Notas DesdeL4087 Weber Bárbaros

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408 BÁRBAROS sociedad española racialmente mestiza. I05 Cuando los funcionarios loca- les perdieron de vista ese objetivo e instaron a la guerra ofensiva, la co- rona a menudo (pero no siempre) les recordó que prefería que procedie- ran con suavidad. La retórica de quienes reemplazaron a los Borbones en el siglo XIX, que construyó un muro insuperable entre la barbarie y la ci- vilización, implícitamente rechazaba la meta, que España reiteró con fre- cuencia, de aculturar e incorporar a los indios de forma gradual. En esto, los dirigentes de las repúblicas hispanoamericanas no estaban solos. En el siglo XIX, a lo largo y ancho de Europa occidental y de las Américas, como ha explicado un estudioso, el «optimismo entusiasta» de la Ilustra- ción, con su idea de que todo el género humano puede crecer en raciona- lidad y progreso hasta asemejarse a los europeos, cedió el paso al «severo y opresivo darwinismo social que concebía el progreso en términos de ga- nadores y perdedores».l06 Con todo, hubo más continuidad entre la política imperial y la repu- blicana de lo que salta a la vista. Los Borbones tenían su propia cuota de partidarios de la guerra que abogaban por la destrucción de las sociedades de indios independientes que se les resistían, pero los pacifistas usual- mente prevalecieron porque las guerras con los grupos indios poderosos siempre parecieron imposibles de ganar y porque la corona por lo general favoreció los medios moderados de integrar a los indios dentro del cuer- po político. En la era borbónica, por tanto, el pragmatismo con frecuen- cia se combinó con el principio que recomendaba los medios pacíficos como la mejor forma de garantizar la seguridad y el crecimiento econó- mico. No obstante, los Borbones permitieron hacer la guerra cuando los recursos suaves no consiguieron pacificar al enemigo, y cuando los oficiales españoles informaron que tenían fuerza suficiente para vencer. En tales casos, el principio cedió el paso al pragmatismo. Por consiguien- te, era el poder, más que el poder de las ideas, lo que había determinado cómo los españoles ilustrados trataban a los «bárbaros», y es en este senti- do que las campañas contra los indígenas de la segunda mitad del siglo XIX representan una continuación de la política española más que una rup- tura con ella. Las ideas acaso tengan el poder para moldear la política, pero el poder siempre moldea las ideas. NOTAS ABREVIATURAS AF Archivo Franciscano, Biblioteca Nacional de México, Universidad Nacional Autónoma dc México, D. F. Copias negativas fotostáticas de documentos se- leccionados, catalogados como Archivo de San Francisco el Grande, Center for American History, Universidad de Texas, Austín. AGB Archivo General de Bolivia, Sucre, Bolivia. AGI Archivo General de Indias, Sevilla. AGN Archivo General de la Nación (AGN, Buenos Aires; AGN, Caracas, y AGN, México). AHN Archivo Histórico Nacional, Madrid AMS, PM = Archivo Municipal de Sa1tillo, México, Presidencia Municipal. ANSC Archivo Nacional de Santiago de Chile. FF Fondo Franciscano, Archivo Histórico del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, D. F. MM Colección de Manuscritos de José Toribio Medina, Biblioteca Nacional de Chile. SANM Spanish Archives of New Mexico, Santa Fe, Nuevo México (las referencias son al rollo y cuadro de la edición en microfilme y a los números Twitchell). INTRODUCCIÓN 1. Knox a Washington, 29 de diciembre de 1794, American State Papas: lndian Affairs, Gales and Seaton, Washington, 1832-1861, vol. 1, p. 544. Prucha, 1984, vol. 1, p. 70, fue quien llamó mi atención sobre este texto. Sobre la política de benevolencia de Knox, véase, tambíén, p. y Berkhofer, 1978, pp. 142-145. 2. Sheehan, 1973, p. 5; Callahan, 1958, pp. 314-337. 3. Knox a Washington, 15 de junio de 1789, citado en Prueha, 1984, vol. 1, p. 62. 4. Knox a Anthony Wayne, 5 de enero de 1793, citado en Prucha., 1984, vol. 1, p. 66. 5. Jefferys, 1762, p. xx. Véase, también, Kagan, 1996, pp. 423-446; Powell, 1971, Lepore, 1998, pp. 8-11.

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Weber 2007 Bárbaros: los españoles y sus salvajes en la era de la Ilustración. Barcelona: Crítica.

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    sociedad espaola racialmente mestiza. I05 Cuando los funcionarios locales perdieron de vista ese objetivo e instaron a la guerra ofensiva, la corona a menudo (pero no siempre) les record que prefera que procedieran con suavidad. La retrica de quienes reemplazaron a los Borbones en el siglo XIX, que construy un muro insuperable entre la barbarie y la civilizacin, implcitamente rechazaba la meta, que Espaa reiter con frecuencia, de aculturar e incorporar a los indios de forma gradual. En esto, los dirigentes de las repblicas hispanoamericanas no estaban solos. En el siglo XIX, a lo largo y ancho de Europa occidental y de las Amricas, como ha explicado un estudioso, el optimismo entusiasta de la Ilustracin, con su idea de que todo el gnero humano puede crecer en racionalidad y progreso hasta asemejarse a los europeos, cedi el paso al severo y opresivo darwinismo social que conceba el progreso en trminos de ganadores y perdedores.l06

    Con todo, hubo ms continuidad entre la poltica imperial y la republicana de lo que salta a la vista. Los Borbones tenan su propia cuota de partidarios de la guerra que abogaban por la destruccin de las sociedades de indios independientes que se les resistan, pero los pacifistas usualmente prevalecieron porque las guerras con los grupos indios poderosos siempre parecieron imposibles de ganar y porque la corona por lo general favoreci los medios moderados de integrar a los indios dentro del cuerpo poltico. En la era borbnica, por tanto, el pragmatismo con frecuencia se combin con el principio que recomendaba los medios pacficos como la mejor forma de garantizar la seguridad y el crecimiento econmico. No obstante, los Borbones s permitieron hacer la guerra cuando los recursos suaves no consiguieron pacificar al enemigo, y cuando los oficiales espaoles informaron que tenan fuerza suficiente para vencer. En tales casos, el principio cedi el paso al pragmatismo. Por consiguiente, era el poder, ms que el poder de las ideas, lo que haba determinado cmo los espaoles ilustrados trataban a los brbaros, y es en este sentido que las campaas contra los indgenas de la segunda mitad del siglo XIX representan una continuacin de la poltica espaola ms que una ruptura con ella. Las ideas acaso tengan el poder para moldear la poltica, pero el poder siempre moldea las ideas.

    NOTAS

    ABREVIATURAS

    AF Archivo Franciscano, Biblioteca Nacional de Mxico, Universidad Nacional Autnoma dc Mxico, D. F. Copias negativas fotostticas de documentos seleccionados, catalogados como Archivo de San Francisco el Grande, Center for American History, Universidad de Texas, Austn.

    AGB Archivo General de Bolivia, Sucre, Bolivia.

    AGI Archivo General de Indias, Sevilla.

    AGN Archivo General de la Nacin (AGN, Buenos Aires; AGN, Caracas, y AGN,

    Mxico).

    AHN Archivo Histrico Nacional, Madrid AMS, PM = Archivo Municipal de Sa1tillo,

    Mxico, Presidencia Municipal. ANSC Archivo Nacional de Santiago de Chile.

    FF Fondo Franciscano, Archivo Histrico del Instituto Nacional de Antropologa

    e Historia, Mxico, D. F. MM Coleccin de Manuscritos de Jos Toribio Medina, Biblioteca Nacional de Chile. SANM Spanish Archives of New Mexico, Santa Fe, Nuevo Mxico (las referencias son

    al rollo y cuadro de la edicin en microfilme y a los nmeros Twitchell).

    INTRODUCCIN

    1. Knox a Washington, 29 de diciembre de 1794, American State Papas: lndian Affairs, Gales and Seaton, Washington, 1832-1861, vol. 1, p. 544. Prucha, 1984, vol. 1, p. 70, fue quien llam mi atencin sobre este texto. Sobre la poltica de benevolencia de Knox, vase, tambn, p. y Berkhofer, 1978, pp. 142-145.

    2. Sheehan, 1973, p. 5; Callahan, 1958, pp. 314-337. 3. Knox a Washington, 15 de junio de 1789, citado en Prueha, 1984, vol. 1, p. 62. 4. Knox a Anthony Wayne, 5 de enero de 1793, citado en Prucha., 1984, vol. 1, p. 66. 5. Jefferys, 1762, p. xx. Vase, tambin, Kagan, 1996, pp. 423-446; Powell, 1971,

    Lepore, 1998, pp. 8-11.

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    6. Lynch, 1989, p. 253; Garca Prez, 1998, pp. 139-153. 7. Llombart, 992, pp. 29-95, 295-306 Y 325-335, Castro, 1996, pp. 29-48 Y 419

    444. 8. Solano, 981, pp. 1-100, analiza el contenido de la biblioteca de Glvez en el

    momento de su muerte, lo compara con otras bibliotecas de la poca y proporciona un completo listado. Sobre Robertson, vase p. 20.

    9. VilIava, 1946, pp. cxix. 10. Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, El Nuevo Luciano de Quito

    ... 1779, citado en Johnson, 1993, p. 145, que analiza con perspicacia su vida intelectual. 11. Navarro Garca, l 997a, p. 3, cuyo sugestivo artculo explora estas diferencias

    en profundidad. 12. Soy consciente de que un examen detenido de cualquier aspecto de la Ilustra

    cin revela una categora en crisis. No obstante, resulta til entender el Siglo de las Luces como lo entendan los literatos contemporneos. De la Ilustracin en Espaa y sus colonias me ocupo en el captulo 1, pero para introducciones al tema en ingls, vase Lynch, 1989, pp. 247-261, y Aldridge, 1971, pp. 4-9. Para una introduccin a las contradicciones inherentes al despotismo ilustrado espaol, vase el ensayo clsico de Palacio Atard, 1966, pp. 31-35. Sobre la competencia de los ministros ilustrados por obtener intluencia poltica, vase Lynch, 1989, pp. 291-298, y Stein y Stein, 2003.

    13. Keen, 1971, p. 217; Morner, 1970, pp. 337-347: Walker, 1996, pp. 89-112. Sobre el hecho de que el poder prevaleciera sobre los princpios y el empleo de datos similares para llegar a conclusiones diferentes sobre la esclavitud, vase Davis, 1975, pp. 49, 164-184,195 Y 258.

    14. Villava, 1946, pp. cxix. 15. Lastarria, Declaraciones y expresas resoluciones soberanas que sumisamente

    se desean en beneficio de los Indios de las Provincas de la banda oriental del Ro Paraguay, y de las mrgenes del Paran y Uruguay ... , Madrid, 31 de agosto de 1804, en Lastarna, 1914, pp. 114-115.

    16. Chiokoyhikoy, 1997,p.113.Zavala, 1983, pp. 14 Y 282. 17. Azara, 1923, voL 2, p. 142. Algunos estudiosos modernos coincidiran con Aza

    ra. Vase, por ejemplo, Osterhammel, 1997, p. 42. Zaragoza y Garca Crcel, 1979, pp. 273-279, presentan de forma breve, pero elegante, la supresin borbnica de los crticos de la conquista.

    18. Campomanes, 1988, pp. 238-239 y 265. Para una comparacin similar, vase Lzaro de Ribera, Asuncin, 1800, citado en Acevedo, 1997, p. 144. En gran medida tena razn. Ms que la mayora de los Estados europeos, Espaa haba buscado de forma consistente remodelar a los indgenas, colocndolos en una soeiedad hispnica idealizada de espacios urbanos ordenados en los que el Estado estuviera en condiciones de controlarlos, reclutarlos y gravarlos. Vase Scott, 1998, sobre esta poltica estatal en una perspectiva comparativa.

    19. EIliott, 1994, p. 4, en cuyo clculo aproximado la poblacin indgena constituye ms del 50 por 100 de la poblacin hispanoamericana en 1789, y la poblacin india al este del Misisipi el 6 por 100 de la de la Amrica inglesa en 1770. Estas cfras parecen incluir tanto indios independientes como asimilados al este del Misisipi.

    20. Service, 1955, pp. 412-413, sostiene que las sociedades indias determinaron las aceiones de los europeos. Elliott, 1994, pp. 3-23, argumenta de forma convincente que las actitudes con las que los europeos se acercaron al Nuevo Mundo explican su tenden-

    NOTAS. INTRODUCCIN

    ca a asimilar indgenas tanto como la explican la naturaleza de los pueblos indios y las circunstancias locales. Oberg, 1999, explora la tensin entre los intereses metropolitanos y locales en la Amrica inglesa.

    21. Burkholder, 1976, pp. 404-423; Garca Prez, 1998, pp. 127-136. Entre los historiadores una minora considera que los logros de Carlos 111 no fueron menos notables que los de sus predeeesores borbnicos y que sus reformas americanas le fueron impuestas por las circunstancias. Vase Barbier, 1990, pp. 2-18.

    22. Adelman y Aron, 1999, pp. 815-881, proponen una til distincin entre frontera ifrontier) y zona fronteriza (borderland): Por frontera, entendemos el lugar de encuentro de pueblos en el que los confines culturales y geogrficos no estn definidos con claridad .... Reservamos la designacin de zona fronteriza para los lmites en disputa entre los dominios coloniales. He seguido este uso de zona fronteriza pero tambin he empleado un tnnino m~ descriptivo, frontera estratgica (strategicfrontier), para designar los espacios que se disputaban las potencias coloniales. He tomado prestado este trmino de Bushnell, 2002, pp. 19-21, Y lo he modificado de acuerdo con mis intereses. La frontera externa parecera ser un sinnimo apropiado de frontera estratgica, pero los especialistas latinoamericanos no lo usan en este sentido (Schroter, 2001, p. 374 n. 87), ni lo hace Bushnell.

    23. Sobre la revolucin y la reconquista, vase Brading, 1984, pp. 397 y 400; sobre la segunda conquista, vase Lynch, 1973, p. 7. Muchos estudiosos han puesto en duda la efeetividad de esta revolucin en los centros coloniales. Vase, por ejemplo, Coatsworth, 1982, pp. 25-51.

    24. Bougainville y Diderot, 1966, pp. 69 y 70 (

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    complejo proceso de negociacin entre las partes involucradas, incluso en situaciones en las que las relaciones de poder eran desiguales. Greene, 1994, p. 4, aplica este modelo a Espaa al menos hasta las reformas borbnicas, p. 18, pero su continuidad en la era borbnica es clara. Como Kuethe y Inglis, 1985, pp. 119 Y 137, anotan con acierto, los Borbones, al igual que los Austrias, tuvieron en cuenta ,das realidades y necesidades de las colonias individuales Y no abandonaron el hbito espaol de promover el cambio poco a poco, mediante ensayo yerro!". Vase, tambin, Kuethe, 1991, p. 288, Stein, 1981, pp. 2-28, Lockhart y Schwartz, 1983, p. 315, Y Castro Gutirrez, 1994, p. 32. Pietschmann, 1998, p. 278, sostiene que en Nueva Espaa el poder pas de la Pennsula al virrey a comienzos de la dcada de 1790. Sobre la interaccin entre la periferia y el centro en la conformacin de la poltica, tambin vase Patch, 1993, p. 167, que afirma que las reformas borbnicas en Yucatn, en resumen, fueron posibles slo debido a cambios sociales y econmicos que, en su origen, fueron fundamentalmente internos. Sobre los grupos de inters que constituan el Estado, vase Perry, 1996. Sobre el fracaso de los estadounidenses a la hora de implementar la poltica indgena, vase Hinderaker, 1997. La idea de que los pueblos de la frontera contribuyeron a dar forma a la poltica quiz parezca evidente, pero es importante destacarla dado que la influyente teora de los sistemasmundo de Wallerstein se concentra demasiado en el centro y muy poco en las formas en las que la" sociedades no Estado de la periferia impiden que el centro les imponga unilateralmente su poltica. Vanse, por ejemplo, las crticas de Dunaway, 1996, pp. 455-470, Y Hall, 1989, y el modelo propuesto por Baud y Van Schendel, 1997, p. 219.

    36. Saavedra, 1989, p. 184, entrada en su diario, Pensacola, lI de mayo de 1781. Saavedra, visitador real, tena conocimiento de las opiniones de los funcionarios espaoles de ms alto rango.

    37. Citado en Weber, 1992, p. 284. Discuto esto de forma ms amplia en el cap

    tulo 6. 38. Jedidiah Morse, American Universal Geography (1793), citado en Fitzgerald, 1980, p. 49 (

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    BRBAROS

    47. Knox calculaba que los guerreros indios al norte del ro Uhio eran dos mil o tres mil; al sur del Ohio, pensaba, Estados Unidos se enfrentaba a unos catorce mil adversarios indios.

    48. Lpez de Vargas Machuca, [1758]. p. 97 Y 21. 49. Lemann, 1992, pp. 150-151. Resulta irnico que Lemann estuviera reseando

    mi libro The Spanish Frontier in North Amaiea (La frontera espaola en Amrica del

    Norte), en el que no consegu contextualizar a Norteamrica lo suficiente para conven

    cerle de que juzgara con mayor simpata los esfuerzos de Espaa. Sobre la ltima cuestin, me cita fuera de contexto.

    50. Como los especialistas en la materia advertirn, Brharos se aparta del modelo

    de fronteras lhorderlands] clsico de Herbert Eugene Bolton, cuyo propsito, muy til,

    pero explcitamente limitado, era entender el papel de Espaa en el rea que luego se

    convertira en Estados Unidos, para examinar un tema importante de la historia de fron

    teras en el contexto de todo un imperio y responder a la necesidad de estudios de fronte

    ras ms comparativos y contextualizados. Para una crtica reciente del paradigma de

    fronteras, vase Light T. Cummins, Getting Beyond Bolton, New Mexico Historical

    Review, 70 (1995), pp. 201-215.

    51. Citado en la introduccin a Requena, 1991, p. 7. 52. Las explicaciones ecolgicas para la baja densidad poblacional en los secanos

    y en los bosques tropicales han sido objeto de ataques crticos. Las pruebas de una gran diversidad cultural y de asentamientos a gran escala de indios sedentarios en el Amazonas, incluidas quiz jefaturas, ha minado la tesis de Meggers, 1996, pp. 25-27, 100-101 Y 162-167, que antes gozaba de una amplia aceptacin, segn la cual las plantas tenan un bajo valor nutricional en los bosques hmedos. lo que disuada a los indios de establecerse en aldeas permanentes. Para un intercambio entre Meggers y algunos de sus crticos, vase Latn American Antiquity, 12 (septiembre de 200 1). pp. 304-333, Y Cicary, 2001, pp. 72-81. Sin embargo, los lugares con entornos inhspitos Y de poco atractivo para los espaoles s se convirtieron en regiones de refugio, donde los indgenas pudieron mantener su independencia por ms tiempo. Para un excelente estudio del caso de Nueva Vizcaya, que subraya el papel de la geografa humana y natural en la persistencia tnica, vase Deeds, 2003, pp. 190-193.

    53. Citado en Requena, 1991, pp. 7-8. 54. Jimnez Nez, 1967, p. 86. Vanse, tambin, Zavala, 1979, pp. 179-199, Y el

    ensayo clsico de Service, 1955, pp. 411-425, quien traza una distincin ms fina que la ma entre cazadores marginales, horticultores de las tierras bajas y agricultores intensivos de las tierras altas (p. 421).

    55. Con excepcin de bozales, estos trminos eran de uso comn. Sobre !>zales, empleado a menudo para deseribir a los negros ms que a los indios, vase Cramaussel, 1990-1991. p. 79.

    56. A principios del perodo colonial, los espaoles usaron los trminos brbaroli' e indio como sinnimos. Las palabras se aplicaban a los indios que vivan en sociedades no cristianas sedentarias con jefe de Estado reconocible, estructuras gubernamentales y religin. Los espaoles, no obstante, s reconocan niveles de barbarie diferenteS y colocaban a los ms feroces o salvajes ene! escalafn ms bajo. Vanse, por ejemplo, ~ ideas de Jos de Acosta, descritas por Pagden, 1982, pp. 164-165, Y Navarro 1994b, p. 120. Montesquieu eonsideraba que los brbaros estaban un paso ms de los salvajes. Sus brbaros ocupan un nivel inferior de la sociedad, en lugar

    NOTAS. INTRODUCCIN

    vivir en grupos desperdigados. Pagden, 1994b, The "Defence of Civilization", p. 36. Navarro FIoria, I 994b, seala con acierto que en el siglo XVIII continuaban reconocindose grados de barbarie o salvajismo, entre otros por el filsofo escocs Adam Ferguson

    120), pero no he encontmdo observadores espaoles de ese mismo siglo que usen, de forma consistente, la palabra salvajes como sinnimo de indios malos y brbaros en el sentido de buenos salvajes, como sugiere este autor (p. 134), Y de nuevo en Navarro Floria, 1996, p. 10 l. En lugar de ello, lo que he advertido es que salvaje y brbaro eran sinnimos en el lenguaje normal. Navarro FIoria afirma que Alejandro Malas-

    propone esta distincin, pero vase la definicin de salvaje de Malaspina que cito ms adelante en esta misma introduccin.

    57. Lastarria, Declaraciones y expresas resoluciones soberanas que sumisamente se desean en beneficio de los Indios de las Provincias de la banda oriental del Ro Paraguay, y de las mrgenes del Paran y Uruguay ..., Madrid, 31 de agosto de 1804, en Lastarria, 1914, pp. 119-125.

    58. Malaspina, 1995, Reflexiones polticas sobre las Costas Occidentales de la Amrica, pp. 155 Y 163 n. 55, al discutir el comercio con los salvajes. En el siglo XVlII, los espaoles usaron la palabra brbaro con mayor frecueneia que la palabra salvaje (vase, por ejemplo, Laserna Gaitn, 1994, p. 33 n.34), pero los funcionarios instruidos que leyeron las obras de sus homlogos franceses, corno Malaspina y Francisco de Viedma (Viedma, 1969c-1972c, vol. 3, p. 683), tambin emplearon la palabra salvaje. Aunque salvaje se volvi de uso comn a finales de la era borbnica, los espaoles ya haban descrito a algunos indios como salvajes en el siglo XVI. Vanse, por ejemplo, Romn Gutirrez, 1993, p. 323, y Jos de Acosta, citado en Navarro FIoria, 1994h, p. 120. Vase, tambin, n. 56, supra.

    59. Aunque algunos antroplogos omitiran tribu de nuestro lxico, otros consideran que el trmino es necesario para describir la organizacin de los pueblos entre las pequeas unidades a las que denominamos bandas y las grandes unidades a las que los antroplogos denominan jefaturas. Se considera que las bandas son grupos autnomos e igualitarios pequeos, compuestos de parientes y cuyos lderes son temporales. Las jefatura", por definicin, tienen estructuras jerrquicas e instituciones polticas y econmicas centralizadas, y a menudo cuentan con uno o varios lderes hereditarios. A medio camino entre la banda y la jefatura, la categora de tribu sugiere una red de comunidades que comparten un lenguaje, una ideologa y una cultura material, pero que estn gobernadas Con consejos informales ms que por una organizacin poltica central formal. Los lderes de estos grupos consiguen que se les obedezca ms por persuasin que por coercin. Ni la tribu ni la jefatum tienen la complejidad de un Estado, que posee un gobierno central Con una burocracia profesional y poder de coercin: para recaudar impuestos, reclutar mano de obra y hacer cumplir las leyes. Vase tambin el captulo 2, ms adelante.

    60. Beckerman, 1979, pp. 8-9 y 14-18. Sobre los comanches y los aucas, vase captulo 2,

    61. Forbes, 1994, pp. xvi y xx. Para una presentacin clsica sobre lo caprichoso de los nombres tribales, vase Fried, 1975, pp. 32-38. Para un elegante estudio de caso

    ~e identidades impuestas, vase Nacuzzi, 1998. Cramaussel, 2000, pp. 277-292, sos~e~e que las clasificaciones espaolas no se corresponden con las nociones de grupos etmcos, bandas y tribus de la antropologa moderna y que imponer stas al pasado es anacrnico. En el captulo 2, identifico algunos de los grupos indgenas que se autodenominaba el pueblo, eomo los araucanos, los chiriguanos, los comanches y los apa

    csn1Resaltado

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    ches, pero son muchos ms, como los ashninkas y los campas, de la jungla del centro de Per. Varese, 2002, p. 5.

    62. Castro, 1971, pp. 10-11, explica que la palabra espaol se introdujo en el siglo XIII a partir del provenzal; antes de ello, los espaoles se conocan a s mismos colectivamente como cristianos. Sahlins, 1989, pp. 272-273, llam mi atencin sobre esto.

    63. Leutenegger, 1976, p. 31. Para el equivalente en el Brasil portugus, vase Barickman, 1995, p. 328.

    64. Para una crtica de los modelos de oposicin, vase O'Brien y Roseberry, 1991; sobre la necesidad de estudiar la conciliacin as como la resistencia, vase Brown, 1996, pp. 729-735, Weber, 1997, pp. 1-32.

    65. Alonso Espinoza, 1764, citado en Radding, 1995, p. 101. ste era un lugar co

    mn. Vase, por ejemplo, Cruz, 2001, pp. 155-156. Vase captulo 3, infra, para ejemplos adicionales.

    66. Sanz, 1977, p. 81. 67. Moreno y Escandn, 1936, pp. 573-574. Moreno y Escandn era el protector

    de indios de la audiencia de Nueva Granada. 68. El problema llev al antroplogo Edward Spicer a un pronunciamiento exage

    radsimo: En la mayora de los casos no hay en realidad historia de los indios, slo historia de los espaoles en su contacto con los indios. Citado en Sheridan y Naylor, 1979, p. 6.

    69. Una extensa literatura habla de este tema. Entre los ejemplos recientes se encuentran Basso, 1996; Descola, 1996; Deloria, 1997, y los ensayos recogidos en Fixico, 1997, en particular los de James Axtell y Richard White, para una reflexin reciente sobre las limitaciones y oportunidades de la etnohistoria. Vase, tambin, los ensayos recogidos en Shoemaker, 2002, en especial las ideas de Patricia Albers sobre un posible equilibrio entre los enfoques cultural y materialista. De igual modo debera aclarar que este libro no constituye una contribucin a los llamados estudios subalternos porque los indios de los que me ocupo no se haban convertido en subordinados de los espaoles. Para una introduccin, vase Mallon, 1994, pp. 1.491-1.515.

    70. ElIiott, 1995, p. 399. 71. Axtell, 1995, p. 679. Por supuesto, las voces indias emergen en los documentos

    espaoles; las tradiciones orales indgenas publicadas arrojan poca luz sobre esta era. Vase, por ejemplo, Fernndez, 1995. Para una introduccin a algunos de los problemas tericos, vase Salomon, 1999, 1" parte, pp. 19-95, Y para una definicin de historia india, generosamente incluyente, vase Fixico, 1998, pp. 84-99, quien ofrece la posibilidad de que los no indios puedan escribir algn tipo de historia india.

    CAPTULO L Los SABIOS, LOS SALVAJES Y LAS NUEVAS SENSIBILIDADES

    l. El plan de un viaje cientfico y poltico, fechado en Isla de Len, ellO de septiembre de 1788, y dirigido a Antonio Valds, se encuentra en Malaspina, 1885, pp. 1-2. Malaspina explcitamente rechaz la idea de que su viaje fuera una imitacin servil de los viajes ingleses. Malaspina, Estudio Preliminar, en Malaspina, 1984, p. 31. Sobre el primer viaje de Malaspina alrededor del mundo, vase Manfredi, 1987, pp. 69-95. que contiene mucha informacin novedosa. Outram, 1995, pp. 48-49, afirma que es anacrnico aplicar la palabra cientffico, tal y como hoy la entendemos, a los pensado-

    NOTAS. CAPTULO

    res de la Ilustracin, pues la palabra no se invent hasta la dcada de 1830 en Inglatena. Ahora bien, sostiene que, aunque el trmino exista bastante antes en francs, italiano Y espaol, ciencia significaba entonces conocimiento en general, ms que el estudio del mundo natural. Sin embargo, el plan de Malaspina distingue con claridad entre conocimiento cienttico y poltico, pues realizaron un trabajo que hoy consideraramos cientfico, esto es, intentaron entender el mundo natural de forma sistemtica. Pmentel, 1998, clarifica esta cuestin. Donald C. Cutter,

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    r~

    418 BRBAROS

    nunca se public bajo su direccin, y sus notas se desperdigaron. En el siglo XIX, se logr recuperar y publicar algunas, de forma ms completa en Malaspina, 1885. Mercedes Palau, Arnzazu Zabala y Blanca Siz reimprimieron el ncleo central de esa obra (Malaspina, 1984) aadindole algunos materiales nuevos, pero omitieron algunos informes, por lo que consultar la edicin de 1885 contina siendo esencial. Las fuentes desperdigadas por fin fueron reunidas en una obra en varios volmenes, La expedicin Malaspina, 1789-1794, publicada en Madrid entre 1987 y 1999.

    7. Sobre la variedad de intereses de los intelectuales de la Ilustracin, vase Oay, 1966-1969, pp. 321-322. Para esbozos biogrficos de los oficiales y cientficos que participaron en la expedicin, vase Malaspina, 1984, pp. 605-611.

    8. Malaspina a Oan Francesco Ala 6 de febrero de 1789, citado en Man1994, p. 41. Para la vida de Malaspina antes de la expedicin, me he basado en

    pp. 19-4 L Y Kendrick, 1999, captulos 2 y 3. 9. Para otro ejemplo notable del oficial naval como cientfico, vase Rubin de Ce

    1788, pp. 37-42. 10. OaleraOmez, 1988, pp. 5-14y 241-243. 11. Viana, 1958, vol. 1, p. 2; Street, 1959, pp. 47, 66-73 Ypassim. El padre de Via

    na, Jos Joaqun de Viana, haba ejercido el cargo de gobernador de Montevideo. 12. Mapa geogrfico que compre hende todos los modernos descubrimientos de la

    costa patagnica ..., 1786, preparado por solicitud del virrey, el marqus de Loreto, por un oficial portugus llamado Jos Custodio Saa Fara, capturado por fuerzas espaolas en el Ro de la Plata. Reproducido en Martnez Sierra, 1975, vol. 1, p. 239, ilustracin n.o xxxviii. Sobre la jurisdiccin de Espaa sobre la Patagonia a finales del siglo xvm, vase Zorraqun Bec, 1959, pp. 119-123 Y quien la coloca estrictamente en el virreinato de Buenos Aires. Algunos estudiosos chilenos adoptan un punto de vista diferente. Vase Eyzaguirre, 1997, pp. 40-45, Y Villalobos R., 1993, p. 553, que sostiene que los estudios europeos pasan por alto las reclamaciones chilcnas sobre la Patagonia. Ms all de estas opiniones contrapuestas, el hecho sicndo que quienes controlaban la mayor partc de la Patagonia no eran los espaoles, sino los indios.

    13. Malaspina, Suelo de las costas dc la tierra patagnica e islas Malvina..

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    p. 258, identifica al autor del manuscrito 621 como Francisco Viana, no Bauz y Caas, pero el texto tiene grandes similitudes con el manuscrito 425 de Malaspina. Venegas escribi su Noticia de la Califoroia, en 1739, aunque sta no se publicara hasta 1757.

    33. Malaspina, Descripcin fsica y costumbres de la California, en Malaspina, 1885, p. 445. Traduccin inglesa en Cutter, 1960, p. 65. La traduccin del mismo documento en Galbraith, 1924, pp. 215-237, es incompleta.

    34. Malaspina, Descripcin fsica y costumbres de la California, en Malaspina, 1885, p. 447. Vanse, tambin, Cutter, 1960, pp. 53 Y ss., Y Rawls, 1984, pp. 25-43, para comparaciones de las opiniones de Malaspina con las de sus contemporneos.

    35. Viana sobre la partida de Port Mulgrave, Viana, 1958, vol. 2, p. 62. El teniente

    Ciriaco Cevallos, citado en Cutter, 1991, p. 63: Tova, 1943, p. 150, Y Gutirrez,

    p. 162, repiten estas mismas palabras.

    36. Malaspina, 1990, p. 345. 37. Sobre la continuidad de estas ideas en el pensamiento espaol de esta era, va

    se Prez, 1988, pp. 267-279. Sobre la extensa historia del hombre salvaje en el pensamiento europeo, vase Bartra, p. 1994.

    38. Grafton, 1992, p. 252 (la principal fuente sobre las nuevas teoras acerca de la sociedad).

    39. Azara, I 943a, p. 99. Vase, tambin, Azara, 1923, vol. 2, p. J. 40. Malaspina, Descripcin fsica de las costas del Noroeste de la Amrica, en

    Malaspina, 1885, p. 343. Vase, tambin, p. 345. 41. [bid., p. 344. 42. [bid., p. 349. 43. Malaspina, Estudio Preliminar, en Malaspina, 1984, p. 35. 44. Sobre estas ideas en Espaa, vase, por ejemplo, Sarrailh, 1957, en especial,

    pp. 39-74 (sobre la bsqueda de conocimientos) y pp. 580-600 (sobre el poder de los monarcas). Vase, tambin, Gay, 1966-1969, vol. 2, p. 320.

    45. Pombal, 1742, citado en Maxwell, 1995, p. 7. :ajlzar'es-Es~!Uer 2001, pp. 134 Y 158-160.

    46. Lafuente, 1988, pp. 13-18. Sobre los cuestionarios, vase, por ejemplo, Solano, 1988. La publicacin en Espaa de cuarenta y tres volmenes de literatura de viajes entre 1795 y 1801 (Estala, 1795-180 1) atestigua el crecimiento del mercado para los relatos de viajes. Laserna Gaitn, 1994, p. 18. Vase, tambin, Caizares-Esguerra, 200 1, pp. 11-22 )10-51 para la aplicacin del nuevo escepticismo a los nativos americanos.

    47. Para un panorama de stas y otras expediciones, vase Pino Daz y Guirao de Viema, 1988, pp. 19-69; sobre Ruiz y Pavn, vase Steele, 1964; sobre Nueva Espaa, vase Arias Divito, 1968, y Engstrand, 1981. Prez Ayala, 1951, pp. 181-184, anota que Mutis recogi copias manuscritas de gramticas chibcha y sliva y un diccionario achuagua. La corona envi la orden de recoger estas gramticas y diccionarios en 1787, pero slo el virrey de Nueva Granada, Antonio Caballero y Gngora, que nombr a Mutis, hizo algo al respecto.

    48. Steele, 1964, pp. 46-49. Sobre el uso de conocimiento til, vase Burke, 1977, p.5.

    49. Verde Casanova, 1980, p. 82. 50. Malaspina, Descripcin fsica de las costas del Noroeste de la Amrica, en

    Malaspina, 1885, p. 342 ( un examen filosfico, para que los progresos de la especie hu-

    NOTAS. CAPTULO]

    mana ... no parezcan haber ocupado un lugar secundario en la atencin nuestra a estos objetos ). Pocos cientficos espaoles exhibieron el inters de Malaspina por las fuerzas naturales o sociales que modelaban las vidas de los indios. Como un ejemplo, vase el diario del naturalista espaol Jos Longinos, 1994. Para los espaoles dedicados al trabajo cientfico, los indios independientes eran con mayor frecuencia algo a 10 que temer que un tema de estudio. Vase, por ejemplo, fray Diego Garca a Jos Celestino Ciudad de Hacha, 24 de septiembre de 1787, en Mutis, 1968- vol. 3, p. 377.

    51. Saavedra, 1989, p. 175, escribiendo en su diario desde Pensacola, el 11 de mayo de 1781 (un diario que slo ha aparecido en ingls); Alcedo, 1967, vol. 2, p. 234, bajo la entrada Indios.

    52. Burke a William Robertson, 9 de junio de 1777 (

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    63. Sobre los comienzos del pensamiento ilustrado en Espaa a finales del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII (antes de lo que la mayor parte de la historiograffa tradicional sostiene), vase Snchez-Blanco, 1999, y Prez Magalln, 2002. McClelland, 1991, explica la confusin ideolgica entre los intelectuales espaoles de la primera mitad del siglo. Soto Arango, Puig-Samper y Arboleda, 1995. Vanse, tambin, Stolley, 1996, p. 345, YCaizares-Esguerra, 2001, p. 146.

    64. Ambas citas se encuentran en Sarrailh, 1957, pp. 496-497. 65. Sobre el caso de Espaa, vanse en especial Sarrailh, 1957; Herr, 1958, pp.

    Y 1995, pp. 63-124; sobre Hispanoamrica, vanse Roland D. Hussey, Traces of French Enlightenment in Colonial Hispanic America, y John Tate Lanning, The Reception of the Enlightenment in Latn America, en Whitaker et al., 1961, pp. 23-51 Y 71-93. Whitaker, 1970, pp. 256-271, es una introduccin algo anticuada pero todava valiosa para la literatura pertinente, buena parte de la cual se ocupa del impacto del pensamiento de la Ilustracin en las guerras de independencia hispanoamericanas, un tema que supera los lmites de este libro. El ensayo de Whitaker aparece tambin en AIdridge, 1971, una coleccin de trabajos que se ocupan de distintos aspectos del pensamiento ilustrado en la pennsula Ibrica y su difusin en las Amricas. Adelman, 1999, captulo 3, ofrece una mirada ms reciente a la circulacin del pensamiento ilustrado en relacin al desarrollo econmico del Ro de la Plata. Sobre la influencia inglesa, en particular de Locke, Adam Smith y Adam Ferguson, vase Polt, 1964, y Smith, 1968.

    66. Spell, 1938, p. 27, cuya obra inspira este prrafo. 67. Jos Clavijo y Fajardo, en Spell, 1938, p. 30, citando El Pensador, 16 (diciem

    bre de J762). Jean-Jacques Rousseau, mile or On Education, edicin y traduccin de Alan Bloom, Basic Books, Nueva York, 1979, p. 37. ITraduccin castellana del original francs: Emilio, o de la educacin, Alianza, Madrid, 1998.]

    68. Spell, 1938, p. 72; lvarez Barrientos, 1991, pp. 234-242. 69. Herr, 1958, p. 63. 70. lvarez Barrientos, 1991, pp. 216-217. 71. Lanning, 1956, pp. 115 y 348. Sobre las diversas formas que adopt la recep

    cin de la Ilustracin, vase Whitaker, 1970, p. 163. 72. Un documento sin fecha, De la Amrica en general, escrito quiz despus de

    su peodo como enviado especial en 1780-1782, o quiz despus de su tiempo como intendente de Caracas, que termin en 1788. Encontrado en los papeles de Saavedra y citado en Morales Padrn, 1969, p. 357. En su diario, Saavedra, 1989, pp. 247-248, 250251,255 y 259-260, advierte en 1781 del descontento que existe en Mxico con el gobierno espaol.

    73. Caizares, 2001, p. 9, y vase su captulo 5. Eyzaguirre, 1959, sobre la llegada de libros prohibidos a Chile. Chiaramonte, 1989, pp. 98-116, ofrece una completa exposicin sobre la recepcin de la Ilustracin en el Ro de la Plata.

    74. Un tal Prez y Lpez, Principios de Orden (Madrid, 1785), citado en Snchez Agesta, 1979, p. 93.

    75. Citado en Arciniegas, 1967, p. 251. Noel, 1973, encuentra una mayor resistencia a la Ilustracin durante el reinado de Carlos JII de la que se ha dado por sentado y discute en particular las ideas de Herr, 1958.

    76. Gay, 1966-1969, ofrece un panorama magistral sobre las distintas corrientes intelectuales de esta era. El Siglo de las Luces, sin embargo, no fue, de manera uniforme, el perodo seguro y racional que los estudios de los philosophes podran sugerir. Va-

    NOTAS. CAP{TlJLO 1

    se, por ejemplo, Terry Castle, The Female Thermometer: 18th-Century Culture and the lnvention ofthe Uncanny, Oxford University Press, Nueva York, 1995. Sobre la divergencia de opiniones entre los pensadores ilustrados, vase tambin Schmidt, 1996. Para una cautivadora introduccin a los en el siglo XVII de la creencia cada vez mayor en la antigedad del pasado, vase Grafton, 1992, pp. 197-252 (la cita es de lapo

    77. Payne, 1973, vol. 2, p. 371. 78. Ezquerra, 1962, proporciona una revisin sistemtica de las ideas sobre Am

    rica de los pensadores peninsulares, basada en gran medida, pero no completamente, en la literatura publicada.

    79. Las Casa;;; present estas ideas en un manuscrito, Apologtica historia (c. 1551), que, en palabras de un historiador, constituy el primer anlisis comparativo detallado de la cultura amerindia (Pagden, 1982, pp. 146 Y156). Este trabajo de Las Casas no se public hasta el siglo xx. Acosta se acerc todava ms a las formulaciones modernas con la descripcin y clasificacin de rasgos culturales nicos de su Historia natural y moral de las Indias (1590). Hay abundante literatura sobre este tema, que es reseada y desarrollada de forma admirable en Pagden, 1982, pp. 119-145 Y146-197. Por su claridad estilstica, brevedad y perspicacia, el compendio de Elliott, 1970, pp. 43-63, contina sin ser superado en ingls.

    80. Elliott, 1970, p. 31; Snchez-B1anco Parody, 1985, p. 189; Pagden, 1982, pp. 175179; Pagden, 1990, p. 99: Meek, 1976, pp. 42-49; Rozat, 1996, pp. 77-94 Y183. Cervantes, 1994, captulos 1 y 5, termina su estudio en 1767, un momento en el que, sostiene, los intelectuales mexicanos an no haban adoptado la concepcin newtoniana y mecanicista del mundo de los europeos.

    81. Pagden, 1982, p. 155. Para una visin ms apreciativa de Acosta, vase Pino Daz, 1992, quien argumenta que Acosta empleaba referencia al demonio con el objetivo de evitar la censura y que explic los sacrificios humanos de los aztecas desde una perspectiva de distanciamiento fo y cientfico. Caizares, 2001, captulo 2, ofrece una fascinante exposicin sobre la forma en que los estudiosos espaoles del siglo XVIII rechazaban las misma fuentes indgenas que los eruditos del Renacimiento consideraban tan valosas.

    82. Lipsett-Rivera, 2002, pp. 205-208. Hodgen, 1964, p. 484, no concede mucha importancia a esta distincin entre el pensamiento del Renacimiento y de la Ilustracin al sealar que esta ltima simplemente reemplaz la idea de la providencia por la de progreso.

    83. Viana, 1958, vol. 1, p. 140. Pino Daz, 1982, p. 422. Para el contexto de la observacin de Viana, vase Manuel, 1959, pp. 140-141, YMarshall yWilliams, 1982, p. 218. Sobre las cambiantes actitudes de los espaoles respecto de las causas de la locura, vase Huertas, 1998, pp. 155-164.

    84. No todos los pensadores ilustrados haban suscrito tal argumento, por supuesto, o defendido una visin tan positiva de la naturaleza humana. Vase, por ejemplo, Gay, 1966-1969, vol. 2, pp. 99-102, 168-174, 187-194 Y322.

    85. La idea era que si la naturaleza era en s misma simple y buena, como sostenan algunos philosophes, los salvajes, en tanto hijos de la naturaleza, deba encarnar esas virtudes. Smith, 1985, p. 42.

    86. Malaspina, 1984, p. 97. 87. Viana, 1958, vol. 1, p. 77. Manfredi, 1987, p. 75. 88. Viana, 1958, vol. 1, p. 78.

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    BRBAROS

    89. Malaspina, Descripcin fsica de las costas del Noroeste de la Amrica, en Malaspina, 1885, p. 347.

    90. Malaspina, 1991, p. 156 (

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    117. Que Rousseau no adopt una visin sentimental incondicional de la vida salvaje, bien fuera en su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres o en el Emilio, se sabe bastante bien. Vanse Fairchild, 1928, pp. 120-139, YSymcox, 1972, pp. 223-247. Ellingson, 2001, p. 81, seala que Rousseau nunca us la expresin buen salvaje. Ellingson ha hallado su fuente moderna a mediados del siglo XIX, refutando la afinuacin de Hayden White de que el tema del buen salvaje quiz sea uno de los pocos tpicos histricos sobre los que no hay nada ms que decir. White, 1976, vol. 1, p. 12l.

    118. lvarez Barrientos, 1991, pp. 302-307, describe varias novelas publicadas en Espaa que emplean la figura de les bons sauvages, pero se trata de obras escritas por autores franceses y traducidas al espaol. Le doy las gracias por habenue confinuado que, en el caso de la literatura espaola del siglo XVIll, el indio bueno como protagonista no tuvo tanto eco ni utilidad como en otras culturas. Comunicacin personal, 26 de noviembre de 2002. Aunque no es posible demostrar una negativa, en trabajos como el de Urruela V. de Quezada, 1992, pp. 91-108, tambin se sugiere que los salvajes, buenos o de otro tipo, no fueron un motivo de la literatura espaola del siglo XVIIl. Vargas, 1944, pp. 87 Y99, ofrece un ejemplo de un ensayista muy ilustrado de Nueva Granada y otros ejemplos mencionados en notas posteriores.

    119. Tratado terico-prctico de enseanza, 1802, en JoveJlanos, 1956, vol. \, p. 254, sobre el que llam mi atencin Polt, 1971, p. 109. Sobre el desmo, el cristianismo y el buen salvaje, vase Smith, 1985, pp. 5 Y 147. Berkhofer, 1978, p. 75, observa que el culto del buen salvaje fue primordialmente una construccin francesa.

    120. Tova, Ocurrencias en Pto. Deseado [1789], en Higueras Rodrguez y Pimentel Igea, 1993, p. 36.

    121. Malaspina, 1991, pp. 158-159 (

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    BRBAROS

    149. Keen, 1971, p. 217. Sobre esta ambivalencia y la cuestin de la raza, va&e Mosse,1978, p. 16.

    150. Pimentel Igea. 1989, p. 101, Y Pimentel Igea, 1993, pp. 16-17, tambin seala las contradicciones de Malaspina. Vase, adems, Wallace, 1999, para un Jefferson que lamentaba el declive de los indios y, no obstante, insista a la vez en que deban civilizarse.

    151. rdenes secretas de Revillagigedo alleniente Mourelle (que no zarp, vase Culter, 1991),9 de septiembre de 1791, citadas por extenso en Cook, 1973, pp. 328330. Vanse, tambin, las rdenes de Revillagigedo a Alcal Galiano y Cayetano Val

    31 de enero de 1792, en Kendrick, 1991, p. 53, y Gonz1cz Montero, ]992, pp. 2930, sobre Juan y Ulloa.

    152. Juan Francisco de Bodega y Cuadra, citado en Cook, 1973, p. 340. Gay, 19661969, vol. 2, pp. 29-45.

    153. Kendrick, 1991, p. 79. Sobre la benevolencia y sus efectos en Norteamrica, vase Sheehan, 1973.

    154. Carbia, 1944, p. 237, cita ]a lista de 1790 y seala que sta repeta una prohibicin de medio siglo antes.

    155. Juderas, 1960, p. 305, sostiene que en Espaa

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    BRBAROS

    producen los cambios. Vase especialmente Ramenofsky, 1991, vol. 3, pp. 437-452. Por otro lado, algunos antroplogos han cuestionado la capacidad de los estudiosos para describir las culturas con objetividad. Como ha sealado James Clitford: La cultura es disputada, temporal y emergente. La representacin y la explicacin, tanto desde dentro como desde fuera. estn implicadas en esta emergencia. Clifford, 1986, p. 19.

    4. Segn el informe de Vargas Ponce, los espaoles de la Santa Mara oyeron a Francisco Xavier referirse al capitn Antonio Viedma y al piloto Bernardo Tafor por sus nombres. Antonio Viedma haba transportado colonos a la efmera colonia de Puerto Deseado en 1780, as que pudo haber sido all. o en los asentamientos contemporneos en San Julin y Carmen de Patagones, que Francisco Xavier haba tenido contacto con espaoles. Sobre Antonio Viedma, vase Luiz, 1997, p. 50. El caso de Francisco Xaver no fue nico. Vase Tova. Ocurrencias en Pto. Deseado [1789], en Higueras Rodrguez y Pimcntel Igea, 1993, pp. 36 Y 38.

    5. La Prouse, 1994, vol. 1, p. 49. Para un ejemplo temprano (1602) de este proceso en la Norteamrica inglesa, vase Kuppcrman, 2000, pp. 5-6.

    6. Por supuesto, algunas reas del hemisferio, como ciertas partes de la cuenca del Amazonas y Tierra de Fuego, permanecieron sin ser visitadas por los europeos o sus aliados. Sweet, 1992a, vol. 1, p. 266, Y Darwin, 1989, pp. 172-173. Pero incluso la.,> zonas ms remotas experimentaron la influencia indirecta de los europeos. Vase Reeve, 1994, pp. 106-138, Y Binnema, 2001, pp. 86-106. Para un excelente estudio de caso sobre la transformacin de las fronteras tnicas, vase Whitehead, 1994, pp. 33-53, quien critica el uso de modelos de la sociedad amerindia contempornea basados en aspectos lingsticos [que] se proyectan al pasado de forma acrtica, (p. 34).

    7. Como ha apuntado un distinguido antroplogo: No hubo un patrn nico o uniforme en la forma en la que las culturas cambiaron o en la forma en la que los pueblos preservaron sus identidades. Spicer. 1962, p. 15. Para un magistral panorama de dichas transformaciones en Suramrica y una gua a la literatura sobre el tema, vase Schwartz y Salomon, 1999, pp. 468-474 Y 482-499. Polo Acua, 1999a, pp. 7-29, Y Barrera Monroy, 2000, pp. 31-34 Y 174-175, llaman la atencin sobre el sorprendente contraste entre los guajiros, que sobrevivieron adoptando ganado extranjero as como a personas extranjeras, Y los cocinas, que habitaban la misma pennsula pero se resistieron al cambio cultural y se extinguieron como pueblo. Vase. tambin, Powers, 1995, p. 3, y Deeds, 2003, que intenta explicar la persistencia tnica (y, por ende, tambin la desaparicin) entre los pueblos no sedentarios de Nueva Vizcaya y ofrece una introduccin esplndida a los enfoques tericos (pp. 1-11).

    8. Beckerman, 1979, pp. 20-21; Rausch, 1984, p. 231; Reff, 1991, p. 281; Sheridan, 1999, p. 9. Para lo que actualmente sabemos sobre la resistencia indgena a las en~ fermedades y la importancia de la contingencia, vase Jones, 2003, pp. 740-742.

    9. Aldunate del Solar, 1982, p. 73. Sobre los trminos despectivos, vase Casanueva, 1988, p. 246.

    10. Ercilla y Ziga, 1945, pp. 35, 37. El poema fue publicado en tres partes, en 1569, 1578 Y 1589. [El texto original del poema se encuentra disponible en versin cli9ital en la pgina web de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, www.bcn.cll

    I l. Casanueva, 1992a, p. 2. 12. Korth, 1968, p. viii, sostiene que la principal razn para la resistencia araucana

    fue el trato brutal que los indgenas padecieron a manos de los blancos, pero ello nO explica el xito de su resistencia.

    NOTAS. CAPTULO 2

    13. Villalobos R., 1991, pp. 305-313, hace hincapi en estas circunstancias externas. Aunque las pruebas sugieren una densidad de poblacin relativamente alta, las cifras siguen siendo bsicamente conjeturales. Cooper, 1946, The Araucanians, voL 2, p. 694. Jara, 1990, cap. 4, explica con detalle la naturaleza privada de las fuerzas espaolas.

    14. Algunos investigadores han traducido la palabra auca simplemente como enemigo o rebelde (VilIalobos R., 1989b, p. 202), pero aqu estoy siguiendo el significado ms preciso de salvaje que le da el etnolingista Adalberto Salas, citado en Boceara, 1996b, p. 668.

    15. FoersterG., 1991, pp. 188-189. 16. Sobre el caso paralelo de los chichimecas, vase Powell, 1952, p. 47. 17. Casanueva, 1984, p. 5. 18. Estas armas cayeron muy pronto en manos de araucanos. Sors, 1921-1923, n." 46,

    p. 336, un franciscano que en 1780 manifiesta su admiracin por las tcnicas de lucha de los araucanos, deja claro que stos continuaron adquiriendo armas metlicas. Garca, I 969a-1972a, p. 359, que escribe en 1810, seala que los araucanos hacan machetes y puntas de lanza a la perfeccin.

    19. Jimnez, 1998, p. 59, citando las palabras de Esquivel Aldao a Jos Francisco de Amigorcna, 19 de mayo de 1792. Muchas fuentes espaolas coinciden en que los nas de lengua araucana de Chile (huilliches, mapuches y pehuenches) utilizaron muy poco las armas de fuego, incluso a finales del siglo XVIII. Vase Zapater, 1982, p. 86, y el informe de Francisco Joseph Maran, Concepein, 28 de agosto de 1784, citado en Boceara, l 999b, p. 446. Para una excepein, vase Figueroa, 1884, pp. 21 Y 65-66, que en 1792 sugera que hacia finales del perodo colonial estos indgenas estaban ya bien armados. Para un ejemplo de la escasez de municin, vase Menndez, 1896-1900, vol. 2, p. 309.

    20. La prohibicin de la venta de armas ofensivas o defensivas a los indios, o su intercambio, est en la Recopilacin, 1973, libro 6, tit. 1, ley 24 y ley 33, pero los testimonios no respaldan la idea de que los colonos espaoles rara vez vendan armas de hierro o de fuego a los nativos americanos. Seed, 2001, p. 89. Sobre la ley espaola y su cumplimiento, vanse Demara, 1972, pp. 131-139; Secoy, 1992, pp. 4-5 y 78-85; Schilz y Worcester, 1987, pp. 1-10; y el captulo 5 de este mismo libro. Sobre la inferioridad de las armas europeas, vanse Ferguson y Whitehead, l 992a, p. 20, y Jimnez, 1998, pp. 49-77. Los fusiles de chispa, que eran ms fiables, comenzaron a usarse poco a poco en el siglo XVII. Para una buena exposicin sobre los distintos sistemas de disparo, vase Malone, 1991, pp. 37-45. Sobre los espaoles que consideraban las armas indgenas superiores en algunos aspectos, vanse Bernardo de Glvez, comentado en Weber, 1992, pp. 230234, y Santa Mara. 1930, pp. 423-424.

    21. Hemando de Machado, 1621, citado en Gascn, 2003, p. l. Dado que nuestro conocimiento de la cultura araucana previa a la llegada de los espaoles es muy vago, determinar en qu medida la oposicin a los espaoles alter las instituciones, la cultura y la identidad araucana sigue siendo una labor conjetural, sin embargo, De Armond, 1954; Padden, 1957; Jara, 1990 (quien se centra en el siglo XVI); Aldunate del Solar, 1982, y Casanueva, 1984, se basan en muchas de las mismas fuentes para hacer hincapi en lo que Jara denomin transformaciones sustanciales (p. 68). Mi exposicin tiene en cuenta a estos autores. A excepcin de Casanueva, los historiadores ms recientes no han ledo a los primeros. Padden ve en la capacidad de adaptacin de los araucanos la clave de su supervivencia. Jara plantea una visin ms amplia e insiste en que una explicacin del xito araucano tiene que incluir una explicacin de la debildad espaola.

  • 432 433 BRBAROS

    22. Casanueva, 1984, pp. 14 Y17; Jara, 1990, p. 68. Para un examen de las cuestiones tericas, vase Sa1zman, 1979, pp. 429-446. En esto, por supuesto, los araucanos no eran nicos. Sobre el comportamiento similar de los varones comanches, vase Brooks, 2002, pp. 174-178.

    23. VilIar y Jimnez, 2000, pp. 698-699, ofrecen una sugerente interpretacin de la importancia de este simbolismo en el ascenso al poder del cacique huilliche Llanketruz.

    24. Fray Jos Antonio de Jerez a Jos Solano, Caracas, 8 de febrero de 1766, en Carrocera, 1972, vol. 3, p. 118, refiriendo la pregunta de un cucuvi, un capitn del alto Orinoco cuya tribu no identifica.

    25. Guarda, 1968. N o est claro si esos indios toltenes eran mapuches o huilliches. Para otros ejemplos, vase Foerster G., 1991, pp. 195-199.

    26. Sobre la configuracin de los butalmapus (palabra que tambin aparece escrita como butan-mapus o vutalmapus) a mediados del siglo XVITI, vanse Mndez Beltrn, 1982, p. 114, y el mapa de Mndez Beltrn, 1994, p. 19; para un estudio cuidadoso de la aparicin de la palabra butalmapu en las fuentes histricas, vase Mndez Beltrn, 1994, pp. 9-18. Sobre el liderazgo prehispnieo, vase Casanova Guarda, 1989a, pp. 31-46; sobre la nueva estructura social, vanse Casanueva, 1984, p. 4; Silva Galdames. 1995, y Boccara, 1999b, pp. 427-434.

    27. Los indgenas de lengua araucana fueron, en palabras de una estudiosa que ha descrito el proceso, empaquetados en las nociones de etnia y nacionalidad europeas y progresivamente se vieron afectados por su propia percepcin de s mismos bajo ese nombre. Galloway, 1995, p. 360, refirindose a los choctaw.

    28. A mediados del siglo XVIII. algunos espaoles consideraban que todos los nativos de habla araucana eran mapuches, el nombre con el que la mayora de los araucanos se identifican en la actualidad, entre ellos los huilliehes y los cuncos, un subgrupo de los huilliches (Alcamn, 1997, p. 30, utiliza el trmino mapuche-hulliche). Falkner, 1935, p. 98, un observador agudo que vivi entre los pampas, seal que los moluches [mapuches] son conocidos entre los espaoles con los nombres de aucaes y araucanos y describi a los mapuches como divididos entre ... picunches, pehuenches y huilliches. Para una valoracin de la utilidad de Falkner para la etnologa, vase la introduccin de Mandrini a Falkner, 2003, pp. 32-53. Para evitar confusiones, utilizo los nombres especficos de estos sub grupos y me limito a emplear el trmino mapuche cuando me refiero a los araucanos que vivan entre los ros Biobo y Toltn. Cooper, 1946, vol. 2, pp. 690691, proporciona definiciones de las palabras araucanas. Sobre el turbio significado de araucano, que los antroplogos utilizan en sentido amplio para designar un grupo lingstico, y los historiadores, de forma ms limitada, como sinnimo de mapuche, vase ViIlalobos R., 1991, pp. 289-290, y sobre las opiniones encontradas de los expertos, algunos de los cuales consideran que los mapuches eran un subgrupo de los araucanos, mientras otros ven a los araucanos como un subgrupo de los mapuches, vase Boccara, 1996b, pp. 663-669, que cita las observaciones muy valiosas del etnolingista Adalberto Salas. Boccara anota que la palabra mapuche no aparece en los documentos espaoles hasta la segunda mitad del siglo XVIII (p. 672). Vase, tambin, Boceara, 1999b, pp. 425-461. Sobre la diversidad cultural mapuche, vase Dillehay, 1990, pp. 121-141.

    29. Whitehead, 1990a, pp. 360-361. Esta transformacin, a la que algunos antroplogos denominan trbalizacin, constituye una respuesta comn de las comunidades basadas en el parentesco que viven en los bordes de los Estados en proceso de expansin.

    NOTAS. CAPTULO 2

    Ferguson Y Whitehead, 1992b, resumen la literatura ms importante sobre la materia y aumentan nuestra comprensin de ella al sugerir patrones a travs del tiempo y el espacio. Es posible que los conflictos precoloniales tambin hayan contribuido a la creacin de tribus y, ciertamente, condujeron a la unin de la poblacin en comunidades ms grandes y a la formacin de alianzas. Vanse Haas, 1990, pp. 171-189; LeBlanc, 2000, pp. 50-51. Este captulo expone este argumento con las historias de pueblos nativos bien conocidos, pero los espaoles tambin provocaron la transfomlacin de tribus y confederaciones entre pueblos menos conocidos, en reas sobre las cuales nuestro conocimiento es insuficiente, como los arawak del alto Orinoco y el ro Negro. Vanse Vidal, 1999, pp. 113-120, Y Vidal, 2000, pp. 653-654. Vase, tambin, la nota 116 de este captulo.

    30. Amat y Junient, 1924-1928, n." 56, pp. 371-372. Sobre el trabajo de las mujeres entre los pehuenches, vase Varela y Font, 1998, pp. 93-94, 100 y 104-108, quienes ofrecen algunos datos de un perodo posterior.

    31. Sobre la diversidad tnica de los pehuenches, vanse Silva Galdames y Tllez LgafO, 1993, pp. 7-53. Segn Villalobos R., 1989b, p. 35, hacia mediados del siglo XVII, los pehuenches podran haberse hallado en un estado de transicin, camino de la araucanizacin; hacia el siglo XVIII, cuando adquieren inters para este estudio, estaban claramente araucanizados. Len Sols, 2001b, pp. 18-28, analiza las diferentes teoras al respecto. Sobre la fusin de los pehuenches en el lado oriental de los Andes a finales del siglo XVIII, en especial de los pehuenches de Malarge, vase Roulet, 2002, p. 88.

    32. Azara, 1923, voL 2, pp. 1 Y 3. lvarez de Miranda, 1992, p. 217, alude a lo importante que es el contexto para determinar el significado del trmino nacin en esta era, cuando se lo usaba indistintamente con palabras como patria, pas, Estado y reino. Sobre la nacin como grupo a principios del siglo XVIII, vase Cramaussel, 2000, pp. 277 y 288. Sobre nacin como sinnimo de Estado-nacin, vase Juan Nuix, un jesuita que pensaba que las naciones europeas tenan derecho a ejercer su soberana sobre los indios en vista de que stos carecan de naciones. Vase, tambin, Chiaramonte, pp. 143-149, para quien nacin y Estado empiezan a volverse sinnimos a principios del siglo XIX, y Caizares-Esguerra, 2001, p. 184.

    33. Boccara, 1996b, p. 671. 34. Alcamn, 1997, pp. 50-62. Sors, 1921-1923, n.o p. 40, indica que a finales

    del siglo XVIlI algunos huilliches haban formado un butalmapu. Len Sols ha escrito muchsimo sobre la influencia de la guerra inteltribal sobre los huilliches y los pehuenches, pero vase en particular Len Sols, 2oolb, pp. 29-37.

    35. Espieira, 1988, p. 244, describiendo su encuentro con un cacique pehuenche, Neicumancu, en 1758, en la regin de Dagegue y Neuqun (

  • 434 435 BRBAROS

    41. Ras, 1994, pp. 438-439. Ese mismo ao, Espaa firm el tratado de Utrecht, que autorizaba a una compaa inglesa a suministrar esclavos negros a Suramrica y facilit el contrabando de carne de res, pieles y sebo hacia los mercados extranjeros.

    42. Ras, 1994, pp. 388-392. 43. Azara, 1943a, p. 119. Vase, tambin, Azara, 1923, vol. 1, p. 28. Nacuzzi, 1998,

    pp. 243-244. Vase supra nota 14. 44. Hay abundante literatma sobre este tema. Len Sols, 1990, pp. 21-63, en quien

    me he basado, la resume y ampla. La cronologa de Tapson, 1962, pp. 10-13, contina

    siendo vlida.

    45. Acuerdo de la Junta de Guerra de Concepcin, 6 de enero de 1765, citado en

    Len Sols, 1990, p. 93. bid., pp. 69-70. Para citas similares de mediados de si!:!10. va

    se Len Sols, 2001b, pp. 33-34. Villalobos R., 1989b, pp. 73-78.

    46. Ras, 1994, p. 123; Mandrini, 1 992a, p. 71, que seala que anteriores estudiosos

    confundieron las migraciones estacionales de los pampas con nomadismo.

    47. La palabra tehuelche deriva de chehuelche, en la que la raz cheuel significa salvaje. Martnez Sarasola, 1992, p. 64. Por otro lado, Snchez Labrador, 1936, p. 30, usa tehuelches slo como un sinnimo de patagones. Mi empleo de los trminos pampas y patagones constituye un intento de evitar designaciones ms engorrosas. Los cronistas y estudiosos espaoles han clasificado los grupos indgenas argentinos con una variedad de nombres desconcertante, como sealan Martnez Sarasola, 1992, pp. 44-46, Y Nacuzzi, 1998 (en un elegante estudio de caso), y la identidad tnica de estos pueblos ha sido objeto de acalorados debates. Martnez Sarasola es de la opinin de que todos los pueblos de la pampa y la Patagonia hablaban tehuelche, y los divide en tehuelches septentrionales y tehue1ches meridionales (pp. 64-70). Ras, 1994, coincide y los separa en patagones tehuelches y pampas prstinos tehue1ches, los ltimos de los cuales se convierten en pampas araucanizados en el siglo XVIII. Sin embargo, otra escuela sostiene que los pampas eran un pueblo diferente que posea su propio lenguaje. Mandrini, 1992a, pp. 64-65 Y 69. Palermo, 1991, p. 156. propone que los pueblos ms septentrionales de la pampa que vivan cerca del Ro de la Plata, y a quienes los espaoles inicialmente conocan como querandes antes de empezar a denominarlos pampas, quiz eran desde un punto de vista tnico ms cercanos a los pueblos del Chaco que a los hablantes de tehuelche. Hablaran o no una lengua distinta al tehuelche, los espaoles los identificaron como pampas hasta el siglo XIX, lo que hace esa designacin esencial para cualquier discusin histrica. Para algunos espaoles del siglo XVIII, todo lo que haba debajo de la provincia de Buenos Aires hasta el estrecho de Magallanes era la Patagonia. Furlong, 1992, p. 11. En la actualidad algunos estudiosos trazan una lnea de separacin entre la Patagonia y la pampa en el ro Colorado (Hemndez, 1992, p. 38). pero la mayora prefieren hacerlo en el ro Negro.

    48. Nacuzzi, 1996. pp. 51-62; Zapater, 1982, pp. 93-94. Jones, 1984, p. 13, que sostiene que el cambio de preferencias que llev a los indios de habla tehuelche a privilegiar la carne de caballo a la de guanaco y la de and supuso otros cambios concomitantes en su ciclo de trashumancia anual. ya que se hizo menos importante seguir a sus presas en sus migraciones estacionales.

    49. Palermo, 1986, pp. 157-177, Y Palenno, 1991, pp. 153-192, contienen una matizada discusin sobre las transforn1aciones de los pampas y los patagones. A mediados del siglo XVHI, Snchez Labrador, 1936, p. 30, un jesuita, describe a los patagones ms meridionales como pedestres y al grupo septentrional como montado.

    NOTAS. CAPTULO 2

    50. Sobre los huarpes como un subgrupo de los pampas: Villalobos R .. 1989b, pp. 177 Y 197-198. Y Martnez Sarasola, 1992, pp. 60-62 Y 110. Los expertos no estn de acuerdo en los orgenes tnicos de los puelches (vase Ras, 1994, pp. 97 Y 102. que al parecer est en desacuerdo consigo mismo). Martnez Sarasola, 1992, p. 64, los identifica como un pueblo de lengua tehue1che. y Canals Frau. 1973, p. 538, halla que hacia mediados del siglo XVIII hablaban araucano. Menndez. 1896-1900, vol. 2. p, 319. que en 1792 visit a los pehuenches en el lago Nahuelhuapi, seala que hablaban la misma lengua que los indios de Chilo y otra que l no estaba en condiciones de

    51. Los espaoles se describan a s mismos como gincas en sus tratos con los pampas. Vase el tratado firmado el 5 de septiembre de 1790, en Buenos Aires, en Levaggi. 2000, p. 13, arts. 4 y 7.

    52. Entre las recientes interpretaciones de este conocidsimo fenmeno se encuentra el amplio panorama de Ras, 1994, pp. 369-380; y el trabajo. ms elaborado, de Mandrini y Ortelli, 1995, pp. 135- l 50; Ortelli, 1996, pp. 203-225 (que considera que la difusin de los rasgos culturales precedi a la migracin araucana a gran escala), y Mandrini. 1997, pp. 23-34, Y Villalobos R., 198%, p. 178.

    53. Ras. 1994, p. 273; Mandrini, 1992a, p. 69. 54. Ortelli. 1996, p. 205. 55. Canals Frau, p. 540, por ejemplo, concluye que para finales del siglo xvur

    todo era araucano en la pampa. Este estudio clsico del proceso de araucanizacin ha sido modificado por estudiosos que consideran que el proceso ocurri de forma ms lenta y para los que el rea alrededor de Buenos Aires continuaba siendo hogar de pampas no araucanzados todava a finales del siglo XVIII. Vanse Mayo y Latrubesse, 1993, pp. 15- l 7. Y Villalobos R., 1989b. pp. 176-179, que ofrece una exposicin matizada sobre lugares geogrficos de persistencia especficos.

    56. Mandrini, 1993a, pp. 45-74. Leonis Mazzanti, 1993, pp. 75-89. Palermo. 1986, pp. 157, 163; Mandrini. 1994. pp. 15-16. Sobre la agricultura como trabajo de las mujeres vase, Mandrini. 1986, p. 30. Esto en oposicin a la visin representada por Tapson, 1962, p. 6, la cual todos los araucanos que se establecieron en el lado oriental abandonaron la agricultura pam convertirse en nmadas predadores. Vase Palermo, 1994, pp. 63-90. sobre el impacto del tejido.

    57. Ral Mandrini ha explorado estas transformaciones y otras similares en varios artculos, pero vanse en especial Mandrini, 1991b, Y su compendio de investigaciones recientes en Mandrini, 2000, pp. 693-706. Los araucanos, por supuesto, no eran los nicos. Sobre los guajiros. vase Polo Acua, I 999a, pp. 13-14, Y sobre los comanches, que criaban caballos y cuyo estilo de vida los caracteriza como pastores, vase H1imal1iinen, 2001, pp. 167-171, que proporciona adems una gua a la bibliografa sobre el lema.

    58. Mandrini, 1992a, p. 61. 59. Azara, 1943a, p. 117. Vase, tambin, Azara, 1923, vol. 2, pp. 25-26. Y De la

    Cruz, 1969a-1972a, p. 444, sobre los dogales de los caballos. 60. De la Cruz, 1969b-1972b, pp. 214-215. sobre el que llam mi atencin Orle1996, p. 2 l 1, que comenta estas transformaciones socioeconmicas. Sobre los lueles como un grupo pehuenche, vase Fernndez c., 1998. 61. Garca, l 969a-1972a, pp. 338-339. Sin embargo, otros s le disputaron

    a Carripiln la propiedad de las Salinas Grandes, las cuales, afirmaban, pertenecan a todos (ibid., p. 347).

  • I

    437 BRBAROS436

    62. Falkner, 1935, p. 123. 63. Falkner, 1935, pp. 104-108. Ras, 1994, pp. 443-444, anota la fecha, pero en esta

    ocasin confunde a Cacapol con su hijo, Cangapol. Falkner identifica a Cacapol como un tehuelhet, los puelches ms meridionales. Aqu opto por emDlear la identificacin ms genrica y los considero pampas.

    64. Mandrini, I993b, p. 31, YMartnez Martn, 1994, p. 157. La cita es de Juan Manuel Ruiz, que en 1771 era comandante en Mendoza, y se encuentra en Crculo Militar, 1973, p. 188.

    65. Bucareli y Ursa, 1880, p. 292. 66. El Chaco liene 251.501 kilmetros cuadrados; Espaa, 505.992 kilmetros cua

    drados. 67. Dobrizhoffer, 1967-1970, vol. 1, p. 221. La traduccin inglesa, Dobrizhoffer, 1822,

    vol. 1, p. 124, es defectuosa. El Chaco tiene muchsima ms variedad y ms nichos eco

    distintivos de lo que puedo esbozar en estas pginas.

    68. Para finales del xvrn, los espaoles usaban el apelativo guaycur especficamente para los mbay-guaycures, en lugar de para todos los hablantes de guaycur. como hacen los etnlogos de nuestros das. Estos significa que mbay y guaycur se volvieron sinnimos a finales del siglo XVlll (Vangelista, 1993, p. n. Para evitar confusiones con el grupo lingstico ms grande, he usado mbay incluso cuando las fuentes dicen guaycur. No todos los indgenas que vivan en el Chaco eran hablantes de guaycur. Entre las excepciones se encuentran los matacos, un grupo lingstico que no adopt lo que algunos acadmicos describen como la cultura del guerrero de los guaycures. Los matacos incluan cierto nmero de subgrupos como los mataguayos. Ssnik, 1972, pp. 12 Y 24-25, ofrece una sntesis de la fisin, fusin y movimiento de los diferentes pueblos del Chaco.

    69. Dobrizhoffer, 1967, vol. 2, p. 417. Sobre la abundancia del Chaco, vase Paz, 2002, pp. 382-384.

    70. Santamara, 1994b, pp. 273-300, propone una explicacin ecolgica para la apropiacin de ganado por parte de los tobas, que probablemente tambin sea vlida para otros hablantes de e:uavcur. Vase, tambin, Vitar, 1997, pp. 73-80. Mtraux, 1946. vol. 1, p. 197.

    71. Lozano, 1941, p. 73, que escribe hacia 1730. Snchez Labrador, vol. 1, p. 314, que escribe hacia 1769, repite estas palabras sin reconocer a Lozano como su fuente. Sin embargo, mientras Lozano los describe como un grupo muy disciplinado (ibid.), Snchez Labrador considera que carecen de la menor disciplina mili tar (ibid., p. 307). Sobre los guaycures como sociedades organizadas en bandas ms que como tribus, vase Saeger, 2000, pp. 5, 9, 13 y 113.

    72. Vitar, 1997, pp. 116-121. 73. Hemming, 1987, pp. 116-127; la cita es de la p. 126. Hemming identifica estos

    pueblos como guaikur. Se refiere a los guaycures conocidos como mbays. 74. Saeger, 2000, pp. 3-25 Y59-62, ofrece un panorama magistral (el clculo sobre

    la poblacin aparece en la p. 6; al igual que las cifras para otros indios independientes, la informacin demogrfica sobre el Chaco contiene tanto de poesa como de prosa).

    :porneos pensaban en los chiriguanos como residentes del Chaco (Furlong, 1955, p. 117), pero la mayora consideraba que habitaban las tierras que empezaban en los lmites del Chaco.

    76. Dobeizhoffer, 1967, vol. 1, pp. 223-224.

    NOTAS. CAPTULO 2

    77. Saignes, 1989, pp. 15-16 y 20, explica que el nombre chiriguano deriva de la palabra tup-guaran chiri, que significa expatriado, y de la palabra arawak, guana, que significa numeroso, pero que se alter para convertirse en el insulto quechua mediante el cambio de una sola letra, pasando de chiriguana a chiriguano. Vase. tambin, Saig

    pp. 24 Y219-222. Para otras interpretaciones sobre el origen de la palabra chivase Calzavarini, 1980, p. 54, y las fuentes estndares citadas ms adelante.

    78. El trabajo clsico en ingls es el de Mtraux, 1948, vol. 3, pp. 465-506. Pifarr, 1989, resume la abundante literatura sobre el tema. Las cifras de la poblacin aparecen en las pp. 40 Y 139; la absorcin de otros pueblos por parte de los guaranes se encuentra en las pp. 35-36.

    79. En los lmites sigo a Saignes, 1985, p. 106, la principal autoridad en los chiriguanos, que establece el lmite meridional ms al sur que Mtraux, quien lo colocaba en el Pilcomayo. Viedma, 1969, p. 239, describe la pintura de guerra.

    80. Como, por ejemplo, en Villaseor y Snchez, 1746, vol. 2, p. 294. 81. Wallace y Hoebel. 1952, pp. 3-11. La ortografa vara, incluyendo numunuu. 82. HlirniiJainen, 2001, pp. 28-45 Y 147-159; Anderson, 1999, pp. 226-228; We

    ber, 1992, pp. 189-191. 83. Las cifras de poblacin proceden de Hlimalainen, 2001, p. 198. Vase, tambin,

    HamaIainen, 2001, pp. 127,161-163 Y 226-236. Anderson, 1999. comenta la absorcin de otros pueblos en el contexto de la etnognesis comanche. Vanse en especial pp. 20-26 y 239. Tom las dos divisiones de un testimonio de 1785, en John y Benavides Jr., 1994, p. 50. Para subdivisiones, vanse Concha, 1949, p. 237; John, 1991b, p. 169; Kavanagh, 1996, pp. 121-124.

    84. Instruccin, el coronel Fernando de la Concha a su sucesor, el teniente coronel Fernando Chacn, Chihuahua, 28 de junio de 1794, en AGN, Mxico, Historia, 41 :327R52, facsmil cortesa de Ross Frank; traduccin inglesa en Concha, 1949, p. 238. HiimaJainen, 2001, pp. 204-214, que tambin proporciona una gua a los debates acadmicos sobre esta cuestin.

    85. Forbes, Introduction to the Second Edition, en Forbes, 1994, pp. vii-xxiii, ubica a los apaches en el suroeste en una fecha tan temprana como el ao 1000 d. c., antes de lo que lo hacen la mayora de los estudiosos. Para un resumen de las teoras rivales, vanse Opler, 1983, pp. 381-384, y Perry, 1991, pp. 110-154.

    86. Worcester, 1979a, p. 7, ofrece una lcida sntesis. 87. La cita es de Cordero y Bustamante, 1864, p. 369, que escribe en 1796 y quien

    identifica a nueve tribus principales, a las cuales describe individualmente. Vase, tambin, Lafoea, 1958, p. 79. Sobre las nuevas vase Mirafuentes Galvn, 1987, pp. 24-26. Sobre los procesos simultneos de centralizacin y descentralizacin. vase infra, n.l33.

    88. West, 1998, pp. 86-88. Secoy, 1992, pp. 30-31 Y 81-85, argumenta que la horticultura de primavera y otoo de los apaches result ser una desventaja en la confrontacin con los comanches nmadas. Los bfalos haban desaparecido tambin de las planicies del sur tras un prolongado perodo de sequa a principios del siglo XVIII que se prolong hasta 1720. Anderson, 1999, pp. 60-63 Y70. Sobre el tamao de las poblaciones comanches en relacin con los apaches de las planicies, vase Hamalainen, 2001, pp. 62-66.

    89. Toms Vlez Cachupin al virrey, Santa Fe, 27 de noviembre de 1751, recogido en 1940, p. 75, sobre el que llam mi atencin Hamalainen, 2001, p. 196. Hugo

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    " r

    438 BRBAROS

    O'Conor al virrey BucareJi, Chihuahua, 20 de diciembre de 1771, en Rubio Ma, 1959a, p. 381, es una de las muchas fuentes que sealan que los aoaches contaban con armas de fuego.

    90. Teodoro de Croix a Jos de Glvez, 23 de enero de 1780, Arizpe, oficio #458, AGI, Guadalajara, lego 522. Vase, tambin, Weber, 1992, p. 191.

    91. Cramaussel, 1992, p. 25 (

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    BRBAROS440

    116. Bartield, 1989, pp. 5-8, sostiene que entre los mongoles la formacin del estado no fue el resultado de un prstamo o de un proceso de difusin cultural, sino ms bien una respuesta a sus vecinos sedentarios. Sobre manifestaciones de este fenmeno entre los nmadas, vanse Irons, 1979, pp. 221-234, Y Burnham, 1979, pp. 361-374. Los ejemplos en el caso de las zonas fronteri711s hispano-indias son abundantes. Vase, por ejemplo, Lzaro vila, 1992, p. 594. Para ms sobre la tribalizacin, vase supra n. 29.

    117. Casanueva, 1984, p. 4; Mandrini, 1992b, pp. 63-66; Wallace y Hoebe1, 1952, p. 211. Sobre los mocobes, vase la historia de Paikn en el captulo 5 de este libro, y sobre el liderazgo entre los guaycures en general, vase Saeger, 2000, pp. 113-118. Sobre las bandas, tribus y jefaturas, vase mi introduccin.

    118. O'Crouley, 1972, p. 52. O'Crouley nunca visit el pas apache, pero lo cito

    porque manifiesta lo que considero era una concepcin convencional en su poca. Para

    una interpretacin similar de los comanches, vase Ruiz, 1972, pp. 11-12, que s vivi

    entre ellos, yel acaloradsimo debate acadmico sobre la organizacin poltica de los

    comanches reseado en Brooks, 2002, pp. 168, n. 10.

    119. Sobre las cualidades que otorgaban autoridad a un jefe en las tierra bajas americanas, vanse Lowrie, 1948, pp. 15-17, un trabajo clsico, y Clastres, 1987, que ampla a Lowrie. Sobre la accptacin continuada del argumento, vase Saignes, 1985, p. 108. Para ejemplos recientes en estudios sobre Norteamrica, vase Braund, 1993, pp. 21-22, sobre los creek; Galloway, 1995, p. 2, sobre los choctaw; Sheridan, 1999, pp. 2-3, sobre los seris.

    120. De la Cruz, l 969b-1972b, voL 2, p. 264. 121. Redmond, 1994, p. 129. 122. Cuello, 1989, p. 19. Existe una literatura considerable sobre las tribus y las je

    faturas. Vase Cameiro, 1981, sobre el debate sobre si son las fuerzas polticas o las econmicas las que dan origen a las jefaturas y su argumento de que la guerra fue el principal mecanismo que provoc la aparicin de las jefaturas (p. 63). Este autor define una jefatura como una unidad poltica autnoma que abarca varias aldeas o comunidades bajo el control permanente de un jefe supremo (p. 45). Cameiro tambin invitaba a realizar ms investigaciones, un deseo que los estudiosos han satisfecho sin desafiar su definicin, que subraya la permanencia de las jefaturas frente a la naturaleza temporal de los cabecillas. Los investigadores, incluido el mismo Carneiro, continan considerando que la guerra y el liderazgo militar [estn] en la raz misma de la jefatura, aunque todava es necesario identificar el mecanismo preciso por el cual el liderazgo militar propicia el surgimiento de las jefaturas. Cameiro, 1998, p. 21. Vase, tambin, la n. 59 a la introduccin de este libro.

    123. ste es el argumento central de Saignes, 1985. Vanse tambin Calzavarini, 1980, pp. 69-75, Y Saeger, 19R5, p. 496. Whitc, 1983, p. 64, hace una observacin similar acerca del enfrentamiento entre los choctaw y los franceses e ingleses.

    124. Virrey Vrtiz a Jos de Glvez, Buenos Aires, 30 de noviembre de 1778, citado en Beverina, 1992, p. 371. Hall, 1991, p. 48, Y Lindner, 1981, p. 4.

    125. Len Sols, l 994a, pp. 91-110, analiza de manera brillante estos conflictos entre los araucanos y atribuye la descripcin de las guerras horizontal y vertical a Jorge Pinto. Desde su perspectiva, las ltimas dcadas del siglo XVIII, cuando los espaoles haban dejado de ser el enemigo comn, se presentan como un perodo de guerras intratribales especialmente sangrientas.

    126. HamaIainen, 2001, p. 212, n.15.

    NOTAS. CAPTULO 2

    127. Al proponer que el caballo empuj a los indgenas a fusionarse en unidades polticas ms grandes, soy consciente de que en algunos casos, como en el de los comanches, stos se dividieron en unidades sociales todava ms pequeas debido a que la necesidad alimenticia de sus enormes manadas no les permitan mantenerse juntos por perodos de tiempo prolongados. No obstante, estas unidades ms pequeas desarrollaron mecanismos para reunirse y tomar decisiones polticas cuando ello era necesario, como hicieron los comanches en 1785 y 1786, cuando firmaron tratados con los espaoles en Texas y Nuevo Mxico. Vanse mis observaciones sobre los comanches en una seccin anterior de este mismo captulo. Sobre el miedo que producan los caballos en los indios, vase, por ejemplo, Jacobo Sedelmayr, informe dirigido al ministro de Doctrina de Su Majestad ... , Tubatama, 1750, en Sedelmayr, 1996, p. 30. Sobre la difusin del caballo en Norteamrica, vanse Roe, 1955, pp. 56-71, Y Forbes, 1959, pp. 189-212. Dobrizhoffer, 1967-1970, vol. 2, pp. 267-268 (traduccin inglesa: Dobrizhoffer, 1822, voL 2, p. 269), habla del enterramiento de caballos por parte de los abipones. Sobre los entierros en Norteamrica, vase Roe, 1955, pp. 273-274. Entre las muchas sociedades indgenas en las que los caballos adquirieron un significado simblico, cuando no reli

    estaban los guajiros. Polo Acua, 1 999a, pp. 14,17-19. 128. Gobernador Urzar al rey, Salta, 23 de noviembre de 1708, citado en Vitar, 1995,

    p.56. 129. El jesuita de origen austriaco Dobrizhoffer, 1967, voL 2, pp. 416-417 (traduc

    cin inglesa: Dobrizhoffer, 1822, voL 2, p. 405). Para una ley de 1568, vase Recopilacin, 1973, Libro 6. tt. 1, ley 33. Seed, 2001, p. 74.

    130. Hilmalilinen, 2001, afirma esto a propsito de los comanches. 131. La cita es de West, 1998, p. 56, quien nos ofrece una explicacin muy vvida

    sobre la forma en que los caballos convirtieron en energa la hierba y transformaron a los pueblos de las Grandes Praderas.

    132. Fowler, 1996, pp. 6-12, y Carlson, 1998, pp. 43-48, ofrecen un buen panorama sobre el impacto del caballo en los pueblos de las planicies norteamericanas. Sobre el caballo como causa del contlicto intertribal, el sureste de Norteamrica solo ya ofrece bastantes ejemplos. Vanse Smith, 1995, pp. 15-16; Braund, 1993, pp. 67, 76, y Axtell, 1997, pp. 68-69. Vanse, tambin, las fuentes citadas aqu para los casos de pueblos nativos especficos. Algunos estudiosos piensan que lo que ocurri no fue que el caballo incrementara la confrontacin entre los indios sino que, ms bien, los

    adoptaron el caballo porque eran belicosos. Vase Santamara y Peire, 1993, pp. 115-116, para el Chaco. Sobre las guerras y las incursiones comanches, vanse WaHace y Hoebel, 1952, pp. 36, 245-2R4, Y Kavanagh, 1996, pp. 1-15, que resea la literatura acerca de la dirigencia comanche y concluye que los lderes comanches eran algo ms que intermediarios temporales con un autoridad limitada. Para observaciones penetrantes sobre las incursiones y el liderazgo apaches, vanse Spicer, 1962, pp. 229, 243, y Perry, 1991, pp. 167-168. Hay abundante literatura sobre las incursiones y la guerra apaches, pero como ocurre en el caso de los comanches, muchas de las fuentes provienen del siglo XIX.

    133. Las fuerzas que empujaron a los indios tanto a dispersar como a centralizar sus estructuras polticas se discuten en Anderson y LaCombe, 1999, pp. 116-117, Y Hall. 1989, pp. 72 Y 107.

    134. Los antroplogos rechazaron hace tiempo la idea de Clark Wissler de una cultura de las planicies uniforme en Norteamrica. Para una refutacin de Wissler en

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    el caso de Suramrica meridional, vanse Palermo, 1986, pp. 157-177, Y Champagne, 1994.

    135. Anderson y LaCombe, 1999, p. 118. Palermo, 1986, pp. 159 Y167-168. Sobre los nichos ecolgicos, vase Armillas, 1983, pp. 295-300.

    136. HfunaUiinen, 2003, pp. 836-837, que analiza los diversos modos en que los caballos incidicron en los indgenas de las planicies norteamericanas.

    137. Braund, 1993, p. 67. Perdue, 1998, seala que las mujeres cherokee continuaron trabajando como agricultoras y aadieron a su labor la cra de animales, mientras que los hombres continuaron cazando ganado como si ste todava fuera salvaje.

    138. Worcester, 1951, p. 117; Spicer, 1962, pp. 213-214 Y244; Perry, 1991, p. 159; Lyon. 2003, pp. 66-70. Fernando Chacn a Pedro de Nava, 19 de julio de 1795, SANM. n." 1.335, rollo 13, cuadros 735-737, sobre lo que llam mi atencin Flagler, 1990, p. 56.

    139. Hfunaliiinen, 2003, p. 834. 140. Palermo, 1991, p. 166; Palermo, 1988, pp. 84-85. 141. Silva Galdames, 1990, pp. 83-95. O'Brien, 2002, pp. 70-97. 142. Ferguson, 1990a, pp. 51-52. 143. Para abundantes ejemplos de la pampa, vase Mandrini, 1994, pp. 5-24; para

    Norteamrica, vase Fowler, 1996, p. 9. Para diversas fuentes sobre el comercio de los comanches de sus excedentes equinos con los habitantes de Nuevo Mxico, vase MerriIl, 2000, p. 639.

    144. Vase, por ejemplo, Paz, 2003, pp. 111-144, sobre este fenmeno en el Chaco. 145. Salas, Informe Sobre el Reino de Chile, Santiago, 5 de marzo de 1750, en

    Donoso, 1963, vol. 1, p. 119. Otros contemporneos entendan que la guerra haba terminado a mediados del siglo XVII. Haenke, 1942, p. 203. Para ms sobre el negocio de la guerra, vase el captulo 4 de este libro.

    146. Sobre estas y otras ventajas de la guerra imaginaria, vase OrteIli, 2003b, cap. 6. 147. Pinto Rodrguez, 2000, pp. 19-27. Villalobos R, 1989a, p. 17, indica un largo

    perodo de paz relativa desde 1683 hasta 1861. Mandrini, 1991 a, p. 140, seala que los estudiosos han tendido, de igual forma, a considerar las zonas de frontera exclusivamente como territorios de guerra. Villalobos R, 1992, pp. 259-264, explica los orgenes del mito de un estado de guerra permanente. Villalobos R, 1993, pp. 553-566, describe la literatura y reprende a los historiadores europeos por pasar por alto la nueva historiografa chilena. Casanova Guarda, 1989b, explica las dos rebeliones y presenta argumentos adicionales en favor de la idea del siglo XVIlI como una poca de paz. Villalobos tambin tiene sus crticos. Boceara critica a la escuela de la frontera de VilIalobos por hablar de paz, cuando lo nico que haban hecho los espaoles era cambiar su estrategia para hacerse con el control. Boceara se refiere a esas otras estrategias, entre las que se incluyen el comercio, las misiones y los acuerdos econmicos y polticos alcanzados mediante parlamentos, como una prolongacin de la guerra por otros medios. Boccara, 1999a, p. 67. Vase, tambin, Boceara, 1996b, p. 667, YBoceara, 19900. pp. 29-41. Foerster G. y Vergara, 1996, pp. 9-33, ejercen una presin similar sobre los lmites de nuestro entendimiento compartido del lenguaje. Acusan a Villalobos de entender equivocadamente que la paz es guerra latente, de definir frontera de forma ms estrecha de lo que en realizad lo hace y, en ltimas, de no haber escrito el libro que ellos habran escrito. Villalobos R, 1997, pp. 5-20, ofrece una respuesta enrgica.. Sobre la continuidad de la guerra y las incursiones en el interior, a ambos lados de los Andes, vase en especial Villar y Jimnez, 2002, pp. 130-141.

    NOTAS. CAPTULO 2

    148. Brooks,2002,pp. 80-116; 208-216. 149. VilIaseor y Snchez, 1746-1748, vol. 2, p. 413. La alternancia de la guerra y

    la paz estaba generalizada. Vanse, por ejemplo, Fermn dc Mendinueta, gobernador de Nuevo Mxico, al virrcy, 11 de mayo de 1771, donde se queja acerca de los comanches, citado cn Kessell, 1979, p. 393; Morfi, 1935, p. 316, que se refiere a los apaches durante su visita al presidio de San Juan Bautista del Ro Grandc en 1777; Depons, 1970, p. 220, sobre los guajiros.

    150. Dobrizhoffer, 1967-1970, vol. 3, p. 22; Dobrizhoffer, 1822, vol. 3, pp. 16-17. 151. Albers, 1993, p. 108, cxplica las incursiones de los indios de las planicies sobre

    sus propios socios comerciales indgenas como un mecanismo para resolver desequilibrios a corto plazo en la distribucin de los bienes y arguye que durante estas incursiones actuaban con contencin. Abundan los testimonios que acusan a los indios de deslealtad.

    152. Nentvig, 1980, p. 81; Saeger, 1985, p. 497. 153. Powell, 1952, pp. 188, 197-198 Y 202; Powell, 1977, pp. 107-115; Villalobos

    R, 1992, pp. 266 Y279-285 (Madrid haba autorizado la esclavizacin de araucanos en 1608).

    154. Discuto esto con ms detalle en los captulos 4 y 6. 155. Fray Juan Daz, 8 de noviembre de 1780, citado en Forbes, 1965, p. 78, que rea

    liza un fino anlisis de la cuestin. Vase tambin Kroeber, 1986, pp. 148-174, que halla que la guerra era endmica entre los yuman. Vase, tambin, Knack, 2001, pp. 35-36, sobre los utes aventurndose en la remotas tierras de los piutes en bsqueda de esclavos.

    156. Paucke, 1942-1944, vol. 2, p. 9. Es improbable, por supuesto, que el padre Paucke o su fuente recogieran las palabras exactas de Ariacaiquin. Los misioneros tenan sus propias razones para mostrar a los lderes indios expresando tales sentimientos. Vase tambin Furlong, 1955, p. 124.

    157. De la Cruz, 1969b-1972b, p. 269. 158. Villa seor y Snchcz, 1746-1748, vol. 2, p. 294, cuyo compendio de la sabi

    dura convencional acerca de la frontera norte a mediados de siglo informa este prrafo. Existe una amplia literatura sobre los pueblos del norte de Nueva Espaa, pero Spicer, 1962, contina siendo el mejor panorama.

    159. VilIaseor y Snchcz, 1746-1748, vol. 2, p. 349, que escribe acerca del rea al

    rededor de Parras. La palabra ladino tiene mltiples significados, uno de los cuales es

    el de mestizo. Mota Padilla, 1973, p. 462, que escribe en 1742, se refiere a los indios

    que conOCan las costumbres espaolas pero regresaban con su propia gente como ene

    migos caseros. Las autoridades terminaran pensando en estos mismos trminos de los

    espaoles renegados y los indios disidentes. Ellos ocupan un lugar central en el estudio

    de Nueva Vizcaya de Ortelli, 2003b. Vase, en especial, pp. 41-206, 277-279 Y406-408.

    160. Mtraux, 1946, p. 203. Saeger, 1989, pp. 59 Y72-77; Saeger, 2000, pp. 5, 29, 5354 Y59-60. Para otro ejemplo, vase Vidal, 1999, p. 120-121.

    161. Sobre los mbays en este contexto, vase el captulo 5 de este libro. 162. Los caddos han sido tema de varios libros excelentes. El ms reciente ofrece

    una visin de conjunto: La Vere, 1998 (vanse, en especial, pp. 106-126). Un estudio de caso realizado por Areces, Lpcz, y Regs, 1992, pp. 155-168, explora a los charras.

    163. Weber, 1992, pp. 145 Y166; Saunt, 1999, p. 29; Hemming, 1987, pp. 107-108. 164. Sobre los caribes, vase Whitehead, 1990b, pp. 146-170; sobre los creek. mis

    quitos Yguajiros, vanse otras partes de este captulo, y sobre los cunas, vase el captUlo 4.

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    165. Teniente Juan Rosa Amaya, 1769, citado en Polo Acua, 1999a, p. 19. Vase, tambin, Barrera Monroy, 2000, p. 200.

    166. A los visitantes ingleses tambin les atraa el palo de Campeche (una fuente de tintes para textiles de colores azul, negro y prpura), pero Offen, 2000, pp. 113-135, argumenta que ste no creca al sur de Belice y que ninguna de las fuentes contemporneas se refieren a su presencia en la Costa de los Mosquitos. En una comunicacin personal, del 24 de febrero de 2003, me explic que los puertos seguros en los cuales reparar sus naves y obtener comida fresca fueron inicialmente los que los llevaron a la costa.

    167. Helms, 1971, p. 16, n. 5, que sostiene que quiz pertenecieran al grupo lingstico bawihka. Hay pocas pruebas slidas para describir a este pueblo en perodos anteriores al descubrimiento o protohistricos, y abundan las interpretaciones contradictorias de esas pruebas. La falta de un punto de partida desde el perodo de contacto inicial limita nuestra capacidad para describir los cambios culturales. Helms, 1971, p. 25, por ejemplo, se pregunta si la sociedad era matrilocal o si, en cambio, fueron las exigencias del comercio con los europeos las que crearon la matrilocalidad. Romero Vargas, 1995, pp. 124-126, argumenta que la palabra mosquito deriva de un topnimoj pero Offen, 2002, p. 333, observa que el topnimo podra haberse derivado del nombre del pueblo.

    168. Los clculos proceden de Romero Vargas, 1995, p. 290; vase, tambin, Floyd, 1967, pp. 64-66. Sobre la expansin de los misquitos en Costa Rica y Panam. vase CastilIero Calvo, 1995, pp. 369-382. Cada uno de estos grupos de dimensiones considerables tiene su propia literatura. Sobre los jicaques, hablantes de lengua tol, por ejemplo, vase Davidson, 1985, pp. 58-90, que ofrece pruebas de que la poblacinjcaque independiente (el nombre es una palabra nahua que significa rstico) superaba los diez mil individuos a finales del siglo XVIII.

    169. Dawson, 1983, pp. 696-693. 170. Romero Vargas, 1995, p. 91; Dawson, 1983, p. 697. 171. Offen, 2002, pp. 319-372, indaga las diferencias entre estos grupos como na~

    die lo haba hecho antes, con 10 que ha superado a la literatura previa en muchos aspec" tos, entre ellos su discusin sobre las tortugas; aqu sigo su estela al emplear la palabra tawira (vanse sus pp. 320 Y 337-338). La idea tradicional de que los misquitos pensaban en s mismos como un pueblo nico porque compartan un mismo idioma, tal como se expone en, por ejemplo, Garca, 2002, p. 451, oscurece divisiones ms profundas.

    172. Romero Vargas, 1995, pp. 163-217, describe a quienes posean estos cargos, SUS funciones y sus rivalidades. Sobre los lderes en 1780, vase p. 186. Olien, 1998, pp. 277318, que no utiliza el trabajo de Romero Vargas, rastrea a los funcionarios a partir de la informacin que ha recogido en fuentes publicadas. Helms, 1971, p. 20, califica el rei" no de protectorado de papel y al rey de mera ,

  • 446 447 BRBAROS

    9. Para un cuadro ms matizado sobre las misiones de San Antonio que el pintado por Croix, vase Hinojosa, 1991; Teja, 1998, pp. 112-113, Y las directrices de los misioneros en Leutenegger, 1976, pp. 19-31 Y 47 -49. Sobre la forma en que los indgenas se reagruparon y se reinventaron en las misiones de San Antonio. vase Anderson, 1999, captulo 4. Los estudiosos han sugerido que esto ocurri tambin en otros partes: Sweet, 1995, pp. 1-48; Radding, 1998, pp. 116-117; Saeger, 2000, pp. 192-193. Sobre la aculturacin de los indios en las misiones de San Antonio, vase Schuetz, 1980, captulos 5 y 6. Sobre las notables pruebas cientficas de que la mayora de los indios permaneci menos de diez aos en una de las misiones de San Antonio, vase Cargill y Hard, 1999, pp. 199213. Un crtico moderno dira que fue el mestizaje, ms que las misiones, lo que hispaniz a los indios. Castillero Calvo, 1995, p. 362. Sweet. 1995, p. 31, considera las misiones como una catstrofe para los indios. Para una refutacin directa de las ideas de Sweet y una invitacin a examinar las variaciones locales, vase Saeger, 2000, captulo 8. A travs de repetidas leyes y ordenanzas, la corona intent impedir que los misioneros abusaran de los indgenas y les exigi ensear a los indios en sus propias lenguas. Vase, por ejemplo, las instrucciones reales a los virreyes Croix (1765) y Bucareli (1772) en Villegas, 1987, pp. 23-25 Y 55-56.

    10. Muldoon, 1994, p. 55. sta no era la nica justificacin empleada por Espaa para defender su derecho a las Indias. Vase Bushnell, 2001, pp. 290 Y 297.

    11. Reff, 1991, pp. 249-264 Y 278-279, Y Reff, 1998, p. 201 n. 3, subraya el atractivo que tenan las misiones para los remanentes de aquellas sociedades indgenas devastadas por las enfermedades en el siglo XVII y arguye que los beneficios materiales desempearon un papel reducido. Saignes, 1990, pp. 87-89, propone un argumento similar, aunque seala que el acceso a los bienes materiales ayud a mantener a los chiriguanos en las misiones. Las fuentes que explican las fuerzas que empujaban o atraan a los indios a las misiones son abundantes. Vase, por ejemplo, Larson, Johnson y Michaelsen, 1994, p. 265, quienes subrayan las tensiones ambientales en el caso de los chumash.

    12. La literatura sobre este tema es abundante. Sobre el bautismo de los indios que no haban recibido instruccin, los diferentes niveles de sta y los debates al respecto, vanse Ricard, 1966, pp. 83-95; Oviedo Cavada, 1982, pp. 305 Y 326; Gmez Canedo, 1988, pp. 169-180; Borges, 1992e, pp. 597-599; Saranyana, 1992. pp. 549568, y Saignes, 1990, pp. 98-99, que se ocupa especficamente de los chiriguanos. El bautismo acompaado de matrimonio en la misin californiana fue documentado por un participante, Martnez, 2002, p. 90. Sandos, 2004, p. 15, sugiere que en California los franciscanos equipararon por error el bautismo a la conversin plena. Por otro lado, en Chile, algunos franciscanos del colegio de Chilln se opusieron a aquellos bautismos a los que no siguiera despus un proceso de instruccin. Vase infra en este mismocaptulo. La cita procede de Tamajuncosa, 1969-1972, vol. 7, pp. 154-155. Borges, 1992f, pp. 521-522, recoge las variaciones de este refrn, comn en el perodo colonial; vase tambin Trias Mercanl, 1995, pp. 97-115. Axtell, 1985, pp. 131-133, cita al reverendo Charles Ingles en 1770 en el mismo sentido: Con el fin de hacerlos cristianos, se debe primero hacer de ellos hombres (p. 133). Para una comparacin en profundidad de las diferencia" culturales, teolgicas y polticas que dieron forma a los programas misioneros ingls y espaol, vanse Ortega y Medina. 1976, y Elliott, 1994, pp. 18-19. No exista, por supuesto, un nico programa ingls o espaol. Tanto los colegios misionales de Hispanoamrica como los misioneros particulares estaban en desacuerdo al respecto, por lo que cualquier generalizacin ha de aceptarse con reservas.

    NOTAS. CAPTULO 3

    13. Mena, 1916, p. 392. 14. Recopilacin, 1973, libro 6, tt. 3, ley 1. Pagden, 1995, p. 23, Y Kagan, 2000,

    pp. 24-28. Los espaoles asentaron a los pueblos no sedentarios en reducciones. Los espaoles tambin reasentaron a pueblos sedentarios de aldeas pequeas y remotas en unidades ms grandes, denominadas congregaciones.

    15. En este estudio no me ocupo de la dinmica de la vida misional. Hasta hace poco, la mayor part