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ÍNDICE 1. La llamada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 2. El viaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 3. El reencuentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 4. Malas noticias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 5. Reproches. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 6. Recuerdos que duelen. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 7. La enfermera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31 8. La habitación de Ernesto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35 9. Una conversación pendiente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 10. Presentimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 11. La confesión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 12. Último adiós . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 13. La promesa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65 14. El secreto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69 Y tú, ¿qué opinas? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 la promesa.indd 5 6/10/15 11:37

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1. La llamada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72. El viaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93. El reencuentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134. Malas noticias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195. Reproches . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236. Recuerdos que duelen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 277. La enfermera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 318. La habitación de Ernesto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 359. Una conversación pendiente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3910. Presentimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4511. La confesión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5112. Último adiós . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6113. La promesa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6514. El secreto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

Y tú, ¿qué opinas? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

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1. LA LLAMAdA

Ernesto había recibido una llamada telefónicade Fermín Lorente, el médico de la familia, hacía apenas una hora.Era para comunicarle que su madre estaba muy enferma.Le quedaba poco tiempo de viday ella deseaba que él y sus hermanos fueran a verla a su casa.

—¿Cómo es posible que no supiéramosque estaba enferma? —preguntó Ernesto.

—Ella lo sabía desde hace meses, pero no quiso preocuparles. Me prohibió que les dijera nada.Ahora su estado de salud se ha agravadoy, por ello, me ha pedido que les avise.

La conversación duró poco más. Ernesto avisó en la gestoría donde trabajaba que tenía que marcharse de inmediato. Llamó por el móvil a sus hermanos Javier y Teresita, que también habían hablado con el médico y sabían la noticia.

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Javier, el hermano menor, estaba ya en casa de su madre,porque vivía en un pueblo cercano al de ella.

Ernesto quedó con su hermana en una gasolinera próxima a la autovía.Pasaría a recogerla allí para ir juntos a la casa materna.

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2. EL VIAJE

No había mucho tráfico en la autovía, así que no tardó en llegar a la cita con su hermana.

La vio vestida con un anorak amarillo, y sujetando un gran paraguas azuladoque apenas la resguardaba de la intensa lluvia que caía.

Era un otoño triste, pensó Ernesto.Triste por el tiempo, pero aún más por las circunstancias en las que se reencontraba con su hermana.

«Vivimos en la misma ciudad y casi no sabemos nada el uno del otro», se dijo. Y pensó que, en parte, era culpa suyano haberse relacionado más con ella.

Estacionó a la entrada de la gasolinera y tocó el claxon repetidas veces hasta que su hermana le vio y se le acercó. —Hola —saludó ella mientras cerraba el paraguasy subía al coche.

—Hola, Teresita —respondió Ernesto.

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Llevaban mucho tiempo sin verse,pero ninguno de los dos se sentía animado a hablaren aquella triste situación.

Ernesto arrancó y tomó la autovía en dirección al pueblo. Tuvo ocasión de mirar de reojo a su hermana,y la encontró muy envejecida.Aparentaba más edad que él, a pesar de tener 4 años menos.

No sabía nada de Teresita desde la última discusión que habían tenido unas Navidades de hacía 3 o 4 años. Conducir con ella al lado le hacía sentir incómodo, porque para él era casi una desconocida.

Al rato, sin embargo, Teresita volvió a hablar:—¿Sabes algo más de la enfermedad de mamá?

—No —respondió Ernesto—. Sé lo mismo que tú:que está muy grave y que quiere vernos en la casa del pueblo…

—Y ha estado sola todos estos años…

—Yo la he visitado algunas veces… más que vosotros.—dijo Ernesto con un tono recriminatorio.

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—¿Qué sabes tú si la hemos visitado o no en estos años?—replicó Teresita, muy enfadada.

—No pretendía ponerlo en duda, sino… —se justificó. —Siempre excusándote, Ernesto. Nunca cambiarás.

Ernesto prefirió callar y no responder a su hermana. No merecía la pena discutir, porque ninguno de los dos le daría la razón al otro. Así había sido desde siempre, o, al menos, desde que él lo recordaba. Y de eso hacía mucho tiempo.

El resto del viaje transcurrió en silencio.

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3. EL REEnCUEnTRO

Llegaron a la casa al cabo de unas dos horas de viaje.Ernesto la encontró igual que la última vez que había estado en ella.Una verja pintada de verde oscuro rodeaba toda la finca. Dentro había una pequeña explanada donde podían aparcar varios coches. Allí estaba el del médico.

La casa tenía dos plantas.Ventanas y balcones estaban cerrados. Ernesto contempló con nostalgia los abandonados parterres de flores y las rosas marchitas.

Era evidente que su madre llevaba tiempo sin cuidarlas.Encarna, la asistenta, era muy mayory solo la ayudaba en la limpieza de la casa y la cocina.Ernesto pensó que lo mismo sucedíacon las relaciones familiares.Nadie se había preocupado de cuidarlas.

—Entremos, Ernesto. Han abierto la puerta de la casa —indicó Teresita.

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Javier, el menor de los hermanos, les esperaba en la entrada.Vestía una chaqueta deportivay un pantalón de color gris.Los recibió con las manos en los bolsillos, sin mostrar ninguna alegría.

—Madre está en su habitación, en la primera planta —les dijo.

—Buenos días, Javier —saludó Ernesto, que quiso tener un gesto de cordialidad con su hermano.Pero Javier solo se encogió de hombros, sin hacer caso del saludo de Ernesto.

No hacía falta que nadie les acompañara,porque conocían hasta el último rincón de la casaque, a pesar del tiempo transcurrido, seguía igual.

Subieron las escaleras que llevaban a la primera planta. Llegaron al ancho pasillo que la recorría de extremo a extremoy al que daban las habitaciones. El dormitorio de la madre se encontraba al final del pasillo.

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La puerta estaba entreabierta. Javier dio unos suaves toques con los nudillosantes de decir en voz alta:—Madre, tiene visita.—Pueden pasar. —La voz era la de un hombre, el médico de la familia, Fermín Lorente.

Javier abrió la puerta de par en par.Teresita fue la primera en entrar, seguida por sus hermanos. La habitación estaba casi a oscuras. Frente a ellos se encontraba la cama donde descansaba su madre. Y junto a la cama, el médico, que se acercó a los recién llegados para saludarles.

—Han llegado pronto —dijo mientras les iba dando un apretón de manos.—Había poco tráfico en la carretera —explicó Ernesto.

Después de los rápidos saludos se acercaron hasta la cama.Teresa Olmos yacía recostada sobre una mullida1 almohada.Su pelo largo y blanco estaba revuelto. Estaba muy delgada, casi en los huesos, y sus ojos brillaban a causa de la fiebre. Pero estaba consciente y reconoció a sus hijos.

1. Almohada blanda y suave.

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—Acercaos, acercaos —pidió con voz ahogada y un leve gesto de su mano derecha.

Ernesto le cogió su inmóvil mano izquierda, y besó con dulzura sus mejillas. Las notó ardientes y húmedas a causa de la fiebre. Sintió un nudo en la garganta. Después fue Teresita la que la besó antes de sentarse en una silla, junto a la cama.

—¿Cómo te encuentras, mamá? —preguntó Ernesto.

—No ha empeorado desde que les llamé —contestó Fermín en lugar de la enferma, porque esta apenas podía hablar.

—Seguro que mejoras, madre —afirmó, poco convencido, Javier, apoyado en el marco de la puerta que daba al balcón de la habitación.

—Los años no perdonan… —murmuró Teresa Olmos,resignada ante una muerte que veía cercana.

Ernesto volvió a acariciar la mano de su madre. Se preguntó una vez más, con rabia, por qué habían dejado de ser una familia.

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Ahora volvían a encontrarse después de tanto tiempo.Pero solo porque su madre estaba al borde de la muerte.Su madre, la esposa de don Ernesto Noguerol Villalba,el hombre más rico de la comarca, el padre que los había abandonado hacía 30 años.Don Ernesto, que se había llevado los Bonos del Estado2, las joyas y casi todo el dinero que tenían en el banco,y del que nunca supieron nada más.

2. Documento que indica la cantidad de dinero que el Estado debe a un inversor.

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