Notas de Elena | Lección 3 | Soportar la tentación | Escuela Sabática

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www.EscuelaSabatica.es IV Trimestre de 2014 La Epístola de Santiago Notas de Elena G. de White Lección 3 18 de octubre 2014 Soportar la tentación: Sábado 11 de octubre La tentación es incitación al pecado, cosa que no procede de Dios, sino de Satanás y del mal que hay en nuestros propios corazones. “Dios no pue- de ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Santiago 1:13)... En su gran amor, Dios procura desarrollar en nosotros las gracias preciosas de su Espí- ritu. Permite que hallemos obstáculos, persecución y opresiones, pero no como una maldición, sino como la bendición más grande de nuestra vida. Cada tentación resistida, cada aflicción sobrellevada valientemente, nos da nueva experiencia y nos hace progresar en la tarea de edificar nuestro carác- ter. El alma que resiste la tentación mediante el poder divino revela al mun- do y al universo celestial la eficacia de la gracia de Cristo. Aunque la prueba no debe desalentamos por amarga que sea, hemos de orar que Dios no permita que seamos puestos en situación de ser seducidos por los deseos de nuestros propios corazones malos. Al elevar la oración que nos enseñó Cristo, nos entregamos a la dirección de Dios y le pedimos que nos guíe por sendas seguras. No podemos orar así con sinceridad y de- cidir luego que andaremos en cualquier camino que elijamos. Aguardare- mos que su mano nos guíe y escucharemos su voz que dice: “Este es el ca- mino, andad por él” (Isaías 30:21)... La única salvaguardia contra el mal consiste en que mediante la fe en su justicia Cristo more en el corazón. La tentación tiene poder sobre nosotros porque existe egoísmo en nuestros corazones. Pero cuando contemplamos el gran amor de Dios, vemos el egoísmo en su carácter horrible y repugnante, y deseamos que sea expulsado del alma. A medida que el Espíritu Santo glorifica a Cristo, nuestro corazón se ablanda y se somete, la tentación pier- de su poder y la gracia de Cristo transforma el carácter (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 99, 100).

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IV Trimestre de 2014

La Epístola de Santiago

Notas de Elena G. de White

Lección 3 18 de octubre 2014

Soportar la tentación:

Sábado 11 de octubre

La tentación es incitación al pecado, cosa que no procede de Dios, sino de Satanás y del mal que hay en nuestros propios corazones. “Dios no pue-de ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Santiago 1:13)... En su gran amor, Dios procura desarrollar en nosotros las gracias preciosas de su Espí-ritu. Permite que hallemos obstáculos, persecución y opresiones, pero no como una maldición, sino como la bendición más grande de nuestra vida. Cada tentación resistida, cada aflicción sobrellevada valientemente, nos da nueva experiencia y nos hace progresar en la tarea de edificar nuestro carác-ter. El alma que resiste la tentación mediante el poder divino revela al mun-do y al universo celestial la eficacia de la gracia de Cristo.

Aunque la prueba no debe desalentamos por amarga que sea, hemos de orar que Dios no permita que seamos puestos en situación de ser seducidos por los deseos de nuestros propios corazones malos. Al elevar la oración que nos enseñó Cristo, nos entregamos a la dirección de Dios y le pedimos que nos guíe por sendas seguras. No podemos orar así con sinceridad y de-cidir luego que andaremos en cualquier camino que elijamos. Aguardare-mos que su mano nos guíe y escucharemos su voz que dice: “Este es el ca-mino, andad por él” (Isaías 30:21)...

La única salvaguardia contra el mal consiste en que mediante la fe en su justicia Cristo more en el corazón. La tentación tiene poder sobre nosotros porque existe egoísmo en nuestros corazones. Pero cuando contemplamos el gran amor de Dios, vemos el egoísmo en su carácter horrible y repugnante, y deseamos que sea expulsado del alma. A medida que el Espíritu Santo glorifica a Cristo, nuestro corazón se ablanda y se somete, la tentación pier-de su poder y la gracia de Cristo transforma el carácter (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 99, 100).

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Domingo 12 de octubre: La raíz de la tentación Orad:

“No nos metas en tentación”, es decir, “oh Señor, no permitas que sea-mos vencidos cuando nos asalte la tentación”. Velad y orad para que no os metáis en tentación. Hay una diferencia entre ser tentado y meterse en ten-tación (La temperancia, p. 171).

Satanás, el archiengañador, se transforma en ángel de luz y se presenta a los jóvenes con sus engañosas tentaciones, y consigue apartarlos, paso a paso, de la senda del deber. Se lo describe como acusador, engañador, men-tiroso, atormentador, asesino. “El que hace pecado, es del diablo”. Cada transgresión acarrea condenación sobre el alma y provoca el desagrado di-vino. Dios discierne los pensamientos del corazón. Cuando se acarician pensamientos impuros, no es necesario expresarlos por palabras o hechos para consumar el pecado y acarrear la condenación sobre el alma. Su pureza ya está contaminada, y el tentador ha triunfado. Todo hombre es tentado cuando es llevado por sus propias concupiscencias y seducido. Al seguir sus inclinaciones se aparta del camino de la virtud y del bien verdadero. Si los jóvenes poseyesen integridad moral, en vano se les presentarían las más fuertes tentaciones. El acto de tentar es de Satanás, pero el de ceder es vues-tro. Toda la hueste de Satanás no tiene poder para forzar al tentado a ceder. No hay excusa para el pecado (Mensajes para los jóvenes, p. 427, 428).

Cristo es la fuente de nuestra fortaleza. Estudiemos sus enseñanzas. Al dar a su Hijo unigénito para que viviera en nuestro mundo sujeto a la tenta-ción a fin de que pudiera enseñamos a vencer, el Padre hizo amplia provi-sión para que no seamos llevados cautivos por el enemigo. Al enfrentar al adversario caído, Cristo venció en favor de la humanidad. Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero resistió con la fortaleza de la divinidad, para que pudiera socorremos cuando seamos tentados (Cada día con Dios, p. 151).

Lunes 13 de octubre: Cuando la concupiscencia concibe

El comienzo del acto de ceder a la tentación está en el pecado de permitir que la mente vacile, en ser inconsecuente en vuestra confianza en Dios. El perverso siempre anda buscando la oportunidad de desfigurar a Dios, y de atraer la mente a lo que es prohibido. Si logra conseguirlo, fijará la mente sobre las cosas de este mundo, se esforzará por excitar las emociones, por despertar las pasiones, por fijar los afectos en aquello que no es para el bien; pero vosotros podéis someter toda emoción y pasión a control, en se-rena sujeción a la razón y la conciencia. Entonces Satanás pierde su poder de controlar la mente. La obra a que Cristo nos llama, es la obra de vencer progresivamente los males espirituales de nuestro carácter. Las tendencias naturales deben ser vencidas... Los apetitos y las pasiones deben ser subyu-gados, y la voluntad debe ser puesta enteramente al lado de Cristo (Mente, carácter y personalidad, tomo 1, p. 31).

Nuestros pensamientos y propósitos son la fuente secreta de nuestra ac-ción y por ello determinan nuestro carácter. Los propósitos elaborados en el corazón no necesitan expresarse en palabras o hechos para transformarse en

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pecado y poner al ser bajo condenación. Cada pensamiento, cada sentimien-to y cada inclinación, aunque no sean vistos por los hombres, son captados por el ojo de Dios. Pero solo cuando el mal, que se ha enraizado en el cora-zón, se exterioriza en una palabra o en un acto impropio puede el carácter del hombre ser juzgado por su prójimo.

El cristiano es un representante de Cristo. Ha de mostrar al mundo el po-der transformador de la gracia divina. Es una epístola viva de la verdad de Dios, conocida y leída por todos los hombres. La regla que dio Cristo para determinar quiénes son sus verdaderos seguidores es: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16, 20)...

La vida cristiana piadosa y la santa conversación son un testimonio dia-rio contra el pecado y los pecadores. Pero debe manifestar a Cristo y no al yo. Cristo es el gran remedio para el pecado. Nuestro compasivo Redentor nos ha provisto la ayuda que necesitamos (Reflejemos a Jesús, p. 371).

Tenemos, sin embargo, algo que hacer para resistir a la tentación. Los que no quieren ser víctimas de los ardides de Satanás deben custodiar cui-dadosamente las avenidas del alma; deben abstenerse de leer, ver u oír cuanto sugiera pensamientos impuros. No se debe dejar que la mente se espacie al azar en todos los temas que sugiera el adversario de las almas. Dice el apóstol Pedro: “Por lo cual, teniendo los lomos de vuestro entendi-miento ceñidos... no conformándoos con los deseos que antes teníais estan-do en vuestra ignorancia; sino como aquel que os ha llamado es santo, sed también vosotros santos en toda conversación” (1 Pedro 1:1315). Pablo dice: “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo pu-ro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay alguna virtud, si alguna alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Esto requerirá ferviente oración y vigilancia incesante. Habrá de ayudamos la influencia permanente del Espíritu Santo, que atraerá la mente hacia arriba y la habituará a pensar solo en cosas santas y puras. Debemos estudiar diligentemente la Palabra de Dios. “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” —dice el salmista y añade: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:9,11) (Patriarcas y profetas, p. 491).

Martes 14 de octubre: Toda buena dádiva y todo don perfecto

En la Biblia se llama nacimiento al cambio de corazón por el cual somos hechos hijos de Dios. También se lo compara con la germinación de la bue-na semilla sembrada por el labrador. De igual modo los que están recién convertidos a Cristo, son como “niños recién nacidos”, “creciendo” (1 Pe-dro 2:2; Efesios 4:15) a la estatura de hombres en Cristo Jesús. Como la buena simiente en el campo, tienen que crecer y dar fruto. Isaías dice que serán “llamados árboles de justicia, plantados por Jehová mismo, para que él sea glorificado” (Isaías 61:3). Del mundo natural se sacan así ilustracio-nes para ayudamos a entender mejor las verdades misteriosas de la vida espiritual (El camino a Cristo, p. 66).

Por medio del Espíritu es como el corazón se vuelve puro. Por medio del Espíritu el creyente participa de la naturaleza divina. Cristo ha dado su Es-píritu como una fuerza divina que nos capacitará para vencer todas las ten-

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dencias heredadas y cultivadas que nos arrastran hacia el mal y que grabará su propio carácter en su iglesia...

Cuando el Espíritu de Dios se posesiona del corazón, transforma la vida. Se desechan los pensamientos pecaminosos, se renuncia a las malas accio-nes; el amor, la humildad y la paz ocupan el lugar de la ira, la envidia y las rencillas. La tristeza es desplazada por la alegría y el semblante refleja el gozo del cielo. Nadie ve la mano que levanta la carga ni ve cómo desciende la luz de los atrios celestiales. La bendición llega cuando por fe el alma se entrega a Dios. Entonces ese poder que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios.

El Espíritu Santo es el aliento de la vida espiritual en el alma. El don del Espíritu es el don de la vida de Cristo. Infunde en quien lo recibe los atribu-tos del Maestro...

La religión que viene de Dios es la única que llevará a Dios. Para servir-lo rectamente, debemos haber nacido del Espíritu divino. Este purificará el corazón y renovará la mente, dándonos una capacidad nueva para conocer y amar al Señor, Nos inspirará a obedecer voluntariamente todos sus requeri-mientos. Esto es verdadero culto. Tal es el fruto de la obra del Espíritu San-to. El Espíritu redacta cada oración sincera, para que sea aceptable a Dios. Cuandoquiera que un alma busca a Dios, se manifiesta la obra del Espíritu, y Dios se revela a esa alma. Esos son los adoradores que él busca. Aguarda para recibirlos y convertirlos en hijos suyos (Meditaciones matinales 1952, p. 47).

Debemos convertimos de nuestra vida deficiente a la fe del evangelio. Los seguidores de Cristo no necesitan preocuparse por brillar. Si contem-plan constantemente la vida de Cristo, serán transformados a la misma ima-gen en su mente y corazón. Brillarán entonces sin intentarlo superficialmen-te. El Señor no pide una ostentación de bondad. En el don de su Hijo, hizo provisión para que nuestra vida interior esté imbuida de los principios del cielo. El apropiamos de esta provisión es lo que nos llevará a manifestar a Cristo al mundo. Cuando el pueblo de Dios experimente el nuevo nacimien-to, su honradez, integridad, fidelidad, y sus principios firmes, lo revelarán infaliblemente.

¡Oh, qué palabras me fueron dirigidas! ¡Qué amabilidad fue recomenda-da por la gracia abundantemente concedida! La mayor manifestación que hombres y mujeres pueden hacer de la gracia y poder de Cristo, se revela cuando el hombre natural llega a participar de la naturaleza divina y, por el poder que imparte la gracia de Cristo, vence la corrupción que existe en el mundo por la concupiscencia (Consejos para los maestros, p. 238). Miércoles 15 de octubre: Tardo para hablar

Los que hablan como Cristo habló, nunca introducirán palabras que co-mo dardos amargos, hieran el alma. “Jehová escuchó y oyó”. ¿Tendrá usted presente que el Señor escucha las palabras que hablamos, y conoce el espí-ritu que impulsa nuestras acciones?... ¿No es ser como Cristo, hablar pala-bras de bondad, de consuelo, aunque se sienta inclinado a hacer lo contra-rio?

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Trabajad desinteresada, amante y pacientemente, por todos con quienes os relacionéis. No mostréis impaciencia. No profiráis ni una palabra áspera. Haya el amor de Cristo en vuestro corazón, la ley de la bondad en vuestros labios.

Toda alma que conocemos es la adquisición de la sangre de Cristo, y de-bemos proferir palabras bondadosas, y tener atenciones consideradas con los que están entre nosotros. Los jóvenes necesitan la ayuda de palabras y acciones bondadosas.

Como el rocío y las lluvias suaves caen sobre las plantas agostadas, cai-gan también con suavidad vuestras palabras, cuando procuréis sacar a los hombres del error. El plan de Dios consiste en llegar primero al corazón. Debemos decir la verdad con amor, confiados en que él le dará poder, para reformar la conducta. El Espíritu Santo aplicará al alma, la palabra dicha con amor.

En la obra de ganar a otros, podemos obtener las más preciosas victorias. Debiéramos dedicamos con un celo incansable, con una fidelidad ferviente, con abnegación y con paciencia, a la obra de ayudar a los que necesitan desarrollarse. Las palabras bondadosas y de ánimo harán maravillas. Hay muchos que se mostrarán susceptibles al mejoramiento, si se hace un es-fuerzo alegre y constante a su favor, sin críticas ni regaños. Mientras menos critiquemos a otros, mayor será la influencia que podamos ejercer sobre ellos para el bien. Para algunos, las advertencias frecuentes aunque positi-vas harán más mal, que bien. Permitamos que la bondad cristiana se haga manifiesta a todos.

El Señor Jesús quiere, que mostremos un rostro agradable, que hablemos palabras de bondad y simpatía. Aunque estemos enfermos o nos sintamos indispuestos, no necesitamos decírselo a los demás. Si hablamos de la bon-dad del Señor, esto actuará como una cura para la tristeza y la pena.

Nuestras palabras, ya sea en el hogar o en nuestras asociaciones fuera del hogar, serán bondadosas, afectuosas y puras. Si estudiamos la Palabra y la hacemos parte de nuestra vida, como representa la frase “comer la Palabra”, tendremos una experiencia sólida, que siempre nos llevará a la verdad. Con diligencia estudiaremos nuestro corazón, comparando nuestro diario hablar y la índole de nuestra obra con la Palabra, para no cometer errores.

El principal requisito del lenguaje es el de ser puro, bueno y sincero: “La expresión externa de una gracia interior”... La mejor escuela para este estu-dio del lenguaje es el hogar.

Las palabras bondadosas son como rocío y suaves lluvias para el alma. La Escritura dice acerca de Cristo, que se concedió gracia a sus labios, para que pudiese “hablar en sazón palabra al cansado”. Y el Señor nos ordena: “Sea vuestra palabra siempre con gracia”, “para que dé gracia a los oyentes” (La voz: su educación y uso correcto, pp. 144-147). Jueves 16 de octubre: Salvados por recibir

Dios invita a aquellos que conocen su voluntad a ser hacedores de su pa-labra. La debilidad, la tibieza y la indecisión provocan los asaltos de Sata-nás; y los que permiten el desarrollo de estos defectos serán arrastrados,

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impotentes, por las violentas olas de la tentación. De cada uno de los que profesan el nombre de Cristo se requiere que crezca hasta la plena estatura de Cristo, cabeza viviente del cristiano.

Todos necesitamos un guía a través de las muchas estrecheces de la vida, tanto como el marino necesita un piloto entre los bajíos o las rocas del río. ¿Dónde puede encontrarse ese guía? Os indicamos la Biblia... Inspirada por Dios, escrita por hombres santos, señala con gran claridad y precisión los deberes tanto de los jóvenes como de los mayores. Eleva la mente, enterne-ce el corazón, e imparte alegría y santo gozo al espíritu. La Biblia presenta una perfecta norma de carácter; es un guía infalible en todas las circunstan-cias, aun hasta el fin del viaje de la vida. Tomadla por vuestra consejera, como la regla de vuestra vida diaria...

En las Escrituras hay miles de gemas de la verdad que yacen escondidas para el que busca en la superficie. La mina de la verdad no se agota nunca. Cuanto más escudriñéis las Escrituras con corazón humilde, tanto mayor será vuestro interés, y tanto más os sentiréis con deseo de exclamar con Pablo: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).

Cada día debéis aprender algo nuevo de las Escrituras. Escudriñadlas como si buscarais tesoros ocultos, porque contienen las palabras de vida eterna. Orad por sabiduría y entendimiento para comprender estos escritos sagrados. Si lo hacéis, hallaréis nuevas glorias en la Palabra de Dios; senti-réis que habréis recibido luz nueva y preciosa sobre asuntos relacionados con la verdad (¡Maranata: El Señor viene!, p. 42).

“Yo soy la Vid, vosotros los pámpanos”, dijo Cristo a sus discípulos. Aunque él estaba por ser arrebatado de entre ellos, su unión espiritual con él no había de cambiar. La unión del sarmiento con la vid, dijo, representa la relación que habéis de sostener conmigo. El pámpano está injertado en la vid viviente, y fibra tras fibra, vena tras vena, va creciendo en el tronco. La vida de la vid llega a ser la vida del pámpano. Así también el alma muerta en delitos y pecados recibe vida por su unión con Cristo. Por la fe en él co-mo Salvador personal, se forma esa unión. El pecador une su debilidad a la fuerza de Cristo, su vacuidad a la plenitud de Cristo, su fragilidad a la per-durable potencia de Cristo. Entonces tiene el sentir de Cristo. La humanidad de Cristo ha tocado nuestra humanidad, y nuestra humanidad ha tocado la divinidad. Así, por la intervención del Espíritu Santo, el hombre viene a ser participante de la naturaleza divina. Es acepto en el Amado.

Esta unión con Cristo, una vez formada, debe ser mantenida. Cristo dijo: “Estad en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviera en la vid; así ni vosotros, si no estuvierais en mí”. Este no es un contacto casual, ninguna unión que se realiza y se corta luego. El sarmiento llega a ser parte de la vid viviente. La comunicación de la vi-da, la fuerza y el carácter fructífero de la raíz a las ramas se verifica en for-ma constante y sin obstrucción (El Deseado de todas las gentes, pp. 629, 630).

“Y Josué estaba vestido de vestiduras viles” (Zacarías 3:3). Así aparecen ante el enemigo aquellos a quienes ha apartado de Dios mediante sus magis-

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trales facultades de engaño. A los que han sido vencidos por sus tentaciones el enemigo los viste con vestimentas de pecado y vergüenza, y entonces declara que no es justo que Cristo sea su Luz, su Defensor... Pobres, arre-pentidos mortales, oíd las palabras de Jesús: Borraré tus transgresiones. Cubriré tus pecados...

Las vestimentas viles son quitadas, pues Cristo dice: “He quitado de ti tu pecado” (versículo 4). La iniquidad es transferida al inocente, al puro, al santo Hijo de Dios; y el hombre inmerecedor está delante del Señor limpio de toda injusticia y vestido con la justicia imputada de Cristo. ¡Oh, qué cambio de vestimentas es ése! (A fin de conocerle, p. 110).

Material facilitado por JESÚS PADILLA ©

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