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    El triste declive del ce

    ro a la izquierda

    Oda a Robert Walser

    La literatura va hacia s misma,

    hacia su esencia que es la desaparicin.

    Maurice Blanchot

  • Jacobo Cardona

    Echeverri Hace un tiempo publicaron mi primer libro de poesa. En reali-dad, mi primer libro de cualquier cosa. Me gan un concurso literario, algo casi tan improbable como ganarme la lotera o ser alcanzado por un rayo. El premio: suficiente dinero para pagar las cuentas atrasadas y mil ejemplares editados. El libro, una pequea pieza teida de un azul brumoso en cuya portada se enmarcaba la in-spida ilustracin de un pato recibiendo a sus paticos a la orilla de un lago, me decepcion. En ningn momento experiment la tradicional alegra asociada al escritor que, al recibir con sus temblorosas manos su primera produccin literaria, puede avizorar, ingenuamente, un vi-brante e impostergable futuro en las letras. El inconformismo no esta-ba relacionado solamente con la buclica propuesta grfica, una postal sacada de Google, al azar, que delataba la ausencia de una apuesta formal coherente con la pauta temtica del poemario: los objetos in-significantes, sino con algo ms, algo que hera, de forma extraa, el amor propio. Dice Jaime Jaramillo Escobar, en su libro Mtodo fcil y rpido para ser poeta, que una mala presentacin inutiliza un buen texto. Y sin asumir como cierta la calidad del contenido, puedo ale-gar por anticipado, apoyndome en parte en los heterodoxos gustos de Rimbaud, que las nicas publicaciones con faltas de ortografa y fallos de impresin absolutamente adorables son las que versan sobre asuntos erticos y paranormales. Fue triste descubrir, en una de las palabras que componan el ttulo de la obra, la ausencia sutil de una hache intermedia, un pequeo error de tipografa fcilmente pasado por alto si no se hubiera extendido al epgrafe completo, omisin que converta el nombre del autor de la sentencia, Robert Walser, en una marca absurda en medio de la pgina. Con el epgrafe intent afirmar la semejanza espiritual entre los discretos poemas y la irnica mirada de Walser, una reveladora frase que adems, segn me cont uno de los jurados, inclin favorablemente la balanza a la hora de proclamarme como ganador entre los finalistas del concurso.

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    La concatenacin de errores en el libro me impuls a buscar un consuelo, y encontr una seal, un patrn. At cabos como lo hara un afi-cionado a las teoras conspirativas, aunque en un registro ms pedestre y menos perturbador que el hallado en el caso Sharon Tate: un mensaje ocul-to en la letra de una cancin de los Beatles de-tona el asesinato de la esposa de Roman Polanski, director de El beb de Rosemary, pelcula filmada en el emblemtico edificio donde finalmente le dispararon a John Lennon.

    Pero qu tienen en comn la hache, los ob-jetos cotidianos, Walser y la poesa? La incon-tenible tendencia a la desaparicin. De la hache puede decirse que tanto Garca Mrquez como Vallejo abogaron por su anulacin. La grafa h perdura no como representacin del casi extin-to fonema /h/, que an subsiste en algunas va-riedades del andaluz y el espaol caribeo, sino por vagas e inexplicables razones etimolgicas. En el batiburrillo de enlaces fonticos, el sentido emerge en la oposicin de sonidos. La /h/ no se opone a nada y las cosas del mundo significan igual, indiferentes a su rastro grfico, que no es otra cosa que la paradjica prueba de que nada en realidad puede ser comprendido. Su mudez, ms que decorativa, es sensata y anacrnica. Un arti-lugio de otra poca, ajeno a las exigencias prag-mticas de un mundo funcional y cambiante. La hache est fuera de lugar, pues se regocija donde pulula el sonido. Parece un sombrero de copa en una competicin de buceo. La hache parece re-presentar una pequea e ntima revolucin sobre el ordenamiento arbitrario de las palabras de las que hace parte. Una revolucin aptica e inocente, casi elitista, como si fuera vacuo todo intento por llevar hasta las ltimas consecuencias el fragor de la destruccin. La hache y Walser, por tanto, pa-recen dirigirse hacia el mismo punto de fuga.

    El escritor suizo fue dependiente de una li-brera, copista, secretario, empleado de banco, obrero en una fbrica de mquinas de coser, sir-viente en un castillo de Silesia. Escribi poemas, relatos cortos, novelas y algunas obras dramticas en las que recre con ternura e irona el mundo de lo insignificante y fugaz, desde el fulgor de los botines femeninos hasta las impresiones so-ciolgicas de un aprendiz de gente subordinada. Fue internado en una clnica psiquitrica y dej

    de escribir por veintiocho aos. Muri en plena Navidad mientras daba un paseo por la nieve. Walser, admirado por Musil y Kafka, esquiv los agitados y nebulosos caminos del prestigio y el xito material pues, afirmaba, solo en las regiones inferiores consegua respirar. Su pretensin se re-suma a ser un cero a la izquierda y ser olvidado y, sin embargo, su demanda entraaba la sutil pa-radoja de producir, en trminos estilsticos y ex-presivos, su propia imagen, algo no muy alejado de las tendencias hipermediatizadas actuales que reflejan la obsesin creciente de las personas por pertenecer, ser agregados y tener un milln de amigos. Ya existen fobias que describen la angus-tia por no recibir un like, y tutoriales que ensean cmo convertir el pensamiento taquigrfico de ciento cuarenta caracteres en un espasmo viral, algo que Walser, seguramente, hubiese rechazado, aunque el camino espiritual esbozado en ambas tendencias solo es posible en la marcha exultante de la autopromocin.

    El surgimiento de la individualidad tiene que ver con la posibilidad de cada quien de conver-tirse en autor de las descripciones de s mismo, de sus historias y opiniones. Una aspiracin que va desde los textos autobiogrficos de los burgueses del siglo xviii hasta las fragmentaciones rabiosas de los expresionismos, surrealismos y existencia-lismos del siglo xx. Tal como afirma Sloterdijk, el individuo es el sujeto involucrado en la aventura de su autoconservacin concepto escolstico referido al mundo que no necesita del Creador para continuar su marcha, es decir, del proce-so de transformacin y renovacin permanente de s mismos. En este itinerario surge la novela. Para Walter Benjamin, este producto de la cultu-ra burguesa est ligado a la invencin de la pri-vacidad, ese doble fondo de la mnima partcula que constituye al Pueblo, ese escarceo que sirve de contrapunto a lo pblico en pleno contexto urbano industrial, y que podra ser considerado como la transmutacin de la bsqueda de Dios mediante la interiorizacin espiritual promo-vida por las reformas protestantes. Es as como se asientan las figuras del escritor y del lector, fi-guras frgiles y oscuras que exigen la distancia y el aislamiento para establecerse. Leer es cubrir-se la cara y escribir es mostrarla, dice Alejandro Zambra. Una actitud metafsica ante la existencia

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    que es en s misma contradictoria con la experien-cia de la interaccin permanente y esquizoide de las redes sociales. La lectura de la novela, recurso de la persistencia y compromiso con el pasado, nos mantiene conectados a un flujo en medio del magma de los fragmentos cambiantes y dismiles, pasajeros, del ciberespacio. Una manera prctica de mantener intactos los sueos.

    Paradjicamente, en la actualidad, ante la im-posibilidad de reducir todas las experiencias per-sonales en literatura, la poca nos ofrece el vano y prosaico subterfugio biogrfico de Facebook o Twitter, el espacio de la multiplicacin infecta de la voz interior, en otras palabras, la resurreccin del relato popular annimo, de raigambre mtica y oral, que haba, precisamente, enterrado la novela.

    La privacidad, surgida con la novela, se con-vierte entonces en otra cosa.

    Vivimos en una cultura visual donde mirar supone ser mirado, de ah la retrica de la exhibi-cin. Lo que ocurre en las redes sociales pocas ve-ces est relacionado con una exposicin de la inti-midad, pues casi siempre se trata de un repertorio de escenificaciones calculadas. Las redes sociales intensifican en cada quien la algaraba burda por mostrarse como alguien digno de inters, lo cual resulta profundamente opresivo adems de in-decoroso. Cierto tipo de desnudez, fsica y emo-cional, no tiene nada que ver con la vida privada pues corrientemente se proyecta a los dems bajo cdigos publicitarios, histrinicos o ldicos, lo que, por otro lado, da lugar a desagradables sen-timentalismos: decir lo que se piensa en los mismos trminos de una bachata, o posar frente al espejo del bao como una modelo en un afiche colgado en la pared de un taller de mecnica. El espacio de la intimidad, ese oscuro campo gravitacional A solas frente a Dios donde pueden ocurrir las cosas ms vergonzosas o, lo que es peor, donde tampoco, como en el resto de la vida pblica, pasa nada, se mantiene como el espacio inaccesible a los dems, sencillamente porque no puede, o no debe, articularse con el relato construido sobre nosotros mismos desplegado en la red.

    Lo ntimo, por otro lado, no debe ser con-siderado como lo nico autntico que poseemos. La autenticidad, como la relamida idea contra-cultural de ser uno mismo, no existe. O s existe, precisamente gracias a la sociedad de consumo

    que puede satisfacer todos los anhelos de indivi-dualidad mediante el incesante intercambio eco-nmico. En este sentido, el sujeto escindido por la condicin tcnica actual no hereda una tradicin, un mundo completo, sino un horizonte mitol-gico, una secuencia de imgenes atemporales que no van ms all de su propio cariz meditico. Para ser realmente autntico es necesario despojarse de la ficcin, de las ropas, rituales y genealogas, y vivir en una cueva, o estar muerto. Y aunque con esto ltimo logremos una pizca de autenticidad, lo que no lograremos es ser olvidados, como lo deseaba Walser. En el episodio Be right back, de la miniserie britnica Black Mirror (2013), se narra la historia de una mujer que, al perder a su novio en un accidente, decide convertirse en usua-ria de un sistema operativo desarrollado con toda la informacin almacenada en las redes informti-cas de su novio, por lo que puede llamarlo, hablar con l y compartir de nuevo una vida en pareja. En Her (2013), la ltima pelcula de Spike Jonze, pasa algo similar, aunque el amor surge entre un escritor y una mquina programada con la infor-macin vertida por sus diseadores. Desaparecer de la web es casi imposible, es ms, todos quieren ser encontrados, indican donde almuerzan, don-de se emborrachan, incluso algunos criminales son atrapados por alardear de sus peripecias en Facebook. Estar en lnea implica necesariamente estar expuesto, algo que adoran las corporaciones. Algunas pginas permiten implantar dispositivos de rastreo (cookies) en nuestros computadores, con los cuales se les revelan nuestros intereses a los grandes conglomerados comerciales. Los moto-res de bsqueda terminan reafirmando prejuicios al sealar caminos, al protegernos del azar, con-virtindonos en algo muy parecido a aquello que creemos ser. Por otro lado, ms all de esa vida hipertextual que habitamos en cualquier pantalla, est nuestro cuerpo errabundo, un cuerpo que al hacerse pblico es hbilmente controlado, rastrea-do y monitoreado. Podramos hacer una pelcula con las imgenes de todas las cmaras de video a las que nos exponemos desde que nacemos, desde las grabaciones caseras o chats, hasta las cintas de videovigilancia que todo lo hurgan: un prontuario audiovisual de narrativa casi indie que seala el itinerario errtico por los pasillos de un supermercado hasta una pirueta impdica en el

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    ascensor. Ni la muerte nos salvar del espectculo de la vida: pronto las funerarias ofrecern a los fa-miliares del difunto su propia pgina web, donde podrn visitarlo desde cualquier lugar del mundo parientes y amigos, donde podrn recrear digital-mente nuevos escenarios y, de esa manera, modifi-car el pasado, hacerlo menos traumtico, explotar algunas cualidades mal entendidas, atraer nuevos contactos. Todo ser una continua afirmacin, un culto esquizofrnico a la memoria.1

    Enrique Vila-Matas ubica a Walser en la asociacin internacional y transhistrica de los Bartlebys, esos seres en los que habita una profunda negacin del mundo y que toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville que jams ha sido visto leyendo, ni siquiera un peridico; que, du-rante prolongados lapsos, se queda de pie miran-do hacia fuera por la plida ventana que hay tras un biombo, en direccin a un muro de ladrillo de Wall Street; que nunca bebe cerveza, ni t, ni caf como los dems; que jams ha ido a ninguna parte, pues vive en la oficina, incluso pasa en ella los domingos; que nunca ha dicho quin es, ni de dnde viene, ni si tiene parientes en este mundo; que, cuando se le pregunta dnde naci o se le encarga un trabajo o se le pide que cuente algo sobre l, responde siempre diciendo: preferira no hacerlo. Bartleby es casi un monstruo, impene-trable, nadie sabe quin es, porque sencillamente, como Walser, es un cualquiera, diferente a la figu-ra anhelada por el proyecto poltico-econmico actual de ser alguien en la vida. Esa clase de hom-bres, a los que nadie tiene acceso, porque simple-mente no lo quieren, empiezan a desaparecer:

    Bartleby, podras decirme dnde naciste?Preferira no hacerlo.Querras decirme algo sobre ti?Preferira no hacerlo.Por qu razn te niegas a hablar conmi-

    go? Siento simpata por ti.Qu me respondes, Bartleby?Preferira no responder en este momento.Pero, entonces, cul sera la diferencia en-

    tre la ficcionalizacin lograda, por ejemplo, con el popular selfie, y la conseguida con la descripcin pormenorizada en primera persona de un paseo a pie,2 como el realizado por Walser? La respuesta

    no podra ser ms aristocrtica: el largo aliento de la inteligencia clsica. La comprensin del mun-do de quien se pone entre parntesis mantiene abierta la posibilidad del anonimato y agita un mundo interior para que sean las cosas a su al-rededor las que reflejen su luz. Deca Tarkovski que el nico consejo que poda dar a los jvenes era que aprendieran a amar la soledad. Quin se arriesgara, hoy en da, a vivir ese delirio?

    Por eso cre, al terminar de escribir los poe-mas, que unas cuantas palabras de Walser seran las indicadas para iniciar un libro sobre objetos insignificantes, cosas que poco a poco desapare-cen porque ya todo est sistemticamente progra-mado para desaparecer. Tras percatarme del error editorial, una amiga me propuso que mandara a fabricar un sello con la frase de Walser para que la estampara en cada uno de los ejemplares. Me rehus, no por el esfuerzo que esta labor conlleva-ba, sino por lo que haba detrs de este pequeo desliz tipogrfico. Walser no quera hablar ms, su silencio era ejemplarizante, casi un escupitajo contra los tiempos que vivimos. All est su nom-bre, en esa primera pgina, pero no lo que dice, como queriendo declarar s, soy yo, el que prefe-rira no decir nada.

    Me gusta ver mi primer libro como una es-pecie de ready-made, un pequeo artefacto, ba-lad, con la gracia de una caja de fsforos, que se llena de polvo en el estante de una biblioteca pblica, un objeto que nadie lee y no tiene nada que ensear, la muda declaracin de lo ausente, la constatacin de que la poesa, como la hache, persiste gracias a su compulsiva invisibilidad.

    Jacobo Cardona Echeverri (Colombia)Antroplogo. Docente de ctedra de la Universidad de Antioquia

    Notas1 En una hermosa apologa al olvido, escribe Marc Aug: El olvido nos devuelve al presente, aunque se conjugue en todos los tiempos: en futuro para vivir el inicio; en presente, para vivir el instante; en pasado, para vivir el retorno; en todos los casos, para no repetirlo. Es necesario olvidar para estar pre-sente, olvidar para no morir, olvidar para permanecer siem-pre fieles. Aug, M. (1998). Las formas del olvido. Barcelona: Gedisa, p. 104.2 Robert Walser (2008). El paseo. Madrid: Siruela.

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    *El escritor que tiene ms posibilidades de cosechar xito es aquel que se empequeece al mximo, tanto ante los contemporneos como ante laposteridad.

    *Su autntico maestro fue l mismo, y puede decirse que fundamentalmente asisti a supro-pia escuela.

    *Desde fecha muy temprana se manifest en l esa ocupacin singular de apartarse y hallar un evidente placer en la soledad.

    *Cuando comenc como poeta, empec tam-bin como persona y me senta como si acabara de nacer. El mundo era nuevo todos los das, como si hubiera muerto durante la noche y vol-viese a la vida al amanecer.

    *No tienes de verdad ms cosas que las que caben en esta maletita? Eres realmente pobre. Una maleta es toda tu casa en este mundo. Hay en esto algo extraordinario, pero tambin lamentable.

    *Donde uno permanece, es pequeo. Solo donde nos echan de menos podemos importar mucho. Pero acaso no es ms importante la fe-licidad que la grandeza?

    *Le consolaba la idea de que todo lo bello y buenocuesta. Cerca, una hoja temblaba al vien-to. l la incluy en su poema; tambin a un rbol desgreado; y a un montoncito de nieve depositado en una zanja, y tambin a s mismo, que un da yaci igualmente en el suelo, como la hoja y el montoncito de nieve.

    *He nacido para ser regalo, siempre he perte-necido a alguien y me molestaba vagar un da entero sin encontrara nadie a quien ofrecerme.

    *Yo me pareca a un nio que se haba extravia-do y estaba a punto de echarse a llorar, a pesar deque curvaba los labios en una sonrisa burlona. No estn emparentadas la burla y la aoranza?

    *Ser humilde y seguir sindolo. Y si alguna mano, una circunstancia, una ola me levanta-sen y llevasen hasta las alturas donde imperan el poder y la influencia, yo mismo destrozara las circunstancias que me hubieran favorecido y me arrojara a las tinieblas de lo bajo e in-significante. Solo puedo respirar en las regiones inferiores.

    *Era maravilloso. Yo era principescamente pobre y soberanamente libre.

    * desde la altura de mi indeciblemente mo-desta persona

    *Mis sentimientos son flechas afiladas que me hieren. El corazn desea ser herido y los pensa-mientos quieren estar cansados. Anso meter la luna en un poema y las estrellas enotro y entre-mezclarme con ellas. Qu voy a hacer con los sentimientos sino dejarlos agitarse y morir cual peces en la arena del lenguaje? Acabar conmi-go en cuanto termine de escribir poesa, y eso me alegra.

    *Aqu estoy y me seguir quedando. Es tan dulce quedarse! Acaso la naturaleza se va al extranjero? Emigran acaso los rboles para procurarse hojas verdes en otro lugar y volver luego a casa a pavonearse con ellas?

    *Acaso escribir no consiste sobre todo en rondar o vagar en torno a lo esencial, como si merodear alrededor de una especie de papilla caliente fuera algo magnfico? Al escribir uno siempre posterga algo importante, algo que quiere destacar a toda costa, mientras habla o escribe sin cesar de algo distinto que es comple-tamente secundario.

    *Respecto al lenguaje, su belleza entraa que cuando falle se muestre eficaz, que al enmude-cer sea capaz de dar a entender que est ah.

    Textos tomados de Jrg Amann (2010). Robert Walser. Una biografa literaria. Madrid: Siruela.