NI MATAR AL MENSAJERO NI METERLO EN LA CAMA
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4/5/2015
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Ni matar al mensajero, ni meterlo en la cama
Podemos debe disolverse. Podemos debe moderarse. Podemos debe esperar. Podemos debe radicalizarse. Podemos debe no poder.
La existencia de Podemos retrata a muchos de los que ocupaban el espacio político y también mediático. Se pueden leer sus intenciones como en una radiografía.
Rosa María Artal
04/05/2015 - 20:51h
Podemos debe disolverse. Podemos debe moderarse. Podemos
debe esperar. Podemos debe radicalizarse. Podemos debe no
poder. La existencia de Podemos retrata a muchos de los que
ocupaban el espacio político y también mediático. Se pueden
leer sus intenciones como en una radiografía. Demasiados
intereses en riesgo de mermar, emociones intensas. Más allá de
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tradicionales apoyos ideológicos, la prensa entra en el barro de
la campaña, y es su mayor contrasentido. No ocurre solo en
nuestro país. Pilares sólidos del periodismo se tiznan por
diferentes puñados de beneficios.
The Times con un titular tendencioso contra
los laboristas que se vio obligado a rectificar
The Times, un periódico con casi dos siglos y medio de historia, el
primero en disponer de corresponsales y enviar periodistas a conflictos
armados, acaba de publicar a toda portada un titular tendencioso a
sabiendas. Invadiendo la campaña electoral en curso. Lo descubrió
nuestro compañero Iker Armentia. No era cierto que los laboristas fueran
a cargar con 1.000 libras anuales a las familias, como figuraba a 5
columnas. La propuesta de Miliband es añadir este impuesto a quienes
tengan propiedades por un valor superior a dos millones de libras,
sueldos elevados, y a grandes empresas, entre ellas las tabaqueras. En la
“aclaración -no con la relevancia del primer titular- se argumenta que el
dato de a quiénes afectaba, se incluía al final del artículo. Luego fue
absolutamente deliberado. “Algunos de estos impuestos y
gravámenes sólo se aplicará a las empresas, y los demás se afectará a
una pequeña minoría de las familias, no "cada familia trabajadora" como
se informó”, precisaron. Y punto. Pero es lo que queda. Igual que esas
portadas como puñales que se lanzan en España. The Times pertenece
hoy a Murdoch.
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Si esto ocurre con el Times, es de imaginar cómo andan las cosas en
España. Aquí, en el pacífico bienestar del poder, les surgió un grano que
se reveló con el tiempo muy peligroso para ellos: Podemos. La campaña
de acoso y derribo tiene escasos precedentes, el temor es serio. Si se
hubiera dedicado el mismo tiempo y esfuerzo a inquirir, analizar y
denunciar al PP, su caja B, sus recortes y manipulaciones, con seguridad
no nos veríamos como nos vemos. Se ve que no era lo pretendido.
Al tiempo, salía de su hibernación catalana Albert Rivera, como
diseñado a propósito. Avanza en paseo triunfal, gozando del favor de los
medios. Porque, igualmente, si hoy se empleara el mismo tratamiento
para saber cómo se financia Ciudadanos, cuál es su programa real, en qué
se inspira, o como recolectan a sus miembros, igual cabía alguna
esperanza de regeneración de la derecha. La gran asignatura (o
licenciatura) pendiente en España.
La minuciosidad informativa es necesaria, la crítica imprescindible, pero
inexcusablemente debe alcanzar a todos, sin ley del embudo. Huele muy
mal de otra forma.
A Juan Carlos Monedero, cofundador de Podemos, le escudriñaron hasta
su inscripción en el Registro Civil a tenor de lo que saben de él. El
despliegue realizado desde su dimisión sigue reflejando en qué manos
estamos informativamente en España.
Portadas dignas del peor tabloide, con imágenes dramáticas de Pablo
Iglesias, y un nivel de comentarios que ni se molestaba en disimular el
júbilo, ni el afán de dar el descabello. Tenemos –y disculpas por citarle-
a un antiguo periodista de nombre alemán, devenido en fantoche,
criticando la sensibilidad de Monedero y su poco aguante. “Se va por
cobardía y porque le echan”, firma este macho hispánicus en traje de
tirolés que se peleó con una banqueta y le echó la culpa a Wyoming.
Varios periodistas aconsejan la disolución inmediata de Podemos (no del
PP con las gravísimas evidencias que le cercan). En todos los tonos.
Hasta maternales. “Al final IU resucitará y acogerá a los de Podemos”
firmaba una representante de la corriente periodística “con lo bien que
estábamos como estábamos”. Ernesto Ekaizer saldría en El País hablando
de egos y cultos a la personalidad. Y en la España en la que nos
movemos, precisamente en ésta, se refería a los de Iglesias y Monedero.
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Del fuego amigo tampoco se libra Podemos, pero las llamas consumen a
la sociedad que conocimos, su nivel de vida y sus derechos. Su futuro.
Esperar puede acabar con ella en cenizas.
No todos aguardan. Ni mucho menos. La gestora durante décadas de esa
pocilga de corrupción que ha resultado ser el PP de Madrid no solo es
candidata por su partido a la alcaldía, su presencia resulta perenne en los
medios. Perenne. Como la de su colega para la Comunidad, jefa hasta
hace nada de unos durísimos antidisturbios. Se diría que ellas, solo ellas,
se presentan a las elecciones y que por tanto serán las que salgan
elegidas. También algunas encuestas echan una mano. El embudo se hace
cada día más extremo.
Pasa sin mayores problemas –Aguirre lo confirma- que el PP cobró
sobresueldos en B, mientras apretaban el cinturón a los ciudadanos. Se
presenta como un éxito la ilusión del gobierno de llegar al final de la
legislatura con el mismo paro que encontró. El mismo. Solo que
devaluado hasta límites intolerables para impulsar las cifras
macroeconómicas que el común de los humanos no tocamos. La sociedad
española sufre una precariedad inadmisible salvo en las élites para las
que se trabaja. Pero cómo van a querer cambiar nada, con los beneficios
que obtienen ambos lados de las puertas giratorias. Lo trágico es esa
gente que –voluntariamente o por inducción- ha hecho dejación del uso
de pensar ¿Cómo es posible que se estén avalando políticas que son
puros atropellos?
Entonces irrumpe el Ministro de Justicia, Rafael Catalá, e invita a debatir
sobre la conveniencia de agregar el bozal a la mordaza de la libertad de
información. Y todos, con mucha razón, reaccionamos enérgicamente
para impedirlo. Quieren matar al mensajero, al periodista.
Pero me van a permitir una reflexión muy seria. Matar al mensajero
jamás, ni siquiera a los vendedores de contratos de gas a domicilio ni a
los Testigos de Jehová que dicen ser mensajeros porque también llaman
a las puertas. Pero aprender a distinguirlos, sí. Resulta vital. El
periodismo es una profesión con fuerte sentimiento corporativo, aunque
en algunos casos yo misma me sienta más próxima a quien expende
billetes de tren que a quien publica en medios. Y eso porque tienen un
nexo común: el uso del ordenador.
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La objetividad absoluta no existe. Toda selección –en el orden de las
noticias y hasta en la selección de las palabras- se rige por algún grado
de subjetividad. El periodista debe aspirar a ser honesto y guiarse por el
interés informativo, el de los ciudadanos. Aportar los datos
imprescindibles y todos, sin escamotear ninguno.
Los lectores, oyentes y televidentes deben tomar una parte activa en el
proceso. No pueden pedir lo que no dan. No deben exigir heroicidades a
otros cuando ellos se refugian en la inacción y el acatamiento.
Es duro enfrentarse al momento actual. El poder, tantas veces
corrompido, se juega mucho, pero el resto de los ciudadanos también. El
periodismo tiene un papel fundamental, muchos lo cumplen y con riesgos.
Pero hay que distinguir y evitar confusiones. Hay una gran distancia
entre matar al mensajero y meter al vendedor de pianos en nuestra cama.