Necesitados del amor que siempre perdona - El Granito De...

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Resonancias El beato Manuel nos invitó a evangelizar Peregrinación La FER visita a su Patrona en Jaén Conducta Cartelera recomendada Necesitados del amor que siempre perdona Año de la Misericordia

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ResonanciasEl beato Manuel nos invitó a evangelizar

PeregrinaciónLa FER visita a su Patrona en Jaén

ConductaCartelera recomendada

Necesitados del amor que siempre perdona

Año de la

Misericordia

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Editorial: Belleza siempre antigua y siempre nueva

Mensaje del papa para la Cuaresma

La liturgia, encuentro con Cristo

Mensaje para la XXIV Jornada mundial del Enfermo

Partícula para eucaristizarnos

Guía y modelo de santidad eucarística

Resonancias en nuestra Iglesia de hoy

Formación carismática

Lectura sugerida

Peregrinación de la FER en Jaén

Ecos del 4 de enero: Sevilla

Orar con el obispo del Sagrario abandonado

Cordialmente, una carta para ti

Con mirada eucarística

Nuevas disposiciones sobre el lavatorio de los pies

Cartelera recomendada

Conoce y vive

Familia Eucarística Reparadora

Desde la fe

Sum

ario

10Mensaje para la Jornada mundial del Enfermo

«Haced lo que Él os diga»14 El beato Manuel,

guía y modelo de santidad eucarística

8 Liturgia:Lugares y tiempos del Año de la Misericordia

Revista y Editorialfundadas por el Beato

Manuel González Garcíaen 1907

Edita:Misioneras Eucarísticas de NazaretTutor, 15-17, 28008 - MADRIDTfno.: 915 420 887E-mail: [email protected]

Imprime:Azul IbéricaISSN: 2340-1214Depósito Legal: P. 7-1958

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EDITORIAL

«Belleza siempre antigua y siempre nueva»

M uchos de nuestros lectores habrán iden-tificado, nada más leerla, al autor de la frase que da título a este artículo. Se tra-

ta de san Agustín, doctor de la Iglesia, obispo de Hipona y que vivió hace más de quince si-glos. Sin embargo, es una máxima que nunca ha perdido actualidad, posiblemente porque se refiere a aquello que no pasa ni desaparece con el paso del tiempo: el anhelo de felicidad que anida en el corazón de cada ser humano, el de-seo de una vida plena y realizada.

Si analizamos con profundidad aquello que más criticamos a nuestra sociedad, a los que nos rodean e incluso, aquello que no nos pare-ce bien dentro de nosotros mismos, veremos esta raíz común: buscar la felicidad por cami-nos equivocados, quizá siguiendo senderos in-hóspitos y lúgubres que no conducen a la vida sino que, por el contrario, más de una vez ha-cen daño a quien lo transita e incluso a quienes están a su lado.

El hombre es un ser en continua búsqueda. Y, curiosamente, también su Creador. Dios, a cada instante, se acerca al ser humano porque desea darle lo que tanto anhela. Los santos, en este sentido, se han distinguido porque nunca cejaron en su búsqueda y porque finalmente encontraron, no sin tropiezos, el camino hacia la felicidad plena, el de la Verdad.

El Año de la Misericordia que estamos cele-brando quiere ser una posibilidad real de enca-minar nuestros pasos por la senda hacia el que es el Camino, la Verdad y la Vida. Tal como lo ha expresado el papa Francisco, se trata de que podamos tener una «genuina experiencia de la misericordia de Dios, la cual va al encuentro de todos con el rostro del Padre que acoge y per-dona, olvidando completamente el pecado co-metido» (Carta con la que se concede la indul-

gencia con ocasión del Jubileo extraordinario de la Misericordia).

El camino hacia la felicidad, aunque nos cues-te aceptarlo, pasa por conocernos a nosotros mismos y conocer al que nos ha creado con in-finito amor. Conocer a Dios ha sido la meta del pueblo de Israel y la de todos los hombres y mujeres que han poblado el planeta. Solo el co-nocimiento de Dios es generador de libertad y propulsor de la paz personal, es decir, una exis-tencia realizada.

Dios jamás pone trabas a este anhelo, al con-trario, como el Padre de la parábola del hijo pró-digo sale él primero a nuestro encuentro para mostrársenos, para dársenos. Sin embargo, Dios es mucho más de lo que podamos expresar con palabras, es inabarcable e inasible y, si bien mu-cho pueden ayudarnos las palabras de quienes se hayan encontrado con Él, es menester que tengamos nuestra propia experiencia de encuen-tro con el Señor.

La imagen que tengamos de Dios nos puede haber llegado de muchas formas: a través de la catequesis, de la enseñanza de nuestros fami-liares o amigos o por el testimonio de otros cre-yentes. Este Año de la Misericordia se nos pre-senta como ocasión propicia para que descu-bramos el verdadero rostro de Dios, el que real-mente lo define y describe. Un rostro que, co-mo afirmaba tan certeramente san Agustín, po-see una hermosura que nos atrae y plenifica, una hermosura que es siempre antigua, existen-te desde siempre, y siempre nueva, porque pa-ra cada uno de nosotros, sus hijos amados, quie-re darse por completo y acogernos con amor.

Que este Año de la Misericordia nos lleve a descubrir el verdadero rostro de Dios, el de la misericordia sin límites. Y nuestra vida se con-vierta, así, en perenne Magníficat. «

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L a misericordia de Dios, en efec-to, es un anuncio al mundo: pe-ro cada cristiano está llamado a

experimentar en primera persona ese

anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la

cercanía y del perdón de Dios. María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Ga-briel, canta proféticamente en el Mag-níficat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en

Mensaje del papa para la Cuaresma

«Misericordia quiero y no sacrificio»

Las obras de misericordia en el camino jubilar

En la Bula de convocatoria del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética.

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«Las siete obras de misericordia». Frans Francken el Joven (1605). Museo Histórico Alemán, Berlín (Alemania).

su etimología, la misericordia está es-trechamente vinculada, precisamen-te, con las entrañas maternas (raha-mim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed), que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.

La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordiaEl misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a de-rramar en su pueblo, en cada circuns-tancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los mo-mentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del pac-to y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un au-téntico drama de amor, en el cual Dios desempeña el papel de padre y de ma-rido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familia-res –como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)– las que expresan hasta qué pun-to Dios desea unirse a su pueblo.

Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada miseri-cordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (MV 8). En efecto, como hombre, Jesús de Na-zaret es hijo de Israel a todos los efec-tos. Y lo es hasta tal punto que encar-na la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que to-davía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es

uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien es-tá unido con un amor incondicio-nal, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.

Es este el corazón del keryg-ma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y funda-mental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios ma-nifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (EG 36), el primer anun-cio que «siempre hay que volver a escuchar de diver-sas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (EG 164). La misericordia entonces «expre-sa el comportamiento de Dios ha-cia el pecador, ofreciéndole una ul-terior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (MV 21), resta-bleciendo de ese modo la relación con Él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de po-der así, finalmente, enternecer el co-razón endurecido de su Esposa.

Las obras de misericordiaLa misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole ex-perimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siem-pre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vi-vir lo que la tradición de la Iglesia lla-ma las obras de misericordia corpo-rales y espirituales. Ellas nos recuer-dan que nuestra fe se traduce en ges-tos concretos y cotidianos, destina-

dos a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nu-trirlo, visitarlo, consolarlo y educar-lo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione du-rante el Jubileo sobre las obras de mi-sericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divi-na» (MV15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, lla-gado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos,

lo toquemos y lo asistamos con

cuidado» (MV 15). Mis-terio inaudito y escandaloso la conti-nuación en la historia del sufrimien-to del Cordero Inocente, zarza ardien-te de amor gratuito ante el cual, co-mo Moisés, solo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a cau-sa de su fe.

Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más mi-serable es quien no acepta reconocer-se como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los po-bres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la ri-queza y el poder no para servir a Dios

y a los demás, sino parar sofocar den-tro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre men-digo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor

puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal pun-

to que ni siquiera ve al pobre Lá-zaro, que mendiga a la puerta

de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nues-tra conversión. Lázaro es la posibilidad de conver-sión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acom-pañado de un soberbio de-lirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestra-

mente el demoníaco «se-réis como Dios» (Gn 3,5),

que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asu-

mir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalita-

rismos del siglo XX, y como mues-tran hoy las ideologías del pensamien-to único y de la tecnociencia, que pre-tenden hacer que Dios sea irrelevan-te y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente tam-bién pueden mostrarlo las estructu-ras de pecado vinculadas a un mode-lo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuen-cia del cual las personas y las socie-dades más ricas se vuelven indiferen-tes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose inclu-so a mirarlos.

La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favo-rable para salir por fin de nuestra alie-nación existencial gracias a la escu-cha de la Palabra y a las obras de mi-sericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los her-manos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición

de pecadores: aconsejar, enseñar, per-donar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras cor-porales de las espirituales. Precisa-mente tocando en el que vive en la miseria la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un po-bre mendigo. A través de este cami-no también los «soberbios», los «po-derosos» y los «ricos», de los que habla el Magníficat, tienen la posibi-lidad de darse cuenta de que son in-merecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Solo en este amor está la res-puesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre –engañándo-se– cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por conde-narse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nue-vo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Pro-fetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resuci-tado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.

No perdamos este tiempo de Cua-resma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión mater-na de la Virgen María, que fue la pri-mera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gra-tuitamente, confesó su propia peque-ñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose co-mo la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).

Vaticano, 4 de octubre de 2015, Fiesta de san Francisco de Asís.

Papa Francisco

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«Virgen del Magníficat». Botticelli (1481). Galería de los Uffizi. Florencia (Italia).

La misericordia expresa el comportamiento

de Dios hacia el pecador

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La liturgia, encuentro con Cristo

A hora bien, para que lo podamos llevar a la vida, es necesario ce-lebrarla. La celebración es ne-

cesaria para acoger en el corazón lo aprendido, para que el corazón sea transformado y pueda salir de noso-tros la misericordia de Dios. Es nece-saria también para que podamos re-conocernos como lo que somos y lo hagamos palpable a los demás.

Celebrar la Cuaresma del Año de la Misericordia exigirá, en primer lu-gar, meditar sobre esa misericordia, y posteriormente tendrá como con-secuencia hacernos, a nosotros, por-

tadores de la misericordia tratando a los demás con la misericordia que he-mos recibido de Dios. Al meditar so-bre la misericordia notamos que el papa Francisco no da una definición explícita de la misma en la Bula pero remite a un texto de san Juan Pablo II en su encíclica Dives in misericordia (n. 52), donde aparecen las dos pala-bras del Antiguo Testamento que tra-ducimos por misericordia: hesed y rahmim. Por hesed se puede entender un amor de fidelidad, de bondad, que lleva a la Alianza. Por otro lado, rah-mim significaría el perdón desde lo

más profundo del corazón: es una for-ma de ternura, de paciencia, de com-prensión y, consecuentemente, de per-dón. Tras estos conceptos en femeni-no y en masculino, respectivamente, el papa nos recuerda que la misericor-dia no son conceptos sino un rostro muy humano: Jesucristo, que nos ofre-ce la salvación y la vida feliz con Él. Por eso, la primera gran recomenda-ción del obispo de Roma para este año consiste en fijar la mirada en Je-sucristo, que enseña la misericordia en el perdón, en las parábolas que transmite, especialmente, san Lucas y, sobre todo, en su Misterio Pascual.

Evangelios y sacramentosConsecuentemente, el primer libro que deberíamos leer en esta Cuares-ma de la misericordia es el Evange-lio. Un ejercicio propio y muy bene-

ficioso de este año consistirá en apren-der a rezar con el método de la Lec-tio Divina.

También reconocemos que Dios es un Padre rico en misericordia por-que continúa ofreciendo la salvación a su Iglesia por medio de los sacra-mentos de la Iniciación cristiana (Bau-tismo, Confirmación y Eucaristía). En los sacramentos, Dios derrama su misericordia sobre nosotros. Nada hay en la vida de la Iglesia que pro-duzca una comunión tan grande en-tre Dios y nosotros como los sacra-mentos, en especial la Eucaristía. So-lo tiene sentido que veamos otros mo-dos de celebrar la misericordia de Dios si estos nos encaminan al en-cuentro eucarístico con el Señor. Di-cho de otra forma: en ninguna otra celebración, encuentro, gesto, oración o palabra se gusta, se saborea tanto la misericordia de Dios como en sus sa-cramentos. Nada los sustituye en es-te año. Más bien al contrario: apren-der a celebrar el Año de la Misericor-dia significa en primer lugar aprender a sacar el máximo fruto a la celebra-ción sacramental y eucarística.

La liturgia de la Iglesia siempre nos anima a confiar más en la acción de Dios que en la nuestra, en su per-

fección que en la nuestra, en su mo-do de mostrarse cercano a nosotros, no en los que a nosotros se nos ocu-rran. Esta referencia a la celebración de los sacramentos nos da pie para ir presentando una serie de propuestas concretas. Las dividiremos para in-tentar ordenarlas en dos categorías: lugares y tiempos.

Lugares La primera referencia es la Puerta Santa. Jesucristo nos ha dicho en el evangelio de Juan: «Yo soy la puer-ta». Por Él entramos en la misericor-dia de Dios, por nuestra comunión con Él entramos en su casa, en la Igle-sia, cuerpo suyo, y empezamos a ser templo santo de Dios. Poner cerca de las puertas de nuestras iglesias al-gún folleto que pueda ayudar a la ora-ción, con textos de la Palabra de Dios, que incidan en el deseo de Dios de encontrarse con nosotros, de acoger-nos con su amor, puede ser alguna pista para ofrecer una catequesis con-creta. Ofrezcamos –no solo en los templos jubilares– catequesis ade-cuadas (las charlas cuaresmales) pa-ra que quien entre en nuestras igle-sias pueda escuchar con agrado que estamos predicando, explicando, la Palabra de Dios.

TiemposEs muy recomendable también, en esta Cuaresma, amplios horarios don-de los presbíteros confesores, aco-giendo –con cariño y paciencia– a los

penitentes, escuchen sus pecados, les recuerden la fe de la Iglesia y les ab-suelvan. Hemos de proveer a los cris-tianos de ayudas: preparemos algún folleto con un examen de conciencia. Con la confesión, el papa ofrece para este año el don de la indulgencia. Siem-pre conviene recalcar algo muy im-portante con el tema de las indulgen-cias: no son un camino paralelo a los sacramentos para vivir la comunión con Dios. Las indulgencias se entien-den en un camino de santificación, de conversión, como algo para quien busca la gracia y comulga y confiesa frecuentemente.

En este apartado, añadiría uno más: el creyente. Nosotros somos tem-plo de la misericordia. En nosotros se tiene que manifestar que Dios nos quiere. En cómo tratamos a los her-manos, en cómo perdonamos, en có-mo escuchamos y en cómo acogemos a los que vienen a nosotros cada día. ¡Qué absurdo sería que llenáramos el templo de predicaciones en Cuares-ma o de luces y flores en la Cincuen-tena pascual pero nuestro testimonio fuera lo contrario! Este tampoco es un trabajo que ya esté hecho, sino que está por hacer. Con esperanza, con paciencia, con alegría: si nosotros es-tamos en la Iglesia es fruto de la mi-sericordia de Dios. Vivamos con los demás también con misericordia. Aquí entraría la vida en Cristo: las obras de misericordia.

Diego Figueroa Soler, Pbro.Manuel Glez. López-Corps, Pbro.

Cuaresma de la misericordia

Entramos en la Cuaresma del Año de la Misericordia. En ella se nos ofrece a los cristianos un tiempo para tener fija la mirada en la misericordia de Dios, es decir, aprender qué es y cómo afecta a nuestra vida, enseñándonos a obrar. Es un tiempo para hacer más fuerte y más eficaz el testimonio de la Iglesia.

Lugares y tiempos

En los sacramentos gustamos, como en ningún otro gesto,

la misericordia de Dios

Puerta del Perdón de la Catedral de Santiago de Compostela, que se ha abierto con motivo del Año Jubilar.

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E l tema elegido, «Confiar en Je-sús misericordioso como María: “Haced lo que Él os diga” (Jn

2,5)», se inscribe muy bien en el mar-co del Jubileo extraordinario de la Mi-sericordia. La celebración eucarística central de la Jornada, el 11 de febrero de 2016, memoria litúrgica de Nues-tra Señora de Lourdes, tendrá lugar precisamente en Nazaret, donde «la Palabra se hizo carne, y puso su mo-rada entre nosotros» (Jn 1,14). Jesús inició allí su misión salvífica, aplican-do a sí mismo las palabras del profeta Isaías, como dice el evangelista Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha envia-do a evangelizar a los pobres, a pro-clamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

Ante la enfermedadLa enfermedad, sobre todo cuando es grave, pone siempre en crisis la exis-tencia humana y nos plantea grandes interrogantes. La primera reacción puede ser de rebeldía: ¿Por qué me

ha sucedido precisamente a mí? Po-demos sentirnos desesperados, pen-sar que todo está perdido y que ya na-da tiene sentido.

En esta situación, por una parte la fe en Dios se pone a prueba, pero al mismo tiempo revela toda su fuerza positiva. No porque la fe haga desa-parecer la enfermedad, el dolor o los interrogantes que plantea, sino por-que nos ofrece una clave con la que podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos vivien-do; una clave que nos ayuda a ver có-mo la enfermedad puede ser la vía que nos lleva a una cercanía más es-trecha con Jesús, que camina a nues-tro lado cargado con la cruz. Y esta clave nos la proporciona María, su madre, experta en esta vía.

En las bodas de Caná, María apa-rece como la mujer atenta que se da cuenta de un problema muy impor-tante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en cier-to sentido la hace suya y, con discre-ción, actúa rápidamente. No se limi-ta a mirar, y menos aún se detiene a

hacer juicios, sino que se dirige a Je-sús y le presenta el problema tal co-mo es: «No tienen vino» (Jn 2,3). Y cuando Jesús le hace presente que aún no ha llegado el momento para que Él se revele (cf. v. 4), dice a los sirvien-tes: «Haced lo que Él os diga» (v. 5). Entonces Jesús realiza el milagro, trans-formando una gran cantidad de agua en vino, en un vino que aparece de in-mediato como el mejor de toda la fies-ta. ¿Qué enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná pa-ra la Jornada mundial del Enfermo?

Intercesión de MaríaEl banquete de bodas de Caná es una imagen de la Iglesia: en el centro es-tá Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los discí-pulos, las primicias de la nueva comu-nidad; y cerca de Jesús y de sus discí-pulos está María, madre previsora y orante. María participa en el gozo de la gente común y contribuye a aumen-tarlo; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de todos los in-vitados. Y Jesús no rechazó la peti-ción de su madre. Cuánta esperanza

nos da este acontecimiento. Tenemos una madre con ojos vigilantes y com-pasivos, como los de su Hijo; con un corazón maternal lleno de misericor-dia, como Él; con unas manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús, que partían el pan para los ham-brientos, que tocaban a los enfermos y los sanaba. Esto nos llena de con-fianza y nos abre a la gracia y a la mi-sericordia de Cristo.

La intercesión de María nos per-mite experimentar la consolación por la que el apóstol Pablo bendice a Dios: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nues-tro Señor Jesucristo, Padre de las mi-sericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribu-lación nuestra hasta el punto de po-der consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consue-lo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mis-mo que abundan en nosotros los su-frimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo» (2 Co 1,3-5). María es la madre con-solada que consuela a sus hijos.

Ternura de DiosEn Caná se perfilan los rasgos carac-terísticos de Jesús y de su misión: Él es Aquel que socorre al que está en dificultad y pasa necesidad. En efec-to, en su ministerio mesiánico cura-rá a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, dará la vista a los ciegos, hará caminar a los cojos, devolverá la salud y la digni-dad a los leprosos, resucitará a los muertos y a los pobres anunciará la

buena nueva (cf. Lc 7,21-22). La pe-tición de María, durante el banquete nupcial, puesta por el Espíritu Santo en su corazón de madre, manifestó no solo el poder mesiánico de Jesús sino también su misericordia.

En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ter-nura se hace presente también en la vida de muchas personas que se en-cuentran junto a los enfermos y sa-ben comprender sus necesidades, aun las más ocultas, porque miran con ojos llenos de amor. Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo en-fermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cer-ca del abuelo o de la abuela, confían su súplica en las manos de la Virgen.

Para nuestros seres queridos que sufren por la enfermedad pedimos en primer lugar la salud; Jesús mis-mo manifestó la presencia del Rei-no de Dios precisamente a través de las curaciones: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los le-prosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan» (Mt 11,4-5). Pero el amor animado por la fe hace que pidamos para ellos al-go más grande que la salud física: pe-dimos la paz, la serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que se lo piden con confianza.

Servidores de los demásEn la escena de Caná, además de Je-sús y su madre, están también los que

son llamados «sirvientes», que re-ciben de Ella esta indicación: «Ha-ced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Na-turalmente el milagro tiene lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quie-re servirse de la ayuda humana para realizar el prodigio. Habría podido hacer aparecer directamente el vino en las tinajas.

Sin embargo, quiere contar con la colaboración humana, y pide a los sir-vientes que las llenen de agua. Cuán-to valora y aprecia Dios que seamos servidores de los demás. Esta es de las cosas que más nos asemeja a Je-sús, el cual «no ha venido a ser servi-do sino a servir» (Mc 10,45). Estos personajes anónimos del Evangelio nos enseñan mucho. No solo obede-cen, sino que lo hacen generosamen-te: llenaron las tinajas hasta el borde (cf. Jn 2,7). Se fían de la madre, y con prontitud hacen bien lo que se les pi-de, sin lamentarse, sin hacer cálculos.

En esta Jornada mundial del En-fermo podemos pedir a Jesús mise-ricordioso por la intercesión de Ma-ría, madre suya y nuestra, que nos conceda esta disponibilidad para ser-vir a los necesitados, y concretamen-te a nuestros hermanos enfermos. A veces este servicio puede resultar du-ro, pesado, pero estamos seguros de que el Señor no dejará de transfor-mar nuestro esfuerzo humano en al-go divino.

También nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que ayu-dan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o enfermos, pode-

Mensaje para la XXIV Jornada mundial del Enfermo

Confiar en Jesús misericordioso como María«Haced lo que Él os diga»

La XXIV Jornada mundial del Enfermo me ofrece la oportunidad de estar especialmente cerca de vosotros, queridos enfermos, y de todos los que os cuidan. Debido a que este año dicha Jornada será celebrada solemnemente en Tierra Santa, propongo meditar la narración evangélica de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), donde Jesús realizó su primer milagro gracias a la mediación de su madre.

Basílica de la Anunciación, en Nazaret, Foto: Berthold Werner.

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«¡Lo que sentirían los corazones sencillos al verse envueltos o bañados por una mirada de Jesús...!

Así me explico por qué curaba a muchos mandándoles que lo miraran: “¡Mírame!”»

(Cartilla del catequista cabal, p. 36)

Partícula para Eucaristizarnos

E s tan normal darnos cuenta de lo que sucede a tra-vés de nuestros ojos, que caemos poco en la cuen-ta del valor que tiene la mirada. La mayoría de las

criaturas creadas poseen el sentido de la vista, pero solo el hombre puede contemplar y percibir todo lo creado. Al mirar a una persona podemos percibir lo que se es-conde en su interior, y así hablamos de una mirada elo-cuente, apasionada, profunda, etc. Así mismo, nos cues-ta demasiado mirar a los ojos de alguien cuando lo he-mos ofendido, y basta una mirada risueña para sentir aprobación y una mirada severa para saber que algo se hizo mal, o una mirada de arrepentimiento para recibir el perdón. La mirada, a veces, puede decir mucho más que las palabras. Muchas veces no es necesario decir na-da para que la madre y el hijo se entiendan o los enamo-rados sepan lo que se quieren decir.

La mirada de Jesús. Los discípulos siempre se sintie-ron muy impactados y subyugados por esa mirada. El evangelio se refiere con frecuencia a la manera de mirar de Jesús: «Alzando la mirada» (Lc 21,1), «echó una mirada a Pedro» (Lc 22,61), «levanto los ojos» (Za-queo, Lc 19, 5). Comentando los textos, dice el papa Francisco: «Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida» (21/9/2015).

La mirada de Jesús refleja totalmente la mirada de Dios, porque se fija con solicitud en cada hombre y mu-jer, mirando a cada uno como alguien único e irrepeti-ble, y de la misma manera, Jesús podía estar atento a los grandes grupos, sin quedarse en un punto limitado, si-no que poseía una amplitud en su manera de mirar, «mi-rando a la muchedumbre» (Mt 5,1), pudiendo caer en la cuenta de sus necesidades. A través de la mirada de Je-sús se pueden conocer sus sentimientos, y de esa mane-ra penetrarlos y hacerlos nuestros. En esa mirada se des-

cubre la hondura de un amor infinito que llega a lo más íntimo del hombre.

Ver la vida con los ojos de Jesús es hacer que esta sea en nosotros un medio de salvación y aprender a descu-brir de su mirada sus encuentros con las personas. «De-jémonos mirar por el Señor en la oración, la Eucaristía, en la Confesión, en nuestros hermanos, especialmente en aquellos que se sienten dejados, más solos. Y apren-damos a mirar como Él nos mira. Compartamos su ter-nura y su misericordia con los enfermos, los presos, los ancianos, las familias en dificultad. Una y otra vez somos llamados a aprender de Jesús que mira siempre lo más auténtico que vive en cada persona, que es precisamen-te la imagen de su Padre» (ib.).

Ver a los demás con los ojos de Jesús es eliminar to-do lo que impida una visión clara. Hay situaciones por las que vivimos en nuestro interior una gran obscuridad, no sabemos por qué camino ir, qué opción elegir; en-tonces no queramos pretender curar nuestra vista con nuestras propias fuerzas. Es aliviador saber que Jesús es-tá siempre para limpiar y dar luz a nuestros ojos. Por nuestra disponibilidad a su acción, puede restaurar nues-tra visión para ver como Él ve.

Se dice del beato Manuel González: «Para mí, más que la sabiduría de sus sermones y el brillo de sus mila-gros, lo que atraía y arrastraba a los niños en torno de Je-sús eran sus miradas… Y en seguida aprendió el secre-to de aquellas dulces miradas de Cristo.

Salió a la calle, volvieron a apedrearle y él se paró en la primera esquina, se volvió y comenzó a mirarlos, uno a uno, sonriéndoles, “como si le cayera en gracia la fae-na”. Aquella mirada y aquella sonrisa los ha vencido… “La mirada –nos diría él– ha vencido a mis apedreado-res”» (cf. J. Campos Giles, El Obispo del Sagrario aban-donado, 6ª ed., p. 72).

Hna. Mª Leonor Mediavilla, m.e.n.

Febrero 2016mos ofrecer nuestros cansancios y sufrimientos como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el mejor vino. Cada vez que se ayuda discretamente a quien sufre, o cuando se está enfer-mo, se tiene la ocasión de cargar so-bre los propios hombros la cruz de cada día y de seguir al Maestro (cf. Lc 9,23); y aun cuando el encuentro con el sufrimiento sea siempre un misterio, Jesús nos ayuda a encon-trarle sentido.

Cultura del encuentroSi sabemos escuchar la voz de María, que nos dice también a nosotros: «Ha-ced lo que Él os diga», Jesús transfor-mará siempre el agua de nuestra vida en vino bueno. Así, esta Jornada mun-dial del Enfermo, celebrada solemne-mente en Tierra Santa, ayudará a rea-lizar el deseo que he manifestado en la Bula de convocación del Jubileo ex-traordinario de la Misericordia: «Es-te Año Jubilar vivido en la misericor-

dia pueda favorecer el encuentro con [el Hebraísmo, el Islam] y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos ha-ga más abiertos al diálogo para cono-cernos y comprendernos mejor; eli-mine toda forma de cerrazón y des-precio, y aleje cualquier forma de vio-lencia y de discriminación» (MV 23). Cada hospital o clínica puede ser un signo visible y un lugar que promue-va la cultura del encuentro y de la paz, y en el que la experiencia de la enfer-medad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y frater-na, contribuyan a superar todo lími-te y división.

Son un ejemplo para nosotros las dos monjas canonizadas en el pasa-do mes de mayo: santa María Alfon-sina Danil Ghattas y santa María de Jesús Crucificado Baouardy, ambas hijas de la Tierra Santa. La primera fue testigo de mansedumbre y de uni-dad, ofreciendo un claro testimonio de la importancia que tiene el que sea-mos responsables unos de otros, de

que vivamos al servicio de los demás. La segunda, mujer humilde e iletra-da, fue dócil al Espíritu Santo y se convirtió en instrumento de encuen-tro con el mundo musulmán.

A todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, les deseo que estén animados por el ejemplo de María, Madre de la mise-ricordia. «La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios» (MV 24) y llevarla grabada en nuestros co-razones y en nuestros gestos. Enco-mendemos a la intercesión de la Vir-gen nuestras ansias y tribulaciones, junto con nuestros gozos y consola-ciones, y dirijamos a ella nuestra ora-ción, para que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor, y nos ha-ga dignos de contemplar hoy y por toda la eternidad el Rostro de la mi-sericordia, su Hijo Jesús.

Papa Francisco

«Bodas de Caná». Julius Schnorr Von Carolsfeld (1819). Hamburger Kunsthalle. Hamburgo (Alemania).

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D ecía el sacerdote y mártir Sa-turnino durante una de las más feroces persecuciones cristia-

nas, la de Diocleciano en el 304 d.C, «sine dominico non possumus vivere». Acusado de haber celebrado la Euca-ristía para su comunidad, Saturnino admite sin titubeos: «Sin la Eucaris-tía no podemos vivir». Y una de las mártires de su grupo añadía: «Sí, he ido a la asamblea y he celebrado la ce-na del Señor con mis hermanos, por-que soy cristiana». Por esta fidelidad eucarística, los 49 mártires norafrica-nos fueron condenados a muerte. Je-sús eucarístico era la verdadera vida

para Saturnino y para sus compañe-ros mártires de Abitine, en África pro-consular. Prefirieron morir antes que privarse del alimento eucarístico, Pan de vida eterna.

Santo Tomás de Aquino, llamado por Pío XI «el máximo cantor de la Eucaristía», hacia mediodía, bajaba a la iglesia y con confianza y abando-no apoyaba su frente en el Sagrario para tener un coloquio de tú a tú con Jesús Eucaristía. El gran teólogo me-dieval es también famoso por haber compuesto el Oficio de la Fiesta del Corpus Domini, en el que expresa to-da su profunda devoción eucarística.

Recordamos el himno Pange, lingua (Canta, o lengua); la antífona O sa-crum convivium; la secuencia Lauda, Sion, Salvatorem (cf. S. Tommaso D’Aquino, Opuscoli spirituali, Edizio-ni Studio Domenicano, Bologna 1999, pp. 293-320).

También para Nicolás Cabasilas (siglo XIV), famoso teólogo ortodoxo, autor de la incomparable obra La vi-da en Cristo, la Eucaristía constituye la esencia del ser cristiano: «Cuando ( Jesús) lleva al iniciado a la mesa y le da el alimento de su propio cuerpo, lo transforma enteramente y lo cambia en la propia sustancia. El barro ya no es barro: habiendo recibido la forma real, se convierte en el cuerpo mismo del Rey; y nada puede pensarse más bienaventurado que esto» (IV, 2).

Desde su institución el Jueves San-to en el cenáculo hasta hoy, la Euca-

ristía ha marcado los días y las obras de la Iglesia, trazando en la historia una huella luminosa de vida divina, que guía y sostiene con su gracia la existencia de todo bautizado, sacer-dote, consagrado, laico. Dice Jesús: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Quien come de este pan vivirá para siempre y el pan que le daré es mi car-ne para la vida del mundo» (Jn 6,51).

La Eucaristía es vida. Sin Eucaris-tía no hay vida: «En la santísima Eu-caristía –afirma el Concilio Vatica-no II– se encierra todo el bien espiri-tual de la Iglesia, es decir el mismo Cristo, nuestra Pascua y pan vivo que, mediante su carne vivificada por el Espíritu Santo y vivificante, da vida a los hombres» (PO 5).

La Eucaristía es el corazón vibran-te de la Iglesia. La Iglesia vive de Eu-caristía. La Eucaristía edifica a la Igle-sia, que irradia en el mundo su gracia redentora. Es la Eucaristía el fuego que enciende la caridad, afianza la es-peranza y nutre la fe.

La Eucaristía fuente de santidadPara los santos, la Eucaristía era el ali-mento del entusiasmo espiritual y del dinamismo apostólico. En los Fioret-ti de santa Clara se lee que el pan, con un poco de aceite, era a menudo el único alimento de las monjas de San Damián. A veces faltaba hasta eso, si no intervenía Clara con algún mila-gro. Pero lo que no faltaba nunca era el pan de los ángeles, el pan de la Eu-caristía. Clara podía estar sin el pan común, pero no sin el que el sacerdo-te consagraba sobre el altar y distri-buía a través de la reja de hierro. Tam-

bién en esto la santa de Asís se mos-traba buena discípula de san Francis-co, el cual no se cansaba de decir y de escribir a sus frailes: «Ruego a todos vosotros, hermanos, besándoos los pies y con todo el ardor posible, que tributéis toda la reverencia y todo el honor que podáis al Santísimo Cuer-po y a la Sangre de nuestro Señor Je-sucristo» (Carta al Capítulo general, 1, p. 56 . Cf. Fioretti di Santa Chiara, cap. 21).

Aquí en Ávila, durante el V cente-nario del nacimiento de santa Tere-sa, no podemos no referirnos a su Cas-tillo interior. Con un análisis, que pa-rece preceder en siglos a la introspec-ción psicológica freudiana, Teresa ha-bla de siete moradas del castillo, que constituyen sendas etapas del cami-no de perfección. Las primeras tres forman la parte ascética con la muer-te del hombre viejo. Mediante la pu-rificación del corazón, la oración, la confesión, las buenas lecturas, la pe-nitencia, la lucha contra el pecado y el fortalecimiento de las virtudes, se prepara el encuentro con el Esposo. Las otras cuatro moradas conducen a la vida mística, en el noviazgo con Jesús y en el matrimonio espiritual con él en el sacramento de la Eucaris-tía. Es en el encuentro sacramental donde adviene el nacimiento del hom-bre nuevo. La larva se transforma en mariposa. Se realiza el evangélico «vo-sotros en mí y yo en vosotros» (Jn 14,20). La comunión sacramental con el Señor en el hondón de la propia al-ma provoca la expansión y la explo-sión de las obras (Cf. Santa Teresa de Jesús, Castillo interior, VII, 2). Ella ad-virtió imperiosamente que la adora-

ción eucarística y la comunión con Jesús Hostia no pueden reducirse a una experiencia intimista, sino que debe expandirse hacia afuera en la multiplicidad de las obras.

Entrando en la iglesia de Pietrel-cina, donde el padre Pío celebró su primera Misa el 14 de agosto de 1910, se puede admirar una estatua del san-to, que, de rodillas, tiene la mirada fi-ja en el Sagrario. El gran taumaturgo parece extasiado en Jesús eucarístico, fuente de su ardor apostólico y de sus extraordinarios carismas. Como el padre Pío, cada cristiano es una per-sona eucarística, porque está conti-nuamente nutrido, formado y trans-figurado por la Eucaristía.

El famoso mártir de la persecu-ción comunista en Polonia, el beato Jerzy Popiełuszko, capellán de Soli-darnosc y defensor de los derechos de los trabajadores, fue asesinado por al-gunos sicarios del régimen en octu-bre de 1984, mientras volvía a Varso-via después de la celebración de la santa Misa. Asaltado en la calle, fue llevado a la cárcel, torturado y, atado de pies y manos, arrojado en vida a las aguas heladas del Vístula, encon-trando así una muerte atroz. Su cuer-po desfigurado fue encontrado una semana después. Era la Eucaristía el alimento de su fortaleza. De semina-rista, Jerzy Popiełuszko hizo el servi-cio militar en medio de muchas hu-

Guía y modelo de santidad eucarísticaPonencia del Card. Angelo Amato

La ponencia inaugural del I Congreso Internacional Beato Manuel González estuvo a cargo del cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Ofrecemos en este número de El Granito la primera parte de su intervención, que concluiremos el próximo mes.

La Eucaristía es el alimento para el entusiasmo espiritual y el dinamismo apostólico

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millaciones y limitaciones de su liber-tad religiosa. Se le impedía asistir a la Misa cotidiana y recibir la Comunión. En una carta suya enviada a su padre espiritual en el Seminario de Varso-via, el joven seminarista escribía: «Ayer con el pretexto de ingresar dinero en el banco he ido a la ciudad. He ido a la iglesia y por primera vez después de un mes he recibido la Eucaristía» (Z. Malacki, Il Servo di Dio padre Jer-zy Popiełuszko, Edizione Loretana, Varsavia 2003, p. 29). El consuelo de la Eucaristía era la fuerza que lo sos-tenía en su testimonio de Jesús.

Permitidme que cuente un curio-so episodio de la madre de un obis-po italiano. Se trata del arzobispo de Salerno, Italia, Nicola Monterisi (1867-1944), oriundo de Barletta. La seño-ra, asidua a la Misa cotidiana, con fe profunda, después de haber recibido la santa Comunión, solía, vuelta a ca-sa, amamantar a su niño, para hacer-le partícipe de la Eucaristía. Cuatro hijos de esta santa mujer se consagra-ron al Señor. La Eucaristía había ali-mentado de pan divino, no solo a la madre sino también a los pequeños.

Para terminar con este repaso con-creto sobre la indispensabilidad de la Eucaristía en la vida de los cristianos evoco la experiencia de cárcel en Viet-nam del siervo de Dios cardenal François Xavier Van Thuan, del que se ha iniciado la causa de beatifica-ción. No obstante el suplicio cotidia-no, él lograba mantenerse sereno por-que cada mañana podía decir Misa secretamente con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la ma-no. Era este alimento divino clandes-tino la fuerza para él y para los otros prisioneros católicos. De noche, en efecto, a las nueve y media, en la os-curidad del dormitorio común, se in-clinaba para celebrar de memoria la Misa, después pasaba bajo la mosqui-tera la Comunión a los otros cinco ca-tólicos que había allí. Al día siguien-te recogían el papel de los paquetes de cigarrillos con el que fabricaban

bolsitas para meter dentro el Santísi-mo. Era su santo Sagrario, que no abandonaban nunca.

El beato Manuel González García, custodio de los Sagrarios abandonadosTampoco el beato Manuel González García permitía el abandono de los Sagrarios, hasta el punto de ser deno-minado el sacerdote y, después, el obispo de los Sagrarios abandonados. Era de hecho un enamorado de la Eu-caristía y su persona, en continua ado-ración del Señor, irradiaba una luz eu-carística que atraía y convertía al bien.

Conviene recordar brevemente su santa existencia. Nacido en Sevilla el 25 de febrero de 1877, fue ordenado sacerdote en 1901 por el cardenal Marcelo Spínola también beato. Fue párroco de Huelva en 1905, auxiliar de Málaga en 1915, obispo de Mála-ga en 1920, y, finalmente, obispo de Palencia en 1935. Murió en olor de santidad en Madrid el 4 de enero de 1940. Fue beatificado el 29 de abril de 2001 por Juan Pablo II.

Su existencia está llena de expe-riencias eucarísticas. De pequeño Ma-nuel formaba parte del célebre grupo de niños sevillanos, que por antigua tradición cantan y bailan delante del Santísimo Sacramento. Son llamados los Seises, porque son seis pequeños cantores de la catedral de Sevilla. Ma-nuel era uno de estos ángeles de la Eucaristía.

Una semana después de la orde-nación sacerdotal, don Manuel cele-bró la Misa en la capilla de los Sale-sianos y desde aquel día, en señal de respeto por la Eucaristía, dejó de fu-mar para siempre.

Inició el ministerio en Palomares del Río. Aquí, encontrándose en una iglesita con un Sagrario desierto, tu-vo la inspiración de convertirse en el apóstol de los Sagrarios abando-nados. La Eucaristía se convirtió en el motor de su apostolado y sus obras tuvieron todas una impronta euca-

rística. Pasaba largas horas en ado-ración del Santísimo Sacramento, para reparar el descuido y negligen-cia del pueblo.

En 1910 fundó la Obra de las Tres Marías con el fin de encender en los fieles el espíritu reparador de las mu-jeres que acompañaron a la Virgen a los pies de la cruz. En 1915 las Ma-rías eran más de 70.000 y se dedica-ban a hacer compañía a Jesús Sacra-mentado. Hoy son muchísimas repar-tidas por el mundo entero. A las Tres Marías añadió la obra masculina de los Discípulos de San Juan y de los Juanitos, para los más pequeños. Fun-dó finalmente la congregación de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, con un carisma todo eucarístico. Do-tado de sólida cultura teológica, don Manuel escribió muchas obras de es-piritualidad eucarística.

Sacerdote y obispo con el Corazón de CristoEl beato Manuel González García era un sacerdote santo. Cuando fue en-viado como párroco a Huelva, en aquel tiempo dominio de los protestantes, el mismo cardenal Spínola le dijo que iba como al martirio. Pero conocién-dolo bien estaba seguro de haber en-viado a Huelva una verdadera alhaja, añadiendo que don Manuel habría salvado la ciudad (cf. Positio super vir-tutibus. Roma 1931, p. 31).

Un cambio en su vida sacerdotal fue la invitación de un obispo cono-cido suyo a trasladarse a León como canónigo y como secretario particu-lar. Don Manuel consultó con el ar-zobispo Spínola, que le dijo: «Si quie-res honores puedes ir a León; y si quie-res ganar almas, en Huelva»(id.). Nuestro beato no tuvo dudas, prefe-ría quedarse en Huelva, donde lo ha-bía enviado el Corazón Eucarístico de Jesús y su santo pastor.

Inicia así con un fervor verdade-ramente excepcional su intenso apos-tolado: Misa cotidiana por la maña-na; predicación y catequesis; iglesia

siempre abierta a todos; escucha de las confesiones; oración y adoración del Santísimo. Era infatigable en el es-perar a los penitentes. Durante el día visitaba a los enfermos y a los pobres de la parroquia. Sus preocupaciones –dicen los testigos– eran los margi-nados, los humildes, los niños de la calle. Hace de la Eucaristía el alma de su acción apostólica. Invita a los fie-les a comulgar cotidianamente, a ha-cer frecuentes visitas a la iglesia, a par-ticipar en los turnos de adoración noc-turna.

El 20 de junio de 1906 en Huelva tiene lugar la procesión de san Sebas-tián patrono de la ciudad. Durante el desfile, algunos muchachos comen-zaron a blasfemar. Fue grande la mo-lestia de don Manuel, el cual, sin em-bargo, se dio cuenta de que no era la malicia, sino la ignorancia religiosa el origen de aquella actitud sacrílega. Concibió entonces la idea de abrir una escuela para los niños de la calle.

Restaura la iglesia de San Francisco, medio abandonada, y el 17 de no-viembre de 1906 pone el Santísimo Sacramento, dando así inicio a la ca-tequesis. Otras escuelas fueron abier-tas en el santuario de Nuestra Seño-ra de la Cinta (a dos kilómetros de Huelva), en el barrio del Polvorín (cer-ca del convento franciscano de La Rá-bida), en la cuesta del Carnicero. En poco tiempo recoge e instruye a más de mil niños.

Para sostener la iniciativa cuenta con un grupo de jóvenes, a los que provee económicamente, llamando a la puerta de ricos generosos. Distri-buye hojas con la invitación a ir a la iglesia. En 1908 organiza escuelas do-minicales para las chicas y escuelas nocturnas para los obreros. Se sirve de más de cuarenta maestros. Entre-tanto instituye casas de comida para los pobres.

Obviamente no faltaron dificulta-des de todo tipo, pero su lema era:

«Trabajar como si el resultado de-pendiera solamente de ti; y tener con-fianza en Dios, como si el resultado dependiera exclusivamente de él» (ib., p. 33). Entre sus colaboradores, estaban los llamados «ángeles de la parroquia», que se dedicaban a visi-tar las casas, promover la frecuencia de los sacramentos y entronizar en las familias el sagrado Corazón de Jesús.

En las adversidades, como duran-te la larga huelga de los mineros de Riotinto o en las frecuentes inunda-ciones, es de los primeros en presen-tarse para ayudar; abre mesas de co-mida, distribuye ropa y limosnas, cuida a los pequeños. No descuida la pastoral vocacional y abre un pe-queño seminario en una parte del campanario de la iglesia de San Pe-dro. Cuando fue obispo de Málaga sustituyó el costoso banquete oficial con la comida a más de tres mil ni-ños pobres (cf. ib., p. 37).

Card. A. Amato, s.d.b.

Ponencia inaugural del I Congreso Internacional Beato Manuel González a cargo del Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

1918

Resonancias en nuestra Iglesia de hoy

D. Ildefonso, sabemos que acaba de publicar en su blog Orientación pas-toral un trabajo titulado «El legado pastoral del beato Manuel González en el Centenario de su despedida de Huelva». ¿Podría decirnos qué le ha movido a hacerlo?Desde la fecha de nuestra jubilación, mi hermano, también sacerdote, y yo venimos dedicando una buena parte de nuestro tiempo al blog Orientación

pastoral al que usted acaba de aludir. Son «paginillas» –que diría D. Ma-nuel– lanzadas al vuelo en las redes sociales por si sirven de ayuda a algún sacerdote o agente de pastoral.

El año 2005 se cumplió el cente-nario de la llegada de D. Manuel a la parroquia de San Pedro. A partir de ese año, hasta este mes de enero de 2016, en que, el día 15, se ha cumpli-do el centenario de su amarga despe-

dida de Huelva para ser consagrado obispo auxiliar de Málaga, he venido publicando en el blog, todos los me-ses, algún comentario a hechos signi-ficativos de su biografía en cada mes, especialmente sobre aquellas activi-dades pastorales que tuvieron lugar en Huelva. Quería sencillamente, des-de esta orilla de las tres carabelas, don-de la alegría del Evangelio llenó el co-razón y la vida entera de D. Manuel,

mostrar la gratitud que los onuben-ses le debemos porque con su vida, su acción y su palabra nos invitó, ade-lantándose al papa Francisco, a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, y nos indicó caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años.

Cuando en 2005 empecé a publi-car ese recuerdo mensual, durante los años del Centenario de la estan-cia de D. Manuel en Huelva, no ima-ginaba que, desde el año centenario de su llegada a Huelva, iba a llegar hasta el mes de enero de 2016, cen-tenario de su despedida. Llegado es-te momento pensé en seleccionar, del material que tengo sobre la acción pastoral de D. Manuel en Huelva, lo que estimo que es una plasmación completa y anticipada de la exhorta-ción apostólica La Alegría del Evan-gelio, del papa Francisco.

Me han movido, pues, a publicar «El legado pastoral del beato Manuel González» la memoria agradecida a D. Manuel por aquella etapa pasada de su extraordinaria tarea evangeliza-dora en la Huelva de hace un siglo, la convicción de la validez de su legado cuando evangelizamos en el presen-te de nuestra diócesis, afrontando los diversos desafíos que ahora se pre-sentan; y la espera confiada de que su canonización lo proponga a toda la Iglesia como modelo y ejemplar de evangelizadores con espíritu.

¿Cuáles fueron, según su criterio, los valores más importantes de la acción

pastoral de D. Manuel en la diócesis de Huelva?La pastoral eucarística juntamente con su entrega a la inclusión social de los pobres. La asistencia de los fieles y su participación alegre, plena y fes-tiva en la Eucaristía, sobre todo la Eu-caristía del Día del Señor, fueron pre-ocupación constante de D. Manuel, y también ocasión de grandes satis-facciones, durante el tiempo de su es-tancia en Huelva. Esto un siglo antes de que san Juan Pablo II nos dijera que la Eucaristía es impulso para la evangelización en este tercer milenio, porque ella no solo es su centro, sino también fuente que desencadena y promueve toda la acción evangeliza-dora en el mundo contemporáneo (cf. NMI 36). Y que la participación en la Eucaristía es el centro del do-mingo para todo cristiano. Santificar el día del Señor es un privilegio irre-nunciable y un deber que se ha de vi-vir no solo para cumplir un precepto, sino como necesidad, en orden a una vida cristiana verdaderamente cons-ciente y coherente (cf. NMI 36).

Don Manuel ya pensaba que la Misa «para la sagrada liturgia no es solo doctrina que hay que exponer y creer, sino acción que ejecutar y re-presentar, y no solo acción, sino la ac-ción única, la acción por antonoma-sia, la que con toda razón y justicia puede llamarse la única acción esen-cial y vivificadora de la Iglesia católi-ca y con respecto a la cual todas las demás acciones del sacerdocio, de la jerarquía y de la liturgia universal tie-

nen razón secundaria y subordinada, de preparativo, medio o efecto» (OO.CC. I, n. 163).

Por otra parte, el papa Francisco nos dice que «evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios. Pero “ninguna definición par-cial o fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que com-porta la evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla” (EN 17). Ahora quisiera compartir mis inquietudes acerca de la dimensión social de la evangeliza-ción precisamente porque, si esta di-mensión no está debidamente expli-citada, siempre se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e inte-gral que tiene la misión evangeliza-dora» (EG 176).

«Cada cristiano y cada comuni-dad están llamados a ser instrumen-tos de Dios para la liberación y pro-moción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dó-ciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (EG 187).

La tarea, pues, de una Iglesia fiel a Jesucristo es anunciar el Reino de Dios con obras y palabras. Obras y palabras que promueven la justicia en nuestra sociedad, esperanza para los pobres del mundo y llamada a la con-versión de las personas y las estruc-turas que impiden la fraternidad en la justicia entre todos.

Es cuestión de fidelidad a Jesucris-to, «enviado a evangelizar a los po-bres» (Lc 4,18), la promoción de la

«Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres,

los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce

adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La

reforma de estructuras que exige la conversión pastoral solo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se

vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más

expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva

de todos aquellos a quienes Jesús convoca a

su amistad. Como decía Juan Pablo II a los Obispos de Oceanía, “toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial”» (EG 27).Queridísimo D. Manuel: en el mes de enero se ha cumplido un centenario de tu despedida de Huelva. Tu estancia en ella fue una de las épocas más fecundas de tu vida. Hoy queremos entrevistar a D. Ildefonso Fernández Caballero, que fue durante muchos años párroco en tu amadísima parroquia de San Pedro de Huelva y que es un gran conocedorde tus escritos y tu vida.

El beato Manuel nos invitóa una nueva etapa evangelizadora

Decía el beato Manuel«¡Ser siempre apóstol! ¿Puede haber corazón sinceramente piadoso que no tenga por aspiración constante la realización de este deseo? Estar siempre ha-ciendo algo con la palabra o la intención para que Jesús, el Jesús Rey de nues-tro corazón y centro de nuestra vida, sea un poquito más conocido, amado, servido, imitado y glorificado, ¿qué alma sinceramente cristiana no lo desea y procura?» (OO.CC. III n. 4915).

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justicia y la inclusión social de los po-bres. La Iglesia debe continuamente interrogarse si el Evangelio que ella vive, anuncia y transmite es realmen-te Buena Noticia para los pobres y marginados de la sociedad.

En la época de D. Manuel, Huel-va era una ciudad donde más de las dos terceras partes de su habitantes vivía en la pobreza. Mineros de la Compañía de Riotinto depauperados y enfermos, chabolistas de la Fuente Vieja, habitantes de las cuevas en to-do el cabezo de la Cuesta del Carni-cero, gitanos del Barrio del Polvorín, agricultores del Barrio de San Sebas-tián con una economía de mera sub-sistencia.

«Pobrecillos los pobres, ¡despier-tan tan poco interés a su paso por el mundo!» (OO.CC. III, n. 5050). Es-ta frase expresa la compasión de don Manuel con el mundo de la margi-nación y la pobreza. El párroco de San Pedro sintió como primera exi-gencia hacerse presente físicamente entre los más pobres, acercarse a sus problemas y sufrimientos, sintonizar con sus angustias, encarnar el men-saje evangélico en su lenguaje, ele-varlos y dignificarlos con la difusión de la cultura, hacerlos protagonistas de su propia liberación, desencade-

nar movimientos de solidaridad y promoción.

¿Cree que las orientaciones pastora-les predicadas y vividas por el beato Manuel pueden ser significativas pa-ra nosotros, hoy?En La Alegría del Evangelio, el papa Francisco se dirige a los fieles cristia-nos «para invitarlos a una nueva eta-pa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la mar-cha de la Iglesia en los próximos años» (n. 1). Las orientaciones pastorales de D. Manuel, como eran fruto de su radicalidad evangélica, siguen tenien-do la misma validez que tuvieron el siglo pasado, cuando fue párroco de San Pedro y arcipreste. Sus acciones pastorales en Huelva se pueden de-nominar hoy con los epígrafes de la exhortación del papa Francisco, co-mo estos por ejemplo: «una Iglesia en salida», «desde el corazón del Evangelio», «todo el pueblo de Dios anuncia el Evangelio», «todos discí-pulos misioneros», «la homilía en el contexto litúrgico», «un oído en el pueblo», «la dimensión social de la evangelización», «la inclusión social de los pobres y su lugar privilegiado en el Pueblo de Dios», «evangeliza-dores con Espíritu», «María, la ma-

dre de la evangelización»...Decía anteriormente que me

impresionan especialmente en D. Manuel su pastoral eucarísti-ca y su preocupación por el de-sarrollo integral de los más aban-donados de la sociedad. Termi-no añadiendo que lo que sobre-sale en el pensamiento y la ac-ción pastoral de D. Manuel es la

unidad indisoluble que establece en-tre Cristo, presente en la Eucaristía, y la dimensión social de la evangeliza-ción. A esta la define, en su Conferen-cia en la III Semana Social de Sevilla, como «un viaje de ida y vuelta, que empieza, el de ida en Cristo y termi-na en el pueblo, y empieza en el pue-blo, el de vuelta, y termina en Cristo» (OO.CC. II, n. 1879).

D. Manuel hizo suya la consigna «ir al pueblo» del papa León XIII. El papa Francisco invita repetidamente a salir a las periferias. D. Manuel ya lo hacía, constatando que «en la socie-dad en que vivimos hay injusticias grandes, horribles, irritantes en gra-do sumo». Y añadía, para pasar a la acción, «yo no creo estar equivoca-do diciendo que la Acción Social Ca-tólica tiene dos aspectos o dos moti-vos: uno de caridad y otro de justicia. Uno de reivindicación y otro de mi-sericordia».

Pero enfatizaba al mismo tiempo: «Es preciso no olvidar que nuestras obras, por muy populares y beneficio-sas que sean, y muy disfrazadas que las presentemos, han de atraerse pre-venciones y odios, que esa es en el mundo la suerte de Cristo y de sus obras; es esencial, en una palabra, a la Acción Social Católica ir siempre, ten-der siempre hacia Cristo» (OO.CC. II, n. 1879).

Así pues, las orientaciones y accio-nes de la pastoral de D. Manuel en la Huelva del siglo pasado continúan vi-gentes también hoy, en el pontificado y según los deseos del papa Francis-co, porque tienen una fuente común en la alegría del Evangelio.

Mª del Carmen Ruiz, m.e.n.

Formación carismática

A l recibir el libro y abrir sus pági-nas recordé a santa Teresa de Je-sús cuando en el libro de su Vi-

da (V 26, 6) nos cuenta lo desazona-da que se quedó cuando en 1559 el inquisidor general Valdés decretó la quema de muchos libros de espiritua-lidad y teología que consideraba po-co aconsejables. Santa Teresa, que siempre se «recogía» con los libros, experimentó una gran tristeza ya que poseía y había leído muchos de esos libros. Esta experiencia purificadora le llevo a un profundo encuentro con el Señor que le dijo: «Yo te daré libro vivo». Ante estas palabras recibidas, santa Teresa experimenta cómo el Se-ñor es «el libro verdadero adonde he visto las verdades. ¡Bendito sea tal li-bro, que deja imprimido lo que se ha de leer y hacer de manera que no se puede olvidar!».

Nos sirve, ¡y mucho!, este episo-dio de la santa mística, tan querida por el beato Manuel González, para reflexionar sobre algo que él mismo nos recuerda en Cartilla del catequis-ta cabal y que nos ilumina a todos no-sotros, evangelizadores y catequistas en nuestra tarea.

El Apóstol de la Eucaristía nos di-ce que «los dos libros insustituibles para educar que he descubierto, se lla-man el niño y el Evangelio» (p. 50). Ambas realidades, el destinatario y el

contenido, son para D. Manuel el li-bro vivo que nos habla y nos marca la senda de la tarea evangelizadora. Una mirada contemplativa a los niños, o a cualquier destinatario de nuestro anun-cio, nos hace conocer cómo es la tie-rra en la que hemos de sembrar la se-milla de la Palabra. Esta mirada al li-bro vivo que supone la vida, los pro-blemas y todo el mundo interior del destinatario nos servirá de punto de partida para saber discernir lo bueno de esa tierra y también las malas hier-bas que anidan en su campo.

Tierra buenaEl beato Manuel compara el ministe-rio del catequista con el trabajo del agricultor que tiene como objetivo de-volver a la tierra su estado virginal, ino-cente, quitando de ella las malas hier-bas. Para D. Manuel esa tierra buena es aquella que es abonada con «la luz, fuerza y vida de Dios», y regada por la «frecuencia de sacramentos y ora-ción, de educación cristiana y ejem-plos buenos de padres, maestros, ami-gos y circunstantes la divina semilla, la gracia, produce frutos sabrosos de virtudes, adornadas y avaloradas con el rico perfume de la inocencia y a ve-ces de la santidad consumada» (p. 52).

El otro libro vivo que el beato nos sugiere como el mejor libro de un buen catequista es el Evangelio. Co-

mo nos dice la misma Escritura la «Palabra de Dios es viva y eficaz» (Heb 4,12) y así la experimentó él, que nunca separó el Jesús del Evan-gelio del Jesús del Sagrario, y cómo en ambos lugares lo experimenta vi-vo, amándonos, proclamando la Bue-na Noticia, ofreciéndose por todos.

El libro del Evangelio hay que «leer-lo a través de la limpieza de corazón y de la luz de la lámpara del Sagra-rio», porque es así como «se apren-den estas dos grandes lecciones que compendian toda la vida y fecundi-dad del verdadero Maestro».

Así pues, los niños y el Evangelio, son los dos grandes libros vivos que D. Manuel nos sugiere leer para ha-cer de nuestro servicio pastoral un servicio fecundo. Fecundidad que por otra parte no depende de nosotros si-no del Espíritu que habla a través de la Palabra y de la propia acción misio-nera como nos recuerda el papa Fran-cisco: «Pero no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíri-tu, renunciar a calcularlo y controlar-lo todo, y permitir que Él nos ilumi-ne, nos guíe, nos oriente, nos impul-se hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser mis-teriosamente fecundos» (EG 280).

¡Abrámonos, querida Familia Eu-carística, a la acción del Espíritu, lea-mos el libro vivo de la realidad y del Evangelio, hagamos de nuestro sí fiel un estilo de vida eucarística y euca-ristizadora!

Sergio Pérez Baena, Pbro.

«Yo te daré libro vivo»Hace pocas semanas llegó a mis manos el libro conmemorativo del I Congreso Internacional Beato Manuel González, cuyo título Nuevas miradas. Memoria agradecida, inspiró la reflexión que a continuación os comparto.

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L a editorial El Granito de Arena, sintiendo también con fuerza es-ta llamada y misión eucaristiza-

dora, ha continuado su trabajo con entusiasmo y ahora presenta, con la valiosa ayuda y aportaciones de di-versos colaboradores, dos publicacio-nes basadas en este acontecimiento. Cada una tiene un estilo diferente, pero ambas reflejan la riqueza de to-do lo compartido durante aquellos días en Ávila, en torno a la figura de nuestro querido don Manuel.

Libro de actasFuego en el corazón del mundo da nom-bre al libro de actas que recopila los textos de todas las intervenciones rea-lizadas durante las jornadas del Con-greso. Se estructura en dos partes. En primer lugar se encuentran los men-sajes, testimonios, catequesis, homi-lías de las celebraciones que tuvieron lugar del 29 de abril al 2 de mayo en

Ávila, en la sede del CITeS, y que re-flejan la actualidad del mensaje de don Manuel. También se incluye la obra premiada en el concurso litera-rio. En segundo lugar se encuentran los trabajos de investigación: ponen-cias y comunicaciones, así como las aportaciones de los participantes en las mesas redondas.

Cabe destacar la riqueza de las ponencias, sus propuestas y reflexio-nes, su hondura científica y académi-ca. Las seis ponencias abarcan distin-tos aspectos de la vida del beato: san-tidad, mística, catequesis, espiritua-lidad litúrgica, acción social y caris-ma. Podemos encontrar, por ejem-plo, la ponencia inaugural del Carde-nal Ángelo Amato, que nos habla de la Eucaristía como pan de vida y fuen-te de santidad, y presenta al beato Manuel González como un sacerdo-te y obispo con el Corazón de Cris-to cuya espiritualidad eucarística lo

convierten en modelo y guía de san-tidad para el hombre de hoy. Así, ca-da una de las ponencias, cuyos tex-tos completos y con citas que facili-tan futuras investigaciones se inclu-yen en el libro, profundizan en diver-sas facetas de este inquieto apóstol de los sagrarios abandonados.

También son interesantes las in-tervenciones en las mesas redondas, que tuvieron como tema: «El beato Manuel González y su tiempo» y «El beato Manuel González, apasionado comunicador», y fueron realizadas por profesores profundamente co-nocedores y estudiosos de la histo-ria y las ciencias de la comunicación. Por su parte, las comunicaciones pre-sentadas aportan nuevos y origina-les matices de la doctrina de don Ma-nuel relacionados con temas actua-les de familia, pastoral, acción social y espiritualidad.

Se han transcrito además los tes-timonios, experiencias vivas del ca-risma encarnado en personas con-cretas que, tanto en países de Amé-rica como de Europa, hacen presen-te y dinámica la espiritualidad de don Manuel hoy. Encontramos en sus pá-ginas el testimonio de un párroco, de

un seminarista, de una madre de sacerdote y de una inquieta propa-gandista de la devoción al beato Ma-nuel que nos sorprenden y conmue-ven, por su vida y sus iniciativas sur-gidas del encuentro con la figura del don Manuel y del carisma eucarísti-co reparador. La lectura de estos tes-timonios nos hace arder el corazón, así como las homilías y mensajes di-rigidos durante esos días, que gracias a estas publicaciones podemos vol-ver a leer y reflexionar con mayor atención y detenimiento.

Sin duda, recorrer las páginas de este volumen revela principalmente cómo el Congreso ha posibilitado acercarse a la figura de don Manuel González desde una mirada académi-ca, científica, histórica. Se ha estable-cido un diálogo con diversas discipli-nas que abre nuevos caminos, lectu-ras y relecturas a su vida y obra. Por tanto, puede constituir un punto de referencia que sirve como fuente de formación, consulta y orientación pa-ra futuros trabajos e investigaciones.

Libro conmemorativoNuevas miradas, acompañado del sub-título Memoria agradecida, se deno-

mina el libro conmemorativo que muestra de manera dinámica y crea-tiva, a través de las mejores imágenes a todo color, textos y frases breves, la realización del Congreso. En un ori-ginal y atractivo formato podemos ver los rostros, los gestos, los signos y expresiones de cada uno de los pro-tagonistas de estas jornadas, y los es-pacios en los que transcurrieron. Per-sonas, lugares y momentos en que no faltó la alegría, la acogida, el encuen-tro, las sorpresas.

Comienza el libro con un aparta-do que expresa el sueño hecho reali-dad: el hecho de organizar un con-greso internacional para profundizar y dar a conocer mejor la herencia es-piritual del beato Manuel González, que constituye una riqueza para to-da la Iglesia.

A continuación se nos revela su-cesivamente el Fuego (páginas que muestran las nuevas miradas, cami-nos, lecturas y relecturas realizadas en las ponencias, testimonios, mesas redondas, talleres, etc., que avivan el fuego del amor eucarístico repara-dor), en el corazón (imágenes rela-cionadas con las celebraciones litúr-gicas, vigilias, momentos de oración

y singularmente la Eucaristía, fuente y cumbre de la Iglesia, corazón del Congreso), del mundo (las resonan-cias del Congreso en la prensa, en las redes sociales, en la respuesta a los concursos literarios y de dibujo, en los ecos de quienes lo vivieron; imá-genes del Museo de don Manuel y la Sala de la Memoria).

Por último encontramos la llama-da y desafío. Llamada que nos impul-sa a continuar profundizando en el don del carisma eucarístico repara-dor y en el mensaje recibido de don Manuel, y desafío que nos invita a ser hombres y mujeres auténticamente eucarísticos, inquietos y creativos bus-cadores de caminos de eucaristiza-ción en las realidades que vivimos en el mundo de hoy.

Sin más descripciones, os invita-mos a recorrer en primera persona cada una de las páginas de estos li-bros. Algunos lectores lo harán para conocer y descubrir, otros para revi-vir y profundizar, y todos podemos hacerlo disfrutando y agradeciendo el don que el Señor nos ha hecho en la realización de este I Congreso In-ternacional Beato Manuel González.

Mª Andrea Chacón, m.e.n.

Escuchando las resonancias de los participantes al finalizar el I Congreso Internacional Beato Manuel González podemos decir que se han suscitado profundas vivencias, ardientes desafíos, y el renovado anhelo de vivir el carisma y eucaristizar el mundo, cada uno en el lugar y con la vocación que hemos recibido.

Lectura sugerida

Páginas que encienden el corazón

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E l día 17 de enero algunos miembros de la Unión Eucarística Reparadora, niños, adolescentes, jóvenes y adultos, Misio-

neras Eucarísticas de Nazaret, Misioneras Se-glares, Hermano Mayor de la Cofradía Virgen de la Cabeza de Jaén y otros cofrades más con sus familias, amigos y conocidos, tuvimos la gracia de realizar una peregrinación al Santua-rio de nuestra querida Patrona, la Virgen de la Cabeza.

Si llegar a la casa de la madre es siempre mo-tivo de gozo y de esperanza, mucho más lo ha sido para nosotros en esta jornada, en el mar-co del Año jubilar de la Misericordia, en el que, además de ganar el Jubileo, hemos tenido la dicha de llevar la reliquia del beato Manuel González, nuestro fundador, para dejarla allí, en la casa de María, Ntra. Sra. de la Cabe-za. Agradecemos la cordialidad de la comuni-dad de los Padres Trinitarios que, con tanto detalle y alegría, nos ayudaron.

Por la mañana celebramos con gozo la Eu-caristía dominical, venerando la reliquia. Por la tarde, los niños de la RIE y preJER  con hermanas y monitores por un lado, con sus dinámicas y juegos, y los adultos en el salón por otro, tuvimos espacio para enriquecer-nos con algunas reflexiones, recorriendo la vida de don Manuel. Así, fuimos poniendo la mirada en las diferentes advocaciones de

la Virgen de los lugares donde él vivió pa-ra comprobar, con alegría y confianza, có-mo la presencia de la Virgen acompañó cada etapa de su existencia.

Hemos querido que este viaje sea un impulso para nuestra vida de fe, contan-do con la intercesión de la Virgen y de es-te gran amigo de Jesús, el obispo de la Eu-caristía, encomendándonos a ellos para que nos alcancen la gracia de abrirnos con confianza a acoger la misericordia del Señor en nuestra vida, y ser a la vez, testigos de ella para nuestros hermanos. 

Como Familia,al encuentro de la madre

Peregrinación de la FER en Jaén

L a UNER de Sevilla ha participa-do en la celebración de la santa Misa en la parroquia de San Juan

Pablo II de Montequinto (Sevilla), junto a la comunidad de sus feligre-ses que hizo que el templo se queda-ra pequeño. Daba alegría ver familias completas, y, sobre todo, muchos ni-ños, algunos de ellos formando par-te de un nutrido coro.

Esta parroquia de creación recien-te (2011) tiene como proyecto la construcción de su templo definiti-vo, aunque hay que reconocer que el recinto actual resulta sumamente aco-gedor y digno.

Hemos apreciado la labor de su párroco D. Adrián J. Rios Bailón, co-mo muestra de un espíritu lleno de la gracia de Jesús Eucaristía. Como él mismo dice: «es la Eucaristía la que hace nacer Iglesia, la oración de los fieles la que sostiene la fe, y la caridad con los necesitados la que hace de la misión una garantía de caminar tras

la huellas del Maestro». Desde el co-mienzo hasta el final de la celebración se hizo presente el beato Manuel. Du-rante la homilía D. Adrián invitó a to-dos los niños a acercarse al altar, y re-cordó la labor del fundador. Destacó cómo le apenó ver el Sagrario aban-donado y solo en Palomares, y con el tiempo, pidió a algunas personas que acompañaran a Jesús en los Sagrarios abandonados.

D. Adrián hizo el símil con la mis-ma soledad del Niño en Belén. En-tonces, para evitarla, los ángeles anun-ciaron el nacimiento a los pastores pa-ra que fueran a adorarlo. Posterior-mente el párroco pidió a la Hna. Pao-la Mª que dirigiera unas palabras a los niños. Destacó que Jesús Eucaristía es un amigo siempre dispuesto a es-cucharnos, porque nos ama. Las vo-ces del coro infantil nos alegraron con los villancicos de siempre.

Hermoso final cuando D. Adrián nos recordó las palabras de san Juan

Pablo II pronunciadas en la catedral de Sevilla en 1993 con motivo de su visita al Congreso Eucarístico Inter-nacional: «Aquí en Sevilla es obliga-do recordar a quien fue sacerdote de esta archidiócesis, arcipreste de Huel-va y más tarde obispo de Málaga y de Palencia, D. Manuel González, el obis-po de los Sagrarios abandonados».

Después de la celebración euca-rística, los miembros de la UNER tuvimos una pequeña convivencia, acompañada de comida y bebida aportada por todos. Momento de en-cuentro agradable y relajado, duran-te el cual D. Adrián explicó, a algu-no de los miembros, los proyectos de su parroquia y cómo se va con-formando todo, sin duda obra de la divina providencia.

El Señor nos ha regalado momen-tos entrañables donde sentimos el don que Dios nos regala al ser miem-bro de la Familia Eucarística.

Manuel y Antoñita (UNER Sevilla)

Ecos del 4 de enero: Sevilla

Unidos en el gozoy la acción de gracias

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Orar con el obispo del Sagrario abandonado

E l mal hace mucho ruido y se pre-gona con demasiada facilidad. El mal intenta acorralar siempre

al bien. A veces, hay que mirar el mal para apreciar mucho mejor el bien.

Lo mismo sucede con la miseri-cordia: parece una debilidad eso de perdonar setenta veces siete o poner la otra mejilla. Cuando es todo lo contrario: cuanto más humilde es uno al perdonar al otro que me ha ofendido, o cuanto más sencillo es uno al servir al que no sabe, o carece de pan o de vestido, más fuerte es. Porque esa fuerza no es logro huma-no, sino gracia que viene de arriba, bendición del Altísimo, derrama-miento del amor divino.

D. Manuel González lo tenía muy claro: «Cuando la obra es anónima y no sirve para encubrir robos de glo-ria a Dios, ¡qué bien vive! El Señor la bendice con efusión, porque puede decir complacido: es mi obra; los be-neficiados por ella la miran con con-

fiado cariño, porque los beneficios que de ella reciben no les imponen la esclavitud y la adoración del amo; los amigos y bienhechores, por lo mis-mo que no parece ser de ningún par-ticular, la miran y quieren como co-sa propia; y la obra crece, se desarro-lla y vive en un ambiente de benevo-lencia, prosperidad y cariño que la hace amada de Dios y de los hom-bres» (OO.CC. III, n. 5031).

El amor de Cristo es gratuito. Ama porque ama. Ama porque es amor. Ama dándose. Entrega la propia vi-da: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos» (Jn 15,13). Unidos a Él, la fuente del amor generoso y oblativo, servicial y sacrificado, seremos capaces de dar-nos como Él se entregó. Daremos fru-to abundante: las obras de misericor-dia que quiere que practiquemos: «Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos» (Jn 15,8).

La adoración eucarística, vivida en profunda unión con el Amado, Je-sucristo, lanza al adorador a servir en total gratuidad, en sincero anonima-to, en servicio concreto y práctico ha-cia quien le necesita. La viuda del tem-plo se desprende de todo lo que tie-ne para vivir de manera gratuita, anó-nima, generosa, desprendida. ¡Ella no sabía a quién iría destinada su limos-na! La da por amor a Dios, en pura gratuidad.

Así lo han vivido los grandes san-tos de la historia. Así nos lo enseña-ba Benedicto XVI: «Solo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama. Los santos –pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta– han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renova-da gracias a su encuentro con el Se-ñor eucarístico y, viceversa, este en-cuentro ha adquirido realismo y pro-fundidad precisamente en su servicio

a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un úni-co mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero» (DCE 18).

Oración inicialOh Dios, Padre de misericordia e in-finita bondad, que en tu Hijo nos has revelado tu amor sin límites, entre-gándonoslo como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, haz-nos verdaderamente desprendidos de

nosotros mismos y de nuestros bie-nes, sirviendo a los demás en total gratuidad y entregando nuestro tiem-po y nuestro dinero sin esperar nada a cambio, por amor a ti. PNSJ.

Escuchamos la PalabraLc 21,1-4.

Meditación oranteEste episodio nos muestra cómo el amor de Dios mueve al desprendi-miento total de los bienes, incluso en

una mujer viuda que ya era pobre y carecía de respaldo económico y afec-tivo de un marido. Da todo de su pro-pia pobreza: todo lo que tenía para vivir. Jesús no se fija en las aparien-cias, sino que ve el corazón. Por eso enseña a sus discípulos que la peque-ñez de su limosna es mucho más gran-de que el dinero sobrante de los ri-cos. Estos echan lo que les sobra. Ella pone toda su confianza en el Señor. Esta ya está viviendo el espíritu de las Bienaventuranzas.

«En verdad os digo que esa pobre viudaha echado más que todos»

El amor es divino porque proviene de Dios y a Dios nos une. El bien trabaja en el silencio, en lo oculto. No se da propaganda: «Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6,3), dice Jesús. El bien brilla por sí mismo.

Rezamos juntos con este poema de la beata Teresa de CalcutaTú eres Dios. Tú eres Dios verdadero de Dios verdadero.Engendrado no creado.De la misma naturaleza que el Padre.Eres la segunda persona de la santísima Trinidad.Eres uno con el Padre.Existes con el Padre desde toda la eternidad.Todas las cosas fueron creadas por ti y por el Padre.Eres el Hijo amado en quien el Padre se complace.Eres el Hijo de María, concebido por el Espíritu Santoen su seno virginal.Naciste en Belén.María te envolvió en pañales y te puso en un pesebre lleno de paja.Eres como un hombre cualquiera sin mucha formacióny los letrados de Israel te juzgan.Jesús eres: la Palabra hecha carne. El Pan de vida.La víctima que se ofrece en la cruz por nuestros pecados.El sacrificio que se ofrece en la Misapor los pecados del mundo y por los míos.La Palabra que ha de ser dicha. La verdad que se ha contar.El camino que se debe seguir. La luz que se debe encender.La vida que se debe vivir. El amor que debe ser amado.La alegría que se debe compartir.

El sacrificio que se debe ofrecer.El Pan de vida que se debe comer.El hambriento a quien se debe alimentar.El sediento cuya sed debemos saciar.El desnudo a quien hay que vestir.El desahuciado a quien se debe ofrecer alojamiento.El enfermo a quien se debe curar.El solitario a quien se debe amar.El inesperado a quien se debe esperar.El leproso cuyas llagas hay que lavar.El mendigo a quien debemos sonreír.El alcohólico a quien debemos escuchar.El disminuido psíquico a quien debemos ofrecer protección.El recién nacido a quien debemos acoger.El ciego a quien debemos guiar.El mudo a quien debemos prestar nuestra voz.El inválido a quien debemos ayudar a caminar.El drogadicto a quien debemos ayudar.La prostituta a quien debemos apartar del peligroy ofrecer nuestra ayuda.El preso a quien debemos visitar.El anciano a quien debemos servir.

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Cordialmente, una carta para ti

Apreciado lector: Como recordarás, el pasado 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, el papa Francisco cumplió mil días como cabeza visible de la Iglesia, y lo hizo dando inicio al Año Jubilar de la Misericordia ante los fieles que llenaban la Plaza de San Pedro. Con tal motivo procedió a la apertura de la Puerta Santa vaticana, siendo seguido por el papa emérito, Benedicto XVI. Nunca antes dos papas habían traspasado juntos esta Puerta.

E l Año Santo de la Misericordia que ha inaugurado el papa Fran-cisco durará desde el 8 de di-

ciembre de 2015 hasta el día 20 de noviembre de 2016. Será tiempo pro-picio para hacernos cargo de las de-bilidades y dificultades del prójimo, tiempo propicio para cambiar de vi-da y también para tener presente que la misericordia es una meta que de-bemos alcanzar, aun sabiendo que nos exigirá compromiso y sacrificio.

No ha sido fruto del azar, estima-do lector, el hecho de que ahora nos encontremos viviendo el Año Jubilar de la Misericordia. En efecto, en la entrevista que el papa Francisco con-cedió a la revista italiana Credere pu-so de manifiesto la gran importancia que para él siempre tuvo la misericor-dia: «Mi primer Ángelus fue sobre la misericordia de Dios…, también en mi primera homilía como papa, el do-mingo 17 de marzo en la parroquia de Santa Ana, hablé de la misericor-dia. No se trató de una estrategia, me surgió desde dentro: el Espíritu San-to quiere algo. Es obvio que el mun-

Necesitados de misericordia

do de hoy necesita misericordia». En aquella entrevista el papa nos permi-tió ver su profunda humildad y su al-ta calidad humana al hacer esta con-fesión: «Soy pecador, me siento pe-cador, estoy seguro de serlo; soy un pecador a quien el Señor miró con misericordia… Soy un hombre per-donado, Dios me miró con misericor-dia y me ha perdonado». ¡Qué gran-deza de alma hay en estas palabras!

La Iglesia y la sociedadEl papa Francisco es consciente de que la Iglesia de hoy –al igual que to-da la sociedad– está necesitada de mi-sericordia. Esto explica el carácter ex-traordinario del presente Año Jubilar, ya que no está comprendido en los períodos de tiempo habituales. La ne-cesidad de misericordia que la Iglesia tiene, la necesidad de vivir este mo-mento extraordinario, queda patente en estas palabras que el pontífice pro-nunció en la Plaza de San Pedro el día 9 de diciembre, esto es, al día siguien-te de inaugurar el Año Santo de la Mi-sericordia: «La Iglesia tiene necesi-dad de este momento extraordinario.

No digo: es bueno para la Iglesia es-te momento extraordinario. Digo: la Iglesia necesita este momento extraor-dinario». La claridad del mensaje pa-pal no deja lugar a dudas.

Y poco después de pronunciar las anteriores palabras, el obispo de Ro-ma afirmó que el recién inaugurado Año Jubilar de la Misericordia era un momento privilegiado para que la Igle-sia aprenda a elegir únicamente «lo que a Dios más le gusta». Pero «¿qué es lo que a Dios más le gusta?», se preguntó el papa. Y respondió: «Per-donar a sus hijos, tener misericordia con ellos, a fin de que ellos puedan a su vez perdonar a los hermanos, res-plandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo. Es-to es lo que a Dios más le gusta».

Llamada a la conversiónComo podemos comprobar, aprecia-do lector, el Año Jubilar de la Miseri-cordia representa una llamada a la con-versión cristiana y a ser misericordio-sos como el Padre. Esto significa per-donar a nuestros hermanos, ser mise-ricordiosos con ellos, practicando las

obras de misericordia corporales y es-pirituales. Además de esto, son nece-sarios los siguientes requisitos para poder recibir las gracias jubilares y la indulgencia plenaria: arrepentimien-to de los pecados cometidos; recep-ción del sacramento de la confesión y de la Eucaristía; peregrinación a un templo jubilar y orar por las intencio-nes del papa, al igual que por los fru-tos del Año de la Misericordia.

Todos los cristianos de bien he-mos de esforzarnos para que el pre-sente Año Jubilar de la Misericordia se convierta en el año de la paz, del amor y la concordia, porque como bien ha dicho el obispo de Córdoba, mons. Demetrio Fernández, «el egoís-mo, el odio y el enfrentamiento, fru-to del pecado, no es la última palabra. La última palabra es el amor, la con-cordia, la paz». Comencemos, ami-go lector, a sembrar la paz y el amor necesarios para que el odio y el en-frentamiento jamás sean la última pa-labra. Este Año de la Misericordia ya iniciado nos ofrece una excelente opor-tunidad para hacerlo. Cordialmente,

Manuel Ángel Puga

Tres obras de misericordia corporales. S. XII. Museos Vaticanos.

Las obras de misericordia han de adornar la mente, el corazón y el alma de todo hijo de Dios. En este Año de la Misericordia, la Iglesia, a través del papa Francisco, las ense-ña para que las pongamos en prác-tica: «En este Jubileo la Iglesia se-rá llamada a curar aún más estas he-ridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la mi-sericordia y a curarlas con la solida-ridad y la debida atención. No cai-gamos en la indiferencia que humi-lla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la no-vedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas pri-vados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio» (MV 15). Así nos urge vi-vir nuestro actual papa.

El valor de lo gratuitoEl beato Manuel González sabía muy bien del valor de lo sencillo, lo oculto, lo gratuito, lo práctico, a la hora de servir a los demás: «Pues verá: usted tiene manos ¿es verdad? Y fuera de una ratillo que se las ocu-pan la cuchara y el tenedor para co-mer, o la pluma para escribir algu-na carta y el bastón para dar un pa-seíto ¿verdad que se les pasa mu-cho rato a sus manos sin ocuparse en nada?

Pues mire usted en aquel centro u obra a que usted pertenece hacen falta manos que escriban libros de cuentas, o cartas de propaganda o recomendación, que estrechen ma-nos callosas de obrero o de gente a quien nadie les da la mano... sí se-ñor; allí hacen falta manos» (OO.CC. III, n. 5022).

Cuando uno está en el amor de Dios, cuando uno vive a fondo la Eucaristía diaria y un tiempo largo de adoración eucarística, cuando medita con detenimiento y diálogo amoroso el Evangelio, va siendo

configurado con Cristo y pone su inteligencia, su corazón, sus manos y sus pies al servicio de los pobres y los que sufren: «Un fenómeno importante de nuestro tiempo es el nacimiento y difusión de muchas forma de voluntariado que se hacen cargo de múltiples servicios... Esta labor tan difundida es una escuela de vida para los jóvenes, que educa a la solidaridad y a estar disponibles para dar no solo algo, sino a sí mis-mos» (DCE 30).

Practicar la misericordiaEn su libro Apostolados menudos, D. Manuel sugiere más de 20 formas sencillas de sembrar el Evangelio, de ser testigo de Cristo, de servir a los demás de la forma más sencilla, natural y anónima que pueda ser signo del amor cristiano:

«Usted tiene horas libres, pocas o muchas, ¿verdad?, y hasta horas aburridas; pero ¿usted se ha fijado en todo lo que se puede hacer en una hora? ¿Le gustan las obras de misericordia? Es una lista de obras buenas que subyugan a las almas ge-nerosas, ¿no es esto?

Pues hágase usted cuenta de que en una hora bien empleada se pue-den practicar todas esas catorce Obras. Y no digo nada si en vez de una dispone de muchas horas to-dos los días» (OO.CC. III, n. 5022).

Es bueno y oportuno que los cristianos nos aprendamos de me-moria las catorce obras de miseri-cordia para que nos venga con fre-cuencia a las memoria y las ponga-mos en práctica de la manera más espontánea y comprometida que podamos. Hoy al menos vamos a recordar las siete obras de miseri-cordia corporales: «dar de comer al hambriento, dar de beber al se-diento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, vi-sitar a los presos, enterrar a los muer-tos» (MV 15).

Miguel Ángel Arribas, Pbro.

Con mirada eucarística

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L a misericordia de Dios no es otra cosa que la especial relación que Él mismo establece con sus cria-

turas, es la característica que define la esencia de la relación de Dios con el hombre. Para empezar, tal relación es personalísima, de tú a tú, basada en el conocimiento total y absoluto.

Por poco que se piense, en esta so-ciedad en la que nos ha tocado vivir somos poco más que un mero núme-ro. Somos el número de nuestro Do-cumento Nacional de Identidad, con él nos tenemos que identificar para establecer cualquier contacto, para desarrollar cualquier actividad. Son

los números los que establecen nues-tra fecha de nacimiento, también la de nuestra muerte, el piso en el que vivimos, el autobús que tomamos, la cola en el supermercado.

Cuando alguien nos llama por nuestro nombre, el que nos pusieron nuestros padres, se acerca a un cono-cimiento de nosotros que en algo su-pera a la simple numeración, aunque sigue siendo un conocimiento super-ficial, no conoce nuestro ser íntimo, lo que nos pasa por dentro. En cam-bio Dios nos conoce mucho más allá, nos conoce en nuestra totalidad, nos conoce sin secretos.

Nos conoce y nos trata como per-sonas exclusivas, como seres indivi-duales, como individuos irrepetibles. Dios sabe de nuestras alegrías y nues-tras tristezas, de nuestros fracasos y de nuestros éxitos, de nuestra salud y nuestra enfermedad, de nuestros

deseos y nuestras realidades, de nues-tra paz y nuestras guerras, de nuestras mentiras y nuestras verdades… Dios sabe todo de nosotros, incluso tam-bién aquello que nosotros ignoramos de nosotros mismos. Y porque lo sa-be todo, nos trata con comprensión.

Igualdad de hijos amadosY nos trata con igualdad, sin discri-minación alguna. «Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (Lc 15,32). Para Dios todos somos igualmente hijos, seamos justos o pecadores, aunque hayamos dilapidado la herencia reci-bida, aunque nos quedemos en casa o salgamos a las afueras. Todos somos iguales en la relación que Dios esta-blece con nosotros.

Es más, nos atrevemos a decir que los seres humanos únicamente somos iguales cuando nos relacionamos con Dios. Es cierto que la llamada civili-zación occidental proclama la igual-dad como derecho del ser humano, solemnizada en su día por la Revolu-

Sobre la misericordia de Dios

Dios es misericordioso, Dios es Misericordia. Por si acaso se nos olvidaba tal verdad, la Iglesia nos la quiere recordar a lo largo del presente año de 2016. Además el Dios encarnado en Jesús nos reclama a su vez la contrapartida: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36).

ción Francesa y heredada sin duda del Evangelio cristiano. Pero dista mu-cho de ser una realidad, se queda tan solo en una loable aspiración. La so-ciedad padece desde siempre de la enfermedad de la desigualdad, de la lacra de la discriminación: Desigual-dad y discriminación que se derivan del sitio en que se nace, de la familia que te ha tocado, de la mujer con res-pecto al hombre, en las relaciones la-borales, por el color de la piel, por las ideas y creencias… Qué ironía, has-ta el martirio es posible en nombre de la supuesta igualdad humana.

Dios no hace distingos. Para Él no hay escalones, ni podios, ni alturas di-ferentes. Nos reconoce iguales, nos trata como iguales. Y como iguales nos quiere, como iguales nos ama.

De la justicia al perdónY como nos ama, nos perdona. «Tan-to amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único» (Jn 3,16). Aunque so-lo sea entendible desde nuestro pun-to de vista humano, ya es amar, tener un solo hijo y entregarlo para que te

lo maten en una cruz. Ya es amar. Dios ama a todos sin diferencias, también a los enemigos. Pero todavía es más amar aun cuando, agonizando en la cruz, Jesús, el Hijo de Dios, exclama: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

El perdón está mucho más allá que la justicia, bastante más allá. La justi-cia es probablemente la suprema nor-ma de convivencia de la que quieren dotarse las comunidades civilizadas. Es un proyecto permanente. Puede observarse que tales comunidades se definen como estado de derecho, es-to es, estado de justicia. Dios es enor-memente justo, infinitamente justo, pero va mucho más allá porque Dios nos ama. Dios se sitúa en el «estado de amor». Mientras los Estados apli-can la norma que se basa en la justi-cia, Dios aplica la norma que se basa en el amor: «El que no tenga pecado que arroje la primera piedra» (Jn 8,7).

Y amar no es posible sin perdo-nar: Quien ama perdona, y quien per-dona ama. Curiosamente son dos mo-vimientos que son al mismo tiempo

causa y consecuencia: Amo porque perdono, perdono porque amo. Por eso Jesús de Nazaret nos dijo que la relación de Dios y con Dios es la re-lación del perdón, y así nos dirigimos a Él: «Perdona nuestras ofensas». Nos dijo más, que la relación entre nosotros también sea la misma del perdón: «Como nosotros perdona-mos a los que nos ofenden».

Dios me conoce en todo, sabe quién soy realmente, Dios me trata con comprensión y como igual, sin discriminación ninguna, Dios me ama y me perdona: tanta es su misericor-dia. Tanta, que encima se me quedó en un Sagrario para siempre con este mensaje: «Yo estoy con vosotros to-dos los días hasta el final del mundo» (Mt 28,20).

Teresa y Lucrecio, matrimonio UNER

Porque nos conoce más que nosotros mismos, Dios puede tratarnos

con comprensión

Mientras la sociedad se rige por el estado de derecho, Dios utilizael «estado del amor»

Vista panorámica del Machu Pichu.Foto: Martin St-Amant.

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Cartelera recomendada

A su regreso, Carmela se opone a esta medida y a otras transfor-maciones ocurridas en su cla-

se. La relación entre la veterana maes-tra y el niño se hace cada vez más fuerte, pero este compromiso pon-drá en riesgo la permanencia de am-bos en la escuela.

Conducta es el más reciente film del realizador cubano Ernesto Dara-nas. Ante esta obra de arte nos vemos obligados a recapacitar sobre las ba-ses éticas y morales que sustentan nuestro compromiso social y vital ha-cia con el otro y el lugar que el respe-to a la dignidad de cada uno ocupa en ellas. La historia refleja el mundo mar-ginal provocado por las carencias ma-teriales de la realidad social que se da en nuestro mundo y que día tras día es ignorada por los medios. Allí bus-carse la vida pasa por las formas ile-gales y por aquellas que no deberían serlo, pero que las diferentes legisla-ciones han impregnado de burdo mo-ralismo en el que lo que menos im-porta es la persona.

El valor de la vidaLa película muestra la frustración que ofrece la certeza para muchos de una vida sin porvenir que da como resul-tado una violencia todavía limitada,

se debate entre la preserva-ción de la espiritualidad, la humanidad y el futuro de los protagonistas de su historia. El futuro incierto de este ni-ño llamado Chala, al que el trabajo por la dignidad de una profesora dispuesta a revolverse contra lo estable-cido sorprende a todos, es sin duda el verdadero pro-tagonista. Hacía tiempo que no se veía a un elenco in-fantil desempeñarse con tanta naturalidad y aportando la no-ta de relajación que necesita la dure-za del drama para no agobiar, aunque también haya rivalidad entre esos pe-queños.

Estamos ante un trabajo que nos obliga a una reflexión que tantas ve-ces echamos de menos en la mayoría de las películas que nos ofrecen las carteleras de las grandes cadenas de cines. Sin duda de eso va la cosa: del valor de la educación para el desarro-llo de la vida, del miedo a romper con lo establecido; también de la cohe-rencia como máximo valor personal, como eje sobre el que construir una historia de vida en la que la dimen-sión espiritual toma un protagonis-mo trascendental.

Disfruten de una tarde, mañana o noche con esta película, la esperanza de vivir mejor está escondida en ca-da una de sus escenas, y puede que, como dijera Cristina Bringas, «la dis-ciplina y el amor cambiarán el mun-do» o puede que, como para muchos soñadores, baste el amor.

Jose Manuel Bacallado

Una apuesta porlos desahuciados vitales

Chala tiene once años, vive solo con su madre adicta y entrena perros de pelea para buscar un sustento económico. Este entorno de violencia a veces sale a relucir en la escuela. Carmela es su maestra de sexto grado y el muchacho siente un gran respeto por ella; pero cuando Carmela enferma y se ve obligada a abandonar el aula durante varios meses, una nueva profesora, incapaz de manejar el carácter de Chala, lo traslada a una escuela de conducta.

Ficha técnicaNombre: ConductaDuración: 108 minutos Año: 2014País: CubaGénero: Drama. InfanciaDirector: Ernesto DaranasActores: Armando Valdés Freyre,

Alina Rodríguez, Silvia Águila

E l papa escribe al purpurado que desde hace tiempo reflexiona so-bre «el rito del lavatorio de los

pies contenido en la Liturgia de la Mi-sa in Coena Domini, con el intento de mejorar la modalidad de actuación para que exprese plenamente el sig-nificado del gesto efectuado por Je-sús en el Cenáculo, su entrega hasta el final por la salvación del mundo, su caridad sin límites».

«Después de una atenta ponde-ración –continúa– he llegado a la de-liberación de aportar un cambio en las rúbricas del Misal Romano. Dis-pongo por lo tanto que se modifique la rúbrica en la que las personas ele-gidas para el lavatorio de los pies de-ban ser hombres o muchachos, de manera que, a partir de ahora, los pas-tores de la Iglesia puedan elegir a los participantes en el rito entre todos los miembros del Pueblo de Dios. Se re-comienda, además, que a los elegidos

se les dé una explicación adecuada del rito».

Por su parte, la Congregación pa-ra el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos –con fecha 6 de ene-ro de 2016, y también publicado aho-ra– ha emanado un decreto sobre di-cho rito.

Texto del Decreto:«La reforma de la Semana Santa, con decreto Maxima Redemptionis nostra mysteria (30 de noviembre 1955) otorgó la facultad, allí donde lo aconsejase un motivo pastoral, de efectuar el lavatorio de los pies a do-ce hombres durante la Misa en la Ce-na del Señor, después de la lectura del evangelio según san Juan, para manifestar de forma representativa la humildad y el amor de Cristo ha-cia sus discípulos.

En la liturgia romana ese rito se transmitía con el nombre de Manda-tum del Señor sobre la caridad frater-na según las palabras de Jesús (cf. Jn 13,34) cantadas en la antífona duran-te la celebración.

Al cumplir ese rito, los obispos y sacerdotes están invitados a confor-marse profundamente a Cristo que

“no vino para ser servido, sino para servir” (Mt. 20, 28) y empujado por un amor “hasta el final” (Jn 13,1), a dar su vida por la salvación de todo el género humano.

Para manifestar este significado pleno del rito a cuantos participan en él, el sumo pontífice Francisco ha con-siderado oportuno cambiar la norma que se lee en las rúbricas del Missale Romanun (p. 300 n. 11): “Los hom-bres elegidos son acompañados por los ministros”, que debe variar como sigue: “Los elegidos entre el Pueblo de Dios son acompañados por los mi-nistros’’ (y, en consecuencia, en el Caeremoniale Episcoporum n. 301 y n. 229 b “las sillas para los designa-dos”) de modo que los pastores pue-dan elegir a un grupo de fieles que re-presente la variedad y la unidad de ca-da porción del Pueblo de Dios. Ese grupo puede estar formado por hom-bres y mujeres y, convenientemente, por jóvenes y ancianos, sanos y enfer-mos, clérigos, consagrados, laicos.

Esta Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacra-mentos, en vigor de las facultades con-cedidas por el Sumo Pontífice, intro-duce esa innovación en los libros li-túrgicos del Rito Romano, recordan-do a los pastores su tarea de instruir adecuadamente tanto a los fieles ele-gidos como a los demás, para que par-ticipen en el rito responsable, activa y fructuosamente».

Texto: Servicio Informativo Vaticano

Nuevas disposiciones sobre los elegidos parael lavatorio de los pies

Decreto a petición del santo padre

El santo padre –con fecha 20 de diciembre de 2014 y publicada ahora– escribió una carta al cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en la que dispone que, a partir de ahora, las personas elegidas para que sus pies sean lavados en la liturgia del Jueves Santo pertenezcan a todo el Pueblo de Dios y no sean solamente hombres o muchachos.

Se debe elegir a un grupo de fieles que

represente la variedad y unidad del pueblo

AgendaFebrero

Programa del viaje apostólico del papa a México

Con el lema «Misionero de Misericordia y Paz», el papa Francisco realizará, del 12 al 18 de febrero, un nuevo viaje apostólico a México.

El sábado 13, por la mañana, tendrá lugar la ceremonia de bienvenida, la visita de cortesía al Presidente de la Repú-blica, un encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático, y con los obispos de México. Por la tarde celebrará la santa Misa en la Basílica de Guadalupe.

El domingo 14 presidirá la santa Misa en el área del Cen-tro de Estudios de Ecatepec y, por la tarde, visitará el Hos-pital pediátrico «Federico Gómez», en Ciudad de México, además de tener un encuentro con el mundo de la cultura.

El lunes 15, por la mañana será la santa Misa con las co-munidades indígenas de Chiapas seguido por el almuerzo

con representantes de indígenas. Por la tarde visitará la Catedral

de San Cristóbal de las Ca-sas y tendrá un encuen-tro con las familias.

El martes 16, por la mañana, presidirá la san-ta Misa con sacerdotes, consagrados y seminaris-tas, y por la tarde visitará

la Catedral y tendrá un en-cuentro con los jóvenes en

el estadio. El miércoles 17 se acercará a

un centro de readaptación social y al mediodía tendrá el encuentro con el mundo del trabajo. Por la tarde celebrará la santa Misa seguida de la ceremonia de despedida.

Intenciones del papa para el mes de febrero

Universal: Que cuidemos de la creación, recibida como un don que hay que cultivar y proteger para las generaciones futuras.

Por la Evangelización: Para que aumente la oportunidad de diálogo y de encuentro entre la fe cristiana y los pueblos de Asia.

Asuntosde familia

10Miércoles

2Martes

11Jueves

12Viernes

25Jueves

28Domingo

3434

Fiesta de la Presentación de Jesús en el TemploIglesia: XX Jornada mundial de la Vida Consagrada. El papa preside la Eucaristía del Jubileo de la Vida Consagrada y clausura del Año de la Vida ConsagradaFER: Experiencia carismática del beato Manuel González ante el Sagrario de Palomares del Río

Iglesia: Inicio de la CuaresmaTema: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Mt 9,13). Las obras de misericordia en el camino jubilar. El papa preside la Celebración del Miércoles de Ceniza y el envío de los Misioneros de la Misericordia

Memoria litúrgica de la Virgen de LourdesIglesia: XXIV Jornada mundial del Enfermo. Lema: Confiar en Jesús misericordioso como María: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5)

Iglesia: Viaje apostólico del santo padre a México (hasta el jueves 18)Lema: «Misionero de Misericordia y Paz»

FER: El año 1877 nace el beato Manuel González en Sevilla

FER: El año 1877 el beato Manuel González recibe el Bautismo en la parroquia sevillana de San Bartolomé Apóstol y le dan el nombre de Manuel Jesús de la Purísima Concepción, Antonio Félix de la Santísima Trinidad

Ecos del I Congreso Internacional Beato Manuel González

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Señor Jesucristo,Tú nos has enseñado a ser misericordiososcomo el Padre del cielo,y nos has dicho que quien te ve,lo ve también a Él.Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una criatura;hizo llorar a Pedro después de la traición,y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: «¡Si conocieras el don de Dios!»Tú eres el rostro visible del Padre invisible,del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia:haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidadpara que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unciónpara que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señory tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres,proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidosy restituir la vista a los ciegos.Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,a Ti que vives y reinascon el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. 

Oración para el

Jubileo de la

Misericordia