No. 34 Harta Milpa

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17 de julio de 2010 • Número 34 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Suplemento informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver Suplemento informativo de La Jornada TEMA DEL MES

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Desmesurada, extravagante, excesiva, barroca; así se percibe la milpa desde el clasicismo simplón de un monocultivo que ve confusión donde hay complejidad. En un sentido más profundo, la milpa es barroca por cuanto sus partes, aun si heterogéneas, son inseparables del todo.

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17 de julio de 2010 • Número 34

Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver

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La Jornada del Campo, suplemento mensual de La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Me-dios, SA de CV; avenida Cuauhtémoc 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, delegación Benito Juárez, México, Distrito Federal. Teléfono: 9183-0300.Impreso en Imprenta de Medios, SA de CV, avenida Cuitláhuac 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, delegación Azcapotzalco, México, DF, teléfono: 5355-6702. Reserva de derechos al uso exclusivo del título La Jornada del Campo en trámite. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin la autorización expresa de los editores.

Suplemento informativo de La Jornada 17 de julio de 2010 • Número 34 • Año III

Desmesurada, extravagante, excesiva, barroca; así se percibe la milpa desde el clasicismo simplón de un mono-cultivo que ve confusión donde hay

complejidad. En un sentido más profundo, la mil-pa es barroca por cuanto sus partes, aun si hetero-géneas, son inseparables del todo. Lo es también porque, como el paradigma estético del que viene el concepto, la milpa no es uniforme sino que adopta modalidades distintas según los lugares y los tiempos. Y como el barroco latinoamericano, la milpa es sincrética, contaminada, híbrida, un agrosistema mestizo al que se fueron incorporan-do especies y prácticas agrícolas de diferentes orí-genes. No es casual que nuestro barroco haya flo-recido en Mesoamérica y en los Andes, regiones que fueron cuna de dos grandes culturas milperas.

Decir maíz es decir milpa, porque la gramínea es el alma de múltiples combinatorias agrícolas, el núcleo de las diversas milpas. Y lo es por tratarse de un cereal de excepcional rendimiento por unidad de superficie y más aún por semilla sembrada. Ge-nerosidad posible gracias a un follaje amplio que recibe abundante luz solar para la fotosíntesis y una raíz extensa que captura harta humedad y nutrien-tes. Esto hace que su densidad sobre el terreno sea baja en comparación con otros cereales, los que pueden sembrarse esparciendo las semillas mien-tras que el maíz debe ser plantado de manera in-dividual. En compensación, esta práctica permite cultivarlo en laderas de mucha pendiente y suelos pedregosos –tipo de terrenos predominantes en la América equinoccial– pues no requiere roturación y se puede establecer “al piquete”, es decir abriendo agujeros con la coa, para depositar las semillas. La necesaria distancia entre las plantas es afortunada para una imaginación barroca que rechaza el vacío, pues puede emplearse para desarrollar otras espe-cies que –bien seleccionadas– no sólo no compiten con el cereal sino que apoyan su crecimiento salu-dable fijando nitrógeno (frijol y otras leguminosas), preservando la humedad y evitando el crecimiento de malezas (calabaza), repeliendo ciertas plagas (chile), etcétera. Además de consentir o inducir la presencia de yerbas silvestres como los quelites, que son comestibles y también fijan nitrógeno, así como magueyes, nopales y diversos árboles frutales que delimitan las parcelas, infiltran el agua y prote-gen del viento contrarrestando la erosión.

El frijol y la calabaza son la compañía más fre-cuente del maíz, pero es habitual encontrar junto a él tomatillo, huahuatle, cacahuate, chía, huahu-zontle, chayote, chilacayote, camote, yuca, jícama, entre otras especies; en áreas caribeñas como la península de Yucatán se usa que en la milpa haya yuca, y hortalizas como melón y sandía; mientras que en los Andes el maíz y el frijol se acompañan de especies locales como quinua, achita y una in-agotable variedad de papas. En estas variopintas asociaciones, la pródiga gramínea aporta por lo general la mayor cantidad de proteína, mientras que las otras plantas compensan sus insuficiencias nutricionales y le dan diversidad a los alimentos.

Al diseminarse por el mundo, el maíz se incorpo-ró a otras milpas. A China llegó desde el siglo XVI con el cacahuate, el camote y la papa, integrán-

dose muy pronto a la compleja jardinería que es la agricultura campesina oriental. Vía las Antillas arribó a África donde se incorporó al policultivo tropical ahí predominante, compartiendo espacios con la mandioca. En Europa permitió intensificar los cultivos, pues se siembra en verano mientras que trigo, centeno, cebada y avena se siembran en primavera o invierno. En estos casos la globa-lización de la gramínea americana enriqueció los policultivos tradicionales preexistentes, pero más tarde en otras latitudes sin antecedentes agrícolas, como la pampa húmeda argentina y las praderas estadounidenses, que cuentan con tierras planas y lluvias regulares, el maíz se aclimató como cultivo especializado y establecido en extensos campos roturados, apartándose así del paradigma milpero nacido en tierras quebradas y temporales erráticos.

El maíz puede sembrarse sólo o acompañado, en sistema de roza o de barbecho; puede cultivarse en pendiente o haciendo terrazas, se le encuen-tra en sofisticados sistemas de riego como la chinampa y en el rendidor calmil abonado con desperdicios domésticos. Y esta multiplicidad de modos de sembrar la gramínea es parte de la di-versidad virtuosa y entreverada que llamo milpa. Concepto amplio, que no se reduce a su modali-dad parcelaria, de modo que puede incluir a los grandes maizales y otras siembras especializadas, si éstos se articulan en un conjunto agrícola di-verso, holista y sostenible donde los modos de cultivo se adecuen a las condiciones agroecológi-cas y respondan a las necesidades sociales.

Plausible estrategia de cultivo, la milpa es también pa-radigma de vida buena compartido por muchos pue-blos agrícolas. Porque la forma en que se produce el sustento se traduce en cosmovisión, y en las culturas mesoamericanas y andinas la milpa es espacio forma-tivo por excelencia. En el libro Educación, autonomía y lekil kuxlejal, Antonio Paoli, nos habla de la ense-ñanza entre los tseltales: “Teme yalbat te atat´konic ta jkáltik, ja lek jun ya to yak anah tsumbajel, tsun ixim, ch enek, ch´um. Jich yak´ anop, pero ta slekilal, ta sto-hil k´op. (Si te dice tu papá ‘vamos a nuestra milpa’,, qué bueno porque aprenderás a sembrar maíz, frijol, calabaza. Entonces aprendes de buena manera, con palabra recta...)”. Y efectivamente, nos dice Paoli, ahí se enseña a definir “las tácticas combinatorias (para sembrar) según la pendiente, la humedad, el tipo de suelo”; pero también la “unidad contra el enemigo común”, como estrategia para combatir las plagas. En la parcela el niño “tendrá que compenetrarse de una gran diversidad (...) articulada al todo de la mil-pa”. Pero “esta conciencia ecológica está asociada a la familia y la comunidad”, de modo que se aprende a sembrar al tiempo que se aprende a vivir.

Sin duda la vieja Mesoamérica no era un edén y los mexicas fueron imperialistas. Pero también eran respetuosos de la diversidad cultural de los pueblos tributarios y hasta adoptaban a algunos de sus dioses, de modo que a la llegada de los españoles les fue fácil aceptar que éstos tuvieran otra religión, no así que quisieran imponerla. ¿Por qué no suponer que el paradigma milpero está detrás de los rasgos pluralistas y tolerantes del despotismo tributario precolombino?

“La cosmovisión –escribe López Austin en El núcleo duro, la cosmovisión y la tradición meso-americana– tiene su fuente principal en las ac-tividades cotidianas (...) de la colectividad que, en su manejo de la naturaleza y en su trato social, integra representaciones colectivas y crea pautas de conducta”. Y en Tamoachan y Tlalolcan, am-plía el concepto: “Sobre el núcleo agrícola de la cosmovisión pudieron elaborarse otras construc-ciones (...) producto del esfuerzo intelectual (...) individualizado y reflexivo. Sin embargo, los

principios fundamentales, la lógica básica del complejo, siempre radicó en la actividad agrícola, y ésta es una de las razones por las que la cosmov-isión tradicional es tan vigorosa en nuestros días”.

El paradigma milpero, como cosmovisión tradicio-nal, ha resistido durante más de 500 años al racio-nalismo occidental basado en la descomposición analítica, la causalidad lineal y las estrategias espe-cializadas, debido sobre todo a que el pensamiento de los pueblos originarios se mueve en un terreno distinto al del invasor. Mientras que el raciona-lismo positivista es un discurso científico que se transmite a través de abstracciones, la cosmovisión profunda es mito y es rito; discurso alterno y prác-tica otra que se producen y reproducen con base en la experiencia cotidiana y la labor productiva.

Los saberes y haceres que hunden sus raíces en la tradición son una “ciencia de lo concreto”, que diría Lévi Straus en El pensamiento salvaje, una ciencia no “primitiva” sino “primera”, no menos penetrante que las disciplinas académicas con-vencionales; una reflexión “salvaje” que, según el célebre etnólogo, “sigue siendo sustrato de nues-tra civilización” y hoy resulta “liberadora” por cu-anto muestra los límites de la ciencia positivista.

Donde menos lo esperas salta la milpa, y qué mejor que el prodigioso imaginario de Carlos Monsiváis (que sin ninguna consideración nos ha dejado cu-ando más lo necesitábamos), para documentar la vitalidad del paradigma. En un mundo de monocul-tivos esterilizantes y especialización empobrecedora, Carlos siembra maíz, frijol, calabaza, chile, chayo-te..., por decir que ejerce un pensamiento abarcante, integrador, omnisciente. Cuando los intelectuales disciplinados tratan de hacer sólo economía, sólo so-ciología, sólo antropología..., en la parcela de Carlos –como en el Museo del Estanquillo– todo encuentra acomodo, todo se relaciona con todo, todo cobra sen-tido como parte del todo. Mientras los expertos orde-ñan interminablemente su única y raquítica vaquita, Carlos es universal, omnívoro, renacentista. Física e intelectualmente ubicuo, Carlos está en todas partes, todo lo ha leído, todo lo ha visto, todo lo sabe.

“Un impresor leyendo la Biblia no encuentra sino las erratas”, escribió K. G. Chesterton, lo que le da pie al joven Carlos, que a sus 20 años era miembro del Comité Directivo y secretario de redacción de la revista Medio Siglo, para escribir en el editorial del número 3-4, aparecido en septiembre de 1957: “Este tipo de especialización tan nefasto y tan pecu-liar en nuestro medio, se convierte en negación del humanismo”. Y poniendo manos a la obra publica ahí mismo “Comercio exterior”, un sesudo texto de economía, y en otras entregas sendos ensayos sobre ciencia ficción y sobre novela policíaca; poco después, en 1958, escribirá una crónica del mov-imiento estudiantil contra el alza de los pasajes.

La inaudita capacidad de Carlos para captar el es-píritu de los tiempos, los sentimientos de la nación, el imaginario colectivo, el ánimo popular o como se diga, le viene de su insaciable (¿gatuna?) curio-sidad, y de un disciplinado pensamiento transdis-ciplinario que no es sociología, ni antropología, ni sicología social, ni análisis de coyuntura, ni crónica costumbrista, ni invención literaria, ni nota roja, sino todo esto junto y mucho más. Los textos de Carlos son ensayo en el sentido más libérrimo del término. Y son ejemplo inigualable de que la excén-trica, desmelenada, barroca milpa puede ser tam-bién paradigma intelectual. ¡Hagamos milpa!

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Elena Álvarez-Buylla y Adelita San Vicente fueron coeditoras del presente número del suplemento

COMITÉ EDITORIAL

Armando Bartra Coordinador

Luciano Concheiro Subcoordinador

Enrique Pérez S.Lourdes E. RudiñoHernán García Crespo

CONSEJO EDITORIAL

Elena Álvarez-Buylla, Gustavo Ampugnani, Cristina Barros, Armando Bartra, Eckart Boege, Marco Buenrostro, Alejandro Calvillo, Beatriz Cavallotti, Fernando Celis, Luciano Concheiro Bórquez, Susana Cruickshank, Gisela Espinosa Damián, Plutarco Emilio García, Francisco López Bárcenas, Cati Marielle, Brisa Maya, Julio Moguel, Luisa Paré, Enrique Pérez S., Víctor Quintana S., Alfonso Ramírez Cuellar, Jesús Ramírez Cuevas, Héctor Robles, Eduardo Rojo, Lourdes E. Rudiño, Adelita San Vicente Tello, Víctor Suárez, Carlos Toledo, Víctor Manuel Toledo, Antonio Turrent y Jorge Villarreal.

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Diseño Hernán García Crespo

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El término náhuatl milpa vine de milli: sembradío y pa: lugar, y designa cualquier sementera. Por lo general se la iden fi ca con un policul vo cuyo centro es el maíz: la planta más socorrida en Mesoamérica y el área andi-na, y excepcional ejemplo de domes cación. El Códice Chimalpopoca da cuenta de algunas especies cul vadas por los mexicas: “el maíz blanco, el negro, el amarillo y el colorado, el frijol, el amaranto, la chía, el michihuantli (...)”, pero además están la calabaza, el jitomate, el chile y muchas otras. Diversidad de plantas que por lo general se cul vaban entreveradas en múl ples combinaciones, dependiendo del suelo, el clima y los gustos de la gente.

Los barrios de Tenoch tlán, iden fi cados por la dis n-ta ocupación de sus habitantes, son tes monio de la importante división del trabajo en las grandes culturas precolombinas, pero en la agricultura, pese a que ha-bía diferentes maneras de cul var, en las sementeras había siempre diversidad. Y si la milpa es un policul -vo, “hacer milpa” –que es como los campesinos mexi-canos designan la acción tradicional de cul var–, pue-de también interpretarse como una forma polifónica de pensar y de vivir, como una estrategia social cuya fuerza nace de la entreverada y solidaria diversidad de quienes la comparten.

Más allá de su sen do agrícola, milpa es un modelo basado en la pluralidad virtuosa, un paradigma civili-zatorio dis nto y opuesto al del individualismo, la es-pecialización y la uniformidad, que es el dominante. Si adoptamos esta interpretación del término, descubri-remos que el mundo que nos rodea está formado por conjuntos seriales homogéneos y por sistemas plura-listas complejos, es decir, milpas.

Y como en algún momento tendremos que elegir, entré-nese desde ahora amigo lector: en los pares de imáge-nes de esta página descubra cuál de las dos es la milpa.

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Rodrigo Megchún Rivera

Don Mario, un tzel-tal que habita en la Selva Lacandona, sostiene un grano

de maíz entre sus dedos para explicar que cada semilla “tiene corazón” y en ese corazón radica su capacidad para multiplicarse incansable-mente, mientras el trabajo de los hombres y las mujeres que lo cultivan y –desde su perspecti-va– de las entidades que lo sustentan (la lluvia, los rayos, el panteón divino) lo permitan.

Más aún, una narración del origen del maíz, reproducida por estos tzeltales, establece que fue un solo grano el que “Dios regaló a los hombres”, mismo que al ser sembrado dio na-cimiento a una mazorca. Al sembrar ésta, fue alumbrada una milpa primigenia, de la cual provienen todas las semillas de maíz que han existido en el mundo a lo largo de infinitos ci-clos. Tal es parte del proceso de reproducción del maíz reconocido y celebrado por los suje-tos que forman parte de esta cultura, y sólo uno de los palpitantes valores culturales que germinan en el ámbito de la milpa tzeltal.

En efecto, para esta población, como para tantos otros grupos étnicos y campesinos, la milpa no

es sólo un espacio de producción alimentaria o económica, sino además de reproducción socio-cultural: surcado por valores, cosmovisiones, saberes e identidades. Así nos los muestra la his-toria relativamente reciente de esta población.

En el caso de los tzeltales que colonizaron la Lacandona (a partir de los años 30s y 40s del siglo pasado), la posibilidad de hacer mil-pas en sus propias tierras generó cierto mar-gen de independencia para los miembros del grupo. Antes de poblar la región, la mayoría de estos tzeltales hacía sus milpas en tierras que no les pertenecían (en las fincas), por lo que sólo recibían una parte de lo producido. Posteriormente, el reparto agrario estatal qui-so que esta población se asentara en la selva: un entorno sin gran vocación agrícola, a partir de la insospechada fragilidad de su suelo. A pesar de ello, el grupo buscó reproducir ahí su

universo cultural: el acto fundacional de las comunidades de la selva fue hacer una milpa.

En la mayoría de los casos, pequeños grupos de hombres, padres de familia, localizaron aquellos sitios en los que fuera posible cultivar y establecerse. Entonces, desmontaron la sel-va y sembraron maíz, frijol y calabaza, entre otros alimentos que componen la milpa. Con celo, cuidaron sus plantaciones de la invasión de plantas silvestres, hasta que la ecuación de su esfuerzo y –desde su perspectiva— la gracia de la Santa Madre Tierra brindó frutos.

Los primeros xilotes fueron la inequívoca señal de que la búsqueda de un espacio en el cual reproducir su universo había terminado. Entonces pudo llegar el resto de la familia. De esta manera, la milpa representa la base de la autorreproducción grupal, a la que posterior-mente se añadieron otras actividades (el cultivo comercial del café, la ganadería y la migración). Asimismo, la milpa es cultura en cuanto repre-senta un elemento central de modificación del entorno. Vaya, si planteamos “lo natural” como aquello al margen de la actividad humana, para esta población la milpa representa la princi-pal actividad que los vincula con el entorno. En este muy general recuento de las milpas tzeltales de la Lacandona cabe señalar que el

impulso que el gobierno en sus distintos nive-les ha dado a los cultivos transgénicos es ac-tualmente interpretado por los pobladores de la región como un regreso a la dependencia de las fincas. Es la experiencia histórica del grupo la que les permite interpretar y calificar el suceso. Desde la perspectiva de esta pobla-ción, en términos de la independencia grupal, de nada valdrá el haber obtenido la tierra, si las semillas deberán comprarse en cada ciclo (contrario a su naturaleza de reproducción in-finita). A decir de los sujetos, por esa vía ven-drá la futura sujeción, tan semejante a la pa-sada. De cara a ello, la totalidad de indígenas campesinos locales han acordado, más allá de su pertenencia política, no aceptar el maíz transgénico; para preservar, no sólo sus mil-pas, sino también su universo. De cualquier forma, como señalan, la amenaza sigue laten-te, pues, ante la necesidad económica, es fácil presionar a algunos grupos, y con ello afectar al conjunto de la población.

Como se hecha de ver en esta pequeña narra-ción (en frase que es lugar común entre algu-nos grupos religiosos), la milpa no es un sus-tantivo, sino un verbo: se hacen milpas y con ello, caminos. La milpa debe cuidarse de las plagas que amenazan a ese espacio y a quie-nes lo sustentan. La milpa implica el trabajo decidido de los hombres y mujeres, pues es también un modo de preservar culturas. Antropólogo, investigador del proyecto Las Regiones Indígenas de México al Nuevo Milenio del INAH

Emanuel Gómez

La milpa es la base material, cultural y agroecológica que permite la repro-

ducción social campesina, la soberanía ali-mentaria y la construcción de alternativas locales a la crisis climática. Así se resume el planteamiento político de los productores de maíz para autoconsumo de Chiapas y mu-chas otras regiones de Mesoamérica.

Sembrar la triada mesoamericana en un mismo terreno, maíz-frijol-calabaza, se hace a contracorriente de los agroquímicos, ferti-lizantes y semillas híbridas de la revolución verde, paradigma tecnológico neoliberal que los centros de investigación agrícola y las instituciones de desarrollo rural repiten cual dogma de fe desde hace 40 años.

La práctica milpera sigue siendo la acción más importante de miles de familias de es-casos recursos que, al seleccionar las semi-llas de maíz según su tamaño, color, raza o dureza, reafirman su arraigo a la tierra y dan vigencia a los conocimientos heredados por padres y abuelos.

La producción de milpa es diversa y no apli-can fórmulas de trabajo; por ejemplo, en una

misma comunidad como Emiliano Zapata, Yajalón, en los límites de Los Altos con la Sel-va Tzeltal-Chol, hay dos sistemas milpa: en la parte alta se siembra maíz con frijol y en la baja sólo frijol. Esto es por los tipos de suelos, por lo que podemos afirmar que la milpa es una serie de agroecosistemas creados por el ser humano tras siglos de adaptación.

Para los milperos tradicionales, el legado más importante son las semillas nativas, crio-llas o autóctonas, más valioso incluso que la tierra, aunque hablamos de un valor intangi-ble y no comercial. Es el caso de los descen-dientes de los pueblos mam, quienes salieron de Guatemala hace 150 años para internarse a México; dejaron sus tierras, pero no sus se-millas. Un puñado de ellas en la bolsa fue suficiente para reproducir variedades que el banco de germoplasma del Instituto Nacio-nal de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) en Tuxtla Gutiérrez no tiene registradas, como el maíz jarocho.

El debate está abierto: Néstor Espinosa, del INIFAP, afirma que en el ámbito interna-cional se han presentado estudios que com-paran la resistencia y productividad de las semillas nativas con las híbridas o mejora-das patentadas por laboratorios. En tiempos de estabilidad climática, como fue hace 40 años, cuando empezó la revolución verde, las semillas híbridas eran más productivas que las criollas, pero hoy, con el cambio de régi-men de lluvias, sequía y vientos huracanados propios de la crisis climática, las criollas tie-nen mayor capacidad de resistencia por lle-var siglos e incluso milenios de adaptación climática micro-regional.

Un factor adicional hace más viable la pro-ducción de semillas nativas que las híbridas o

transgénicas: el financiero. Los paquetes tec-nológicos de la revolución verde –fertilizantes químicos, herbicidas, semillas mejoradas y ahora incluso transgénicas–, acompañados de créditos al productor para impulsar el maíz como monocultivo, con uso de tractores, má-quinas semilleras e infraestructura de riego y contratación de jornaleros, no son viables en México y son el origen de la pérdida de la so-beranía alimentaria y el inicio de la dependen-cia tecnológica: los productores que se dejaron engañar por este sistema, como los de la Fra-ylesca, el Soconusco y el Valle del Grijalva, las regiones de “alta productividad” de Chiapas, cargan una deuda con la banca de desarrollo rural que resulta impagable, y no pueden rom-per tan fácilmente la dependencia, pues los suelos se han hecho adictos a los fertilizantes.

Los suelos con alta carga de fertilizantes se vuelven ácidos, y los insectos que logran sobrevivir se salen de control, volviéndose

plagas, como el gusano Gallina Ciega. Los ríos arrastran residuos de agroquímicos y las aguas dulces se vuelven ácidas, al grado que en las costas del Golfo de México y del Pa-cífico hay zonas sin vida marina o sistemas lagunares azolvados, contaminados, lo que aumenta el riesgo de inundaciones.

Los ácidos de nitrógeno, azufre y otros deri-vados de los agroquímicos, como el protóxido de nitrógeno (N2O) y el metano, son gases que provocan el cambio climático, tan peligrosos como el CO2, según el plan de acción climá-tica del gobierno mexicano. Y sin embargo, en lugar de limitar la explotación petrolera, apo-yar la transición a la agricultura sustentable y reconocer e invertir en las técnicas agroeco-lógicas de los productores de autoconsumo, se promueve la producción de agrocombus-tibles, lo que amenaza ampliar la frontera agrícola contra las selvas y los bosques que sobrevivieron a la colonización del trópico hú-medo, la deforestación, la ganadería extensiva y la urbanización de los 30 años anteriores.

En el diseño de las políticas climáticas que su-puestamente reducirán la emisión de gases de efecto invernadero, los funcionarios ignoran los riesgos de los agrocombustibles y los promue-ven, y se ofrece que 125 mil hectáreas de maíz dejarán de sembrarse para entrar en un proceso de reconversión productiva a frutales. Sin maíz, ¿qué comerá la población? ¿Manzanas?

Una técnica que también permite la reconver-sión productiva pero sin abandonar la milpa es la sugerida por investigadores del Colegio de Posgraduados y del INIFAP: la milpa inter-calada con árboles frutales (MIAF). Si se in-virtiera en procesos de capacitación y experi-mentación en los dos mil 500 municipios del país, se demostraría la efectividad de la MIAF en mucho más que las 125 mil hectáreas que el gobierno propone para reconversión, pero se haría con base en la milpa, y no en contra de la población, su economía y cultura.

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Sembrar la triada mesoamericana

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Antonio Paoli

La producción de la milpa y de otros cul-tivos se ha venido alterando con gra-

ves perjuicios para la gente del campo: en su salud, educación, nutrición y economía, y en deterioro de la integración familiar.

Un factor clave de la educación en el mun-do campesino ha sido que los niños acom-pañen a los adultos a la milpa, pero con los graves contaminantes que se usan hoy en día, muchos padres prefieren ya no llevarlos. Por otra parte, los herbicidas han limitado los productos que se obtenían en las milpas. En las zonas tropicales tradicionalmente se cosechaban alrededor de 50 productos: frijoles diversos, calabaza, chayotes, chiles variados, yuca, hongos sabrosos de muchos tipos, hierbas silvestres comestibles como los quintoniles y las verdolagas y multitud de otros más. Enseñarles a los hijos el manejo de esta pequeña gran plantación familiar y tradicional ha sido por siglos una labor capi-tal para el manejo ambiental, la educación y el desarrollo cultural de muchos pueblos. El policultivo de la milpa ha brindado un abas-to de hierro y otras maravillas nutricionales

que hoy se ven muy deterioradas. Antes del uso de los herbicidas y otros insumos agríco-las, la madre y los hijos se preguntaban ¿qué traerá papá de la milpa para la cena?

La empresa privada y muchos de sus pro-ductos “para el campo”, “para mejorar la producción campesina”, han causado graví-simos problemas a la salud y a la vida social en general. Los gobiernos parecen no darse cuenta o, peor, no importarles esta dramáti-ca situación.

Veamos uno de los múltiples ejemplos de esta tragedia biológica, social, cultural, eco-nómica y ecológica: la región de La Fraylesca, Chiapas, cuya cabecera es la ciudad de Villa-flores y cuya producción maicera para el mer-cado ha sido la más importante de ese estado, hoy vive bajo la amenaza de los agroquímicos. En esta región el cáncer es la causa número uno de muerte. A juicio de los pobladores, esto se debe a los herbicidas, en especial el Gramoxone, el cual no requiere permiso para

su venta; incluso se regala para obtener votos. Este veneno es arrastrado por la lluvia y conta-mina los ríos: emponzoña los niveles freáticos, infecta la atmósfera, impide muchos otros cul-tivos y causa cáncer. Por supuesto que hervir el agua no sirve de nada contra él.

Si usted consulta literatura sobre este pro-ducto, por ejemplo, si ve la página web www.fitosanitario.com/pdfs/gramoxon, verá algo de lo dañino que es este herbicida. Es gra-vísimo para las personas, para el ambiente y para la fauna.

Y pensar que productos como éste, prohibi-dos en otros países, se venden libre e incons-cientemente en nuestro país. El Estado no se molesta en impedir su uso. ¿Por qué? ¿Ig-norancia? ¿Mochada? ¿Inopia? ¿Indiferencia frente al dolor y la muerte?

Helda Morales

Ante la crisis ambiental y alimentaria urge reconocer que muchas de las so-luciones están en manos de los campe-sinos mesoamericanos. Durante cinco

mil años han proveído alimentos y contribuido a la conservación de la biodiversidad, enfrentándose y resistiendo presiones políti-cas, económicas, culturales y climáticas.

La agricultura a pequeña escala –como las milpas que aún preva-lecen en Mesoamérica– es sinónimo de biodiversidad agrícola o agrobiodiversidad, ya que intercala maíces, frijoles, calabazas, chi-les y muchas plantas más en un mismo espacio, lo que los agroe-cólogos nombramos “policultivos”. La milpa, además de proveer recursos genéticos y plantas comestibles, brinda recursos para or-ganismos silvestres y servicios ambientales o ecosistémicos, como la prevención de ataques de plagas.

Lamentablemente la agrobiodiversidad se está perdiendo de ma-nera alarmante. La mayoría de la población mundial se alimenta de no más de 12 especies de plantas. Para incrementar la seguridad alimentaria, los gobiernos se enfocan en proveer raciones de maíz, arroz, trigo y papas, productos de la agricultura industrial. Esta estrategia nos mantiene llenos pero amenaza la biodiversidad, las estrategias de vida de los campesinos y la calidad de la dieta, ade-más de que propicia la obesidad y enfermedades como la diabetes.

El estudio del aporte de los sistemas agrícolas de los campesinos a la seguridad alimentaria y la buena nutrición no es prioridad de los grandes centros de investigación, pero los datos disponibles sugieren que hay una relación positiva entre biodiversidad, segu-ridad alimentaria y salud. Nuevos estudios científicos señalan los beneficios de una dieta variada para incrementar la longevidad y reducir las tasas de enfermedades degenerativas crónicas.

Afortunadamente, todavía existen campesinos mesoamericanos, guardianes de la diversidad alimenticia, cultivando variedades adaptadas a las condiciones locales y colectando alimentos silvestres.

En el Colegio de Posgraduados se documentó que las hierbas de las milpas del valle de Toluca se utilizan como alimento, me-dicina y ornato, incrementando las ganancias en 55 por ciento. En la región semiárida de la reserva de la biosfera de Tehuacán-Cuicatlan, Isabelle Blanckaert y colegas encontraron 161 espe-cies de plantas silvestres, de las cuales 92 por ciento es utiliza-do para alimentación, medicina, forraje u ornato. Las usadas

para forraje disminuyen la inversión en alimentos industriales y aumentan la sobrevivencia del ganado durante la sequía. Otro estudio muestra que en Chiapas los indígenas tseltales pueden reconocer más de mil 200 especies de plantas, muchas de las cuales contribuyen al mantenimiento de sus hogares. En las milpas de los Altos de Chiapas hemos encontrado hasta 28 espe-cies de árboles frutales y maderables.

La milpa permite una dieta basada principalmente en tortillas, frijol, chile, calabaza y un alto consumo de hierbas como el bledo, quelite o quintonil, la hierba mora o macuy, el pápalo y el epazo-te. Esta dieta con un alto contenido en ácido fólico, vitamina A, omega 3 y 6, ayuda a prevenir la osteoporosis, reducir el colesterol, la anencefalia, la espina bífida, la ceguera infantil, las cataratas y la degeneración macular relacionada con la edad. Las variedades tradicionales de maíz contienen altos niveles de proteínas. Los es-tudios realizados en 1950 por Ricardo Bressani en Centroamérica muestran que estos maíces pueden proveer 73 por ciento de la niacina recomendada.

Nuestro trabajo en los Altos de Chiapas y Guatemala docu-menta que, además de su contribución a la nutrición, este sis-tema mantenido por el conocimiento indígena presta servicios ambientales. La diversidad de cultivos y otras especies asociadas de la milpa son el sustento de su productividad. Los agricultores reportan que la asociación de cultivos hace que los insectos no lleguen o coman poco porque los repele con sus olores fuertes. Según la teoría agroecológica, los policultivos en general tienen menos ataques de plagas porque hay plantas repelentes que alejan a los insectos de las parcelas; porque algunas hierbas asociadas son preferidas por los insectos y los distraen de los cultivos; por-que la mezcla de cultivos hace difícil para los insectos encontrar su alimento, y porque proveen recursos para los depredadores de las plagas, como las arañas, catarinas, avispas y pájaros. Las inves-tigaciones de Adriana Castro sugieren que las raíces del tomate de cáscara son el alimento favorito de la gallinas ciega. Esto po-dría explicar las observaciones de que la presencia de esa planta hace que esta plaga ataque menos a las raíces del maíz. Si hay to-mate, ¿por qué alimentarse de las duras raíces del maíz? También hemos aprendido que los árboles dentro de la milpa atraen a unas 50 especies de aves silvestres que se alimentan de insectos, hecho que disminuye significativamente el daño que éstos causan.

En su empeño por cultivar la milpa, muchos campesinos están luchando por su soberanía alimentaria y protegiendo al resto de la humanidad con los beneficios que la milpa brinda. Aprendamos de ellos y apoyémoslos.

Chiapas

¿ENVENENAR MILPA Y MILPERO?

Se requieren metas de largo plazo, como la restauración ambiental de las comu-nidades. Las prácticas campesinas de manejo de laderas con sistemas artesanales de riego, lo que denominamos milpa sustentable, son un excelente inicio. La diversidad de cultivos, la milpa, que se basa en maíz-frijol, y que puede incluir decenas de plantas medicinales, hor-talizas, árboles frutales y maderables e incluso flores ornamentales, es la base para recuperar la soberanía alimentaria por familia.

Para que los productores de maíz en monocul-tivo, los maiceros, rompan su dependencia fi-nanciera y tecnológica, tendrían que iniciar una transición a la agricultura orgánica, con base en el sistema milpa y reducir paulatinamente los fertilizantes químicos al tiempo que incorporan cada vez más abonos orgánicos y bacterias que dinamicen el suelo y lo desintoxiquen. Es más fácil iniciar la transición a la agricultura susten-table con los productores de autoconsumo, los milperos, pues su pobreza no les permitió adqui-rir los insumos de la revolución verde.

Una demanda central de los milperos es que se les reconozca el trabajo de selección de semillas nativas. En Chiapas, dos mil productores de 50 comunidades indígenas de la Red Maíz Criollo han logrado que subsidios como los del progra-ma Maíz Solidario sean transformados en un proceso de transición a la agricultura sustenta-ble con base en la reproducción de las semillas nativas. Por otro lado, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), insti-tuyó en 2009 el Programa Maíz Criollo, con muchas limitaciones de cobertura geográfica, pues se limita a las zonas protegidas. Tenemos el reto de cambiar el planteamiento original del ambientalismo por uno nuevo, que permita pa-sar de la conservación de la biodiversidad a la reproducción de la misma, con base en la agro-biodiversidad no sólo de la milpa, sino también del potrero y otros agroecosistemas.Comisión de Enlace de la Red Maíz Criollo Chiapas [email protected]

Antes del uso de los herbicidas

y otros insumos agrícolas,

la madre y los hijos se

preguntaban ¿qué traerá papá

de la milpa para la cena?

mesoamérica

ENFRENTADO LA CRISIS ALIMENTARIA Y AMBIENTAL

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Exposición "El maíz es nuestra vida" en 2007, del Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental

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17 de julio de 20106

María Gabriela Garrett y David Pérez González

La agricultura oto-mí-tepehua de la Sierra Oriental del estado de Hidalgo

se debe entender en parte como una adaptación a un medio ambiente que impone varios retos.

La limitada presencia de terrenos planos y la fluctuación de al menos dos tipos de climas montañosos con sus respectivas vegetaciones –densos pinos en sus partes altas y selva tropi-cal en las bajas y una diferencia de más de mil metros sobre el nivel del mar entre Tenango de Doria y Huehuetla– nos muestran la importan-cia que tiene la posibilidad de manipulación de la tierra, cualesquiera que sean sus cualidades.

Compartiendo la matriz agrícola mesoame-ricana, la milpa se integra principalmente

por maíz, frijol y chile, ocupando el primero una posición privilegiada en la atención del agricultor, debido a la íntima relación que comparte el ciclo de siembra y cosecha con el ciclo ritual. En menor medida, podemos encontrar chayote, calabaza, caña y algunas especies frutales como plátano o papaya. En fechas recientes –desde finales del siglo XIX– se ha difundido la introducción del café como alternativa productiva, llegando incluso a superar la superficie cultivada del sustento alimenticio por excelencia, el maíz.

Así, al recorrer el viajero la carretera que sale del municipio de Metepec, adentrándose en la Sierra Oriental, pasando por los mu-nicipios de Tenango de Doria y San Bartolo Tutotepec y culminando en Huehuetla, ob-servará que sus cerros dejan ver las cicatrices de la acción humana, rectángulos de tierra sembrada con maíz, cafetales que crecen a la sombra de naranjos y platanares y salpicadu-ras de caña de azúcar, y entre ellos se refle-jan con el sol las láminas de techos dispersos que ocultan los rostros de una vida dura.

El maíz y el café son los principales produc-tos que crecen en la región. Cada uno tiene sus tiempos y sus cuidados. En la comunidad de San Antonio el Grande el maíz se siembra dos veces al año: en febrero, cuando la tierra todavía no está tan seca, y a finales de junio, justo al concluir la fiesta patronal, “después de bañar a los santos para que llueva”, dicen.

El maíz que se siembra por estos rumbos es criollo. Si la semilla es grande y apta para el cultivo, entonces la separan del resto. Para preparar tamales o echar tortilla separan el grano roto del fino. Antes el maíz daba dos o tres mazorcas, ahora apenas da una o a ve-ces dos y la tierra se agota luego: “ya sembrar es una decepción, uno tiene un pedazo de monte, tarda uno en desmontar y a veces has-ta pide ayuda, luego uno tiene que esperar a que la tierra esté buena para sembrar y luego no llueve o lleve mucho y no se da la cosecha. Tanto que trabaja uno, por eso usted ve tanto monte porque ya la gente no quiere trabajar”.

Por otro lado, existe un lazo indisociable entre el hombre y el entorno natural explicitado en las actividades agrícolas. Por ello, abundan los símbolos relacionados con las especies vegeta-les, celebrando sus frutos y su morada: la San-ta Tierra. Predominan montes y cuevas donde habitan los espíritus de las semillas de toda es-pecie, a los cuales se ofrenda “en persona” –al representarlas en figuras de papel recortado— a quienes serán destinatarias de las oblaciones di-rigidas por un “hombre sabio”. “Se ofrece lo que se quiere pedir”, nos dice una señora; “pedimos

siempre a la Madre Tierra, al Sol, a la Sirena, a las Semillas para que se acuerden de nosotros”.

Y también se genera un círculo vicioso: mientras la gente se va porque su campo no da, la naturaleza castiga porque “ya no se acuerdan de ella”.

Los campesinos otomíes y tepehuas saben leer su medio y los riesgos que conlleva des-cuidar las fuerzas de la naturaleza que tienen un temperamento humano. Por ello deben siempre negociar con los dueños –deidades poderosas que rigen un lugar o elemento– para cuidar su milpa y su café; deben hacer los rituales propicios para evitar su enojo. A veces obtienen el sustento y hasta sobra para la ven-ta, pero cuando la naturaleza se encapricha –como cuando se echó a perder el café con las heladas de enero y febrero–, la gente debe buscar alternativas de subsistencia, como con-tratarse de jornaleros en las tierras de los ricos o salirse de la comunidad para buscar trabajo en la Ciudad de México o en Estados Unidos.

Así, la milpa es medio y fin para el campe-sino de la región. Medio, porque permite la consecución de un ciclo de desarrollo homó-logo entre hombre y tierra mediante un tra-bajo recíproco; fin, porque al tratar con defe-rencia a la tierra y sus semillas, actualiza el potencial de fertilidad y crecimiento de cada planta propiciando eventos positivos tanto para su milpa como para su comunidad. Investigadores asociados del INAH-Museo Nacional de Antropología, Subdirección de Etnografía

Teresita de Jesús Oñate Ocaña

Xochiatipan, flor so-bre el agua en refe-rencia a una zona de lirios acuáticos

que se localiza cerca de la cabecera muni-cipal, es uno de los municipios más margi-nados de Hidalgo, con una fuerte presencia indígena nahua.

Casi un centenar de comunidades macehua-les –como ellos se nombran– sobreviven con dificultad en medio de esta tierra huasteca, contradictoriamente vigorosa y pródiga. Para hacerlo han tenido que aprender a ser necios, obstinados. Sólo el que ha tumbado montaña, para después sembrar milpa, sabe lo obstinada que puede ser la vegetación. El macehual debe ser más necio que la misma necedad verde para que, volviendo una y otra vez a rozar y escardar, le arranque a la tierra lo necesario para vivir.

La tierra generosa, por varios siglos, les ha permitido vivir a base del maíz. El maíz, junto con el frijol, ha ido tejiendo su historia, sus mitos, sus leyendas, los ha ido haciendo y formando como pueblo, como hijos del maíz. El entorno físico, con las dificultades y situaciones que les plantea como pueblo, ha ido forjando en ellos toda su riqueza y sabi-duría, su deseo de permanecer en colectivo, de trabajar, de celebrar, de ser comunidad.

En Xochiatipan cada milpa indígena nahua, la milpa tradicional, permite la recreación de una increíble variedad de especies animales y vegetales. Esto, en parte por los métodos tradi-cionales de labranza, por el no uso de quími-

cos agrícolas y por la utilización de semillas criollas con elevada variabilidad genética.

El maíz en Xochiatipan es de varios colores: amarillo (costic), blanco (chipahuac) y negro (yahuitl). Además se siembra el chaparro, el tardío y el alto. El maíz se siembra en varias fechas al año; el que se siembra en enero es el tonalzintli o maíz de tiempo de seca. Si la milpa se siembra en junio para el inicio del temporal, se llama xopalmil. El maíz que se siembra en octubre o noviembre es el huajzintli. También se acostumbra que unos siembren para el día de la Santa Cruz y otros en septiembre, o en la fiesta de Xantolo o en cualquier viernes de cuaresma.

Así, casi durante todo el año vemos maíz en diferentes etapas de desarrollo. Esto –que es una gran alegría para los niños y para la fa-milia en general– ayuda a afrontar riesgos, pues como siembran en varias fechas, si algu-na milpa no se da porque no llovió o porque llovió demasiado, seguramente algún otro pedazo sí se les dará. Para ellos es importante contar con elotes tiernos, maíz y frijol fresco para la fiesta de Xantolo, así que programan sus fechas de siembra para lograrlo.

Siembran el frijol asociado con el maíz o solo. También tienen diferentes variedades de frijol: de guía (chichimecatl), de mata (pit-zaetl) y otros que se conocen con nombres nahuas como el frijol bayo (etecolotl), el frijol grande y ancho (epatlach), el frijol cuajetl, el frijol arroz o frijol de cucaracha (chopepejetl) y el frijol “nescafé”. Otras leguminosas como la lenteja de árbol son también sembradas en asociación con el maíz, aunque algunas son arbustos como el waxi.

Al pie de la milpa, formando barreras que dividen un pedazo de otro, encontramos gran variedad de árboles frutales como el chalahuijtle, mango criollo, papaya criolla, cuatzapotl, tepetzapotl, ojuxtli, pemuche, aguacate criollo, pahua, guayaba, xalxocotl, anona (cuca), anona silvestre (tepecuca). En cuanto a plátanos, la variedad es la regla: nelcuaxilotl, sancuaxilotl, manzanilla, roa-tano, macho y otros más de todos tamaños, colores y sabores.

Sucede algo similar con los árboles made-rables o para construcción que se encuen-tran generalmente en las orillas o marcando linderos como el cedro tiocuahuitl, pioche, otate, chaca, ocuilocuahuitl, xiloxochitlcu-ahuitl, palo de rosa, quebrache, etcétera.

En las milpas encontramos gran variedad de plantas comestibles como el chayote (cuatlacayotl) espinoso, liso, grande, media-no y pequeño como un aguacate criollo; el cebollín; el tomatillo; chiltototl, chile piquín, amaranto (huactli), melón, sandía, jícama, calabaza (ayoctli), cuecuetlaxochitl. Y una gran variedad de camotes y tubérculos: tlal-camojtli, tlalcamojtli costic, camojtli, tlalca-mojtli chipahuac, yuca cuacamojtli, quequex-quetl, acaxilotl, cuatzapato, etcétera.

También en la milpa, en pequeños espacios se reproducen especias y hierbas medicinales y aromáticas como: hierbabuena, cilantro, epazote, mesis (iljiaquilitl), ruda, zempoalxo-chitl, oloxochitl, epatlapazotl, zopiloxonacatl, piste, aquexcuahuitl, etcétera. Y un buen número de quelites y hierbas con usos y propiedades alimenticias y medicinales que durante las épocas de escarda se acostumbra consumir o bien se conservan algunas matas para utilizarse cuando se requieran, como mozotl, ezmecatl, cacahuaxochitl, xoloquilitl, nelquilitl, mazaquilitl, trébol, etcétera.

De algunos árboles que también crecen alre-dedor de las milpas se acostumbra consumir sus flores o sus hojas tiernas como la flor del izote, flor de pemuche, brotes tiernos del cuacamojtli, semillas del ojuxtli, semillas del chalahuijtle, la flor del quebrache, la vaina olorosa del waxi, etcétera.

Aunque se siembran en pedazos aparte y en reducidas extensiones, encontramos café, cafecillo cuacafe, cacahuate criollo. Al-gunas familias conservan todavía semillas de algodón, del que hay dos tipos y siguen sem-brándolo. Y desde luego no pueden faltar los cítricos como lima, limón, naranja, naranja cimarrona y más. Los dueños de la tierra siembran limas y cuando el árbol ha creci-do suficiente, se le injerta limón, naranja o mandarina “de clase”, porque, por el tipo de suelo, sólo las raíces de la lima prosperan.

No mencionaremos con detalle la gran varie-dad de flores, hierbas, arbustos, enredaderas y árboles silvestres que se encuentran en las ori-llas de las milpas, por las veredas, junto a los arroyos o como protección de los manantiales.

Todas las especies que enlistamos se pueden encontrar en un espacio menor a una hec-tárea, dando ejemplo de la riqueza genética que los indígenas nahuas poseen, conocen y conservan en las comunidades de la Huas-teca hidalguense. “Ciertamente conforme el progreso y la migración avanzan, se empie-zan a utilizar químicos que han hecho que se pierda la riqueza” mencionada, señala Toño, quien es catequista y campesino indígena de la comunidad de Chiapa, Xochiatipan, Hi-dalgo. La milpa descrita aquí es la suya. Este escrito fue realizado en 1992 y forma parte del documento con el que la autora recibió el grado de maestra de Desarrollo Rural en la UAM Xochimilco. Los recorridos en las milpas fueron hechos entre 1990 y 1992.

Hidalgo

"FLOR SOBRE EL AGUA"

la milpa se integra principalmente

por maíz, frijol y chile, ocupando

el primero una posición privilegiada

en la atención del agricultor,

debido a la íntima relación que

comparte el ciclo de siembra y

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MAÍZ Y

CAFETALES

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Carlos Beas Torres

Las chahuiteras son la riqueza agrícola del Istmo de Te-huantepec. Aquí

llamamos chahuites a las ricas tierras de humedad ubicadas en las márgenes de los numerosos ríos y arroyos que forman parte de la cuenca alta de los ríos Coatzacoalcos y Papaloapan. Estas tierras son ricas pues producen hasta tres cosechas de maíz al año y hay parcelas donde se obtienen hasta siete toneladas de este grano por hectárea.

Durante siglos, las comunidades indígenas de la región obtuvieron una amplia gama de alimentos de la milpa que se cultivaba en esas tierras de aluvión. A pesar de las condiciones adversas de vida, la desnutrición y las enfer-medades no eran un problema grave para los pueblos. Así lo recuerdan los ancianos mixes.

Además de maíz, se obtenían en estas par-celas una gran variedad de alimentos, como son los quintoniles, verdolagas, chiltepin,

cebollines, miltomate, chile y frijol ejotero; todos estos productos eran parte central de la dieta de las familias campesinas, cuyos exce-dentes además eran fácilmente vendidos en los mercados de la región.

Sin embargo, hace unos 40 años los exten-sionistas del gobierno empezaron a promo-ver el uso de agroquímicos y, si bien en estas tierras no son necesarios los fertilizantes, poco a poco los campesinos fueron adqui-riendo y utilizando principalmente herbici-das, con lo cual la milpa desapareció casi totalmente y con ello una gran cantidad de alimentos. La dieta de la población regional se empobreció y aparecieron y se desarro-llaron enfermedades que no existían. La modernidad atentaba en contra de la milpa y en contra de la calidad de vida de las fami-lias campesinas.

Ante esa situación, la Unión de Comunida-des Indígenas de la Zona Norte del Istmo (UCIZONI), desde hace más de 20 años ha venido impulsando un conjunto de acciones en defensa de la milpa. Por un lado, para evi-tar el uso de herbicidas, se ha recomendado el uso de la pica-pica mansa o nescafé, con lo cual se evita la aparición de hierbas y zaca-tales que ahogan al maíz. En cinco ejidos de la región se ha logrado recuperar más de 350 hectáreas de milpa con este método.

Sin embargo, la recuperación de la milpa es difícil pues requiere de mucha inversión en mano de obra, ya que la limpieza se debe hacer con tarpala y el precio de venta del maíz criollo se ha venido abajo con la entra-da de maíces amarillos provenientes de Si-naloa o de Estados Unidos. Es por ello que UCIZONI también ha generado programas de estímulos a la producción de maíz y de comercialización directa del grano, con lo cual ha obligado a los grandes acaparadores a mejorar las ofertas de compra.

En la defensa de la milpa, son las mujeres las que están en primer lugar, pues como dice doña Mine, del pueblo de Mogoñe, “de la milpa sacamos todo el alimento, ahí está nuestra comida del día y no necesitamos dine-ro para tenerla”. Son las mujeres indígenas las principales reproductoras de la cultura tradi-cional, y en ese importante papel, para ellas la milpa ocupa un lugar central de su atención.

Una de las principales demandas de UCIZO-NI es el apoyo a los productores de granos básicos, apoyo que necesariamente pasa por políticas públicas y programas que promuevan el empleo rural, la soberanía alimentaria y el financiamiento para los grupos de mujeres que cuidan la milpa y venden directamente en los mercados locales alimentos baratos y sanos.

La milpa es una tradición pero también ahí se en-cuentra el futuro de nuestros pueblos. La defensa de la milpa es la defensa misma de la vida. Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo (UCIZONI)

Lourdes Baez Cubero

Cuando nace un niño en Naupan, municipio nahua de la Sierra Norte

de Puebla, la manera de expresar el sexo del recién nacido es diciendo: “nació un yelotl,“elote”, para referirse a un varón, o si es niña: “nació un tamalle, “tamal”. Esto ilustra de manera clara el entramado de relaciones que los nahuas han tejido, a lo largo de varios siglos y hasta la fecha, entre el hombre y el maíz. Vínculo que no se suscribe al plano metafórico, sino se ha configurado en una relación de sustancial identidad que los ar-ticula además del plano alimenticio, en el mitológico, en el ritual, en el lenguaje y en la conducta. Es en función de esta semilla que se piensa el proceso evolutivo de todos los seres que habitan el universo.

En virtud de su origen divino, el maíz repre-senta la totalidad de lo que el hombre nece-sita. Gracias a esta planta el hombre vive, se mueve y es lo que le da fuerza para trabajar. Es innegable el aporte energético del maíz, que no se sustituye por ningún otro alimen-to. El vínculo de coesencia que existe entre ambos tiene lugar por medio de “la circulari-dad del flujo de energía cósmica”, que va de la divinidad a las formas de vida “interme-dias”, es decir, del maíz, y de éstas al hombre, para retornar de nuevo a la divinidad, según lo expresa Alessandro Lupo (en su artículo “El maíz es más vivo que nosotros. Ideología y alimentación en la Sierra de Puebla”, en Scripta Ethnologica, Vol. XVII, Bs.As., 1995), quien trabaja entre los nahuas de Cuetzalan, Sierra Norte de Puebla.

Así, el maíz se convierte en el vínculo verda-dero entre el hombre y las divinidades ya que éstas le transmiten su energía por medio del consumo de la planta. El hombre debe ini-ciar su proceso de incorporación al mundo social sólo a partir de poseer y consumir el grano, por ello es fundamental para la inte-gración de la persona. Esta noción ya estaba presente entre los antiguos nahuas, quienes al referirse al cuerpo humano en toda su

integridad lo nombraban Tonacayo, que sig-nifica “nuestro conjunto de carne”, que era como denominaban también a los frutos que la tierra otorgaba a los hombres, particular-mente al maíz, el alimento por excelencia de los hombres. Así lo señala Alfredo López Austin, en su libro Cuerpo humano e ideolo-gía. Las concepciones de los antiguos nahuas, (IIA–UNAM, 2 Vols., México, 1984).

Al maíz se le atribuyen cualidades huma-nas: hace varios años los dueños de una mil-pa en Naupan, situada a orillas de la carre-tera, decidieron vender el terreno porque en ese lugar su maíz no crecía y no deseaban seguir arriesgando su dinero en la siembra ni tampoco perjudicar al espíritu de la planta. Esto lo atribuían a que junto a su milpa ha-bía un poste de luz. La familia decía que el

maíz, al igual que los hombres, debía dormir de noche; si había luz todo el tiempo, no des-cansaba y por tanto no crecía como debía ser.

Es en el plano ritual donde la asociación simbólica entre el hombre y el maíz es más evidente. Esta correspondencia deriva de un origen común: la tierra, ente también anima-do y antropomorfizado que posee las mismas cualidades y defectos que los hombres. En su seno se origina la vida del hombre, animales y plantas, y es también su receptáculo cuando concluye su ciclo terrenal. Las siguientes pa-labras pronunciadas por una ritualista nahua ilustran certeramente esta afirmación: “La tierra es en ésta que comemos y sembramos cualquier cosa para sobrevivir, y otra vez ella nos come”. Esta frase coloca en el centro del problema la noción de ciclicidad en la exis-tencia de hombres, animales y plantas.

Tanto el ciclo de vida de los hombres, como el de las plantas, en particular del maíz, contempla etapas cruciales que se enfatizan mediante celebraciones rituales; en ambos ciclos tienen lugar procesos de gestación, nacimiento, desarrollo y muerte. En Naupan esta correlación se confirma con la partici-pación en los dos ciclos de un personaje cru-cial: la “abuelita”, o tocitzin, como es nom-brada en náhuatl. Esta especialista ritual es la encargada de dirigir, paso a paso, cada etapa de ambos ciclos hasta completarlos, cerrarlos ritualmente. En rituales de naci-miento debe ser ella la que entrega a la tierra la primera ofrenda del recién nacido a base de maíz: tamales, para solicitar la protección de sus “dueños” y para reiterar su condición como ser humano llegado recientemente al mundo de los hombres.

En el plano cosmológico, a la principal divi-nidad, Cristo, los nahuas lo identifican con el Sol y la tortilla. Esta equiparación se en-fatizaba, hasta hace algunos años, con el tér-mino Totecotzi, “Nuestro venerable señor”. Esta asociación Cristo–Sol–tortilla tiene su lógica porque Cristo, en calidad de sol, es el que hace crecer al maíz sobre la tierra irra-diando su calor sobre la milpa, mientras que durante su recorrido como sol nocturno, identificado con el fuego doméstico, permi-te que el maíz se cueza en el comal en la forma de tortilla.

Con estos sucintos ejemplos, se subrayó el papel que detenta el maíz en el pensamien-to nahua, que no se suscribe sólo al nivel de su valor alimenticio, sino al nivel onto-lógico, pues la articulación existente entre hombre y maíz ha configurado una real identificación en el plano identitario y cos-movisional. Investigadora del INAH-Museo Nacional de Antropología

Oaxaca

DEFENDIENDO LA VIDA

puebla

NACIÓ UN YELOTL

La dieta de la población regional

se empobreció y aparecieron y

se desarrollaron enfermedades

que no existían. La modernidad

atentaba en contra de la milpa

y en contra de la calidad de

vida de las familias campesinas

En virtud de su origen divino,

el maíz representa la totalidad

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Gracias a esta planta el hombre

vive, se mueve y es lo que le

da fuerza para trabajar

La milpa es una tradición pero

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17 de julio de 20108

Diecinueve co-munidades de la región Cen-tro y Montaña

de Guerrero trabajan desde 1994 en procesos de cuidado y mejora de los territorios campesinos y para fortalecer la agricultura de autoconsumo y la autonomía alimentaria. La milpa, por su-puesto, está en el centro de estos esfuerzos.

Los participantes –asambleas comunitarias y sus autoridades; comités de agua y reforesta-ción; animadores agroecológicos; colectivos de mujeres, niños, niñas y jóvenes (Jornadas por la Madre Tierra); algunas escuelas; comi-tés de padres de familia; promotores campe-sinos, y más— realizan estos esfuerzos en el marco del Proyecto Integral Regional de Or-ganización Comunitaria del Territorio (PIR-Ocote), el cual tiene un acompañamiento del Grupo de Estudios Ambientales (GEA) y la colaboración de diversos grupos como la organización campesina Sanzekan Tinemi, la Universidad Autónoma de Guerrero y la radio educativa comunitaria Uan Milauak Tlajtolli (La Palabra Verdadera), entre otros.

El PIR-Ocote reporta que aun cuando la producción maicera de la región es de auto-consumo y allí prevalece la milpa, “nosotros observamos una disminución de policultivos

como la milpa, que es amenazada por el én-fasis que se le da a monocultivos industriales y comerciales, con uso intensivo de agroquí-micos y con semillas de maíces híbridos, y este modelo de agricultura genera beneficios para muy pocos y ha tenido efectos desastro-sos sobre el medio ambiente y las condicio-nes de vida en la región”.

Las consecuencias de la agricultura intensiva, dicen, son de diversa índole, social, agronó-

mica, económica, cultural etcétera. “(Sufri-mos) una escasez creciente de fuerza de tra-bajo rural por la migración. Hay pérdida de conocimiento y tecnologías tradicionales por la ausencia de los jóvenes, y nuestros suelos agrícolas están quedando debilitados por la erosión y la utilización excesiva de agroquí-micos, que son introducidos mayoritariamen-te por programas gubernamentales por medio de paquetes tecnológicos y semillas híbridas”.

¿Por qué es necesario conservar la milpa? “La milpa es importante para nosotros porque son los importantes conocimientos que nos han heredado nuestros antepasados y es la base de

la alimentación de nuestra región desde hace años; la milpa representa a nuestra comuni-dad, nuestra identidad y es fiesta; no podemos perderla porque es un espacio de diversidad y diversificación de alimentos, de cultura y ge-neración de saberes, nos permite relacionarnos con otros pueblos por medio del intercambio ya sea de semilla o de nuestras cosechas. Tam-bién es la base de nuestra economía familiar, por todo eso es importante conservarla y trans-mitirla a nuestros jóvenes y niños”.

Además de impulsar el fortalecimiento de la milpa, el PIR-Ocote está trabajando en el monte, con normas para la extracción de leña, para mejorar las zonas de recarga de acuíferos y para fomentar el manejo comunitario de productos forestales no maderables, como el maguey mezcalero. También en la recarga y cuidado de manantiales, en el almacenamien-to de agua para ganado y riego de emergencia; en valorar el trabajo de la mujer campesina y fomentar los alimentos sanos y variados en el hogar y la comunidad, entre otras cosas en pro del medio ambiente y las personas.

Participan las comunidades de El Jagüey, Atenxoxola, Tenexatlajco, El Peral, Ahuihui-yuco, Tepozcuautla, colonia La Candelaria, La Providencia y Santa Cruz en el municipio de Chilapa; Topiltepec en el municipio de Zitlala, y Tlalcomulco, Mazapa, Hierbabue-na, Acateyahualco, Agua Zarca, Xocoyolzint-la, Totolzintla, Tecuanapa y Oxtoyahualco en el municipio de Ahuacuotzingo (LER)

Felipe Zeferino Teófilo

Los procesos sociales surgidos a fines de los 70s y principios de los 80s se enfo-caron a impulsar la participación ciuda-dana y una sociedad más democrática,

frente a los caciquismos regionales, Al iniciar los 90s emergió la preocupación sobre el vínculo recursos naturales-hombre, y en ese marco, en la sierra de Soteapan y Pajapan, nació el Frente Popular de Organizaciones del Sureste de Veracruz (Freposev).

En 1992 iniciamos las “convivencias de la laguna”,un espacio para reflexionar sobre los recursos na-turales, que ha generado acciones de reforestación, cuidado de animales en extinción y de no quema.

Desde 1990 se inició la investigación, estudio y reflexión de la teología étnica en las comunida-des popolucas de Soteapan, y en 1996 en la zona náhuatl de Pajapan, con la participación cons-tante y entusiasta de un grupo de indígenas por recuperar sus ritos y tradiciones sobre Jomchuk (Dios del Maíz para el pueblo popoluca) y Cin-tiopil (para el pueblo náhuatl). En 20 años estos pueblos recuperaron sus ritos y los integraron a su vida comunitaria.

En mayo del 2003, en Chacalapa, iniciamos los encuentros de productores de maíces nativos. Fue un primer acercamiento con la gente que ya traía la experien-cia de estos procesos organizativos y agroecológicos. En este mar-co surgió la preocupación de la invasión de los maíces pintados, que desplazan a los nativos, y hablamos de cómo obtener las semi-llas nativas cuando se les pierde por sequía, por plaga o por dejar de sembrar cuando no resulta redituable. En estos encuentros los ancianos comparten algunos cuentos sobre el maíz y nos hablan de la forma de cuidar las semillas para que no se piquen, así como de métodos para conservar las semillas nativas. Y se han integra-do las compañeras que utilizan el maíz para diversos alimentos, como el tamal, pozol, atole, pinole y las tortillas.

Todo este proceso de encuentros campesinos, aunados a reco-rridos de parcelas y prácticas agroecológicas como elaboración de compostas y fertilizantes foliares, uso de sembradora manual, rotación de cultivo, siembra de leguminosas y conocimiento de plantas repelentes a las plagas y de la influencia de fases luna-res en la agricultura, nos ha venido capacitando y nos ha hecho tomar conciencia de que no sólo debemos defender el maíz na-tivo, sino la manera de producirlo, que es la milpa, en donde el maíz no está solo, sino acompañado del tomatito, del cebollín, del chile, la calabaza, el plátano la yuca, el frijol, el cilantro, los

quelites y más. Y damos a conocer esto a todos en la región y expresamos la necesidad de pro-ducir excedentes de semillas nativas para ofre-cerlos a quienes acuden a los encuentros y ferias campesinas.

En 2008 fue importante la propuesta de la aso-ciación Semillas de Vida, que nos proporcionó los medios para realizar el sueño de cultivar una hectárea de maíz nativo entre varios campesinos para obtener semillas de maíces nativos y juntar 16 costales de maíz seleccionado por los mismos campesinos, según sus usos y costumbres, y ofre-cerlos en el encuentro de mayo del 2009.

¿Cómo logramos esto? Se platicó con los com-pañeros más entusiastas en conservar el maíz; se realizó un pequeño diagnóstico de los maíces que se siembran en la región: para qué los usan,

cómo los cuidan, cuántos años tienen de conservar sus semillas y por qué, y con qué cultivos asocian el maíz.

Finalmente se hizo un de equipo 16 campesinos, la mayoría jóve-nes y mujeres. Además de su siembra habitual, cada uno trabajó una tarea (25X25 metros): se encargaron de preparar la tierra, sem-brarla, darle mantenimiento, cosecharla, seleccionar la semilla y sembrar el segundo ciclo (Tapachol), realizar las tareas necesarias hasta cosechar y volver a seleccionar semilla hasta entregar la cos-talilla de maíz en el encuentro de mayo de 2009. Equipo Nahua Popoluca

Veracruz

POR CONSERVAR LA SEMILLA

Guerrero

SEMBRAR PARA COMER

Evento: Octavo Congreso de la AMER. “Campesinos y procesos rurales: diversidad, disputas y alternativas”. Lugar: Sede del congreso: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Puebla, Pue. Fecha: 24 al 27 de mayo de 2011.En breve, la convocatoria estará disponible también en la página web www.amer.org.mx

Libro: Milpas y cafetales en los Altos de Chiapas. Autoras: Rosario Cobo y Lorena Paz Paredes. Introducción y epílogo: Armando Bartra. Serie: Acciones / Número 7. Editores: Semarnat, Cobabio, Corredor

Biológico Mesoamericano México, Global Environment Facility, Instituto de Estudios para el Desarrollo Rural Maya.

Revista: Rojo AmateInformes: http://rojoamate.blogspot.com/

Video: Sembrando un futuro. Alternativas agroecológicas del pueblo Ñu Saavi a la desertifi cación en la Mixteca Alta. Investigación: Eckart Boege / Phil Dahl - Bredine. Realización: Martín Boege / Eckart Boege / Phil Dahl - Bredine. Productores: CEDICAM, La Casa de la Milpa Sostenible, Fondo Genographic Legacy de the National Geographic Society y Asociación Maryknoll.

Evento: VI Concurso Regional de Gastronomía Tradicional y Primer Encuentro Regional de Danza. Organiza: Cooperativa Tosepan Titataniske. Fecha: 31 de julio de 2010. Lugar: Cuetzalan, Puebla.

Web: http://viacampesinanorteamerica.org/ (Página de Internet de La Vía Campesina – Región Norte.

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Juan José Lavaniegos

Al pie del Cerro de Las Cruces, a 800 metros sobre el nivel del mar, caminan 15

hombres. Va por delante Juan Luis, el dueño del terreno donde hoy van a sembrar; su mula carga un bulto de semilla de maíz criollo bien seleccionada, ofrendada, bendita.

El trabajo será largo y pesado como siempre, en pendientes pronunciadas donde tan sólo llegar es difícil, pero se respira un ambiente de fiesta entre ellos, son familia y saben que juntos pueden avanzar y protegerse de la ser-piente mahuaquite, cuyo veneno es mortal, como el veneno del individualismo.

“Mano vuelta” le llaman al trabajo colectivo intensivo que hace posible una milpa sin dine-ro; se paga con trabajo y se trabaja con gusto.

En un mundo donde todo cuesta, todo tiene precio y todo tiene dueño; donde cada per-sona trabaja para ganar y acumular, la milpa otomí se levanta para repartir y compartir los

frutos de un trabajo común en un territorio común. Nunca se hacen cuentas de lo que se gasta porque lo importante es tener maíz crio-llo suficiente para comer sabroso todo el año.

Llegando al terreno conocido como “loma del Quelite”, Juan Luis hace su ofrenda en el centro de la milpa y reparte a cada com-pañero un puño de grano para que sea el pri-mero que se siembre. Luego cada sembrador se hace responsable de una línea y avanzan poco a poco, todos juntos y al mismo ritmo.

Mientras, en la comunidad de El Pericón, a tres kilómetros de la milpa, Reyna Bonilla prepara el hitacate para los trabajadores; es comida de fiesta: mole con pollo, tortillas, agua fresca y aguardiente. Reyna es la esposa de Juan y camina con sus hijos la misma vere-da al pie del cerro; todos cargan algo. Al llegar a la milpa, el hijo menor le grita a su papá.

Es la mitad de la jornada y los faeneros se sientan a compartir el alimento; se platica del clima, de cómo está la tierra, de los que se fueron a trabajar al norte, de la semilla y el terreno que cada quien escogió para sem-brar, de los transgénicos, de los herbicidas...

La agricultura orgánica no es nada nuevo, sus abuelos la practicaron por siglos pero se fue perdiendo desde que las empresas y el gobier-no los convencieron de las ventajas en el uso de agroquímicos. En esta siembra de temporal Juan Luis apartará el pedazo más parejo de su milpa para sembrar, junto con el maíz, una le-guminosa criolla conocida como frijol arroz,

que es buena para mejorar el suelo, para evitar el crecimiento de hierba y para comer.

En estas tierras nadie corre el riesgo de pro-bar con semillas de fuera porque en la milpa está en juego la sobrevivencia; ninguno de los comuneros tiene cuenta bancaria, pero conservar la semilla criolla en este territorio es más seguro que tener dinero en el banco, es la base de la autonomía y de una vida co-munitaria equilibrada realmente sustenta-ble, un banco de vida.

El caso contrario es el de alguna gente que se va al norte dos o tres años a juntar dólares; cuando regresa a la comunidad ya no quiere sembrar porque le es más fácil comprar el maíz. Luego el dinero se acaba y otra vez abandonar la co-munidad para emigrar y arriesgar la vida.

Los que no se van al norte permanecen aquí, en las montañas de la Sierra Madre Oriental, en lo que hace pocos años la euforia capitalista con-sideraba “tierras ociosas”. Aquí está el pueblo otomí junto con el náhuatl y el tepehua con-servando la diversidad criolla de maíz y frijol, de yuca y plátano, de chile y tomatillo, de café y pericón, de cedro y palo de rosa, de copal y plantas medicinales, de agua clara y aire limpio.

Quince personas sembraron la parcela de Juan Luis en un día; los próximos 14 días él no descansará hasta haber terminado de ayu-dar a cada persona que le ayudó.

Luego las mil y una noches de vigilia para cuidar la milpa, pedir que baje la lluvia sufi-ciente y a tiempo, que no llegue el viento del huracán, arrancar la mala hierba, ahuyentar a los animales silvestres que también tienen hambre, celebrar la fiesta de la cosecha, aca-rrear las mazorcas en bestia, acomodarlas en la troje, y cuidarlas para que no se piquen. Mucho trabajo todo el año.

Sin duda es el peor negocio del mundo, pero es la mejor forma de conservar la vida en el mundo. Fomento Cultural y Educativo, AC

Mauricio González González

El pueblo nahua de la Huasteca o maseual, que en náhuatl significa

“campesino”, palabra milenaria íntimamente cercana a lo que algunos hoy llaman “cam-pesindio”, tiene vocación agrícola. En una región dotada por la gesta de dos ciclos pro-ductivos “el tonalmilli de secas y el xopamillide lluvias”, la milpa nahua, maseualmilli, se erige sobre pendientes y planicies que, bajo brazos de hombres y cada vez en mayor nú-mero de mujeres, albergan los esfuerzos de maíces multicolores (amarillos, rojos, negros, blancos y pintitos), que se abren paso entre calabazas, yucas, camotes, frijoles, chiles, ca-cahuates y chayotes, bordeados por nutridas variedades de platanares, ciruelos, naranjos y papatlas, indispensables para envolver tamal.

Así, un primer acercamiento nos presenta lo irremediable: que la milpa encarna di-versidad y que es hecha por diversos, no sólo de género sino también de edad, ya que los ueyitatamej, los abuelos, siempre reservarán aliento para la milpa, fuente de fuerza vital. Pero también los niños, quienes desde tem-prana edad serán forjados al calor de ella, iniciando con pequeños mandados hasta formar parte de las cuadrillas que a “mano vuelta”, es decir, dando trabajo y recibien-do el de los demás, harán producir la tierra y serán producidos por ésta, pues como en muchos otros pueblos con tradición religiosa mesoamericana, además de lo humano y lo consignado como natural, en la milpa inter-viene el trabajo de existentes no humanos.

Madre y padre Tierra serán fundamentales, pero también la intervención de la dueña del agua, Apanchane, será sustantivo para que la mata crezca, siendo la benevolencia de Eje-katl, el Viento y Tonatij, el Sol, un factor tras-cendental. Todos ellos interactúan entre sí,

pero lo hacen con especial ahínco con el es-píritu de la semilla, Chikomexochitl. Es él del que dan cuenta los mitos, pues para sobrevivir superó numerosas adversidades, pero también él es el que inventó la música y el baile, por lo que no es extraño que sea a él a quien se le ha-lague con ambas expresiones en cada ritual.

Alrededor del ciclo de la milpa uno de “cos-tumbres”, de rituales, se entreteje. Cada evento reserva un espacio a cada una de las potencias enlistadas, marcando con ello la temporalidad del proceso agrícola. La siembra, las fases de crecimiento y, muy en especial, las cosechas, están signadas por un calendario ritual que a veces deja ver su cualidad milpera, como el sintlakualtilistli de la siembra o el elotlamani-listli de cosecha de elote, mientras otros como Xantolo, Todos Santos, encubren con la visita

de los muertos el festín de la cosecha de aguas. La diversidad de humanos, no humanos y di-ferentes tipos de vida se suman a la diversidad milpera, conjunción de muchos que en su sa-ber hacer se reconocen comunidad.

Milpas virtuosas en las que se mantiene en acto la memoria de este pueblo, en las que los maíces híbridos poco han tenido que aportar, pues “no cierran bonito” y se les mete gusano, siendo el de los antepasados, el de sus padres, el que aguanta más. No obstante, como en toda comunidad viva, la milpa también enfrenta problemas y uno serio es el que ha legado el generalizado uso de herbicidas y plaguicidas, pues numerosos quelites ya no son fáciles de encontrar y el chiltepin, chile paradigmático de la región, en algunos lugares ya no quiere dar. Es la misma dependencia a los agroquímicos la que les exige dinero circulante, afectando no sólo la reciprocidad en el trabajo, sino también el hacerlo en colectivo, pues para cargar “la mo-chila” fumigadora sólo se necesita de uno.

Sin embargo, también hay acciones ante hori-zonte adverso, por ejemplo, las comunidades organizadas en el Frente Democrático Orien-tal de México “Emiliano Zapata” (FDO-MEZ), sostienen un acuerdo que no acepta ningún paquete tecnológico extraño al saber tradicional, explicitando un claro y contun-dente rechazo a la implementación de maíces transgénicos. A su lucha agraria legendaria su-man hoy otras que les impone el capital, pero no sólo como resistencia, sino en franca eman-cipación, promoviendo entre ellos campañas de rescate de maíces y frijoles “criollos”. Centro de Investigación y Capacitación Rural, AC / Museo Nacional de Antropología, INAH

Veracruz

EL PEOR NEGOCIO DEL MUNDO

Maíces multicolores (amarillos,

rojos, negros, blancos y pintitos),

que se abren paso entre calabazas,

yucas, camotes, frijoles, chiles,

cacahuates y chayotes, bordeados

por nutridas variedades de

platanares, ciruelos, naranjos

y papatlas, indispensables

para envolver tamal

En un mundo donde todo cuesta,

todo tiene precio y todo tiene

dueño; donde cada persona

trabaja para ganar y acumular,

la milpa otomí se levanta

para repartir y compartir los

frutos de un trabajo común

Ninguno de los comuneros

tiene cuenta bancaria, pero

conservar la semilla criolla en

este territorio es más seguro

que tener dinero en el banco,

es la base de la autonomía

MASEUALMILLI:

COMUNIDAD DE DIVERSOS

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César Carrillo Trueba

Es sabido que el maíz fue domesti-cado en Mesoamérica alrededor de ocho mil años a.C., pero con frecuencia se olvida que siempre

estuvo acompañado de otras plantas, que su cultivo y diversificación se desarrollaron en todo el territorio bajo el sistema de milpa, es decir, que milpa, maíz y cultura nacieron y crecieron juntos en esta parte del mundo.

De hecho, las primeras especies que presen-tan cambios debido a manipulación humana son el guaje y la calabaza, seguidos del chile y el aguacate, y una presencia constante de frijol silvestre. En Tehuacán los dos primeros eran sembrados en las barrancas que mante-nían una mayor humedad, mientras el chile se plantaba en los márgenes del río, junto con el aguacate, que no es nativo de esa región. El maíz hace su aparición en este sitio, al igual que en Tamaulipas y Oaxaca, alrededor de dos mil años después, bajo la forma de una pequeña mazorca con minúsculos granos, comparados con los actuales que, se piensa, deben su tamaño a una mutación súbita re-sultado de la estructura genética de esta plan-ta, aunque hay polémica al respecto.

La domesticación de plantas era parte de una estrategia que buscaba nivelar las variaciones entre la cantidad de productos obtenida del manejo de la vegetación en la estación de secas y en la de lluvias con el fin de mantener una cierta abundancia a lo lar-go del año, un rasgo que se observa en todos aquellos lugares donde se originó casi simul-táneamente la agricultura en el orbe.

No se sabe cómo ocurrió, pero el cultivo de maíz en milpa, junto con frijol, calabaza, chile y otras plantas más fue adoptado por pueblos de distinto origen y lengua –per-tenecientes a 16 familias lingüísticas– que ingresaron a lo que es actualmente territo-

rio mexicano en diferentes épocas y ocupa-ron las muy diversas regiones: semiáridas, templadas, cálidas y húmedas, etcétera. Allí moldearon su hábitat, creando paisajes tan diversos como el territorio mismo, en donde el maíz ocupó un sitio privilegiado y tramó relaciones con los cultivos propios de cada región y otras plantas silvestres. La conjunción de estos vegetales y las presas de caza, el pescado y otros recursos propios de cada zona conformó dietas muy variadas y estilos culinarios distintos. Las muy distin-tas variedades de maíz que han existido en Mesoamérica y aún persisten, así como los sistemas empleados para su cultivo, dan fe de semejante diversidad.

Sin embargo, hay una unidad en la manera como se siembra tradicionalmente, ya que es muy similar en todo el territorio meso-americano: se hace un pequeño hoyo con bastón plantador –conocido también como coa, espeque y otros nombres– y se coloca uno o varios granos para asegurar que algu-no brote, manteniendo cierta distancia entre cada hoyo a fin de intercalar otros cultivos, principalmente calabaza, frijol y chile, pero también chayote, cebollín y muchos más, ya sea al mismo tiempo o cuando el maíz haya alcanzado cierta altura.

La manera de preparar el terreno depende de distintos factores, pero sobre todo del sistema empleado, lo cual ha variado a lo largo del tiempo –han existido de camellones, chinam-pas, terrazas, de riego, etcétera–; sin embargo, el más sencillo y difundido parece ser el co-nocido como roza, tumba y quema, en donde se devasta una pequeña porción de bosque o selva, se cortan árboles y arbustos y se queman. Al cabo de un breve lapso, al inicio de las llu-vias, se realiza la siembra, después de lo cual es preciso cuidar regularmente la milpa, remo-viendo las hierbas que impiden el crecimiento del maíz y alejando aquellos animales que lo perjudican. La cosecha se efectúa a mano, sin ayuda de instrumento alguno.

Esta forma de cultivo, que difiere por com-pleto de la empleada en la mayoría de los cereales y se asemeja más a las llamadas prácticas de horticultura –como el cultivo de tubérculos– fue un factor fundamental en la conformación de la manera de ver el mundo en Mesoamérica, en la forma de relacionarse dentro de las comunidades y de los distintos pueblos y entre éstos.

Génesis de una cosmovisión. El maíz yace así en el centro de la cosmovisión de los pue-blos mesoamericanos y la estructura. Es un elemento fundamental de los mitos de origen –en algunos de ellos, el ser humano está he-cho de maíz o procede de esta planta–, y su aparición marca un antes y un después en la historia humana. Es metáfora de la vida mis-ma, en especial del nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte del ser humano. Su cultivo en milpa rige el ciclo anual, alrede-dor del cual se estructura la observación del movimiento de los astros, y cuya característi-ca principal es la alternancia de la temporada de lluvias y la de secas, el tiempo de prepara-ción de la parcela y el inicio de la siembra, el transcurso del crecimiento y la cosecha. Este rasgo constituye la impronta de su origen –en una zona de fuerte contraste estacional–, y se arraiga en las raíces de la visión dualista lluvias/secas consolidándola, por lo que, aun cuando en parte del territorio mesoamericano se lleva a cabo la siembra de invierno en la época de secas, las principales fiestas son en todas partes la de la Santa Cruz y la del Día de Muertos, que marcan, respectivamente, el fin de la época de secas y el fin de la de lluvias.

Tan preponderante era el maíz como metá-fora de la vida misma que, cuenta Sahagún, entre los nahuas del siglo XVI, cuando nacía un niño se le encomiaba diciéndole, “es tu salida el mundo. Aquí brotas y aquí floreces”, y se le cortaba el ombligo sobre una mazorca de maíz. “Es verosímil –explica Alfredo López Austin– que los antiguos nahuas creyeran que pasaba al maíz parte de la fuerza de crecimien-to de la que estaba cargado el recién nacido. En efecto, la mazorca quedaba ligada a la vida del niño. Los granos se guardaban para su siembra, y su cultivo era sagrado. Los padres del niño usaban los frutos para hacerle el primer atole. Después, cuando el niño crecía, un sacerdote guardaba el maíz reproducido y lo entregaba al muchacho para que sembrase, cosechase e hi-ciese con lo cosechado las ofrendas a los dioses en los momentos más importantes de su vida”.

Todos estos elementos fueron conformando una visión del mundo muy elaborada, al inte-rior de la cual se desarrollaron conocimien-tos de gran precisión en diferentes áreas –as-tronomía, medicina, etcétera– y una religión compleja, manejada por una clase sacerdotal que retomó los mitos y ritos existentes para reelaborarlos y legitimar su dominio en una sociedad que cada vez se tornaba más jerár-quica. La cultura olmeca marca el inicio de

este proceso, alrededor de mil 200 a.C., y de ella se originan todas las demás.

Con la irrupción europea terminó el auge de estas culturas, pero las zonas rurales mantuvie-ron su tradición oral por sobre la escrita o pic-tográfica, un calendario más ligado a los asun-tos agrícolas, una organización social menos jerárquica y un saber en donde la teoría no se separa de la práctica. Por ello, como lo explica López Austin, “los principios fundamentales, la lógica básica del complejo, siempre radicó en la actividad agrícola, y ésta es una de las ra-zones por las que la cosmovisión tradicional es tan vigorosa en nuestros días”... por supuesto, acompañada de la milpa que la vio nacer. Facultad de Ciencias, UNAM

LA MILPA Y LA COSMOVISIÓN DE LOS PUEBLOS MESOAMERICANOS

El cultivo de maíz en milpa, junto

con frijol, calabaza, chile y otras

plantas más fue adoptado por

pueblos de distinto origen y lengua

El cultivo en milpa rige el ciclo

anual, alrededor del cual se

estructura la observación del

movimiento de los astros, y cuya

característica principal es la

alternancia de la temporada de

lluvias y la de secas, el tiempo

de preparación de la parcela y el

inicio de la siembra, el transcurso

del crecimiento y la cosecha

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Pablo Sigüenza Ramírez

De un árbol de cerezo situado en el cerco de una parcela campesina, bajó una pequeña oruga y se in-ternó en la pequeña milpa. Mien-

tras caminaba entre surcos, se maravilló de la variedad de plantas que allí existían. A ella siempre le gustó el color blanco de las flores, pues le parecía que era la luz hecha pétalos. Al ver tantos colores se preguntó en voz alta:

“¿Por qué no todas las flores son blancas, si es el mejor color sobre la Tierra?”

Sin esperarlo, escuchó de pronto una voz que salía de una planta cercana: “¡Yo soy la flor de ayote, en otros lados me llaman calabaza; no soy de color blanco, pero mis pétalos amari-llos son muy apetecibles para comer y cuando doy fruto, los ayotes también son utilizados por muchos animales para alimentarse”.

Otra voz se escuchó unos pasos más allá: “¡Yo soy la hierbabuena, pocas veces llego a tener flor, pero el verde de mis hojas tiene un sa-bor y un olor importante para la cocina de los seres humanos y para aliviar dolores en la pancita de niños y niñas”.

“¡A mí me dicen jacaranda! –se oyó la voz fuerte de un enorme árbol que estaba en la esquina de la parcela– ¡En los meses de enero a marzo de cada año mis f lores mora-das son recolectadas para aliviar a los hom-bres y mujeres de unos bichitos que ellos llaman amebas!”

Una espiga dorada, a la que un escritor llamado Pablo Neruda denominó “punta de fuego sobre lanza verde”, habló así: “¡Yo soy la flor del maíz; el fruto que sale de mí en forma de mazorca ha servido para alimentar a miles de comunidades por más de diez mil años. Grandes pueblos se han desarrollado en estas tierras debido al uso que han dado a mi fruto. Las manos amorosas de señoras y señores es-cogen las semillas que luego siembran en la Madre Tierra; el cuidado que me procuran hace que tengan alimento de maíz de colores varios: blanco, negro, amarillo y rojo”.

La oruga exclamó: “¡Vaya, eso no lo sabía!”

La espiga de maíz continuó: “Conmigo con-viven frijoles, ayotes, tomates, miltomates, chiles, la hierbabuena, palos de jacaranda, saúco y frutales. Ves, amiga oruga, somos muchas plantas y somos diferentes. Todas somos importantes, igual que tú”.

Entonces, la pequeña oruga vio con otros ojos la diversidad de colores y formas que había en la parcela. Regresó al árbol de cerezo con la certeza de que la Madre Tierra es sabia. Estaba ansiosa por convertirse en mariposa. Con sus nuevas alas podría recorrer más lugares, sentir-se con libertad y admirar los colores desde las alturas. Ella misma sería de múltiples colores: quizá roja como el jitomate, azul como la bo-rraja o amarilla como la flor de ayote.

UN MITO TOTONACO(…) en un lugar del Totonacapan, lugar del sol, lugar del trueno y lugar de las risas (…) porque el Totonacapan e-ne tres corazón, aunque le maten uno puede nacer otros dos para volver a ser tres corazones. En un lugar se reunieron todos los dioses, Dios del Agua, Dios del Cerro, Dios del Viento, Dios del Maíz y todos y ya había gente. Los dioses vie-ron que tenía(n) que (dar de) comer a sus hijos, entonces se reunieron; no había nada que comer, ya había gente y todo. Comían todo lo que encontraban en la calle. Pero el maíz no exis a.

Entonces por un mo-mento estaban planean-do qué iban a comer. Exis an los dioses pero lo hijos qué iban a comer

después. Entonces planea-ban, entonces lo invitaron

a varios personajes, (pero) ellos no lo aceptaron y primero lo invitaron a un joven ya grande, ya era guerrero, le dije-ron que tenía que ser maíz. Le explicaron lo que tenía que pasar desde la siembra, desde el desgrano, desde el doblado, desde la pizca, desde desgranar hasta llevar a preparar el maíz cocido. Y des-pués le contaron que también al hervir con cal lo van a lavar, lo van a moler y le van a hacer tor lla, después de cocer en el comal lo iban a comer y después iba a tener el hombre y después iba a…

Entonces el joven decidió, le dio miedo, se fue a esconder en los peñascos. Se volvieron a reunir los dioses. Invita-ron a una joven que se llama malva o malvarón, también lo invitaron y le expusieron qué tenía que hacer para ser maíz. Cuando la estaban invitando le dijeron que si aceptaba, iba a comer pollo, pero por lo que le contaron no aceptó. A la muchacha también le dio miedo, también se fue a esconder en los barrancos, en los lugares escondi-dos. Ahora ahí nacen las malvas en los barrancos. Ahorita también da su maíz.

Por eso invitaron a un niño. Como es-taba niño todavía no refl exionaba. Le expusieron lo que tenía que pasar, el sembrado hasta la tor lla. Le dijeron el niño no te preocupes te vamos a hacer fi esta, vas a comer pollo, el niño humil-demente lo aceptó. Agarraron el niño y lo descuar zaron, lo cortaron en pe-dazos y esos pedacitos los sembraron y al tercer día apareció planta de maíz. Entonces lo ofrendaron el pollo, mata-ron el pollo para dar de comer a los que sembraron. Es su fi esta de maíz. El niño lo mataron también. Nacieron las plan-tas y dieron frutos. Como descuar za-ron a todo el niño, entonces por eso sa-lió el maíz rojo que era su sangre, maíz blanco que era sus huesos, o dientes, el negro que eran sus cabellos u otras cosas; el amarillo los tuétano (…)

También salieron huesos salpicados de sangre, por ahí salieron esos maíz pin-tos, de ahí nació el maíz. Por eso cada año cuando se siembra aquí en Ixte-pec, ene que ser pollo para sembrar, ene que ser forzosamente pollo y lo

ofrendan. También me contaban que antes la madre erra no ocupaban abono químico ni nada, que cuando agujeraban la erra que es la madre, que sangraba y por eso ahí nace el maíz. Entonces así nació el maíz.

G S G , I , 2007

TODO CABE EN “HACER MILPA”, SABIÉNDOLO ACOMODAR*Ni el campesino anda siempre de huaraches ni el indio en pura len-gua habla ni milpa ene que ser a fuerza una parcelita con maíz, frijol y calabaza entreverados. Hacer milpa se emplea aquí como concepto y designa la pluralidad virtuosa, la diversidad solidaria. En agricultura, hacer milpa no es sembrar puro tlacolol al piquete, sino cul var respetando la diversidad natural y social mediante manejos múl ples y adecuados que sean ambientalmente sostenibles y cul-turalmente iden tarios. Porque hay erras de arado y erras que piden coa, campos buenos para sembrar puro maíz, rotándolo al si-guiente año con otro grano, y campos donde más conviene el policul vo. Y de la misma manera, no todos los agroquímicos son agrotóxicos ni todas las semillas mejoradas transgénicas. Hacer milpa no es receta, es concepto incluyente, plural, generoso como la siembra que lo inspira.* A .

ado en elmpesina,a y se in-pa. Mien-

Una espiga dorada, a la queun escritor llamado PabloNeruda denominó “punta de

LA ORUGA, LA MILPA Y LAS FLORESCuento para Ana Libertad

CHULEANDO AL MAÍZ EN 1591Juan de Cárdenas, médico sevilla-no avecindando en México, pu-blicó en 1591 un libro de materia médica con el título de Problemas y secretos maravillosos de las Indias, en el que decía con sorpresa y en tono de reclamo: “el maíz es una de las semillas que con mejor título deben ser estimadas en el mundo, y esto por muchas razones y causas.”

DE SUS VIRTUDES SEÑALA “LA PRIMERA POR SU GENERALIDAD, QUIERO DECIR POR SER COMO

ES UNA SEMILLA QUE EN TIERRA FRÍA, EN CALIENTE, EN SECA, EN HÚMEDA, EN MONTES, EN LLANOS, DE INVIERNO Y VERANO, DE RIEGO Y DE TEMPORAL, SE COGE, CULTIVA Y BENEFICIA…”

“LO SEGUNDO, POR SU ABUNDANCIA, QUE ES COMO DECIR QUE DE UNA HANEGA SE COGE CIENTO Y DOSCIENTAS, Y ÉSTAS NO CON DEMASIADO TRABAJO, SI NO FÁCIL Y DESCANSADAMENTE, NO

AGUARDANDO CASI DE UN AÑO PARA OTRO, COMO SE AGUARDA EL TRIGO EN ESPAÑA, QUE SE SIEMBRA POR OCTUBRE Y SE COGE POR JUNIO Y JULIO, LO QUE NO HACE EL MAÍZ, PUES DENTRO DE TRES MESES Y A LO MÁS LARGO DE CUATRO Y AÚN EN PARTES DENTRO DE CINCUENTA DÍA SE COGE Y SE ENCIERRA…”

Notas de libro de Arturo Warman La historia de un bastardo: maíz y capitalismo

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Catalina Rodríguez Lazcano

Lo primero fue la acción: tarhéni, voz purépecha que nos habla del acto de

labrar la tierra para depositar semillas y dar inicio a la agricultura. Luego vino nombrar al instrumento primordial, tarhékwa (coa); al tiempo de labrar la tierra, tarhékukwa; a la persona que labraba, tarhéri y a la tierra mis-ma, tarhéta (milpa).

Desde entonces tarhéta fue sinónimo del lugar donde provenían los mantenimientos obtenidos tras una serie de cuidados dedica-dos a las plantas, a diferencia del bosque y la laguna, donde se recolectaban y capturaban los bienes necesarios.

Cultivar la milpa purépecha siempre ha sido difícil. En el año sólo se siembra una vez, pues la tierra tiene pocos nutrientes y el ciclo es de 14 meses, por lo que se recurre al sistema de “año y vez”. Las plantas dependen absolutamente de la lluvia y de la suerte para no ser perjudicadas por heladas y granizo. Al-gunos productores han incorporado tractores en la roturación de la tierra, la siembra y las primeras escardas hasta que la planta alcan-za 50 centímetros. Los que no usan tractor, propio o alquilado, emplean arados tirados por animales y para la siembra recurren a la técnica de tapapié que alcanza precio alto en el mercado laboral. En esas condiciones, cada hectárea da poco más de dos toneladas de maíz en promedio, pero la variación es tremenda entre un año bueno y uno malo: 930 kilos, casi una tonelada. Buscando me-

jorar el rendimiento se adoptaron los fertili-zantes químicos y ahora la tierra no produce sin ellos; desafortunadamente por su causa ahora palomillas y gorgojos atacan al maíz guardado. Para evitarlo hay que comprar más sustancias químicas y “curarlo”; otra opción es darlo a los animales cuando comienza a llover y aparecen las plagas. A partir de en-tonces hay que comprar para el gasto diario.

Esta dificultades explican el panorama agríco-la de la meseta purépecha. En pocos años las milpas han cedido paso a la avena forrajera y a las huertas de aguacate. Todos coinciden en que este fruto seca la tierra, pero nadie quiere que-darse fuera del negocio, ante los escasos benefi-cios económicos del maíz. Sobre todo los cam-pesinos que tienen más de dos parcelas, pues en una pueden embarcarse en la aventura de los nuevos cultivos y en otras seguir fieles a la milpa.

La recompensa viene con las cosechas, ver-daderos días de fiesta. La primera es en agos-to cuando las familias van al campo y prepa-ran su parhángua, u hogar de tres piedras en el que asan o cuecen elotes y chupan el jugo a las cañas de maíz. Es ocasión para recolectar flo-res de calabaza, hojas largas de la caña con las que se envolverán las corundas y elotes para llevar a la casa y preparar algunos platillos. Si es necesario, se cortan plantas completas de maíz para adornar el altar de la virgen de la Asunción o de alguna otra imagen cuya fiesta se celebre ese mes. La segunda cosecha ocurre en diciembre cuando se corta el frijol, el maíz maduro y lo que quede de calabazas y chila-cayotes; la misma familia se hace cargo o, si

la producción es más abundante, se contratan peones para el “combate”, ritual que en la an-tigüedad era muy complejo y ahora consiste en comida y bebida al final del último día.

El maíz se almacena en el tapanco del troje o colgado en sartas, en especial el que va a servir de semilla para el siguiente año; se selecciona por el porte de la mazorca y por el color, tama-ño y consistencia del grano. Los campesinos están convencidos que sus semillas criollas o nativas son las más adecuadas porque han visto fracasar los experimentos con híbridos y varie-dades mejoradas y por lo mismo calculan que no se han contagiado con polen transgénico.

El resto de la cosecha se va ocupando a lo lar-go del año para el gasto cotidiano, las comidas especiales y usos rituales. Para ello se escoge el color apropiado: tortillas, jawákatas y corundas se hacen con maíz blanco, azul, pinto y amari-llo; nakatamales y atápakwa con maíz blanco y amarillo; atole de zarzamora con maíz rojo, y atole “de chaqueta” con maíz negro. Cuando está tierno, en elote, el blanco es apreciado para atole de grano y huchepos y el rojo para pozole. En septiembre los elotes se ponen t’okéri (me-dio sazón), es el momento de comer toqueras.

Razones sobran a los tarhériecha (campesinos) para apegarse a la agricultura tradicional. La milpa lejos de ser un vestigio es una realidad vigente en las comidas, en la organización fami-liar y social, en la vida religiosa. Muchos de los saberes en torno a la milpa se han perdido en el camino, pero otros los han sustituido probando su utilidad en las difíciles condiciones de pro-ducción y han conformado una estrategia siem-pre cambiante para conseguir su objetivo dentro de la lógica purépecha de intercambio, dar tra-bajo a la tierra para obtener frutos de ella. Investigadora de la Subdidrección de Etnografía, Museo Nacional de Antropología

Marta Astier Calderón, Esperanza Pérez Agis y Carmen Patricio Chávez

En la región cono-cida como Lago de Pátzcuaro–Zi-rahuén, en el cen-

tro-occidente de Michoacán, la agricultura campesina tradicional basada en el cultivo de maíz nativo, también llamado criollo, en asociación con otros como calabaza, frijol y haba, estructura parte de la economía de unas tres mil familias. Este sistema permite el sostenimiento de la actividad ganadera y la cadena alimentaria maíz-tortilla artesa-nal. En esta última se auto-emplean unas 650 mujeres, la mayoría jefas de familia, que desplazan unas 30 toneladas anuales de maíz de al menos tres razas nativas, cónico, chal-queño y purhépecha.

Después de un diagnóstico exhaustivo –que ha tomado tres años y en el que han parti-cipado organizaciones de la sociedad civil y académicas, entre ellas el Centro de Investi-gaciones Geográficas y Ambientales (CIGA) de la UNAM y GIRA, AC–, ahora se sabe que en esta región se mantienen al menos seis razas de maíces nativos, que represen-tan diez por ciento de las registradas a nivel nacional, y se distribuyen estratégicamente en 230 localidades que componen la zona.

El mantenimiento de tan alta diversidad en la región (la cual está conformada por los municipios Pátzcuaro, Salvador Escalante, Quiroga y Tzintzunzan) permite aprovechar

los diferentes agroambientes presentes en la zona, además de que ofrece una oportunidad de adaptación al cambio climático, ya que se tienen variedades nativas resistentes a inun-daciones y a heladas, de ciclo corto y largo.

Sin embargo, debido a la influencia de pro-gramas de gobierno, como los de la extinta Conasupo que sólo compraba maíz blanco tipo chalqueño o cónico, y posteriormente el abandono de programas de fomento agrícola, desde hace unos diez años algunas razas de maíces nativos, especialmente las semillas de color, están siendo cada vez menos cultiva-das, esto es marginadas, es el caso de los tipo purhépecha de color negro, pinto, amarillo y púrpura, o los negros tipo elotes cónicos.

Como la conservación de los maíces nativos no puede suceder per se, el CIGA y GIRA,

AC han estado promoviendo la conformación de una Red llamada Tsiri (Grano de Maíz en purhépecha), en la que participan no sólo aca-démicas, sino también organizaciones civiles y principalmente mujeres productoras de torti-lla artesanal, con el propósito de promover el consumo de tortillas elaboradas con semilla de maíces cultivados en la región, de origen nativo y bajo prácticas agroecológicas. Se han gestionado apoyos financieros para la introduc-ción de estufas mejoradas de leña tipo Patsari, con el fin de mejorar las condiciones laborales de las mujeres que se dedican a este oficio.

Actualmente se han autoconstruido cien es-tufas Patsari Tortilleras y Nixtamaleras, en 70 talleres domésticos. Los beneficios son: uno, eliminación de humo dentro de la cocina, lo que impacta directamente en el mejoramien-to de la calidad de vida de las mujeres torti-

lleras, y dos, ahorro de hasta 60 por ciento de leña respecto de lo que antes consumían.

Pero esto no es suficiente. Ahora el reto es lograr que los ayuntamientos involucrados destinen recursos financieros para el mejo-ramiento de los 400 talleres que hay en la re-gión. Los talleres necesitan sacar el humo de la cocina, estufas eficientes en el consumo de leña, piso firme y material para el mejo-ramiento de paredes y techos; esto permitiría fortalecer el papel de las microempresarias tortilleras, simultáneamente se lograría con-servar la diversidad local de maíces nativos, reducir el deterioro ambiental por contami-nación de humo y deforestación y ofrecer un producto sano e inocuo para el consumidor.

Otro de los propósitos de la Red Tsiri es fo-mentar la creatividad de los diferentes acto-res relacionados con el maíz, esto es desde el campesino hasta el funcionario público esta-tal y municipal, para generar proyectos pro-ductivos agroindustriales que se basen en el consumo de las razas de maíces nativos, en especial las de semillas de color negro, azul y púrpura por su potencial para el desarrollo de dietas y productos especiales para diabé-ticos, celiacos y personas con sobrepeso. Red Tsiri

LO PRIMERO FUE SEMBRAR

Michoacán

En pocos años las milpas han

cedido paso a la avena forrajera

y a las huertas de aguacate

algunas razas de maíces

nativos, especialmente las

semillas de color, están siendo

cada vez menos cultivadas

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17 de julio de 2010 13

Lourdes Edith Rudiño

Baldíos, barrancas y azoteas y patios de casas, escuelas e in-cluso prisiones están

vistiéndose de verde. La agricultura urbana, que es orgánica, y en muchos casos con el concepto del policultivo, es una realidad en la Ciudad de México. Tan sólo el programa del gobierno del Distrito Federal que fomenta esta actividad y ca-pacita a los interesados registra 82 proyectos crea-dos en 2007-09 y, considerando el interés de la población, prevé más que duplicar esta cifra con “huertos” que nacerán en 2010 o inicios de 2011.

Ello, sin considerar los esfuerzos que asocia-ciones civiles y promotores privados realizan y que están multiplicando rápidamente estos proyectos. La tendencia es global. Según la organización Sembradores Urbanos, la agri-cultura urbana y periurbana proporciona co-mida a cerca de 700 millones de residentes en las ciudades, un cuarto de la población citadina mundial, y ello deberá reforzarse considerando que el crecimiento demográfi-co en el planeta de aquí al 2030 se concentra-rá en las ciudades de los países en desarrollo.

Un predio ubicado entre las delegaciones Iztapalapa, Tláhuac y Xochimilco es una muestra ejemplar. El lugar fue una fábrica de tabiques y también sirvió de basurero. Desde hace casi tres años poco más de 20 per-

sonas integrantes de la Unión Cananea (de origen, solicitantes de vivienda) decidieron limpiar el lugar y establecer una infraestruc-tura mínima para la producción de hortalizas y plantas medicinales y aromáticas. Lo hi-cieron con la asesoría y apoyo económico de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec) del gobierno del DF, pero sobre todo con el interés de acer-carse a lo rural, pues varios de los principales impulsores provienen del campo y lo añoran.

“Tengo 32 años en el DF; vivo aquí por necesi-dad, no me gusta la ciudad. Me crié en una pro-vincia de Guerrero. Yo le entré al proyecto por-que me gusta mucho la agricultura”, dice Rosa Elena Pablo, una mujer que ronda los 50 años de edad y que es parte del grupo. “Traía yo a mi marido y andábamos limpiando, aquí había ba-sura, hasta perros muertos. Los vecinos decían ‘¿qué estás loca?’. Pero cuando vieron que em-pezamos a cosechar y que se dieron tan bonitas las hortalizas, con muchísima calidad, orgáni-cas, con excelente sabor, se sorprendieron”.

Lo que vemos aquí son 36 platabandas (una especie de grandes jardineras) de 16 metros de largo por 1.25 de ancho, un sistema sencillo de riego por aspersión, dos cisternas de 13 mil litros de capacidad y una olla de captación de agua de lluvia con espacio para 80 mil litros. Asimismo. un espacio para cría de conejos y producción de composta (con las excretas y orines de estos ani-males) y lombricomposta, y otras instalaciones que buscan completar un sistema holístico: un temascal que pronto funcionará, dos baños secos ahorradores de agua y algunos adobes para cons-truir un centro agroecológico para capacitación.

Todo el año hay producción en estas plataban-das y –dice Enrique Miguel Pazos—“tenemos la meta siempre de rebasar los 20 kilos por metro cuadrado anual en promedio considerando to-dos los cultivos y los periodos de descanso de la tierra, y sí lo logramos”. La producción consiste en calabacita, pepinos, zanahoria, betabel, rá-bano, tomate, ejotes, brócoli, cebollita cambray, chícharo, col, coliflor, acelgas, lechugas, fresas y rabanitos y una gran cantidad de hierbas me-dicinales y aromáticas (sembradas en las orillas para ahuyentar a los insectos), como lavanda, té

limón, romero, cilantro albahaca, muicle, ajen-jo, árnica, sábila, menta, hierbabuena, epazote, vapo-rub e incluso toloache.

Los participantes del proyecto son comer-ciantes y usan sus tiempos libres para tra-bajar en “la tabiquera” –como le llaman al predio–. Se organizan en comisiones (como la de fertilidad del suelo y composta, o la de riego, o la de ventas).

Las cosechas –comenta Aurelio Monjaraz, de origen campesino oaxaqueño– sirven en 75 por ciento para el autoconsumo y el resto se vende en bolsas de a kilo a un precio uni-forme de diez pesos. El dinero que reciben sirve para comprar insumos como las semi-llas y los remedios caseros para el control de plagas (ajo, jabón neutro y otros). Él resalta el interés ecológico. “Nuestro trabajo apoya a que el subsuelo se humedezca. Esta zona es de muchas grietas, pues se ha extraído mu-cho agua del manto freático.

Enrique habla de la la bondad del policul-tivo. El tener multiplicidad de cultivos “nos favorece porque si no podemos controlar las plagas, éstas acaban con un pedacito, no aca-ban con todo”. El programa de Agricultura Urbana de la Sederec brinda, además de

apoyo económico para el equipamiento de los proyectos, una asesoría continua de parte de técnicos adscritos a esta dependencia, y es algo que valora la gente. “Yo fui campesino en mi tierra, en la sierra norte de Oaxaca. Allí se siembra maíz, calabaza, se producía milpa, pero allí es un control natural. No hay mucha plaga. Aquí es diferente, pero los téc-nicos nos dan el conocimiento de cómo se tratan los insectos, cómo se curan las plantas, aprendemos a saber qué PH tiene la tierra, qué es lo que contiene, y he aprendido a pro-ducir hortalizas que no sabía cultivar, como el rábano y la zanahoria”, dice Enrique.

Rosa Elena Pablo e Iraís Miguel Pazos re-saltan el valor nutricional y la calidad de la agricultura urbana, así como el ahorro que les implica contar con cosecha propia. “Esto es muy satisfactorio para mí. Los vecinos que compran nuestras hortalizas, nos dicen ‘están muy frescas, se cuecen más rápido’; uno de mis hijos me dice: ‘cada vez que vengo, tienes verdura fresca’. Se está enseñando a comer di-ferente. Antes comía carne y hoy prefiere las verduras. Ahorro mucho. Hay días que no voy al mercado por nada, porque tomo de aquí todo lo que necesito. Aquí no tenemos suel-do. Lo que yo obtengo de aquí es una nueva forma de comer, más sana”, dice Rosa.

CAMPO EN LA AZOTEAEn la delegación Coyoacán, muy cerca de las avenidas División del Norte y Aztecas, una casa de clase media, común a simple vista, es escenario de lo que se llama agricultura en azotea. En un espacio de unos 40 metros cuadrados Rosa Trejo Hernández ene un invernadero donde produce 120 lechugas a la semana y también algo de jitomate. Todo, eso sí, es gourmet: orgánico y de variedades poco comunes en el mercado. El proyecto es muestra de que la agricultura urbana puede ser fuente de alimento familiar, pero también un pequeño negocio.

Rosa Trejo es madre de diez hijos y ene va-rios nietos, algunos de ellos ya universitarios. Ella creció en un rancho de su abuelo, cerca-no a León, Guanajuato, y desde niña cono-ció de los trabajos del campo: “mi papá nos llevaba a sembrar, a deshierbar, a limpiar, a sacar agua del pozo...”. En 2009 uno de sus nietos y ella misma se capacitaron en la Fa-cultad de Ciencias de la UNAM en hidropo-nía y decidió comenzar a producir jitomates en macetas. Luego, al obtener un apoyo de poco más de 56 mil pesos del programa de Agricultura Urbana del gobierno del DF, con-

trató la instalación de un pequeñísimo inver-nadero “llave en mano” (con todo dispuesto para comenzar a producir) que le permite cosechar las más de cien lechugas semana-les, las cuales vende a tres pequeños res-taurantes argen nos. Originalmente doña Rosa pensó que la producción sería para el autoconsumo. “Aunque somos 10 hermanos y una familia extendida, nos sobraban mu-chas lechugas y decidimos comercializarlas”, dice una de las hijas de Rosa, María de la Luz Hernández, quien resalta que el proyecto da empleo a varios en la familia.

Esto genera una u lidad de tres pesos por lechuga para doña Rosa (como produc-tora) y tres pesos para una de sus nueras, responsable de comercializar. “Por kilo, las lechugas las vendemos a 35 pesos y por pie-za a siete pesos, aunque podrían venderse a 10 o 15 pesos cada una (pues son orgáni-cas y de variedades poco comunes, Sangría y Green Galaxi)”, dice Luz y precisa que en el caso del jitomate, la producción (que es gourmet pues es de una cruza gené ca que da producto pequeño, aunque no cherry) es escasa, de unos 20 domos de una libra. Cada domo se vende a diez pesos (LER).

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PronunciamientoFeria Nacional de SemillasLas organizaciones indígenas, campesinas y de la sociedad civil, que fuimos invitadas a participar en la Feria Nacional de Semillas como parte del evento inaugural del Año de la Biodi-versidad: “La milpa: baluarte de nuestra diversidad biológica y cultural”, llevado a cabo del 21 al 23 de mayo del 2010 en la Universidad Nacional Autónoma de México, hacemos el siguien-te pronunciamiento:

Celebramos el compromiso de la UNAM con la agricultura cam-pesina mexicana, que ha favorecido la conservación de nuestra diversidad biológica y cultural.

La MILPA es una herencia milenaria de las comunidades indí-genas y campesinas de nuestro país, que ofrece, a México y al resto del mundo, una opción sustentable para la producción de alimentos seguros y diversos, respetando la biodiversidad y generando una gran riqueza de semillas, como son las miles de variedades nativas de maíz, así como de muchos otros cultivos que se originaron y diversifi caron en México.

Es urgente que la política agrícola nacional, y de manera parti-cular la que mantiene SAGARPA, favorezca la agricultura cam-pesina impulsando programas que privilegien la agricultura cam-pesina y el uso de insumos locales, al mismo tiempo que elimine los apoyos a la agricultura industrial, que ha demostrado ser altamente contaminante, generadora de contaminantes y gases de efecto invernadero. El Reporte Internacional de Ciencia y Tecnología para la Agricultura (IAASTD por sus siglas en inglés) fi nanciado por FAO, Banco Mundial y muchas más agencias in-ternacionales, ha concluido que sólo una agricultura de pequeña escala, con bajos insumos como la campesina, podrá resolver el abasto de alimentos sin destruir el ambiente y la biodiversidad.

Lo anterior requiere del rescate de los saberes tradicionales de la ciencia campesina en un diálogo profundo con los avances científi cos y tecnológicos que realmente están comprometidos con el entendimiento de la naturaleza, los agro-ecosistemas, la sustentabilidad y la equidad social. Estos programas deben favorecer la promoción de los procesos que hacen posible la conservación y generación de diversidad genética de semillas nativas, la conservación de suelos, agua, y otros recursos es-tratégicos. En este sentido demandamos que los programas ofi ciales como el Proyecto Estratégico de Apoyo a la Cadena Productiva de los Productores de Maíz y Frijol (PROMAF) se basen en estrategias agroecológicas y en las semillas nativas mejoradas por sus propios productores y no en la sustitución por las semillas ajenas e insumos nocivos a la salud humana y medio ambiente

Asimismo, se debe apoyar la equidad entre mujeres y hombres para el acceso a recursos fi nancieros y tierras, reconociendo que las mu-jeres han sido y son fundamentales en la agricultura campesina.

Para ello, las universidades y centros de investigación públicos habrán de vincularse con las necesidades del campo y dedicar esfuerzos sostenidos para recuperar, revalorar y renovar estos agro-ecosistemas, abonando a su sustentabilidad, respetando la diversidad biológica y cultural, con la meta de recuperar la soberanía alimentaria, la independencia tecnológica, la equidad y la justicia social. Se deberá parar el saqueo de semillas nati-vas por parte de corporaciones privadas e instituciones ligadas a ellas. Se debe defender el carácter comunitario de los territorios de los ejidos, comunidades y zonas indígenas.

Las semillas nativas han sido durante siglos también bienes co-munes de la humanidad, y deben continuar siéndolo para prote-gerlas de la privatización y de que las compañías trasnacionales se adueñen de ellas o de sus genes a través de patentes. Sólo así y con el respeto a los territorios de las comunidades cam-pesinas e indígenas se podrán conservar los procesos que son la base de la diversidad agroecológica y de la alimentación de la humanidad.

Por su parte, las universidades públicas deben ayudar a formar redes de producción, comercio justo y consumo de productos campesinos diversos y sanos sin intermediarios, lo que contri-buirá a la buena salud de todos los mexicanos. Las universida-des también deben tener programas especiales, como el que tiene la UNAM, enfocados a los estudiantes indígenas, para la formación de jóvenes de familias campesinas promoviendo que

regresen al campo mexicano a fortalecer sus comunidades.

A partir de lo expuesto por el Secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Juan Elvira Quesada sobre la actualiza-ción que han hecho de los inventarios de maíces criollos, que demuestran la existencia de este tipo de maíz en toda la Re-pública, a excepción de Baja California, y ya que los científi cos han demostrado y reconocido el fl ujo génico a larga distancia (Informe CCA, 2004; Piñeyro y col., 2009) y se ha demostrado científi camente que la coexistencia entre cultivos transgénicos y no transgénicos es imposible sin contaminación:

Exigimos que se prohíba de manera inmediata y perma-nente la siembra de maíz transgénico en cualquier parte del territorio nacional, así como de su introducción al país mediante las importaciones de maíz en grano y de semillas viables contaminadas. Además, dado que el fl ujo génico no respeta fronteras, es urgente que el Gobierno de México sea líder de una iniciativa para prohibir de manera absoluta y defi nitiva el uso del maíz como bio-reactor para expresar fármacos, plásticos y otras substancias que pueden cance-lar la vocación alimenticia del maíz.Todas las actuales siembras experimentales de maíz transgé-nico en el norte del país y su posible escalamiento, amenazan el sistema de la MILPA, la diversidad de maíces nativos, su ca-rácter de bienes comunes, así como otros cultivos que forman parte de los sistemas agroecológicos campesinos; además, vul-neran el derecho a la información y a la libre elección del pueblo mexicano. Estas siembras están plagadas de irregularidades, carecen de validez científi ca, son ilegales y estamos seguros que su evaluación se hará de manera sesgada y de acuerdo a intereses particulares.

Se exige al gobierno que a través de los medios de comunicación y las universidades se pueda tener acceso a la información sobre los riesgos del uso y liberación de las semillas transgénicas. Asimismo se exige que se etiqueten los alimentos que contienen semillas trans-génicas ya sean productos importados o de producción nacional.

Finalmente, repudiamos los recientes asesinatos de los defensores de derechos humanos Bety Cariño y Jyri Jaakkola y de los diri-gentes triquis Timoteo Alejandro Ramírez y Cleriberta Castro quie-nes luchaban por el respeto al Municipio Autónomo de San Juan Copala, Oaxaca. Este caso es un ejemplo de la represión a los pueblos que han decidido gestionar su territorio y recursos de ma-nera autónoma. Exigimos esclarecimiento inmediato de la muerte de los compañeros, cese a la represión de Estado y la protección a los defensores de derechos humanos, así como a la Caravana Humanitaria que partirá de diversos puntos el 7 de junio próximo.

Ciudad Universitaria a 23 de mayo de 2010

Grupo Vicente Guerrero, Tlaxcala; Centro de Desarrollo Integral Campesino de la Mixteca (CEDICAM A.C.), Oaxaca;

Unión de Organizaciones de la Sierra Juárez (UNOSJO), Oaxaca; Red De Alternativas Sustentables Agropecuarias (RASA), Jalisco;

Proyecto Integral Regional de Organización Comunitaria del Territorio, Guerrero; Movimiento agrario indígena zapatista (MAIZ) Municipio de Tlacoachistlahuaca, Guerrero; Unión de Pueblos de Morelos, Morelos; Unidad Indígena Totonaca (UNITONA), Puebla;

Tosepan Titataniske, Puebla; Unión de Milperos Tradicionales Sueños de las Mujeres y Hombres de Maíz AC , Chiapas; Enlace, comunicación y capacitación, A.C. , Chiapas; Red

TSIRI- Grupo Interdisciplinario de Tecnología Rural Apropiada (GIRA, A.C.), Michoacán; Consultoría Técnica Comunitaria A.C. (Contec), Chihuahua; Comunidad El Roble, Nayarit;

Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo (UCIZONI), Oaxaca; Unión Campesina Totikes de Venustiano Carranza – ANEC, Chiapas; Organización de café Popoluca,

Veracruz; Proyecto intercultural Universidad Veracruzana, Veracruz; Comunidades Campesinas y Urbanas Solidarias

con Alternativas (COMCAUSA A.C.) San Luis Potosí y CIOAC- Michoacán, Grupo de Estudios Ambientales, A.C., Semillas de Vida, A.C. Centro Comunitario de Arte y Filosofía Maya Raxalaj

Mayab’ AC, Campaña Sin maíz no hay país, Unión de científi cos comprometidos con la sociedad (UCCS) , Cusibani S.A. de C.V.,

Volviendo a la Vida, Red Mexicana de Tianguis y Mercados Orgánicos, Muuch Meyajtic Maaya Tsáak SPR de RI, Universidad

Campesina del Sur, UNICAM-Sur, Universidad Autónoma de Nayarit, Universidad Autónoma Metropolitana – Posgrado en Desarrollo Rural, Universidad Nacional Autónoma de México,

Fernando Castillo González, Colegio de Postgraduados.

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17 de julio de 201014

Alejandro Fujigaki Lares, Isabel Martínez Ramírez* y Denisse Salazar González**

Los rarámuri o tara-humaras son uno de los cuatro grupos in-dígenas que habitan

en la Sierra de Chihuahua, en el norte de México. Ellos son los hijos de Onorúame, dios creador de todo lo bueno que hay en el mundo. Como buen padre, Onorúame les enseñó a los rarámuri a vivir de manera co-rrecta: caminando siempre juntos mediante el trabajo colectivo, motor del intercambio de alimentos y bebidas que permite que el mundo siga siendo mundo.

A los espacios donde erigen sus casas, corra-les y tierras de cultivo, los rarámuri le lla-man bitichí. A estos espacios se les conoce también como ranchos y en ellos trabajan todos los integrantes de la familia prepa-rando alimentos, educando a los menores, cuidando al ganado y realizando todas las actividades que implica el cultivo del maíz y el frijol: barbechar y fertilizar la tierra, sem-brar las semillas, vigilar las plantas, escardar la parcela y, finalmente, levantar la cosecha anual. Al organizar los trabajos requeridos para hacer producir una milpa, los rarámuri reproducen las reglas que Onorúame les pi-dió seguir para sostener este mundo. A cam-

bio se recibe el maíz necesario para alimen-tarse cotidianamente con tortillas, tamales, pinole, pero también para realizar las fiestas en las que se comparte el teswino (cerveza de maíz) con otros rarámuri y con los otros seres que habitan el cosmos.

Así, las formas de vincularse con la tierra presuponen las maneras en que los hombres, mujeres, rarámuri, mestizos y seres sobre-naturales se relacionan entre ellos. En este sentido, la historia del nexo que los rarámuri tienen con su Sierra es a un mismo tiempo la historia de su identidad como pueblo; de su desplazamiento, iniciado en el siglo XVI, de los valles agrícolas hacia las zonas monta-ñosas; del deseo nunca realizado de los mi-sioneros por concentrarlos en pueblos; de la explotación forestal capitalista iniciada a fi-nes del siglo XIX; de la introducción del eji-do como una nueva forma de poseer su terri-torio y relacionarse con el Estado mexicano. En todos estos contextos, los rarámuri han constituido desde hace mucho tiempo una sociedad en constante transformación, una colectividad que se ha enfrentado una y otra

vez a distintos modelos sociales y económi-cos. Adaptándose y resistiendo siempre en compañía de Onorúame, algunos rarámuri se bautizan por la Iglesia católica, unos vi-ven en pueblos, otros en ciudades, otros más participan de la explotación forestal –tal como hicieron sus padres y abuelos–, algu-nos son parte de la narcoeconomía de este país, unos siguen danzando como lo hacían sus antepasados, unos mueren siendo viejos y otros siendo apenas muy jóvenes.

Esta diversidad de realidades o posibilida-des se traduce en el acceso diferenciado a las tierras de cultivo. El caso de Norogachi, un ejido del municipio de Guachochi, en el corazón de la Sierra, es ilustrativo. Cuen-ta don Albino Espino, un viejo rarámuri: “Cuando llegó el ejido la cosa empezó a cambiar. A la gente nunca le preguntaron si estaba o no de acuerdo. Se suponía que todos iban a ganar. Las primeras dos veces sí, luego ya no. Los que primero cortaron los árboles no eran rarámuri, eran gente que venía siguiendo los pinos. Luego se queda-ron y compraron tierras. Emborrachaban con pisto a la gente y luego les compraban la tierra”. Desde su conformación, el ejido ha sido una forma territorial ajena a la cos-movisión y organización social rarámuri. La gente que “llegó siguiendo a los pinos”, los mestizos, se quedaron y algunos se con-virtieron pronto en los únicos administra-

dores de las ganancias ejidales. Así, por no contemplar las variables socioculturales de los pueblos, el reparto agrario no benefició del todo a los rarámuri, pero tampoco a los mestizos más pobres de la región. Hoy en día, los rarámuri cuentan con las tierras más infértiles e improductivas; las dimensiones de sus tierras son menores a las de algunos mestizos, y el acceso a fuentes de agua es sumamente restringido.

Indudablemente, los factores que intervie-nen en la transformación de la sociedad ra-rámuri no se contraponen a su continuidad, a lo que ellos mismos denominan el camino de los antepasados. Sin embargo, parafra-seando su cosmogonía podríamos pregun-tarnos: si Onorúame nos dejó cuidando este mundo para tener maíz, comer tortillas y beber teswino, ¿qué sucederá el día que sin tierra el maíz nos falte? ¿Qué haremos para sostener al mundo cuando no podamos sembrar más maíz –tal vez sólo enervan-tes–, cuando en lugar de pasar una noche danzando, los jóvenes tengan que pasar una noche recordando en un corrido cómo sus abuelos sembraban la milpa? En la Sierra Tarahumara, y por medio de la intervención del Estado mexicano, las diferencias cul-turales son también desigualdades econó-micas, y los jóvenes rarámuri migran a las ciudades porque, como nos contó una mujer pensando en sus hijos distantes: “no es que a ellos no les guste trabajar la tierra, es que la tierra ya no da para vivir”. *Estudiantes de posgrado en Antropología, UNAM. **Estudiante de posgrado en Antropología, ENAH

Chihuahua

SEMBRANDO SOSTENEMOS AL MUNDO

Carmen Morales Valderrama

En la cuenca del Va-lle de México hay un área denomi-nada suelo de con-

servación. Constituye 88 mil 442 hectáreas, casi 60 por ciento de la superficie del Distrito Federal. Esta barrera verde permite que la ciu-dad resista las tolvaneras e incendios, genere oxígeno y disminuya el carbono, y estabiliza los suelos. Gracias a la vegetación de bosques y pastizales que allí persiste se recargan los cuer-pos de agua visibles y subterráneos del Distrito.

Los bosques de ocotes, encinos y tepozanes, las laderas cubiertas de cactáceas, así como los ríos, lagos y canales han nutrido por si-glos el imaginario social. Hasta inicios del siglo XX el valle brindaba el paisaje de sus poblados asentados sobre espejos de agua ro-deados de montañas, pero además estas con-diciones ambientales han permitido que los campesinos que allí han estado por más de 500 años produzcan hasta ahora importantes recursos alimenticios y medicinales.

En esta nota hablaré de cómo se conserva, en “breves espacios” que se salvan cada año de los incendios, del sobre-pastoreo, de la obtención ilegal de madera y de la especula-ción inmobiliaria, la producción de nopales, flores, y también los productos de la milpa: maíz, haba, calabaza y frijol. Para ello ex-pondré, citando a campesinos de Villa Milpa y Santa Ana Tlacotenco, cuál era el modelo de sistema productivo que imperaba hasta mediados del siglo XX en sus pueblos, y qué es lo que va quedando, según los primeros

resultados de una investigación iniciada en 2008, bajo los auspicios del Instituto Nacio-nal de Antropología e Historia y la Universi-dad Autónoma de la Ciudad de México.

Milpa Alta está a unos 30 kilómetros del centro de la Ciudad de México, pero su pre-sencia es poco valorada. Al ser cuartel de la lucha zapatista a principios de siglo XX, fue duramente castigada por el ejército y des-pués por las tropas carrancistas, de modo que en 1916 prácticamente los pueblos como Villa Milpa Alta y San Pablo Oztotepec que-daron desiertos. La gente tuvo que huir hacia Morelos y el centro de la Ciudad de México adonde empezaron a vender lo que en aquel entonces producían: pulque, habas, maíz, nopales y bordados, o bien, a ofrecerse como sirvientes domésticos.

En voz de una milpaltense de hoy, a mediados del siglo XX en las milpas se sembraba maíz azul, rojo y amarillo, así como frijol, haba y ca-labaza, y en las faldas del monte: chícharo, ce-bada y trigo. Los magueyes se procuraban tanto para detener la erosión en las laderas como para obtener pulque, que fue una importante fuente de ingreso hasta que el nopal se convirtió en el principal producto de estos pueblos. En efecto, la superficie sembrada de nopal asciende a cua-tro mil 159 hectáreas, mientras que la dedicada a maíz es de dos mil 993.8.

Por otra parte, a los productos ya mencionados que se obtienen de la milpa hay que agregar los quintoniles, quelites y tréboles que se recogen en época de lluvias y que aportan nutrientes importantes en esos meses. Es difícil calcular el número de ocupados en estos cultivos. Los

jornaleros y peones junto con los trabajadores por su cuenta en el sector agropecuario y fo-restal suman más de cuatro mil, pero quienes reciben apoyo de Procampo son apenas 450. Los terrenos de cultivo son poco extensos: un tercio de hectárea o media hectárea por pro-ductor, y se acostumbra la renta de tierras.

Los campesinos distinguen dos nichos ecológi-cos que coinciden con distintas alturas: en “la boca del monte” son terrenos sobre los dos mil 500 metros sobre el nivel del mar, y en las tie-rras que dan hacia el Teuhtli (Cerro Sagrado), por debajo de esa altura. Las fechas de siembra que recuerda la gente mayor son: dos de febre-ro, uno de marzo, seis de abril y 24 de junio. Un ejemplo de cómo se manejan estas fechas es el siguiente: doña Felipa, de Santa Ana Tlacoten-co, sembró en la “boca del monte”, el dos de febrero y el uno de marzo: maíz, haba y frijol ayocote; mientras que el seis de abril, en un te-rreno más abajo, “frijol vaquita” y maíz rojo, de la semilla que sembraba su mamá. De 34 pro-ductores a quienes se preguntó en 2008 si siem-bran cultivos asociados, la mitad respondió que sólo maíz, aunque de dos colores o más, y la otra mitad respondió que lo hacen con haba y frijol (siete), sólo con haba (seis), sólo con frijol (dos) o con otros cultivos (cuatro).

Las preferencias en cuanto a tipo de maíz indi-can que la mayoría elige el rojo porque se apro-vecha para hacer pinole, y con ello el atole carac-terístico de Milpa Alta; igualmente, los tamales quedan más porosos con este tipo de maíz.

De los maíces que se colectaron en nueve pue-blos de Milpa Alta durante 2008 acusan predomi-nancia los de raza chalqueño, aunque también se encontraron mazorcas de razas cacahuacintle y otras con influencia de pepitillo. No se repor-taron transgénicos. (Datos proporcionados por el doctor Antonio Serratos H., UACM, 2009).

Para apreciar los maíces que se producen en Milpa Alta hay dos periodos importantes. Uno es a mediados de septiembre, cuando ya hay elotes con los que se elaboran atoles, panes, gelatinas y también los tradicionales esquites y elotes hervidos. La Feria Gastronómica y del Elote de Santa Ana Tlacotenco, del 15 al 30 de septiembre, es una buena oportunidad para conocer estos alimentos. Por otra parte, en los primeros días de noviembre se lleva a cabo la primera cosecha de maíz maduro y se preparan atoles, tamales, tlacoyos, quesadillas y un postre llamado “burritos” muy apreciado en la región.

Un comentario final: urbanistas como Jorge Legorreta se han referido a que las ciudades no pueden ser pensadas para las actividades exclusivamente urbanas, sino que requieren de los bosques, pastizales y áreas de cultivo en una proporción que sea por lo menos el 20 por ciento del total de la superficie destinada a usos urbanos. De esta aseveración y del co-nocimiento de los cultivadores y cultivadoras de milpa y chinampa en el suelo de conserva-ción, puede el lector sacar sus propias conclu-siones sobre la importancia de preservar estos nobles espacios de la Ciudad de México. DEAS-INAH

Distrito Federal

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Ma. de Jesús Bernardo Hernández

El maíz está en la mira de trasnacio-nales desarrollado-ras de transgénicos

que buscan fortalecer su dominio en la pro-ducción y el mercado de semillas. El grano también se está utilizando en grandes exten-siones con el propósito de producir etanol y otros componentes ajenos a la alimentación. Con esta visión se violan los principios del origen del maíz.

Elemento central de la vida de las generacio-nes que han construido la historia de Méxi-co; y símbolo o deidad fundamental en la cosmovisión indígena y rural, el maíz es un bien común, un bien cultural, pero hoy esta-mos perdiendo esta concepción y nos confor-mamos o incluso apoyamos que sea sólo un producto más en el mercado.

Este panorama ha desatado una serie de conflictos en las comunidades indígenas y campesinas, que representan 80 por ciento de los productores de maíz. Ellos siguen sembrando maíz como parte central de su vida, alimentación y autonomía. Las nuevas

estrategias de “desarrollo” ponen en riesgo la utilización de sus semillas, que han conser-vado durante miles de años. En el fondo lo que se busca es quitar el derecho a estos pue-blos y al resto de los mexicanos de alimen-tarse de maíz nativo, con las implicaciones culturales consecuentes.

Cada región de México es megadiversa por su clima, tipo de suelo, altitud, etcétera. Y cada una ha construido una cultura del maíz úni-ca, porque el maíz se cultiva y se come de di-ferentes maneras, según cada pueblo y lugar.

A las trasnacionales lo único que les interesa del maíz es hacer negocio y manipularlo con mecanismos científicos para potenciar sus capacidades industriales sin importar todo

lo demás. Y uno de los mayores riesgos es la siembra de maíces transgénicos, ya que éstos pueden contaminar las semillas nativas y, peor aún, extinguirlas.

Por ello se está impulsando un movimiento nacional en la defensa del maíz nativo, que integra el trabajo y la experiencia de varias organizaciones de campesinos e indígenas, científicos comprometidos y universidades públicas que buscan construir caminos de desarrollo alternativos al actual modelo, con una visión sustentable; en donde se defiende el maíz y se defiende la permanencia de las comunidades rurales como parte del tejido social, ya que el sector primario cumple

una función fundamental: la producción de alimentos para México, y tiene el potencial para hacer que el país recupere su soberanía alimentaria y autónoma.

Este movimiento desarrolla estrategias di-versas. A nivel local se está trabajando en la recuperación de las semillas nativas y en una segunda etapa se fomentará la siembra y pro-tección de las mismas en las comunidades, así como el consumo de los maíces nativos en las dietas campesinas. Ello, en un marco cultural que recupera los ritos y ceremonias locales de culto a las siembras y al maíz. Esto se está logrando gracias a la información que el movimiento ofrece a las comunidades, así como por la participación de las comunida-des en foros y ferias en defensa del maíz a escalas nacional e internacional.

A nivel regional se busca impulsar la vincula-ción entre las organizaciones e instancias in-teresados en la defensa del maíz, y se están or-ganizando ferias, foros, cursos y ceremonias para dar a conocer en las comunidades y ciu-dades medias la importancia de este grano.

A nivel nacional se están vinculando las organizaciones con alcances nacionales e internacionales, apoyadas por universida-des, medios de comunicación, científicos y otros movimientos involucrados en la de-fensa del maíz y el trabajo de los campesi-nos e indígenas. Maestra en Agroecología. Integrante de la Red de Alternativas Sustentables Agropecuarias (RASA)[email protected]

MOVIMIENTO NACIONAL PARA LA PROTECCIÓN DE MAÍCES NATIVOS

Milton Gabriel Hernández García

En octubre de 2003, una red de organi-zaciones indígenas de la Sierra Norte

de Puebla denunció que se había detectado contaminación de maíces criollos (o nativos) por Organismos Genéticamente Modificados (OGMs), o transgénicos, en por lo menos 12 municipios de la región. Ante ello, la conser-vación de las variedades criollas de maíz, una práctica cotidiana y compartida por muchos campesinos nahuas y totonacos, se tornó progre-sivamente en un asunto de relevancia política.

Para los pueblos indígenas productores de maíz, la potencial contaminación con transgé-nicos no es una contrariedad puramente ali-mentaria o ambiental. Es un problema funda-mentalmente cosmológico. Implica un riesgo que pone en juego la vida, el ser, no sólo del hombre sino del cosmos en su totalidad. Desde la perspectiva de las organizaciones indígenas de la sierra, como la Unidad Indígena Totona-ca Náhuatl (Unitona) o el Centro de Estudios para el Desarrollo del Totonacapan Chuchut sipi, el mundo vegetal y animal, el de los hom-bres y el de las entidades no humanas que par-ticipan de la milpa, han entrado en una fase de crisis vital por la amenaza de los OGMs.

Y es que para los totonacos y para los nahuas de la sierra, el maíz participa de la misma sustancia de la que están hechos los hom-bres. Señala un militante de Unitona: “El maíz tiene su espíritu que le da vida. Con el transgénico se va a morir el espíritu, su due-

ño y luego nosotros, porque dicen los más antiguos que estamos hechos de maíz”.

Para los totonacos, el “complejo milpa” im-plica mucho más que los elementos que la integran en el ámbito de la parcela producti-va: maíz, frijol, calabaza y chile. Para que la milpa exista es de suma importancia que “tra-bajen bien” los campesinos, así como los an-cestros, algunos santos y el aquél que es con-siderado como el “dueño” o el “espíritu del maíz”: la “serpiente del maíz” o kuxiluwan.

La Madre Tierra es concebida como una dadora de vida que nos da alimentos, que nos sustenta fundamentalmente a través de la milpa. El hombre, al morir, alimenta a la tierra con su cuerpo de maíz. Este último debe ser a su vez ofrendado con pollos, aguar-diente y danzas, para poder dar-se a los seres humanos. Esto se verifica en la conceptua-lización que hacen los totonacos acerca del cuerpo humano, definido como tiyat-liway (tierra-carne). En esta palabra, se resume la concepción cíclica de esta relación. “La tie-rra, tiyat, es nuestra madre, ella nos alimen-ta; nuestra carne, liway, se compone de maíz, del frijol y todo con lo que nos alimenta la tierra y al morir nuestro cuerpo regresa a ella para alimentarla y para que así pueda nacer de nuevo el maíz y los demás cultivos”.

La referida “serpiente del maíz” es conce-bida como el “mero jefe”, el guardián de la milpa. Es conocida por los totonacos como “víbora mazacuate”. Su objetivo es mantener alejados de la milpa a un conjunto de intru-sos: hombres, animales y entidades nefastas,

como los malos aires o malos espíritus. Es por eso que cuando un totonaco encuentra una “mazacuate”, debe apartarse del camino y dejarla pasar, con una actitud reverencial, pues es kuxiluwan que realiza su trabajo. Matarla con un machetazo, o incluso moles-tarla, puede generar consecuencias nefastas no sólo para él y su parcela, sino para toda su familia:

“(…) aquí nos comentan los abuelos que si acaso que matas una víbora que es mazacua-te no es bueno, porque esas víboras donde se producen buen maíz en tal parcela, en ese lugar si lo mataste esa víbora ya no vas a producir tu maíz. Bueno claro que sí van a crecer pero cuando ya iban a espigar se van a llevar el viento y todo van a tirar, o sea que casi más de la mitad te van a quitar. Aun-que no lo va a pasar la colindancia por esa parte, nada más donde tu sembraste te van a llevar el viento. Porque esas víboras según que te van a castigar siete años. También así nos pasó a nosotros. Mi papá había matado a unos masacuates así de grande, siete años (nos castigó)”: Francisco Pérez Vicente, Hue-huetla, marzo de 2007.

Debido a la deforestación de la sierra, cada vez es más difícil encontrar a kuxiluwan en las milpas. Muchos campesinos la conocen por la tradición oral pero jamás han visto una “mazacuate”. El siglo XX ha sido testigo de la progresiva desaparición de la ritualidad que ha existido en torno a este dueño tutelar o “dios”. Por lo menos hasta antes de la déca-da de los 80s, la Iglesia atacaba este tipo de “creencias”, pues desde el púlpito se insistía en la dimensión demoníaca de las serpien-tes. En el municipio de Ixtepec por ejemplo, los sacerdotes alentaban a los campesinos a matar a cualquier serpiente que se les atra-vesara en la milpa o en el monte, pues “se-gún los curas, era para atacar al diablo”. La Iglesia se oponía a que los totonacos creyeran en la eficacia de kuxiliwan y le rindieran cul-to; se consideraba como una manifestación demoníaca de la ritualidad, absolutamen-te incompatible con los lineamientos de la evangelización:

“Era el Dios del Maíz, era una serpiente. Es venerado, no se le puede matar. Ahora ya no se da en el maíz, los antepasados lo respeta-ban: si había un kuxiluwan en su terreno no lo mataban porque es de respeto, pero se ha perdido con la influencia de que la serpiente es diablo y los ángeles el bueno, entonces es cuando se empezó a atacar nuestras creen-cias, (…) el kuxiluwan era un dios que inclu-sive dicen en su piel que aparecen todos los colores del maíz. Yo nunca he visto pero me lo contaban mi mamá y mi papá, me siguen contando, donde había esa serpiente se daba muy bien el maíz. Se daba y no sufría de que los comía la siembra el tlacuache o el armadi-llo. Cuando ya están los elotes no se acercan mapaches, tejones ni nada, el kuxiluwan es el protector del maíz, el Dios del Maíz”: Gabriel Sainos Guzmán, Ixtepec, marzo de 2007. INAH/UAM-X/CEDICAR

Puebla

GUARDIANES TOTONACOS

A las trasnacionales lo

único que les interesa del

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Adelita San Vicente Tello

La milpa, un sistema agroecológico y cul-tural con cualidades excepcionales, se

enfrenta a una tecnología que le es absolu-tamente nociva y perjudicial. El maíz trans-génico con el que se está experimentando en México tiene la característica de ser toleran-te a herbicidas; contiene el gen letal para la milpa, pues al soportar la aplicación de un herbicida, se sobreentiende que está rodeado de “malas hierbas” que deben aniquilarse. Es decir que para el maíz transgénico la milpa que crece a su alrededor es “mala hierba” con la cual se debe acabar.

Analicemos la contundencia de la afirma-ción en términos agronómicos y con res-pecto a la milpa como un sistema en equi-librio en términos de flujo de energía y de convivencia entre especies; y en contraste con las característica de los transgénicos.

La tolerancia a herbicidas es la característi-ca dominante incluida en los transgénicos desde la primera comercialización de este tipo de cultivos en 1996. En 2004, la soya, el maíz, la canola y el algodón con esa carac-terística ocupó 72 por ciento de la superficie sembrada con transgénicos a escala mun-dial; 19 por ciento se sembró con cultivos con resistencia a insectos, y los cultivos que con-juntan tolerancia a herbicidas y resistencia a insectos, tanto de algodón como de maíz, ocuparon el nueve por ciento.

Para 2009, la tolerancia a herbicidas ocupó 62 por ciento de la superficie mundial de transgénicos, pues crecieron los productos combinados que suman varias característi-cas pero en esencia mantienen tolerancia a herbicidas y resistencia a insectos.

De esta manera, la mayor parte de los trans-génicos existentes en el mercado están dise-ñados para que la planta tolere el herbicida que se aplicará. El objetivo es matar las plan-tas que crecen a su alrededor: las llamadas “malas hierbas”. Los cultivos tolerantes a her-bicidas incluyen secuencias genéticas, gene-ralmente de la petunia común, que le con-fieren la propiedad de alterar o bloquear el sitio de acción donde actúa un herbicida es-pecífico, pudiendo ser éste el glifosato o bien el glufosinato, que es de amplia utilización. No está de más señalar que estos herbicidas, conocidos en México como “Faena”, son producidos por Monsanto, la empresa que posee la mayoría de las patentes de transgé-nicos. Por ello, en términos comerciales, es-tamos hablando de un paquete tecnológico.

Ya desde que el maestro Hernández Xolo-cotzi nos develó la relevancia tecnológica de la agricultura campesina, se observaba cómo el concepto de “malas hierbas” que el modelo de agricultura industrializada ma-neja es incompatible con nuestro sistema de la milpa. La base de este sistema es nuestro súper-dotado maíz alrededor del cual crece una multiplicidad de especies: calabazas, frijoles, tomates, diversos quelites, etcétera. En la milpa las mal llamadas malas hier-bas son complementos indispensables para la sobrevivencia del sistema. Mientras que en el modelo de monocultivo estas hierbas deben ser atacadas y aniquiladas, arrancán-dolas o aplicándoles un herbicida.

Así, utilizar maíz transgénico tolerante a herbicida significa aniquilar la milpa en su propia concepción, en la riqueza y variedad que su naturaleza plantea. Las especies que crecen alrededor del maíz lejos de ser “malas hierbas” constituyen un sistema que crece en equilibrio ecológico, en que cada una de las especies desempeña una función vital para la sobrevivencia del conjunto.

Los experimentos con maíz transgénico au-torizados en México en 2009 contienen este rasgo solo o combinado. En el primer bloque de solicitudes presentadas, en resumen las peticiones eran para experimentar con varie-dades que presentan la misma característica de resistencia a un herbicida (gen cp4 epsps de Agrobacterium sp. cepa CP4), combinadas algunas de ellas con información genética que permite la expresión de las proteínas de Bacillus thuringiensis (Bt) Cry1A.105 y Cr-y2Ab2, activas contra insectos lepidópteros. En México la agricultura campesina sigue proveyendo de una importante cantidad de los alimentos que se consumen en el país. La tecnología que se utiliza es producto de mi-les de años de experimentación, de adapta-ción a condiciones climáticas y topográficas específicas, de ricas culturas milenarias. Esta agricultura se presenta como una alternativa a la crisis ambiental, a la cual ha contribuido en buena medida la agricultura industrial.

La defensa de la milpa, entendida en su tras-cendencia técnica y cultural nos brinda ele-mentos contundentes para que de inmediato se prohíba la siembra de las semillas transgé-nicas tolerantes a herbicidas. Ingeniera agrónoma, aspirante a maestra en Desarrollo Rural. Directora de Semillas de Vida, [email protected]

AMENAZA TRANSGÉNICA

El maíz transgénico con el que se

está experimentando en México

tiene la característica de ser

tolerante a herbicidas; contiene

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Elena Álvarez-Buylla Roces* y Adelita San Vicente**

El maíz trans-génico está implícito en los sistemas

agroindustriales para producir alimentos en grandes extensiones de monocultivos. El impulso de los transgénicos como una nue-va revolución agrícola, la bio-revolución, significa profundizar y ampliar los riesgos y costos ambientales de la agricultura indus-trializada. En México, que es centro de ori-gen y diversidad del maíz, la liberación de maíz transgénico en cualquier parte de su territorio causará la acumulación de trans-genes en las razas y variedades de maíz na-tivo mexicano, con efectos ambientales, de salud y socioeconómicos no deseados.

He aquí las diferencias entre los dos mo-delos de producción agrícola que se deba-ten en todo el mundo:

Luis García Barrios

Tengo 11 años; soy chilango clase me-dia. Amelia, mi nana, me lleva a

Temascalcingo, Estado de México, a cono-cer a sus padres, mis abuelos adoptivos. Doña Basilia me recibe sonriente en su milpa/solar con un enorme elote de maíz pozolero recién cortado y dorado en las brasas. El delicioso sabor del cacahuazintle y la exhuberancia del maizal-huerto-jardín me despiertan una insospechada ambición: esa tarde, apenas co-nozco a mi abuelo –hombre recio, trabajador y exigente–, le digo con resolución ingenua: “Don Adrián, quiero hacer una milpa como la de doña Basilia. ¿Me presta un pedazo de tie-rra?”. Al día siguiente me lleva a sus escasas y pedregosas tierras de ladera, donde se esfuerza por adoptar en lo posible las flamantes semi-llas, insumos y formas de cultivo del maíz que sus vecinos estrenan en el enorme distrito de riego del valle contiguo. Don Adrián se detie-ne en el lecho de un arroyo seco al borde de su maizal tierno. Señala la arena, me da semilla y azadón y dice: “Aquí puedes hacer tu milpa”. Paso la tarde sembrando, sudando, descubrien-do azorado lo duro que es trabajar la tierra. Los siguientes días espero con ansias la lluvia que ha de hacer brotar las plantas. Finalmente cae un fuerte aguacero y en cuanto escampa subo al cerro, convencido de que veré germinar mis semillas. ¡Qué desilusión! Por toda “mi milpa” baja un torrente de aguas lodosas, impetuo-samente atraídas hacia el próspero valle. Le reclamo a mi abuelo. Él cede a mi sueño, y contesta riendo: “Está bien, Luisito, veo que eres gente seria; te voy a dar buena tierra; te voy a enseñar a hacer la milpa”.

Han pasado 40 años. Hoy –como agroecó-logo– sigo explorando, tropezando, levan-tando. Hago milpa cuando puedo y sigo de cerca su devenir. Observo el encuentro y desencuentro en torno a la milpa campesi-na: la prudente decisión de doña Basilia de cuidar su patrimonio; la imperiosa necesidad de don Adrián de arriesgarla para explorar nuevas oportunidades; la ambición miope de políticos, mercaderes y tecnólogos(as) que pretenden desahuciarla, y las esperanzas de un número creciente de personas que la va-loran y promueven.

Existen en México corrientes que arrollan la milpa a su paso, y contracorrientes que buscan des-arrollarla. Para las primeras, la milpa es un atavismo; para las segundas, es semilla para atender los problemas del abasto de alimentos y otros servicios, del bienestar de la población rural y de la conservación de nuestro riquísimo patrimonio biológico y agrícola. Lo cierto es que en 40 años la milpa campesina ha cambiado mucho. Persiste ter-camente en muchas zonas montañosas del país, en una suerte de impasse, en una fuerte tensión entre proyectos/utopías.

Este torneo de fuerzas no es casual: en todo el orbe compiten (todavía de manera desigual) dos proyectos de relación campo-ciudad, de abasto alimentario, de estructu-ra social y ordenamiento del territorio; y de conservación y aprovechamiento de recursos naturales renovables estratégicos.

El proyecto que se ha vuelto dominante, el “divergente”, considera que el territorio debe dividirse en tres: el gran centro urbano; las tierras susceptibles de alta inversión agroin-dustrial para producir cultivos de exporta-ción canjeables en el mercado internacional por granos baratos y otros bienes, y las áreas productivamente marginales que deben ser despobladas y destinarse a albergar biodi-versidad y proveer “servicios ecosistémicos” (agua, aire limpio, recreación, etcétera) a los centros urbanos. Este proyecto es utópico, pues no considera la realidad histórica, so-cial y geográfica de México y sirve de justi-ficación a las políticas neoliberales. En los hechos desincentiva la pequeña producción diversificada, reduce la calidad y la seguri-dad alimentaría, favorece paradójicamente la deforestación y la degradación ambiental, promueve el hacinamiento y la crisis urbana y crea una peligrosa dependencia geopolítica hacia los oligopolios internacionales de pro-ducción y abasto de alimentos.

El proyecto alternativo, llamado “convergen-te”: (1) parte del hecho de que la población rural campesina no ha disminuido en térmi-nos absolutos ni lo hará en las décadas por venir; (2) reconoce el deterioro ambiental y socioeconómico que sufre la pequeña y mediana agricultura en el entorno neolibe-ral, pero ve posibilidades de revitalizarla si la sociedad logra comprenderla y apoyarla como la vía más promisoria para conciliar la producción, el abasto alimentario, la conser-vación y la vida rural digna en parte impor-tante del territorio nacional; (3) plantea la ne-cesidad de construir territorios relativamente descentralizados en donde los centros de po-blación de tamaño razonable se encuentren inmersos en paisajes silvoagropecuarios pro-ductivos y diversificados, y (4) reconoce que es indispensable que la población construya las instituciones sociales necesarias para ha-cer sustentables estos territorios.

La milpa es hija de los cambiantes desafíos sociales y ambientales característicos de México, y es por ello epítome de adaptabili-dad socio-ambiental. Eso explica por qué el proyecto divergente no la ha podido arrollar y por qué paradójicamente crea en cierta medi-da las condiciones para que persista, aunque en condición desmejorada. Pero esta adapta-bilidad también explica por qué la milpa no responde mecánicamente a los intentos vo-luntariosos por revertir los cambios ambien-tales, técnicos y sociales que ha experimenta-do en las décadas recientes, o a los esfuerzos por des-arrollarla de manera aislada. La crisis socio-ambiental que vive México no hace previsible la hegemonía a mediano plazo de ninguno de los dos modelos territoriales para las zonas rurales marginalizadas. Si logramos fortalecer socialmente la utopía convergente, las nuevas generaciones recrearán una milpa saludable, y la proverbial adaptabilidad de este oficio-arte será su pase al futuro. Investigador titular C. SNI 2, Departamento de Agroecología, El Colegio de la Frontera Sur, sede San Cristóbal de las Casas, Chiapas

MODELO INDUSTRIAL:MONOCULTIVOS EXTENSIVOS(Ejemplo: maíz transgénico en EU; soya transgéni-ca en Argen na; algodón transgénico en México)

1. Grandes extensiones de un solo cul vo.2. Sistemas homogéneos tecnológicamente.3. Alto uso de insumos externos industriales y/o químicos, y uso de grandes can dades de combus bles fósiles (insec cidas, fer lizantes químicos, riego automa zado, maquinaria pesa-da, semilla híbrida y transgénicos).4. Excesiva labranza del suelo que provoca erosión.5. Altas inversiones monetarias.6. Alta produc vidad de biomasa de uno o pocos cul vos.7. Para exportación, mercados urbanos y cadenas de distribución.8. Grandes benefi cios económicos que se repar-ten entre intermediarios, fi rmas agroindustriales y unos cuantos productores de gran escala.9. Modelo neoliberal de ventajas compara vas: producción especializada para mercado interna-cional, e importación de alimentos a bajo costo; sacrifi ca calidad.10. Priva zación de semillas y conocimientos.11. Fomenta el desarrollo en las ciudades, migra-ción masiva del campo a la ciudad.12. Tierras abandonadas; se dejan territorios y re-cursos estratégicos (agua, minerales y germoplas-ma) a merced del mercado y la expoliación.13. Abasto de alimentos baratos, homogéneos, industrializados, dependencia del 42 por ciento de los alimentos que consumimos; cancela soberanía alimentaria, generando mayor hambre (20 por ciento de los mexicanos enen hambre) y obesidad (México ene el primer lugar mundial en obesidad infan l).14. Promueve cadenas largas de suministro e intermediación; implica transporte a largas distancias.15. Alta contaminación y baja efi ciencia de uso de recursos estratégicos: ocupa 75 por ciento del agua dulce del planeta y produce gran can dad de gases con efecto invernadero por el uso de fer lizantes nitrogenados (ejemplo: óxido nitroso con efecto invernadero 300 veces más potente que el CO2; y metano por diges ón del ganado); y por el transporte de alimentos a largas distancias.16. Impulsada ac vamente por corporaciones agroindustriales, tecno-cien fi cos que siguen sus derroteros de inves gación y comparten benefi -cios, y pocos grandes productores.

MODELO CAMPESINO:POLICULTIVOS AGROECOLÓGICOS(Ejemplo: la milpa, la chinampa, el conuco)

1. Pequeñas áreas cul vadas con diversas especies.2. Uso de tecnología apropiada y adaptada a con-diciones locales y con prác cas ancestrales.3. Minimiza uso de insumos externos y de com-bus bles; maximiza captación de carbono. Uso de semillas na vas/criollas. Poco uso de semillas híbridas no transgénicas. En algunos casos, mane-jo biológico de plagas, uso de abonos orgánicos y verdes, y otras biotecnologías novedosas sin transgénicos.4. Por lo general, con poca o nula labranza; pro-mueve conservación del suelo.5. Baja a mediana inversión de capital.6. Rela vamente menor produc vidad de bio-masa de cada cul vo, pero mayor produc vidad total de diversos cul vos.7. Des nados al autoconsumo, a mercados locales o nacionales. Búsqueda de mercados especializa-dos (orgánicos) y justos por medio de redes.8. Equidad en distribución de benefi cios.9. No sacrifi ca la racionalidad ambiental por la económica, y promete productos de mejor calidad.10. Preservación de semillas y conocimiento tecnológico como bienes comunes.11. Reconocimiento del papel central de la agricultura campesina en el desarrollo del país así como la posibilidad de ocupar mayor trabajo campesino.12. Mosaicos de diversos cul vos y vegetación natural con un carácter mul funcional que provee servicios ambientales, conservación de recursos naturales estratégicos a largo plazo.13. Soberanía alimentaria a escala local, regional y nacional con alimentos frescos, con una dieta diversifi cada.14. Promoción de cadenas cortas, liga directa en-tre productor y consumidor, evitando transporte y contaminación por uso de combus bles; abasto de alimentos frescos, diversos y sanos.15. Minimiza destrucción ambiental y contamina-ción, fi ja carbono; mi ga cambio climá co.16.- Par cipación de diversos sectores sociales (asociaciones civiles, cien fi cos independien-tes); colaboración y organización horizontal, rehaciendo el tejido social y generando relacio-nes de apoyo con base en vínculos dados por ac vidades conjuntas.

TORNEO DE UTOPÍASAGRICULTURA INDUSTRIAL VS AGRICULTURA CAMPESINA

*Instituto de Ecología, UNAM. **Semillas de Vida, AC

Existen en México corrientes

que arrollan la milpa a su paso,

y contracorrientes que buscan

des-arrollarla. Para las primeras,

la milpa es un atavismo; para las

segundas, es semilla para atender los

problemas del abasto de alimentos

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Zoila Reyes Hernández

Resumen: por segunda vez, Zoila ha sido deportada de El Paso a Ciudad Juárez, decide regresar a Oaxaca junto con otra deportada. Rumbo al aeropuerto reci-be la llama su hija desde Denver, Colorado, rogándo-le que vuelva a intentar el cruce de la frontera y le envía a un corredor para que la guíe.

Sonó mi celular, era una voz tipo cos-teño que me preguntó: “¿Dónde está señora?”. Voy en la ruta –dije–. “En-tonces la espero en el aeropuerto,

¿cómo viene vestida?”. Se llamaba Jorge. Al llegar al aeropuerto vi que alguien me hacía señas pero hice como que no vi y le dije a mi compañera: “Espérame aquí, voy al baño y ahora vuelvo”. Al salir, una niña de unos 14 años me esperaba: “Señora, vamos allá –y señaló un carro que estaba afuera– mi papá le habla”. Yo tenía desconfianza: ¿cómo subir a un carro desconocido? Busqué a mi compa-ñera, no estaba donde la dejé pero al acercar-me al auto vi que ya estaba arriba.

Le dije sonriendo: “Qué atrevida, ¿qué tal que te secuestran?”. El señor Jorge nos llevó a un parqueadero y me dijo: “No se preocupe seño-ra, platiquemos, si no le conviene yo las regre-so. ¿Quiere que marque a su hija?”. “No –le dije–, primero dígame qué seguridad me da. El Paso está muy vigilado y la verdad lo que yo quiero es trabajar, no quedarme encerrada en la cárcel”. Él decía: “No señora, usted pasa porque pasa”. Todo me lo pintó bonito, era un panorama perfecto. “Está bien pero ¿cuánto me va a costar? Le aseguro que no traigo dine-ro”. Él dijo que mil 300 dólares y otros mil 200 al llegar a mi destino. Entonces hablamos con mi hija Martha: “¿Qué pasó mami, le va inten-tar?”. Traté de hacerla entender de que además del gasto era muy arriesgado, pero la voz de mi chaparra decía: “No se preocupe mami, la queremos aquí, Edith y yo la esperamos aquí. Yo veré la manera de conseguir el dinero”. Al escuchar esas palabras decidí hacer el tercer intento. No podía defraudar a mi hija. Tenía que jugármela. ¡Volvemos a Juárez!

A mi compañera le regresó la esperanza y luego de hablar con su esposo dijo: “Yo tam-bién me arriesgo. Que se haga lo que Dios quiera”. Regresamos a Juárez con ilusión, este señor nos animó: “A más tardar el domingo por la tarde llegarán a su destino, ahora tienen que descansar. Las voy a llevar a un hotel que tiene regadera de agua caliente, es caro pero muy cómodo y seguro, vale la pena”. Al llegar pidió una habitación y nos dio 40 dólares. “Us-tedes tranquilas, todo va a estar bien”. Al otro día, viernes 25 de enero, salimos a desayunar y

el señor Jorge pasó por nosotras para retirar el dinero que me envió mi hija y para tomarnos la fotografía dizque para arreglar el pasaporte mexicano. Yo tenía mis dudas, sabía que era falso y que podían descubrirnos, pero el señor Jorge hablaba con tanta seguridad que logró convencernos. Luego fuimos a una lavandería y nos pasamos la tarde charlando. Todo estaba bien listo para el tercer intento.

En la mañana del sábado 26 de enero sonó el celular, don Jorge me dijo: “Baje rápido, deje sus cosas, yo paso por ellas más tarde. Primero usted y después la otra, las espero en la lavandería”. Salí temerosa, tenía muchos nervios, caminé rápido para encontrarme con el señor. “Ha llegado la hora –me dijo–, la voy a dejar con la persona que la va a pasar en la línea. No tenga temor, todo va a salir bien, las personas que se van a encargar son buenas, no hay nada qué temer”.

Al llegar a otro hotel vi a unos hombres de tez morena y una joven. “Suba”, me dijo al-guien disimuladamente. La joven caminó por delante, en una habitación de la planta alta estaba otra mujer, la joven nos entregó unas micas con fotografías de mujeres que residen legalmente en Estados Unidos. Al ver la mía le dije: “No le haga, ésta no se pa-rece a mí”. La joven le dijo a la otra señora: “¿Verdad que sí?”. Yo estaba convencida de que no, pero estas personas nos entrenaron en las preguntas que nos harían en El Paso. ¿Cómo te llamas?, yo tenía que decir: “María Elena Delgado”. ¿Quién te ayudó a tramitar la residencia?: “Mi mamá señor”. ¿Tu mamá es ciudadana residente?: “No señor, es ciu-dadana americana”. Nos aprendimos todo de memoria, nos pusieron a prueba varias ve-ces, hasta la posición de la mica al mostrarla. Todo parecía perfecto, pero nosotras estába-mos nerviosas. “¿Listas? ¡Vámonos! –dijo la joven–. Vienen tras de mí y tienen que ha-cer lo que yo haga”. Caminamos por todo el puente hasta llegar a la revisión de El Paso.

La señora que iba adelante entregó la mica, cotejaron las huellas y le preguntaron el nú-mero del seguro social. No lo sabía. “Párese para este lado”, dijeron los oficiales. Con señas me llamaron, al entregar la mica no me hicieron ni una pregunta, sólo cotejaron las huellas y me mandaron junto a la otra. Nos metieron a una oficina y nos revisaron las bolsas, yo seguía dando el nombre falso que utilicé en los intentos anteriores: “Re-gina López Pérez”, pero un tiquet me puso al descubierto. Un oficial me dijo: “Tú eres Zoila Regina Reyes Hernández, ¿por qué te cambiaste el nombre?”. No me quedó de otra

más que decir la verdad: “Lo hice para no perjudicar la visa”. El oficial me llevó a una celda. Ahí estaban otras mujeres encadena-das de una mano y de los pies a un banco de fierro. Éramos cuatro, las cuatro enca-denadas como los perros que comen elotes. Así estuvimos como dos horas. Después me sacaron a declarar y a jurar que no volvería a cruzar la línea porque para la otra me iría a la cárcel. Las amenazas eran en serio. Yo salí junto con otra compañera de nombre Yolanda. Caminamos por Juárez sin rumbo fijo, fuimos a comprar una coca y algo para comer. Yolanda suspiraba: “Nunca voy a cumplir mi ilusión de tener una troquita, voy a regresar a mi casa un poco peor que cuan-do salí, porque ahora regreso con deudas, no sé qué voy a hacer, pedí dinero en una caja de ahorros empeñando mi casa y ahora es-toy en la calle sin nada”. Le pregunté: “¿Lo intentarías otra vez?”. Me dijo: “No. Vengo toda raspada de las piernas porque en el pri-mer intento el guía nos echó a rodar, tengo moretones en el cuerpo. Parece que un tren pasó sobre mí. Ahora ni ropa interior traigo. Puede creerme: la realidad no es como nos la pintaron”. Platicamos un buen rato. Su historia era similar a las otras que había es-cuchado y por supuesto a mi propia historia.

Al marcarle a mi hija me dijo: “¿Qué pasó mami?”. “¿Qué crees? ¡No se pudo!”. Martha me dijo: “¡No puede ser! ¡No! –yo escuchaba su llanto entrecortado–. Ni modos mami”. “Sí hija, no te preocupes, todo está bien, al rato hablamos”. Llamé al señor Jorge y vino: “¿Qué pasó señora”. “Pues no se pudo. La mica no te-nía ningún parecido a mí, se lo dije a la joven pero no me hizo caso y aquí están las conse-cuencias, ya ve, por eso no quería. Ahora sí, ¡nadie me detiene! ¡Me regreso a Oaxaca!, ya no me expongo porque estoy anticipada de ir a la cárcel”. Don Jorge me dijo: “No señora, usted pasa porque pasa, no eche por la bor-da el dinero de su hija, no la defraude”. Yo le dije: “Ya no quiero intentarle por El Paso ni por el río, sólo vuelvo a cruzar esa frontera si usted tiene otra entrada que sea segura, en-tonces sí me la juego”. “Tengo una –me dijo–, es muy fácil pero muy peligrosa porque están pasando droga”. “Pues usted dígame, porque no quiero ir a la cárcel de nuevo, yo vine a trabajar no a estar encerrada”. “No se preocu-pe, yo la paso, tenga la plena seguridad y la confianza en usted misma. Se va a ir porque eso es lo que quiere, ¿o no?”. Le pregunté por la otra señora y me dijo que había pasado sin problema. Al llegar al hotel pagó la habitación y me dijo: “Mañana nos vemos”.

Esa tarde yo estaba muy triste, lejos de mis seres queridos analizaba qué iba a hacer, ¿in-tentarle o regresarme? Era como un juego de azar. La indecisión vagaba por mi mente. La tarde fue larga pero me distraje escribiendo esta historia, cuando me cansé me puse a ver una película muy triste en la tele. A las diez de la noche mi soledad me traicionaba, deseaba la compañía del amor de mi vida, pedí a la recepción dos tecates, tenía que qui-tarme la sed y la angustia que me mataba. Como a las diez de la mañana del otro día el señor Jorge llamó a mi celular: “Baje de in-mediato, saque sus pertenencias y entregue las llaves porque no va a volver”. Al saludarlo me dijo: “Ahora me la llevo a mi casa, ahí estará dos o tres días en lo que puede pasar”.

Íbamos rumbo a su casa cuando me dijo: “Señora, ayer le mentí a usted y a la otra señora, a ella le dije que usted ya había pa-sado y a usted le dije lo mismo, hago eso para no ponerlas nerviosas. A ella la entre-gué un poco antes de las diez de la mañana de hoy y ya está del otro lado en un hotel. ¿Quiere escuchar a su compañera?”. “¡Sí!”, contesté. Llamó y escuché la voz de la se-ñora diciendo que todo estaba bien, me dio tranquilidad y mucha alegría por ella.

En casa de don Jorge estuve aburrida mi-rando la tele todo el día, los señores sa-lieron dizque a echar a la señora al bus y llegaron como a las siete de la noche. Le pregunté por mi compañera: “La mandé en el bus, mañana a estas horas está llegan-do a su destino, Mississippi”. Todo parecía estar bajo control, sin embargo don Jorge se sacó de onda después de una llamada: “¿Cómo? –decía–, ¿a qué horas fue?”. Creí que habrían bajado a mi amiga del bus, tal vez en una revisión la cacharon con el pa-saporte falso y ya estaba en la cárcel. Don Jorge no dijo nada ni yo quise preguntar-le. Al otro día me aseguró que todo estaba bien. No le creí, sentí que mentía y estuve pendiente por si la señora le llamaba di-ciendo que estaba en Mississippi, pero esa llamada jamás entró.

Tres días estuve en la casa del señor Jorge, él y su familia me trataron bien, pero en mi corazón guardaba una inmensa tristeza y también tenía el impulso de cruzar la fron-tera desafiando mi destino. Mi hija Martha me decía: “Mami, ahora sí piénselo, ya no la animo más. Por el dinero gastado no se preocupe que para eso tiene hijos aquí”. Desde Oaxaca, mi hija Mari me envió un mensaje: “Mami, si Dios no quiere que pase, él sabe por qué. Regrese, vamos a es-tar juntos de nuevo”. Mis hijos que estaban en casa me mandaron su mensaje: “Mami, ya no se exponga, regrese, aquí la queremos y la necesitamos mucho”. En ese momento yo deseaba recibir un mensaje de Santiago pero nunca llegaría, ni siquiera para levan-tarme el ánimo.

“Todo está listo –dijo don Jorge–, hoy mismo se va como a las 12 del día”. Me encomendé a Dios con todo mi ser. El 29 de enero salí de aquella casa, en todo el trayecto oré: “Señor, permíteme ir a tra-bajar para mis hijos, guía mis pasos, no me abandones, cúbreme con tu manto. Tú puedes todo Señor. Si tu voluntad es que me vaya lo lograré, si no, regresaré con mis hijos”. Mi silencio era elocuente. Al llegar a casa del guiador, ya estaban en la minivan tres mujeres. Los señores nos de-cían que sería muy fácil, uno de ellos nos instruyó: “Tienen que pasar caminando hasta llegar a una tabiquera, adentro hay un restaurantito, ahí tómense un café en lo que llega el raitero para llevarlas al ho-tel. Primero ustedes dos –me dijo a mí y a otra compañera–, cuando estén dentro mando a las otras dos”. Lo único que pen-sé en ese momento fue: “Hágase Señor tu voluntad”, y caminé a paso largo sin co-rrer. (Continuará…)Escritora indígena de la Mixteca oaxaqueña. El texto original ha sido editado por Gisela Espinosa Damián (UAM-Xochimilco)

H Á G A S E S E Ñ O R T U V O L U N T A D

Tercera parte

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17 de julio de 2010 19

Edelmira Linares*, Robert Bye* y Elena Álvarez-Buylla**

A iniciativa de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturale-za, la Organización de las Naciones Unidas declaró al 2010 el Año Inter-

nacional de la Biodiversidad. Es una celebra-ción que busca difundir información, promo-ver la protección de la diversidad biológica y estimular a las organizaciones, instituciones, empresas y público en general a tomar medi-das directas para reducir la pérdida constante de la diversidad biológica global y local.

Esto debe llevarnos a aumentar la concien-cia, sensibilizarnos y mejorar el conocimien-to de la sociedad sobre la importancia y acciones para la conservación de la biodiver-sidad, y las amenazas que enfrenta.

El primer evento y lanzamiento de esta cele-bración fue: La Milpa: Baluarte de Nuestra Diversidad Biológica y Cultural. Se realizó del 21 al 23 de mayo de este 2010, en la explana-da de la Biblioteca Central de Ciudad Univer-sitaria. Participaron 34 grupos de investigación de 28 dependencias de la Universidad Nacio-nal Autónoma de México (UNAM), tanto del área de ciencias como de humanidades. Todos rindieron homenaje a la milpa, que es baluar-te de la biodiversidad, sustentabilidad y seguri-dad alimentaria de México y el mundo. Otras

cuatro universidades, diversas organizaciones campesinas, asociaciones civiles e instancias gubernamentales se sumaron y el evento se convirtió en un hecho sin precedentes.

¡La milpa no sólo es maíz! y por ello Arman-do Bartra (Revista Ciencias, 92-93, marzo, 2009) nos dice: “Más que hombre de maíz, los mesoamericanos somos gente de milpa. Es la nuestra una cultura ancestral cimen-tada en la domesticación de diversas plantas como maíz, frijol, chile, tomatillo y calaba-za que se siembran entreveradas en parcelas con cercos de magueyes o nopales, donde a veces también crecen ciruelos, guayabos o capulines silvestres y donde se recogen queli-tes. Milpas que junto con las huertas de hor-talizas y de frutales, con los animales de tras-patio y con la caza, la pesca y la recolección, sustentan la buena vida campesina.

“En rigor, los mesoamericanos no sembra-mos maíz, hacemos milpa, con toda la di-versidad entrelazada que esto conlleva. Y la milpa –sus dones, sudores y saberes– es el origen de nuestra polícroma cultura. No sólo la rural, también la urbana; que los pue-blos son lo que siembran y cosechan, pero también lo que comen y lo que beben, lo que cantan y lo que bailan, lo que lamen-tan y lo que celebran. Pero no hay milpa sin cuitlacoches y en la última década el sus-tento histórico de nuestra identidad está en entredicho. Asia es impensable sin arroz y Europa inconcebible sin trigo, como Meso-américa lo es sin maíz, pero aquí ya tenemos que importarlo”.

Por ello es que la celebración de la milpa implica uno: reivindicar esta forma de pro-ducción campesina, respetuosa del medio ambiente, con sus ciclos, equilibrios y lími-tes, que a la vez que permite una produc-ción de alimentos sanos y diversos, respeta la biodiversidad local y promueve la diversidad agroecológica y cultural. Y dos, la urgencia de rescatarla y reinventarla, pues es una de las pocas opciones para la conservación de la biodiversidad y también para recobrar la soberanía alimentaria y laboral de México.

A lo largo y ancho de la República encon-tramos milpas que son tan diversas como las razas y variedades de maíz, calabaza, frijol, chile, y demás elementos que las conforman. Estos sistemas han ido evolucionado a lo lar-go de muchos años; los campesinos han ve-nido experimentando y adecuando la milpa a las condiciones ambientales y necesidades alimenticias y culturales locales. Las mil-pas son policultivos, que a diferencia de las siembras extensivas de monocultivos agroin-dustriales, hacen un uso muy eficiente de los recursos naturales vitales para la agricultura: agua, radiación solar, suelo, nutrientes, espa-cio, etcétera, a la vez que reflejan y fomentan la diversidad cultural.

Por ello la milpa produce una diversidad de alimentos que han posibilitado una dieta balanceada, a la vez que proporciona bene-ficios invaluables para el ambiente, la biodi-versidad, la cultura y la organización social en el trabajo agrícola.

Este magno evento se convirtió en un foro abierto a todos los interesados en conocer el patrimonio biológico y cultural sustentado por la milpa, el cual ha sido resguardado y acrecentado por los productores mexicanos, creadores y guardianes de esta biodiversidad.

La UNAM mantiene un portal en donde se podrá encontrar información adicional: http://www.milpa.unam.mx.

En este evento se ejerció un intercambio y diá-logo de saberes tradicionales y científico-artís-ticos, para celebrar nuestra herencia biológica y cultural. A partir de este evento surgieron varias iniciativas de colaboración y acción.

Ante la profunda crisis ambiental que vive la humanidad, la milpa se reconoce como una propuesta civilizatoria que puede ser una al-ternativa para el futuro de la humanidad con sustento para todos.

¡Este magno evento sobre la milpa fue un homenaje a nuestros ancestros y a los cam-pesinos mexicanos, gracias a quienes hemos heredado y aún se mantiene este portento de diversidad cultural y biológica! *Jardín Botánico, Instituto de Biología. **Instituto de Ecología, UNAM

Lanzamiento en la UNAM de 2010 como año Internacional de la Biodiversidad

PRIMERA FERIA NACIONAL DE SEMILLASPor primera vez, representantes de 30 or-ganizaciones campesinas, indígenas y/o co-munitarias que trabajan con semillas na vas de México se reunieron para compar r sus experiencias.

Provenientes de 13 estados (Guerrero, Tlax-cala, Veracruz, San Luis Potosí, Chihuahua, Nayarit, Jalisco, Oaxaca, Puebla, Morelos, Chiapas, Michoacán y Zacatecas) y del Dis-trito Federal, par ciparon en la Primera Feria Nacional de Semillas, en el marco de la celebración a la milpa realizada en mayo en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y expusieron las labores que realizan para el conocimiento, salva-guarda y reproducción de semillas na vas, par cularmente las que integran la milpa: maíz, frijol, calabazas y quelites, así como otros cul vos asociados.

Algunas de las ac vidades expresadas –fruto de muchos años de organización campesina– son la selección, producción y reproducción de semillas na vas de la mil-pa; instalación y ges ón de bancos locales de semillas; organización de ferias de se-millas; ac vidades para la preservación de los conocimientos tradicionales y culturas asociados a la milpa; reforestación; preser-vación de suelos, y adopción de tecnologías agroecológicas. Además de la búsqueda de opciones fi nancieras y de comercialización de los productos de la milpa.

Todas las organizaciones consideran crucial trabajar en la preservación de las semillasna vas, pues son la base de la agricultura. E iden fi can las amenazas que enfrentan en esta misión: la renuncia del gobierno fede-ral a par cipar en tal preservación, la falta de fi nanciamiento, la destrucción de las ca-pacidades para mejorar y distribuir semillas por parte de las autoridades federales, el

dominio monopólico de Monsanto sobre el mercado nacional de las semillas y la intro-ducción de semillas transgénicas en México.

Los par cipantes pidieron al rector de la UNAM y a las máximas autoridades ambien-tales del país su compromiso para apoyar los esfuerzos campesinos de protección de las semillas na vas, a fi n de enfrentar estas amenazas y preservar la agrodiversidad, en la que se sustenta la diversidad biológica y cultural del país.

A raíz de esta pe ción, académicos de la UNAM y de las universidades autónomas Metropolitana (UAM) y de la Ciudad de México (UACM), así como del Colegio de Posgraduados, se comprome eron a apoyar a estas organizaciones vía un intercambio de conocimientos para aprender, recrear y sinte zar la sabiduría milenaria del campo mexicano con los avances técnicos y cien -fi cos de diferentes áreas de conocimiento.

Para conocer más sobre este esfuerzo conjunto, comunicarse con Areli Carreón, 56 58 44 [email protected]

MILPA EN

EL CAMPUS

busca difundir información,

promover la protección de

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17 de julio de 201020

Carlos Monsiváis

Disto de ser un experto en el campo. Soy, para decirlo de golpe, un analfabeto en asun-tos agrícolas, y al decir esto re-

cuerdo una excursión sociológico-histórica a Acapulco, el diálogo extenso que allí sostuve con un compañero, y la conclusión obvia: del campo conocíamos fotos, anécdotas ex-traídas de novelas de la Revolución, viajes breves y ocasionales, estadísticas y voces de alarma (esto es, lecturas juiciosas de las ocho columnas, no de los artículos que las acom-pañan). Con el tiempo y para mi sorpresa, mi condiscípulo fue líder de la Confederación Nacional Campesina (CNC) y creo que se le considera justamente un mártir agrario. Yo persistí en mi estupor ante la mera existencia de aparceros y medieros.

Evoco lo anterior ante las movilizaciones, los ayunos, las reflexiones de toda índole sobre la gravísima situación del campo. (En la televisión, la información se acerca al Mexican Curious).

En efecto, el campo no aguanta más; en efecto también, al problema lo agrava la igno-rancia de lo agrario que priva en el medio ur-bano, sujeto al menosprecio histórico por el trabajo físico, que se combina con vanidades de escritorio y sensaciones de superioridad ante lo anacrónico que nunca dejará de serlo.

Este es uno de los resultados del siglo XX. “En 1910 –informa Arturo Warman en El campo mexicano en el siglo XX, FCE, 2000– la esperanza de vida en el campo era inferior a 30 años, 29.8 para mayor precisión. Este promedio estadístico se traducía en la com-prensión de las etapas del ciclo de vida: se te-nían hijos a edad temprana, muchos para re-poner las pérdidas inevitables; la muerte que hoy llamaríamos prematura era normal... un campesino de 50 años era un anciano”.

La Revolución Mexicana impone o se ve obligada a imponer el reconocimiento de los campesinos por medio de leyes, mayores oportunidades educativas y de salud, mura-les, óleos, grabados, novelas y discursos. La reforma agraria, que alcanza su culminación en el sexenio de Lázaro Cárdenas, busca aña-dirle a la sociedad (clasista y cerrada como ahora) a los campesinos, la mayoría del país en la primera mitad del siglo XX. A partir de 1940 la invisibilización social del campo se acrecienta. Si algo, el capitalismo no es ro-mántico ni alienta ilusiones sobre la justicia

social. El desvanecimiento de la realidad pri-migenia es constante, y al respecto, me acuer-do de los versos en boga hace 60 o 70 años: Las revoluciones vienen, / las revoluciones van, / y los indios nunca / tienen pan.

Hablar de indios, es decir y también de campesinos, deja de ser políticamente co-rrecto, y los versos se reelaboran de modo túrgido: Brasieres vienen, / brasieres van, / pero todas prefieren/ Peter Pan.

El ocultamiento de realidades es la técnica preferencial del régimen priísta en lo tocan-te al campo. Antes de dividirse en facciones que dirimen a palos su dialéctica, el PRI aplica su política de ghettos obligatorios: el Instituto Nacional Indigenista para los indí-genas, la Confederación de Trabajadores de México (el cepo mayor) para los obreros, y la CNC para los campesinos.

La separación concentracionaria ampara y ensalza los saqueos institucionales, Banru-ral, los despojos ejidales si usamos Acapulco de ejemplo de Icacos (gobierno de Miguel Alemán) a Punta Diamante (gobierno de Carlos Salinas). Épocas de oro de la política taimada, plena de disimulos y simulaciones que hacen de una central campesina un apartheid genuino y de la Secretaría de Agri-cultura y la Secretaría de la Reforma Agraria dos inmensos cementerios de legajos don-

de las protestas y las exigencias de justicia se añejan al ritmo del perfil borroso de los funcionarios.

Cada nuevo presidente y cada nuevo secreta-rio del ramo inician su ruta de esterilidades con una certeza (úsese voz de Nacho López Tarso recitando corridos o, mejor, voz de locutor deportivo que alarga la palabra gol al infinito): los campesinos tienen hambre y sed de justicia, la Revolución tiene con ellos una deuda histórica de sol a sol, a los desheredados les pido perdón (José López Portillo) y así sin olvidar la joya paternalista de Gustavo Díaz Ordaz en su IV Informe de Gobierno, cuando elogia a los jóvenes cam-pesinos tan distintos a los (muy pervertidos) jóvenes urbanos:

Rindo emocionado homenaje a esas manos que no saben manejar billetes de banco, que muy rara vez sienten el halago de una caricia."

"Esas mismas manos rudas y sufridas que fue-ron las que izaron un garrote o una lanza al lla-mamiento de Hidalgo y de Morelos, los que no midieron la inmensidad del desierto cuando arrastraban los carromatos de la gloriosa hues-te de Benito Juárez; las mismas manos que apretaron el rifle o el machete bajo las bande-ras de Madero, de Carranza o de Zapata."

En 1968 un presidente de la República su-pone vírgenes de afecto a las manos de los campesinos. (San Isidro Labrador, ni quién te conceda el cariño manual de un rezo.) No está mal para un país que en una medida tan alta depende de la agricultura. Y ese mismo año olímpico, el dirigente de la CNC, Au-gusto Gómez Villanueva, el del spray de pol-vo rural, en el Palacio de Bellas Artes, ejido de todos conocido, le aseguró a Díaz Ordaz: “Señor presidente, los campesinos de Méxi-co empuñaremos las armas para defenderlo a usted y a las instituciones”. Empuñaremos, Kimo Sabi. No sólo se arrincona la noción misma de los campesinos en el ghetto de la CNC y sus caciques con facha de extras de película de Piporro; también se refrenda el sojuzgamiento de un sector martirizado por dirigentes cuyo previo contacto con lo rural ha sido, en el mejor de los casos, la lectura distraída de Pedro Páramo. El culto a la mo-dernidad, tan religioso que ya únicamente necesita de ateos, menosprecia incluso a es-tas reservaciones de nativos mexicanos.

Así, el presidente López Portillo se jacta varias veces de su descubrimiento: Méxi-co solventará sus necesidades alimenticias entregándole al campo sólo el cuatro por ciento de la población. ¿Y el resto, señor presidente? El resto es la respuesta implí-cita, ya sabrá qué hacer para no molestar mi diagnóstico. Y el corolario patético de esta línea de pensamiento es en 2003 el secretario de Agricultura Javier Usabiaga, que regaña a los productores agrícolas por no modernizarse y no usar tecnología de punta. Así es, si no son ya muy ricos, ¿cómo quieren vivir de su trabajo? *Este texto fue publicado en un número especial de la revista Cuadernos Agrarios, recoge la intervención de Carlos Monsiváis el 15 de enero de 2003 en el Museo de la Ciudad de México, en apoyo del Movimiento El Campo no Aguanta Más

Frente a la barbarie co diana, se vale la indignación moral. Pero igual se vale la carcajada é ca, que es la opción de Car-los Monsiváis, un hombre cuyo prover-bial feminismo viene de Joan Wallach Sco y Marta Lamas, aunque también de Chavela Vargas y Borola Tacuche, y que toma las claves para entender la polí ca mexicana de Maquiavelo, Co-sío Villegas y González Casanova, tanto como del albur carpero, el cine de Juan Orol y la nota roja.

Porque hace del humor su mejor arma, Monsiváis es ante todo una presencia: en la debacle de los valores el siempre irónico referente moral, la riente con-ciencia crí ca de nuestra desollada co -dianeidad. En otros la obra compensa la ausencia del autor. No es el caso. Monsi-váis está presente en sus incontables es-critos, pero lo necesitamos de bulto para sobrevivir a la ignominia del sistema.

Por eso alarman los obituarios, los cres-pones, las notas fúnebres. Hasta que nos percatamos de que son pura fara-malla. Fintas para sacarnos de onda. Lo cierto es que a Monsiváis lo han visto paseando al atardecer por las calles de San Simón, en compañía de Mito Ge-nial y sus demás gatos. La otra noche los huelguistas de hambre del Sindicato Mexicano de Electricistas despertaron sobresaltados porque Monsiváis fue a solidarizarse con ellos a deshoras. Se le vio en la Marcha del Orgullo Gay disfra-zado de Monsiváis. Los marchantes de La Lagunilla aseguran que el domingo pasado estuvo ahí y le compró unas fo-tos de María Tereza Montoya al señor Ortega, y los de Plaza del Ángel confi r-man que hace poco le ganó a Slim un pequeño autorretrato de Saturnino He-rrán, autén co pero sin fi rma. Y si aún dudan, espérense a leer en la próxima entrega de Por mi madre, bohemios, los ácidos comentarios de la R a las esque-las que por la presunta muerte de Carlos Monsiváis mandaron publicar Elba Es-ther, Lujambio, Vázquez Mota, Peña Nie-to y otros próceres de nuestra necrófaga clase polí ca. ¡Monsiváis vive¡ ¡La risa sigue! ¡Y sigue! ¡Y sigue! ¡Y sigue!... AB

DEFENSA DEL CAMPO

MONSIVÁIS, LA LEYENDA

el capitalismo no es romántico

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la justicia social

A partir de 1940 la

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