No Sé Por Qué, Pero Decido Hacer Footing

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No sé por qué, decido hacer footing. Por lo general, las personas aprenden bien pronto a hacer cosas normales, y esa guía les rige con relativa efectividad. El vademécum de la normalidad indica claramente que una mañana de sábado, ya entrado el invierno pero con cielo raso y sol vertical, invita al footing si lo que uno pretende es ejercitarse. Pero antes reparo en una fina capa de polvo a la que se puede atribuir la facilidad con la que de unas semanas a esta parte alcanzo los libros del estante superior. Rebusco en el armario de la cocina donde suelen reposar todos los adminículos de limpieza; del cepillo de la escoba pende un nido de cabellos tres veces más largos que cualquiera de los míos. Piso el pedal del cubo de la basura, desprendo un par de puñados de pelo: al sacudírmelo de la mano, uno de ellos rota sobre mi meñique y acaba cayendo fuera. No me coordino al agacharme y quito instintivamente el pie del pedal. Conforme me agacho, la tapa del cubo hace un ruido seco sobre la bolsa de basura, y una nube de polvo me salta a los ojos. Con varios pelos anudados en una mano, relajo la otra, con la que sujeto la escoba, para limpiarme la cara. La escoba produce un estruendo al caer sobre el parqué. Decido entonces que conviene sacar la artillería; monto la aspiradora y un puñado de accesorios inservibles y la llevo al dormitorio. La enchufo y le paso el tubo flexible por toda la carcasa, que ya me ha dejado, en el viaje desde la cocina, dos densas manchas de polvo en la ropa. Mi gato parece muy ilusionado con este modelo Mouse. Al alejarme dos pasos del enchufe, la clavija se desprende y las revoluciones bajan poco a poco mientras mi gato huye de la escena del crimen. Vuelvo a enchufar la aspiradora. Esta vez completo la sañuda tarea y el dormitorio queda impecable, de no ser porque el polvo sobre la estantería, la mesita de noche y el escritorio parece haber ignorado la convocatoria de limpieza. Paso un plumero que parece volver a llamar la atención de mi gato, dando con varios objetos en el suelo mientras tanto. Aspiro de nuevo toda la superficie del parqué. Cuando desenchufo la clavija de la aspiradora, me doy cuenta de que no sé cómo hacer que se recojan los varios metros de cable que he ido desperdigando por la habitación. Me inclino sobre el modelo Mouse, que consta de dos botones con indicaciones claras. Pulso el que representa una clavija y mi gato huye de nuevo mientras el cable se enreda sobre mi tibia,

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No sé por qué, decido hacer footing. Por lo general, las personas aprenden bien pronto a hacer cosas normales, y esa guía les rige con relativa efectividad. El vademécum de la normalidad indica claramente que una mañana de sábado, ya entrado el invierno pero con cielo raso y sol vertical, invita al footing si lo que uno pretende es ejercitarse.

Pero antes reparo en una fina capa de polvo a la que se puede atribuir la facilidad con la que de unas semanas a esta parte alcanzo los libros del estante superior. Rebusco en el armario de la cocina donde suelen reposar todos los adminículos de limpieza; del cepillo de la escoba pende un nido de cabellos tres veces más largos que cualquiera de los míos. Piso el pedal del cubo de la basura, desprendo un par de puñados de pelo: al sacudírmelo de la mano, uno de ellos rota sobre mi meñique y acaba cayendo fuera. No me coordino al agacharme y quito instintivamente el pie del pedal. Conforme me agacho, la tapa del cubo hace un ruido seco sobre la bolsa de basura, y una nube de polvo me salta a los ojos. Con varios pelos anudados en una mano, relajo la otra, con la que sujeto la escoba, para limpiarme la cara. La escoba produce un estruendo al caer sobre el parqué.

Decido entonces que conviene sacar la artillería; monto la aspiradora y un puñado de accesorios inservibles y la llevo al dormitorio. La enchufo y le paso el tubo flexible por toda la carcasa, que ya me ha dejado, en el viaje desde la cocina, dos densas manchas de polvo en la ropa. Mi gato parece muy ilusionado con este modelo Mouse. Al alejarme dos pasos del enchufe, la clavija se desprende y las revoluciones bajan poco a poco mientras mi gato huye de la escena del crimen. Vuelvo a enchufar la aspiradora. Esta vez completo la sañuda tarea y el dormitorio queda impecable, de no ser porque el polvo sobre la estantería, la mesita de noche y el escritorio parece haber ignorado la convocatoria de limpieza. Paso un plumero que parece volver a llamar la atención de mi gato, dando con varios objetos en el suelo mientras tanto. Aspiro de nuevo toda la superficie del parqué. Cuando desenchufo la clavija de la aspiradora, me doy cuenta de que no sé cómo hacer que se recojan los varios metros de cable que he ido desperdigando por la habitación. Me inclino sobre el modelo Mouse, que consta de dos botones con indicaciones claras. Pulso el que representa una clavija y mi gato huye de nuevo mientras el cable se enreda sobre mi tibia, propinándome un latigazo y desapareciendo cobardemente entre las entrañas de ese monstruo doméstico.

Estas exigentes labores me han obsequiado con un ligero dolor de espalda. Decido no salir a correr y aplazar la actividad para el día siguiente.

Es entonces domingo. Me coloco una cinta en la frente, me calzo unas deportivas de una época en que mis pies eran media talla más grandes, y me enfundo en un anorak de esquí. El primer rayo de sol que me alcanza me abrasa por dentro. Estoy tentado de subir al piso de nuevo y cambiarme de ropa, pero he abierto el portal y no puedo mostrar tan poca decisión ante mis vecinos. Empiezo caminando y doy con un sistema infalible para hacer el mínimo esfuerzo:

Cada vez que voy a girar una esquina, arranco a ritmo de footing. Una vez la volteo, aminoro la velocidad y jadeo, como si viniese de una larga carrera. Entonces camino hasta la siguiente esquina y repito el proceso: preveo que se me va a tener por un atleta.