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nuestrocredo

El Director

Llevas en tus manos el número 500 de Alma Mater en Re-volución. En el colectivo analizamos si debíamos confec-cionar una edición como las habituales o entregarles una propuesta especial que conmemorara este arribo. Enton-ces apareció la idea de reproducir trabajos publicados en las últimas cinco décadas que, aunque refl ejan la huella del tiempo, se mantienen vivos, actuales, porque poseen un interés permanente.

Richard Kapuscinky afi rmaba: «Todo periodista es un historiador. Lo que él hace es investigar, explorar, descri-bir la historia en su desarrollo. Tener una sabiduría y una intuición de historiador es una cualidad fundamental para todo periodista».

Con ese espíritu de investigadores penetramos los archivos del Instituto de Literatura y Lingüística y de la Casa Editora Abril para hacer una selección de los materiales. Además, tu-vimos la ayuda de amigos que espontáneamente nos hicieron llegar ejemplares de alto valor histórico, como el que se pu-blicó en los primeros días de 1959 y que puedes apreciar en el reverso de la portada.

Allí se dice: «Reaparece Alma Mater con el derecho y el deber que le corresponde como órgano de los iniciadores de la lucha por la independencia en Cuba. Lo mismo en la pri-mera Guerra de Independencia, lo mismo durante los prime-ros años de la República, lo mismo cuando la dictadura de Machado y ahora durante estos terribles años de Batista, el estudiantado universitario ha sido el precursor, el iniciador, el que ha dado la voz de alerta para la lucha».

Podrás ver también fotos de la inauguración de la CUJAE, junto con las palabras del líder Fidel Castro, cuando llamó a ampliar el concepto de universidad en momentos de impor-tantes transformaciones para la vida económica, política y social del país.

Encontrarás una entrevista al destacado intelectual cu-bano José Zacarías Tallet, quien valora con profundidad los años 20 y 30 del siglo pasado, y comenta su relación con destacadas fi guras como Mella, Villena, Pablo de la Torriente, Jorge Mañach, etc.

De la misma manera aparece un artículo de Margaret Randall sobre el fenómeno de género en Cuba, en el que se critica el machismo de la sociedad y se aboga por la defensa de los derechos de las féminas, bajo el título «La conciencia es una prioridad».

Como regalo imprescindible están las palabras de Rodolfo Walsh, el argentino desaparecido durante la dictadura, quien compartió con importantes intelectuales acerca del Periodis-mo y la Literatura en un taller convocado por la redacción de Alma Mater en 1970.

De la pluma de Carlos Rafael Rodríguez tendrás a mano consejos sobre el arte de «ser profesor» y un análisis de la

práctica educativa como herramienta imprescindible para la formación en valores.

Tampoco faltará la cuota de humor. En los años ochenta colaboró asiduamente con la revista el grupo Nos y Otros y aquí les proponemos un artículo que aborda la relación en-tre los extraterrestres y la sexualidad, con lenguaje fresco y divertido.

Finalmente encontrarás dos entrevistas. La primera, reali-zada en 1994 a la poetisa cubana Dulce María Loynaz, Pre-mio Cervantes de las Letras, sobre su casa en El Vedado. En la segunda el entrevistado es Mario Coyula, paradigma de la arquitectura en Cuba y fue publicada en el año 2000, con la certeza de que «La ciudad cuesta pero vale».

Concluimos esta edición especial con un testimonio de Héctor Quintero, recientemente fallecido, acerca de su víncu-lo con la Universidad. De esa manera hemos querido rendirle homenaje a él y a todos los que han pasado por nuestras páginas, precisamente cuando arribamos al número 500 de Alma Mater en Revolución.

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Fidel:El concepto

de universidadtiene que

ampliarse

…Pero el concepto mismo de la función de la Universi-dad se amplía y cada vez comprendemos mejor que una Universidad tiene que ser algo más que un centro donde unos van a enseñar y otros van a aprender en los libros o en los laboratorios: que el concepto de Universidad tiene que ampliarse y tiene que ser algo más que este sitio don-de se reúnen unos a enseñar y otros a aprender. Es que el concepto de Universidad tiene que entrañar la investiga-ción, pero no la investigación que se hace solamente en un aula o en un laboratorio, sino la investigación que hay que realizar a lo largo y ancho de la Isla, la investigación que hay que realizar en la calle. Además, la práctica, el trabajo, como parte de la formación puesto que aspiramos en el futuro no a lo que tenemos hoy que vivimos en una etapa de transición. Aspiramos en el futuro no al estudiante que comparte el estudio con el trabajo como una actividad pro-fesional. Eso es sencillamente el resultado de los años vivi-dos en el pasado, y es el resultado del carácter de tránsito que tienen determinados períodos y que debe tener nece-

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sariamente ese período que hay que llenar de un sistema a otro, de un método a otro, de una etapa a otra, como re-sultado en primer lugar de la paralización de la Universidad durante varios años, y que obligó a muchos estudiantes a encontrar una preocupación; y como resultado, al mismo tiempo de la situación económica del país que convirtió la cuestión de encontrar un empleo en una cuestión vital para un joven, y que influyó en los primeros tiempos de la Revolución; como consecuencia también de la participa-ción del estudiantado en el proceso revolucionario, que a su vez lo llevó a responsabilizarse con tareas fuera de la Universidad; como resultado a la vez de la reincorporación de muchos jóvenes, que prácticamente habían olvidado la idea de estudiar, a la actividad universitaria. Ha sido nece-sario, sencillamente, incluso encontrar muchas fórmulas, y tener que afrontar muchos problemas derivados de la con-tradicción entre el tiempo que dedican los estudiantes al trabajo y el tiempo que deben dedicar al estudio.

De ahí han surgido una serie de iniciativas, conflictos de intereses entre los intereses de la producción y los intereses de las empresas —que son de distinta índole y naturale-za— donde trabajan los estudiantes, y los intereses de la docencia, los intereses de la Universidad, y que ha obligado a estar constantemente discutiendo fórmulas de un tipo u otro tipo y que aún se discuten: si en tal lugar le dan más o menos, si es suficiente el tiempo, si no es suficiente. Y noso-tros que muy a menudo conversamos con los estudiantes y escuchamos sus preocupaciones en ese orden de cosas, nos damos cuenta y pensamos que tiene que llegar el día en que realmente no sea así, en que realmente esos problemas no se planteen.

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Por Iván Becerra y Germán Piniella

José Zacarías Tallet, compañero de Villena, Mella y Pablo de la Torriente; uno de los fundadores de la Universidad Popular «José Martí» y firmante de la Protesta de los Trece, evoca una época y emite opiniones sobre hombres trascendentales y otros hombres oscuros de aquel tiempo, narra momen-tos de su vida y de cómo vio la Universidad de los años veinte.

Como simples transmisores, traemos a nuestras páginas las palabras de este otrora «hombre es-céptico» y «poeta vergonzante».

A.M.: Para Lezama Lima, la Universidad de su época de estudiante le daba la impresión de un gran mercado car-taginés. ¿Cuál es su visión de la Universidad de los años veinte?TALLET: Yo no tuve muchas relaciones con la Universi-

dad sino a través de Julio Antonio Mella por la época que él quería fundar la Universidad Popular «José Martí». Aque-lla fue la primera vez que yo entré en la Universidad. Era cuando los estudiantes acababan de iniciar su movimiento dirigidos por Mella, y por ciertas cosas que yo vi me dio la sensación… no diré que de un mercado, pero sí de una piña de profesores que se favorecían unos a otros en detrimen-to de quienes querían entrar sin pertenecer al grupo. Eso lo pude comprobar cuando los que pertenecíamos al grupo Minorista asistimos a las oposiciones de Max Henríquez Ureña. Él era profesor de la Escuela Normal de Oriente,

hombre de letras prestigioso y muy preparado, e hizo unas oposiciones brillantísimas frente a Salvador Salazar y a Eli-gio de la Puente. Salazar, que no podía ni remotamente pa-rarse al lado de Max, se llevó la cátedra porque era profesor auxiliar y quedó de profesor titular de literatura. Salvador Salazar había sido amigo del grupo nuestro, incluso tenía-mos una especie de conspiración para apoderarnos del Ateneo. Esa institución estaba dotada por el Estado, pero no hacían nada; estaba en poder de una serie de viejos que no publicaban nada ni hacían ninguna obra. Salazar perte-necía a ella y formó, con un grupo de jóvenes, el proyecto de introducirnos como socios a nosotros y copar después la directiva. Incluso Salazar asistió al banquete de donde salió la Protesta de los Trece. Todavía éramos amigos. En esa época vino lo de las oposiciones y nosotros nos sepa-ramos de él, indignados, e hicimos una protesta pública, un manifiesto de protesta de que le habían arrebatado las oposiciones a Max Henríquez Ureña. Entonces rompimos con Salazar y no se llevó a cabo lo del Ateneo. Por eso me quedó esa impresión. Hasta duelos por poco hay por aque-llas oposiciones. Emilito Roig le mandó los padrinos a uno de los profesores que integraban el tribunal, un tal Fernández. Eso fue lo que afincó mi impresión de que la Universidad era un coto cerrado. Todavía cuando Roa hizo sus oposiciones costó Dios y ayuda, como suele decirse, porque había muchas intri-gas a favor de Raúl Maestri. Maestri al fin se retiró, porque vio el programa de Roa y comprendió que el suyo no era nada al lado del de Roa.

A.M.: ¿Qué significó para usted su participación en la Universidad Popular?TALLET: La Universidad Popular la creó Mella con un grupo

de nosotros: Rubén, Fernando Sirgo, un estudiante venezolano, Machado, Aldereguía, yo… muchos de los que no me acuerdo, un peruano llamado Bustamante, que después tuvo proble-mas con Rubén, en fin… Más adelante se integraron estudian-tes más jóvenes como Raúl Roa. Allí fue cuando hice amistad con Roa. Era un muchacho de 18 años y quiso participar, dar clases. En diciembre de 1925 oficializamos la Universidad. Re-cuerdo que hace seis o siete años vino un soviético que estaba escribiendo sobre Mella y fui con él al Gobierno Provincial a buscar los estatutos y solo encontramos la constancia de que habían sido presentados por Rubén y por mí.

A.M.: Pero Mella no aparecía en la dirección de la Uni-versidad Popular.TALLET: No. Yo era el Presidente y Rubén el Secretario.

Cuando fuimos a hacer la inscripción un tal Caramés, que

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TalletDel escepticismo

a la poesía

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era un viejo empleado muy conocedor de eso, nos aconsejó que quitáramos algunas frases, que no eran por cierto sustantivas porque si no, no lo iban a aprobar. Lo hicimos así y aprobaron los estatutos y la Universidad llegó a ser oficial, dentro de la ley. Aunque, claro, después cuando la situación arreció, fue muy perseguida. En defi-nitiva Mella no aparecía oficialmente, pero era uno de los profesores y se-guía siendo quien la dirigía. Ante los poderes públicos era como si no es-tuviera allí, pero lo de la presidencia y la secretaría era algo formal, para el exterior. Dentro, era la organización dirigida por Mella.

A.M.: De las personalidades que usted conoció en aquella época, ¿quiénes le impresionaron más y cómo influyeron en su formación? ¿A quién recuerda con desagrado?TALLET: Con absoluto desagra-

do… no sé qué decirle. Con un poco de lástima sí; pero con animadversión no recuerdo a ninguno, porque yo soy bastante comprensivo. Está el caso de Enrique Serpa, que fue como her-mano de Rubén y mío y hasta tengo un poema dedicado a él y en un libro suyo hay un poema dedicado a mí. Hace dos o tres años murió y yo fui al velorio, pero lo cierto es que estaba peleado conmigo. ¿Por qué? Porque Serpa era un hombre vidrioso, lleno de complejos, algo vanidoso, creía que donde llegaba Serpa y mandaba un trabajo había que premiárselo. En un concurso periodístico en el que yo era jurado —y lo he sido muchas veces y me ha costado unos cuantos dolores de cabeza— Serpa, que era a la sazón agregado comercial en Fran-cia, mandó un trabajo sobre el golpe de Batista diciendo una serie de co-sas favorables a Batista y en contra del gobierno caído. Cuatro jurados

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nos opusimos al trabajo, todos me-nos uno, porque decía que estaba bien escrito; pero lo cierto es que tampoco era el mejor y al fin todos votamos en contra. Serpa inquirió quiénes habían sido los jurados y se peleó creo que con todos. En una ocasión en que vino de vacaciones fue por el periódico El País, donde yo trabajaba. Yo fui a abrazarlo y me saludó con mucha frialdad y vi que abrazaba a otros individuos con los que él no tenía tanta amistad. Al día siguiente dio una conferencia sobre Martínez Villena en la Asociación de Reporteros y yo fui, y al cruzarme con él me viró la cara. Ya quedó pe-leado conmigo. Más tarde me ente-ré por qué había sido, pero no puedo tener mal recuerdo suyo, nada más que ese disgusto. Había otro caso, Lamar Swayer, miembro del grupo Minorista, un muchacho brillante; pero cambió de parecer y se puso a trabajar en El Heraldo, al servicio de Machado, y se separó del grupo. Yo lo critiqué, lo censuré, pero re-cuerdo que cuando cayó Machado, y tuvo que irse, desde Francia me mandó una carta de pésame llena de emoción cuando murió Rubén. Después regresó y la gente se olvi-dó de aquello, porque él no era mala persona y no hizo tanto daño; solo trabajar en el periódico defendien-do a Machado. Eso fue por la ambi-ción, por tener carro y figurar. Yo lo censuré, pero también le tengo lás-tima. Mañach era distinto: débil de carácter, no sabía bien lo que que-ría. Estuvo aquí, estuvo allá, estuvo en el ABC, después fue ortodoxo, así que… además, que el ambiente familiar influía en su debilidad de carácter. Recuerdo que una vez Val-dés Rodríguez lo convidó a almorzar a su casa. Allí también estaba Her-nández Cárdenas, el pintor negro, y

Mañach, que era además un ingenuo, le dijo a Valdés Rodríguez: «Si yo pu-diera hacer lo que tú haces, si yo pu-diera invitar a Hernández Cárdenas a mi casa». Parece que la familia era racista y no le permitía a un negro sentarse a su mesa. A él no le impor-taba, pero no tenía la entereza ni el carácter para decir: «Aquí viene a mi casa porque es mi amigo». Era muy ingenuo y de una gran parquedad de carácter; buen escritor, pero no dejó la obra como se esperaba de él, de su talento, y en política no supo, o no se atrevió a virar hacia la izquierda. Se metió en el ABC y después militó en la ortodoxia.

Los que más influyeron en mí fue-ron Martínez Villena y José Antonio, con ese impulso que le daba a todo, fue el que me obligó a publicar, por-que yo era un poeta vergonzante. José Antonio fue quien me llevó a las tertu-lias literarias. Yo le enseñé tímidamen-te unos poemas y me dijo que había que publicarlos. Eso fue lo que me dio impulso para seguir haciendo versos, porque los primeros los rompí, los boté. Eran casi todos poemas de esos de amor y de angustias que se tienen a los 16 o 18 años: «Oh, qué angustia infinita y qué tristezas vagas»… algo que yo puse después en un poema como burla. Todo eso lo rompí y guar-dé dos o tres solamente como recuer-do. Entonces empecé a hacer poesía en serio, lo que yo creía digno de pu-blicarse, gracias a José Antonio. En el año 39, poco después de la muerte de mi primera esposa, que era hermana de Rubén, hice unos últimos versos y me eclipsé. No volví a producir poesía hasta el año cincuenta cuando escri-bí unos poemitas, tres o cuatro a los que no les di mucha importancia, y ya no hice más hasta que conocí a Helio Orovio y a Félix Contreras un día que fueron de visita al periódico El Mundo

donde yo trabajaba. Esos muchachos se sabían de memoria cosas mías y hasta me habían estudiado. Aquello me entusiasmó y empecé a escribir poesía nuevamente. Hasta hoy.

A.M.: ¿Fue por aquella época, cuando usted comenzaba a hacer poesía, que conoció a Rubén?TALLET: Sí, a Rubén me lo pre-

sentó José Antonio en la tertulia de El Fígaro. Quiso que yo conociera a dos poetas que él decía que eran muy interesantes, acababan de presentár-selos. Resultaron ser Rubén y Serpa. Rubén y yo intimamos después y nos hicimos grandes amigos, al extremo que llegué a casarme con su hermana. Un día lo fui a buscar a su casa; cuan-do llegué él se estaba bañando y le pidió a su hermana que me atendiera. Ella ya me conocía, pero le dijo: «Ay, Rubén, ¿de qué voy a hablar yo con un señor al que se le ve el bigote por detrás?, porque yo usaba un bigote largo y finito. Poco después, en el año 23, me hice novio de ella y el noviazgo duró tres años y medio, pues en eso subió Machado al poder y me dejaron cesante de mi puesto de cajero auxi-liar de Presidio. Cuando se me acabó el dinero del mes me quedé a «la luna de Valencia»; entonces, iba temprano a visitar a mi novia para que me invi-taran a comer.

A.M.: ¿Entonces Rubén fue para usted una gran influencia?TALLET: Sí, sí, grande. Rubén era

un individuo que tenía una gran com-prensión para todo, a todos daba el mejor consejo. Además, se volcaba en todo lo que hacía y no se podía menos que seguirlo. Él fue quien me llevó a meterme en el Movimiento de Veteranos y Patriotas —lo digo en unos versos—, porque yo siem-pre fui un poco escéptico. Me entu-

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siasmó primero lo de la Protesta de los Trece, después en la Falange de Acción Cubana y después lo acom-pañé como delegado de la Falange a los Veteranos y Patriotas. Estuve con él todo el tiempo, instruido y soste-nido por él. Por eso cuando volvió de Okala, que venía muy deprimido, le dediqué esos versos, que se llaman «Tercetos Patrios» donde le incita-ba a tomar el camino del socialismo. Decían al final: «Un astro nuevo ha poco en el levante,/ ha surgido del fondo del abismo/ y se acerca con paso de gigante, etc.» Ya yo había leído algo de socialismo porque Carlos Riera, que conocía todas las doctrinas económicas y sociales de Marx, me había incitado a leerlas desde que yo estaba en los Estados Unidos. Yo conocía pues, algo de eso y me parecía que era un camino que habría que seguir alguna vez y de eso le hablaba a Rubén. Después él se metió de lleno en el movimiento por la puerta de los sindicatos. Por aquella época alquilamos una casa en la calle Empedrado y le pusimos «La Cueva Roja». Allí hacíamos la revista «Venezuela Libre» con un grupo de estudiantes venezolanos como Gustavo Machado, su herma-no, Salvador de la Plaza, Laguado Jaime, que fue asesinado durante el gobierno de Machado. Gustavo y Eduardo Machado son hoy sena-dores o representantes comunistas en Venezuela. A Gustavo yo lo vi en el cincuenta y nueve o en el sesenta cuando vino a Cuba, Salvador de la Plaza parece que está algo apartado, porque era de otra tendencia.

A.M.: ¿A quién más recuerda de aquella época que lo haya impre-sionado?TALLET: A Mella. A Julio Antonio

Mella, que era un hombre que tam-

bién tenía una personalidad arrastra-dora. Un hombre de una sensibilidad tremenda ante las injusticias. Recuer-do que un día íbamos caminando por la calle del Obispo y había unos mi-serables allí pidiendo limosnas y Mella se conmovió y me dijo: «Esta gente, mira cómo viven; por ellos hay que lu-char». Era otro tipo de personalidad, distinto a Rubén, un gran conductor de masas. Aunque cuando Rubén pro-nunciaba un discurso también arras-traba, pero era un discurso distinto. Yo diría que los dos se complementaban. Rubén era más intelectual, pero un verdadero intelectual de acción. Yo he relatado varias veces un suceso que me impresionó extraordinariamente cuando lo de los Veteranos y Patrio-tas. Gustavo Gutiérrez, que después fue Secretario de Justicia en el gabine-te de Machado, quería hacer un parti-do político de aquello. Él era un alto dirigente del Movimiento y lo propuso inesperadamente en la asamblea con argumentos sólidos. Decía que había que convertirse en partido político para luchar contra los viejos partidos. Nosotros éramos solo un grupito allí, el grupito de los «líricos», como nos decía Gutiérrez. Rubén, que no espe-raba nada de aquello, pidió la palabra y lo demolió en un discurso improvi-sado. Terminó recitando la parte final de un poema suyo, aquello de «Hay que dar una carga para matar bribo-nes/ para acabar la obra de las revolu-ciones». Por aclamación se rechazó lo de Gutiérrez y a Rubén lo sacaron en hombros. Qué inteligencia y brillantez la de Rubén. Estuvimos juntos hasta el año 30, cuando Rubén se tuvo que ir de Cuba. En mi casa se reunía un grupo de estudiantes, entre ellos Raúl Roa. Por entonces conocí a Pablo de la Torriente y nos hicimos amigos. Fue con motivo del homenaje que pro-yectábamos darle a Varona, a Enrique

José Varona. Después de la manifes-tación del 30 de septiembre se pensó hacer un asalto a los cuarteles, el 24 de diciembre. Íbamos a dar un golpe y qué sé yo. En casa se reunían los estudiantes que iban a tomar parte en él. Aquel día estaba allí Alberto Riera, el poeta, abogado y periodista y no estaba en la jugada, pero pidió que lo dejaran ir y decía: «Yo voy, no tengo revólver, pero le alcanzo las balas a los demás». Al fin no se hizo nada por-que vino la orden de suspenderlo. Al año siguiente, 1931, se dividió el Directorio Estudiantil y se fundó el Ala Izquierda Estudiantil. En casa se escondieron Roa y Pablo de la Torriente y allí hacían el pe-riódico Línea.

El que llevaba y traía los materiales era Soler, aquel estudiante que fusila-ron después.

A.M.: ¿Cuándo fue fusilado Soler?TALLET: Cuando cayó Machado.

Lo fusilaron los propios estudiantes. Le hicieron un juicio y ellos mismos lo fusilaron. Escogieron un grupo de compañeros de él y estos le decían: «Danos pruebas de que no lo hicis-te»; pero el hombre se había vendido porque se acostumbró a andar con mujeres y a tomar mucho y necesita-ba dinero. Nosotros no sabíamos eso. Y él se batía tremendamente con la fuerza pública en las manifestaciones. Yo lo vi llegar a mi casa con la camisa toda rota de fajarse con la policía en la calle. Pues ese era el que llevaba para la imprenta los materiales que hacían Roa y Pablo en mi casa. Un día termi-naron un número y Soler se llevó todo el material. Al día siguiente, domingo, a las seis de la mañana, llegó la policía a mi casa y prendieron a Roa y a Pablo. Recuerdo que me despertó la criada y me dijo: «Hay un señor que lo busca. Tiene aspecto de cobrador». Efectiva-mente, cuando fui a ver era Inastrilla,

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un experto y detrás había otro que le decían «Guanajo». Se llenó la casa de esbirros. Miré para la azotea y estaba llena también. Después entró el teniente Calvo en perso-na. Allí prendieron a Roa y a Pablo y a mí no me hicieron nada, aunque, claro, todavía no estaba muy exacerbada la persecución. Al extremo de que un revólver que yo tenía le dije a Calvo que era para la defensa de la casa, él habló con el jefe de la Policía y me lo dejaron. Cuando se coló aquel «Guanajo»que era un sargento de los expertos, Raúl Roa estaba durmiendo en mi biblioteca que estaba en un cuarto que daba al pasillo.

Roa se sentó en el chaiselongue donde dormía, el sargen-to se asomó por la ventana y me preguntó: «¿Y ese quién es?, y yo le contesté rápidamente: «Es un primo mío que se llama Fulano de Tal», y él me dijo: «Sí, se llama Raúl Roa». Pero mire cómo eran las cosas en ese momento, que Calvo lo que hizo fue darles una charla diciendo que Machado era muy bueno, que parecía mentira que ellos le hicieran esas cosas a Machado, etc. Pablo le dijo: «Ah, bueno, yo estoy haciendo un artículo para Carteles por el que me pagan 10 pesos y tengo que acabarlo»… Y Calvo repuso: «Acábelo, acábelo». Pablo se sentó a la máquina y lo terminó.

A.M.: Usted me ha dicho que era un poeta vergonzan-te, ¿partió de la poesía para llegar al compromiso po-lítico o viceversa?TALLET: No, no, la poesía mía… ya yo tenía ese criterio. No

fue la poesía la que me llevó a eso sino que yo hice algunos poemas, como la «Exhortación al iconoclasta», pensando ya de esa forma. Sobre todo la «Exhortación…», que se lo dedi-qué a Mella y creo que se publicó en Alma Mater, creo que en 1925; pero en el libro no se lo dedico porque me parece un poco anarquista el poema. No habla nada más que de des-trucción para que construyan los que vengan en el futuro.

A.M.: Usted ha dicho que era, por lo regular, escépti-co. ¿Se sigue considerando, como ha dicho también, un hombre de transición?TALLET: Yo creo que sí. Yo puse mi piedra, di mis mar-

tillazos, pero yo no tenía esa dedicación de Rubén. Tenía mis flojedades, mi escepticismo.

A.M.: ¿Cómo se definiría usted mismo en aquella épo-ca?TALLET: Pues yo veo a un hombre, a un hombre anhe-

loso y dispuesto al sacrificio por conseguir lo que dudaba que se pudiera conseguir.

Ilustración: Hanna Chomenko

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Exhortación al iconoclasta A Julio Antonio Mella

¡Iconoclasta!Ya llegó la hora de aullar con aullido siniestro,que espante los ánimos hastalas reconditeces más ocultas: «!Basta!¡No más padre, ni dios, ni maestro!»

Ya llegó la hora de crispar la manoy empuñar el hacha con nervioso a un tiempo que exul-tante gesto,y olvidar que eres hermano del género humanosi quieres,en cada viviente, mañana, tener un hermano.

Ya sonó la hora. No demores. Prestorequiere la aguda piqueta, el recio martillo, la maza robusta

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que astille los huesos contundentemente;la bárbara honda, el dardo ligero, la daga sutil,el ariete arcaico, la rústica azada, el hierro candente;y usa el puño rotundo, la uña y el diente;y para el cobarde, la bota; y la fusta,para el hipócrita vil.

No olvides la tea purificadorani la terremótica bomba, sigilosamente brutal,por cuya labor destructora,la naturaleza,en ti, iconoclasta soberbio, contempla a su intrépido igual.¡Ya sonó la hora del ataque! Cesaen tu pusilánime compasión:vestigios atávicos de edades que ha tiempo en la tumba del pasado moran.

Prepara las armas, no para el combate,porque las heroicas defensas las falsas deidades ignoran,sino para la cruel destrucción.

¡Que tu refrenado rencor su sevicia salvaje desatey que fulminantes destellos de un odio feroztu mirada irradie; y reflejos de flámicos rayosinundenlas fraguas que fundenlas armas alacres que han sed de justicia;y que su cariciafantásticamente rojiza ilumine losrostros iracundos a la par que gallosde aquéllos que, asiéndolas, con roncos rugidosde rabia, serán atraídosde tu iconoclastia libertaria en pos!¡Socava, derrumba, rasga, despedaza,aniquila, rompe, desmorona, arrasa,siembra en torno tuyo la desolación!¡Pulveriza, aplasta, fulmina, tritura, mata, quema, corta, desgarra, tortura,tu implacable lema sea «destrucción»!

¡Destrucción! ¡Que este grito se escuche muy lejos, muy lejos…En montes, en ríos, en mares, en selvas, en llanos;proclamando que al cabo, el ocaso llegó de lo viejo,que cayeron los falsos mentores, los ídolos vanos!

Y si en medio de la hecatombe oyeres el hondo lamentode algún inocente que va a perecer,

y te implora piedad, y un momentosientes que flaquea tu ánimo o tu brazo,¡suprímete y deja al que sigue que empuñe la tea,que en tu rígido puño flamea!¿Los ídolos sersupieron piadosos acasocon doliente o viejo, con niño o mujer?

¡Destruye, destruye a la vez que aúllas tu aullido siniestro,por placer, aunque sepas que nada nuevo crearás!Mastus hijos dirán ampliamente: «¡El futuro es nuestro!»

¡Destruye y no mires arriba ni abajo ni atrás!Iconoclasta,así que se encuentre a tus plantas de innobles fetiches la costa,habrá quien levante del suelo su inmunda cabezapara lisonjearte como antaño hiciera con aquellos. De esa mezquina alimaña escupe la faz,(¡ay de ti si logra en tu cuerpo vaciar su insensible veneno!)Y lanza al espacio la injusta amenaza de Breno:«¡Vae victis! ¡Vae victis!» ¡Que caigan por siempre jamás!

Al fin el instantevendrá en que no quede cosa destruibleya por destruir.Entonces elige la pila más alta de escombrosy trepando a su cima humeantecolma los asombrosdel orbe, con reto insultanteretando —¡sublime y absurdo rebelde!— a las impasibles,remotas estrellas,que ellassabrán por tu reto de loco que abriste la puerta de lo porvenir.

Y finando tu bella y simbólica pretensión insanaal universo, de júbilo extático,hará ensordecer,un grito de triunfo que corta los aires enfático.¡El grito que anuncia que al primer destello del alba triunfal del mañana,huyó para siempre el ruin y podrido y decrépito y sórdido ayer!

J. Z. Tallet 1924

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algunas notas sobrE la mujEr En una sociEdad dE transición

«Si las mujeres creen que su situación dentro de la sociedad es una situación óptima, si las mujeres creen que la función revolucionaria dentro de la sociedad se ha cumplido, estarían cometiendo un grave error. A nosotros nos parece que las mujeres tienen que esforzarse mucho para llegar a alcanzar el lugar que realmente deben ocupar dentrode la sociedad».

Fidel CastroClausura de la plenaria de la FMC, 9 de diciembre de 1966

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Por Margaret Randall

Margaret Randall, poeta, periodista, nacida en Estados Unidos, ciuda-dana mexicana y residente en Cuba, teoriza y propone sobre la situa-ción de la mujer en la Revolución. Alma Mater, consciente de la vital importancia del asunto, deja abierta la posibilidad de la polémica.

as mujeres, en el capitalismo, son una fuerza de trabajo ma-nejable utilizada para mante-

ner y reforzar el sistema clasista. Su opresión, tanto psíquica como física, se deriva de su posición económica inferior. Mientras más desarrollada la sociedad —en Estados Unidos el capitalismo de corporación avanzado es un feroz ejemplo—, más comple-jas son las armas de los medios masi-vos de comunicación que mantienen al sexo femenino en su rol de objeto sexual, consumidor, trabajador dis-criminado e imagen frívola e incom-petente. Una parte importante del condicionamiento es la aseguración de que la mujer se reconozca en esa imagen. Para aferrarse a su mínima seguridad, también trabaja un «se-gundo turno»: asume la plena res-ponsabilidad del cuidado del esposo, hogar e hijos. El segundo turno no es pagado y sin un beneficio tangible.

En el socialismo, la destrucción del sistema de clases elimina las estruc-turas básicas que oprimen a la mujer. Al incorporarnos a la fuerza laboral —no en un sentido marginal sino en igualdad con los hombres— tenemos los medios de producción en nuestras manos. El estado comienza a asumir la responsabilidad de muchas de las cosas que nos han agobiado durante siglos (la crianza de los hijos, su edu-cación, etc.). No cabe duda de que la única manera que las mujeres tienen de liberarse es por medio de la revo-lución socialista. Como señalaba la resolución final de la Comisión II del Congreso Cultural de La Habana (For-mación integral del hombre):

«La liberación de la mujer solo puede producirse con la liquidación de la sociedad de clases, por lo que no es posible concebirla independiente-mente de la liberación del hombre… Con la construcción de la nueva so-

La concienciaes una prioridad

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ciedad comienza el proceso de la libe-ración de la mujer… »

Es decir, las mujeres son impul-sadas hacia su liberación eventual (como la liberación de los negros de la opresión racista comienza con la extirpación de la servidumbre eco-nómica), pero a menudo la consu-mación de esa liberación no está considerada una prioridad, no por-que un grupo debiera constituir tal prioridad ni tampoco porque no sea-mos conscientes de la necesidad in-mediata del énfasis en la producción para sacar una sociedad del subde-sarrollo, sino porque creo que la conciencia comunista es una de las grandes prioridades en el de-sarrollo revolucionario, y cuando la mitad de la población permane-ce oprimida, aunque sea parcial-mente, esto retarda el desarrollo de la conciencia comunista de esa mitad de la población o, indirecta-mente del resto de la sociedad. En su brillante discurso en la plenaria de la FMC (23 de agosto de 1970), Fidel reiteró lo que había expresa-do antes: «El movimiento femenino constituye una revolución dentro de la Revolución». Las milicias tienen la obligación de participar en ambas revoluciones.

Desde el punto de vista económi-co, el «segundo turno» de la mujer —la labor no remunerada y social-mente no reconocida que hace en la casa— le impide liberarse total-mente, no solo porque es un trabajo más sino porque promueve y man-tiene una mentalidad burguesa cen-trada en una faena sin valor (aunque no inútil). El trabajo doméstico y la crianza familiar de los hijos no tiene ningún valor de cambio o econó-mico productivo y son, por lo tan-to, degradantes. En El origen de la familia, la propiedad privada y el

estado, Engels desarrolla la idea de la opresión de la mujer como un proble-ma de clase. Comprendió que la mujer tenía que escoger entre el centro de trabajo y el hogar; nunca se le ocurrió que tendría que escoger ambos. Des-pués de Engels, ningún gran teórico marxista ha demostrado mucho inte-rés en este enorme problema, y aún en los países socialistas la mayoría de las mujeres continúan luchando con ambos trabajos.

En el socialismo, a la mujer, como fuerza de trabajo, se le considera en igualdad con el hombre. Reciben el mismo salario por el mismo trabajo, sus oportunidades educacionales son las mismas, se les estimula a participar políticamente e, igual que los hombres, pueden llegar a ser dirigentes. Pero una parte de la canalización sexual, tradi-cionalmente burguesa, se mantiene: comienza en el nacimiento, aún con las nuevas generaciones.

A la niña —tanto en la sociedad so-cialista como en la capitalista— se le da una muñeca como «hija». Puede que se le pida a su hermano, cuando crezca, que «ayude» en la casa y en el cuidado de los niños, pero en su niñez se le estimula a demostrar que es un hombre por medio de sus juegos de va-rón (camiones, juegos de construcción, pistolas), y si juega con una muñeca es afeminado. (Más tarde a pesar de que nunca ha desarrollado su propia mane-ra de relacionarse con niños, se espera que, mágicamente, lo haga con sus hi-jos cuando sea adulto.) A los niños se les anima a que participen en deportes y otras actividades físicas; sus cuerpos se desarrollan hasta que, naturalmen-te, son los «mejores» mecánicos, los «mejores» cortadores de caña, los «mejores» estibadores. A las niñas se les enseña a ser femeninas (ese sello que implica dependencia, sumisión, docilidad), y cuando crecen, súbita-

mente aprenden que tienen «iguales derechos» y que pueden tomar parte en todas las actividades tradicional-mente masculinas, desde la defensa civil hasta las más altas posiciones de liderazgo.

Por lo tanto, en la sociedad socia-lista de transición, las mujeres sufren una contradicción que no se encuen-tra siquiera en el capitalismo. En la sociedad capitalista, nuestra niñez distorsionada nos prepara solamen-te para enfrentarnos a los problemas que encontraremos cuando adultos: oportunidades desiguales de educa-ción, empleos desiguales y una larga lista de injusticias. En el socialismo estos problemas han sido resueltos. Mucho mayor es, entonces, el cho-que psíquico, ya que nuestra educa-ción infantil no se adecua a nuestras posibilidades adultas.

Esta opresión perdurará mientras que la mujer soporte la carga de ese otro trabajo socialmente no recono-cido. Ese trabajo sin un producto visi-ble. La cuestión no es de quién hace el trabajo doméstico. Nada solucionaría relegarlo a los hombres. (La estructu-ra nuclear de la familia, como Engels demostró claramente, es uno de los mayores pilares de mentalidad bur-guesa o capitalista.)

La sociedad socialista de transición —así como la sociedad capitalis-ta— está llena de maridos que dicen con orgullo «Yo ayudo a mi esposa» o de esposas que nos aseguran que «mi esposo me ayuda mucho, de verdad». La cuestión no está en la ayuda. Es indudable que la obliga-ción, la responsabilidad de la casa y de los niños se supone que es de las mujeres. Con la reproducción no vienen aparejados, automáticamen-te, la crianza de los niños, las labores domésticas, lavar, hacer las com-pras, etc. La idea de que las mujeres

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tienen un «instinto maternal» espe-cial que las capacita para el trabajo de la crianza es un mito que se usa para justificar, entre otras cosas, la desigualdad evidente de status quo en este respecto. Después de todo, la reproducción en sí no es solo de la mujer. Hasta que estas obligacio-nes no sean transferidas realmente del nivel individual al del estado, la opresión de la mujer no podrá ser arrancada de raíz. En una serie de entrevistas con mujeres cubanas de todos los sectores y de diferente procedencia social, la gran mayoría insistía en que sus compañeros las ayudaban en las labores domésti-cas y en las compras; pero cuando se vieron forzadas a manifestar de quién era la responsabilidad, con-fesaban: «Bueno, realmente la res-ponsabilidad es mía, claro…» A una directora de películas, que tiene dos niños pequeños y atiende la casa, se le preguntó si le era posible hacerlo: «Me las arreglo», dijo, «pero en gra-ve detrimento de mi salud mental».

¡Pero las prioridades! Ya nos pare-ce oír el coro. La zafra, la industria-lización, la defensa: todas estas son realidades y en Cuba son realmente urgentes. Pero no podemos permitir que la palabra prioridad pierda su verdadero significado y se convier-ta en una excusa. La historia de esta Revolución ha sido una de audacia, inventiva, innovación. ¿Desde cuán-do los obstáculos físicos o económi-cos han impedido el desarrollo de la conciencia socialista en esta Isla? ¿Es imposible construir suficientes círcu-los infantiles por el momento? Bien. Entonces tendremos que pensar en otra cosa. Se puede hacer mucho ahora para eliminar esta opresión sobre las mujeres y que nuestra in-tegración nos abra el camino hacia la liberación.

La colectivización de las labores do-mésticas debiera comenzar por medio de los CDR, por medio de la moviliza-ción por cuadras, de la misma manera que se moviliza al pueblo para la de-fensa civil y el trabajo agrícola. Si la Re-volución aún no puede construir los su-ficientes jardines de la infancia, círculos infantiles, comedores obreros y lavan-derías públicas que se necesitan para quitarle de encima al individuo esta carga no remunerada, entonces, hom-bres y mujeres debieran comprender que es una prioridad y debieran coope-rar en buscar soluciones transitorias. La compra de alimentos, prepararlos y cocinarlos, pudiera hacerse por edi-ficios o por cuadras cuando los come-dores obreros no son suficientes o no pueden ser usados. A los niños se les puede llevar y traer del círculo infantil colectivamente. La limpieza de la casa puede hacerse por brigadas tan fácil-mente como reunirse para tomar café (si es que se le reconoce igual impor-tancia). La colectivización de las labores domésticas le confiere a estas un valor social, las eleva a una categoría social-mente útil que nunca podrá alcanzar bajo la presente estructura privada.

Creo que es un error incorporar mujeres a la producción con el fin de sustituir a hombres para que estos ha-gan trabajos más importantes. La mu-jer debe ser incorporada a la fuerza de trabajo para que los medios de produc-ción estén en manos del proletariado: la verdadera dictadura del proletariado. Creo que la mujer corta caña no para estimular a nuestros hermanos sino para producir más azúcar. La mujer no gravita hacia los trabajos de prestación de servicios porque, de manera innata, nos encante servir sino porque he-mos sido condicionadas socialmente a hacer bien esa labor. Pero cualquiera puede aprender a hacerlo. En la casa o en la calle. Los hombres pudieran des-

cubrir que pueden manejar muy bien a los niños —algunos de ellos— y que pueden ser trabajadores ideales de círculos infantiles. Seguramente los niños pequeños se beneficiarían al entrar en contacto con la atención masculina así como la femenina.

Pero el cambio más importante e inmediato que se debe hacer para que las mujeres junto con los hom-bres, podamos liberarnos realmente en la nueva sociedad, es una reorga-nización más completa de las rela-ciones tradicionales de trabajo que tienden a perpetuar la mentalidad burguesa. Las condiciones especia-les para las mujeres que trabajan (para que así podamos encargarnos de las labores de la casa y de la calle) son, sencillamente, una adaptación de las formas viejas y discriminato-rias. Lo que necesitamos son nuevas formas. Algunos se refugian en la idea de que al «pueblo» se le pue-de educar para que cambie y casi siempre es más fácil de lo que creen los pesimistas. El ausentismo dismi-nuiría mucho, creo yo, si las mujeres pudieran sumergirse en su trabajo tanto como los hombres.

La conciencia burguesa, en una sociedad que avanza hacia el comu-nismo, es contrarrevolucionaria. Una labor no remunerada y socialmente no reconocida es un importante ge-nerador de conciencia burguesa. La conciencia es una prioridad. Las mujeres ya no desean que los hom-bres «les ayuden en la casa»; no ha-bría diferencia si fuera al revés «las mujeres ayudando a los hombres». Ahora, cuando Fidel ha sido el prime-ro en exigir audacia, la batalla contra los privilegios y un análisis crítico de nuestros problemas, decimos:

¡Colectivización de las obligaciones de toda la sociedad, no de la mitad solamente!

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Escribir para todosCuatro periodistas-escritores conversan de su oficio ante el micró-fono. Discuten sobre el periodismo, la ficción y el testimonio. Son ellos, por orden de aparición: Germán Piniella, cuentista, estudiante de Periodismo y jefe de redacción de Alma Mater; Rodolfo Walsh, cuentista, dramaturgo y periodista argentino, autor de tres repor-tajes políticos de gran repercusión, El caso Satanowssky, Operación Masacre (editado en Cuba por La Honda de la Casa de las Américas) y ¿Quién mató a Rosendo?; Víctor Casaus, poeta, estudiante de Le-tras y autor del testimonio Girón en la memoria, y Vicente Carrión, cuentista, estudiante de Periodismo y subdirector de Alma Mater.Los cuatro conversaron apasionadamente sobre su doble condición. Aquí está la versión de lo que ellos dijeron esa mañana.

PINIELLA: Aunque para muchos es ya un tema viejo y hasta agotado, queremos aprovechar esta oportu-nidad para conocer tu opinión sobre la polémica literatura y periodismo, y también lo relacionado con el testi-monio como género literario.

WALSH: Bueno, podríamos acer-carnos al tema a partir de algunas experiencias personales. Yo creo que no es lo mismo razonar sobre el tema en Cuba que en mi país, la Argentina. Evidentemente en la Argentina pe-riodismo y literatura tienden a correr por cuerdas separadas, sin perjuicio de que del sector de periodistas sur-ge cierta cantidad de gente que es-cribe luego, o que se convierten en escritores. Pero ya cuando se hacen escritores la separación persiste. Hay algunos puntos de contacto, princi-palmente en algunos semanarios y sobre todo en los últimos diez años. Yo asistí al nacimiento de ese punto de contacto: unas revistas me man-daron a hacer notas al interior, a lu-gares muy poco frecuentados por periodistas. Uno de estos fue una isla en la confluencia del Paraná y Para-guay, donde estaban, en esa época, concentrados los leprosos en los le-prosorios. Nosotros vivimos ahí, con un fotógrafo durante una semana. En otra oportunidad, con ese mismo fo-tógrafo nos internamos en una zona realmente inaccesible y hasta rodea-da de leyendas, en la provincia de Co-rrientes, donde se decía que no podía entrar. Es una zona muy hermosa con una población reducida a un grupo muy escaso de cazadores que viven prácticamente como en el siglo XIX. Mi intención consciente y delibera-da fue trabajar esa notas y otras que luego hice con el mismo cuidado y la misma preocupación con que se po-día trabajar un cuento o el capítulo de una novela, es decir, dedicarle, por

ejemplo a una sola nota el trabajo de un mes, un trabajo intensivo. Eso resultó un poco excepcional dentro de lo que es la práctica allá, porque en general no se considera que un periodista deba dedicarle un mes a una sola nota de 12 o 15 carillas, o de 20 carillas en el mejor de los casos. Se piensa que el periodista debe tomar el avión de esta mañana, viajar 1000 km de distancia, desembarcar dentro de dos horas y a la noche tomar el avión de vuelta, y con esa experiencia reflejar toda la vida de una comunidad, de una provincia, de un pueblo, y opinar absolutamente sobre cada uno de sus problemas políticos, económicos, socia-les, de todo. Ese es un poco el criterio que predomina. Salvo esa otra tendencia que aparece en algunas revistas semanales que todavía persisten, periodismo y literatura marchan por carriles totalmente separados. No sé qué es lo que pasa en Cuba; tengo la impresión de que puede ser un poco parecido.

PINIELLA: Bueno, en cierto sentido puede ser un poco parecido, pero noso-tros tenemos la ventaja de que en ciertas publicaciones —ya hablando de una publicación mensual—, sí hay la oportunidad de pasarse un mes haciendo un trabajo.

Yo creo que el ejemplo más típico es el de la revista Cuba.

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WALSH: Esa revista, por ejemplo, ¿qué tirada tiene?

CASAUS: Ahora tiene una tirada nada más que internacional.

WALSH: Es decir, que si bien el trabajo se hace, no se lo hace así en términos generales para darlo regu-larmente al público cubano…

PINIELLA: No, en este caso espe-cífico, no.

WALSH: Es decir, que tendríamos de todas maneras el mismo proble-ma: el uso de un periodismo literario pero con una aplicación limitada, no con la aplicación en la prensa cotidia-na ni en última instancia.

PINIELLA: Alma Mater, por ejem-plo, es un caso insólito. No solo por-que somos una publicación univer-sitaria, sino principalmente porque tenemos aquí oportunidades de…

WALSH: Claro. Yo he visto algunas de las cosas que han hecho ustedes en Alma Mater. Me parecen excelen-tes. Sobre todo los reportajes. Pero sucedería lo mismo, es decir, el mé-todo existe, pero falta la última fase que es en última instancia la comuni-cación en términos realmente masi-vos. En Argentina la situación es esa, hay algunos escritores que prosiguen haciendo esa tarea, quizá no en con-diciones óptimas o ideales como les dije al principio. En algunos casos hay un doble propósito: hacer un perio-dismo literario y, como decimos no-sotros, recoger materiales, lo cual im-plica ya una interesante reserva, ¿no?, y una interesante diferenciación en la escala de valores.

Evidentemente se considera, inclu-sive nosotros mismos, que la literatura es en todo caso una forma superior, una escala más alta. Ahí entra la mito-logía burguesa, que no es nueva, que tiene una larga trayectoria de separa-ción y compartimentación de activida-des, de atribución de valores, a veces

muy caprichosos; cualquiera que visite un museo europeo se dará cuenta de hasta qué punto, por ejemplo, una pési-ma Anunciación ocupa lugar destacado en las paredes, mientras que a lo mejor un trabajo de artesanía, alfarería o cerá-mica, etc., está relegado, cuando a ve-ces es muy evidente que ese artista que hizo a lo mejor una mesita con piedras es un artista superior inclusive al Muri-llo ese terrible que está allí a la entrada. Con el periodismo y la literatura pasa eso. Al esgrimir como pretexto que está recogiendo material quiere decir que no está dando en ese trabajo periodístico lo mejor que puede aportar como escritor. Yo creo que es una concepción errónea. En ese género de periodismo literario, si lo hace con entusiasmo, se pueden con-seguir resultados muy buenos y a veces superiores a los presuntos productos ulteriores ya terminados y refinados de la literatura. Pero el concepto ese existe, existe no solo en los escritores sino en los que dirigen las editoriales, las revis-tas, los diarios.

CARRIÓN: Aquí lo que acepta cuando más es que hay buenos pe-riodistas que han sido después bue-nos escritores…

WALSH: Pero siempre con esa idea de que aprendieron.

PINIELLA: Nosotros creemos que sí se pueden hacer los dos, y hacerlos con calidad. Claro, es muy difícil de hacer.

WALSH: Lo interesante sería descu-brir las causas. Esas no las tengo muy claras, no las tengo demasiado anali-zadas. Descubrir por qué causas, sobre todo en una sociedad burguesa, predo-mina ese sistema de valores. Es decir, ¿cuál es en última instancia el peligro de un periodismo literario? ¿Hasta qué punto es preferible para esa sociedad confinar al periodista con capacidad para convertirlo en un escritor, y por lo tanto en un escritor con una capaci-dad de comunicación mucho menor?

Porque evidentemente, en términos de simple tirada, un periodista que a través de un semanario puede llegar a 120 mil lectores, cuando se consagra como escritor y «se eleva», digamos, cuando alcanza «esa etapa ideal su-perior del arte», pues llega a cinco mil lectores en el mejor de los casos. No sé si ustedes tienen alguna respuesta a esto.

PINIELLA: Respuesta no tenemos. Nosotros en nuestras discusiones, en nuestras casi peleas, pudiéramos de-cir que tocamos de oído. A veces nos metemos en discusiones sin tener un cuerpo teórico, como estamos hacien-do ahora, con lo que va surgiendo.

WALSH: En realidad ese me pare-ce un buen método. Ahora, habría que hacer extensiva la pregunta a otro ni-vel —y ahí la experiencia de ustedes es importante. Nuestra conversación tiene dos vertientes: una, la preocu-pación de la revista por las relaciones entre la literatura y periodismo y dos, la preocupación mía por saber cómo funciona aquí ese problema y, en ge-neral, otros problemas vinculados al periodismo y la literatura. Habíamos llegado a una primera conclusión provisoria, o sea, que esa separación entre periodismo y literatura, y esa escala de valores, a pesar de algunas excepciones que ustedes señalaban —y yo creo que Alma Mater puede ser una de ellas—, esa separación existe aquí también. Un periodismo literario, un periodismo que pueda transmitir a grandes masas de lecto-res la visión de la realidad cotidiana, aquí en Cuba también parece que es-tuviera por hacerse o está en vías de hacerse.

PINIELLA: Pudiéramos decir que se comienza a hacer. Pero hay tam-bién otro aspecto, y es el problema de que nuestros periódicos son periódi-cos de pocas páginas. El espacio es el

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gran fantasma que recorre nuestra prensa…

WALSH: Sí, desde luego, la falta de espacio es un problema que no-sotros conocemos. Ahora, yo me voy a tomar la libertad —tomando en cuenta que yo también he trabajado en el periodismo cubano y que todo lo que pueda decir está visto desde dentro de las preocupaciones de us-tedes, desde dentro de la Revolución cubana, y que para mí es un fenóme-no de capital importancia—, de su-gerir que no se le puede atribuir a la sola falta de espacio…

PINIELLA: No, no, por supuesto, por supuesto.

WALSH: …el hecho de que la pren-sa cubana no contenga un reflejo constante de la sociedad en términos vivos, es decir, de lo que pasa abajo, en el pueblo, en los centros de trabajo, en el campo, en la Universidad. La falta de espacio debe influir, pero es posible que en última instancia es difícil des-arraigar —y no solamente en el pe-riodismo sino en general en todos los terrenos, pero limitémonos a este—, sea difícil desarraigar lo que hemos heredado, las formas que ya vienen un poquito cristalizadas, y que entonces haya una valoración quizás un poco mecánica del valor de la noticia, de lo que es noticia, de lo que es impor-tante, y puede entonces suceder que de la prensa cubana estén excluidos aspectos realmente muy importantes de la vida de la gente, ¿no?

CARRIÓN: Yo creo que en general los países socialistas no han encon-trado todavía su forma de expresión. Nosotros estamos precisamente en la búsqueda de esas formas. De ahí es que surgen estas preocupaciones y que replanteemos este problema. Más que otra cosa, en Cuba está con-formándose algo todavía no definido, y no es que comience ya a manifes-

tarse una expresión periodística que correspondería quizás a la sociedad socialista, sino que ella se está confor-mando. De ahí también que nosotros no tengamos todavía ningún basa-mento real concreto ni teórico para fundamentar esa conclusión a la que usted quería que llegáramos.

WALSH: Sí, evidentemente. A mí no me preocupa demasiado, por ahora, la falta de basamento teórico; eviden-temente estamos siguiendo un camino totalmente empírico. Yo creo, sin em-bargo, que existen los elementos bási-cos para ese nuevo tipo de periódico: existe el material humano. Quizás lo que sea necesario es diseñar la política en cuanto a eso y revalorizar lo que es importante y merece ser comunicado cotidianamente a centenares de miles de personas. Esto implica, desde lue-go, una crítica a la expresión concreta de la prensa cubana. Yo pienso que es un poco mecánica la forma en que se seleccionan las noticias —y este es un comentario unánime de todos los visi-tantes latinoamericanos que venimos a Cuba. Bueno, ¿qué te parece si volve-mos otra vez al tema, a la literatura y el periodismo, y al testimonio? ¿Vos qué piensas del testimonio?

PINIELLA: Creo que si hacemos la separación total entre literatura y periodismo el testimonio es más pe-riodismo que literatura, y en cuanto a géneros, creo que el testimonio es un género del periodismo. Pero, como no creo que se puedan separar completa-mente, en el plano teórico podemos considerar al periodismo un género de la literatura y los géneros del periodis-mo serían, en ese caso, subgéneros de la literatura. Claro, esto planteándolo como un esquema. En definitiva, me parece que el testimonio es un género de nuestra época. Es interesante lo que Walsh decía sobre regresar al periodis-mo. Es lo que ha tratado Víctor y es lo

que pensamos hacer todos nosotros. De una manera u otra todos tenemos un libro de testimonio en proyecto: alguno sobre la zafra, otro sobre el SMO, sobre los guardafronteras. Eso es sintomático.

WALSH: Es sintomático. Esa nece-sidad del testimonio que aparece en Cuba y que, además, tiene respues-tas concretas, como el libro de Víctor, deberíamos tratar de definirla. ¿Por qué se siente en Cuba, y sentimos nosotros en Latinoamérica los que de alguna manera estamos vinculados al proceso revolucionario, la necesidad de volver al testimonio, abandonan-do inclusive las formas literarias tra-dicionales que nos parecían superio-res? Habría que plantearse que, en última instancia, una revolución tiene esa ventaja, que puede cuestionar prácticamente todo. Entonces, tam-bién puede poner en tela de juicio aquella escala de valores heredada de la época burguesa que yo mencioné al principio. Podríamos ir más lejos y dejar planteada una pregunta: ¿Hasta qué punto los géneros literarios tradi-cionales —la novela, el cuento— son la expresión literaria históricamente determinada de la burguesía en una sociedad capitalista? Desde luego, los escritores nos van a caer encima, pero bueno, podemos formular la pregun-ta y discutir, ver hasta qué punto es-tos géneros —que por algo surgen y por algo adquieren esa fuerza— pue-den representar mejor esa realidad revolucionaria en Cuba y PRE-revo-lucionaria en el resto de Latinoamé-rica. Más concretamente, ¿hasta qué punto, hoy por hoy, es necesario que nuestra literatura siga planteando, eterna y angustiosamente, los con-flictos de la conciencia individual en nuestra sociedad? ¿Hasta qué punto es necesario convivir sin cuestionar al escritor y sus fantasmas, para decirlo

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con las palabras de Sábato? ¿Hasta qué punto le interesan al pueblo, a cualquier pueblo, al pueblo de Cuba, a nuestros pueblos, los fantasmas del escritor y no sus penosas y terribles realidades cotidianas?

PINIELLA: Yo creo que la pregun-ta es totalmente válida. De cierta manera el testimonio, si no es una respuesta, sí es un camino tentativo. Pudiéramos decir que es una especie de compromiso entre la necesidad de sedimentación en la literatura, del distanciamiento necesario, del tiem-po para poder escribir sobre una cosa determinada, y la necesidad urgentí-sima de reflejar la realidad cotidiana, lo más inmediato. En ese sentido creo que el testimonio da una respuesta y al mismo tiempo da la otra parte del Periodismo, la mejor parte.

CASAUS: Es mucho más fácil acer-carse a un lector de nuestra sociedad, a un lector latinoamericano que tiene una cantidad de limitaciones, no ya meramente educacionales sino tam-bién de hábitos de lectura no crea-dos, a partir de un libro que plantee más directamente sus problemas y sus realidades y que los plantee de una forma que se parece mucho a la forma en que él está acostumbrado a identificarse con esa realidad. En ese sentido a mí me parece que el papel que puede jugar el testimonio es im-portante, no solo como expresión de esa realidad, de la importancia que eso tiene para nosotros desde el pun-to de vista ideológico, y político, sino también como forma de integrar a esa masa de lectores a otras formas lite-rarias que están implícitas en el tes-timonio. Por eso creo que a la hora de hablar es muy importante señalar la influencia que hay en él del cine y de los medios masivos de comunicación, sobre todo del cine. Después de las últimas décadas, el escritor no puede

seguir con su mundo interior solamen-te; hay que incluir la prensa, la noticia, el montaje.

PINIELLA: Yo me pregunto ¿cuál se-ría la reacción de ese lector del que tú hablabas, de ese lector no acostumbra-do, ante tu libro de Girón y la reacción ante los problemas existenciales de Boris Vivan por ejemplo? ¿Qué significa La espuma de los días para un carbone-ro de la Ciénaga de Zapata?

WALSH: Ese problema es muy impor-tante. Eso se ha discutido mucho y gen-te muy seria y muy bien intencionada y muy revolucionaria lo deja sin respuesta. Parecería que un escritor y sus medios de expresión deben dirigirse más bien hacia el encuentro de un futuro lector y no del lector presente, lo que equivale a dejar a ese carbonero sin lectura. Esa es la pre-gunta.

CASAUS: A veces el problema se deja en manos de los que quieren es-tablecer la comunicación a un nivel en el cual le están haciendo daño a ese carbonero. Son los que creen que al carbonero hay que hablarle de una ma-nera tan sencilla, tan simple, tan masti-cada, que es la manera de negarle toda posibilidad. Lo que hay que hacer es proponerle nuevas cosas al carbonero.

WALSH: Con eso evidencia, ade-más, una ignorancia extraordinaria de lo que suele ser un carbonero, una subestimación de un hecho básico y evidente y que es en última instancia el creador de todo el lenguaje, el crea-dor inicial de todo lenguaje, no es el escritor. Se ha mixtificado mucho la llamada « aventura del lenguaje». Ha sido un tema de nuestras revistas, de las secciones literarias de nuestros se-manarios, que allá son muy importan-tes. Cuando ha empezado a aparecer un cambio en la actitud de algunos es-critores en el sentido de abandonar un poco los fantasmas del mismo escritor y ocuparse realmente de lo que pasa,

toda esa crítica literaria —que es, en última instancia una crítica de dere-cha, por más que se viste y se adorne es una crítica de derecha— ha insis-tido en señalar que esos caminos son falsos, que eso conduce al realismo socialista, que la esencia de la litera-tura y lo central de la vida del escritor es la llamada «aventura del lengua-je», como si no fuera más probable encontrar una auténtica aventura del lenguaje en algunos personajes del pueblo. Desde luego, hay que ir a buscarlos, ellos no se le presentan a uno en la oficina, hay que meterse en las fábricas, en los bosques, en los lugares donde la gente, donde el pue-blo, se reúne y conversa. Yo no creo que el periodismo y la literatura ten-gan que hablar de otra cosa que de la gente y no es posible hablar de la gente sin hablar como la gente o de lo contrario entramos en la mitología.

PINIELLA: Eso es suplir un fantas-ma por otro.

WALSH: Yo he sentido los tironeos de esas distintas actitudes. Como les dije, yo tuve la triple experiencia: hice pe-riodismo, «ascendí» a escritor y luego «descendí» nuevamente —y volun-tariamente— a periodista. Cuando salió mi libro Operación Masacre, la crítica literaria lo dejó pasar en silen-cio, transcurrieron siete años antes de que alguien hiciera una gacetilla bibliográfica, y no obstante el libro se agotó, y no lo leyeron los literarios ni lo leyeron los escritores, lo leyó gente del pueblo. Cuando después de unos años escribí una obra de teatro y pu-bliqué un libro de cuentos, entonces todo el mundo saltó, aseveró, yo era casi un estribillo de las gacetillas bi-bliográficas, y yo me puse a pensar, ¿qué cosa tan rara esta, pero quién me reclama esto a mí y por qué con lo otro se hizo tanto silencio? Hasta cierto punto pasó lo mismo con mi

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segundo libro de testimonio ¿Quién mató a Rosendo?: una revista, creo que fue Análisis, publicó un artículo titulado «Diez en literatura, cero en política». ¡Ahí estaba la clave!

CASAUS: Hay un ejemplo muy importante para nosotros que a lo mejor a ti te gustaría conocer, de un poeta cubano, que además era di-rigente comunista, Rubén Martínez Villena. Una vez Jorge Manca, uno de los ensayistas más reaccionarios que tuvo este país y compañero literario de Rubén en épocas anteriores, pu-blicó en el periódico El Mundo o en el Diario de la Marina un artículo muy paternalista —porque Rubén era mucho más joven que él— diciendo que se debía hacer una colecta entre los compañeros de «nuestro Rubén» para que este pudiera publicar su li-bro de poemas La pupila insomne. Y la respuesta de Rubén fue una frase que después se ha citado mucho: «Yo desprecio mis versos, me interesan tanto como a la mayoría de nuestros escritores la justicia social».

WALSH: Es realmente una defini-ción perfecta. ¿Por qué no volvemos a nuestro punto de partida? ¿Cómo contemplan ustedes en Cuba la posi-bilidad de una mayor participación del escritor en un periodismo de masa y un mayor acercamiento del escritor cubano? Y cuando digo mayor, me refiero a lo que veo publicado en la prensa, no me refiero, por ejemplo, al libro de Víctor sobre Girón que me parece una perfecta aproximación a los sentimientos, a las ideas y a las ex-periencias del pueblo. Bueno, ¿cómo visualizan ustedes ese problema?

CASAUS: Yo creo que las limita-ciones nuestras, que se asemejan en algunos casos a las de otros países latinoamericanos, tienen, por el con-trario, una raíz más bien de tipo sub-jetivo, en el sentido de que aquí no

existen limitaciones materiales. Creo que lo que cuenta en muchos casos en mu-chas redacciones de periódicos y revistas es una falta de aprovechamiento del ma-terial humano, cosa de la que se quejan muchos periodistas. Porque problemas materiales no hay para que un periodista se pase seis meses en la Sierra.

PINIELLA: Nuestros periodistas se han hecho en la práctica, en la mala práctica, a través de los años, tienen sus ideas sobre lo que debe ser el pe-riodismo, tiene sus limitaciones. No-sotros también tenemos las nuestras, pero la Escuela de Periodismo al menos gradúa gente con nivel universitario. Como periodistas profesionales son pocos los periodistas nuevos; digo nue-vos en el sentido de otro acercamien-to al periodismo, o son gente que, por necesidad imperiosa de la Revolución, empiezan a hacer periodismo porque hacen falta, y se han quemado en la pelea. Es justo reconocerlo y no se les puede echar la culpa sino que fueron a cumplir una tarea que había que hacer. Claro, desgraciadamente muchos han adquirido los viejos hábitos, otros no lo han adquirido y están entre los mejo-res periodistas del país.

CARRIÓN: Pero el problema esen-cial no está en el elemento humano sino en las concepciones por las cua-les se dirige a ese material humano. Lo mismo que decía Walsh, la valoración de una noticia es una muestra del crite-rio con que se hace el periodismo aquí. Entonces, hay una confusión de térmi-nos o una fusión demasiado íntima que se hace aquí de relaciones internacio-nales, política nacional e internacional, y la manifestación periodística. No hay una valoración acorde con la realidad que vive el país en términos periodís-ticos. Esa misma concepción obliga a que ese elemento humano se intro-duzca a un mecanismo y una vez que está dentro se siente aprisionado. Enton-

ces, el que ha tenido inquietudes de ha-cer un nuevo periodismo se encuentra ante una alternativa: o hace ese diaris-mo totalmente ineficaz o «asciende» a la literatura.

WALSH: Ahí está la clave, en los valores: el «ascenso a la literatura». Es decir, yo pienso que la cosa tendría que ser totalmente al revés. Cuando un hombre demuestra grandes posi-bilidades de comunicación no es el momento de decirle: «Bueno, usted que escribía para cien mil, ahora es-criba para cinco mil», sino al revés.

CASAUS: Lo que es paradójico es lo que decía Carrión entre la situa-ción de Argentina u otro país, y la de Cuba. Es paradójico que aquí se creen limitaciones que no deben existir y de las cuales Walsh, por otra parte, se puede valer: manejo de técnicas y de elementos de vanguardia en la expresión. Yo creo que eso entraría en contradicción aquí, en alguna me-dida, con esa idea del diarismo y la cotidianidad mal entendida. Ese es el riesgo que se corre con los alumnos de la Escuela de Periodismo que al graduarse y llegar a las publicacio-nes se vicien con ese mecanismo. Si a esos compañeros no se les da la posibilidad de ejercer los nuevos criterios que tienen y de realizar un periodismo más profundo, al cabo de un par de años son otra vez los diaris-tas cotidianos y aburridos.

PINIELLA: Aunque estoy de acuerdo con que el problema está con el criterio con que se dirige la prensa, yo hago hin-capié en el problema de los periodistas. Nosotros no podemos depender de que cambien los criterios y decir que enton-ces sí vamos a hacer buen periodismo. Eso también depende de nosotros en cierta medida, puesto que si esperamos a que se produzca un milagro lo más probable es que estudiemos cuatro años y después desertemos también.

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Por Carlos Rafael Rodríguez

uchas opciones aparecieron ante mí cuando la Directora de Alma Mater me invitó a

tomar parte en este importante núme-ro de aniversario. Entre todas, me decidí por unas breves reflexiones sobre el pro-fesorado universitario, porque el Profesor es uno de los elementos permanentes de la Universidad. Es, además, parte decisi-va de ella. Un mal profesor puede echar a perder el mejor plan de estudios y mal-baratar el tesoro de un estudiantado ca-paz de absorber un buen aprendizaje.

El Profesor viene a ser como un pivo-te alrededor del cual se mueven muchos elementos de la enseñanza. Y entre no-sotros a veces, la facilidad con que se llega al profesorado conspira contra la exigencia que debe acompañar la ca-rrera profesoral. ¿Facilidad? Sí, facilidad relativa. Quienes han tenido que vencer las dificultades actuales para ocupar una cátedra pensarán que las desestima-mos. Pero los invitamos a pensar en lo que era el profesorado universitario de hace más de 50 años, y casi podríamos decir —puesto que había poca dife-rencia— en lo que era ese profesorado hace 28 años, para comprender aquella que queremos subrayar.

Cuando éramos estudiantes univer-sitarios, había en nuestro país una sola Universidad, y en ella se estudiaban entonces muy pocas carreras. Con de-cir que nuestra Universidad no propor-cionaba al país ni ingenieros químicos, ni economistas, ni casi ninguna de las carreras de Ingeniería que hoy prolife-ran, se dice todo. Eran muy pocos, por tanto, los profesores universitarios. Lle-gar a catedrático era arribar a una cate-goría no solo docente sino social. Muchas de las más importantes personalidades de la política excesiva que nos agobiaba o de la enteca Ciencia que entonces aparecía en el país —casi toda concentrada en la Medicina— no se sentían satisfechos ni creían haber arribado a un estatus óptimo

Exclusivo paraAlma Mater

Ser Profesor

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si junto al escaño de la Cámara o el Senado, o a la consulta bien pagada de los eminentes no podían añadirle el título de Profesor, que les daba por sí solo prestigio y renombre.

Se comprenderá así mejor lo que costaba llegar a ser Profesor de la Universidad.

La Reforma Universitaria impul-sada por Mella había execrado a los «profesores de dedo», designados por influencias políticas o arreglos burocráticos. Se establecieron, así, las «oposiciones»; es decir, la contienda intelectual —pocas veces práctica— entre los aspirantes a una cátedra. No se eliminó con ello el ejercicio de la influencia o la actividad sinuosa de camarillas profesorales decididas a asegurar para un «socio» o discípulo la cátedra que podría merecer mejor otro opositor. Pero el simple hecho de tener que presentarse a oposiciones exigía ya un mínimo de calidad, pues los mediocres estaban destinados, o mejor aún predestinados, al fracaso.

Aquella Universidad, privilegiada dentro del sistema pero que padecía al mismo tiempo todas las lacras de ese sistema, experimentó una sacudida, que pudo ser ejemplar y sin embargo no lo fue, cuando la Revolución del 30. Gran parte del profesorado uni-versitario se vio envuelto, por acción o por omisión, en la complicidad con el machadato. Muy pocos entre los profesores, desde luego, asumieron el vergonzoso papel de «machadistas». Pero casi todos figuraron entre los que se avinieron a concederle a Gerardo Machado el Título de «Doctor Hono-ris Causa», y la mayor parte no tuvo frente al siniestro régimen la actitud combativa que su jerarquía política y social les demandaba.

Por eso, uno de los actos iniciales de la vida universitaria cuando la efí-mera victoria de 1934 fue la llamada

«depuración profesoral». Todos los profesores que habían colaborado con el machadato o asumieron un vergon-zante silencio frente a sus crímenes y errores o cedieron en sus posiciones universitarias a las presiones de la ti-ranía, fueron juzgados por un Tribu-nal Estudiantil. Actor apasionado. de aquella época, no puedo decir que no se cometieran injusticias y que nues-tras decisiones depurativas no fueran influidas en este o aquel caso por la pasión revolucionaria llevada al exceso o por la demagogia oratórica de ciertos estudiantes que aspiraban a líderes por el falso camino de la retórica radical.

Pero lo cierto es que muchas figuras que descollaban en lo intelectual y en lo científico, fallaron en lo moral y en lo cívico y resultaron expulsadas de la Universidad o sancionadas de un modo tal que su propia prestación académi-ca quedó virtualmente disminuida. La penuria intelectual de aquellos años se confirmó por el hecho de que los viejos maestros arrancados de sus pedestales no encontraron en todos los casos jó-venes sustitutos de su misma categoría docente.

Debe añadirse que como la Revolución del 33 «se fue a bolina» según la festiva y a la vez dramática definición de Raúl Roa, ya apenas transcurridos sus primeros días, se hizo imposible para la izquierda pen-sante de nuestro país arribar a las cáte-dras universitarias. No lo logró la eminen-cia de Juan Marinello ni, poco más tarde, la más descollante juventud de Raúl Roa. Años después, me tocaría transitar por el mismo calvario ideológico.

De este modo, lo que fue una opor-tunidad de mejorar quedó desapro-vechado y la Universidad siguió ren-queante su trillado camino.

No faltaron talentos de primera en el profesorado, pero la Revolución Uni-versitaria, al no cuajar, no pudo llegar hasta la cátedra.

Si recuerdo todo ello, es para destacar la diferencia entre aquella Universidad de privilegios y privile-giados y nuestra Universidad de la Revolución, que encontró una situa-ción apenas diferente de la que la frustrada Revolución del 30 no pudo resolver.

Tuvimos primero, antes de la pro-clamación del socialismo, el esfuer-zo de la Reforma Universitaria, que limpió el profesorado de las excre-cencias del batistato que quedaban en él. El tránsito hacia el socialismo provocó un éxodo de profesores que, aunque algunos de ellos eran esti-mables intelectualmente, no podían acomodarse a la nueva sociedad. Después, llegó el torrente educacio-nal de la Revolución.

La Universidad de hoy ha dejado de ser la de ayer, es decir, un estan-co al que apenas tenían acceso, no ya los obreros y campesinos, sino muchos de los jóvenes de la peque-ña burguesía más modesta. De un máximo de 23 mil estudiantes en los años 50, la Educación Superior ha llegado a tener 250 mil. De unos cuantos cientos de profesores, pasó, por ello, a la cifra de alrededor de 17 mil. Se comprende fácilmente que la dificultad revolucionaria no ha con-sistido en llegar a ser Profesor de la Universidad sino en lograr que todas las cátedras universitarias tengan el número suficiente de profesores en las distintas ramas académicas que hoy existen. Se trata aquí de realizar, como lo fue también en la Enseñanza Secundaria y en la Primaria, una ope-ración en que tuvimos que levantarnos del suelo alzándonos por el cordón de nuestros propios zapatos.

De este modo los estudiantes de la Universidad debieron ejercer como pro-fesores de Secundaria y éstos, a su vez, enseñar a sus infantiles compañeros

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de la Primaria. Hubo, por ello, que apelar precipitada-mente a profesionales. y estudiantes de cierto relieve, para improvisarlos como profesores universitarios, sin la experiencia, y a veces —debemos confesarlo—, sin la ciencia necesaria.

Durante un tiempo, que todavía perdura en muchos centros educacionales, esto condujo a una falta de au-toridad del profesorado. El caballo adivina, si el jinete que lo monta es ducho o inexperto; el joven estudiante adivina, asimismo, la inseguridad científica de sus profe-sores, descubre intuitivamente sus vacíos intelectuales y disfruta con ponerlos de manifiesto una y otra vez. No es crueldad, es algo inevitable. Cubrir ese déficit ha sido y continúa siendo una de las tareas más urgentes de la Educación Superior.

Ser Profesor es, por ello, una categoría a la que debemos rodear de todos los atributos necesarios. El Profesor univer-sitario que pretenda enseñar leyendo a sus alumnos el libro de texto sin ser capaz de dominarlo (no solo ese texto sino otros muchos más) tiene que correr un largo trecho antes de llegar a ser Profesor, con mayúscula. Quien pretenda en-señar las técnicas sin poder demostrar a sus alumnos en la máquina misma en qué consisten los problemas, fracasa-rá. Lo que hace unos años era permisible, como fenómeno transitorio, es inadmisible tratar de hacerlo permanente. Eso es lo fundamental.

Hay además circunstancias propias de nuestra época que contribuyen a la igualación indebida entre estudiantes y profesores. Circunstancias de época porque, afortunada-mente, los tiempos cambian. El saco y la corbata han de-jado de ser entre nosotros, y podríamos decir que en casi todos los confines del mundo, atributo distintivo. Nos alegra cuando ello elimina las jerarquías formales, pero no cuando contribuye a un igualitarismo irracional. No deja de haber igualitarismos irracionales en el seno de la Revolución. No es lo mismo el pensamiento revolucionario de que todos somos iguales en el derecho ante la Ley, en la vida social —principios que la Revolución Francesa pensó asegurar hace ya casi 200 años pero que solo una Revolución so-cialista lleva a la práctica—, que la idea infantil y peligrosa de que esa igualdad elimina todas las jerarquías. Tal idea, que colinda con el anarquismo y estimula la irresponsabili-dad, es en realidad, ajena a la Revolución. Entre nosotros no deja de proliferar peligrosamente. El cubano ha sido siem-pre naturalmente antijerárquico, negado a aceptar falsas superioridades y proclive a discutir hasta las verdaderas. La «trompetilla» igualadora fue durante mucho tiempo el instrumento para disolver falsas jerarquías, pero sirve tam-

bién para tratar de erosionar las jerarquías fundadas en la realidad y en los hechos. Dirigentes y dirigidos son iguales, el dirigir no entraña privilegios. Pero si queremos una Direc-ción respetada y veraz, el dirigente debe estar por encima del dirigido; debe tener atributos que el dirigido no posee, aunque éste disfrute de los derechos de colaborar en la Di-rección y participar representativamente en ella. Del mis-mo modo, el Profesor y el alumno son iguales en la mayor parte de los aspectos de la docencia, pero si les restamos condición jerárquica a los profesores, a pesar del igualitaris-mo primario que eso representa, pone en riesgo la propia estructura académica.

Entre nosotros, la jerarquía no puede venir nunca de me-ros aspectos formales, del saco y la corbata. Pero el profe-sor depende, para su ejercicio como tal, de su acatamiento o, para usar otra palabra, de su aceptación por el alumno. La presentación inadecuada de un profesor, la idea fatal de que vistiéndose a la misma manera que los alumnos es ca-

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paz de identificarse más con ellos contribuye, en mi opi-nión, a que el Profesor no disfrute de la autoridad necesaria entre los estudiantes.

Si la guayabera es la prenda nacional que sustituye al saco, con ella y no con una «igualadora» camisita, debe vestir el Profesor. El estudiante puede calzar «poppies». Pero el Profesor, no. No digo esto como constatación de hechos sino como enunciación de criterios. Y no se me diga que no hay zapatos. La Revolución tiene recursos y organización suficientes para distribuir los zapatos que les hagan falta a los profesores universitarios. Si ese fuera el problema, habría que resolverlo. La identificación en-tre Profesor y alumno no puede provenir del «cubaneo», debe surgir de la superioridad intelectual, técnica y cien-tífica creada en un espíritu profesoral cordial. Si se quiere que el Profesor cumpla su papel, el docente universitario tendrá que establecer una comunicación continua y fácil con sus alumnos. Para tenerla, el Profesor debe ser capaz

de poder guiar a sus estudiantes, confraternizando a la vez con ellos, pero sin ponerse al nivel juvenil sino con la elevación de aquél a las necesarias alturas en que deben moverse los profesores.

Hay cientos de profesores así, y esos son los que de-ben servir de ejemplo y mostrar el camino. Pero, siendo realistas, debemos admitir que todavía subsisten otros cientos de profesores que no han llegado a esos nive-les. No se trata, no sería lo revolucionario, de desechar lo que hemos logrado con esos profesores jóvenes, sino de trabajar con ellos. La exigencia —y yo diría, también la intransigencia— tienen que ser instrumentos consus-tanciales en esa pelea, que no es de corto plazo. En ella deben participar el Ministerio, la dirección de las univer-sidades, la UJC y la FEU, el Partido y el Sindicato. Si bus-camos elevar el nivel profesoral, tenemos que combatir además la «Chabacanería» prevaleciente. Debo admitir que pienso que en los últimos tiempos nuestra televi-sión ha mejorado mucho en el modo de comunicar a los televidentes las imágenes, y puede ser que en la actua-ción de los actores. Pero he de confesar también, a mi pesar, que lo chabacano sigue teniendo un papel que, sin darnos cuenta, se convierte en preeminente. Si el revolucionario protagonista de un serial se com-porta chabacanamente, ello nos disminuye aunque, en realidad, no se ve con frecuencia. Si el personaje negativo tiene una «chabacanería» simpática, que lo va imponiendo inconscientemente, día a día, en el auditorio gracias, en parte, a su vulgaridad, hasta hacer olvidar los rasgos nocivos que aparecen en él, estimulamos así la «chabacanería».

Hay, además, una terminología adecuada para cada cosa, y cuando se transpone de una función a otra se fomenta la vulgaridad. Es admisible, por costumbre, que digamos que Ana Fidel ia Quirot «se alzó» con una medalla de oro. Pero no lo es que aparezca en la primera página de un periódi-co que alguien «se alzó» con un título honorífico en otra materia. No creemos que la televisión y la prensa produzcan la «chabacanería», pero sí que pueden «re-producirla», es decir, incrementarla. En la cátedra eso debe quedar eliminado, por su propia naturaleza.

Ser Profesor, sobre todo ser Profesor universitario, debe ser, pues un título de dignidad. Debe obtener de nuestra sociedad el reconocimiento que merece. Pero debe merecer ese reconocimiento, por la elevación intelectual, por la conducta social, por la presencia formal.

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Grupo NOS Y OTROS

i por cada libro que se ha escri-to sobre el tema de los extra-terrestres hubiese hoy uno de

éstos caminando —o arrastrándose o revolcándose, según el gusto de cada cual— por el suelo de nuestro planeta, lo más probable entonces es que los extraterrestres fuésemos nosotros.

Prácticamente no hay escritor de ciencia ficción con un mínimo de ta-lento —sirve también la fama, en ocasiones buen sustituto— que tras su primer libro no se crea en el de-ber de escribir algún artículo sobre el tema y verter sus opiniones en cuan-ta entrevista quieran hacerle. A veces la cosa es peor, pues esos artículos son compilados en libro, y el fondo mundial de textos acerca del proble-ma extraterrestres crece en varios centenares de cuartillas. Si a esto le sumamos la fecunda labor de cientí-ficos divulgadores —que con mucha frecuencia coinciden en ser novelistas, pero no siempre— y la más fecunda aún de mixtificadores y descarados2 uno acaba concluyendo que los ex-traterrestres, de existir realmente3 no tienen que dedicarse a la ciencia para determinar los misterios de sus

existencias respectivas: ya nosotros lo estamos haciendo por ellos.

Usted abre uno de los referidos tex-tos y a la tercera o cuarta página ya corre a buscar su certificación de naci-miento y de paso mirarse en el espejo no sea que le haya brotado un tentá-culo sin advertirlo. Resulta imposible no creer en los extraterrestres cuando se descubre la cantidad de «eviden-cias» que sobre sus visitas se ha acu-mulado. Incluso el lector puede sentir cierto complejo de inferioridad —soy el único imbécil que jamás ha visto un OVNI— y recuerda afanosamente cuanto objeto ha contemplado flotan-do o moviéndose en el cielo a lo largo de su vida, para concluir al cabo que el papalote que avizorara una vez tenía un aspecto de veras sospechoso.

Cada siglo ha tenido sus mitos cien-tíficos, sus hobbies culturales. Algunos de ellos respondían a expectativas acu-ciantes, como la polémica levantada en tiempos de Colón y Magallanes acerca de la esfericidad de la Tierra,4 solo por-que los europeos ya estaban hartos de comer perniles sin sazón por culpa de los turcos. O el asunto del paso del Noroeste, que llevó a los geógrafos de

la centuria precedente a descubrir las maravillas de la arquitectura esquimal. O Miguel Servet con el lío de la circu-lación de la sangre —cuando la sangre hereje circulaba hasta por los arroyos callejeros— y Galileo afirmando que la Tierra se movía y llenando de pa-vor a los santos padres de la Iglesia, que tenían los pies bien puestos en la Tierra. En fin, cada época ha tenido sus Santos Griales, la mayoría de los cuales resultaron de provecho para la ciencia. Nosotros, con menos campo —re-lativamente— para la imaginación geográfica o anatómica, nos diverti-mos hablando del cáncer y los extrate-rrestres, de la longevidad y los robots, a menos que, para variar, discutamos

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Losextraterrestres

y la sexualidad1

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acerca de los robots extraterrestres o la longevidad del cáncer.

Los visitantes del más allá no son hoy seres peludos con cuernos y cola, que llevan el pecado al alma del cris-tiano, sino unos simpáticos entes re-chonchos y cabezones —los remito a Spielberg— que evitan a las almas entretenerse antes de tiempo con el pecado. Si un extraterrestre llega mañana a nuestro planeta y no tiene por lo menos ojos saltones y cerebro hiperdesarrollado, nadie lo toma-rá en serio. Y eso que ya la gente se ha acostumbrado a no creer que los mejicanos duermen la siesta bajo los cactus y que las francesas son todas lindas y delgadas y... delgadas.

1Conste que el título es tendencioso y no guarda relación con el conteni-do del artículo. Pero con él garanti-zamos que todo el mundo lo lea.

2Que son los más, naturalmente.3Yo creo que existen, si eso sirve de

algo. Solo que opino además que no nos visitan por temor a que los obliguemos a leerse todos esos libros.

4La polémica venía de antes, hasta que se demostró que en esos tiempos, al menos, la Tierra era cuadrada y plana.

51947, según el calendario nuestro. Ignoramos el calendario del OVNI.

6Sí, porque los OVNI están llegan-do ahora, pero, al parecer, ya los hombres primitivos tuvieron sus contactos. A lo mejor hasta cono-cieron el video.

7Por lo menos que nos escriban de cuando en cuando.

El asunto OVNI comenzó con un piloto norteamericano, a mediados de siglo.5 Luego se descubrieron an-tecedentes, y no le han endilgado un OVNI a Napoleón porque éste siem-pre estuvo muy entretenido soste-niéndose los calzones por dentro de la chaqueta. Hay revistas «especiali-zadas» que derraman OVNIS sema-nalmente, y otras de todo corte que a cada rato sacan el tema a la pales-tra. Científicos serios dedican su vida a estudiar las esferas de piedra de América Central, los dibujos de Naz-ca o los megalitos de Stonehenge.6 A estas alturas, los extraterrestres no pueden hacernos la cochinada de no aparecer.7

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La Casadel Alma

Entrevistacon Dulce María Loynaz,

Premio Cervantes 1992Por Milena Recio Silva

Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda,sino ellos mismos.

César Vallejo

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Cerca del mar, en la esquina de Línea y 14, en el Vedado, una ca-sona agoniza tras el paso de los años, pero aún retiene entre sus muros húmedos y desfigurados la huella de una familia de poetas.

A sus 91 años, Dulce María Loynaz, Premio Miguel de Cer-vantes 1992 y una de las más altas voces femeninas de la lírica hispanoamericana, se conmue-ve inesperadamente cuando le digo que quiero hablar de esa casa.

Esta mujer ha resistido los embates del tiempo, viene de

vuelta de muchos caminos, ha disfrutado de grandes honores y también padecido grandes ol-vidos; sin embargo, yo he visto cómo discretamente vibra, tiem-bla, llora ante el recuerdo.

Dulce María y sus hermanos construyeron allí su propio mun-do, allí escribieron sus versos y recibieron a distinguidas perso-nalidades literarias como Gabrie-la Mistral, Federico García Lorca y Juan Ramón Jiménez.

Fueron los árboles y flores de esa casa los que le inspiraron su novela lírica Jardín, obra en la que, al decir de Cintio Vitier, Dul-ce María despliega «el sentido último de su intuición y su expe-riencia de lo femenino».

Su poema Últimos días de una casa, publicado en 1958, cierra el ciclo de producción lírica de esta poetisa y sugiere definiti-vamente la estrechísima relación que entre ambiente, artista y arte se establece.

Su casa era muy concurrida. ¿Había algo especial en ella? No, los especiales éramos nosotros

mismos, no había ninguna otra cosa. Claro, teníamos adornos, curiosidades, como habíamos viajado mucho tenía-mos cosas muy bellas. Pero no creo que fuera eso lo que atraía a los que nos visitaban. No eran coleccionistas. Eran escritores, artistas, pintores, un grupo que siempre estuvo muy cerca de nosotros.

¿Qué tenían ustedes de especial?¡Imagínese usted! ¿Qué teníamos de

especial? Nada. Hacíamos versos, es-cribíamos, nos burlábamos un poco de la gente. Como éramos jóvenes podía-mos hacerlo con bastante impunidad. No sé que tuviéramos nada más.

¿Habría podido escribir su novela Jardín con otro paisaje ante los ojos?Bueno, yo la escribí en esa casa

de que hablábamos, donde había un gran jardín. Claro, no es el que descri-bo en la novela; ahí aparece desme-surado, desnaturalizado. El jardín es como el espíritu maléfico del libro.

De haber vivido su juventud en otro lugar, de haber tenido otra familia, ¿hubiera podido usted ser poeta?El ambiente hace que el poeta se

desarrolle o no, pero el ambiente hace poeta al que ya nació poeta.

De Línea y 14, ¿cuál era el lugar que más le gustaba? Hace tanto tiempo que perdí de

vista esa casa que ya apenas la re-cuerdo. Además, ha sido tan desfigu-rada, tan cambiada... tan mancillada, que prefiero no hablar de ella.

¿Qué expresa el hecho de que usted haya cerrado su tiempo de creación poética inspirada preci-samente en aquella casona? Quizás exprese la nostalgia, por-

que esta casa donde estamos ahora es muy bella, no hay dudas. Es arqui-tectónicamente correcta, tiene mue-bles y adornos bellos, pero no tiene alma, no tiene personalidad, tendría yo que darle la mía y ya de la mía me queda poco.

¿Aquella sí tenía alma?Aquella sí, sin que nadie se la diera

la tenía por sí misma.

Cuando salió de allí, definitivamen-te, ¿qué dejó de su espíritu en ella y qué trajo hacia acá consigo?En realidad traje muy poco, porque

aquí no recuerdo haber escrito nada poético. Allá lo escribí todo. En esta

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casa mi vida cambió radicalmente. Vine cuando ya había contraído ma-trimonio. Mi esposo, que me quería mucho y era, como decía él, mi primer admirador, no me daba tiempo para escribir porque su vida era muy distin-ta y, si yo me había casado con él, tenía que compartirla en tiempo y en todo.

A pesar de no haber hecho usted poesía desde hace muchos años, ¿se siente poeta aún?Puede que sí puede que no. No me

he hecho la pregunta. Lo que sé es que ya no podría escribir nada poético. La poesía que tiene su base en el amor no puede hacerse después de los cin-cuenta años. Eso es imposible. La poe-sía también depende de cosas que no son puramente anímicas, casi diría yo que depende de las hormonas.

Dulce María, ¿en su casa de Línea y 14 sólo había alegrías, o también tristezas?Había de todo. En las casas siempre

hay alegrías y tristezas, claro, también depende de sus habitantes. Cuando uno es joven las tristezas pasan pronto, las alegrías permanecen más. En aque-lla casa donde éramos cuatro mucha-chos jóvenes, muy imaginativos, muy capacitados para tener todo lo que era necesario a una juventud inquieta, se respiraba mucha vida, nosotros mis-mos la llenamos de vida. Cuando nos fuimos, la casa languideció.

¿Cómo eran los domingos?Muy agradables, porque era cuan-

do recibíamos más visitas; como en-tre los que iban a vernos no todos tenían libre el resto de la semana, aprovechaban los domingos. Así que era un día muy animado, muy grato. A mí siempre me gustaron las visitas, no fui huraña. Me gustaba recibir per-sonas, atenderlas, sobre todo si eran

poetas buenos, porque a los malos era un martirio oírles. Pero generalmente, eran buenos los que nos visitaban.

En su poema Últimos días de una casa usted menciona las Nochebuenas...Eso puede aplicarse tanto a mi casa

como a todas las de mi época. El poe-ma no se refiere exactamente a la mía, es algo con sentido general. Pues en Cuba se celebraban siempre, era una fiesta familiar muy tradicional, incluso había platos tradicionales, oraciones tradicionales; en fin, todas esas cosas que se van perdiendo con el avance de los años y de la civilización.

¿Las viviendas de hoy son diferentes a las de su época?Son distintas en todo, yo creo que

hasta en sus habitantes. Las casas de hoy no sujetan, se dejan como quien deja un par de zapatos.

¿Las casas mueren, Dulce María?A veces sí, aunque tardan más en

morir que los hombres. Pero al fin todo muere...

La falta de calor humano. Porque las casas necesitan del hombre. Si us-ted cierra una casa y ya no viene nadie más a ella, entonces la casa se muere. Es como si a una planta le quitaran la tierra o le quitaran el agua.

¿Su casa de Línea y 14 podría vivir cuando ya no quedara nada de lo que usted amó allí?Usted me hace una pregunta que yo

me he hecho muchas veces y como yo misma no me la puedo contestar será difícil que se la conteste a usted.

¿Le gustaría que se le recordara en re-lación con aquel lugar, que los jóvenes digan: aquí vivió Dulce María Loynaz?Esa es una pregunta inocente. ¿Por qué

no se le ocurre algo más interesante?

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Por Hilario Rosete SilvaJulio César Guanche

La ciudadcuesta

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Revista Orígenes. 1947. Lezama Lima escribe: «Existe entre no-sotros otra suerte de política, otra suerte de regir la ciudad de una manera profunda y secreta.» Bajo ese presupuesto, y para re-velar, entre varias esencias, cómo se apropiaban de La Habana los alumnos de la Escuela de Arqui-tectura durante la década del cincuenta, Alma Mater convoca a Mario Coyula Cowley (1935), miembro del Directorio Revo-lucionario, y coautor de obras premiadas como el Parque Mo-numento a los Mártires Univer-sitarios, en Infanta y San Lázaro, y del Mausoleo a los Héroes del 13 de Marzo, en el Cementerio de Colón, que recuerdan la ges-ta de los estudiantes de la UH en luchas revolucionarias. «En verdad en aquellos años había todo un territorio universitario, extendido más allá de los muros de esa especie de Acrópolis que es la Colina», dice el hoy direc-tor del grupo para el Desarrollo Integral de la Capital. Presidente, desde su creación en 1978 hasta 1989, de la Comisión de Monu-mentos de la ciudad, e incan-sable luchador por el ensanche del término, «monumento no es solo lo más antiguo, singular o lujoso», Coyula en verdad ha pasado su vida profesional «cru-zando de un campo a otro». Para él, los principios del equilibrio ecológico —diversidad, mante-nimiento de las acciones dentro de la capacidad de carga de un sistema y su facultad de rege-neración, garantía de la super-vivencia— son aplicables a los núcleos poblacionales. Más que «especialista», le gusta llamarse «generalista».

sangrE jovEn tEnEr

La señalada extensión de los predios universitarios allende los muros de la Colina, ¿comprendía cuál área geográfica y respondía a cuáles fac-tores?Llegaba hasta la calle 23, por el nor-

te; hasta Infanta, por el este; hasta la calle G, por el oeste, el hospital Calixto García pertenecía a la universidad; y se diluía hacia el sur más allá del Stadium y del parque Carlitos Aguirre. Era un área donde un policía no entraba solo, lo hacía en grupos, en plan de ataque. La amplitud de la zona estaba dada por el número de estudiantes y casas de huéspedes. En esa época la mayor parte de las carreras se estudiaban en La Habana. Igual se encontraban las Academias de Repaso, importantes sobre todo en Matemáticas y en Me-dicina, en especial en Anatomía. Para vencer el contenido de las asignatu-ras no bastaban las clases. Eran muy esquemáticas. Se agrupaban muchos estudiantes en una sola aula. A veces desde las últimas filas no se oía al pro-fesor. Las academias cobraban barato y repasaban bien. No obstante, el cen-tro de todo el territorio lógicamente era la Colina, vinculada a la ciudad —preciosa salida— a través de esa gigantesca escalinata, muy parecida a la de la Universidad de Columbia de Nueva York, mas, en mi opinión, me-jor proporcionada, enmarcada por dos juegos de escaleras laterales.

Abundando sobre las formas de «conquista» de la ciudad por los alumnos, iban desde untar con jabón

las líneas de los tranvías para que es-tos rodaran San Lázaro abajo, hasta preparar las históricas manifestacio-nes de protesta, las cuales se dirigían hacia el monumento de José Martí en el Parque Central o hacia el paredón donde fusilaran a los Estudiantes de Medicina en la explanada de La Pun-ta. La presencia estudiantil se exten-día a los cafés, como el de la esquina de L y 27, frente a la casa de Don Fernando Ortiz, donde se alza hoy una librería, bodegones como el de Teodoro, en las cercanías del teatro El Sótano, en 27 y K, donde se pro-ducían animadas tertulias gastando lo menos posible en cerveza y buti-farra (ni siquiera a quienes provenían de familias más acomodadas les so-braba tanto dinero), y bares como el del hotel Colina; y también en vivir en las casas de huéspedes, agrupa-das por categorías. Había toda una gama, en calidad y en precios; unas solo para muchachas, «La Bombo-nera», por ejemplo; otras solo para varones; y una a medio camino:

«La pajarera»... Era un mundo marcado, teñido por la presencia uni-versitaria, que se disolvía al llegar a la Rampa. Allí se mezclaba con el resto de la juventud.

Para toda esa masa juvenil, ¿qué cambios impuso el golpe de Estado de marzo de 1952?Fue un golpe tremendo. Yo no

recordaba situaciones vividas fuera de la democracia representativa. De cierta forma me sentí confundido,

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«Existe entre nosotros otrasuerte de política, otra suerte

de regir la ciudad de una manera profunda y secreta.»

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sorprendido. Pero desde el principio, conforme a la enseñanza recibida en el hogar, de tradición patriótica —mis antepasados pelearon en las guerras de independencia— com-prendí que sería algo intolerable. Sin embargo, no toda la juventud uni-versitaria se alineó combativamente frente a Batista. Había gente desco-nectada de la política, a quien solo le interesaba recibirse de arquitecto y trabajar en su proyecto personal. Eran los «empujadores», que cuan-do la universidad se cerraba, seguían trabajando para presentar en fecha sus proyectos, convirtiéndose de hecho en rompehuelgas. La carrera de Arquitectura exigía materiales y equipos costosos. La mayoría de los estudiantes procedían de fa-milias adineradas. Un graduado de escasos recursos casi nunca conse-guía clientela. Fue una vanguardia, una minoría, quien enfrentó de for-ma activa el cuartelazo. Hubo otra masa, simpatizante con la oposición, pero evitando involucrarse. Trataban de sobrevivir sin buscarse mayores problemas. Con los años se hizo más evidente la necesidad de tomar partido, asunto muy peligroso, pero hay cosas que si tú no las haces de joven...

¿Hoy puede considerarse como centro histórico el espacio univer-sitario descrito?Sin duda. De cara al I Congreso del

Partido se rescataron los letreros de protesta escritos por los estudiantes en las paredes ubicadas en torno a la UH, aunque no se logró marcarlos y separarlos del resto del edifico me-diante cenefas metálicas, las cuales, además, les habrían servido de alum-brado nocturno —deberíamos ahora rehacer ese trabajo, las leyendas es-tán casi borradas—. Según la idea

original, el Memorial Mella vincularía en un área común estas paredes, el propio monumento a Mella, el parque próximo al hotel Colina, y el lugar don-de cayó José A. Echeverría. A propósito, es lamentable que el mártir del 13 de marzo no tenga aún en La Habana un mausoleo a la altura de su figura. Me molesta el recuerdo generalizado guar-dado de él: un muchacho corpulento y valiente, de mejillas sonrosadas, muer-to en combate y nada más. José An-tonio era un joven de 25 años con un desarrollo político, una capacidad para aglutinar y una postura antiimperialista impresionantes.

idénticos a nosotros mismos

Hablando de José Antonio, ¿cómo sería un edificio diseñado por él?No sabría decirles. Aunque él se

adscribía definitivamente al movi-miento moderno. En aquella época en la Escuela de Arquitectura predo-minaba un rechazo despectivo burlón hacia todo lo anticuado. Ninguno de nosotros estimaba el valor del Capi-tolio o de la propia Universidad de La Habana. Sí les puedo asegurar que se-ría un edificio moderno racional. José A Echeverría, Julio García Oliveras, Osmany Cienfuegos, Emilio Escobar y otros compañeros formaban parte tanto de nuestra vanguardia política como de nuestra vanguardia artística. Quisiera destacar dos rasgos de José Antonio vitales para cualquier líder estudiantil: su desprendimiento, y su forma peculiar de comunicarse con los demás. Para éI todas las personas eran importantes.

La ciudad. Los hombres. La Historia como ayuda eficaz para entender el presente y prever el futuro. Dan-do un salto en el tiempo, ¿que sería necesario considerar en la búsqueda

de —según Roberto Segre— la «identidad cultural del entorno cu-bano del siglo XXI»?Es preciso ir a la esencia. Es difí-

cil, peligroso hablar de cubanía. La gente identifica la cubanía con lo colonial, y hasta con un período de lo colonial. Para decirlo rápidamente con el de la condesa Merlín. Como si antes y después no hubiese habido nada de arquitectura cubana. La ca-racterística de Cuba y sobre todo de La Habana, como muchas otras ciu-dades, puertos, radicaba amén del mestizaje racial, en su naturaleza de encrucijada, de mezcla cultural. No-sotros tenemos influencia de viarias regiones de España: Andalucía, Ex-tremadura, Castilla…

Muchas cosas nos vienen de allí: el trazado, la escala, la altura, el perfil, el compás. Estos elementos se pierden cuando de pronto se destinan una o dos manzanas completas para cons-truir en el centro un solo, gigantesco edificio. Se rompe la escala, el ritmo marcado por el tamaño y el llenado de los lotes, garantía de la diversi-dad. En una misma manzana podía existir, por ejemplo, la residencia de un señor acaudalado construida en 1915 con la arquitectura ecléctica de esa época, dos pisos y torremirador, pero el terreno de al lado quedaba vacío durante largo tiempo, y cuan-do se venía a ocupar era para alzar un típico edificio de apartamento de los años 40 o 50, mientras los porta-les de enfrente escondían una ciuda-delas, y en el portalón de la esquina, aunque bastante sobrio, funcionaba muy bien una bodega.

A propósito, aquí al doblar, en la calle 4, esquina a 13, vemos qué ocu-rre con una de esas antiguas bodegas: un desastre, subdividida en cuatro cinco casas, se convirtió en una col-mena, en un barriecito insalubre, y lo

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irónico es que ahora han hecho en el jardín vendutas particulares de todo tipo, volviendo a la función comercial, pero degradada. Esa diversidad era muy saludable. Es diversidad visual y funcional, pero también social, y es importante mantenerla. Entonces, lo cubano es lo que tomado de afuera e injertando dentro, llega a asimilar-se de tal forma —el proceso siempre exige tiempo, los primeros tanteos nunca son acertados—, que ya nadie puede catalogarlo como extranjero. Así sucedió a Io largo de la historia con nuestra arquitectura, por eso es pre-barroca, barroca, neogótica, neoclási-ca, arte nouveau, pero «aplatanada», «cubanizada».

¿Podríamos hallar lo cubano en la arquitectura, como haría Cintio Vi-tier en la poesía? Nunca había pensado en eso. Sería

interesante. Como ya dije, solemos ver lo cubano de forma limitada, de-fecto común de los malos proyectos cubanos o extranjeros. Se toma lo epidérmico: la reja, la teja, el vitral. Ahora mismo todos los proyectos de hoteles e inmobiliarias están satura-dos de arcos pero suavizados como pasados por agua. Sin embargo lo importante es inferir, transmitir la esencia. A mediados del siglo XX ya había arquitectos cubanos haciendo una arquitectura moderna que pe-netraba la sustancia y reinterpretaba los elementos típicos como el patio, la ventana, el puntal, la galería, el bal-cón. Ese es el desafió.

¿Qué relación tendría que existir entre diseño urbanístico y diversi-dad?En nuestro medio hay un proble-

ma serio: el doble tráfico monetario, fermento de diferencias. Alguien debe estar estudiando todo lo ori-

ginado por este fenómeno. No solo economistas. También los sociólogos. Sobre la diversidad, la propia ciudad histórica aporta muchas pautas de coexistencia. Yo hablé del Vedado, de la unidad y apariencia elegante de un barrio donde, no obstante, había hasta ciudadelas. Pero el millonario imponía las reglas, dictaba la imagen que se debía proyectar hacia la calle y establecía las normas de conducta en los espacios públicos. La pregunta es: ¿Quién fija ahora los patrones de moral y costumbres? ¿El tipo que lle-ga, detiene el carro, empapelado todo en negro, delante de tu propia casa, y sonando un claxon cuyo estruendo recuerda a un dinosaurio herido, le-vanta en peso a todo el edificio con una música disco? ¿Debe o puede ser este constructor de cacharrerías el personaje dominante, el dueño de la calle, el dictador de los modales? De ninguna manera. Es preciso coexistir, mas preservando el orden. Entender que cada zona de la ciudad tiene sus propias reglas en el sentido urbanís-tico. Lo válido en Centro Habana; no es lícito en El Vedado. Lo autorizado en El Vedado no es permitido en Mira-mar. De cierto modo, asistimos a una «centro-habanización» de los anti-guos barrios residenciales. Sus edifi-caciones vienen avanzando hasta la misma acera, mientras se «lisifican», es decir, apenas alcanzan una calidad en su arquitectura comparable a las de Alturas de La Lisa. Como siempre sucede, los que más pierden son los que más tenían que perder.

hijos dEl dEsarraigo

Con todo, usted ha dicho en algún momento «La Habana cuesta, pero vale»...Exacto. La propia escasez y los pro-

blemas llegan a aplastar a la gente. Al-

gunos se preguntan: «¿Cómo vamos a hacer esto, con qué?» Cuando yo enuncié este concepto, tratando de significar todo lo verdaderamete va-lioso de la ciudad. Me decían: «¿Es-tás loco? ¿Si casi no podemos con La Habana Vieja?»… Es preciso invertir los términos. En vez de una carga para el Estado, debemos descubrir en el trasfondo una oportunidad para obtener ganancias. Lejos de ver edificios despintados y desvencija-dos, pensemos en ellos como un re-curso que puede pagarse a sí mismo. Y claro, por la vía del impuesto unos producirán para otros. Porque nun-ca Mantilla, por ejemplo, tendrá la misma demanda de Centro Habana, aunque siempre habrá algún turista aventurero deseoso de alojarse por allá.

La ciudad es el espacio donde se construye ciudadanía. Los Jóvenes cubanos, ¿tenemos cultura e iden-tidad urbanas? En ese campo no andarnos bien.

Ni hay una cultura urbana extendi-da ni tal vez cultura ciudadana. El argumento resulta paradójico. La Revolución dio muchas oportunida-des de estudio y de trabajo dentro y fuera de Cuba. La gente dejó la casa y se descuidó un tanto la cuadra. En ocasiones se encuentran ciudada-nos jóvenes, no precisamente delin-cuentes, expresándose y vistiéndose y comportándose como si lo fueran: han asimilado esos patrones cultu-rales. Todo es fruto del desarraigo. A veces noto en la ciudad una especie de subcultura marginal, propia de «mutantes». Sus portadores ya no son ni obreros ni campesinos ni tam-poco intelectuales. Un guajiro anal-fabeto del año 60 sería más educado hoy que algún universitario. Pero el labrador cubano que dejó el campo y

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vino para la ciudad, ya no es ni cam-pesino ni ciudadano. Es un híbrido. Asoma de nuevo el desarraigo. En nuestros días se habla de la masifica-ción de la cultura. Más durante años los conflictos culturales y sociales se abandonaron a la espontaneidad. Y cuando alguien desfolia un campo y se marcha sin atenderlo en lo ade-lante, ya se sabe: allí solo crecerán malas hierbas.

Recobrando el optimismo, según su criterio, ¿cuáles obras merece-rían estar entre las siete maravillas construidas en la Cuba revolucio-naria? La ciudad Camilo Cienfuegos, más

conocida como Habana del Este, es un hito. Sigue siendo la mejor urba-nización posterior a 1959. Cuando se revisan sus costos —en aquella épo-

ca parecieron altos, a Pastorita Núñez se lo reprocharon—, resultan risibles. La calidad del diseño y el acabado es óptima. Ha soportado 40 años. Está intacta. «Si la dejamos perder nunca conseguiremos algo igual», razona-rían sus moradores. A veces el ahorro da pérdidas. Nada se gana si el mis-mo día del estreno ya es necesario apuntalar un edificio. Luego están: las Escuelas de Arte de Cubanacán, qui-zás la obra más divulgada del período revolucionario, que ahora serán con-cluidas y remozadas; la CUJAE (hoy ISPJAE), un producto magnífico, con-temporáneo con las escuelas de arte; el conjunto monumentario de la plaza de Guantánamo, sin duda el mejor dentro de esta topología creada por la Revolución; el viaducto de La Farola, una obra maestra; el Parque Lenin de La Habana, costoso —hubo que sem-

brar los árboles—, pero de muy buen gusto y otras obras menores, como algunos de los consultorios médicos, pequeños y bien pensados, y varios edificios de microbrigadas, en verdad pocos, levantados en los años 80. La buena arquitectura no solo se en-cuentra en las obras monumentales, llamativas y costosas. También se da en ejecuciones menudas e inte-ligentes a fines de la década de los 80 hubo un intento de recalificar la arquitectura, de devolverla al mundo de la cultura. Este fue uno de los te-mas centrales del último congreso de la UNEAC. La construcción es el me-dio, pero no el fin. La construcción es solo el vehículo a través del cual se materializa la arquitectura. No puede dictarle pautas a ella. Sería igual que si las pautas de la literatura las impu-siera la poligrafía.

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Universidady Yo

Por Héctor Quintero

Decir no,decir sí

rgido de reposo, resulta que en los últimos meses decir «no» se ha convertido para mí en

una constante.Digo «no» a propuestas de traba-

jo, a entrevistas, cumpleaños, com-promisos sociales o profesionales y, sobre todo, a reuniones.

En cuanto a los eventos que se su-ceden sistemática y constantemente entre nosotros, trato de esquivarlos con elegancia ya que me aburre escu-char casi siempre los mismos temas abordados casi siempre por las mis-mas personas, esas que no conciben acudir a una asamblea, encuentro, foro o congreso solo para escuchar sino siempre para ser escuchados, sobre todo si se encuentran en el lo-cal dirigentes de máximo rango o las cámaras del Noticiero Nacional de Televisión.

Sin embargo, no pude decir «no» a un programa radial al que reciente-mente me invitaron, ya que aunque solicité unas horas para confirmar o no mi participación, se tomaron la liber-tad de anunciarme nada más y nada menos que en el Noticiero Nacional de Radio, o lo que es lo mismo, ¡en cadena nacional! No asistir significaría quedar ante el público con una ima-gen de informalidad que realmente no me ha caracterizado nunca y por eso estuve presente en un programa que dura toda la mañana y al cual los oyen-tes llaman por teléfono para saludar y hacer preguntas a los invitados.

De todas las llamadas recibidas esa mañana hubo dos que robaron poderosamente mi atención.

La primera correspondió a una señora que me hizo una sola e ines-perada pregunta. Sin saber siquiera si yo tenía o no hijos, me preguntó cuántos nietecitos yo tenía.

Las risas estallaron inevitables en el estudio y en la cabina, y yo, repuesto

de la sorpresa, le respondí arrebolado que no tenía ni uno.

La segunda de estas llamadas causó en mí una verdadera alegría y me retro-trajo a mis años de estudiante univer-sitario en la entonces llamada Facultad de Filología, entre 1972 y 1978.

Se trataba de Otilia de las Cuevas, in-olvidable profesora de nuestro idioma gracias a cuyo conocido rigor aprendí a amar aún más la lengua castellana y a hacer o tratar de hacer un buen uso de su gramática.

En esta oportunidad, la excelente profesora cambiaba de personaje y se convertía en una radioescucha que to-maba el teléfono para saludar cariño-samente a un ex alumno.

Gracias a ella resultó para mí inevi-table recordar durante toda esa tarde muchas de las incidencias de mi ca-rrera en la muy ilustre Universidad de San Cristóbal de La Habana, a la que yo había arribado algo tardíamente con un montón de lecturas y conocimien-tos dispersos que allí se encargaron de organizar y de enriquecer.

Hoy día, pienso que fui, sin duda, muy afortunado, ya que, aunque no

logré alcanzar los privilegios de una Vicentina Antuña o de una Mirta Aguirre, sí pude ocupar pupitre fren-te a una indiscutible institución de la docencia nacional como es el caso de la muy querida Rosario Novoa, así como que, finalmente, ella me pidiera quedarse con mis notas de clase que quizás, y para mi personal regocijo, aún conserva.

Y aunque no estaba incluido en el programa de mi carrera, siempre que tenía oportunidad me introducía en calidad de oyente en las fascinantes clases de análisis literario que impar-tía Roberto Fernández Retamar en el anfiteatro de la facultad.

Profesores brillantes y entrañables como Guillermo Rodríguez Rivera, Luz Merino, Beatriz Maggi, Alvaro López, Mercedes Santos Moray o Yolanda Wood, entre otros, se unen en mis recuerdos a nombres de alumnos que como la tempranamente desapare-cida María Eugenia Haya, su esposo y colega de oficio, el fotógrafo Mario García Joya, Osvaldo Navarro, José M. Villa, Eduardo Heras León, Con-suelo Telmo, Héctor Veitía, Olga Rosa Ríus, Oriette Medina y algu-nos otros, han realizado aportes de importancia a la cultura cubana en diferentes disciplinas.

Por eso esta etapa de mi vida como alumno de curso de trabajadores en nuestro más alto centro docente la recuerdo como uno de mis momen-tos más felices.

Y me alegro de haberme visto obli-gado a decir «sí» a mi presencia en el programa radial donde una prestigio-sa profesora universitaria me congra-tula con su saludo y me hizo recordar hermosos momentos de mi vida, en tanto otra persona despertó en mí una pequeña frustración por no haber podido contar con la dicha de tener, al menos, un par de lindos nietecitos.

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