No me gustan las rabietas

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NO ME GUSTAN LAS RABIETAS

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Los peques también cuentan. "No me gustan las rabietas. Pero aprendí en la cuna que, para que me hagan caso, tengo que armar mucho ruido."

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NO

ME GUSTAN LAS RABIETAS

No me gustan las rabietas

Irene Mariñas

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No me gustan las rabietas, de verdad que

no, después siempre me siento triste

porque sé que lo he hecho mal y que se

han enfadado mucho conmigo. Pero es

que, cuando me viene una, no puedo

evitarlo.

Creo que todo comenzó antes de que yo

naciera, cuando aún estaba en la barriga

de mamá y alguien le dijo que los bebes

tienen que llorar para que se les hagan

los pulmones más fuertes o algo así y que

además si me cogía en brazos en cuanto

comenzase a llorar me convertiría en un

caprichoso y mimado y después no la

dejaría ni dormir tranquila. Así que, mi

mamá me dejaba llorar mucho rato antes

de venir a cogerme. A veces yo tenía que

llegar a berrear y ponerme todo colorado

para que alguien me hiciera caso.

Creo que aprendí en la

cuna que para que me

hagan caso tengo que

armar mucho ruido.

No creáis que no he intentado conseguir

las cosas siendo un niño bueno, lo he

intentado un montón de veces.

Cuando en el súper a mí me apetece

una chocolatina y pido que me la

compren, resulta que siempre es casi ya

la hora de comer o cenar y claro, no me

la compran y me quedo con las ganas,

pero si monto una pataleta en medio del

pasillo de los dulces, mi madre, mi padre

o mis abuelos parecen entenderme mejor

y me la compran.

Si estoy en casa jugando

tranquilamente con mis piezas de

montar castillos y llamo a mamá o papá

para que vengan a ver la magnífica

muralla que he construido, la respuesta

suele ser: “Ahora no puedo cariñito,

después voy”. Así que, si quiero que

vengan a ver lo que estoy haciendo,

tengo que tirar las piezas por la ventana

o algo parecido.

A la hora de comer pasa igual. Odio

una verdura verde, como unas hojas, que

están ¡puag! Asquerosísimas, pues mi

madre se empeña en que me las coma

porque son muy buenas, mentira

podrida, son malísisimas y, claro, si le

digo que no me gustan no me hace ni

caso, se empeña en que abra la boca. La

única manera de librarme de esa comida

es escupiéndola y llorando, como siempre.

Hace un rato que hemos llegado del

parque, he ido con mis abuelos y cuando

mejor me lo estaba pasando jugando con

la arena me han dicho que nos teníamos

que ir. He intentado convencerlos para

quedarnos un poquito más y al final lo he

conseguido, pero después de montar una

buena pataleta, ¡es que nunca me

escuchan!

De verdad de la buena que no me

gustan las rabietas.