No soy de la argolla, y no me comapdezcan

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Comentario al libro Historia del Perú Contemporáneo de Carlos Contreras y Marcos Cueto.

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No soy de la argolla, y no me compadezcan Comentario al libro Historia del Perú Contemporáneo: Desde las luchas por la Independencia hasta el presente de Carlos Contreras y Marcos Cueto, inspirado en la carta de Andrés Samplonious a los autores

Luis Zaldivar

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No soy de la argolla, y no me compadezcan Comentario al libro Historia del Perú Contemporáneo: Desde las luchas por la Independencia

hasta el presente de Carlos Contreras y Marcos Cueto, inspirado en la carta de Andrés Samplonius a los autores.1

1 Contreras, Carlos y Marcos Cueto. 2004. Historia del Perú contemporáneo. Desde las luchas por la independencia hasta el presente. IEP Ediciones (Estudios Históricos). Lima. 421 páginas.

En un mundo perfecto, todo estudiante universitario debería tener la oportunidad de leer sus textos de ciencias sociales con una leyenda que especifique la tendencia política o una biografía completa –no currículum profesional- de sus autores. O por lo menos, los textos de historia deberían tener por necesidad una lista de referencias de los textos que escribieron los protagonistas de la historia o sus allegados, dado que así el estudiante pudiese tener la oportunidad de balancear las opiniones vertidas en el libro con las opiniones de los protagonistas. Quizás tal vez, pudiésemos tener textos de historia para universitarios que no pretendan ser biblias dogmáticas con la última palabra sobre todos los hechos ocurridos en la historia del país. Tal vez sea pedir mucho, pero ese sí que sería un mundo mejor.

Lo peor es que ese mundo sí existe en universidades plurales y círculos de estudios independientes, pero lamentablemente no en el mundo académico reinante en el Perú, en el que es más importante imponer una versión de los hechos para favorecer ciertos puntos de vista que el enseñar a los estudiantes a leer críticamente. Los disidentes, por más títulos y reconocimientos que hayan de por medio, son tratados con desdén, no comentan sus libros, no los citan siquiera como referencia exótica, no replican a sus objeciones, son alejados de posibles investigaciones, son sindicados como “oligárquicos” o “derechistas”; en fin, no dejan a nadie que discrepe con ellos ser parte de su argolla elitista limeña convertida en socialdemócrata insertada en el Estado de manera permanente y críticos acérrimos de cualquier trabajo que no sea el suyo.

De este mundo al que le he dedicado el preludio proviene el título Historia del Perú Contemporáneo: Desde las luchas por la Independencia hasta el presente, por los historiadores Marcos Cueto y Carlos Contreras, cuyo objetivo manifiesto es crear una síntesis de la historia del Perú “construida por una generación emergida de la experiencia de la guerra fría y de la guerra interna…útil para profesores y estudiantes involucrados en los cursos iniciales de la formación universitaria”. Es decir, el objetivo real es crear una versión propia de los estudiantes marxistoides de los 70´s y 80´s sobre la historia del Perú para jóvenes que aún no tienen la suficiente información como para señalar las inexactitudes y tendencias de los autores. Objetivo cumplido, a decir verdad.

En su tercera edición, los autores han obviado las necesarias rectificaciones y sugerencias que el historiador aprista Andrés Samplonius, intelectual del Taller Antenor Orrego, les envió hace ya unos años a propósito de la segunda edición, y que ahora vuelvo a sacar a la luz. Al decir verdad, al no haber corregido cosas tan obvias como escribir la palabra “napalm” con mayúscula (p. 320), o asignar el nombre “falso Paquisha” (p. 387) al puesto militar con el nombre femenino “falsa Paquisha” y limitarse a aumentar mapas y fotografías, sólo me deja pensar que las nuevas ediciones han sido excusa para los autores de sacarle dinero a los estudiantes de universidades privadas que costean la carrera de estos intelectuales. Gajes del oficio, he de suponer.

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El descuido de los autores ha permitido dejar pasar en cada reedición errores de orden general casi sorprendentes. Podemos encontrar que los autores sitúan a Madagascar como una isla situada en la “costa oeste” del continente africano (p. 116) cuando está situada al sudeste del mismo. En la misma tónica, se habla del "trapecio" de Leticia (pág. 243) y también del "triangulo" de Leticia (pág. 241); alguien debería decirles que en esta curiosa polémica geométrica el "ganador" es el "trapecio”. En otra asombrosa confusión tratándose de historiadores profesionales, señalan que el incendio de la Biblioteca Nacional ocurrió en 1940 cuando sucedió en 1943.

Pero los errores más graves, no son ortográficos ni de consultas a la Enciclopedia.

Por ejemplo, es totalmente falso que el radical arequipeño Francisco Mostajo fuera un "antiguo abogado civilista (...) que luego se apartó de este Partido dado su cariz cada vez más conservador" (pág. 282). Realmente, entendemos que en su concepción todos los activistas políticos menos Mariátegui hayan sido “conservadores”, pero ellos mismos en un capítulo anterior clasifican a Mostajo entre los "intelectuales desafectos del civilismo", que "iniciaron la crítica al proyecto civilista", como Manuel González Prada y Abelardo Gamarra (pág. 298). Este listado debería incluir a Christian Dam, a Mariano Lino Urquieta, a Glicerio Tassara y algunos radicales más, que al igual que Francisco Mostajo fueron compañeros de ideales del egregio Manuel González Prada cuando fundó el partido Unión Nacional en 1891. En vez, Cueto y Contreras incluyen al civilista José Matías Manzanilla, que nada tiene que hacer al lado de contestatarios como los anteriores.

De la misma manera, los autores califican a la presidencia de Billinghurst como “una de las excepciones a esta sucesión de regímenes civilistas” (p. 202), cuando en verdad no entiendo qué otra excepción pudo haber habido. Obviamente, fue la única excepción. Además, no dudan en señalar a don Joaquín Capelo como el creador de la Asociación Pro Indígena (p. 230) y no al verdadero mentor Pedro Zulen, inspirador, organizador y fundador de dicha Asociación en 1909 y director de su vocero El Deber Pro-Indígena entre 1912 y 1915. Capelo fue colaborador de Zulen y presidente de la Asociación cuando Zulen debió ausentarse.

Sobre el rol de Haya de la Torre y el surgimiento del APRA, se dedican a repetir libremente la tesis de Peter Klaren sobre los orígenes del partido aprista, argumentando:

"El carismático político trujillano Haya de la Torre (Trujillo 1895 - Lima 1979) provenía de una familia de clase media que había sufrido el descalabro que la modernización de las haciendas azucareras produjo en algunos sectores sociales del norte del país. Su padre era un cajabambino, hijo de maestros de escuela, y su madre era parte de una familia de pequeños hacendados. Según Peter Klaren, que estudió con detalle el desarrollo de las plantaciones azucareras en el valle de Chicama, la vida de la familia Haya de la Torre y los orígenes del Apra están socialmente vinculados al impacto de la industria azucarera sobre la economía de la costa norte, que afectó a los trabajadores y arruinó a muchos propietarios y miembros de la clase media." (pág. 254)

En su extenso trabajo, Klaren planteó que el Aprismo fue producto de las profundas transformaciones socio-económicas que se dieron entre 1880 y 1930 en la costa norte a consecuencia de la expansión de grandes haciendas azucareras. No se puede negar que la obra de Klaren ofrece una explicación convincente respecto a las razones por las que el PAP, desde su fundación en 1931, logró la adhesión de las masas en la región. Sin embargo, la obra es incapaz de explicar cuales fueron los factores que le permitieron a Haya de la Torre elaborar

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su doctrina política. La verdad es que esa pretendida relación directa entre los cambios socioeconómicos en la región y el desarrollo del pensamiento de Haya de la Torre no existe. Entre la formación de las grandes haciendas azucareras, que Klaren estudió con detenimiento, y el origen de la concepción aprista media toda una experiencia de polémica política vivida por Haya en Lima (jornada de 8 horas, reforma universitaria, universidades populares), México (estudiando y trabajando con José Vasconcelos), América Central (lucha revolucionaria de Sandino), Europa (visita a Rusia, estudios en Londres y Oxford, Congreso Antiimperialista de Bruselas) y todo un momento histórico mundial. Los factores propiamente políticos e ideológicos fueron determinantes en la génesis del programa del Apra. Al ignorar estos hechos, Klaren no alcanza a explicar el origen de la ideología aprista, menos aún ofrecer a estudiantes universitarios un claro panorama de la historia de esos años.

Entonces, queda claro que una cosa son las causas del arraigo popular que el PAP alcanzó en la costa norte y otra muy distinta es el origen del ideario aprista. Por tanto, sostener que la ideología aprista tuvo sus raíces en la realidad socioeconómica del norte del Perú es caer en el reduccionismo. Lo que no es ninguna novedad, puesto que, respecto a los orígenes ideológicos de la concepción aprista casi siempre se han formulado explicaciones que caen en la unilateralidad o en la simplificación, como en los casos de Pike, Hilliker, Graham, Cotler, Germaná, Aricó y otros. En este caso, ni Contreras ni Cueto ofrecen una visión comparada de las explicaciones para la creación del partido político más importante de la historia peruana.

Miembros de las Universidades Populares homenajeando a Haya de la Torre exiliado en 1924. Al medio, sentado, José Carlos Mariátegui2

2 Tomado del libro Sindicalismo Peruano de Julio Portocarrero. 1987.

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A continuación, el dúo Cueto Contreras hace su propia interpretación de la teoría aprista en la línea de la división que hacen los otros miembros de su círculo académico entre el Haya de la Torre “socialista” y el “viejo conservador”, afirmando:

"Desde temprano [Haya] tuvo diferencias con Mariátegui sobre el significado del imperialismo, el carácter del capitalismo en los países atrasados y el papel de las clases medias en una revolución. Para Haya el desarrollo histórico de América Latina había sido diferente al europeo. El capitalismo no era el resultado de la evolución de un feudalismo nativo, sino de la llegada del imperialismo extranjero. Por ello las clases oprimidas nativas debían aliarse para desarrollar el capitalismo nacional desde el Estado, antes de pensar en iniciar una etapa socialista dirigida por los trabajadores. Es decir, según Haya, un frente de varias clases sociales dirigidos por las clases medias, y no por el proletariado industrial, que era una minoría, iba a poder enfrentarse con éxito al imperialismo norteamericano e iniciar una etapa de verdadero capitalismo nacional."(p. 256)

Es decir, los autores le dicen a los jóvenes cachimbos del Perú que el treintón Haya de la Torre era un socialista que quería tomar el Estado para erigir una revolución dirigida por una élite propia, sólo diferenciándose de Mariátegui en una cuestión de “quien dirige la revolución” y qué tan pronto queremos llegar a la “etapa socialista”.

Todo lo contrario. La lucha antiimperialista de Haya tuvo desde un comienzo un significado distinto al de los afiliados a la Internacional Comunista, como Mella o Mariátegui. En su pensamiento esta lucha jamás llegó a proyectarse como un eslabón en la lucha internacional entre la burguesía y el proletariado, manteniendo hasta el último su independencia. Ya en 1928 decía:

Quien está de rodillas no camina; y si lo intenta sin ponerse previamente en pie, tendrá que arrastrarse. Esto es lo que ha ocurrido en Indoamérica a los comunistas criollos. Los resultados de su posición de inmóviles repetidores del credo importado, se comprueba en la estagnación del movimiento de la Tercera Internacional en nuestros países. Para tranquilidad y satisfacción del imperialismo y de la explotación feudal, los dogmas moscovitas carecen de significado y de contenido en nuestros pueblos. La acción realista, certera y eficiente, no la conocen los agitados dirigentes del comunismo criollo sino por sus lecturas de los episodios de la revolución rusa, que los conmueven hasta las lagrimas” 3

A partir de su perspectiva latinoamericanista de la lucha antiimperialista, Haya elaboró su concepción nacional-popular en polémicas sostenidas entre 1927 y 1928 con comunistas europeos y sobre todo latinoamericanos a partir de su convicción de que la perspectiva de lucha antiimperialista, tal como era planteada por el movimiento comunista mundial no tenía, al menos en el futuro previsible, posibilidad alguna de materializarse. Parte importante de ese

En consecuencia, la lucha contra la influencia económica y política de un país como los Estados Unidos en la América Latina se circunscribía para él a un momento esencial para lograr impulsar el desarrollo y el progreso de los países de América Latina. Este enfoque explica su rechazo a subordinar la lucha antiimperialista en los países latinoamericanos a las perspectivas de la revolución proletaria mundial.

3 Haya de la Torre, Víctor Raúl. 1936. El Antiimperialismo y el APRA. Editorial Ercilla, 2da edición. p 118

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esquema era la formación de un partido político para luchar en democracia por un cambio social basado en la soberanía del pueblo y no en los deseos de una minoría autoritaria. Esa fue la discrepancia real que tuvo con Mariátegui, quien promovía con el partido socialista un movimiento de tipo sectario que busque crear condiciones para imponer la revolución proletaria mientras que pretendía evadir la acción política directa en democracia con los temas culturales de la revista Amauta.

Con el mismo sesgo, los autores califican "de presunta inspiración aprista" (p. 253) a la algarada del sargento Huapaya (cuyo nombre –Víctor– no se menciona), cuando está probado que el grito del levantamiento fue “Viva Sánchez Cerro”, y la prueba es que meses más tarde indultó y ascendió al sargento. Igualmente inexacto es señalar que los diecisiete militares asesinados en la revolución de Trujillo murieron en el cuartel O’Donovan (p. 259), cuando fue en la cárcel de la ciudad y por una turba descontrolada –no por los militantes apristas–. Más para preocuparse, el libro también afirma que el lamentable asesinato del director de El Comercio y su esposa en 1935 fue cometido por “militantes apristas” (p 259), cuando el crimen fue cometido en forma aislada por un adolescente fanático que no pertenecía a las bases partidarias del PAP. De igual manera, ni Cueto ni Contreras han tenido la delicadeza de leer un poco para enterarse que el nombre correcto es “Universidades Populares González Prada” (porque eran varias y a nivel nacional) y no “Universidad Popular González Prada”. Una lástima que los viejos rencores se pongan en el camino del rigor académico.

La parte más preocupante, a mi entender, empieza con la narración de los hechos políticos de los últimos 70 años.

Por un lado, el Partido Comunista no fue integrante del Frente Democrático Nacional, como señala la página 288, salvo por un breve intervalo y en condición de adherentes de base. Los apristas, por otro lado, fueron cofundadores y parte de su jefatura nacional. Por otro lado, en la misma página, la interpretación parcializada sobre el APRA vuelve a pesar al anunciar una supuesta “renuncia a sus ataques al imperialismo norteamericano y al capitalismo en general”, con lo cual vuelcan otra vez en el libro la diferenciación que hacen entre el “Haya joven radical” y el “Haya viejo conservador”, digno de la propaganda política comunista de la época. En la práctica, los autores demuestran no haber hecho nunca un intento serio de entender al partido aprista, cuya tesis antiimperialista respondían a un análisis geopolítico de décadas pasadas y que ha seguido vigente en cuanto se ha opuesto a todos los imperialismos. Pensar, que el APRA había “renunciado” al antiimperialismo cuando el contexto había cambiado no es un hecho histórico, es una posición política.

En la página 312, a propósito del veto de las fuerzas armadas a Haya de la Torre en las elecciones de 1962, y en justificación del golpe militar, los autores afirman que “lo cierto es que los militares y los mismos seguidores de AP (Acción Popular) consideraban una terrible amenaza y un fraude al país lo que se estaba gestando: un pacto entre apristas y odriístas para elegir a Odría como presidente”. Independientemente de afiliaciones partidarias, pienso que considerar a esta afirmación “lo cierto” es inaudito. No había fraude alguno. Era legítimo y constitucional que el Congreso decida ente los dos principales candidatos votados. Y debemos asumir que estos dos renombrados académicos saben perfectamente que Fernando Belaúnde estaba desde el comienzo en contubernio con las Fuerzas Armadas, y que las denuncias de fraude quedaron deslegitimadas por testimonios y la repetición del caudal electoral aprista en las elecciones siguientes. Más preocupante aún, no se le otorga ni una línea al papel jugado por Belaúnde Terry para obstruir el diálogo en las negociaciones luego del veto, ni al acto patriótico de Haya de la Torre de aceptar el veto sólo para evitar el golpe y mantener la democracia. En vez, los dos párrafos dedicados a las elecciones peruanas más controversiales

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del siglo XX desembocan en afirmar que “las alianzas del APRA con sus antiguos enemigos… desilusionaron a parte de sus militantes”, cuando en realidad el gesto de grandeza de Haya de la Torre lo colocó como víctima de los odios de las Fuerzas Armadas y el vil oportunismo de los líderes Acción Populistas que prefirieron besarle las manos a los militares apoyando el golpe de Estado antes que aceptar su derrota en las urnas. Es triste decirlo pero lo que afirman estos dos historiadores sobre las elecciones de 1962 es simplemente una calumnia. Revistas de la época, como Presente, Caretas, y Oiga de Agosto de 1962 descalifican completamente la versión de los historiadores, elogiando el acto de Haya de la Torre y cuestionando la actitud antidemocrática del militarismo y el belaundismo.

Revista Presente, Agosto de 1962, donde se desmiente documentadamente la versión de Contreras y Cueto sobre el golpe militar de 1962

A propósito del acto político del aprismo en estas elecciones, el respetado sociólogo Francois Bourricaud diría: “si el adversario, contra el retiro del jefe del partido, acepta, aún implícitamente, no poner en duda la validez de los diputados y de los senadores apristas, no reconoce del mismo golpe más que la famosa alegación de ´fraude´e ´irregularidades´¿no era más que un truco para apartar una vez más a Víctor Raúl de la Presidencia?”4

De similar manera, los autores en desmedro de cualquier rigor académico califican la convivencia APRA-UNO como una coalición “para desarrollar una persistente acción de obstrucción a las reformas del régimen con la intención de desacreditar al gobierno” (p. 317). Al parecer, la oposición a las medidas populistas y demagógicas del belaundismo deben ser caracterizadas de “obstrucción a las reformas”, a pesar que ellos mismos reconocen el carácter caudillista y electorero del acción populismo cuando afirman que “el paquete de reformas del nuevo régimen…levantaban grandes expectativas pero no llegaban a cuajar, empero, en un todo coherente”, y que “(AP) reveló que en realidad más que un partido doctrinario y con una ideología clara y una organización popular, era un grupo de personalidades que seguían a un caudillo carismático “(p318). Es decir, los autores se contradicen al caracterizar al gobierno de

Al parecer, este razonamiento tan lógico no está en la línea de los repetidores Cueto y Contreras.

4 Borricaud, Francois. 1966. Ideología y desarrollo: El caso del partido aprista peruano. En Jornadas: 58. Gráfica Panamericana S- de R.L

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Belaúnde como incoherente y a la oposición como obstructora; si se trata de obstruir la incoherencia, el juicio histórico tiene que ser positivo para la oposición por defecto.

Dirigencia de Acción Popular reuniéndose con la junta militar golpista para ultimar detalles sobre el golpe

Como cereza a la torta, tenemos respecto a las elecciones de 1963, una afirmación fantástica: "la mayoría de los peruanos prefirieron, de una manera similar que en 1945, al tercero en discordia: al joven arquitecto sin pasado que lo condene"(p. 317, énfasis del autor). Estimados, en 1945 no hubo ningún "tercero en discordia", hay que volver al colegio.

Curiosamente, en todo este proceso, no se menciona ni una vez el rol jugado por la prensa oligárquica liderada por El Comercio, y apoyada por el inefable Eudocio Ravines desde La Prensa, que tuvieron como consigna evitar que Haya de la Torre asuma el poder a cualquier precio, justificando las dictaduras militares que precedieron a las elecciones de 1963, apoyando el golpe de 1962, y de difundiendo la versión interesada y parcial que nuestro académicos vierten hoy en los textos universitarios del 2004.

De las 20 páginas dedicadas a la dictadura del general Velasco (324 – 342), con detalladas descripciones sobre la cantidad de estatizaciones, las marchas y contramarchas de la reforma agraria, largos comentarios sobre la importancia de las “juventudes radicales”, etc., el libro toma en su balance final de la dictadura tres líneas a recordar “el retroceso en la productividad agraria, la retracción de la inversión privada, un abultado endeudamiento externo y un exagerado gasto en armamento”. Es decir, de 12 años de desmantelamiento de la infraestructura económica nacional, burocratización del país al mando de señores uniformados a los que había que tratar como autoridades a pesar de no tener legitimidad alguna, la institucionalización de la corrupción a manos militares, y el sometimiento de los intereses

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nacionales al imperialismo soviético, los autores consideran más importante la “revolución cultural” que cuestionó los paradigmas burgueses. Cuando menos, considero que así como los autores sienten importante mencionar que las nuevas juventudes marxistas “contribuyeron a liquidar el control aprista en las universidades”, también debería ser importante recordar que gobernar luego de semejante desfalco fiscal iba a ser cuando menos complicado.

En la página 341, a propósito del desplazamiento que se dio en los 60´s y 70´s del sindicalismo aprista basado en la negociación y las reivindicaciones democráticas por el sindicalismo comunista basado en la búsqueda de la dictadura del proletariado y la toma del Estado, los autores reseñan:

“Aunque el clasismo tuvo un impacto negativo para el crecimiento económico y la modernización política…sirvió para cuestionar y quizás hasta desaparecer la sumisión servil y clientelista hacia los patrones y empresarios en el mundo laboral”

Tal afirmación es altamente cuestionable. No hay razón por la cual pensar que el sindicalismo aprista promovía o mantenía de alguna forma una relación “servil y clientelista” con los proveedores de empleo; todo lo contrario, las organizaciones sindicales apristas resultaron mucho más productivas para los trabajadores que las efímeras “plataformas de lucha” de los sindicatos comunistas con los cuales hasta hoy no se puede llegar nunca a un entendimiento. Si algo nos deberían enseñar en los textos de historia es que el sectarismo y dogmatismo ideológico comunista han atomizado los intentos de real injerencia en la vida laboral, ocupándose más bien de movilizar gente para oponerse a gobiernos y tratar de tomar el Estado –máxima primigenia del comunismo. Como prueba, podemos tratar de analizar si la CGTP o el SUTEP han logrado algún beneficio para algún trabajador que no sea del Estado, simplemente no existe tal ocurrencia. Los “paros nacionales” y “huelgas generales” de los llamados sindicatos “clasistas” sólo trajeron consigo despidos masivos, como ocurrió en 1977 y 1978.

Sobre el terrorismo, los autores citan en más de una oportunidad las cifras oficiales de la Comisión de la Verdad acerca del número de bajas totales que se dieron durante el conflicto. Sin embargo, dejan de tenerle tanta estimación a este documento cuando se trata del sonado caso de El Frontón, en el que según la CVR en su informe final, (Tomo VII, p. 765-766

Para terminar, es bueno recordarles a los autores que si bien es cierto que la primera "acción" de Sendero Luminoso consistió en colgar cuatro perros muertos de postes en 1980 con letreros que decían: "Teng", en alusión al dirigente comunista chino que había se había hecho con el poder en la República Popular China a la muerte de Mao Tse Tung, imponiéndose a la facción maoísta conocida como "la banda de los cuatro". Lo que no es cierto es que la condena del senderismo fuera a estos últimos (p. 352), sino todo lo contrario, se oponían al “revisionista” Teng. La “banda de los cuatro” maoísta era radical y violentista, afín al senderismo, y ”Teng” era reformista moderado, “revisionista” del maoísmo, considerado “un perro” por los violentistas ortodoxos. Esto es algo que conoce cualquier periodista. Resulta

) hubo una decisión “apresurada” y poco control del Consejo de Ministros, pero no decisión o responsabilidad directa del gobierno. Por el contrario, según los autores, “siguiendo las órdenes del gobierno, las Fuerzas Armadas debelaron a sangre y fuego el motín, llegando –según varios testimonios fidedignos- al asesinato de terroristas rendidos” (p 360). De la misma manera, los autores desafían las cifras de la Comisión de la Verdad al asegurar en la siguiente línea que las víctimas fueron “cerca de 300” cuando la CVR cifra conjuntamente a los caídos en El Frontón y Lurigancho en alrededor de 200 (Tomo VII, 737). ¿Dónde estuvieron esos “testimonios fidedignos” que la CVR no tomó en cuenta? ¿O es que realmente no existen?

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preocupante que dos historiadores reconocidos del país no tengan estudiado el fenómeno senderista por lo menos a nivel ideológico.

En conclusión, me entero con mucha pena que este libro titulado pretensiosamente Historia del Perú Contemporáneo sea la fuente principal para entender la realidad peruana para nuevas generaciones de estudiantes. Si bien el intento de hacer una síntesis de la vida republicana del Perú es en algo rescatable, hacer tres ediciones que no rectifiquen simples errores ortográficos y cronológicos hace denotar un desprecio total sobre el rigor de su propia obra. Peor aún, en las “lecturas recomendadas” no hay ninguna fuente original o punto de vista equidistante que inviten al lector a una opinión integral de un proceso tan complejo como la historia del Perú.

Al parecer, los autores Carlos Contreras y Marcos Cueto han visto por conveniente olvidar la búsqueda del conocimiento por el consenso y simplemente basan sus esfuerzos en la premisa de que los ganadores escriben la historia. Aunque para ser sinceros, hace falta preguntarse, a quién le han ganado éstos.