Ordóñez, L. - La globalización del miedo

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Revista de Estudios Sociales no. 25, diciembre de 2006: 140 pgs. ISSN 0123-885X: Bogotá; 95-103 pgs.

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Fecha de recepción: 22 de agosto de 2006 · Fecha de aceptación: 7 de diciembre de 2006

“LA GLOBALIZACIÓN DEL MIEDO” / “THE GLOBALIZATION OF FEAR”

Resumen

Un rasgo importante del actual proceso de globalización consiste en quelos sentimientos de miedo acosan cada vez con más fuerza a loshabitantes de la aldea global. El incremento del terrorismo, las amenazasambientales, los riesgos asociados al desarrollo de nuevas tecnologías y,en general, la atmósfera de inestabilidad que caracteriza la vidacontemporánea, se traducen en una creciente propagación del miedo. Eneste artículo examinaremos primero las principales causas por las cualesla sociedad actual resulta tan vulnerable frente al miedo, especialmenteel derivado del terrorismo. Luego, veremos de qué modo los medios decomunicación acrecientan esta vulnerabilidad. Al final, mostraremos enqué sentido estamos asistiendo al surgimiento de una sociedad global enestado de miedo permanente.

Palabras clave:Miedo, terrorismo, globalización, medios de comunicación.

Abstract

An important feature of the current globalization process is that fearhunts the inhabitants of the global village with more intensity each day.The growth of terrorism, environmental threats, risks associated to thedevelopment of new technologies, and, indeed, an atmosphere ofuncertainty that characterizes contemporary life, produces an increasingpropagation of fear. In this article we will first examine the reasons forwhich the current society is so vulnerable to fear—specially the onederived from terrorism. Then, we will see how the mass media increasesthis vulnerability. Finally, we will show in which way it can be said thattoday we are attending the appearance of a global society in state ofpermanent fear.

Keywords:Fear, terrorism, globalization, mass media.

Un nuevo fantasma recorre el mundo: el miedo. Lanovedad no procede del miedo en sí mismo (pues estesentimiento acompaña a los seres humanos desde losorígenes de la especie), sino de las formas que adopta suprotagonismo en el escenario de la sociedad global. Lacreciente integración de las relaciones económicas, políticasy culturales a lo largo y ancho del planeta ha traídoconsigo efectos colaterales no deseados, entre los cuales ladifusión global del alarmismo y de los sentimientos demiedo e incertidumbre está pasando a primer plano. Las

fuentes de las que se nutre esta tendencia son diversas. Sibien la atención de la opinión pública mundial actualmentegravita alrededor de la preocupación por el incremento delterrorismo, también están a la orden del día los temoressuscitados por la degradación ambiental planetaria, por eldesarrollo de tecnologías potencialmente peligrosas, por lascrisis económicas y, en general, por la atmósfera deinestabilidad y zozobra que caracteriza la vidacontemporánea. Ello ha generado una crecienteglobalización del miedo que con frecuencia se traduce enmiedo a la globalización.La situación resulta paradójica en la medida en que una delas metas de la modernización consistía en minimizar lospeligros que atemorizan a los individuos. Las pólizas deseguros, los sistemas de seguridad social, los implementostécnicos y médicos, así como otros mecanismos de control,fueron diseñados con el objeto de resguardar en lo posiblea las personas de accidentes y calamidades, creando unclima de confianza y confort en el que la vida pudiesetranscurrir sin angustias. Sin embargo, pese al elevado nivelde eficiencia que han alcanzado las instituciones y lastecnologías modernas, la vida contemporánea secaracteriza por la sensación de continuo sobresalto queimpregna la existencia cotidiana de la gente. Luego de lasterribles experiencias históricas del siglo XX, la caída delMuro de Berlín pareció abrir una época de apaciguamientode las tensiones internacionales; no obstante, apenas 15años más tarde, con el auge del terrorismo y la persistenciade la violencia en numerosas zonas del mundo, resultaapenas obvio que se trataba de una impresión infundada.Las nuevas tecnologías, lejos de apagar el clamor de lasalarmas que advierten sobre la amenaza de un colapsoambiental, parecen haberlo agudizado y diversificado.¿Cómo explicar esta curiosa inversión por la cual el miedocreciente aparece como resultado no esperado del propioproceso modernizador destinado a combatirlo?

De la globalización de los riesgos a la globalización del miedo

En años recientes Ulrich Beck ha desarrollado el conceptode sociedad del riesgo para subrayar el rol que lossentimientos de incertidumbre y temor juegan en lasociedad globalizada. Según este autor, el proceso demodernización conduce a una situación en la que laprobabilidad de trastornos y de desastres es mayor y nomenor que antes, debido a los factores de riesgo que segeneran a medida que la complejidad de los entramadosinstitucionales aumenta, y a medida que la ciencia y latecnología introducen nuevos implementos yprocedimientos cuyos efectos son difíciles de prever tantocomo de controlar. Beck plantea que el mundo moderno“incrementa al ritmo de su desarrollo tecnológico ladiferencia entre dos mundos: el del lenguaje de los riesgoscuantificables, en cuyo ámbito pensamos y actuamos, y elde la inseguridad no cuantificable, que también estamoscreando” (2003, p. 16).

Leonardo Ordóñez*

* Filósofo y magíster en filosofía. Docente e investigador en la Escuela deCiencias Humanas, Universidad del Rosario. Autor del libro Poesía ymodernidad (Bogotá: Ministerio de Cultura de Colombia, 2002). Correoelectrónico: [email protected]

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En una línea argumentativa parecida, Giddens distingue(2000, p. 38 y ss) los riesgos naturales tradicionales de losriesgos manufacturados—es decir, aquellos producidos porel propio avance de la modernidad—y sostiene que laproliferación de estos últimos constituye uno de loselementos que definen la atmósfera de nerviosismo de lacivilización contemporánea. Este punto de vista, pese a laporción de verdad que contiene, resulta insuficiente paraexplicar la propagación global del miedo. Si bien es ciertoque los riesgos son ahora de carácter global, de ello no seinfiere que nuestra época sea más peligrosa que otrasanteriores. La sociedad se globaliza y, con ello, cambia elmarco para la interpretación de los riesgos que la acechan,pero todavía hace falta saber cómo funciona la relaciónentre los riesgos y su percepción por parte de la sociedad.De hecho, contra lo que quizá podría suponerse, la relaciónentre riesgo y miedo con mucha frecuencia no esdirectamente proporcional. El miedo puede alcanzar confacilidad niveles desproporcionados en relación con losriesgos reales, mientras que situaciones de alto riesgopueden en ocasiones ser asumidas con tranquilidad ysangre fría. Esto parece indicar la conveniencia dedistinguir la globalización de los riesgos de la globalizacióndel miedo. Veamos.La globalización de los riesgos es un hecho que comienza acuajar en la época de los grandes descubrimientosgeográficos, quinientos años atrás. Como ha mostradoGiddens, las culturas anteriores a la modernidad tenían elconcepto de miedo pero no el de riesgo, debido a que esteúltimo designa amenazas o eventualidades que se analizanen relación a posibilidades futuras. En términos de Giddens,la idea de riesgo “sólo alcanza un uso extendido en unasociedad orientada hacia el futuro”, ya que “supone unasociedad que trata activamente de romper con supasado—la característica fundamental de la civilizaciónindustrial moderna—” (2000, p. 35). De acuerdo con esteplanteamiento, las sociedades tradicionales—a causa de suorientación hacia el pasado—no necesitan el concepto deriesgo. Los exploradores españoles y portugueses fueron losprimeros en utilizar el término “riesgo”, con el cualdesignaban la navegación en aguas desconocidas. El origendel término, por consiguiente, involucra tanto el temor queproduce la exploración de un espacio ignorado (nuevosmares, nuevos territorios) como el que produce laincertidumbre acerca del futuro (el resultado del viaje, lallegada a buen puerto). Con el desarrollo del sistemabancario, los inversionistas precisaron el sentido deltérmino al utilizarlo para designar la evaluación de lasposibilidades de éxito o fracaso de un proyecto. Por estecamino, la racionalización de los riesgos condujo aldesarrollo de las empresas aseguradoras y los sistemasestatales de bienestar. Desde la revolución industrial, losriesgos adoptan un cariz cada vez más global, debido alimpacto trasnacional de las nuevas tecnologías y a lacreciente integración de regiones distantes del planetaposibilitada por los modernos sistemas de transporte y decomunicación.

La globalización del miedo es un hecho de naturalezadistinta. A diferencia del riesgo, el miedo no surge con lamodernidad sino que la precede, y aun podríamos decirque, en cierto modo, precede y acompaña toda civilización,en la medida en que las sensaciones de miedo hunden susraíces en el desarrollo biológico de la especie. Pero, comoha advertido Taussig, el miedo “no sólo es un estadofisiológico, sino también social” (1987, p. 5). Numerososautores han señalado la importancia de la elaboracióncultural del miedo y del terror. Rossana Reguillo, porejemplo, muestra cómo, aunque son las personas concretaslas que sienten miedo, “es la sociedad la que construye lasnociones de riesgo, amenaza, peligro y genera unos modosde respuesta estandarizada, reactualizando ambos,nociones y modos de respuesta, según los diferentesperíodos históricos” (2000, p. 65). Consideremos uno delos casos que utiliza la autora para ilustrar esta idea. Frenteal aumento de la actividad del volcán Popocatépetl enMéxico a finales del siglo XX, las comunidades indígenas ycampesinas que vivían en las laderas del volcán fueronpresionadas por el gobierno para abandonar sus terruños ysu modo de vida. Sin embargo, esa perspectiva (cuyaconveniencia era respaldada con detallados estudios ymediciones por el Centro Universitario para la Prevenciónde Desastres Regionales) les causó un temor mayor que lade permanecer al lado de “Don Goyo” (como llaman ellosal volcán), de quien dicen que ha hablado en sueños conlos mentores de la comunidad y les ha asegurado que “nopiensa hacer daño”. Los campesinos e indígenas percibenlos aparatos de medición de los científicos como unaamenaza mucho más temible que las señales de actividaddel volcán—a diferencia de los habitantes de las zonasurbanas aledañas, que sí confían en las advertencias de loscientíficos y ven al volcán como un auténtico peligro—.Este ejemplo muestra que los miedos humanos no senutren solamente de condicionamientos biológicos, sinotambién de formas de temer y de recelar que sonaprendidas en el seno de la vida social o comunitaria. Sinembargo, este mismo ejemplo ilustra a la vez el localismoque caracteriza a los miedos sociales hasta fechasrecientes. Los miedos tradicionales, incluso cuando noobedecían a causas naturales sino a la violencia o a lainestabilidad política, se alimentaban de circunstanciasespecíficas cuyo alcance raras veces—y sólo de un modotímido—desbordaba los ámbitos regionales o nacionales.En las últimas décadas esta situación ha empezado acambiar. El punto de inflexión a este respecto fue marcadopor la Guerra Fría. El temor de un conflicto nuclear entredos superpotencias polarmente enfrentadas representó loque podríamos llamar el primer miedo globalizado de lahistoria. Desde entonces, los miedos sociales han unido susuerte a la de la propia globalización.Esto no quiere decir que el arraigo local de los miedosdesaparezca; quiere decir más bien que, por una parte, losmiedos locales pueden ahora alcanzar una dimensiónglobal que nunca habían tenido, al tiempo que, por otra,los miedos globales inciden en los escenarios locales de

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constitución del miedo. En otras palabras: la elaboracióncultural del miedo ya no tiene lugar sólo a nivel local sinotambién a nivel global. Estos dos niveles no funcionancomo estratos separados de la experiencia, sino que searticulan mutuamente. Como advierte Beck, “no es verdadque la globalización esté hecha sólo de globalización. Estáhecha de localización también. No es posible pensar en laglobalización sin hacer referencia a lugares y sitiosespecíficos” (2002, p. 23). En concordancia con esta lógica,un miedo sólo puede volverse global si encuentra lamanera de articularse en las dinámicas de constitución delmiedo que tienen lugar en escenarios sociales concretos.Los procesos locales de constitución del miedo, a su vez, seven cada vez más influidos por amenazas y temores cuyoorigen no es local sino externo, pero los cuales interioriza yconvierte en parte de su propia dinámica. De este modo,las fronteras entre miedo local y miedo global tienden ahacerse difusas. En el complejo sistema de vasoscomunicantes de la sociedad globalizada, el miedo puedecircular y desplazarse de un sitio a otro con mayor rapidezque nunca. Para los individuos, esto equivale a tener quevivir en una atmósfera de inquietud y desasosiego, ya queen lo sucesivo la sombra del miedo acecha por todaspartes.La importancia de distinguir la globalización de los riesgosde la globalización del miedo se pone en evidencia cuandoconsideramos el diagnóstico de la situación actualrealizado por Zygmunt Bauman. Según este autor, es la“fluidificación” de las viejas estructuras sociales, suscitadapor los desarrollos tardíos de la modernización, la que hadado lugar a esa atmósfera en la que los individuosexperimentan sensaciones de aislamiento y desamparo quelos tornan más vulnerables frente a los embates del miedo.“La inseguridad nos afecta a todos, inmersos comoestamos en un mundo fluido e impredecible dedesregulación, flexibilidad, competitividad e incertidumbreendémicas” (2003, p. 169). ¿Esta tesis no implica,entonces, un retorno a la añeja concepción de Marx segúnla cual en la modernidad todo lo sólido se desvanece en elaire? El caso es que, para Bauman, ahora estamosasistiendo a una radicalización de esa tendencia. Si bien ensu fase temprana el proceso de modernización desarraigólos antiguos lazos comunitarios, los reemplazó enseguidacon una serie de mecanismos de control y de gestión deltrabajo que resultaban—sea por vía taylorista o por víafondista—más o menos coercitivos.La modernidad tardía, en cambio, está aflojando el marcoinstitucional rígido heredado de esa primera modernidad.La idea, según parece, es conceder a los individuos unamplio margen de libertad para construir su vida según suspropios intereses en el marco de una competencia exentade intervenciones estatales. Empero, y sean cuales fuerenlos beneficios de la flexibilidad y la desregulacióncrecientes, éstos no están siendo distribuidos de maneraequitativa. Los grupos sociales menos favorecidos, que sonla mayoría de la población mundial, se encuentran casiinermes ante las condiciones sociales emergentes. En

términos de Bauman, “el tipo de incertidumbre, de oscuraspremoniciones y temores respecto al futuro que acosan ahombres y mujeres en el entorno social fluido, en perpetuocambio, en el que las reglas de juego cambian a mitad dela partida sin previo aviso o sin una pauta legible, no une alos que sufren: los separa y los aísla” (2003, p. 59). En elseno de esta “modernidad líquida”, las nuevas elitesdisfrutan de una movilidad que les permite evadir tanto lasfuentes locales de temor como los marcos institucionalesrígidos; las mayorías pobres, en cambio, están atadas a sulugar de nacimiento y a las problemáticas sociales quehacen que sus vidas sean difíciles y oscuras. La únicasolidaridad que prospera en estas circunstancias es la delmiedo. Pero como el miedo por definición no puedeconstituir la base para una genuina cohesión social, lo queimpera es un estado de atomización social en el que cadaquien sólo puede confiar en su propia habilidad para eludirel peligro.Este planteamiento, al igual que el de Beck, resulta muyútil para explicar la globalización de los riesgos pero sequeda corto en el momento de dar cuenta de laglobalización del miedo. En efecto, el miedo reinante nopuede explicarse solamente a partir de las tensiones ydesigualdades en curso, como tampoco podía explicárseloa partir de un cambio en la naturaleza de los riesgos, pormás que esas tensiones y esos riesgos nos ayuden aentender la vulnerabilidad de la sociedad contemporáneafrente al miedo. Dado que el miedo es, al menos en parte,el resultado de una elaboración social, sus niveles deintensidad y difusión sólo parcialmente dependen de losriesgos y de las amenazas vigentes en un momento dado.Así como nuestra percepción de una situación dependetanto de la situación misma como del estado de nuestrasensibilidad, el modo en que una comunidad o un grupoperciben una amenaza juega un papel decisivo en lainterpretación de su peligrosidad. Este es el punto en elque la tesis de Beck sobre la sociedad del riesgo y la tesisde Bauman sobre la modernidad líquida necesitan sercomplementadas. La atmósfera de temor que reina en lasociedad global se ha emancipado de los factores de riesgoy de la situación social explosiva en un sentido importante.Si bien los riesgos son indiscutiblemente reales y lasituación social ejerce una fuerte presión sobre el sistema,la cobertura e intensidad de los miedos no está supeditadaúnicamente a estos factores. La globalización del miedo, enespecial el derivado de las acciones de los gruposterroristas, se basa en gran medida en la interconexiónglobal entre sociedades y culturas distintas a través de unvasto sistema de medios de comunicación masiva.

El papel de los medios masivos en la globalización del miedo

Resulta apenas obvio que acontecimientos o hechossusceptibles de provocar sentimientos de miedo puedenalcanzar, gracias a los medios, una resonancia mucho másamplia y vigorosa de la que habrían tenido en ausencia deéstos. Es usual que un mismo hecho suscite temores

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mayores o menores dependiendo del modo como seapuesto en conocimiento de las audiencias a través de loscanales informativos. En este sentido, el papel de losmedios en relación con los hechos no se reduce nunca a sufaceta informativa o comunicativa. Las sensaciones demiedo bien pueden estar justificadas por los riesgos, lasviolencias o las atrocidades que tienen lugar a diario endiferentes lugares del mundo, pero también pueden seraumentadas o menguadas según el tratamiento que se ledé a la información (incluso cuando ésta se esfuerza pordar cuenta de los hechos “tal como ocurrieron”). Anunciarque el pánico cunde en una población o en un territoriopuede reforzar el pánico mismo o incluso desencadenarnuevas oleadas de pánico que no se habían desatadohasta entonces porque habían permanecido por debajo deun cierto umbral de tolerancia. Pero también la sustracciónu omisión de información relevante puede contribuir a lainstauración de una atmósfera de incertidumbre y miedo.Esto implica que los medios no solamente informan acercadel mundo sino que actúan sobre él.Si vamos un poco más allá de esta consideración básica, loprimero que descubrimos es que los efectos performativosde los medios no se agotan en la difusión (o en laocultación) de un hecho en particular en un momentoespecífico del tiempo, sino que se refuerzanincesantemente debido a la continuidad de la acción delaparato mediático a lo largo de periodos prolongados. Lavigencia de las noticias rara vez tiene una duración quealcance más allá de una o dos semanas; la mayoría de ellasdesaparece luego de despertar un breve interés. Perodetrás de una noticia viene otra y su efecto acumulativo eslo que cuenta a la hora de evaluar la incidencia de losmedios en procesos de mediano y largo plazo.Una situación de miedo puede ser pasajera; una atmósferade miedo necesita ser sostenida por la acción continua delos factores que la suscitan. A este respecto, lo esencial esnotar que no basta con que existan riesgos o acontezcanhechos temibles; hace falta además que el público tengaconocimiento de ello y que ese conocimiento sea renovadouna y otra vez. Aquí resulta pertinente la tesis de Gil Calvosegún la cual “lo que ha crecido con la globalización no estanto el riesgo real como el conocimiento público delriesgo percibido” (2003, p. 38). En opinión de este autor, elalarmismo global es “un efecto emergente creado por losmedios de comunicación” (2003, p. 40). Examinemosalgunos de los corolarios que se derivan de esteplanteamiento.Que el conocimiento público del riesgo percibido aumentesignifica que los factores de miedo conquistan una porcióncreciente de la atención pública, con lo que permanecenpresentes más tiempo en la conciencia de los individuos.Que la sensación de alarma así intensificada sea un efectoemergente significa que esta dinámica no obedece a losdesignios de una voluntad conspiradora empeñada enextender el miedo entre la población. La intensificación dela alarma creada por los medios es un efecto no calculadoque se debe tanto al perfeccionamiento del aparato

tecnológico de los medios como al alcance global que estáalcanzando su cobertura. Lo característico de laglobalización del miedo radica en que la atmósferageneralizada de temor se nutre de hechos violentos o desituaciones de riesgo que tienen lugar en sitios muyprecisos pero que alcanzan una resonancia global debido ala acción del aparato mediático. Este cambio podríaconsiderarse como un fenómeno puramente cuantitativo(ahora mucha más gente se entera de los hechos) si nofuera porque, una vez tamizada por la acción de losmedios, la percepción del miedo cambia de signo. Dehecho, como sostiene Reguillo, gracias a los medios elterror se está convirtiendo en “una narrativa deexportación global” (2000, p. 68). Esta perspectiva resultasugerente por cuanto indica que en la aldea global losindividuos, además de consumirse a fuego lento en elcaldero del miedo, son también ávidos consumidores demiedos mediáticos. Pero lo que interesa subrayar ahora esque las narrativas globales del miedo tienen un potencialpara atemorizar a la gente que suele estar ausente en lasnarrativas locales. El análisis de un ejemplo puedeayudarnos a aclarar este punto.Ya hace casi cuarenta años Morin se había referido alasesinato de J. F. Kennedy como la primera “teletragediaplanetaria” (1994, p. 408 y ss). Expresiones análogas seoyeron por doquier con motivo de la caída de las TorresGemelas en el 2001. Habermas se refirió a este hechocomo al “primer acontecimiento histórico mundial ensentido estricto”, pues se consumó “ante los ojos de laopinión pública mundial” (Borradori, 2003, p. 57). Derrida,por su parte, interpretó el hecho como el síntoma de un“terror absoluto” que sobrevuela el mundo con todos sus“efectos traumáticos” (Borradori, 2003, pgs. 147-148).Ambos filósofos coincidieron en atribuir un papelprimordial a la difusión del hecho en tiempo real y alposterior cubrimiento de los detalles a través de lascadenas de televisión (las cámaras se las arreglaron paratransformar a la opinión pública mundial en una legión de“mirones”). No obstante, ambos se abstuvieron de señalarque el impacto de la difusión mediática no había sidohomogéneo en un sentido importante: la conmociónexperimentada por los neoyorquinos no era equiparable ala experimentada por las audiencias de otras ciudades uotros continentes. Para los primeros, el zarpazo súbito delterror resquebrajaba su confianza en la invulnerabilidad deun territorio en el cual estaba anclada su experiencia vital;para los segundos, el hecho constituía un aviso de que, apartir de ahora, nadie en ninguna parte podía considerarsecompletamente a salvo. En el primer caso, el miedo senutría de circunstancias concretas y vívidas; en el segundo,de imágenes y de comentarios puestos en circulación porlos medios. Los neoyorquinos podían imaginarse a símismos como víctimas de este ataque; las personas deotras regiones del mundo sólo podían imaginarse a símismas como víctimas de ataques análogos.Esta diferencia no es trivial, por más que enseguida losucedido se convirtiera, aun para los propios neoyorquinos,

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en objeto de un tratamiento mediático intensivo. Cuando elmiedo nace de hechos en los que podríamos haberresultado afectados (si es que no lo hemos sido), lasuperación del trauma subsiguiente depende de nuestracapacidad para incorporar esos hechos a una narrativapersonal y local, dándoles así un semblante y un contextopreciso que los torna reconocibles y, en mayor o menorgrado, manejables. Además, los hechos que ocurren en unlugar familiar para nosotros no pueden, por terribles quesean, resultarnos totalmente ajenos. Cuando, por elcontrario, los miedos nacen de hechos no localizables enun contexto personal, se transforman en una sensacióndifusa que, justamente a causa de ello, resulta tanto másinquietante e indócil. Los vínculos que conectan unacontecimiento temible con el entorno local en que hatenido lugar se tornan impalpables tan pronto elacontecimiento pasa a formar parte del circuito global delas comunicaciones. Esta desterritorialización delacontecimiento por obra de los medios introduce unelemento de abstracción e inaprehensibilidad en lapercepción del miedo. Este ya no tiene propiamente unlugar sino que pasa a estar en cualquier lugar.Por eso es posible afirmar que “los miedos se fortalecen enla ampliación sobrecogedora de su narración mediática”(Reguillo, 2000, p. 68). A este respecto, la caída de lasTorres Gemelas sólo se diferencia de otros eventosterroríficos por la magnitud de la difusión que tuvo. Por lodemás, la aseveración de Reguillo resulta válida para lamayoría de los hechos de violencia y de sangre queaparecen a diario por los medios. Las noticias sobrecrímenes, atentados suicidas, catástrofes, cartas-bomba,mensajes con ántrax, así como las estadísticas relativas asecuestros, accidentes, agresiones, masacres, generan unsordo sentimiento de tensión y de alarma. La inquietud seinstala poco a poco en los corazones y, por ende, en lasrelaciones interpersonales. Pronto impera un miedo vago eindefinido que obstaculiza tanto la identificación de losresponsables como el cálculo de los riesgos. Sólo losrumores circulan por doquier: la tensión planea sobre lascabezas de todos porque nadie sabe a ciencia ciertacuándo y dónde será el próximo golpe.Así es como los medios alimentan el miedo a nivel global,aun sin proponérselo. La lógica que gobierna el tratamientode la información a través de los medios obedece menos aun oscuro interés en infundir terror que al objetivo másprosaico de llamar la atención. Los periódicos, lasemisiones radiales, los telenoticieros necesitan incrementaro al menos mantener su audiencia para continuar al aire oen circulación. Infelizmente, da la casualidad de que elmiedo constituye uno de los mejores ganchos para lograrlo.En condiciones de dura competencia, es fácil para losencargados de un medio caer en la tentación de subrayarlos aspectos más llamativos de unos acontecimientos depor sí llamativos. Es aquí donde resulta oportuno recordarel apetito creciente por las imágenes de violencia y desangre que caracteriza a la sociedad contemporánea. SusanSontag ha subrayado que, desde hace varias décadas, el

grado de violencia, sadismo y horror admitidos en lacultura de masas (a través de las películas, la televisión, losvideojuegos, etcétera) viene en aumento: “Imágenes quehabrían tenido a la audiencia encogida y apartándose derepulsión hace cuarenta años son vistas hoy sin siquiera unpestañeo por todos los adolescentes en los multicines”(2003, pgs. 100-101). Antes de ser las víctimas del miedo,los individuos ya eran sus consumidores. Por eso no esextraño que la destrucción de las Torres Gemelas hubiesesido anticipada con lujo de detalles por Hollywood, esaenorme industria del entretenimiento experta en escenificarhecatombes (conflagraciones nucleares, naufragiosmultitudinarios, choques del planeta con meteoritos,matanzas a cargo de asesinos naturales, exterminios queponen en peligro a la especie humana...). En cierto sentido,las películas y los programas basados en la estetización delterror no son meros pasatiempos: su existencia contribuyeeficazmente a curtir las audiencias, a prepararlas para elconsumo del terror real, el cual de todos modos llegaatenuado cuando aparece transmitido en los noticieros—por más que los televidentes, antes de cambiar de canal,alcancen a pensar: “¡Qué terrible que algo así haya podidoocurrir!”—.Esto muestra que el papel central jugado por los medios enla globalización del miedo no se debe sólo al poder de lospropios medios, sino también a la silenciosa complicidaddel público. Mientras los eventos sangrientos sigan siendouna garantía de espectáculo, mientras las narrativas delterror y la violencia continúen conquistando audiencias,seguramente los medios seguirán utilizando este tipo deganchos y, en consecuencia, continuarán actuando comoagentes de la propagación del miedo. Y no porque losmedios se hayan propuesto deliberadamente extender elmiedo (hemos dicho ya que el alarmismo es un efectoemergente no deseado), sino porque apelan a él como auna fórmula que en repetidas ocasiones ha probado sueficacia.

La sociedad global en estado de miedo permanente

El hecho de que la globalización del miedo sea un efectoemergente no significa, empero, que los poderesconstituidos no puedan aprovechar la nueva situación parainclinar la balanza del miedo en una u otra dirección. Paranadie es un secreto que los hechos reciben una atencióndiferenciada por parte de los medios, y todos sabemos queel empleo de tecnologías mediáticas ofrece enormesposibilidades, tanto a la hora de seleccionar los contenidosinformativos que circularán globalmente, como a la hora dedosificar o multiplicar el efecto de un acontecimiento sobrelas audiencias. Estas posibilidades resultan atractivas paramuchos debido a que la gestión mediática del miedo esuna herramienta eficaz para el logro de ciertos propósitos(emprender una guerra, promover un proyecto legislativoque limita la inmigración extranjera, motivar una ola depopularidad en época de elecciones, sembrar ladesconfianza en una comunidad, etcétera). Por otra parte,

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el miedo reduce la capacidad de resistencia y de vigilanciacrítica de la ciudadanía. Como escriben Deleuze y Parnet,“los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que dereprimirnos” y por eso están interesados ante todo en“administrar y organizar nuestros pequeños terroresíntimos” (1997, p. 71). Por su efecto paralizante sobre losindividuos, el miedo es un controlador social bastanteeficiente. Bajo su influjo, los individuos tienden menos aactuar y más a permanecer en estado de alerta, a la esperade los acontecimientos.Ahora bien, estar a la espera no suele ser un modoadecuado de resolver el problema—o de aclarar lasituación—que suscita el miedo. Dilatar la esperaprácticamente equivale a prolongar la existencia delproblema, y prolongar el problema equivale a su vez adilatar la espera de la solución. Ya los filósofos del sigloXVII han mostrado claramente que no hay esperanza sinmiedo ni miedo sin esperanza, pues el miedo va unidosiempre a la esperanza de que aquello que se teme noocurra y la esperanza va unida siempre al miedo de queaquello que se espera no llegue (Descartes, Tratado de laspasiones, LVIII; Spinoza, Etica, III, Definiciones de losafectos, XII-XIII). Esta interdependencia entre esperanza ymiedo tiene fuertes implicaciones en la esfera de la vidapública, ya que abre un camino muy efectivo para influirsobre la conducta de las personas. En este sentido, laglobalización del miedo es un desarrollo emergente que leviene bien a todo aquel que quiera mantener viva entre laciudadanía la esperanza de un triunfo sobre el miedo. Losgobernantes con frecuencia son los primeros interesadosen ello, ya que, en la medida en que la atmósfera de miedose mantenga viva, la esperanza de derrotar el miedo—proyecto que ellos prometen cumplir—también persistirá.En este orden de ideas, alimentar el miedo puede ser unmedio para ganar puntos en los sondeos o para obtenervotos. Políticas del tipo Seguridad democrática o Guerracontra el terrorismo encuentran la clave de su popularidaden la esperanza de los ciudadanos de trocar laincertidumbre por la tranquilidad, el miedo por laconfianza. Por eso los promotores de estas políticas suelenestar prontos a utilizar los medios para persuadir a laopinión pública, tanto de la peligrosidad de la amenazaterrorista, como de las bondades de su estrategia paracombatirla.El problema es que los procedimientos empleados paracombatir el terror usualmente recurren a formas más omenos veladas de ese mismo terror que fustigan, con loque, como dice Derrida, “trabajan para regenerar, a corto olargo plazo, las causas del mal que pretenden exterminar”(Borradori, 2003, p. 149). Si Occidente ha sido objeto deuna fuerte estigmatización por parte de grupos extremistasislámicos, es indudable que las principales democraciasoccidentales han respondido a ello con estrategias que seaproximan peligrosamente a una estigmatización de signoinverso contra el Islam. Si los grupos terroristas hansembrado el pánico con sus acciones criminales, esindudable que el despliegue de los ejércitos justicieros

encargados de perseguirlos ha resultado igualmenteaterrador. En su estudio sobre el terror en el Putumayodurante la época cauchera, Taussig cita el testimonio delfraile capuchino Gaspar de Pinell, a quien la estadía en laregión lo había convencido de que “al hombre civilizado leresulta más fácil salvajizarse al tratar con los indios, que noconseguir que los indios se civilicen con los actos de loscivilizados” (1987, p. 81). Cuando reformulamos esta ideaen términos contemporáneos, advertimos que, en la luchacontra el fundamentalismo, le resulta más fácil al defensorde los valores democráticos terminar actuando como unfundamentalista y no lograr que el fundamentalista seconvierta en un partidario de la democracia. Esto implicaque, a la larga, se hace necesario proteger la democraciano sólo de sus agresores sino también de susautoproclamados defensores.Esta paradoja se nutre de la circunstancia de que es muydifícil luchar contra el miedo sin apelar a su vez al miedocomo escudo de protección. Se ha dicho con frecuenciaque la violencia genera más violencia; una afirmaciónsimilar vale en caso del miedo. Quien vive rodeado de unaatmósfera de miedo percibe el peligro en todas partes; sesiente asediado por enemigos que, sin embargo, no lograidentificar claramente. Negri y Hardt han mostrado que“hoy en día les resulta cada vez más difícil a los ideólogosde Estados Unidos nombrar a un único, unificado enemigo;por el contrario, parece que hay enemigos menores yelusivos en todas partes” (2001, p. 202). Un corolarioimportante que se deriva de esta atmósfera de peligro esque, bajo su influencia, la representación de la realidadtiende a revertir en mecanismos de dominio. Quien vive enun mundo aterrador se convence fácilmente de que elúnico modo de sobrevivir consiste en inspirar a su vez unterror aún mayor. Por este camino, la lucha contra el miedotermina sirviendo para justificar la construcción de muros,el trazado de líneas fronterizas, el diseño de armamentosmás sofisticados, la producción de identidades ficticias, labúsqueda de chivos expiatorios sobre los cuales descargarla furia de la venganza.El precio que se paga por ello radica en el debilitamientode la legitimidad del gobierno instituido. Como mostróBenjamin hace casi un siglo, el derecho que tienen losgobernantes de hacer cumplir las leyes se basa en lafuerza, por más que la finalidad del derecho sea lasuperación del estado en el cual impera la ley del másfuerte. Esto implica, por un lado, que ningún sistema degobierno puede renunciar al uso de la fuerza, al mismotiempo que, por el otro, los despliegues de fuerza mediantelos cuales hace cumplir la ley debilitan (sobre todo una veztraspasan cierto límite) el principio del cual extraen supropia legitimidad: “A la larga, toda violencia conservadorade derecho indirectamente debilita a la fundadora dederecho en ella misma representada, al reprimir violenciasopuestas hostiles. (...) Esta situación perdura hasta quenuevas expresiones de violencia o las anteriormentereprimidas, llegan a predominar sobre la violenciafundadora hasta entonces establecida, y fundan un nuevo

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derecho sobre sus ruinas” (Benjamin, 1999, p. 44). Elterrorismo sin duda no ofrece una base legítima parafundar un nuevo derecho. Sin embargo, en sus esfuerzospor reprimir el terrorismo, los gobiernos pueden terminarrealizando un despliegue de fuerza desproporcionado (esdecir, terrorista en mayor o menor grado) debido a ladificultad de identificar al enemigo, que se torna cada vezmás inasible y escurridizo. El hecho mismo de declararle laguerra a los terroristas es ya un síntoma de estadesproporción que, como ha señalado Habermas, sólopuede conducir a una “guerra a ciegas” (Borradori, 2003,p. 66). De ahí que, por momentos, el terror desencadenadopor los terroristas y el terror de las respuestas estatalestiendan a confundirse, a volverse borrosos e indistintos.En la novela La inmortalidad de Kundera se encuentra unafrase que, si se nos permitiera cambiar la palabra ‘odio’ porla palabra ‘miedo’, diría: “El peligro del miedo consiste enque nos ata al adversario en un estrecho abrazo”. Esteparece ser el riesgo que afrontan hoy los gobiernosdemocráticos que han sido atacados por el terrorismo. Ellono significa que la globalización del miedo impliquenecesariamente un regreso al terrorismo de Estado, esaherencia siniestra de la revolución francesa en la cual elpoder estatal mantenía el control absoluto de un territoriomediante el uso de la fuerza. Si bien diversos indiciosparecen indicar un retorno de la Realpolitik y del estadoguardián hobbesiano, en nuestra época ya no se tratatanto de controlar los territorios mediante el terror comode gestionar, administrar, dosificar hábilmente el terror queel sistema mismo produce, de manera que la situacióntome, como por añadidura, el curso deseado. Laambigüedad implícita en los atentados del 11 deseptiembre ilustra bien este punto. Los terroristas queorganizaron el ataque y el gobierno del país atacado teníanun interés compartido: darle a los hechos la mayorresonancia posible a través de los medios. Como era deesperarse, cada una de las partes procuró sacar el máximopartido del funcionamiento del aparato mediático, a fin deencauzar el terror en la dirección más acorde con lospropios objetivos, por más que el interés de unosconsistiera en sembrar el miedo por doquier mientras queel de los otros consistía en canalizar ese miedo (cuyodesencadenamiento no se había podido impedir) paralegitimar una respuesta aplastante y al mismo tiempoestratégica.El miedo mismo entretanto sigue su propia lógica, enparalelo a los esfuerzos de unos y otros por ponerlo a suservicio. Los nuevos ataques que tuvieron lugar en Madridy en Londres encontraron el terreno abonado para lapropagación de una desconfianza generalizada, en especialcontra los extranjeros residentes en esos países. Adiferencia de los miedos desatados por eventos anteriores(como la explosión de un reactor nuclear en Chernobyl o elaccidente de Three Mile Island), en los cuales la reacciónnegativa de la opinión pública recayó sobre la tecnología yel armamento desarrollados durante la Guerra Fría, losataques terroristas recientes han producido desgarrones

que afectan directamente el tejido social, incrustando en élun elemento de suspicacia e inestabilidad. La amenaza queprovoca mayor temor ya no es la de una guerra nuclear nila de un accidente nuclear (aunque estos temores aúnsubsisten), sino la de un ataque nuclear organizado porgrupos criminales o bandas terroristas. A esto hay queagregar el temor constante a los ataques más pequeñospero igualmente destructivos que acontecen aquí y allá,golpeando de pronto donde menos se lo espera.Cualquiera podría ser la próxima víctima; el victimariopuede estar en cualquier lugar. Todo esto ocurre en unmomento histórico en el que las sociedades democráticasresultan muy vulnerables frente a los embates del miedo,tanto por la amplificación mediática del temor como por laatomización de las propias audiencias, integradas cada vezmás por individuos relativamente aislados, cuyas viviendasy cuyos proyectos de vida tienden a ser unipersonales. Bajoestas condiciones, construir lazos de solidaridad no resultauna tarea fácil. Aquí vale la pena recordar el certeroaforismo de Gonzalo Arango: “El miedo amontona, noune”. Las comunidades del miedo son constitutivamentefrágiles; en ellas mismas prospera el gusano destinado acarcomerlas.Precisamente por ello, el hecho de que la gestión calculadadel miedo haya prevalecido hasta ahora en las respuestaspolíticas a la amenaza terrorista constituye un síntomatanto más revelador del futuro que se avecina para la aldeaglobal. En un alarde de realismo que, empero, no bastapara disimular el carácter profundamente reaccionario desu pensamiento, Huntington escribe: “Tras el 11 deseptiembre, el presidente Bush dijo: “Nos negamos a vivircon miedo”. Pero este nuevo mundo es un mundoaterrador y los estadounidenses no tendrán más remedioque convivir con ese temor o, incluso, vivir atemorizados”(2004, p. 383). Si aprender a vivir en un mundo aterradores la tarea para la cual todos tendrán que prepararse,entonces lo que se avizora en el horizonte es unaverificación de la tesis de Benjamin según la cual el estadode sitio constituye un modelo adecuado para lainterpretación de la vida social. Con este matiz esencial: loque para Benjamin constituía un argumento en contra dela idea de progreso, representa para Huntington suresultado inevitable y natural, razón por la cual hay queresignarse a él. La retórica que proclama: “Nos negamos avivir con miedo”, es la misma que no considera laposibilidad de someter su propio privilegio de producirmiedo a algún tipo de restricción. Cuando Bush declara: “Elmundo es un lugar peligroso”, sin duda tiene razones paradecirlo, puesto que de su país proviene más del 50% de lasarmas que se producen en el mundo. Por eso no es deextrañar que la sociedad globalizada parezca estar próximaa convertirse, no en un escenario de convivenciacosmopolita, sino en un estado mundial de miedopermanente. Esa es la forma que adopta hoy la aporía queestá en el núcleo del proceso modernizador. Como diceSusan Sontag, la sensibilidad ética moderna se define por“la convicción de que la guerra, aunque inevitable, es una

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aberración. De que la paz, aunque inalcanzable, es lanorma. No es así, desde luego, como la guerra ha sidovista a través de la historia. La guerra ha sido la norma, yla paz, la excepción” (2003, p. 74). Que la guerra sea lanorma significa que el estado de discordia deja de serexcepcional y que el imperio del miedo, lejos de ser elefecto de una situación esporádica, es el tono principalque marca el compás de la vida diaria. Desde estaperspectiva, la sociedad global no puede ser caracterizadaen términos de hospitalidad ni aun de tolerancia, pues suesencia consiste más bien en la estilización y laregimentación del estado de guerra, en la perpetuaciónde las luchas bajo formas a las cuales insistimos endenominar con etiquetas pudorosas tales comoconvivencia o pacto social.El terrorismo es, por lo tanto, y a pesar de suirracionalidad, un producto lógico del orden mundial queahora intenta castigarlo y desmantelarlo. Si bien es apenasobvio que los pactos, las alianzas y las formas civilizadasde convivencia funcionan bien para muchos, también escierto que otros pagan con su sufrimiento o su angustiaese “feliz” resultado. Ya no es posible disimular por mástiempo que son las propias estructuras del capitalismoglobal las que generan situaciones objetivas que hacenposible el terrorismo. De aquí extrae su validez laafirmación de Beck según la cual “el capitalismo globalamenaza la cultura de la libertad democrática alradicalizar las desigualdades sociales y al revocar losprincipios de la seguridad y la justicia social” (2002, p.40). La finalización de esa gran crisis mundial que fue laGuerra Fría ha dado paso a una crisis permanente quecircula por todas partes, a un terror descentrado que seniega a permanecer confinado dentro de las fronteras delos estados nacionales. Sucede un poco como si el terrorreservado hasta ahora para los más débiles estuvieratratando de “redistribuirse” de una manera más equitativa(con un éxito parcial, ya que el viejo esquema hegemónicoha sido vulnerado pero está lejos de ser derrotado). Estosefectos de reacomodamiento de las fuerzas son un claroindicio de las luchas subterráneas que minan elcapitalismo. En este sentido, el reconocimiento de que laglobalización del miedo es un efecto emergentedesencadenado por la mundialización de lascomunicaciones no puede hacernos perder de vista losescenarios locales de constitución del miedo. Los hechosde terror se nutren de circunstancias específicas que espreciso analizar en cada caso. El miedo es globalizado porlos medios, pero los medios sólo globalizan miedos quehan sido previamente producidos. La producción delmiedo, a su vez, no responde sólo al fanatismo de ciertosgrupos radicales; responde también a las dinámicasglobales que lo hacen posible y que se encargan luego demultiplicar su resonancia, constituyendo un bucle en elque el terror se retroalimenta a sí mismo sin cesar.

Conclusión

A la luz de las anteriores consideraciones, laglobalización del miedo se nos presenta como unfenómeno sumamente complejo en el que intervienen almenos tres factores principales: a) inaprehensibilidad ypropagación horizontal de las nuevas formas deterrorismo; b) presencia invasiva de los medios decomunicación en la vida cotidiana de las personas en elmundo entero; c) utilización estratégica del miedo porparte de los poderes político-económicos del capitalismoglobal. Una comprensión adecuada de la globalizacióndel miedo requiere una investigación minuciosa de lascomplejas articulaciones que existen entre estos factores(tarea que, desde luego, desborda ampliamente elalcance de este artículo). Si bien el potencial que losfactores citados tienen para suscitar una atmósfera demiedo depende en gran medida de las tensiones y de losriesgos típicos de la modernidad tardía, el análisisespecífico de sus formas de eslabonamiento puedearrojar luces acerca de las condiciones en las cuales elmiedo global aparece como un fenómeno inédito en lahistoria.La ciudadanía global es una aspiración que, comosubraya Richard Falk (2004), ha eclipsado por elmomento, debido tanto a los ataques del 11 deseptiembre como a la reacción de Estados Unidos y susaliados. Bajo las circunstancias actuales, el panoramapresenta un aspecto sombrío en cuyo horizonte se perfilauna sociedad en estado de miedo permanente. Latecnología, la comunicación y la política convergen comolos principales factores que hacen posible ese estado demiedo. Si, como pensaba Hannah Arendt, la violencia—adiferencia del poder—depende del uso de artefactos dedestrucción e intimidación, entonces nuestra época estáespecialmente expuesta a la violencia y al terror en lamedida en que ese tipo de artefactos es hoy mássofisticado que nunca. Si, como sugiere Gil Calvo, elmiedo es la emoción más contagiosa que existe,entonces nuestra época resulta especialmente vulnerableante el miedo debido al incremento del conocimientopúblico del riesgo motivado por la expansión mundial delos medios masivos. Si el estado de sitio es, comosostenía Benjamin, un modelo adecuado para lainterpretación de la historia moderna, entonces nuestraépoca, lejos de rebasar las aporías fundadoras de lamodernidad, las lleva hasta su extremo al convertir laaldea global en el escenario de un desplieguegeneralizado del miedo.La globalización del miedo, sin embargo, no es en modoalguno un proceso irreversible (aunque la globalizaciónmisma sí lo sea). El estado de miedo permanente, lejosde ser una consecuencia inevitable, constituye más bienun desafío a la espera de una respuesta inteligente.Spinoza nos ofrece una pista clave a la hora de revertirla hegemonía del miedo. Éste, en efecto, es sólo una delas caras de una moneda cuya otra cara es la esperanza.

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Para vencer el miedo, es preciso vencer antes laseducción que ejerce la esperanza de seguridad. Esto noimplica, empero, abrirle las puertas a la resignación y lapasividad. Implica solamente la necesidad de decirleadiós a las ilusiones del progreso o, por lo menos, desometer sus promesas a una crítica severa, sobre todocuando tienen lugar en un contexto político. La historiaes el reino de la libertad y, por lo tanto, del peligro. Eneste sentido, el miedo es un compañero inseparable delser humano. Sin embargo, de aquí no se sigue que seanecesario resignarse a vivir acosados por el miedo. Latarea es más bien, como sugiere Taussig, “despojar de susensacionalismo al terror” (1987, p. 135). Esto revela, deun lado, la necesidad de desactivar la magnificaciónmediática y psicológica del miedo, y del otro, la urgenciade no ignorar por más tiempo las condiciones socialesque lo perpetúan.

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