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NOTA DE LA AUTORA E l lector verá que el nombre de muchos personajes de la Historia de una cautiva comienza con un mismo prefijo, «Thor-» o «Tor-». Este lexema prepuesto, que denota parentesco con el dios del trueno del panteón de los antiguos escandinavos, era tan común en la era vi- kinga que en ocasiones los nombres de todos los miembros de una fa- milia empezaban de ese modo. He conservado este elemento aunque pueda resultar algo confuso, deseando permanecer fiel a aquellos per- sonajes que he tomado prestados de las sagas originales. Con vistas a hacerlos algo más diferentes entre sí, he alternado la ortografía entre «Thor-», históricamente más preciso, y la forma más moderna «Tor-».

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N O T A D E L A A U T O R A

El lector verá que el nombre de muchos personajes de la Historia deuna cautiva comienza con un mismo prefijo, «Thor-» o «Tor-».

Este lexema prepuesto, que denota parentesco con el dios del truenodel panteón de los antiguos escandinavos, era tan común en la era vi-kinga que en ocasiones los nombres de todos los miembros de una fa-milia empezaban de ese modo. He conservado este elemento aunquepueda resultar algo confuso, deseando permanecer fiel a aquellos per-sonajes que he tomado prestados de las sagas originales. Con vistas ahacerlos algo más diferentes entre sí, he alternado la ortografía entre«Thor-», históricamente más preciso, y la forma más moderna «Tor-».

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A P U N T E S H I S T Ó R I C O S

Los personajes principales de Historia de una cautiva son como mu-cho una nota a pie de página en la bien documentada historia del

pueblo escandinavo. Conocidos más familiarmente como vikingos, es-tos guerreros, granjeros, aventureros y pastores extendieron su influen-cia hasta Rusia por el este, y por el oeste hasta Groenlandia y el NuevoMundo.

Los escandinavos, y en particular los islandeses, se encontrabanentre los pueblos más cultos de su época, e inscribieron su genealogíay su historia oral en la forma de eddas (textos en verso y en prosa quenarraban la crónica de su patrimonio mitológico y heroico) y de sagas(relatos semihistóricos que dan cuenta de familias y enemigos, de estir-pes reales y de batallas perdidas y ganadas). Como suele ocurrir, esostemas tan importantes olvidan los detalles mundanos de la vida de lagente corriente. En busca de ese sabor de realidad, tuve que recurrir alo que nos dicen los restos arqueológicos sobre las condiciones de lavida en Groenlandia y en otras partes del mundo vikingo a finales delsiglo X y comienzos del XI.

Tanto la Saga de Erik el Rojo como la Saga de los groenlandeses, co-nocidas conjuntamente como Sagas de Vinlandia, relatan el viaje deveinticinco naves y cuatrocientos colonos desde Breidafjord («Fiordoancho»), en Islandia, a Groenlandia en los años 985 y 986. Erik el Rojo(aquí llamado Eirik Raude) dirigió esta precaria incursión en los dis-tantes territorios sin dueño que había descubierto tres años antes,cuando había sido proscrito en Islandia por haber cometido varios ase-sinatos relacionados con una disputa sobre unas maderas para la cons-

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trucción de casas. Como señalan ambas sagas, Eirik dio su atractivonombre al país (Groenlandia, Greenland: «tierra verde») para hacerlomás apetecible a aquellos a los que quería convencer para que lo si-guieran.

Sólo uno de los personajes principales de Historia de una cautiva,la vidente Thorbjorg, aparece en la Eirik’s Saga, y eso muy brevemen-te, profetizando el destino de Gudrid Thorbjornsdatter, quien viajódesde Islandia a Groenlandia, de allí a Vinlandia [Terranova], y volviófinalmente a Islandia para convertirse en matriarca de una eminentefamilia islandesa.

Katla debe su nombre al «fuego que arde bajo el hielo de la mon-taña», el volcán islandés cubierto por el glaciar del que, junto con elHekla y varios cráteres de Oraefi, se decía que era la entrada tanto alantiguo infierno escandinavo como al cristiano.

El nombre Bibrau aparece tallado entre las runas de una vara, talcomo se describe en el capítulo final de la novela. Descubierta en Nar-saaq (Groenlandia), no lejos de Brattahlid, el lugar en que se asentó Ei-rik Raude, esta vara está escrita con el futhark sueco-noruego, runas detrazo corto como las utilizadas en el encabezamiento de los capítulosde este libro. Como las runas de trazo corto dejaron de emplearse a co-mienzos del siglo XI, esa vara puede datarse en la primera fase del asen-tamiento vikingo. En la actualidad, se conserva en el Danmarks Natio-nalmuseet de Copenhague.

El nombre de Ossur Asbjarnarsson también deriva de un resto ar-queológico. Ese nombre aparece en una inscripción funeraria descu-bierta en una isla frente a Ivigtut, en Groenlandia, en un área conocidacomo Mellombygd («asentamiento medio»), originaria de los tiemposde la colonización escandinava.

Torvard Einarsson procede de una amalgama de varias mencio-nes de poca relevancia en las Sagas de Vinlandia: primero, se dice allíque Einarsfjord fue colonizado originalmente por un jefe llamado Ei-nar; segundo, que Einarsfjord es la localización de la granja Gardar;y tercero, que Freydis Eiriksdatter, la hija ilegítima de Eirik Raude, sedesposó con un hombre llamado Torvard, más que nada con la inten-ción de heredar la amplia y próspera granja de Gardar. Consideran-do el marco temporal y diversas leyes sobre la herencia, he combina-

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do estos hechos dispares para hacer de Torvard el hijo primogénitode Einar.

Freydis Eiriksdatter es un personaje importante de las dos Sagas deVinlandia. En una de ellas, Freydis es una malvada manipuladora queempuja a su esposo, Torvard, a cometer numerosos asesinatos, antes decometer ella misma unos cuantos más. En la otra, la vemos en Vinlandia,encinta, aterrorizando a los hostiles skraelings (antiguo término escandi-navo para referirse a los nativos que encontraron en Norteamérica, queprobablemente fueran indios micmac o beothuk) por el procedimientode desnudar su pecho y golpeárselo con una espada.

Las sagas se contradicen sobre quién descubrió América del Nor-te. La Saga de los groenlandeses asegura que fue Bjarne Herjolfsson elprimero en atisbar el continente, pero en su apresuramiento por reu-nirse con su padre en Groenlandia, no se preocupó de investigar dequé se trataba; pero por él Leif Eiriksson compró su barco y zarpópara explorar convenientemente aquello que terminó llamando Vin-landia. La Saga de Erik el Rojo establece con rotundidad que Leif fueel primero en ver Vinlandia, y también le hace responsable de la cris-tianización de Groenlandia, por mandato del rey Olaf Tryggvason,así como de rescatar a varios cristianos que habían naufragado, entreellos Gudrid Thorbjornsdatter. En 1960 se encontraron restos de unasentamiento escandinavo en L’Anse aux Meadows, en Terranova,Canadá, lo cual confirió autenticidad a las aseveraciones de las Sagasde Vinlandia.

La madre de Leif, Thjoldhilde, erigió la primera iglesia cristiana deGroenlandia, hacia el año 1000; y además, según la Saga de Erik elRojo, se negó a vivir con su esposo hasta que éste se convirtió tambiénal cristianismo. El contorno de la iglesia de Thjoldhilde sigue siendovisible hoy día entre las altas hierbas de una colina desde la que se venlas ruinas de la casa larga de Brattahlid, en Qagssiarssuk, Groenlandia.

Thorhall el Cazador aparece en la Saga de Eirik como un gamberromalhablado que no abandona nunca su fe en su dios predilecto, Thor.Persiste en sus creencias, acarreando dolor y desgracia a los cristianosque le rodean, y paga su devota fidelidad con su final esclavitud ymuerte en Irlanda.

Los asentamientos escandinavos en Groenlandia duraron casi qui-

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nientos años, surtiendo de colmillos de morsa de los distantes camposde caza del Norte, telas de paño buriel de gran calidad, y halconescompletamente blancos y osos polares que se embarcaban vivos paralos reyes de Europa. Pero la economía y la propia naturaleza se volvie-ron en contra de los colonos. Con la llegada de la Pequeña Edad deHielo, a comienzos del siglo XIV, las temperaturas descendieron tansólo un par de grados, pero el deterioro del clima puso en riesgo los yamarginales asentamientos. Menguó la demanda de productos de Gro-enlandia, y el incremento de los hielos marinos hizo que los difícilesviajes marítimos resultaran menos rentables.

A mediados del siglo XIV, el sacerdote noruego Ivar Bardarssontrató de visitar en Groenlandia a su rebaño cristiano, al que no teníamuy atendido. Llegó a Vesterbygd para descubrir que no había «nadie,ni cristianos ni paganos, tan sólo ovejas y ganado asilvestrado». La co-lonia de Austerbygd languideció poco después. Los últimos testimo-nios de Austerbygd son un anuncio en el King’s Mirror en septiembrede 1408 del matrimonio entre Thorstein Olafsson y Sigrid Bjørnsdat-ter en la iglesia de Hvalsey. Mucha gente acudió a la boda, que fue ofi-ciada por dos sacerdotes y contó con la asistencia de invitados de den-tro y de fuera de Groenlandia. Pero el barco que, unos años más tarde,llevó a la pareja a Islandia, fue el último en atracar en las costas de laGroenlandia escandinava.

Judith Lindberg, 2006

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A G R A D E C I M I E N T O S

Quiero testimoniar mi aprecio a los doctores Thomas McGoverny Christian Keller, y a gran cantidad de arqueólogos y estudio-

sos cuyo trabajo ha influido en muchos aspectos de esta novela. Tam-bién me siento en deuda con el doctor William Fitzhugh y con Elisa-beth Ward, del Museo Nacional de Historia Natural de la InstituciónSmithsoniana, por su apoyo entusiasta.

A mi grupo de trabajo debo una gratitud inmensurable: StephanieCowell, Peggy Harrington, Elsa Rael, Katherine Kirkpatrick, CaseyKelly, Ruth Henderson, la difunta Isabelle Holland; y a MadeleineL’Engle, por unirnos e inspirarnos a todas.

Le estoy calurosamente agradecida a Ada Brown Mather, por ense-ñarme a «no soltar el hilo de la situación»; a Dorothy y William Beris-tein, por los muchos textos polvorientos que encontraron en libreríasde viejo; a Albie Collins junior a Sarah Reid y a Gloria Malter, por suapoyo en cuerpo y alma; a Penny Stoodley, a Holley Bishop, a LeslieNelson, y a muchos otros amigos queridos que me animaron en misprimeros pasos; y a los pocos que fueron partícipes de la evolución deeste manuscrito.

Por último, la gratitud más sincera a mi agente Emma Sweeney y ala jefa de edición Carole De Santi.

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Brat tahlid(Granja de Eirik Raude)

Gardar(Granja de Einar)

Eiriksøy

Aguas sanadoras

Eirik

sfjo

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Einarsfjord

Sigl

ufjo

rd

Hrafnsfjord

E s t r e c h o d e Da v i s0 Kilómetros

0 Millas

20

2010

H i e l o s d e l i n t e r i o

r

Labrador Sea

Austerbygd(East Settlement)

North AtlanticOcean

Katla’s VoyageA.D. 985

Estrecho de Davis

Mar del Labrador

Thingvellir

Austerbygd(Asentamiento Oriental)

Vesterbygd (Asentamiento Occidental)

Mellombygd(Asentamiento Central)

Terrenos de caza de Nordsetur

hacia Vinlandia

ISLANDIA

Breidafjord

Océano Atlántico

G R O E N L A N D I A

Viaje de Katla,año 985

ASENTAMIENTOS NORUEGOS, año 1000

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Herjolfsnaes(Granja de Herjolf)

Granja de Thorbjorg

Sandhavn

Alp

tafjo

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Tofa

fjor

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Ketilsfjord

H

ielos del interior

Océano Atlá

ntico

© 2005 Jeffrey L. Ward

AUSTERBYGD (Asentamiento oriental)GROEN L A ND I A , a ñ o 10 0 0

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La travesía

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K A T L A

«Soy propiedad de Einar», así hablan las runas que llevo al cuello,talladas en una piedra pulida por los años. Este amuleto perte-

neció a otra antes que a mí, a otra esclava cuyo nombre ha caído en elolvido. Ni siquiera recuerda nadie cómo murió, sólo que lo hizo más omenos cuando yo nací.

Al nacer me pusieron mi nombre, Katla, por el fuego que arde bajoel hielo de la montaña. Y me ataron esta cuerda que siempre he lleva-do al cuello. Siempre he sido esclava.

Así pues, ¿qué motivos tengo para que me embargue esta incom-prensible tristeza al dejar la única tierra que conozco, ésta en la que hesido esclava siempre? Y sin embargo, observo a mi alrededor casiabrumada por la tristeza, mientras la figura de mi amo, Einar, se yerguesobre la arena de la playa. Su estatura descuella en el círculo de jefes enque se encuentra, con quienes ultima planes antes de abandonar estosparajes para siempre. El único que es aún más alto que mi amo es Ei-rik Raude, cuya cabeza de fuego refulge entre las demás, que son másbien cenicientas. Es él quien ha planeado este viaje a la gran tierra quese encuentra al Oeste, al otro lado del abierto mar.

Hace dos años, durante el solsticio invernal, sirviendo en el ban-quete de mi amo, oí hablar a Eirik de los exuberantes pastos y los pro-fundos fiordos rebosantes de morsas, focas y pájaros de esa tierra.

—¡Son tierras tan amplias y fértiles, amigo Einar...! —decía—.¡Piénsalo bien! Ten el valor de venir conmigo. Allí hay un fiordo al que

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ya he puesto tu nombre: ¡Einarsfjord! ¡Míralo! Es llano y verde, y al-berga la más hermosa de las granjas, a excepción tal vez de la mía pro-pia, al lado de la cual está situada, sin que haya otra separación entreellas que un prado tupido de hierba y de musgo fresco que crecerápara endulzar la leche de tus vacas, y para engordar a tus ovejas tanto,Einar, que no vas a tener más remedio que matarlas antes incluso deque la primavera derrita las nieves.

—¿Y dices que es tan...? —Mi amo levantó una ceja entrecana altiempo de preguntar—. Bueno, es para pensárselo, porque aquí en Is-landia ya no se encuentra nada parecido. Islandia está cuajada de gran-jas, y sólo quedan libres los campos que no son fértiles, colinas ceni-cientas en las que apenas encuentran algo que comer las ovejas. Yhasta esos parajes inservibles se cubren de sangre a la menor ocasiónpor disputas entre los que las reclaman. ¡Ah, lo que dices es tentador,Eirik, y casi demasiado hermoso para creerlo!

—Pero tú me conoces bien, Einar.—Desde luego que sí, viejo amigo. No quisiera vérmelas contra ti lu-

chando cuerpo a cuerpo, y tampoco iré a provocarte cuando te has vueltoinsoportable de tanto beber. Aun así, lo reconozco, eres bastante honrado,aunque de mal carácter. Por eso pensaré en tu propuesta y la comentarécon mi señora, Grima. ¿Cómo le digo que se llama esa nueva tierra?

—¡Ah...! —Eirik Raude sonrió en ese momento de oreja a oreja,con una fila de dientes rotos y algo amarillentos que quebraron su rojabarba—. Groenlandia1 —contestó pronunciando la palabra despacio,como si lo hiciera para sí.

—Groenlandia —repitió mi amo, y el nombre sonó a riqueza y es-peranza en su boca.

Y por eso ahora, muchos meses después, nos disponemos a zarpar.Aguardo ante el tablón, haciendo fila con otros esclavos. El recio

barco mercante de Einar se queja con el mismo sonido lastimero queotros knarrs:2 son veinticinco en total, cada uno de los cuales exhibe

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1. En inglés, Greenland, «tierra verde». (N. del T.)2. Barco vikingo por excelencia, a veces llamado drakkar por los mascarones des-

montables en forma de cabeza de dragón. (N. del T.)

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relucientes escudos de madera pintada y ruidoso metal colgados porencima del listón de la regala, y unos remos extendidos que chorreanagua. Cada uno está dispuesto a ser gobernado por uno de los amos:Hafgrim, Herjolf, Ketil, Hrafn, e incluso Helgi Thorbrandsson entreotros. Todos ellos fueron en otro tiempo en Islandia hombres podero-sos, pero ahora el hambre, la venganza o la avaricia los obligan a par-tir. Todos se llevan a los suyos, a sus esposas e hijos, a sus hijas y yer-nos, y a sus esclavos, como yo: todos estamos ya preparados para salira la mar.

Una multitud. A mi alrededor todo son limpias cabezas de escla-vos, calvas afeitadas que brillan con el rocío de la mañana, en tanto quenosotras, las esclavas, llevamos puesto nuestro mejor y también únicovestido, hecho de una tela de paño buriel, triste y gris, y una pañoletablonda que nos cubre las trenzas y las cejas. La verdad, parecemos to-das la misma persona, todas estamos feas y sucias, todas vestimos nues-tras ropas malolientes desgastadas por los codos, mientras que loshombres libres y sus mujeres podrían bailar sobre las rocas de Breidaf-jord alardeando de su lana, más gruesa y de mejor calidad que la nues-tra, de sus botas de piel y cuero, de sus capas de piel de foca, de suspieles de reno, y a veces, incluso de sus pieles de oso de las que cuel-gan las garras del animal. Están alegres, arropadas y calentitas: bienpreparadas para afrontar el fiero frío del mar.

Los knarrs se balancean, movidos por cada nuevo pie que pasacautamente del tablón a la cubierta. Abajo, las aguas del fiordo se agi-tan, oscuras. Apenas asomo la barbilla por encima de mi fardo peque-ño y tosco, que contiene todas mis pertenencias. Lo estrecho firme-mente contra el pecho, y el corazón me palpita contra él. La piel ya seme ha enfriado.

A los esclavos nos empujan. Al grito de «¡fuera!» nos obligan aapartarnos para dejar pasar a un caballo que va cargado hasta arriba.Cuando pone las patas sobre el tablón, éste se comba y hace ruidos las-timeros.

—¡Se va a romper! —susurran rápidamente otros esclavos—. ¡Ohundirá el barco!

—No, yo no me subo.—¡Ni un paso más, ya no admite a nadie más!

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El capataz nos oye y se acerca a nosotros con paso pesado y unacuerda de tripa de foca enrollada a la mano.

—¡Si no os calláis, sobre vuestra espalda caerá el destino tan rápi-do y aciago como el capricho de las nornas que lo tejen!

Las nornas del destino: tres hilanderas que, según cuentan, tejencon sus manos incluso el destino de los dioses. ¡El viejo Odín, el de unSolo Ojo, Frey y Freya, Frigga, Thor y hasta Loki las temen! Pero noquiero pensar en ellas ahora, en esta costa y ante este tablón que nopara de balancearse.

Pero las palabras del capataz acallan a los otros. El caballo cruza eltablón y se asienta sobre el fondo del barco de nuestro amo. Siguencargando los knarrs, que cada vez están más llenos de ganado, cajas, ar-cones, bolsas de comida y semillas, odres y rollos de cuerda. A mi alre-dedor, ovejas y cabras que no dejan de balar ensucian los fardos quehemos liado, algunos anoche mismo, y otros hace semanas. El marlame el casco del barco, ansioso por engullirnos, golpeteando con unruido que se oye por encima del clamor de la multitud.

Desde el primer momento hemos hablado de este viaje con espan-to: conversaciones de esclavos enardecidos y cautelosos; quejas, gruñi-dos y refunfuños de los que temen quedarse y de los que temen partir.Porque bien sabíamos que Einar no nos podía llevar a todos. Tendríaque escoger, y muchos sentían terror de ser vendidos. Temblaban porlo que les pudiera deparar el destino, miraban a su alrededor con des-concierto y recelo, algunos tenían tentaciones de tramar planes defuga, nerviosos y asustados. Creo que soy la única a la que no le impor-taba mucho, porque siempre pienso que allí donde hubieran llevado ami madre, me llevarán a mí sin duda alguna. Y es seguro que, a mi ma-dre, Einar la hubiera llevado con él, pues fue su favorita hasta el día desu muerte.

Por eso, la primavera pasada, cuando estaba haciendo mis labo-res en lo alto de la colina y vi que subían los viejos barcos para repa-rarlos en el fiordo, y cortaban y daban forma a nuevos troncos paraconstruir más knarrs, empecé a ponerme nerviosa y a sentir un ines-perado terror, como si hasta aquel momento no hubiera comprendi-do que era cierto que nos íbamos de Islandia. Hay quien dice que lavida es siempre mejor en otras partes, donde un esclavo puede en-

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contrar la libertad si demuestra su valía, o al menos ganar ciertas cuo-tas de libertad, pero yo les respondo que la vida aquí es cuanto co-nozco, mientras que lo que nos espera allí... de eso no sé nada.

Los verdaderos preparativos empezaron con el otoño: almacena-mos y embalamos el grano, secamos el pescado, preparamos el hidro-miel, guardamos agua fresca de la lluvia y de los torrentes en barrilesimpermeabilizados con brea, destetamos a los corderos y matamos alas ovejas que eran demasiado viejas o débiles para hacer la travesíacon nosotros. Y lo vendimos todo. Con mi trapo le sequé a mi ama laslágrimas que derramaba por el arcón de pesado roble, con su robustacerradura de hierro, del que iba sacando la ropa blanca finamente tra-bajada, las sutiles sedas traídas de muy lejos, los tapices que habíanbordado las manos de su abuela, y otras cosas semejantes, muy apre-ciadas, que provenían de sus antepasados. Tenía que separarlos y deci-dir de cuáles se desprendía.

También yo me las tenía que entender con las telas, pero lo míoeran las telas que había que tejer para hacer las velas. Si hubiera sospe-chado lo dura, larga y tediosa que era la labor, creo que me habría ten-tado la posibilidad de fugarme, pero para cuando lo averigüé, era yabien entrado el invierno y no había a dónde escapar. A pesar de lo lar-gas que eran las noches y de lo cortos y fríos que eran los días, trabajá-bamos ante los telares verticales, tejiendo, tejiendo, tejiendo todo eltiempo hasta que nos dolían los brazos, los pies y la espalda y apenaséramos capaces de pasar el hilo. Pero poco a poco fueron creciendo lasvelas, grandes y fuertes. Las terminamos para la primavera. No las te-ñimos como se hace con las velas de los barcos vikingos porque no es-taban destinadas a la batalla ni a la incursión guerrera, a menos que hu-biera que tomar esa playa extranjera. Pero nos dicen que no habránadie a quien conquistar, porque a donde vamos no hay gente, sólorestos de fogatas y huesos extrañamente labrados. Aun así, hay quiendice que por la noche vagan los draugs, muertos andantes que atraenal incauto a la montaña y lo sumen en la locura o algo peor. Así quemucho me temo que me arrastren a mí, presa del pánico. Le imploré ami amo que me dijera si eso era cierto, y Einar me juró por su alma queEirik Raude nunca había visto ninguno.

Cuando los armadores hubieron asegurado el mástil y atado las jar-

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cias en lo alto, fuimos al puerto Inga, Groa y yo con el rollo de tela bienliado y sujeto a nuestras caderas. Allí en el astillero, los hombres másfuertes la extendieron y levantaron («¡Tirad!, ¡más, más alto!») sublanco cegador al sol del mediodía. Subió meciéndose y ondeandohasta que la tensaron completamente, y entonces la infló el soplo delviento. Contemplamos cómo salía del puerto el nuevo barco hacia laboca del fiordo. Pronto se perdió de vista. Desde donde nos encontrá-bamos no podíamos ver más allá de la colina donde estaba nuestragranja.

Ahora aguardo ante aquel mismo barco, que sólo está sujeto a laorilla por ese estrecho tablón. Qué extraño me parece estar aquí, comodecía siempre mi madre. Aunque ahora ella ya no está porque yace en-terrada bajo un pequeño montón de arena, con una piedra sobre lospies para que repose tranquila y no se mueva, y yo me encuentro aquísola, sin otra presencia ante mí que las extensas aguas oscuras y lo queme aguarde allá, en esa tierra lejana que no he visto nunca.

En viaje parecido a este se vio mi madre una vez, aunque se halla-ba en situación aún más desesperada que la mía, pues acababa de serreducida a la esclavitud. Así me lo explicó muchas veces en la noche,susurrándome al oído mientras los demás esclavos dormían, a mi lado,sobre la paja, apretándome contra su cuerpo blando y caliente parapreservarme del frío, el doloroso relato del lugar del que procedo, unlugar que no he visto nunca, una tierra cuyo aire seguramente no res-piraré nunca, pero del que ella me hablaba una y otra vez, hasta quemis pensamientos y mi corazón lo consideraron su hogar.

Sigilosos y agazapados en la niebla, habían llegado a la orilla irlan-desa con el alba. Sólo se dieron cuenta de la llegada cuando olieron elhumo de la paja de las techumbres, y después al oír el ruido de hierroscon el que los asaltantes tomaban el pueblo granja a granja, cabaña acabaña. Mi madre me contó que mi padre la había escondido en elhoyo del estiércol, junto al establo, desde donde ella lo había visto lu-char bravamente contra aquellos enemigos, sin otra arma que su afila-da hacha, y en cuanto ellos se la cortaron, sólo con el mango. Era va-liente, pero no podía hacer nada contra las recias espadas de losvikingos. Eran muchas, grandes, frías y feroces, y él estaba solo.

En el momento en que le partieron el cráneo, decía mi madre que

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los vikingos se habían echado a reír, salpicando la hierba con su honra-da sangre, pateando su cuerpo agonizante con sus duras y gruesas bo-tas. Se maldijo a sí misma por no poder contener el llanto, pues por esellanto la descubrieron y la arrancaron del hoyo en que la había oculta-do mi padre. Mi madre mostraba con orgullo las cicatrices que los vi-kingos le habían hecho cuando se resistía a sus rudas manos, que laarrastraban sobre la sangre de su esposo, sangre que manchó el vesti-do que conservó hasta la muerte, el vestido con el que fue enterrada.Desde el fardo de la ropa que escondía en el rincón de la paja de los es-clavos, cogí aquellos harapos y la vestí con ellos, y las lágrimas que mecorrían por las manos empaparon y refrescaron la sangre de mi padrecomo si volviera a brotar.

Aquel día los asaltantes encadenaron a mi madre y a todos los de-más, pero escondido debajo de su piel ella llevaba el último presentede su amado. Y fue así como yo llegué a esta tierra, convertida en es-clava antes de nacer.

Llegaron y nos capturaron en la niebla, con el silencio y el sigilo dela muerte. Pero hoy no hay motivos para el silencio ni el sigilo. Hoyaguardamos la partida entre las canciones vikingas de estos hombres li-bres.

Entre todo este ajetreo de voces y empujones, busco a Inga, mi úni-ca amiga de verdad, quien es para mí como una hermana, si bien esmayor que yo y muy diferente a mí, tan oronda y colorada, bajita, re-choncha y de risa fácil, mientras que yo soy seria y más bien triste. Yhasta con cierta amargura a veces, aunque no en el peor de los senti-dos. Aun así, Inga es la compañera a la que más quiero desde que eraniña, es la que ha conocido todos mis secretos y me los ha guardado.Incluso ahora, que he crecido ya todo lo que tenía que crecer, echo demenos la seguridad de sentirla a mi lado y de saber que no se me esca-pa. Sin embargo, no la encuentro por aquí. Se habrá ido un poco másallá. ¡Sí, allí, ya la veo! Está atendiendo a los hijos más pequeños denuestra ama Grima. Torunn, la niña, y Torgrim, el niño, los dos sonbastante simpáticos y están acostumbrados a los constantes cuidadosde Inga. Pero ahora se escapan, e Inga corre tras ellos con las faldas alviento y haciendo saltar los guijarros de la playa al hundir los pies, y lesgrita desesperada:

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—¡Eh, Torgrim, vuelve aquí! Torunn, no te vayas. ¡Torgrim, vuel-ve aquí inmediatamente!

Iría yo misma a buscarlo, porque corro mucho más que Inga. Sinembargo, apenas me he salido de la fila cuando oigo una voz detrás demí que me dice:

—Katla, ¿te crees que es asunto tuyo? Quédate donde tienes queestar. —Sé que es Hallgerd. Hallgerd, que piensa que es su misión de-cirnos a las demás lo que debemos hacer, aunque no es más que una es-clava igual que nosotras—. Es ella la que está a cargo de Inga —dicecon burla—, y no te necesita para hacer lo que tiene que hacer. Seguroque le irá mejor sin tu ayuda, pues ya sabes que el ama no te quiere de-masiado cerca de sus niños.

Eso es cierto, a mi ama no le gusto. Tal vez sea por causa de mi ma-dre, pero no me atrevo a preguntárselo a otro y tampoco a mí misma.Sin embargo, me quedo en la fila, que ahora avanza muy despacito ha-cia la orilla. Salimos de la superficie verde, cubierta de hierba y musgo,y pisamos la orilla de crujiente grava. A continuación ponemos el pieen ese tablón que chirría. ¡Bueno, la cosa no es para tanto, lo único quesucede es que se balancea un poco! Las olas se levantan, de pronto lle-gan más alto desde la profundidad, amenazando mis pies forradoscuando dejan de pisar para siempre la costa de Islandia.

Me empujan para que avance, primero Hallgerd y luego las otras.Cruzo el tablón muy aprisa y entro en el ancho knarr tambaleándome.Sigo temblando, pero me obligo a sobreponerme. Cada nuevo cuerpoque entra en el barco lo inclina más y más. El agua del fiordo sube yabraza las tablas del barco cuando trato de sentarme donde me dicen,entre fardos, cajas, bolsas y arcones, sobre el áspero suelo que no cesade balancearse.

Apenas me he sentado en mi sitio cuando noto que me observa unextraño desde la playa. Sé de inmediato que no se trata de un esclavo.Su porte tiene una cierta gracia afectada, aunque la capa que lleva es detela, no de cuero, y el sombrero de suave lana, no de bronce batido. Esdelgado y apuesto, y es un hombre libre, aunque pobre, si no me equi-voco. Sin dejar de mirarme, abre la boca como si quisiera decirme algocon los labios. Alarga los dedos como para coger los míos, como paraapretármelos por entre la multitud. Me echo atrás bruscamente, lla-

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mando enseguida a Inga. Él casi ha llegado a nuestro barco, pero a ellano la veo por ninguna parte. Y sin embargo, cuando él oye mi voz, in-clina la cabeza y murmura:

—Lo siento. —Y se encoge, se vuelve, y desaparece.Es extraño, porque se vuelve varias veces, incluso mientras se ocu-

pa de su carga, pues lleva ovejas, cabras, y diversas cosas en un viejo ar-cón desgastado por el viento. Dos veces ha tenido que ir a buscar lascabras que se salían del camino y, sin más vigilancia que la suya, está apunto de perder un cordero. Se vuelve y sonríe levemente mientras yointento contener la risa. Después se va y se pierde entre la multitud.

Por fin llega Inga, pasando sin respirar por el tablón. Llega con lafalda sucia, y se vuelve hacia la pobre Torunn, temiendo por ella:

—¡Katla, cógeme a este Torgrim! —me pide mientras Torunn hacearcadas en la borda—. ¡Pero no me digas que ya estás así! —le susurraInga—. ¿Ya te has mareado? Si no es más que una charca.

Torgrim se retuerce cuando lo agarro.—Katla, ¿no te parece que mi padre... se va a quedar aquí y nos va

a dejar solos en la mar?Einar sigue en la playa en compañía de los otros jefes, haciendo

fuegos y sacrificios a Odín y a Thor.—¡No! —la mando callar—. Por supuesto que no. Es sólo que tie-

ne que implorar a los dioses para que tengamos un buen viaje.Aprieto a Torgrim contra mi pecho y le doy unas palmaditas en la

estrecha espalda. Pero enseguida se desembaraza de mí. Se escapa e in-tenta subirse a la borda.

—¡Padre! —grita intentando saltar justo cuando las llamas del sa-crificio se alzan rugiendo.

—¡Quédate aquí! —le digo agarrándolo, y caigo en medio de unapila de cajas.

A mi lado, Torgrim trepa por las cajas, derriba algunas, y empiezaa gritar:

—¡Padre, no me dejes!—¡Qué cosas dices! —Le acaricio la parte superior de la cabeza,

que brilla al sol, y aguanto la humedad de sus lágrimas que empapan elpaño buriel de mi vestido, y la brisa que corre por encima de la borda,que sobresale ya muy poco de la línea de flotación.

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