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Hugo Cuccarese Tropiezos en el discurso www.rioalba.com.ar 1 TROPIEZOS EN EL DISCURSO COTIDIANO O METIDAS DE PATA (Incluye algunos lapsus cómicos) por Hugo Cuccarese ¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita? JACQUES LACAN, Seminario VII Perlitas del discurso del inconsciente * Laten Corazones Tiano Favini (8 años) es uno de los participantes del programa de televisión Laten Corazones. Al ser premiado por obtener el puntaje ideal, eligió para cantar un tema a dúo a la finalista del concurso de talentos, Victoria Bernardi (16 años). El hecho es que cuando el chico comenzó a entonar las primeras estrofas se olvidó una parte la canción, produciéndose un mutismo muy imperceptible y también muy interesante por lo menos para nosotros, claro está, que somos analistas-. Victoria es una preciosa, inocente y muy dulce muchacha con una voz diferente, particularmente angelada, que ya con solo diez y seis años canta como salida de entre los dioses del Olimpo. El joven Tiano, por su parte, no tiene demasiado que envidiarle, pues también es un chico muy talentoso, con un futuro impresionante.

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TROPIEZOS EN EL DISCURSO COTIDIANO O

METIDAS DE PATA

(Incluye algunos lapsus cómicos) por

Hugo Cuccarese

¿Ha usted actuado en conformidad con el deseo que lo habita?

JACQUES LACAN, Seminario VII

Perlitas del discurso del inconsciente

* Laten Corazones

Tiano Favini (8 años) es uno de los participantes del programa de televisión Laten Corazones. Al ser

premiado por obtener el puntaje ideal, eligió para cantar un tema a dúo a la finalista del concurso de

talentos, Victoria Bernardi (16 años). El hecho es que cuando el chico comenzó a entonar las primeras

estrofas se olvidó una parte la canción, produciéndose un mutismo muy imperceptible y también muy

interesante –por lo menos para nosotros, claro está, que somos analistas-.

Victoria es una preciosa, inocente y muy dulce muchacha con una voz diferente, particularmente

angelada, que ya con solo diez y seis años canta como salida de entre los dioses del Olimpo. El joven

Tiano, por su parte, no tiene demasiado que envidiarle, pues también es un chico muy talentoso, con un

futuro impresionante.

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Rápidamente, los pequeños y adorables cantores se apropian del escenario e inician a dúo la bellísima

canción Historia de un amor. Y cuando Victoria desbroza las primeras melodías lo hace con una

inocente y natural maestría:

-Ya no estás más a mi lado, corazón… en el alma solo tengo soledad… y si ya no puedo verte… porque Dios me

hizo quererte… para hacerme sufrir más…

Y allí entra en escena Tiano, interpretando el primer estribillo:

-Es la historia de un amor como no hay otro igual… que me hizo comprender… todo el bien… todo el mal… que

le dio luz a mi vida… apagándola… después… hay qué vida tan… oscura… sin tu amor… (…silencio…)

Es ahí donde se traba y se olvida la letra.

Pero Victoria no se inmuta. Muy generosamente lo mira con ternura, como diciéndole “no pasa nada,

seguí seguí”. Luego ella continúa, por supuesto, maravillosamente:

-Siempre fuiste la razón de mi existir… adorarte para mí fue religión… -y ahí volvió a empalmar el chico, pero

ya sin dificultades: “en tus besos yo encontraba… el calor que me brindabas… el amor y la… pasión.

Cuando el chico está diciendo hay qué vida tan… oscura… sin tu amor… -lo que tiene que decir

inmediatamente ahí es “no viviré”. La canción es Historia de un amor, y si es como dice la letra

que “sin tu amor… no viviré”, es cierto entonces que tampoco cantaré. Es sorprendente que el

chico se quede sin palabras (sin aliento, sin el soplo vital) justo en el momento en que tiene que

decir “no viviré”. Que le desaparezca la voz en el momento en que a través de la canción se queda

“sin amor” es lo llamativo.

Como se ve aquí, el pequeño Tiano hizo lo que en psicoanálisis se llama acting out o “pasaje al

acto” (algo que al no poder decirse con la palabra se dice con los actos) y de pronto, como dice la

canción, se apagó repentinamente la luz de su vida, la que le da también brillo y color a su voz.

Con toda seguridad el chico se encuentra a sus ocho años de edad en un particular momento de

su vida, de su propia historia personal, en el que el cariño y el amor de los padres es

fundamental. El Edipo también es una “historia de amor”. Y si él se queda “sin su amor” (sin el

amor de la madre), seguramente, como reza el estribillo de la canción, “no vivirá”, que es una

forma de decir también que no cantará. O tal vez al revés; que cantará solo para recibir… “su

amor”.

Que el lapsus de Tiano al cantar revela, tal vez, su deseo de cantar solo por amor, por amor al

que lo ama o a quienes lo aman; que son sus padres y sus hermanos, los que lo acompañan allí,

los que lo están viendo y escuchando además del público presente y todos los que lo miran por la

televisión. Porque esa es la historia que está interpretando Tiano con la canción, junto a la

amorosa Victoria: la historia de un amor, y como si fuera poco, como no hay otro igual. Y al

cantar es atravesado por la magia de esta letra que lo nombra y que le permite al mismo tiempo

decir –en la misma hondura de ese bache y de ese silencio- algo propio, algo de él mismo,

logrando que finalmente se escuche su voz en ese afónico lapsus, en ese tenue vacío colmado de

deseo y de dulce amor. Y tal vez lo que el talentoso muchachito ha logrado dejar dicho con esa

repentina mudez, y lo que ha quedado al descubierto ante los ojos de la gente no sea otra cosa

que su amor: su amor por cantar.

Por algo el mismo Alejandro Lerner les dijo a los chicos como devolución:

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“Qué lindo Tiano que hayas tenido esta oportunidad, porque son sellos. Cuando dos energías

como las de ustedes dos se juntan, hoy es el comienzo de algo”.

Sumemos esto mismo a lo que dijo en los ensayos la propia Victoria:

“Me gusta la idea de cantar juntos. Y más, Historia de un amor. Porque compartimos… el mismo

amor, que es cantar”.

*

El mail

Un mail a una persona querida y tantos años sin verla y ahora renace un viejo amor dormido en el

oscuro salón de sus recuerdos más preciados. Ella mandándole a él palabras de amor a la distancia, y

entre tantas cosas lindas y silenciadas por tanto tiempo, le escribe en un momento de arrebato amoroso:

¡necesitáme! Él, sin querer perder un minuto más de aquella gran postergación que fue su no animarse

a decir lo que sentía, le manda un poema que tenía que ver con cuánto la necesitaba.

El poema comienza del siguiente modo:

“Te necesito como el aire que respiro, sin el cual se angosta de angustia

mi alma enamorada…”

Pero el asunto es que en el mail él sintió la necesidad de decírselo en inglés. Lo quiso escribir en inglés

-una lengua que dominaba bastante bien- porque era una frase que la sentía musical, y ahí es cuando

comienza escribiéndole I need you... Sigue mirando el teclado y le escribe la frase mirando el teclado,

no la pantalla. Y parece que en un momento presionó “sin querer” la tecla de la mayúscula y cuando

levanta la vista para mirar la pantalla no lee “I need you” (te necesito), lee “I LOVE YOU” (te amo) ¡Y

bien grande!

Naturalmente, no había sido su intención escribir lo que escribió y menos aún escribirlo “con

mayúsculas”. Pero ya sabemos cómo es el bífido deseo que nos parte como un rayo cuando brinca

sobre nuestros solitarios corazones y golpea en ellos con fuerza y determinación, y la mayúscula

apareció allí, tan repentinamente como el rayo –muy a pesar de él- y ante sus propios ojos cobró

vida la expresión de un amor oculto que tampoco tenía pensado revelar. Es evidente que su

inconsciente utilizó este expresivo lapsus, que emergió traicioneramente sobre el teclado de la

computadora bajo la forma de una mano torpe y hábil a la vez, para revelarle a su eterna

enamorada lo que la barrera de su inhibición le impedía poder decirle, incluso aun estando tan

distantes y sin poder mirarse a los ojos. Es así como surge I LOVE YOU mágicamente en la

pantalla de su monitor, descubriéndose ante los ojos del hombre enamorado como la escritura de

un decir incontenible y largamente silenciado, como la declaración del poderoso sentimiento que

ahora mismo le estaba atravesando el pecho como si fuera la propia flecha de Cupido. Porque si

algo venía a dejar en claro la intromisión de este lapsus en su texto, era porque en verdad él no

necesitaba a aquella mujer; ¡él amaba a aquella mujer! Y no se detuvo hasta que finalmente

logró decírselo, sorprendiéndola y sorprendiéndose. Decírselo tal y como lo dicen y se sorprenden

los hombres cuando aman de verdad a una mujer: sin saber muy bien lo que dicen –y lo que

escriben cuando lo escriben, pero siempre, siempre en voz alta y como en este caso: con todas las

letras.

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*

El recuerdo de la frase de Borges

Un gran apasionado de la obra de Borges citó una vez una línea del escritor en la que, extrañamente,

comete un lapsus del que no se da cuenta sino hasta que un amigo que estaba ahí y que lo escuchó

decirlo, lo corrigió.

El hombre dice, como dice Borges:

"Una vez finalizado el trabajo, la obra ya no nos pertenece”. -Y agrega-: “Es del otro o del recuerdo”.

¡Y he ahí el lapsus sorprendente! Porque lo que Borges había dicho en realidad era: “Es del otro o del

olvido” (no del recuerdo).

El amigo del sujeto citado, al escuchar la palabra “recuerdo” se sorprende por el peso paradójico de la

equivocación, y le dice: “Vos recordaste el recuerdo cuando yo te recordé el olvido”.

Increíble, ¿no? El hombre que es capaz de recordar un fragmento de algo que había dicho el

escritor al que tanto admiraba, olvidó sin embargo una palabra que evocaba, justamente, el

olvido. Es decir: ¡olvidó el olvido!

La Iglesia Universal

La Iglesia Universal tiene un programa de televisión que transmite a la noche muy tarde que se llama

“La hora del milagro”. Se trata de un programa donde hay distintos pastores brasileros que realizan

entrevistas a personas que han sufrido problemas en la vida y donde relatan la forma en que han

logrado curarse milagrosamente.

El hecho es que allí cada uno de los entrevistados cuenta los dramas que le han tocado sufrir en la vida

y la forma en que han logrado superar sus penas y sus dificultades para alcanzar al final la tan

aclamada realización espiritual. Un extenso discurso sobre todo tipo de penurias económicas,

enfermedades terminales, malas rachas, trastornos físicos y emocionales conforman el relato fantástico

de aquellos sufridos feligreses, y la anécdota de todo esto es que al final de la entrevista, cada uno de

estos sujetos relata haber encontrado –algunos por la vía de la fe y otros por el toque de un Manto

Sagrado- no solo la sanación del cuerpo y del alma sino también la clave del éxito en la vida, pues

todos ellos se encuentran, por la gloria de Dios, nadando repentinamente en la abundancia, la dicha y la

felicidad. Y uno se pregunta –muy ingenuamente- ¿qué habrá de verdad en todo aquello?

Lo llamativo es que cuando la persona termina de contar que se curó, el pastor exclama con alegría:

¡sanada! El tema es que el pastor es brasilero, y cuando él dice “sanada” pronuncia “¡sanata!”, un

término que se usa en el lunfardo para “hablar sin decir nada”, que, para colmo, es también el anagrama

del nombre “satán”, el supuesto causante de todos los males que la gente –que no cree- padece por

entregarse a las tentaciones del demonio o “satanás” (sanatas).

Sería una buena idea que alguien le avisara a estos pastores extranjeros que la elección de esa

palabra no es en verdad la más conveniente para utilizarla en un programa que se realiza en

español y se ve en Argentina, ya que suena exactamente como el término que los porteños

relacionamos con el “camelo”, el “verseo” o “chamullo”, una habilidad muy asociada con nuestra

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famosa “viveza criolla” que consiste en seducir y encantar con el vacío y el ruido de las palabras,

más allá de lo que con ellas podemos decir.

Tal vez es algo que muy pocos conocen y vale la pena refrescar el dato de color: el primero en

utilizar el “arte de la sanata” fue el gran comediante argentino Fidel Pintos. Fue él quien lo

inventó en la década del 30 y lo convirtió en un género humorístico, difundiéndolo y

popularizándolo en sus actuaciones, especialmente en exitosos programas de televisión como La

peluquería de Don Mateo, Polémica en el bar y El Botón. La “sanata” tal y como fue creada por

el gran humorista consiste en un monólogo extenso con murmullos y palabras sin sentido, pero

que mantiene la apariencia de seriedad y de que se trata de pensamientos profundos y

coherentes.

Como decíamos, no es esta palabra la más adecuada para que el pastor brasilero la exclame con

alegría tras el relato de aquellas curaciones fantásticas o milagrosas, a menos que el pastor delate

su verdadero pensamiento en aquella clara homofonía; porque para él están “sanadas”, pero lo

que nosotros escuchamos son “sanatas”.

* La pausa

En un canal de cable que dan por la trasnoche, un mago es invitado entre otras personas del ambiente a

participar del ameno programa de juegos y entrevistas y en un momento determinado el conductor le

propone que los deleite con la realización de un juego de prestidigitación. El asunto es que el mago

saca del bolsillo sus brillantes naipes y, ante la vista de todos y principalmente ante del ojo de la

cámara, realiza con manos de gran prestidigitador un truco más que sorprendente en el que deja

boquiabiertos a todos los presentes, y todos en el piso lo aplauden estentóreamente. Todos menos el

conductor del programa que, queriendo ser gracioso, se le ocurre deslizar una humorada, y dice:

Yo no aplaudo no porque no me gustó, ¡sino porque lo odio! –Mira a la cámara y agrega-: Bueno,

vamos a la “plausa”. Perdón -se corrige-, a la “pausa”.

Como se puede apreciar en este cómico desliz, es evidente que lejos de odiar al increíble

prestigiador el simpático conductor quedó tan fascinado con el truco que también se quedó con

ganas de regalarle un aplauso. El caso es que su amable inconsciente, por esos giros de las letras

que hablan por nosotros -por nuestro pequeño y narciso ego- no escatimó esfuerzos para hacerlo

por él, quien por pretender dar la nota de color, no pudo revelar su deseo de aplaudir más que

por vía de la palabra en vez de la del gesto, como lo hicieron allí todos los que aplaudieron de

verdad.

* Los bocaditos

Hace un tiempo una señora conocida de mi familia que se encuentra desde hace unos años radicada en

España, -que llamaremos Matilde-, tiene un amigo allí que está de visita en Buenos Aires y me cuenta

por vía internet el siguiente episodio. Ella me dice que su amigo le envía un mensaje para preguntarle

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qué quiere que le lleve cuando vuelva. Ella después de dar vueltas unos momentos en su cabeza

mordisqueando el consabido “no, nada, gracias, no te preocupes…” le dice:

“Ya sé. Traeme unos bocaditos Bonafini rellenos de dulce de leche”.

Dos minutos más tarde, su amigo le manda un texto en el que le dice: Ok, Matilde. ¿Los bocaditos te

los llevo con pañuelito blanco? Un minuto apenas le lleva a Matilde comprender las palabras de su

amigo hasta que finalmente “cae”, y dice:

-Ups. Dije Bonafini y era “Bonafide”. (Los famosos chocolates)

Cuando hablo con ella por chat me dice:

Hugo, no sabes... hace dos días y yo sigo masticando este fallido. ¿Me querré comer a la vieja? (Se

refiere a Hebe de Bonafini, la conocida activista argentina de los Derechos humanos y una de las

fundadoras de la asociación de Madres de Plaza de Mayo) Por favor, necesito que me confirmes

la inexistencia de ese que le dicen inconsciente… ¿Puede ser?

Y yo le digo:

-Matilde, ¿en verdad necesitas que te confirme lo que ya sabes? ¿Por qué mejor no me decís qué

es lo que te pasa con esa vieja, como vos le decis? Y me contesta tajantemente:

¡La detesto! Y agrega esta data:

Tengo a mi viejo en Ezeiza hace cuatro años y no hay movimiento en su causa. Papi cumple 80 en

febrero. Mi viejo era militar. Lo encanutaron hace cuatro años y desde entonces nada ha pasado.

Mi viejo era Coronel del ejército en aquella época, y ahora se lo quieren llevar a Campo de Mayo.

Pero todavía está sin condena, y encima el juez de la causa es “K”. Yo hablo por teléfono con él

todos los días. El tema es que papá tenía domiciliaria, hasta que Derechos Humanos pidió prisión

y lo volvieron a buscar y se lo llevaron a Ezeiza. Desde que me enteré la noticia vivo con un nudo

en la garganta...

¿Por qué crees que la asociaste con el famoso chocolate? –le pregunto maliciosamente. No sé –

balbucea. Pero te juro que la sigo manducando…

Y le repito como un eco:

“¿Manducando?”.

Ella se ríe y exclama:

¡Es eso! ¡Creo que es eso! Sí, me la quiero comer viva a esa hdp. ¡No la paso! ¡La tengo

atragantada acá a “la dulce”! ¿Será por eso lo del nudo en la garganta?

*

Los “tacones de punta”

-Y al final, ¿vos con Sol como quedaste? -Le pregunta Jorge Rial a Mario Pergolini en una entrevista

que le hiciera en su programa de Intrusos. A lo que él contesta:

-Bien. La verdad es que no estoy mal con nadie.

-¿Con Tinelli tampoco? –Le pregunta el conductor, pinchándolo un poco-. ¿Se hablaron?

-No, no… y hasta de hecho estamos con una…

-¿Con una qué? –Repregunta Rial-. Entonces él contesta:

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-No, no… se descomprimió mucho después de… cuando yo ya no tuve tanto la necesidad que me

imponía el aire, y me la imponía yo… de irle más con los tacones de punta… -hace un alto, dibuja una

sonrisa cómplice y completa él mismo con cierta jocosidad-: ¿Tacones dije?

Se sonroja totalmente sorprendido. Y después, murmura con cierta ironía:

-Ehhh... no… cuando… cuando salí con “los tacones de punta”… –se ríe involuntariamente y agrega-:

Qué tremendo… Me operaron… Tuve una operación hace poco… Sí, me tuve que operar… pero

enseguida lo conté por la red y dije no quiero terminar… Y me tuve que operar… Lo que le pasó a…

Mascherano.

Rial lo chicanea un poco y él dice:

-Por estrés. Un problema en la zona. Pero por estrés.

Rial lo sigue jorobando un poco más hasta que, de pronto, no le queda otra opción a Mario que

explicar:

-Fue tremendo. El primer día después de la operación empecé creyendo que era uno de estos dolores

comunes… después iba evolucionando... uno va a la farmacia y cree que lo puede solucionar y sigue

laburando. Lola me decía: Loco no puede ser. Ya pasó mucho tiempo, hacete ver”. Y realmente había

tenido un problema en el esfínter que se había complicado bastante, y me tuve que operar.

Justo cuando dice que ya no tenía necesidad de salir con los tapones de punta es cuando el asunto se le

da vuelta y… -oh, casualmente- pasa a ser él mismo a quien le salen con los tapones de punta, y, como

quien dice, parece que los usaron para darle un boleo en el orto tan fuerte que el pobre no tuvo más

remedio que terminar en una sala de operaciones y con el rabo morado y dolorido entre las patas.

Recordemos que “salir con los tapones de punta” es una expresión típicamente masculina que,

por lo general, suele poner en juego una impostada embestida de virilidad, y Pergolini, podía

haber dicho aquí “con los botines de punta”, pero el inconsciente del conocido conductor eligió

utilizar deliberada y traicioneramente el significante “tapones” en lugar de “botines” para

poderlo sustituir por el de “tacones” (apenas una letra de diferencia) y así llegar a decir lo que,

evidentemente, tenía más ganas de esconder que de decir, que era lo de la operación del esfínter

que lo dejaba en una franca y feminizante posición que, para él –según revela el lapsus- era

bastante vergonzosa. Por esa razón, él mismo arrancó la entrevista con Rial con los tapones de

punta y terminó con los tacos… –lapsus mediante- empantanado hasta el cuello.

Pero bueno, por lo menos la situación desgarradora –nunca mejor usado el término- que vivió en

la entrevista televisiva con Jorge Rial se terminó, afortunadamente -como él mismo dijo-:

descomprimiendo…

*

El padre culpable

Un paciente cuyo amor hacia el padre trataba de demostrar toda vez que podía, dijo en una ocasión,

tratándolo de defender de una grave acusación.

-¡Él es inocente! Yo lo conozco bien. ¡Él no fue el culpadre! (Silencio) Perdón… quise decir: culpable.

En este caso, también el lapsus es totalmente comprensible. Él estaba obsesionado con los

rumores que las malas lenguas dejaban correr sobre la conducta de su padre. El hablaba todo el

tiempo de ese tema, pues estaba tratando de separar al padre de su supuesta culpabilidad.

Recién cuando logró escuchar esto pudo deslindar –dentro de él mismo, o sea, en su propio

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discurso- al padre de la acusación de la que era objeto, pues él también, en algún momento “y sin

darse cuenta”, inconscientemente culpó a su padre. Lo que él no sabía –y descubre gracias a este

tropiezo discursivo que encuentra en análisis- es que, en el fondo, no hacía otra cosa que defender

al padre... pero, ¡de su propia acusación!

En el inconsciente las palabras se mezclan y copulan formando, como vemos en este caso, la

palabra “culpadre” (cruce entre “culpable” y “padre”) para poder decir “padre-culpable”,

casualmente cuando en ese momento el sujeto estaba tratando de decir que era inocente; justo

todo lo contrario. Como se puede ver en este ejemplo, y como diría Freud, cuanto más niega la

conciencia moral del hijo que su padre es culpable, más se esfuerza el inconsciente en decir la

verdad, es decir, en afirmar lo contrario. Diciendo la verdad, como se dice siempre, a medias.

Por eso aquí sería decir al revés, que es la forma correcta de decirlo: “verdaderamente, él no es

culpable; ¡él es culpadre!”. Así, con todas las letras.

CONC CULPABL E

----------------------------------------

INC CULPADR E

CULPA

PADRE

* Panam

En una oportunidad, la modelo y conductora de televisión conocida como “Panam” por aquello de que

en el lenguaje vulgar se le dice a la mujer que es muy atractiva que es “un avión”, (siendo este apodo la

sigla de Pan American World Aiways, la más importante aerolínea de los Estados Unidos de América),

en un reportaje que le hicieron hace tiempo por la televisión, se mostró visiblemente ofendida porque

alguien había deslizado públicamente una mala opinión sobre su persona que, según ella, era

completamente falsa.

“El tipo es un amargo, por eso me critica...”, -dijo varias veces a lo largo de la entrevista-, “...lo que

diga esa persona me tiene sin cuidado. Para mí es un pan amargo”. (“panam”).

PANAM

“PANAMARGO”

AMARGO

Claro que ella nunca no logró escuchar las letras que su inconsciente logró deslizar en ese

momento de la entrevista. Pero nosotros, como televidentes –y especialmente como analistas-, sí

pudimos escucharlas. Es evidente que algo de lo que el “amargo” le dijo le tocó en el amor

propio, relacionado directamente con el nombre artístico con el cual ella se hizo conocida, por ese

motivo lo sintió como si hubiera sido una ofensa a su buen nombre y honor. Pero de pronto algo

se dio vuelta en su decir, pues ahora era ella la que deslizaba una opinión descalificando a la

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persona que supuestamente la había ofendido con esas declaraciones, sin saber que, al hacerlo,

quedaría implicada en la misma expresión que usó para criticarlo a él.

Cuando creía que hablaba del “amargo” (del otro) hablaba también de “panam” (de ella, es

decir, del “panamargo”).

Seguramente por ese desmesurado interés que tiene la modelo en llamar la atención de los

caballeros –y por qué no de las damas también- y dejar fascinados a cuantos contemplen la

belleza de su voluminoso aspecto físico es que podríamos otorgarle otro apodo a la infartante

rubia. Un nombre más acorde al nombre artístico que utiliza para aparecer en la televisión y

deslumbrar con su prodigiosa figura. En síntesis: podríamos decir que Panam es una mujer…

“despampanante”.

“DESPAM-PANAN-TE”

Simplemente y apenas como un dato de color podríamos decir que, en sus orígenes, el

término despampanante tenía un significado muy diferente al que actualmente le damos en su

uso. Se trata de una palabra que proviene del latín y se compone del prefijo des cuyo significado

es “sin” y pampanante que proviene de “pámpano” que es el nombre de la hoja de parra (la vid).

Cubiertos en sus partes íntimas por unas hojas de parra (pámpanos) se representó a Adán y Eva,

por lo que despampanante, es decir, des-pampanante (sin pámpano / sin hoja de parra) significa

que nada cubre sus partes íntimas y, por lo tanto, está desnudo/a; algo que provoca sorpresa o

admiración al quedar al descubierto la anatomía desprovista de ese elemento que la cubría.

Por esa razón decimos que las letras que conforman a Panam cuadran o calzan perfectamente

bien en este sobrenombre que, posiblemente sea el mejor término con el que la lengua pueda

expresar –y con toda su potencia semántica- el asombro que causa en los hombres la exuberancia

de sus curvas. Se sabe que la modelo ha hecho sus primeras apariciones en televisión siempre

muy liviana de ropas, sin embargo, como no se sabe que haya hecho desnudos en producciones

fotográficas hot ni tampoco exhibición de sus partes pudendas, mostrándose siempre ante el ojo

del televidente como una Eva en el Edén, podríamos decir que el apodo “Despampanante” le

viene a Panam como la hoja de parra al sexo.

* Una hermosa mujer

Una reconocida actriz de telenovelas contó una anécdota en un exitoso programa de televisión sobre

una cita que tuvo alguna vez con un joven. Fue una de esas citas que se tienen a veces casi a ciegas y

que finalmente no prosperó. El hombre en cuestión parece ser que era médico, abocado a la rama de la

pediatría. También era serio y bastante apuesto, y el relato de la actriz es más o menos así:

Se conocieron una noche de luna radiante en un restaurante pequeño pero muy bonito, y por intermedio

de una amiga en común, que fue la que hizo los arreglos para que se vieran allí. Llegó la hora y, como

fue arreglado por la amiga, se encontraron en el restaurante. Ni bien se vieron se saludaron y se

sentaron en la mesa que él ya había reservado junto a la ventana, para tener una cena romántica a la luz

de la luna. Enseguida vino uno de esos chicos que venden flores y él, muy galantemente, le compró

una. Luego sacó una estilográfica del bolsillo y garabateó algo rápidamente en una servilleta que luego

le entregó a la actriz junto con la flor. La mujer, visiblemente halagada, recibe la misiva con la sonrisa

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iluminada por la misma luz de la luna que entraba amablemente por la ventana. Pero cuando la famosa

actriz lee lo que su apuesto y gentil pretendiente había escrito en el papel, su cara rozagante cambió

inesperadamente de color. Ahora blanca como la servilleta que entre sus manos, vaciló sorprendida

unos instantes, increyente a lo que sus ojos estaban contemplando. La visión fue para ella poco menos

que escalofriante: el galante caballero que tenía sentado enfrente había escrito el paradigmático texto:

“Es para vos Ermosa” (Pero así: sin H y con la E mayúscula)

Cuando el conductor del programa le pregunta divertido a la actriz: “¿Y vos que le dijiste?”, ella

contesta enseguida: “No, no le dije nada”. Entonces él se ríe y le hace una humorada: “Te quedaste

muda como la h”. La mujer sonríe a su vez, con cierto disimulo, y agrega, ya con otro talante: “Y sí,

no le dije nada, pero ahí mismo se terminó todo para mí. Me desinteresé automáticamente, y ya no

volví a verlo más y él tampoco me volvió a llamar”.

Parece raro que un profesional instruido, inteligente y formado en la Universidad de medicina

haya cometido semejante horror ortográfico justo en el momento en que su pretensión era

quedar bien con la dama a la que quería conquistar. Por eso nos tenemos que preguntar: ¿Sabía

el caballeroso doctor que con esa agraciada dedicatoria estaba firmando su declaración de

desamor y, por lo tanto, el final de una relación que nunca llegaría a iniciarse? Es evidente que

algo inesperado había ocurrido esa noche con la escritura de esa dedicatoria. Algo

lastimosamente desagradable le había sido revelado nada menos que a la luz de esa luna tan

dulcemente esperada, pero con el sabor de un amargo descubrimiento. Algo que ponía de

manifiesto una verdad que a todas luces tenía que hablar por sí misma. ¿Cuál? Que ese tan

esperado encuentro a ciegas no había sido más que un auténtico desencuentro.

Todo el mundo sabe que la h es el único grafema del español que no se pronuncia, que es

“muda”, sin embargo el inconsciente de este hombre decidió utilizar esta letra muy especialmente

para darle voz e imagen a una verdad que se le impuso –no escribiéndola, por cierto-, para dejar

dicho eso que le afloró de inmediato ni bien vio a la mujer y que, sin poder refrenar, decidió

expresarle en la dedicatoria que le hizo, con la única finalidad de… hacérselo saber.

Es evidente que la mujer no dejó al pediatra por haber cometido este imperdonable error

ortográfico en la nota que le diera en su primera cita. Tampoco fue porque estaba nervioso y se

equivocó al escribir (la E mayúscula revela la intensión de escribirla así “sin la letra h”) sino por

haber escuchado y comprendido perfectamente bien lo que la ausencia de esa misma letra estaba

deslizándole entre líneas, allí, justo delante de sus ojos. Fue cuando comprendió el desafortunado

efecto que su lánguida figura había provocado visualmente en el hombre de su cita.

Este guarango error ortográfico que produce en su nota el galante doctor causa horror en la

mujer que lo recibe, pues se hace evidente que lleva en él el mensaje de un solapado decir. Un

hombre educado, instruido, un profesional de la medicina sabe perfectamente bien cómo escribir

la palabra hermosa, pero sí aun entonces lo escribe de ese modo (sin la h y en ese contexto donde

su pretensión es fundamentalmente seducir y conquistar) es porque estamos frente a un auténtico

lapsus, lo que se conoce como “lapsus cálami” (lapsus en la escritura) uno de los más interesantes

por su relación con el escrito y con lo real.

Así pues escribir “Ermosa” sin h en una nota dedicada especialmente para entregar en mano a

una dama junto a una flor, en una cena romántica, a la luz de los candiles y de una bella luna,

cuya brumosa luminiscencia pareciera haber alterado la imagen idealizada que tenía el

pretendiente sobre la belleza de la mujer. ¿Qué es lo que realmente quería dejar afuera este

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sujeto con el olvido de esa letra? Algo en él la hizo escribir sin h, refiriéndose especialmente a la

hermosura de la dama. El hombre enmudece como esa misma letra ante la hermosura de la

mujer que conoce por primera vez, pero no exactamente por verla “toda hermosa”, dueña de una

belleza inmaculada, perfecta, sino por descubrir en ella lo contrario, porque comprende que algo

falta en la hermosura de esa mujer que esperaba encontrar cuando la viera y que, por cierto, no

encontró ni se animó a decírselo. No con palabras… Con una sola letra: con la letra que falta.

El error de no escribir la letra -que no se pronuncia- es una manera de decir (sin decir) que algo

falta en esa mujer “(h)ermosa” para que llegue a completar el ideal tiene el pediatra de lo que

para él es “una mujer hermosa”. Lo que viene a demostrar que no era precisamente esa mujer –

la que veía por primera vez en la cita- la que él parece haber imaginado que era. Y esto es lo que

queda cuestionado en el lapsus de este galán de las letras: si la mujer que acaba de conocer es

para él realmente “hermosa” (con todas las letras) como quería decirle en esa frase que le

escribió, o si a decir verdad, él cree que algo falta en esa mujer para verla “completamente

hermosa”, como se lo hizo saber cuándo inconscientemente sustrajo la letra que revelaba lo que

verdaderamente pensaba sobre su belleza.

La mujer comprende enseguida que el caballero que tiene delante suyo no la ve con ojos de

enamorado, pues reconoce el desamor a primera vista; nada menos que cuando ve el tropiezo en

la palabra que él mismo buscaba resaltar, entendiendo que lo que el sujeto pretende mostrarle es

algo falso, algo que es totalmente opuesto a lo que él dice que es.

Y es así; el hombre piensa que la dama no es hermosa. La palabra hermosa, hermosamente mal

escrita, opaca sin más la belleza de la flor regalada. Y ella no es ingenua en esto, ella lo sabe

perfectamente bien. Y lo sabe bien porque él mismo se ha encargado de hacérselo saber de

entrada, y porque se lo ha dicho con una honestidad descaradamente brutal, sin comprometer en

nada su palabra y, por sobre todo, sin tener que quedar al descubierto, bajo la máscara

incontestable de un descarado decir que no lo inculpa del todo y que solo sirve para protegerse de

su propia desilusión. Un decir que no es fónico, que no puede ser escuchado pero que fue para

ella perfectamente legible, pues ha logrado descifrar –y a la letra- lo que realmente él pensaba de

ella.

La cita tuvo lugar aquella noche durante la cena romántica –un encuentro fallidamente acertado-

pues la hermosura que él pretendió destacar terminó quedando cuestionada y mal vista al final,

bajo la cegata luz de una luna ingrata y de un fallido lamentablemente bien escrito. Pero por la

malicia o impericia de un Cupido malhumorado o mal dormido se encontraron esa fatídica noche

en la ausencia de la letra que no se pronuncia, que es en sí misma la firma de un desencuentro; y

en esa misma mudez, cual silencio de tumba, lograron enterrar lo que verdaderamente sentían

uno por el otro, para no verse las caras por siempre jamás.

* En una oportunidad vi en el muro de Facebook que una chica había escrito la siguiente frase:

“Ando ganas de encontrarte de una buena vez por todas…”.

Lo que me llamó enseguida la atención, y lo que puede verse a golpe de vista es a un sujeto

manifestando sus ganas de encontrarse con alguien en la vida y, al mismo tiempo -oh casualidad-,

produciendo un lapsus al escribir dicho deseo en el que deja afuera, justamente, nada menos que el

término “con”, ya que dice “Ando (…) ganas de encontrarte…”.

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La ausencia de la preposición en esta frase nos muestra sobradamente que este sujeto anda por la

vida sin alguien, es decir, sin contar con la posibilidad de estar con alguien.

Lo que ha escrito en el muro con este traspié de la letra, y tal vez como un especie de silenciosa

exclamación (algo así como para que todos se enteren pero que nadie lo sepa) es su imposibilidad

para encontrarse “con”, es decir, “con el otro”. Pero hay que leerlo ahí, a la letra, bien juntito.

En este caso, le falta –literalmente- el significante “con” con el que puede relacionarse con-el-

otro. Pues ¿cómo va a encontrarse con alguien si ni siquiera puede nombrar aquello que le

permitiría darle a él (al otro, a quien dice querer encontrar) su lugar y su existencia si la

condición gramatical para poder nombrar al otro, para darle existencia en su decir es que haya

“con”?

Tal vez podríamos leerlo desde el otro lado para poder ver cómo el inconsciente de este sujeto ha

hecho aquí, con esta hiancia en su escrito, llamada lapsus cálami, dejar dicho su terror a

encontrarse con “con”, es decir, “con el otro”. Con un otro que no es que “le falta” (como dice)

sino que es con un otro que “le hace falta”, y nunca mejor visto, a la letra.

Lo paradójicamente contradictorio de este escrito es que, a nivel del enunciado, el yo manifiesta

sus ganas de encontrarse con alguien; pero a nivel de la enunciación lo que el sujeto dice es que

nada quiere saber de encontrarse con alguien, pues lo que ha logrado con la exclusión de este

“con” es finalmente encontrase “sin” el otro, que es lo mismo que decir “con nadie”. Y al punto

tal que deja afuera de la frase que utiliza para decir su deseo de encontrarlo, nada menos que la

misma partícula gramatical que le permitiría decirlo.

Es tal el terror que tiene este sujeto a encontrase con alguien (como representante de la

diferencia) que ni siquiera puede llegar a decirlo, literalmente, -nunca mejor dicho-, con todas las

letras.

* Para no olvidarme

Una mujer cuenta el siguiente episodio: dice que tuvo que hacer algunos trámites en la municipalidad

donde reside y, aprovechando oportunidad de que estaba allí, fue a abonar la cuota correspondiente al

servicio de la municipalidad, y para no tener que estar pendiente de revisarla todos los meses, decidió

juntar el dinero y pagar todo el año. Pero lo interesante de este pequeño relato es lo que le sucedió a la

mujer después, cuando terminó de realizar el último trámite y le pregunta al empleado que la estaba

atendiendo, si ya que estaba allí no le podía pagar también una boleta que tenía en la cartera, a lo que el

hombre accedió muy amablemente. El punto es que el empleado le dice, después de cotejar en la

computadora el informe de la factura: Señora, esta factura usted ya la tiene paga. La mujer mira al

hombre, sorprendida, y le contesta: ¿Cómo? No puede ser, señor. Fíjese bien. El empleado chequea

nuevamente y le replica, esta vez, categóricamente: No, señora, esta boleta ya está paga. Y es más; la

tiene paga por todo el año. Entonces la señora abre los ojos bien grandes y exclama: ¡Ah! ¡Cierto! ¡Ya

recuerdo! ¡Es la boleta que acabo de pagar recién! Y agrega:

“Pagué todo el año para olvidarme de que pagué. Y ahora me vengo a olvidar, justamente, que pagué. ¿Qué

loco no?”.

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Loco o no, lo cierto es que a nosotros, los psicoanalistas, estos actos sintomáticos relacionados con

las cosas que hacemos cotidianamente y luego olvidamos que hacemos no nos llama la atención en

absoluto, todo el tiempo los neuróticos estamos enredados en este tipo de “locuras” o actos

extraños en los que nunca sabemos bien cuál es su razón de ser, es decir, qué sentido tienen ellos

y por qué los hacemos. Y para entender especialmente el sentido de este olvido, deberíamos leerlo

así, bien a la letra, tal y como la señora se lo dijo al empleado: “Pago para olvidar”. ¡Y

ciertamente olvidó! Olvidó que pagó. ¡Olvidó que pagó para olvidar!

Lejos de ser esta circular forma de decir un trabalenguas sin sentido, debemos comprender que

el inconsciente está acostumbrado a expresarse de ese modo, siempre entrecruzando y

entretejiendo las letras de los significantes que nos atraviesan y hablan por nosotros. Tan

poderosamente efectiva resultó ser la función del olvido en este ejemplo que, sumado a la función

de desconocimiento que tiene el yo de esta mujer, respecto de las cuestiones que atañen a sus

fantasmas inconscientes que, ciertamente, olvidó que pagó la boleta sólo para hacer efectiva la

función de olvidar que pagó.

Casi con la estructura sintomática de un círculo vicioso: “Pagar para olvidar que se pagó, y así

tener que volver a pagar”. La apariencia de este acting conlleva en sí mismo una forma de

autoengaño, un modo reiterativo especialmente diseñado por el inconsciente para estar

perpetuamente pagando, pagando algo que en verdad nunca se termina de pagar, porque se paga

–justamente- para seguir pagando, porque lo que se paga es en realidad una deuda eterna, una

deuda que es en sí misma impagable.

Podríamos seguir ahondando en todo lo que atañe a este lapsus y a esta simpática manera que

tiene nuestro sujeto de operar con el significante y con su forma de pagar lo que,

estructuralmente, él mismo sabe –y perfectamente bien- que es imposible de pagar. Pero

preferimos no ir más lejos con el ejemplo de este breve análisis, ya que esto podría conducirnos a

preguntarnos por el sentido que tiene la deuda para este sujeto, esa deuda eterna que lleva

implícita esta singular forma de denegación, que bien podríamos definirla parafraseando la

conocida forma zen, que tanto nos gusta citar a nosotros, y que sería algo así como: “Pagar sin

pagar”.

* Donde quiera que vaya…

Una mujer en el Facebook escribió esto:

“No tengo la menor idea de cuál será mi futuro pero estoy segura q donde quiera q valla

allí dejaré una huella”.

Si bien la frase es interesante, nos resulta difícil creer que esta mujer pueda ir a ningún lado con esta

forma de decir, ya que al escribir vaya con doble ele, la convierte automáticamente en una “valla”, es

decir, en un obstáculo que le impide el paso, y por consiguiente, la imposibilidad concreta de avanzar y

dejar huellas. Pero veamos el ejemplo con un poco más de detenimiento.

Está claro que sin darse cuenta de lo que ella misma estaba escribiendo en su muro ha dejado

dicho sin embargo lo que realmente le estaba ocurriendo en ese momento, y que es el causante de

que escriba la frase como la escribe. Pues bien, desconociendo completamente el motivo que la

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empuja a escribir estas líneas, esta mujer ha creado con esta falta de ortografía otro sentido a su

frase, uno que es diametralmente opuesto al que seguramente pretendía expresar. ¿Es esto

casualidad? Pues ciertamente no. Ya que al confundir la primera persona del singular del

presente de subjuntivo del verbo ir con una construcción material, como puede ser una pared,

una cerca o un vallado, lo único que hace es producir una contradicción lógica en la consistencia

de su discurso y de lo que pretende decir.

Ella dice que quiere ir -y dejar sus huellas-, pero comete un error en la escritura que dice todo lo

contrario, que en realidad no puede ir. Y no puede porque se encuentra con un obstáculo (que es

la valla), como se encontró con el error ortográfico, implícito en el mismo término que,

irónicamente utiliza para decir que quiere “ir”.

Para concluir esta observación, podríamos decirle a esta señora y, parodiando el lapsus de su

propia frase, la siguiente reflexión: “No tengo idea de cuál será su futuro, señora, pero estoy

seguro que donde quiera que vaya… allí –no dejará una huella-, allí encontrará una valla” (un

impedimento para avanzar).

Y como el lector atento ya habrá podido apreciar, es evidente que éste es justamente el problema

de este sujeto: su dificultad para poder avanzar, pues se encuentra todo el tiempo con vallas

(obstáculos) que le impiden la posibilidad de que vaya alguna parte. Este fenomenal error

ortográfico en su discurso no hace otra cosa que revelarnos el síntoma que padece. Pues se haya

visiblemente preocupada por convencerse a sí misma (“estoy segura”, dice) de que podrá llegar a

cualquier lugar que se proponga ir, desconociendo conscientemente –pero reconociéndolo en lo

inconsciente- su imposibilidad real para poder hacerlo.

* La suegra

Una mujer que hablaba peste de su suegra hace un lapsus en un momento en el que deja de manifiesto

una condensación entre los dos significantes que estaba utilizando para sostener su rivalidad con la

madre de su marido. Lo que ella dice es:

“Ya lo tengo decidido, Maru; si el pollerudo de mi marido no cambia ahora mismo la actitud con su mamita, yo

te aseguro que no piso nunca más la casa de mi nuegra”.

De una forma fantástica el inconsciente de este sujeto ha producido de la fusión con las letras de

“nuera” y “suegra” en el que revela una nueva y sorprendente construcción significante:

“nuegra”.

NUERA-SUEGRA

------------------------------

NUE GRA

* La loca de m

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En análisis, un joven altivo y desamorado, con una forma de vida exaltada y un tanto licenciosa, dice

de una mujer a la que llama “loca de mierda” y con la que suele tener relaciones ocasionales, pese a no

interesarse por ella más que para hacerle el amor carnal o “descortés” –como le dice él-:

“Te juro que voy a tener sexo con esta loca de mierda… –le dice al analista en un momento de la

sesión- sólo para sacarme las ganas. Pero la mina es tan rompe pelotas, que ya solamente con lo que me

dice, me saca las ganas de todo”.

Bien, si sacudimos un poco las palabras sobrantes de todo este berenjenal y traducimos

concretamente lo que está diciendo este sujeto, nos vamos a encontrar con el siguiente estructura:

“Voy a sacarme las ganas, pero con lo que ella hace, ya me saca las ganas” o “ya me saco las

ganas”.

El resultado que produce este giro en el decir de este sujeto, constituido por la inversión que el

inconsciente hace del “sacar-me” al “me-saca” y por extensión al “me-saco” es, realmente muy

significativo respecto de lo que atañe a la puesta en juego de su deseo –del que nada sabe, por

supuesto-, ya que lo que hace con este modus operandis es “sacase las ganas antes de ir a sacarse

las ganas”.

En efecto, para qué ir a soportar a esa “loca de mierda” solo “para sacarse las ganas” si con solo

pensar en lo desquiciada que está él ya logra, imaginariamente, salir de su casa y en menos de lo

que canta un gallo (ya que él cuenta que se tenía que quedar hasta la madrugada para lograr por

fin tener relaciones con ella), lo mismo que lo que buscaba al ir a verla: “sacarse las ganas”. Él se

saca las ganas pensando masturbadoramente que la “loca de mierda” le saca las ganas. Lo que

hace el inconsciente es producir el “me saca las ganas” (me quita el deseo) por el “me saco las

ganas” (me brinda un goce).

* Hacerse cargo

Un político de la provincia de La Rioja y muy cercano al pasado gobierno Menemista dijo en una

entrevista televisiva cuando el conductor del programa hizo este comentario:

“…me gusta porque los que llegan ahora no se hacen cargo del menemismo”. Y el diputado riojano se

apura a contestar: “Y no tienen por qué hacerse carrlo”.

Con esa forma tan particular que tienen los riojanos de pronunciar la letra r que, al estar en este

caso tan fonéticamente pegada a la g, terminó convirtiéndola en una ele, lo que -lapsus mediante-

hizo sonar la palabra del diputado más parecida a “carlo” (por Menem) que a “cargo” (de

responsable).

Una vez más el inconsciente ha encontrado una forma muy clara de decir lo que ya todos

sabemos y de lo que todavía muchos personajes del gobierno se siguen defendiendo, a saber,

como dijo el conductor del programa: que ahora nadie de los que fueron parte del gobierno

menemista quiere hacerse responsable de lo que hizo… “El Carlo”.

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* Xipolittakis y Ottavis

El radiante mediodía del domingo 20 de marzo todos pudieron ver en el programa de Mirtha Legrand a

la nueva y muy anunciada pareja televisiva del momento más felizmente despareja (la vedette Vicky

Xipolittakis y el dirigente político José Ottavis) mostrándose comprometidos y muy enamorados.

Nadie podía pensar que llegaría el día en que Dios querría reunir –y especialmente en la mesa de

Mirtha- a estos dos tortolos mediáticos, haciendo gala de un show amoroso de besos, caricias y

abrazos, mostrándose todo el tiempo pegados uno al otro como si fueran dos tratando de ser uno.

Y esto es lo que le hace el amor a los sujetos que son objeto de la infame y ciega flecha de Cupido:

“hacer de dos uno”.

El enamoramiento que se profesan ciegamente con este nuevo affaire Xipolittakis y Ottavis se

halla determinado por esas letras del amor que han logrado encajar por esas vueltas del destino

en el seno de sus propios nombres, forjando con ello una nueva y asombrosa construcción

significante; como lo dejó expuesto el video graf que apareció en la pantalla de uno de los

programas de televisión que más tarde reiteraron la noticia, que decía: “´Los ´Xipolittavis´ con

Mirtha”.

Cuando el embelesado conductor de La Cámpora comprendió que el amor había golpeado

nuevamente las puertas de su corazón y la vida volvía a ponerlo entre dos amores, no dudó un

segundo en alejarse del “Frente para la Victoria” para asegurarse un partido más carnalmente

atractivo con “Vicky” Victoria.

*

Quiero un hijo así

Una vez una chica del Facebook subió un video donde hay un niño muy bonito que va caminando

despaciosamente al lado de un perro muy peludo. El eslogan que ella puso debajo del video es

sorprendente. Va, al menos llamativo.

Dice:

“Me mueroo! Se quedó esperándolo. Quiero un hijo así algún día”

(La chica no tiene hijos ni perros)

En el video se ve a un nene muy bonito, con una abundante melena rubia que se agita con el viento

mientras camina tambaleantemente llevando de una correa a una mascota, más peluda y bastante más

grande que él. Los dos van caminando juntitos, a paso quedo, por un pedregoso camino de tierra

mojada, donde puede verse pequeños charquitos de barro diseminados por allí. En un momento el chico

suelta la correa, se da media vuelta, y camina unos pasitos hacia atrás para chapotear especialmente

sobre una pequeña laguna, formada en un declive del camino, no muy lejos de él. Pero el perro, en

cambio, permanece quieto en el lugar, sereno, inmutable, mirándolo con la cabeza ladeada y esperando

pacientemente a que el pequeño haga su travesura de pisar el charco de barro y regrese a la caminata.

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Cuando el chico vuelve, al rato, se agacha, toma la correa del piso y continúa caminando muy

tiernamente, dando en su andar unos pasitos lentos y muy cortitos.

La escena es breve, encantadora y desbordada de ternura. Pero la pregunta de rigor que nos

surge aquí, y proferimos casi con cierta ingenuidad cuando la chica del Facebook dice “quiero un

hijo así algún día” es ¿qué es lo que quiere esta chica realmente? ¿Un hijo como ése o un perro

como ése?

Ella -recordemos- exclama sorprendida: “Me mueroo! Se quedó esperándolo” (pero se refiere al

perro; el que espera es el perro). Y seguido dice: “Quiero un hijo así”. “Así”, de esa forma. Es

claro que está hablando de la mascota, y que lo que ella quiere –o espera- no es un hijo, sino un

hijo “así” (así como ese perro -que espera-.). Ella quiere que el hijo -el que le encantaría tener

algún día- sea como ese perro peludo “que se queda esperando al niño” (como se queda ella

esperando a que llegue el hijo, o como espera tener algún día un perro, quién sabe). De consuelo,

decimos. Ya que el perro es más factible de situarla en un lugar más narcisista, como es ella, y

por consiguiente, permanecer gozando visualmente con la eterna idealización de un hijo, un hijo,

claro, como si fuera de peluche (por lo peludo), y ella, la niña que camina a su lado y que lo cuida.

Un hijo desprovisto de todo viso de realidad y humanidad, pues es el hijo del fantasma, el hijo de

sus fantasías inconscientes es un ser que no habla ni demanda, más parecido a un perrito o a un

ser estético que a una persona real de carne y huesos.

Suponemos que para esta chica encantadoramente infantil y sentimentalista, que sube fotos en

poses seductoras, paseando con amigas y con chicos carilindos, que exhibe en primer plano sus

uñas pintadas y su lacia cabellera, o esos jeans rotos y soleros colorinches y gastados, siempre

acompañados con textos del estilo: “Yo y siempre yo”; “Otra vez yo” y “Quiéranme así como

soy” es más fácil tener un canino al que sacar a pasear que educar hacerse cargo de una criatura

real.

Por eso se deshace en un eufórico sentimentalismo ante la visión de estas imágenes tan

dulcemente tiernas e imposibles de acceder, donde no sabe bien y se confunde, como en este caso -

por lo que expresa en su escritura-, si está hablando de la mascota o del niño o si habla de la

mascota como si fuera un niño. Por eso nos preguntábamos al comienzo, al leer la frase que

adjuntó al pie del video: ¿Qué es lo que quiere tener realmente esta chica? Tal vez lo único que

quiere ella es seguir hablando de perros y de niños, para seguir suspendida en la nada, flotando

en ese vacío existencial que la empuja a soñar despierta la vida que cree que algún día tendrá.

Por supuesto, con la sola finalidad de seguir imaginando y deseando… para tener… algún día…

-y para ella sola- algo… más o menos parecido a lo que vio en el video.

* La ambulancia

Es una linda tarde de domingo. Me encuentro con un amigo en la puerta de su casa, y me pongo a

charlar despreocupadamente sobre el auto que acaba de sacar del taller. Junto a nosotros se haya su

pequeño y sonriente hijito de seis años, brincando alegremente en la vereda con su flamante y moderno

triciclo. De pronto pasa una ambulancia con la sirena a todo lo que da. Y me llama la atención ver que

el nene -en un arranque casi de desesperación- deja el triciclo a un costado y sale corriendo como un

desaforado atrás de la ambulancia. Está fascinado. Anonadado, diría yo. Sonríe sin parar con eufórica e

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inexplicable felicidad. Y lo único que hace es saludar a la ambulancia agitando sobre su cabeza sus dos

gruesos bracitos como si le diera la bienvenida a un familiar o una persona conocida que ha estado

esperando ver largamente. No sé por qué, pero en ese momento me llamó poderosamente la atención

aquella actitud de la criatura, con ese desborde de alegría tan particularmente exagerado. Era evidente

que algo extraño estaba pasando allí, pero repito, en ese momento, no supe de qué se trataba. Le

pregunté a mi amigo si había alguna razón para aquella singular fascinación del nene por las

ambulancias. Pero él no le dio importancia. Simplemente se encogió de hombros y miró al chico con el

rabillo del ojo, lleno de ternura. Después, trató de hilar una somera explicación diciendo que, por lo

general, él era así. Que él era un niño muy eufórico, muy alegre, pero que realmente ignoraba la razón

de ese comportamiento tan llamativo, si es que había alguna razón especial para comportarse así o si es

que ese comportamiento tenía algo de singular -fuera de mi particular mirada- ya que para él no había

nada de especial en esa actitud del hijo. Pues bien, di por terminado el asunto y todo quedó ahí.

Al rato, cuando entramos en la casa, se puso a preparar un café y la leche para el nene. Entonces

aproveché el momento distendido para preguntarle sobre la salud de su papá. (El padre sufrió un

ACV hace cerca de un año, y ahora le estaba dando una dura batalla a un cáncer terminal).

Entonces me contó lo que le había pasado la última vez que fue a verlo a la casa. Estaban con

toda la familia comiendo y charlando lo más bien, y de pronto, al padre le sube la presión y se le

empieza a poner la cara roja como un tomate y a tener dificultades para respirar. Todos en la

familia, su mamá y sus hermanos se quedaron paralizados y sin saber qué hacer. Entonces mi

amigo me cuenta que, desesperado como estaba, trató de hacer algo para ayudarlo a que se

tranquilizara mientras uno de los hermanos llamaba al médico, y como él es asmático, y ya tiene

cierto saber sobre ese tipo de síntomas, se puso por detrás de él, le hizo extender los brazos y le

dijo que respirara por la nariz y que exhalara muy suavemente por la boca. Y así lo tuvo durante

un largo rato mientras hacía tiempo a que llegara el médico.

Me cuenta mi amigo que tuvo al padre así, más o menos durante diez o quince minutos. Mientras

iba pasando el tiempo y veía que el semblante de su papá no mejoraba, él miraba el reloj y más

desesperación le agarraba. Hasta que de repente, escuché algo de su boca que me sonó increíble.

Era algo que con seguridad venía cerrar el círculo de todo aquel sufrimiento por el que había

pasado él y toda su familia, desde aquel instante en que su papá se descompuso durante la cena.

Y lo escuché como una frase lapidaria. Él lo dijo mientras continuaba la narración sin darse

cuenta de lo que realmente estaba tratando de decirme. Me dice: “Vos no sabes lo que sufrimos

esa noche con el viejo. Estuve durante esos diez o quince minutos cortando clavos. Y no sabes,

che, que no se reponía; cada vez tenía más dificultad para respirar. ¡Y el médico que no llegaba!

No sabes… se me moría en los brazos. En un momento pensé: ¡Se me va el viejo! ¡Se me va el

viejo! Entonces concluye:

Dios mío… ¡No sabes la alegría que tuve cuando escuché la ambulancia!”