Nuestra Tierra

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Revista casa de Cultura Salamanca

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*índice

*directorioDirector Honorario

Lic. Antonio Ramírez VallejoPresidente municipal

Director GeneralLuis Rodríguez del MoralDirector de Educación, Cultura y Deporte

Investigación:Monserrat García Rendón Espiridión Contreras Enríquez José de Jesús Romero SalazarAlfonso Gutiérrez NietoMariel Vera Serna Juan Diego Razo Oliva

Diseño eDitorial: Typos. Servicios gráficos y editoriales.Formación: Luis Villalobos Diseño de portada: Donovan Bravo

Septiembre 2012, Época I, Año 2, Nú-mero Especial. Homenaje a José Rojas Garcidue ñas. Revista bimestral publi-cada por la Presidencia Municipal de Salamanca, Gto., a través de la Oficina Municipal de Investigación y Difusión Histórica. Impreso en los talleres de Impresora Salamanca, Netzahulpicci 510 A, col. San Pedro, Salamanca, Gto.

Tus comentarios enriquecen nuestra revista, escríbenos:

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Historia Salamanca

Guanajuato

Presentación 3

Garcidueñas, la ciudad de su infancia 5Espiridión Contreras Enríquez

temas de salamanca y el Bajío en textos del amiGo y Paisano josé rojas Garcidueñas 10Juan Diego Razo Oliva

josé rojas Garcidueñas: fundador de la escuela de filosofía y letras de la uG 27Monserrat García Rendón y J. Jesús Romero Salazar

PePe rojas Garcidueñas, Guanajuato y el teatro universitario 34Mariel Vera Serna

la oBra literaria de josé rojas Garcidueñas 41Alfonso Gutiérrez Nieto

una anécdota del Bachiller salmantino 49Alfonso Gutiérrez Nieto

aPéndice i. cv de josé rojas Garcidueñas 53

aPéndice ii. PalaBras de antonio GómeZ roBledo 63

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La vida del hombre, medida a través de la tempora-lidad de la historia, es equivalente a un parpadeo. Es arte efímero que pocas veces se congela, como

instantánea fotográfica que permanece para la posteridad. Sin embargo, hay pasos que han trascendido al tiempo y al espacio. Grandes personalidades que en las letras, las artes o la ciencia han dejado en la historia de la humanidaduna marcada huella. José Rojas Garcidueñas, salmantino nota-ble de eximia erudición, es una de esas personalidades, cuya vida, a través de su vastísima obra, plasmó una profunda impronta en la historia y las letras mexicanas.

Nació un 16 de noviembre de 1912, en el seno de una fa-milia tradicional salmantina. Desde niño su interés por las letras se hiso presente, cuando, acompañado por su madre leía los libros de Verne. Sus estudios de primeras letras los realizó en Salamanca, trasladándose, años más tarde, a la capital de la República para continuar con sus estudios de secundaria en el Colegio Francés. A partir de entonces, su vida tanto académica como personal, se desarrolló en la ciu-dad de México.

Estudió en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, de la cual obtuvo el título de abogado en 1938 con la tesis: Vittoria y el problema de la conquista en derecho internacional. Sin embargo, su primera publicación El Teatro de Nueva España en el Siglo XVI, la realizó en 1935; obra que refleja una de sus grandes pasiones y a partir de la cual se ganó el mote de “El Bachiller”, por el interés y cuidado que puso al capítulo del Bachiller Arias de Villalobos.

Fue alumno de integrantes de la Generación del Ateneo, convirtiéndose, gracias a ello, en el eslabón que une a la ge-neración revolucionaria con los contemporáneos. Entre sus ocupaciones destacaron siempre la docencia en letras, arte e historia, pero destacó también como consultor Jurídico en la dirección de Límites y Aguas Internacionales de la Secre-taría de Relaciones Exteriores, además de participar como

*Presentación

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Representante o Asesor en reuniones en Washington, San Salvador, Río de Janeiro, Buenos Aires y Caracas.

Fue también gerente de la Orquesta Sinfónica de Méxi-co, dirigida por el maestro Carlos Chávez, de 1944 a 1947; Administrador del Instituto Tecnológico de México, de 1951 a 1953; Secretario Académico de Número y Secretario Per-petuo de la Academia Mexicana de la Lengua, desde 1962 hasta su muerte; perteneció a la Sociedad de Geografía y Es-tadística, al Seminario de Cultura Mexicana, a la Asociation Internationale de Critiques d´Art, entre otros.

En 1952, tuvo la encomienda, por parte del entonces gobernador del Estado de Guanajuato, Lic. José Aguilar y Maya y del rector de la Universidad de Guanajuato, el Lic. Antonio Torres Gómez, de dirigir la naciente Facultad de Filosofía y Letras. Cargo que desempeño durante dos años, que fueran de gran importancia para la historia de la Uni-versidad.

Pepe Rojas Garcidueñas, fue un hombre de obra prolífica, entre la que destacan, sobre todo, textos de literatura, arte e historia. Su primer libro lo publicó en 1935, a los 24 años de edad y escribió hasta el fin de sus días, a los 69 años, el libro: Salamanca. Recuerdos de mi tierra guanajuatense, publica-do póstumamente en 1982 por la Editorial Porrúa.

El Bachiller José Rojas Garcidueñas, salmantino ilustre, falleció el 1 de julio de 1981, en la ciudad de México, dejando como legado al pueblo mexicano una basta obra que demues-tra, no solo su erudición, sino el gran amor que este gua-najuatense tuvo por letras mexicanas.

mariel vera serna

Presentación * * * * * * * * * * * * * *

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Garcidueñas, la Ciudad de su infancia

esPiridión contreras enríqueZ

A través de su obra Salamanca. Recuerdos de mi tierra guanajuatense, José Rojas Garcidueñas nos legó un panorama de la tierra en que nació, y de la que aun

siendo un adolescente partió para continuar sus estudios. En forma detallada el Bachiller habla del pasado que vive aun en algunos edificios a la vista, y cuando no es de la memoria colectiva o de un documento, es de la tradición familiar que toma los sucesos y a sus hombres notables para enfatizar los varios momentos memorables de esta población, todo esto sin olvidar describir las tradiciones y costumbres que se conser-van entre sus paisanos.

El objeto de este breve escrito es presentar algunas des-cripciones que autores hicieron de Salamanca en principios del siglo XX para después comentar las efemérides que con-

José Rojas Garcidueñas siendo un niño con la élite de la ciudad de Salamanca y algunos religiosos.

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la ciudad de su infancia

sideró Garcidueñas en la obra arriba mencionada. Al final se intenta obtener una imagen de la ciudad previa al nacimien-to de este personaje salmantino en 1912, y del contexto que rodeara los primeros años de su vida en esta ciudad1.

A finales de la década de 1910, dos autores en sus obras habían descrito a la joven ciudad de Salamanca, uno de ellos fue Pedro González, el geógrafo y político que además hizo por la historia y la educación dejando varios textos que hoy de nuevo se estudian y revaloran.

González describió2 en varios aspectos a Salamanca. Y de sus datos obtenemos que a principios de siglo era una po-blación que sobrepasaba los 40 000 habitantes. Por igual a González le interesó hablar de las calles de la ciudad y su orientación al trazarlas, como del ferrocarril que la atravesa-ba por el norte tocando a varios de sus populares y antiguos barrios. Desde la plaza en la que se encontraban las estacio-nes del Ferrocarril Central y la de Valle, partía hacia el sur el tranvía pasando por las Escuelas Modelo3 en su camino

1 Hasta 1924, que es cuando aproximadamente sale de Salamanca para continuar sus estudios.

2 González, Pedro, Geografía Local del Estado de Guanajuato, México, Edi-ciones La Rana, 2004, 1ª. Reimp. pp. 275-300.

3 Este edificio fue construido a mediados de la década de 1890 y después

En la esquina el joven José Rojas Garcidue-ñas junto a su padre Joel Rojas durante un paseo de campo.

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hacia la plaza de armas. Una vez allí, la Parroquia y los templos de San Agustín, Las Tres Caídas, El Santuario, y El Hospital eran sitios para visitar, al igual que la misma Penitenciaría del Estado, el Abasto, y el Teatro, cuyos edifi-cios, estos dos últimos, se habían construido en las décadas de 1880 y 1890.

Se deja en ese punto la descripción de González para co-mentar las anotaciones que hizo Adolfo Dollero unos años después cuando visitó esta ciudad, enumerando algunos as-pectos interesantes de esta localidad.

Dollero calificó a Salamanca como un distrito agrícola pero donde había gente que también trabajaba en fabricas localizadas en domicilios elaborando tejidos y zarapes, ade-más de zapatos, rebozos, y guantes de gamuza. Con una población de unos 15 000 habitantes4, Dollero en su obra México al Día5 enfatizó la escases de agua observando que los pozos artesianos no habían tenido hasta ese momento el éxito esperado, pues apenas de uno brotaba un poco de líquido6. Observó como un buen establecimiento a la Peni-tenciaria del Estado y se admiró de la calidad del edificio de las Escuelas Modelo, lo que dijo era contrastante al ver el número de estudiantes que asistían a él. Faltaban algunos servicios como el drenaje y el agua potable, y el hospital que existía no estaba a la altura de lo que las circunstancias de entonces demandaban.

Garcidueñas por su parte presentó los sucesos más impor-tantes desde el año de 1906 hasta el de 19287. Y a través de ellos deja ver algunas obras que dieron impulso o beneficia-ron a Salamanca en el primer tercio del siglo XX, tales como las relacionadas con los servicios básicos, en donde por la ne-cesidad que tenía la población de agua potable, citó la perfo-

de la inundación del año de 1912, por los daños sufridos quedo abando-nado, para luego dársele entre otros usos el de cuartel militar.

4 Se refiere con seguridad únicamente a la zona urbana de entonces.5 Dollero, Adolfo, México al Día, notas e impresiones de viaje, París-México,

Librerías de la Vda. De C. Bouret. 1911, pp. 547-548. 6 Se refiere al pozo que fue perforado en la plaza del mercado de San

Agustín entre los años de 1908 y 1909.7 Rojas Garcidueñas, José, Salamanca. Recuerdos de mi tierra guanajuatense,

México, Porrúa, 1982, pp. 227-232.

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ración del pozo artesiano, así como el posterior entubamiento del agua para llevarla directamente a los hogares. Hizo me-moria sobre la desaparición de la Pirámide y la erección del kiosco en su lugar en la Plaza de la Constitución, así como de la construcción de espacios públicos como el jardín Hidalgo en el barrio de San Antonio, y también de la habilitación de espacios como el ex convento de San Juan de Sahagún para albergar por pocos años en él a la Escuela de artes y Oficios. No podía olvidar la conclusión del Templo Nuevo del Sr. de Hospital y la desaparición del portal Chiquito que mejoró la urbanidad en el centro de la ciudad.

En cuanto al tiempo que abarca los años de 1911 has-ta 1919, anotó graves eventos como la inundación de 19128, las epidemias9 o algunos sucesos de la revolución10 que como consecuencias trajeron por ejemplo la carestía de alimentos diezmando a la población durante años. En este tiempo-es-cribió- desapareció la Penitenciaría del Estado y, como ya se ha referido, las Escuelas Modelo11.

Después de este periodo la tranquilidad que se vivió en la ciudad fue pasajera pues pronto se dieron los primeros emba-tes de la lucha cristera.

Luego de tener una larga historia como antecedente, Sa-lamanca, al nacimiento de Garcidueñas se presentaba como una naciente ciudad, en donde el desarrollo que había en ella era visible en la infraestructura de servicios básicos que es-taba logrando poner a disposición de sus ciudadanos, y que aunque con una economía más inclinada hacia agricultura, el aspecto comercial e industrial también existía en escala menor y era de autosuficiencia.

8 Esta inundación arrasó con tres cuartas partes de las edificaciones de la ciudad, y sus consecuencias se pudieron ver en la ciudadanía aun varios años después al suceso.

9 En ese tiempo las más graves fueron las de tifo, cólera y gripe española.10 Garcidueñas puede referirse aquí a los ataques y asedios que sufrió la

ciudad, su población y el comercio, por parte de los grupos de levantados que encabezaban entre otros, Matilde Alfaro, Pomposo Flores, Simón Beltrán y Macario Silva.

11 Este edificio entre las décadas de 1950 y 1960 volvió a ser destinado a las labores educativas, y en la actualidad en él se albergan las instalaciones de la Escuela Secundaria Técnica Oficial Estatal 18 de marzo.

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Sin embargo gran parte de esto se vería trastornado en el año de 1912 cuando las sorpresivas avenidas de la inunda-ción llevaron a la ruina a la mayoría de la población urbana y parte de la rural. Acabando ésta con la poca industria y anegando las tierras.

Pero aun con todo esto la vida de José Rojas Garcidueñas probablemente se vio poco afectada pues la condición social familiar pudo en este caso brindarle mejores oportunidades que las que tenía la mayoría de la población salmantina, hasta el momento en que partió a otras tierras para con-tinuar su vida de estudiante y que lo llevaría a tomar con el tiempo esa estafeta que había dejado Pedro González al morir en 1912.

Documento fechado en 1920 con el encabeza-do del negocio familiar a cargo del padre de José Rojas Garcidueñas.

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Temas de salamanca y el Bajío en textos del amigo y paisano José

Rojas Garcidueñas, erudito afable,

generoso y comprensivo

juan dieGo raZo oliva

i. introDucción (o por los caminos De ayer)

A medio año de 1970 obtuve mi licenciatura en la Escuela (hoy Facultad) de Economía de la UNAM con una tesis sobre eficiencia económica compara-

da en el uso de los recursos agrarios en el sector ejidal y en el de la pequeña propiedad, en el contexto geográfico y social de

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varios municipios de la región del Bajío guanajuatense, uno de ellos Salamanca. Con ciertos datos estadísticos y de otra índole que debí consultar para esa tesis, a la vez que le daba forma a ésta, con enfoque más o menos sistemático agrupé los relativos en particular al Municipio de Salamanca, con la idea de integrar una especie de compendio monográfico que me permitiera redactar lo que vino a ser mi primer libro publicado que salió con el título de Salamanca. Dimensión económica municipal. Lo editó en 1971 el Ayuntamiento del gobierno local, presidido por Francisco Aguinaco Alemán.

Este presidente municipal, en tanto se comprometía a edi-tar mi texto, me hizo la recomendación de que buscara en la ciudad de México al licenciado José Rojas Garcidueñas a fin de convencerlo que escribiera un prólogo que ponderara el presunto valor documental que supusimos poseía mi texto, y así lograra un más amplio y sólido alcance cuando saliera publicado.

Fue la primera vez en mi juvenil pero ignorante vida que oí mencionar a José Rojas Garcidueñas, caracterizado como un destacado escritor nativo de Salamanca, Guanajuato, emigrado a México, y cuyo nombre y prestigio podía avalar el mérito intelectual o literario de cualquier escrito que en letras impresas aspirara a difundir algún aspecto relativo a la vida en Salamanca o en otro ámbito más amplio como el estado de Guanajuato. Se me dio por pista para localizarlo un número telefónico que cuando llamé resultó ser de la Ofi-cina del Consultor para la Secretaría de Relaciones Exterio-res en Aguas y Límites Internacionales, y en la cual, como sorpresa agradable, en cuanto me anuncié como “estudiante universitario paisano del licenciado Rojas Garcidueñas”, la secretaria que tomó la llamada inmediatamente me comu-nicó con él. Me identifiqué y le expuse a grandes rasgos la solicitud que queríamos plantearle, y aún más grata fue mi sorpresa al decirme que con gusto me recibiría ahí mismo en su oficina, un par de días después, para ver en específico cómo y con qué información sustentaba mi texto monográfico el tema de Salamanca.

Acudí a la cita, y puesto que no existía entonces este am-biente de miedo y desconfianza entre los altos o medianos funcionarios de gobierno que sentimos ahora como esquizo-

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frenia social, con apenas la mínima formalidad de anunciar-me como “visitante para un asunto académico a la oficina del licenciado Rojas Garcidueñas”, subí al piso de la torre de la SRE en Tlatelolco, donde de un modo extraordinariamente afable y cordial me recibió él para brindarme el gusto de es-trechar su mano y empezar a tratarlo en una relación que de muchas maneras me significó aliento comprensivo y cálido entusiasmo en esa ocasión y otras ulteriores cuando he in-cursionado, no con la frecuencia y el rigor que sería deseable, en temas del Bajío y en especial de Salamanca.

Porque resulta que nuestro sabio ilustre, cuya obra es-crita principal se considera de mucha importancia y de al-cances trascendentes puesto que trata temas y cuestiones de peso significativo para la literatura y el arte nacional, incluso para la cultura de más allá de las fronteras mexi-canas, también y no con poca frecuencia se ocupó de temas y asuntos circunscritos al ámbito de Salamanca y el Bajío guanajuatense, el micro universo de su oriundez y de entra-ñables recuerdos. Sobre esto deseo entretejer los párrafos de este artículo.

ii. Que De DónDe, amiGos, venGo…

En aquel inicial encuentro y por tan particular motivo, deci-dió que me obsequiaría, para edición de mi texto, en vez de un pequeño prólogo, varias páginas que intitulamos “Preli-minar histórico”, las que no únicamente realzaron y avala-ron el interés informativo con que salió aquella ya vieja pero aún consultable monografía socioeconómica de Salamanca, sino que la engalanaron y complementaron con datos de suma importancia para conocer aspectos esenciales del pasa-do salmantino. De hecho, puedo decirlo, pues así me lo dijo el mismo Rojas Garcidueñas, esas páginas que en dos o tres se-manas me entregó, eran apuntes básicos que venía haciendo con la finalidad de poco a poco darle forma a lo que luego, ya como su libro póstumo, editó en 1982 la casa Porrúa con el título de Salamanca. Recuerdos de mi tierra guanajuatense, y que él infortunadamente ya no pudo tener en sus manos ni repasar su lectura tal cual sí venimos haciendo, con enorme

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provecho, cientos de sus paisanos de esta provincia abajeña, algunos con inescrupuloso fusil en mano.

Recién casado hacia 1972 y con dos hijos que nacieron de mi primera esposa Carlota Botey, el departamento que ha-bitábamos en la calle de Dolores en el centro de la ciudad de México, quedaba a no más de siete cuadras del espacioso y muy bien arreglado departamento que en el número 8 de la calle de Bolívar (edificio Santa Clara, estilo florentino), tam-bién del centro citadino, Pepe Rojas Garcidueñas rentaba y ocupaba con su esposa Margarita Mendoza López, mujer de méritos intelectuales reconocidos, admirada y querida en los círculos de escritores y artistas de la entonces ya algo gran-dota pero aún tranquila y segura metrópoli mexicana. Como matrimonio bien fincado en mutuo respeto y seguramente en un gran amor, cultivaban Pepe y Margarita la notoria-mente bella y noble costumbre de recibir ahí, los martes de 19 a 23 horas (horario estricto) a amigos escritores y artis-tas, compañeros y alumnos de la Universidad, periodistas e intelectuales, y toda persona conocida o que deseara cono-cerlos acompañándolos en sus animadas y siempre ilustrati-vas tertulias, durante las cuales cualesquier tema cultural e histórico pero asimismo de la vida cotidiana del mundo y la nación podía ser planteado y debatido con absoluta libertad de opinión, también de expresión. Ello gracias a que los anfi-triones sabían crear en su entorno, y más aún en su casa, un ambiente humano liberal y comprensivo, de cordial, amplia y absoluta tolerancia. Se me abrió entonces una espléndida oportunidad de asistir, al menos una o dos veces cada mes, a esas agradables y siempre enriquecedoras tertulias. Conocí entonces a algunos de sus contertulios de llamativa perso-nalidad como Francisco Liguori, Armando Jiménez, Xavier Rojas, Gloria Carmona, María Rosa Palazón, Andrés Henes-trosa, entre otros que ya no nombro para no alargar la lista y cometer pecados de olvido.

Mi acercamiento con Francisco Liguori, el genial epigra-mista y periodista de extraordinaria memoria literaria, re-sultó por ciertos detalles curiosa. Relato aquí una anécdota que creo que al mismo Pancho Liguori no le incomodaría re-cordar si aún viviera. En la mesa de servicio que había en el centro de la espaciosa estancia donde recibían Pepe y Marga-

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rita, solían poner botellas de vino, descorchadores, botellas de licor, refrescos y vasos y hielos, aceitunas y algunas bota-nas de frutos secos, y cada quien, según tuviera ganas de be-ber algo se servía al gusto. Liguori tenía algo más arraigada la afición por los buenos tragos y como era gran platicador, sus amenas intervenciones las prolongaba y humedecía con generosos vasos de licor que se servía, resultando a veces que era el último, ya pasadas las once de la noche, en parar-se, tambaleante, del sillón para despedirse de los amables pero a tales horas ya cansados anfitriones. Doña Margarita, que tenía un acentuado sentido práctico, me dijo alguna vez: “Juan Diego, tú que vives aquí cerca y no tienes que tomar taxi, haznos el favor de esperar a que den las once y ver que Pancho junto contigo se levante a despedirse, busca algún pretexto y llévalo a la calle y que aborde un taxi rumbo a su

Margarita Mendoza López, por Raúl Anguiano.

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casa.” Así procedí varias veces y de cierto modo me convertí en una especie de sacaborrachos de aquellas tertulias (y esto con su buen humor el mismo Liguori lo reconocía y creo que hasta me lo agradecía).

Por esto, una vez que en lugar de irse él a su casa en taxi y yo a la mía a pie, pasamos a “echarnos la del estribo” en la cantina La Ópera, ahí cercas en 5 de Mayo y Filomeno Mata, donde topamos con la imponente presencia de Renato Leduc, amigo y colega de Liguori. Leduc tenía sobre la barra, junto a su copa de tequila, un libro que me permitió ver y que era un ejemplar de la casi secreta edición de su tríptico: Prome-teo, La Odisea y Euclidiana, tres parodias de otras tantas obras de la literatura griega, en lenguaje de crápulas burde-leros. Fuera de comercio salieron numerados mil ejemplares manuscritos por el calígrafo Raúl Sandoval, y el que tomé en mis manos fue el 0946.

Maravillado, me atreví a leer en voz alta ante aquel par de gigantes de la rima los seis versos con que inicia la trá-gica mutilación, en salva sea la parte, del Prometeo que Le-duc imaginó sifilítico, ahí donde Cratos anuncia el terrible castigo al héroe griego que se atrevió a secuestrar del apaño en que los dioses guardaban para ellos el inapreciable arte de practicar el sexo en infinitas posturas y con supremos y variadísimos placeres: “Por fin hemos llegado / al sinies-tro confín de Recabado. // Tú, padrote de putas miserables / quedarás enclavado en esta roca, // un chancro fagedénico en tu boca / dejará cicatrices imborrables”. Antes de iniciar la segunda estrofa, Leduc me arrebató el libro, diciéndome: “Pare ahí, amigo Juan Diego, el libro se lo voy a regalar pero deberá usted aprender a leer y recitar versos en voz alta, por lo menos con el magistral arte con que lo sabe hacer el gran Francisco Liguori, a quien usted viene acompañando aunque sin haberle aprendido más que a empinar el codo, arte que también tiene su chiste.” Agregó: “Salud”, brindamos los tres y enseguida estampó en la página del colofón su firma y la fe-cha, septiembre 4 de 1973, y yo quedé dueño del ejemplar 946 del tremebundo poemario de Renato Leduc, lleno de procaci-dades e ingeniosas ocurrencias de un pícaro experimentado.

Desde luego, cuando he narrado esto algunas veces (hasta hoy oralmente) a amigos míos y entre amigos y conocidos

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que lo fueron también de Pepe Rojas Garcidueñas y Marga-rita Mendoza López, mi intención ha sido subrayar el signi-ficado de enriquecedora trascendencia espiritual, intelectual o de sencilla y llana cordialidad humana (acaso lo más im-ponderable) que llegó a tener la civilizada costumbre, liberal y bella de esa pareja que celebraba sus tertulias en el gentil seno de su hogar. Ahora lo pongo escrito, como verdadero ejemplo que conocí y no olvido de bonhomía y apertura a la amistad, atributos del sabio Pepe y de cariñosa comprensión humana de la sutil y distinguida Margarita. Y aclaro que a ellos, con hábitos mucho más apacibles y moderados, aunque no pacatos ni mucho menos puritanos en sus gustos y cos-tumbres del beber y el comer, nunca los encontré en cantinas y cafeterías donde yo mantuve ocasional trato en esos años con Pancho Liguori, Renato Leduc y algún otro contertulio parrandero y juguetón, como estos dos.

Otra ocasión, en espacio más holgado acaso pueda yo es-cribir de otro simpático encuentro que tuve con Francisco Liguori y Renato Leduc –ya no en dicha tertulia, pero sí por consecuencia-, y que me valió se convirtieran en mis dos padrinos (más un tercero que fue Armando Jiménez, el de Picardía mexicana), para mi ingreso con honor intransferi-ble y mérito airoso en su selecta cofradía de Los Caballeros Nivelungos (sic: con “v” del nombre El Nivel de la famosa cantina en el mero centro de la ciudad de México, no “b” del título de Los Nibelungos, ópera de R. Wagner).

Dije antes que otra de las personalidades que conocí en tan inolvidables tertulias fue la maestra pianista y musi-cóloga Gloria Carmona. Ella y Pepe en especial andaban ya a fines de los 70 haciendo valoración de un pequeño lote de seis copias de partituras de obras de los músicos Teófilo (una) y Luis G. Araujo (cinco), formado por él y que usó como referencia para escribir esos párrafos que podemos leer en su Salamanca. Recuerdos de mi tierra guanajua-tense (pp. 180-184), y que contienen datos de obligada re-ferencia en todo lo que después ha sido escrito en textos sobre la tradición de la música culta en Salamanca, en par-ticular sobre ese par de compositores, los Araujo, padre e hijo, que tenemos por hijos nacidos ¿o aclimatados? en esta ciudad.

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Hubo la feliz circunstancia de que cuando la maestra Car-mona invitó a Pepe a escuchar su lectura al piano de esas obras, en su casa en Coyoacán, también yo fui invitado, pues ya les había comunicado que entre los ejemplos que venía rastreando de corridos, canciones y piezas de música del Ba-jío, tenía localizadas algunas partituras de los Araujo. Ahí tocó ella el piano y grabó con su propia grabadora las seis partituras de los Araujo, y escribiendo los respectivos comen-tarios de maestra conocedora en la materia, los dio a Pepe junto con la cinta magnetofónica, regalándome días después una copia de ésta.

Aproveché esta disposición tanto en él como en ella, de compartir con desinterés su información y sapiencia, y a la maestra pedí que hiciera una valoración de los aspectos es-tilísticos, músico-literarios, con que yo venía apreciando al-gunos de los corridos históricos que los humildes juglares apodados “Los Hermanos Cadena” (sólo conocidos en calles, cantinas, mercados y plazoletas de Salamanca), ya me ha-bían permitido grabar en su ambiente de trabajo. Escuchó mis cintas en su casa, y generosa me entregó sendos aná-lisis de musicóloga experta del Corrido de Ramón Ortiz y del Corrido de Juan García, en hojas pautadas y con tex-tos explicativos. Así, aunque me reconozco como apenas un folklorista formado a la tronche y moche sobre la tradición músico-literaria del Bajío, de estos antecedentes que pude asimilar vía las tertulias de que hago memoria, con relativo aplomo y no poca audacia he llegado a escribir y publicar artículos, ensayos, fonogramas y hasta voluminosos libros donde presento y enaltezco como verdadero arte juglar esos y otros corridos de la tradición regional, además de comentar ciertos ángulos de la vida y obra de los Araujo. Cada vez que en mis textos he hecho mención a esto, registro el mérito que a la maestra Carmona y al erudito Rojas Garcidueñas les debe mi trabajo, como referentes claves o fuentes de consulta. Soy “aventado” y pretencioso pero no plagiario.

En estas condiciones de afabilidad y generosa apertura a sus artes y saberes con que me brindaron su amistad José Rojas Garcidueñas, su esposa Margarita Mendoza López y sus selectos contertulios en la ciudad de México, fue que des-cubrí que nuestro ilustre paisano era un verdadero y pres-

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tigiado intelectual que conocía y disertaba, tanto en char-las como en escritos, de temas de literatura humanística y cultura artística con vastos y ricos alcances. Lo hacía con sólidos conocimientos y reflexiones inteligentes, muchas con sello de originalidad que como buen maestro compartía en el aula o en esas charlas informales, aún antes de poner-las por escrito. Claro, el núcleo de asuntos a los atendió con gran dedicación y mucha brillantez, son temas sobre histo-ria y condicionamientos culturales del idioma y literatura en nuestro país, en especial géneros teatrales y formas del nacionalismo literario, y sobre ideas y creaciones de varios literatos y artistas en varias disciplinas que desde la época virreinal y hasta el siglo XX fincaron la fama internacional de la cultura humanística que nos da identidad y carácter a los mexicanos en el concierto mundial de naciones.

También contertulia en esas felices reuniones, la maes-tra Elisa García Barragán, eminente historiadora del arte en México, hacia 1985 publicó en un periódico una breve semblanza de José Rojas Garcidueñas, apodado “El Bachi-ller”, tributándole palabras de agradecimiento y admiración: “Es preciso señalar también la labor del “Bachiller” en la cátedra, actividad que desarrolló en diversas instituciones universitarias estatales y particulares, y en esa tarea de adoctrinamiento fue más allá de la cátedra, pues quienes no tuvimos la suerte de de escucharlo en el aula, el consejo de su palabra, la generosidad con sus conocimientos, nos beneficia-ron innumerables veces, inclusive y quizás sobre todo en la propia casa del “Bachiller” en aquellos inolvidables martes en que con casa abierta él y Margarita Mendoza López su esposa, recibían a los amigos y conocidos –gentes siempre interesantes-, en amables tertulias de las que salía uno con el intelecto enriquecido y el grato recuerdo de la bonhomía del “Bachiller”, quien por su agilidad, buen manejo de la plu-ma y calidad humana, es una figura destacada de la cultura nacional.” (Excelsior, 6-2-1985).

iii. y aQuí estoy porQue ya vine, ahora acabo De lleGar.Mas como ya dije, este artículo para Nuestra Tierra, boletín periódico que prepara el equipo de la Oficina Municipal de

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Investigación y Difusión Histórica de Salamanca a propósito de honrar desde distintos ángulos la personalidad de José Rojas Garcidueñas, lo escribo con ánimo de señalar que nues-tro querido paisano y amigo, además de sus trascendentes quehaceres de sabio humanista con visión de amplio alcance que rebasó en algunos casos la cultura y la historia de Méxi-co, también trató temas centrados en la cultura, la historia y la vida en estos ámbitos locales y regionales de la provincia guanajuatense de donde fue nativo, haciendo evocaciones de costumbres folklóricas y paisajes del panorama urbano, de sucedidos anecdóticos a personas de su entrañable relación y hechos de la gente común en estos lares de la patria mexi-cana, muchas veces haciendo sencillas remembranzas de sus días infantiles en familia, con vecinos y amigos. Esta faceta en la vida afectiva e intelectual de Rojas Garcidueñas he tratado ya de tenerla por relevante y en particular significa-tiva desde luego y en principio para quienes en Salamanca, por interés propio o por motivos de otro tipo, su obra, su ac-titud y su pensamiento nos ha calado o debe importarnos.

El 19 de noviembre de 1984 tomaron la iniciativa auto-ridades locales y su sobrina Rosa María Rojas, dueña de la librería “Cosmolibros”, de dedicarle a Rojas Garcidueñas un homenaje o velada literaria aquí en Salamanca, en el ex con-vento de San Agustín y cuyo motivo central fue que la Aca-demia Mexicana de la Lengua acababa de editar dos textos suyos. Asistieron como presencias centrales su viuda doña Margarita y algunos de sus familiares aquí radicados, desde luego la mencionada Rosa María Rojas que tenía la referida librería en la planta baja de lo que fue la casa natal del ho-menajeado, portal oriente de la Plaza Principal. En el pro-grama del acto, me tocó el inapreciable honor de leer unas notas que traje precisamente con la idea de que, en alguna parte, quedara señalado que nuestro prestigiado escritor y pensador asimismo se ocupó en vida de importantes aspec-tos históricos, culturales, folklóricos, costumbristas y hasta familiares de este su amado terruño.

Asenté entonces en una de mis notas que, sin menoscabo del valor y prestigio que conquistó el sabio José Rojas Garci-dueñas conocedor de vasta y sólida cultura, y que brilló como especialista en temas de la historia nacional de las artes y

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humanidades, bien se podía hablar de un Pepe Rojas Garci-dueñas con inclinación incorregible hacia temas tocantes a Salamanca y el Bajío, era casi un cronista que no dejó de pensar y referir por escrito aspectos de las costumbres, hechos y personajes de esta provincia, más otras singulari-dades (anecdóticas y sencillas unas, otras de gran impacto histórico) que han dado identidad propia a su patria chi-ca, nuestra también. No fui yo quien pusiera por primera vez a la vista esta faceta de la actividad intelectual del amigo paisano. José Luis Martínez, gran erudito nativo de Jalisco y a la sazón presidente de la Academia Mexica-na de la Lengua, justamente al presentar el contenido del libro El erudito y el jardín. Anécdotas, cuentos y relatos, de José Rojas Garcidueñas, editado por esa institución en 1983, a un año de su fallecimiento, escribió que: “La vena narrativa de José Rojas Garcidueñas (1912-1981) fue una de sus primeras vocaciones, y aunque luego tomarían el primer lugar en su obra los estudios literarios y sobre te-mas del arte, que constituyen sus trabajos más importan-tes, el gusto por las narraciones breves nunca lo abandona-ría. Recuerdos de su natal Salamanca y de otras ciudades y pueblos del Bajío, relatos de hechos curiosos o fugaces, anécdotas de la vida literaria mexicana de que fue testigo o que escuchó contar, y cuentos con un trasfondo literario escribiría regularmente desde los años juveniles hasta los últimos que le tocó vivir.”

Para probar esto, con datos de su bibliografía que enton-ces conocía, referí algunos de sus títulos donde clara y espe-cíficamente los asuntos tratados o documentados pertenecen a la realidad local salmantina, o bien son del más amplio marco regional del Bajío. Ya dejé referidos dos en que el tema específico es Salamanca y su trayecto en el tiempo, y asenté que uno, el “Preliminar histórico” del prólogo de mi “Mo-nografía socioeconómica municipal” (1971) fue como breve anticipo del otro: Salamanca. Recuerdos de mi tierra gua-najuatense que en 1982 apareció como libro póstumo. Cabe ahora agregar los títulos siguientes, indicando con brevedad de qué trata cada uno (y pongo en corchetes el año de su primera publicación para los que así compiló y presentó José Luis Martínez en el antes referido libro El erudito y el jar-

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dín. Anécdotas, cuentos y relatos; mientras que, en los que de mi parte adiciono, doy el dato entre paréntesis normal)

Fundación del Convento Agustino de San Juan Sahún en Salamanca de la Nueva España (1949). Edición del Ins-tituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, como sobretiro del número 17 de sus Anales. Luego de concisa introducción, presenta el acta de fundación y la petición de merced de dicho convento, ambos documentos de ar-chivo por él paleografiados.

“Cristmas-Nochebuena”. [1950]. En El erudito y el jardín. Anécdotas, cuentos y relatos, Academia Mexicana, Méxi-co, 1983. De una vivencia durante la fiesta de Navidad en una ciudad de Estados Unidos de Norteamérica, ela-bora una añoranza de cómo esta celebración era en la Salamanca de su niñez.

“San Agustín de Salamanca.” (1953). En Caminos de Méxi-co. Revista Goodrich-Euzkadi, número 22, México. Artí-culo pionero sobre el tema, continuidad de sus iniciales indagaciones sobre el templo y convento de San Juan Sahagún que los agustinos levantaron a inicios del siglo XVII en Salamanca, junto al Lerma.

“Ejemplo de la vanidad”. [1953]. En El erudito y el…, obra ci-tada. Discurso a modo de apólogo sobre la vanidad como característica en ciertos seres vivos, siendo el caso de una inolvidable perrita que conoció en Guanajuato, en representaciones de los Entremeses Cervantinos, que en ese aspecto llevaba tal deficiencia de carácter con venta-ja plausible sobre muchos humanos, especialmente en-tre quienes hacen arte de escenario.

“Una copa de cognac.” [sin fechar]. En El erudito y el …, obra citada. Curiosa anécdota de un brindis que en el Gua-najuato de inicios del siglo XX debió aceptar el sabio don Nicolás Rangel, de parte de un humilde minero cuyo gesto de galantería y gratitud fue a la vez magnífico y auténtico, algo brusco pero señorial.

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“Las cosas, claras.” [sin fechar]. En El erudito y el …, obra citada. Refiere la anécdota del fraile franciscano Luis del Refugio de Palacio y Valois, guardián en tiempos del conflicto religioso del convento y santuario de Zapopan, que reclamó airado y en sonoro y claro español porque un presidente municipal hacía mal uso del inmueble in-tervenido oficialmente.

“Por dos muy buenas razones.” [sin fechar]. En El erudito y el…, obra citada. De unas hazañas que como crítico per-tinaz e incómodo hizo don Homobono González (científi-co decimonónico nacido en Salamanca, y manco de una mano) en un periódico que publicaba en Silao, contra desmanes políticos y administrativos de gobiernos loca-les bajo férula del gobernador Gral. Manuel González, también criticado; pero que le fueron toleradas por éste, no obstante que el alcalde de Silao, pedía se le reprimie-ra con rigor. Omito referir las dos razones de esto, pues entonces nadie irá a leer el relato con su desenlace.

“Una aurora boreal”. [1957]. En El erudito y el …, obra cita-da. En torno a una pintoresca e inolvidable versión que conoció de niño, en tertulia familiar de su casa aquí en Salamanca (“donde como en pocas vio florecer el arte de la conversación”), por voz y ademanes de singular ex-presividad de Faustinita, una ancianita que presenció la muy afamada aurora boreal que hubo el 2 de septiembre de 1859.

“Versos dedicados a la inundación de Salamanca”. (1957). En Anuario de la Sociedad Folklórica de México, número XI, México. Rescatados por JRG de la tradición de corridos históricos del Bajío, estos versos que salieron impresos al frente de una hoja volante e ilustrados en la posterior con la imagen del Señor del Hospital, los dio a conocer entre especialistas del folklore, adicionando notas informativas valiosas del contexto local en que su-cedió tal desastre urbano en julio de 1912. Como tengo en mi poder el documento original, ya he publicado mis análisis y comentarios, señalando que es legado que me hizo Rojas Garcidueñas.

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“Fiestas en Salamanca, Gto. Todos Santos, La Navidad, La Semana Santa, El Corpus.” (1957). En Anuario de la Sociedad…, obra citada. También para ser difundidos entre especialistas del folklore, escribió estos ricos infor-mes de primera mano, ya que los datos y descripciones los sustenta en buena medida sobre experiencias direc-tas y recuerdos personales. De lo que refiere sobre el festejo de Navidad, ya me ocupé y he vuelto a difundirlo, acreditando la fuente.

“De pavos reales.” [1957]. En El erudito y el …., obra cita-da. Una casi intimista remembranza de pláticas con su mamá aquí en Salamanca, acerca de una curiosa cos-tumbre que había de adornar con vistosos listones las patas de los pavos reales cuando estas aves de bella y os-tentosa presencia se despeluchan y sufren gran tristeza, a efectos de que recobren su orgullo y vanidad.

“Una historia mínima.” [1959]. En El erudito y el …, obra citada. La recuperación por escrito de un testimonio vi-vaz y detallado que oralmente portó muchos años don Valentín Casillas, quien atestiguaba lo que fue el desas-tre humano que trajo a la entonces Villa de Salamanca y otras poblaciones del Bajío el primer contagio de cólera morbus que surgiera en la capital mexicana en 1833.

[“Guía turística de lugares en la República Mexicana donde existen monumentos de arte colonial y moderno”]. (1964, 6ª. ed.). En Caminos de México. Guía Goodrich-Euzka-di, México. Acerca de más de 120 lugares de todo el país proporciona datos resumidos (incluido desde luego el Distrito Federal con sitios de su demarcación); y desde luego informa de once pueblos y ciudades de Guanajuato que poseen esa clase de monumentos de arquitectura histórica. En particular en Salamanca recomienda visi-tar la Parroquia Antigua y el Templo y Convento de los Agustinos.

“De Salamanca.” [1964]. En El erudito y el …, obra citada. A propósito de un viaje que hizo a Salamanca, España, la

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de las orillas del Tormes y la famosa Universidad y su esplendida Plaza central más otras cosas memorables, mezcla en su remembranza evocaciones de su ciudad natal de acá de la rivera del Lerma, casi al centro del estado de Guanajuato.

“En una fecha memorable.” [1964]. En El erudito y el …, obra citada. La tal fecha memorable es el 10 de marzo de 1858, cuando tuvo lugar en las afueras de la entonces Villa de Salamanca la primera de las grandes y encona-das batallas de la Guerra de Reforma; JRG reconstruye el ambiente de alarma y temor que vivió la población por el trajinar violento de las tropas combatientes, según lo que como conseja popular circuló y circula aún, de que un joven entonces pobretón dueño de un tendajón, que presenció aquello, luego y como supuesta consecuencia devino en rico y próspero comerciante.

“Pedro Garfias.” [1967]. En El erudito y el …, obra citada. En torno a encuentros plenos de buena amistad recíproca que vivió con el gran poeta andaluz Pedro Garfias en Guanajuato hacia 1953-54, recién fundada la Facultad de Filosofía y Letras, y el lamentable malentendido y ruptura que hubo al no lograr a tiempo, por tortugismo burocrático, que el poeta se arraigara en Guanajuato a trabajar para la Universidad y aliviara en algo la extre-ma pobreza en que vivía a pesar de su enorme talento literario.

Historia del Señor del Hospital de Salamanca. (1967). Im-prenta del Bosque, México. Folleto que editó bajo su patrocinio y cuidado transcribiendo el legendario relato que existió hasta mediados del siglo XIX y que en 1930 por vez primera divulgó impreso el médico Vicente Flo-res; puso Rojas Garcidueñas en la presentación renglo-nes que sugieren que más allá del aspecto mítico-religio-so del relato, hay datos significativos para la historia de precedentes indígenas en el lugar donde se fundó Sala-manca. Yo he atendido a esto y tengo avanzada todo un estudio histórico-antropológico al respecto)

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“Otelo.” [1972]. En El erudito y el…, obra citada. Relato re-cogido por vía oral de doña Florencia, cocinera en casa de los Casillas en Salamanca hacia 1965, y del mismo Vicente Casillas, quienes relataban como en verdad su-cedidas las apariciones misteriosas de un enorme y ex-traño perro que vagaba y asustaba a niños y adultos por la “Colonia Guanajuato”, antes Rancho de Chávez, al lado sur del Lerma, mismo animal al que se llegó a re-conocer como “Otelo” y había sido fiel compañero de un hijo de la familia Puente, avecindada en esos rumbos, pero que muriera niño hacia 1900.

“Las Pastorelas mexicanas.” (1974). En La Cabra. Revista del Teatro Universitario, número 41, México. Interesan-te artículo en que postula, con tono de polemista frente a otros estudiosos del teatro en México, la tesis de que este género de teatro popular religioso de nuestro país no fue de catequesis ni de contenidos procaces, al menos no las obras que acá en el Bajío y en espacial en Sala-manca se representan como de muy antigua tradición. De mi parte ya me ocupé más de una vez en respaldar su punto de vista, atenido a ejemplos que he recolectado en la región.

“Conflictos de toponimia.” [1975]. En El erudito y el …, obra citada. Entretenido ensayo donde con sorna se ocupa del conflicto que en efecto se suscitó al mediar el decenio 1940-50 entre grupos de políticos locales, cuando uno de éstos, en lo que era extenso territorio de Apaseo el Grande, pugnó y llevó a efecto la desmembración en dos entidades de gobierno municipal y debió bautizar a la parte resultante con un nuevo y no mal-interpretable nombre. En mi reciente libro en que escribo de nuevo so-bre el poeta Antonio Plaza, reconsidero el texto de JRG a fin de aclarar en cuál de los dos municipios Apaseos hoy existentes pudo haber nacido el popular autor de Álbum del Corazón.

“De Santa Cruz.” [1980]. En El erudito y el …, obra citada. Trata de un viaje en automóvil que hizo cuando niño con

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su papá y un amigo de éste, de la Salamanca notoria-mente criolla al pueblo notoriamente indígena de Santa Cruz de Galeana (hoy de Juventino Rosas), lugar donde curioseo en el templo parroquial buscando una antigua cruz de madera tal vez de culto sincrético; y también vivió la inesperada sorpresa de que pudieron saciar el hambre con ricos ultramarinos y vino embotellado de Europa, servidos en una tienda de apariencia modesta.

Hasta aquí, pues, los escritos con temas que nos incumben muy de cerca a los salmantinos y abajeños, de José (“Pepe) Rojas Garcidueñas, nuestro paisano y amigo el sabio literato, afable y sencillo dentro de su brillante y más amplia sapien-cia, que resumo y gloso para su homenaje al cumplirse más de treinta años de que falleció. Con mi afecto, Pepe, también para usted, doña Margarita, allá donde estén.

Julio del 2012. Desde la antigua Academia de San Carlos, hoy Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM,

Centro Histórico de la Ciudad de México. (“Por mis Razos me hablará el espíritu”; “In dog we trust”;

y “No, no es cierto que el Corrido sea un peligro para México”).

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josé rojas Garcidueñas: fundador de la

Escuela de Filosofía y Letras de la

Universidad de Guanajuato

monserrat García rendón

j. jesús romero salaZar*

“…el eje espiritual de toda institución que realmente se aprecie de ser una universidad, es la facultad de filosofía”Luis Rionda A.

En días pasados realizamos una entrevista personal, en la ciudad de Guanajuato, al maestro Luis Rionda Arreguín, quien se desempeñó en los años 60 s como

director de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universi-dad de Guanajuato. El motivo de dicha entrevista fue para charlar acerca de su amistad con el bachiller José Rojas Gar-cidueñas, así como el papel de este último como fundador de la Escuela.

* Miembros de la Oficina Municipal de Investigación y Difusión Histórica de Salamanca Gto.

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El maestro Rionda nos relató una breve remembranza de los hechos sucedidos en 1953 y previos, al fundarse la es-cuela de Filosofía, hizo notar la impresionante personalidad y preparación de José Rojas Garcidueñas: “hablar de Pepe Rojas Garcidueñas es acercarse a toda un personalidad que destacó en el ámbito del teatro, la literatura y sobre todo en su dirección del Seminario de Cultura Mexicana…”1.

La apertura de la Escuela de Filosofía y Letras dentro de la Universidad de Guanajuato, se dio en un contexto en que figura como gobernador del Estado el licenciado José Aguilar y Maya,2 y rector de la universidad el Lic. Antonio Torres Gómez, etapa muy prolífica, ya que se fundaron también la Escuelas de Artes Plásticas, la Escuela de Música, la Or-questa Sinfónica, el Teatro Universitario y algunas carreras dentro de la Escuela de Química.

El Lic. Torres Gómez pensaba que la escuela a fundarse, la de filosofía, debía tener una excelente dirección, la cual, fue encomendada en 1953 a José Rojas Garcidueñas, perso-naje que había tenido el gusto de conocer tiempo atrás como catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de Méxi-

1 Luis Rionda Arreguín, entrevista personal, 8 de septiembre de 2011. En 1975, bajo la gestión del Mtro. Luis Rionda Arreguín, el Archivo

Histórico del Municipio de Guanajuato es trasladado al edificio de la Fac-ultad de Filosofía y Letras bajo resguardo, con la consigna de convertirse en un laboratorio de investigación para los alumnos que cursaban la car-rera de Historia. Para 1977, se gestó el movimiento del ‘’’Sindicato Inde-pendiente de Trabajadores de la Universidad de Guanajuato’’’ (SITUG), en el que parte del personal administrativo, docente, de intendencia, así como un número importante de alumnos de la Facultad participó, con lo cual se obtuvieron, entre otras cosas, mejores garantías laborales en un mediano plazo para los trabajadores de la Universidad. Y fue en 1978 cuando se abre la Unidad de Investigaciones Filosóficas, en la que estuvo como responsable el Mtro. Ernesto Scheffler Vogel. El Mtro. Scheffler permaneció al frente de la Unidad hasta 1992, año en que falleció.

2 José Aguilar y Maya nació en 1897 en Jerécuaro. Abogado y político. Es-tudió la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional. Fue catedrático de Teoría General del Estado y Derecho Constitucional. También dio clases de español y literatura en la Escuela Preparatoria de Guanajuato. Fue jefe del Departamento de Justicia e Instrucción Pública en el mismo estado, del que también fue diputado. Se desempeñó como procurador de Justicia del Distrito y Territorios Federales en el gobierno de Emilio Portes Gil y más tarde fue gobernador de Guanajuato. Fue Procurador General de la República durante tres períodos. Fue autor de trabajos de carácter jurídico como El Ministerio Público Federal en el nuevo régimen.

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co, como docente e investigador en el Instituto de Investi-gaciones Estéticas, además de su cargo en la Secretaria de Relaciones Exteriores y Secretario Perpetuo de la Academia Mexicana de la Lengua y otras instituciones de gran recono-cimiento en la capital, asimismo de haber escrito, para ese momento algunos libros que le ganaron reconocimiento como El teatro de la Nueva España, Bernardo de Balbuena, Don Carlos de Sigüenza y Góngora, por citar algunos.

Rojas Garcidueñas en aquel entonces vivía en la ciudad de México; tocó al Lic. Torres Gómez hacerle la propuesta de asu-mir la dirección de dicha escuela, pensando desde luego en sus diferentes cargos e intereses, no obstante, “el bachiller” se tomó un tiempo para pensarlo, pero finalmente se trasla-dó a la ciudad de Guanajuato junto con su esposa Margarita Mendoza-López, con la opción de viajar los fines de semana a la capital, pues había dejado muchas actividades pendientes.

Para don Luis Rionda, “el bachiller” Rojas reunía dos condiciones, era un humanista muy reconocido en México y era nativo del estado, conocido además por el Lic. Aguilar y Maya y el Lic. Torres Gómez, para quienes lo consideraron la persona más calificada y con conocimiento.

Tocó entonces a al salmantino bachiller, una vez acepta-do el puesto y la tarea, realizar los planes de estudio de los departamentos de Filosofía y Letras españolas, ya que la carrera de Historia se fundaría diez años después, en 1963.

La plantilla de profesores de la nueva escuela fueron su-geridas totalmente por él, figuraron maestros tanto españo-les como mexicanos, discípulos de José Gaos3 como Luis Ríos,

3 Valdivia, Benjamín, “El ´Bachiller´ Rojas Garcidueñas” en: Guanajuato, en la Cultura y el Arte. Salamanca, Nueva Época, Año II, No. 05, Invierno de 2009-2010, Ediciones del Manantial, pp. 49-50. José Gaos nació en 1900 en España, fue discípulo de Ortega y Gasset y García Morente, era profesor y rector de la Universidad de Madrid cuan-do, a raíz de su militancia en el Partido Socialista y su compromiso con el bando republicano durante la guerra civil española, se vio obligado a emi-grar a México en 1939. En este país profesó en la Universidad mexicana, donde creó escuela, centrada en el estudio de la historia de las ideas a partir de conceptos inspirados en el existencialismo. Gaos difundió con sus traducciones el pensamiento de filósofos como Kant, Fichte, Hegel, Husserl y Heidegger, entre otros, con su “actividad filosófica” o “filosofía de la filosofía”; murió en 1969.

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Michel Alban, Horacio López Suarez, Luis Villoro,4 Ricardo Guerra,5 quienes de algún modo estuvieron poco tiempo como docentes, no obstante, tuvieron que enfrentarse a una socie-dad un tanto renuente ante la apertura de dichas carreras, pues lo tradicional era cursar Ingeniería en Minas, Ingenie-ría Civil, Derecho, principalmente.

Se suscitó cierta pugna entre los docentes de la propia universidad, ya que se sentían celosos de la llegada de nue-vos y jóvenes maestros traídos de otras instituciones. En el caso del maestro Villoro o Guerra, con una gran preparación, lograron adaptarse al medio, participando del propio teatro universitario o los entremeses. En ese sentido, Rionda nos reitera que Rojas Garcidueñas tuvo carta abierta para selec-

4 Luis Villoro, hijo de padres mexicanos, nació en l922 en Barcelona, Es-paña. Obtuvo su doctorado en filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En 1948 comenzó su labor docente en la misma facultad. Ha sido investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas desde l971. En diciembre de l986, obtuvo el Premio Nacional de Ciencias Sociales, His-toria y Filosofía. En 1989 le fue otorgado el Premio Universidad Nacional en Investigación en Humanidades. El 19 de octubre de 1989 fue designado Investigador Emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas. Entre sus publicaciones, podemos señalar: Los grandes momentos del indi-genismo en México; El proceso ideológico de la revolución de Independencia; Páginas Filosóficas; Signos políticos, y Creer, saber, conocer. Cabe mencionar algunos de los cargos importantes que ha desempeñado: embajador, Del-egado Permanente de México ante la UNESCO en París (1983-87); Secre-tario de la Rectoría de la UNAM (1961-62); Director de la revista Universi-dad de México; fundador y coeditor de Crítica, Revista Hispanoamericana de Filosofía.

5 Ricardo Guerra Tejada (1927-2007) Realizó estudios de Maestría en Fi-losofía en la UNAM y de Doctorado en Filosofía en la Universidad de París, donde trabajó su tesis con Maurice Merleau–Ponty, Jean Hyppolite (di-rector de la misma), Jean Wahl y Henri Gouhier. Realizó también estu-dios de doctorado en Alemania, con Hugo Friedrich, Eugen Fink y Martín Heidegger. Trabajó como profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM desde 1949. Fue profesor fundador de la Facultad de Filosofía, Letras de la ciudad de Guanajuato (1952-1953). En la UNAM fue consejero universitario alumno y profesor, poco después (1966-1970) Presidente de la Comisión de Trabajo Académico (1967-1978) y Director de la Facultad de Filosofía y Letras durante dos periodos consecutivos (1970-1974 y 1974-1978). Fue miembro fundador, Presidente (1977-1979) y Vicepresidente (1975-1977) de la Asociación Filosófica de México, A.C.; Embajador de México en la República Democrática Alemana (1978-1983), donde se le otorgó la condecoración: “Estrella de Oro de la Amistad entre los Pueblos” y Fundador y Director del Instituto de Cultura de Morelos (1989-1994).

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cionar a su criterio quienes eran los maestros idóneos para echar a andar la escuela.

El licenciado José Rojas Garcidueñas mantuvo una es-tancia muy corta al frente de la Escuela de Filosofía, en-tre los años 1953 y 1954. Durante este tiempo, también se desempeñó como profesor, muy probablemente de algunas materias relacionadas con la literatura española y la drama-turgia, pues él era una persona sumamente relacionada con el teatro, al igual que su esposa Margarita Mendoza-López, además, se sabe que participó en los orígenes del Teatro Uni-versitario, ya que se había dado un intento por fundar la escuela de arte dramático, misma que pudo haber funciona-do apoyándose con el propio personal del departamento de letras españolas para las materias teóricas, sin embargo, por alguna razón no se llegó a establecer. Este gran proyecto universitario de abrir nuevas carreras y crear espacios para el arte, en esta gestión del gobernador Aguilar y Maya y el rector Torres Gómez, coincide con la estancia de Rojas Gar-cidueñas en Guanajuato, siendo él también un apasionado de “El Quijote”, de allí su obra “La presencia del Quijote en las Artes de México”.

Lista de alumnos de 1952.

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Hablamos de los años 1953-1959, de la primera genera-ción de filósofos formados en Guanajuato y de la labor fundadora que en su universidad publicar llevaron a cabo figuras como Luis Villoro, Ricardo Guerra, Fernando Carmona, Ernesto Scheffler y José Rojas Garcidueñas (…) Pero tampoco hay que dejar pasar el hecho de que a Don José Rojas Garcidueñas, eminente director y funda-dor de nuestra escuela de humanidades, debemos el res-cate y el comentario crítico de la obra de Francisco de Vitoria y de Bernardo de Balbuena, y que participó de manera destacada en el seminario que sobre cultura y arte mexicano entonces coordinaba Justino Fernández en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.6

La Escuela de Filosofía y Letras inició en el viejo edificio de la Universidad de Guanajuato, ubicado en Lascurain de

6 Ortega Esquivel, Aureliano (Compilador), “Homenaje a Luis Rionda” en: XXII Encuentro Nacional de Investigadores del Pensamiento Novohispano, Universidad de Guanajuato, Colección Bi/Centenario, México, 2010, p. 208.

En 1950 éste era el avance de la construcción del Edifico de la Universidad de Guanajuato.

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Retana, y fue un “pegoste” de la Escuela de Derecho, ocu-pando salones que esa carrera no utilizaba, generalmente por las tardes, se aprovechaba para impartir las materias de filosofía; posteriormente se cambió al actual edificio de la Fa-cultad de Arquitectura, en la Unidad Belén, siendo también un agregado.

José Rojas Garcidueñas escribió poco más de 25 libros (al-gunos publicados póstumos) y colaboró en otros tantos más; también en un sinnúmero de publicaciones periódicas. Ac-tualmente una pequeña parte de lo que fue su biblioteca per-sonal fue donada, poco después de su fallecimiento, al Cen-tro de Investigaciones Humanísticas (hoy Departamento de Cultura y Sociedad), muchos de ellos dedicados por Agustín Yáñez y otros grandes autores.

Por todo ello, los salamantinos deben estar orgullosos que un personaje como “don Pepe”, haya destacado de manera no-table en instaurar el noble ejercicio de la literatura y la filo-sofía en cuanto espíritu de la universidad, la cual se prepara para el próximo año festejar el aniversario número sesenta de la facultad de filosofía y letras, cuyo marco se advierte como el escenario ideal para poder hacer un honorable reco-nocimiento a su destacado fundador.

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PePe rojas Garcidueñas,Guanajuato y el Teatro Universitario

mariel vera serna

Con motivo del Homenaje a José Rojas Garcidueñas, nos dimos a la tarea de hurgar en los recuerdos de quienes en algún momento conocieron y convivieron

con el maestro; con esa intención nos dirigimos al maestro Eugenio Trueba, gran institución dentro de la estructura universitaria, fundador junto con Enrique Ruelas y el grupo entusiasta del Teatro Universitario, de los Entremeses Cer-vantinos.

Primer grupo de actores del Teatro Univer-sitario con Eugenio Trueba. Fondo Balles-teros, AGEG, 1953.

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He de confesar que, dirigirme al maestro Trueba, fue un gran reto para una aprendiz, recientemente iniciada en estos menesteres culturales. No era tal por descortesía del maes-tro, al contrario, la sencillez, a pesar de ser uno de los más importantes personajes de la cultura guanajuatense del siglo XX, con la que aceptó atenderme me causó mayor impacto. Así pues, asistí a su despacho frente al Teatro Principal, subí titubeantemente las escaleras, sintiendo nervios a medida que me aproximaba, y así sin más, aguantando los nervios, toqué la puerta.

La charla transcurrió serena en aquel despacho en el que se mezclaban los ruidos del exterior, de la cotidiana tarde en cuevanito, con los silencios, ocasionados por el recuerdo del maestro Trueba de aquél año de 1953, gracias a los cuales logramos conocer una etapa más de la vida de Garcidueñas, y que transcribimos a continuación.

“Conocí y traté a Pepe Rojas Garcidueñas, precisamente, cuando vino a Guanajuato a hacerse cargo de la Escuela de Filosofía y Letras, que él fundó, y organizó los primeros cur-sos de la Escuela, habiendo conseguido traer a Guanajuato maestros de mucho relieve, mucha importancia, como pudie-ra mencionarse a Ricardo Guerra, a Luis Rius, Horacio Ló-pez Suárez,¡ah!, Michelle Albán.

No fui amigo íntimo de Pepe, pero, lo traté en varias oca-siones y su charla era muy cordial y muy amable. Puedo decir que era todo un caballero, muy equilibrado, muy sensato. Sa-bía muy bien lo que pretendía y lo lograba. Y contaba con un basto conocimiento, en diversos temas, sobre todo en derecho internacional, en arte y en historia. En ese tiempo él estuvo muy cerca del grupo universitario en el que yo participaba y que echaba a andar, en ese momento, varios proyectos cultu-rales. Recuerdo a Pepe interesado, estuvo muy interesado en el montaje de los Entremeses Cervantinos, a donde acudía a estimularnos apoyado por Margarita Mendoza López, su es-posa, que era una gran maestra también y una investigadora del Teatro en México.

Yo ya estaba dedicado a mi profesión y por diversión, por cooperar, también participaba en las actividades teatrales. Fui uno de los fundadores de los Entremeses y teníamos

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charlas muy agradables con Pepe Rojas Garcidueñas; quien, incluso, compró aquí una casita en la Ladera de Santa Ger-trudis que cuando se fue, enajenó. Pero, eso indica que tenía ciertos propósitos de quedarse aquí más tiempo y, desgracia-damente, a los dos años, no recuerdo exactamente cuántos, decidió volver a la ciudad de México a continuar sus estudios de investigación.

Era un hombre sumamente enterado, mucho muy culto, muy preparado. No solamente en materia política o jurídica, sino también en literatura y en diversas ramas del saber. Era un buen escritor, él estuvo trabajando aquí, aunque no sé exactamente qué era lo que investigaba, y alrededor de él se fue formando toda la estructura de la nueva Escuela que él fundó… y que ha perdurado hasta la fecha, sostenía pláticas accidentales, informales, de temas muy variados, en las que participaba mucho Armando Olivares, por ejemplo.

Lic. Eugenio Trueba. Fotografía de Francisco Ballesteros, AGEG.

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Hizo un cuento a propósito de un perrito que acudía a las funciones de Entremeses, un perrito que se llamaba el pulgas, muy curioso; en cuanto sonaban las campanas que anunciaban el principio de la presentación el perrito se apa-recía en la plaza, pertenecía a unas vecinas cercanas a la plaza que le abrían la puerta para que saliera y al terminar la función regresaba a esa casa. Y sobre ese tema, recuerdo muy bien, Pepe hizo un cuento muy simpático; eso quiere decir que él estaba estimulando los Entremeses del Cervan-tino. No cabe duda que contribuyó a crear en esos tiempos un ambiente cultural de cierto nivel, universitario… en lo cual participaba mucho Margarita, su esposa, que era una dama muy agradable, muy respetable, muy amable.”1

Aunque fugaz, la estancia en Guanajuato de José Rojas Garcidueñas fue muy significativa en varios sentidos; signi-ficativa para la vida universitaria que en este año 2012 ce-lebra el 60 Aniversario de la Facultad de Filosofía y Letras, así como para quienes convivieron con el maestro Pepe, pues así lo dejan ver las sendas dedicatorias que ofreció Armando Olivares Carrillo en los libros que, de su autoría, obsequió a Garcidueñas y que rezan lo siguiente: Para el Sr. Lic. Dn. José Rojas Garcidueñas, con admiración a su claro talento, legítima envidia a su amplísima cultura y estimación a la amistad que me dispensa, enviándole un afectuoso abrazo (firma) Armando Olivares. Junio de 1957, en: Diego de Gua-najuato, México, Universidad de Guanajuato, 1957. Y la otra que dice: Armando Olivares lo envía a Ud. Deseándole un FELIZ AÑO NUEVO.1956, para Dn. Pepe Rojas Garcidue-ñas con el viejo afecto de (firma Armando Olivares), en: La forma y el Alma, 1956.

Es evidente que los lazos creados por José Rojas Garci-dueñas y su esposa Margarita Mendoza López durante los años de 1952 a 1954 en Guanajuato fueron bastante sólidos, al igual que los recuerdos que de la propia ciudad quedaron marcados en la memoria de los maestros, transmitiéndolos en breves pero significativos relatos en los que comparten

1 TRUEBA, Eugenio, entrevista realizada por Mariel Vera Serna, Guanajua-to, Gto., 29 de junio de 2012.

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aspectos de su vida cotidiana; en los que, curiosamente, los animales figuran de manera importante.

Por citar algunos ejemplos, en 1981 la Maestra Marga-rita Mendoza, al recordar pasajes de la vida de José Rojas Garcidueñas con motivo del homenaje luctuoso ofrecido por el Ateneo Doctor Jaime Torres Bodet; compartió, entre otros datos de suma importancia, algunos momentos de su estan-cia en Guanajuato, en los que los animales tomaron un papel importante.

“en la ciudad de Guanajuato, hicimos migas con los pája-ros que cambiaban las copas de los árboles del Paseo de la Presa por nuestra terraza, en la que encontraban cajetes con agua y arroz crudo y martajado que les hacía desde-

Margarita Mendoza López.

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ñar el consabido alpiste y el tradicional pirul. Si alguna vez no encontraban lo que era de su gusto se azotaban inmisericordes contra la ventana del estudio hasta que pedíamos excusas y esparcíamos el arroz. […]Un día que subíamos los peldaños de la Ladera de Santa Gertrudis, en Guanajuato, y abríamos la puerta de nuestra peque-ña casa, entró Perro Viejo [un perro viejo y callejero que adoptaron en la ciudad] con nosotros y al mirar el rectán-gulo en el que habíamos sembrado hortalizas, fue tal su regocijo que a el se fue y con entusiasmo indescriptible se revolcó una y otra vez, destruyendo las pequeñas matas que apenas brotaban. La disyuntiva era clara: legum-bres y verduras o alegría de Perro Viejo. Optamos por lo segundo.”2

Por su parte, en “Ejemplo de la Vanidad”el maestro Pepe narra la irónica historia de Pulgas, una perrita callejera que, apropósito de las primeras presentaciones de los Entre-meses Cervantinos, figuró momentáneamente en la cartele-ra, pero cuya carrera artística fue fugaz pues, aunque por las naturales gracias de Pulgas que le resultaron el ser tomada en cuenta al grado que “añadiendo unas líneas al guión o libreto, el narrador hacia que Pulgas representase momen-táneamente a aquellos inmortales congéneres del Coloquio de los Perros”3;la vanidad impidió que continuara la carrera de tan peculiar artista y a decir del maestro Garcidueñas “hasta la perra Pulgas pudo ser tan vanidosa y tonta como cualquier actriz, lo que da una conclusión en extremo alar-mante como es la de advertir que, en ciertas y determinadas condiciones, la especie canis domesticus puede presentar o cultivar caracteres degenerativos que la asemejan a la del homo sapiens.”

La sencillez de los recuerdos tanto de Margarita como de José, mezclados con el afecto mostrado por guanajuatenses

2 MENDOZA López, Margarita, texto pronunciado en el homenaje luctu-oso a José Rojas Garcidueñas, en el Ateneo Doctor Jaime Torres Bodet, 1981. Texto proporcionado por el Maestro Juan Diego Razo Oliva.

3 ROJAS Garcidueñas, José, Ejemplo de la Vanidad, en: Anécdotas, cuentos y relatos, México, Ediciones de la Paloma, 1956, p: 61-68.

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como Armando Olivares Carrillo, Eugenio Trueba y Luis Rionda, por mencionar algunos; nos ayudan a comprender el carácter humilde que tan grandes titanes de las letras mexicanas mostraron a su paso por Guanajuato. Margarita Mendoza López es reconocida como una de las grandes in-vestigadoras del Teatro Mexicano, rescatar su vida y legado merece un trabajo a parte.

Mientras que el propio José Rojas Garcidueñas debe ser reconocido como una de los guanajuatenses más importan-tes del siglo XX, quien a través de sus vastísimos escritos muestra su delicadeza y erudición; siendo sus textos cortos, los de carácter coloquial, plagados de anécdotas y recuerdos, los que nos permiten introducirnos a su vida cotidiana. Tal es el caso en “Ejemplo de la Vanidad”, anteriormente citado, en donde de manera irónica retrata los defectos de perso-nalidad, de un animal, pero que pueden traslaparse al ser humano; siendo importante de resaltar la naciente tradición cultural guanajuatense de los Entremeses Cervantinos, que quedó registrada por Pepe Rojas como parte importante y trascendental de la vida cultural del Guanajuato de inicios de los cincuentas y que, a la fecha, es un fuerte pilar de la cultura a nivel nacional.

Si bien, a decir del maestro Eugenio Trueba, ni Margarita ni José tuvieron injerencia en el proyecto de Los Entreme-ses, el apoyo que brindaron para los estudiantes y el grupo del teatro universitario fue importante, como espectadores, como acompañantes o como el Director Institucional de la Naciente Facultad de Filosofía y Letras, lo que valió para que hoy en día sean recordados en Guanajuato por aquellos que vivieron tan emotiva etapa de formación y génesis de la actual cultura universitaria.

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la oBra literaria de José Rojas Garcidueñas

alfonso GutiérreZ nietoarquitecto Por la universidad de Guanajuato

José Rojas Garcidueñas desarrolló a lo largo de su vida una vasta obra literaria de la cual la bibliografía que ha presentado el investigador Diego Razo Oliva en su

sección correspondiente es prueba de ello. Por mi parte, hago a continuación unas breves reflexiones sobre algunas de sus obras; no de las más “importantes” o “notables”, ya que de-terminar cuáles son las más importantes o notables sería una tarea sumamente difícil dada la alta calidad de toda su producción literaria; son únicamente de aquellas obras que de manera personal considero muy significativas por los mo-tivos que aquí mismo expongo. Los libros autoría de nuestro Bachiller salmantino pueden agruparse de manera general en las siguientes especialidades: temas jurídicos, historia y personajes, arte, teatro, novela, folclor y tradiciones, arqui-tectura y creación literaria propia, incluyendo el género de cuento corto.

Como ejemplos del trabajo que desarrolló en su calidad de investigador menciono los siguientes: en lo jurídico tenemos: Vitoria y el problema de la conquista en Derecho Internacio-

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la oBra literaria

nal (1938), tesis de licenciatura con la que se recibió de abo-gado y El mar territorial y las aguas internacionales, tema este último muy de acuerdo a su especialidad en Derecho y al cargo que ocupó en la Secretaría de Relaciones Exterio-res, Dirección General de Límites y Aguas Internacionales; ambas obras son ejemplo de su formación y capacidad profe-sional en relación con la que fue su vocación inicial: abogado. Pero examinando los títulos de sus textos nos daremos cuen-ta de que el mayor número de su producción literaria lo rea-lizó como historiador y crítico del arte y en este campo quiero destacar dos obras que a mi juicio demuestran plenamente la calidad e importancia de su trabajo: El Teatro de Nueva España en el Siglo XVI (1935), su primer libro escrito a los 22 años (antes de su tesis de abogado) y Autos y Coloquios del Siglo XVI (1939) los cuales me dieron una agradable sor-presa al encontrar un comentario en una obra básica para el estudio de la historia y la arquitectura mexicana: “La Con-quista Espiritual de México”, de Robert Ricard. Esta obra es la tesis doctoral por la Sorbona de París (1933) del prestigia-do autor francés quien en el prólogo de su libro dice: “José Rojas Garcidueñas ha dedicado al teatro mexicano estudios que, publicados años antes, me hubieran sido de verdadera utilidad”1 o sea que lamenta no haber conocido antes esas obras que pudieron apoyarlo en su reconocida tesis. ¡Gran elogio y reconocimiento de un investigador de talla interna-cional a nuestro coterráneo! Otra obra, la titulada Presencias de don Quijote en las Artes de México es considerada una de las mejores investigaciones sobre manifestaciones artísticas nacionales en torno al Caballero de la Triste Figura.

En el campo de la producción literaria propia desarrolló el cuento corto y es aquí en donde quiero hacer mi mayor comentario. De los pequeños relatos autoría del Bachiller un buen número de ellos no aparecen en ninguna de sus biblio-grafías que conozco, sin embargo existen y fueron publicados en ediciones especiales, muy limitadas y fuera de comercio (150 o 200 ejemplares) ya que las destinaba principalmente a ser regaladas cada fin de año a sus familiares y amigos más

1 Ricard, Robert, “La Conquista Espiritual de México”, México, FCE, 2005, pp 10-11.

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cercanos. Es por esa razón que muchas de estas pequeñas narraciones no las encontramos en los catálogos y es posible que no se llegue a saber el total de ellas. De mi parte única-mente conozco o tengo noticia de las siguientes: El hallazgo del crítico, El heraldista, El erudito y su jardín, Ejemplo de la vanidad, Historia de un tipómetro, Historia de “Amigo”, Nicolás Rangel y Juan de Dios Peza, El Señor de la Buena Lluvia, Por dos muy buenas razones, El concierto, La desco-razonante realidad, Una copa de cognac, En una fecha me-morable, De Salamanca, Una Aurora Boreal, El «Protector de México», Il n avait la barbe comme ça, Relato de las Islas Mistrocks, Viaje en el Huatusquito y Christmas-Nochebue-na. Las 12 primeras formaron parte de un tomito especial, “Anécdotas, Cuentos y Relatos” 2 y “El erudito y su jardín” sí se encuentra en los catálogos de su obra como edición especí-fica. Varios de estos cuentitos han sido publicados ocasional-mente en periódicos y revistas y los demás forman parte de aquellas obritas que son hoy desconocidas por la mayoría del público pero que seguramente todavía conservan algunos fa-miliares y amigos del Bachiller en calidad de como él mismo quiso que fueran: regalos y recuerdos de Navidad.

Sobre estos pequeños relatos, Antonio Acevedo Escobedo (del Seminario de Cultura Mexicana) dijo que con ellos Rojas Garcidueñas realizaba ante sus amigos “una comparecencia de terciopelo”.3 Hasta hoy no se de otro personaje que haya tenido la “ocurrencia” de dar año con año como regalo de Na-vidad un cuentito compuesto por él mismo. Pero lo que sí tenemos que considerar es que esa acción solamente se puede dar en alguien de gran sensibilidad y poder creativo, des-tacada capacidad literaria y, por la variedad de temas que el Bachiller Salmantino trató en estas narraciones, también con un gran cúmulo de conocimientos: historia, arte, tradi-ciones, ¡heráldica! y muchos más. Acerca de esos conocimien-tos, el mismo Antonio Acevedo, que bien lo conoció, dijo que el salmantino fue “un hombre nacido con vocación para la sabiduría.”

2 “Anécdotas, Cuentos y Relatos”, Ediciones de la Paloma, México, 1956.3 Acevedo Escobedo, Antonio, discurso de bienvenida a José Rojas Garci-

dueñas al Seminario de Cultura Mexicana, 12 de Agosto de 1969.

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Como obras escritas expresamente con temas sal-mantinos conozco o tengo noticia de las siguientes: “Acta de fundación y petición de merced del convento agustino de Sa-lamanca”, “San Agustín de Salamanca”, “Fiestas en Sala-manca”, “Versos dedicados a la inundación de Salamanca”, “Festejos de Navidad en el Bajío”, “Historia del Señor del Hospital de Salamanca”, “Preliminar histórico” en la obra de Diego Razo Oliva “Salamanca, dimensión económica muni-cipal” y “Salamanca, recuerdos de mi tierra guanajuatense”, texto éste que desde su aparición ha sido fuente de consulta obligada para los interesados en la historia de Salamanca. Todas estas obras se encuentran en la bibliografía de nuestro Bachiller salmantino, pero sé además de dos cuentos cortos fuera de catálogos y de comercio titulados: “De Salamanca” y “En una fecha memorable”, este último con tema de un posible suceso acontecido en nuestra ciudad en la época de la Guerra de Reforma. A continuación transcribo el citado cuentito por considerarlo interesante al referirse precisa-mente a Salamanca y en atención a que es poco conocido por la mayoría del público.

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En una Fecha Memorable. Los remolinos que súbitamen-te llenaban el aire de polvo y de basuras hacían rechinar las puertas y golpear las ventanas mal cerradas, también súbitamente desaparecían y volvía el silencio pesado y opresivo, como fundido por el sol que llenaba las calles, reverberando en las paredes y en las piedras. Así, tam-bién, llegaban y desaparecían, invisibles pero vivas, on-das de sobresalto y ansiedad, en medio de largas pausas en que el miedo se extendía y entraba por las rendijas, paralizando a los vecinos tenazmente encerrados en sus casas.

Era un día como nunca, sin antecedentes ni memoria en la vida del pueblo y todo allí andaba desconcertado y anormal. La víspera había sido día de agitación y barullo. Por todas partes soldados, oficiales que daban órdenes a gritos o que pasaban galopando, como fulgores de rojo y de azul, de espadas centelleantes y charreteras doradas, entre el polvo y el olor a caballos; hasta cañones había, que rodaban desigualmente en los pésimos empedrados de las calles. Y en el interior de las casas, el desorden: porque aquella inesperada concentración de tropas aca-bó con todos los comestibles de la plaza, con el pan de todas las panaderías y hasta con el agua potable que los aguadores traían en burros, cada uno cargado con cuatro cántaros, colorados y rezumantes. Al clarear el alba, más gritos, clarines y tambores, y los soldados se fueron por el rumbo de Celaya, pero luego se supo que no habían pa-sado de Arroyofeo, donde tomaron posiciones de combate.

Ansiosa curiosidad y toda suerte de emociones lle-naban el pueblo cuando se comenzaron a oír, roncos y lejanos, los estampidos de los cañones y débilmente los disparos de la fusilería. Y otra vez ruidos de caballos y de carros, que traían heridos y más heridos, que pronto llenaron el hospital improvisado en los enormes claustros del convento de San Agustín.

En las calles solitarias el sol caía a plomo, cada vez más caliente y cegador. A través de las puertas y venta-nas, cerradas con llaves y trancas, se escapaban sápidos olores de las cocinas en que se preparaba la comida de vigilia, porque ese día, el 10 de Marzo de 1858, era miér-

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coles de cuaresma y el calendario eclesiástico que regía la vida del pueblo prohibía comer carne. Supérflua prohibi-ción esa vez, porque la carne en venta se la habían aca-bado, desde la víspera, los chinacos del “ejército de la coa-lición”. Pero afortunadamente los vecinos habían podido conseguir bagres, carpas y ranas del próvido río Lerma.

Bajo el sol de plomo de la cuaresma, grandes pausas de silencio, rotas bruscamente por galopes violentos o lentos trotes de cansadas cabalgaduras, espoleadas por jinetes llenos de polvo, de sudor, a veces de sangre. Por la Calle Real y por calles paralelas pasaban corriendo, de cuan-do en cuando, grupos de jinetes en huída, perseguidos de cerca por otros, agresivos y feroces, con las lanzas tendi-das o los sables remolineantes, a veces había insultos o gritos de heridos.

Por la estrecha puerta de una casa asomó un mucha-cho, más bien un hombre joven: tendría veinticinco años, flaco, de estatura mediana, con ropas modestas; se paró en la banqueta mirando a todos lados, no con temor sino más bien con mucha curiosidad, seguramente excitado por la tensión de aquel día extraordinario. Por la esqui-na pasaron unos pocos soldados y todo quedó en silencio. Acababa de sonar, en algunas torres, el toque ritual de las tres de la tarde y aún quedaban vibraciones de las campanadas en el aire denso.

En la esquina de la Calle Real, a media cuadra, apare-ció una mula con un trote disparejo, de cansancio e inde-cisión, dio vuelta, avanzó un poco y se quedó parada casi frente a la puerta donde el muchacho estaba mirándola; el animal se quedó allí, muy fatigado, perdido. Nadie ha-bía en toda la calle, (sólo tras los vidrios de alguna ven-tana entreabierta alguien veía la escena y luego contó el suceso). El muchacho miraba la mula, que llevaba unas pequeñas cajas a cada lado del lomo, fuertemente suje-tas a la recia cincha. Rápidamente el muchacho abrió de par en par su puerta, dio unos cuantos pasos, agarró a la mula por la cabezada y la jaló; la mula obedeció y entró en la casa, la puerta se cerró tras ella. Poco rato después el joven volvió a asomarse cautelosamente; la calle seguía desierta, abrió otra vez la puerta y saco la bestia, le dio

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un golpe en las ancas y la mula echó a trotar rumbo a la esquina, con agilidad, ya libre de la carga de aquellas pesadas cajas, apenas conservaba un sudadero mal soste-nido por la cincha floja, dio vuelta hacia la plaza, sin duda seguiría a otro grupo de jinetes que pasó un rato después.

Si alguien comentó el suceso nadie le dio importancia. Solo años más tarde, cuando aquel muchacho hizo me-joras en su tienda y en poco tiempo hizo de su comercio el principal o uno de los principales del pueblo, entonces corrieron rumores de que tales mejoras y aumentos no se debían a los ahorros del joven comerciante, ahora prós-pero, sino que las lenguas sueltas y ociosas dijeron que aquella mula era el “detall” de los chinacos, que aquellas cajas traían dinero, fondos para el pago de las tropas de Parrodi que fueron derrotadas por las de Osollo y las ca-ballerías de Miramón.

Ni yo ni nadie sabe qué hubo en ello de cierto. Todo esto ocurrió hace más de un siglo. En todo caso, ¿hubo algo de malo? Muchos de los soldados de Parrodi queda-ron muertos en los campos de Arroyofeo o enterrados en el cementerio de Salamanca, pero los liberales acabaron por ganar la guerra al cabo de tres años. La tienda pros-peró y trabajando en ella el muchacho se hizo hombre, fundó un hogar y tuvo numerosa familia. Hoy todos están muertos también y la tienda cerró sus puertas hace años.

Yo solo he querido, en estos trazos también fugaces, contar un pequeño suceso que dicen ocurrió en mi pueblo natal y en una fecha memorable: en Salamanca, el día que se libró la primera batalla de la guerra de Reforma.

En el que fue campo de batalla hoy se levantan fábri-cas y lo cruzan canales, y cuando muy de tarde en tarde pasan soldados ya no llevan lanzas ni sables ni uniformes vistosos, ya no hay mulas con cajitas muy pesadas que se puedan extraviar en una esquina. . . sólo el aire sigue siendo caliente, denso y luminoso a las tres de la tarde de un miércoles de cuaresma.4

4 Rojas Garcidueñas, José, En una Fecha Memorable, México, Ediciones de la Paloma, 1964.

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Menciono como muy importante también un significativo discurso de nuestro homenajeado publicado en 1970 por el Seminario de Cultura Mexicana con el nombre “De la ense-ñanza y divulgación del arte mexicano” en el cual se conjun-tan tanto su amor por el arte como su interés por la ense-ñanza, ya que la docencia fue otro de los múltiples aspectos que cultivó durante su vida activa. En este texto hace un análisis de lo que significa “cultura” y “arte”, su importancia para el Ser Humano, la deficiente y poca difusión y enseñan-za que de ambos conceptos se hacía entonces en las escue-las de México y finaliza con una propuesta para mejorar la educación y divulgación artística. Nos dice allí mismo que logró reunir a un grupo de personalidades que se interesa-ron y apoyaron dicha propuesta, aunque por causas diversas no lograron concretar tan loable propósito. El grupo estuvo formado, además del salmantino, por: Andrés Henestrosa, Octavio Paz, Angel Salas y Salvador Toscano. Con lo ante-rior podemos confirmar una vez más la alta estima personal, el reconocimiento a la calidad de su obra y la fama que logró nuestro Bachiller salmantino en el mundo intelectual de su tiempo: José Rojas Garcidueñas, un auténtico orgullo para Salamanca.

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una anécdota del

Bachiller Salmantinoalfonso GutiérreZ nieto

arquitecto Por la universidad de Guanajuato

José Rojas Garcidueñas fue durante gran parte de su vida miembro del Instituto de Investigaciones Estéti-cas de la UNAM, institución a la cual han pertenecido

muchos de los más distinguidos y reconocidos estudiosos del arte mexicano. Quienes allí han estado son por consecuencia mentes brillantes e investigadores acuciosos, lo que no quie-re decir que siempre estén completamente de acuerdo entre sí en algunos de los temas que estudian. Así sucedió en una ocasión con el Bachiller salmantino y el potosino Francisco de la Maza, otro reconocido investigador miembro también del IIE y colega de nuestro coterráneo, con quien a conse-cuencia precisamente de una diferencia en cuestiones de arte sostuvo una polémica amistosa que considero digna de ser contada a modo de anécdota de nuestro homenajeado. La información sobre esta polémica fue difundida en una publi-cación del mismo IIE1 y se desarrolló de la manera siguiente:

1 Díaz y de Ovando, Clementina, “Francisco de la Maza, Defensor del Arte”, en: Anales del IIE, núm. 41, México, UNAM, 1972, pp. 6-7.

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una anécdota del Bachiller

Con motivo de un juicio de Francisco de la Maza con el que Rojas Garcidueñas no quedó muy conforme, el Ba-chiller compuso un cuentito denominado El Hallazgo del Crítico, en el cual un ficticio crítico de arte (que se entendía era el mismo “Paco” de la Maza) después de una ingenua y simplista investigación anunció temeraria y pomposamen-te el descubrimiento por su parte de ¡el estilo Luis XVII! Este cuentito del Bachiller salmantino2 es en realidad una narración plena de fina ironía sobre Francisco de la Maza con motivo de la ya mencionada discrepancia de opiniones. Tiempo después, el potosino respondió a Rojas Garcidueñas en la forma de otro cuentito: El Estilo Luis XVII, narra-ción en donde desarrolla una disparatada teoría en la cual también supuestamente demuestra la existencia de un rey Luis XVII y de su estilo artístico correspondiente.3 Pero esta teoría verdaderamente fue solo una invención, un pre-texto para que el mismo Paco de la Maza hiciera gala de sus amplios conocimientos en arte e historia y de su gran ca-pacidad imaginativa, respondiendo de esta forma al cuento irónico de Rojas Garcidueñas.

Se cuenta que el Bachiller “guardó silencio por unos años”, pero al final dio a su vez contestación a su amigo Paco, esta vez en forma de un soneto en el cual Rojas Garcidueñas vuel-ve a ironizar, pero esta vez sobre la poca afición e interés de Francisco de la Maza por lo mecánico, en ocasión de que éste se compró un automóvil (un coche), máquina que finalmente por el descuido, distracción y la ya mencionada poca afición del potosino a lo mecánico, quedó abandonada en inservible. Dicho soneto dice así:

Dícenme, Paco, que adquiriste un coche, yo me hago cruces y hasta miro al coco pensando que ha de ser todo barroco, con ménsulas, cornisas y un derroche

2 Rojas Garcidueñas, José, “Anécdotas, Cuentos y Relatos”, México, Edicio-nes de la Paloma, 1956, pp. 37-44.

3 Maza, Francisco de la, “El Estilo Luis XVII y dos Cartas Clásicas”, Cuad-ernos Politécnicos de Ciencia y Cultura, núm. 7, 1979, pp. 9-17.

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una anécdota del Bachiller

de estípites dorados en el “cloche”,rocaille en los cilindros y hasta un pocode Tonantzintla, policromo y locoy yeserías de Puebla a troche y moche.

¿Tal vez en Art Nouveau ofrece partes,en estilo Requena o Bellas Artes o estilo dinosaurio a la Gaudí?

Así lo creo, más si no es asífácilmente podrás abarrocarlo“a punta” de abolladas, al chocarlo.

Este soneto al parecer tan trivial o ligero bien merece un breve análisis. Ante todo hay que decir que Francisco de la Maza era considerado en ese tiempo como una de las prime-ras autoridades en cuanto al barroco mexicano y realizador también de un importante estudio sobre Art Nouveau, por ello las constantes referencias a esos dos estilos arquitec-tónicos a lo largo del soneto y la posibilidad final de que el coche quedara “abarrocado”, es decir, lleno de sinuosidades, curvas, resaltes y hundimientos, producto todo de chocarlo.

El soneto en sí es una composición literaria con las carac-terísticas esenciales de un soneto en cuanto a estructura, métrica y rima. En el mismo texto se advierte que quien lo compuso tenía un profundo conocimiento del arte en general y del barroco en particular y finalmente, el lenguaje utiliza-do es un tanto popular y el estilo travieso y juguetón, pleno de fina ironía pero sin que ello menoscabe la calidad de la composición. Esto último es muy de tomar en cuenta ya que solamente una persona con verdadero talento literario es capaz de componer con ligereza sin caer en la mediocridad, como a mi juicio lo hizo José Rojas Garcidueñas en este sim-pático “Soneto”.

En cuanto a las polémicas y discusiones que se susci-taban entre los investigadores del IIE de las cuales la anterior fue tan solo una de ellas, es fama que se daban únicamen-te en el plano profesional sin que llegaran a discordancias personales, siendo por ello que califiqué a la anteriormente descrita como “amistosa”. Además, la camaradería y amistad

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entre el Bachiller salmantino y Francisco de la Maza conti-nuó mientras ambos vivieron, siendo prueba de ello que a la muerte de “Paco” fue precisamente José Rojas Garcidueñas quien dijo la oración fúnebre a nombre del IIE, expresando “como un amigo” entre otros conceptos, lo siguiente:

Tantas veces hablamos larga, incansablemente. Fueron tantos y diversos los temas, burlones o serios, aparente-mente fútiles, a veces tan hondos y graves, que frente a ti no sé cómo hablar si no vamos a continuar esos diálogos, iniciados hace tantos años que no puedo precisar cuándo comenzó nuestra amistad.4

Aquí termino este pequeño tema presentado como una anécdota de la vida de José Rojas Garcidueñas, por el cual me pareció interesante mostrar un poco del lado festivo, ju-guetón e irónico que también desarrolló nuestro Bachiller, fuera de la solemnidad de los temas graves y serios que le conocemos trata generalmente.

NOTA BREVE. Salamanca no ha olvidado por completo a este ilustre escritor e investigador: en 1997 se le rindió un homenaje colocando una placa alusiva en la portada de la casa que ha sido de su familia y además imponiendo su nom-bre al portal oriente (conocido como Portal Bravo) de nuestro jardín principal o de la Constitución, otra placa en la esqui-na con calle Juárez así lo atestigua, pero: ¿cuántos salmanti-nos conocen a este sitio como Portal José Rojas Garcidueñas, “El Bachiller”?

4 Rojas Garcidueñas, José, en: “Retablo Barroco a la Memoria de Francisco de la Maza”, México, UNAM-IIE, 1974, pp. 379-380.

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* MENDOZA López, Margarita, José Rojas Garcidueñas. Curriculum vitae, México, 1984.

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JOSÉ ROJAS GARCIDUEÑAS

Una de las almas más bellas que jamás conocí, orgu-llo de las letras patrias, nos ha dejado irrevocable-mente. Con él desaparece algo que fue esencial en

nuestra vida, cada día más desértica, en lo poco que de ella resta. Nunca coincidí con él en su Salamanca nativa, que evocó en páginas inolvidables; y fue realmente una lástima no haberle visto alguna vez allí, porque siempre creí que el haber sido él oriundo del bajío, la ruta del padre de la pa-tria, estuvo en la raíz de su profundo mexicanismo. Temas mexicanos, en efecto, de la época y el género que hayan sido (teatro y novela sobre todo) animan, si no estoy en un error, la mayor parte de su producción literaria.

Lo recuerdo sobre todo muy en vivo cuando preparaba su primer libro “El teatro en la Nueva España en el siglo XVI”, con el suculento capítulo sobre el bachiller Arias de Villalo-bos, con ocasión del cual empezamos nosotros, si no recuerdo mal, a bachillerearlo. ¡Qué tiempos aquellos, los de la ma-ñana de la vida, pasados en el antiguo barrio universitario, entre San Ildefonso y Santo Domingo! ¡Con qué alacridad, con qué júbilo nos movíamos por aquel perímetro, tan esti-mulante, por aquellos años, para pensar y escribir!

Fue por entonces, en el claror cenital de nuestra juventud, cuando se me abrió aquel maravilloso espíritu, concertado, luminoso, musical, como vimos el alma de José Rojas Garci-dueñas todos cuantos pudimos convivir con él. Caso raro, en verdad, en nuestro medio, no amó nunca el poder ni el dine-ro. Lo único que amó, apasionadamente, fueron los bienes del espíritu, coronado por el equilibrio interior. En su producción bibliográfica sobresalieron, a mi parecer, el arte y la histo-ria. Con mayor o menor énfasis en esto o aquello, lo indiscu-tible es que José Rojas Garcidueñas entra hoy en la historia como una de las grandes figuras del humanismo mexicano.

Por más que la cultura sea de suyo uno de los aspectos so-bresalientes de la nación mexicana, José Rojas Garcidueñas contribuyó a los intereses específicos del Estado mexicano como jurista especializado en derecho internacional. En la Secretaria de Relaciones exteriores donde prestó sus servi-cios por largos años, logró fácilmente autoridad y renombre

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aPéndice ii. PalaBras de antonio GómeZ roBledo

como el mayor experto, en el aspecto jurídico de límites y aguas internacionales. A lo largo de más de veinticinco años, su colaboración fue decisiva en la solución de casos numerosí-simos, entre ellos algunos tan importantes y tan intrincados como el de la salinidad del río Colorado y el del Chamizal. En la Cancillería de Tlatelolco tendrá por siempre reservado un lugar de la mayor estimación y respeto. Lo digo así en nom-bre del Secretario de Relaciones exteriores.

De la Academia mexicana, en cuyo nombre hablo, fue uno de sus miembros más conspicuos, la sirvió en variadas dignida-des, hasta la última que tuvo, de Secretario perpetuo, con leal-tad y eficacia, y la ilustró con sus escritos, vinculados tantos de ellos a la historia monumental de esta ciudad donde transcu-rrió la mayor parte de su vida y donde ha dado el último suspi-ro. Inmune a todo barroquismo, su prosa fluye pura y diáfana, como su pensamiento, y en ella nos ha dejado un tesoro. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, sus deliciosos cuentos navideños?

En el balance que al final de una vida suele hacerse entre el hombre y su obra, yo diría que en este caso, y con ser la obra tan eximia, todavía el hombre le lleva larga ventaja, solo aquellos que por largos años pudieron, como yo, disfrutar de su trato, podrán comprenderme. Era el varón justo en el sen-tido antiguo del término, de la justicia como virtud total. De una suprema distinción espiritual, irradiaba de sí saber, pero también paz, serenidad y señorío. Fue uno de los ejemplos sobresalientes de la amistad antigua, de aquella que aquello hombres definieron como la comunicación recíproca de todo lo divino y lo humano, y por esto dijo Aristóteles que la amistad es lo más necesario en la vida. Al fin, por ley inexorable, ha tenido que irse por el camino de toda carne, ahora que da a la tierra su cuerpo, y el alma a quien se la dio.

José Rojas Garcidueñas, descansa en paz y en gloria, y reci-be el eterno adiós de tus amigos, que tanto te debemos. Tú tam-bién, como el divino maestro, pasaste tu vida haciendo el bien.

Palabras pronunciadas por Antonio Gómez Robledo en las exequias de José Rojas Garcidueñas.1

1 Colmena Universitaria, número 54-55, Universidad de Guanajuato, 1982, pp. 13-15.

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