Ninguna mujer nace para puta

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“Ninguna mujer nace para puta” “Espartacus” o la “Ciudad de la Inocencia”. En esta norpampa argentina, preñada de soja y codicia, donde la cómoda hipocresía y los silencios cómplices abundan, aconteció un sucedido, que aunque verdadero no deja por eso ser objeto de aventuras literarias y vulgares chistes sexistas. Los pergaminenses recordamos dicho suceso como “El Caso Espartacus”. Cuando se conoció, supo despertar la sensibilidad y el compromiso de un grupo de reconocidas damas quienes, conmocionadas hasta el tuétano, tuvieron el infortunio de descubrir que en la otrora casta ciudad de la beata, existían antros donde los machos telúricos sacian apetitos sexuales poco ortodoxos. Entre ellos, “hombres de bien” que hacían realidad la fantasía de ser, por un momento, y por un módico precio, propietarios de un joven cuerpo de mujer (que en lenguaje llano y corriente vendría a ser una puta, y a quién le importa lo que le pasa a una puta, si total seguro ella se lo buscó, ¿no?). “Sin clientes no hay prostitución” Inserta en esta economía de mercado, y en el marco del sistema capitalista manejado en su enorme mayoría por hombres, la Trata de personas con fines de explotación sexual, es el segundo delito más rentable después de la venta de armas. ¿Cómo perderse un negocio semejante por principios morales obsoletos y cuestionamientos sobre los Derechos Humanos de la mercancía? El inconmensurable mercado del sexo no se interesa por minucias como los Derechos Humanos. En el mercado cualquier cosa se puede vender, cualquier cosa se puede comprar, incluso las personas. Cada año 4.000.000 de mujeres, niñas y niños son destinados al consumo de otros humanos. Qué solapada forma de canibalismo y novedosa mutación de la permanente explotación de la pobreza que los inescrupulosos llevan a cabo desde que el mundo es mundo.

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“Ninguna mujer nace para puta”

“Espartacus” o la “Ciudad de la Inocencia”.

En esta norpampa argentina, preñada de soja y codicia, donde la cómoda hipocresía y los silencios cómplices abundan, aconteció un sucedido, que aunque verdadero no deja por eso ser objeto de aventuras literarias y vulgares chistes sexistas.

Los pergaminenses recordamos dicho suceso como “El Caso Espartacus”. Cuando se conoció, supo despertar la sensibilidad y el compromiso de un grupo de reconocidas damas quienes, conmocionadas hasta el tuétano, tuvieron el infortunio de descubrir que en la otrora casta ciudad de la beata, existían antros donde los machos telúricos sacian apetitos sexuales poco ortodoxos. Entre ellos, “hombres de bien” que hacían realidad la fantasía de ser, por un momento, y por un módico precio, propietarios de un joven cuerpo de mujer (que en lenguaje llano y corriente vendría a ser una puta, y a quién le importa lo que le pasa a una puta, si total seguro ella se lo buscó, ¿no?).

“Sin clientes no hay prostitución”

Inserta en esta economía de mercado, y en el marco del sistema capitalista manejado en su enorme mayoría por hombres, la Trata de personas con fines de explotación sexual, es el segundo delito más rentable después de la venta de armas. ¿Cómo perderse un negocio semejante por principios morales obsoletos y cuestionamientos sobre los Derechos Humanos de la mercancía? El inconmensurable mercado del sexo no se interesa por minucias como los Derechos Humanos. En el mercado cualquier cosa se puede vender, cualquier cosa se puede comprar, incluso las personas. Cada año 4.000.000 de mujeres, niñas y niños son destinados al consumo de otros humanos. Qué solapada forma de canibalismo y novedosa mutación de la permanente explotación de la pobreza que los inescrupulosos llevan a cabo desde que el mundo es mundo.

Los consumidores de sexo son personas que conviven a diario con nosotros y pertenecen a cualquier estrato social. Suelen parecer buena gente que se preocupa por el medio ambiente y ama los animales, buenos ciudadanos que cumplen con sus obligaciones familiares, fiscales y sociales, pero que, amparados por el anonimato o envalentonados por la impunidad que da el poder, no se cuestionan prácticas naturalizadas por siglos de dominación patriarcal, prácticas que han permitido el abuso y la violencia contra la mujer, cuyo cuerpo ha sido transformado en comodities de carne humana Y aunque este conciudadano (hijo, padre, esposo, cura, profesional, funcionario, hermano) no desconozca que las mujeres obligadas a prostituirse no forman parte del selecto grupo de señoras y señoritas que eligen con quién acostarse y con quién no, nada se cuestiona a sí mismo porque paga por lo que desde su punto de vista de consumidor, es un servicio.

Al fin de cuentas, gran parte de nuestra sociedad considera que una mujer puede ser puta por naturaleza o por opción, pocas veces por obligación o coerción. Como si prostituirse fuera resultado natural del libre albedrío, la masa, en su mayoría buenos cristianos y por lo tanto libres del pecado original, no tiene objeciones en etiquetar y señalar. Total que esa mujer o esa niña no es nuestra hija,

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nuestra hermana, nuestra madre, nuestra amiga. De última, para los consumidores, es apenas una mercancía, una cosa que se compra y que se vende, que se usa y se desecha. ¿Cuántos de nuestros buenos conciudadanos habrán hecho uso de las chicas de “Espartacus” sabiendo (o al menos sospechando) que estaban esclavizadas y obligadas a “trabajar” por apenas la comida y unos míseros pesos para enviar a sus familias, mientras los mercaderes y mercenarios del poder negociaban las ganancias y porcentajes que los mantendrían impunes? ¿Cuántos buenos hombres y buenas mujeres lo supieron y se callaron porque eran apenas unas insignificantes “paraguayitas” que brotan en el monte como la soja en la pampa? Todos ellos cómplices, en mayor o menor grado. Todos ellos copartícipes necesarios de un delito, que además es una flagrante violación a los Derechos Humanos y que coloca a Pergamino en la ruta de la Trata de Personas con fines de explotación sexual. Si una/o no fuera de Pergamino, tendría vergüenza ajena. Pero lamentablemente, la vergüenza es propia.

“Los monos sabios”

Y entonces, la buena gente prefiere no ver, olvidar, no involucrarse y agradece que las putas estén encerradas, que no se les conozcan las caras, que no se mezclen con los ciudadanos, no vaya a ser cosa que alguna se escape y se le ocurra pedir ayuda porque entonces, ¿qué hacemos? Mejor no saber, no mirar, no oír, no hablar. Mejor seguir careteando en los bares de la avenida los fines de semana, continuar enriqueciendo a los popes del juego lícito que tanto aportan a la educación local. Mejor ir a misa a rezar por los desamparados, los pobres y los enfermos, pedir por la paz mundial y la seguridad local; marchar porque nuestro campo pueda seguir sosteniendo los mercados inmobiliario y automotor, y tomar café en la peatonal mientras miramos a los pocos locos que piden se esclarezca el caso “Espartacus”. O mejor aún, tranquilizar nuestra conciencia (si es que todavía la tenemos) escuchando al vocero de turno convenciéndonos -con poco esfuerzo, pero con electoral urgencia - de que no hubo menores “trabajando” en “Espartacus”. ¿Trabajando? ¿Otra vez trabajo y explotación vuelven a ser sinónimos? Para que conozcan de una vez por todas la diferencia entre esos términos, habrá que regalarles a los desinformadores de siempre y a los lúcidos funcionarios progres que ornamentan el municipio, el “Pequeño Diccionario Marxista Ilustrado” en su edición especial para burgueses de medio pelo.

Pero ahora que ya se sabe que hubieron menores involucradas, ahora que hay cinco detenidos y todavía varios prófugos, ahora que el sol ya no se puede ocultar con una impecable libreta sanitaria, ¿por qué no ha salido ningún raudo cráneo iluminado a dar explicaciones por los “errores” cometidos en declaraciones apresuradas? ¿Dónde están los caballeros andantes que con valor defendieron la honra de su señor cuando la turba lo atacaba en la fallida interpelación? Sería impropio pensar que se ocultan en algún local de los suburbios o se escudan tras los fueros de algún cargo. Inefables fueros que les han permitido injuriar y atacar a todos los que se interesaron en develar lo sucedido en “Espartacus”, y determinar cuál es el grado de involucramiento y responsabilidad del Municipio y/o de algunos de sus funcionarios en este hecho.

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“¿Y ahora qué hacemos?”

Los pergaminenses habremos de despertar algún día de nuestra siesta pueblerina para decir basta al silencio cómplice e hipócrita, complaciente con la mascarada impúdica de cierta esquizofrénica dirigencia local que, por un lado pide por justicia y el juzgamiento de todos los responsables locales, políticos y policiales involucrados en “Espartacus”, y por el otro ataca a un grupo de docentes por trabajar en la recuperación y el sostenimiento de la memoria de este episodio que nos señala como una sociedad indiferente e inmóvil, que pareciera tener los dirigentes políticos que se merece.

Lo que pasó, nos pasó a todos, no solo a unas “paraguayitas ignorantes que trajeron de dentro del monte”. Estas chicas y las muchas otras de todo el país sobre las cuales se desconoce su paradero, son las nuevas desaparecidas de la democracia: arrancadas de su lugar, privadas de su libertad, anuladas en su identidad, explotadas en lo sexual. Sus cuerpos cosificados y abusados, sus mentes agobiadas por el maltrato y las drogas, padecen una muerte simbólica provocada por los Tratantes de Personas, novedosa mutación de los esclavistas y patrones negreros de ¿siglos pasados?

La Trata de personas se manifiesta así como una materialización de las políticas económicas globales sustentadas en el abuso de los sectores sociales en condiciones de vulnerabilidad, de explotación, cuya pobreza se justifica en tanto su existencia es vista como fuente inagotable de recursos por los inescrupulosos que perpetúan estas prácticas aberrantes enmarcadas y delineadas por los adoradores del capitalismo que endiosa la economía de mercado.

Hoy sabemos un poco más que hace dos años, pero sin embargo, la única certeza en todo esto es que “Espartacus” no hubiera sido posible sin la existencia de un entramado de complicidades y ocultamientos que vincula a varios estamentos del poder, no solo local, sino también nacional.

No podemos, los pergaminenses, ser tan ingenuos de creer que los únicos detenidos y los pocos prófugos de la causa pudieron montar un operativo de compleja logística para trasladar y ocultar mujeres, mayores y menores, quienes atravesaron fronteras y cruzaron medio país sin ser detectadas. No pueden caber dudas sobre el conocimiento y la complicidad de elementos mafiosos enquistados en el poder político y judicial, como tampoco de la anuencia de un sector corrupto de las fuerzas policiales. Si creyéramos que esto no existe, que es pura ficción creada en base a intereses partidistas y electoralistas, propongamos el cambio de nuestro feriado local para el 28 de Diciembre y demos a Pergamino, por declaración de interés municipal, el merecido título de “Ciudad de la Inocencia”.

Profesora María Luisa Mazzola

Docente, escritora y militante por los Derechos Humanos.