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NO SÉ CÓMO AMARTE

Cartas de María de Magdalena a Jesús de Nazaret

Pedro Miguel Lamet

Editorial Mensajero, Colección Litteraria, 3ª edición 2017, 375 páginas

Notas

César Herrero Hernansanz

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INTRODUCCIÓN

Les ofrezco mis notas del libro NO SÉ CÓMO AMARTE, Cartas de María de Magdalena a Jesús de Nazaret, de Pedro Miguel Lamet.

El presente libro, sin olvidar que es una novela, aporta varios filones interesantes y luminosos, que cada lector puede descubrir y vivir personalmente, como se supone que los vivió María Magdalena: estilo literario epistolar, un acierto, que facilita comunicación y oración; evolución espiritual de María Magdalena; comprensión de Jesús y su Buena Nueva desde la óptica de una mujer pecadora muy próxima a Jesús; evolución e integración del amor en Jesús y en todas las criaturas; muerte y resurrección; nuestra participación y vida en el reino de Dios aquí; eternidad y felicidad empiezan aquí … y golpe de timón de la deriva enfermiza de la relación de Jesús y María Magdalena, a la que el Maestro amó y le mostró su predilección, a la sólida ruta histórica del amor desinteresado, sin complejos, ni límites.

Si después de leer mis notas desean profundar en algún asunto, les sugiero recurrir al texto del libro, que les recomiendo leer. Descubrirán su luz y disfrutarán.

Los textos bíblicos son de la Biblia de Jerusalén. Asimismo, les adjunto índice y paginación de mis notas, sincronizado con el del

texto original, para que puedan percibir a vista de pájaro una panorámica del libro. Índice y paginación, que les facilitarán la búsqueda fácil de temas de su interés y ubicación.

Que disfruten estas notas.

César Herrero Hernansanz Murcia, diciembre 2017

ÍNDICE

Papiro 0. No sabía cómo amarle ………………………………. 4 Papiro 14. Lepra en el corazón …………………………………… 15 Papiro 3. Avísame, amor ………………………………………….. 5 Papiro 15. El reino …………………………………………………….. 16 Papiro 4. Fuego en las entrañas ………………………………. 6 Papiro 16. Pedazos de mí misma ……………………………….. 18 Papiro 6. El sanador amigo ……………………………………….. 7 Papiro 17. Todas tus lágrimas …………………………………….. 19 Papiro 8. Tus felicidades …………………………………………… 8 Papiro 18. Soy tu Yo soy …………………………………………….. 21 Papiro 9. Perfumes de mujer ……………………………………. 9 Papiro 19. Comerte para vivirte …………………………………. 22 Papiro 10. Has tocado la flauta …………………………………. 10 Papiro 20. La noche más oscura …………………………………. 23 Papiro 11. Enamorada del Mesías …………………………….. 12 Papiro 21. Mirad al hombre ……………………………………….. 24 Papiro 12. Secretos de una madre ……………………………. 13 Papiro 22. Crucificada contigo ……………………………………. 25 Papiro 13. El manantial de dentro ……………………………. 14 Papiro 23. El jardín de la vida ……………………………………… 26

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Papiro 0. No sabía cómo amarle

Te confieso que él me abrió las puertas del espíritu mientras mi carne de mujer se estremecía, y que me costaba, sobre todo a los comienzos, armonizar ambas sensaciones. No sabía cómo amarle. ¿Cómo se puede abrazar el horizonte? ¿Cómo se puede de una ojeada contemplar el mar entero? ¿Qué sensación queda cuan do una voz se te clava en el corazón y éste resuena hasta convertirse en cúpula de lo infinito? ¿Qué hacer cuando un hombre es a la vez ternura y desplante, caricia y huida, puerto y barca, morada y camino, abrazo y despedida?

Sé que he muerto con él y que a la vez nunca estuve tan viva. ¿Quizás porque de pronto me anegó el amor? ¿O es porque el secreto del día se encuentra en la oscuridad hueca de la noche?

Me dejó desconcertada en el huerto del sepulcro cuando me dijo que dejara de tocarle. ¿Cómo puede sin tocar vivir una mujer loca de amor? Siento mis manos como muñones y mis ojos como dardos sin diana, me siento huérfana, viuda, perdida.

Las mujeres que seguíamos a Jesús coincidimos en que miraba a cada una como si fuéramos únicas y que no hemos conocido hombre, judío o gentil, que tratara a las mujeres así, con ese respeto y delicadeza, sin despreciarlas o negarles la palabra. Pag 14.15.

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Papiro 3. Avísame, amor

Tengo que confesarte, querido Jesús, que cuando me acarició el romano Quinto, por primera vez en mi vida sentí algo parecido al amor. Por vez primera los movimientos de mi cuerpo parecían conectarse con mi alma y sentí que hay algo más que un impulso instintivo en el ser humano. Me sentí mujer y al mismo tiempo su esclava, pero una esclava voluntaria y feliz. Comprendí en ese instante que Dios no nos ha dado el cuerpo solo para procrear o satisfacernos, sino para fundirnos en un abrazo, que puede llegar a ser antesala de otro mundo más allá de éste.

Me consolaba soñar con las Escrituras que algún día podrías aparecer tú: Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros, Ct 1, 7. Pag 48-53.

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Papiro 4. Fuego en las entrañas Supe por primera vez que Yahvé me conducía hacia un lugar desconocido; tuve la certeza de que no me había abandonado, de que por alguna razón me había sacado de un Egipto de esclavitud, como a nuestros padres, para atraerme hacia el desierto, su desierto.

¿Me sucedía como a Job, al que Dios permitió saborear la amargura hasta el fondo?: Los terrores se vuelven contra mí, como el viento mi dignidad es arrastrada; como una nube ha pasado mi ventura. Y ahora en mí se derrama mi alma, me atenazan días de aflicción. De noche traspasa el mal mis huesos, y no duermen las llagas que me roen. Con violencia agarra él mi vestido, me aferra como el cuello de mi túnica. Me ha tirado en el fango, soy como el polvo y la ceniza. Grito hacia ti y tú no me respondes, me presento y no me haces caso. Te has vuelto cruel para conmigo, tu mano vigorosa en mí se ceba. Me llevas a caballo sobre el viento, me zarandeas con la tempestad. Pues bien sé que a la muerte me conduces, al lugar de cita de todo ser viviente. Y sin embargo, ¿he vuelto yo la mano contra el pobre, cuando en su angustia justicia reclamaba? ¿No he llorado por el que vive en estrechez? … Yo esperaba la dicha, y llegó la desgracia, aguardaba la luz, y llegó la oscuridad. Me hierven las entrañas sin descanso, me han alcanzado días de aflicción. Sin haber sol, ando renegrido, me he levantado en la asamblea, sólo para gritar. Me he hecho hermano de chacales y compañero de avestruces. Mi piel se ha ennegrecido sobre mí, mis huesos se han quemado por la fiebre. ¡Mi cítara sólo ha servido para el duelo, mi flauta para la voz de plañidores!, Jb 30, 15-31.

¿Fue tan grande el pecado de Eva para que ser mujer equivalga a sufrimiento desde que nace? ¿Por qué el hombre arroja nuestros encantos después de desearlos y disfrutarlos, maltrata nuestro cuerpo débil y va en busca de manjares más frescos, de racimos intactos? Pag 58-60.

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Papiro 6. El sanador amigo Tus ojos misteriosos serenan el alma y abren horizontes hacia un mar infinito. Tu mirada serena e interroga al mismo tiempo, llama y recibe, abraza e interpela. Pag 83.

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Papiro 8. Tus felicidades Cuando volviste el rostro el tiempo se paró, los gritos de la muchedumbre enmudecieron, el viento dejó de cantar entre los árboles y me quedé extática ante tu mirada apacible y ardiente, un cauterio que al instante se hundió en mi piel y mi alma hasta alcanzar mis más recónditas heridas.

En ese momento lo supe todo. Desde un ahora infinito comprendí mi identidad eterna, mi esencia de chispa en la hoguera, mi nada en el todo, junto a la certeza íntima de que mi vida ya no podría ser otra cosa que un acto de amor. Temblaba toda en cuerpo y alma.

¿Qué es amor? No soy capaz de definirlo: inmersión en un mar de certezas y al mismo tiempo de dudas, de plenitud y descabalamiento, de fragilidad y fortaleza. Había dejado de ser yo para ser tú, en instantánea fusión inefable que era a la vez alegría y dolor, turbación y descanso, llegada y camino.

Tu voz masculina tenía un deje a infancia, a mesa de familia, a hogaza de pan recién cortada, a cuenco de agua fresca en el ardor del estío, a padre que aconseja y madre que arropa, a sorpresiva palabra de niño, a regalo que se ofrece y verdad que se comparte.

Parecías hablar desde otro mundo para este mundo, estar entre el aquí y el más allá, albergar palabras conjuradoras que rompían con todo lo dicho y establecido hasta ese momento: Dichosos los pobres …, Mt 5, 1-16; Lc 6, 20-26.

¿Quién te podía comprender? ¿El sabio, el filósofo, el rico, el gobernante? ¿Ten entendería el fariseo desde sus normas, el esenio con su pureza ritual, el saduceo terrícola, el revolucionario zelote? Sólo podrían captarte los pequeños, los que nada tienen. Sólo te alcanzaría el amor. Pag 116-121.

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Papiro 9. Perfumes de mujer Al día siguiente me desperté con la misteriosa sensación de que el sol no estaba fuera, despuntando en la mañana, sino en mi interior. Desde entonces tuve la sensación de que mi vida se podía partir en dos: antes y después de haberte conocido. Nunca me había levantado con tal presteza. Nunca había visto igual el sicómoro de enfrente, las flores en el tiesto de la vecina, el viejecito que paseaba por la calle, porque simplemente era incapaz de mirar.

Todo se transforma para la persona enamorada: el mundo se reviste de desconocido resplandor, cada persona, cada arbusto, cada montículo ocupa nuevo sitio en el universo.

Mis besos eran respetuosos, gratuitos, intensos. Mis lágrimas lavaban al mismo tiempo mi propio dolor. Se expresaba además por mí el costoso perfume generosamente derramado; era otra forma de besarte graciosamente, con la caricia olorosa de mis ungüentos, libando la fragancia muda de mi sentimiento.

Entonces me envolviste con tu mirada, la misma que me dedicaste en el monte. Me sentí abrazada, comprendida, limpia, perdonada y, sobre todo, amada desde dentro por primera vez en mi vida. Todo de golpe, sin preguntarme, sin hurgar en mis miserias, sin más confesión que la de mis besos, perfume y lágrimas. Como si aquel gesto femenino expresara más que un discurso sobre mi pasado. Hacías añicos los vasos limpios y las fórmulas hueras de los fariseos, los códigos bienpensantes y las leyes de los hombres; me imponías una nueva lógica, la del amor, que es también la del perdón y el aire libre. Sacudiste al fariseo que se consideraba tan puro y perfecto, confrontándolo con el amor de una pobre prostituta: Tus pecados quedan perdonados … Tu fe te ha salvado, vete en paz. Lc 7, 48-50.

Me pregunté y sigo preguntándome, Jesús, qué es la fe. No es sólo aceptar ideas, no. Tal vez sea la ternura que no se aprende con la ley; o la adhesión que supone ver sin ver, mezcla de visión interior y asentimiento; o el amor que ve más allá de lo que alcanzan a ver nuestros pobres ojos.

Partiste el pan con gesto especial, con deje contenido de emoción y delicadeza, como si en él quebraras sueños o repartieras vida. Te perdiste a orar lejos de casa, en un promontorio cercano al lago, donde te sumías en ese íntimo y misterioso silencio que nunca he llegado a descifrar del todo.

Fue el primer golpe seco de realismo en mi ilusión recién nacida. Aquella noche aprendí que había un abismo entre el Maestro y sus discípulos. Pag 123-134.

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Papiro 10. Has tocado la flauta Te dirigías a la gente con su mismo lenguaje, que era el tuyo, el de tu infancia, de labranza y pastoreo, de simiente y siega, de amas de casa, de pan y vino de cada día y de azares de la vida. La gente que venía a tí, no acudía en busca de doctrina, sino de consuelo a sus miserias, escasez y múltiples dolencias.

Me contentaba con tu sonrisa de gratitud y aquella mirada misteriosa que parecía penetrar mis más recónditos pensamientos. Te echaste a reír como un niño, como si lo supieras todo.

Ríes con el que ríe y lloras con el que llora; comes y bebes en nuestras mesas; tu pasar entre nosotros es un canto a la vida, baile gozoso en medio de la plaza al son de la flauta. Te devora tu misión. Tu danza y tu flauta alegran mi alma bailarina. ¡Hay tantas viudas de Naín que pierden sus hijos y no los recuperan! ¡Hay tantas mujeres despreciadas, abarrotadas de hijos, mulas de carga maltratadas, que no tienen quien les enjugue las lágrimas, como me pasó a mí! ¿Y cuántos sufren de marginación, soledad y penuria?

Pretendías mostrar que Dios está más cerca de los vivos colores de la primavera que de la adustez del desierto, de la misericordia que abraza que del castigo que condena. Tu reino es vida y salvación, no un puñado de normas. El pueblo se ha de convertir, no para prepararse a juicio, sino para entrar en ese reino tuyo de amor y perdón. Nunca te vi como juez, sino como Salvador que acoge y perdona. Juan había dicho que no bautizarías con agua, sino con fuego. ¡Y cómo he sentido y siento ese fuego que me abrasa las entrañas!

No eres de ayuno, sino de banquete; no de estancias oscuras, sino del campo y aire libre. Los valles verdeantes, el lago azul, el paisaje cuajado de flores son tu anchuroso templo. Abrazas niños, tocas leprosos, das luz a ciegos, música a sordos, saltos a los cojos, voz a los mudos y sobre todo cariño, mucho afecto a los últimos, recaudadores, prostitutas, endemoniados, samaritanos, la bazofia del pueblo, la gente que mendiga al borde del camino.

La muchedumbre veía en ti a un profeta apasionado por una vida plena, que busca con todas sus fuerzas que Dios sea acogido. El anuncio que pretendes difundir es un reinado de justicia y misericordia; te esfuerzas para hacer llegar cuanto antes el añorado reino de Dios.

A mí no me habías pedido nada. Me abriste tu puerta sin preguntar; me diste gratis el perdón sin imponerme penitencia; hasta elogiaste mi amor, mi pobre amor, que yo había derrochado torpe e inconscientemente.

La condición para entrar en tu reino es la fe. La fe inmensa de la hemorroisa la había curado; tú elogiaste su fe, como la del centurión: hija, tu fe te ha salvado; le dijiste al jefe de la sinagoga: No temas, basta que tengas fe.

Tus discípulos se quedan perplejos cuando dices que en el reino de Dios los últimos serán los primeros; que hay que servir más que ser servidos; que los que lloran serán felices; que tenemos que hacernos como niños. No sé

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cómo explicarte que entiendo sin entenderlo; no lo entiendo con la cabeza, sino con el corazón.

Jesús no es como el Bautista. Nunca habla tan directamente, sino que sugiere, da qué pensar, como si dejara cabos sueltos. Así son sus parábolas, que narra quizás para que las saboreemos por dentro y abran camino en nuestras almas. Las palabras de Jesús son abiertas, sugieren y ofrecen un camino más que imponer obligaciones. Se parecen más al lenguaje de los salmos que a las normas de la ley: Lámpara es para mis pies tu palabra y lumbrera en mi camino, Sal 119, 105.

¿Qué es en realidad esa fe que salva? Tú lo sabes mejor que nadie, pues acabas de vivirlo. Una certeza, una confianza interior, una luz indescriptible, un arrebato de amor. Y también una adhesión, un estar de tu lado; una luz entre las sombras, sin pautas, sin razones aparentes, como si te zambulleras en el mar sin saber y sabiendo; como lo que hace volar a las aves y nadar a los peces; como lanzarte al abrazo misterioso que todo lo mueve.

El amor es libre, María. Como el espíritu, sopla donde quiere, brota como la hierba y no se puede remediar. ¡Tendremos que compartir ese amor con los más pobres del mundo! Creí flotar más que andar por el camino. Pag 140-152.

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Papiro 11. Enamorada del Mesías Diría que el Maestro cura con el amor de Dios, que se compadece de los que sufren, resitúa a los dolientes en la corriente el amor, que de veras mueve el mundo. Para él no hay muro ni norma, que no sea capaz de derribar el amor.

Sabes que se marchan tus demonios cuando dejas de centrarte en ti; dejas de mirarte al ombligo y permites que entren en tu vida los otros, la gente que te necesita. Los demonios salen huyendo, porque no encuentran sitio para habitar en tu corazón. Sólo el amor expulsa los demonios. Por eso, los demonios, o como quieras llamarlos, huyen en cuanto se acerca Jesús. Pag 161-169.

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Papiro 12. Secretos de una madre María, su madre: Ya era un hombre misterioso con una misión, y tenía que hacer su camino, y a mí me correspondía seguirlo en silencio, de lejos; y a veces desde la soledad de la noche. Siempre he sido feliz. Con esa felicidad especial, que escuchaste de sus labios en el monte, frente al mar de Galilea: la felicidad de los pequeños y pobres, los que no tienen otra cosa que el gozo de dentro, eso que nace de no desear por encima de ti y tener entrañas de misericordia. El dolor es la otra cara del amor. Pag 182-185.

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Papiro 13. El manantial de dentro Se me ocurre que hay dos hombres o dos mujeres en cada uno de nosotros: el yo pequeño, corto de vista que idolatra este mundo y lo concibe como definitivo; y otro yo más profundo que salta fuera del tiempo, que permanece más allá de la muerte, que se sabe eterno: ese es el que hay que salvar. Y para conseguirlo, para ser tú mismo, a veces no puedes evitar el sufrimiento, si quieres responder a tu yo más auténtico. No es un sufrimiento buscado, sino consecuencia de una autenticidad. Eso es pensar como Dios, el que llevamos dentro, como haces tú. Tu verdad te duele y se teme lo peor, pero al mismo tiempo te hace libre. Porque: ¡Qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran, Mt 7, 14. Camino difícil y puerta angosta no buscados por sí mismos para torturarnos, sino para encaminarnos a la verdad, tu verdad que es el amor. Palabras tuyas, que me evitan el zarpazo desgarrador del sufrimiento de enamorada, que es creer tenerlo todo al alcance de la mano y no tener nada, porque tenía que morir para vivir. Pag 194-196.

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Papiro 14. Lepra en el corazón Nada hace crecer tanto el amor como el mayor conocimiento de la persona amada. Pag 201.

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Papiro 15. El reino Yo creo que cuando te retiras a orar, simplemente te dejas ser. Te fundes con lo profundo de tí mismo o te sumerges en la conciencia infinita de tu ser más íntimo, donde eres uno con el Padre. ¡Que humano es gritar hasta desgañitarse cuando uno necesita socorro! Así es la oración de un náufrago, la de las madres que acuden a ti para que cures a sus hijos enfermos … Qué sabiduría al pedirnos en nuestra relación con el Padre: Cerrar la puerta, no ser palabreros. Cerrar la puerta en medio del campo, en el ágora, en el trasiego del mercado … es hacer silencio.

Me pierdo respirándote en esa zona que eres uno con Dios, enanchando mi alma sin pensar ni recordar, sólo siendo, amando. Orar es volver al seno de la vida, ser acunado por el amor al que pertenecemos, como un niño muy débil, aunque muy querido y confiado.

Sí, cerrar la puerta y disfrutar de un silencio, que me lava por dentro; de la presencia de un Padre que ve en lo escondido, en esa niña que en el fondo soy. Cuando me distraigo y los lobos vuelven a aullar en las grutas de mi conciencia, tus ojos que ven en lo escondido me dicen: María, no pienses más, simplemente ama.

Desde que empiezo a saborear el secreto silencio que mora en mí, puedo en pocos instantes recuperar pedazos de mi lago interior, esta paz del alma hasta que dure.

Jesús nos habla en parábolas para que sus enseñanzas nos entren por los ojos. Así enganchan, atrapan la imaginación, nos metemos en sus narraciones, parece que estamos viendo los personajes que nos presenta. La parábola apunta a otro significado, ayuda a despertar por dentro. Me gusta la del trigo y la cizaña, porque, a diferencia de los hombres que vamos rápidamente con la hoz, sin saber si segamos buen trigo juntamente con la cizaña, el corazón de Dios espera que crezcan juntas, como que no tiene prisa. Quizás porque él está más allá, mira por encima del tiempo. ¡El Señor ha tenido tanta paciencia conmigo!

Jesús ama lo pequeño, para él lo pequeño se hace grande. En las parábolas habla de la vida ordinaria: el trigo que germina en la

tierra mientras el hombre duerme y se transforma, allí en lo oscuro, de semilla en caña; luego en espiga y grano y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega, Mc 4, 29. Con lo que nos indica que lo extraordinario crece en lo ordinario.

La parábola de la perla preciosa, Mt 13, 44-46, nos pide radicalidad: venderlo todo, pero hay un paso previo que casi nadie percibe: el descubrimiento, fascinación e iluminación interior, ver claro. Sólo venderán todo quienes estén convencidos de que la inversión vale la pena. No es cuestión de alcanzar el reino, vivir la buena noticia, ser bueno a base de esfuerzo, puños y

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buena voluntad. Hay que deslumbrarse primero, hace falta fascinarse para enamorarse. Pag 216-223.

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Papiro 16. Pedazos de mí misma Vi que tu corazón se llenaba de alegría al comprobar cómo Dios oculta esta manera de ver a los entendidos y se la revela a la gente sencilla.

El silencio iba ganando terreno en mí. El paisaje hablaba más claramente que muchos discursos humanos y había pocos bálsamos tan curativos como adentrarse en el silencio.

Eres un revolucionario, no porque te alces en armas contra el opresor, sino porque pones el amor por encima de todo. Me decías: María, ensancha tu corazón, abre del todo los brazos de tu amor. Me has enseñado algo que cuesta, pero libera, en cuanto nos hace semejantes a Dios: abrir las puertas de ese santuario para que en él puedan caber todos; porque viejos y jóvenes, ricos y pobres, sanos y enfermos, aunque yo lo ignorase, forman parte de mí. Pag 232-243.

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Papiro 17. Todas tus lágrimas Eres tan apasionado como sobrio; prodigiosa mezcla de alegría y tristeza; timidez y apertura; capacidad de escucha y habilidad para decir la palabra adecuada en el momento justo; nos sorprendes con salidas rompedoras para despertar nuestras conciencias … Lo cual trasluce tu rico y misterioso mundo interior. Eres tan entrañable como inabarcable.

Si tú eres Hijo de Dios, nosotros somos tus hermanos. ¡Cuánto me ha reconfortado pensar que estoy hecha de la misma pasta que Dios! Cuando contemplo el paisaje, respiro a Dios; cuando converso con los demás, trato a Dios; cuando entro en mi interior, en esa zona que está más allá de mi yo pequeño, donde yo soy más que yo y parte del universo, rozo el milagro de la existencia: hundirme en el mar de Dios. Aunque a veces no me lo creo ni lo sienta, no estoy sola; desde que te conocí, vivo del amor en sí mismo, el amor incondicionado. Soy de tus ovejas y nada ni nadie podrán arrancarme de tu mano. Eran atisbos de un despertar que suscitabas en mí, aunque mis debilidades lo empañen.

¿No hay doce horas de luz? Si uno camina de día, no tropieza, porque hay luz en este mundo y se ve; uno tropieza si camina de noche, porque le falta la luz. Entendí que querías decir: si uno tiene luz interior, no tropieza; si va con su verdad por delante, no se equivoca.

El reino de Dios está entre nosotros; pero no creáis a quien diga: Míralo aquí, míralo allí, porque no es de este lugar; es un estado de ánimo, un estilo de vida.

Recuerdo tu yo soy. Yo soy la resurrección y la vida: el que tiene fe en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que está vivo y tiene fe en mí, no morirá nunca. ¿Crees esto? La ansiada eternidad. La vida de aquí es un sueño; la vida real es participar de tu vida, que permanece porque es la vida misma del Padre y atraviesa tiempo y espacio para situarse en el ahora de Dios.

Tus dos facetas afloraban a la vez en momentos distintos: fragilidad y poder; ternura y fortaleza; tu ser humano y tu estirpe divina.

El amor es la efusión gratis de un perfume sin precio y sin medida. La curiosidad me llevó a preguntar a Lázaro qué hay al otro lado. Me dijo

sonriendo: sólo tengo una palabra para definir lo que he sentido: luz. Morir es volver a casa después de atravesar un túnel y perderse luego en una abrazo de luz, sólo luz. No sé, prosiguió Lázaro, si he penetrado del todo en la otra vida, si he llegado al otro lado, o Dios me retenía aún en el umbral, para cumplir su voluntad. Pero te digo, María, que no tengo miedo a la muerte, porque sólo es despertar a lo que ya somos. Hubiera deseado volver a la luz, al noespacio y notiempo, que apenas he saboreado.

Aseguras que el que oye tu mensaje y el que da fe al que te envió posee ya, aquí y ahora, la vida eterna y no se le llama a juicio, Jn 5, 24. Que ya con sólo eso ha pasado de la muerte a la vida. Como si este mundo fuera el

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reverso del otro; como si pudiéramos saborear aquí mismo la eternidad. Además añades: Si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás, Jn 8, 51. Entonces comprendí que creer en ti es una manera de superar la muerte, de vivir aquí la presencia de un ahora infinito, sin que estas ataduras puedan contigo. Más aún, de experimentar que la muerte, tal como la entendemos, no existe.

Nos habías enseñado que hay que vivir despiertos, pues la muerte se presenta de improviso, como un ladrón. Lo repites en la parábola de las vírgenes prudentes y necias, Mt 25, 1-13.

Despertar y permanecer despiertos es una manera de cruzar tiempo y espacio, romper ataduras, vivir ya aquí el otro lado. Pues cuando uno despierta, sabe distinguir lo que vale de lo que no; lo que engrandece al hombre, lo único que atraviesa tiempo y espacio: el amor. Tú defiendes que amar es estar vivos, y ese amor es el que cruza las dos orillas. Pag 245-265.

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Papiro 18. Soy tu Yo soy ¡Qué ojos los tuyos, Jesús! A veces me dan un poco miedo y a veces me provocan ternura, como esas miradas de niño que piden sin pedir. Otras, me quedo extasiada, perdida en un arrobo de mi yo en tu yo, que es el yo sin medida. Sé mucho, Jesús, de esa sensación de ser piropeada y rechazada, usada y tirada.

Insistías en que la fe es capaz de ordenar a las montañas arrojarse al mar, como con aquella higuera, que no te ofreció higos, la maldijiste y se secó y que mediante la oración podemos obtener cuanto pidamos. Tú eres: Yo soy el que soy, Ex 3, 14, la zarza que arde y no se consume, el yo soy. Creer en ti es vivir intensamente la vida de aquí y saborearla; saltar a la vida eterna, sin esperar a morirse. Me pregunto y te pregunto, Jesús: ¿hay dos amores o un solo amor? ¿Amamos a Dios por un lado y con otro amor amamos a los hombres? ¿Qué hace la vid cuando da uvas, la fuente cuando mana, el lirio al reír gratuitamente al borde del camino? ¿Dónde está Dios cuando una pareja se besa, cuando se funde en un abrazo o engendra un hijo? Siento que Dios, el prójimo, la vida, la fuente, el lirio, la montaña, cada brizna de hierba son uno. Sin embargo, aquí nos empeñamos en separarlos. Tú has venido, enviado por Dios a celebrar la fiesta de la vida, a juntar los pedazos separados. Ayúdame a que mi yo sea mi yo soy. Pag 267-278.

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Papiro 19. Comerte para vivirte Tu madre me abrazó como el sol abraza a la niebla.

Al lavar los pies de los apóstoles quisiste decirnos que el espíritu de servicio a los demás es la única manera de lavarnos por dentro el corazón. ¡Qué importantes son los pies, que nos llevan de un lugar a otro, que hablan de nuestros avances y retrocesos, de la dirección de nuestros caminos!

Comimos tu cuerpo y tu sangre, bello modo de integrarte dentro; de comerte y beberte para vivir tu vida, para asimilar tu palabra. Aquel pan y vino serían mi cena, nuestra verdadera cena, como si tus latidos pudieran prolongarse en el futuro sólo con repetir tus palabras y últimos gestos de amistad con los tuyos.

Me pareció ver el rostro iluminado de todos y cada uno de los rudos discípulos en torno a aquel profeta rural, inclinados a la mesa, pasándose una comida y bebida que les hacía uno contigo, un condenado a muerte. Algo que sentían y no comprendían, que les superaba. De nuevo entendí que morir no es la conclusión de todo, sino parte de la vida, y que la vida merece tal nombre sólo cuando se arriesga por amor.

Te referiste a un Espíritu que ibas a enviarnos, un consolador que viviría, hecho fuego y gozo, dentro de nosotros, y que nos ayudaría a saber dónde se halla la verdad. Pag 280-291.

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Papiro 20. La noche más oscura Apretabas mis manos entre las tuyas. Mo volviste a hablar de otro amor, de un amor sin medida, que rompe todos los códigos: Como el Padre me amó, yo también te he amado; permanece en mi amor, María, Jn 15, 9. Amor y amor, ¿no son aguas de una misma fuente?

Nos dijiste que no perdiéramos la paz, porque yo he vencido al mundo. El staff de Jerusalén: sacerdotes, levitas, fariseos, comerciantes …

vivían del montaje y negocio del templo, que se basaba en el pavor sacro, miedo a un Dios que necesita ser aplacado por continuos sacrificios.

Aquellos ojos penetrantes y soñadores, que escrutaban las entrañas, penetraron en mí y en un instante supe, no sé cómo, el trasfondo de su secreto, lo que a mi juicio iluminaba el conjunto de su mensaje: que en la debilidad radicaba la fortaleza.

A pesar de que nos lo habías advertido repetidas veces, fui incapaz de barruntar una chispa de luz en medio de tu espesa noche. Veía al hombre derrotado y no al Dios, que se ocultaba tras la oscuridad. Pag 298-314.

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Papiro 21. Mirad al hombre Subiste a Jerusalén para rubricar tu verdad con un último y definitivo gesto, consecuencia definitiva del reino que habías predicado como rechazo a un mundo corrompido, que se había olvidado de que la única y última razón de la vida del hombre en la tierra es el amor, un amor incondicional. Y lo firmaste con sangre.

Insistías en que tu reino no es de este mundo; rechaza la violencia y se construye en el servicio y el amor; carece de soldados y fronteras; de palacios y fortalezas; de despachos y cuarteles. Por eso dijiste: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo, Jn 8, 23. La realeza de Jesús pertenece a la esfera del Padre y el Espíritu, un reino que por amor comunica vida.

Tu verdad es una persona, eres tú mismo, Jesús de Nazaret; sabiduría sin razonamientos lógicos que se concreta en adhesión a ti y que sólo tiene un nombre: amor; amor sin medida ni límites; sin condiciones ni fronteras; amor ancho como el que brota ahora a borbotones de mis ojos, del cálamo de caña con que escribo, de mi existencia toda.

Ecce homo, he aquí al hombre. Ignoraba Poncio Pilato que estaba proclamando ante el mundo que aquel reo era el hombre, en cuanto tal, el máximo proyecto y realización de la humanidad. Los soldados, sin saberlo, han ido despojándole de todo lo que es falsa titularidad de este mundo, para dejar al descubierto al Hombre, que no es otra entidad que ser libre, rico en amor hasta entregarse del todo cuando sea levantado en tierra. Mesianismo que la muchedumbre no puede entender. Ahora también el hombre será blanco de su odio. Los dirigentes no pueden soportar al que derriba la mentira de su sistema. La tiniebla no acepta la luz.

El incidente del templo y la expulsión de los cambistas habían colmado la paciencia del sumo sacerdote, porque la ciudad vive del templo. Pag 315-330.

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Papiro 22. Crucificada contigo Ahora cobran pleno sentido tus palabras: ¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él, Jn 11, 9-10, cuando decidiste volver a Jerusalén, llena de peligros. Te gustan las paradojas, hablas con doble sentido: si uno tiene luz interior no tropieza; si va con la verdad por delante, no se equivoca.

Me miraste y el griterío, la fiebre de mi frente, las voces de mando de los soldados, mi angustia, todo, todo se acalló. Pag 333-337.

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Papiro 23. El jardín de la vida ¡Te amo, Jesús! Te amo todo entero, con un amor que ni ata, ni parcela, ni quiere convenciones, ni exclusividad, ni muros, ni posesión; como ama la lluvia, el viento y el sol a los montes y valles de esta tierra que piso; como los pájaros a su libertad azul. Nada ni nadie podrá ya poner diques ni arrebatarme este amor.

Sólo María, tu madre, con el corazón traspasado, repetía su canto de alabanza.

Comprendí que la fe era la única clave para aceptar tanta locura. Vivías siempre unido al Padre, pero como hombre esperaste a subir a él,

para indicarnos que en último término resucitar es vivir en unión con Dios. Tus discípulos con tu resurrección despertamos por dentro; descubrimos

que aquí vivimos en una especie de sueño, teatro, cueva. Sabemos que sólo estamos dormidos; que desde siempre somos seres sin tiempo en el tiempo; pertenecemos a la explosión de la luz que une lo creado con lo increado, lo manifestado con lo no manifestado. Lo cual, poco a poco, nos fue cargando de comprensión y fuerza mientras esperábamos la prometida venida de tu Espíritu.

La resurrección ocurre en lo íntimo de cada conciencia y fuera de ella. La mejor historia es la escrita en la conciencia de los hombres. Resucitar es ver más, romper nuestros códigos, tocar la alegría de ser: El que cree, tiene vida eterna, Jn 6, 47.

Ha llegado el momento en que tus discípulos, y cualquier ser humano despierto, saben que por la fe en ti pueden resucitar ahora y podrán resucitar siempre, si se hacen uno contigo y entran, por la contemplación iluminada, en el notiempo o eternidad, que eso es ser uno con el Padre. Lo que es una realidad espiritual y material.

Desde esta perspectiva, resucitar es un acontecimiento que afecta a toda la creación, que disuelve todo miedo y angustia y que puede experimentar cualquier hombre, que se abra a lo profundo del hombre. Resucitar es descubrir que puedo volar, saberme viva para siempre, en este momento aquí y ahora, sin depender de nada.

Mi huerto es el jardín de la vida. He estado crucificada y sigo crucificada con él. Pero he dado a luz a mí misma, a una nueva Magdalena. Siempre he sido luz y no lo sabía. Pero por el perdón era una criatura nueva. Me afincaba en mis pensamientos destructivos, creyendo que yo era eso; sin embargo, el camino, la verdad y la luz estaban dentro de mí, en un yo más yo que yo misma.

Yo no he conseguido nada. Mi error fue creer que tenía que actuar, esforzarme en algo, sacar agua del pozo a base de voluntad. Pero el agua que quita la sed salta sola a la vida eterna. Basta con acercarse al manantial y beberla, o mejor, dejarse inundar por ella. Lo comprendí al pie de la cruz. Supe

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que me amaba, pero no como yo me empeñaba en ser querida, con un amor que agarra, que retiene, que espera recompensa y marca territorio. Entonces comprendí sus palabras: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos, Jn 15, 13. Amar es dar la vida, y yo la estaba mendigando.

Se levantó un fuerte viento que azotaba árboles y plantas; los pétalos de mis flores volaban, sin que sintiera tristeza por su pérdida, por su fugacidad y muerte. Las flores como los hombres pobres y ricos; grandes y pequeños; guapos y feos; listos y tontos … no mueren, solo se transforman. Eso es resucitar: saber, dentro de ti, que tienen vida eterna, porque forman parte de la luz, salen de la cueva, caen en la cuenta que son luz y siempre lo fueron, pues para eso nacieron. Por eso has amado tanto a los niños, porque ellos están viendo continuamente el rostro del Padre; aún no se han maliciado, no se han separado de la luz.

Las personas que han pasado por mi vida forman parte del misterioso tapiz de luz que es mi vida. Pero, como suele suceder con los tapices, es muy difícil adivinar su belleza por detrás, por el lado de las costuras. Hay que darle la vuelta al tapiz de la vida: eso es resucitar.

Ahora te tengo de otra manera: como el río es parte del mar y las estrellas del firmamento. Cierro los ojos y soy tú. Miro al mundo y te veo en ancianos, mujeres, soldados … que arrastran su niñez, vicisitudes y vida a cuestas. Eres mi paisaje de dentro y mis sorpresas de fuera. Estás en el color con que se visten los pájaros y en el ladrido de los perros, habitas los insectos y lloras con lágrimas de niño abandonado. Ni una gota de sangre, ni una herida interior o exterior deja de pasar por la luz de tu cruz. Porque desde ahora todo está iluminado. La diferencia es que ahora me basta cerrar los ojos para sentirte dentro, como el rescoldo del fuego infinito que todo lo anima y sostiene, y mirar hacia fuera para volver a enamorarme.

Ahora sé cómo amarte. Pag 353-363.

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