Pueblo de Dios que asume explícitamen-te la misión del Reino. ◊ Después de escucharte, me acaba de

venir a la memoria una oración que re-

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coge todos estos regalos: ¿no dicen sobre nosotros algo así es día de nues-tro bautizo?

Todos estos dones se actualizan ante la comunidad en el sacramento del bautismo en forma de oración por el que va a ser nuevo miembro del Pueblo de Dios12.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Nos sentimos realmente agraciados?

¿Damos gracias a Dios por todos los regalos que nos ha hecho y nos hace cada día? ¿Qué regalos valoramos más y que menos de un regalo? ¿So-mos capaces de hacer una oración como la de la leprosa? ¿Cuál ha sido o es nuestro Magníficat, nuestro cántico a la creación, nuestra oración de gra-cias por la vida?

2. ¿Con qué planteamiento de vida afron-tamos nuestro pasar por el séptimo día de la creación? ¿Qué página de la His-toria de la Salvación vamos a escribir

12 Oremos para que el Padre Dios conceda a esta criatura la vida nueva por el agua y el Espí-ritu. Vamos a hacer una plegaria de bendición y de alabanza a Dios por las grandes obras que Él ha realizado por medio del agua, pidiéndole las realice también ahora por el agua del bau-tismo. Oh Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua para significar la gracia del bautismo. Oh Dios, cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santifi-car. Oh Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nue-va humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santi-dad. Oh Dios, que hiciste pasar a pie por el mar Rojo a los hijos de Abraham, para que el pueblo libe-rado de la esclavitud del Faraón fuera imagen de la familia de los bautizados. Oh Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado por Juan en el agua del Jordán, fue ungido por el Espíritu Santo; colgado de la cruz, vertió de su costado agua; y después de la resurrección mandó a sus apóstoles a bautizar por todo el mundo. Mira ahora a tu Iglesia en oración y abre para ella la fuente del bautismo. Que esta agua reci-ba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Hijo, para que este niño/a, creado a tu imagen, re-nazca a la nueva vida por el bautismo.

nosotros? ¿Nos creemos inmersos en dicha Historia?.

3. ¿Nos sentimos realmente escogidos? ¿Nos sentimos parte activa y visible de la Historia de la Salvación? ¿Cómo hemos vivido en nuestra vida esa lla-mada personal que Dios nos ha hecho? ¿Qué supone en mi vida haber sido escogido por Dios?.

4. ¿Nos sentimos realmente formando parte del Pueblo de Dios? ¿Pensamos que nos salvamos por nuestra cuenta, que no necesitamos de los demás, que podemos vivir nuestra fe al margen del pueblo escogido por Dios? ¿Por qué quiso Dios que no nos salváramos indi-vidualmente y aislados, sin conexión entre sí?.

5. ¿Somos realmente un regalo para los demás? ¿Irradiamos nuestro ser ima-gen y semejanza de Dios? ¿Contagia-mos alegría y pasión por la vida y el Reino? ¿Por qué hay cristianos tristes, por qué vivimos a veces tan amarga-dos, por qué somos tan cascarrabias? ¿Qué nos falla?.

6. En el mundo actual lo “gratuito” no es un valor en alza, más bien se piensa que todo tiene que cuantificarse y tra-ducirse en valor monetario; ¿cómo abordamos esto en nuestra vida perso-nal y comunitaria?.

7. Comentar lo que nos sugiera estas dos afirmaciones del Concilio sobre el pue-blo de Dios: “Aunque muchas veces parezca un pe-queño rebaño, sin embargo, es un germen de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano.” “Cristo hizo de él una comunión de vi-da, de amor y de unidad, lo asume también como instrumento de reden-ción universal y lo envía a todo el uni-verso como luz del mundo y sal de la tierra.”

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1.2. Vaticano II: un “nuevo Pente-costés” en la Iglesia

Así lo definió Juan XXIII cuando el Espíritu le sugirió convocar un Concilio: ¿por qué?. El Pueblo seguidor de Jesús no surge por-que un grupo de personas decide sin más reunirse para algún fin que les interesa: no es una peña de fútbol. Tampoco se crea a partir de una persona con mucho liderazgo personal que quiere reunir un grupo de personas para llevar adelante una buena idea o proyecto: no es un partido o movi-miento sociopolítico: ¡es el mismo Dios quien reúne a ese Pueblo!. Primero me-diante Dios Padre y Madre, luego a través del Hijo, y ahora por medio del Espíritu. Por eso es Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu. Jesús dejó la semilla del nuevo Pueblo al congregar en torno a sí un grupo de discípulos y discípulas. Pero será la experiencia del Espíritu, pente-costés, lo que habilite a aquel grupo de bautizados para tomar conciencia de ser el Pueblo de seguidores del Dios de Jesús. A lo largo de la historia de la Iglesia el con-cepto de Pueblo de Dios va dejando de te-ner contenido bíblico - teológico y ya no expresará la totalidad da la Iglesia en unión y fraternidad orientada a la misión. Con el edicto de Milán (313) la Iglesia para de ser perseguida a ser tolerada y unos años des-pués (el llamado giro constantiniano) se convertirá en la religión oficial del imperio. Los fieles bautizados y los fieles que deten-taban diferentes ministerios (clero) dejan de mirar juntos en la misma dirección para mi-rarse mutuamente y discutir su relación, lo que debilitará la misión y el espíritu evan-gelizador. La tensión histórica que alimentó la dinámica de crecimiento eclesial deja de ser la confrontación entre el pueblo de Dios (todos los cristianos independientemente de su vocación, carisma o ministerio) en su relación con el resto de no bautizados. Po-co a poco la tensión dominante pasa a ser la de pueblo - dirigentes (donde estos últi-mos van dejando de ser pueblo). En su organización interna la Iglesia se subdivide en estados u “órdenes” separa-dos y cerrados sobre sí mismos. Cada uno busca su identidad, no mirando de frente al conjunto de miembros del Pueblo de Dios y situándose dinámicamente a su servicio pa-ra la eficacia de la misión, no analizando su vocación desde la clave de la comunión del pueblo de Dios en misión.

Desde entonces, en cada momento históri-co el término “Iglesia” se va ligando a dife-rentes grupos o estamentos: la iglesia se convierte en la “iglesia de los curas”, la “iglesia de los monjes”, la “iglesia de los papas”, la “iglesia de los laicos (príncipes, señores y reyes laicos)”,... El término pue-blo va quedando para la masa de fieles ile-trados y pasivos que reciben la acción de los sujetos de la Iglesia. En el Vaticano II ocurrió un hecho inespe-rado, un acontecimiento que va a cambiar el rumbo y la tendencia eclesial mantenida durante siglos. Al abrir la mirada al mundo y tratar de revisar su situación en él con honestidad, por primera vez la Iglesia quiso reflexionar a fondo sobre sí misma. Una oportunidad así no la podía dejar escapar el Espíritu y cuando se preparaba un es-quema clásico que comenzaba hablando de la jerarquía eclesial, una nueva propues-ta de esquema fue introducida. La iglesia es, antes que cualquier otra distinción, “Pueblo de Dios”, asamblea de todos los bautizados congregados por Dios y Jesu-cristo a la cabeza (como consideración previa a cualquier distinción de carismas, ministerios o vocaciones diferenciadas pos-terior). En definitiva: ¡un nuevo Pente-costés!

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Hemos asimilado esta idea de Iglesia

como Pueblo de Dios o seguimos en una dialéctica de tensión interna entre diferentes carismas, ministerios o vo-caciones?

2. Cuando decimos “la Iglesia dice esto, hace esto otro”, ¿nos incluimos direc-tamente en ella (como podemos hacer al hablar del pueblo vasco por ejem-plo), o nos referimos a algo ajeno a no-sotros mismos?

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3. ¿Hemos superado la idea de que la Iglesia es el papa, el clero?

4. ¿Tiene sentido hablar de “la iglesia es de los laicos”, “la hora de los laicos”,...? En qué sentido sí o no.

5. En muchos ambientes y corrientes se perciben visiones que no van en la línea de Pueblo de Dios en Misión, sino de dinámicas de confrontación, sepa-ración, delimitación muy clara y fija de campos, funciones e identidades; ¿cómo vivimos este tema?

6. ¿QUÉ RETOS TENEMOS COMO COMUNIDADES EN ESTE TEMA?

COMPLEMENTOS 1. Miembros del pueblo de dios por el bautismo Señalamos algunas de las afirmaciones que forjan la identidad del pueblo seguidor de Jesús. Por el bautismo quedé incorpo-rado a este pueblo y en la confirmación re-afirme, de modo adulto y responsable, mi opción por desarrollar mi vocación de bau-tizado. Ponemos en paralelo con las afir-maciones del Concilio lo que aquel día nos dijeron,... ¿recuerdas?

El Vaticano II sobre el Pueblo de Dios...

El día de mi bautismo...

“Constituyen un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios; y los que antes no eran ni siquiera pueblo, ahora, en cambio, son pueblo de Dios” “Ha hecho (Cristo) del nuevo pueblo un reino de sa-cerdotes para Dios, su Padre.”

Que el Padre Dios, que te ha dado nueva vida por el agua y el Espíritu, te consagre con el crisma de la plenitud, para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey.

“La identidad de este pueblo es la dignidad y la liber-tad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Su ley es el man-damiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó. Su destino es el Reino de Dios, que El mismo co-menzó en este mundo, que ha de ser extendido”

Dios todopoderoso y eterno, que has enviado a tu Hijo al mundo, para librarnos del mal y llevarnos al Reino de tu luz admirable, te pedimos que esta criatura, limpia del pecado original, sea templo tuyo y que el Espíritu Santo habite en él.

“Él la adquirió (la Iglesia) con su sangre, la llenó de su Espíritu y le dio los medios apropiados para ser una comunidad visible y social. Dios reunió al grupo de los que creen en Jesús y lo consideran el autor de la sal-vación y el principio de la unidad y de la paz, y fundó la iglesia para que sea para todos y cada uno el sa-cramento visible de esta unidad que nos salva”

Para que la fuerza de Cristo te fortalezca, te ungi-mos con este óleo de salvación en el nombre del mismo Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

“Por estar provistos de medios tan abundantes y efica-ces para santificarse, todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados, cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad”

Eres criatura nueva y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna.

“No se salva el que no permanece en el amor, aunque esté incorporado a la Iglesia, pues está en el seno de la Iglesia con el “cuerpo”, pero o con el “corazón”

A vosotros, padres y padrinos, se os confía acre-centar esta luz. Que esta criatura, iluminado por Cristo, camine siempre como hijo de la luz. Y, per-severando en la fe, pueda salir con todos los san-tos al encuentro del Señor.

“Por eso (la Iglesia) hace suyas las palabras del Após-tol: ¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!” “Todos los discípulos de Cristo han recibido el encargo de extender la fe según sus posibilidades.” “Todos los discípulos de Cristo, en oración continua y en alabanza a Dios, han de ofrecerse a sí mismos co-mo sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Deben dar testimonio de Cristo en todas partes y han de dar razón de su esperanza de la vida eterna a quien se la pida.”

El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre.

En síntesis, por el Bautismo...

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SOY MIEMBRO DEL PUEBLO DE DIOS

TENGO UNA NUEVA VIDA SOY CRIATURA NUEVA

ESTOY LIMPIO DEL PECADO ORIGINAL

SOY CONSAGRADO PARA LA PLENITUD

SOY UNGIDO PARA LA SAL-VACIÓN

SOY SACERDOTE

SOY PROFETA SOY REY

SOY TEMPLO DEL ESPÍRITU ESTOY REVESTIDO DE

CRISTO TENGO LA DIGNIDAD DEL

CRISTIANO SOY HIJO DE LA LUZ

2. Recordar de dónde venimos En “Hacia una espiritualidad eclesial para hoy” J.M. Rambla (pág. 131-139)

B.2. IGLESIA, “SACRAMENTO DE COMUNIÓN” 2.1. Iglesia sacramento de la co-

munión de Dios ¿Te has parado a pensar alguna vez lo que significa afirmar a Dios como Padre/Madre, Hijo y Espíritu santo13?. Tranquilidad, que no vamos a adentrarnos en el misterio de la Trinidad, que es como el agujero negro de la teología. O mejor dicho, sí lo vamos a hacer pero “como Dios manda”14. De Dios podemos llegar a conocer algunas cosas gracias al uso de la razón. Quizás sería mejor decir que la opción por Dios es lo más razonable cuando se reflexiona a fondo y en serio sobre la vida y el ser humano. Pero más allá de las posibilidades y límites de ese regalo que llamamos razón, ¿podemos conocer más de Dios? La respuesta es sí porque, como recordamos en el primer tema, Dios mismo se nos va mostrando: Dios se revela. Gracias a ello el Pueblo de Dios va conociendo a lo largo de la historia el verdadero rostro de Dios. Jesús será la fuente máxima e insuperable de esa revelación, el espejo donde descu-brir nuestra propia identidad humana y el proyecto de humanidad para todos.

13 Al comienzo, durante y al final de cada euca-ristía lo haces, también en muchas oraciones y en toda celebración sacramental, en las comi-das era algo habitual hasta hace poco y todavía habrá quien se santigüe al salir de casa, al en-frentarse a una situación importante, al pasar por una iglesia,... 14 El motivo de ello es que confesar a Dios como Madre/Padre, Hijo y Espíritu tiene decisivas consecuencias para la vida del cristiano/a y, también, para entender y construir la realidad de la Iglesia y entender su Misión.

Pues bien, ¿qué dice Dios de sí mismo a través de Jesús? Podemos resumir la idea que mejor refleja cómo es Dios en la ex-presión: “Dios es amor”. Es decir, Dios es entrega recíproca inagotable, vida en rela-ción plena. Dios como Padre/Madre, Hijo y Espíritu en comunión de amor15.

15 Cada uno de ellos nos muestra una faceta de ese amor: la entrega libre, gratuita y preferen-cial, la respuesta y agradecimiento permanente, el empuje y acompañamiento incesante,... todo lo que la comunión de amor es y construye en nosotros y en la humanidad.

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Cuando la Iglesia da un paso más en su reflexión sobre sí misma y se pregunta cuál debe ser lo que defina el tipo de relación que debemos mantener todos los bautiza-dos entre nosotros, la palabra es precisa-mente koinonía – comunión. El Concilio re-tomará el ideal de relación de la iglesia primitiva y la comunión va a ser el hilo con-ductor de todas las relaciones internas (también lo será después de las externas) de la Iglesia16. Ahora podemos entender que el Pueblo de Dios es “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre/Madre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Concretando un poco más, el término “koi-nonía” se utiliza internamente en las comu-nidades primitivas en cuatro sentidos rela-cionados entre sí (esto significa que el Pueblo refleja mejor su unión íntima con Dios cuanto más avance en cada uno de ellos): ◊ Comunión como tipo de relación de los

bautizados entre sí (“mirad como se quieren”). Aquí la comunión define también la relación con los dirigentes e incluso con los que ya han fallecido.

◊ Comunión material o de bienes. ◊ Comunión con Jesús o eucarística. De

hecho a esto le llamamos “hacer la comunión”.

◊ Comunión entre diferentes iglesias y/o Comunidades.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Cómo entendemos y reflejamos el

amor en nuestra vida? 2. ¿Cómo nos amamos entre nosotros?

Es bueno caer en la cuenta de que uno de nuestros documentos fundamenta-les de la comunidad es, precisamente, el del amor. ¿Es una guía en tu vida? ¿Y en la vida de tu comunidad?

3. Analizando nuestro nivel de comunión; ¿reflejamos mucho o poco el amor de Dios?

16 No podía ser de otra forma porque si la Iglesia es un sacramento (un “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” LG1), en el modo de entender su vida interna habrá que concebirse como sa-cramento de la comunión de Dios. El supremo modelo y principio de este misterio es la trinidad de personas, la unidad de un solo Dios Pa-dre/Madre e Hijo en el Espíritu.

4. ¿Cómo afrontamos los conflictos en clave de comunión?

5. ¿Qué valor y significado damos al sa-cramento de la reconciliación y al perdón?; ¿qué papel juega en nuestra vida?; ¿cómo nos enriquecen y qué consecuencias tienen?

2.2. Iglesia comunión de comuni-dades

Las dos grandes intuiciones del Concilio en la reflexión hacia dentro de la Iglesia, Pue-blo de Dios y Comunión, van a provocar una conmoción en todo el trabajo pastoral, evangelizador y de construcción eclesial. Suponía, en parte, un cambio en una ten-dencia y concepción eclesial de siglos y, por otra, recuperar referencias claves del cristianismo primitivo. Pero el Concilio no estaba en situación de avanzar mucho más de cara a provocar una auténtica renova-ción de las estructuras eclesiales. Este ob-jetivo va a depender de algo que en la Igle-sia se llama recepción17. La primera tarea de la recepción tras el Concilio es definir bajo qué idea aglutinar cada una de las partes en las que se divide el pueblo de Dios o unidades eclesiales desde la que cada bautizado debe desarro-llar su vocación plenamente. El concepto que mejor recogerá lo que un conjunto de relaciones basadas en la comunión cristia-na forma será el de Comunidad. El término Comunidad, en sentido amplio, se refiere a un conjunto de personas (pue-de ser muy numeroso) que generan una voluntad colectiva, una identidad propia y una misión diferenciada. También, que es capaz de superar el individualismo, la com-petencia, la lucha por intereses particula-res, etc., en aras a un bien colectivo por el que se opta en conjunto. En sociología se suele contraponer a conceptos como “so-ciedad” o “masa”. Ya en este sentido corriente el concepto de “comunidad” tiene su complicación: se dice 17 Por recepción entendemos “un proceso te-ológico crítico, interpretativo y dialógico de dis-cernimiento, profundización y valoración, en el que el pueblo de Dios en su totalidad y en cada una de las unidades eclesiales locales, guiado por el Espíritu Santo, configura activa y creati-vamente su existencia cristiana a la luz de las declaraciones formuladas adecuadamente por el magisterio de la Iglesia.” UNZUETA A. “El Va-ticano II en una Iglesia Local.” Cuadernos de Teología Deusto, Bilbao, Universidad de Deus-to, 1995. pág. 10-11

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que hay verdadera Comunidad cuando los distintos miembros no son meros engrana-jes, números o partes del todo, sino que son reconocidos como individuos con res-ponsabilidad propia. Pero, a la vez, los in-dividuos no pueden considerar su Comuni-dad como mera “suma de distintos miem-bros”, sino como una realidad más allá de sí mismos que les engloba y con la que se sienten identificados (les da identidad)18.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. A la luz de las definiciones de “comuni-

dad”: ¿somos una Comunidad? ¿Cuá-les son nuestras fortalezas y debilida-des?.

2. ¿Tenemos una identidad comunitaria?, ¿cuál?.

3. ¿Por qué hay personas que no viven su identidad comunitaria?, ¿qué dificul-tades hay?, ¿cómo avanzar?

2.3. Pequeñas comunidades cris-tianas

El Pueblo de Dios para ser sacramento de la comunión de Dios tiene que orientarse hacia la idea de Comunidad. Pero, ¿bajo qué forma organizativa, pública y visible, debe conformarse esa Comunidad?. El reto decisivo de la recepción de los nuevos planteamientos del Vaticano II va a ser, precisamente, encontrar las nuevas células vivas desde las que renovar la Iglesia y su Misión. La respuestas más significativa a este reto van a ser las pequeñas comunidades cris-tianas. Éstas “vienen a ser ‘símbolos re-ales’ de una Iglesia que se realiza y hace creíble como sacramento del amor trinitario

18 Ofrecemos para completar esta idea otras de-finiciones de Comunidad: “Cualidad de las relaciones interpersonales cuando éstas están caracterizadas por senti-mientos de solidaridad, identificación, apertura, unión, amor, caridad, integración, altruismo y otros semejantes. El tipo de entidad u organiza-ción que resulta de las relaciones de este tipo.” Diccionario de Sociología. Madrid, Ediciones Paulinas. “El término comunidad, utilizado profusamente después del Vaticano II, equivale a puesta en común de vida humana y de fe cristiana por par-te de un grupo restringido de creyentes que quieren vivir en el mundo como Iglesia.” Casiano Foristán

de Dios, con su movimiento en la historia hacia el Reino de Dios”19 Hay un amplio consenso sobre los rasgos que definen una pequeña comunidad cris-tiana20: 1. Supone un tipo concreto de inserción

eclesial en la vida adulta cristiana y, por tanto no se aplica a realidades ju-veniles.

2. Supone también una opción personal tras un periodo de “catecumenado”, re-flexión o discernimiento.

3. Organización con relaciones interper-sonales fraternas,..

4. Supone la existencia necesaria de los siguientes pilares: ◊ la experiencia de Dios, oración, es-

piritualidad,... ◊ la formación permanente, o “con-

versión” permanente de las perso-nas. Su interés permanente por avanzar en su maduración humana y cristiana.

◊ el compromiso por el Reino. ◊ el compartir comunitario al nivel

que sea. La urgencia y necesidad de formar estruc-turas comunitarias desde la base de pe-queñas comunidades tiene su fundamenta-ción teológica última en ser, por un lado, el mejor modo de reflejar la realidad de Dios comunión de personas; y en segundo lugar porque Jesús también ofreció como refe-rencia un modelo de seguimiento desde esas claves. Pero junto a esta radical justi-ficación de las pequeñas comunidades habría que añadir todo lo que las ciencias humanas nos van revelando también sobre la importancia de estructuras comunitarias para el crecimiento y desarrollo social y personal21.

19 Medard Kehl. En este mismo sentido Antonio Hortelano afirma que “las comunidades de base son quizás de los frutos más granados y, me atrevería a decir, uno de los fenómenos más esperanzadores del despertar posconciliar. No sin razón han sido calificadas de “hecho mayor” de la renovación posconciliar. Incluso se ha lle-gado a afirmar que ellas “reinventan la Iglesia”. 20 Si en algún grupo falta alguno de estos ele-mentos, o de los arriba señalados, no nos refe-rimos a él como “comunidad”. Se habla enton-ces de grupo de acción, movimiento, grupo ju-venil, grupo de oración,... 21 Desde la filosofía podemos afirmar que el “nosotros” antecede al “yo” y al “tú”. Cuando na-cemos hay un “nosotros” comunitario que es

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Es más, para bien de la fe y de una con-cepción cada vez más auténtica de Dios, las ciencias humanas nos enseñaron y re-velan día a día el tremendo peligro de hacer un Dios a nuestra medida: confundir a Dios y la religión con una proyección humana22, un instrumento al servicio de los

condición de posibilidad de mi existencia. Los otros no son el infierno sino soporte necesario de mi vida. Sin la existencia de la dimensión comunitaria mi vida no podría encaminarse a la autorrealización. Desde la antropología sabe-mos que no existen primero los individuos aisla-dos que después hacen un pacto para fundar la sociedad y lo comunitario. Somos, desde nues-tro origen, seres comunitarios, es decir, constitu-tivamente comunitarios. De la historia aprende-mos que cuando las personas pierden la dimen-sión comunitaria y se masifican surgen conflic-tos por recuperar esta dimensión crucial en la vida de la gente. Desde la sociología sabemos la urgencia y necesidad de estructuras comuni-tarias intermedias que permitan una socializa-ción secundaria en la vida adulta (la primaria es la familia y la escuela) y que contrarresten las influencias cargadas de intereses deshumani-zadores y sean fuente de difusión de valores humanos. También que dentro de mí están los demás y que es muy importante poder elegir a esos “otros”. En dinámicas comunitarias auténti-cas pueden actuar como espejo y fuente de rea-lización. La psicología nos enseña los proble-mas que genera en la estructura de la persona-lidad una vida sin relaciones interpersonales ri-cas. También cómo la acción conjunta por unos ideales y metas comunes, tal y como se viven en dinámicas comunitarias, ayuda a la motiva-ción y desarrollo personal... 22 Fue Feuerbach el que abrió la caja de los truenos a este respecto descubriendo que en muchas ocasiones la religión simplemente es una proyección humana. La persona expresa en la religión su propia esencia. Algunas de sus frases más significativas son: ◊ “La religión es la conciencia de lo infinito” ◊ “Dios es la intimidad manifiesta, la mismi-

dad interpelada del hombre; la religión es la revelación pública de los tesoros ocultos del hombre, la confesión de sus pensamientos más íntimos, la confesión pública de sus misterios de amor”

◊ “Dios es el espejo del hombre” ◊ “Lo que el hombre no es realmente, pero

desea serlo, lo erige en su Dios” ◊ “Para enriquecer a Dios, el hombre debe

empobrecerse; para que Dios sea todo, el hombre debe ser nada”

◊ “El hombre afirma en Dios lo que se niega a sí mismo”

◊ “El hombre es el principio de la religión, el hombre es el punto central de la religión, el hombre es el fin de la religión”

poderosos y de intereses nada divinos23, un opio que puede alienarnos como personas, especialmente en situaciones de sufrimien-to24, un mecanismo de consuelo infantil pa-ra no afrontar la realidad de un modo adul-to25, en definitiva con una ilusión que po-

◊ “EL hombre Dios para el hombre, principio

práctico supremo, es el punto de inflexión de la historia universal”

23 El testigo de Feuerbach lo sociologizó Marx dando como resultado el descubrimiento de una fe que es reflejo de los intereses de los podero-sos y de las clases dominantes: ◊ “El fundamento de la crítica religiosa es: el

hombre hace la religión; la religión no hace al hombre”

◊ “El hombre es el mundo del hombre: Esta-do, sociedad. Este Estado, esta sociedad, produce la religión”

24 Pero para Marx, la religión también es reflejo des sufrimiento y opresión del mundo. Ante ellas las personas buscan una droga que mitigue tan-to dolor: ◊ “La lucha contra la religión es indirectamen-

te la lucha contra este mundo, cuyo aroma espiritual es la religión. La miseria religiosa es al mismo tiempo la expresión de la mise-ria real y una protesta contra la miseria. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón y el alma de una época sin alma. Es el opio del pueblo. La abolición de la religión como feli-cidad ilusoria del pueblo es una exigencia de su felicidad real. La exigencia de renun-ciar a las ilusiones sobre su condición es la exigencia de renunciar a una condición que tiene necesidad de ilusiones. La crítica del cielo se transformanará en crítica de la tie-rra...”

25Y, en el otro polo, es decir en lo más interno y produndo de la persona, Freud descubre la pul-sionalidad del ser humano y la tensión interna entre éste y la realidad exterior y la cultura, que le imponen una renuncia a la satisfacción de sus deseos. Esto da lugar a conflictos no resueltos o mal resueltos que son fuente de neurosis y con-ducen a una fuga de la realidad a la búsqueda de soluciones sustitutivas. Pueso en su boca: ◊ “La religión nace del intento de encontrar

consuelo frente a la dureza de la vida y de las renuncias impuestas, para hacer más llevadero el desamparo humano.”

◊ “La ideas religiosas nacen ante la necesi-dad de defenderse contra el poder opresivo de la naturaleza y de corregir las dolorosas deficiencias de la cultura”

◊ “Las ideas religiosas no sin un precipitado de la experiencia o la conclusión lógica del pensamiento, sino ilusiones, satisfacción de los más ancestrales, fuertes, urgentes de-seos de la humanidad. Representan la sa-tisfacción de deseos infantiles, una neurosis

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demos acomodar a nuestros intereses, que nos deja tranquilos y que se pone al servi-cio de las instituciones26. No deja de ser paradójico, pero la reflexión sobre Dios y la madurez de la experiencia cristiana puede avanzar mucho gracias a los críticos de la religión. Eso sí siempre que tengamos clara la necesaria referencia eclesial y, espe-cialmente nosotros, tomemos conciencia de la urgencia de las pequeñas comunidades como promotoras de la renovación eclesial y misionera de la Iglesia de cara al nuevo milenio. Desde el desarrollo de estas ciencias, quien piense que sin discernimiento y refe-rencia comunitaria eclesial puede vivir hoy en día su fe, no es sólo un ingenuo/a (lo normal será que la termine considerando innecesaria o contraria a la vida), sino que pone en grave peligro la misma realidad de Dios y de su mensaje si trata de vivir am-bos por su propia cuenta. Es éste, sin du-da, el mayor riesgo que vivimos hoy en día en un contexto de privatización y psicologi-zación de la fe (una fe que me sirva tal y como yo entiendo lo que es “útil” para mí; una fe a mi medida), de “mercado” de las ideas religiosas y la consiguiente tentación de vender a cualquier precio un producto para ganar consumidores que compran a la baja. Y a la vez, la situación que vivimos supone un reto histórico de devolver a la experiencia cristiana (con la ventaja que tiene hoy al ser una opción voluntaria) toda su significatividad, todo su potencial profé-tico y humanizador, toda su capacidad re-

compulsiva general, un sistema de satisfac-ción de deseos al margen de la realidad”

◊ “Si el hombre deja de lado sus expectativas sobre el más allá y concentra todas sus fuerzas liberadas en la vida terrena, podrá conseguir probablemente que la vida sea más tolerable para todos y que la cultura no resulte opresiva para nadie.”

26 El remate final de todo este proceso lo dará Nietzche al llevarlo al campo de la filosofía. La religión ha impedido el desarrollo de la persona y es una farsa de la que nos hemos de liberar definitivamente: ◊ “La religión es el platonismo para el pueblo” ◊ “La ilusión de una verdad absoluta es la

idea de Dios: Dios es nuestra más largo metira, parábola y ficción poética; es el concepto contrario a la vida, expresión del resentimiento contra la vida”

◊ “Jesús es un idiota que vive el amor como única, como última posibilidad de la vida”

◊ “Si no hay Dioses ¿cómo no voy a consen-tir yo no ser Dios”

almente revolucionaria y transformadora de la sociedad y de la persona.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Tenemos conciencia de ser, cada

comunidad, célula viva de la Iglesia? ¿Qué supone esto?

2. ¿En cuál de los puntos clave de una comunidad cristiana fallamos más?

3. ¿Vemos lo que nuestra pertenencia y referencia a una pequeña comunidad nos ayuda en nuestro seguimiento de Jesús y en nuestra realización como personas? ¿Por qué y cómo nos ayuda a esas dos cosas?, ¿cuándo no lo hace?

4. ¿Cómo vemos el peligro de una fe a nuestra imagen y semejanza?; ¿y el re-to de ser comunidades que manifiesten el “poder” transformador del Evangelio?

5. ¿QUÉ RETOS TENEMOS COMO COMUNIDADES EN ESTE TEMA?

COMPLEMENTOS 1. Frases y textos para comentar “En la Iglesia - Comunión los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro. Cier-tamente es común , mejor dicho único, su profundo significado: el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cris-tiana y universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Son modalidades a la vez diversas y complementarias, de mo-do que cada una de ellas tiene su original e inconfundible fisonomía, y al mismo tiempo cada una de ellas está en relación con las otras y a su servicio” (Chl 55) Ofrecemos algunas reflexiones sobre las pequeñas comunidades cristianas por si algo nos llama la atención o nos sugieren alguna idea: “La pequeñas comunidad cristiana es la verdadera célula base de la Iglesia, más plenamente que la familia, la cual en princi-pio, puede ser y muchas veces es pluralis-ta en las creencias. Un miembro cualquiera de la familia puede declararse ateo o budis-ta y sigue siendo de la familia, mientras que la pequeña comunidad tiene como funda-mento y centro exclusivamente la fe en Je-sucristo. La pequeña comunidad cristiana no es un camino sino el camino cristiano y, como camino, requiere paciencia y esperanza;

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saber superar momentos pasajeros de cri-sis, para seguir adelante y poder encontrar la tierra prometida de la comunión frater-nal”. Antonio Hortelano “Un grupo de personas con intereses y ob-jetivos comunes, reunidas en Cristo a través de una relación humana primaria en-tre sí, en un esfuerzo de la vivencia de la fe, la esperanza y el amor, en un proceso de conversión continua y siendo señal y testimonio de la Iglesia, la comunidad ma-yor donde se encarna” Alonso, A., “Comu-nidades eclesiales de base” (Salamanca 1970) “Es un grupo eclesial de creyentes adultos en Jesús de Nazaret; reducido en número, lo que facilita la existencia de unas relacio-nes interpersonales profundas y de una comunicación dinámica; relativamente homogéneo por la extracción social de sus miembros (sectores populares, clase me-dia), por sus opciones políticas y por su comprensión emancipadora del mensaje evangélico; mantiene una actitud crítica frente a la Iglesia institucional así como una comunión dialéctica con la jerarquía ecle-siástica; sigue un proceso catecumenal o neocatecumenal, de la educación en la fe, de reflexión teológica y de conversión al Dios de Jesús, Dios de los pobres; celebra fraternalmente la fe, la esperanza y el amor en clima festivo; ejerce corresponsable-mente a través de sus miembros los dife-

rentes ministerios y carismas superando la rígida dicotomía clérigos/laicos; orienta al compromiso sociopolítico de signo libera-dor: comprende la Iglesia como Pueblo de Dios en éxodo y como comunidad profética; busca una articulación teológica entre la utopía histórica de una sociedad igualitaria y la esperanza escatológica”. Tamayo, J.J. “Comunidades de base” “Comunidad local o ambiental, que corres-ponda a la realidad de un grupo homogé-neo, y que tenga una dimensión tal que permita el trato personal fraterno entre sus miembros... Es el primero y fundamental núcleo eclesial, que debe, en su propio ni-vel, responsabilizarse de la riqueza y ex-pansión de la fe, como también del culto que es su expresión. Ella es, pues, célula inicial de estructuración eclesial, y foco evangelizador, y actualmente factor primor-dial de promoción humana y desarrollo”. CELAM (Medellín 1968)

2. Teología de las pequeñas comu-nidades cristianas En “Comunidades cristianas. Fracaso o ba-se y futuro de la iglesia” Antonio Hortelano (pág. 52-59)

3. Avanzar en comunión creativa En “Hacia una espiritualidad eclesial para hoy” J.M. Rambla (pág. 141-146)

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B.3. LA MISIÓN 3.1. La Iglesia misterio27 de co-

munión y misión En los dos temas anteriores hemos visto cómo la Iglesia se mira hacia dentro para entenderse como Pueblo de Dios en comu-nión de Comunidades. ¿Para qué mirarse hacia dentro con honestidad?, ¿por qué era, y es, tan urgente una renovación radi-cal de la Iglesia? La respuesta es clara: pa-ra poder cumplir eficaz y creíblemente su misión; nuestra misión. Para que la Iglesia sea integralmente sacramento de la comu-nión de Dios debe reflejar y verificar en la historia, que el amor de Dios es un amor que se dona gratuitamente, que no generó una comunión cerrada sobre sí misma y autosuficiente sino que decidió compartir con el ser humano su destino y fin28. Si en Dios la apertura y amor regalado par-te de una decisión libre, no de una necesi-dad de Dios mismo, para la Iglesia la Mi-sión es elemento constitutivo. Entender es-to es clave para una correcta visión ecle-sial. La iglesia es misterio del amor de

27 La palabra “misterio” se suele contraponer a la de “problema”. Si decimos que el ser humano es un “problema” será cuestión de “resolverlo” definitivamente. Si es un “misterio” siempre con-tendrá algo que le supere a él mismo y a la ciencia. La palabra “misterio” no hace alusión a algo que se descubre sin más, sino a una reali-dad que contiene algo inalcanzable para noso-tros. Es por eso que en la vida hay “problemas” que resolver y “misterios” que descubrir y admi-rar, contemplar, experimentar sin racionalizar, optar sin entender del todo,... 28 “Naturalmente, la Iglesia, en su lenguaje, en su culto, sus formas de vida y organización, ha de tener en cuenta las transformaciones de la sociedad. Ha de hacer frente a los nuevos tiem-pos. De otro modo podrá cumplir su misión ante Dios, el hombre y el futuro. Pero, en última ins-tancia, ella lleva su inquietud en sí misma, en el Cristo crucificado al que se remite y en el Espíri-tu que la impulsa. Las transformaciones sociales y culturales del presente le llaman la atención sobre aquella gran transformación que ella mis-ma representa como “nueva creación”, como “nuevo Pueblo de Dios”, a fin de atestiguar ante el mundo el futuro de los “nuevos cielos y la tie-rra nueva”. Lo que se necesita hoy no es una hábil adaptación a las circunstancias sociales nuevas, sino una renovación interior de la Igle-sia a partir del Espíritu de Cristo, de la fuerza del reino venidero” (J. Moltmann “La Iglesia fuerza del Espíritu”

Dios, es decir, misterio de comunión y mi-sión. Ambas dimensiones no se pueden separar (en los temas propuestos y en la reflexión teológica se suele hacer por cues-tión de claridad reflexiva, pero no es que antes haya que construir la Iglesia hacia dentro y después comprometerse con el mundo): la Iglesia se realiza en la misión29.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Nos sentimos misioneros en nuestra

vida? ¿Cuál entendemos que es nues-tra misión?

2. ¿Vivimos la comunión comunitaria desde la misión y la misión personal y común, desde la comunidad?

3. ¿Reflejamos el amor de Dios como amor que se da gratuitamente?

4. ¿Nuestra comunión hace eficaz la mi-sión o perdemos energías en discusio-nes infructuosas de cara a la misión?

5. Si nuestra Fraternidad se realiza en la Misión; ¿qué tal nos estamos realizan-do como iglesia?

3.2. La Iglesia sacramento uni-versal de salvación

Asumiendo que la Iglesia es esencialmente misionera, la pregunta que hay que hacer-se ahora es cuál es el núcleo de esa mi-sión, en torno a qué idea se aglutina todo lo que tiene que ver con ella. La respuesta arranca desde Jesús mismo: “Se ha cum-

29 Escuchemos esta idea central en voces auto-rizadas: “La Iglesia es a la vez misterio de comunión y misterio de misión. No garantiza su misión más que estando unida al Padre por el Hijo en el Espíritu. No permanece en la comunión de las personas divinas más que si afianza la misión para la que Dios la llama”. (Cardenal R. Coffy) “La identidad de la Iglesia abarca tanto la “co-munión” como la “misión”. Serían dos enferme-dades graves la introversión sin misión o la ex-troversión sin unidad; aquella convertiría a la Iglesia en “ghetto”, ésta la desintegraría” (R. Blazquez) “La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la mi-sión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión” (Juan Pablo II)

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plido el plazo, ya llega el reinado de Dios. Enmendaos y creed en la buena noticia” (Mc. 1, 15). Lo sabíamos, ¿verdad? La misión del cris-tiano/a y de la Iglesia entera es la “pasión por el Reino”. Pasión en el doble sentido de la palabra: entrega, convicción, centro de la vida, energía, obsesión,... y dolor, confian-za, com-pasión, em-patía,... La misión de hacer crecer el Reino tiene también desde el principio, una doble di-mensión que no podemos separar. Jesús mismo es la Buena Noticia y esto es lo que hay que anunciar pero Jesús no se anuncia directamente o fundamentalmente a sí mismo, sino el contenido y realidad a la que remite ese Reino30. Cumplir globalmente nuestra misión como Iglesia supone anunciar a Jesús y bautizar en su nombre, realizar en nuestra vida los signos de ese Reino que van siempre aso-ciados a la lucha por la humanización en clave de liberación y justicia. El evangelista Marcos nos describe con mucha claridad un día tipo en la vida de Jesús en varias ocasiones31. Es muy bueno tenerlo en cuenta porque nos confirma con hechos esta idea de Misión que nos deja Jesús al Pueblo de Dios. Jesús en un día normal, reza, predica y cu-ra. Traducido al lenguaje actual, en lo que a la misión se refiere, evangeliza y transfor-ma la realidad de las personas. Esta trans-formación abarca desde la promoción, dig-nificación y curación personal (lo que hoy llamamos la promoción humana), hasta la denuncia, la propuesta de nueva sociedad, los nuevos criterios que deben regir el mundo (lo que llamaríamos la transforma-ción social). Desde el principio los discípu-

30 “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres. Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner el libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor” (Lc. 4, 18) 31 “Se levantó muy de madrugada y salió, se marchó a un descampado y estuvo orando allí, Simón y sus compañeros echaron tras él y al encontrarlo le dijeron: - Todo el mundo te busca. El respondió: - Vámonos a otra parte, a las al-deas cercanas, que voy a predicar también allí; para eso he salido. Y fue predicando por aque-llas sinagogas, por todo Galilea, y expulsando demonios. Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: - Si quieres, puedes limpiarme. Sin-tiendo compasión, extendió la mano y lo tocó, diciendo: - Quiero queda limpio.” (Mc. 1, 35- 45)

los son enviados a participar de esta misión desde estas mismas claves32. El Concilio retoma esta verdad que entra de lleno en el núcleo de la Revelación y se recuerda a sí misma que “nada de lo ver-daderamente humano le es ajena”33. Por si había alguna duda, afirmará radicalmente que el Pueblo de Dios tiene como único ob-jetivo la pasión por el Reino34. En este punto es importante entender bien la expresión “sacramento universal de sal-vación”. En primer lugar es sacramento, es decir ”signo e instrumento de la unión ínti-ma con Dios y de la unidad de todo el género humano”. Como ya hemos dicho intenta reflejar y hacer visible la unión del ser humano con Dios y de todas las perso-nas del mundo. Pero es un sacramento universal, se propone a todos sin distinción de razas, credos, ideologías,... Y ¿qué pro-pone?: la “salvación”, que significa que el Reino “ha llegado a esta casa, a esta per-sona” y por ello ha recibido el amor de Dios. Salvación que conlleva tres grandes tareas: evangelización, promoción humana y transformación social. Respecto a este último elemento y, gracias a las ciencias sociales y la teología de la liberación, la Iglesia ha descubierto la dimensión estruc-tural de la dinámica humana y social que,

32 “Ellos se fueron a predicar que se enmenda-ran, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban” (Mc. 6, 13) 33 “El gozo y la esperanza, la tristeza y la angus-tia de los hombres de nuestro tiempo, sobre to-do de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verda-deramente humano que no tenga resonancia en su corazón. Pues la comunidad que ellos for-man está compuesta por hombres que reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el Reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para pro-ponérselo a todos. Por ello, se siente verdadera e íntimamente solidaria del género humano y de su historia” GS1 34 “La Iglesia, al ayudar al mundo y recibir mu-cho de él, pretende una sola cosa: que venga el Reino de Dios y que instaure la salvación de to-do el género humano. Todo el bien que el Pue-blo de Dios puede aportar a la familia humana en el tiempo de su peregrinación terrena, deriva del hecho de que la Iglesia es “sacramento uni-versal de salvación”, que manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre” GS45

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por tanto, también hay que transformar cuando es fuente de injusticia u opresión35. En algunas acciones o misiones particula-res de cristianos o comunidades, los tres elementos de la misión irán unidos (no se puede anunciar a Jesús sin la preocupa-ción por la situación vital y existencial de las personas), y en muchas otras ocasio-nes no necesariamente (cuando Jesús vio a la suegra de Simón con fiebre “se acercó, la cogió de la mano y la levantó” nada más y nada menos, incluso a veces pide que no se diga en nombre de quién se ha produci-da un determinado signo36, lo mismo cuan-do denuncia injusticias o propone ciertos comportamientos de vida). Lo que de ningún modo vale es olvidarse o subordinar en la misión integral de la Iglesia alguno de estos elementos37.

35 “Las decisiones gracias a las cuales se consti-tuye un ambiente humano pueden crear estruc-turas concretas de pecado, impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos de diver-sas maneras por las mismas. Demoler tales es-tructuras y sustituirlas con formas más auténti-cas de convivencia es un cometido que exige valentía y paciencia.” (Juan Pablo II en Cente-simus Annus 38) 36 Jesús no hacía “milagros” en el sentido de cosas anormales que rompen las leyes de la naturaleza. La traducción al castellano de lo que Jesús hacía es “signo”. 37 Como a veces se hace del elemento de lucha por la justicia personal y social al elemento evangelizador. Los siguientes textos nos confir-man esta idea: “La acción a favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, la misión de la Iglesia para la redención del género humano y la liberación de toda situación opresi-va” (Documento ecuménico “La justicia en el mundo”) “Entre evangelización y promoción humana – desarrollo, liberación – existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropoló-gico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de or-den teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la Redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a las que hay que combatir y de justi-cia que hay que restaurar” E.N. 31 Como tampoco podemos olvidar que “evangeli-zar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios, revelado por Jesu-cristo mediante el Espíritu Santo” (E.N. 26). La

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Cómo llevamos nuestros tres pilares

de la misión: transformación, evangeli-zación y educación? ¿Cuál es más ur-gente?

2. ¿Qué aspectos descuidamos más y qué pasos podemos dar?

3.3. Articulación correcta Iglesia- Mundo- Reino

¿Cómo se produce este giro, o vuelta a las fuentes, a la hora de entender la misión de la Iglesia? La respuesta es que esto ha si-do posible gracias a la correcta articulación y comprensión de la relación entre la Igle-sia, el Mundo y el Reino. Se entiende que Mundo y Reino son los pi-lares sobre los que se asienta el Pueblo de Dios. El Reino tiene lugar tanto en el mun-do como en la Iglesia. Constituye la utopía parcialmente realizada38 en el mundo del proyecto de Dios. La presencia salvado-ra/liberadora de Dios en medio de las reali-dades temporales, incluida la Iglesia. Allí donde triunfa el amor, allí está el Reino.

evangelización, en sentido amplio, debe incluir los tres elementos señalados. 38 Sobre este punto es importante tener claro que el Reino nunca se llega a realizar plena-mente en la tierra. No existe una sociedad o momento que se identifique con el Reino total-mente, aunque haya realidades políticas, socia-les, culturales etc. que reflejen mejor los valores del Reino (hay que evitar relativismos y escepti-cismos). Lo que ahora se quiere destacar es que la plenitud del Reino se completará en el “más allá”. Y, además, no sólo o necesariamen-te en continuidad con la historia del ser humano (de hecho puede que fracase el proyecto de humanidad propuesto por Dios), sino también como salto cualitativo que sólo depende de Dios para garantizar el triunfo definitivo del Reino. Hoy en día se tiende a minusvalorar esta di-mensión del “más allá” porque históricamente ha podido suponer un freno al avance o valoración del mundo, pero no podemos prescindir de ella. Es más, se hace un flaco favor a los pobres que mueren en la pobreza o bajo las mayores de las injusticias y crueldades, cuando se les trata de hacer olvidar la garantía de triunfo y recompen-sa que Dios les ha prometido a todos los que sufren. No todas las biografías humanas termi-nan como la de Job donde, ya en esta vida, es resarcido y recompensado infinitamente. Es ne-cesario recuperar en la vivencia cristiana la cla-ve liberadora que puede suponer la creencia en la otra vida como triunfo sobre la muerte, espe-cialmente de la muerte en cruz.

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El Mundo el lugar donde tiene lugar la lu-cha del Reino con el antireino, dado que la realidad del pecado está presente en el mundo. La Iglesia es aquella parte del mundo que, en la fuerza del Espíritu, acoge el Reino de manera explícita y visible en la persona de Jesús; conserva su recuerdo permanente y la conciencia del Reino; celebra su presen-cia en el mundo, especialmente en la euca-ristía; e interpreta su anuncia al servicio del mundo. Las consecuencias de entender bien esto han sido decisivas para la Iglesia y para cada una de las diferentes vocaciones (lai-cos, religiosos y presbíteros): 1. Se acabó aquello de “fuera de la Iglesia no hay salvación” que en el fondo identifi-caba a la Iglesia con el Reino. El Reino se hace presente en el amor. Jesús no inventa nada nuevo al recordar que el amor a Dios y a las personas es mandamiento de Dios (si recordamos los Diez Mandamientos ve-remos cómo ambos elementos están en la Ley). La novedad es su fusión e incluso prioridad significativa y salvadora del amor39. En definitiva el ser humano se sal-va por el amor. El juicio final es un test de amor, no de cumplimiento de preceptos re-ligiosos. 2. El Mundo no es el lugar del mal, del que hay que huir necesariamente, donde uno

39 Así lo entendió la comunidad cristiana y es interesante ver como esto se produce a la hora de enfocar el único mandamiento. Repasemos el enfoque de cada evangelio: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? El le contestó: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente’. Este es el mandamiento principal y el primero, pero hay un segundo no menos impor-tante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos pende la Ley entera y los Profetas” (Mt. 22, 36-40) “El primero es ‘Escucha, Israel, el Señor nuestro es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas. El segundo es éste: ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay otro mandamiento mayor que éste.” (Mc. 12, 29-31) “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc. 10, 27) “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros.” (Jn. 13, 35)

no puede realizarse como cristiano. El mundo es vocación divina (“y vio Dios que todo era bueno”) y lugar de santificación. El objetivo de todo cristiano/a es encontrar “su lugar en el mundo” desde el que ser perfec-to en el amor (¿Se intuyen las consecuen-cias de esto?). El mundo adquiere una vi-sión positiva. De él se aprende y en él se realiza la Historia de la Salvación. Lo tem-poral y mundanal no se opone a lo espiri-tual; el mundo es el lugar teológico, lugar de la presencia de Dios40. 3. Aunque el mundo es el lugar teológico natural y normal del cristiano, éste no se identifica con el Reino. Porque en el mun-do, y en la Iglesia en lo que de mundo es, está también la presencia del pecado y del antireino41. Es tarea de todo cristiano des- 40 La espiritualidad cristiana no brotará princi-palmente del enfrentamiento o renuncia del mundo sino a partir del mundo y más allá de él. La materialidad, lo biológico, lo psíquico, lo so-cial y lo político son la base desde la que des-arrollar la espiritualidad. Todos ellos son los “bienes”, no males que impiden crecer, ser san-to, perfeccionarme,... ser espiritual. La espiritua-lidad general del bautizado parte de las condi-ciones ordinarias (en sentido positivo obviamen-te) de la vida personal y se desarrolla “en, con y bajo la experiencias humanas”. El cristiano/a desarrolla su espiritualidad propia cuando relaciona su vida y actividad cotidiana con las huellas del creador, con la tarea y mi-sión a la que está consagrado por el bautismo, con el proceso y camino que el Espíritu imprime al crecimiento personal en su actividad “normal” en el mundo. En definitiva, la espiritualidad pro-piamente cristiana es la que se desarrolla a par-tir de la actividad diaria, del trabajo humano, de lo que uno hace por transformarse y transformar su entorno, de los datos con los que su existen-cia, tal cual es, cuenta (casado, hijo adoptivo, parado, pobre, madre de familia, político, alba-ñil,...). La espiritualidad se podrá de manifiesto cuando se percibe el misterio que envuelve toda la rea-lidad, se lee en la creación las huellas de su Creador, se descubre la bondad contenida en ella y se da continuamente gracias a Dios. El cristiano tiene que ser místico o no es cristiano. La experiencia cristiana descubre lo extraordina-rio en lo rutinario, capta la eternidad en lo ordi-nario. Vive percibiendo radicalmente el misterio del mundo y del ser humano. Ser místico es percibir que en la vida cotidiana y la realidad hay algo que trasciende a todo ello: algo que es Alguien y con el que uno se encuentra en cada esquina. 41 Así deben interpretarse expresiones tales como “no améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Quien ama al mundo no lleva dentro el amor del Padre, porque de todo lo que hay en el

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cubrir tanto los signos del Reino como los del antireino. Otras de las conclusiones de este punto es que, como la Iglesia es mun-do tiene que ser transformada permanen-temente en cuanto organización humana42. 4. La iglesia no es el Reino sino signo anti-cipatorio y sacramental del Reino en el mundo, y mediación para que el Reino se haga explícito y avance en el mundo. En este sentido la Iglesia no se puede identifi-car totalmente con el Mundo porque sería hacer de ella una realidad puramente so-ciológica y fruto exclusivo de la decisión humana. Mundanizar la Iglesia y la vida del cristiano, ahora sí en sentido negativo, es una de las tentaciones y mayores peligros en una cultura como la nuestra. 5. La última consecuencia es que hay una tensión constitutiva en la vida de la Iglesia y del cristiano/a respecto del mundo; una tensión entre el Reino y el mundo resumida en la frase “ya sí pero todavía no”. Si la vo-cación cristiana natural es de encarnación o inculturación (es decir, laical como se verá en otro tema) no puede dejar de ser crítica o significativa en el mundo. Por ello son tan necesarias para la Iglesia vocacio-nes de ser más visiblemente signo o antici-po del Reino (vida religiosa) o de recordar al cristiano esta necesaria tensión evangé-lica (el ministerio pastoral). Un cristiano, en este sentido, si ha perdido esta tensión, si mundo – los bajos apetitos, los ojos insaciables, la arrogancia del dinero – nada procede del Pa-dre, procede del mundo” (1Jn 15, 16) Si leemos atentamente se señalan una serie de aspectos muy concretos al hablar del mundo. En la teo-logía del NT “el mundo”, “la carne” se refieren a los elementos del antireino, pero es obvio que Jesús y los discípulos encontraron gente y co-sas muy positivas en el mundo que proponían incluso como ejemplo. La conclusión es clara: “Para cumplir esta tarea, corresponde a la Igle-sia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio” GS4 El Pueblo de Dios, movido por la fe, por la cual cree que es guiado por el Espíritu del Señor, que llena el orbe la tierra, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos que comparte con sus contemporáneos, cuáles son los signos verdaderos de la presencia o del de-signio de Dios.”GS11 42 La dificultad y tensión estará en discernir que es en la Iglesia voluntad de Dios y qué de las personas. Pero como son están las que discier-nen y buscan humanamente el criterio para po-der interpretar ese tema... Si se hace en clave de Espíritu, comunión y liberación, el avance en este punto sería importante.

se ha acomodado plenamente al mundo, se frena en su crecimiento vocacional, pierde lo esencial de su identidad. Ahora podemos entender muchos de los problemas y errores a lo largo de la historia de la Iglesia a la hora de relacionarse con el Mundo o de entender el Reino43.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Hemos interiorizado las consecuen-

cias de la articulación Reino, Iglesia, Mundo? ¿Tenemos algunos plantea-mientos que no van en esa línea?

2. ¿Qué signos de esperanza descubri-mos en el mundo?. ¿Somos pesimis-tas?

3. ¿Cómo vemos a los jóvenes del cate-cumenado? Sabemos descubrir todo lo positivo que llevan o más bien al con-trario?

4. ¿Qué significa para nosotros el triunfo definitivo del Reino en “el más allá”? (si hace falta ver nota 12).

3.4. Los pobres La opción de Dios por los pobres es un da-to que pertenece al núcleo de la revelación. Es por tanto de voluntad divina y, en este sentido, “obligada” para el cristiano. Desde el AT se manifiesta esta opción por perso-nas sencillas llamadas a un papel clave en la historia del Pueblo de Dios44. Elegirá, pa-ra que quede claro, como germen del Pue-blo de Dios a quienes han sido sometidos a

43 Si las tres realidades descritas no se articu-lan o entienden bien hay diferentes problemas: Cuando la Iglesia se identifica con el Reino: se sacraliza, se espiritualiza, se aleja del mundo Cuando el Iglesia de identifica con el Mundo: confesionalismo, luchas por el poder, no respeto de la autonomía de lo secular., objetivo bautizar a todos, no promoción humana “ordenar las co-sas según Dios” Cuando el mundo se identifica con el Reino: se sacraliza el mundo, la revolución... 44Gente sencilla como pastores, personajes pe-queños y menos valorados, despreciados y marginados,... son los continuamente llamados y elegidos por Dios para grandes empresas en su nombre. Es curioso cómo en la genealogía de Jesús que nos presenta Mateo aparecen 5 mujeres (Tamar, Rajab, Rut, la mujer de Urías, María), pues bien, dos de ellas ejercen de pros-titutas, las otras dos son paganas y de María, ¿qué vamos a contar sobre su condición humil-de?. Realmente desconcertante.

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la opresión y la injusticia. Y una y otra vez los preferidos de Dios serán el extranjero, el huérfano, la viuda y el pobre45. Jesús hará esta misma opción46 pero nos dará una pista para entender lo que signifi-ca optar por los pobres. “Entre vosotros tened la misma actitud del Mesías Jesús: Él, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrarió, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo encumbró sobre todo” (Flp. 2, 5-9) Jesús encarnará aquello que predica y vi-virá un proceso de “empobrecimiento” pro-gresivo pero constante hasta el culmen de su muerte en cruz, como los bandidos y despreciados. A este proceso de “abaja-miento”, en teología, le llamamos “kénosis”. Cada cristiano/a tiene que realizar, a su modo, un proceso kénotico de “empobre-cimiento” como forma manifiesta y verifica-ble de su opción por los pobres. Sin duda que esto descoloca absolutamen-te a nuestra mentalidad y cultura dominan-te, pero ¿por qué esta opción y consiguien-te comunión transformadora con los po-bres? La clave la tenemos, aunque nos cuesta creerla y vivirla: “Jesús, el Mesías, siendo rico se hico pobre por vosotros para enriqueceros con su po-breza” (2 Cor 8,9) O sea, que la opción por los pobres y la kénosis,... ¿nos enriquece? Entender cómo 45 “No molestes al extranjero... No maltrates a la viuda y al huérfano.” (Ex 22, 20-21) “El Señor vuestro Dios hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al emigrante suministrándole pan y vestido” (Dt 10, 18) “No violarás el derecho del emigrante, ni del huérfano, ni tomarás los vestidos de la viuda.” (Dt 24-17) “El señor protege al emigrante, sostiene a la viuda y al huérfano” (Sal 146, 9) “Buscad el derecho, proteged al oprimido, soco-rred al huérfano, defended a la viuda” (Is 1, 17) 46 Las Bienaventurandas son claras. También el siguiente texto: “Y si no, hermanos, fijaos a quiénes os llamó Dios; no a muchos intelectua-les, ni a muchos poderosos. ni a muchos de buena familia; todo lo contrario: lo necio del mundo lo escogió Dios para humillar a los sa-bios; y lo débil del mundo lo escogió Dios para humillar a lo fuerte; y lo plebeyo del mundo, lo despreciado, se lo escogió Dios” (1Cor 1 26-28)

se produce esto es de las asignaturas que más suelen quedar pendiente en la vida del cristiano/a. Ahí va un primer apunte para una posible “recuperación”: “Ser como los pobres no significa tener exactamente el mismo número de remien-dos en los pantalones o habitar exactamen-te su misma casa. Significa, ante todo y esencialmente, morir, morir auténticamen-te, a un cierto tipo de relación a la que es-tamos acostumbrados, en la que somos nosotros los que saben, los que poseen los que se dan, para convertirnos en los que buscan a tientas como los otros y con los otros” (Arturo Paoli) La opción por los pobres supone que la comunión con ellos transforma y configura mi vida de tal manera que ésta sale cons-tantemente enriquecida. Adquirir en nuestra vida la perspectiva lazarista47 es un ele-mento clave para autorrealizarnos. ¿Por qué, si no, nos lo iba a proponer Dios tan insistentemente?, ¿para fastidiarnos la vida o para liberarnos?. Este enfoque supone un cambio de chip respecto a la valoración que solemos hacer del mundo de los pobres. Evidentemente que la pobreza es un mal a combatir, que los pobres carecen de muchas cosas, que hay que luchar por la superación de todo lo que destruye e impide la humanización de la gente (y las condiciones de vida de los pobres en gran medida lo hacen),... pero ¿hay algo más?, ¿todo es carencia y as-pectos negativos entre los pobres y la po-breza? A la vista está que no y suele ser una de las experiencias que más fomenta-mos en nuestro proceso educativo y cate-cumenal (campos de trabajo, margina-ción,...): ¿no suelen ser experiencias de auténtica relación humana y enriquecimien-to mutuo? Federico Carrasquilla cita entre los rasgos que nos enriquecen del mundo de los po-bres los siguientes: - Sentido de la gratuidad y de la fiesta. - Valoración de la realidad y de la vida

como es. - Sentido del otro y de ese Otro que es

Dios. - La entereza, fortaleza y obstinación. - Sentido de lo cotidiano y de lo sencillo. Seguramente que cada uno de nosotros podemos testimoniar aspectos que hemos 47 Significa ver el mundo, la vida, las relacio-nes,... desde la perspectiva del pobre Lázaro del evangelio de Lucas (Lc 16, 19-31).

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descubierto en nuestra opción por los po-bres y que nos han ayudado a vivir. Espe-cialmente, y dada nuestra sensibilidad es-colapia, los niños pobres debieran provocar una conmoción y transformación especial: el niño/a pobre es sacramento de Dios. La asignatura pendiente mencionada ante-riormente también lo fue en el Concilio48. Aún así, de nuevo, la semilla estaba clara-mente sembrada. “Así como Cristo realizó la obra de la re-dención en la pobreza y la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hom-bres los frutos de la salvación. (...) Cristo fue enviado por el Padre a anunciar la Buena Noticia a los pobres... a sanar a los de corazón destrozado (Lc 4,18), a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 9,19). También la Iglesia abraza con amor a todos lo que sufren bajo el peso de la debilidad humana; más aún, descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su Funda-dor pobre, sufriente, se preocupa por aliviar su miseria y a busca servir a Cristo en ellos, (...)” LG 8 Como en otros asuntos será la vida religio-sa, comenzando en Latinoamérica (Me-dellín 1968), la que recoja esta opción y la haga fructificar. Los pobres no sólo deben ser considerados como destinatarios pasi-vos, sino también elementos activos de la Iglesia que la enriquecen. En Puebla (1979) quedará consagrada la “opción preferencial y no exclusiva por los pobres”. No hay que entenderla en el sentido en que optar por los pobres es “opcional” (esto ya ha queda- 48 “Al leer el resumen de los esquemas que nos fue entregado ayer he quedado no poco sor-prendido y afectado por la siguiente laguna: los esquemas que nos han sido o nos serán pre-sentados no parecen tener en cuenta, para un proyecto explícitamente formal y proporcionado de acuerdo a la coyuntura histórica, esta revela-ción esencial y primordial del misterio de Cristo, aspecto manifestado en el nacimiento, la infan-cia, la vida oculta y el ministerio público de Jesús, aspecto que constituye la ley y funda-mento del Reino de Dios, aspecto que imprime su impronta en toda efusión de gracia en la vida de la Iglesia. No cumpliremos suficientemente nuestra tarea si no ponemos, como centro y al-ma del trabajo doctrinal y legislativo del Concilio, el misterio de Cristo en los pobres y la evangeli-zación de los pobres. No como uno de los te-mas del Concilio entre otros muchos, sino como la cuestión central. El tema de este Concilio es la Iglesia en su aspecto principal de ‘Iglesia de los pobres’” Cardenal Lecaro en la primera se-sión conciliar

do claro), sino en el sentido de que se pue-de hacer esta opción desde diferentes tra-bajos, estados de vida y situaciones. Lo que no vale es que desde la actividad que desarrolle en mi vida, en mi profesión, fami-lia, realidad de Iglesia,... no haga una op-ción clara por los pobres49. Nos quedamos en esta ocasión con las conocidas frases de Joaquín García Roca al respecto: - Como dirección general: Todos por

los pobres. - Como experiencia necesaria del Pue-

blo: Muchos con ellos. - Como vida compartida directamente:

Algunos como ellos. No se pueden negar las tensiones que sur-gieron cuando los pobres irrumpieron en la Iglesia como sujetos activos pero hay que afirmar con rotundidad que esta “opción” ha sido asumida claramente por la Iglesia uni-versal50:

49 “La opción por los pobres puede correr el riesgo de convertirse en exclusiva, transforman-do el cristianismo y reduciéndolo a ser un “mo-vimiento de liberación social”. En este caso, desarraigada de su humus evangélico original y sacada del horizonte mayor de la fe, perdería su fuerza secreta y su radicalidad y, en conse-cuencia, su identidad. Luego nunca puede ser la opción única y exclusiva de la comunidad ecle-sial, sino inclusiva” (Clodovis Boff) 50 “Descendiendo a consecuencias prácticas de máxima urgencia, el Concilio inculca el respeto al hombre, de forma que cada uno, sin excep-ción de nadie, debe considerar el prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamen-te, no sea que imitemos a aquel rico que se despreocupó por completo del pobre Lázaro.” (GS) Solicitudo rei socialis: Pero hoy, vista la dimen-sión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las in-mensas muchedumbres de hambriento, mendi-gos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se pueden olvidar la existencia de esta realidad: Ignorarla significaría parecernos al “rico epulón”, que fingía no conocer al mendigo Lázaro, post-rado a su puerta (LC 16,19-31). Juan Pablo II hablando sobre el progreso la mo-dernidad...: “El mundo se había hecho pequeño: esto era ciertamente uno de los efectos del ‘mi-lagro’. Pero como consecuencia de ello, Lázaro no aparecía ya como antes, distante e invisible, sino más bien cercano a la puerta del hombre rico: y estaba ‘cubierto de úlceras y deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico’. Es-taba en realidad junto a nuestra puerta.”

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“Aprovecho gustoso esta ocasión para re-afirmar que el compromiso hacia los pobres constituye un motivo dominante de mi labor pastoral, la constante solicitud que acom-paña mi servicio diaria al pueblo de Dios. He hecho y hago mía tal “opción”: me iden-tifico con ella. Y estimo que no podría ser de otra forma, ya que éste es el eterno mensaje del Evangelio. Así ha hecho Cris-to, así han hecho los apóstoles de Cristo, así ha hecho la Iglesia a lo largo de su his-toria dos veces milenaria”. (Juan Pablo II) Por todo ello, se puede hablar de la Iglesia de los pobres en un doble sentido: es de ellos porque es para ellos preferentemente, pero también porque es fundamental que ellos estén dentro de la Iglesia y que nos enriquezcan a todos/as.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Qué supone en nuestra vida la opción

por los pobres?. 2. ¿Cómo llevamos nuestro personal pro-

ceso de kénosis?; ¿y comunitariamen-te?, ¿qué obstáculos, avances, pro-blemas,... encontramos?.

3. ¿Qué visión tenemos de los pobres: de los niños/as de Haurrak, de las chava-las del Piso, los niños/as de San Fran-cisco, de los jóvenes de los talleres del Peñascal, de los niños y jóvenes de Bolivia, Venezuela, Brasil,...?, ¿cómo nos están enriqueciendo?.

4. ¿Tenemos la perspectiva lazarista a la hora de actuar, pensar, sentir, decidir, votar, educar a nuestros hijos/as, dis-cutir,...?.

5. ¿QUÉ RETOS TENEMOS COMO COMUNIDADES EN ESTE TEMA?

COMPLEMENTOS 1. Frases y textos para comentar “Jesús anunció el Reino y lo que llegó fue la Iglesia” “Por consiguiente, la evangelización no puede por medio de incluir el anuncio profético de un más allá, vocación profunda y definitiva del hombre, en conformidad y discontinuidad a la vez con la situación presente; más allá del tiempo y de la histo-ria, más allá de la realidad de este mundo, cuya imagen pasa, y de las cosas de este mundo, cuya dimensión oculta se manifes-tará un día: más allá del hombre mismo, cuyo verdadero destino no se agota en su

dimensión temporal, sino que nos será re-velado en la vida futura” EN 28 “Los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás”. (OA) “Frente a situaciones tan diversas, nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con valor universal. No es éste nuestro propósito ni tampoco nuestra misión. Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objeti-vidad la situación propia de su país, escla-recerla mediante la luz de la palabra inalte-rable del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales de la Iglesia tal como han sido elaboradas a lo largo de la historia, especialmente en esta era industrial, a partir de la fecha histórica del mensaje de León XIII sobre la “condi-ción de los obreros”, del cual tenemos el honor y el gozo de celebrar hoy el aniversa-rio. A estas comunidades cristianas toca dis-cernir, con la ayuda del Espíritu Santo, en comunión con los obispos responsables, en diálogo con los demás hermanos cristianos y todos los hombres de buena voluntad, las opciones y los compromisos que conviene asumir para realizar las transformaciones sociales, políticas y económicas que se consideran de urgente necesidad en cada caso. En este esfuerzo por promover tales trans-formaciones, los cristianos deberán, en primer lugar, renovar su confianza en la fuerza y en la originalidad de las exigencias evangélicas.” (OA 4, Pablo VI) “La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea re-huir las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una coartada fácil para depo-ner responsabilidades inmediatas. Pero, sin embargo, hay que reconocerlo, esta forma de crítica de la sociedad establecida provo-ca con frecuencia la imaginación prospecti-va para percibir a la vez en el presente lo posiblemente ignorado que se encuentra inscrito en él y para orientar hacia un futuro mejor, sostiene además la dinámica social por la confianza que da a las fuerzas inven-tivas del espíritu y del corazón humano; y, finalmente, si se mantienen abierto a toda la realidad, puede encontrar nuevamente el llamamiento cristiano.” (OA 37, Pablo VI)

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2. Del libro “Escuchemos a los po-bres” de Federico Carrasquilla Adjuntamos la Presentación que aparece en el libro dado que es una síntesis del mismo. “El sol golpea los cerros de la ciudad. Con-cluye otro día. Miles de manos han estre-chado los surcos de la tierra, todos los ma-teriales de la vida en las ciudades y en los campos. Ahora, cuando se agota otra jor-nada, otra semana de trabajo, hombres y mujeres recorren distancias para llegar a sus casas. En sus casas los esperan otras manos, otros ojos que aguardan los frutos del esfuerzo, que con frecuencia apenas alcanzan para sobrevivir, para mal vivir. También deambulan al caer de la tarde, los desocupados, los que han recorrido todos los rincones buscando trabajo, los que quedan por fuera. Allá en sus casas en los cerros, en las afueras, en la choza, junto al caño de aguas negras, o en las calles mul-ticolores del barrio llenas de música y de niños, en cualquier parte hay también otros esperando futuros. El plato vacío castiga su esperanza, las tensiones se hacen frecuen-tes, la dureza de la vida habita con fre-cuencia en las casas de los pobres. También hay que decir que hoy, como tan-tos días, en la penumbra de la casa cam-pesina, en la mesa de la casa en el barrio, en muchos lugares, la gente sencilla se reúne a compartir la vida, a conversar, a sentir presentes a los otros. Un profundo sentido de los otros y de la fiesta, que vuel-ve sagrada la vida, protege la soledad, crea solidaridades, permite enfrentar la realidad, y luchar contra las destrucciones de las personas en medio de las privaciones im-puestas por la pobreza y la miseria. Para mí ha sido un motivo de inmensa alegría que Federico haya puesto en mis manos la presentación de estas páginas a las que ahora nos asomamos. Por todo lo que hemos aprendido con su amistad y su presencia, porque hemos compartido con él afanes y preocupaciones en esta sociedad injusta y traspasada por las violencias, es alentador entrar en este texto que nos invi-ta a oír a los pobres. Agradezco pues, a Fede su confianza al permitirme presentar su obra, ESCUCHEMOS A LOS POBRES”. Llegan los tiempos en los que solamente los que escuchan con le corazón podrán comprender el sentido de la historia, las voces de fin de siglo que nos invitan a re-construir proyectos de humanidad, para

que la vida sea mejor para todos. Terca-mente aferrados a la esperanza, convenci-dos que lo mejor está por venir, que es po-sible convivir en la fraternidad y la justicia, podremos comprender, si abrimos bien los ojos, que hay tesoros, como los del en-cuentro y la gratuidad, escondidos en los lugares menos esperados. En días grises como los que ahora vivimos en Colombia y en todo el continente, nos llega este libro de Federico Carrasquilla. Como las buenas visitas de los amigos que reconfortan, Fede ha puesto sobre el papel un largo recorrido suyo, el de los pobres con los que ha vivido, y de tantos de sus amigos y amigas, para animar nuestra re-flexión y la manera de asumir el trabajo so-cial. Sintiéndome parte de sus amigos, de los que están metidos en estas páginas, me atrevo a hacer cinco anotaciones o co-mentarios sobre su obra. Primera Federico nos plantea con claridad que es posible construir una antropología desde los pobres. A mi juicio, esta antropología plantea como condición que el esfuerzo re-flexivo se articule a partir de una experien-cia vital de encuentro con los pobres, que incluye de alguna manera nuestra propia experiencia de pobreza. En el trabajo de Fede hay pues todo un esfuerzo de re-flexión que aborda de una manera distinta la realidad de los pobres, porque durante años se planteó la pregunta sobre el senti-do de lo humano que se revela en la vida de los marginados y excluidos, sin conver-tirlos en este ejercicio en objetos de estu-dio. Así resultó posible para Fede com-prender que la riqueza de los pobres se muestra, no a pesar de su pobreza, sino justamente por su pobreza en medio de sus carencias. La visión sobre el hombre ha estado mol-deada por la pertenencia a un grupo racial, y ligada al poder, a la fuerza expresada como violencia, al tener, y a la condición privilegiada de las naciones desarrolladas. En esta concepción de humanidad quedan por fuera los pueblos de la periferia: África negra, atravesada por guerras propias y ajenas, hundida en la miseria; América La-tina, cobriza y mezclada, tierra de los po-bres; todos los pueblos pobres de Asia; los pobres de Europa o de cualquier lugar del mundo. Todos los que no tienen futuro asegurado no cuentan para definir la humanidad, para descifrar el proyecto de humanidad que nos merecemos.

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Una mirada atenta a los pobres -nos dice Federico-, al mundo de significaciones que allí se descubre, mejor aún, una mirada desde el corazón de los pobres, nos permi-te descubrir una serie de valores que po-nen a las personas en el centro de interés: la acogida, la gratuidad, la fiesta, entre otros valores, nos hacen descubrir que en el mundo de pobres cuentan primero las personas. Segunda En estas páginas aparece un cuestiona-miento muy fuerte a la destrucción que ocasiona la pobreza. El aporte de Fede es muy hondo porque no sólo sigue denun-ciando, haciendo visibles la tragedia de las carencias materiales, sino que también nos conduce a descubrir que el mayor dolor de la pobreza es la destrucción de la persona. El niño del barrio popular que llora porque tiene que vender su juguete, lo único que posee, y que llora también la vergüenza de pedir limosna, forzado por la situación de hambre de su casa, es la imagen más viva y clara de esta deshumanización de las ca-rencias. Las lágrimas no representan sola-mente lo que no se tiene, expresan lo que se pierde, la dignidad humana, el autorre-conocimiento como persona y el hecho de quedar expuesto ante los otros como al-guien que no vale, que cuenta. Hemos insistido quizás más de la cuenta -¡y no sin razón!-, pero tal vez, de una ma-nera desacertada sobre la dimensión so-ciológica cuando miramos el mundo de los pobres. Nos hemos olvidado con frecuencia que la miseria y la pobreza extremas de mi-llones de personas encarnan un dolor muy profundo, que no es visible como los ran-chos de la tela asfáltica o las callecitas es-trechas de barro y piedra. Tercero Aparentemente contradictoria nos resulta la reflexión de Fede. Nos encontramos prime-ro con una mirada que revalora el mundo de los pobres, de aquellos en los que nadie esperaría encontrar un proyecto de huma-nidad, porque carecen del brillo que ofre-cen las posesiones. Nos dice que los po-bres, el mundo de los pobres tiene toda una riqueza, pero al mismo tiempo este universo empobrecido nos exige una lucha infatigable contra la inhumanidad de la po-breza y la marginación. Nuestra solidaridad con los pobres no pide para que se verifique, que todos tengamos que vivir entre los pobres, pero si hacernos como hacernos como los pobres. Sin em-

bargo, nadie podrá emprender este camino de humanización si no pasa, de alguna manera por la vivencia de los valores que surgen allí. Los valores del mundo de los pobres no pueden surgir en condiciones y actitudes de autosuficiencia y riqueza. Lo que se nos pide a todos, desde esta perspectiva, es conservar los valores-actitudes de los pobres, para realizar en cualquier lugar y condición un trabajo que tenga en cuenta, como sujetos privilegiados de su propia historia, a las personas y a los pueblos pobres. Cuarto El mundo de los pobres en Colombia, y en otros lugares del mundo, está hondamente atravesado por la violencia. Rezagos de un pensamiento lleno de prejuicios, y mani-queo en su concepción de la moral, lleva a que muchos piensen que los fenómenos de violencia son propios de los cinturones de pobreza de las grandes ciudades o de los campos. Fede nos devuelve a todos la res-ponsabilidad. ¿No será más bien que el tipo de sociedad en la que vivimos los colombianos y en la que le hemos concedido a la fuerza la con-fianza para dirimir los conflictos, allí fácil-mente los pobres se contagian de la pato-logía de las violencias? ¿No será que en esta sociedad en la que privilegiamos el di-nero, el derroche y la concentración de ri-queza, los expulsados se convierten en medio propicio para la destrucción de la vi-da? ¿Podrían actuar de otro modo los jóvenes que viven en la violencia, cuando el modelo de identificación es el del hombre lleno de poder y de riqueza, con el consi-guiente desprecio por el mundo de los po-bres?. Quinto Finalmente, un comentario sobre la re-flexión de fe. Durante muchos años Federi-co nos ha acompañado en este largo cami-no de encuentro con Jesús. Con frecuen-cia, infatigablemente, nos devolvió el senti-do de la fe que habíamos puesto en luga-res que no daban soportes a la acción. Ese sentido no es otro que Jesús, pero no cual-quier Jesús. Se trata del carpintero, el hijo de María, el de Nazaret y del lago entre pescadores, artesanos, publicanos y peca-dores. Un Jesús que fue pobre como los de su tierra y su tiempo y le dio a esa expe-riencia la mirada de Dios. ¿Por qué Dios se reveló en la existencia de un hombre pobre? Tal vez porque Dios

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mismo es pobre, lo cual resultaba en aquel entonces y ahora escandaloso. En Jesús el Dios auténtico, y el hombre auténtico se revelan en la misma persona, una persona pobre. Como cristianos la fe nos devuelve el sentido de la acción por los pobres, por-que Jesús nos hace descubrir su dignidad y su valor, y al mismo tiempo porque sola-mente en contacto con ese mundo de los pobres podemos comprender mejor el sig-nificado de la Buena Noticia del amor de Dios. Asumir la pobreza y hacernos por tanto po-bres, vivir entre los pobres, trabajar a favor de la causa de los pobres, tiene sentido pa-ra el cristiano desde la perspectiva del se-guimiento de Jesús. Además, tendríamos que decir que sólo una experiencia de fe, de profunda interio-ridad puede darnos la clave para trabajar en el mundo de los pobres, porque nos permite comprender que allí aparecen los valores auténticamente humanos y al mis-mo tiempo podemos entender de qué ma-nera la dureza de las carencias destruye las personas. Cuando Jesús nació, en las afueras de un pequeño pueblo, en medio de las sombras de la noche y en condiciones de extrema pobreza, los únicos testigos de su llegada al mundo fueron los pastores. A ellos les

fue comunicada la noticia. Desde entonces hay que escuchar el grito de los pobres pa-ra saber donde está el Señor. Eclesiastés 9, 13-16 “También he visto en este mundo algo que me ha parecido que encierra una gran en-señanza,: una ciudad pequeña con pocos habitantes es atacada por un rey poderoso que levanta alrededor de ella una gran ma-quinaria de ataque. Y en la ciudad vivía un hombre pobre, pero sabio, que con su sa-biduría salvó la ciudad. Y, sin embargo, na-die se acordó de él. Pero yo afirmo, que va-le más ser sabio que valiente, aunque la sabiduría del pobre es despreciada y sus palabras no son escuchadas”

HORACIO ARANGO, S.J. Secretario Eje-cutivo Programa por la Paz. Santa Fe de

Bogotá, Agosto de 1996

3. Lucas: una comunidad con ten-siones sociales y con cristianos bien situados En “Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana” Rafael Aguirre (pág. 176-183)

4. Opción por los pobres. Síntesis de espiritualidad En “La opción por los pobres” Jose Mª Vigil (pág. 135-142)

B.4. EL ESPÍRITU SANTO EN LA IGLESIA 4.1. El Espíritu también funda la

Iglesia La presencia del Espíritu es clave en la Iglesia y en la vida de todo cristiano/a. La cuestión es más decisiva de lo que pare-ce51: si no dejamos el Espíritu impregne

51 “Sin el Espíritu Santo, Dios queda muy lejano; Cristo es una figura del pasado, y el Evangelio no es más que letra muerta, la Iglesia es una simple organización, la autoridad una domina-ción, la misión cuestión de propaganda, el culto una evocación mágica y el amor cristiano una moral de esclavos. Pero con el Espíritu Santo el mundo resucita y crece con dolores de parto del Reino. Cristo resucitado está realmente aquí y el

nuestra Comunidad y vida personal vendrán atascos, acomodamientos, opcio-nes que no van en la línea del Evangelio y, lo que es peor, justificaciones a todo ello que nos dejarán tranquilos/as. Este tipo de situaciones, hablando en cristiano, supone la muerte en cuanto discípulos de Jesús. Cuando en la historia, la Iglesia ha olvidado el protagonismo del Espíritu se ha oxidado. Evangelio tiene poder de dar vida. La Iglesia manifiesta la vida de la Trinidad, la autoridad es una sabiduría liberadora, la misión es un Pente-costés, la liturgia es a la vez memoria y antici-pación, las obras de los hombres son divinas” (Patriarca oriental Ignacio Hazim en la Asam-blea Mundial de las Iglesias, Upsala 1968)

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Por eso la recuperación de la dimensión pneumatológica52 es decisiva para su futu-ro53. Es el elemento de renovación perma-nente de la Iglesia, de su misión y de la vi-da personal del cristiano/a, gracias a lo cual es vieja pero es joven, soy más viejo pero con espíritu joven. Habría pues un triple origen en la Iglesia: Dios Padre y Madre elige un Pueblo para serle fiel en la historia; Jesús, el Cristo, manifiesta el verdadero rostro de ese Pue-blo, sella la nueva y definitiva alianza y siembra los recursos necesarios para que la Iglesia empiece a caminar54; pero la Igle-sia comienza su andadura pública y mani-fiesta en Pentecostés. Es el Espíritu quien congrega a los discípulos/as y les hace to-mar conciencia de lo que son y de para qué son. En este sentido, es Espíritu también funda la Iglesia. De aquel acontecimiento obtenemos algu-nas conclusiones decisivas55. La primera

52 Esta palabra viene de “pneuma” (Espíritu) y por tanto la dimensión pneumatológica o lo pneumatológico se refiere a lo que tiene que ver con el Espíritu. 53 “La recuperación actual, en cambio, de la di-mensión pneumatológica de la Iglesia, no sólo enriquece y conforma vigorosamente su estruc-tura interna, sino que también le permite enrai-zarse en la memoria de Cristo y de su acto fun-dacional de la Iglesia, sin perder por ello el di-namismo del Espíritu que la empuja hacia el fu-turo en la búsqueda de la “verdad completa” (...). La perspectiva trinitaria parece, pues, ser en la actualidad la perspectiva más interesante para le eclesiología capaz de un profundo desa-rrollo de la misión de la Iglesia en la historia y en la propia naturaleza de la Iglesia” (S. Dianchi) 54 En este sentido decimos que Jesús funda la Iglesia; no en cuanto que realizara un acto jurí-dico que estableciera una institución con su es-tructura organizativa precisa, sino en cuanto que es la cabeza y el fundador de la misma. 55 “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en di-ferentes lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. Estaban de paso en Jerusalén judíos piadosos, llegados de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno los oía hablar en su propia len-gua. Todos quedaron muy desconcertados y se decían, llenos de estupor y admiración: «Pero

consecuencia es que la Iglesia es más un acontecimiento, en clave comunitaria, (el encuentro de la comunidad de fieles con-gregada por el Espíritu) que una institución de carácter sociológico o histórico. Cada miembro de esa comunidad recibe dones del Espíritu que se reparten entre todos. Y ahí va lo más curioso: ¿significa que ese hablar lenguas es una especie de cosa muy extraña e indescifrable para los que les escuchan? Si releemos el texto despa-cio (nota 5) vemos que es al contrario: hablan un lenguaje que puede entenderlo todo el mundo, independientemente de su condición o idioma. Este relato manifiesta el acontecimiento opuesto a Babel, cuando obedeciendo sus impulsos de grandeza los seres humanos intentaron alcanzar el cielo. A consecuencia de ello hablan idiomas dis-tintos y ¡no se entienden entre sí! Y última cuestión, ¿de qué hablan? Si no te acuer-das te invitamos a releer el texto.

El acontecimiento de Pentecostés se narra en sentido general para expresar el origen pneumatológico de la Iglesia. Pero, ya que estamos con cuestiones curiosas, ahí va otra: no hay un relato de Pentecostés en el

éstos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan! Cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa. Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, habitantes de Meso-potamia, Judea, Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia, Panfilia, Egipto y de la parte de Libia que limita con Cirene. Hay forasteros que vie-nen de Roma, unos judíos y otros extranjeros, que aceptaron sus creencias, cretenses y ára-bes. Y todos les oímos hablar en nuestras pro-pias lenguas las maravillas de Dios.» Todos estaban asombrados y perplejos, y se preguntaban unos a otros qué querría significar todo aquello.» Pero algunos se reían y decían: «¡Están borrachos!» (Hech 2, 1-13)

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libro de los Hechos, hay muchos. La Iglesia es una comunión de comunidades y el ori-gen de cada una de ellas es semejante al que acabamos de describir. Como ya expli-camos en el tema segundo, ese pueblo de Dios no es una masa informe de creyentes disgregados y sin conexión. Surgen desde y en una comunidad fundada por el Espíri-tu56.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Nos sentimos permanentemente re-

novados por el Espíritu? 2. ¿Tenemos conciencia de ser una co-

munidad elegida por Dios, cuya cabeza es Jesús y congregada por el Espíritu?

3. Pentecostés es la celebración clave pa-ra tomar conciencia plena de esto: ¿qué puede suponer no celebrar pen-tecostés con entusiasmo o no participar en esa celebración?

4. ¿Hablamos en lenguas, es decir, nos adecuamos al lenguaje de la gente cuando queremos expresar las maravi-llas de Dios, su Palabra, profetizar,...?

5. ¿Realmente expresamos con valentía nuestra alabanza a Dios?

6. ¿Estamos “borrachos”?

56 Veamos algunos ejemplos y como se repite el mismo acontecimiento y consecuencias descri-tas anteriormente: Pentecostés en la comunidad de Jerusalén (4, 31) Terminada la oración, tembló el lugar donde es-taban reunidos. Todos quedaron llenos del Espí-ritu Santo y se pusieron a anunciar con valentía la Palabra de Dios. Pentecostés en Cesarea (10, 44-45) Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo bajó sobre todos los que escu-chaban la Palabra. Y los creyentes de origen judío, que habían venido con Pedro, quedaron atónitos: «¡Cómo! ¡Dios regala y derrama el Espíritu Santo también sobre los que no son judíos!» Y así era, pues les oían hablar en len-guas y alabar a Dios. Pentecostés en Efeso (19, 4-7) Entonces Pablo les explicó: «Si bien Juan bauti-zaba con miras a un cambio de vida, pedía al pueblo que creyeran en aquel que vendría des-pués de él, esto es, en Jesús.» Al oír esto se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús, y al imponerles Pablo las manos, el Espíritu Santo bajó sobre ellos y empezaron a hablar lenguas y a profetizar.

4.2. Y del Espíritu surge la espiri-tualidad

Si rebobináramos un poco la película y si-guiéramos muy rápidamente la pista bíblica a ese regalo de Dios que llamamos Espíri-tu, nos daríamos cuenta de su permanente presencia entre nosotros/as57. Es por ello que decimos que vivimos el tiempo del Espíritu o, dicho en palabras de Pablo VI, vivimos un pentecostés permanente. Quizá ahora podamos entender qué es eso de la espiritualidad. Dicho muy sencilla-mente, es vivir guiado por la fuerza del Espíritu a la hora de afrontar la realidad. Vivir desde la plena conciencia de la fuerza del Espíritu de Jesús, merodeando nuestra vida, la de cada comunidad, la de la Iglesia. Tenerle siempre presente a la hora de to-mar una decisión importante, sobre todo en situaciones de opciones comprometidas, disyuntivas complicadas, momentos de conflicto. Es hablar “inspirado”, corregir “fraternalmente”, actuar “como borracho”. En definitiva, hacer que la presencia del Espíritu inunde nuestra vida y la unifique58.

57 Desde la Creación “el aliento de Dios se cern-ía sobre la faz de las aguas.” (Gen 1.1). Su pre-sencia data desde el principio de los tiempos tanto. En al anuncio de la concepción de Jesús se anuncia a María que “El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35). En el bautismo de Jesús de nos dice que “Bajó sobre él el ES” (Lc 3, 22) y a lo largo de toda su vida se nos repite con insis-tencia que todo lo que Jesús hacía era “lleno de Espíritu Santo”. En el momento de morir Jesús de dirigirá al Padre con estas palabras: “Padre, a tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lc 23,46). Dios Madre no querrá quedárselo y retirarlo del mundo por tras la resurrección Jesús contestará así: Los que estaban presentes le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Israel?» Les respondió: «No les co-rresponde a ustedes conocer los plazos y los pasos que solamente el Padre tenía autoridad para decidir. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samar-ía y hasta los extremos de la tierra.» (Hech 1, 6-11) A partir de ahí ya nos sabemos el resto. Irá pe-netrando en cada creyente a través de la comu-nidad eclesial y estará presente en toda mi-sión y acontecimiento significativo de la vi-da de los discípulos. 58 Como apuntamos en el tema 3, la espirituali-dad se asienta en el drama cotidiano del mundo. En la lucha por llevar a término la creación pero,

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En este tema hay una posibilidad de hacer una espiritualidad a mi medida, “para mí” en el sentido que me consuele y elimine toda tensión interna y externa. Hoy en día la tentación es hablar de espiritualidad en este sentido de encontrar lo que mitigue mi sufrimiento y dolor, contrarreste el estrés que vivo cada día y me ayude a vivir en armonía y paz interior (tal y como se expli-co en el tema 2). No es que esto sea malo sino que hay que dejar al Espíritu que sea el que verdaderamente impulse nuestra vi-da espiritual. Y entonces descubriremos que nos orienta hacia donde no pensába-mos, que no nos deja acomodarnos, nos descoloca continuamente, introduce crite-rios a los que no llegaríamos jamás si-guiendo, sin más, lo que el mundo o nues-tra razón dicen, nos hace renunciar a acti-vidades que van en dirección opuesta al “mundo”, gestionar los bienes de un modo “anormal”, encarnar pensamientos, com-portamientos y actitudes que el mundo no comprende o que resultan alternativos por significativos,... Especialmente en todo lo que se deriva de la opción por los pobres como se apuntó en el tema 3: del proceso kenótico de la espiritualidad, del crecimien-to desde la perspectiva lazarista, la cultura samaritana, las bienaventuranzas, el ejem-plo de Jesús. Una espiritualidad que el bau-tizado pueda ir haciendo desde sí mismo y a su medida no será jamás espiritualidad cristiana.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Qué tal andamos de espiritualidad? sobre todo, por culminar en Cristo, el Proyecto Humano. La espiritualidad arranca de la exis-tencia del ser humano en la Historia, en su ex-periencia por ser y llegar a ser todo lo que Dios ha sembrado en nosotros: la espiritualidad cris-tiana es espiritualidad Humana. Lo ponemos con mayúscula para recordar que para el cris-tiano/a nada de lo verdaderamente humano le puede ser ajeno. Ningún ámbito donde se esté jugando el proyecto de Humanidad es ajeno u obstáculo para la espiritualidad. Al contrario; mi trabajo, ni vida afectiva y comunitaria, la eco-nomía, la política, la lucha social, la educación de los hijos,... son las realidades en las que el seguidor de Jesús tiene que estar cristianamen-te inmerso, es decir, encarnado para poder ser espiritual. La relación es además directamente proporcional: cuanto más empeñado en santifi-carse en el matrimonio, en la educación de los hijos, cuanto más metido en un partido político, cuanto más en serio se tome uno su profe-sión,... más podré llegar a desarrollar mi espiri-tual.

2. ¿Vivimos en un pentecostés perma-nente?

3. ¿Cuándo notamos más la presencia del Espíritu? ¿Cuándo es más impor-tante hacerle presente?

4. ¿Cuáles son los efectos de mi ser espi-ritual? (puede ayudarnos a contestar esto el punto 2 de “complementos”).

5. ¿Nos seguimos dejando “descolocar” por el Espíritu?

4.3. Manifestaciones del Espíritu: Carismas o dones del Espíritu

“El Espíritu Santo se manifiesta a la Iglesia por la multitud de sus dones espirituales, llamados en la Escritura dones del Espíritu o carismas” (Cardenal Suenens) Decíamos al recordar Pentecostés que so-bre cada discípulo/a se posaban unas “len-guas como de fuego”: ¿de qué se trata? Si hasta este tema hemos insistido en la igualdad radical de todos los creyentes, en la dignidad común de todo bautizado/a y de toda vocación, el Espíritu va a repartir a cada uno dones y carismas diferentes. Desde este punto de vista, todos somos diferentes y estamos llamados a cosas dife-rentes. Es más, sin olvidar nunca la igual dignidad de todos ellos, habrá carismas que sean más importantes en la animación y construcción comunitaria o que puedan ser más urgentes en determinados momen-tos. Etimológicamente la palabra “carisma” ex-presa la gratuidad, benevolencia y el don de Dios que se abre y se entrega a las per-sonas. Es una manifestación de la presen-cia del Espíritu en los miembros de la co-munidad, que hace que todo lo que dichos miembros son y realizan sea en beneficio de todos, especialmente de los hermanos más débiles y de los pobres59. El carisma es siempre don inmerecido, gracia recibida, expresión de la inagotable fecundidad del Espíritu (aunque lógicamente, en el proce-so de concienciación y aceptación del ca-risma por parte de una persona intervienen situaciones históricas, comunitarias y per-sonales). Dios es respetuoso con nuestra 59 Esta dimensión es muy clara en la teología paulina donde los carismas son prácticamente a lo que se entiende por “servicios”. Los carismas, siendo muchos y diversos entre sí, nunca son dones para el lucimiento y aprovechamiento pu-ramente personal sino para el bien común, o como se suele decir: “para mayor gloria de Dios y utilidad el prójimo” .

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libertad y por ello para que los dones y ca-rismas recibidos fructifiquen hace falta un acto de voluntad. La dimensión carismática de la Iglesia se constituye también en decisiva para su co-rrecto funcionamiento. Así lo hará ver el Concilio60. Hay una conclusión muy impor-tante de todo esto: no sólo era absurdo hablar de un cristiano que no sea “espiri-tual/místico”, sino que no existe ninguno que no sea carismático. Una conclusión y... una dificultad: discernir la autenticidad de los carismas. Es la Co-munidad en conjunto la que debe hacer permanentemente este trabajo de discer-nimiento, pero no hay que olvidar que co-rresponde especialmente a los que sirven a la comunidad en su crecimiento (ministerio pastoral ordenado) esta labor. El juicio so-bre su autenticidad corresponde propia-mente, con comunión con toda la Comuni-dad, a los que presiden la iglesia y la co-munidad, es un servicio clave para todos. De todas formas las pistas para el discer-nimiento de carismas auténticos son claras. El verdadero carisma aflora siempre que las personas ponen cuanto son, tienen y pueden al servicio de Dios a través de la entrega al prójimo; siempre que refieren como servicio sus dotes y las hacen fructifi-car como los talentos del Evangelio. El cri-terio de gratuidad y superación del egoísmo (amor) es muy claro61.

60 “Además, el Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes. También reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier estado o condición y distribuye sus dones a cada uno según quiere (1 Cor 12, 11) Con esos dones hace que hace que estén preparados para realizar variedad de obras y de ministerios provechosos para la re-novación y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: ‘a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Cor 12, 7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y úti-les, hay que recibirlos con agradecimiento y alegría pues son muy útiles y apropiados a las necesidades de la Iglesia.” (LG 12) 61 En el relato del mago Simón se nos confron-tan dos tipos de dones: “Tenía muy impresionada a la gente de Samaría con sus artes mágicas y se hacía pasar por un gran personaje. Todos estaban pendientes de él, pequeños y grandes, y decían: «Este es el poder de Dios", pues se hablaba de un tal "gran poder de Dios.» Desde hacía tiempo los tenía alucinados con sus artes mágicas, y la gente lo

Como consejo final nos quedamos con el de Pablo: “No apaguéis el Espíritu, no tengáis en po-co los mensajes inspirados; examinadlo to-do y retened lo que haya de bueno” (1 Tes 5, 19-20)

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Qué conciencia tenemos de nuestra

dimensión carismática? 2. ¿Qué carisma tenemos cada uno? 3. ¿Utilizamos los carismas respectivos al

servicio del bien común? 4. ¿Qué carismas vemos como más ur-

gentes en la Comunidad y en el mun-do?

5. ¿Cómo llevamos y afrontamos la plura-lidad carismática de nuestra Comuni-dad?

6. ¿Qué valoración hacemos de la figura del escolapio laico/a?, ¿lo vemos des-de las claves aquí señaladas?

7. ¿Percibimos la importancia del discer-nimiento comunitario de los carismas?, ¿sabemos discernir los carismas auténticos de los falsos?

4.4. Carismas como regalos para el mundo

Para terminar este tema conviene tener en cuenta que los carismas (lo mismo al hablar de los ministerios en sentido amplio) no se reciben exclusivamente para la ani-mación y/o servicio de la comunidad cris-tiana. Como vimos en el tema anterior, cre-cimiento de la Iglesia hacia dentro y misión en el mundo no se pueden separar. Los carismas se dan fundamentalmente pa-ra la Humanidad. En este sentido un caris-ma personal es una vocación o llamada a realizar un servicio a favor del género humano. Cuando Dios piensa que ese ser-vicio es crucial para el avance del Reino, que hace falta urgentemente por el motivo que sea, regala a un bautizado para el ser-vicio de todo el género un Carisma con mayúsculas.

seguía. Pero cuando Felipe les habló del Reino de Dios y del poder salvador de Jesús, el Mes-ías, tanto los hombres como las mujeres creye-ron y empezaron a bautizarse. Incluso Simón creyó y se hizo bautizar. No se separaba de Fe-lipe, y no salía de su asombro al ver las señales milagrosas y los prodigios que se realizaban . (Hech 8, 9-20)

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Supone que esta labor significativa para el mundo traspasa la di-mensión únicamente personal y que se lleva a cabo en comunión con otras personas que reciben y participarán del mismo carisma. En ese sentido el Carisma puede ser también comunitario, es decir, dado a un instituto, movimiento, etc. Dicho Carisma no será exclusivo de ningún grupo en particular, ni se puede patrimonializar. Ciertamente, subsistirá en el grupo y orga-nización que inicie, mediante la persona elegida por Dios llamada “fundador”, la ins-titucionalización del Carisma (en nuestro caso la Orden de las Escuelas Pías funda-da por Calasanz), pero podrá se comparti-do y vivido en las distintas formas de vida cristiana (matrimonio, consagración, viu-dez, celibato, sacerdocio,...). Éste Carisma tendrá virtualidades que sólo se desarrollarán con el correr de los tiem-pos, al aparecer nuevas circunstancias o cuando el Espíritu lo revela o desvela me-jor62. Como no podía ser de otra manera según vamos viendo desde el Concilio, “debido a las nuevas situaciones, no pocos Institutos han llegado a la convicción de que su carisma puede ser compartido con los laicos. Estos son invitados por tanto a participar de manera más intensa en la es-piritualidad y en la misión del Instituto mis-mo. En continuidad con las experiencias históricas de las diversas Órdenes secula-res o Terceras Órdenes se puede decir que se ha comenzado un nuevo capítulo, rico de esperanzas, en la historia de las rela-ciones entre las personas consagradas y el laicado” (VC n.54) La Orden escolapia recoge este nuevo sig-nos de los tiempos y toma conciencia de que una nueva virtualidad del Carisma está emergiendo desde las nuevas claves ecle-siales63. 62 “Clarificación de la identidad del religioso y del laico escolapios” pág 90 63 En el mismo documento citado en la nota an-terior podemos leer: “Últimamente está actua-lizándose una de esas virtualidades latentes en el carisma de Calasanz. (...)En nuestros días, debido al impulso laical dado por el Vaticano II ha ocurrido un fenómeno eclesial más extendido e importante – un verdadero signo de los tiem-pos – que podemos explicitar de esta manera: hay laicos que se sienten llamados a realizar su vida cristiana laical con los matices propios de la espiritualidad y misión de san José de Cala-

Participar de un Carisma supone que nues-tro seguimiento cristiano, que es el objetivo fundamental, se inspira y enriquece desde una sensibilidad y espiritualidad especial. En nuestro caso de aquellos consejos de Jesús sobre los niños64: “quien acoge a un niño de estos por causa mía, a mí me reci-be”; “quién no acepte el Reino de Dios co-mo un niño, no entrará en él”; “Dejad que los niños se acerquen a mí”.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Qué pensamos del Carisma de Cala-

sanz? ¿Lo vemos urgente y necesario? ¿Nos sentimos en sintonía con él?

2. ¿Qué nos aporta a nuestro seguimiento de Jesús la espiritualidad, vida y misión que se desprenden del Carisma esco-lapio?

3. ¿Qué sentimos ante los niños/as y jóvenes, especialmente ante los po-bres?

4. Después de todo lo visto en este tema, podemos a comentar una de esas afir-maciones enigmáticas de Jesús: afirma que todos los pecados serán perdona-dos menos uno: el pecado contra el Espíritu ¿En qué consistirá ese pecado tan imperdonable?

5. ¿QUÉ RETOS TENEMOS COMO COMUNIDADES EN ESTE TEMA?

COMPLEMENTOS 1. Frases y textos para comentar

sanz. Todo esto lo viven como vocación, como Don de Dios. Lo sienten como una concreción de la llamada cristiana, que nace y se apoya en el bautismo y la confirmación y que en muchos se ha visto reafirmada por el sacramento del matrimonio. (...) Nos encontramos de esta ma-nera con el desarrollo de una virtualidad del ca-risma calasancio, la integración de los laicos en él, algo que no se había dado en el pasado y que va tomando carta de ciudadanía hay en las Escuelas Pías.” 64 En el documento “Los laicos cristianos” se es-cribe a este respecto: “Los niños son, desde luego, el término del amor delicado y generoso de Nuestro Señor Jesucristo: a ellos reserva su bendición y, más aún, les asegura el Reino de los Cielos. En particular, Jesús exalta el papel activo que tienen los pequeños en el Rieno de Dios: son el símbolo elocuente y la espléndida imagen de aquellas condiciones morales y espi-rituales, que son esenciales para entrar en el Reino de Dios y para vivir la lógica del total abandono en el Señor. “ (Chl 47)

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“El Espíritu ha dominado siempre en la Iglesia, cada vez de una manera nueva, siempre en sentido inesperado y creador, siempre otorgando el don de una nueva vi-da” (K. Rahner) “Si el Espíritu nos da la vida sigamos tam-bién los pasos del Espíritu” (Gal 5, 25) “El Espíritu Santo no sólo ha sido dado a los pastores, sino absolutamente a todos los cristianos: ¿No sabéis que sois santua-rio de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (1 Cor 3, 6). Todos los bauti-zados reciben el Espíritu Santo en el bau-tismo, sacramento de la fe.” (Cardenal Suenens) “Sin embargo, los carismas no pertenecen a la esencia de la Iglesia. Esta no es en primer término carismática, sino institucio-nal” (Hagg-Ausejo Diccionario de la Biblia) “Los carismas no son algo periférico, sino muy central y esencial en la Iglesia. En este sentido es preciso hablar de una estructura carismática de la Iglesia que abraza y re-basa la estructura de gobierno” (H. Küng “La estructura carismática de la Iglesia”) “La voz de Dios es voz de espíritu, que va y viene, toca el corazón y pasa, ni se sabe de dónde viene y cuándo sopla. Importa, pues, mucho estar siempre alerta, para que no llegue de improviso y se aleje sin fruto” (San José de Calasanz) “Pero, para que haya comunidad es nece-saria también la diversidad. Es un rasgo igualmente de máxima importancia, y ya hemos hablado de él al hablar de los ca-rismas. Decíamos que, sin este segundo rasgo, el primero de la igualdad degenera en uniformidad. Y la uniformidad mata la vida, sobre todo la vida del Espíritu, que es siempre abundante en pluralidad, variedad, riqueza. Diríamos que es abigarrada, vario-pinta, pletórica de matices y, si se quiere, de diferencias, siempre que no entendamos estas como separaciones entre más y me-nos, entre lo superior e inferior.” (Luis Mal-donado) Un texto muy interesante para pensar es el siguiente: 1 Cor 14, 1-17. Aunque todo el texto es muy ilustrativo, entresacamos al-gunas frases: “Esmeraos en el amor mutuo; ambicionad también las manifestaciones del Espíritu, sobre todo el hablar inspirados. Mirad, el que habla en lenguas extrañas no habla a los hombre, sino a Dios, ya que nadie lo entiende; llevado del Espíritu dice cosas misteriosas. En cambio, el que

hablar inspirado habla a los hombres, cons-truyendo, exhortando y animando. El que habla en lenguaje extraño se cons-truye él solo, mientras el que habla inspira-do construye la comunidad. A todos os de-seo que habléis en esas lenguas, pero pre-fiero que habléis inspirados. Para que la comunidad reciba algo constructivo, vale más hablar inspirado que hablar en len-guas, excepto en el caso de que se traduz-can. (...) si no pronunciáis palabras recono-cibles, ¿cómo va a entenderse lo que habl-áis? Estaréis hablando al aire. (...) Aplicaos el cuento: ya que ambicionáis tanto los do-nes del Espíritu, procurad que abunden los que construyen la comunidad.

2. Algunos efectos de una espiritua-lidad “auténtica”: En el libro de los Hechos podemos encon-trar algunos de los efectos que el vivir bajo la guía del Espíritu provocó en los primeros cristianos. Nos pueden dar pistas a noso-tros hoy para analizarnos: Ser testigo (Bernabé a Antioquía) (11, 22-24) La noticia de esto (de la persecución tras la muerte de Esteban) llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía.Al llegar fue testigo de la gracia de Dios y se alegró; animaba a todos a que permaneciesen fieles al Señor con firme corazón, pues era un hombre excelente, lleno del Espíritu Santo y de fe. Así fue co-mo un buen número de gente conoció al Señor. Te transforma “radicalmente” (Saulo en-cuentra a Cristo) (9, 9. 17-19) Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Da-masco. Allí permaneció tres días sin comer ni beber, y estaba ciego.(...) Salió Ananías, entró en la casa y le impuso las manos diciendo: «Hermano Saulo, el Señor Jesús que se te apareció en el cami-no por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo.» Al instante se le cayeron de los ojos una especie de escamas y em-pezó a ver. Se levantó y fue bautizado. Después comió y recobró las fuerzas. Edifica, pone los ojos en el Señor y con-suela (Pablo en Damasco) (9, 31) La Iglesia por entonces gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se edifica-ba, caminaba con los ojos puestos en el Señor y estaba llena del consuelo del Espí-ritu Santo.

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Envía, inspira la palabra (Primera misión de Pablo: Chipre) (13, 4. 9.) Enviados por el Espíritu Santo, Bernabé y Saulo bajaron al puerto de Seleucia y de allí navegaron hasta Chipre. Entonces Saulo, que no es otro que Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijó en él sus ojos y le dijo... Asegura la fidelidad a Jesús, advierte,... (En Mileto) (20, 22-25) Ahora voy a Jerusalén, atado por el Espíritu sin saber lo que allí me sucederá; solamen-te que en cada ciudad el Espíritu Santo me advierte que me esperan prisiones y prue-bas. Pero ya no me preocupo por mi vida, con tal de que pueda terminar mi carrera y llevar a cabo la misión que he recibido del Señor Jesús: anunciar la Buena Noticia de la gracia de Dios. Ahora sé que ya no me volverán a ver to-dos ustedes, entre quienes pasé predican-do el Reino.

El Espíritu impulsa al seguimiento vital de Jesús y lleva hacia la identificación progresiva y radical con la vida de Jesús (martirio) (Primer Mártir: Historia de Este-ban; uno de los 7) ( 6, 10-11; 51-60) Se pusieron a discutir con Esteban, pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Ustedes son un pueblo de cabeza dura, y la circuncisión no les abrió el corazón ni los oídos. Ustedes siempre resisten al Espíritu Santo, al igual que sus padres. Al oír este reproche se enfurecieron y re-chinaban los dientes de rabia contra Este-ban. Pero él, lleno del Espíritu Santo, fijó sus ojos en el cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús a su derecha, y exclamó: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre a la de-recha de Dios.» Mientras era apedreado, Esteban oraba así: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Después se arrodilló y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tomes en cuenta este peca-do.» Y dicho esto, se durmió en el Señor.

B.5. LA IDENTIDAD LAICAL 5.1. El laico es el fiel cristiano

¿En qué consiste la identidad cristiana? Sí, la pregunta no está equivocada cuando di-ce “cristiana” en lugar de “laical”. Porque, como debe quedar más o menos claro en este tema y en coherencia con los anterio-res, el laico es principalmente el fiel cristia-no. El discípulo de Jesús antes que cual-quier subdivisión del Pueblo de Dios. La identidad laical representa la vocación y es-tado normal del bautizado que vive la mi-sión de toda la iglesia de llevar a cumpli-miento la creación. Una teología del laicado es, por encima de todo, una teología del ser cristiano. La afirmación es radicalmente confirmada en el Concilio: los laicos o fieles cristianos son los portadores de las tareas

de Jesús y responsables de la misión de la iglesia65. Dicho de otro modo, el laico/a es el creyen-te bautizado que en su vida da testimonio a favor del Dios de Jesucristo, lo reconoce y honra como fundamento de su existencia, hace visible sus dones/carismas en el ser-vicio al prójimo por medio de la justicia, la paz, y el amor y se reúne en la comunidad, congregada por el Espíritu de Jesús, dina-mizada por sus animadores legítimos.

65 “Son, pues, los cristianos que están incorpo-rados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funcio-nes de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo” LG31

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No sólo estas afirmaciones, como vamos a ver, son avaladas por el Concilio, el Código de Derecho Canónico (CIC) las recoge también66. ¿Era entonces necesaria esa distinción entre “laico” y “fiel cristiano”?. Muchos canonistas opinan que no ya que “laico” es un mero “concepto auxiliar” de carácter práctico, una denominación que puede tener cierta utilidad como abreviatu-ra de lenguaje en lugar de decir: “miembros de la Iglesia que no son clérigos o religio-sos”. Esta primera aproximación a la identidad laical como prototipo de la identidad cristia-na produjo vértigo y enorme ansiedad entre muchos teólogos, dado que suponía un cambio radical de concepciones históricas en vigor durante siglos67.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Nos sentimos portadores de la misión

de Jesús y responsables de la misión de la Iglesia?

2. ¿Qué entendemos por “ser testigos” de Jesucristo?

3. ¿Nos sentimos plenos seguidores de Jesús?

5.2. Carácter secular como lo propio, no exclusivo ni específi-

co, del laico La identidad laical está ligada al concepto de envío o mandato de Jesús a todos sus discípulos. Un laico/a que no se sienta en-viado a una misión radical en el mundo y en la Iglesia desde el día que fue bautiza-do/a, y personal y públicamente asumida

66 Según el CIC los derechos y deberes enume-rados a los laicos corresponden también a los clérigos, es decir son los de todo creyente. Donde se encuentra el contenido positivo del concepto de laico es en los cánones 209-233, que están referidos a todos los creyentes y, más explícitamente, en el c-204 en el que se descri-be quienes son los laicos: incorporados a Cristo por el bautismo; constituidos como Pueblo de Dios; hechos partícipes a su modo de la función sacerdotal, profética y regia de Cristo; llamados, según la condición propia de cada uno, a reali-zar la misión que Dios confió a su Iglesia para cumplirla en el mundo. 67 Evidentemente sus consecuencias positivas (que también ha habido las que no lo fueron tan-to), de cara ha habilitar al fiel cristiano como su-jeto de pleno derecho en la Iglesia, poco a poco se van dejando notar y empiezan a dar sus fru-tos dentro del nuevo paradigma de Iglesia.

en la confirmación, empieza a cojear en su identidad laical. Lógicamente para llegar a este principio de definiciones positivas del laico hubo que resituar muchos conceptos y teologías an-teriores, en especial la visión positiva del mundo y de la realización de la salvación en el mundo, y de la asunción de que la iglesia es también mundo. Mediante la mi-sión de los laicos la iglesia se autorrealiza. Si concebimos la misión de la Iglesia como transformación del mundo en orden al reino y reconocemos que ésta es la tarea propia del laico/a, su identidad no deriva y se defi-ne en relación a los clérigos o los religiosos sino desde la misión global de la Iglesia y, teológicamente, desde su bautismo “con-firmado”. El concepto de “apostolado”68 cambia también radicalmente. La forma teológica de afirmar esta misión propia que da identidad al laico es bajo la expresión “índole secular”69. En primer lu-gar hay que señalar que se utilizan las ex-presiones “propio y peculiar” y no “específi-co” o “exclusivo” (los clérigos y los religio-sos también pueden dedicarse a asuntos seculares y participan de todo lo que es propio en cuanto cristianos/as). El carácter secular es el valor propio que tienen todas las cosas creadas. Todas ellas poseen su consistencia y finalidad propia y, aunque son perecederas, no pierden su dignidad ni su importancia. Son creadas por Dios y confiadas al ser humano, no pa-ra que las desprecie y mucho menos las destruya, sino para eternizarlas, llevarlas a plenitud. Es en este sentido en el que se habla de “autonomía de las realidades temporales” y de donde debe nacer la idea central de la autonomía del laico70. Es en

68 La idea de “apostolado” para a ser la totalidad de la vida y de la acción de la iglesia, su auto-rrealización en cada aquí y ahora de las diver-sas situaciones humanas, sociales y eclesiales. 69 “el carácter secular es lo propio y peculiar de los laicos” (LG 31). “Secular” significa “del siglo”, es decir del tiempo de la vida humana que transcurre desde la creación hasta la parusía, el tiempo de las esperanzas y frustraciones del ser humano y de la historia. Por eso también se habla de los “seglares” o del carácter “temporal” de su vocación. 70 Aunque no hay lugar a ello, el término “auto-nomía” asociado a lo laical suele ser motivo de controversia. Esta polémica suele responder a fantasmas del pasado que todavía colean o a desconocimiento del tema. Por ello desarrolla-mos las posibles connotaciones “oficiales” de

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este ámbito donde el laico/a desarrolla su vocación e identidad. El compromiso temporal/secular los laicos no es tarea subsidiaria o delegada sino mi-sión constitutiva. Todo laico/a, encarnado en el mundo, es levadura y sal del Reino71. Supone la conclusión necesaria del “sí al mundo”, frente a épocas de rechazo, opo-sición o aislamiento: actitud positiva ante el mundo, interés por sus valores, por todo lo bueno que hay en él. Y todo ello con un ob-jetivo: transformar la realidad según Dios72.

esta idea, señalando el contexto en el que la palabra aparece y su sentido:

El concepto se refiere a “autonomía de las realidades temporales” (GS36) que es el campo propio del laico. En este sentido sig-nificaría respeto por parte de clérigos y reli-giosos a la competencia laical para ordenar los asuntos temporales según Dios. Auto-nomía aquí es respeto en la propia compe-tencia y conocimiento de ciertos campos en cuanto laicos (¿por qué se mete la inqui-sición en los cálculos científicos de Gali-leo?).

En este mismo sentido se hablar de respe-tar la autonomía de la cultura y de las cien-cias GS 59. Se refiere a que los diferentes ámbitos del saber y de la realidad tienen una dimensión propio que no tiene que li-garse o confundirse con la religiosa.

Y en la misma línea la iglesia y el estado tienen autonomía respectiva GS 76

“La propiedad o un cierto dominio sobre los bienes externos aportan a cada uno un es-pacio completamente necesario para la au-tonomía personal y familiar” GS 71 Esta afirmación es para toda persona, destacan-do que hace falta disponer de cierto uso de bienes para cada ámbito de relación (per-sonal, comunitaria, familiar,...)

El término autonomía familiar explícitamen-te sale una vez en el Concilio para defender a la familia de la intromisión de la autoridad civil en la vida familiar AA 11

En definitiva que Dios no quita la autonomía del hombre y la creación (GS 41), pero se advierte en varias ocasiones contra la falsa autonomía de la persona y de la ética (AA1) o respecto de Dios (ateísmo) GS 20.

71 “Viven en el mundo (los laicos), en todas y cada una de las profesiones y actividades del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, que forman como el tejido de su existencia” LG31 72 “A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios ocupándose de las rea-lidades temporales y ordenándolas según Dios.” LG31

Ordenar según Dios es “consagrar el mun-do”, por eso todo laico es consagrado para la animación cristiana de la realidad. Orien-tando la construcción del Reino en la histo-ria, los laicos consagran a Dios el mundo mismo pero “sin que el mundo, por ello, se salga de su orden natural”73. Un/a médico, un/a ingeniero, un/a profesora, un/a amo/a de casa, un/a electricista,... que se confiese cristiano/a debe valorar las maravillas de la creación y de lo que nos descubre la cien-cia y del valor de la actividad humana.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Cómo vivo en mi vida la dimensión de

envío de todo cristiano? 2. ¿Cómo entiendo mi inserción cristiana

en el mundo? ¿Soy levadura y sal?. ¿Sé interpretar la realidad y en clave humana y tomarle el pulso y tensión? ¿Qué fallos y aciertos tememos en es-to? ¿Cómo está latiendo hoy el mun-do?

3. ¿Cómo entiendo el “sí al mundo” del cristiano? ¿Y a transformar la realidad según Dios?

4. ¿Qué valor doy a la actividad y trabajo humano (remunerado o no)? ¿Somos de los que estamos deseando escapar de él? ¿Lo valoramos realmente o no le vemos sentido cristiano o fuente de plenitud cristiana?

5. ¿Cómo llevo mi vida familiar, laboral,... y especialmente matrimonial74?. Mani-fiesto la felicidad que me produce el matrimonio y los hijos/as o caigo en el ambiente de “atado para toda la vida”, “me casé contra....”, “cuando nacen los hijos se acabó la buena vida”?. Este punto es especialmente importante pues nuestro mundo no valora las op-ciones serias (afectivas en este caso),

73 La índole propia de los asuntos temporales, orientándola al bien temporal, debe respetarse íntegramente”. Este aviso quiere evitar rebrotes sacralizadores o confesionales que no respeten la autonomía de la realidad temporal. 74 Mediante el sacramento del matrimonio la pa-reja puede manifestar del modo más directo la profundidad del amor comunión de personas. De hecho, se suele establecer una comparación entre Cristo y su esposa, la Iglesia (no muy afor-tunada quizás pero significativa en este caso). Es clave que el matrimonio sea signo real del amor que se da en los hijos pero que se abre a toda la humanidad. Es clave que la sexualidad en la pareja ayude a manifestar esto también.

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su dimensión pública comunitaria, la ri-queza de lo definitivo y de los hijos, no digamos nada del sacramento del ma-trimonio.

6. ¿Pongo realmente la sexualidad al ser-vicio de la comunicación e íntima unión de la pareja y/o al don de la vida? ¿Hacemos pública, si hace falta, nues-tra concepción de la sexualidad en esta dirección? Hacerlo hoy en día es jugár-sela y hace falta mucho valor.

5.3. Continuadores de la triple misión de Cristo

En nuestro bautismo se nos consagra para continuar y participar de la triple misión de Cristo: sacerdocio, profecía, realeza. No son tres tareas a repartir sino un triple as-pecto de una misma tarea que todos reci-bimos y desarrollamos vocacionalmente. El bautismo nos incorpora a la iglesia y tam-bién a Jesús para continuar su misión. a) Sacerdocio común de todos los fieles. Todos los fieles participamos de la entrega sacerdotal de Jesús. Sacerdocio de Cristo significa el ofrecimiento de su propia vida. El sacrificio verdadero e importante no es el de un carnero muerto o una limosna sino la radical entrega de la propia existencia y la disponibilidad total para el Padre/Madre. En el caso de Jesús hasta la cruz. No existe ninguna forma de existencia cris-tiana que no sea sacerdotal: toda actividad, compromiso, experiencia de vida entra de-ntro de esta área (menos el pecado obvia-mente). Los laicos participan del sacerdocio entregando su vida y haciendo de ella un “sacrificio agradable a Dios”. Toda su vida: acciones y relaciones, fatigas y éxitos, alegrías y sufrimientos, trabajo y política, profesión y vida familiar debe convertirse en ofrenda, para mayor gloria de Dios y beneficio del prójimo. Vida como existencia entregada activa a favor de los demás. El punto máximo de ese sacerdocio lo ejer-ce en la eucaristía cuando el laico/a une el ofrecimiento de su propia vida a la de Jesús. Para ello es fundamental que antes de la misa de viva la vida como ofrenda permanente y después del “pan de vida” renovemos nuestra misión (la palabra misa deriva precisamente de la de misión). b) Participación en el poder profético de Cristo75:

75 “Cristo cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a

Jesús fue profeta. Anunció con su mensaje del Reino de Dios la verdad definitiva acer-ca de Dios y del ser humano, del sentido de la historia. Es la llave, como profeta, para la comprensión de Dios, el hombre y el mun-do. La función profética es la de ser anunciador o manifestador de Cristo en el mundo. To-da situación humana es susceptible de ser percibida como signo de la presencia ac-tuante de Dios. A la vez, hay expresiones humanas que se alejan de Dios (pecado). Por ello, el laico/a realiza continuamente una lectura creyente de la realidad. Como profetas actuales debemos despertar a nuestros contemporáneos una conciencia de proyecto de humanidad y cuestionar to-do lo que impida el avance de ese proyecto para que “el mundo se impregne del Espíri-tu de Cristo y alcance más eficazmente su fin en la justicia, la caridad y la paz” (LG36). c) Participación en el oficio regio de Cristo La función de “regir” y que Dios gobierne tiene que ver con la transformación de to-das las cosas en Dios como jefe y cabeza de la creación: liberación del mundo, eleva-ción y consagración; impregnar el mundo del Espíritu de Dios, en la justicia, la paz y el amor; preocuparse por la dinámica per-sonal, social y estructural que condiciona la conducta humana: orientar progresivamen-te hacia condiciones de vida humanas para todos; globalizar la humanidad. Hacer el mundo más humano es participar de la fun-ción regia de Jesús. En la vida personal, la participación en la realeza de Jesús consiste en la victoria so-bre el propio egoísmo. Cuando la persona supera impulsos de autosuficiencia, de búsqueda de sus intereses y se descentra de sí misma, en otras palabras, cuando

través de la jerarquía (...) sino también por me-dio de los laicos (...) para que la fuerza del evangelio brille en la vida cotidiana, familiar y social. (...) así los laicos se hacen valiosos pre-goneros de la fe y de las cosas que esperamos si asocian sin desmayo la profesión de fe con la vida de fe. Esta predicación del Evangelio, el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y con la palabra, adquiere una nota específica y una peculiar eficacia por el hecho de que se realiza dentro de las comunes condi-ciones de la vida en el mundo. En esta tarea tiene gran valor aquel estado de vida que está santificado con un sacramento especial: la vida matrimonial y familiar.” (LG35)

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triunfa la solidaridad, lo gratuito (voluntaria-do),... Dios, mediante Jesús, gobierna76. La palabrota para esta tarea es “cristofinali-zar”: hacer que mi vida profesional, mis ta-lentos, todo el entramado de mi existencia se desarrollen para que Cristo puede ser “todo en todo”77.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Cómo llevo cada una de las tres di-

mensiones que tengo que desarrollar como laico: sacerdote, profeta y rey’? ¿Cuál nos cuesta más?, ¿por qué?

5.4. Llamada a la santidad: per-fección en el amor

Es vocación laical crecer incesantemente hacia la perfección por el amor. La Biblia y la Iglesia nos lo recuerda78. Lo propio del laico será ser santo en el mundo. Dado que el laico no puede huir al mundo (activismo, mundanización), está llamado a ser santo en la lucha cotidiana por un mundo mejor, en la lucha de todos los días contra el pe-cado que pretende que no triunfe el amor, sino el odio, la división, el chismorreo que hace daño,... Esta realidad del pecado sí que es la única que teológicamente es pro-fana (separada de lo religioso). La apuesta radical por la bondad del mun-do está unida a la lucha contra su deforma-ción y caída (pecado/antireino). Esto lleva a una tensión constante por valorar correc-tamente los bienes del mundo y su uso, por la transformación del entramado social hacia lo humano. La santidad del laico/a 76 En este punto es curioso ver como muchas veces algunos cristianos son muy exigentes en la dimensión social, pidiendo cambios profundos y simpatizando y argumentando con los plan-teamientos oficiales de la Iglesia al respecto. En cambio respecto a la exigencia en la vida per-sonal la cosa cambia, la Iglesia es reaccionaria, se defiende la autonomía y que cada uno haga sin enfrentarse críticamente con los plantea-mientos eclesiales. 77 “A ellos de manera especial (a los laicos) les corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales, a las que están estrechamente uni-dos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, de desarrollen y sean para ala-banza del Creador y Redentor” LG31 78 “Sed santos porque yo Yavé, vuestro Dios, soy santo” (LV 19, 1-3) “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) Vocación universal a la santidad LG40

está asociada con su apertura a la utopía y la creatividad, contra el orden que quiere establecerse como definitivo, ya realizado, contra el “no se puede hacer nada”, “para qué seguir luchando”. Esta apuesta por un mundo mejor no se puede frenar ante los fracasos o desesperanzas porque es en ella donde ella donde el laico se santifica. Desde esta clave la manera de enfocar to-da nuestra vida cambia. Con el nuevo ser en Cristo el laico/a recibe una nueva visión y una nueva comprensión de las cosas creadas, de la actividad humana y de las relaciones: la profesión no es sólo una for-ma de ganarse la vida, cargada de agobio; tiene algo que ver con la creación y la re-dención; la política no es participación am-biciosa en la competición para lograr el po-der, tiene algo que ver con una configura-ción más digna de la persona humana, de las relaciones sociales e internacionales; la economía no es algo indigno y poco impor-tante sino la posibilidad de ordenar al servi-cio del ser humano los bienes creados; la vida matrimonial y familiar no es algo que ata y que divide a la persona y la llena de agobios, sino medio de enriquecimiento y lugar de especial relevancia para la voca-ción a la santidad y perfección en el amor; envejecer no es algo vergonzante que haya que ocultar, tratar de evitar o disimular, es el proceso de dar de sí cristiano, es decir, darse en el amor;... Sin duda la vocación laical es la de la espi-ritualidad de la vida por excelencia: del aprender el los fracasos y dar gracias en los éxitos, del cumplimento del deber y del gusto por lo bien hecho, de la iniciativa y la tenacidad por un objetivo que dignifique el entorno, de la vigilancia continua ante lo que destruye la vida,...

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Cómo vivo mi proceso de santidad en

la perfección por el amor? 2. ¿Qué dificultades encuentro en el pro-

ceso? 3. ¿Cómo me santifico en el matrimonio,

comunidad, profesión, vida cotidiana, envejecimiento,...?

4. ¿Cómo me enfrento a la realidad del pecado que me frena en este tema?

5. ¿Percibo la visión nueva de la vida que me aporta mi ser en Cristo? ¿Sabría describir esta visión?

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5.5. Espiritualidad laical Vamos a terminar este tema con algunas ideas que configuran lo que sería una espi-ritualidad laical. a) Espiritualidad de encarnación. Lo primero que se podría señalar como propio de la espiritualidad laical es el ele-mento de “encarnación”. Asumir el misterio de encarnación significa vivir cercano a los hombres y mujeres de cada tiempo, com-prenderlos, amarlos, servirlos, aceptar su fragilidad, su dolor y su esperanza. b) Espiritualidad de presencia transfor-madora. Comprender las leyes de construcción del mundo y actuar en consecuencia (santifica-ción en la transformación de la realidad). Lo central no es la transformación en sí, sino el encuentro con Dios en la transformación como respuesta y expresión del amor del Padre. No es que el laico/a busque a Dios a pesar el mundo sino en el Mundo). La espiritualidad laical no se mide por la dis-tancia que se establece entre la búsqueda de Dios y el apartarse de los bienes de la tierra (aspecto también necesario pero más propio de la vida religiosa), sino por la ma-nera como se seleccionan y gestionan los valores y bienes del mundo presente para alimentarse de todo aquello que haga avanzar el reino y ordenar esos bienes en coherencia. c) Espiritualidad de contraste y trascen-dencia. El cristiano “no es de este mundo”. Por el bautismo soy nuevo/a y se me comunica la vida comunitaria divina (el amor de Dios). En este sentido, el laico/a no puede absolu-tizar el mundo y sus valores. Supone el punto de ajuste y complemento a todo lo anteriormente dicho79. La espiritualidad laical es una espiritualidad de consagrados pero para consagrar el mundo (no consagrados para el mundo como un religioso/a). Es decir, el laico/a consagra pero no sacraliza el mundo, pues-to que tiene que respetar su momento de autonomía querido por Dios. 79 “No solo la vida del monje, también la vida del laico implica un distanciamiento radical e irre-ductible del mundo y de sus valores. Hay que afirmar sin equívocos que la vida del laico ha de estar sellada por una posición radicalmente trascendente respecto del mundo. Sólo así podrá divinizar desde dentro de sus mismas es-tructuras”. Joaquín Perea

En este sentido, la espiritualidad de encar-nación, y presencia transformadora debe ir acompañada de una radical libertad interior respecto del mundo. amor real y radical al mundo pero “no mundano” sin absolutizar el mundo. d) Espiritualidad tensional. La tensión entre amar y transformar el mundo sin “mundanizar” la vida refleja la cruz propia del laico. Además, cuanto más comprometido está un cristiano en el mun-do (por formar una familia cristiana en se-rio, por creerse la acción política de verdad, por empeñarse en la renovación de la Igle-sia), más se pone de manifiesto el elemen-to tensional. En cada dimensión secular hay una ambivalencia mundo/evangelio. El cristiano no puede dejar de preguntarse cómo vivir en la realidad cotidiana y sus ta-reas, y la experiencia del reino. Todo acomodamiento acrítico con el mundo y la vida en al Comunidad, una identifica-ción sin distancia ni contraste con el mun-do, una excesiva pasividad reflexiva y de comportamiento en el seno de la Iglesia supone una pérdida de identidad laical. Corresponde a los laicos realizar la síntesis existencial entre Evangelio y obligaciones diarias de la vida. En palabras que nos son familiares: unión fe y vida cotidiana. e) Espiritualidad desde una “conciencia unitaria”. Y para evitar errores del pasado el reto es hacer esta síntesis con una “conciencia cristiana unitaria”, es decir, ser capaz de vivir la doble pertenencia en unidad de conciencia. La herramienta espiritual es la contemplación en la acción: la mirada cris-tiana del mundo. Ser capaz de percibir los diferentes niveles y dimensiones del mundo sin reduccionismos científicos o intelectua-les y sin fundamentalismos religiosos. Vivir percibiendo radicalmente el misterio del mundo y del ser humano80.

80 Algunas condiciones conocidas, que no siem-pre desarrolladas para ello son: ◊ interioridad y radical espiritualidad (vida

guiada por el Espíritu). ◊ profundidad personal. ◊ MÍSTICA: percibir que en la vida cotidiana y

la realidad hay algo de trasciende a todo ello.

◊ Oración :sobre todo de alabanza ante la memoria del propio bautismo.

◊ Eucaristía: “Es tarea de los laicos dar testi-monio de la relación vital que existe entre la eucaristía y la acción en el mundo a favor

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Hay dos principios que unifican la identidad laical: - Pasión por el Reino: “La pasión sin

límites por el Reino es el principio de unificación de la conciencia cristiana del laico comprometido en el mundo” Joaquín Perea

- Comunitariedad: “Para ayudar a crear y sostener estas actitudes y comporta-mientos es preciso que existan comu-nidades cristianas evangelizadoras donde se vida el anuncio del compro-miso del anuncio al mundo y la expe-riencia comunitaria de la gracia y de la fe” (Joaquín Perea). La teología actual considera obligada la referencia comu-nitaria dado que es el marco de la ex-periencia de fe y de quien se recibe y alimenta la misión. El laico/a sólo en-tiende sus actuaciones desde la identi-ficación con su comunidad de referen-cia81. En este sentido también la con-ciencia de la necesidad de los demás82.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Cuáles de los rasgos de la espirituali-

dad laical llevamos mejor y cuáles pe-or?

2. ¿Me siento unificado o dividido? 3. Después de todo lo visto: ¿qué tal lai-

cos/as somos? 4. ¿QUÉ RETOS TENEMOS COMO

COMUNIDADES EN ESTE TEMA?

COMPLEMENTOS 1. Frases y textos para comentar

del desarrollo y la paz (Juan Pablo II, Solli-citudo rei socialis 48)

Saber interpretar los acontecimientos presentes desde el futuro anunciado y anticipado (para ello es necesario el contraste de la vida religiosa) 81 “Cuanto más profunda sea la pertenencia del laico a la comunidad eclesial, tanto más crecerá su compromiso evangelizador como respuesta al Dios que llama y envía. Viceversa, cuanto más auténtica sea la vida espiritual del laico, abierta simultáneamente a Dios y al mundo, tan-to más ayudará a construir la comunidad ecle-sial” (Joaquín Perea) 82 A nivel eclesiológico la espiritualidad laical no es autosuficiente, en el sentido de que necesita del ministerio ordenado (tema 6) y de la vida re-ligiosa (tema 7) para su desarrollo. Desde una Iglesia comunión de carismas y ministerios esto hay que tenerlo claro.

“La rica variedad de la Iglesia encuentra su ulterior manifestación dentro de cada uno de los estados de vida. Así, dentro del es-tado de vida laical se dan diversas “voca-ciones”, o sea, diversos caminos espiritua-les y apostólicos que afectan a cada uno de los fieles laicos. En el álveo de una voca-ción laical “común” florecen vocaciones lai-cales “particulares”. (...) A los fieles laicos, y también a los mismos sacerdotes, está abierta la posibilidad de profesar los conse-jos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia a través de los votos o las pro-mesas, conservando plenamente la propia condición laical o clerical.” (Chl 56) Los seglares deben asumir como su tarea propia la renovación del orden temporal; ... pertenece a ellos, mediante sus iniciativas y sin esperar pasivamente consignas y di-rectrices, penetrar del espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de su comunidad de vida. Que cada cual se examine para ver lo que ha hecho hasta aquí y lo que debe hacer to-davía. No basta recordar principios genera-les, manifestar propósitos, condenar injusti-cias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello no tendrá peso real sino va acompañado en cada hombre por unta toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de su acción efectiva. Resulta demasiado fácil echar so-bre los demás la responsabilidad de las presentes injusticias, si al mismo tiempo no nos damos cuenta de que todos somos también responsables, y que, por tanto la conversión personal es la primera exigen-cia. (...) cada uno debe determinar su respon-sabilidad y discernir en buena conciencia las actividades en las que deba participar. (OA 48-49, Pablo VI) “Por tanto, no se justifica ni la desespera-ción, ni el pesimismo, ni la pasividad. Aun-que con tristeza, conviene decir que, así como se puede pecar por egoísmo, por afán de ganancia exagerada y de poder, se puede faltar también – ante las urgentes necesidades de unas muchedumbres hun-didas en el subdesarrollo- por temor, inde-cisión y, en fondo por cobardía. Todos es-tamos llamados, más aún, obligados, a afrontar este tremendo desafío de la última década del segundo milenio. ... convencidos de la gravedad del momen-to presente y de la respectiva responsabili-dad individual, pongamos por obra – con el estilo personal y familiar de vida, con el uso

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de los bienes, con la participación como ciudadanos, con la colaboración en las de-cisiones económicas y políticas y con la propia actuación a nivel nacional e interna-cional – las medidas inspiradas en la soli-daridad y en el amor preferencial por los pobres.” (SRS 47, Juan Pablo II) Podemos leer las cartas más antiguas de personas no cristianas que comentan la vi-da de los primeros cristianos, y comentar lo que nos llame la atención:

El autor de la primera es Plinio el Joven que escribe ante un encargo del empe-rador por los años 111-113.

“Por otra parte, ellos afirmaban que toda su culpa y error consistía en reunirse en un día fijo antes del alba y cantar a coros al-ternativos un himno a Cristo como a un dios y en obligarse bajo juramento (sacra-mento) no ya a perpetrar delito alguno, an-tes a no cometer hurtos, fechorías o adulte-rios, a no faltar a la palabra dada, ni a ne-garse, en caso de que se lo pidan, a hacer un préstamo. Terminados los susodichos ritos, tienen por costumbre el separarse y el volverse a reunir para tomar alimento común e inocentemente. (...) Intenté por todos los medios arrancar la verdad, aun con la tortura, a dos esclavas que llamaban ministros. Pero no llegué a descubrir más que una superstición irracional y desmesu-rada.”

El texto más conocido es el de la Carta a Diogneto donde, hacia el año 200, un autor desconocido relata la vida de los cristianos:

“Los cristianos no se distinguen de los de-más hombres ni por el país, ni por el len-guaje, ni por la forma de vestir. No viven en ciudades que les sean propias, ni se sirven de ningún dialecto extraordinario; si género de vida no tiene nada de singular. Se distri-buyen por la ciudades griegas y bárbaras según el lote que les ha correspondido a cada uno; se conforman a las costumbres locales en cuestión de vestidos, de alimen-tación y de manera de vivir, al mismo tiem-po que manifiestan las leyes extraordina-rias y realmente paradójicas de su repúbli-ca espiritual. Cada uno reside en su propia patria, pero como extranjeros en un domicilio. Cumplen con todas sus obligaciones cívicas y sopor-tan todas las cargas como extranjeros. Cualquier tierra extraña es patria suya y cualquier patria es para ellos una tierra ex-traña. Se casan como todo el mundo, tie-nen hijos, pero no abandonan a los recién

nacidos. Comparten todos la misma mesa, pero no la misma cama. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes establecidas y su forma de vivir sobrepuja en perfección a las leyes. Aman a todos los hombres y todos les per-siguen. Se les desprecia y se les condena; se les mata y de este modo ellos consiguen la vida. Son pobres y enriquecen a un gran número. Les falta de todo y les sobran to-das las cosas. Se les desprecia y en ese desprecio ellos encuentran su gloria. Se les calumnia y así son justificados. Se les in-sulta y ellos bendicen (...) En una palabra, lo que el alma es en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma se extiende por todos los miembros del cuerpo como los cristianos por las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero sin ser del cuerpo, lo mismo que los cristianos habitan en el mundo, pero sin ser del mun-do (...). Tan noble es el puesto que Dios les ha asignado, que no les está permitido de-sertar del él.” “Si en el uso lingüístico eclesial todavía no se puede pasar sin el concepto de ‘laico’, eso puede ser una señal de que la ense-ñanza de la igualdad fundamental de todos los miembros de la Iglesia todavía no ha sido recibida por la conciencia del pueblo cristiano” M. Kaiser “La Iglesia santa, por voluntad de Dios, está organizada y dirigida con una diversi-dad admirable. En un solo cuerpo tenemos muchos miembros, pero todos lo miembros no hacen lo mismo. Así, muchos somos un solo cuerpo de Cristo, per cada uno es miembro de los demás (Rom 12, 4-5) El Pueblo elegido de Dios es, por tanto, uno: un solo señor, una sola fe, un solo bautismo (Ef 4,5). Los miembros tienen la misma dignidad pero su nuevo nacimiento en Cristo, la misma gracia de hijos, la mis-ma vocación a la perfección, una misma gracia, una misma fe, un amor sin divisio-nes. En la Iglesia y en Cristo, por tanto, no hay ninguna desigualdad por razones de raza o nacionalidad, de sexo o condición social, pues no hay judío ni griego; no hay siervo ni libre; no hay hombre ni mujer. En efecto, todos sois “uno” en Cristo Jesús (Gál 3, 28) Aunque en la Iglesia no todos vayan por el mismo camino, sin embargo todos están llamados a la santidad y les ha tocado en suerte la misma fe por la justicia de Dios.

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Aunque algunos por voluntad de Cristo se-na maestros, administradores de los minis-terios y pastores de los demás, sin embar-go existe entre todos una verdadera igual-dad en cuanto a la dignidad y la actividad común para todos los fieles en la construc-ción del Cuerpo de Cristo. La diferencia, en efecto, que estableció el Señor entre los ministros sagrados y el resto del Pueblo de Dios lleva consigo la unión, pues los Pasto-res y los demás fieles están unidos entre sí porque se necesitan mutuamente.” LG 32

2. “Laico” ¿un concepto a superar? Para reflexionar este punto una primera pregunta “ingenua”: ¿Por qué tiene que haber en la Iglesia estamentos diferencia-dos claramente? ¿Por qué tiene que haber un nombre distinto al de fiel cristiano para aquellos miembros del pueblo de Dios que no pertenecen al ministerio ordenado o son religiosos/as? Está ya muy claro que todos los fieles son en la Iglesia pueblo donde al-gunos ejercen un ministerio (otorgado me-diante ordenación) y los otros no ¿por qué todos estos tienen que reunirse en un gru-po estamental desde el que se defina una identidad común a todos ellos y diferencia-da de otros estados? Ya en el Concilio y crecientemente después se manifiesta entre los teólogos una sensi-bilidad contra el uso de la palabra laico. Hubo, de hecho, una corriente que pidió que desapareciera y que se sustituyera por fiel cristiano. Como podéis ver si os animáis a leer le evolución de esta palabra a lo largo de la historia de la Iglesia (Complemento 3) re-suena involuntariamente su sentido antirre-ligioso y peyorativo o negativo. ¿Quién es un laico? Para muchos la pregunta está, de entrada, mal planteada y no puede tener respuesta adecuada. Es como preguntar ¿Quién es el ciudadano como no funciona-rio? El intento de solución del Concilio fue tratar de dar un carácter positivo que justificara ese nombre y la consiguiente distribución de competencias. Para muchos este intento no marca ningu-na dogmática que pretenda “definir” norma-tiva y distintamente a los laicos desde esta vocación secular: es más bien una descrip-ción que expresa la realidad observable de la vida y acción de la mayoría de los fieles cristianos. Es por tanto un análisis existen-cial de la situación que se quiere recoger sin más. Queda claro que todos los ámbi-

tos y modos de vida humana pueden ser espacio de vocación cristiana, incluida la Iglesia. No supone una asignación de un lugar teológico exclusivo ni específico para los laicos. La misma idea del “carácter se-cular” es ambigua e imprecisa: - religiosos trabajando en escuelas, hos-

pitales, centros sociales - diáconos casados trabajando profesio-

nalmente como ministros ordenados - laicos, casados o no, trabajando es el

“espacio interior” de la iglesia - ministerios laicales Se hizo imposible una distribución de com-petencias clara y precisa en función de la separación tradicional “secular” vs “sagra-do” ¿Qué ocurre de fondo? Sencillamente que la nueva concepción de la Iglesia necesaria para el futuro tiende a superar la dicotomía de los tres estados de vida. Una teología de comunión y del Pueblo de Dios animada por el Espíritu recrea la unión radical de to-dos los cristianos desde la clave Comuni-dades/ministerios/carismas. La distinción en “estados” netamente diferentes queda relativizada, si no totalmente superada. Muchos teólogos actuales consideran ocio-so y retrógrado todo intento de dar a los laicos un contenido específico que los dis-tinga dogmáticamente o los defina con pre-cisión frente a los titulares del ministerio o frente a los religiosos/as. El termino laico debe quedar, en todo caso, como un con-cepto útil para diferenciarlo del clero o el religioso; pero todo intento de reunir a un grupo con un distintivo teológico que les diferencia claramente y que exceda de lo que es un miembro de la iglesia o que limi-te su potencial de vocación cristiana, está condenado a debates inútiles e infructuo-sos para la vida de la Iglesia. De hecho puede ser una cortapisa para frenar la co-rresponsabilidad de todos, el desarrollo de la radicalidad evangélica, en definitiva para la plena vocación de cada uno de noso-tros/as. Para superar esto se propone llevar a la conciencia general de la Iglesia la igualdad fundamental entre cristianos/as y confirmar-la con una praxis corresponsable y comuni-taria coherente: comunión que es efecto del amor del Espíritu Santo y que no nivela las muchas vocaciones y misiones posibles, sino que diferencia el don del Espíritu común a todos en la infinita variedad de los talentos personales para la construcción de

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la iglesia y de la misión. En esta línea lo fundamental es reavivar el don de Dios en todos nosotros/as y no tanto buscar fijar di-versos carismas individuales y sociales en un “estado” propio. Si los ministerios y pluralidad de vocacio-nes se insertan modestamente en la condi-ción cristiana común a todos los fieles, en la comunión de unos hermanos y hermanas igualitarios en la fe, y no buscan una posi-ción de status propio sino una cooperación corresponsable, todos los demás miembros de la Comunidad debiéramos reconocer y apoyar su responsabilidad última o su colo-rido vocacional y dar gracia a Dios por cada distinta vocación.

3. La idea del laico en la historia de la iglesia El término “laico”, en cuanto tal, no nace del ámbito cristiano, sino del lenguaje ci-vil83. Será el concepto laikós judío el que hará de puente para su introducción en el cristianismo. El AT distingue en alguna vez sacerdotes, profetas y “pueblo/laos” (gentes sencillas). Hablar de laos es hablar de la iglesia en su conjunto como Pueblo de Dios (sacerdocio real, linaje escogido, nación consagrada pueblo adquirido por Dios) (1Pe 2, 9). No hay en el NT distinción entre clero y laicos en cuanto grupos o estamentos claramente definidos en la iglesia. Como adjetivo (cris-tianos laicos) no figura en el NT porque to-dos los fieles son santos, elegidos, templos del ES, hermanos y hermanas. Es más: es evitado para que no suponga una diferen-ciación del Pueblo de Dios. Los creyentes en Jesús eran discípulos (sin distinción de categorías). Otras designacio-nes globales son “los llamados” o “elegi-dos”, “los santos”, “los creyentes”, y sobre todo, “los hermanos”. Los seguidores de Jesús son los consagrados a Dios por el bautismo y miembros de pleno derecho del pueblo de Dios (láos). En este sentido se utiliza “láos” no como pueblo en contrapo-sición a los dirigentes, sino a los no creyen-tes, a los no bautizados. La línea divisoria profano/sagrado no pasa por la comunidad sino que segrega a ésta frente al mundo increyente.

83 De Laos que en griego profano es “muche-dumbre del pueblo” y del adjetivo griego laos que en griego extrabíblico se designa origina-riamente como una cualidad de los objetos pro-fanos no designados al culto.

Los ministerios tampoco fijan términos que distingan a ministros sagrados y no minis-tros con nombres colectivos diferenciados (clero/laicos): sacerdote es sólo Cristo o toda la comunidad. (Heb 4, 14ss y 1 Pe) no a los titulares de ministerios. En literatura cristiana se utiliza por primera vez “laico” en la carta de Clemente 95-96 en referencia al modo judío de organización en la liturgia. Laikós es persona profana separada de lo religioso Como diferenciación intracristiana, en el siglo III Clemente de Alejandría habla de que presbíteros, diáconos y laicos tienen que tener una sola mujer. Por primera vez en el interior del lenguaje cristiano, laico es el que no es obispo, presbítero ni diácono. Ninguno de los tres grupos suponen con-ceptos rígidos contrapuestos o que mar-quen efectos significativos en tareas delimi-tación de campos. Los fieles participan ac-tivamente de la eucaristía y de funciones de gobierno de la comunidad. La palabra laico empieza a tomar consis-tencia cuando aparece la de “klerós” desig-nando un grupo reducido: los sujetos del ministerio. Pero tampoco supone más san-tidad, ni cualidad especial sino una función dentro del pueblo de Dios. Poco a poco se va generalizando el término laico como el no ministro, el no ordenado. Se van crean-do “ordos” (estados, órdenes) a semejanza del imperio romano que divide la sociedad en clases sociales o estados: grupos cerra-dos sobre sí mismos y separados de los demás. El asunto se complica al unir la idea de “es-tados de vida” con las ideas neoplatónicas que distingue ideas verdades inmutables y mundo de las ideas cambiantes (espíri-tu/materia; alma buena/cuerpo cárcel). La jerarquía va siendo reflejo del ordenamien-to divino y los ministros representación de Dios y de Cristo de especial validez. Son sacerdotes y se va sacralizando el ministe-rio ordenado como mediador y administra-dor de la gracia. El mundo (en sentido ne-gativo) va siendo asociado al laico. El edicto de Milán (313) pone fin a la era de los mártires y la Iglesia deja de estar per-seguida. Supone también el comienzo del entendimiento entre iglesia e imperio lo que culminará con el histórico giro constantinia-no (381). Hasta entonces el mártir daba una visión muy positiva de muchos laicos que optaron por el Evangelio. Con Cons-tantino la Iglesia adquiere condición de so-ciedad pública de derecho divino y los re-

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presentantes públicos un lugar de honor social, privilegios y tareas de gobierno tam-bién del estado. Los fieles y el clero dejan de mirar juntos en la misma dirección para mirarse mutua-mente y discutir su relación, lo que debilita la misión y el espíritu evangelizador. La contraposición pueblo no-pueblo cambia por la de pueblo-dirigentes y el laico se va definiendo en sentido negativo: no clero. Desde entonces su definición e identidad dependerá del concepto de clero. Va desapareciendo el término “hermano” para la relación de los miembros de la igle-sia y como “confrates” sólo se autodesig-nan entre sí los portadores del ministerio (obispos y clérigos) y los miembros de la comunidad monástica. Ambos grupos se van a convertir en los representantes de la vida eclesial. El concepto de Pueblo de Dios deja de tener contenido bíblico teoló-gico y ya no expresa la totalidad da la Igle-sia en unión y fraternidad; sino con signifi-cado sociológico para la gente sencilla, que no es ministro ordenado. La jerarquía no era pueblo. San Agustín planteará su teoría de los tres “órdenes” eclesiales contrapuestas: pasto-res, monjes y laicos. Esto supondrá, además de la definición por la vía negativa del laico (el que no es...), la ruptura de la comunión esencial. Lógicamente el laico deja de asumir responsabilidades, de parti-cipar activamente en la iglesia. Todo esto unido a que la formación teológica se con-centra en el clero y el monje (son letrados “que saben latín”). Los laicos se configuran como no sabios ni letrados. Desde el V la dinámica de afirmación negativa se va repi-tiendo: si los clérigos llegan vestido propio y desde finales del VI se afirma el celibato, el laico es el que no vive eso. Los movimientos de reacción que darán cuerpo a la vida religiosa son en gran me-dida laicales en sus comienzos (siglo III San Antonio se retira al desierto de Egipto para llevar una vida de ermitaño). Suponen una reacción contra la clericalización y ante las conversiones en masa tras el Edicto de Milán. Hay una clara intención de vocación laical plena. Se reunían en comunidad para practicar los consejos de vida que Jesús daba a los discípulos (consejos evangéli-cos) y consagrar su vida a Dios. Frente a los ministros ligados a funciones eclesiales el monje encuentra su identidad en una forma de vida: salir del mundo y vivir para el Reino que no es de este mundo. Clero y

monje se distinguían claramente: uno con-sagrado para el sacro servicio y el otro por la renuncia personal al mundo. Para la comunión eclesial y las comunida-des tuvo grandes consecuencias que el monacato dejara las comunidades las que participaban habitualmente los fieles y se separa de ellas. Por un lado suponía para la Iglesia una gran riqueza y significatividad pero, por otro, los laicos se fueron definien-do en contraposición a los monjes y, perte-necientes al mundo, tenían que cuidar de los negocios mundanos que eran vistos en sentido negativo. A esto se unión la progre-siva vinculación de los monjes al ministerio eclesial. La vida monástica atrae al clero. Se acuña la idea de que los sujetos del mi-nisterio debían tener la virtud de los monjes y entregarse a Dios. Monjes y presbíteros se van fusionando. El monacato pierde su carácter de movimiento laical. Van coinci-diendo los requisitos del ministerio con el ideal monástico. Algunas consecuencias son: - Tensión interna (en el pueblo de Dios)

entre sacerdotes y monjes (hombres espirituales) por un lado, y los laicos del mundo (carnales) por otro.

- Los simples creyentes no pueden atender servicios litúrgicos, ni entregar-se a Dios pues tienen el “corazón divi-dido”. No se puede servir a dos seño-res sin dividirse.

- Los monjes viven con más perfección y santidad.

- El modelo de vida cristiana es el no compromiso con el mundo: santifica-ción por huida del mundo.

- Ya no es la pertenencia a la comunidad cristiana, caracterizada por la fe en Jesús, lo que determina la condición cristiana sino la pertenencia a un esta-do determinado.

- Lo específicamente cristiano y la iglesia se asocia a un grupo. La Iglesia es el clero, sobre todo el clero-monje.

En la Edad Media se consolida la espiritua-lidad “fuga mundi” basada en el menospre-cio a lo terreno. Clérigos y monjes son los cristianos auténticos y la perfección en re-lación con el mayor desapego de los bienes terrestres. El estado laical queda como una concesión a la debilidad humana: se ocu-pan de las cosas del mundo que no valen y que ensucian (no santidad). El matrimonio es sagrado pero desde la ley del celibato

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de Gregorio VII es una “imperfección” pues la plenitud es el clérigo. A pesar de todo lo dicho, sólo se llegó a una neta contraposición teológica y política entre el clero (sujeto) y los laicos (objeto) con la reforma gregoriana del XI. Los laicos protagonistas son los nobles, príncipes y reyes que buscaban emanciparse de la tu-tela del clero y ocupar puestos importantes en la Iglesia. Estos laicos ejercían una gran influencia a través del “derecho eclesiástico propio”: el laico tenía pleno poder directivo sobre su clero. Los templos eran propiedad de los señores y celebraban para él. El rey llegó a tener poder decisivo en el nombra-miento de obispos (les entregaba anillo y báculo como signo de jurisdicción y recibía juramento de fidelidad). Estamos en una época de un “mundo cristiano y confesio-nal”. Los emperadores germánicos (otones) llegaron a nombrar y deponer papas. El rey es el ungido, representante de Dios es, “vi-carius Christi” sobre la tierra. Gregorio VII (1073-1085) era un monje del monasterio reformado de Cluny, cuya re-fundación (909) consistió en una adscrip-ción a Roma: ningún rey, ni obispo, ningún príncipe secular debía tener influencia en la comunidad de monjes. Gregorio trasladó ese programa a toda la iglesia: libertad de los monasterios del poder civil y de los in-flujos no papales. Consecuencia directa de ello será la dependencia de las iglesias lo-cales sólo de Roma y vinculación absoluta a ella. Entre sus luchas la que nos interesa aquí es su oposición a la “investidura de los lai-cos”: práctica de que obispos y presbíteros fueran nombrados por emperadores, reyes, señores. El objetivo es eliminar todo influjo de los laicos en la iglesia. Esto supone un poder absoluto de jurisdicción del obispo de Roma sobre toda la iglesia. Se extiende que la iglesia no es de los laicos y sólo de los eclesiásticos. Bonifacio VIII (1294-1303) desarrolla la “teoría de las dos espadas”: Cristo entregó al Papa la espada espiritual y la temporal: la primera la detenta el Papa y la segunda se la presta o delega a los príncipes que ejercen su poder en repre-sentación del Papa y que puede quitársela y disponer de ella en cualquier momento. Dicho en sus palabras “someterse al papa romano es para todos los hombres absolu-tamente necesario para la salvación”. Se produce una especie de teocracia que im-pide la autonomía de la realidad temporal, del estado y su correcta laicidad y neutrali-dad en materia religiosa.

Y por si fuera poco en 1296 emite la bula “Clerecis laicos” donde se sostiene explíci-tamente que los laicos son hostiles a los clérigos. El concepto de comunión no sólo ha desaparecido sino que se postula una especie de “lucha de clases”. Para el tema que nos atañe es importante saber que “ministerios laicos” eran las tareas de go-bierno de los príncipes, las responsabilida-des político-sociales en el marco feudal. Eran por tanto peligrosos y debían evitarse a toda costa. Hubo movimientos laicales entendidos co-mo intentos de salir de la inferioridad e indi-ferencia pasiva que vivían. Surgían conti-nuamente desde inquietudes puramente religiosas y no, en principio, en oposición al clero: pero la estructura les llevaba, bien a clericalizarse, bien a enfrentarse al clero. Algunos se van uniendo a los movimientos de emancipación también social, cultural, profesional,... Hay un auge y valoración de las profesiones: profesión como la realiza-ción de la vocación al reino de Dios; el tra-bajo desde la clave de autorrealización en Dios. Se empieza a aceptar por primera fe el término “laico religioso” quien busca ar-monizar su ámbito profesional y familiar con las exigencias del evangelio. También va cuajando una nueva idea: lo que cuenta no es el “orden” o “estado”, sino la rectitud y santidad personal. Surgen mo-vimiento laicales de pobreza desde los si-glos XI y XII. Pero la historia se repite una vez más: bien entraban en conflicto radical con la jerarquía y se separaron de ella, o bien se sumaron a la vida religiosa. Un ejemplo son los cátaros (“los puros”) que entendía la sucesión apostólica como sucesión del estilo de vida, no en clave sa-cramental y mucho menos jurídica. El clero consideró que hacían cosas que no corres-pondían a los laicos, o sin mandato eclesial (como predicar), o que cuestionaban la au-toridad para predicar auténticamente de quienes no eran pobres/espirituales como ellos. Del conflicto surge la idea del laico como “preso del mundo” que no puede predicar pues vive según la carne y no po-see el Espíritu (sólo los miembros del or-den). Hay que señalar también que muchos de estos grupos no pasaban los tests te-ológicos mínimos por falta de formación. Los que no rompieron se hicieron órdenes mendicantes: mantuvieron la comunión eclesial haciéndose frailes. Otros intentos serios de salir de la margina-lidad en la EM son las “confraternitates”,

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posteriores cofradías. Y cabe señalar el significativo movimiento femenino de las “beguinas”: mujeres pudientes que se re-unieron para vivir juntas, practicando la castidad y la pobreza y dedicándose al cui-dado de los enfermos, pero sin querer con-vertirse en monjas. Intentaban desarrollar su vocación laical como forma de vida al-ternativa pero era mal vista y se tuvieron que vincular a terceras órdenes francisca-nas y dominicanas. Hay en la EM también un voluntariado lai-co: atención a peregrinos pobres que pa-san por Europa, laicos agrupados en fra-ternidades... Se multiplican hospederías, hospitales, casas de acogida para atender pobres, ancianos, enfermos, marginados. Lamentablemente obtuvieron infinidad de donaciones, poder etc. y se fueron situando al margen de las iglesias locales y de la ju-risdicción del obispo. Se habla entonces de “iglesias paralelas”. En la práctica rompie-ron la comunión y murieron de éxito. Repi-tieron errores de relación con el mundo del clero. En el Renacimiento surge el individuo como sujeto activo del desarrollo histórico y polí-tico y los impulsos humanistas. En ese con-texto el primer intento de inculturación o adaptación a los tiempos lo representa Lu-tero. La reforma comienza como una reac-ción ante la superioridad de los clérigos pa-ra con los laicos. Se quiere subrayar la igualdad fundamental de todos los bautiza-do y recuperar el Evangelio. Pero debido a la dinámica de confrontación, Lutero pasó de nuevo del límite y rompió la comunión al afirmar que “sólo la escritura” es vinculante (cuestionamiento de la tradición y el magis-terio), al no reconocer el ministerio orde-nado (sacramentalidad) y asociarlo sólo a diferencias funcionales,... Curiosamente terminó en manos de los príncipes. La “guerra fría” eclesial termina señalando lo que nos separa de los hermanos reforma-dos: reafirmación de la jerarquía y del clero y la iglesia como sociedad perfecta. A pesar de todo, va calando ciertos aires humanistas: visión optimista del hombre y el mundo, importancia de la transformación y construcción social. Surgen corrientes de espiritualidad para laicos (no espiritualidad laical) impulsadas por congregaciones, di-rección espiritual para laicos, se subraya un cristianismo exigente, se fomentan expre-siones de religiosidad popular y evangeli-zación. Estos impulsos apenas cuajaron debido al contexto todavía de contrarrefor-ma.

En el siglo XIX se desarrollan los procesos de secularización y laicismo. El cisma en esta ocasión es entre fe y cultura. La reli-gión pasa a ser un asunto privado y no de-be determinar la vida pública. Bajo el lide-razgo de la ilustración y racionalismo hay corrientes anticlericales que no son contra-rrestados lógicamente (dado su estado de pasividad y no responsabilidad) por laicos. Nacerán las primeras organizaciones mo-dernas de seglares fruto de su propia inicia-tiva y animadas por la jerarquía. Su objetivo es competir con corrientes socialistas y li-berales para restaurar la república cristia-na. La dinámica es de frentes (movimientos laicales como escudo de defensa de la iglesia frente a fuerzas enemigas), de ce-rrazón, y de subculturalidad (el catolicismo como un bloque social autosuficiente). La idea de la división funcional de tareas también llega a la Iglesia: el mundo para los laicos; lo eclesial para el clero. Esto provocará conflictos continuos con la jerar-quía. El papa León XIII condenará las ideas de libertad, democracia, decisión personal de conciencia y organización activa del mundo. Cuando el papa Pío IX cayó en la cuenta de la escasa eficacia de sus intervenciones personales, del aislamiento de la Santa Sede y del inicio del desmoronamiento del poder temporal de la Iglesia, consideró que la defensa de la Iglesia y la oposición práctica a los males del siglo sólo podía hacerse por medio de la promoción de fuerzas católicas que, desde dentro de la nueva sociedad, actuaran según los valo-res y las directrices proclamadas por la je-rarquía eclesiástica. Eran los católicos lai-cos los primeros y más inmediatos coope-radores de la reanimación religiosa ante lo que se venía encima. Se están sembrando los primeros pasos de lo que se llamará la Acción Católica. Está surgiendo un orga-nismo de laicos organizados, sostenido por la Santa Sede, que trabajarán en los me-dios más agresivos o distantes de la Igle-sia. En el siglo XX, con Pío X, surgen las “obras sociales” desde la clave de preservar de los ataques del mundo lo que quedaba de cris-tiandad al abrigo de las instituciones confe-sionales. Curiosamente se aplica el término laico para aquellas instituciones que no tie-nen que ver con la iglesia, “escuela laica” y que son anticlericales. Laicos activos eran apremiantemente deseados pero siempre actuando por envío del clero. Las iniciativas

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de obras laicales tenía que tener como pre-sidente un miembro de la jerarquía. Pío X exigió la incorporación de todas las asocia-ciones católicas a la naciente Acción Cató-lica, también las que trabajaban en ámbitos no eclesiales. Era fundamental preparar a sacerdotes consagrados al estudio de los problemas sociales para ponerse al frente de las obras. Los intentos de autonomía en ámbitos políticos, sociales y económicos llevaban a conflictos permanentes lai-cos/jerarquía. Será Pío XI quien dé unos estatutos y re-conocimiento eclesial a la Acción Católica (1922) concediendo mayor espacio de ac-tuación a los laicos. Este apostolado de los laicos se considerará como “participación de los laicos en el apostolado de la jerarqu-ía” dado que sólo hay un apostolado que es el que dio Cristo a obispos y Papa: más allá de ese límite delegan en los laicos el poder que se les ha concedido para que cristiani-cen el mundo de parte de los Papas. Su acción no está fundamentada en el bautis-mo lo que supone la estricta subordinación a la jerarquía. El laico es un “auxiliar” que llega y es testigo donde la jerarquía no puede. Se consolida la Acción Católica como un brazo de la jerarquía en el mundo. De to-das formas supone un paso clave para la plena reincorporación de los laicos dado que tienen una misión fundamental en la iglesia. Y, eso sí, apartados de tareas mi-nisteriales internas.

La AC se desarrolló en movimientos espe-cializados JOC (obreros) ; JAC, JEC, JIC masculinas y femeninas (juveniles) y de adultos. Impulsan ideas claves como el método ver-juzgar-actuar; la presencia y el testimonio laical; compromiso con las reali-dades temporales, la necesidad de relación laicos/clero. Pío XII sustituirá el término participación por cooperación. Una de las intenciones es separar más radicalmente la idea de que los laicos participan del poder y autoridad que les es propio lo que podía dar lugar a confusiones ministeriales internas (laicos a lo temporal; clero a lo espiritual). Esto se romperá con las experiencias de sacerdo-tes obreros y cuestionará la claridad que se intentaba. Se da pie también a la idea de “laicos militantes” (los de la Acción Católi-ca), como si los seglares funcionaran a dos velocidades (laicos comprometidos y so-ciológicos). El 25 de enero de 1959, Juan XXIII anunció la intención de convocar un Concilio ecuménico. Según sus propias palabras “el primer anuncio del Concilio fue como la menuda semilla que echamos a la tierra con ánimo y mano trémula”. Es ahora, des-pués del susto y confusión inicial, cuando empezamos a ver los enormes frutos que puede llegar a dar aquella semilla si impul-samos y desarrollamos sus grandes intui-ciones. Respecto a lo que es la identidad laical, el cambio cualitativo se ha resumido en este tema.

B.6. LOS MINISTERIOS 6.1. Ministerios en la comunidad

En el tema 4 señalamos que la Iglesia es una comunidad congregada por el Espíritu y estructurada a través de los diferentes ca-rismas. Es este tema vamos a ver que la Comunidad se estructura a partir de unos carismas al servicio de la comunidad que llamamos ministerios84.

84 Es preciso avisar que el término ministerio no tiene un carácter exclusivamente intraeclesial. Los religiosos cuando hablan de su servicio al mundo lo describen como “nuestro ministerio”. También, cuando Jesús hace público su anuncio del Reino y comienza su misión se dice que co-mienza su ministerio. Hemos hablado ya de te-mas como la misión, el carisma y la triple di-mensión del ministerio de Jesús para el mundo. En este tema vamos a desarrollar la idea de los

“El Espíritu Santo reparte gracias especia-les entre los fieles de cualquier estado o condición y distribuye su dones a cada uno según quiere. Con estos dones hace que estén preparados y dispuestos a asumir ta-reas o ministerios que contribuyen a reno-var y construir más y más la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común” (LG12) Tenemos aquí las tres primeras ideas cla-ves sobre el tema: ◊ Es el Espíritu es quien nos regala a ca-

da uno/a diferentes dones. ◊ Algunos de esos dones capacitan para

asumir ministerios.

ministerios en el seno de la comunidad cristiana y a su servicio.

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◊ Los ministerios son para la renovación y construcción de la Iglesia y para el bien común.

Si algo quedó muy claro en el Concilio es que la misión del fiel cristiano supone tam-bién que los bautizados deben desempeñar un papel activo dentro de la Iglesia85. Históricamente, la Comunidad ha discerni-do e instituido los ministerios que conside-raba oportunos en función de tiempos, ne-cesidades, lugares, o circunstancias. Así ocurre con el surgimiento de los primeros diáconos y es muy ilustrativo el motivo de su aparición86. 85 “Los laicos tienen un específico papel activo en la vida y la acción de la Iglesia. Dentro de las comunidades de la Iglesia” (AA10) “Los laicos están llamados todos, como miem-bros vivos, a contribuir al crecimiento y santifi-cación incesante de la Iglesia con todas sus fuerzas” (LG33) 86 Por entonces, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea; decían que en el suministro diario descuidaban a sus viudas. Los apóstoles convocaron el pleno de los discípulos y les dijeron: - No está bien que nosotros des-atendamos el mensaje de Dios por servir a la mesa. Por tanto, escoged entre vosotros a siete hombres de buena fama, dotados de espíritu y habilidad, y los encargaremos de ese ministerio; nosotros nos dedicaremos a la oración y al ser-vicio del mensaje. La propuesta les pareció bien a todos, y eligieron a Esteban, hombre dotado

La base es el bautismo pero éste no crea automáticamente ministros o ministerios. No todos han de tener un ministerio. Su origen no está sin más en la misión y res-ponsabilidad que tiene todo laico/a en razón de su bautismo y confirmación. Tam-poco ocupan, la mayoría, un lugar deriva-do, delegado, prestado sino propio, genui-no. Van en la propia vocación, misión y es-piritualidad de algunos miembros de la Comunidad. No estamos hablado ahora de los ministerios ordenados. Un ministerio está asociado a un determi-nado grupo de tareas que es transferido por un acto de transmisión de dicho minis-terio. Es preciso un llamamiento de la Igle-sia para que el carisma propio reciba el se-llo efectivo de ministerio comunitario. Con esa oficialidad manifiesta la comunidad cristiana públicamente (normalmente a través de, o mediante la confirmación de sus responsables) que son un servicio ne-cesario para el bien común en un momento histórico concreto en vistas a una necesi-dad de la comunidad. Los ministerios son el punto de unión entre carisma individual y el reconocimiento comunitario de su necesi-dad para el bien común87. En definitiva, el Espíritu derrama los caris-mas con vistas a la utilidad común, los cua-les en el momento en que se concretan de forma pública y estable al servicio de la comunidad, se convierten en ministerios. Evidentemente si hablamos de ministerios que no reciben el sacramento del orden, estamos hablando de ministerios laicales o también llamados instituidos88.

de fe y Espíritu Santo; a Felipe,... De los presen-taron a los apóstoles y ellos, imponiéndoles las manos, oraron. (Hechos 6, -6) 87 Por tanto, al hablar de ministerios no nos refe-rimos a los servicios ocasionales y espontáneos, expresión del servicio de todos a la comunidad. Estos servicio son signo de la libertad e impulso del Espíritu que con sus carismas rejuvenece y edifica la Iglesia. Es el llamamiento de la comu-nidad lo que convierte el carisma personal en ministerio eclesial. Lo que se quiere decir es que no basta el carisma que puede existir como ser-vicio libre hacia la comunidad; es preciso el re-conocimiento público comunitario para una tarea cualificada. 88 “Los laicos también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio a la comunidad eclesial, para su cre-cimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles” Pablo VI E.N. nº 73

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Citamos como ejemplo los campos en los que en el tiempo del Concilio se habla al referirse éste a ministerios: ministerios para la celebraciones de la fe (litúrgicos); minis-terios misioneros; ministerios de educación en la fe; ministerios de evangelización; mi-nisterios de animación de comunidades; ministerios pastorales.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Qué dones he recibido para el servicio

de los demás: mis cualidades que más ayudan al crecimiento de los demás y al proyecto del Reino?

2. ¿Cuál es mi papel activo y el de nues-tra Comunidad dentro de la Iglesia, de las Escuelas Pías y de la Diócesis?

6.2. Discernir los ministerios cla-ves para la Comunidad

“También en la construcción de la Iglesia existe una diversidad de miembros y fun-ciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los minis-terios distribuye sus diferentes dones para el bien de la Iglesia” (LG7) Aunque esta frase recoge ideas ya comen-tadas, quiero destacar la expresión “nece-sidades de los ministerios”. Desde el mis-mo Jesús y las primeras comunidades, y en cualquier grupo humano, existen algunos ministerios claves sin los que la comunidad no puede crecer o avanzar en la fidelidad a su misión. Veamos esto más claramente en el siguiente párrafo: “La comunidad cristiana, desde el principio, debe formarse de modo que, en la medida de los posible, sea capaz de proveer por sí misma a sus necesidades. (...) Para la im-plantación de la Iglesia y el crecimiento de la comunidad cristiana son necesarios va-rios ministerios, que, suscitados por voca-ción divina de la misma congregación de los fieles, deben ser fomentados y cultiva-dos por todos” (AG15) La invitación a las Comunidades a elegir de entre sus miembros a las personas que puedan desarrollar los ministerios necesa-rios para el crecimiento de la comunidad es clara. También, la llamada a que todos fo-mentemos y cultivemos estos ministerios. El teólogo Congar definió algunos rasgos de estos ministerios claves para la comuni-dad: que sean vitales para la organización de la comunidad; que tengan una amplia duración en el tiempo de la persona; que

supongan un grado de responsabilidad y compromiso significativo; y de que tengan algún tipo de simbolización (no necesaria-mente sacramental) que les den dimensión de envío. Y todo ello sin saltarse la dimen-sión carismática de los miembros de la co-munidad, es decir, que las personas que van a ejercer cada ministerio haya sido agraciado con los dones necesarios para llevarlo a cabo con eficacia.

Un último elemento a tener en cuenta, tanto para la comunidad como para los ministros laicales. Los portadores de ministerios lai-cales no deben confundirse sin más con liberados de la comunidad, deben ser valo-rados como cristianos/as que asumen res-ponsabilidades significativas en el seno de la comunidad (sin menospreciar obviamen-te la importancia de un liberado en una rea-lidad eclesial a otro nivel) . No son princi-palmente asalariados que cumplen una función, sino servidores de la comunidad elegidos por Jesús a través de ésta89.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Cuáles son los ministerios claves para

nuestra comunidad en este momento? 2. ¿Cómo afrontamos, por ejemplo, la ca-

tequesis de los niños/as de nuestra Comunidad?

89 Aunque en la práctica pueda ser difícil dife-renciar un liberado (por ejemplo un administrati-vo del obispado) de un ministro para la cateque-sis infantil enviado por la Comunidad, lo que su-pone a nivel de signo, de implicación para la persona y de edificación de la comunidad es ra-dicalmente distinto (como siempre sin caer en valoraciones de superioridad e inferioridad o de niveles distintos de dignidad cristiana).

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6.3. Ministerio pastoral laical El Concilio da pie a desarrollar el ministerio pastoral laical cuando “se encomienda a los laicos algunas funciones que están estre-chamente unidas a las tareas de los pasto-res”. Hablamos de ministerio pastoral laical cuando se elige a algunos miembros de la comunidad para una corresponsabilización de cristianos no ordenados en las tareas del ministerio ordenado; en la dirección y animación pastoral de la comunidad. No son una prolongación del ministerio or-denado, ni la culminación de la vocación de todo bautizado a la que haya que tender. No ejercen funciones delegadas del minis-terio ordenado cuando no está90. No se sit-úan en la base la de pirámide jerárquica como las órdenes menores. Según el CIC los laicos pueden recibir mi-nisterios en cada una de las tres grandes funciones pastorales (enseñanza / predica-ción, santificación, animación/gobierno) o en alguna por separado (la asunción inte-gral y unitaria de las tres cosas representa el ministerio pastoral conferido en la orde-nación). De hecho, salvo aquellas labores para los que se exige expresamente la re-cepción de la ordenación sacramental, to-dos los demás pueden ser transmitidos a los laicos. Pero llegados a este punto, no podemos olvidar que la Iglesia ha considerado como fundamental y fundante la elección por Jesús de algunas personas para que asu-mieran el liderazgo en la continuidad de su misión y mensaje en las comunidades. Esto se irá configurando en lo que en la actuali-dad es el Ministerio Pastoral Ordenado (Obispos y presbíteros).

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Qué papel pueden jugar los ministros

laicos? ¿Qué servicios en aras al cre-cimiento comunitario vemos como más necesarios?

2. ¿Cómo valoramos la presencia de es-tos en la Comunidad?

90 Suele ocurrir que como todas las tareas de animación pastoral se fueron concentrando en manos del clero se malinterpreta al pensar que este tipo de ministerios se da sólo por falta de curas, o que el laico se “clericaliza”, cuando en realidad es una habilitación que está en la voca-ción cristiana de algunos bautizados.

6.4. Ministerio ordenado91 Todos los ministerios se distinguen por su relación a dos polos: sacramentos del bau-tismo/ confirmación, y sacramento del or-den. Los ministerios laicales se fundamen-tan teológicamente desde el bautismo fun-damentalmente y, secundariamente, desde el envío eclesial/comunitario. Pero hay unos ministerios que junto a la fundamen-tación bautismal, que es la más decisiva y fundante de todas, lo hacen desde el sa-cramento del Orden. Si ya en los puntos anteriores quedaba cor-ta la dimensión funcional a la hora de en-tender los ministerios, para el caso de los ordenados mucho más. Para entender la base teológica de éstos el simple reparto cartesiano de tareas y funciones es total-mente insuficiente. Nos estamos acercando a la dimensión sacramental de la iglesia. Según el Concilio la diferencia entre minis-terios laicales y ordenados no es de grado sino de esencia, es decir cualitativa92. La expresión quiere decir que el ministro orde-

91 Al hablar de ministerio ordenado vamos a re-ferirnos básicamente al del sacerdocio ministe-rial (curas). Pero hay que decir que se considera la plenitud de este ministerio la figura del Obis-po, y que también se incluye la vocación al dia-conado permanente. Esta cita hace alusión a esta última figura. Los diáconos permanentes aseguran un servicio particular en la comunidad y para el mundo en el marco de la liturgia y del anuncio de la palabra. Tiene su propia consistencia ya sea en el ámbito de la caridad, como de ciertas funciones espiri-tuales (acompañamiento a jóvenes, vida asocia-tiva,...) Es enviado formalmente por el obispo, pero no en la línea de las labores pastorales de presidencia y animación comunitaria. Son sig-nos vivos del Evangelio que actúan de manera oficial en nombre de la iglesia servidora. Es por ello que para los que van a ser sacerdotes es un paso previo que remarca su condición de servi-dores pero no un escalón sin más al presbitera-do. El diaconado permanente es un ministerio propio no una etapa de transición al sacerdocio. En síntesis es una ordenación no cara al sacer-docio sino al del ministerio (diakonía de la litur-gia, la palabra y la caridad LG 29). No es un grado inferior sino el previo a todos: servicio 92 Supuso, sin duda, una de las afirmaciones más controvertidas que parecía romper la igual-dad fundamental de todos los fieles. Ha dado también lugar a recepciones de esta frase en la línea de agudizar estamentos y reafirmar la su-perioridad del clero. Leído desde el espíritu y la teología de comunión del Concilio el asunto no va por ahí.

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nado no es un supercristiano, tampoco que es superior porque participa más del minis-terio triple de Jesús, ni mucho menos que sustituya a Jesús, o que el ordenado sea otro Cristo. Lo que se quiere decir es que tiene una participación propia en el sacer-docio único de Jesús. Su diferencia de esencia es por estar situado en un plano o dimensión distinta, no subordina una a otro (el sacerdocio universal de todos los bauti-zados al ministerial o viceversa)93. Es necesario significar a Jesús tanto como principio activo de todo encuentro entre Dios y el ser humano (sacerdocio ministe-rial), como en cuanto encuentro efectuado y cumplido (sacerdocio bautismal). Los dos sacramentos señalados significan a Jesús bajo dos aspectos distintos94. La diferencia entre laicos (también los que ejercen ministerios) y ministros ordenados es de orden sacramental antes que jurídi-co, es decir, en el nivel de signo y su direc-ción Dios ser humano, de lo que repre-sentan para la comunidad: significan reali-dades diversas. El sacramento del orden existe para recor-darnos de modo permanente y vinculante que la acción salvadora no procede de un acuerdo entre nosotros (por muy alto que sea), ni de nuestra capacidad de convencer a las personas, sino de Jesús que está presente actuando entre nosotros en el Espíritu95. Son ministerios totalmente com-plementarios y de ningún modo antitéti-cos96. 93 Así como los ministerios laicales no derivan del orden sino del bautismo, los ordenados tie-nen su propio carácter que no deriva del sacer-docio común de los fieles. 94 El sacerdocio ministerial representa a Jesús que actúa para salvar al mundo, toma la iniciati-va de cumplir el designio del padre de ser ins-trumento realizador de la salvación. Cristo autor y cabeza que guía. Trasciende a todos los miembros. El sacerdocio bautismal significa a Jesús en cuanto que ha cumplido ya en noso-tros su obra de salvación: Cristo plenitud de vida resucitada: Cristo acabamiento y recapitulación de cuanto en él ha sido salvado. Presencia rea-lizada y consumada. Está presente en todos los miembros. 95 Los primeros discípulos tratan de reflejar esto por ejemplo al elegir al sustituto de Judas en el apostolado. No son ellos los que deben elegir para ese ministerio sino Dios, ¿cómo manifestar esto? Conocemos el relato: Matías es elegido tras echarlo a suertes (Hech 1, 12-26) 96 Es curioso como a veces se ve y entiende la complementariedad en cuanto a repartirse tare-

El ministerio ordenado se presenta como actualización sacramental de la acción sal-vadora de Dios en Jesucristo para la edifi-cación de la comunidad. Ciertamente ejer-ce una autoridad y un poder pero desde la misma clave que Jesús: el servicio. Es ac-tualización del poder de Jesús entendido como servicio y entrega de Jesús a su Igle-sia: lavando los pies a sus discípulos. Los ministros ordenados están al servicio de la comunidad, no frente a ella o por encima de ella. La comunidad tiene como misión también recordar, en clave de madurez cristiana, esto a sus ministros. Por todo ello, el sacramento del orden es-tructura también la Iglesia desde Jesús. Hace que la actualización del servicio sal-vador de Cristo estructure eficazmente a la comunidad. En coherencia con esta idea derivarán sus tareas y funciones dentro de la Comunidad. El ministro no queda referi-do al altar o la misa exclusivamente sino a la comunidad en su conjunto, a su anima-ción, a su unidad y a su misión. Organizati-vamente debe estar donde la comunidad estructure o institucionalice la función de animación de la vida comunitaria. Si no es así se producen graves disfunciones y, lo que es peor, se manifiesta una falta de comprensión del papel del ministerio orde-nado en la comunidad97. La Comunidad necesita del ministerio de la presidencia de la eucaristía, del ministerio de unidad y del de animación evangélica al servicio del crecimiento de todos los demás carismas y ministerios. En algunas ocasio- as entre laicos y curas pero no en cuanto a sig-nificar cosas distintas: servicio humano que acti-va el don recibido y presencia real actuante en la comunidad a través del Espíritu de Jesús. 97 Su misión de ser transparencia del Jesús acti-vo en la comunidad y de servir de un modo es-pecial a la triple misión de Jesús: profeta (anun-ciar el evangelio), guiarlos a la unidad (oficio pastoral, gobernar), transmitirles la salvación de su parte (sacerdote), hace que los ministros de la comunidad deben estar en su lugar teológico y estructural adecuado. Si no, pueden quedar bien como “brujos de la tribu” que aparecen en momentos muy concretos (para hacer la “magia” solemos decir), pero desligados de la vida y animación comunitaria; (esto llevará a una con-secuencia grave hoy en día: la escisión entre sacramentalidad (curas) y pastoral (laicos), que traerá consecuencias negativas para la anima-ción comunitaria). O bien que la comunión entre comunidades y ministerios no de desarrolle adecuadamente, lo que echaría por tierra nues-tro intento de validar nuestra apuesta de peque-ñas comunidades eclesialmente.

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nes un principio implícito al analizar los mi-nisterios necesarios para la comunidad es entender que no hace falta curas en la co-munidad98. En conclusión de este punto, una comuni-dad no puede ser plena y auténticamente sacramento del Señor si no tiene los dos registros de significación sacramental: el del sacerdocio ministerial y el del sacerdo-cio bautismal. Una Iglesia sin sacerdocio ministerial es una Iglesia que se autoconsti-tuye como Iglesia: terminará por negar el principio trascendente que la constituye y tomará la orientación de la ruptura de la comunión o de la “mundanización”.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Nombramos diáconos permanentes? 2. ¿Cómo valoramos el ministerio orde-

nado? ¿Vemos la necesidad desde lo que significa sacramentalmente?

3. ¿Qué lugar en la estructura de nuestra Comunidad deben ocupar los ministros pastorales ordenados?. ¿Y los laica-les?

6.4. Sacramentalidad99 “La experiencia más hermosa que tenemos a nuestro alcance es el misterio... la certe-za de que existe algo que no podemos al-canzar” (A. Einstein) Entre nosotros, hijos/as de nuestra cultura, es fácil que entendamos rápidamente la dimensión funcional del trabajo de alguien: ¿qué tareas hace?, ¿para qué sirve que esté aquí? Un poco más difícil, aunque to-davía llegamos, se nos hace valorar la di-mensión simbólica de la vida y de las per-

98 Un reparto de tareas tal y como se harían en una organización política sería suficiente. En una organización de iglesia bastaría con colocar un equipo de seglares para ejercer las labores del ministro ordenado. Aunque desde el punto de vista de la actividad y de la funcionalidad aquel equipo actuara mejor que el cura, desde el punto de vista de la significación sacramental sería nulo. Y ello por la sencilla razón de que la distribución, el ejercicio y la relación entre las funciones de la Iglesia, no proceden de una de-cisión arbitraria puramente, ni de un acto jurídico por el que se establecieran tareas, ni de una vo-tación en una asamblea. Si fuera así, el don de Dios, que sobrepuja e invierte nuestras expecta-tivas, se mediría por nuestras necesidades y no podría ir más allá de ellas. 99 Sacramento es la traducción latina de myste-rion.

sonas. La comprensión simbólica no valora las cosas sólo por su utilidad sino también por lo que significan, transparentan, por las huellas de otras cosas que descubren o in-sinúan.

Lo que ya nos resulta realmente complica-do es captar y valorar la dimensión sacra-mental de las personas, de la realidad y de la Iglesia. A veces ante esta dimensión de-cimos “no me dice nada”, “no la veo”. La persona es sacramento de Dios, Cristo es el máximo e irrepetible sacramento del Pa-dre. La iglesia tiene un estructura sacra-mental por la presencia de Jesús en ella y la promesa de no abandonarla. Jesús está realmente presente entre nosotros, muy especialmente en la eucaristía Evidentemente cada uno de los sacramen-tos de la estructura sacramental de la Igle-sia conllevan un montón de símbolos y terminan afectando a tareas y acciones concretas (que tienen que ser coherentes con lo que se manifiesta en cada sacra-mento), pero lo esencial no podemos per-derlo.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Cómo vivimos la dimensión sacra-

mental en nuestra vida? 2. ¿Superamos el nivel funcional y el

simbólico? 3. ¿QUÉ RETOS TENEMOS COMO

COMUNIDADES EN ESTE TEMA?

COMPLEMENTOS 1. Frases y textos para comentar ¿Por qué no abandono la Iglesia? ¿Porque todavía tiene arreglo? ¿Porque desde su interior se puede trabajar en su transforma-ción? ¡No, por Dios! ¡Que ella no me aban-done a mí! ¡Que no me deje a mis luces, a mis fuerzas, a mi iniciativa! ¿Qué haría con mis culpas sin la solidaridad en el perdón que vivo en ella? ¿Qué haría con mis temo-res sin la solidaridad en la esperanza en que me baña? ¿Dónde mejor que en ella

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puedo hacer realidad la fraternidad univer-sal a la que aspiro? (J. Martín Velasco) “Es que he recibido informes, hermanos míos, por la gente de Cloe, de que hay dis-cordias entre vosotros. Me refiero a eso que cada uno por vuestro lado andáis di-ciendo: “Yo estoy con Pablo, yo con Apolo, yo con Pedro, yo con Cristo”. (1Cor 1, 11-13) “Hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad en la misión.” “Cristo es el único sacerdote: la iglesia toda es sacerdotal; todo bautizado participa de dicho sacerdocio; algunos son ordenados para el sacerdocio ministerial.” (J. Perea)

2. ¿Por qué no mujeres en el minis-terio ordenado? Es importante conocer los argumentos ofi-ciales que impiden el acceso de la mujer al ministerio ordenado especialmente al sa-cerdocio ministerial. Los señalaremos con un breve comentario para la reflexión: En primer obstáculo es que se piensa que un cambio en este tema podría provocar una división dentro del catolicismo. Se podría agudizar la polarización y el enfren-tamiento, ya que el consenso en esta mate-ria está muy lejos de ser una realidad en la Iglesia. Es más, hay oposiciones muy fuer-tes también desde al ámbito femenino. No se puede trivializar esta preocupación porque la Iglesia ha aprendido a lo largo de la historia las consecuencias de las divisio-nes y rupturas internas, pero convendría analizar las repercusiones que tiene no arriesgarse en este tema para el rostro de la Iglesia en el mundo, para el avance de la teología de la igualdad fundamental de to-dos los cristianos, para el desarrollo de la mujer en la iglesia,... El segundo argumento es la tradición inin-terrumpida de la Iglesia desde el co-mienzo hasta el presente en este tema. Se reconoce que no hay una “evidencia inmediata” en el ejemplo de Jesús al res-pecto y que se lee el Evangelio a la luz de la tradición eclesial y además, dotando a ésta de carácter normativo y vinculante. ¿No habría que hacer al revés? Leer la tra-dición eclesial a la luz de los criterios evangélicos y las consecuencias de la pro-puesta de Jesús. Es más, la decisión sobre si una tradición de siglos es normativa o no, no es de mandato divino sino que es res-ponsabilidad de la Iglesia: hasta ahora ha sido así ¿tiene que seguirlo siendo? Res-

ponder a esto es decisión histórica. La igle-sia podría llegar a la conclusión de que guarda mejor su fidelidad a Jesús en su in-tención fundamental si cambia la praxis an-terior. El tercer argumento es la conducta de Jesús. Jesús no llamó a ninguna mujer en-tre los apóstoles. Parece al Magisterio de la Iglesia que tiene que haber unas razones más profundas que las puramente históri-cas que avalen esta conducta. Habría que decir que los dos documentos eclesiales que hacen alusión al tema no mencionan estas hipotéticas razones. De todas formas hay un consenso entre los mejores teólogos/as en que los Doce re-presentan un simbolismo muy concreto: el intento inicial de Jesús de recrear las doce tribus de Israel con doce nuevos patriarcas. En primer lugar, este intento fracasó y de hecho quedó superado al abrirse Jesús y el cristianismo al paganismo. Empeñarse en mantenerlo va en contra de la conducta global de Jesús al respecto. Es por ello que la Iglesia primitiva apenas le prestó aten-ción al tema y no continuó esa conducta (mantener el símbolo de los Doce). Supone por otro lago un salto infundado asociar ésta intención simbólica de Jesús con las funciones de dirección de la comunidad a través de la institución del sacramento del Orden. Además, si se quisiera ser fiel, fun-damentalistamente hablando, ¿no reflejaría mejor la Iglesia la conducta de Jesús man-teniendo la sucesión apostólica, no sólo con hombres, sino con doce y de raza jud-ía? Por último señalar que Pablo no fue elegido por Jesús y la Iglesia lo aceptó por apóstol y que hay tradiciones que nos hablan de la existencia de apóstoles feme-ninas. En este punto habría que reflexionar, en clave crítica, sobre las consecuencias y limitaciones de la propia cultura de la época a la hora de recoger la vida de Jesús y la primitiva Iglesia, y seleccionar unos hechos que terminan conformando los evangelios. El último argumento100 que señalamos es el del simbolismo cristológico. Se conside- 100 Se podría haber citado un quinto argumento que, aunque carece de fuerza teológica, supone un obstáculo añadido debido a su peso a la hora de explicar de modo simbólico/analógico el tipo de relación entre Jesús y la Iglesia. Nos referi-mos a la imagen de la Iglesia como esposa de Cristo. Si Jesús es el Esposo y la Iglesia la Es-posa: ¿cómo los representantes encargados de manifestar la acción de Jesús con su esposa van a ser mujeres?. Aunque resulta un argu-mento un tanto grotesco, tiene más peso en el

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ra que, dado que el ministro ordenado act-úa en representación de Jesús, habría una “similitud natural” ministro-Jesús si la ejerce un hombre. En caso contrario difícilmente se vería en el ministro la imagen de Jesús. Es el de más calado. Hay que señalar al respecto que en ningún pasaje de la Escritura se da a entender que la condición de varón sea teológicamente decisiva para actuar en su nombre. De nuevo se comete una extrapolación dudosa desde el plano cristológico al plano estruc-tural al destacar como necesaria la condi-ción masculina del ministro eclesial para expresar sacramentalmente la acción de Cristo como cabeza de la Iglesia. Tomada en serio la cuestión abría que exigir, de nuevo, que los sacerdotes fueran judíos, por ejemplo, como Jesús. Porque debiera estar claro que el ministro ordenado no es otro Jesucristo. Tratar de confundir o identi-ficar un símbolo con lo que simboliza es un grave error. Y dicho esto: ¿realmente en la cultura actual y en la dinámica eclesial pro-vocaría tanto problema una representación en nombre de Jesús femenina? La res-puesta no está clara. Lo que interesa destacar es que el motivo decisivo de no variar en este punto es que el Magisterio cree que la Iglesia no puede decidir, en conciencia, en este punto por-que es un tema de mandato divino101. También porque la Iglesia tiene un origen en Jesús e histórico y no sólo es un acon-tecimiento carismático (en la historia de la Iglesia esta polémica ha sido constante, por ejemplo contra los gnósticos). Es decir, el Magisterio no varía en este punto tratando de ser fiel a Jesús, y en este aspecto hay que decir que de eso se trata. De todas formar hay que señalar que la doctrina al respecto no está considerada inflalible (co-sa que era deseada por algunos). Seguramente lo más importante es tomar conciencia, en primer lugar, de la importan-cia decisiva y la necesidad del ministerio pastoral ordenado en la comunidad. En es-te punto se produce una contradicción de-ntro de la iglesia: Jesús elige a unas perso-nas para una labor clave en la estructura de la iglesia y la Iglesia regula las condicio-nes de acceso a esa labor de tal modo que el objetivo final corre peligro de no poder inconsciente de muchos dirigentes eclesiales de lo que pudiera parecer. 101 “declaro que la Iglesia no tiene en modo al-guno la facultad de conferir la ordenación sacer-dotal a las mujeres” AAS 86

cumplirse. Las comunidades no cuentan con ministros ordenados y se van acos-tumbrando a eso de “la falta de curas”102. Lo que casi seguro no tenía Jesús en la cabeza era la forma de estructurar lo que ha ido consolidándose como el sacramento del Orden. En segundo lugar, será funda-mental el avance comunitario en la nueva concepción eclesial para que vayan sur-giendo, primeramente, ministras laicales, y en un futuro no muy lejano diáconas per-manentes103.

3. La mujer en el movimiento de Jesús y en el cristianismo misionero En “Del movimiento de Jesús a la iglesia primitiva” Rafael Aguirre (pág.193-20).

102 En este sentido se ve en el requisito del celi-bato una condición de acceso conveniente (An-teponer en el servicio a la comunidad por enci-ma de todo). Pero está claro que si la vida y las necesidades comunitarias lo exigieran podría cambiarse este requisito tardío en el seno de la iglesia. De hecho está el recurso de los “viri pro-bati”: cristianos casados que se hayan acredita-do durante años en la familia, en la comunidad y en la opción por los pobres, pueden ser ordena-dos sacerdotes. Eso sí, por ahora varones. 103 En todo momento el Magisterio habla de la imposibilidad del sacerdocio femenino pero esta dificultad se aplica a todo el sacramento del Or-den. Defender que, partiendo de la igualdad bautismal, por razón de sexo la mujer no pueda recibir uno de los sacramentos de la Iglesia (con lo que esto supone), o acceder a uno se los ser-vicios claves de la comunidad resulta difícilmen-te sostenible. Es por eso que sería un paso de-cisivo la existencia del diaconisas en la comuni-dad. En este punto y dada la identidad diaconal de servicio, ¿no sería María una figura que en-carnaría a la perfección este servicio, y por tan-to, porque una mujer? (sobre el diácono perma-nente, ver nota 9)

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B.7. EL CAMINAR CONJUNTO LAICOS Y RELIGIO-SOS

7.1. Nuestra apuesta: por el ca-mino más difícil... pero el más

apasionante A estas alturas de temario parece innece-sario recordar que tras el Concilio Vaticano II las diferentes realidades eclesiales se en-frentaron a un gran reto: la adecuada re-cepción y recreación de las estructuras eclesiales. Las intuiciones del Concilio (Pueblo de Dios, comunión, comunidad, misión, pobres,...) debían dar origen a una organización visible que encarnara lo que el Espíritu pedía a la Iglesia. El desafío era tremendo y las dificultades del proceso enormes. Reorientar una dinámica y autocomprensión eclesial de si-glos no resulta nada sencillo en ninguna organización. Hubo, sin duda, enormes pri-sas en algunos sectores y tremendas inge-nuidades. Muchos cristianos/as se quema-ron en el empeño por exceso de volunta-rismo. Otros impulsos recrearon las diná-micas de tensión interna que conducían al fracaso en el intento de renovar la Iglesia, o en el peor de los casos a la automargina-ción o ruptura de la comunión eclesial. Sin duda hubo y hay múltiples recepciones, no ingenuas o condenadas al fracaso, sino contrarias al espíritu del Concilio y, desde luego, ajenas a la dinámica de los tiempos. Corrientes restauracionistas, integristas y fundamentalistas no sólo existen de religio-nes ajenas al catolicismo sino que merode-an entre nosotros también. Curiosamente muchos de estos tipos de movimientos go-zan de fortaleza y logran ser portavoces o espejo de la Iglesia ante el mundo, siendo significativos para personas interesadas por ser fieles a su vocación cristiana. Otro impulso postconciliar sería el que no supone un cambio sustancial en la dinámi-ca histórica eclesial. No es que vaya en contra del Concilio pero, dado que éste mostró múltiples ambigüedades y mezcla de tendencias, se pueden renovar ciertas formas de hacer iglesia a todos los niveles (pastoral, evangelizador, misionero, minis-terial, litúrgico,...) sin llevar a plenitud el giro que la teología del Concilio imprimió en sus documentos. Corre el grave peligro de ser radicalmente cuestionado por la cultura y

necesidades del mundo actual y no dar los frutos que se esperan. Hay, sin duda, otro camino. Consiste en dar un salto cualitativo en la manera de hacer Iglesia y llevar hasta sus últimas conse-cuencias lo que suponen las afirmaciones del Concilio y de la reflexión teológica pos-terior. Éste es un camino a largo plazo, lle-no de peligros e incomprensión en muchos casos, complejo y plagado de dificultades pero, seguramente, el que podría dar las claves de una recreación y renovación de la Iglesia en el próximo milenio. Evidente-mente estamos hablando del enfoque de pequeñas comunidades formando una Co-munidad (geográfica, en torno a un caris-ma, de ideario, parroquial,...) en comunión con el resto de Comunidades y con la Igle-sia universal. Pero para que el salto sea más apasionante con otro reto: que sean comunidades que reflejen en su seno la pluralidad y riqueza vocacional (ministerial y carismática incluidas) del Pueblo de Dios; Comunidades que se estructuren desde la dinámica ministerial y carismática. Formas pequeñas comunidades de religio-sos, o de presbíteros, o de laicos por sepa-rado no aporta ninguna novedad en la his-toria de la iglesia. El reto es que cristianos de todo tipo, con opciones vocacionales di-versas, representando estados de vida dife-rentes formen una auténtica Comunidad cristiana. Es lo que solemos llamar de un modo un tanto vago realidades mixtas. Y, ¿por qué es tan complicado?. Es complica-do tanto para los religiosos, escolapios en nuestro caso, como para los laicos: en aquellos supone cambiar una dinámica de más de 400 años dentro de una Orden; el horizonte de una refundación de una Orden es tarea compleja. Afectando a todos, hay que reflexionar a varios niveles lo que su-pone compartir un carisma desde dos esta-dos de vida; también sobre el tipo de rela-ción a mantener entre las dos vocaciones y desde la nueva clave, desde la pluralidad vocacional que pueda surgir; supone difi-cultades de entender eso de la doble per-tenencia, las realidades mixtas, las obras compartidas; hay que descubrir cómo nos enriquecemos mutuamente; supone com-plicaciones jurídicas y organizativas; el pro-ceso personal (psicológico, físico, de pro-ceso espiritual) está lleno de dificultades; el

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camino es nuevo por lo que el futuro no está garantizado sino lleno de incertidum-bres;... A priori sería más fácil y sencillo otro tipo de camino. Pensar por ejemplo que hemos nacido del tronco de los religiosos pero que como “laicos” tenemos que crear nuestro propio tronco diferenciado aunque algunas ramas se toquen o haya algunas cosas en común. Sería para todos más simple a nivel mental y organizativo; evitaría miedos co-mo que podemos ser “absorbidos” por los religiosos y viceversa, o que podemos per-der nuestra identidad laical. También los religiosos podrían pensar que estamos en el mismo tronco pero que somos una rama de apoyo para ciertas tareas de su misión, de hecho el esfuerzo habría que concen-trarlo en sacar vocaciones religiosas y no tanto en desarrollar y acompañar todo tipo de vocaciones. Otra posibilidad sería que-rer seguir alimentándonos de la espirituali-dad del Carisma pero desligados de la Or-den, pudiendo llegar a crear algo nuevo, pero separado, dentro de lo que se suele llamar la familia calasancia. Lo realmente difícil es el caminar conjunto en la línea que se va haciendo hasta ahora por parte de todos/as pero, ¿acaso no es el camino más apasionante?, ¿acaso el más esperanzador y lleno de riqueza?, ¿acaso es que más fruto puede dar?, ¿acaso el que nos está pidiendo hoy el Espíritu?,...

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Cómo valoramos el camino conjunto

con los escolapios desde las nuevas claves de iglesia (Comunidad, ministe-rios, carismas)? ¿Qué nos preocupa o nos da miedo?

2. ¿Estamos ilusionados y/o apasionados por la novedad que estamos viviendo juntos, por lo que supone en la historia de la Iglesia?

3. ¿Cómo vemos el futuro?

7.2. ¿Es casualidad? Una cosa es cierta, hemos nacido acompa-ñados de los religiosos escolapios. En pri-mer lugar esto supone una gran suerte. Tras el Concilio, ¿desde que ámbito de iglesia se podría hacer la recepción más fiel, pero a la vez la más atrevida y arries-gada? La respuesta es que, por su propia identidad, será en el seno de la vida religio-sa donde aparezca la apuesta por el surgi-

miento de las pequeñas comunidades y por la reactivación radical del Pueblo de Dios. No es casualidad que fuera en América La-tina donde el movimiento de comunidades de base o populares agarrara fuerza. No es casualidad que naciera desde la vida reli-giosa y en lugares donde los pobres son la inmensa mayoría. Tampoco es casualidad que la vida religiosa asentada en Europa ensayara numerosas iniciativas en esa línea (la vida religiosa, en gran medida, no tiene un ámbito geográfico delimitado sino internacional y universal). Y no es casuali-dad que la renovación audaz de los proce-sos pastorales y vocacionales surgiera en el interior de una Orden religiosa dedicada a la educación de los niños y jóvenes. En este punto la pregunta decisiva es: ¿qué valor, teológico, histórico, eclesial,... concedemos al hecho de nuestro nacimien-to al calor de los escolapios?. Si la raíz de nuestro nacimiento no está en 1991 sino unos siglos atrás y queremos insertarnos eclesialmente junto con los religiosos el tema de nuevo se complica. Participar de una Fraternidad Escolapia que opta por el caminar conjunto, supone un grado de identificación mínimo con la opción por los niños pobres y el interés por la promoción humana desde la educación para la trans-formación de la sociedad y de la iglesia. Esta identificación se puede realizar con mucha fuerza desde la vivencia de los mínimos de pertenencia y desarrollo pleno de mi vocación laical. Supone que desde mi ser cristiano habitual y cotidiano me siento participando de una Misión compar-tida; supone ver con naturalidad, o mejor dicho con entusiasmo, que otras personas de la comunidad quieran participar de un modo más directo de esa misión; supone también ilusionarse con los propios proyec-tos que la Comunidad pueda emprender por sí misma e identificarse aunque uno no participe;... Desde esta sensibilidad mínima hacia la misión compartida o propia, no debería haber ningún problema de identificación con la Comunidad o con el caminar conjun-to. Es más, genera una enorme riqueza y matices cristianos que llenan de color nues-tra propio seguimiento y crecimiento voca-cional. Los problemas reales de las peque-ñas comunidades podrían ir por otros de-rroteros.

Para reflexionar y comentar entre todos/as:

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1. ¿Qué valor y significado damos a haber nacido junto a los escolapios?

2. ¿Descubrimos lo que esto supone de riqueza o pesan más las dificultades del camino?

7.3. Peligros del modelo de pe-queñas comunidades

Para la reflexión sobre este punto hemos entresacado las principales críticas y rece-los que se vierten sobre las pequeñas co-munidades. Son, sin duda, posibles debili-dades de las mismas y habrá que tenerlas muy en cuenta a la hora de nuestro creci-miento y trabajo evangelizador, transfor-mador y educativo. De algunas de ellas es-taremos lejos, de otras más cerca. Parcialidad del modelo eclesial. Olvidar algún elemento esencial de la vivencia eclesial: la Palabra y lectura constante del evangelio, la conversión y crecimiento per-manente, la fe o la espiritualidad, la centra-lidad de las celebraciones comunitarias es-pecialmente la eucaristía, los carismas, la necesidad del ministerio y los ministe-rios... Esto nos hace caer, según los críti-cos, en un reduccionismo en nuestro ser iglesia y en el seguimiento cristianos (o bien nos olvidamos del espíritu y caemos en un seguimiento de Jesús meramente ético; o bien nos hacemos espirituales y se nos olvida la referencia a Jesús; o...) Olvido de la dimensión sacramental. Es-pecialmente puede ser un punto débil del modelo comunitario marginar el elemento sacramental y su centralidad en la vida de la Comunidad derivando hacia concepcio-nes puramente sociológicas. Temas como la autoridad, el poder, los ministerios, los conflictos, la pluralidad vocacional y, de fondo, el modo de entender cómo el Dios de Jesús se hace presente y nos une en el Espíritu resultan problemáticos. Falta de sentido global. Las comunidades tienen dificultades para que el encuentro con la comunidad de la Iglesia las haga universales y abiertas. Las dificultades de comunión son retroalimentadas con el ex-ceso de crítica que vierten hacia el resto de la iglesia (hipercrítica). Hasta tal punto puede darse esto que, de facto, se van constituyendo como iglesia paralela. Dificultades de relación entre el elemen-to institucional y el carismático. Se pre-senta éste como nivelador del institucional pero la sana tensión que se genera entre ambos, pueda hacer desvalorar el elemen-to institucional. En concreto estamos

hablando de no entender el papel que jue-ga el ministerio pastoral ordenado y cuál es su ubicación adecuada en la Comunidad. Esta preferencia por lo carismático está fa-vorecida por la cultura anti-institucional que se vive actualmente. No contribución a la unidad y construc-ción de la Iglesia local. Muchas veces, aun no mostrando ningún tipo de belige-rancia eclesial, no hay una implicación en la construcción de la Diócesis en la que se enmarcan. Ello favorece la disgregación o dispersión de la Diócesis en multitud de grupos que se apartan de la unidad o que prescinden de ella. Las tareas, encuentros, retos y llamadas diocesanas suenan como lejanas o que no interpelan ni afectan a la comunidad. Falta de sentido de comunión. Muy rela-cionado con lo anterior, se puede general un espíritu de ghetto en las comunidades, lo que provoca la desconexión con la igle-sia diocesana y con su Obispo Desorganización, impaciencia e incons-tancia. Las comunidades crecen sin gene-ral ninguna organización u horizonte claro hacia el que caminar. Se emplean grandes esfuerzos en momentos puntuales pero no llega a cuajar una realidad eclesial de futu-ro. A veces por precipitación y por querer obtener resultados a corto plazo. Otras ve-ces, la implicación de los principales prota-gonistas decae y con ella, las comunida-des. La desvalorización o falta de com-prensión de la importancia del elemento institucional que se vive hoy en día aumen-te este peligro también. Falta de formación. Para el logro de cris-tianos maduros en la Iglesia se requieren procesos continuos de formación. La gene-ración de sentidos y capacidades comunita-rias y de comunión no se logra sin proce-sos formativos. La formación va ayudando también a la maduración de motivaciones, a la capacidad de reflexión teológica y de discernimiento. Autosuficiencia y autoalimentación. Hay una despreocupación por las necesidades del entorno y las preocupaciones se redu-cen a la necesidad de autoabastecerse. También pueden caer en cierto narcisismo grupal por falta de contraste con el exterior. En este punto lo más grave es cuando la comunidad no es comunidad cristiana evangelizadora con sus elementos de mi-sión, profetismo, contraste, crítica, dina-mismo personal,... sino comunidades “estu-fa” o terapéuticas, donde lo que prima es

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satisfacer ciertos deseos, necesidades u objetivos en clave personal. Maniqueismo eclesial. Si se piensa que el modelo por el que apuestan es el único válido y éste no puede integrar a todas las personas cercanas a él, se puede producir cierto maniqueísmo eclesial y autoconcep-ción elitista de las personas que se integran en la iglesia a través de este modelo. Es muy diferente afirmar la necesidad y rique-za de este modelo, que concebirlo como únicamente válido. Espíritu de “txoko”. La identificación con la Comunidad global se hace dificultosa y ésta se confunde con la de cada pequeña comunidad. Una cosa es que cada comuni-dad tenga que ser la referencia vital cristia-na y otra que la identificación se reduzca a las personas de mi comunidad, o con las que me llevo bien, o las que fueron de mi “quinta”,... Psicologización de la fe cristiana. Las pequeña comunidad puede ser un lugar donde la fe cumpla necesidades psicológi-cas y privadas y poco más. La espirituali-dad y seguimiento cristiano ayuda a todo ello (una vez más hay que remarcar que potencia el desarrollo personal), pero el evangelio no puede reducirse a ello. El fin de la pequeña comunidad es la fidelidad al Dios de Jesús y a su proyecto del Reino, lo demás viene por añadidura. Invertir estos términos diluye el contenido y praxis trans-formadora de la fe. Integración acrítica en la sociedad. Una Comunidad tiene que estar inserta e incul-turada en el mundo. Hemos insistido en va-rias ocasiones en ello. Pero en su relación con la sociedad tiene que saber mantener una distancia crítica y realizar signos de ello (tensión constitutiva de la vida del cris-tiano). Unas comunidades que simplemen-te cubran lagunas y problemas que ésta sociedad tiene en beneficio de sus miem-bros (e indirectamente por tanto de la so-ciedad establecida), lo cual no esta nada mal, olvidan un elemento clave sin el que difícilmente se pueden identificar con lo cristiano: inculturación sí, pero significativi-dad también.

Para reflexionar y comentar entre todos/as: 1. ¿Cuáles de estos y otros peligros te-

nemos más como Comunidad de pe-queñas comunidades?

2. ¿Somos conscientes de lo que pode-mos aportar o estamos llamados a rea-

lizar en la Escuela Pías y en la Dióce-sis?

3. ¿Cómo impulsar nuestro modelo o to-mar mayor conciencia de él?

4. ¿QUÉ RETOS TENEMOS COMO COMUNIDADES EN ESTE TEMA?

COMPLEMENTOS 1. Procesos en el caminar conjunto El proceso en la Escuela Pías El documento “El Laicado en las Escuelas Pías” emanado del último Capítulo General de la Orden en Julio de 1997 “nace del convencimiento de que el Espíritu de Jesús y el Carisma del fundador, José de Cala-sanz, han de ser vividos en cada época de modos diversos, y de que, en la actualidad, el Señor va llamando a muchos laicos a participar del carisma, la espiritualidad, y la misión de la Orden.”104. Una de las motivaciones que están en el origen del documento es “dar respuesta a todos aquellos laicos que preguntan por el proyecto de las Escuelas Pías en relación con ellos”. Y entre las finalidades se indi-can: “Señalar caminos hacia la integración de los laicos en el carisma de las Escuelas Pías, de tal manera que se encuentren en ella, en íntima colaboración y participando del mismo carisma, el laico escolapio junto con el religioso escolapio.”. También se citan cuatro criterios funda-mentales que tienen las Escuelas Pías en relación al tema de los laicos: “a) El deseo de abrirse a los laicos que de alguna manera se sientan llamados a vivir su espiritualidad y misión o a participar de su carisma. b) La oferta de diversas modalidades de participación en el mismo, diseñando un amplio abanico de posibilidades. c) La propuesta, como punto de llegada, aunque fuera sólo para algunos de un mo-do de ser laico escolapio que le configure de una manera especial. d) La voluntad de que los laicos conserven su propia identidad laical.”. En el mismo documento se señalan cuál ha sido el proceso recorrido hasta la fecha de aprobación del documento. - En el Capítulo General Especial, cele-

brado en 1967-69, se aprueba un “De- 104 Documento del Capítulo General: “El laicado en las Escuelas Pías” Roma, julio 1999.

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creto sobre la relación de nuestra or-den con los laicos”105.

- En 1983 se aprecia un salto cualitativo en la carta que el entonces Padre Ge-neral, Ángel Ruiz, dirige a toda la Or-den. En ella se dice que el carisma es-colapio no es de los escolapio sino del Pueblo de Dios. Un regalo para la humanidad y la Iglesia entera106.

- Y junto con esta nueva concepción, se ofrece una mediación concreta para explicitar esto. Nace la idea de las “Comunidades Eclesiales Calasan-cias”107.

- En 1988 la Congregación General pidió “proceder con gradualidad en la inte-gración de los seglares y mentalizar antes para los cambios que deben ope-rarse en la realidad. Obrar de tal modo que la prevención y el miedo sean sus-tituidos por el deseo activo de crear

105 En pleno nacimiento del concepto de iglesia como Pueblo de Dios, el máximo órgano rector de la Orden aborda por primera vez el tema de los laicos. El documento manifiesta su deseo de mantener con los laicos “relaciones llenas de espíritu evangélico y eclesial”. Se centra en ma-estros y profesores laicos de los colegios, y pi-den sean considerados como “hermanos y co-operadores que la divina providencia nos ha concedido”. Su preocupación es la buena prepa-ración formativo – espiritual de los profesores y maestros. 106 “El carisma escolapio no es de los escola-pios. No es propiedad de la Orden. Es del Pue-blo de Dios. Y en éste habrá y hay personas, de ambos sexos y de todas las edades, además de los escolapios, que tengan el carisma a la voca-ción evangelizadora de los jóvenes. Si esto fue-ra así, esas personas participarían del carisma calasancio.” Esto significa la apertura de la Or-den a un nivel mucho más allá que los laicos como colaboradores o personas que nos ayu-dan y trabajan en las obras. Supone abrirse a la idea de una posible integración y participación carismática. 107 En ellas se da un primer perfil de lo que sería un laico escolapio y es el embrión o base de lo que después serán las “Fraternidades Seglares Escolapias” (es ese momento sin contenido jurí-dico todavía). Se insta a todos los Superiores a favorecer el nacimiento de dichas comunidades. Con ello el camino quedaba abierto y el norte apuntado. Lo que faltaba es recorrido y proce-sos. También progresiva asimilación de este vi-raje sin retorno por parte de los religiosos. En 1987, el Consejo de Superiores Mayores, pide avanzar en este camino, y favorecerlo, traba-jando en el cambio de mentalidad de los religio-sos para que lo puedan aceptar.

“escolapios seglares” al lado y en es-trecha colaboración con los escolapios religiosos”. Términos como graduali-dad, cambios que deben operarse,... aportan más bases firmes y realismo al proceso.

- Y así llegamos al Capítulo de 1997. Aunque la máxima vinculación jurídica posible actualmente es muy limitada todavía108, en el documento se señala que “la reflexión y la vida se desarrollan con mucha mayor rapidez de lo que está plasmado en la legislación”. Se ofrecen los tres cuatro modos de per-tenencia ya conocidos afirmando que esta pertenencia podría ser individual y también comunitaria. Se observa que estas experiencias, si van madurando y asimilándose, pudieran conllevar en un futuro cambios jurídico-institucionales significativos109.

- El documento termina aludiendo a que este caminar conjunto con los laicos es una “opción institucional irreversible.”

Desde entonces se han sucedido diferentes experiencias, muchas de las cuales tene-mos la suerte de vivirlas muy cerca en la provincia de Vasconia. Para terminar este repaso podemos citar: - Aparición del documento sobre la “Cla-

rificación de la identidad del religioso y laico escolapios”. Como se indicó en el tema 3, en él se recibe con esperanza y gozo la posibilidad de hacer comu-nión y Comunidad junto con los laicos. También, se lee teológicamente a la luz de los signos de los tiempos y como una nueva “virtualidad” del Carisma, que no había aparecido hasta ahora de este modo110.

108 A un nivel grupal/comunitario es la Fraterni-dad Escolapia; y a un nivel individual, aparece en las Reglas nº 222 la figura del “agregado” que supone la aceptación en las comunidades religiosas de un laico varón. 109 “El próximo capítulo, después de una eva-luación, podrá fijarlas en un estatuto que se de-berá aprobar”. 110 A este respecto y como se cita textualmente en el Documento,... “Un apunte histórico. Es cierto que fundadas las escuelas por Calasanz y durante el período en que fue Congregación se-cular aprobada verbalmente por el papa Cle-mente VIII, bastantes laicos colaboraron en el ministerio calasancio, perteneciendo o no a la comunidad secular reunida para ejercer dicho ministerio. Y es cierto también que, después de fundar la Orden de las Escuelas Pías, hubo un

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- La petición por parte del General a Vasconia e Itaka, Lurberri,... de una co-laboración y apoyo al proyecto de Boli-via. Quizás todavía no hemos llegado a tomar conciencia de la importancia que esto tiene.

- La aprobación por la Orden del “Estatu-to del escolapio laico” para su aplica-ción en Vasconia.

- La próxima aprobación de un Directorio para Laicos a nivel de toda la Orden.

- ...

Proceso desde la Comunidad ITAKA/ Fraternidad Escolapia Las comunidades de Itaka/Fraternidad Es-colapia hemos ido descubriendo nuestra identidad, junto a otras cosas, en el caris-ma escolapio y en nuestro caminar conjun-to con la Orden de las Escuelas Pías. Al-

laico, Ventura Serafellini, que siguió colaboran-do en las escuelas de la Orden, con contrato de por vida, extendido y firmado por el mismo fun-dador. Son episodios que superan lo anecdótico porque al realizarse durante la vida del Funda-dor y ser él mismo el protagonista de los mis-mos, dar a conocer mejor su pensamiento”. Te-ológicamente se podría decir que más que su pensamiento, algo que tiene que ver con el con-tenido revelado por Dios a Calasanz en el Ca-risma, lo que para la Iglesia es un tema crucial a la hora de proponer y avanzar en ciertas cosas.

gunos de los hechos que reflejan esto ser-ían: - La opción desde los inicios por un ca-

minar conjunto con los religiosos. - La presencia institucional de un religio-

so escolapio en la Comisión Perma-nente de las comunidades.

- El descubrimiento del carisma escola-pio como una realidad compartida con la Orden en sus diferentes facetas.

- La constitución de la Fraternidad Esco-lapia.

- La determinación de insertarnos ecle-sialmente por medio de las Escuelas Pías junto con el reconocimiento dioce-sano.

- La implicación en la dinámica provincial (propuestas al Capítulo Provincial del 95, al Capítulo General del 97, al último Capítulo Provincial del 99, comisión mixta de religiosos y laicos, encuen-tros, etc.).

- La presencia en todas las ocasiones que han ido demandadas por las diver-sas instancias de la Orden (encuentros, cursillos, anuarios sobre Pastoral Ju-venil, artículos, etc.).

- La misión compartida en el colegio de Bilbao y en los procesos educativos y pastorales.

- La presencia estable en una comuni-dad en Bilbao de laicos. Se convierte así, en una comunidad mixta de religio-sos y laicos.

- El compromiso con la Provincia de Vasconia y la Viceprovincia de Vene-zuela de enviar cooperantes a proyec-tos que allá de pudieran desarrollar. Suponen también, la existencia de otras dos comunidades mixtas.

- El compromiso entre las comunidades y la Provincia de compartir ministerios pastorales laicales.

- Remodelación de los procesos cate-cumenales para apuntar con mayor cla-ridad al modelo de pequeñas comuni-dades que caminan con los religiosos.

- Las propuestas que fueron presenta-das al Capítulo Provincial celebrado en mayo del año pasado111.

111 Es importante decir que estas propuestas fueron aprobadas por los religiosos con 39 votos afirmativos y un voto en blanco.

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- Propuesta 1: Crear mayores lazos entre la provincia escolapia de Vasconia y las comunidades laica-les.

- Propuesta 2: En la línea de los aprobado en el Capítulo General de 1997, proponemos reflexionar sobre la figura del escolapio laico y, si se ven posibilidades, impulsarla en algunas de sus diversas moda-lidades.

- La respuesta afirmativa a la coopera-ción con Bolivia.

- La participación en la Fundación de modo estructural de laicos de nuestra Comunidad para el desarrollo de los proyectos.

- El interés de algunos miembros de la Fraternidad por la opción por el Esco-lapio Laico.

- ...

2. Síntesis de la historia de la Vida Religiosa Puede ser interesante leer esta síntesis de la vida religiosa para percibir cuáles son los rasgos distintivos con los que se va identifi-cando a lo largo de la historia. De ahí po-dremos entender mejor su papel y signifi-cado en la vida de la Iglesia, en el seno del Pueblo de Dios y en nuestra Comunidad. También nos puede ayudar a tomar con-ciencia de lo que nos puede aportar y enri-quecer el caminar conjunto con los religio-so. Y, por último, nos ayuda a situar los nuevos impulsos que vivimos en perspecti-va histórica. LAS ÓRDENES MONÁSTICAS El monaquismo tiene su origen en Egipto en las regiones desérticas al sur de Ale-jandría. Desde el siglo III, anacoretas y er-mitaños se instalan allí. San Antonio (251-356) a los veinte años, después de la muer-te de sus padres, se sintió impresionado por las palabras que Jesús dirigió al joven rico y, poseído por el entusiasmo, distribu-ye sus bienes entre los pobres y se retira al desierto. Su estilo de vida atrae a otros y en el 310 forman una colonia de anacore-

tas. Hacia el mismo tiempo, en el Alto Egip-to, Pacomio (286-346) hace nacer el ceno-bitismo (vida en común). Aceptan vivir bajo el mismo techo, obedeciendo a su superior en cada grupo, y observando una disciplina diaria común. Buscaban aislarse ante la si-tuación del mundo exterior y una estricta clausura, realizando una autarquía perfec-ta. En la primera mitad del siglo IV surge una nueva organización: las “lauras”. Agrupa-ban a ermitaños que instalan sus habita-ciones individuales a lo largo de una aveni-da (laura). Se someten a la dirección del abba (padre) y da comienzo la vida eremíti-ca asociada que institucionalizarán los car-tujos. En el siglo IV el Imperio Romano está en plena decadencia. Oleadas de invasiones sucesivas destrozan el imperio (godos, germanos, normandos, vikingos, hunos, mahomentanos). Se multiplican las gue-rras, y la destrucción,... los monasterios y abadías intentan escapar a todo eso. Cesá-reo de Arlés fue el primero en introducir como condición para el compromiso de un monje, su firme propósito de permanecer de por vida en el monasterio (“stabilitas lo-ci”). Todas las reglas llevan el sello de la aspi-ración a una vida muy austera: trabajo ma-nual y riguroso ayuno. Entre las figuras sig-nificativas, junto a los estilitas y dentritas, se sitúan los “acoimetas” (monjes que no duermen nunca) y que recitan ininterrumpi-damente el oficio. El objetivo es manifestar que “sólo Dios basta”. En todas las regiones del antiguo Imperio Romano existen centros monásticos. Beni-to de Nursia ofrece en su regla un principio unificador que ganará los sufragios de to-dos: Occidente será benedictino en el siglo VIII. Su objetivo es la voluntad de hacer de su abadía una verdadera familia cristiana y comunidad real. La regla benedictina pone en marcha una organización local que se basta a sí misma; cada comunidad forma una entidad autónoma y autárquica. Pone a salvo a la comunidad, evitando que se dilu-ya la fe y esto en armonía con un celo mi-sionero por fundar. A partir de la segunda mitad del siglo VIII, bastantes monasterios conocen un declive claro. Las abadías se pueblan de nobles y se llena de riquezas que introducen faccio-nes y pasiones políticas. Los príncipes, condes, obispos, reyes, que son sus bien-hechores, introducen su lógica: les otorgan

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privilegios a cambio de inmiscuirse en asuntos internos. Pasará un siglo antes de que logre elaborarse una fórmula capaz de contener la decadencia general. La renova-ción irradiará a partir de una abadía funda-da en el 910 en Cluny por Benito de Ania-no. Poco a poco todos se adhieren a este impulso y el papa le pide que dirija una re-forma global. Un rasgo se acentúa, el peso de la formación de novicios y religiosos. La unidad procede más de la formación impar-tida a responsables de las comunidades y aspirantes que de las estructuras organiza-tivas. Pero de nuevo la decadencia y la segunda gran reforma: el Cister. El abad Alberico establece unos estatutos que tienden apli-car el rigor de la clásica regla benedictina: nada de iglesia fastuosa, ni de impuestos a la gente para mantenerse, los monjes han de vivir del trabajo agrícola y se define la función de los hermanos laicos de introduc-

ción reciente. Los cister-cienses se propagaron a gran velocidad por toda Eu-ropa. Descubren la importancia de la soledad y del retiro personal. Tienen lugar los comienzos del retiro perso-nal, pero que siempre ter-minarán desembocando en dimensiones sociales-co-munitarias. La vida indivi-dual conducía de manera directa al abandono y la ex-travagancia, a la exaltación y el iluminismo, porque su-

primía la confrontación con los demás. Hasta los anacoretas terminan en fórmulas comunitarias. El silencio absoluto sólo se entenderá como un momento dentro una vida comunitaria basada en la riqueza de relaciones. Lo que estas experiencias tratan de reflejar es la insatisfacción ante el orden estableci-do y una vida cotidiana sin atractivo. Se busca no acomodare al mundo, tampoco luchar contra él sino manifestar una distan-cia radical de él. El monacato representa la dimensión de contestación radical al mun-do. La lucha por la autarquía es sobretodo política. La comunidad tiene que dirigir sus destinos libre de condicionamientos políti-cos y rendir cuentas ante los hermanos an-tes que ante los de fuera. Nada de lo que interesaba hasta entonces llena tanto como Dios. Se consagra la dis-

tancia con el orden establecido. Es un salir para volver a crear. El ideal es una nueva familia y humanidad. La abadía quiere rea-lizar aquí lo que no existe en ninguna parte. Es curioso que la mayoría de los iniciado-res de experiencias son cristianos laicos eruditos y cultos, formados en las mejores universidades de la época. En su mundo nuevo recrean la cultura y se interesan por lo más avanzado: manuscritos, ciencia, bi-blioteca,... La investigación y reflexión inte-lectual es fundamental. Sus mismos edifi-cios serán signos de los avances cultura-les, arquitectura, etc. Se asume con realismo la importancia del sacerdocio pero en el monasterio se cultiva como un servicio a la comunidad. No signi-fica privilegio alguno por encima del resto de hermanos de la comunidad. La preocupación por la vida en común hizo que la vida monástica adquiriese formas democráticas pronunciadas (esto en grupos humanos donde la obediencia es un valor). La obediencia sólo se explica desde la cla-ve comunitaria cristiana. Nunca como me-dio egoísta o de poder o de dejación. La vida religiosa en sus orígenes no se orienta principalmente hacia los demás, si-no a una revisión del ser de la persona en su totalidad. A pesar de ello, o gracias a ello, se abre siempre a valores como la hospitalidad, la preocupación por los des-poseídos y abandonados. ÓRDENES DE CANONIGOS REGULA-RES, DE CABALLEROS Y HOSPITALA-RIAS. En los siglos XI y XII aparecen con profu-sión Órdenes de canónigos regulares. La regla de San Agustín será su fundamento firme y común inicial. Posteriormente se van constituyendo en órdenes (canónigos regulares) al estilo de los monjes desde la regla de Agustín. Su intuición principal es la vida en común de los clérigos desde las claves de pobreza para servir a las labores ministeriales del entorno. Su forma visible inicial son cabil-dos de canónigos regulares: comunidades separadas entre sí con diferentes fines (por ejemplo la de San Bernardo (1212) para ayudar a viajeros y alpinas en peligro) Las órdenes de canónigos regulares ase-guran una vida auténticamente cristiana a los sacerdotes que se unen para esta fina-lidad, poniendo en común sus bienes mate-riales y espirituales. Viven centrados en su

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ministerio sacerdotal al que se han consa-grado. Surgen también por todas partes las Órde-nes de caballería. Son grupos inicialmente constituidos como cofradías o asociaciones piadosas de laicos. Su rasgo es que quie-ren prestar algún servicio concreto al mun-do: libre acceso a Tierrasanta, protección de peregrinos,... (un ejemplo son los Tem-plarios que luchan contra los turcos). La mayoría de las órdenes militares se pusie-ron al servicio de la reconquista contra los moros. En el siglo XV pasan a ser asocia-ciones de caballeros al servicio de reyes y gobiernos. Son peculiares las Órdenes al servicio de los rescates. Trinitarios y mercedarios se lanzan al rescate de los cristianos esclavos. Posteriormente, tienen que crear “casas de misericordia” o centros de acogida para los destrozados y finalmente hospitales para incurables. Será una semilla para las Órde-nes hospitaliarias. Entre las Órdenes hospitalarias podemos citar como ejemplos los lazaristas (lepro-sos), los antoninos (dedicados al “mal ar-diente”: enfermedades venéreas), los celi-tas (que vivían de enterrar cantando a los muertos). Otras más conocidas pueden ser la de San Juan de Dios, los camilos,... El planteamiento de todas estas Órdenes es puro contraste con las monásticas. Cojo ejemplo del de Benezet de Avignon, que en una de sus travesías se ve afectado por un río sin puente: ¿por qué no tender un puen-te? Nacen los Frates Pontifices dedicados a construir puentes. Son impulsadas desde personas que viven cotidianamente en el mundo y se consa-gran a una tarea. No buscan hacer un mundo nuevo o abandonarlo. ¿Por qué?, el mundo occidental se había hecho cristiano, el tema era prestar un servicio a ciertas demandas. Suponen un ejemplo de inser-ción eficaz transformadora. Su objetivo es perfeccionar lo que hay, más que encarnar una espiritualidad tipo monje. También tie-nen una espiritualidad de servicio pero de-riva de la tarea: son personas de acción que invitan a esa tarea como motor de la vida. Se insertan en los hechos tal y como son. Buscan transfigurar la realidad ante lo inevitable y dan sentido a situaciones into-lerables, absurdas,.. Representan un servicio muy concreto ante una urgencia (claramente diferente al plan-teamiento del monje). Son más bien grupos de acción o trabajo por su referencia a una

tarea específica. Exigen un compromiso fervoroso y eficiencia máxima mientras du-ra la necesidad o la urgencia. Cuando éstas pasan se estancan y desaparecen,... ORDENES MENDICANTES Un tal Francisco de Asís se hace mendigo pidiendo lo que necesita para vivir. Surgen (el papa Inocencia III da permiso a los lai-cos a predicar pobremente) las órdenes mendicantes: franciscanos (alegría que brota de compartir la vida sencilla y ruda); dominicos (extirpar los errores que engen-dran exaltaciones y excesos, buscando la verdad y evitando la ignorancia); carmelitas (despertar el gusto por la vida interior o desde la riqueza de la contemplación),... Nacen los frailes cuyas disidencias poste-riores dan lugar a las conocidas ramas de “descalzos”, “recoletos”, “conventuales”,... Se observa una gran preocupación por el prójimo, trabajando por él desde el sentido de la vida en común. También son funda-

mentalmente misioneros que recorren todo Europa. Cuando de constituye el núcleo inicial rápidamente envían a los nuevos en pe-queños grupos. La “stabi-litas loci” pierde sentido en un mundo de comercio y expansión cultural. El apostolado supone movili-dad. Hay una necesidad de libertad de movimiento para ir a los destinatarios (apoyada en la libertad de los hijos de Dios y envío de Jesús: “id y enseñad

por todo el mundo”). Esto conlleva liberarse de ataduras materiales y afectivas. Supone, también, una gran organización para coor-dinarse y comunicarse respetando los prin-cipio democráticos de la vida religiosa. No primará la vida en común cotidiana sino la unión en la misión con sentido amplio. Su sentido de pertenencia el global será a la Orden por la que han optado, no por el convento (implantación geográfica) o ac-ción concreta. Su espiritualidad es de inserción en el mundo, no para una necesidad urgente que hay que aliviar sino para introducir las di-mensiones claves de la vida, encarnando en coherencia de vida aquello que se quie-re profesar: alegría radiante de la sencillez, la luz del saber y la vida orientada a Dios desde la clave comunitaria y el mensaje evangelización. Como puede intuirse es

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una vida mixta entre el monje y el canónigo pero con mayor énfasis o gusto por la con-templación: enseñar lo que se ha contem-plado. El auge del siglo XIII se frena por una deci-sión insólita: desconcertados por la eclo-sión inesperada de agrupaciones de todo tipo, cuyos objetivos y modos de vida se apartaban resueltamente de las formas monásticas y canonicales habituales, el IV Concilio de Letrán (1215), en un decreto, prohibe de manera formal crear nuevas órdenes: (¿necesidad de asentamiento, re-visión,...?). Obviamente resultará imposible y los mismos papas ayudarán más tarde a sortear las dificultades a los nuevos impul-sos del Espíritu (todas las órdenes mendi-

cantes, menos los fran-ciscanos son reconoci-das después de esa fe-cha). De todas formas las decisiones de ese ca-lado siempre repercuten: el Concilio de Lyon (1274) suprime 22 órde-nes y durante cuarenta años no hay ninguna nueva fundación; las que nacen en el siglo XIV serán débiles y de corta vida; los intentos de monjes, canónicos y

mendicantes de reagrupamiento y reorga-nización tienen poco éxito. Se puede hablar de un periodo de cierto declive. CLÉRIGOS REGULARES En el siglo XVI giran los vientos. Hay un movimiento radical de reforma de la iglesia y de las Órdenes (Teresa de Avila, Juan de la Cruz,..). Descalzos y recoletos quieren revivir las fuentes de austeridad, vida senci-lla... se quitarán las sandalias y a caminar de nuevo. No hay que olvidar que estamos en un contexto de reforma protestante lo que reaviva, remueve y condiciona todo. También, estamos en un contexto de auge de la modernidad y las ciencias. Surgirán 17 nuevas fundaciones en zona católica de las que podemos destacar jesui-tas, camilos y escolapios. En todas ellas habrá una abundancia de lo que se llama-ron los hermanos laicos. Su origen común es Italia y Roma, y son llevadas a cabo por sacerdotes o que se ordenan para tal efecto (sin teología no ser-

ía posible en ese contexto)112. Es curioso que hasta el siglo XVI ninguna orden de envergadura dio la luz en Roma. Obvia-mente el influjo de la reforma y situación de decadencia religiosa (inquietud por resurgir algo nuevo) cambiarán esta tendencia. La ventaja de Roma es clara: allí los Papas eran menos suspicaces y desconfiados que los inquisidores españoles y franceses quienes, en toda novedad, veían herejía e iluminismo. Ofrecía el clima y garantías ne-cesarias para que una iniciativa tan nueva como la fórmula de los Clérigos Regulares puede ser reconocida y validada. Organizativamente, se observa una primer influencia clara de los mendicantes: identi-ficación con la orden, separación de ejecu-tivo y legislativo para la eficacia misionera, movilidad y disponibilidad total,... Pero su género de vida cambia: se sitúa, otra vez, en contraste con el de los monjes y supri-men los elementos monásticos que queda-ban en los mendicantes. Hay un predomi-nio de la tarea apostólica. El mendigar, re-citar el oficio en el coro,... se sustituye por oración individual dos veces al día, así co-mo la recitación del breviario romano; pue-den mantener el vestido sacerdotal sin el hábito de fraile o monje, suprimen peniten-cias y ayunos. La idea que está detrás es que ciertos hábitos no interfieran en el tra-bajo apostólico. Su reto será poder resolver los asuntos por sí solos, aunque sin derivar hacia el indivi-dualismo. Ya no se trata tanto de un género de vida en común que une a los clérigos y les impulsa a respaldarse mutuamente, cuanto de una acción común, en las que todos toman parte, aun cuando no se en-cuentren reunidos en un mismo lugar. La unión y la cohesión de los miembros está en función de las actividades apostólicas concretas, en ocasiones de gran enverga-dura y de amplios horizontes. Para que semejante unión sea eficaz y tal cohesión sea duradera, deben estar sóli-damente vinculados. Se da gran importan-cia a la coordinación de sus tareas indivi-duales. Cobran un papel clave la formación intensiva, la preparación del superior para que impulse una política de actuación (examinar oportunidades, definir objetivos prioritarios, consolidar nuevas iniciativas, 112 En este punto José de Calasanz es una ex-cepción dado que el ya había abrazado el minis-terio ordenado antes de ser fundador. Su voca-ción de servicio a la Iglesia es anterior y no se realiza por coyuntura histórica.

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encauzar fuerzas,...). Tienen una continua necesidad de adaptación a situaciones cambiantes, de flexibilidad, de audacia mi-sionera,... Harán derivar del servicio como tal y de la acción común una espiritualidad (cosa que quizá faltó a los canónigos). Esto supone que pueden asimilar tareas de toda índole para esa acción común. Puede que algu-nos sean enviados como exploradores o de vanguardia pero nunca como francotirado-res. La obediencia es expresión de la vo-luntad de realizar la acción concertada que está en la base (para los eremitas era evi-tar el solipsismo y la soledad ilusa, para los monjes autonomía respecto del mundo,...). El servicio a la Iglesia y al Pueblo de Dios es el motivo y el motor de todas las Órde-nes de Clérigos Regulares desde un ámbito prioritario (educación, élites, enfermos,...). SOCIEDADES DE SACERDOTES, CON-DREGACIONES LAICALES, Y CLERICA-LES Europa vive el apogeo de los nacionalis-mos, los filósofos racionalistas e ilustrados. Durante los siglos XVII y XVIII una nueva vitalidad acontece. Nacen unos 30 nuevos institutos que se conformarán como Socie-dades de sacerdotes de vida en común o Congregaciones laicales o clericales. To-das quedan en su país se origen y región y ninguna tiene un eco amplio. El contexto no aureola a la vida religiosa, aunque en occi-dente se le tiene respeto. Está naciendo también un anticlericalismo radical. A la vez hay una extensión enorme de jesuitas, y observantes y capuchinos de la rama de la familia franciscana. SOCIEDADES DE SACERDOTES DE VI-DA EN COMÚN En la segunda mitad del XVI, Felipe Neri crea una nueva fórmula de asociación: fun-da, como laico, una asociación piadosa y, preocupado por la escasa formación del clero, se asocia, tras ordenarse, para orga-nizar esa formación. Se reunían en el Ora-torio donde él vivía. Suprime en su socie-dad los votos públicos simples o solemnes por lo que no son Órdenes y renuncian al apelativo de religiosos, aunque en la practi-ca viven esas opciones. De hecho terminan asumiéndolos de otra manera y nombre: promesa, juramentos, Sociedad por Orden, etc. (por eso, hoy en día se habla de la Vi-da Consagrada en general, incluyendo a todos, y no sólo de monjes, frailes, clérigos regulares, órdenes,...).

Durante el siglo XVII surgen muchas socie-dades (otra muy conocida es la de Vicente de Paúl). Su Misión se orienta hacia dentro (enseñanza religiosa y formación espiritual de los sectores populares), y hacia fuera (misiones extranjeras que entusiasman a sacerdotes y a laicos). Los miembros se afilian para continuar su camino, mientras que monjes, canónigos, mendicantes, y clérigos regulares se desviaban de la vida anterior para una nueva orientación. Supo-ne una voluntad de asociarse, siguiendo siendo lo que ya eran. Aunque su fin es apostólico, consideran como paso previo indispensable la santificación de los miem-bros, lo que terminará yendo en detrimento del elemento transformador del entorno. CONGREGACIONES LAICALES Tienen el mismo interés por la instrucción religiosa de clases populares y la promo-ción cultural, de enseñanza primaria y técnica. Son religiosos pero se niegan a ser clérigos (por ejemplo los hermanos de las Escuelas Cristianas de Juan Bautista de la salle). Es por ello que son laicos de enton-ces (hoy en día serían religiosos). Se reúne a un grupo de colaboradores y comparten la vida en común. Juan Bautista, como ejemplo, renuncia a su canonicato, distribu-ye sus bienes y profesan votos de obedien-cia y perseverancia en el instituto. Aunque él es sacerdote su congregación está for-mada sólo por no sacerdotes: ningún her-mano puede ordenarse.

CONGREGACIONES CLERICALES En el siglo XVIII conocemos las primeras congregaciones clericales (religiosos sa-cerdotes), a los cuales se incorporan, sin tener acceso a las funciones de dirección y formación, un número importante de her-manos laicos (por ejemplo pasionistas y re-dentoristas). Buscan una predicación itine-

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rante a imitación de Cristo en su vida y ac-tividad. El ideal común de estos tres grupos de fundaciones es la promoción espiritual de las masas cristianas y/o el apostolado des-de el punto de vista del sacerdocio. Su pre-ocupación será la enseñanza religiosa pero sin referencia expresa a aspectos cultura-les y sociales, poniendo énfasis en devo-ciones y prácticas que, a veces quedaban alejadas de la vida cotidiana.

Las revoluciones expul-sarán de países tradicio-nales católicos a muchas congregaciones. La revo-lución francesa arrasa. Los religiosos eran consi-derados una casta aparte, dotada de privilegios e in-fluencia que escapaba a todo control. El desapego de numerosos estratos de la población con relación a los institutos religiosos existentes, explica que no hallaran mucho apoyo en-tre la población. Más aún,

bajo la influencia de reyes y laicos influyen-tes, Roma emitió edictos de supresión de numerosas congregaciones. SIGLO XIX: AUGE SIN NOVEDADES En el siglo XIX se produce un auge sin pre-cedentes después de las tribulaciones y ve-jaciones sufridas: surgen 91 nuevas funda-ciones que todavía subsisten hoy casi to-das. Parecía que a finales del XVIII la vida religiosa estaba condenadas a la desapari-ción. Si en 1775 eran cerca de 300.000 (hombres), hacia 1850 apenas son 75.000 religiosos. Los jesuitas, que en 1773 (año del edicto de supresión) eran 23.000, sólo cuentan con 600 miembros el año de su rehabilitación en 1814. Muchos tienen que emigrar al oponerse, los partidarios de la Escuela Laica, a las escuelas de los reli-giosos. Se produce un auge misionero hacia América, Asia y África y Australia. En este contexto, al contrario que en el si-glo XIII, las innumerables peticiones del “decretum laudes” (así es como se designa la aprobación oficial), no suscitarán recelo en Roma, al contrario se ven como provi-denciales. Surgen institutos creados en función de necesidades locales o erigidos en país de misión. Todos pertenecerán a las tres últimas categorías estudiadas con predominio de las Congregaciones Clerica-les; las laicales sufren un retroceso acusa-

do; las Sociedades de sacerdotes progre-san sin interrupción. Pero no hay nuevas fórmulas durante este siglo. No va a ser un siglo creativo. Entre las antiguas se dan refundaciones, refundiciones (la más curiosa la de francis-canos que en poco tiempo reagrupan a ob-servantes, recoletos, reformados, descal-zos, disgregados durante siglos), reorgani-zaciones (podemos citar como significati-vas las de capuchinos y escolapios)... Asis-timos a un contexto de reforzamiento de la estructura jerárquica de la Iglesia; nos acercamos al Vaticano I y el reforzamiento que supuso de la figura del papa. Tras el periodo tempestuoso anterior, la vi-da religiosa, ridiculizada y difamada, quiere mostrar su vigencia, validez y atractivo. Se da un retorno a las fuentes pero desde acti-tudes de reacción, defensa, recelo y miedo. Se retoman costumbres del pasado, más que actualizar lo fundamental de la funda-ción. Es una renovación sin empaparse de la cultura y tiempo de la época. Es lo que se suele llamar una época de restauración. Como excepción podemos mencionar a los Padres Blancos y Juan Bosco. Suponen cierta creatividad aunque quizá sería mejor decir sincretismo y hábil descubrimiento de posibilidades en esa realidad. SIGLO XX, CRECIMIENTO, ESTABILI-DAD, INMOBILISMO Hasta 1965 se da un aumento del 248% en sus miembros (año base 1900). El renaci-miento de las Órdenes antiguas y nuevas da lugar a una eclosión de construcciones importantes: Escuelas, colegios, hospitales, residencias, iglesias, centros de forma-ción,... El espíritu eclesial de la época era de triunfalismo. Se airea con entusiasmo la peculiaridad de cada congregación y el va-lor del modo de vida propio; se exalta el va-lor de cada espiritualidad con señales ex-ternas visibles y marcando el cuarto voto de cada congregación como distintivo113. Eso sí, se interpreta todo como gracia divi-na, Dios ha provisto (de ahí que quede la expresión, a veces en clave ingenua, de “Dios proveerá”). Paradójicamente todos reciben la misma formación centralizada desde Roma, y se

113 Junto con los tres votos que, emitidos a la vez y desde la opción global por la vocación a la vida religiosa, identifican a este estado de vida, cada congregación añade un cuarto voto parti-cular que imprime un matiz preferencial y distin-tivo de cada una.

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asemejan mucho en sus actividades apostólicas (enseñanza y llevar parroquias, predicación y misioneros...) Hay una falta de creatividad en los métodos, y en las nuevas ideas y estructuras. Hay cierto peli-gro de autosuficiencia y complacencia. Uno de los efectos pudo ser la no inculturación en la época y en las culturas nuevas. En nuevo CIC del 1919 prescribe fórmulas muy rígidas a los institutos religiosos lo que puede ser la causa de una nueva modali-dad: Institutos Seculares, Asociaciones de Fieles,.... Suponen fórmulas visibles nue-vas y significativas pero que ya no se pue-den considerar dentro de la vida religiosa. De toda esta historia el Vaticano II su-pondrá un viraje espectacular. Se pedirá una vuelta a las fuentes de la vida religiosa pero desde una fidelidad creativa y renova-dora. También se tratan de señalar los

elementos que identifican la vida religiosa a lo largo de la historia y se pide una actuali-zación a los signos de los tiempos. Noso-tros somos, en parte herederos que ese impulso.

3. Mujeres en la Vida Religiosa Como complemento al tema anterior, y da-do que en la síntesis anterior apenas se ha tenido en cuenta, ofrecemos en las fotoco-pias adjuntas un resumen del papel de la mujer en la historia de la vida religiosa. Agrupación de hombres y de mujeres. En “Vida y muerte de las órdenes religio-sas” R. Hostie (pág. 17-28)

4. Identidad de la Vida Religiosa En “Clarificación de la identidad del religio-so y el laico escolapios” Escuelas Pías (pág. 87-90)

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REFERENCIA DE ABREVIATURAS

Abreviaturas Documento al que hace referencia VC Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, “Vita Consecrata” GS Constitución Pastoral Gaudium et spes.

Concilio Ecuménico Vaticano II AA Decreto Apostolicam actuositatem. Concilio Ecuménico Vaticano II LG Constitución Dogmática Lumen gentium.

Concilio Ecuménico Vaticano II EN Exhortación Apostólica de Pablo VI, “Evangelii Nuntiandi” OA Carta apostólica de Pablo VI “Octogesima Adveniens” Chl Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, “Chistifideles Laici”

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