Otro Sur Nº 4

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Año 2 - Nº 4 Publicación de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales UNR - Universidad Nacional de Rosario Valor: $5 ISSN 1668-3536 Ernesto Laclau Immanuel Wallerstein Mariano Bartolomé Ana María Stuart Williams Gonçalves Hugo Quiroga Oscar Sgrazutti Fabián Biciré Daniel Sinópoli Pedro Romero

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Publicacion de la Facultad de Ciencia Política y RRII, Universidad Nacional de Rosario

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Año 2 - Nº 4Publicación de la Facultad de Ciencia Política

y Relaciones Internacionales UNR - Universidad Nacional de Rosario

Valor: $5

ISSN 1668-3536

Ernesto Lacla

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Ana María Stuart

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Hugo Quiroga

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Daniel Sinópoli

Pedro Romero

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Noviembre 2005

Director

Pedro Romero

Producción General

Patricia Rojo

Producción Ejecutiva

Eduardo Seminara

Equipo de ProducciónVerónica TaulametM. Gisela Pereyra DovalCorina BrandaSabrina Benedetto

Arte y Diseño

D.G. Joaquín [email protected]

Asesor Financiero

Oscar Sgrazutti

Información y [email protected]

Agradecimientos:

- Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales.- Rectorado de la Universidad Nacional de Rosario- Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina.- Programa Sur- Sur – CLACSO.- Universidad Autónoma de Madrid.- Universidad Nacional Autónoma de México.- Universidad de Brasilia- Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Santa Fe.- CERIR- FUNIF- Embajada de Brasil- Embajada de Chile

IlustracionesJoaquín Paronzini

OtroSur es una publicación de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales - UNR Universidad Nacional de Rosario

Riobamba 250 bis (y Berutti)Monoblock 1º - C.U.R.CP. 2000 - Rosario - Santa feArgentina.Tel/Fax: 0341 - 4808521/22e-mail:[email protected]

OtroSur se hace responsable de los artículos publicados

Tirada 5000 ejemplares

ISSN 1668-3536

La Situación en América LatinaMariano Bartolomé

Ana María Stuart

Williams Gonçalves

Hugo Quiroga

Oscar Sgrazutti

Fabian Biciré

Daniel Sinópoli

Pedro Romero

Brasil: Aspectos de la Crisis Política

Decisionismo Democrático

Política Externa Brasilera: Ayer y Hoy

El Estado y el Desarrollo

Comunicación, Medios y Políticas Públicas

La Mecanización como ideología del Periodismo actual

Otro Tango en Paris

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Ernesto Laclau

Immanuel Wallerstein

Dossier

Vida Intelectual y Militancia Política

La Conquista de Irak. Una Invasión trunca21

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C Como resultado de la erosión -por insuficiencia- del abordaje teórico realista-westfaliano, y merced a la aparición y desarrollo de enfoques constructivistas, las cuestiones económicas y sociales han pasado a ocupar importantes posiciones en las agendas de seguridad internacional, en los planos global y regional. Esta “securitización” encuentra en el concepto de Seguridad Humana, esbozado inicialmente en 1993, su ejemplo paradigmático. En la región latinoamericana la vinculación entre cuestiones socioeconómicas y de seguridad no sólo no es un dato novedoso, sino que es un factor imprescindible a la hora de estudiar la evolución política de sus actores estatales durante la segunda mitad del siglo XX. Más concretamente, se ha dicho que buena parte de la violencia política en América Latina en el último medio siglo fue justificada por sus cultores en la respuesta a lo que Johann Galtung denominó “violencia estructural”. Sin embargo, ese nexo adquiere características singulares durante los años 90, a la luz de la expansión y profundización del fenómeno de la globalización. Precisamente, en América Latina la globalización ha puesto de manifiesto su carácter paradojal y, al mismo tiempo que incidía en el crecimiento de los productos brutos nacionales, influyó -autolimitándose el Estado por opción estratégica o por motivación ideológica, o siendo simplemente impotente ante este embate- en una profundización de las brechas de bienestar.

Este agravamiento de la situación socioeconómica latinoamericana ha hecho que la “modernidad” del Primer Mundo aparezca como un objetivo cada vez más distante. También ha garantizado que, lejos de las discusiones “post-izquierda-derecha” que se registran en lugares como Europa, persistan los debates y desacuerdos que caracterizaron a las sociedades de la región durante la época de la contienda bipolar, aunque bajo los nuevos parámetros de la globalización (1). En esta línea, el informe sobre Indicadores Mundiales del Desarrollo (World Development Indi-cators, WDI), difundido en abril del año pasado por el Banco Mundial, considera que en América Latina fracasó la lucha contra la pobreza, persistiendo niveles de desigualdad entre pobres y ricos que son incluso más altos que en África. El informe muestra que la extrema pobreza en la región (aquellos que viven con menos de U$S 1 diario) está estancada en 10% de la población desde 1981, y que el crecimiento económico de la década de los noventa no logró modificarlo. Paralelamente, en la franja social de personas que viven con menos de U$S 2 por día, la región también está prácticamente detenida, habiendo bajado apenas del 27% al 25% (2). Los datos que aporta la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) caminan en el mismo sentido e indican que aproximadamente

220 millones de personas en el subcontinente, que constituyen el 44% de la población, carecen de recu-rsos para cubrir sus necesidades básicas (3). Este cuadro socioeconómico ha tenido un correlato directo en el debilitamiento de la adhesión a los valores democráticos, y en la afectación negativa de la gobernabilidad, abundando indicadores cualitativos y cuantitativos que confirman la aplicación de este axioma en América Latina. En este sentido el informe “La democracia en América Latina”, elaborado por el PNUD en el año 2004, analiza la solidez de ese sistema político en la región, y su permeabilidad a los vaivenes económicos y sociales. El administrador del Programa, Mark Malloch Brown, anticipó en el prólogo del dossier los resultados obtenidos, de la siguiente manera: “América Latina presenta actualmente una extraordinaria paradoja. Por un lado, la región puede mostrar con gran orgullo más de dos décadas de gobiernos democráticos. Por otro, enfrenta una creciente crisis social. Se mantienen profundas desigualdades, existen serios niveles de pobreza, el crecimiento económico ha sido insuficiente y ha aumentado la insatisfac-ción ciudadana con esas democracias –expresada en muchos lugares por un extendido descontento popular–, generando en algunos casos consecuencias desestabilizadoras” (4). El informe, basado en consultas a casi 20 mil ciudadanos de la región, así como en entrevistas

La situación en América LatinaMariano Bartolomé

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personales a más de doscientos líderes de opinión, mostró que el 43% de los latinoamericanos tiene actitudes democráticas, otro 30,5% posiciones ambivalentes y el remanente 26,5% posturas no de-mocráticas. Más específicamente, se evidenció que el 48,1% de los latinoamericanos prefiere el desarrollo económico a la democracia y el 44,9% apoyaría un gobierno autoritario si éste satisface sus aspiraciones de bienestar (5). Similares fueron los resultados obtenidos por la Corporación Latinobarómetro, en su informe del pasado mes de agosto. En base a un universo de 19,6 mil consultas, el sondeo indica que la mayoría de sus habitantes apoya la democracia pero también toleraría un régimen autoritario si es capaz de resolver sus problemas económicos. En ese sentido, pese a que América Latina tiene democracias vigentes en todos sus países (excepto Cuba) desde hace más de una década, y a que los regímenes autoritarios no captan la atención de la ciudadanía, el apoyo real a la democracia cayó del 61% en 1996 al 53% en 2004, mientras el apoyo al autoritarismo fluctuó del 18% al 15% en igual lapso. Sin embargo, el dato preocupante no sería un eventual respaldo a prácticas autoritarias, sino los niveles de indiferencia a cualquier régimen de gobierno, que aumentaron de 16% a 21% en el mismo período. Además, Latinobarómetro puso de relevancia que, en una eventual dicotomía entre los valores democracia y bienestar / orden, sectores mayoritarios de la población podrían inclinarse por la segunda alternativa. Textualmente, el informe indica: “La base del autoritarismo político en América Latina está sin duda en esta demanda de orden o autoritarismo social, donde la población prefiere orden en vez de libertades”. Como sustento de esta apreciación, un 55% de los encuestados señala que “no le importaría un gobierno no democrático en el poder si resuelve los problemas económicos” (6). Las conclusiones del PNUD y de Latinobarómetro fueron reafirmadas por quienes entonces eran los titulares del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Francisco Errázuriz y Enrique Iglesias, respec-tivamente. El cardenal, a la sazón arzobispo de Santiago de Chile, admitió que en América Latina podían acontecer quiebres democráticos, si no se brinda una rápida solución a la problemática social que aqueja a la región. En tanto, el funcionario uruguayo realizó en Buenos Aires una cruda advertencia: “La inequidad social podría llevar a muchos a pensar que tal vez haya que sacrificar la libertad para poder comer”(7). Desde la perspectiva de estos datos, la discusión sobre los efectos de la globalización dentro de los límites latinoamericanos, según Fernando Henrique Cardoso, no se expresa en términos económicos, si-no políticos. Por eso: "En cada una de las naciones donde los fenómenos de la globalización y la exclusión están contemporáneamente presentes con sus propias caracterologías, la dialéctica de la Sociedad es cómo asegurar la gobernabilidad en democracia”(8). Frente a la vinculación directa entre deterioro de los factores socioeconómicos, gobernabilidad y adhesión a los valores democráticos, los gobernantes de América Latina han comenzado a consensuar diagnósticos comunes, como paso previo a la adopción de estrategias cooperativas. El ámbito multilateral que ha servido como foro para el tratamiento de estos asuntos ha sido la Organización de Estados

Americanos (OEA), cuya Carta establece (art.2 (g) entre sus propósitos esenciales a la erradicación de la pobreza crítica, calificándola como un obstáculo al pleno desarrollo democrático de los pueblos del hemisferio; y reafirma (art.11) que “la democracia y el desarrollo económico y social son interdependientes y se refuerzan mutuamente”. La acción del organismo ha sido particularmen-te intensa en estos últimos años, y su enfoque en la materia ha sido doble: por un lado, ha puesto de manifiesto el vínculo indisociable que existe entre democracia y desarrollo, indicando que la evolución de cada uno de estos dos factores es directamente proporcional a la perfomance del restante; por otra parte, ha “securitizado” oficialmente a la vigencia del sistema político democrático. Existen, en esta zaga, seis documentos rectores, dos de los cuales incursionan en el campo de la seguridad, en tanto los cuatro restantes abordan la relación entre democracia y desarrollo. Estos últimos coinciden en tomar como antecedente mediato a la Declaración de Managua para la Promoción de la Democracia y el Desarrollo de 1993, en la cual los Estados miembros expresaron que la democracia, la paz y el desarrollo son partes inseparables e indivisibles de una visión renovada e integral de la solidaridad americana; y que la capacidad de la OEA de contribuir a preservar y fortalecer las estructuras democráticas en el Hemisferio está sujeta al diseño de una estrategia inspirada en la interdependencia y complementariedad de esos valores (9). El primero de esos cuatro documentos es la Carta Democrática Interamericana, aprobada en las sesiones extraordinarias de la Asamblea General (la XXXI Asamblea General, de carácter ordinario, tuvo lugar en San José de Costa Rica) en su reunión plenaria del 11 de septiembre de 2001. Su texto pone de relevancia que la democracia es esencial para el desarrollo social, político y económico de los pueblos de las Américas; que la democracia y el desarrollo económico y social son interdependientes y se refuerzan mutuamente; y

que la pobreza, el analfabetismo y los bajos niveles de desarrollo humano son factores que inciden negativamente en la consolidación democrática(10) . La Carta Democrática Interamericana constituye el antecedente más inmediato de la Declaración de Santiago sobre Democracia y Confianza Ciudadana, aprobada el 10 de junio de 2003 en la XXXIII Asamblea General. Este documento ratifica que la gobernabilidad democrática requiere la participación responsable de todos los actores de la sociedad en la construcción de los consensos necesarios para el fortalecimiento de nuestras democracias; sin embargo, aclara que en muchos países del continente tal gobernabilidad se ha visto afectada negativamente por situaciones de pobreza y exclusión social, en el marco de difíciles coyunturas económicas. Con el objetivo de avanzar en la obtención de soluciones a ese debilitamiento de la gobernabilidad, la Declaración de Santiago aseguró que cualquier iniciativa en tal sentido debe contemplar aspectos económicos y sociales, para fomentar la credibili-dad y la confianza ciudadanas en las instituciones democráticas. En concreto: “Es esencial encarar efectivamente el desarrollo económico y social de los países en desarrollo de la región en apoyo de su gobernabilidad democrática (...) El fortalecimiento de la gobernabilidad democrática requiere la superación de la pobreza y de la exclusión social y la promoción del crecimiento económico con equidad, mediante políticas públicas y prácticas de buen gobierno que fomenten la igualdad de oportunidades, la educación, la salud y el pleno empleo”(11). El llamado efectuado en la capital chilena, a definir una agenda hemisférica de gobernabilidad democrática, se tradujo en una resolución que instó a constituir esa cuestión en el eje de las discusiones que sostendrían los jefes de Estado y de gobierno que se reunirían en México a fines de año. También se estableció que de ese cónclave, que tendría la jerarquía de una Cumbre Extraordinaria de las Américas, debía surgir una propuesta de “Programa de Gobernabilidad

Democrática en las Américas”, para su presentación a la Asamblea General en su trigésimo cuarto período ordinario de sesiones (12). La Cumbre Extraordinaria de las Américas se cele-bró en Monterrey, en enero de 2004. Su documento final, la Declaración de Nuevo León, establece una relación indisociable entre el combate a la pobreza y la promoción del desarrollo social, el logro de un crecimiento económico equitativo, y la consolidación de la gobernabilidad democrática. Textualmente: “La justicia social y la reducción de la pobreza contribu-yen a la estabilidad, la democracia y la seguridad de nuestros Estados y de la región. Reiteramos que entre las principales causas de inestabilidad en la región se encuentran la pobreza, la desigualdad y la exclusión social, que debemos enfrentar en forma integral y urgente. Los avances en el desarrollo económico y social y el logro de mayores niveles de equidad a

-"en América Latina fracasó la lucha contra la pobreza, persistiendo niveles de desigualdad entre pobres y ricos que son

incluso más altos que en África."-

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través del buen gobierno contribuirán a que se avance en la estabilidad en el Hemisferio y se profundice la dimensión humana de la seguridad”. En esta línea argumental, los mandatarios americanos identificaron medidas contribuyentes a la ampliación y consolidación de la gobernabilidad democrática en el continente en las áreas de combate a la pobreza y promoción del desarrollo social (13). Finalmente, conforme lo previsto, en la Asamblea General del 2004 se aprobó el Programa de Gober-nabilidad Democrática en las Américas, previsto un año antes. Ese documento identifica tres niveles de acción, el político-institucional, el económico-social y el de seguridad, avanzando en los componentes prioritarios de cada uno de estos niveles. También identifica cuatro objetivos: mejorar la transparencia y credibilidad de las instituciones democráticas; fortalecer la representación política y la participación ciudadana; y enfatizar la interrelación entre gober-nabilidad democrática y el desarrollo económico, social, cultural y de seguridad. En función de sus niveles de acción y objetivos, el Programa propone un inventario de las actividades específicas y prioritarias que generen el mayor impacto posible en el mismo; éstas deberán plasmarse en un Plan de Acción que contenga las actividades concretas que ayuden a materializar el programa. Tales actividades se dividirán en tres niveles: el Sistema Interamericano, básicamente a través del Consejo Permanente y la Secretaría General de la OEA; los Estados Miembros; e instituciones no necesariamente insertas en el Sistema Interamericano, incluyendo tanto agencias internacionales como organizaciones de la sociedad civil (14). Tras la Carta Democrática Interamericana, la Decla-ración de Santiago, la Declaración de Nuevo León y el Programa de Gobernabilidad Democrática en las Américas, los restantes documentos clave, a la hora de comprender los enfoques de la OEA respecto al vínculo entre factores socioeconómicos, gobernabilidad y adhesión a los valores democráticos, son aquellos que resaltan la securitización que ha experimentado el concepto democracia en el hemisferio. Así, la llamada Declaración de Bridgetown del año 2002 afirmó que las amenazas, preocupaciones y otros desafíos a la seguridad en el Hemisferio son de naturaleza diversa y alcance multidimensional e incluyen aspectos políticos, económicos, sociales, de salud y ambientales (15). Un año después, la Decla-ración sobre Seguridad en las Américas, emitida en el marco de la Conferencia Especial sobre Seguridad celebrada en México DF, ratificó esa óptica, agregando que la paz en el continente se sustenta en valores democráticos; e inversamente, que la democracia es una condición indispensable para la estabilidad, la paz y el desarrollo de los países miembros. Además, ese documento confirmó que la pobreza extrema y la exclusión social de amplios sectores de la población, afectan la estabilidad democrática y la seguridad de los Estados (16).

Conclusiones

El fenómeno de la globalización presenta un carácter “paradojal”, asociado a la heterogénea distribución de sus efectos en los planos inter e intraestatales. En este último sentido, suele producir una ampliación de las brechas existentes en materia de bienestar, cuyo correlato puede ser un incremento de los niveles societales de violencia estructural. Esta violencia

estructural erosiona la institucionalidad, mella la adhesión a los valores democráticos y lesiona los niveles de gobernabilidad, lo que podría desembocar en un escenario de colapso estatal. En América Latina se confirma la relación entre profundización de las brechas de bienestar, aumento de la violencia estructural, erosión democrática y caída de la gobernabilidad. Ese vínculo, vigente durante más de medio siglo, se profundizó durante la década del 90, globalización mediante. De esta manera, hoy en la región se asiste a una caída en el apoyo real a la democracia y, en una eventual opción entre la vigencia de este tipo de régimen político y el logro de mayores niveles de bienestar, a una creciente preferencia por la segunda alternativa. Es importante aclarar que la caída de los niveles de adhesión a la democracia no debe interpretarse como un rechazo a la misma, sino como una disconformidad con sus resultados. En otras palabras, el malestar es “en la democracia”, no “con la democracia”. La idea de Fitoussi, según la cual la economía de mercado puede distorsionarse hasta tornarse en una “democracia de mercado”, o los postulados de Touraine sobre un “vaciamiento del espacio público” entre el Estado y la ciudadanía, toman cuerpo en A-

mérica Latina en lo que O’Donnell ha denominado “ciudadanía de baja intensidad”, en alusión a aquellos ciudadanos que no pueden ejercer sus derechos civiles y son discriminados, pese a que sus derechos políticos están razonablemente protegidos. Entre las causas de esta anomalía, el politólogo argentino incluye la debilidad del Estado democrático de derecho y las desigualdades sociales extremas (17). Con este diagnóstico, los gobiernos latinoamericanos han privilegiado el tratamiento de la cuestión a través de la OEA, organismo que trató el tema de forma tal, que ratifica la indisoluble existencia de una relación directamente proporcional entre democracia y desarrollo. Esta relación, en tanto registra una mutua retroalimentación de sus componentes, se presenta

como círculos virtuosos o círculos viciosos. Por otro lado, la OEA ha “securitizado” la vigencia del sistema político democrático, asignándole el status de amenaza a todo factor susceptible de conspirar contra su ejercicio. Desde este punto de vista, el “lado oscuro de la globa-lización” -en palabras de Touraine- incursiona en el campo de la seguridad de los Estados latinoamericanos, en la medida en que puede debilitar la vigencia de la democracia. Técnicamente, es la democracia el valor a preservar prima facie, no el desarrollo económico ni la equidad social; éstos son, en los términos de la ONU, “conceptos de seguridad”. En esta línea, en América Latina pueden ser comprendidas como “políticas de seguridad” una adecuada administración prudente de la deuda pública; la liberalización del comercio de productos agrícolas; el perfeccionamiento del funcionamiento de los mercados; la adopción de programas de migración ordenada; o un mayor acceso a educación básica y salud de calidad (18). Hacia el futuro, en el corto y mediano plazos, las democracias latinoamericanas continuarán dise-ñando e intentando aplicar, unilateralmente o en el marco de entendimientos multilaterales, políticas orientadas hacia la equidad social y el desarrollo económico, no sólo por el valor intrínseco de esos objetivos, sino también por su correlato en términos de gobernabilidad, institucionalidad y vigencia de las instituciones democráticas.

1) CASTAÑEDA, Jorge: La Utopía desarmada. Ariel, Buenos Aires 1993, p.82) WORLD BANK: Global Poverty down by half since 1981 but progress uneven as economic growth eludes many countries, News Release 2004/309/S, Washington DC, April 23, 2004; WORLD BANK: Growth is back to Latin America and the Caribbean, News Release 2004/284/LAC, Washington DC, April 19, 20043) CEPAL: Anuario estadístico de América Latina y el Caribe 2003. CEPAL, Santiago de Chile 2004 (www.eclac.cl/estadisticas) 4) PNUD: Informe sobre la democracia en América Latina: hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos. Proyecto sobre el Desarrollo de la Democracia en América Latina (PRODDAL), Alfaguara, Lima 2004, p.115) Ibidem, pp. 137-153, en especial Tabla 466) Corporación Latinobarómetro: Informe-Resumen Latinobarómetro 2004: una década de mediciones, Santiago de Chile, 13 de agosto de 2004, pp. 10 y 18-19. Este 55 % constituiría el segmento de “demócratas insatisfechos” (p.24): los que apoyan a la democracia y dicen no estar satisfechos con su desempeño7) “La brecha entre ricos y pobres es un riesgo para la democracia en América Latina”, Clarín 29 de agosto de 2004, p. 29; “Fuerte advertencia del titular del BID”, La Nación 7 de septiembre de 2004, pp. 1-58) Palabras pronunciadas por Fernando Henrique Cardoso en la sesión del año 1998 del World Economic Forum. En ORSI, Vittorio: Instituciones frágiles, realidades ambiguas. Davos 98, ABRA, Buenos Aires 1998, pp. 46 y 1529) OEA: Declaración de Managua para la Promoción de la Democracia y el Desarrollo (AG/DEC. 4 (XXIII-O/93))10) OEA: Carta Democrática Interamericana. Aprobada en la primera sesión plenaria de la Asamblea General Extraordinaria, Lima el 11 de septiembre de 2001, artículos 1, 11, 12 y 1311) OEA: Declaración de Santiago sobre Democracia y Confianza Ciudadana: un nuevo compromiso de gobernabilidad para las Américas. AG/DEC. 31 (XXXIII-O/03), 10 de junio de 200312) OEA: Programa de Gobernabilidad Democrática en las Américas. AG/RES. 1960 (XXXIII-O/03), 10 de junio de 200313) CUMBRE EXTRAORDINARIA DE LAS AMERICAS: Declaración de Nuevo León. Monterrey, enero de 2004. www.summit-americas.org/SpecialSummit/declaration_monterrey-eng.htm14) OEA: Programa de Gobernabilidad Democrática en las Américas. AG/RES. 2045 (XXXIV-O/04), 8 de junio de 200415) OEA: Declaración de Bridgetown: Enfoque multidimensional de la Seguridad Hemisférica. AG/DEC. 27 (XXXII-O/02), 4 de junio de 2002 (el subrayado es nuestro) 16) OEA: Declaración sobre Seguridad en las Américas. CES/DEC.1/03 rev.1, 28 de octubre de 2003. En especial puntos 2, 3, 4 (b,e,m) y 517) O’DONNELL, Guillermo: “On the State, Democratization and Some Conceptual Problems: A Latin American View with Glances at Some Postcommunist Countries”, World Development 21:8 (1993), pp. 1355-136918) La ONU denomina conceptos de seguridad a las diferentes bases en que confían para su seguridad las personas, los Estados y la comunidad internacional en general; y políticas de seguridad a la traducción en medidas instrumentales concretas de los conceptos de seguridad. En ONU: Los conceptos de seguridad, Departamento Asuntos de Desarme, informe del Secretario General. Documento A/40/553, 1986, parr. 205-209

-"En América Latina se confirma la relación entre profundización de las brechas

de bienestar, aumento de la violencia estructural, erosión democrática y caída de la

gobernabilidad."-

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L La actual crisis brasileña tiene varias dimensiones. La propuesta de este artículo es observar y tratar de explicar los acontecimientos a la luz de los debates sobre la transformación del papel de los partidos políticos en las últimas décadas. Como el Partido dos Trabalhadores (PT) fue puesto en el foco, acusado de operar un esquema paralelo de financiamiento de gastos partidarios y de campañas, parece válido elegir esta mirada para analizar la compleja trama de relaciones que se establecen en torno del binomio dinero-política.(1) En la agenda actual de investigación de la ciencia política, ha adquirido destaque el tema de la relación de los partidos políticos con la sociedad y con el Estado y los procedimientos mediante los cuales los partidos se relacionan y se comunican, por un lado, con los votantes y, por otro, con el Estado. Este trabajo tiene como base una premisa y dos constataciones: la premisa es que no puede concebirse la democracia sin los partidos políticos. Las constataciones se refieren a los cambios vertiginosos ocurridos en las sociedades y en los Estados en la década de noventa:

1. El impacto de la revolución tecnológica en las comunicaciones. 2. las mutaciones en las relaciones entre los planos económico, social y político como consecuencia de la intensidad del proceso de globalización.

La hipótesis es que todos los partidos, incluyendo los que defienden un proyecto de renovación de la política, fueron impactados fuertemente por estos cambios de la década de noventa. En el caso brasileño, el PT también fue alcanzado por esta tendencia y vivió una transformación notable, para bien y para mal. Es importante remontarse a la fundación del PT en 1980 para evocar la constitución de un partido que tenía una propuesta diferente de hacer política y de gobernar. Los slogans “modo petista de ser” y “modo petista de gobernar” expresan bien esa vocación “fundacional”. Margareth Keck lo describe así. “Diferentemente de outros partidos políticos criados nos anos 80, o Partido dos Trabalhadores tinha uma base sólida no meio operário e nos movimentos sociais, ao mesmo tempo que levava a sério a questão da representação (tanto na sua organização interna quanto em relação às bases eleitorais) e formulava sua proposta em termos programáticos. (...) Como partido democrático e representativo, sugeria uma nova concepção da política, na qual os setores da população anteriormente excluídos teriam poder para falar por si mesmos. Desde o início, tanto os que apoiavam como os que atacavam o PT reconheceram que o partido representava uma nova experiência na história política brasileira.”(2)

¿En qué consistieron los cambios?

Por un lado, surgió la tendencia a la profesionalización

de la vida partidaria y, principalmente de las campañas electorales, como consecuencia de las crecientes exigencias mediáticas. El marketing político operaba verdaderos milagros en los candidatos de derecha que, por disponer de cuantiosos recursos, podían pagar los precios millonarios de estos nuevos actores políticos. El electorado pasó a ser tratado como consumidor de productos y la competitividad, una cualidad insoslayable. En el PT crecieron los argumentos sobre la necesidad de tener recursos que le permitieran competir en las cada vez más multimillonarias campañas. Sería importante profundizar este aspecto, pues aquí se encuentra, según la comprensión de muchos, el huevo de la serpiente. Si bien el PT se consideraba instrumento del movimiento sindical y social que había luchado contra la dictadura, tuvo que modificar sus estructuras para adecuarlas a la dura tarea de ganar la elección presidencial. Formado como partido que combinaba elementos de los clásicos partidos de cuadros y de masas, con representaciones de sectores sociales definidos, fue incorporando prácticas de los denominados catch all parties que se dirigen a todo el electorado utilizando técnicas sofisticadas de marketing y realizando alianzas cada vez mas pragmáticas.(3) Por otro lado, la subordinación de la política a la economía fue el canon de los noventa que afectó fuertemente la relación de la sociedad con el Estado, alterando el papel de los partidos políticos. De esta

Brasil: Aspectos de la crisis política.Ana Maria Stuart Investigadora del CEDEC (Centro de Estudos Contemporâneos) y miembro titular del Grupo de Ánalise da Conjuntura Internacional (GACINT) de la Universidad de São Paulo.

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forma, la pérdida de la autonomía de la política derivó en pérdida de autonomía de los partidos que pasaron a incorporar el imperativo de la gobernabilidad como condición sine qua non de supervivencia política. En este contexto hostil, el Partido dos Trabalhadores mantuvo su vocación central de establecer nuevos paradigmas de hacer política que caracterizaron sus gobiernos en la esfera municipal y estadual (provincial), donde supo realizar notables avances en materia de políticas publicas, buscando combinar creativamente el ejercicio de la democracia representativa y la democracia participativa. Como resultado, creció la credibilidad del PT como partido con vocación de poder y que sabía gobernar con responsabilidad. Estas experiencias fueron pavimentando el camino para llegar a la victoria de 2002, después de acumular el aprendizaje de tres derrotas (1989, 1994 y 1998). Cambios tan profundos en la coyuntura mundial y nacional post caída del Muro de Berlín, plantearon al PT numerosos desafíos. Estuvo a la altura de muchos de ellos pero, como muestran las evidencias de la crisis actual, no supo enfrentar el mayor de los mismos: hacer de su relación con la militancia y el electorado su principal ventaja comparativa frente a los partidos de la derecha. La opción casi exclusiva por campañas profesionalizadas fue modificando esta relación que era el mayor diferencial petista. Consecuentemente, los miembros de la dirección partidaria responsables por este proceso pasaron a lidiar con actores ajenos a la tradición militante del partido. No es de extrañar, por lo tanto, que en dichas circunstancias la lógica del sistema acabara impregnando las decisiones de los principales operadores del PT. Frente a la imposibilidad de reformar el sistema político y electoral, por ser minoría en el Congreso Nacional, el partido comenzó a prepararse para jugar con las reglas de juego del sistema político vigente. La dirección partidaria, por omisión, terminó “legitimando” ciertas medidas financieras tomadas por el tesorero que utilizaba el llamado “caja 2”, alias “recursos no contabilizados”. Ahora se sabe que un empresario comandaba un gran esquema, con base en sus empresas de publicidad, usado durante toda la década de noventa por políticos de diversos partidos, incluyendo la campaña para gobernador de Minas Gerais en 1998 del actual senador Eduardo Azeredo, presidente del PSDB, partido de Fernando Henrique Cardoso.El gravísimo error del tesorero del PT fue aceptar las donaciones ilegales y entregar la gestión de esos fondos a un esquema desconocido por la mayoría de la dirección partidaria. Otro dato importante a considerar para entender el cuadro actual es el carácter restringido de la victoria del PT en 2002. En ese sentido, hay que aclarar que Lula fue electo presidente con 54% de los votos pero el PT solo consiguió un bloque de 91 diputados de un total de 513 que, aun siendo el mayor bloque, exige un ejercicio de negociación política constante para aprobar los proyectos fundamentales del programa de gobierno. En el Senado, el PT cuenta solamente con 13 de un total de 81 senadores. Y, para completar este cuadro de fragilidad institucional, solamente 3 gobernadores, de 27, son del mismo partido del Presidente. Estas dificultades explican, aunque no justifican, los “esfuerzos financieros” del PT para apoyar, en las elecciones municipales de 2004, a los partidos de la base aliada del gobierno. Es en este momento, según confirma José Genoino,(4) que se produce un sobredimensionamiento de la importancia de ese

resultado electoral. Prevaleció la lógica del corto plazo y se establecieron compromisos de apoyo financiero a los partidos aliados, dejando la discusión política y programática en un segundo plano.

Como ya fue explicado anteriormente, el PT tenía techo de vidrio y no pudo enfrentar las denuncias sin que aparecieran evidencias de las transgresiones a la ley electoral cometidas para alimentar las finanzas paralelas del partido. Rápidamente, fue desplegada una ofensiva de los partidos de oposición que, en su papel, aprovecharon las denuncias para montar una estrategia de acabar con el Partido dos Trabalhadores y, para los más recalcitrantes, acabar también con el Gobierno Lula. La propuesta de gobierno del PT siempre tuvo como meta establecer una relación diferente de la sociedad con el Estado. Está claro que es mucho más difícil operar estos cambios en la esfera federal. En un país con una tradición política escasamente republicana, el ideario petista de ampliación y profundización de la democracia constituyó de hecho una revolución política, caracterizada por algunos analistas como la primera revolución plebeya en Brasil. Este proyecto, no obstante, tuvo y tiene que transponer graves obstáculos, pues el gobierno Lula no cuenta con base parlamentaria suficiente para gobernar sin tener que negociar permanentemente los apoyos del poder legislativo y de los gobiernos de los Estados. Es aquí donde reside el peligro principal pues el sistema político está fuertemente determinado por prácticas que burlan las instituciones democráticas. El Estado brasileño, tradicionalmente poco democrático y con insuficiente desarrollo del espacio público, realizó un proceso de expansión de la esfera

estatal sólo en el siglo XX y en períodos caracterizados como autoritarios: la era Vargas y la era de la dictadura militar (1964-1985). Por lo tanto, a la profunda desigualdad económico-social, que representa un factor limitante para el desarrollo democrático, hay que agregar estas “herencias” de culturas políticas que no fueron radicalmente alteradas durante el período de transición democrática, iniciada en 1985. La corrupción es sistémica porque empieza en el financiamiento privado de las campañas electorales, se manifiesta en la relación que los gobiernos establecen con los partidos para obtener mayorías parlamentarias y se alimenta de la relación promiscua entre grandes empresarios privados que realizan donaciones no transparentes y los esquemas de corrupción armados en las empresas públicas. El gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1994-2002), según muchos analistas, consolidó estas prácticas, pues su objetivo principal fue realizar la agenda de reformas del Estado que predominaron en la región, inspirada en el llamado Consenso de Washington. El proceso de achicamiento del Estado, mediante las privatizaciones y las políticas de desregulación para facilitar la apertura

económica mantuvo al Estado lejos de la agenda de la democratización. Contra las expectativas de quienes esperaban otro gobierno, dada su biografía política y académica, Fernando Henrique Cardoso reprodujo las prácticas tradicionales de gobernar imperialmente, ignorando las reivindicaciones de los movimientos organizados de la sociedad, muchas veces criminalizados. Ciertamente, más graves todavía fueron las maniobras realizadas para permitir su reelección en 1998. Fueron gravísimas las denuncias sobre corrupción, en especial la compra de votos de diputados para aprobar la enmienda constitucional de la reelección. La campaña, basada en el valor de la estabilidad monetaria, fue también caracterizada como un gran fraude pues la primera medida de la nueva etapa de gobierno (enero 1999) fue desvalorizar el Real. Lo anterior permite entender el concepto de “corrupción sistémica” para designar aquellas prácticas que están cristalizadas en el sistema político, forman parte de su naturaleza y son condición necesaria para su reproducción. Alterar las dimensiones centrales de este sistema presupone contar con los apoyos necesarios para aprobar una Reforma Política que contemple los siguientes cambios:

1. Fidelidad partidaria, con el objetivo de impedir el cambio de partidos durante el ejercicio de mandato; 2. Adopción de un sistema, exclusivo o mixto, de lista partidaria, para inhibir el excesivo personalismo del sistema actual; 3. Un sistema público de financiamiento de campaña para terminar con la práctica generalizada de “Caja 2” o finanzas “no contabilizadas”, paralelas.

Sin estos ingredientes, cualquier reforma significará un mero paliativo. Lo cierto es que no hay consenso sobre estos puntos y esa es la causa por la cual la Reforma no sale del papel. Por un lado, el multipartidismo y la representación proporcional no pueden ser

-"El gravísimo error del tesorero del PT fue aceptar las donaciones ilegales y entregar

la gestión de esos fondos a un esquema desconocido por la mayoría de la dirección

partidaria."-

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considerados los villanos de esta historia. Hay causas más profundas vinculadas al sistema presidencialista de coligación o alianza en un contexto de escasa cultura partidaria. Por otro, como lúcidamente, opina el profesor Fernando Limongi: “Precisamos tomar cuidado com o hiperinstitucionalismo ingênuo que acredita que tudo pode ser modificado por instituições públicas, apenas pela existência de regras”.(5) De hecho, la cuestión relacionada con el financiamiento de campañas no se resolverá simple-mente con una buena legislación. Es necesario un amplio debate Estado-partidos políticos-sociedad civil para crear conciencia sobre la necesidad del financiamiento público de la política. El Partido dos Trabalhadores, en la nota emitida por la Comisión Ejecutiva Nacional (17/08/2005) re-conoce los errores cometidos por parte de algunos miembros de la dirección partidaria, pide perdón al pueblo brasileño y define una estrategia de corrección de rumbos. Esta actitud, inédita en la vida política brasileña, es muy positiva porque representa la voluntad de diálogo con base en el reconocimiento de los errores, conducta no habitual entre actores políticos. Es notable que, a pesar del empeño de la oposición para mostrar al partido y al gobierno Lula como corruptos, aún no hay ninguna prueba de delitos que atraviesen la frontera de la justicia electoral. Es ampliamente reconocida la liviandad con la que la gran prensa trata esta crisis, siendo acusada de “denuncismo” irresponsable en mu-chos casos. La población mira por televisión a las sesiones de las Co-misiones Parlamentares de Investi-gación como si fueran capítulos de telenovela y, por cierto, muchos de los personajes que por ellas pasan tienen gran capacidad de representar, aunque carezcan de legitimidad y credibilidad. Aun así, una vez lanzada una denuncia, con pruebas o si ellas, la repercusión en los medios es inmediata, aumentando el clima de inestabilidad política. Sin embargo, no prosperaron las iniciativas de algunos sectores de la oposición de involucrar al Presidente Lula en las denuncias. Hay algunos factores que lo explican. Por un lado, la popularidad del Presidente que, en encuesta realizada durante el auge de las denuncias en julio, mostró niveles de elevación (de 57,4% a 59,9%). El gobierno también logró subir su aceptación (de 39,8% a 40,5%).(6) Otra encuesta (7) muestra al ex Presidente Fernando Henrique Cardoso como el político con el nivel de rechazo más alto (29%). Estos datos provocaron un cambio de discurso de los principales partidos de la oposición (PSDB y PFL) que levantaron las banderas de la prudencia para salvaguardar las instituciones de la República. Estas encuestas también fueron reveladoras de cambios profundos en los estratos sociales beneficiados directamente por las políticas públicas del gobierno. No obstante, es importante registrar la caída de popularidad del Presidente, de su gobierno y del PT entre los sectores urbanos del Sur y Sureste del país,

principalmente en los sectores medios fuertemente impactados por la exposición cotidiana de denuncias de todo tipo. Este divorcio que se insinúa entre el apoyo al gobierno por parte de la población históricamente marginada y la opinión pública más informada es extremadamente preocupante. Crecen las caracterizaciones del Presidente Lula como “populista” y “papacito de los pobres”. Sectores vinculados a la intelectualidad rasgan sus vestiduras alertando sobre los peligros que encierra la actitud del Presidente de viajar por el país para dialogar directamente con la población. Luiz Werneck Vianna, profesor e investigador del Instituto Universitario de Pesquisas do Rio de Janeiro (IUPERJ) lo expresa:

“Lula se apresenta cada vez mais como o pai dos pobres. Afastá-lo é um grande risco” (Estado de São Paulo, 31.07.2005). El papel del Partido dos Trabalhadores es responder estas interpretaciones, dándole sentido a la política del gobierno, en especial aquella dirigida a la base de la pirámide social, y establecer el puente con la sociedad más organizada, contribuyendo al desarrollo de la conciencia democrática y republicana. Por otro lado, es importante observar con atención los datos que fundamentan el apoyo popular al gobierno Lula. En reunión del 4 de agosto pasado del Instituto

Social Brasil-Argentina (ISBA), en Buenos Aires, representantes del Ministerio de Desarrollo Social y Combate al Hambre (MDS) de Brasil, realizaron una exposición sobre los 21 programas de políticas sociales, transferencia de renta y seguridad alimenticia y nutricional del MDS, que ya atienden a 52 millones de personas en los 5.562 municipios brasileños. En el área social, la gestión del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva triplicó las inversiones. El gobierno expandió de R$ 6 mil millones, en 2002, a R$ 17 mil millones, en 2005, los recursos destinados al sector. Merece destaque la explicación del funcionamiento del Hambre Cero, considerado el mayor programa de transferencia de renta del mundo y el Bolsa Familia,

otra de las acciones del gobierno para el combate a la pobreza y al hambre. El programa ya atiende a 7,3 millones de familias con renta per capita de hasta R$ 100 de casi todos los municipios brasileños. La meta es universalizar la atención hasta el final de 2006. Otra iniciativa del gobierno Lula es el Programa Casa de las Familias, que busca integrar a la comunidad y potenciar la red de protección social a la población vulnerable. Actualmente, hay 1008 centros en funciona-miento en el País. Los proyectos de construcción de cisternas en zonas de sequía, que ya atienden a 295 mil personas, y de adquisición de alimentos de la agricultura familiar - 150 mil agricultores y 704 mil litros de leche distribuidos por día - son otras acciones que benefician directamente a las familias pobres. Además, el Hambre Cero cuenta con el trabajo asociado de 103 organizaciones no gubernamentales. El objetivo mayor del ISBA es “desarrollar una agenda social conjunta volcada hacia el derecho a una vida digna, a la salud, a la educación, al trabajo y a la coordi-nación efectiva en la lucha contra el hambre y la pobreza”. En periodos

de grave inestabilidad política este intercambio sobre las agendas de ampliación de los derechos puede ser interpretado como la continuidad de políticas más profundas que buscan la consolidación de la democracia no solo en el plano nacional, sino también en el plano regional. Es notable la ausencia de informaciones sobre esta reunión en los principales medios de comunicación de Argentina y Brasil.

1) Para una visión ampliada del problema, v. Zovatto, Daniel, Dinero y Politica en America Latina Una visión comparada, IDEA, Lima, 2003.2) Keck, Margaret E., PT-A lógica da diferença: O Partido dos Trabalhadores na Construção da Democracia Brasileira, ed. Ática, São Paulo, 1991, pp.14-15. 3) Cf. Mendez, Monica y Ramiro, Luis (coords), Las transformaciones contemporaneas de los Partidos Politicos, Zona Abierta, Madrid, 2004.4) Presidente del PT desde 2002 hasta su alejamiento durante la crisis, asumiento los errores por omisión ya que depositó toda su confianza em la gestión del tesorero Delubio Soares.5) Fernando Limongi y Argelina Figueiredo están coordinando el proyecto Instituições políticas, padrões de interação Executivo-Legislativo e capacidade governativa , (con apoyo de la Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo) Ver artículo de Haag, Carlos, A emenda do soneto, en Revista Fapesp, agosto 2005, n 114. ;6) Encuesta CNT/Sensus, Julio de 2005.7) Datafolha, 24 de Julio de 2005.

-"En un país con una tradición política escasamente republicana, el ideario

petista de ampliación y profundización de la democracia constituyó de hecho una

revolución política, caracterizada por algunos analistas como la primera revolución plebeya

en Brasil."-

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L La política externa implementada por el gobierno de Luís Inácio Lula da Silva rompió con la orientación seguida por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, a lo largo de sus dos mandatos. Este último orientó las acciones externas de Brasil de acuerdo con una visión liberal de las relaciones internacionales. Lula, por su parte, recuperó la tradición nacionalista de la política externa brasilera. Tal orientación política se caracteriza por priorizar los intereses del Estado, y por tener al desarrollo como objetivo. Por otro lado, contiene una seria contradicción de política gubernamental, razón por la cual difícilmente tendrá continuidad con un gobernante de un partido diferente al del actual presidente. Entre los diversos factores que convergen para la elaboración de la política externa de un país, los más importantes son, sin duda, las concepciones que los formuladores tienen del sistema internacional y la capacidad del Estado para hacer valer sus intereses frente a los demás actores externos. Aunque estos conceptos contengan elementos objetivos, que, por lo tanto, son independientes de la voluntad de quienes piensan la política exterior, en realidad dependen mucho más de la ideología y de la voluntad de las fuerzas políticas que se proponen llevarla a la práctica. Los formuladores de la política externa del gobierno de Fernando Henrique Cardoso, entre los cuales se destaca el propio presidente, estaban absolutamente convencidos de que los cambios ocurridos en la estructura del sistema internacional al inicio de los años noventa habían alterado irremediablemente las relaciones internacionales. Consideraban que el fin de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética habían determinado que la lógica de las relaciones internacionales dejara de ser político-estratégica, pasando a ser exclusivamente económica. Interpretaban también, como inapelable, el proceso de globalización conducido por los Estados Unidos. Dado ese sistema internacional homogeneizado por las reglas del libre mercado, convenía a los intereses brasileros adecuarse a la agenda internacional, compuesta por la defensa de las instituciones de-mocráticas, de los derechos humanos, del medio ambiente, por el combate al narcotráfico y al terro-rismo internacional y, fundamentalmente, convenía acatar las medidas recomendadas por el Consenso de Washington. De ese modo, se daba como incues-tionable la idea que el Estado había agotado su rol

Williams Gonçalves

Doctor en Sociología. Profesor de Historia de las Relaciones Internacionales en la maestría en Historia de la Universidad del Estado de Río de Janeiro –UERJ. Profesor del Programa de Postgrado en Relaciones Internacionales de la Universidad Federal Fluminense –UFF.

Política Externa Brasilera: Ayer y Hoy *

*Traducción Lic. Ma. Gisela Pereyra Doval

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de elemento planificador e inductor del proceso de desarrollo económico-social. Por medio de esa percepción de las principales tendencias del sistema internacional y, también, de la ruptura del consenso nacional en torno al concepto de desarrollo, el gobierno de Fernando Henrique Cardoso inauguró una nueva política externa de concepción liberal. No se trataba más de la divergencia relativa al empleo de los medios, la cuestión giraba en torno al propio objetivo estratégico. El objetivo pasaba a ser el de adaptar al país a las nuevas exigencias del orden internacional, con vistas a integrarse al proceso de globalización y de extraerle beneficios. La gran meta consistía en presentar a Brasil como un país de instituciones democráticas consolidadas, perfectamente afinado con la agenda internacional y, por consiguiente, un actor internacional en el cual los inversores podían confiar sus recursos. En el plano de la práctica político-diplomática, tal concepción estratégica se tradujo en dos prioridades: buen entendimiento con Estados Unidos y fortalecimiento del MERCOSUR. La fluidez en las relaciones con los norteamericanos fue considerada fundamental, en la medida que posibilitaba un más fácil

acceso a su mercado, atracción de sus capitales privados y apoyo en las negociaciones con las instituciones económicas internacionales. El fortalecimiento del MERCOSUR, por su parte, era visto como condición indispensable para la inserción positiva en la economía globalizada, dado que aumentaba el atractivo de las inversiones productivas y elevaba la capacidad de negociación con terceros actores internacionales, además de los naturales beneficios económico-comerciales derivados de las relaciones intrabloque. Para concretar tal política externa, Fernando Henrique Cardoso usó la diplomacia presidencial como ningún otro presidente había usado; realizó un gran número de viajes y procuró estar presente en todos los eventos internacionales significativos, especialmente en aquellos en que podía encontrarse con los jefes de estado del mundo desarrollado. Esa concepción sobre la inserción internacional de Brasil constituyó una ruptura e inauguró una nueva vertiente de política externa al partir de la premisa que la alteración del orden internacional está fuera del alcance de Brasil. Cualquier acción diplomática en ese sentido sería contraproducente, ya que podría colocar al país en colisión con los países desarrollados. El objetivo más razonable sería entonces hacer de Brasil un actor internacional confiable.

II La política externa de Luís Inácio Lula da Silva tiene sus raíces en la Política Externa Independiente de comienzos de los años sesenta, cuando se inauguró la tradición nacionalista. Su versión más reciente fue el Pragmatismo Responsable, política formulada por el gobierno de Ernesto Geisel a mediados de los años setenta, que se extendió hasta el gobierno de José Sarney, al final de la década del ochenta. Los elementos comunes a estos tres momentos de la política externa brasilera, que componen el núcleo de la tradición nacionalista son: la idea de que la política exterior no debe resumirse en las cuestiones económicas, sino que también debe abrirse a las consideraciones geopolíticas y culturales; el compromiso con el desarrollo económico-social; y la voluntad de hacer que el país sea oído por aquellos que integran el círculo de las grandes potencias. La idea básica a partir de la cual la tradición nacionalista elabora su política externa es que Brasil es un país en desarrollo que dispone de potencial para tornarse desarrollado. Por situarse en una posición intermedia en la jerarquía del sistema internacional es que no debe acomodarse al orden internacional establecido por las grandes potencias. En tal perspectiva, políticas que suponen la confortable adaptación al orden internacional vigente, pueden ser convenientes a pequeños países sin grandes ambiciones. Sin embargo, en el caso de Brasil asumen un carácter nítidamente conservador, que no contribuye en nada al desarrollo interno y a la inserción del país en los círculos que detentan el poder decisorio en el sistema internacional. Para que esa aspiración pueda ser satisfecha, los formuladores de políticas integrantes de esa tradición recomiendan la adopción de una política externa activa, dirigida a los cambios en el orden internacional y más compatible con los intereses nacionales. Esas ideas se han traducido en una política externa de gran dinamismo, que se manifiesta en la doble dimensión del universalismo y del multilateralismo. Por un lado, por simultáneas razones de orden económico, geopolítico y cultural, la diplomacia

brasilera ha intensificado sus relaciones con los países de todos los continentes. Por otro lado, luchando por la introducción de cambios en el orden internacional, la diplomacia ha asumido responsabilidades de coordinación de acciones políticas colectivas. La decisión de rechazar la propuesta del ALCA presentada por los Estados Unidos, y la resolución de revigorizar el sentido político del MERCOSUR, para transformarlo en la base de la integración sudamericana, constituyen los rasgos más definidos de esa política. Esto porque su ejecución ha exigido de la diplomacia brasilera un osado protagonismo, siempre temido por los círculos diplomáticos e intelectuales del país, por el hecho de poder ser confundido por los países del subcontinente como pretensión imperialista. La concertación política con los grandes países del mundo en desarrollo –Sudáfrica, China e India- se revela como otra maniobra política de gran envergadura. Abarca los intereses económicos de apertura de nuevos mercados, pero apunta, sobre todo, a abrir canales de cooperación cultural y técnico-científica. En realidad, significa retomar la iniciativa política de las naciones en desarrollo, con vistas a establecer un nuevo punto de partida en la negociación con los países desarrollados, después de un período de asimilación de los cambios internacionales provocados por el fin del sistema bipolar. Esa voluntad de estimular la realización de cambios que se conviertan en beneficios para el desarrollo ha llevado a la diplomacia a reaproximarse a los países africanos, especialmente a los de lengua portuguesa que integran la CPLP (Comunidad de Países de Lengua Portuguesa), así como a promover el diálogo entre los países sudamericanos y los países árabes. La determinación de ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, puede ser interpretada como la síntesis de esa política exterior. Para muchos, dentro y fuera del país, es considerada una acción políticamente desgastante, por provocar innecesarias desconfianzas entre países vecinos que la interpretan como aspiración hegemónica, y, más allá de eso, sin perspectivas de éxito, pues ese deseo de la diplomacia brasilera podría tocar los intereses políticos de las grandes potencias. Sin embargo, el hecho es que independientemente de su resultado objetivo, la acción de apoyar enérgicamente la reforma de la ONU, adaptándola a las necesidades de la amplia mayoría de los pueblos en este siglo XXI, señala la indispensable necesidad de cambios en el principal organismo internacional intergubernamental, con vistas a crear un ambiente más favorable a la reducción de las asimetrías internacionales. En consonancia con esa idea de cambio, la diplomacia brasilera asumió la responsabilidad de dirigir la misión de paz de la ONU en Haití, bajo el supuesto que Brasil puede dar una importante colaboración para la pacificación de aquel país, sin ninguna pretensión de asumir una posición de poder en la región. Esa política externa ha sido blanco de constantes y contundentes críticas en el país, tanto por parte de los sectores empresariales, como por determinados segmentos intelectuales. Por el lado de los empresarios, las principales críticas se refieren a las oportunidades comerciales perdidas, resultante del rechazo del gobierno a la participación en el ALCA; a la aproximación junto a los grandes países del mundo en desarrollo considerados más competidores que aliados; y la excesiva condescendencia para con las reivindicaciones argentinas en el ámbito

-"Lula, por su parte, recuperó la tradición nacionalista de la política externa brasilera. Tal orientación política se caracteriza por

priorizar los intereses del Estado, y por tener al desarrollo como objetivo."-

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del MERCOSUR, que sería incompatible con las reglas de la economía de mercado. Por el lado de los intelectuales, la crítica principal es que la política externa remite a un “tercermundismo demodé”, en completa disonancia con la realidad de las relaciones internacionales. Para esos grupos, esa política externa de desarrollo implica indiferencia para con aquéllas que serían las grandes cuestiones internacionales de nuestro tiempo –democracia, derechos humanos, medio ambiente, combate a las mafias y al terrorismo transnacional. Aparentemente, las críticas de los dos sectores son diferentes. La primera expresaría los intereses de corto plazo de aquellos preocupados en obtener inmediata satisfacción de sus acciones económicas, en tanto que la segunda referiría a los valores de aquellos que desean que el país esté en armonía con los patrones civilizacionales del mundo desarrollado. No obstante, las críticas se revelan rigurosamente iguales al examinarse la idea que las fundamenta. En realidad ambos segmentos critican el papel del Estado, por medio de su burocracia, como instancia de planeamiento. Los dos sectores sociales que se manifiestan contrarios a la orientación de la política externa consideran el concepto de desarrollo como cosa del pasado, sin ninguna utilidad en el mundo actual, porque ese concepto supone la acción del Estado como elemento inductor y norte de la evolución económica y social del país. Tratándose específicamente de la política exterior, ambos coinciden que a la diplomacia y a los demás órganos que componen la burocracia civil y militar del Estado no les compete elaborar políticas, sino solamente ejecutarlas. En ese sentido, la diplomacia debería estar al servicio de los intereses de los diversos sectores de la sociedad, atendiendo, naturalmente, a aquellos que revelen su capacidad para formular más articulada y competentemente sus propias conveniencias. Curiosamente, esa cuestión está instalada en la política gubernamental como una contradicción. Contradicción porque, en tanto la política externa apunta a crear nuevas situaciones y oportunidades para que el proceso de desarrollo sea retomado; la política interna, sobre todo la política económica, se caracteriza como continuación de la política económica del gobierno anterior, al actuar en conformidad con los intereses externos. La conquista de la confianza de los organismos financieros internacionales, la producción de superávit primario y el pago religioso de la deuda externa, bajo el argumento que tales decisiones son imprescindibles para garantizar la gobernabilidad del país, constituye la más incisiva prueba de la falta de alineamiento entre política externa y política interna. En efecto, esa contradicción produjo una consecuencia política sorprendente. Sectores empresariales que temían la llegada de Luís Inácio Lula da Silva a la presidencia, por entender que la política económica del gobierno anterior de Fernando Henrique Cardoso sería alterada, pasaron a apoyarlo entusiastamente, apenas oponiéndose a la política externa. Desde el punto de vista de esos sectores, la política externa ejecutada por el gobierno de Lula constituye un aspecto de la antigua posición izquierdista, que aún no fue reciclada. Desde el punto de vista de los intelectuales, la política externa traiciona las expectativas depositadas en el gobierno de Lula, porque ella no sería más que la reedición de la política externa de los gobiernos militares. Juntos, esos dos sectores, que poseen una alta capacidad de divulgar sus puntos de vista sobre la situación del

país, han llevado adelante una sistemática campaña en contra de la política externa. Entre tantas otras críticas que dirigen a la diplomacia, critican la integración sudamericana con el argumento de que ella desvía recursos imprescindibles para el país, y que la idea de integración física puede comprometer el equilibrio ambiental del subcontinente; critican las buenas relaciones con Venezuela, por considerar que el empeño de Hugo Chávez en reducir las desigualdades sociales de su país y la dependencia económica para con los Estados Unidos es la posición ridícula e inconsecuente de un líder populista; así como critican el esfuerzo del gobierno en sedimentar al MERCOSUR, por considerar que la integración regional con los países del cono sur no debe ir más allá de un área de libre comercio.

III

Como fue presentada al principio, la idea contenida en este texto es que la actual política externa corre grandes riesgos de mostrar continuidad. Difícilmente otro gobierno mantendrá las directrices que vienen siendo seguidas por el actual gobierno. Las divergencias de posiciones en cuanto a la política externa brasilera ya no refieren a los medios empleados sino a los propios objetivos a alcanzar. Hasta el inicio de los años noventa la política externa estaba direccionada al desarrollo económico del país. De tal consenso nacional resultaba el protagonismo del Estado en la formulación de la política externa. Al comienzo de la década del noventa ese consenso fue fuertemente avalado por el gobierno de Fernando

Collor de Mello que, debiendo abandonar el gobierno por causa de un impeachment, fue sustituido por Itamar Franco, quien intentó recomponer el consenso en torno al desarrollo. Sin embargo, con la elección de Fernando Henrique Cardoso el consenso sobre desarrollo fue definitivamente deshecho y las ideas liberales pasaron a formar el nuevo parámetro de la política externa de Brasil. Con Fernando Henrique, la idea según la cual las relaciones internacionales se asientan en la fuerte asimetría Norte-Sur pasó a ser considerada del pasado, siendo sustituida por la idea que todos los Estados que componen el sistema internacional son iguales, desde que comulguen con los principios de la democracia anglosajona y de la economía de mercado. La actual política externa de tradición nacionalista, orquestada por Itamaraty, y asumida en toda su extensión por el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva representa, pues, una plataforma de resistencia al consenso liberal establecido a lo largo del gobierno anterior.

-"significa retomar la iniciativa política de las naciones en desarrollo, con vistas a establecer un nuevo punto de partida en la negociación con los países desarrollados"-

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D Desde 1989, luego de los momentos más difíciles de la transición política, nuestra democracia no pudo prescindir del ejercicio de los poderes excepcionales y se alejó de aquella concepción que proclama la separación de poderes y los controles mutuos, que reprime los posibles excesos de los gobiernos de turno. Cuando se refuerza al ejecutivo, el parlamento pierde poder y capacidad de control. Se trata de una verdadera práctica de gobierno que hemos denominado “decisionismo democrático”. Parece haber quedado atrás, entonces, la idea de la democracia como un gobierno de poderes limitados, que está asociada a las teorías de Locke, Montesquieu, Madison, donde la separación de poderes constituye la base de la libertad. La democracia argentina, tras su reconstitución en 1983, ha atravesado situaciones de crisis profunda. Se ha argumentado y se argumenta, aunque el discurso no aparezca explicitado de esta manera, que la teoría de los poderes limitados le resta eficacia a la acción de los gobiernos en tiempos de emergencia. Sin duda, el argumento que defiende la teoría de los poderes ilimitados está asociado al principio de la eficacia. Sin embargo, resulta curioso advertir que en nuestro país los gobiernos dotados de poderes excepcionales tampoco alcanzaron resultados acordes a ese principio a juzgar por la actual decadencia económica y social. En consecuencia, ¿estamos obligados a aceptar la necesidad de un gobierno con poderes ilimitados? La idea sobre la que insistimos y que ha merecido escasa atención es que Argentina vive en emergencia permanente, que la ampliación de las atribuciones del ejecutivo más allá de su esfera normal de acción, ha convertido al poder democrático en un ejercicio indiscutible que se vale de poderes excepcionales. Con esta práctica, los gobiernos no suspenden el Estado de derecho, como lo indicaría una perspectiva decisionista schmittiana, sino que, al contrario, se valen de la Constitución para ejercer plenos poderes: la delegación legislativa, el veto parcial y

los decretos de necesidad y urgencia. Se trata, pues, de una efectiva práctica de gobierno que le rinde culto al altar de los plenos poderes. Si la democracia que supimos construir no puede funcionar de otra manera, hay que decirlo y llamar a las cosas por su nombre, sin miramientos ni reparos, porque parafraseando a Max Lerner la democracia es como la hacemos, y no de otra manera (1). Son los hombres los que hacen la democracia, y lo que hemos construido es una democracia carente del vigor necesario para actuar con determinación sin necesidad de exigir poderes concentrados. Es cierto que la democracia no es sólo una construcción social, sino que también es, como decía Norberto Bobbio, una construcción jurídica. Pero el mismo Bobbio se encargaba de aclarar que tanto el derecho como el Estado son construcciones humanas, artificiales, en absoluto naturales. La pregunta que nos inquieta es si se puede gobernar sin acudir al decisionismo democrático. No habría que resignar las mejores formas democráticas frente a la incierta idea de la ampliación de las atribuciones del poder ejecutivo. Si se refuerza su esfera de decisión, otorgándole facultades legislativas directas, hay que saber del peligro de los abusos del poder el que, concentrado, es temible. Para evitar el abuso es preciso, reiteramos la enseñanza de Montesquieu, que el poder frene al poder. Pero hay otro peligro, tal vez superior, que se manifiesta con la creación de un patrón cultural que acepta como algo habitual, y no como una forma extraña a nuestra cultura política, la ampliación de las competencias del ejecutivo. El interés principal del decisionismo democrático es que los ciudadanos confíen en el poder y no que participen en él o lo controlen. Si con su ejercicio se consigue cierto orden y tranquilidad, el riesgo es que los ciudadanos en lugar de realizar una oposición activa participen pasivamente en esa relación de poder y legitimen de esa forma el crecimiento del ejecutivo.

Decisionismo democrático

Hugo Quiroga

Profesor de Teoría Política II de la Facultad de Ciencia Política y RR.II., investigador del Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario. Profesor de Introducción a la Ciencia Política de la Universidad Nacional del Litoral.

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Como se puede apreciar, el decisionismo democrático se ubica en el centro de la relación entre poder y sociedad. Esta práctica de gobierno genera un cambio en la base del poder, que no pasa por el deseo de una ocupación prolongada, ni por liderazgos enérgicos (Menem, Kirchner) o débiles (De la Rúa), sino por una transformación en su naturaleza que se explica, al menos, por dos razones. Por un lado, a raíz del crecimiento del ejecutivo por la vía constitucional y, por el otro, debido a los misterios de la obediencia civil. El poder no es algo que se impone verticalmente, requiere para su legitimidad de la conformidad de los ciudadanos. Las razones por las cuales los ciudadanos obedecen son múltiples y conocer las causas de la obediencia es conocer, como escribía Bertrand de Jouvenel, la naturaleza del poder. En suma, se le confía a una di-rección centralizada, con enorme poder decisorio la marcha del gobierno para hacer frente a un largo período de trastornos y dificultades. El decisionismo democrático aparece, así, como una condición necesaria para la so-brevivencia de la democracia. Aún cuando los argumentos pragmáticos se imponen frente a la emergencia, y en momentos de crisis pueden ser razonables, no olvidemos que el decisio-nismo democrático limita al Estado de derecho y pone en peligro a la propia democracia que pretende salvaguardar. Es verdad que estos mecanismos de gobierno se desprenden del texto constitucional, pero ahí están previstos no como algo habitual sino como un re-curso excepcional y transitorio de los poderes de emergencia, que no deben convertirse en regla. El poder discrecional debe ser ejercido bajo garantías adecuadas, de lo contrario se convierte en poder incontrolado. ¿Cuáles son esas garantías?. Las esta-blece la propia Constitución Nacional en circuns-tancias excepcionales y exige, entre otras cosas, el dictado de leyes que regulen su alcance, pero hasta el momento la morosidad de los legisladores no las ha sancionado. Como los poderes discrecionales sustituyen la voluntad legislativa y pueden afectar la libertad de los ciudadanos, deben emplearse bajo garantías apropiadas para que no resulten peligrosos ni abusivos. En razón de esos poderes el ejecutivo se ha trans-formado en una autoridad legislativa delegada, por lo cual es necesario -cosa que no ocurre todavía en la Argentina- promover e instalar las precauciones más precisas, dado el crecimiento de la legislación delegada y de su carácter permanente. La democracia argentina se ha convertido desde 1989 en un gobierno de ejecutivos concentrados, que le incorpora poderes incontrolados al presidencialismo. No se trata ya de las patologías propias del presidencialismo. En estas condiciones, la democracia es un compañero difícil para el Estado de derecho el que queda, en buena medida, dependiendo de las resoluciones del gobierno del ejecutivo; fue lo que pasó cuando se violó el derecho de propiedad, se confiscaron los depósitos de los ahorristas, para mencionar tan sólo uno de los

hechos más graves y sobresalientes de los últimos tiempos. Ya lo hemos explicitado, el decisionismo democrático sólo se entiende por la crisis de la función legislativa, y en este sentido ambos términos se implican mutuamente, se integra en esa concepción tanto al ejecutivo como al legislativo a partir de las propias disposiciones de

la Constitución Nacional. La cuestión es, a fuerza de ser reiterativo, la perpetuidad de la emergencia y la falta de control de las facultades delegadas. Su propia debilidad le impide al parlamento controlar los actos del ejecutivo, en un escenario de excepción continuo donde la supervivencia del país pareciera depender de las decisiones rápidas y eficaces y de la concentración de propósitos. El decisionismo democrático es tal, porque lucha con las armas de un poder ejecutivo concentrado y verticalizado. El símbolo del ejecutivo con poder concentrado se convierte en el centro de la acción de la democracia. Uno de los problemas centrales de la Argentina es que la ley carece de autoridad o, al menos, su autoridad es dudosa. Y es dudosa porque no genera en dirigentes y ciudadanos el consentimiento necesario que la inviste de legitimidad. Es ahí cuando se quiebra la lealtad que la autoridad de la ley trata de procurar. Pero la lealtad a la ley surge de la aceptación subjetiva, reside en el consentimiento y en la persuasión de los individuos que le otorga valor de autoridad. Aquí nos ubicamos en el corazón de la crisis de legalidad y en la insuficiencia del imperio de la ley. Pero el problema es aún más grave, porque con frecuencia son las propias decisiones gubernamentales las que violentan la ley, que obviamente están obligadas a acatar, con el pretexto de sostener los intereses más elevados. Para estas acciones no hay casi diferencia entre las épocas normales y las épocas de crisis, el abuso de

la emergencia borra la distinción entre una época y otra. La emergencia lo autoriza todo. El Estado de derecho no es sinónimo de garantía de la democracia, a la inversa, la democracia lo sacrifica buscando permanecer. En este sentido, el estado de emergencia cancela al Estado de derecho. Resta saber si esta praxis de gobierno va a perdurar

o si sólo es una acción pasajera de una época de perturbaciones, cuyo fin se podría avizorar en un horizonte no muy lejano. La democracia es como la hacemos. No hay, pues, mito democrático ni una ingenua causa final justa que conduzca al triunfo. Son los dirigentes y los ciudadanos los arquitectos presentes y futuros del edificio democrático. De todos ellos depende la posibilidad de elaborar un porvenir previsible. A causa de nuestra larga crisis, los argentinos no tenemos todavía una nítida percepción de su naturaleza. Lo que hemos construido, a pe-sar del esfuerzo democrático, es una forma no muy elevada de organización democrática, por momentos irrelevante y sujeta a la casi exclusiva legitimidad de las urnas. Una democracia, en fin, de carácter ejecutivo, que no es ya la

expresión de un gobierno limitado y respetuoso de la división de poderes. En la tarea de reconstrucción democrática no hemos podido escapar, en esa larga campaña, de los imperativos de la democracia decisionista.

1) Dice Max Lerner: el poder es como lo hacemos, en su obra Ahora o nunca. De la necesidad de una democracia militante, FCE, México, 1943.

-"Son los hombres los que hacen la democracia, y lo que hemos construido es

una democracia carente del vigor necesario para actuar con determinación sin necesidad

de exigir poderes concentrados."-

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Vida Intelectual y Militancia Política

La Conquista de Irak: Una invasión trunca

Ernesto Laclau

Immanuel Wallerstein

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P: ¿Cuál es su formación académica, cuáles fueron sus primeros trabajos y sus influencias en los primeros años académicos en la Argentina, antes de partir a Europa?

E.L.: Me gradué como Licenciado en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, después conseguí un cargo de profesor universitario en Tucumán, con tan poca suerte que a los seis meses vino el golpe de Onga-nía y, como tanta otra gente en esa época, perdí mi puesto. Entonces fui a trabajar al Instituto Di Tella, en un proyecto de investigación cuyo asesor era el historiador inglés Eric Hobsbawm. Él me ofreció conseguirme una beca para ir a hacer mi doctorado en Oxford. Entonces fui a Oxford tres años, pensando volver a la Argentina en algún momento, pero en el ´76 fue prácticamente imposible volver. De to-dos modos, a partir del ´83 comencé a venir regularmente a la Argentina, una o dos veces por año y me encuentro de hecho participando en la vida intelectual y política del país. Respecto a la militancia política antes de irme, entré en el año ´58 al Partido Socialista Argentino. Cuando empeza-ron las divisiones del Partido Socialista, me quede en el Partido Socialista Ar-

gentino de Vanguardia. Después de un año y medio, a fines del ´62, hubo muchos desacuerdos, por lo que con un grupo de gente nos abrimos del partido y armamos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA una agrupación que se llamó Frente de Acción Universitaria, que tomó el control del centro de estudiantes. A fines del año ‘63, hubo un acuerdo político con Jorge Abelardo Ramos y entramos al Partido Socialista de la Izquierda Nacional. Entré a la dirección del partido directamente y fui durante casi cuatro años, el director del semanario del partido que se llamaba “Lucha Obrera”. Después me fui del partido de Ramos con otro grupo de gente, a fines del ´68, y luego me fui a Europa. Es sabido que provengo de una fami-lia yrigoyenista, donde el sentido de lo nacional y popular estaba muy presente.

P: Si nos remontamos a los primeros años de su producción escrita, ¿cuál es la continuidad que puede trazar usted entre las primeras teorizaciones sobre populismo que aparecían en su artículo “Hacia una teoría del populismo” del libro Política e Ideología, con Emancipación y diferencia donde se encuentran contenidos algunos temas que aparecen de manera predominante

Vida Intelectual y Militancia Política

Ernesto Laclau

Autor de obras trascendentales para la teoría política contemporánea como “Emancipación y Diferencia” ; “Misticismo, Retórica y Política”, y “Hegemonía y Estrategia Socialista”, Ernesto Laclau, estuvo en Argentina y compartió sus recientes reflexiones con, Alberto Ford, José G. Giavedoni y Alejandro Moreira, profesores de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. El Sociólogo e Historiador Argentino vive en Inglaterra hace ya más de 35 años, es Profesor de Teoría Política en la Universidad de Essex y fundó, en dicho condado, uno de los Centros de Estudios Políticos más prestigiosos de Europa. A lo largo de su producción académica, Laclau fue concibiendo una original teoría política destacando la dimensión discursiva de lo social, dentro de un amplio espectro que recorre desde el marxismo en Gramsci hasta el psicoanálisis en Lacan. En La razón populista, su nuevo trabajo, Laclau recupera uno de los conceptos más polémicos de la teoría política con la intención de librarlo de los contenidos peyorativos con los que habitualmente se lo identifica. Bajo esta forma, el populismo deja de ser un fenómeno político específico, y pasa a ser considerado por Laclau una lógica de construcción de lo político, casi diríamos la lógica por excelencia de construcción de lo político, que actúa sobre un conjunto de demandas sociales heterogéneas, que no tienen ninguna identificación positiva entre ellas, agrupándolas en una totalidad en función de su oposición a un orden que las niega.Ernesto Laclau nos cuenta en esta entrevista los primeros pasos en su formación académica, realiza un interesante repaso de los principales conceptos de su nueva obra y plantea un profundo debate acerca del significado del término populismo en la Teoría Política.

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en su último libro, y finalmente, éste, La razón populista?

E.L.: En realidad, el primer ensayo que está en el libro de 1977, ya insinúa de alguna manera el tipo de orientación que luego tomé, aunque está todavía muy incipiente esta orientación. Lo que se daba en el ensayo sobre populismo era un intento de romper con la construcción clasista y pura de los agentes sociales. De alguna manera, era el comienzo de la revisión de la teorización marxista. Lo que en aquel momento de todos modos se mantenía, era la dualidad entre las identidades de clase y las identidades populares. Lo que después se fue dando entre las sucesivas elaboraciones, fue la reconstrucción de la categoría de clase. Para mí, la clase es simplemente un precipitado histórico de una cierta articulación de demandas sociales. Pero lo que me parece esencial es pasar de la noción del grupo como autoconstituido a la noción del grupo como resultado contingente de esa articulación de demandas. Lo que por ejemplo está planteado de una manera muy explícita en mi nuevo libro sobre populismo.

P: Las teorizaciones sobre “significantes vacíos” o “hegemonía” que también aparecen de manera predominante en su última obra, ¿son pensadas en esta continuidad?

E.L.: Lo que estaba dado ya en el primer libro, era la concepción del espacio social como espacio discursivo. La teoría más reciente, lo que hace es basarse en ciertas categorías funda-mentales. Una de ellas es la categoría de “hegemonía”, entendida como una cierta particularidad que asume la representación de una totalidad que la rebasa. Por ejemplo, para citar alguno de los casos que se discuten en el último libro, los significantes políticos de Solidaridad en Polonia aparecían ligados al comienzo a ciertas demandas muy concretas que eran las demandas de un grupo de obreros del Gdansk. Pero como esas demandas se formulaban en una sociedad altamente represiva en que muchas otras demandas sociales estaban también frustradas, pasaron a ser los significantes de la totalidad del movimiento popular polaco. Entonces, esa hegemonización inicial da lugar a un vaciamiento de los símbolos políticos,

porque en la medida que esos símbolos políticos tenían que representar una larga cadena de demandas heterogéneas, tenían que vaciarse también de su significación específica. Esa es la lógica del significante vacío, que la considero muy cercana a la noción lacaniana del objeto petit A. Por ello, que la frecuentemente llamada imprecisión y vacuidad de los símbolos populistas, responde a una lógica política muy específica: el hecho de que esos símbolos tienen que expresar una pluralidad de demandas sociales que son esencialmente heterogéneas. Hay tres dimensiones allí que son importantes. Una es la dimensión hegemónica, donde he tratado de radicalizar la posición gramsciana de esa perspectiva. La segunda es el psicoanálisis y ahí la lógica del objeto petit A, que creo que no es simplemente algo análogo a la lógica hegemónica, sino que es el mismo descubrimiento acerca de algo que se refiere a la estructura misma de la objetividad, pero en un caso ese descubrimiento se hace desde el psicoanálisis y en el otro desde la teoría política. Por ejemplo, los trabajos de mi colega Joan Copjec, son importantes desde este punto de vista. Él ha estudiado la forma en que los close up, que al focalizar en una cierta particularidad, no son simplemente una particularidad dentro del todo, sino una particularidad que nombra al todo, al todo como totalidad que de otra manera no tendría expresión. Finalmente, la dimensión retórica es importante, porque la retórica es justamente un movimiento hacia una representación figural de algo que no tiene una forma de representa-ción directa. Por ejemplo, la catacresis es una figura retórica que significa esencialmente que un término es figural, pero que a ese término figural no le corresponde ningún término literal. Por ejemplo si digo con Góngora, bostezo de la montaña, eso es una metáfora porque, en lugar de decir bostezo de la montaña puedo decir caverna, que es un término literal. Pero si yo hablo de las alas de un avión, las alas es un término figural pero no hay un término literal que lo pudiera designar. Es el caso de las patas de una mesa o las alas de un edificio.

Si hablamos

del orden de la numeración, está por ejemplo la cuestión acerca del cero. El cero es la ausencia de número, pero el hecho de nombrar al cero transformo al cero en un uno, y de esa manera estamos en una expresión de tipo catacrético. Cicerón decía que la razón por la cual existe catacresis, es que hay más objetos en el mundo para ser nombrados, que las palabras con las que contamos, y que por consiguiente había que tergiversar el sentido de unos términos para abarcar la totalidad de los objetos. Si hoy nosotros decimos que esa no es una falla empírica como Cicerón pensaba, sino que en el proceso mismo de la significación hay algo que no puede ser radicalmente nombrado, en ese caso tendríamos un significante vacío, donde la catacresis es esencial a la significación, y como toda acción social es una acción significativa, el resultado es que los desplazamientos retóricos son el campo primario de constitución de los objetos.

P: ¿Cómo se vincula el argumento de la catacresis con la argumentación previa?

E.L.: La vinculación es la siguiente. Volviendo al ejemplo previo de Solidaridad en Polonia: si todas las demandas heterogéneas de la sociedad polaca tuvieran un denominador común positivo, en ese caso, la podría nombrar de forma directa y literal. Pero lo que todas las demandas comparten no es un dato positivo que subyace todo, sino el hecho de que todas ellas se oponen a un régimen opresivo. Es decir, no hay nada en la positividad de las demandas que las una, entonces el significante vacío tiene necesariamente que expresar esta unidad entre demandas heterogéneas; pero como no corresponde a ellas nada literal, el proceso de su constitución es esencialmente catacrético y retórico.

P: Teniendo en cuenta la crisis política y social que se desató en nuestro país como consecuencia de los lamentables sucesos que determinaron la renuncia del Presidente constitucional ¿Sería pertinente el ejemplo de Argentina de 2001 “Que se vayan todos”?

E.L.: Entramos en otro tipo de análisis. Yo estuve muy en contra con la fórmula “que se vayan todos”, porque me pareció que decir “que se vayan todos”, va implicar que siempre se va a quedar uno y uno que no ha sido

...me parece esencial es pasar de la noción del grupo como autoconstituido a la noción del grupo como resultado contingente de esa articulación de demandas.

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elegido por nadie. Ocurrió, pero las cosas salieron bien porque el que fue elegido inició en la Argentina otro proceso. Después del 2001 hay un enorme desarrollo horizontal de la protesta social que no se aglutina ni se plasma en el sistema político. Cuando llegamos a las elecciones, estas son totalmente no repre-sentativas y se dan dentro de la partidocracia más tradicio-nal. Ahora bien, lo que la experiencia de Kirchner está intentando hacer penosamente y con muchas dificultades, se trata de que ese movimiento horizon-tal de la protesta social comience a articularse verticalmente al sis-tema político. Si esa operación tuviera éxito, probablemente termi-naríamos con el sistema político más democrático que la Argentina ha tenido nunca. Pero va haber siempre una tensión entre esos dos niveles, evidentemente si una demanda encuentra canales de instituciona-lización, esos canales nunca son totalmente neutros, implica de alguna manera subordinar la demanda al poder público. Por otro lado, una demanda que aparece absolutamente autonomizada a nivel de la sociedad civil sin producir efectos políticos, es una demanda que finalmente es estéril. Hay una tensión entre esos dos momentos, pero una tensión que hay que negociar pragmáticamente.

La coincidencia entre lo Político y lo Populista

P: De la lectura del libro queda muy bien defendido el término populismo. Una de sus intenciones es quitarle la connotación peyorativa. Ahora, lo que parece es que por momentos no se alcanza a ver la diferencia entre populismo y político, o sea, el populismo es una lógica política, pero es tan fuerte el concepto de populismo en la obra que parece ser lo político. Usted podría aclarar la diferencia entre estas dos categorías y también, qué sería lo diferente del populismo como otra lógica política?

E.L.: La distinción básica que se

hace en nues-tro enfoque es entre

la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia. Ésta última es la lógica que se encuentra en la base del populismo, entendido en el sentido del libro, es decir, la constitución de identidades populares. Lo opuesto sería la lógica de la diferencia, es decir que cada demanda puntual y específica, encuentra su satisfacción dentro del sistema y, por consiguiente, no hay una dicotomización de los espacios políticos. Eso es lo opuesto del populismo. Por ejemplo, Disrael se enfrentaba con toda la división profunda de la sociedad británica del siglo XIX, que encontró como su momento más alto la experiencia del cartismo. Entonces él dijo, si seguimos con two nations, con dos naciones opuestas la una a la otra, todos vamos a terminar como Luis XVI. Por consiguiente, su proyecto, que fue el proyecto del partido Tory de ahí en más, era one nation, constituir una sola nación. ¿Cómo hacerlo? Simple-mente rompiendo las equivalencias que constituían la unidad del campo popular. Si usted tiene una demanda de vivienda, hay una institución del Estado que se ocupa de las deman-das de vivienda. Entonces, la imagen que era la imagen de lo antipolítico si usted quiere, era una sociedad en la cual hubiera administración y no hubiera enfrentamientos entre grupos.

El lema del General Roca, Paz y Administración, es de alguna manera una expresión de esto, o el lema, por ejemplo de Saint-Simon de pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas. No es extraño que esta formula saintsi-moniana la adoptara Marx para describir lo que ocurriría en la sociedad sin clases, donde lo político habría desaparecido, y decisiones racio-nales entre iguales acerca de la ad-ministración de la cosa pública gobernarían el conjunto de la es-

cena. Esto con respecto a lo que sería no populismo. La otra pregunta es si lo político y el populismo, en este sentido, coinciden. En el libro se sostiene que si. Es decir, no todo lo que es el campo de la política es el populismo, porque el campo de la política puede ser perfectamente el campo de prácticas institucionalizadas perfectamente establecidas. Pero en la medida en que hay construcción de una frontera y determinación de un enemigo, nosotros tenemos política y populismo también. Es decir, que el populismo sería, parafraseando a Freud, el camino real que conduce a la comprensión de los mecanismos políticos operantes en una sociedad.

P: En un suplemento cultural de un periódico nacional, se le preguntaba porqué razón populista y no razón popular. En consonancia con la respuesta que usted acaba de dar sobre la coincidencia entre populismo y política, la pregunta es porqué razón populista y no razón política?

E.L.: El problema es que si uno habla de razón popular o razón política la gente se queda más o menos tranquila. Si uno habla de razón populista la gente se indigna, entonces la discusión intelectual pasa a ser más interesan-te. Hablando seriamente, lo que me parece es que hay en el rechazo del populismo, algo que implícitamente es el rechazo de lo político. Por ejemplo,

los otros días el Ministro Lavagna utilizó peyorativamente la palabra “populista”. Probablemente respecto al contenido concreto que él trataba de defender de su política, tuviera razón, no estoy cuestionando eso. Pero el hecho que se oponga la administración eficiente por una tecnocracia de expertos a la constitución de sujetos colectivos como agentes del cambio, es algo que tiene una larga tradición en la teoría política. Es la idea de que la administración de la comunidad no puede pertenecer al demos, no puede pertenecer al pueblo. Desde Platón, la idea del filósofo-rey apuntaba en esa dirección. De modo que veo en el rechazo al populismo simplemente, implícitamente el rechazo a lo político como tal. Por ello, traté de elegir la expresión que fuera más irritante desde el punto de vista de las lógicas habituales de pensar a la política, para describir ese tipo de fenómenos.

P: Usted entiende el populismo, diferenciándose de la manera peyorativa en que era abordado en la tradición de las ciencias sociales, más que como un fenómeno colectivo específico, una lógica de construcción de lo político. En estos términos, una de las grandes virtudes del libro es enriquecer sobremanera la teoría política, sobretodo en esos aspectos que se centran en la construcción de lo político. Ahora, no cree usted que bajo esta forma quedarían ciertamente desdibujados aquellos fenómenos que habitualmente nosotros solemos leer como populistas? De hecho, en el Prefacio de la obra, usted señala que bajo este marco teórico sería posible observar fenómenos que habitualmente no consideramos populistas y que entrarían dentro de este marco.

E.L.: Creo que la teoría política ha tendido con mucha frecuencia a buscar un referente concreto al populismo. Por ejemplo, una de las formulas es el encuentro de una base social determinada, y hay teorías para las cuales el populismo está identificado con la base agraria o con los des-niveles en el proceso de transición a la industrialización, o con sectores marginales. Pero inmediatamente, las excepciones comienzan a invadir ese tipo de discursos. O sea, para la teoría tradicional, el populismo es un

...el populismo sería, parafraseando a Freud, el camino real que conduce a la comprensión de los mecanismos políticos operantes en una sociedad.

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fenómeno sumamente indefinido, o bien la base social, o bien la expresión ideológica de una determinada base social y qué es lo populista, es algo que nunca es definido con precisión. Lo que yo he tratado de hacer es definirlos con precisión. Pero al defi-nirlo con precisión, necesariamente una serie de fenómenos que no eran tradicionalmente considerados como populistas, caen bajo ese tipo de con-ceptos. Si esto es un movimiento heurístico productivo o no, es algo que obviamente hay que juzgar. En la edición española, hago una referencia a Peter Wiles, quien trata de ver los movimientos que él considera populistas, el dice: “Estas personas y movimientos, entonces, son populistas y tienen mucho en común: los levellers; los diggers; los cartistas (Fuerza Moral y Física); los narodniki; los populistas de los Estados Unidos; los socialistas-revolucionarios; Ghandi; Sinn Fein; la Guardia de Hierro; el Social Credit de Alberta; Cárdenas; Haya de la Torre; el CCF en Saskatchewan; Poujade; Belaúnde; Nyerere.”(1). Este tipo de afirmación por la cual, todos estos movimientos completamente hetero-géneos se los percibe como populista porque comparten algo en común, pero ese algo común que comparten es algo que nunca se clarifica.

P: Siguiendo este razonamiento, ¿la lógica de la equivalencia determinada por el populismo, no implica una desvalorización de las diferencias? ¿No se corre el riesgo de caer en cierto autoritarismo o cierta homogeneización de las demandas?

E.L.: Eso depende. Evidentemente hay en toda inscripción de una deman-da en un discurso que la trasciende, la posibilidad que ese discurso reactúe sobre la demanda y, de alguna ma-nera, limite su autonomía, llegando incluso a traicionarla en ciertos casos particulares. La cuestión es que hay una ambigüedad: si la demanda permanece al nivel más originario de su formulación, sin ningún tipo de inscripción político-ideológica, esa demanda es autónoma pero al mis-mo tiempo es muy débil. Es decir, cuando se inscribe en un discurso que la trascienda, esa demanda nece-sariamente adquiere otra di-mensión

de universali-dad. Pero el discurso en el cual se inscribe tiene sus propias demandas, o sea, que también las limita. Estamos en el caso que discutíamos antes, de que va haber siempre una tensión entre el momento de la autonomía y el momento de la inscripción. Para darle un ejemplo concreto, en el Partido Comunista Italiano se discutió a fines de la segun-do guerra mundial, si el partido tenía que desarrollarse solamente en el norte porque era el partido de la clase obrera y ésta se encontraba en el norte del país, o si tenía que extender su hegemonía al mezzogiorno. Hubo una posición obrerista, por limitar la base social del partido al norte y una posición populista que sostenía que había que crear el partido también en el mezzogiorno. Cómo hacerlo si la clase obrera es débil en el mezzogiorno: la fórmula de Toriatti era “vamos a transformar los locales del partido y del sindicato en los puntos de reencuentro de una pluralidad de luchas”, por ejemplo, luchas contra la mafia, por el problema del agua, las cooperativas escolares y demás. De modo que todas estas demandas que antes eran completamente dispersas, al ser inscriptas en el discurso comunista adquieren una fuerza nueva, pero al mismo tiempo son limitadas en su campo de acción. Yo diría que esto, lo que se discute en el libro en torno a la categoría de “representación”, es lo que da siempre su carácter a lo político. Por ejemplo, la relación con el líder es algo que no puede ser omitido. Aquí está el problema, que no hay forma política que sea pura. En algunos casos, esta identificación verticalista con el líder es la única forma en que un actor colectivo puede emerger. Si tenemos un grupo corporativo, un grupo empresarial, sus

objetivos e intereses se encuentran bien

delimitados desde el comienzo. En este

caso el representante tiene una función rela-

tivamente auxiliar. Pero si, por otro lado, tenemos

una masa de marginales no integrados al sistema

productivo y débilmente inte-grados a cualquier estructura

ocupacional o cultural, en este caso la función del líder es

mucho más importante porque es proveer un lenguaje que empiece

a constituir esos mismo intereses, es decir, el discurso de la repre-sentación constituye los intereses que tiene que representar, y en ese sentido, la cristalización alrededor de la figura del líder pasa a ser decisiva. No creo que haya ningún movimiento político donde este personalismo no esté en alguna medida presente. En discursos muy institucionales es reducido al mínimo, en discurso no institucionales es extendido al máximo, pero algo de ello siempre va a existir. Por ejemplo, un sistema político como el venezolano, la identificación con el líder es absolutamente central, porque se trata de incorporar a la vida política y social masas vírgenes que estaban virtualmente sin ningún tipo de representación, que habían sido por décadas y décadas objeto de manipulación del tipo clientelístico. Evidentemente, este personalismo del líder es central en la experiencia “chavista”, y no tengo ninguna duda que, con todas mis posibles críticas, estoy del lado de Chávez, no del otro lado, porque se que el otro lado es la traición nacional. Ahora, si pasamos de Venezuela al Cono Sur de América Latina, la situación es enteramente distinta. Un modelo como el chavismo no puede funcionar para nuestros países, porque tenemos una sociedad civil mucha más diversificada y más compleja en la cual mecanismos orga-nizativos e institucionales, aunque pueden ser en cierto momento muy va-puleados, están presentes y operando allí. O sea que, el modelo político va a ser necesariamente distinto. Yo creo que la experiencia de Kirchner es una experiencia de democratización del sistema político, en la medida en que la Argentina ha experimentado,

como dijimos antes, esa expansión horizontal de la protesta social. O sea, que hay muchos más puntos de ruptura y muchos más reclamos de los que se vehiculizaban anteriormente en el sistema político. Lo que de alguna ma-nera Kirchner parece estar intentado hacer, al menos es mi lectura optimista de su acción, es tratar de dar a todas estas formas de movilización algún tipo de inscripción institucional. Si tiene éxito, probablemente terminemos con un sistema político mucho más de-mocrático que el que Argentina vivió en el pasado.

Análisis retórico, eje de la investigación empírica

P: ¿Qué preguntas le parece que pueden surgir del libro para un trabajo empírico, de investigación empírica?

E.L.: Evidentemente todas las categorías que están planteadas teóricamente aquí, pueden ser ope-racionalizadas sin ningún tipo de dificultad. Por ejemplo, las relaciones de equivalencia pueden estudiarse a través de las singularización de los actores colectivos. Supongamos que en un barrio existe violencia racial, y que la única institución capaz de luchar contra el racismo son los sindicatos. Ahora, la función normal de los sindicatos no es luchar contra el racismo, sino defender los intereses de los obreros. Pero por ser la única fuerza en esa área capaz de llevar a cabo la lucha antirracista, comienza a incorporar equivalencialmente el antirracismo. Ahora, pasado un tiempo, la gente em-pieza a pensar que el antirracismo es una actividad normal de los sindicatos, es decir, que la equivalencia pasa a ser una relación permanente entre estos fenómenos. Entonces, la palabra “sindicato” en esa área, va a evocar connotativamente cosas muy distintas que la palabra “sindicato” en un área en la cual esta pronunciación no se da. Lo que es importante en cualquier investigación empírica que se maneja con estas categorías, es determinar en primer lugar el suelo de equivalencias alrededor del cual las identidades colectivas se han constituido. Esto se puede estudiar por distintos métodos. En primer lugar, el análisis retórico es absolutamente central, y en segundo

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lugar la teoría de la argumentación, como forma de ver de qué manera estos procesos operan. Hay varias otras técnicas de investigación empírica que se van llevando a cabo. En el programa de “Ideología y análisis del discurso”, todos mis estudiantes han hecho tesis empíricas, tratando de aplicar a sus sociedades concretas este tipo de categorías teóricas. Por ejemplo, uno de ellos hizo un estudio en términos de equivalencia de las cartas de Perón desde el exilio.

P: Usted aparece muchas veces vinculado con Zizek, Negri, Badiou, Rancière. ¿Cree que esta vinculación es pertinente o es absurda, se los puede leer a todos juntos porque algo hay en común?

E.L.: Por empezar son muy distintos uno de los otros. En el libro he planteado cuales son los puntos de desacuerdo. Hay una sección sobre Zizek que se llema “Zizek: esperando a los marcianos” y hay otra sección sobre Hardt y Negri que se llama “Hard y Negri: dios proveerá”. Es decir, la diferencia que tengo con Zizek es total, simplemente por que él reproduce el punto de vista más clásico del marxismo y sin ningún tipo de revisión. En el caso de Hardt y Negri es más complicado porque ellos intentan ir más allá de la teorización en términos de clase. Pero lo que hacen es pensar que habrá una serie de movilizaciones de tipo paralelo que, sin establecer ningún contacto político entre sí, van a dar lugar al surgimiento de un nuevo sujeto co-lectivo que es la multitud. Ahora, yo no creo que se pueda hacer la economía de ese momento de la mediación político, entre otras cosas, porque muchos de esos movimientos tienen reclamos que chocan entre sí, y la constitución de una identidad popular más global, es siempre un proceso complejo y laborioso de negociación y transformación. Con respecto a Badiou, mi desacuerdo se plantea a un nivel un tanto diferente. Por ejemplo, Badiou estaría muy de acuerdo con varias de las cosas que digo acerca de los sujetos populares, y lo hemos discutido incluso varias veces. El punto en que yo establezco un desacuerdo con él, he escrito un artículo sobre esto llamado “An ethic of militant engagement”, es en

la oposición ontológica y rígida que él establece entre el ser y el evento (acontecimiento). La ida de un evento puro es en buena medida un mito, es decir, un evento es siempre el tejido de una serie de decisiones parciales que tienen lugar dentro de una situación que yo creo que es mucho menos monolítica de lo que Badiou presenta. De todos modos, son contradicciones en el seno del pueblo como diría Mao, hay muchos puntos de acuerdo también.

P: Después de haber escrito este libro, qué preguntas nuevas le surgen a usted. Supongo que después de hacer un libro tan denso le deben aparece preguntas nuevas.

E.L.: Pienso que, en lo que respecta a mi propia investigación, se trata de moverme en la dirección de una retórica generalizada como campo de constitución de lo social, esto desde el punto de vista de la teoría política. Quiero tomar ciertas categorías, por ejemplo, el objeto petit A que mencionábamos antes en Lacan del psi-coanálisis, el nivel retórico, y después algún cierto tipo de teoría con la cual encuentro cierta afinidad, por ejemplo, la teoría de los sistemas de Niklas Luhmann, que pueden ser interrogadas desde este punto de vista. Es decir, estoy avanzando en una generalización, en términos de una teoría política más amplia, de las exploraciones que se en-cuentran en este libro. La otra tarea que me interesa, es hacer un estudio genealógico de los discursos emancipatorios, ver cómo se han producido ciertas rupturas en la manera de leer los procesos emancipatorios. Para eso he elegido tres momentos, que van a ser probablemente cada uno un libro. Uno de ellos es George Sorel y la crisis del discurso de la II Internacional; otro de ellos es Gramsci y la irrupción de lo político en el campo de lo social y el tercero es el legado de 1968, todo el mundo de los nuevos movimientos sociales, la globalización, porque aquí veo, por ejemplo en los Foros de Porto Alegre, los hechos más importantes en la estructuración de un nuevo discurso emancipatorio. Probablemente lo más importante ocurrido desde la crisis del marxismo, porque anteriormente

para el marxismo se trataba de una homogeneización creciente de lo social. La teoría es que se iba a dar una simplificación de los conflictos de clase bajo el capitalismo, que se iban a proletarizar las clases medias y el campesinado y el final de la historia iba a ser una confrontación entre una masa proletarizada completamente homo-génea y una burguesía dominante. Hoy día lo que estamos viendo, al contrario, es una heterogeneización de los actores sociales y de puntos de ruptura y antagonismo. El proceso de globalización, por supuesto, acen-túa esta tendencia. Por ello, por ejemplo, si usted ve los Foros de Por-to Alegre, encontrará una cantidad de workshops, talleres y grupos de discusión acerca de experiencias muy concretas: mujeres en Zimbabwe, gays en California, actividades barriales y anti-institucionales en diversas zonas, etc. Al mismo tiempo hay un esfuerzo por crear un nuevo lenguaje de tipo más amplio, por ello la lógica de los significantes vacío esta claramente operando.

1) Citado por Laclau en La razón populista, p.23.

La otra tarea que me interesa, es hacer un estudio genealógico de los discursos emancipatorios, ver cómo se han producido ciertas rupturas en la manera de leer los procesos emancipatorios.

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El pasado viernes 9 de septiembre el mundialmente reconocido sociólogo, Immanuel Wallerstein visitó la ciudad de Rosario para brindar una Conferencia Magistral sobre “El Sistema Mundo desde 1945 al 2025”, en la Sede de Gobierno de la Universidad Nacional de Rosario. El brillante sociólogo e historiador norteamericano, autor de más de diez obras entre las que se destacan: El moderno sistema mundial (1974-1980); Economía del mundo capitalista (1983); Raza, nación y clase (1991); entre otras tantas, realizó un interesante recorrido por los hechos más importantes que marcaron la evolución del Sistema Mundo desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. El Dr. Wallerstein divide este proceso en tres períodos históricos; uno que va desde 1945 a 1970, otro que abarca de 1970 hasta el año 2000, y una última etapa que comienza en el año 2000, y se extiende hasta el 2025 aproximadamente. De esta manera, el sociólogo analiza transversalmente este proceso a través de cuatro ejes principales: la situación del poder hegemónico de los Estados Unidos, las relaciones entre Estados Unidos y Europa Occidental y Asia y Oriente, las relaciones Norte-Sur, y finalmente las actividades de las posiciones de los movimientos antisistémicos. En esta publicación rescatamos las reflexiones más importantes de Wallerstein acerca de las características que el Sistema Mundo comienza a mostrar a partir del año 2000, y cómo se comportará en los próximos 20 años. A través de una audaz y convincente argumentación, Wallerstein manifestó su opinión sobre lo que considera el fracaso de la estrategia norteamericana en Irak, analizó el futuro del imperio estadounidense, y examinó las principales tendencias de los últimos movimientos antisistémicos.

Immanuel Wallerstein

¿Qué pasaba en el 2000? Evidentemente un cierto George W. Bush ha venido a proteger a los Estados Unidos en circuns-tancias un poco sospechosas, pero, en todo caso, llegó legalmente a ser Presidente de los Estados Unidos. Y, a decir verdad, para los 9 meses de su mandato, seguía la misma política extran-jera de Nixon. En los primeros 9 meses se vivieron mini crisis con China. En primer término China se quedó con un avión norteamericano que ingresó sin permiso a territorio chino, sobre mar chino, luego los pilotos fueron prisioneros del gobierno. Y, ¿qué hicieron los Estados Unidos? Esencialmente nada, se excusaron, y acordaron con el gobierno chino que resti-tuyeran a los pilotos pero no así el avión. Han hecho lo mismo que Clinton y Bush padre hubieran hecho. Y luego, el 11 de Septiembre. El 11 de Septiembre fue un milagro para los neoconservadores. Evidentemente fue un enorme shock para el pueblo nortea-mericano, hubo una reacción patriótica monumental. El mundo entero simpatizó con los Estados Unidos, por ejemplo, el

La conquista de Irak. Una invasión trunca

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periódico El Mundo, de París, hizo una gran editorial titulada “Hoy somos todos norteamericanos”. Ese mismo día, los neoconser-vadores le decían a Bush que debía invadir inmediatamente Irak. Osama Bin Laden no les interesaba del todo, Osama Bin Laden es un fanático, pero Irak era el punto de acción de los Esta-dos Unidos. La lógica de los neoconservadores fue la siguiente: a fin de reconstituir el poder hegemónico de los Estados Unidos, debemos mostrarnos fuertes, muy fuertes, debemos mostrar que utilizamos el poder militar feroz contra no importa quién, y debemos hacerlo unilateralmente. ¿Por qué unilateral-mente?. Porque debemos mostrar que no necesitamos ninguna ayuda, ni siquiera de Europa Occidental. El unilateralismo fue la moda preferi-da de esta gente que ha convencido a George W. Bush. En parte porque compartía sus ideas, porque el Direc-tor de Política Interna le había dicho que su figura en los sondeos era mala, un Presidente de guerra seguramente tendría mayores chances de ganar las elecciones. Y como a Bush lo único que le interesaba era ganar las elecciones

dijo: de acuerdo. Fue un repudio a las tres

políticas de los años ’70 al 2000: haremos la guerra unilateralmente a fin de intimidar a los europeos y a los asiáticos de toda idea de independencia política; a fin de intimidar todo país que como Irán y Corea del Norte, piensan comenzar un programa nuclear, para que no lo hagan. A fin de convencer a todos los países de Medio Oriente que deben hacer cambios como los que desea Estados Unidos. Se decide la conquista de Irak, una conquista rápida. Se buscaba como consecuencia de esta política que Estados Unidos volviera a ser como en los años ’50. Fue idiota y equivocado, porque todo lo contrario ha pasado. La pri-mera consecuencia fue la invasión a Irak. Han invadido Irak no porque tenía bombas nucleares, porque no las tenía, todo el mundo ha notado esto. Segundo, Sadam Hussein fue hábil, decidió no resistir militarmente a los Estados Unidos porque no podía. Las tropas iban a desaparecer junto con el dinero y el armamento. Si hacían la guerra, inmediatamente se encon-trarían con dificultades enormes en las ciudades, desesperación, caos, etc. Estados Unidos pensó que, al cabo de dos meses, sería una victoria magnífica; pero después, todo el mundo vio que no fue así. Pero era una situación imposible de sostener que los militares nortea-

mericanos no pudieran ganar. Por esto, los norteamericanos buscan la posibilidad de endilgarse toda una serie de errores políticos. En Irak han creado una situación política interna de la cual van a obtener un grupo al poder esencialmente no liberales pronorteamericanos, y pienso que en dos años esta gente se mostrará muy antinorteamericana. No han logrado intimidar a Europa Occidental, por el contrario, han crea-do una resistencia enorme y abierta. No han intimidado a Irán o a Corea del Norte que se plantean seguir con su política nuclear tan rápidamente como sea posible, porque únicamente este momento puede asegurarles que Estados Unidos no pueda amedren-tarlos. Y finalmente, no han creado la “democracia” en Medio Oriente. Un fracaso increíble, que en vez de fortalecer la posición hegemónica de los Estados Unidos los ha destruido mucho más rápidamente. En vez de un lento declive ha sido un declive rápido, porque la única forma de convencer al mundo del poder de los Estados Unidos fue la base militar, y actualmente los Estados Unidos han demostrado al mundo que no pueden conquistar a un pequeño país como Irak. No lo consiguen porque los aviones no pueden pasar, deben entrar con todas las tropas. El pueblo norteamericano no quiere morir en Irak, es claro. No hay tropas suficientes, y habrá menos

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el año siguiente porque la entrada en el ejército regular, la entrada en la guardia civil ha comenzado a disminu-ir seriamente, y consecuentemente, se muestra tal como diría Mao Tsé Tung, un tigre de papel. Esta vez, los otros países no han fi-nanciado la segunda guerra del Golfo, ni Alemania, ni Japón, ni Arabia Sau-dita, ni Kuwait pagaron esta guerra. Son los norteamericanos los que la están pagando. ¿Cómo? Piden prestado a China, India, Corea del Sur, Japón, con un endeudamiento increíble, con la posibilidad en todo momento de que los países prestatarios tengan superávit en bonos del tesoro norteamericano, vislumbrando una caída desastrosa del dólar que vendrá. Los Movimientos de Resistencia

Sobre el frente de los movimientos antisistémicos se ha creado el Foro Social Mundial. Este se constituyó en contraposición al Foro Económico Glo-bal. Han elegido a la ciudad de Porto Alegre en el 2001 por dos razones: en primer lugar porque es una ciudad del sur, y en segundo lugar porque tenía, en ese momento, un gobierno munici-pal simpatizante del PT. El Foro Social Mundial es un éxito increíble en la cantidad de personas que asisten y en el entusiasmo que no paró de crecer du-rante cinco años. Pueden observarse, además, muchas otras cosas que pasan. Por ejemplo, to-memos a América Latina. En América Latina no hay ningún momento desde el ’45 en el que los Estados Unidos hayan sido menos apreciados por los gobiernos latinoamericanos. Hay toda una serie de gobiernos en la mayoría de

los países de América Latinaque se dicen más o menos de izquierda, pero, en todo caso, no de derecha: Kirchner a-quí, Lula en Brasil, Tabaré en Uruguay, Chavez en Vene-zuela, Lagos en Chile, etc. Por primera vez en la historia, no ha triunfado un candidato de Estados U-nidos como Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA). ¿Por qué? Porque efectivamen-te los Estados Unidos han usado tanta energía persiguiendo la situación en Medio Oriente y en Europa Oriental que no tuvieron la suficiente fuerza política para hacer lo que habían hecho en el pasado en la OEA. Hacen cosas en la región pero no son suficientes como para que no se abra una brecha en las poblaciones latino-americanas; no es la única parte del mundo, pero es la región más cercana a los Estados Unidos, a través de la cual la “pax tradicional norteamericana” está asegurada. Para mí, en los años que vienen, habrá tres contestaciones. La primera será una contestación tradicional del tipo de Seatle. A Estados Unidos, a Euro-pa Occidental, al Oriente, es decir, al sujeto de una nueva expansión de la economía mundo, del control de los productos rentables, de la acumula-ción de capital. Será una lucha. Puedo predecir que inevitablemente estos tres se reducirán a dos, es una teoría general sociológica. Pienso, por toda una serie de razones, que Estados Unidos será el menos fuerte de los tres. La segunda, es una lucha Norte-Sur. Evidentemente el Norte son estos tres

polos que nombra-mos. Ellos tienen intere-ses comunes, y por eso, la escena inmediata es la OMC. Porque, desde Seatle, no han podido realizar nada serio desde el Norte. En Cancún, Brasil ha coordinado la agenda con Sudáfrica, China, India, Argentina y otros países. Y, ¿cuál fue el argumento serio del G-20? Su argumento fue decir al Norte, esencialmente a Estados Unidos y a Europa Occidental, que si ellos quieren el libre comercio y quieren hacer entrar sus productos y sus finanzas en los países sin impedimentos, deben aceptar que el comercio libre va en dos direcciones; si nosotros abrimos nuestras fronteras, ustedes deben abrir sus fronteras a nuestros productos, a los textiles, a los productos agrícolas, etc. Los Estados Unidos y la Europa Occidental esen-cialmente, han respondido que esto es imposible, porque es imposible política e internamente en esos países abrir sus mercados a estos productos. Dijeron que sus pueblos no van a aceptar las consecuencias de la entrada libre de otros productos. A esto el G-20 ha respondido: en ese caso no podemos continuar negociando, o es en las dos direcciones, o no es en ninguna di-

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rección. La OMC ha muerto, no literalmente, sino como instrumento importante. Es una lucha Norte-Sur que se veía ve-nir desde hace 20 años, y que, proba-blemente, no gane ninguno de los dos polos. La tercera lucha es una lucha comple-tamente diferente, es la lucha entre el espíritu de Davos y el espíritu de Porto Alegre. No es una lucha geográfica, sino entre dos maneras de concebir al mundo. La economía mundo capitalista está en crisis estructural, y no va a perdurar más de 20 o 30 años. Vamos hacia una bifurcación en la cual debemos elegir una vía completamente diferente para construir otro Sistema Mundo. Y es completa e intrínsecamente incierta porque es una lucha hecha de una serie infinita de pequeños pasos que se añaden. Estamos ahora en una dirección con gran posibilidad de acción, pero de una incertidumbre completa. Ahora miremos la situación de los movimientos que representan el espí-ritu de Porto Alegre. Lo que me resultó más impresionante de este Foro –al cual asistí- fue que la gente decía: hemos hecho mucho, pero no lo suficiente, y no tenemos en claro lo que debemos hacer para hacer más. Si se reflejaron toda una serie de ideas para que durante el 2006 se realicen Foros Regionales, a fin de congregarnos nuevamente en el 2007, en África, para un nuevo Foro Mundial. Pero la incertidumbre políti-ca atraviesa a la gente del Foro Social Mundial. Recientemente los Zapatistas han hecho algo espectacular. Ahora bien, podemos diferenciar dos momentos del Zapatismo: un primer momento de rebelión, y luego, el proceso que

desembocóen los Acuerdos de San Andrés. Los Acuerdos de San Andrés no fue-ron implementados por el gobierno mexicano. En el 2000, la marcha de los Zapatistas en la ciudad de México -una marcha impresionante con mu-cho apoyo de movimientos sociales a través del mundo- fracasó, esencial-mente porque la legislatura mexicana rechazó implementar los Acuerdos de San Andrés. A su regreso a Chiapas, los Zapatistas crearon unilateralmen-te comunidades autorreguladas, pero sin autoridad legal y con el ejército mexicano alrededor. Ese año se hizo el anuncio de alerta roja: todos los miembros de las comunidades chiape-ñas que nos apoyan deben venir a la montaña para discutir. Luego de aproximadamente 10 días en la mon-taña, el mundo ha recibido la llamada 5º Declaración de la Selva, y se leyó este documento que dice que hemos obtenido algo, que es poco pero es algo. Que estamos preparados para sacrificar lo poco que hemos ganado, a fin de hacer algo más importante. Lo que se considera más importante es la otra campaña, que es una campaña de información al nivel de las bases, no solamente de Chiapas, sino también del resto, porque somos indígenas, pero también somos ciudadanos del mundo. Debemos cambiar el mundo, pero no vamos a tomar el poder estatal en México. En México existe un partido de izquierda, el Partido de la Revolución Democrática, que tiene un candidato a la presidencia, que ellos dicen que va a ganar, y que será más o menos lo mismo que representó la victoria de Lula en

Brasil. Es un partido de iz-

quierda que finalmente va a llegar al poder estatal. ¿Qué ha dicho Marcos? Primero una crítica severa a los tres partidos mexicanos, diciendo “no tenemos confianza en ellos”. Al mismo tiempo calificaba la situación: “no decimos a quien votar, no decimos abstenerse, no decimos votar contra, pero nosotros vamos a concentrarnos en la otra campaña”. Si vemos esta situación, con todas las críticas de los intelectuales de izquierda, de los movimientos sociales -tales como el MCT-, y si miramos situa-ciones como la de Sudáfrica que es muy comparable, con un partido que llegó al poder después de una dura lucha, que hace más o menos las mismas cosas que Lula en Brasil, con las críticas de los intelectuales de izquierda, con mo-vimientos sociales como la COSATO -formada por los sindicatos más los partidos comunistas, que hicieron una alianza-, vemos una situación en Brasil, en México, en Sudáfrica, en Argentina, en toda una serie de países, en los cuales la gente de izquierda se dice: tenemos un partido al poder que no hace lo que pensábamos que iban a hacer. Aquí se ve un problema inmediato para la izquierda. En conclusión, pienso que atrave-samos un momento crucial, en el cual sólo podemos ganar la lucha Davos-Porto Alegre si no dejamos pasar esta oportunidad.

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Con el paso del tiempo y el cambio de las visiones teóricas, el papel del Estado en la economía se ha modificado. Al principio, la regla era simple: el Estado debía ser neutral respecto de la actividad económica, siempre que se atuviera a las tres obligaciones que Smith asignó al soberano -defensa exterior, administración de justicia, y establecimiento y sostén de instituciones y obras públicas. Aunque el desarrollo de esta última, no garantiza un beneficio privado suficientemente atrac-tivo (en particular, las instituciones que facilitan el comercio y fomentan la instrucción de la población)-. Con la consolidación de un cuerpo teórico económico convencional, el Estado aparece como un agente que ocupa un lugar especial en torno al proceso de asigna-ción de recursos, y a la lógica de constitución de los equilibrios macroeconómicos. Al mismo tiempo, en la teoría macroeconómica, es un agente con poder para alterar los resultados que se logran en el mercado. En la gran mayoría de los casos previstos, ese poder es problemático porque una interferencia en el fun-cionamiento del mercado reduce la eficiencia y el bie-nestar, aunque los fundamentos de esta afirmación son tan exigentes que su utilización, en la práctica, es más una cuestión de creencia que producto de reflexión científica. Es cierto que la propia teoría provee casos en los que la participación del Estado no sólo es preferible, sino también necesaria para mejorar la eficiencia y elevar el bienestar. Sin embargo, para que la intervención sea aceptable, su necesidad debe probarse caso por caso, aunque, en la práctica, las fallas del mercado sean la regla antes que la excepción. En la teoría macroeconómica, en razón de su propio origen, la construcción keynesiana para enfrentar la crisis de 1930 propone al Estado ocupando un papel esencial, como agente responsable de orientar al sistema hacia sendas de crecimiento autosostenido. Sin embargo, la evolución teórica posterior fue limi-

tando ese papel, hasta convertirlo en un factor de extracción de ingresos privados y realización de gastos y, en las últimas décadas, en un agente de engaño del resto de los participantes del proceso económico, sin especificación demasiado clara de a quién beneficia tal engaño, salvo un colectivo vago designado como “los políticos”. Estos cambios de posiciones se asocian con los avatares de lo que se considera legítimo en economía. La reacción neo-liberal que azotó al mundo después de la crisis de 1973 involucró, entre cambios más profun-dos, la conversión de los economistas en los sacerdo-tes de la “racionalidad técnica”, es decir, la verdad profunda al interior del sistema, su propia esencia sagrada, frente a la que debe ceder cualquier intento de alteración de los resultados, vale decir “la política” debe ceder frente a la lógica de los mercados. Excepto el intento keynesiano, todo lo demás es bastante obvio. Sin embargo, hubo un espacio, teórico y geográfico, en el que se reflexionó especialmente sobre el papel del Estado. Este espacio fue la Teoría del Desarrollo en América Latina, y esa reflexión es interesante al momento de pensar sobre las posi-bilidades de acción del Estado sobre la economía. Es interesante porque en la región no sólo se reflexionó sino que se intentó practicar, en parte, con los instru-mentos surgidos del proceso reflexivo. Por su parte, la teoría económica del desarrollo es hija de la descolonización de fines de los años ‘40 y principios de los ‘50. Si bien los economistas clásicos habían estado interesados en el crecimiento económico (la disciplina nace con una investigación sobre “la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones”), esta preocupación se terminó como consecuencia de la irrupción del análisis marginalista. Después de la Segunda Guerra Mundial existía la necesidad de comprender las condiciones que inducían el estancamiento de un sistema económico. Además

El Estado y el desarrollo

Oscar Sgrazutti

Docente de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones InternacionalesUniversidad Nacional de Rosario

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del impacto abrumador de la Gran Depresión, sobre la conciencia de la profesión influyeron, seguramente, la experiencia de la industrialización de la URSS y la planificación occidental durante la guerra. Estas influencias actuaron en dos sentidos: establecer el objetivo del crecimiento autosostenido e incorporar al Estado como instrumento idóneo para alcanzar aquella meta. Hubo una explosión de reflexiones: “las etapas del crecimiento” de Rostow, el “crecimiento equilibrado” de Nurkse, el gran empuje de Rosenstein-Rodan, el modelo dual de oferta ilimitada de mano de obra de Lewis, el “deterioro de los términos de intercambio” de Prebisch y otros, el modelo de las dos brechas de Chenery, etc. En 1939, Harrod, y en 1947, Domar postularon que la tasa que garantizaba el crecimiento sostenido de una economía era igual al cociente entre la propensión al ahorro y la relación entre capital y producto. Postu-laron, también, que cualquier divergencia entre la tasa efectiva de crecimiento y la garantizada se acentuaría con el tiempo, de modo que el crecimiento sostenido y estable es una senda sobre el filo de una navaja. So-low, en 1957, explicó que el crecimiento del producto surgía del crecimiento de los factores, ponderado por la participación de su retribución en el producto total más un residuo atribuible al progreso técnico (siempre que los factores fueran retribuidos por su productividad marginal). Ambos enfoques acentuaban el papel del crecimiento del stock físico de capital en la expansión del producto. El diagnóstico general sostenía que un país subdesarrollado (era subdesarrollado porque) carecía de un sistema eficiente de precios, disponía de una escasa dotación de capacidad empresarial, y presentaba desajustes estructurales que no se resolvían con cambios marginales en las condiciones sociales de producción y acumulación. La preocupación inicial era la acumulación de capital físico. El recurso al Estado era obvio. Aparecía como el agente capaz de promover la acumulación de capital, orientar los excedentes de fuerza de trabajo, impulsar estrategias de industrialización, fomentando la sustitución de importaciones y planificar para mejorar la distribución y aplicación de recursos. Aquella preocupación, la acu-mulación de capital, ponía en el centro de la cuestión el tema de la vocación inversora. Inducirla es una tarea compleja para los Estados de los países desarrollados. Un Estado de país en desarrollo tendría dificultades aún mayores para llevarla adelante, en razón de la carencia de instrumentos y capacidades adecuadas para enfrentar el reto. Sin embargo, se presumía la capacidad del Estado de “difundir desarrollo”, porque era el único sujeto con potencia suficiente para sacar a las economías subdesarrolladas de esa situación, superando los límites que el propio sistema opone a cada uno de los capitalistas individuales. Sólo el Esta-do podía establecer cuáles eran las ramas esenciales para una estrategia que apuntaba, centralmente, al mercado interno por la sustitución de importaciones. Pero, más importante, era que sólo el Estado contaba con los mecanismos requeridos para obtener recursos suficientes destinados hacia ese objetivo. En su primera fase, en la década de 1950, la Teoría del Desarrollo, tributaria de la corriente keynesiana (por entonces hegemónica), postulaba la necesidad de grandes transferencias de capital externo para alcanzar el nivel necesario de inversión para la creación y el afianzamiento de un sector industrial moderno. Al mismo tiempo, la reflexión europea al respecto, de raíz también keynesiana, sugería una mayor intervención del Estado en un sector industrial protegido. La idea

era que el Estado debía orientar selectivamente las inversiones hacia las ramas industriales esenciales. Incluso hubo autores como Paul Baran, que planteó la necesidad de que el Estado se apropiase del “exce-dente económico”, en una especie de camino socialista al desarrollo o, como Gunnar Myrdal, que propuso la redistribución hacia los sectores más pobres, a se-mejanza de los Estados de Bienestar occidentales. Sin embargo, el Estado subdesarrollado no pudo cumplir con esos propósitos por cuestiones relativas a su propio modo de constitución, por el perfil cultural y social en que se desenvolvía, y por las limitacio-nes derivadas del proceso mismo de desarrollo. En América Latina, la región menos subdesarrollada, quedó claro que las necesidades para el desarrollo

superaban a los recursos a los que se podía acceder sin producir una transformación profunda del régimen político, la estructura social y las pautas culturales con las que tenía que operar el Estado. En Asia, con excepción de los después llamados países de industrialización reciente y, más acentuadamente, en África, las antiguas colonias europeas no consiguie-ron consolidar Estados razonablemente autónomos, puesto que fueron “ocupados” por minorías político-administrativas, en un proceso que tuvo como conse-cuencia la emergencia de economías rentísticas, en las que proliferaron los comportamientos de rapiña y la corrupción, de los cuáles el ejemplo más extremo fue el Zaire de Mobutu.

En medio de la evolución de aquel marco conceptual se había hecho oír la voz de Raúl Prebisch, indicando que existían asimetrías en el comercio internacional que originaban la pérdida de capacidad de compra de los países subdesarrollados. Esta constatación se llamó “teoría del deterioro de los términos del intercambio” y, luego de su formulación, se sucedió un conjunto de explicaciones sobre las causas del deterioro, aunque desde los países centrales se discutía la existencia misma del fenómeno. Primero se adujo que el deterioro se originaba en las características de los mercados en que vendían y compraban los países subdesarrollados (competitivos - no competitivos), después se involucraron dificultades estructurales de los países en desarrollo para internalizar comporta-mientos capitalistas y, posteriormente, se argumentó que existían efectos no adecuados para el desarrollo que se derivaban de los flujos de inversión desde los países centrales hacia los periféricos. Hacia fines de la década de 1960, cuando la estrategia de sustitución de importaciones había encontrado sus límites en los países más grandes de América Latina y a la luz de la evolución teórica indicada y de la experiencia sobre la capacidad para alcanzar los objetivos fijados en las décadas anterio-res, se comenzó a plantear en la región que los países subdesarrollados no podrían desarrollarse si no alteraban de modo fundamental sus relaciones con el centro. En cierto sentido, se puede pensar que sacaban las consecuencias lógicas de la serie de elaboraciones sobre subdesarrollo iniciadas por Prebisch. De tal modo, surgieron las teorías sobre la dependen-cia. Así, Sunkel y Paz argumentaron que las empresas multinacionales eran las culpables del fra-caso de la industrialización sustitutiva. Por su parte, Cardozo y Faletto adujeron que existía una alianza “objetiva” entre las clases sociales dominantes. Se derivaba, entonces, que el Estado no disponía de tanto poder ni autonomía como se suponía en la década de 1950. De hecho, el Estado era, apenas, una estructura de dominación colonizada por las burguesías locales aliadas, como socios menores, de las clases domi-nantes del centro. De tal modo, aparecía una especie de encadenamiento lógico entre subdesarrollo, de-pendencia y fenómenos autoritarios en la periferia, aunque, en la práctica, algunos de los mayores países de la región continuaron con el tipo de políticas que venían aplicando durante las décadas anteriores. Después del quinquenio de agitación social a escala mundial iniciado en 1968, y clausurado por la crisis inducida tras el shock petrolero de 1973, y de la ola represiva que se produjo en América Latina a mediados de la década de 1970, las teorías de la dependencia dejaron de ser instrumentos adecuados para pensar el desarrollo. Al mismo tiempo, se había puesto en evidencia que algunos países del Sudeste asiático habían al-canzado una condición de crecimiento sostenido y elevado, con una inserción en el mercado mundial diferente de la intentada en América Latina. Si bien, ciertamente, los países de industrialización reciente del Sudeste asiático habían logrado un éxito notable en su esfuerzo expansivo, también debe indicarse que los cuatro “tigres” eran países muy especiales: dos ciudades (Hong Kong y Singapur), y dos países con mucha importancia estratégica para los EEUU (Corea del Sur y Taiwán). Lo paradójico es que, en la época, se los presentaba como ejemplos de la capacidad del “mercado” para llevar a economías subdesarrolladas hacia el desarrollo cuando eran, en rigor, ejemplos exitosos de una estrategia conducida con altos, aunque

-"En América Latina, lo que había sido una estrategia de industrialización semi-fracasada

fue descripta como una demostración del fracaso del Estado. Contribuyó a darle

apariencia de verosimilitud a esa descripción el estallido, en 1982, de la crisis de la deuda"-

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diferentes según los casos, grados de rigor por Estados de gran fuerza relativa. La diferencia con América Latina se daba en dos planos: una sociedad civil menos potente, y una orientación hacia el mercado externo, derivada de la importancia estratégica ya indicada y de la cercanía de Japón, economía potente que actuaba como tractor de la región. A fines de los años ‘60, el desencanto predominaba entre los estudiosos del desarrollo. Estaba claro que los Estados no habían logrado un resultado aceptable en sus políticas de crecimiento. Incluso también era notable que las intervenciones habían producido distorsiones en la estructura productiva, sesgando la orientación del proceso en contra del recurso más abundante de esas sociedades: la mano de obra (un sesgo que se adaptaba a las condiciones técnicas de los países centrales pero que generaba en la periferia un sector industrial ineficiente y costoso según los estándares externos). En consonancia con el cambio de visión en la corriente principal de la economía, empezó a sugerirse la necesidad de fijar los precios “correctos” y, más adelante, di-señar las políticas “correctas”, formulaciones en las que el adje-tivo “correcto” era sinónimo de los postulados liberales que lle-vaban en sí la noción de Estado mínimo predominante en los años ‘90. En América Latina, lo que había sido una estrategia de industriali-zación semifracasada que descrip-ta como una demostración del fracaso del Estado. Contribuyó a darle apariencia de verosimilitud a esa descripción el estallido, en 1982, de la crisis de la deuda, que se disparó por el cambio de política económica de los países centrales y que se cimentó en el alto grado de endeudamiento de los países de la región surgido de los desequilibrios macroe-conómicos del centro, de la onda recesiva iniciada en 1974 y de los efectos de la misma sobre el mercado financiero internacional. La crisis financiera impulsó al Estado liberal. Pero la conversión no fue instantánea ni indolora. De hecho, el proceso de conversión de los Estados de América Latina en participantes menos activos de lo que había sido la norma desde la postguerra, fue uno de los elementos que convirtieron a la de 1980 en una década perdida. La irrupción de la crisis mexicana convirtió a un nivel preocupante de endeudamiento en una restricción insalvable. Los Estados, con el argumento de que debían defender la consistencia productiva de sus formaciones sociales, fueron involucrados crecientemente en el problema de la deuda, engen-drando su propia crisis de ingresos y limitando su capacidad de facilitar al sector privado la superación de sus dificultades. Por otra parte, las dificultades de articulación de un mercado internacional creciente y de adaptación de los países centrales al mismo actuaban como impulsos negativos que interferían en la superación de los problemas de los países de

América Latina y contribuían al vaciamiento del Estado de sus posibilidades de orientar o al menos ordenar el proceso. Hacia fines de la década, el estancamiento o incluso la caída productiva habían convertido al Estado en el problema de los países de América Latina. La bruma discursiva ocultaba que se habían desarmado las débiles pero necesarias redes de protección social de la región, dejando a los individuos expuestos a “las fuerzas del mercado”, es decir, inermes frente a las tensiones que atravesaban estas sociedades. Ocultaba también que el propio Estado se había convertido en un mecanismo de absorción y de transferencia de recursos desde toda la sociedad hacia y entre los sectores que disputaban el control en un nuevo modo de valorización capitalista. La codificación de la nueva doctrina vino de afuera,

bajo la forma de un conjunto de mandamientos, denominado Consenso de Washington y puede resumirse en tres conceptos: privatización, desregu-lación, apertura. La década de 1990 fue mostrando los resultados de la aplicación de esta doctrina. Entonces se hicieron evidentes diversidades entre los países, fruto de la estabilización de las pujas de los años ochenta, así como las fragilidades del nuevo modelo de Estado y de sociedad frente a un mercado financiero internacional absolutamente no regulado. También se hizo evidente

que la flexibilización de algunas características de los modos previos de integración al mercado mundial y de articulación interna, facilitaban el desenvolvimiento de fuerzas productivas que impulsaban el crecimiento por largos períodos de tiempo, aunque ello podía ocurrir con creciente fragmentación y exclusión de amplios sectores de los beneficios del crecimiento social. Sin embargo, las crisis financieras y cambiarias de fines de la década, dentro y fuera de la región, obligaron a replantear la relación Estado-sociedad-mercado. Para pensar el papel del Estado a favor del desarrollo debe partirse del hecho de que este proceso involucra un conjunto de cambios técnicos y una profunda modificación de los comportamientos sociales. Una configuración socio-técno-productiva económica ar-ticula los modelos de técnica, de organización, y los “saberes” sociales para aprovechar al máxi-

mo el potencial de los procesos productivos en curso. Sin embargo, salvo en la plena consolidación de una onda de cambio técnico, coexisten en cada formación social configuraciones diferentes, es decir, formas ope-rativas en la producción, y en la organización pertenecientes a niveles técnicos pretéritos en camino de obsolescencia junto con las formas emergentes de un nuevo conjunto de técnicas disponibles. Esta coexistencia genera tensiones productivas y reduce la eficiencia del sistema. Tales tensiones se constituyen en el elemento central que impulsa el paso de un marco de técnicas, formas organizativas y articu-laciones al otro. Va de suyo que el nuevo marco presenta un um-bral de eficiencia y rentabilidad que, en el propio proceso de acumulación, da lugar a que se produzca la destrucción y el retiro de empresas y actividades, que han perdido funciones por la transformación operada. Pero esto no es ineludible, y por eso, requiere de un cierto grado de

orientación. Si bien es cierto que cada configuración dota a la toma de decisiones de un conjunto nuevo de principios de “sentido común”, también es verdad que durante la transición, las necesidades surgidas de la interrelación sectorial inducen adaptaciones entre configuraciones tales que, sin alcanzar los niveles de eficiencia normales del nuevo esquema socio-técno-productivo, habilita al conjunto a alcanzar resultados suficientemente buenos como para reducir las tensiones que apuntan al cambio de configuración. En verdad, esa pérdida de eficiencia a la larga exigirá ciertas transformaciones radicales en los puntos de estrangulamiento. Sin embargo, a esas alturas podría estar introduciéndose un nuevo conjunto de procesos, convirtiendo en retrasado a los sectores antes “de punta” y tendríamos, como estratos geológicos, tres niveles técnico-productivos-organizacionales, entrañando un cierto nivel de desarticulación en la estructura productiva y en la formación social. Esta secuencia de ocurrencia posible en países desarrollados, que se resuelve (o podría hacerlo) con

-"La información no está distribuida, es accesible pero no “accedida”. Es construíble pero no construida. Debe ser una tarea para

el desarrollo proveer información"-

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estrategias de reconversión, es inevitable en países subdesarrollados, puesto que además de esta dinámica compleja, enfrentan su propia heterogeneidad y estratificación y las dificultades derivadas de un Estado con menores capacidades y saberes que aquellos de los países desarrollados. La instalación o emergencia de sectores al interior de un conjunto productivo y de una formación social es un proceso de negociación. De negociación de un agente con la realidad, fruto del intento de triunfar en una apuesta sobre el futuro. Pero también de negociación con los sectores conectados y con el Estado. Negociación finalmente en la constitución de su propia estructura organizativa y en la aplicación de sus procesos operativos. La instalación o emergencia de sectores tiene como remoto origen un cálculo contable de costos y beneficios pero se constituye como una red de negociaciones. No se puede lograr el desarrollo sin incorporar en las personas el necesario know how social, técnico y económico. Es esencial generar la capacidad para aprovechar la información y el conocimiento con vistas a la innovación. Por eso el elemento estimulante de la llamada “sociedad del conocimiento”, quizás sea crear condiciones para que crecientes sectores de la sociedad tengan acceso a la información y la utilicen. De allí la necesidad de fortalecer la capacidad de aprendizaje individual y social para generar riqueza. Si la difusión es esencial, no garantiza un uso adecuado (aunque genera anticuerpos contra el uso inadecuado) sin la existencia de una definición consensuada de lo “socialmente deseable”. El concepto implica la creación de un ámbito de consenso y, por tanto, un acuerdo sobre reglas de procedimiento. Además, se presume, el espacio de consenso, debe poder establecer tentativamente una tabla de prioridades y preferencias. Cabe no perder de vista que poner la información a disposición no implica su uso instantáneo de modo eficiente y provechoso. Esto último es el fruto de esfuerzos sostenidos e intensos de aprendizaje y capacitación, tanto de los usuarios como de los ámbitos de consensos y de los agentes reguladores. Aprender a aprender y aprender a cambiar como elementos esenciales del proceso educativo. La información no está distribuida, es accesible pero no “accedida”. Es construíble pero no construida. Debe ser una tarea para el desarrollo proveer información. La vocación empresaria dadas ciertas condiciones de fácil acceso, parece distribuirse de manera aproximadamente similar en todas las formaciones sociales. No parece ser un atributo de unas poblaciones antes que otras. Es probable que su emergencia solo dependa de la existencia de condiciones adecuadas. Y estas no se distribuyen de manera similar porque dependen de la naturaleza de la calidad de las instituciones y de las políticas llevadas adelante. La idea de un sistema nacional (o regional o local) de innovación, en tanto que creación social, remite a una disposición del espíritu. También una disposición del espíritu fomenta la vocación por emprender de la población de una formación social. Tal como afirmó el notable, aunque algo exasperante, David Landes, “el problema de la innovación y el espíritu emprendedor (es) que sólo surgen cuando surgen”. No hay políticas, no hay estrategias, no hay incubadoras para tales fenómenos. Descubrimos que ocurrieron cuando ya ocurrieron. Pero sí hay políticas, instituciones y estrategias para sostener-los, aunque deben ser dise-

ñadas con cuidado. La propensión al riesgo, por el contrario, aunque condición esencial del “ser emprendedor”, depende en gran medida de la historia del emprendedor, de su acceso a la condición de tal y de la historia (esto es las prácticas sociales y las políticas públicas) de la formación social en la que se encuentra. Por lo tanto, el Estado (global o local) desarrollista-gerente del de-sarrollo no debe "enseñar vocación empresaria”, debe descubrirla y facilitar su expresión. Por otro lado, debe fomentar la propensión al riesgo, (aunque no incitar al suicidio). Las apuestas altas son riesgosas y el desarrollo es una apuesta altísima. La tarea de sostener la vocación innovadora, el espíritu emprendedor y la propensión al riesgo, por otra parte, es tan compleja que requiere de un Estado fuerte. Pero Estado fuerte no es un Estado centralizado. Por el contrario, la centralización probablemente, atenta contra los objetivos del desarrollo al menos en el plano de la aplicación y ejecución de políticas. El Estado debe incorporar redes, establecer relaciones con el diverso y crecientemente diferenciado colectivo de agentes privados orientados a la producción y procurar coordinar: la definición de los “socialmente deseable”, las reglas y procedimientos aceptados, facilitar los comportamientos tendientes a esos fines, captar los puntos problemáticos y prever los bloqueos potenciales, desde el punto de vista que ningún agente privado aislado podría identificar, al tiempo que diseña y negocia las medidas para resolver los existentes y evitar los futuros. La constitución del Estado red presenta muchas dificultades. Sin embargo, a los efectos prácticos, cada nodo de la red (cada nivel local de gobierno) cuenta con una ventaja: la menor distancia, mediada por la capacidad de ver y conocer. Se ubica ahí la importancia de la participación en la generación, cálculo y recopilación de la información, en la difusión de la misma, su análisis y elaboración de sugerencias que, no por ser necesariamente consensuales, deben dejar de ser impulsadas como políticas a aplicar. Dos problemas centrales: los recursos para sostener políticas significativas -no solo recursos físicos, sino también humanos, capacitados para todas las tareas de “gerencia del desarrollo”-. El otro problema parece más grave: conseguir que la sociedad civil vea el nivel local del Estado como un agente eficaz del desarrollo más que como un referente sindical frente al poder central, para lo cual se requiere que el propio nivel local se use así mismo de esa manera y sea capaz de probarlo en circunstancias específicas. Por otro lado, el territorio no necesita ser “una pequeña nación”. De las transformaciones técnicas ocurridas en las últimas décadas se deriva la posibilidad de un modo productivo integrado y flexible pero no necesariamente focalizado en un punto territorial. El desarrollo es una tarea cooperativa. Y, aunque interpretando a Hirschman, a veces es mejor no saber demasiado sobre el camino a seguir, para no desa-

lentarse, resulta evidente que es más eficiente tener una idea de la orientación a seguir, con la suficiente flexibilidad para incorporar los cambios de situación, que carecer de ambas. En estas circunstancias, supuesto el involucramiento de los agentes privados, los esfuerzos, las capacidades y los deseos de estos seguramente no alcanzarán para sostener una orien-tación siempre adecuada. Hemos aprendido algo en estas décadas. En primer lugar, no se puede desmantelar al Estado impunemente. Si bien, en el corto plazo, libera las posibilidades de apropiación del excedente por parte de fracciones de los sectores dominantes, a largo plazo la debilidad del Estado pone en cuestión a la propia formación social, lo que Marx ya sabía. En segundo lugar, es peligroso privilegiar los mecanismos no productivos de valorización, porque en su desenvolvimiento afectan seriamente sus propias bases de sustentación, lo que Keynes ya sabía. En tercer lugar, el Estado no puede configurar completamente a la sociedad, aun siguiendo al pie de la letra un plan seriamente diseñado, porque más temprano que tarde la sociedad arma su propio espacio de desenvolvimiento, alcanzando resultados diferentes a los planeados, lo que Smith ya sabía. Finalmente, hemos aprendido que no hay una “receta”. Que cada articulación exitosa Estado-socie-dad-mercado surgió de un proceso histórico. Que cada sociedad debe buscar su modo, que es un proceso largo, complicado, y riesgoso pero no imposible. Que requiere de algunas condiciones: un modo productivo sustentable a largo plazo, con ciertos requerimientos técnicos indispensables, que facilite la incorporación creciente de sectores de la sociedad, en el marco de un nivel mínimo de consenso sobre los objetivos a alcanzar. Sabemos los riesgos que se corren si no se cumplen tales condiciones, y este conocimiento abre algún espacio al optimismo.

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EEl derecho a la Información

El derecho a la información abarca todo el haz de derechos y libertades que se dirigen a la expresión pública y a la comunicación pública de las ideas y las noticias. En el Derecho a Informar tenemos la expresión pública de ideas y la transmisión pública de noticias. En los Estados autoritarios, el Derecho a la información está prácticamente prohibido, a punto tal que los gobiernos despóticos apuntan a suprimirlo antes que nada. En los Estados Democráticos, es uno de los pilares del sistema constitucional. El Derecho a recibir información constituye uno de los pilares básicos en donde se asienta el funcionamiento de la sociedad democrática. Este derecho está contemplado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en el Pacto de San José de Costa Rica en 1969. Dicho pacto establece el “derecho a recibir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa, o artística o por cualquier otro procedimiento de su elección”. El Derecho a ser informado supone la obligación de la publicidad de todos los actos de gobierno. La forma de gobierno republicana adoptada por nuestro país implica que la “publicidad de los actos de gobierno” y “el libre acceso a toda fuente de información de interés público”, son características inherentes a este sistema de gobierno. Cada vez más se avanza en la configuración del Derecho Comunicacional, aún no existe desarrollo doctrinario, legal y jurisprudencial consolidado de los aspectos jurídicos del fenómeno comunicacional. El proceso está en construcción como conjunto de normas jurídicas y principios éticos que regulen el proceso de la comunicación social. La comunicación como derecho humano incluye el

derecho a recibir y transmitir información, quebrando en cierto modo, la linealidad del proceso comunicativo impuesto por el poder de los grandes medios. Para que este derecho sea respetado, es menester, según el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que el público pueda utilizar los elementos de: infraestructura, tecnología, normativos, jurídicos e institucionales necesarios para tal fin. La comunicación democrática y horizontal forma parte constitutiva de este paradigma comunicacional. El concepto representa un viraje fundamental del clásico modelo Lasswelliano, cuya concepción de la comunicación, se asocia al flujo vertical y unidireccional establecido desde la fuente de una información hacia el receptor de la misma. Este representa un esquema segmentado de la comunicación, donde el emisor es un componente activo y el receptor cumple un rol pasivo. La filosofía del paradigma antropológico-cultural produce una profunda ruptura con el modelo con-ductista. La comunicación se entiende como un proceso de producción social permanente y abierto de sentido, donde existe un intercambio constante de roles entre emisores y receptores. La comunicación desde esta perspectiva supone al hombre como un productor de sentido, como un sujeto activo en el proceso de la comunicación y un creador de flujos de comunicación participativa.

Medios, Sociedad y Política En la actualidad existe un importante consenso entre académicos, políticos y periodistas, que la industria cultural y la cultura mediática conforman el escenario fundamental de las expresiones culturales y simbólicas en nuestras sociedades. En América Latina, el consumo

“Comunicación, Medios y Políticas Públicas”

Fabián Biciré

Decano de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales Universidad Nacional de Rosario

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de la información y el entretenimiento es a través de los medios de comunicación, teniendo un papel central la televisión. Los medios masivos de comunica-ción son actualmente cruciales en el ejercicio de la libertad de expresión. En determinados sectores sociales, las computadoras, el uso de Internet, la televisión por cable y las antenas para-bólicas constituyen el paisaje cotidiano. Por eso, se habla de que estamos en presencia del auge de las llamadas “Culturas a Domicilio”, las cuáles han modificado sustancialmente los hábitos y costumbres de los ciudadanos. Los medios constituyen uno de los lugares predominantes del fenómeno político contemporáneo, existe una relación directa entre los medios y la política, hay un desplazamiento hacia los medios del acontecimiento político. En los últimos años fue perdiendo peso el contacto directo (actos, renio-nes masivas) entre los políticos y la ciudadanía. El accionar de los políticos está muy ligado al lenguaje, códigos y discursos de los medios. De ahí, la importancia de los asesores de imagen, las operaciones de prensa y las encuestas de opinión. “Hoy nadie puede plantearse hacer política sin los medios. A veces se ve cómo los políticos están condicionados por las encuestas. Algunos estornudan y enseguida van a ver qué dice la encuesta. Lo que pasa es que los medios construyen consensos y los políticos no pueden escapar a eso. Los medios señalan temas”(1). Los medios configuran los acontecimientos políti-cos, sociales y culturales que la ciudadanía utiliza como significativos marcos de referencia para sus pensamientos y decisiones. “Los medios de comuni-cación dejan mucho que desear, pero son el principal modo en que se comunican gobernantes y gobernados. Los ciudadanos, aun los más opulentos y avispados, no suelen sumergirse en Internet ni leen los diarios de Sesiones ni se adormilan pasando las hojas del boletín oficial. Tampoco acuden en tropel a las unidades básicas, a los comités o los como quieran que se llamen locales partidarios del Ari, de Recrear o del macrismo. Si acudieran, poco sabrían, de todos modos. Los pobladores de esos ámbitos suelen enterarse de lo que hacen o piensan sus referentes a través de los medios”(2). La comunicación política mediática es importante en la construcción de la cultura democrática en la actualidad. Por lo cuál, los medios y su democratización tienen un rol central en todo este proceso, no habrá democracia plena sin una comunicación democrática. No estamos diciendo que el poder de los medios sea omnipotente y omnipresente, ni tampoco que determina, en forma mecánica y lineal, las formas de pensar y actuar de los ciudadanos. Las estrategias de los medios adquieren sentido, articuladas en un proceso complejo de experiencias y prácticas socio-culturales. El ciudadano selecciona, re-interpreta, acepta, rechaza; desde la riqueza y diversidad de los espacios culturales cotidianos: la comunicación interpersonal con su familia, los amigos, los espacios laborales y de recreación. Pero sí estamos convencidos que: los medios y los periodistas al informar, relatar, comentar, valorar y opinar sobre los procesos políticos

y sus protagonistas se convierten en actores centrales en la construcción de la imagen de la política y la democracia. Sin dudas, cumplen un rol preponderante en la agenda e instalación de diversas problemáticas en la opinión pública. De este modo, cuando hablamos acerca de los medios, estamos hablando de uno de los principales dispositivos en la construcción de poder en las sociedades actuales. Los medios tienen estrecha vincu-laciones con los poderes imperantes en la sociedad (especialmente político y económico), su rol en la construcción del sentido de los acontecimientos es parte significativa del entramado de poder. Algunos ejemplos significativos: “la megafusión entre America online (mayor proveedor de Internet del mundo) con Time-Warner (Productora de conte-nidos que controla Estudios Warner y las señales CNN-HBO. La valuación conjunta es de 270 mil millones de dólares. Es la mayor fusión de empresas de la historia. Time-Warner factura 26800 millones y tiene 70000 empleados. Sus revistas venden más de 120 millones de ejemplares en todo el mundo. Sus productos llegan por alguna vía a más del 80% de la población mundial”. El 90 % de la literatura, películas, compactdiscs, videos; son producidos por grandes corporaciones de la Comunicación, especialmente anglo-americanas” (3). . En la Argentina, el Mercado de las telecomunicaciones moviliza más de 20 mil millones de dólares anuales. A nadie se le escapa que, numerosos políticos y empresarios que lavaban dinero en los 90¨, hoy controlan en gran parte la agenda informativa del país.

Comunicación y paradigma neoliberal

El auge del paradigma neo-liberal implementado en la Argentina de los años 90’, configuró un modelo de sociedad con profundos desequilibrios y desigualdades. La estructura económi-ca y social de la Argentina sufrió una marcada metamorfosis. El tejido pro-ductivo se concentró en pocas manos y en el terreno social, se acentuó la brecha entre los más ricos y los más pobres. Los sectores medios, otrora significativos en la escena nacional, experimenta-ron una pronunciada movilidad social descendente. Dicha constitución de so-ciedad tiene su correlato estructural en las denominadas industrias culturales. El mencionado proceso tuvo una clara manifestación en el mundo de las comunicaciones, la cultura y los medios. Cada día se produce una mayor expansión, concentración y centrali-zación de grandes corporaciones trans-nacionales de la comunicación. De

esta manera, tenemos mercados muy concentrados, conformados por un extenso circuito de empresas de Medios de Comunicación, que tienen entre sí alianzas estratégicas y propiedades cruzadas. Los grandes grupos de multimedios tienden a diversificar sus inversiones en distintos ámbitos: productoras de programas, agencias de noticias y publicidad, estaciones de radio y televisión, televisión satelital y por cable, productoras cinematográficas, diversas publicaciones -diarios, revistas y libros-, parques de diversiones, negocios electrónicos, imprentas y servicios financieros. La concentración fenomenal del sistema comunicati-vo en la Argentina, limita y condiciona profundamen-te: el Derecho a la Información, a una concepción de la comunicación más plural y participativa, a la libertad de expresión, al pluralismo informativo, a la multiplicidad de las fuentes de información, y a las distintas manifestaciones de las diversidades culturales y sociales del sistema a nivel regional y nacional. La implementación del modelo Comercial-Lucrativo de las comunicaciones en forma casi exclusiva, genera que las corporaciones mediáticas transnacionales traten a las audiencias como clientes-consumidores, no existe para estos grupos concentrados la dimensión ciudadana en el proceso comunicativo. Los productos de los medios son creados para servir exclusivamente a los objetivos del mercado. Con este sistema y lógica comercial de medios de naturaleza excluyente, tienden a desaparecer del esquema mediático la mayor parte de los contenidos que apelan al análisis reflexivo y crítico de las noticias complejas, como los comentarios profundos de los asuntos públicos y las discusiones y documentales. También causan erosiones en las culturas locales (atentan contra las producciones propias, regionales y la diversidad cultural) y en el espacio público democrático. Los medios configuran una realidad basada en la cultura efímera, ligera, frívola, donde la inmediatez y el presente continuo son lo único que importa. Todo este modelo cultural expresado en el entramado mediático, desencadena una cierta apatía y

-"En los Estados autoritarios, el Derecho a la información está prácticamente prohibido,

a punto tal que los gobiernos despóticos apuntan a suprimirlo antes que nada. En los Estados Democráticos, es uno de los pilares

del sistema constitucional."-

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pasividad en los ciudadanos hacia la vida pública, falta de participación en los asuntos públicos, y en el análisis y selección de los representantes de la vida política. En similar modo, dicho modelo comunicacional y cultural orientado al lucro, se verifica en el plano de la vida cotidiana y personal de los sujetos. Las compañías comerciales, industria-les y de servicios, realizan una manipulación comercial del universo on-line que, en muchas oportunidades, viola impunemente la vida pri-vada para ponerla al servicio del mercado. Este uso de las tecnologías de la información ofrece una radiografía de cada ciudadano. A través de estos medios – tarjetas de crédito, cajeros au-tomáticos, correos electrónicos, etc- se puede saber cuáles son sus hábitos, gustos, intereses, deseos y nivel de endeudamiento. No sólo los intereses del mercado utilizan tales estrategias de control de la vida privada, también el Estado a través de sus gobiernos, suele operar con estas lógicas y modalidades, a partir de intereses de tipo político-partidista y electorales. “El auge de los medios de comunicación de masas –en especial la televisión- permite que “muchos” (tantos como jamás en la historia) observen a “pocos”. Asimismo, existe la presunción de que si bien este enorme potencial tecnológico ofrece nuevas posibilidades de control y difusión de los actos públicos, también coloca a disposición de los gobiernos sofisticadas modalidades de intromisión y seguimien-to de la privacidad de los ciudadanos”(4). El modelo aludido genera un fuerte desvinculo, una marcada sacralización de la relación con las máquinas. El culto a la velocidad, la inmediatez, Inter-net y la televisión, genera desprecio por la huella y la memoria. Es un ritual de tipo narcisista: como nos cuesta establecer vínculos con los otros, pasamos el día frente a imágenes que no hacen más que demostrar el aislamiento e individualismo. Un conocido antropólogo francés, Marc Auge, manifestaba en un reportaje por la cadena de televisión pública española a propósito de este tema: “Hemos creado una nueva experiencia de soledad, que no tiene dimensión social, por lo que atenta nada menos que contra nuestra naturaleza humana, destruye los sueños colectivos y el imaginario individual”. No se reconoce al otro, ni se lo interpela como tal. Es una sociedad con altísimos niveles de información, pero aunque parezca paradójico, con enormes carencias de comunicación. La comunica-ción democrática sólo es posible si se interpela y reconoce al otro, y no únicamente si se lo conecta. Es decir, todo este proceso cultural y político-ideológico, limita nítidamente el funcionamiento pleno de la democracia. Como podemos apreciar es un panorama bastante complejo y limitado, difícil de revertir en el corto plazo. La etapa histórica requiere volver a reconstituir al Estado. Es imprescindible recuperar el rol del Estado, no un Estado centralista, clientelista y de ineficacia burocrática. Pero tampoco un Estado ausente o garante de los sectores concentrados y de los grandes grupos del poder económico. Nos referimos a un Estado árbitro, mediador, fuerte, eficiente y promotor del desarrollo económico, social, cultural y regional, que articule políticas de mediano y largo alcance con las diversas instituciones de la sociedad civil. En el plano de la comunicación, que promueva “una prensa libre y responsable que refleje más la opinión de sus lectores, oyentes o asistentes, que de sus propietarios

o de sus patrocinadores publicitarios”(5). El Estado y la sociedad argentina necesitan una discusión seria y profunda sobre políticas públicas de comunicación y cultura, así lo reclaman, la importancia que revisten estas temáticas en las sociedades con-temporáneas. La democracia tiene una enorme asignatura pendiente en la materia, aún sigue vigente la Ley de Radiodifusión 22.285 de la última dictadura militar. Los distintos gobiernos desde la apertura democrática en 1983, plantearon cambios, reformas parciales y proyectos sobre la cuestión, pero no prosperaron. Los intereses económicos y políticos que prevalecieron, impidieron una política integral, y una legislación nueva y democrática en función de intereses públicos. En este tiempo histórico, es imprescindible pensar en políticas integrales de comunicación, donde la informática, las telecomunicaciones, la radiodifusión, la comunicación digital, satelital y la industria editorial estén estrechamente vinculadas y no aisladas como si fueran dimensiones independientes sin conexión alguna. Es decir, imaginar un amplio universo de medios y tecnologías. Pensar estratégicamente el mundo de las comunicaciones y la información, cons-tituye una de las áreas medulares para el desarrollo futuro de nuestra sociedad. La planeación de políticas de estado puede ser un horizonte estratégico en la materia, que requerirá un fuerte compromiso político y social de los gobiernos y la sociedad civil. Será sustancial crear las suficientes capacidades institucionales y organizacionales para hacer sostenibles las políticas a lo largo del tiempo. Estas tareas demandarán cuantiosos esfuerzos y recursos,

hay que ser concientes que un cambio profundo y estructural del sistema comunicacional, será un proceso de muy largo aliento. El juego implica actores que han alcanzado un enorme nivel de concentración, centralización y poder. Son numerosos y, por muchos años, los procesos de consolidación de concesiones y licencias de prestaciones mediáticas. Además, no se puede omitir la limitación que implica un contexto de crisis cultural, política y socio-económica como el imperante en nuestro país. “Si entendemos a la política estatal como un conjunto de tomas de posición del Estado respecto de cierta cuestión, y si este conjunto tiende a variar tanto a través de diversos organismos estatales como a lo largo del tiempo, es evidente que tal política no puede ser entendida ni explicada con prescindencia de las políticas de otros actores. Aún en el caso en que el Estado inicia con gran autonomía una cuestión, las decisiones posteriores vinculadas a la misma – tanto en términos de implementación de la decisión originaria como de posibles cambios implícitos o explícitos de su contenido- no dejarán de estar influidas por las posiciones adoptadas por otros actores. Es de presumir, además, que aún en este supuesto la política es-tatal también estará desde un comienzo influída

por un cálculo de la reacción probable de actores a los que se percibe poderosos 28/.”(6) El conjunto de estos elementos condicionan cualquier proceso de modificación estructural, pero si aspiramos a profundizar la democracia y dotarla de mayor calidad y densidad institucional, la obra es impostergable para el diseño del futuro. El ámbito de la comunicación y los medios públicos son un adecuado escenario para iniciar el camino.

1) “Hoy nadie puede plantearse hacer política sin los Medios”. Semiólogo: Roberto, Marafioti. Diario Página 12. Pg: 17. 13/6/04.2) “Problemas de Comunicación”. Mario, Wainfeld. Diario Página 12. Pg:6. 25/7/04.3) “La revolución de los otros”. J.P. Feinnmann. Diario Página 12. 24/02/01.4) Osvaldo Iazzetta “La democracia y los vaivenes de lo público-estatal”. Revista S-A-A-P. Publicación de Ciencia Política de la Sociedad Argentina de Análisis Político. Vol 1, N°2, Octubre de 2003. PG:395.5) Luiz Carlos Bresser Pereira “La Reforma del Estado de los años noventa. Lógica y mecanismos de control”.Revista de Ciencias Sociales. Desarrollo Económico.Vol 38. julio-septiembre de 1998. Pg. 546 6) Oscar Oszlak y Guillermo O´Donnell “Estado y Políticas Estatales en América Latina: Hacia una estrategia de integración”. Documento CEDES/G.E: CLACSO/N°4. Argentina marzo 1976. PG: 30.

-"En la actualidad existe un importante consenso entre académicos, políticos y

periodistas, que la industria cultural y la cultura mediática conforman el escenario

fundamental de las expresiones culturales y simbólicas en nuestras sociedades."-

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U Una jornada es el lapso que la comunidad periodística necesita para agendar un tema, lanzarlo el ruedo y multiplicarlo y repetirlo (y repetirse) en una carrera que aparenta no tener fin. La planificación de la producción anual de noticias también es previsible: las fiestas de fin de año, la peregrinación y el recambio del turismo, el costo de los útiles escolares, los espectáculos infantiles en invierno, los festejos estudiantiles de septiembre, y así hasta la fiestas; las palabras, los recursos de edición, las fórmulas alternativas hibernan y pocos se atreven a despertarlas. El conservadurismo de la rutina es tenaz. Los medios masivos siempre se han caracterizado por evitar los riesgos posibles frente al cambio, en vistas de la distancia y la presencia incierta de su audiencia. Ciertamente, incorporar una rutina a las oficinas periodísticas equivale a incorporar una ideología: la ideología de la rutina, que bien podemos denominar automatismo o maquinalismo. Cuando alguien comete la audacia de la innovación y recibe por ello el crédito público, el grueso corre tras él y su idea para adoptarla, multiplicarla y repetirla durante un nuevo y, otra vez, prolongado ciclo. La estructura del discurso periodístico se sustenta en la producción mecánica y en serie, y no tanto en el ingenio artesanal y la búsqueda de originalidad en el discurso. Mientras tanto, hay receptores cuya conducta, de cara a este fenómeno, es bastante indolente. No se movilizan más que para la atención momentánea, pero tampoco son contestatarios. La saturación con mensajes uniformados es intimidatoria, porque adormece el reclamo público de imparcialidad. Así reducida la dimensión de los hechos, el ideal de la objetividad periodística capitula.

Daniel Sinopoli

Director y Profesor Titular del Doctorado en Comunicación y de la Carrera de Periodismo de la USAL. Fundador del Observatorio Responsabilidad Social en la Comunicación

La Mecanización como ideología del periodismo actual (1)

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Gigantesca máquina perezosa

Los principios de realización industrial aplicados a la rutina productiva de los medios periodísticos arremeten gradualmente contra las posibilidades del artesanato, allí donde el periodista tiene la chance de ser más él. El respeto por la individualidad humana y sus libertad de pensamiento es opuesto a una lógica de producción seriada que ve al hombre que trabaja importante no por lo que es, sino por la función de engranaje que cumple dentro de esa gigantesca máquina perezosa. La tan mencionada y discutida imposición cultural a escala planetaria no es tanto de contenidos, sino de formatos. Por ejemplo, el estilo de edición de los telenoticieros nacionales e internacionales que el público argentino conoce se asemeja cada vez más al modelo original de los Estados Unidos. Podría suponerse un proceso de influencias multidireccionales, pero el proceso de conformación de la cultura global ratifica la verticalidad del traspaso de las pautas de producción. Una búsqueda de giros idiomáticos, frases (‘latiguillos”, “muletillas”: pequeñas muletas para la argumentación en voz alta) y lugares comunes en los discursos pe-riodísticos cotidianos revela altísimos porcentajes de uso —especialmente en informes y noticias de policiales y sociales, y en notas de espectáculos y de deportes— que permiten deducir particulares procesos de uniformación. Veamos una experiencia que ilustra el gran nivel de arraigo y conocimiento cultural de estos giros de la lengua y el habla. Adolescentes de un taller de periodismo del ciclo medio lograron reunir en listas —sin observar previamente algún caso, sólo por experiencia de recepción— estos magníficos ejemplos: Los delincuentes se dieron a la fuga, Violenta agresión..., La agónica victoria..., Fueron entonadas las estrofas del Himno..., Pavoroso incendio, Cruento atentado, Trágico accidente, Aplastante derrota, Ajustado triunfo, Los datos fueron proporcionados/suministrados por..., Todo empezó cuando..., Gracias al constante esfuerzo de nuestro periodistas..., La actriz lució encantadora y sensual como siempre, Pese a los inconvenientes técnicos..., Entre la infi-nidad de objetos extraídos durante el robo se pu-dieron encontrar elementos tales como..., El trágico episodio tuvo lugar en..., Estamos en comunicación directa con..., Vamos al informe que nos llega vía satélite/coaxil desde..., La edad de los malvivientes rondaba por..., Los malhechores fueron reducidos por la efectiva acción de la policía, Los malvivientes ingresaron en la finca en horas del mediodía, Los delincuentes fueron abatidos..., El lamentable hecho sucedió..., Hondo pesar/dolor por la muerte de..., El popular actor... (cuando muere), Se vio envuelto en un caso de..., La policía sustrajo armas de grueso calibre. Durante la postguerra, el especialista estadounidense Charles Osgood, miembro de la escuela funcionalista, investigó el fenómeno tomando como objeto básico de

estudio los periódicos más importantes de Nueva York (2) . Ossgood escogió una muestra de ejemplares de comienzos de siglo, otro conjunto que representara el discurso de la prensa entre los años veinte y los treinta, y otra cantidad publicada durante la primera mitad de la década de 1950 y reunida con el mismo criterio de selección de las otras dos. Por medio de una indagación cuantitativa, el autor descubrió en los relatos periodísticos —especialmente en los informativos— un mayor uso de verbos y adverbios en el primer período, y de sustantivos y adjetivos en el segundo. Mientras, el lapso intermedio mostró un nivel equilibrado de utilización de los cuatro recursos gramaticales, lo cual corrobora la gra-dualidad del cambio, da-do evidentemente en lo enunciativo. Pero, como es de esperar en este tipo de investigaciones, lo enunciativo permite dimensionar cualitativa-mente las modificaciones en la estructura del discurso. Ossgood entiende que el relato periodístico que gira en torno de nombres y una calificación rápida e infundada de esos nombres disminuye la riqueza narrativa del discurso y hace más subjetivo además el trabajo periodístico. Más dificultosa y ligada al artesanato —a la escritura, si se quiere— es la descripción de un atentado, con los detalles y la claridad y profundidad propia de las buenas descripciones, sobre la cual el lector entienda, al cabo de su lectura, que el atentado ha sido “cruento”. Todo esto sin el valor agregado —desde este punto de

vista, innecesario— de la abundancia del vicio de la adjetivación, y reivindicando la esencia misma de la profesión periodística que es el material rigurosamente descriptivo y con información copiosa sobre un mismo hecho o tema. Las conclusiones de la investigación de Ossgood constituyen un diagnóstico claro de la transformación histórica en la rutina productiva de los medios periodísticos, tendiente de un modo gradual a estan-darizar el tratamiento de la información. Las frases e ideas corrientes sobreviven gracias a tres propiedades básicas que las definen: su uso mecánico,

su carácter simplificato-rio y su capacidad para inducir el pensamiento, al punto de transformar-se en un recurso clave para la manipulación dema-gógica: “Ahora la plata es todo, da la sensación de que está por encima de todo…”, “Los de aba-jo están cada vez más abajo y los de arriba más

arriba…”, “Las máquinas echan (a) la gente a la calle, nadie se ocupa de la gente que queda en la calle.” Por su propia naturaleza, el lugar común es la canción de todos, y siempre está exento de fundamentación alguna. “La gente se preguntará: los políticos, ¿son todos iguales?”. Si en lugar de cumplir una función retórica de refuerzo del lugar común y petrificación demagógica de la capacidad de recrear el pensa-miento, esta pregunta fuera tomada en un contexto desprejuiciado, la respuesta, puramente humana,

-"El conservadurismo de la rutina es tenaz. Los medios masivos siempre se han caracterizado por evitar los riesgos posibles

frente al cambio, en vistas de la distancia y la presencia incierta de su audiencia."-

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sería “no”, y entonces la pequeña participación del periodista con esta frase equivaldría a un auspicioso comienzo. Con el creciente uso del comentario en la radio y en la televisión, muchos periodistas intentan mejo-rar su posición ante la sociedad haciendo parecer su discurso como aquello que el discurso medio de la opinión pública le ha transfundido. Escuchamos: “Es la típica boliviana que vende sus productos en la calle”. Sobre este ejemplo, con-vengamos en que la mujer bien pudo ser argentina. Así, la negligencia profe-sional resulta de la falta de verificación del dato. También se dijo: “En la villa hay muchos chicos, y un chico drogado es un ladrón, un secuestrador, un hombre perdido”. Como ya advertimos, una frase hecha o prover-bial otorga a quien la pronuncia, por su arraigo en la experiencia colec-tiva, el reaseguro del im-pacto sensible. Los temas son común-mente abordados desde una visión estereotipada. Por ejemplo, si se consul-ta a una vecina se la trata como a una “doña Rosa” y siempre se adhiere a su indignación. Si se trata con gente del interior, casi siempre es en relación con alguna festividad, como el carnaval o el aniversario de algún pueblo. Dos esfuerzos se atenúan: el de producción y el de reconocimiento. Pensemos si no que una frase invariable y recurrente, o un lugar común (opinión que no es el fruto del esfuerzo de quien la emite sino tomada del ambiente) vienen espontáneamente al discurso del periodista que escribe o dice, y al del lector u oyente que, entonces, ya no necesitará leer o escuchar, apenas ver u oír, mientras empobrece su capacidad crítica y creativa. El semiólogo francés Pierre Guiraud, en un análisis comparativo del reconocimiento intelectivo y el reconocimiento emoti-vo de la información, explica: “Cuanto más codificado y socializado es el saber, la experiencia afectiva tiende a individualizarse en mayor medida. En ese marco, nuestra cultura aparece como un recalentamiento de la experiencia intelectual. La atención individual es cada vez más restringida y la iniciativa creadora cada vez más pobre. No es que el individuo sea menos inteligente sino que su saber le es proporcionado cada vez más por los códigos: ciencias, programas, etcétera. En consecuencia, la experiencia

afectiva está cada vez más descodificada, es decir más diversificada, más rica y abundante, pero sin embargo desprovista de sentido”(3). En suma, puede constatarse que el proceso de industrialización de la labor periodística reduce los términos utilizados por los argumentos informativos y de apelación, lo cual determina fragmentaciones y pasividad en los procesos decodificatorios. Cier-tamente, la amplitud de vocabulario, instrumento de preservación de la libertad, aumenta la dimensión del pensamiento y mejora la calidad de nuestras acciones, condición necesaria para otorgar a ellas un sentido de profunda trascendencia.

Reducir los mensajes a su versión residual

La dificultad para mencionar las cosas por su nombre hace que los hechos nos superen y, aunque no lo advirtamos ni nos perturbe, cultive una visión plana del mundo. Por ejemplo, la palabra “cosa” es utilizada en lugar de las denominaciones desconocidas. Se estima que el hombre común utiliza apenas entre trescientos cincuenta y cuatrocientas palabras del castellano, y que en innumerables ocasiones reemplaza muchas de esas pocas palabras por “cosa”, “cosita” o sus derivados.

La Academia de Letras al igual que otras voces sociales de diferente presti-gio y competencia suelen denunciar la creciente es-trechez y procacidad del vocabulario utilizado en los medios, particularmente en la radio y la televisión. Cual-quier acto de vulgaridad es, en principio y con ligereza, atribuido a la crisis de la educación en valores y normas de convivencia. Sin embargo, la ausencia de palabras que denominen la realidad, una burla frente a la riqueza de nuestro idioma, generalmente mue-ve a la víctima a resolver con vulgaridades o groserías que llegan a su boca con la misma presteza con que fueron aprendidas. Si el periodismo acusa estas enfermedades está en problemas, porque su función profesional básica es esclarecer y orientar. El informe de los hechos que no tiene relieve produce confusión, desorientación, y alimenta comportamien-tos públicos sospechables. Claro que, insistamos, esto no es un problema si somos incapaces de advertirlo. Desde su fin esencial de informar, es decir, posi-bilitar que las personas entiendan mejor y orien-ten convenientemente

sus acciones, el periodismo tiene en la palabra un instrumento preferencial. En verdad, la palabra aún es el instrumento fundamental para la comunicación humana, pese al avance de la denominada cultura de

las imágenes. En la palabra nuestras culturas siguen resolviendo la parte central de sus descripciones, sus defensas, sus opiniones y sus ansias de precisión. La expansión tecnológica de los medios depositó en la saturación de mensajes la esperanza de la diversidad y la riqueza, y del desarrollo de la habilidad del público para la selección de información. Profecía incumplida: hoy, la corriente profusa de datos fragmentarios

-"Cuando alguien comete la audacia de la innovación y recibe por ello el crédito

público, el grueso corre tras él y su idea para adoptarla, multiplicarla y repetirla durante

un nuevo y, otra vez, prolongado ciclo."-

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arrancados de su contexto y en versiones copiadas del mismo molde lleva inevitablemente a un modelo de realidad único y simplificado, que malforma los conocimientos. Simplificar es reducir los mensajes a su versión residual y parasitaria. Grandes cantidades de datos desechables encuentran valor en un contexto que simula la realidad. Facilita el entendimiento, pero desconoce lo esencial de la historia que narra y, de tal modo, precariza el reconocimiento público de esas porciones de realidad. El conjunto de imágenes y frases que recibimos normalmente de la televisión son de una pobreza que nos cuesta apreciar porque no vivimos la época de los grandes relatos orales, y porque los libros que se utilizan en el colegio ahora se llaman textos de estudio y están llenos de títulos y subtítulos, figuritas, flechas, computadoritas con ojos y dedos que señalan o guían como en los mapas turísticos, y espacios en blanco, todos propiciadores de la insuficiencia de palabras e ideas... Nada parecido a la rutina de un entrenamiento que garantice la capacidad de apreciar un conocimiento pobre. Sostener que el discurso de los medios es elemental, uniforme y de baja calidad artística porque refleja las debilidades lexicales y de formación de los públicos es, por lo menos, un lugar común. En un sistema donde la autoridad de la escuela y los maestros se debilita, la función educativa del periodismo es vital, y la mayoría de las personas aceptará y agradecerá un tratamiento profesional de la información, que renuncie a los mensajes miserables y descubra la riqueza del mundo.

La costumbre de atiborrar de información

Como en los sistemas educativos actuales, ya casi maquinalmente incorporamos la costumbre de atiborrar de información o de enredar al público en una madeja de datos donde un hecho anuncia su final sólo porque el siguiente lo desplaza. Desde una concepción de la ética basada en el desarrollo responsable de los valores de la sociedad, este es un inconveniente que sólo la renovación del ejercicio de la actividad misma puede remediar. Durante muchos años creímos en que el aumento de la cantidad de medios y programas mejoraría nuestras habilidades para la selección y la interpretación de los hechos. Por caso, la llegada de Internet a las escuelas animó a los optimistas a pronosticar los mismos resultados. Igual que la tradición educativa, el periodismo se mueve por el inefable prejuicio de que la eficiencia se sostiene en el reparto de abundantes mensajes. Los griegos circunscribían todos los ámbitos de aprendizaje (geografía, historia, gramática, filosofía) a la lectura de Homero, y no les fue tan mal. La explosión de las telecomunicaciones, sin embargo, pareciera que trajo más sospechas y desconfianza que felicidades. En el final de los años treinta, José Ortega y Gasset cuestionaba la irresponsabilidad con que el periodismo abordaba y transmitía las noticias, y señalaba la saturación como una de las causas más relevantes: “...son sólo datos externos, sin fina perspectiva, entre los cuales se escapa lo más auténticamente real de la realidad”. Como en la mayoría de los hombres históricamente iluminados sobre los problemas de la educación —como Comenio, Rousseau, Pestalozzi, García Hoz o el propio Sarmiento—, hay una rotunda oposición al aún vigente paradigma de la información copiosa como garantía de eficiencia y rigor. En la época en que toda la información del mundo

aspira a ser guardada en un microcircuito del tamaño de un chocolate, y en que un hombre recibe a través de un ejemplar de diario la misma cantidad información que al del medioevo le llevaba la vida, seguimos formando animales internáuticos memoriosos, indolentes a los riesgos del “divertido” juego de copiar y pegar, y poco capacitados para buscar, clasificar, jerarquizar y aplicar originalmente el conocimiento. ¿Qué clase de esperanza puede proyectarse en el reestablecimiento de la población de periodistas? Nos sorprende aún más la posición de Ortega cuando, ya entonces, reclamaba “una reforma profunda de la fauna periodística”. En los orígenes de la comunicación humana, los individuos conformaban su idea de los hechos por medio de la oralidad. En etapas posteriores la escritura creó y multiplicó las nuevas versiones de esos mismos hechos que siempre intentamos conocer y comprender. Con las comunicaciones masivas y el periodismo, que es una de sus formas clave, enormes cantidades de datos son recibidos por un público de proporciones similares, cuya capacidad natural de entendimiento se ve subyugada. Esos datos circulan con una velocidad y un desorden tal que construyen,

caprichosamente, significados de la realidad tan quebradizos como difíciles de verificar. Sin embargo, esa inconsistencia de muchas de las informaciones que recibimos no impide que se refuercen o debiliten cotidianamente nuestras ideas sobre la realidad. Ideas que, por supuesto, han sido determinadas por otra gran cantidad de informaciones inconsistentes.

1) El presente artículo es un fragmento del libro Ética Periodística, Ensayos sobre responsabilidad social, de próxima aparición.2) En OSSGOOD, Ch., SUCY, G. y TANNEMBAUM, P., The Measurement of Meaning, University of Illinois Press, Urbana, 1957.3) GUIRAUD, Pierre, La semiología, Siglo veintiuno editores, Madrid, 1983, p 27.

-"la palabra aún es el instrumento fundamental para la comunicación humana, pese al avance de la denominada cultura de

las imágenes."-

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Otro tango en Paris

1.- Castel Robert. “La metamorfosis de la cuestión social Una crónica del salariado”. Ed. Paidos 1998. Pag 4462.- Un interesante análisis de los jóvenes excluidos en Francia se puede ver en Kokoreff, Michel. “Los jóvenes frente a los procesos de desafiliación social” en Përez Sosto, Guillermo. “Las manifestaciones actuales de la cuestión social” Cátedra UNESCO. Buenos Aires. 2004. pág 135-149.3. Përez Sosto, Guillermo. Ibidem. pág. 22

RRobert Castel describía en 1997 “la crisis de futuro” de la sociedad francesa. Hacia mención así, a una serie de hipótesis sobre la evolución de la crisis del trabajo como elemento central de la cohesión de la sociedad moderna. Entre los escenarios posibles sostenía que uno de los que recogían mayores certezas era la llamada “hipótesis regulativa”. La misma supone que la dinámica inclusión-exclusión llegó para quedarse y que hay que apostar a conservar la situación actual – y de ser posible incrementar su estabilidad- mediante la asistencia social de los excluidos. En aquel entonces planteaba el sociólogo francés que dicha hipótesis encontraba dos dificultadas: la primera vinculada a la organización opositora de los marginados y la segunda relacionada con la anomia violenta. Decía Castells hace 8 años: “El potencial de violencia existe ya, pero cuando pasa al acto suele volverse contra los autores (como es el caso de la droga) o contra algunos signos exteriores de una riqueza insolente con los carecientes (actos de delincuencia, saqueos de supermercados. destrucción ostentaría de automóviles, etc.) pero sobre todo si la situación se agrava, o incluso simplemente se mantiene, nadie puede asegurar que tales manifestaciones no se multipliquen hasta volverse intolerables, no generando sólo una “Gran Noche”, sino muchas noches terribles, a lo largo de las cuales la miseria del mundo deje ver el rostro oculto de su desesperación”. 1 El carácter profético del escrito resulta ciertamente sorprendente para numerosas ciudades francesas que viven noches de violencia y fuego provocadas por miles de jóvenes que en distintos espacios de su existencia viven la exclusión. Son inmigrantes o franceses hijos de inmigrantes, con trabajos precarios u ocasionales,

desescolarizados tempranamente e incluso sin derecho a voto. La mayoría habita en los barrios pobres de las grandes urbes francesas y paisajes similares se pueden observar en buena parte de Europa. Las “bandas de pares” constituyen el principal referente de identidad en el que un cóctel de droga y delincuencia convive con una asistencia estatal que resulta a las claras insuficiente. 2Ante los hechos, las autoridades francesas han reaccionado con la lógica democrática en estado de necesidad, que por cierto es la que más escapa a su esencia: recuperar el orden más allá de los costos. Suma en consonancia la reacción de emergencia de otros estados europeos que pusieron en alerta sus fuerzas de seguridad ante el rumor del efecto mutiplicador. El tema es profundo y es deuda un análisis de las particularidades del caso. Sin embargo, es inevitable sentir que las postales del sur parecen globalizarse distorsionadamente en una multiplicación de lugares. Viejos y simplificados cordones sanitarios que otrora dividieron el mundo emergen ahora fragmentados en múltiples formas e intensidades, convirtiendo los sueños de la aldea global en desordenados y violentos conventillos. Este nuevo número de Otro Sur insiste en recuperar o reinventar herramientas para cartografiar “un sur” que se ha vuelto nómade pero que no puede marginar para su explicación la política, la historia y la cultura. Para decirlo con Fittoussi, la apología de la defensa de los derechos del hombre y de las promesas del mercado, resultan insuficientes para construir una representación de la sociedad que permita que esta se reconcilie consigo misma.3

Pedro Romero