Niños y Adolescentes en Dirección de Cura

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NIÑOS Y ADOLESCENTES EN LA DIRECCIÓN DE LA CURA “¿Dónde estaba yo antes de nacer? En mis sueños…en mis juegos de niña…” anónimo ¿Existe la clínica de niños como una especificidad? No lo creo así, sin embargo podemos afirmar que no todos los analistas trabajan con niños. ¿Qué es lo que hace que un psicoanalista decida incluir dentro de su praxis, la difícil tarea de atender a estos pequeños pacientes, con el agregado de tratar también en la cura con los padres del niño, e incluso toparse las más de las veces con las Demandas provenientes de instituciones a donde el chico concurre? ¿Qué hace que un psicoanalista emprenda el trabajo con adolescentes, esos sujetos que surcan un tiempo de estructuración psíquica de gran complejidad, momento de segundo despertar sexual , de anudamiento de estructura, que constituye por esto mismo sin duda, una gran oportunidad para el análisis, pero a la vez se presenta con enorme complejidad, ya que el momento lógico cuenta además con la dependencia del sujeto en relación a sus padres, cuestión que con el adulto puede verse allanada? Sin duda ambas situaciones, la de atender niños y adolescentes son altamente “delicadas”, de grandísima responsabilidad, si pensamos que, como analistas, participamos con nuestras intervenciones del anudamiento borromeo que posibilita el entramado de R.S.I. Ante estos dos interrogantes que deseo compartir con el lector, arriesgo algunas posibles respuestas contando con que del otro lado del texto se abrirán otras tantas. Pienso que el deseo del analista, las marcas acuñadas en la propia subjetividad, están en juego cuando alguien decide atender niños y adolescentes a sabiendas de que constituye una práctica de altísima complejidad. También el haber escuchado en el discurso de los adultos en análisis a los niños de otrora, y comprobado allí como lo infantil, aquello que quedó del atravesamiento de la infancia, es lo que insiste y determina la relación del sujeto al goce y al deseo. Una paciente adulta a la que llamaré S, luego de un tiempo de análisis, se asombra por su capacidad para negociar, se sorprende de cómo puede con sus pensamientos sacar de allí y poner allá, invertir, reinvertir. Hacer producir, tapar y destapar agujeros, transferir, cubrir acá y descubrir allá. ¿Acaso no es el psicoanálisis una experiencia que tiene que ver estrictamente con la economía?¿No son los aspectos tópico, dinámico, y económico, aquellos a los que Freud ha llamado metapsicológicos, distinguiendo así claramente al psicoanálisis de una psicología?

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NIÑOS Y ADOLESCENTES EN LA DIRECCIÓN DE LA CURA “¿Dónde estaba yo antes de nacer? En mis sueños…en mis juegos de niña…” anónimo ¿Existe la clínica de niños como una especificidad? No lo creo así, sin embargo podemos afirmar que no todos los analistas trabajan con niños. ¿Qué es lo que hace que un psicoanalista decida incluir dentro de su praxis, la difícil tarea de atender a estos pequeños pacientes, con el agregado de tratar también en la cura con los padres del niño, e incluso toparse las más de las veces con las Demandas provenientes de instituciones a donde el chico concurre? ¿Qué hace que un psicoanalista emprenda el trabajo con adolescentes, esos sujetos que surcan un tiempo de estructuración psíquica de gran complejidad, momento de segundo despertar sexual , de anudamiento de estructura, que constituye por esto mismo sin duda, una gran oportunidad para el análisis, pero a la vez se presenta con enorme complejidad, ya que el momento lógico cuenta además con la dependencia del sujeto en relación a sus padres, cuestión que con el adulto puede verse allanada? Sin duda ambas situaciones, la de atender niños y adolescentes son altamente “delicadas”, de grandísima responsabilidad, si pensamos que, como analistas, participamos con nuestras intervenciones del anudamiento borromeo que posibilita el entramado de R.S.I. Ante estos dos interrogantes que deseo compartir con el lector, arriesgo algunas posibles respuestas contando con que del otro lado del texto se abrirán otras tantas. Pienso que el deseo del analista, las marcas acuñadas en la propia subjetividad, están en juego cuando alguien decide atender niños y adolescentes a sabiendas de que constituye una práctica de altísima complejidad. También el haber escuchado en el discurso de los adultos en análisis a los niños de otrora, y comprobado allí como lo infantil, aquello que quedó del atravesamiento de la infancia, es lo que insiste y determina la relación del sujeto al goce y al deseo. Una paciente adulta a la que llamaré S, luego de un tiempo de análisis, se asombra por su capacidad para negociar, se sorprende de cómo puede con sus pensamientos sacar de allí y poner allá, invertir, reinvertir. Hacer producir, tapar y destapar agujeros, transferir, cubrir acá y descubrir allá. ¿Acaso no es el psicoanálisis una experiencia que tiene que ver estrictamente con la economía?¿No son los aspectos tópico, dinámico, y económico, aquellos a los que Freud ha llamado metapsicológicos, distinguiendo así claramente al psicoanálisis de una psicología?

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En el discurso de S, desde el inicio de su tratamiento estuvieron presentes sus esfuerzos denodados, realizados cuando niña, para cubrir a su madre descubriéndose ella, o mejor dicho, le fue necesario descubrirse, destaparse, despojarse hasta la desnudez, con el afán de cubrirla, cuando un abandono temprano del Otro materno (durante el tiempo de su adolescencia) ligado a los malos tratos que le precedieron en la infancia, la deja en posición de necesitar tapar a como de lugar tamaña vacilación del Otro, que la deja sin anclaje donde apoyarse, sin marco de estructuración para su psiquismo. Este movimiento de cubrir acá y descubrir allá caracterizó su vida desde la infancia, fue el ardid que encontró; fueron los propios artificios , las estrategias escogidas como una insondable decisión que aconteció cuando todavía era niña, los que le sirvieron para sostenerse, dejándola a la vez ligada a un goce en exceso que le imprime, como sabemos, un gasto en demasía. En todo caso se revela cómo lo infantil, aquello que queda luego del atravesamiento de la infancia, y está tan presente hoy como en aquel momento mítico en que esta paciente implementara por primera vez (¿hubo una primera vez?) este ejercicio de cintura -cubrir acá y descubrir allá- que determinara la posición en su vida incluso, la elección de su trabajo. Apenas arriesgadas unas posibles respuestas a los interrogantes del inicio, los invito a pensar… ¿Qué es un niño?, pues dependerá de la respuesta que demos a este interrogante la posición que tomemos como analistas respecto a la dirección de la cura y el fin de análisis que se plantee. En el tratamiento con niños y con adolescentes, no desconocemos los tiempos cronológicos, los de la diacronía, sin embargo no nos ubicamos en una perspectiva “evolucionista” de la niñez y de la adolescencia. Pensamos en los tiempos “lógicos” de la constitución subjetiva, tiempos que comienzan a jugarse ya desde el deseo de la madre -tal como reza la cita enunciada al principio de este texto- antes de que el infans llegue al mundo, incluso antes de que sea viviente, nos encontramos con los tiempos de la alineación, los de la separación, los de la de constitución fantasmática, tiempos de identificación que se inaugurarán en la infancia y se refrendarán en la adolescencia con la segunda vuelta edípica. Desde esta perspectiva acompañamos al sujeto en los tiempos de engendramiento del objeto del cual dependerá su posición deseante. Recordemos a Lacan, cuando en el Seminario del Fantasma1 indica desde una perspectiva lógica que habrá sujeto, si y solo si se cuenta con el objeto. Es decir que la subjetividad está en relación a las operaciones esenciales de alineación y separación. Siendo la primera una operación en relación al significante, fundadora del sujeto del inconciente en tanto sujeto de las formaciones del inconciente, y la segunda, la separación, una operación que tiene relación al objeto, objeto causa del deseo, dependiente de la demanda para su producción. Donde su referencia no es el discurso del Otro sino su deseo.

1 Lacan, Jaques. “La lógica del fantasma”, inédito

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Entonces, situados en esta perspectiva, para un analista será nodal poder delimitar los tiempos de constitución subjetiva ya que permitirá definir el lugar de las intervenciones, el lugar de los padres, el lugar de los juegos, y los juguetes en la cura. Si, como plantearemos más adelante, no hay para el sujeto una relación al objeto “natural” sino a la falta de objeto, la pérdida del mismo acarreará para él la extracción de goce que deja en su lugar un agujero. La existencia del sujeto se revelará entonces como falta en ser. El sujeto será entonces efecto de una pérdida que se realiza simbólicamente en el anudamiento de la estructura. Si el analista se sitúa afirmando que es al sujeto a quien se dirige, podrá ubicar entonces el tiempo del sujeto y las operaciones incumplidas para su efectuación, ya sea como sujeto en relación al deseo o en relación a la pulsión. En la actualidad recibimos muchas consultas de niños y adolescentes que son presa de un goce pulsional sin medida que los atormenta. Cuando la pulsión se desintrinca, cuando no opera la “intrincación” por medio de la cual las pulsiones se “entrelazan”, poniéndose coto unas a otras, cuando la mirada no se acompaña con la voz, y ésta no se acota con el sostén del brazo, el “toque”2 del Otro, es posible que la perversión polimorfa infantil se automatice en un haz pulsional deteniéndose en un punto de fijación que no dé paso a la transformación por efecto del Nombre del Padre. Muchos de los padecimientos de los niños, están enclavados en un montaje pulsional en el cual no se cuenta con “escena” por la vacilación del Otro. Allí vemos la pulsión desamarrada de la palabra, será entonces la intervención del analista la que opere desde las distintas “cuerdas” para propiciar pérdida de goce y anudamiento de estructura. En el Seminario 103, Lacan refiere a la escena, en torno a la temática de Hamlet, quien precisa instaurar una escena sobre otra escena ante la inhibición de su acto. Allí nos dice que es primero el mundo y luego la escena . Presenta al mundo como un depósito de residuos donde se alojan los desechos. La “escena” en cambio se configura a partir de las cosas que se dicen, tiene valor de palabra y de este modo presenta valor ficcional, en tanto constituye un clivaje respecto a lo real4. Es esta escena, como aquella que tiene carácter de ficción, la que aparece en el jugar de los niños, la que vemos cuando se disfrazan, cuando asumen papeles, cuando hablan y/ o se compenetran de tal modo con el hacer lúdico que esta misma acción los aparta del mundo exterior a partir de la escena que conformaron. Claro que no todos los niños pueden jugar en el sentido del jugar simbólico, del “como si”, pues para poder acceder al juego simbólico es necesario contar con la posibilidad de ejercer hacer arte y oficio. 2 Vegh, Isidoro. “El prójimo” 2001 3 Lacan, Jacques, Seminario X “La angustia” inédito 4 A cerca de esta temática hace un exquisito desarrollo Cristina Marrone, en su libro “El juego, una deuda del psicoanálisis “Editorial Lazos.

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El juego es una operación de creación que transforma lo real. Para poder jugar es necesario apartar la mirada, lo cual indica que se pueda contar con el estadio del espejo, para que esta mirada, conste como perdida. En la medida en que esa mirada se aparta y se pierde el goce es que puede darse paso al juego, en el mismo sentido del fort-da, la mirada se transforma en “juguetona” tal como aparece en el juego de las escondidas. Es decir, no está siempre presente, aparece para después ocultarse. Pero no habrá juego si el Otro primordial se presenta a ser completado por el niño, es necesario que exista una pérdida en el goce tanto por el lado del sujeto como por el lado del Otro para que se llegue a la actividad creacional del juego. En este sentido, como analistas, somos testigos de que cuando el jugar no se establece, hay algo en el sujeto o en el Otro, o tal vez en ambos lados de la estructura, en donde el goce sobra. Si el juego es una actividad que presenta amplio compromiso con la pérdida, será necesario operar un corte entre el sujeto y el Otro, corte que al decir de Lacan, crea nuevos espacios y es constituyente del a, producto mayor del inconciente. Corte a la manera del que realizamos cuando abrimos una cinta para inaugurar una sala, y habilitamos un nuevo lugar, un nuevo sitio. Consideramos que el juego es una actividad que establece la diferencia entre el mundo y la escena, pues permite arrojar lo real al mundo y con la caída de ese resto establecer la escena, el teatro, donde se dicen las palabras y se juegan los roles. De nuestra observación rescatamos que los niños muy graves no pueden jugar, tal vez como en la actividad del dormir, a la cual uno se entrega sólo cuando sabe que estará protegido por el sueño, que, como guardián, ofrece su custodia; de lo contrario, si el sueño no puede dar garantía , nos mantenemos despiertos. Del mismo modo, para que un niño se “entregue” al jugar, deberá disponer de un mínimo marco que le asegure que no se encontrará directamente con lo ominoso. Si se borra ese contorno, el encuentro con lo siniestro sería muy perturbador. Si el goce del Otro se presenta incestuoso e inhibidor, impidiendo hacer lazo social, la actividad sublimatoria del juego, en cambio, con toda su poesía, libera, proponiéndose como recurso del sujeto para salir del terreno narcisista e instaurar el cuerpo como propio y la alteridad simbólica de la experiencia con el mundo. Freud se encargó de aclararnos cómo la sublimación se presenta cual un destino tajantemente diverso a la represión. Situamos a la sublimación en una égida que posibilita la transformación económica en el estatuto del objeto que no se basta con la sustitución significante, se trata de un “savoir faire” que roza la exquisitez a la que el humano puede acceder operando con el vacío, un saber hacer, que a todas luces supera la coerción y el trabajo sexualizado del pensamiento que encontramos en las obsesiones y eleva el objeto a la dignidad de la cosa. Si la operación del Nombre del Padre es aquella que, cuestionando el significado del Otro, permite la emergencia del sujeto a partir de haber arrojado el a, será ese a como

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resto, no representable, no significatizable e irreductible, el que posibilite en tanto separador el asentamiento de la sublimación en su base subjetiva. Hacia allí tendemos en la dirección de la cura cuando operamos con niños y adolescentes, hasta la disyunción entre el A y el a. En la medida en que ese pequeño a es homólogo a la castración y, quedando representado como -φ (menos fi) -letra que, como veremos en nuestros testimonios de trabajo- aporta el pasaje por la tercera identificación, se encarga de indicar el cuestionamiento a la unidad especular supuesta del primer tiempo de alineación.

Silvia Tomás

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Bibliografía Amigo, Silvia. “Clínica de los fracasos del fantasma” Homo sapiens. Rosario, 2005 Lacan, Jacques. Seminario X. “La angustia”. Versión inédita. Lacan, Jacques. Seminario XI. “Los cuatro conceptos fundamentales” Paidós. Lacan, Jacques. Seminario XIV. “La lógica del fantasma”. Inédito. Lacan, Jacques. Seminario XXII “R.S.I.”. Inédito. Marrone, Cristina. “El juego, una deuda del psicoanálisis”.Lazos. 2005 Paola, Daniel. “Erradamente la pulsión”. Homo sapiens. 2005 Rabinovich, Diana. “Sexualidad y significante”. Manantial. 1986 Rivadero, Stella Maris. “Inhibición, síntoma y angustia en el encuentro amoroso”. Letra Viva. 2003 Vegh, Isidoro. “El prójimo”. Paidós. 2001