Nuevo paradigma cultural: Artistas para la Victoria
-
Upload
edicionesdell -
Category
Documents
-
view
18 -
download
4
description
Transcript of Nuevo paradigma cultural: Artistas para la Victoria
1
Artistas para la Victoria. Nuevo paradigma cultural
“la patria es el otro”
Un nuevo mundo es posible. Esta premisa está ligada íntimamente a los más
provocadores planteos de la economía política desde la conferencia de Davos y desde las
propuestas estatales de los países latinoamericanos: otra economía es posible.
Para que esa transformación sea duradera, debe calar hondo en el sentido común de
la sociedad y debe ser sostenido por la construcción de una nueva forma de participación
política democrática y una nueva forma de relación social, superadora del individualismo.
Por eso, sostenemos que, para que una nueva economía sea posible, un nuevo paradigma
cultural es imprescindible. Ambos componentes, lo cultural y lo económico, son parte del
objetivo que podemos resumir como: una nueva sociedad es posible, y más que posible,
necesaria.
Tomamos como disparador, el sintagma con el que se identifica la militancia
política de base social: la patria es el otro. Creemos que contiene los rasgos esenciales de la
transformación cultural que impulsa el proyecto nacional y popular. Sobre todo, es
representativa de un viraje semántico del lugar donde la teoría política centra su
justificación. Si “la libertad soy yo” es el sentido común construido por las teorías liberales,
“la patria es el otro” se sitúa en las antípodas de un conjunto mayor de significaciones
económicas, políticas y sociales que engloban estos conceptos. El primero engloba todas las
características de liberalismo en su praxis actual, esto es, la libertad de mercado y el
individualismo exacerbado, la homogeneización cultural sostenida por una industria
cultural consumista y centrada en los valores occidentales y de lo efímero y la limitación de
las soberanías nacionales bajo la égida del mundo financiero supranacional. Por su parte, la
segunda premisa resume la nueva apuesta por la recuperación de la soberanía del Estado, de
la restauración cultural y la integración latinoamericana, de la redistribución de la renta
nacional, de la igualdad de derechos de todos los seres humanos y su necesaria conciencia
cívica y participación política bajo reglas democráticas, una nueva concepción del rol del
Estado, de la integración comunitaria, en definitiva, de la vida sostenible en sociedad.
Hoy, los sectores que están combatiendo a las filosofías liberales en el plano
económico, entendidas como una de las principales causas de las penurias que estamos
presenciando en estos días en todo el mundo, no pueden esquivar un planteo crítico hacia el
individualismo y su reflejo en la cultura.
¿Qué es la cultura? A pesar de que es habitual que nos encontremos con la palabra
“cultura” en diversos contextos, es importante destacar que es un concepto polisémico, y,
sobre todo, ligado a las percepciones de cada uno de sus bagajes culturales, de las lógicas
sociales y de sus experiencias de vida. Por eso es que insistimos que, si este proyecto está
cambiando las bases materiales de vida de amplios sectores de la población, esa mutación
debe ir acompañada de la transformación del sentido común que se han otorgado a las
2
relaciones y a las instituciones. Nociones como “el Estado es malo”, “el Estado no sirve”, “aquí sólo vale mi propio esfuerzo”, “lo importante es que me salve yo”, son premisas
culturales que tamizan la experiencia de los hechos políticos de los últimos años y los
hacen perder valor. Y justamente se ataca al Estado por su rol de representar lo colectivo, lo
comunitario, por ser la contracara institucional del individualismo. La industria cultural
dentro del liberalismo se ha encargado de instalar esas nociones como parte de un sentido
común, que hay que desterrar y remplazar por otras, acordes a la experiencia real.
Esta cooptación del sentido común por parte del pensamiento liberal, que exagera
los méritos individuales, sin aclarar que son posible gracias a decisiones políticas, y
descalifica los intentos en otro sentido, calificando de fracaso hasta los logros más
rutilantes, debe ser contrarrestado con urgencia por una corriente de pensamiento, no
opuesta sino superadora de la dicotomía, basado en la racionalidad y en una nueva forma de
entender el rol de lo colectivo. En el plano económico e institucional esto ya ha ocurrido y
se pueden encontrar muchas experiencias exitosas, especialmente en los países europeos
más poderosos, donde el Estado tiene un rol central en la vida cotidiana de sus ciudadanos,
experiencias que ha sido prolijamente atenuadas o distorsionadas por la propaganda
neoliberal, de manera tal que se parezcan a éxitos del individualismo frente al colectivismo,
cuando en realidad es una síntesis superadora de este planteo simplista.
Pero esta coerción, este sojuzgamiento, esta explotación no podría existir si en la
mente de nuestros pueblos no existiese una premisa que considera válida al discurso
neoliberal y dominante. Y esta muestra cabal de la hegemonía en sentido gramsciano, es lo
que puede denominarse como “la colonización de lo imaginario”. Hay un claro dispositivo
que opera para producir y reproducir consensos en torno a la superioridad de la cultura
occidental, estadounidense y europea, en nuestra sociedad. Un eurocentrismo decimonónico
resignificado que circula en las mentes y que no es casual. El mercado, la industria cultural
global, la trasnacionalización de capital, el papel de los medios de comunicación, son
algunos de los fenómenos que forman parte del dispositivo contemporáneo que afirma la
tendencia a la colonización de lo imaginario. Frente a esto, el camino superador que se nos
presenta es recuperar el valor cultural de los países latinoamericanos, de la Patria Grande.
Ello implica también una redefinición de lo popular.
Redefinir lo popular es, sobre todo, una posición política frente a la industria
cultural capitalista, que se ha encargado de mercantilizar la cultura. De elegir qué y quienes
son parte de un panteón inalcanzable de “hacedores culturales”. En cambio, en la
redefinición de lo popular se encuentra implícita la revalorización de las creaciones
colectivas y los sectores populares como actores de su propia realidad, en tanto la cultura,
como sostiene Néstor García Canclini, no sólo representa a la sociedad, también cumple,
dentro de las necesidades de producción de sentido, la función de reelaborar las estructuras
sociales e imaginar unas nuevas. Especialmente, es necesario redefinir a los sujetos del
pueblo como ciudadanos.
Un nuevo paradigma cultural se basa en la necesidad de una experiencia en los
múltiples ámbitos de actuación que moldean nuestra percepción cotidiana, que son, sobre
todo, económicas y políticas. La base, sin duda, es la experiencia democrática.
3
Como condición fundamental de su existencia, la democracia necesita de ciudadanos. La extensión del status de ciudadano ha sido el plano de integración social en
los Estados de derecho. A la vez, el concepto ha sido vaciado de contenido al constituirse
los grandes capitales financieros globalizados como los sujetos representados por los
Estados liberales, en desmedro de la ciudadanía.
Como segunda condición, la democracia necesita de un Estado. De límites
territoriales dentro de los cuales sus habitantes sean considerados ciudadanos de derecho en
igualdad de representación ante la ley, y de una voluntad política de puesta en
funcionamiento. La globalización plantea a las formas de representación actuales una
contradicción inequívoca, en torno a dónde reside la soberanía; este es el escollo insalvable
con el que se encuentran actualmente las comunidades que pretenden establecer una
constitución supranacional. Si la soberanía es del pueblo y su forma de gobierno es la
democracia, su ámbito de realización es entonces el Estado.
La cultura política puede ubicarse en el cruce de la historia cultural y de la historia
política e intenta comprender los motivos que conducen al hombre a adoptar tal o cual
comportamiento político. Berstein advierte la existencia de diversas culturas políticas y el
carácter evolutivo de ellas que corresponde a un momento dado de la historia, cuyo
nacimiento es identificable, del que se puede constatar el periodo de elaboración y seguir su
evolución en el tiempo. Apunta que el surgimiento de una cultura política no es fortuito,
sino que constituyen las respuestas aportadas a una sociedad frente a los grandes problemas
y a las grandes crisis de su historia, respuestas lo suficientemente fundadas como para
inscribirse en un largo tiempo y trascender las generaciones.
De esta forma, las actividades culturales no promueven cualquier tipo de cultura
política. En este sentido las actividades culturales deben tender a la formación de una
cultura política democrática y la generación de valores como los de participación de los
ciudadanos en la cosa pública de forma directa además de la elección de sus representantes,
la idea de pluralidad cultural, la noción del principio de legalidad que supone el respeto a
un orden jurídico objetivo que tiene como eje los derechos humanos con jerarquía
constitucional en nuestro país, la promoción de los valores de la cooperación mutua, la
solidaridad, la distribución equitativa de la riqueza, entre otros.
Si el Estado se construye sobre principios constitucionales delimitantes de una
población, de un territorio y de una estructura institucional, y principios igualmente
constitucionales aglutinantes que, para tener una aplicación efectiva, necesitan de la
integración solidaria de esa comunidad imaginada que es la nación, es necesario reconstruir
el Estado y la ciudadanía posliberales de manera conjunta. Si seguimos este análisis sobre
la inclusión democrática en los Estados nacionales, para esa integración no son suficientes
las declaraciones de derecho si los ciudadanos no tienen la experiencia propia de la puesta
en práctica de esos derechos. Para devolver a los ciudadanos el contenido de obligaciones y
derechos que esa categoría implica, es necesario que tanto el Estado como la democracia
sean percibidos como los mecanismos necesarios para lograr la forma de vida deseada.
Esta experiencia pudo haberse plasmado en los Estados de bienestar europeos y
puede constatarse que vinculó más a los ciudadanos entre sí tras mejorar su calidad de vida.
A la inversa, una economía desregulada dentro del contexto globalizado, genera exclusión,
4
y los grupos marginados dentro de las fronteras nacionales no tienen ni un vínculo de solidaridad hacia la sociedad que los excluye ni una defensa por unos principios
constitucionales que no velan por ellos.
El Estado regulador, situado en las antípodas del Estado mínimo del pensamiento
único, equivale a una manera de entender la democracia, a una cultura política. Es un
proyecto político, un proyecto de redistribución de recursos, un proyecto de inclusión que
depende, en primer lugar, de una voluntad política. El problema no es sólo de medidas
económicas, como vemos, sino que es fundamentalmente político y de representación.
Para lograr la construcción de un Estado regulador y propulsor de la inclusión
democrática, son necesarias por lo menos dos grandes condiciones: la existencia de una
ciudadanía consciente de su responsabilidad civil y la existencia de un Estado.
El principio de ciudadanía es primordial. Lograr una ciudadanía consciente de sus
derechos y deberes es un proceso de construcción de compromiso de los ciudadanos.
Implica devolverles a los hombres y mujeres su contenido político, que había sido
eliminado por una democracia no sólo representativa sino estrictamente delegativa, en la
que la conformación de los gobiernos y el destino de sus acciones no tenían que ver con el
pueblo. Los cambios sociales no son sólo opciones individuales, y tampoco una cuestión de
los otros o de los de abajo, son una cuestión de todos. Las distintas clases sociales deben
asumir sus obligaciones para con el Estado y la sociedad toda; debemos dejar de naturalizar
algunas aberraciones sociales que hoy son moneda corriente en tanto que, asociado a la
solidaridad, el Estado democrático es incompatible con el darwinismo social.
La regulación del Estado no es posible sin ciudadanos. Pero la construcción de
ciudadanía tampoco es posible sin la experiencia del valor de uso de esas obligaciones y
esos derechos. Estamos convencidos que esa es base fundante de un nuevo paradigma
cultural.
Un nuevo paradigma cultural debe estar montado en cuatro factores, como propone
Bernardo Klisberg:
- El clima de confianza entre los diversos integrantes de una sociedad
- El grado de asociatividad: la riqueza del tejido social, el nivel de participación
efectiva de sus miembros en todo orden de organizaciones
- El comportamiento cívico, desde lo más elemental, como el respeto por los
lugares comunes, hasta el respeto por la institucionalidad, por el funcionamiento
democrático y por las leyes.
- Valores éticos
Estas ideas deben ser la base sustentable de una agenda cultural, con un objetivo
claro de construir solidaridad en un tejido social que incluya a lo popular, superadora del
individualismo, cuyas manifestaciones artísticas respondan a una sensibilidad propia, que
hay que dignificar, y no se limiten a reproducir sensibilidades impuestas.
Otro mundo es posible si la patria es el otro.
5
Nuevo Paradigma Cultural. La patria es el otro