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Universidad Autónoma de Santo Domingo Facultad de Ciencias Económicas y Sociales Escuela de Sociología Evaluación y propuesta de readecuación de los reglamentos de la UASD (Informe de Año Sabático) César D. Santana M. Profesor Adjunto Abril de 2011

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Universidad Autónoma de Santo Domingo

Facultad de Ciencias Económicas y Sociales

Escuela de Sociología

Evaluación y propuesta de readecuación de los reglamentos de la UASD

(Informe de Año Sabático)

César D. Santana M.

Profesor Adjunto

Abril de 2011

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Contenido

I. Introducción

II. Precedentes

III. Alcance y Extensión

IV. Preámbulo Conceptual Sobre la Educación Superior y la UASD

V. La última Jornada de Reforma: avances y limitaciones

VI. Lineamientos para la reforma de los reglamentos

VII. Síntesis Final (A modo de conclusiones y recomendaciones)

Notas y bibliografía

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I. Introducción.

La que sigue constituye una propuesta global de evaluación y

readecuación de la base reglamentaria de la Universidad Autónoma de

Santo Domingo. La misma se lleva a cabo a manera de informe de la

licencia sabática de que disfrutáramos durante el período académico

2010.

Tiene como antecedentes otras propuestas preliminares, planteadas a

tono con nuestra participación en la Comisión para la Reforma y

Transformación Universitaria, CERTU, establecida en virtud de la

Resolución No.2008-053, del Consejo Universitario, así como su

Resolución previa, 2008-19, que declaró el 2009 como “Año de la

Reforma y Transformación Universitaria” (1).

De igual manera, busca insertarse en los nuevos esfuerzos de

readecuación general de la normativa universitaria implícitos en lo

previsto por la Resolución 2011-06, de ese organismo, el cual, en sus

acápites “c” y “d”, ordena a la CERTU… “proseguir el proceso de

Reforma y Transformación Universitaria, dando prioridad a la

formulación de propuestas de modificación al Estatuto Orgánico, al

Reglamento de Carrera Académica y al de Carrera Administrativa;

previa consulta con los distintos actores internos y externos de la

institución que estén interesados…” (2).

II. Precedentes

Además de los mandatos específicos como resultado de la última

jornada de reforma, existen esfuerzos previos en la dirección de

sistematizar y/o recopilar la normativa adjetiva de la Universidad.

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A ese tenor, cabe mencionar la publicación, a mediados de los años

ochenta, de sendos tomos contentivos de los reglamentos de la

Universidad.

En una época posterior, fueron emitidas disposiciones del Consejo

Universitario, encomendando a diferentes instancias esfuerzos por

lograr la puesta al día del inventario de los mismos. Tal es el caso, para

sólo señalar los más señeros, de la Resolución del 2005-034 de fecha

19/3/2005, que ordena la integración de los reglamentos, para lo cual,

concedía un plazo de 30 días al Secretario General y a la Comisión de

Modernización.

De igual manera, cabe citar, las 190 y 191, del 6 de julio de 2005. La

primera dispone la ampliación de la Comisión de Asuntos

Reglamentarios con miras a la revisión de aquellos que pudieren

considerarse como fundamentales, para lo cual otorgó a dicho

organismo, una vez ampliado, un plazo de 90 días. La segunda, en

cambio, dispuso el diagnóstico de los relacionados con los concursos

para puestos de estructura.

En la fase posterior al claustro de reforma de noviembre de 2009, el

Maestro Celso Benavides, en labor permanente de investigación

archivística, produjo un recuento de resoluciones del Consejo, las

cuales aprueban o modifican reglamentos de la Universidad. Dicha

enumeración contiene 127 edictos de ese tipo y parece ser la más

exhaustiva de que se disponga hasta la fecha.

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III. Alcance y extensión.

A tono con lo anterior, estamos realizando un primer esfuerzo de

sistematización de ideas, en esa dirección, la cual, ha de partir de una

visión sociológica de la problemática general de la UASD, como parte

esencial del subsector de la educación superior en República

Dominicana. La intención es contribuir a un ejercicio de diagnóstico de

la situación actual de la Universidad que ayude a focalizar los esfuerzos

complementarios de reforma a que estamos abocados.

En un segundo momento, como parte del análisis, hemos de dedicar

algunos párrafos a analizar la pasada jornada de reforma, como

escenario que permitiría entender los límites de los cambios aprobados

en la ley sustantiva de la Universidad, así como la medida en que los

mismos pueden contribuir a solventar los problemas de fondo que

padece actualmente la UASD.

En un tercer momento, abordaríamos los lineamientos generales que

podrían guiar el trabajo de adecuación del cuerpo de reglamentos de la

Universidad, a propósito de las tareas encomendadas a la CERTU, de

conformidad con lo estipulado por la Resolución 2011-06, la cual,

incluso, contempla la posibilidad de propuestas de corte estatutario,

sin aclarar, explícitamente, si las mismas serían materia a conocer por

eventuales claustros futuros.

Un último aspecto del trabajo, lo constituiría algún ejercicio de

conclusiones y de recomendaciones, como se estila en los informes de

sistematización de ideas y/o propuestas para el hacer en una entidad

de servicio público, como la UASD.

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IV. Preámbulo conceptual: La problemática de la UASD en el contexto de la

educación superior en República Dominicana.

Para entender la situación en que se encuentra el sub-sector de la

educación superior en República Dominicana y, la UASD, particularmente,

en su condición de principal academia superior de carácter público, es

menester refrescar –aún sea de pasada- algunas de las premisas

conceptuales básicas que permiten situar el rol de las universidades en la

época actual.

Al respecto, cabe recordar el doble papel de la educación superior como

proveedora de formación para el trabajo, así como de mecanismo que

sanciona la acreditación necesaria para la participación socio-política a

determinados niveles. En la medida que llena, al menos uno de estos

cometidos, la educación superior también se convierte en canal legítimo

para el ascenso económico.

Este doble papel de la educación superior es particularmente crítico para

los sectores más carenciados, para los cuales el acceso a la misma posee

una importancia estratégica. Para esos sectores, que componen la

mayoría de la población, la existencia de universidades abiertas y cuasi-

gratuitas constituye una demanda irrenunciable frente al Estado y los

sectores dominantes.

Por su parte, la existencia en países como República Dominicana de

economías que se basan en servicios de bajo perfil técnico, como el

turismo y las zonas francas de ensamblaje, o en todo caso, que dependen

de tecnologías importadas –como las comunicaciones- hace posible el

funcionamiento de un modelo de acumulación capitalista cuya pervivencia

– al menos en el corto plazo- no está sujeta a la innovación tecnológica

constante. De ahí que la investigación científico-técnica no sea

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sentida como una necesidad crucial por gran parte del aparato productivo

local.

Como se ve, entonces, se da una cierta conjunción de intereses, un cierto

punto de encuentro entre los intereses de subalternos y dominantes en

torno a la existencia de una educación superior que prepara al individuo,

fundamentalmente, para la participación socio-política y/o la

operacionalización instrumental de metodologías y tecnologías de origen

foráneo, muchas de las cuales, ya vienen incorporadas en los paquetes

informáticos de uso creciente en la industria y los servicios.

Es en este contexto macro donde debemos ubicar el rol socioeconómico

que ha desempeñado en las últimas décadas la Universidad Autónoma de

Santo Domingo, en su múltiple condición de institución de educación

superior de carácter estatal, pública, abierta, cuasi-gratuita y, al mismo

tiempo, académica –y políticamente- autónoma.

En el plano interno, la orientación anterior ha llevado a los sectores

dirigentes de la UASD, procedentes cada vez más de los estratos sociales

más humildes, a fortalecer la alianza con dichos sectores en la línea de

sostener frente al Estado una demanda creciente de recursos, la cual se

legitimaría por su función de formadora y –sobre todo- de canal para

movilidad social legítima de amplios contingentes de la juventud

dominicana.

Los gobiernos, por su parte, ya sea por convicción profunda, como por el

hecho de que buena parte de su plana dirigencia ha estado integrada por

egresados de nuestra Alma Mater, han mostrado receptividad ante dichos

reclamos y a la UASD le ha sido asignada una partida presupuestal

creciente, aún cuando insuficiente en términos de la magnitud de su

matrícula estudiantil. 7

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Esta doble situación presupuestal de la usad debe ser comprendida en su

justa dimensión: por una parte es insuficiente para atender al cúmulo de

demandas que plantea una matrícula estudiantil creciente. Por otro

parte, pese a lo anterior, posee la magnitud suficiente para que la

posibilidad de su manejo constituya un atractivo capaz de movilizar a los

sectores de mayor iniciativa en pro del control del aparato universitario

estatal.

Existe, por demás, una cierta dialéctica entre ambos aspectos. Mientras lo

primero sirve para justificar el escalamiento del reclamo económico frente

al Gobierno, lo segundo permite a las élites articuladas en torno a las

organizaciones académicas alimentar expectativas de ascenso económico

creíbles frente al resto de los estamentos universitarios, sobre todo, a

propósito de los certámenes electorales que tienen lugar cada tres años.

Lo anterior se ha traducido en una tendencia al primado de la racionalidad

burocrática en desmedro de lo que debería ser un auténtico orden de

prioridades, definido a partir de lo verdaderamente académico. Analícese,

simplemente, la actual estructura salarial de la Institución, a fin de

establecer cuantos de los que se dedican exclusivamente a las actividades

primordialmente académicas, como la docencia y/o la investigación,

figuran entre los primeros cien lugares en la escala de sueldos de la UASD.

Ello, para no incluir los llamados “beneficios marginales”; léase las

compensaciones, las cuales operan en el sentido de agrandar –a veces de

manera abismal- la desigualdad de ingreso entre la élite dirigente y el

resto del profesorado y la empleomanía.

Creemos que en lo anterior, está planteado el “meollo” de la problemática

actual de la UASD, sin que ello equivalga a excluir la pertinencia de otros

factores coadyuvantes.

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Lo anterior ha conllevado a que la Universidad reproduzca, a su escala, el

sistema parlamentario existente a nivel de la nación, consistente en

elecciones periódicas –en este caso- cada tres años, así como largos

períodos efectivos de proselitismo; de hecho, mucho más largos que la

extensión estatutaria de la campaña electoral.

A su vez, dicha situación, de más en más, propicia una participación más

activa de los sujetos con proyectos personales que se instrumentan a

través del desempeño de una posición de mando, a veces, al margen de

una vocación auténticamente académica, para no mencionar una visión

profunda –y de largo plazo- de la problemática de la educación superior y

de la UASD en particular. En ello reside uno de los factores que precipitan

la tendencia ya señalada hacia al agotamiento del actual modelo

universitario.

Sobre la Reforma y el papel de la CERTU

Es en ese contexto de proyección del futuro inmediato y mediato de la

Institución, que podemos (re)plantearnos del papel de la Reforma

Estatutaria.

Al respecto, la primera conclusión sería la necesidad, sino de una nueva

ronda de reforma universitaria, al menos de introducir reformas puntuales

al Estatuto Orgánico y demás reglamentos, que vayan en el sentido de

reducir la capacidad discrecional de las autoridades y, por esa vía, el

proselitismo como medio fundamental de ascenso económico en la

Academia.

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En esa onda, se impone una revisión de los criterios de compensación a las

diferentes categorías laborales: funcionarios, profesores y servidores

administrativos; de manera tal que las funciones más decantadamente

académicas, como la docencia y la investigación, posibiliten –por sí

mismas- el acceso a los rangos saláriales mayores. La idea es invertir el

funcionamiento de los incentivos –de hecho- hoy existentes.

En el orden curricular, se precisa de una revisión profunda de la

estructura actual, sobre la base del principio de que la apertura al

ingreso necesariamente no obliga a la Universidad a garantizar el

titulación del ingresado.

Al respecto, es hora de considerar –en serio- la posibilidad de establecer el

denominado Certificado de Estudios Superiores; el cual sería otorgable en

función de unos requisitos crediticios mínimos, como una manera de darle

salida institucional a la demanda de acreditación de la mayoría. A partir

de ahí, la Universidad debe subir sus actuales niveles de exigencia para

adjudicar los títulos subsiguientes, que serían los que verdaderamente

deben facultar al detentante para el ejercicio de una función laboral

específica, comenzando con el de Licenciado o Ingeniero, según el caso.

En última instancia, la idea sería el promover la formación real e

imposibilitar que se siga confundiendo con la mera acreditación formal.

Es la única forma realista que posee la Universidad de lidiar con las taras

que suelen presentar los bachilleres dominicanos, heredadas de los

niveles previos del sistema escolar , las cuales, nadie podría garantizar que

–efectivamente- se estén resolviendo.

El colofón de las medidas antes apuntadas, debe ser el establecimiento

y/o reforzamiento –según el caso- de las pruebas de aptitud, como

requisito ineludible para acceder, ya sea a puestos de trabajo, tanto

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docentes como administrativos, como a los niveles subsiguientes de

formación.

Lo anterior es particularmente pertinente en lo que tiene que ver con el

postgrado, el cual – de más en más- parece estar siendo afectado con la

tendencia al empobrecimiento que suele ir aparejada a toda masificación,

sobre todo, en la medida que el mismo se constituye en una fuente

importante de ingreso para las facultades.

La conclusión de conjunto de esta exposición, no puede ser otra que la

necesidad de realizar una revisión profunda de nuestro actual modelo

universitario, en la tesitura de tomar – a tiempo – los correctivos

académicos, financieros y administrativos que el momento parece

demandar.

Para ello, no obstante, se precisa de un Acuerdo Mínimo de

Gobernabilidad, a ser convenido por las fuerzas –organizadas o no- que

definen el rumbo actual de la Academia, lo cual implicaría, a su vez, una

actitud de diálogo entre sus voceros debidamente acreditados.

V. La última jornada de Reforma Universitaria: avances y limitaciones.

Pese a las complejidades que muestra la universidad estatal dominicana,

en función de todo lo antes señalado, como resultado de la tendencia

palpable al deterioro desde hace tiempo observable, los sectores más

conscientes han venido impulsando la necesidad de poner alto al mismo

mediante la reforma de sus estructuras y/o del modo de funcionar de sus

áreas más críticas.

Fruto de ello, honrando un compromiso concertado al tenor del proceso

electoral del 2008, la pasada gestión consintió en dar paso a una 11

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nueva jornada de reforma estatutaria. La misma se asumió como el inicio

de un proceso de transformación de todo lo que, a simple vista, hace que

nuestra Universidad se esté quedando desfasada en los diferentes

aspectos de su quehacer, definidos en función de su triple misión:

docencia, investigación y extensión.

Como ya es sabido, a tales fines, fue constituida la Comisión Ejecutiva

para la Reforma y Transformación Universitaria, CERTU, a partir de la

Resolución No. 2008-53. Dicha comisión tuvo a su cargo dirigir el

proceso que culminó con el nuevo Estatuto Orgánico, aprobado por el

Claustro Mayor, el 18 de noviembre de 2009.

En un cuadro-resumen preparado al efecto, el nuevo Director Ejecutivo

de la CERTU, realiza una muy descriptiva clasificación de las 158

propuestas remitidas al Consejo Universitario, en septiembre de 2009,

por dicho organismo, como compendio de todas las formuladas en el

proceso de consulta abierto a propósito de la anterior jornada de

reforma (3). Según se indica allí, de las 36 que finalmente fueron

seleccionadas por el Consejo para ser incorporadas a la boleta del

claustro, 20 fueron aprobadas, para una “mayoría” del 55%. Cuando se

considera dicho número sobre el total tramitado por la CERTU, dicho

porcentaje desciende, estrepitosamente, a algo menos del 13% (12.6,

específicamente); cifra que de por sí dice mucho acerca de las

debilidades del proceso.

Si bien los resultados arrojados por el mismo ya constituyen parte de la

legalidad actual de la Universidad y, por ende, su observancia es

obligatoria, debemos entender que la legitimidad, y no sólo las

formalidades legales son importantes a la hora de decidir la asunción

real de lo establecido. De ahí que acaso resulte conveniente dedicar

aún sea algunos párrafos a reconstruir, aún sea en sus aspectos más

evidentes, el escenario en que la misma tuvo lugar. La idea es derivar

lecciones útiles que nos permitan subsanar, a futuro, las situaciones

que operaron como límites reales de dicha jornada. Para ello, no

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obstante, es menester destacar, previamente, las fortalezas de la

misma.

5.1. Los avances fruto de la Reforma.

A reservas de ulteriores análisis, más detenidos, cabe señalar dos

puntos fundamentales, entre las propuestas aprobadas por el pasado

Claustro de Reformas, las cuales, en alguna medida, están conectadas

con las problemáticas señaladas en el segundo numeral de este

Informe. La primera tiene que ver con la consagración, a nivel del

Estatuto Orgánico, del concurso como vía de acceso a posiciones

docentes y administrativas. La segunda, de tipo electoral, en la medida

que reduce el porcentaje efectivo para ganar (la rectoría) en segunda

vuelta, afecta la estructura de gobierno, reduciendo la necesidad de

alianzas que, amén de académicamente artificiales, pudieren limitar la

capacidad de decisión de las autoridades electas.

De igual manera, constituyen pasos de avance las propuestas

aprobadas que van en el sentido de incrementar la responsabilidad de

la cátedra en lo atinente a la planificación, supervisión y control de la

docencia; lo mismo que las disposiciones tendentes a vincular los

incentivos al personal docente a la producción intelectual efectiva, así

como las orientadas a mejorar la calificación de la representación

estudiantil en los organismos de co-gobierno, como a promover la

igualdad de género en la participación en las posiciones de mando de la

Academia.

5.2. Sus límites.

Si bien los anteriores constituyen pasos de avance, es evidente que el

grueso de lo aprobado se concentró en lo que podríamos denominar

como aspectos “simbólicos” de la Universidad, los cuales, si bien tienen

su importancia, no van el “meollo” de la problemática actual; esto es,

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la necesidad de reenfocar el modelo hacia la formación, en

profundidad, de una masa crítica de cuadros, con valores

auténticamente democráticos, sensibilidad humana y solidaridad

social, que puedan dirigir el Estado, con eficiencia y pulcritud, como

aspiración legítima de una Universidad financiada con fondos del erario

público.

Dado que lo anterior perfectamente podría ser conciliable con la letra –

y el espíritu- de todas las versiones, actual y pasadas- del Estatuto, es

preciso señalar que, para que deje de ser letra muerta, se precisa una

redefinición que, revisando la incompatibilidad existente entre el

objetivo de seguir masificando la docencia, y la elevación

impostergable de su nivel, comience a darle a este último la prioridad

que reclaman los nuevos tiempos.

Lo anterior, por simple que parezca, significaría una especie de “giro

copernicano”, que generaría tensiones difíciles de solventar, salvo que

se produzca algún tipo de alianza estratégica, con un calendario a

mediano y largo plazo, entre las fuerzas que se han disputado por

décadas, casi siempre con un ánimo excluyente, la dirección de la

Universidad.

Ese espíritu de escepticismo permanente y oposición sistemática se

hizo manifiesto desde el mismo momento que fue anunciado el

propósito de la puesta en marcha de una nueva ronda de reformas, a

finales del 2008. El mismo no fue asumido por buena parte del

liderazgo de la Universidad, el cual no tardó en cuestionar su idoneidad

en virtud de la designación, al frente del proceso, de una figura señera

de la “clase política universitaria”, que, por demás, tenía planteado un

proyecto rectoral que, a la postre, resultó triunfante en los últimos

comicios.

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Por otro lado, como agravante, nos encontrábamos en una gestión

que, desde sus inicios, se caracterizó por una visión instrumental, en la

que la figura principal parecía orientar sus pasos en función de

objetivos políticos extra-académicos, en virtud de posibles agendas

post-gestión. De ahí que la asunción del proceso de reforma, de parte

de dichas autoridades careció de la cuota mínima de liderazgo que lo

hiciera creíble ante el resto de la comunidad universitaria, lo cual, sin

duda, afecto sus posibles alcances.

VI. Lineamientos para la reforma de los reglamentos.

Partiendo del contexto antes descrito y sus consabidas limitantes,

hemos de hacer algunas sugerencias que podrían ayudar a “ordenar la

casa”, en materia de las normas adjetivas que reglan la vida de la

Universidad. Nos referimos, esencialmente, a los reglamentos.

Al respecto y, en la línea de un posible diagnóstico, lo primero a

apuntar es la gran dispersión y fragmentación que se aprecia en los

mismos. Como señaláramos en el numeral correspondiente a los

precedentes, la última enumeración de las resoluciones reglamentarias

del Consejo Universitario asciende a 127, al margen de la sospecha

legítima de que no necesariamente constituyen el universo total de las

mismas.

Un segundo señalamiento, que ayudaría a poner en perspectiva lo

anterior, lo es la inexistencia de una jerarquía entre dichas

disposiciones. Tenemos una diversidad de normas que regulan desde

las actividades esenciales de la Universidad, como la docencia o la

investigación, hasta otras que norman el funcionamiento de alguna

que otra estructura “ad-hoc”, surgida de alguna coyuntura

circunstancial, como podría la Casa de la Rectoría o el Parlamento

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Estudiantil. Es decir se regla, con el mismo status, para lo general -y

esencial- como para lo particular y accesorio.

La consecuencia de lo anterior, no sólo es el elevado número de

reglamentos, sino, también las colindancias – y hasta duplicidades- que

encontramos en los mismos.

Así, en materia estudiantil, a guisa de ejemplo, encontramos las

resoluciones reglamentarias siguientes: Bienestar Estudiantil (91-56,

del 8/4/1991); Reglamento Estudiantil Académico (03-84, del

31/5/2003); Evaluación del Estudiante por Asignatura (72-346, del

12/01972);Baja Estudiantil (73-80 del 17/5/1973 y 93-146, del

6/10/1993); Representación Estudiantil (91-17, del 13/3/1991);

Funcionamiento del Consejo de Dirección del Departamento de

Bienestar Estudiantil (86-54-B, del 12/2/1986.

Asimismo, en materias estrechamente relacionadas, con la anterior,

como las becas, tenemos, igualmente, varias piezas regulatorias: Becas

Artísticas y Culturales (86-54-A, del 12/2/1986); Becas del Cuerpo de

Orden del Comedor Universitario y Becas de Servicio en otras áreas

(86-54-Bis, del 12/2/1986); Becas de Estudio y Trabajo (86-54-E, del

12/2/1986), entre otros.

De modo similar, encontramos reglamentos específicos para los

diversos institutos temáticos (Química, Psicología, Antropología, etc.),

así como reglamentos particulares para consejos directivos de

determinadas facultades. Por otra parte, encontramos otros

referentes a entidades ya desaparecidas, como el Colegio Universitario,

sobre el cual coexistieron, hasta hace poco, varias resoluciones

reglamentarias.

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6.1. Criterios a adoptar para reglamentación a futuro.

En virtud de todo lo antes planteado y, como posibles criterios, en

materia de reglamentación, para lo que sigue, nos parecen válidas las

sugerencias siguientes:

6.1.1. Preferentemente, que exhiban una relación derivada de la

norma sustantiva, esto es, el Estatuto Orgánico.

6.1.2. Preferiblemente, que posean “jurisdicción general”, para toda la

Universidad; de manera que haya un solo reglamento para cada

actividad fundamental : docencia, administración, extensión, etc.

6.1.3. Que sean realmente necesarios. En tal sentido, cabe analizar la

adopción de otros tipos de providencias normativas, apoyadas

en los reglamentos, como podrían ser ordenanzas, resoluciones

administrativas, procedimientos, instructivos y demás, para

todas aquellas situaciones que, por la magnitud de su ámbito de

incidencia, acaso no ameriten de la adopción de todo un

“reglamento.”

6.1.4. Que prevean las consecuencias condignas, en caso de

incumplimiento, así como las instancias llamadas a aplicarlas. En

ese orden, también deben contemplar los derechos de los

universitarios, así como las instancias de apelación, cuando la

situación lo pueda requerir.

6.2. Reorganización de la base reglamentaria actual.

En esa tónica, conocemos de la existencia de, al menos, dos

propuestas en relación a la sugerencia contenida en el 6.1.2.,

más arriba mencionado, atinente a líneas temáticas en base a las

cuales podrían consolidarse muchas de las resoluciones

reglamentarias existentes, previa la debida depuración.

Por una parte, estaría la que parece sugerir por el Profesor Celso

Benavides, investigador archivístico de esta Universidad, quien,

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en un laborioso y paciente trabajo de recopilación, ha agrupado

las mismas en 7 grandes bloques temáticos:

6.2.1. Organismos de Gobierno

6.2.2. Funciones Universitarias

6.2.3. Organización y Procedimiento

6.2.4. Organizaciones Periféricas

6.2.5. Acciones Académicas

6.2.6. Procedimientos Académicos

6.2.7. Acciones Administrativas

En una tesitura parecida, nos permitimos sugerir encuadrar las mismas,

igualmente, en 7 categorías comprensivas, pero que muestren un

vínculo más visible con la misión de la Academia, como podrían ser:

a. Académico-docentes

b. Administrativos-financieros

c. Estudiantiles

d. Extensión, Cooperación y Relaciones Interinstitucionales

e. Investigación y Postgrado

f. Procedimentales y protocolares

g. Electorales

VII. Síntesis Final (A modo de conclusiones y recomendaciones).

La Universidad Autónoma de Santo Domingo es la principal

institución de las que integran el sub-sector de la educación

superior pública. Por su carácter de entidad abierta, que

funciona en base al financiamiento con fondos provenientes del

presupuesto del Estado, tiene una gran responsabilidad en todo

lo concerniente a responder a las expectativas y necesidades

objetivas de la sociedad dominicana.

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Fruto de un proceso histórico de reforma que inicia en 1966, con

el Movimiento Renovador, produjo una reorientación en su

filosofía académica que permitió el acceso al tercer nivel

educativo a amplios sectores de la población, hasta entonces,

excluidos del disfrute de dicho bien.

No obstante, habiendo pasado 45 años desde entonces, en los

cuales se han producido transformaciones importantes, a nivel

mundial, local y en el ámbito mismo de la educación superior,

parece atinado un replanteo de algunos aspectos del

funcionamiento de la Más Vieja Casa de Altos de Estudios del

Nuevo Mundo, que impida que se quede irremediablemente

rezagada en relación a otras universidades públicas de la Región,

con los consecuentes daños para el futuro de la Nación.

En ese orden, es importante aprovechar la inauguración de una

nueva gestión que ha renovado su disposición a favor de

continuar la readecuación estatutaria y del resto de la

normativa, para inducir cambios que se traduzcan en una

reorientación efectiva de sus políticas en casi todos los órdenes

esenciales de su quehacer.

A ese tenor, deben introducirse cambios en lo relativo a las

norma adjetiva de la Universidad; léase los reglamentos, que les

imprima mayor coherencia de conjunto, al tiempo de ponerlos a

tono con las transformaciones ya aprobadas en la norma

sustantiva, como de las que eventualmente puedan ser

adoptadas, a resultas de las nuevas iniciativas que pudieren

emanar del empoderamiento que le ha sido conferido para ello a

la Comisión Ejecutiva para la Reforma y Transformación

Universitaria.

Para ello, no obstante, es menester una actitud de total

apertura, la cual debe implicar la ampliación de los espacios de

participación al resto de la familia universitaria.-

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Notas y Bibliografía:

(1) : Collado, Faustino. Comisión Ejecutiva para la Reforma y

Transformación Universitaria, CERTU. Propuesta Programa

de Trabajo.

(2) Ibidem.

(3) Ibidem.

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