Neurobiología, cisticercosis
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EFECTOS NEUROLÓGICOS DE LA CISTICERCOSIS EN EL HUMANO
Rosa Erika Cacho Escamilla, José Alejandro Espinosa Cerón, Ana Belén López Torres.
La cisticercosis es una zoonosis parasitaria provocada por la presencia de
cestodos en los tejidos vivos [4]. El agente causal de la cisticercosis humana y
porcina es el metacestodo o cisticerco de la Taenia solium [4, 19, 21]. El cisticerco
constituye una forma larvaria en el desarrollo de este parásito que comúnmente
usa como huésped intermediario al cerdo, siendo el humano su único huésped
definitivo natural [1, 14, 18, 21].
Dado que el humano es el único huésped definitivo de la T. solium, la
prevalencia del parásito en el organismo depende exclusivamente del vínculo que
el hombre establece con los animales y en particular con el cerdo [21]. La falta de
higiene y la convivencia con un portador de este platelminto pueden provocar la
ingestión de huevos, produciéndose la cisticercosis humana, en donde el hombre
se convierte accidentalmente en el huésped intermediario de dicho cestodo [1, 7].
Al ser ingeridos, los huevos llegan al duodeno y se desintegran al entrar en
contacto con los jugos del tubo gastroduodenal [21]. El embrión liberado penetra la
pared del intestino y es transportado por los vasos sanguíneos a cualquier lugar
del cuerpo, donde se desarrollan los quistes larvarios, así que los huevos son en
realidad los causantes de la cisticercosis [3, 13]. Si el cisticerco alcanza el tejido
cerebral se produce la Neurocisticercosis (NCC) que, a diferencia de la
cisticercosis extraneural, que suele ser asintomática, ésta presenta
manifestaciones clínicas que dependerán del número de parásitos, el lugar
anatómico de la lesión, así como de la extensión y severidad de la respuesta
inflamatoria del huésped [1, 7, 18, 21, 23]. La neurocisticercosis es con mucho la
infección parasitaria más común del Sistema Nervioso Central y se caracteriza por
la enorme variabilidad de sus síntomas y por su amplio espectro patológico [21].
Ya en el Sistema Nervioso, el cisticerco puede alojarse en el parénquima
cerebral, el cordón medular, el sistema ventricular o el espacio subaracnoideo [1,
7, 8, 17]. Esta variada distribución también es un factor que participa en
determinar la forma y dimensión de los parásitos. En general, los cisticercos
pueden permanecer durante décadas en estadío vesicular, en el que se
encuentran viables y producen cambios inflamatorios mínimos en el tejido cerebral
adyacente [1, 7]. La mayoría de los síntomas ocurren después de que el quiste
inicia su proceso de degeneración, debido a la respuesta inflamatoria que induce
[1, 27]. Los cisticercos parenquimatosos son pequeños y se localizan en las zonas
más vascularizadas como corteza cerebral y ganglios basales [7], aunque en
ocasiones también hay vesículas en los núcleos subcorticales y en la sustancia
blanca subcortical [21]. La forma parenquimatosa de la neurocisticercosis es la
presentación más frecuente; en ella el cisticerco sigue cuatro estadíos en un
tiempo indeterminado hasta su destrucción, a través de los cuales se presentan
cambios específicos y distintas manifestaciones clínicas conforme el parásito se
acerca a su estado no viable [7, 16]. Cuando el parásito muere el quiste se
colapsa y ocasiona una reacción inflamatoria celular, responsable de la
sintomatología de la enfermedad [15]. Esta respuesta inmunitaria es la
responsable de la manifestación clínica más frecuente, las crisis convulsivas, y en
menor medida la cicatrización residual (gliosis) [18, 21]. Estas crisis convulsivas
son provocadas por la descarga anormal, excesiva e hipersincrónica de un grupo
de neuronas corticales cuya actividad nerviosa no mantiene un estado de
equilibrio dinámico regulado por procesos neuronales inhibitorios y excitatorios
[22]. Las lesiones provocadas por los cisticercos traen como consecuencia la
modificación de la actividad neuronal o la pérdida de neuronas, lo cual induce a
una reorganización sináptica aberrante en circuitos neuronales funcionalmente
deficientes [29]. Esto podría potenciar la transmisión excitadora y en menor
medida la inhibidora, pero en cualquier caso, un desequilibrio entre estos
mecanismos es capaz de producir convulsiones [22, 24]. Tales convulsiones son
el resultado de una despolarización excesiva de la membrana de las neuronas que
origina, por un lado, una descarga neuronal unitaria de alta frecuencia y, por el
otro, cambios hiperpolarizantes compensatorios (inhibición) que tratan de regular
esta descarga [28]. Las descargas repetidas producen un aumento en el K+
extracelular, el cual favorece la propagación de las corrientes externas
hiperpolarizantes de K+, facilitando la despolarización de las células vecinas y una
acumulación de Ca++ en las terminales presinápticas, induciendo un aumento en
la liberación de neurotransmisores [29]. Así, despolarización-hiperpolarización y
descargas neuronales excesivas e hipersincrónicas son la esencia de la actividad
convulsiva [28].
Por otro lado, después de las lesiones traumáticas, los astrocitos
disminuyen el daño tisular controlando y restaurando la integridad de la barrera
hematoencefálica, evitando la extensión de edemas vasogénicos y citotóxicos [6],
sin embargo, la cicatriz glial supone un grave impedimento para la regeneración
axonal ya que forma una barrera física que impide el crecimiento de las neuritas
[6, 26].
Si los quistes se localizan sobre áreas cerebrales expresivas, pueden
aparecer otros signos neurológicos como déficit motor focal, piramidalismo o
ataxia cerebelosa [30]. La función principal del cerebelo es integrar las vías
sensitivas y motoras, además es un sitio de conexión entre una gran cantidad de
haces nerviosos, otras estructuras encefálicas y la médula espinal, es por ello que
estos trastornos generalmente están relacionados con este órgano del Sistema
Nervioso [25]. Las lesiones provocadas por la infección alteran las vías aferentes
(vestibulares, propioceptivas, corticales, etc.) y eferentes (tálamo, troncoencéfalo,
corteza motora, etc.) del cerebelo, provocando desordenes relacionados con la
ejecución de movimientos precisos intencionales, caracterizados por alteraciones
del equilibrio y la coordinación [12]. A esto se le conoce como ataxia cerebelosa.
El diagnóstico diferencial con tumores u otros procesos infecciosos del Sistema
Nervioso Central, se ve dificultado por el curso progresivo de las manifestaciones
[10]. Otra manifestacion clínica común a los distintos tipos de neurocisticercosis es
la cefalea, que puede ser de tipo migrañosa, vértigo, encefalitis, síntomas
psiquiátricos, anormalidades visuales o retraso psicomotor [18, 21, 25]. Ésta se da
como respuesta a la tracción, desplazamiento y dilatación de los vasos
sanguíneos, compresión e invasión de los nervios, dilatación y colapso del sistema
ventricular, así como la inflamación de todas las estructuras sensibles al dolor; la
cefalea se debe a la presencia del metacestodo en las regiones cefálicas [20]. Las
alteraciones producidas por los parásitos activan los nociceptores de los tejidos
cerebrales como los vasos sanguíneos y las meninges y provocan que se
alcancen umbrales de excitación elevados traduciéndose en una experiencia
sensorial desagradable que puede ser acompañada por otros síntomas [6].
Después de la respuesta inflamatoria el tejido puede o no calcificarse. En el
caso de que esto suceda, las calcificaciones que presentan reforzamiento se
asocian casi siempre a crisis convulsivas [16, 18].
Una vez que los parásitos alcanzan el líquido cefalorraquídeo (LCR), su
ubicación será determinada por las corrientes de circulación de dicho líquido y por
el tamaño que lleguen a adquirir. Algunos parásitos quedarán atrapados en el
sistema ventricular, mientras que otros podrán alcanzar el espacio subaracnoideo
[21]. La neurocisticercosis subaracnoidea se presenta como aracnoiditis,
meningitis, vasculitis, infarto y muerte [18, 25]. Estos padecimientos están
estrechamente relacionados entre sí y tienen que ver, como ya se mencionó
anteriormente, con la llegada del cestodo a sitios localizados del Sistema Nervioso
a través del líquido cefalorraquídeo, el cuál está en contacto directo con las
meninges. La respuesta inmunológica consiste en una reacción inflamatoria que
puede extenderse al tejido nervioso adyacente y presentarse de forma muy
intensa; generalmente se asocia con macrófagos y formación de células gigantes
de cuerpo extraño, así como gliosis astrocitaria [13]. La inflamación de la capa
aracnoidea causa una calcificación y endurecimiento del tejido, lo que provoca a
su vez un encapsulamiento de los nervios espinales y un incorrecto
funcionamiento de estos, que se traduce en sensaciones de dolor en la espalda,
adormecimiento de extremidades inferiores, intolerancia al calor y diaforesis
profusa, entre otras [29].
En la meningitis, en la que se genera un engrosamiento excesivo de las
meninges, las reacciones inflamatorias y granulomatosas son de gran intensidad y
los parásitos quedan englobados, totalmente ocultos en la fibrosis meníngea [13].
Lo anterior incrementa la permeabilidad de la barrera hematoencefálica y el
exudado infeccioso e inflamatorio se extiende hacia la cisterna de la fosa de Silvio,
el espacio entre la aracnoides y la fosa lateral del cerebro, dañando los pares
craneales y provocando un déficit en su funcionamiento [30].
La NCC subaracnoidea no es una manifestación frecuente, pero cuando se
presenta, por lo general se asocia a la forma parenquimatosa [2]. El parásito se
localiza particularmente a nivel de las cisternas basales, el valle silviano, así como
en los profundos surcos de la convexidad [19].
Cuando alcanza las cisternas de la base, el cuadro suele ser muy severo,
consistente en una hipertensión endocraneal asociada a hidrocefalia por bloqueo
de la circulación del LCR con cefalea, náusea, vómito, papiledema y alteraciones
de la conciencia, mientras que cuando los quistes se localizan en la cisura de
Silvio pueden crecer hasta alcanzar grandes tamaños y simular equinococosis [2,
13]. La hidrocefalia consiste básicamente en un aumento patológico del líquido
cefalorraquídeo provocado por daños en los plexos coroideos; demasiado líquido
cefalorraquídeo ejerce presión sobre el cerebro, lo cual lo empuja hacia arriba
contra el cráneo y daña el tejido cerebral. Esto trae consecuencias como cambios
en la personalidad, la memoria y en la capacidad para razonar o pensar,
estrabismo o movimientos oculares incontrolables, pérdida de coordinación y
problemas para caminar, entre otras [31].
La neurocisticercosis subaracnoidea puede evolucionar también a quistes
gigantes que pueden desplazar la línea media creando efecto de masa [1, 10, 11].
Cuando la infección es avanzada, el quiste toma la apariencia de un racimo de
uvas dentro del sistema ventricular, conociéndosele como fase racemosa de la
NCC. [4, 11, 14, 17]. Este estadío se puede asociar a una reacción inflamatoria
severa generando una aracnoiditis intensa que puede derivar en fibrosis [13]. En
este caso, los nervios craneales pueden ser afectados traduciéndose en una
disminución de la agudeza visual, diplopía, ptosis, neuralgia del trigémino y
anomalías pupilares, entre otros síntomas [2, 13, 20].
También se puede localizar en el sistema ventricular donde interfiere en el
flujo normal del LCR produciéndose presión intracraneal y en ocasiones
hidrocefalia. La hipertensión intercraneal es una manifestación muy común en la
cisticercosis cerebral, generando cefalea, edema de la papila, alteraciones de la
visión, vomito y los cuadros convulsivos son de tipo epileptiforme son frecuentes
[32].
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