Nosotros Somos Una Parte de La Tierra

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22/05/12 Nosotros somos una parte de la Tierra 1/11 www.taijiquan.info/Tradicion/Duwamish.htm Nosotros somos una parte de la Tierra Mensaje del Gran Jefe Seattle al Presidente de los Estados Unidos de América en el año de 1855 The North American Indian The complete Portfolios Edward S. Curtis Benedikt Taschen Verlag GmbH, 1997 El estado de Washington, al Noroeste de Estados Unidos, fue la patria de los Duwamish, un pueblo que - como todos los indios- se consideraba una parte de la Naturaleza, la respetaba y la veneraba, y desde generaciones vivía con ella en armonía. En el año de 1855 el decimocuarto Presidente de los Estados Unidos, el demócrata Franklin Pierce, les propuso a los Duwamish que vendiesen sus tierras a los colonos blancos y que ellos se fuesen a una reserva. Los indios no entendieron esto. Cómo se podía comprar y vender la Tierra? A su parecer el hombre no puede poseer la Tierra, así como tampoco puede ser dueño del Cielo, del frescor del aire, del brillo del agua. El Jefe Seattle, el Gran Jefe de los Duwamish, dio la respuesta, a petición del Gran Jefe de los blancos, con un discurso cuya sabiduría, crítica y prudente esperanza, incluso hoy, casi 130 años después, nos asombra y admira. "Mis palabras son como las estrellas, nunca se extinguen", dijo el Gran Jefe Seattle. Su pueblo no ha sobrevivido, sus palabras no se escucharon. Escucharemos ahora? Sobreviviremos?

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Somos parte de la tierra

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  • 22/05/12 Nosotros somos una parte de la Tierra

    1/11www.taijiquan.info/Tradicion/Duwamish.htm

    Nosotros somos una parte de la Tierra

    Mensaje del Gran Jefe Seattle al Presidente de los Estados Unidos de Amrica en el ao de 1855

    The North American Indian The complete Portfolios Edward S. Curtis Benedikt Taschen Verlag GmbH, 1997

    El estado de Washington, al Noroeste de Estados Unidos, fue la patria de los Duwamish, un pueblo que -como todos los indios- se consideraba una parte de la Naturaleza, la respetaba y la veneraba, y desde

    generaciones viva con ella en armona.

    En el ao de 1855 el decimocuarto Presidente de los Estados Unidos, el demcrata Franklin Pierce, lespropuso a los Duwamish que vendiesen sus tierras a los colonos blancos y que ellos se fuesen a unareserva. Los indios no entendieron esto. Cmo se poda comprar y vender la Tierra? A su parecer elhombre no puede poseer la Tierra, as como tampoco puede ser dueo del Cielo, del frescor del aire, del

    brillo del agua.

    El Jefe Seattle, el Gran Jefe de los Duwamish, dio la respuesta, a peticin del Gran Jefe de los blancos,con un discurso cuya sabidura, crtica y prudente esperanza, incluso hoy, casi 130 aos despus, nos

    asombra y admira.

    "Mis palabras son como las estrellas, nunca se extinguen", dijo el Gran Jefe Seattle. Su pueblo no ha

    sobrevivido, sus palabras no se escucharon. Escucharemos ahora? Sobreviviremos?

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    El gran Jefe de Washington nos envi un mensaje diciendo

    que deseaba comprar nuestra Tierra.

    El Gran Jefe tambin nos envi palabras de amistad y

    de buena voluntad. Es una seal amistosa por su parte,

    pues sabemos que no necesita nuestra amistad.

    Pero vamos a considerar su oferta, porque sabemos que si no se la vendemos,

    quiz el hombre blanco venga con sus armas

    y se apodere de nuestra Tierra. Quin puede comprar o vender el Cielo o el calor de la Tierra?

    No podemos imaginar esto si nosotros no somos dueos

    del frescor del aire, ni del brillo del agua.

    Cmo l podra comprrnosla? Trataremos de tomar

    una decisin. Segn lo que el Gran Jefe Seattle diga,

    el Gran Jefe en Washington puede dejarlo, del mismo modo

    que nuestro hermano blanco en el transcurso de las estaciones

    puede dejarlo. Mis palabras son como las estrellas,

    nunca se extinguen. Cada parte de esta tierra

    es sagrada para mi pueblo, cada brillante aguja de un abeto,

    cada playa de arena, cada niebla en el oscuro bosque,

    cada claro del bosque, cada insecto que zumba es sagrado,

    para el pensar y el sentir de mi pueblo.

    La savia que sube por los rboles, trae el recuerdo del Piel Roja. Los muertos de los blancos

    olvidan la Tierra en que nacieron, cuando desaparecen

    para vagar por las estrellas. Nuestros muertos nunca olvidan

    esta maravillosa Tierra,

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    pues es la madre del Piel Roja. Nosotros somos una parte de la Tierra,

    y ella es una parte de nosotros. Las olorosas flores son nuestras

    hermanas, el ciervo, el caballo, la gran guila,

    son nuestros hermanos. Las rocosas alturas, las suaves praderas, el cuerpo ardoroso del potro

    y del hombre, todos pertenecen a la misma familia.

    Por eso cuando el Gran Jefe de Washington, nos envi el recado

    de que quera comprar nuestra Tierra,

    exiga demasiado de nosotros. El Gran Jefe nos comunicaba que quera darnos un lugar,

    donde pudiramos vivir cmodamente. l sera nuestro padre,

    y nosotros seramos sus hijos. Pero, ser posible esto alguna vez??

    Dios ama a vuestro pueblo, y ha abandonado a sus hijos rojos.

    l ha enviado mquinas para ayudar al hombre blanco

    en su trabajo, y construye para l grandes pueblos. l hace

    que vuestra gente cada vez sea ms poderosa, da tras da.

    Pronto invadiris la Tierra, como ros que se desbordan

    desde las gargantas montaosas, por una inesperada lluvia.

    Mi pueblo es como una corriente desbordada, pero sin retorno.

    No, nosotros somos de razas diferentes. Nuestros hijos no juegan juntos, y nuestros ancianos no cuentan

    las mismas historias. Dios os es favorable,

    y nosotros estamos como hurfanos. Meditaremos sobre vuestra oferta

    de comprarnos la Tierra. No ser fcil, porque esta Tierra

    es sagrada para nosotros.

    Nos sentimos alegres en este bosque. No s por qu,

    pero nuestra forma de vivir es diferente de la vuestra.

    El agua cristalina, que brilla en arroyos y ros,

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    no es slo agua, sino la sangre de nuestros

    antepasados. Si os vendemos nuestra Tierra,

    habis de saber que es sagrada, y que vuestros hijos aprendan que es sagrada, y que todos

    los pasajeros reflejos en las claras aguas son los

    acontecimientos y tradiciones que refiere mi pueblo. El murmullo del agua

    es la voz de mis antepasados. Los ros son nuestros hermanos,

    ellos apagan nuestra sed. Los ros llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si vendisemos nuestra tierra

    tenis que acordaos, y ensear a vuestros hijos que los ros son nuestros hermanos -y los vuestros-, y que tendris

    desde ahora que dar vuestros bienes a los ros,

    as como a otros de vuestros hermanos. El Piel Roja siembre se ha apartado

    del exigente hombre blanco, igual que la niebla matinal

    en los montes cede ante el sol naciente. Pero las cenizas de nuestros antepasados,

    sus tumbas, son tierra santa, y por eso estas colinas, estos rboles, esta parte de la Tierra, nos es sagrada.

    Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de pensar.

    Para l una parte de la Tierra es igual a otra, pues l

    es un extrao que llega de noche y se apodera en la Tierra

    de lo que necesita. La Tierra no es su hermana,

    sino su enemiga, y cuando la ha conquistado,

    cabalga de nuevo.

    Abandona la tumba de sus antepasados y no le importa.

    l roba la Tierra de sus hijos, y no le importa nada.

    l olvida las tumbas de sus padres, y los derechos de nacimiento

    de sus hijos. Trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el Cielo,

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    como cosas que se pueden comprar y arrebatar, y que se pueden vender,

    como ovejas o perlas brillantes. Hambriento, se tragar la tierra,

    y no dejar nada, slo un desierto.

    No s, pero nuestra forma de ser, es diferente de la vuestra.

    La vista de vuestras ciudades hace dao a los ojos del Piel Roja.

    Quiz porque el Piel Roja es un salvaje y no lo comprende.

    No hay silencio alguno en las ciudades de los blancos,

    no hay ningn lugar donde se pueda or crecer

    las hojas en primavera y el zumbido de los insectos.

    Pero quiz es porque yo slo soy un salvaje,

    y no entiendo nada. La charlatanera slo daa

    a nuestros odos. Qu es la vida si no se puede or el grito solitario

    del pjaro chotacabras, o el croar de las ranas

    en el lago al anochecer? Yo soy un Piel Roja y no entiendo esto.

    El indio puede sentir el suave susurro del viento, que sopla

    sobre la superficie del lago, y el soplo del viento limpio

    por la lluvia matinal, o cargado de la fragancia

    de los pinos. El aire es de gran valor

    para el Piel Roja, pues todas las cosas

    participan del mismo aliento: el animal, el rbol, el hombre,

    todos participan del mismo aliento.

    El hombre blanco parece no considerar el aire que respira;

    a semejanza de un hombre que est muerto

    desde hace varios das y est embotado contra el hedor.

    Pero si os vendemos nuestra Tierra no olvidis

    que tenemos el aire en gran valor; que el aire comparte su espritu

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    con la vida entera. El viento dio a nuestros padres el primer aliento,

    y recibe el ltimo hlito. Y el viento tambin insuflar

    a nuestros hijos la vida. Y si os vendiramos nuestra Tierra,

    tendrais que cuidarla como un tesoro, como un lugar donde tambin

    el hombre blanco sepa que el viento sopla suavemente sobre las flores de la pradera.

    Yo soy un salvaje,

    y es as como entiendo las cosas. He visto mil bisontes

    putrefactos, abandonados por el hombre blanco.

    Los mataron desde un convoy que pasaba.

    Yo soy un salvaje y no puedo comprender

    cmo el caballo de hierro que echa humo, es ms poderoso

    que el bfalo, al que slo matamos

    para conservar la vida.

    Qu es el hombre sin animales? Si todos los animales desapareciesen

    el hombre tambin morira, por la gran soledad de su espritu.

    Lo que les suceda a los animales,

    luego, tambin les sucede a los hombres. Todas las cosas estn estrechamente unidas.

    Lo que le acaece a la Tierra

    tambin les acaece a los hijos de la Tierra.

    Tenis que ensear a vuestros hijos que el suelo que est bajo sus pies

    tiene las cenizas de nuestros antepasados.

    Para que respeten la Tierra, contadles que la Tierra contiene

    las almas de nuestros antepasados. Ensead a vuestros hijos lo que

    nosotros enseamos a los nuestros: que la Tierra es nuestra madre.

    Lo que le acaece a la Tierra,

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    les acaece tambin a los hijos de la Tierra. Cuando los hombres escupen a la Tierra,

    se estn escupiendo a s mismos. Pues nosotros sabemos que la Tierra

    no pertenece a los hombres, que el hombre pertenece a la Tierra.

    Eso lo sabemos muy bien, Todo est unido entre s, como la sangre que une

    a una misma familia. Todo est unido.

    Lo que le acaece a la Tierra

    les acaece, tambin, a los hijos de la Tierra.

    El hombre no cre el tejido de la vida,

    slo es una hilacha. Lo que hagis a este tejido,

    os lo hacis a vosotros mismos. No, el da y la noche

    no pueden vivir juntos.

    Nuestros muertos siguen viviendo en los dulces ros de la Tierra,

    y regresan de nuevo con el suave paso de la Primavera,

    y su alma va con el viento, que sopla rizando

    la superficie del lago.

    Consideramos la posibilidad de que el hombre blanco

    nos compre nuestra Tierra.

    Pero mi pueblo pregunta: qu es lo que quiere el hombre blanco?

    Cmo se puede comprar el Cielo,

    o el calor de la Tierra, o la velocidad del antlope?

    Cmo vamos a venderos esas cosas y cmo vais a poder comprarlas?

    Es que, acaso, podris hacer con la Tierra lo que queris,

    slo porque un Piel Roja firme un pedazo de papel

    y se lo d al hombre blanco?

    Si nosotros no poseemos el frescor del aire,

    ni el brillo del agua, cmo vais a poder comprrnoslo?

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    Es que, acaso, podis comprar

    los bfalos cuando ya habis matado

    al ltimo?

    Consideraremos vuestra oferta. Sabemos que si no os la vendemos

    vendr el hombre blanco y se apoderar de nuestra Tierra.

    Pero nosotros somos unos salvajes.

    El hombre blanco que va en pos de la posesin del poder,

    ya se cree que es Dios, al que le pertenece la Tierra.

    Cmo puede un hombre apoderarse de su madre?

    Consideraremos vuestra oferta

    de comprar nuestra Tierra. El da y la noche

    no pueden vivir juntos.

    Consideraremos vuestra oferta de que vayamos a una reserva. Queremos vivir aparte y en paz.

    No importa dnde pasemos el resto de nuestro das.

    Nuestros hijos vern

    a sus padres sumisos y vencidos. Nuestros guerreros estarn avergonzados.

    Despus de la derrota

    pasarn sus das en la holganza,

    y envenenarn sus cuerpos con dulce comidas y dulce bebidas.

    No importa dnde pasemos el resto de nuestros das.

    No quedan ya muchos. Slo algunas horas, un par de inviernos,

    y no quedar ningn hijo de la gran estirpe

    que en otros tiempos vivi en esta Tierra, y que ahora en pequeos grupos viven dispersos por el bosque, para gemir sobre las tumbas

    de su pueblo, que en otros tiempo fue tan poderoso y lleno

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    de esperanza como el vuestro.

    Pero, por qu consternarse por la desaparicin de un pueblo? Los pueblos estn constituidos

    por hombres. Es as. Los hombres aparecen y desaparecen

    como las olas del mar. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios camina a su lado,

    y habla con l, como el amigo con el amigo,

    puede librarse del comn destino. Quiz seamos hermanos.

    Esperamos verlo. Slo sabemos una cosa

    -que quiz un da el hombre blanco tambin descubra-,

    y es que nuestro Dios, es el mismo Dios suyo,

    Vosotros, quiz, pensis que le poseis -igual que tratis de poseer nuestra Tierra-,

    pero no podis. Es el Dios de todos los hombres,

    lo mismo de los Pieles Rojas que de los blancos.

    Aprecia mucho esta Tierra y el que atente contra ella

    significa que desprecia a su Creador.

    Tambin los blancos desaparecern, y quiz antes que otras estirpes.

    Continuad contaminando vuestro lecho

    y una noche moriris en vuestra propia cada.

    Pero al desaparecer brillaris por el fuego del poderoso Dios,

    que os trajo a esta Tierra, y que os destin a dominar al Piel Roja en esta Tierra.

    Este destino es para nosotros

    un enigma. Cuando todos los bfalos hayan muerto,

    los caballos salvajes hayan sido domados, y el rincn ms secreto del bosque

    haya sido invadido por el ruido de muchos hombres,

    y la visin de las colinas est manchada por los alambres parlantes,

    cuando desaparezca la espesura,

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    y el guila se haya ido, esto significar decir adis al veloz potro y a la caza.

    El final de la vida -y el comienzo de la otra vida. Dios os concedi el dominio sobre estos animales,

    los bosques y los Pieles Rojas por un determinado motivo. Y es motivo es un enigma

    para nosotros.

    Quiz podramos comprenderlo si supisemos qu es lo que suea

    el hombre blanco, qu ideales ofrece

    a los hijos en las largas noches invernales, y qu visiones arden en su imaginacin,

    hacia las que tienden el da de maana.

    Pero nosotros somos salvajes, los sueos del hombre blanco

    nos estn ocultos, y porque nos estn ocultos nosotros vamos a seguir nuestro propio camino.

    Pues, ante todo, nosotros

    estimamos el derecho que tiene cada ser humano

    a vivir tal como desea, aunque sea de modo muy diverso

    al de sus hermanos. No es mucho lo que nos une.

    Consideraremos vuestra oferta.

    Si aceptamos es slo por asegurarnos la reserva que habis prometido.

    Quiz all podamos acabar los pocos das que nos quedan

    viviendo a vuestra manera.

    Cuando el ltimo Piel Roja de esta Tierra desaparezca

    y su recuerdo sea solamente la sombra de una nube

    sobre la pradera, todava estar vivo

    el espritu de mis antepasados en estas orillas y estos bosques.

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    Pues ellos amaban esta Tierra,

    como ama el recin nacido el latido del corazn de su madre.

    Si os llegramos a vender nuestra Tierra, amadla,

    como nosotros la hemos amado.

    Cuidad de ella, como nosotros la cuidamos,

    y conservad el recuerdo de esta Tierra

    tal como os la entregamos.

    Y con todas vuestras fuerzas, vuestro espritu y vuestro corazn, conservadla para vuestros hijos,

    y amadla, tal como Dios nos ama a todos.

    Pues hay algo que sabemos, que Dios es el mismo Dios.

    Esta Tierra es sagrada para l. Ni siquiera el hombre blanco

    se puede librar del destino comn. Quiz somos hermanos.

    Esperamos verlo.

    "Nosotros somos una parte de la Tierra" Gran Jefe Seattle Editorial Jos J de Olaeta, Editor, 1994

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