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O R D O O R B I S Europa perdió su hegemonía mundial en la Gue- rra Europea y su pensamiento fue supeditado al juego de dos fuerzas exóticas que, a pesar de sti carácter general, procedían del impulso de dos pre- potentes imperialismos que intentaban suplantar ai Viejo Continente en su posición hegemónica. Por un lado, el internacionalismo comunista, que. procedía declaradamente de lo que más tarde se reveló como imperialismo eslavo. Por otro lado, el pacifismo san- cionista, que, menos declaradamente, era un fiel tra- sunto de la actitud imperialista norteamericana. Y así como la primera fuerza operaba en sentido di- solvente, aunque con miras a una ulterior construc- ción global, la segunda pretendía instaurar inmedia- tamente un orden mundial estable. Ambas, sin em- bargo, coincidían en un punto esencial: en eliminar el antiguo derecho de guerra, el tradicional -his bclli europeo, mediante la condenación total y absoluta de la guerra entre Estados, de la guerra considerada como duelo entre iguales, en virtud del cual, un con- flicto de intereses irresoluble por vías transacciona- les se revestía del carácter de ofensa y se zanjaba facticamente por la victoria militar de uno de los dos ejércitos. Frente a ese concepto de la guerra limita--

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Europa perdió su hegemonía mundial en la Gue-rra Europea y su pensamiento fue supeditado aljuego de dos fuerzas exóticas que, a pesar de sticarácter general, procedían del impulso de dos pre-potentes imperialismos que intentaban suplantar aiViejo Continente en su posición hegemónica. Por unlado, el internacionalismo comunista, que. procedíadeclaradamente de lo que más tarde se reveló comoimperialismo eslavo. Por otro lado, el pacifismo san-cionista, que, menos declaradamente, era un fiel tra-sunto de la actitud imperialista norteamericana. Yasí como la primera fuerza operaba en sentido di-solvente, aunque con miras a una ulterior construc-ción global, la segunda pretendía instaurar inmedia-tamente un orden mundial estable. Ambas, sin em-bargo, coincidían en un punto esencial: en eliminarel antiguo derecho de guerra, el tradicional -his bcllieuropeo, mediante la condenación total y absoluta dela guerra entre Estados, de la guerra consideradacomo duelo entre iguales, en virtud del cual, un con-flicto de intereses irresoluble por vías transacciona-les se revestía del carácter de ofensa y se zanjabafacticamente por la victoria militar de uno de los dosejércitos. Frente a ese concepto de la guerra limita--

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cía., ele la guerra duelo, la nueva doctrina venida delOriente afirma que no hay más guerra lícita quela íuclia civil, la lucha de todo el proletariado por suliberación; la doctrina americana, por su lado, queno hay más guerra lícita que la que se aplica enforma de sancion.es al agresor y en nombre de unasupuesta delegación universal de todas las naciones.Y decirnos que esta última doctrina es fiel trasuntode la mentalidad americana, porque fueron los Es-indos Unidos los que conjugaron de la manera másnatural las declaraciones de aséptico pacifismo (me-diante demarcación de líneas que aislasen, cual cor-dones sanitarios, a sus pacíficos y virtuosos habitan-íes de toda contaminación venida de la vieja Europa.belicista y decadente) con las intervenciones sancio-nadoras, totales e irrespetuosas frente a toda pre-tendida neutralidad. Si el aspecto pacifista que de-cimos se revela en la doctrina de Monroe, desde ellado americano, y en el pacto Kellog como momentode instauración general, el otro aspecto intervencio-nista, tan naturalmente conjugado con el pacifismo,.se revela en la organización fenecida de la Sociedadde las Naciones y en la no mucho más eficaz Or-ganización actual de las Naciones Unidas; más con-cretamente todavía, como acto propiamente ameri-cano, en la intervención militar de los ejércitos deallende el Atlántico en los asuntos de nuestro he-misferio (J ).

(i) Sobre ese giro de la nueva guerra al estilo americano, del que yahable en mis Tres Temas de la. Guerra Antigua, (eu Arbor, 20), vid.:Cari Schmitt, Die Wendung sttm diskriminicrenden Kriegsbegriff (1938)y su conferencia madrileña Cambio de estructura del Derecho interna-cional frmb. ESTUHIOS POLÍTICOS, 1943).

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Ambas concepciones, la rusa y la yanqui, eli-minan de ese modo la guerra al estilo antiguo, paraimplantar un nuevo tipo de guerra, que es más bienuna guerra civil, es decir, entre fuerzas teórica-mente desiguales, pero una guerra civil con propor-ciones totales y universales. Ambas tendencias, alpropagar el concepto de que la guerra entre Estadoses una inadmisible interrupción de la legalidad, vi-nieron a extrañarla de toda normatividad, con lo que•aumentaron considerablemente, su tono cruel y su fal-ta de modales; pero, al imponer el nuevo estilo deguerra total, vinieron a reconocer implícitamente quela guerra es un proceso normal del mismo ordenuniversal, con lo que obligaron, a meditar en la ne-cesidad de una renovación en los conceptos funda-mentales sobre los que aquel orden universal debeasentarse.

Y la primera verdad que tales acontecimientoshicieron comprender fue la de que el orden entrelas naciones no puede ser un orden parcial, frag-mentario, sino que debe ser un orden total, lo queparecía olvidarse en el sistema del Derecho Inter-nacional europeo. Dentro del globo terráqueo —seve hoy con claridad— no cabe más que un solo or-den global. Las dimensiones de la Tierra, en virtudde esa transformación conceptual, han sido teórica-mente reducidas; lo que está en natural consonanciacon la reducción práctica de las distancias geográ-ficas merced a los adelantos en las comunicaciones,con el mayor intercambio universal, con la desapa-rición casi absoluta de las tierras nidlhis, suscepti-

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bles de descubrimiento y conquista, y muy especial-mente con el incremento de una intensa interdepen-dencia económica, que lia desplazado las economías-exclusivamente nacionales a la zona del arcaísmo (2).

"La Tierra —decía el subsecretario Henry L,_Stimson en una conferencia de 9 de junio de 1941—••„.la Tierra es hoy demasiado pequeña para dos siste-mas contrapuestos" (3). Y lo mismo quería decirhace poco el ministro inglés Bevin al afirmar ante-los miembros del Sindicato de Transporte y OficiosVarios que la "Tierra es demasiado, pequeña paraadmitir divisiones" (4). No • se trata, naturalmente;,de que juzgase inadmisible toda disensión o guerra,.,sino la existencia misma de dos ordenamientos distin-tos sobre la faz de la Tierra. También Carr, por sc¿parte, ha insistido en ese cambio de formato que se ha.operado en la distribución política de nuestro pla-neta, ya que la moderna técnica bélica ha hecho im-posible la existencia de los pequeños listados y se-impone la necesidad de construir una comunidad in-ternacional jerárquica y única (5). Pero, además:.¿No es la misma guerra de nuestros días, con sucarácter total y mundial, el más claro indicio de que-

. (2) Sobre el cambio de estructura económica, vid.: Bernhard Harías,.StruktWduandhingen der Welhvirfschaft, en Zcitschrift des Institntes-für ,W'cilwirtschafl und Seeverkehr an der üniversitat 'Kiel, 25 (1927), 1,que abogaba ya en esa fecha por un planteamiento económico de di-mensiones globales. Más modestamente, Kmmarmel Hugo Vogcl, Nord—anierikas Wirisclia.fistieg und das panewopaischc Problem, ibid., 104,,abogaba por la formación de grupos extranacionales ligados por interest:;-econóniicos comunes.

(3) Cit. C. Sclimitt, Cambio de estructura, 36.(4) En la prensa de 18 de julio de 1047.(5) Carr, Conditioiis of Pea.ee (1943). Cfr. Antonio Luna, en REVIS-

TA DE ESTUDIOS POLÍTICOS, 7 (1944), 480.

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la Humanidad postula hoy un sistema jurídico delas mismas dimensiones?

Hoy no puede tratarse, pues, de una simple re-novación de los principios dei Derecho Internacio-nal, mucho menos de una simple depuración, sino deun planteamiento absolutamente nuevo de las basespolítico-filosóficas en que el ordenamiento universaldebe fundarse. Porque norma y estructura se hallanen una inevitable correlación, de suerte que, ai admi-tir el cambio de estructura en la faz de la superficie'terrestre, la normatividad. correspondiente, el nomospor que tal estructura debe regirse, habrá de ser igual-mente renovada. Por consiguiente, si la estructura.de hecho postula una totalidad universal, la nuevanorma deberá ser también total y universal: no unDerecho Internacional, es decir, de relación entre-entes jurídicos soberanos, entre Estados independien-tes, sino un Derecho Ecuménico, que se imponga ala totalidad, de la Tierra con una unicidad semejantea la de un ordenamiento estatal dentro de sus pro-pios ámbitos.

La pretensión de un tal ordenamiento ecuménicono puede considerarse una novedad histórica, sinoque viene generalmente implicada con. las pretensio-nes de Imperio universa,]..

Cuando hoy hablamos de Imperio, la imagen delImperiwn Rxnnaniini acude espontánea a nuestra.mente, y, sin embargo, no se puede decir que unapretensión de imperio universal no se haya dadoen. otros pueblos de la Antigüedad. Tal idea tiene,como muchas ideas que fecundaron la realidad poli-

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tica romana, una genealogía oriental. Concretamen-te, es en el pathos universalista de Alejandro Magnodonde debemos buscar el modelo. La idea está ya allí,y si los sucesores de Alejandro no llegaron a reali-zar esa idea, si no llegaron a construir un verdaderoImperio Helénico, ello se debe no sólo a las rivali-dades políticas que caracterizan la época helenística,sino a que la teoría política griega, demasiado ape-gada a la organización limitada de la polis, no supoemanciparse de ella, sino para caer forzosamente enun cosmopolitismo puramente especulativo e irreali-zable. Con todo, esa filosofía cosmopolita, así comolas especulaciones sobre el rey ideal, en oposición altirano, influyeron a través de la filosofía política delos estoicos en los fundamentos teóricos del Imperio"Romano. Y la misma imagen heroica del joven Ale-jandro hubo de servir de modelo a la ambición y has-ta a la "pose" de los emperadores de Roma. De esemodo, Roma resulta deudora de Grecia en la fun-damentación de la idea del Imperio Ecuménico. Ledebe, en fin, los dos aspectos positivo y negativo conque aquella idea se perfila: el positivo, que es el re-conocimiento de un Orbe, y el negativo, que es elapartamiento o discriminación del barharus (6). Por-que la universalidad del Imperio Romano es limita-da en el sentido de que no comprende actualmentetoda la superficie de la Tierra, el descubrimiento decitya esfericidad fue un privilegio de la intuición he-

(6) Tampoco liaj- que olvidar otros influjos de origen oriental de-cisivos para la concepción imperial romana; así, por ejemplo, el de la

•divinización del Emperador o el del título de kosmokrcüor. Sobre el«jrig-en egipcio de éste, en relación con el culto de Sarapis, vid. Ganshof,•ea L'.iittiquité Classiquc, 14 (1945).

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Iónica, sino aquella parte de la misma que se hallabahabitada de una manera regular y ordenada, la '''ha-bitada", como decían los griegos, es decir, la oiku-•méu-e. A eso mismo llamaron los romanos orbis, elorbis terrarum. Todo lo demás quedaba relegado aun cómodo anonimato, era la tierra de los bárbaros,la que no pertenecía al orbe romano.

Como digo, esa esencial distinción .del bárbaroera también una idea griega, y muy anterior al mo-mento imperial de Alejandro. Desde muy antiguo,,el griego supo distinguir al bárbaro precisamente porun sentido colectivista de la vida, por la carencia detocio sentido del humor y de todo el espíritu agonal,típico del mundo griego. Aunque la fuerza de unapotencia exótica pudiera hacer impresión a los griegos,esa falta ele espíritu agonal resultaba siempre unapiedra de toque para delatar el matiz bárbaro. Lamisma táctica bélica de los griegos tenía ese carácter,frente a la táctica masiva y multitudinaria, por ejem-plo, de los persas, en virtud de la cual no eran perso-nas; seres dotados de personalidad les que luchaban,sino masas de hombres fungibles, anónimos, reba-ños de subditos armados.

Los bárbaros quedaban así fuera de los oikuménc,y, como dice Aristóteles (7), contra esos bárbarosexistía un derecho de perpetua conquista en favorde los griegos.

Tal concepción pasó a conformar el fundamentodel Imperio Romano. No se trataba, por tanto, ticun Imperio absolutamente universal, sino de un Im-perio de hombres romanizados, frente a un mundo

(7) Aristóteles, Política 1, i-¿; III, g.

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ignoto y salvaje. Gracias a esa discriminación limi-tativa, el Imperio Romano fue el Imperio por anto-nomasia, pese a la potencia de otros reinos orienta-les, por ejemplo, el del Rey Sapor, "rey de los Ira-nios y de los no-Iranios", ante el cual tuvo que hin-carse de hinojos, humildemente, el emperador Vale-riano. La limitación, la noción limitativa del bárbaro^fue cabalmente lo que .dotó de configuración y me-dida al poder ecuménico de Roma.

Tal limitación esencial del Imperio Romano vinoa subvertirse con la propagación del Cristianismo.Al proclamar éste la igualdad esencial de todos loshombres, ya esclavos ya libres, ya bárbaros ya ro-manizados, ya judíos ya gentiles, los contornos delImperio hubieron necesariamente de desfigurarse, y,si bien fue- la Iglesia fundada por Cristo la que he-redó el universalismo, las dimensiones políticas delImperium Romanum, la esencia del mismo fue ya muydistinta, porque el criterio discriminado!" no estaba yaen el carácter bárbaro o no, sino en la pertenencia o noa la Iglesia. Así, pues, la noción negativa del bárbaro-fue sustituida, en virtud de esa nueva concepción im-perial católica, por la del pagano, del infiel. Nada,sorprendente, por tanto, que la forma política impe-rial se resquebrajara para dar paso a un nuevo orbe,una nueva comunidad, que es la Iglesia, la Ciudad deDios, cuya cabeza no estaba ya en un emperador,sino en un episcopus episcoporwn, en el Papa.

La Providencia de Dios, que conduce los hados,de la Historia, no quiso, empero, que esa comunidad'

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llegase a constituir una estable unidad imperial. Unaprimera escisión, un cisma, vino a separar de esacomunidad la importante porción de las regionesorientales del antiguo Imperio Romano. La causaprofunda de ese cisma, causa de honda raigambrehistórica y filosófica, estaba en la incapacidad -deaquellos orientales para configurar un Sacerdotiwnindependiente del Imperitmn: el Emperador absorbióallí la dirección de la Iglesia misma; la Iglesia sepa-rada de Roma vSe supeditó al Emperador y se echaronlos cimientos de la mística totalitaria del absolutismoestatal de la Rusia moderna, legítima heredera delImperio Bizantino. Ese cisma produjo una dolorosareducción de la comunidad cristiana; por otro lado,inhabilite) al Oriente para resistir, como supieron ha-cer, en cambio, los occidentales, la invasión musul-mana.

La comunidad cristiana se identificó entonces conel Occidente. Aun hoy hablamos de Occidente, de ci-vilización occidental, como sinónimo de Cristiandado de civilización cristiana, sin que la frase deje detener ya su punta agresiva contra la presencia deRusia en las fronteras orientales de Europa. Todo looriental supo entonces a exótico, a bárbaro. El Turco,en la Historia de Occidente, es, por antonomasia, elbárbaro, el infiel. La guerra contra el infiel se hace,según la doctrina de los teólogos, guerra santa, gue-rra perpetuamente justa, como la guerra contra losbárbaros en la concepción de Aristóteles. Era Occi-dente donde estaba el Orbe, la oikouméne, el SacroRomano Imperio, que pretendía ser el legítimo su-cesor de los Césares de Roma.

Pero la identificación de comunidad cristiana v

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Occidente, la misma existencia del Sacro RomanoImperio tampoco fue perdurable. Un nuevo cismano ya de Oriente, sino del Septentrión, vino a escin-dir aquella Comunidad, a la vez que el nacimientode los Estados soberanos y secularizados dio al tras-te con la fórmula del Imperio. Aquellas naciones quehabían pertenecido a la Comunidad Cristiana ahoraresquebrajada conservaban, sin embargo, cierto pa-rentesco, para designar el cual, por resultar imposi-ble el nombre de Cristiandad, se acudió al uso deltérmino geográfico "Europa". Europa quiere decir,pues, la comunidad de los pueblos occidentales cuyaunidad religiosa había sido arruinada, pero cuya ci-vilización de abolengo cristiano parecía indestructi-ble. El nombre de Europa es, pues, un substituto mo-derno para disimular la quiebra sufrida en la Cris-tiandad a consecuencia de la satánica Reforma Pro-testante.

Cristianos y herejes pudieron así convivir cómo-damente bajo esa fórmula secularizada de la unidadeuropea, pero un acontecimiento había ocurrido quevino a transformar profundamente el planteamientode la discriminación humana: el descubrimiento delContinente Americano.

Aquel descubrimiento, al dar nueva vida a la ol-vidada noción de la esfericidad de la Tierra, obligóa una nueva consideración del orden universal.

En tal espléndida coyuntura histórica se forjauna nueva cimentación del orden internacional, gra-cias principalmente a Francisco de Vitoria y otrosteólogos españoles.

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El conocimiento del nuevo bárbaro de Américadio pie a aquellos teólogos para afirmar de nuevoy con admirable valentía la igualdad esencial de to-dos los hombres, secularmente defendida por el Ca-tolicismo, y no sólo la igualdad, sino la pertenenciade todos los hombres a una comunidad humana uni"-versal (8).

Vitoria, en realidad, no rechazó la idea de la Co-munidad Cristiana, pero ésta quedó como desborda-da por la idea mucho más amplia de una sociedad uni-versal fundada en el vínculo de la sociabilidad queentre los hombres crea la común Naturaleza (9).Todo el Orbe se convierte así para Vitoria en unaespecie de gigantesco 'Estado (10), o, mejor dicho,en una comunidad de Estados —comnvuniías com-tnuniíatwn—, dentro de la cual los príncipes que ha-cen la guerra la hacen como en virtud de una de-legación del toius orbis. A esa comunidad universalcorresponde un Derecho, que es el Derecho de (jen-tes •—itis gentumí—, al que ninguna nación puede sus-traerse, ya que, según Vitoria, aquel Derecho se apo-

(8) Do Ja infinita literatura sobre Vitoria me remito tan soló aAntonio Truyol, Doctrina vitorimia del orden internacional, en CienciaTo-misia, en.-marz. 1947, pág. 123; Prhnises pililo sophiquas et histori-qtl^s da "toftis orbis" de Vitoria,, conferencia de Salamanca (1946), quese puede ver en el tomo VII del Anuario de la Asociación Franc. deVitoria y de cuyo original usó gracias a la gentileza del autor. Sobretai posición respecto a Vitoria, vid. la colección de estudios comoostolanos sobre i', de Vitoria (1947).

(9) También Guillermo de Occam decía que otnnes ¡wrnines suuitínuni corpus ei muwin coileghun.

(10) Vitoria, de poiestate civi'i 21: "... totas orbis, qui aliquo ,modo<?st una resptt-blica...". El matiz de aproximación, que refleja el aliquomodo se da también en Suárez, de legibus II, 19, 9, donde íe habla de«na cierta como unidad política y moral.

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ya en la auctoritas del mismo iokis orbis ( n ) . Conello echa nuestro fraile dominico las bases del mo-derno Derecho Internacional (12).

La concepción vitoriana fue eficazmente intro-ducida en el proceso de la secularización que carac-teriza al pensamiento de la Europa moderna. Alplantear Vitoria el orden universal sobre la base decriterios racionales, de Derecho Natural, y con in-dependencia de la doctrina de los teólogos y de laautoridad pontificia como rectora de la ComunidadCristiana, había favorecido inmejorablemente aquelproceso de secularización. El nuevo Derecho Inter-nacional perdió todo entronque con la idea de laCristiandad y se asentó sobre el principio racional yneutro de la necesaria sociabilidad humana y de la•eficacia natural de los simples vínculos de sociedadentre las naciones. Este planteamiento resultaba elmás adecuado para la nueva estructura política delmundo, cuando ya la fórmula del Imperio había sidobarrida y sustituida por la coexistencia de múltiplesEstados soberanos e independientes. El Derecho In-ternacional era el encargado de reglamentar las rela-ciones entre esos Estados independientes.

Pero la afirmación de una comunidad humana•universal como base del nuevo orden resultaba, por

( n ) Vitoria, de poi. cw. 2 1 : ''negué licct ntñ regno nolle tencñ iur?[•h'iiúnrii; cst enitn, latum- fotius orbis anc toritate".

(12) Nadie deja hoy de; reconocer esa paternidad, por más míe al-gunos autores, como recientemente Hazeltine y Ullmatm (en el libro.•••le éste: The -medie-val idea of Laxe [1946]), parezcan, ignorarlo.

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:su misma amplitud e ilimitación, inadecuada para.servir de fundamento, positivo a un ordenamientouniversal. El Derecho Internacional vino a reducirse41 tina normatividad consuetudinaria profundamenteviciada por los juegos de la diplomacia. Nace preci-samente entonces la época de los Tratados. Peroaquella afirmación había tenido el efecto, esto sí, deeliminar el criterio de discriminación cristiano-infiel,lo que era congruente con el mencionado proceso desecularización. La guerra contra el infiel había de-jado de ser una guerra permanentemente justa.

'Para ser exactos, ese cambio de concepto respec-to a la guerra contra el infiel tiene su origen en una-época muy anterior: precisamente a mediados delsiglo xin, cuando la Cristiandad empieza a cansarsedel fracasado esfuerzo de las Cruzadas, y las t auto-rizadas voces del Papa Inocencio IV y de Santo To-más declaran sus reservas sobre la licitud de talguerra santa (13). Vitoria no hace más que abundaren ese mismo sentido, lo que ha de ser, naturalmen-te, acogido con todo entusiasmo por la Europa secu-larizada.

Como decimos, esa universalidad indiscriminadano era apta para fundar un ordenamiento jurídico,y de ahí que surgiese muy pronto un nuevo criteriode discriminación: aquel en virtud del cual la hu-manidad se divide en pueblos civilizados y no-civili-zados. El incivilizado es, en la Edad Moderna, lo queel infiel era en la Edad Media Cristiana y el bár-baro en la Antigüedad. La necesidad de una di ser i-

(13) Vid. Finke. Das Prohlcm des gerechten Krieges in der mittel-•iherlichen ihanlogischcn Literat.-ur, en los S'kidien Grabniann-, H, pá-gina 1426.

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minación humana resultó siempre necesaria, pero fueadoptando distintos matices.

Cuando Suárez (14), al concebir el Derecho de-Gentes como costumbre de todo el orbe, dice quebasta para la validez de ese Derecho una aceptaciónmayoriíaria, se contiene ya implícitamente ahí la .dis-criminación del incivilizado. Los pueblos de Europa,.los de Occidente, son entonces ios pueblos civilizados,,los creadores y mantenedores del Derecho Internacio-nal. Las normas por ellos establecidas se aplican poranalogía, como metafóricamente, en las relaciones-con los pueblos considerados como incivilizados. Así,por ejemplo, cuando en 1858 se hace el Tratado de-Tien-Sin entre Napoleón III y el Emperador 'de laChina, se dice (15) : ''para mantener la paz ... las-Altas Partes contratantes han convenido que, a ejem-plo de lo que se practicaba en las naciones de Occi-dente, los agentes diplomáticos ... podrán ir a la ca-pital del Imperio". La costumbre internacional de Ios-pueblos civilizados, de Europa, se traslada así a larelación con la nación exótica. Más claramente toda-vía se expresa la discriminación del incivilizado cuan-do en la Segunda Conferencia de la Haya (1907) sereconoce "la solidaridad que une a los miembros de-la Sociedad de las Naciones c i v i l i z a d a s " , yen el artículo 38 del Estatuto del Tribunal Interna-cional de La Haya, al disponerse que, a falta de-tratado o de * costumbre especial, se aplicarían ''''Ios-principios generales del Derecho reconocidos por las,naciones c i v i l i z a d a s " .

(14) Suárez, de leg., y, 3, >j(15) Artículo 1. mím. 2.

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La afirmación vitoriana de la comunidad humanauniversal quedó así desvirtuada por el reconocimien-to de la independencia de los Estados soberanos yla preponderancia del civilizado sobre el incivilizado.La Tierra se estructuró como un abigarrado mosaicode Estados civilizados, principalmente europeos, al-gunos de ellos especialmente prepotentes, más unazona inmensa de tierras incivilizadas, es decir, sus-ceptibles de colonización más o menos abusiva, máso menos descarada.

Esa estructura pluriforme, asentada sobre laigualdad teórica de todos los Estados soberanos, esprecisamente la que, como decíamos al comienzo, hahecho crisis hoy ante el fenómeno aplastante de laguerra total y universal. Y se plantea el problema dever qué nuevas soluciones son posibles.

Cuando la ultima guerra mundial se hallaba aúnen pleno desarrollo, el pensamiento alemán ideó unanueva estructura consistente en la coexistencia sobrela superficie de la Tierra de "grandes espacios", con-formados por criterios de cohesión histórica, cultu-ral y étnica y según las exigencias vitales de expan-sión. "La Tierra —se decía (16)— es lo bastantegrande para alojar a varios espacios grandes, encuyo ámbito puedan los hombres amantes de la liber-tad defender su propia substantividad (17) y suspeculiaridades históricas y espirituales." Pero el re-sultado de la guerra vino a desplazar bruscamentetales teorizaciones normativas y a colocar a la Hu-manidad ante la exasperada tensión entre aquellas

(16) C. Schmitt, Ca,nibio de estructura, 36.(17) Me atrevo a poner esta palabra en lugar de "substancia", de-

la traducción.

í .I

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dos potencias que habían impuesto a la desmoraliza-da Europa de hace un cuarto de siglo sus respecti-vos conceptos sobre la guerra.

"Sus puntos de vista —decía de Rusia y Esta-dos Unidos el clarividente Alexis de Tocqtieville, yaen 1830—, sus puntos de vista son diferentes, sus ca-minos, diversos; con todo, cada uno de ellos parecellamado por un designio secreto de la Providencia atener entre sus manos, algún día,: los destinos de lamitad del mundo." La profecía resultó exacta, peroincompleta, ya que la clara intención de cada una delas dos potencias está en el dominio, no de un hemis-ferio, sino del mundo entero, del totus orbis, en elcual no caben dos sistemas contrapuestos.

Dos gigantescas potencias, federaciones ambas,dotadas de un potencial económico y bélico incometi-stirable; herederas legítimas ambas de aquellas dosporciones de Cristiandad desgajada, pues si la Ru-sia es realmente la continuadora histórica del Impe-rio Bizantino, los Estados Unidos representan larealización más acabada del puritanismo reformista.En este sentido, los Estados Unidos se sienten ' 'eu-ropeos", y, en efecto, ios hábitos y principios ameri-canos pueden considerarse mucho más afines a losde la Europa moderna que los de la vecina Rusia;ésta, en cambio, lleva en su empeño imperialista unapotencia mística, mi algo nuevo que evangelizar y,en el fondo, tina reserva de latente religiosidad mu-cho más intensa y vital. Ambas, como decíamos, haneliminado el concepto de la guerra entre Estados,

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para asentar un criterio discriminador universalistay total. El concepto de lo exótico, del incivilizado, selia revestido con esta discriminación de un matiz nue-vo. Para la concepción rusa es bárbaro, infiel, inci-vilizado todo el que se opone a la eslavización delmundo, bajo la caracterización de "el burgués". Parala concepción americana, ocupa el misino lugar ne-gativo todo el que parece enemigo de la democracia,el anti-democrático. Mediante una intensa aplicacióndel sistema del reconocimiento, el inundo se divideasí en amigos y enemigos, bajo un signo de exj_ losivatensión política. Aunque ambas sean formas demo-cráticas, su contradictorio empeño imperialista lasenfrenta inconciliablemente. En una nueva forma,vuelve a hacerse perpetuamente lícita la guerra con-tra el infiel.

Europa, el decadente "hemisferio (1.8) oriental",según el lenguaje oficial de los americanos; el deca-dente "Occidente", para los asiáticos rusos, ha que-dado como apresada entre las garras imperialistasde esas dos enormes potencias. Y la conciencia eu-ropea se pregunta cuál .debe ser su actitud ante esadifícil coyuntura histórica.

Naturalmente, no falta quien crea que Europadebe integrarse en la órbita de una de las dos po-tencias rivales. No falta tampoco quien crea que enla formación de un poderoso bloque anglosajón hayuna garantía de equilibrio que permita la indepen-dencia europea, lo que, en realidad, equivale a in-tegrarse en aquel bloque. También hay quien, habla

(18) Así, en. el famoso mensaje de Monroe, de. 1823. Sobre estadelimitación de hemisferios y su significación como punto de partidapara tina política intervencionista, vid. C. Schmitt, Cambio da estructura.

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de la formación de unos Estados Unidos de Europac incluso de la formación, con otras potencias extra-europeas, de un tercer bloque integrado por los disi-dentes. Todos éstos, sinceramente, me parecen palosde ciego. Nada más ingenuo que querer oponer a unempuje de místico imperialismo las escasas fuerzasde unos Estados aunados tan sólo por el índice nega-tivo e inestable de la neutralidad. No; el conflicto sepresenta con toda la crudeza posible, y nada adelan-taremos con buscar paliativos. No cabe, en mi opi-nión, el enfrentar ahora la fuerza contra la fuerza,sino dejar que aquellos designios ocultos .de la Pro-videncia operen por sí mismos. Únicamente en elterreno de las ideas es donde cabe, y hasta es nece-sario, formular afirmaciones claras, que puedan di-sipar la oscuridad de los mitos contendientes, y pue-dan operar en el campo de los acontecimientos histó-ricos con esa necesidad con que siempre operan lasformulaciones claras.

* * *

Pero el primer mito que debemos disipar es unotrasnochado cuya ruina pudiera acarrear la de otrosvalores dignos de ser conservados. Me refiero al mitode Occidente, al mito de Europa. Porque ni Occiden-te ni Europa pueden ser considerados como entele-quias, como realidades valiosas en sí mismas, sinoque, por el contrario, "Occidente" implica un sepa-ratismo ocasionado por el cisma de Oriente, y "Eu-ropa" un subterfugio para salvar la unidad de unaComunidad Cristiana resquebrajada por la herejíaprotestante. No; ni Occidente ni Europa son valores

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•constantes, sino que tienen de valioso tan sólo el ha-ber servido de medio para una realización relativa-mente plena de algunos ideales cristianos. Es decir,vale en ellos lo que tienen de Cristianismo. Y si lovalioso es el Cristianismo, no podemos admitir dife-rencias entre Oriente y Occidente. Por este motivose afana hoy especialmente la Iglesia para conseguir•la reintegración de los cristianos orientales, en un.prometedor movimiento unionista (19).

Abatido así el mito, queda tras él la verdaderarealidad a cuya consideración debemos volver parafundar un orden del orbe: la Comunidad Cris-tiana (20).

Exacto es, desde luego, que el nuevo orden nopuede ser un orden limitado a Europa, ni limitado aotra porción del Orbe, sino un orden universal, emeabrace a todo el género humano. En este punto, laafirmación de Vitoria y nuestros teólogos, partiendode la doctrina evangélica, es absolutamente cierta;un orden universal debe tener como primer supuestoesa como gran familia que constituye todo el género"humano. A ello nos obliga el mismo carácter univer-sal de la Obra Redentora de Jesucristo.

El paso peligroso está en querer construir sobre

(19) Vid. la carta encíclica de S. S. Pío XII sobre el XV centena-rio de San Cirilo de Alejandría (9-IV-1944), Orientalis Ecclcsiae Decus,;y la encíclica Orientales Onines, sobre la unión de la iglesia rutena ala Sede Apostólica (23-XII-1945).

(20) Es curioso observar el auge que ha tomado en. estos últimostiempos la idea de, la vuelta a la unidad cristiana, especialmente entreingleses; así, en G. Iv. A. Bell, obispo anglicano de Chichester, Chris-li'.inity and World Order (1941), y Christopher Dawson, The Judgment•i>f Nations (1943). Naturalmente, esa idea suele presentarse viciada por^as bases erróneas del pensamiento. influido por la herejía protestante,

y ha áe resultar, en esa forma, necesariamente infecundo.

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esa familiaridad de todo el género humano una co-munidad dotada de auctoritas, y disolver con ello la.virtud operante de la Comunidad Cristiana propia-mente dicha, es decir, la integrada por la Iglesia Ca-tólica.

Contra Vitoria, nosotros decimos: hay sí una co-munidad universal, pero esta comunidad universal,.al no tener una estructura política uniforme, carece-de auctoritas, y, al no existir tal auctoritas, el or-denamiento universal no puede emanar de la comu-nidad universal, sino de otra entidad dotada de auc-toritas.

Una auctoritas propiamente dicha sé daría síexistiese un Estado universal, que abarcase absoluta-mente todos los espacios y todos los habitantes de;'Orbe. De existir tal Estado universal, su ordenamientosería también universal. Ese listado universal, esa chu-tas gent-ium, pudo valer como aspiración ideal, porejemplo, en el pensamiento de Kant, pero, como el mis-mo Kant reconoce, la realización de ese ideal resultaba.imposible, por lo que aquel filósofo, supeditado a la-estructura pluriforme imperante en su época, propo-nía, como el medio más eficaz para conseguir la "PazPerpetua" de las naciones y la ciudadanía universal,una progresiva federación. "La idea del Derecho degentes —decía Kant— presupone la separación devarios Estados vecinos, independientes unos de otros.Esta situación es en sí misma bélica, a no ser que-haya entre las naciones una unión federativa que im-pida la ruptura de las hostilidades. Sin embargo, estadivisión de Estados independientes es más conformea la idea de la razón que la anexión de todos por unapotencia vencedora que se convirtiese en monarquía

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universal. En efecto, las leyes pierden eficacia cuan-do el gobierno se va extendiendo a más amplios te-rritorios."

A esta observación kantiana habría que añadirotra observación. Que es ésta: La esencia de lasgrandes comunidades históricas de empeño univer-sal supone, como hemos dicho, una limitación, una.exclusión de la exótico, sea en calidad de bárbaro.de infiel, de incivilizado, de burgués o de antidemo-crático. Por tanto, un estado realmente universales una contradicción en sí mismo, pues impide consu universalidad la discriminación excluyente de queprecisa. Tal es la fuerza de esa necesidad, que la to-talidad ilimitada viene a resultar igual a cero. Tam-bién en el terreno de las matemáticas el cero y el in-finito son afines. Un imperio ilimitado es, por tan-to, algo irreal. No hay que temer ni esperar, coneso, que ninguna potencia llegue a hacerse dueñaabsoluta de todo el orbe. Esta confianza nos quedaen la actual coyuntura.

Ouiere esto decir que la comunidad universal, porno poder coincidir con una forma realmente política,carece de auctoritas. Pero cabría decir todavía queel Derecho de Gentes universal no se apoya en laauctoritas de la comunidad del género humano comoente político, sino como ente racional, capaz de deri-var las conclusiones jurídicas de los principios cons-tantes del Derecho Natural. Lo niego". La experien-cia ha desmentido de la manera más rotunda esa ca-pacidad racional como capacidad actual y efectiva.Son muchos los hombres y los pueblos, incluso entrelos que se calificaban como civilizados, que se handemostrado incapaces de percibir los postulados del

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Derecho Natural. La meditada brutalidad de la gue-rra moderna constituye la prueba más evidente. Talpercepción de los principios del Derecho Natural sepuede dar únicamente en aquellas personas que apo-yan su vida consciente en un criterio de responsabi-lidad moral de cufio cristiano. Así, pues, sólo entrepueblos católicos o entre aquellos que, a pesar de ha-'faer caído en herejía, conservaron algo de la moralcristiana, puede darse una clara percepción del De-recho Natural.

En consecuencia: aunque un orden universal debe.tener por destinataria a toda la Humanidad, tal or-den no puede ser creado o fijado por aquella mismaHumanidad, sino por una porción de la misma ca-paz de percibir claramente los principios moralesque deben informar tal orden universal: esa porciónno es otra cosa que la misma Comunidad Cristiana.

Comunidad humana y comunidad cristiana son,pues, perfectamente compatibles; aquélla como su-jeto pasivo, ésta como sujeto también activo del ordendel orbe. Tal compatibilidad, repito, no fue negadapor Vitoria, y menos por Suárez o por Molina, perola distribución de papeles no aparecía con la debidaclaridad. La Comunidad Cristiana fue privada de supapel directivo y operante al buscarse el fundamen-to del Derecho de Gentes en el Derecho Natural de-terminado positivamente por el totus orbis mismo.La Comunidad Cristiana pasó a un segundo plano yacabó por ser olvidada en el proceso de seculariza-ción del moderno Derecho Internacional. Las bruta-

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Jes guerras modernas son el último resultado de eseproceso.

Decimos, pues, que sólo la Comunidad. Cristiana,como comunidad organizada y vitalizada por la .dis-criminación del infiel, puede ser sujeto activo, crea-dor, operante en el orden del universo, si bien .éstedebe presuponer la igualdad de todo el género. hu-mano, y la posibilidad de que los sujetos meramentepasivos se hagan sujetos activos mediante su incor-poración a la. Comunidad Cristiana, es decir, al dejarde ser no-católicos.

Llegamos con esto a una consideración importan-te que nos aclara la debida relación que hay entrela Comunidad humana universal y la ComunidadCristiana. Me refiero a una doctrina que ha mereci-do recientemente una carta encíclica especial de SuSantidad Pío XII, felizmente remante. (21), la doc-trina del Cuerpo Místico de la Iglesia. La cuestiónque aquí nos interesa es ésta: ¿Quiénes son miembrosdel Corpus Mystícumf

Hay que distinguir a este respecto tres clases demiembros:

i.a Los miembros visibles y actuales, es decir,los bautizados en Cristo y que profesan la verdaderaFe, aunque se hallen en pecado mortal, siempre queno hayan sido excomulgados.

2.a Los miembros visibles pero potenciales, queson aquellos a los que falta alguno de los dos re-quisitos antedichos, siempre que 110 hayan sido ex-comulgados, y que se hallan ordenados a la Iglesiapor "un cierto deseo y voto inconsciente''.

(21) Encíclica Mystici Corporis (29-VI-1943). Cfr. el comentario deDom Lialine, -en Ircnikon, 1947, pág. 34.

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3.a Los miembros invisibles y potenciales, es de-cir, aquellos a los que faltan uno y otro de los dosrequisitos antedichos, pero que tienen, sin embargo.aquel mismo "deseo y voto inconsciente" para conla Iglesia.

Por tanto, sólo los católicos, los sumisos al Papa,somos verdaderos miembros del Cuerpo Místico; loscatólicos cismáticos, los cristianos que se han apar-tado de la verdadera Fe, al conservar algún ele-mento visible, pueden, por aquel deseo inconsciente,,pertenecer potencialmente a la Iglesia; y lo mismo,,aunque como miembros invisibles, aquellos infieles,que lo son de buena fe. Los que están consciente-mente apartados de la Iglesia Católica y especial-mente los excomulgados se hallan fuera del CorpusMysiicutn. lisos son los verdaderos bárbaros.

* * *

Se conjugan así, en esa doctrina cierta del Cor-pus Mysticum, una vocación universalista, pues to-dos los hombres pueden llegar a ser miembros delmismo —como resulta obligado de la dimensión hu-manitaria de la Redención—, y aquel criterio dediscriminación, que tiene su más seguro índice en lasanción de la excomunión, es decir, de extrañamien-to del Cuerpo Místico.

Trasladando esta doctrina al campo del ordeninternacional, llegamos a la consecuencia de que sólolos miembros visibles y actuales pueden ser sujetosverdaderamente activos de aquel orden; que ciertaparticipación pueden tener todavía, en la medidade su "deseo inconsciente", los miembros potenciales

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e invisibles; que los que no son miembros de la Igle-sia de ningún modo pueden participar activamenteen la constitución de aquel orden. Porque un verda-dero orden del orbe sólo puede serlo un orden au-ténticamente católico.

Un orden católico quiere decir que a una enti-dad jurídicamente organizada y de carácter supe-rior que es la Iglesia se supeditan una serie de or-ganizaciones políticas de carácter menor, pero to-davía con una relativa independencia. Estas vivendentro de aquélla, según dice- San Agustín (22),como varias familias conviven dentro de una ciu-dad, la Ciudad de Dios. Es decir, los Estados con-servan su autonomía interior, pero se supeditan auna norma exterior de convivencia fundada en elDerecho Natural y determinada por la Iglesia, a unOrden del Orbe.

La Iglesia, con su cabeza visible, el Papa, reúneasí aquellas dos condiciones requeridas para mante-ner una auctoritas en que pueda fundarse un ordenuniversal. En primer lugar, la Iglesia tiene carácter.superestatal y universal, si bien conservando un ín-dice de discriminación que le da pleno sentido y haceposible su existencia histórica. En segundo lugar, laIglesia no es, de ningún modo, un Imperio que pre-tenda anular la existencia de las naciones y consti-tuirse en Estado universal.

Así, pues, la función del Papa, como cabeza vi-sible de la Comunidad Cristiana, no es la de un reyterrenal, sino la de un rector del concierto universal.En virtud de su auctoritas de origen divino debe ve-

(2,2) San Agustín, Civitaa Dei, 4, 15. , .

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lar por ia observancia del orden católico universal...-No es un rey, sino un tutor, ya que la interposiciónde la auctoritas es precisamente la función típica deltutor.

Llegamos con esto a nuestras conclusiones fina-les: Frente al hecho brutal del choque de las dosgrandes potencias que aspiran hoy al dominio totaldel orbe, no cabe, una reacción de fuerza, sino deInteligencia, es decir, una formulación más claradel fundamento político-filosófico de un orden delOrbe, y dejar que los acontecimientos se desarrollenseg*ún las trazas inescrutables de Dios. Tal ordendebe destinarse a toda la comunidad humana, perosólo puede emanar de la actual Comunidad Cris-tiana. El Papa, como jefe de ella, es el tutor nato-de aquel orden. Así concibo yo un Ordo Orbis.

ALVARO T/ORS.