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1 OPERACIÓN CLARIDAD Valeria Zurano

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OPERACIÓN

CLARIDAD

Valeria Zurano

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Anotaciones sobre el título

Operación Claridad fue un operativo que implementó el Gobierno

Militar de 1976, en Argentina, a partir del “Proceso de

Reorganización Nacional”, en el cual debía reunirse información

para combatir los focos subversivos a través de la vigilancia, la

identificación, y el espionaje sobre personas del ámbito educativo y

cultural. Esta operación llevó a cabo la censura, la prohibición, la

quema de libros, las listas secretas y listas negras, en donde

incluyeron 231 nombres del ambiente cultural, artístico, educativo,

estudiantil y periodístico. La desaparición y el exilio de personas

que figuraban en estos archivos secretos, los cuales bajo ningún

motivo debían ser conocidos, fueron hallados en 1996.

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La memoria de la infancia

No es de mi agrado

esbozar una especie de

prefacio o suerte de

introducción explicando

lo que uno mismo

escribe, sin embargo,

estas palabras tienen la

certera intención de

reivindicar la memoria

de la infancia. Ésa que

a veces es cuestionada o

puesta en duda por el mundo de los adultos. Como si los adultos

fueran los únicos capaces de atesorar recuerdos veraces. Es más,

los acontecimientos y las percepciones que se consolidan en la

infancia forman parte de los mitos indispensables para la

construcción de un ser reflexivo, capaz de construir un diálogo

interior auténtico. Si la memoria estuviera liberada de compuertas y

represiones podríamos ir más allá del recuerdo, tal vez llegar a ese

espacio donde el tiempo es una condensación intermitente de

percepciones y sensibilidades.

Visitar el pasado nos permite encontrar respuestas sobre preguntas

que se enuncian en el presente. El tiempo pertenece a los niños,

justamente porque es la etapa de nuestras vidas en la que menos

conciencia y formulación tenemos de él.

El psicólogo alemán Carl G. Jung, dice: “El tiempo es un niño que

juega como un niño. Yo soy uno pero contrapuesto a mi mismo,

soy joven y viejo al mismo tiempo...”

En este libro emprendí el viaje de la remembranza. No sólo

invoqué el pasado sino que viajé hacia él, fui a su encuentro y

permití que también él se desplazara hacia mí. La memoria de

aquellos momentos es fidedigna probablemente porque la

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sensibilidad de un niño es diáfana y goza de cierta despreocupación

en cuanto a obtener algún interés provechoso de los hechos.

El tiempo, inevitable, hace lo suyo, y la memoria va sufriendo

ciertos desgastes naturales, sin embargo siempre habrá una

reminiscencia unida con fuertes cuerdas al espíritu. La poesía es

uno de los caminos para refrescar y recobrar los tiempos que en

algunas circunstancias parecen postergarse.

En los días de mi niñez, vivía con mis padres en un pueblo llamado

Sierras Bayas, ubicado en la Ciudad de Olavarría, al Sur de la

Provincia de Buenos Aires. El pueblo era un “pueblo cementero”

porque la mayor parte de las personas trabajaban en la producción

de cemento. La fábrica dividía a la población en sectores. Nuestra

familia se instaló en el sector con los otros obreros, y desde ese

lugar pude comenzar ha construir mi propia casa, enlazada con el

juego y la inocencia de la infancia, las distintas percepciones, la

manera consternada de mirar a los otros.

Luego de algunos años, regresamos a la Ciudad de Buenos Aires.

Una tarde, jugábamos con un primo en las calles de la casa de mi

bisabuela, los barrios de Villa Luro. Nos encantaba inventar el

carnaval cuando el carnaval aún no llegaba, dábamos vueltas a la

manzana extasiados por el encuentro y sólo nos deteníamos para

espiar por las rendijas del portón verde del Olimpo(1). Fue en esas

tardes de juego, cuando teniendo un conocimiento emocional de lo

que sucedía y desconociendo al mismo tiempo la exactitud de los

hechos, mi primo me susurró al oído: “acá están matando a las

personas”. En ese instante comprendí que mi idea de la realidad

estaba emparentada con el horror y la incertidumbre.

La niñez transcurrió en el momento más aciago de la historia

política y social del país. Pensar este libro fue un trabajo silencioso,

fui hilando los recuerdos con la mirada translúcida de la infancia.

Recorrer esos túneles siempre es una cuestión de elección personal,

la sensibilidad humana es complicada de codificar, por eso hay que

observar a cada persona como lo que es; un ser único que posee una

mirada diferente del mundo, habiendo tantos mundos como miradas

distintas. El respeto y la verdad son valores indispensables para

comprender la heterogeneidad de la vida.

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Construir a partir de la memoria, es una elección personal pero

también social. Una decisión que al abordarla puede entregarnos

las llaves de lo profundo. Una decisión que si se evade, nos condena

eternamente a permanecer en la comodidad de la superficie.

Valeria Zurano

Buenos Aires, Marzo de 2008. (2)

(1) "El Olimpo" fue un centro clandestino de detención ubicado al oeste de la ciudad de

Buenos Aires, barrio de Vélez Sarsfield entre las calles Olivera, Ramón Falcón, Lacarra,

Fernández y Rafaela. El centro tenía en la entrada un cartel que decía "Bienvenido al

Olimpo de los Dioses. Los Centuriones". El centro sólo funcionó durante seis meses, desde

agosto de 1978 a enero de 1979, sin embargo allí fueron alojados 700 detenidos de los

cuales sobrevivieron solamente 50.

(2) La fecha corresponde a la primera edición de Operación Claridad que fue hecha por la

Editorial Cortina de Humo en Santiago de Chile. El libro fue escrito al final de la década

de los 90 y comienzo del nuevo milenio.

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“Un niño y un cuchillo, enamorados carne y hierro,

buscan en el alma la selva que los salve.

Aromas y llantos boca de hielo sobre cicatriz de pureza.

Irá a devorar temblores irá la tierra alzando mares.

Sueño del niño que muere en su Casa de Silencio en el cielo del espanto,

hierba de tristeza amor de nadie.”

Miguel Ángel Bustos

(1932-Desaparecido en 1976)

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A mi madre y a mi padre

Cuando digan el nombre de ese pueblo dirán el nombre del mundo

cuando piensen en los que ya no están invocarán a los vivos

cuando entiendan la sombra de esos largos años sabrán que el

dolor ha trasmutado allí construí el pequeño universo de los que

siempre vuelven.

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LOS TRABAJADORES DEL CEMENTO

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La sirena de la fábrica anunciaba el amanecer como si fuera el triste

final de una nueva vida como un barco que deja el puerto de la

memoria para perderse en el mar frío de la mañana entonces el

pueblo se ponía en marcha.

El silencio de una ciudad hacía la gran mentira del mundo escondía

la verdad de los muertos maniataba a los recién nacidos no hubo

remordimientos porque no existió nunca el ojo que fuera capaz.

Los habitantes giraban para dar vida al cemento las manos de mi

padre esculpían el destino en los fragmentos de las rocas todos

los caminos llevaban al gran portón verde de la cementera las

manos de arena de aquel hombre enterradas sobre montañas de

piedra caliza.

Los secretos de las canteras las arenas de las rocas atravesaban

día y noche las calles del pueblo no había descanso ni alma

que estuviera ajena a las explosiones a los sismos a los horarios de

la jornada un pueblo hundido en la oscuridad de fraguar las

horas en el desolado trabajo de las máquinas.

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Los pobladores dormían sobre el himno gris de las cenizas una

foto con los rostros de la cementera en esos ojos las cenizas de

los huesos un pueblo cubierto con la música misteriosa de la

quietud los hombres de la fábrica en el retrato del pasado el

cemento que para vivir necesitaba de los sueños del trabajo de esos

hombres.

Era un pueblo de cemento la piedra ancestral juzgando la

oportunidad de vivir aplastados por el peso de la historia arcilla

y cal desmenuzadas la fuerza del tiempo fabricó una mezcla de

concreto ese silencio fue una piedra gris llevada de hombro en

hombro por las calles del pueblo.

En esos días no hubo palabras para decir todo era escuchado los

pájaros en la ventana el viento en las maderas las voces de los otros

narrando el mundo la mirada escondida bajo la custodia de la

infancia volando hacia el acantilado planeando sobre el abismo

interior.

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DÍAS DE SILENCIO

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Los niños a través del alambrado inventaban un juego oculto con la

perversión del momento alguien les había enseñado la crueldad

pero yo quería levantar una mano y tatuarla en el sol mientras el

tiempo de la tarde se estiraba como el dolor de la piel ardiendo en el

alambre de púas.

Nada podía decirse ni ser llorado recuerda pequeña muñeca

cuando nos abrazábamos buscando ese rincón de sábanas que

colgaban de la silla y te decía que ésa era nuestra casa nuestro

pequeño e insignificante mundo el lugar donde podíamos

construir nuestro propio infierno.

Bajo la sombra del ciruelo mi madre lavaba la ropa percibía el

silencio contenido junto al alambrado sus manos agitaban el

jabón y encrespaban el espejo de ese balde un rostro

ensimismado que se deshacía en la inmediatez de la espuma.

La radio en la otra la habitación sonaba como todos los domingos

el tango atravesaba las paredes gastadas el olor a salsa y la letra

flotaban en la misma conjunción del recuerdo esta historia se

sienta a mi lado a cada instante come junto a mí y me ve buscar

sobre la mesa las manos ausentes.

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Rara vez dejábamos el pueblo pero a veces emprendíamos el viaje a

la madrugada sobre la niebla de la ruta mientras los soldados

espiaban desde los pastizales las luces del amanecer sobre el

gesto transparente de mi padre y los fusiles sembrados que crecían

en la tierra.

Nos pararon en los bordes del camino revisaron el equipaje

revolvían las valijas pesquisaron las ropas los lápices de colores

cayeron al piso y pensé en la abuela que me los había regalado

nos miraban sagaces nos pedían documentos pensé en

los techos de las casas que iba a pintar en la abuela en la muerte

más que nunca en el abrazo de la abuela luego seguimos hacia la

Capital y papá manejó en silencio sin dejar de mirar hacia atrás.

Repetía una y otra vez en mi mente las palabras que debía callarme

nadie dijo que lo hiciera pero yo presentía que era un

silencio necesario y por dentro cantaba esa forma de adorar la vida.

Esta infancia era el gran síntoma del genocidio tenía miedo

mucho miedo de que le hicieran daño a mis muñecas que vinieran

por ellas que me separaran de ellas que les arrancaran sus hermosos

sueños de muñecas de trapo.

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EL TRICICLO ROJO

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Estábamos tan solos en esa casa donde las maderas crujían entre la

oscuridad de las habitaciones era una casa que estaba debajo de

la tierra que estaba por encima de nosotros sus endebles

paredes temblaban por las explosiones de la cantera y nadie decía

nada la sirena de la cementera era un grito antes del amanecer.

Desde la brevedad de la mañana miro el cuerpo de aquella mujer

que cuelga las ropas en la soga el cielo parece descender sobre

su coronación sus manos tienden las nubes aunque no lo sepa

y acarician el algodón cuando acerco una silla a la ventana para

espiar el alma de mi madre.

Salía por la mañana a poblar de diminutos pasos el jardín un

lugar donde los árboles y los pastos dormían bajo el sueño de la

chatarra las sábanas blancas tendidas al sol flameaban como

velas de barcos mientras los peces traían sonidos que se agitaban

brillantes en la red del alambrado.

Esperaba y corría por la casa para que llegaran los abuelos hacía

canciones mientras venían en camino los imaginaba golpeando

las manos en la puerta ansiaba el momento en que la abuela

abría el bolso para extraer las galletitas dulces y los caramelos de

miel.

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El domingo una paloma se posaba sobre la cabeza de mi padre

tejía en sus párpados un nido de placidez después del

almuerzo los tres íbamos a dormir él y el ave indefensos felices

se aferraban al nido mientras navegaban las azules aguas de los

sueños.

De noche la luz de la lámpara nos mostraba la soledad en las

paredes de la casa Ellos pensaban en los que habían quedado

guardados con el secreto de los muros mientras yo intentaba

comer la última ración de arroz y descubría en las paredes las

sombras de sus cuerpos.

Una tarde los abuelos llegaron con un triciclo rojo de regalo

entonces até un cajón a la parte de atrás guardé dos muñecas un

trompo de madera y emprendí el viaje mientras caía el sol el

mismo carrito que aún sigo arrastrando el mismo viaje que llega a

destino.

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LA SOMBRA DEL MAR

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Había nombres que no podían decirse nombres que estaban

guardados junto con los libros debajo de los pisos canciones

que no podían escucharse estaba prohibido cantar y por eso yo

cantaba para dentro eran melodías que murmuraba día y noche

cuando mi barco iba hacia otros rumbos.

Lentamente mi madre pegaba hojas secas en una cartulina blanca

esparcía el engrudo sobre el papel acariciaba la

superficie como si fuera su rostro de niña luego colgaba las

cartulinas sobre las paredes una cerca de la ventana la otra al

costado de la puerta tomaba distancia para observarlas era

Ella en ese mar de hojas.

Una luz débil iluminaba sobre la mesa el tazón de mate cocido y la

figura de mi padre sentado en la penumbra pero no era cierto

era la sombra de un árbol inclinado por el viento en los días

de tormenta que bebía de los charcos la palabra anudada en la

garganta.

Cada uno tenía un mundo construido con el material que nos

rodeaba de extrañas dimensiones a la sombra de los días como

un caracol debajo de una piedra nunca las cosas eran únicamente

lo que parecían siempre había más en ese mar náufrago de los

sobrevivientes.

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Cualquier cosa que se dijera era peligroso era una gran exigencia

callar y pensar cada palabra que podía ser dicha cuando la dicha de

la infancia era cuestionada por las calles de tierra giraban las

ruedas de los camiones algunas tardes los chicos del pueblo

corrían detrás de la polvareda imaginando que eran nubes.

Llevaba un chocolatín derretido en los pliegues de mis manos y asía

el domingo al vértigo de una hamaca mientras las risas de los otros

niños me desbordaban había dejado de sentir la voz del viento

entonces presentí que algo terrible sucedía.

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TIEMPO DE SIEGA

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Mamá tomaba mate los ojos verdes escapaban de su rostro y la

boca abrazaba la bombilla mientras ambas escuchábamos esa

canción triste de las tardes de otoño que ejecutan las hojas cuando

se espera.

Hubo que callar sobre el destino del piano de mamá un piano

acariciado por los ejercicios de Hanon y melodías de extensos

cancioneros llegaba el sonido de la tarde bajo el calor del patio

en Ramos Mejía arribaban a estos ocasos de nubes grises sobre la

estepa de este pueblo de cemento podía ver cómo volaban los

sueños de una mujer que leía partituras en la salsa de tomate.

Era el tiempo de la siega cortando la lluvia que se veía desde la

ventana el tiempo de pensar que era precioso crecer hacia dentro

era el tiempo de la siega pero mis manos crecían mis brazos

y mis piernas crecían era el tiempo de la siega la lluvia no

dejaba de observarme.

En las noches de verano oía el sonido distante de un piano la

música lenta palpitaba en la oscuridad como si fuera un fantasma

bailando aunque todo fuera tan triste aunque danzáramos

apenados por la culpa de vivir así haciendo la dicha de la

infancia.

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A veces desconocía el motivo pero súbitamente apagaban las luces

y las respiraciones cesaban como luciérnagas perdiéndose en la

espesura de la noche jugábamos a que nadie vivía para

simular la muerte y rasguñar con vehemencia el deseo de ser parte

de ese mismo aire que nos delataba.

Hubiera querido dejar una carta debajo de la almohada y salir a

recorrer los caminos de mi infancia únicamente con lo puesto con

esos zapatitos nuevos que me había regalado el padrino en la

historia familiar que también era la historia de un país.

Adónde vamos abuelita te pregunto me gustaba cuando tus

manos se entrelazaban para crear el pan el mismo pan que iba a

alimentarme y a dejarme sola para siempre la masa que haría la

semilla de otros panes en mi conciencia de otras manos que

surgirían a partir del alimento adónde vamos abuelita

cuando los días me han quitado la fortuna de abrigar tus manos en

la hora más helada adónde vamos desterradas de las tardes que

olían a pan confinadas a esas vidas sin importancia adónde

vamos abuelita adónde.

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MANZANAS ASADAS

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Era la siesta de 1978 la calma que vestía el aire entraba como un

punzón en el cuerpo el recuerdo del calor fundido en una calle

donde el polvo arremolinaba el exilio los brazos frágiles de esta

niña que había muerto con mi nombre sujetaban una muñeca de

repente el viento el calor la luz trajo las voces agonizantes de esos

rostros que iban desapareciendo bajo el lienzo de la desesperación.

Me escondí detrás de la cortina temía una traición ese silencio

esa conspiración en nombre de alguien esa forma de presentir el

ardid el engaño ese silencio obligado cocieron mi

pequeña boca como si fuera un sapo la costura del miedo

entrando en la carne hubo gente que zurcía con cierto encanto

como si fueran las telas del remordimiento las costureras

sujetaban los brazos buscando la puntada final.

En nombre de esa cruzada debimos dejar la casa salir a caminar

por el campo bajo la luz de las estrellas el campo nos hundía

lentamente en su secreto nocturno mientras las luciérnagas hacían

descender el cielo a la tierra y entonces los libros prohibidos

palpitaron alguien les narraba a mis padres la gran fogata que

hicieron describía cómo las llamas habían devorado las hojas y

el humo era una columna negra que ascendía sentí que la

oscuridad nos dolía como nunca.

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Ya nadie va a venir a visitarnos -le dije a mamá un día cuando

preparaba manzanas asadas -Nadie volverá a atravesar el umbral de

la entrada -repetí la familia pensará que salimos de viaje los

vecinos harán arder rumores rencorosos no tendremos visitas ni

llamarán a la puerta espiarán por las rendijas de este páramo

golpearán sus manos y ladrarán los perros -estamos perdidos

sentencié perdidos -Por eso es necesario el perfume de

las manzanas cubiertas de azúcar –dijo mamá.

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EL ESCONDITE

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Mi papá llevaba un plato de comida hacia el sótano lo dejaba a

un costado de la puerta el aire frío y lúgubre de aquel hueco

invadía el resto de la casa una mano tomaba enérgicamente el

plato el vaso un trozo de pan la ración a un lado de la puerta como

si se tratara de un condenado a muerte cuando todos estábamos

condenados al mismo sufrimiento y en silencio lo sabíamos.

Esa mujer había andado por el camino que la llevaba hacia la casa

la polvareda de la siesta la cubría como una piedra brillante en

medio de la aridez sonábamos que alguien había llegado

desde lejos a visitarnos alguien caminaba por la luz del día para

hablarnos de los muertos.

La sombra de una sombra ha pasado en la penumbra sobre la pared

de mi sueño trajeron a alguien a altas horas de la noche crujieron

las maderas los murmullos el movimiento de los cuerpos

las respiraciones sofocadas nadie pintaba sobre la pared de mi

sueño mariposas de colores nada vivía en el sótano de la casa

nada ni nadie podrá olvidar las mariposas de colores que

aparecían en el sótano cuando apagaban la luz.

Dejé que mi ojo se deslizara por el túnel metálico de la cerradura el

olor del sótano pasaba por el ínfimo espacio como si fuera un

torrente que llegaba desde lugares inhóspitos como si la selva

oscura y frondosa colmada de insectos de animales salvajes me

dejara adivinar la cercanía de un salto de agua pero un silencio

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profundo denso de niebla espesa se escuchaba mas allá de la

cerradura y de repente el corazón de aquella mujer latía junto con el

mío la bomba del miedo a punto de estallar corrí sin

detenerme hasta el escondite: dos sillas y una sábana debajo del

ciruelo.

Los insectos revelaban información en mis oídos cuando jugaba a la

gran injusticia del mundo y todos podían ser crueles menos ellos

les perdonaba la vida a cambio de palabras confesadas comencé

a encerrarlos para ver su cautiverio cuando supe que

estábamos unidos eternamente y entonces eran ellos los que me

perdonaban la vida.

Ésta era la historia que había heredado reflejada en el espejo de mi

alma sobre ese mismo espejo le preguntaba al destino tuve un

presagio espantoso en la historia estaba el reflejo de nosotros y

ellos haciendo la herida de este mundo.

No podía fingir esa felicidad a costa de ignorar de quedarme ciega

de entregarme a las vueltas desquiciantes de los brazos de otros

niños no pude olvidar lo que sabía lo que había visto lo que

presentí no pude salvar mi infancia y la dejé abandonada para

cantar con la voz de otros.

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LA ÚLTIMA CENA

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Un llanto débil se escuchó por las rendijas en la noche de las

puertas suave y nítido como las gotas de rocío cuando caen

un extraño sollozo que fue a la mañana mate cocido

tostadas y una alegría volviéndose turbia y distante una mujer

en el sótano por las noches su respiración tejía palabras hasta

que se hizo de día y pudimos vernos.

Como un fantasma “la invitada del sótano” atravesó el pasillo de la

casa comimos los cuatro hundidos en la mesa perdidos en el

fondo mientras intentaba dispersar la mirada de ese rostro lívido y

acongojado Ella clavó sus ojos negros en mi vista pude

ver la palabra ese relámpago que volvía blanca la noche profunda y

misteriosa.

Al rato adulteraron con agua el café y todos bebimos complacidos

el viento había llegado para llevarse las palabras de la mesa

y nos acariciaba las espaldas como si fueran otras manos las que

venían a acompañarnos había otras personas alrededor de

nosotros.

Nos quedamos en la cocina despiertos toda la noche Ella tenía

un nombre que no era cierto y jugaba con mis rulos para olvidar la

angustia los tres se miraban silentes los rostros cansados

lívidos a la luz de la lámpara afuera la luna brillaba sobre la

montaña de chatarra adentro hablaron del trabajo de esta

infancia de lo que estaba prohibido decirse.

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A la mañana las tazas trasnochaban sobre la mesa la puerta del

sótano estaba entornada la mujer había partido pero aún sus

pasos continuaban marcados sobre la gramilla del jardín la niebla

del amanecer retenía su silueta que se alejaba con las chimeneas de

la cementera detrás el mismo camino que la había traído la

llevaba hacia el centro de mi infancia.

En mi memoria vislumbré su figura sobre aquellos lugares que

había ocupado reconstruí cada momento como si fuese la

evidencia de la historia el sentido de la vida en los días de mi

infancia dibujé su itinerario por el pueblo de cemento nadie

volvió a verla sin embargo nunca me solté de su mano.