¡Oye Arnold! ¿Donde estás? Capitulo 10 parte 4

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Capitulo 10 parte 4: Lo imposible sucede

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El príncipe encantador (Parte 4)

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Helga se sintió como el ser más despreciable de la tierra al mandar al diablo a su salvador, pero no tuvo otra alternativa, los intrusos no estaban invitados a su santuario dedicado a Arnold. Pero aún le daba vueltas al asunto.— ¿Helga quién era ese niño? Preguntó Phoebe con curiosidad mientras leía un libro recostada en una almohada sobre el suelo de su habitación.— ¿Cual niño? Preguntó ella acostada en su cama, jugando a lanzar una pelota de tenis contra la pared.— El niño alto y de cabello castaño que te espero a la salida de la escuela.— ¿Ese? él fue el que me salvó de morir como un perro - dijo Helga categóricamente - se llama Anthony Hope, estudia en la publica 119 y tiene 11 años, ah y está en quinto grado.— ¿El niño que te salvo? ¿Él vino a verte a la escuela? Preguntó Phoebe dejando de leer.— Es una especie de amigo, Phoebe pero no te sientas desplazada aun sigues siendo la número dos al mando. La tranquilizó Helga.— Pero ¿Porque actúas diferente cuando estas con él? Preguntó la niña.—  ¿A qué te refieres?— Te vi sonreír desde el autobús y yo sé perfectamente que solo hay una persona que te hace sonreír de ese modo en este mundo.— No me había dado cuenta, pero eso no tiene importancia ¿o sí? Preguntó Helga dejando de lanzar la pelota.— La tiene al tratarse de ti. Contestó Phoebe cerrando su libro.— Tal vez me alegré de verlo, es agradable conocer otras personas, otros entornos, vivir nuevas experiencias - Dijo Helga y giro la pelota con sus dedos - el cambio es bueno.— El que dijo eso es un malvado. Replicó Phoebe.

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— Los malos también dicen verdades. Objeto Helga y se dio la vuelta en la cama. — ¿Cuando me lo presentaras? Quiso saber Phoebe. — No es necesario, ya me deshice de él.— ¿Cómo?— Nada, estoy pensando en voz alta. Dijo Helga y puso a rodar la pelota la cual cayó al suelo rebotando varias veces.— ¿Helga estas bien?— ¿Por qué lo preguntas?— Porque hemos hablado por más de dos horas y no has mencio-nado al mantecado una sola vez, cuando en más de una ocasión es el tema de conversación.“Mantecado” era el nombre clave para Arnold.— Los tiempos cambian Phoebe. Helga no quiso revelarle que An-thony se le había declarado, no le vio la necesidad.— Helga... musito Phoebe algo preocupada, algo le decía que las cosas iban a cambiar dramáticamente.

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Al llegar la hora del almuerzo en la escuela, Helga decidió comer afuera en el patio, se sentó ansiosa en una de las mesas, poniendo su lonchera frente a ella. Era normal que no encontrara lo que quería, pero tenía esperanza de que esta vez fuera diferente, Miriam le había prometido hacer su lonchera la noche anterior.— ¿Qué será? ¿Qué será? ¿Será un sándwich de jamón? ¿Será una hamburguesa? - Helga abrió la lonchera y su expresión alegre cambio radicalmente - genial es basura. La niña lanzó la lonchera lejos donde no pudiera verla y puso sus brazos sobre la mesa, aburrida y hambrienta.— Bueno es hora de ir a cazar. Dijo y buscó con la mirada a una posible víctima. Cuando no tenía para el almuerzo, iba tras el primer desprevenido que encontraba y le quitaba el almuerzo, valiéndose de alguna artimaña. No le tomó mucho tiempo encontrar a la víctima perfecta, iba al ataque cuando de repente, recibió un golpecito en la

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cabeza, Helga se giró colérica y se encontró con una cajita sobre la mesa, tenía una tarjeta con un mensaje que decía “para Helga” ella abrió la caja y encontró un pastelillo. No considero de donde podría provenir el regalo o si estaba envenenado, Helga se lo comió de gol-pe y cuando lo hizo, empezó a flotar y a escuchar la música de “The Flower Duet (Lakmé)” al salir del trance, la niña lamio la caja. — ¡Hay que rico! Dijo y siguió lamiendo, hasta borrar todo rastro del pastelillo. A la distancia el niño escondido miraba satisfecho, su plan había salido a la perfección. Los siguientes días sucedió lo mismo, Helga iba a la mesa del patio y ahí encontraba una cajita con postres, para ella, a la misma hora, el mismo lugar, siempre recogió el regalo, aunque algunos niños interfi-rieran, ella los quitaba de un empujón y se apoderaba de la caja. Con el tiempo, Helga empezó a sospechar de quien eran esos regalos, pero no le importo, decidió aprovechar la situación. Al séptimo día Helga estaba esperando la caja y esta apareció má-gicamente, tenía un moño rosa en el centro y una etiqueta que decía “para Helga la bella” en el interior no encontró comida, era un telé-fono.— ¡Esto no es comida! Yo no como teléfonos. Replicó y en ese mismo instante empezó a timbrar, Helga contestó - ¿Quién es? Nadie contestó, lo único que escucho fue una canción. Helga miró el teléfono como si fuera la cosa más rara del mundo, iba a colgar cuando le prestó atención a la letra.

Ámame con ternuraÁmame con dulzura,Dime que eres mía,Pues yo lo seré por todos los añosHasta el fin de los tiempos.

Helga Pataki podía ser cruel y desconsiderada pero de palo no era, al escuchar esa canción, su expresión se suavizó, Helga se embelesó por la canción que alguna vez fue cantada por Elvis Presley y ahora alguien se la dedicaba, eso la hizo feliz, allá afuera había alguien que

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la quería y eso le gustaba. Mientras Helga escuchaba la canción Phoebe la observaba atenta-mente desde la ventana.

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Aunque conmovida, la niña le ignoró, no le importo sus sentimien-tos. Helga se preguntaba risueña ¿Qué seria del pobre ante su recha-zo? ¿Se ahorcaría con las correas de su mochila dentro de su casille-ro? ¿Saltaría de una azotea? Los pastelillos siguieron llegando, pero un día dejaron de llegar. Ella pensó que finalmente él se había dado por vencido, Helga se sintió triste pero a la vez aliviada. Entonces una tarde fue sorprendida con una serenata justo bajo de su ventana. — ¿Quién es el payaso de la música? Se preguntó Helga asomán-dose por la ventana de su habitación, encontrándose un guitarrista con un sombrero al estilo los tres mosqueteros y un antifaz, tocando “Love me tender”.— ¡Oye Jagger el concierto fue cancelado! ¡Olga no está aquí! - Le gritó pero el niño siguió tocando - El idiota no es solo idiota sino sordo.   Helga agarro un florero y le tiro el agua, el niño se apartó esquivan-do el chorro siguiendo con la tonada, la última nota hizo eco mientras él deslizo su antifaz por la nariz dejando ver sus ojos, Helga reco-noció esos ojos de gato de inmediato, era Anthony y la serenata era para ella. El corazón le dio un vuelco, el aire se le enrareció, ella no esperaba una declaración de esa índole.— ¿Con que clase de idiota estoy tratando? ¿No teme a la burla? ¿No tiene dignidad? ¿Está loco o esta drogado? - fueron sus pertur-badas reflexiones - o ¿simplemente está enamorado? oh dios esto es profundo, ¿Qué debo responder ante una declaración de esta índole? Necesito saber, necesito una señal, una… Helga perdió el equilibrio, cayendo de cabeza por la ventana y cayó directo sobre el chico, la guitarra hizo un estruendo al romperse y Helga quedo sobre Anthony con la guitarra de sombrero, entre maldiciones ella se levantó entran-

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do a su casa cojeando, cerrando la puerta de golpe, sin preguntarse por la suerte del chico. Por suerte no fue un accidente grave.

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El niño no se desanimó, fallo el romanticismo, fallo la sinceridad, pero aún le quedaban algunas cartas bajo la manga. Anthony esperó pacientemente a que Helga saliera de la escuela y luego la siguió, esperando el momento en que estuviera sola. Ella avanzaba a paso de carga cuando percibió que alguien estaba a su lado, caminando a la par. — ¡Hola! Saludo Anthony.— Ah un perdedor a las tres. Dijo Helga y siguió su marcha.— Esperaba un saludo más efusivo. Replicó Anthony.— No tengo tiempo para tratar con idiotas… Dijo Helga — ¿No puedes ser amable? Preguntó Anthony. — Quieres que sea amable – dijo Helga y se detuvo tomándole de la mano y la sacudió en un enérgico saludo – mucho gusto, ¿cómo has estado? Espero que estés muy bien, gusto en saludarte ahora me voy - Helga se fue y luego cayó en cuenta de algo - un momento yo no ten-go que irme, eres tú el que tiene que largarse, este es mi vecindario. Anthony arqueo las cejas.— Es América diablesa, es un país libre, tengo todo el derecho de estar aquí.— No, es mi vecindario. — Es un patrimonio histórico de la humanidad. Dijo Anthony y Helga se quedó sin punto para discutir.— Ok viejo.— Solo quiero que seamos amigos Helga, eso es todo. Dijo An-thony.— Escucha es cierto que me salvaste la vida y estoy en deuda con-tigo pero…— ¡Preciosa! tú me pagaste hace mucho tiempo con tu sonrisa. Esa sería de las pocas veces en la vida en las que Helga se quedaría sin

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palabras. — ¡Ok! has lo que quieras, pero a metros de mí. Dijo Helga y avan-zó. Anthony la siguió.— ¿Sabes? sigo con curiosidad por saber tu segundo nombre. Dijo mientras la acompañaba. — Ya sabes, adivina mi segundo nombre o págame el doble. Dijo Helga.— ¿Y si adivino? ¿Harás algo por mí adicionalmente? Preguntó Anthony.— Eso depende…— De que…— De lo que vayas a pedirme. Dijo Helga y avanzó tratando de dejarlo atrás. — Es un trato entonces. Dijo Anthony y se quedó atrás.

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El niño se dio en la tarea de investigar todos los nombres que em-pezaran con G para adivinar el segundo nombre de Helga. Cuando hubo investigado un poco, abordo a Helga a la salida de la escuela.— Ah eres tú ¿listo para perder tu dinero? Preguntó ella mirándolo mientras bajaba por las escaleras.— Listo. Contestó Anthony.— ¿Cual apuesta? Preguntó Phoebe— Le dije a este tarado que si adivinaba mi nombre haría algo por él. Informó Helga al escuchar eso todos se reunieron en torno a ellos con curiosidad. — Es Helga. Dijo un niño de tercer grado.— Mi segundo nombre, ¡animal! Aclaró Helga luego de mirarlo como a una alimaña.— Bien diablesa voy a empezar... es Gabriel. Dijo Anthony.— No. Negó Helga cruzándose de brazos— Galia.Helga negó con la cabeza— Genoveva.

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— Fallaste… ¡págame! Exigió ella y extendió la mano, Anthony desalentado le pago.— Está bien. — Mala suerte Billy. Dijo Helga feliz. El niño se fue, mientras los demás asediaban a Helga— Le pagas a alguien si adivina tu nombre.— Sí, pero por hoy se cierran las apuestas estoy cansada. Dijo Hel-ga apartando a todos a empujones, seguida por Phoebe. En los siguientes días Anthony trato de adivinar su nombre, la lla-mo, Guillermina, Giselle, Gracia, Gianna, Gerica, Gerri, Greta, Gua-dalupe, Ginebra, Gazetc, etc, etc, etc ninguno era el segundo nombre de Helga Pataki, ella estaba sacando buenas ganancias del asunto. Anthony dio un vistazo al anuario de la 118 pero en este aparecía solo con la singular G, se estaba dando por vencido, cuando alguien le dio una brillante idea, mientras estaba sentado en las escalinatas del auditorio.— No tiene misterio, solo hay que llamar a su casa y preguntar a sus padres o hermana. Dijo el rubio de gorra azul y cabeza ovalada. Anthony al escuchar, no perdió el tiempo, fue directamente al grano, llamo a su casa desde una cabina y fingió ser un adulto.— Buenos días joven dama… ¿tiene usted hijos menores?— Si, tengo una hija que se llama Helga. Contestó ella.— ¿Tiene segundo nombre? — Este… No lo recuerdo creo que comienza con una G. — ¿No recuerda cual es el segundo nombre de su hija? Preguntó Anthony con indignación.— Creo que se llama Grecia, Giselle, no un segundo... es Germine no espere… Miriam hizo un esfuerzo por recordar cual fue el nombre que le dio al nacer, y entonces lo recordó como cuando recuerda algo alegre que se ha olvidado y cuando lo hizo lo dijo tan naturalmente que Anthony se convenció por completo.— Si ese es… ¿Porque quiere saberlo? Preguntó Miriam y la única respuesta que recibió fue el pitido de la línea telefónica. El niño emocionado espero pacientemente el siguiente día para afrontar a la escurridiza Helga, la encontró en el patio pateando una

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lata de soda.— Quiero subir la apuesta a 10 dólares. — ¡10 dólares! Me estoy haciendo rica contigo amigo, si fallas me tendrás que pagar el doble. Advirtió Helga.—  Adelante. Dijo él con plena confianza, Helga lo vio muy confia-do sin embargo aceptó la apuesta. Una rueda de niños los rodeo muy curiosos.— Empieza. — Es Gloria. Dijo Anthony.— No - Negó Helga - ni siquiera combina.— Grettel. Siguió.— Frio, frio. Dijo Helga— Nadie sabe el segundo nombre de Helga, ni siquiera aparece en los registros. Comento Sid a sus compañeros.— Dice la leyenda que al decir el segundo nombre de Helga, suce-de una catástrofe. Dijo Gerald, sus palabras fueron escuchadas por Anthony, pero no le importó, ya sabía cuál era ese nombre y si para ganar el corazón de Helga tenía que causar una catástrofe, sin duda la desencadenaría.— Solo una oportunidad más y tu dinero es mío. Dijo ella— Bien el ultimo nombre es… - Anthony se tomó su tiempo para deletrearlo - G-E-R-A-L-D… El niño del 33 en la camisa arqueo las cejas, la estupefacción inva-dió a Helga quien no permitió que Anthony siguiera— ¡Se cierra la apuesta! Atajo a decir Helga.— ¿Entonces adivine? Preguntó Anthony— Si, si - Helga buscó en su bolsillo pero no encontró mayor efec-tivo - maldita sea no me va alcanzar... - la niña levantó la vista para pedir prestado pero en cuanto lo hizo, la nube desapareció - ya te firmo un cheque.— No quiero el dinero pequeña - Rechazó gentilmente Anthony y con la punta de su dedo índice toco la nariz de Helga - a cambio pue-des hacer algo por mí.— Vale ¿y qué quieres? Y no me pidas imposibles y date prisa que no tengo todo el día. Dijo Helga quitándole un refresco a un niño de

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tercer grado que pasaba por ahí y fue a sentarse en la banqueta, nadie le hizo el reclamo. El niño se sentó a su lado, Helga destapo la lata y se llevó la bebida a los labios— ¡Cásate conmigo! Pidió Anthony acercándose a su oído, Helga escupió todo el contenido de la soda que había bebido hasta quedar seca al escuchar eso.— ¿Qué?!— Es broma… quiero que salgas conmigo.— De acuerdo, saldré contigo pero sin idioteces. Advirtió Helga impaciente y Anthony sonrió. En esa cita, jugaría el todo por el todo para ganar su corazón.

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El día de la cita, Helga armó un brillante plan para deshacerse de Anthony para siempre, el plan fue simple y sucio, aburrirlo y para lograr eso, sacó lo peor de ella, Helga habló mal, lo molestó, lo in-sultó, lo empujo, era la forma más apropiada según Helga de que el tipo la odiara y la dejara en paz. Sin embargo se encontró al niño más paciente de la tierra, Anthony era tan paciente como el santo Job, ni una sola vez se molestó con su comportamiento inapropiado. Helga estaba desconcertada, Arnold la hubiera mandado al diablo a los 15 minutos pero Anthony no, la soporto con una paciencia extraordi-naria. Sin embargo no se dio por vencida, aún tenía oportunidad, de hacerle vivir una velada inolvidable. Fueron a la pista de patinaje, y después de ponerse sus patines, ejecutaron algunos giros y Helga aprovecho la situación para hacer de las suyas, hizo tropezar Anthony y el niño fue a dar contra el hielo, estrellándose contra la pared de seguridad. Las personas que estaban ahí rompieron a reír.— ¡Je! con esto no va a querer volver a saber de mi - Se dijo Helga satisfecha pero su sonrisa maliciosa desapareció, cuando Anthony no se movió, estaba inmóvil como si estuviera muerto, inmediatamente Helga corrió en su auxilio - ¡Oye! ¡¿Estás bien?! Le dio la vuelta y se encontró con un Anthony sonriente.

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— ¡Caíste! Le dijo y Helga le dio un puñetazo en las costillas.— ¡Idiota!— Quería comprobar que tan mala eres y resultó que no eres tan mala como esperaba. Le dijo Anthony y se levantó, Helga se alejó patinando enfadada. Ante la mirada de la gente que se encontraba en el lugar. Después de patinar, fueron al parque de diversiones Dinoland, montaron la mayoría de atracciones, se divirtieron mucho en la mon-taña rusa y en la nueva casa de terror, donde fueron los monstruos los que salieron corriendo perseguidos por Helga y Anthony. Helga olvidó su plan malévolo y comenzó a divertirse, caminando a la par del niño, con un globo rosa atado en una mano y un algodón en la otra. La última escala de ese día fue el Árcade el centro de video juegos, Anthony aficionado a los videojuegos, iba habitualmente a ese lugar,  Helga acepto acompañarlo a regañadientes. Llegaron y por suerte la máquina que Anthony quería jugar, estaba sola, el juego era “héroe de guitarra” un juego de música, que se trataba de tocar una canción de rock, con una guitarra mientras se presiona unas teclas que hacían de cuerdas. Anthony sosteniendo la guitarra se sintió Jimi Hendrix y se volvió a Helga.— Quieres probar...vamos será divertido. Dijo Anthony.— No tengo ganas. Dijo Helga y se cruzó de brazos. — Vamos... – Anthony la tomó de un brazo y le paso una de las guitarras que colgaba de la máquina - mira es fácil, solo tienes que presionar las teclas en el momento exacto. — Parece bastante bobo. Opinó Helga. — No, es lo máximo. Dijo Anthony e inicio el juego. La ronda comenzó y Helga empezó presionando las teclas con aburrimiento.

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Fueron al El Árcade a gastar algunas monedas en los juegos. Al entrar se encontraron a una multitud en torno a una sola máquina.— ¿Y esto? Preguntó Gerald. Ambos amigos se abrieron paso entre

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la gente llegando hasta el epicentro de la música, Arnold y Gerald se llevaron una gran sorpresa, al encontrarse a Helga y Anthony, tocan-do la guitarra y el bajo como lo haría una banda de rock en “héroes de guitarra”, las personas que estaban ahí, la mayoría amantes del rock, estaban muy entusiasmados.— ¿Helga? Se preguntó Gerald sin poder creer lo que veía. La canción llamada “psychobilly freakout!” terminó con el puntaje más alto.— ¡Otra... otra! Pidió el público y los niños no se negaron, Helga escogió esta vez, una canción llamada “Woman” cuando comenzó parecía fácil pero pronto se vieron en serios problemas y no podían fallar ni una sola nota o de lo contrario la canción se escucharía mal y se ganarían el abucheo del público tanto el virtual como el real. El solitario fue lo más divertido, Helga tecleo con agilidad asombrosa en la guitarra y la canción sonó fantástica. Al terminar la canción, Helga emocionada agarró la guitarra y la azotó contra el suelo, como lo haría una estrella de rock y luego la agarró del cable y empezó a darle vueltas en el aire, soltándosele de las manos, la guitarra voló majestuosamente hacia la pantalla ante la mirada de todos y la rompió en mil pedazos. Un silencio abrumador cayó sobre el Árcade y luego se escuchó un lamentó y el publico le abrió paso al administrador del Árcade.— ¡Mi maquina! Grito el tipo histérico. Los culpables se perdieron de ahí antes de ser culpados, camuflándose entre la gente riéndose, escondiéndose detrás de las máquinas de pelea.— Viste la cara de ese sujeto... Comentó Anthony.—  Si, parecía que iba a explotar. Dijo Helga.  Entonces fueron flan-queados por dos enormes guardias de seguridad. Los niños les sonrie-ron inocentemente al verse descubiertos.

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Se metieron en un gran lio, el administrador le aviso al gran Bob y a los padres de Anthony por teléfono, y se les armo la de Troya. La inquisición los esperaba en casa, no verían la luz del sol, ni probarían

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el dulce el resto del año. — Lo siento mucho parece que arruine la diversión. Dijo Helga ca-minando al lado de Anthony, por el corredor de las maquinas. Bob y la madre de Anthony, una mujer alta y de pelo castaño iban adelante, hablando con indignación del asunto.— No te preocupes, la pase muy bien contigo, Helga eres muy di-vertida. Dijo él.— Yo... también la pase muy bien... tengo que admitirlo no eres tan molesto como yo creía. Admitió Helga.— ¿De verdad? preguntó Anthony.— De verdad, eres… un buen chico. Dijo Helga y esbozó una am-plia sonrisa y esa sonrisa cautivó a Anthony, era una sonrisa tímida y vista pocas veces pero realmente se veía muy bonita. El niño se per-dió en sus orbes azules y la miró durante largos segundos, el tiempo suficiente para que Cupido hiciera su trabajo y lograra lo imposible. Entonces alguien gritó y golpeó el panel de una máquina de juego. —  ¡Si! ¡Gané, gané! Por fin le gané al maldito. Exclamó triunfante interrumpiendo el momento, Helga y Anthony se sonrojaron.— Niña muévete, tengo asuntos que atender en casa. Grito Bob — Vamos. Dijo Anthony tratando de actuar con naturalidad.— Si. Dijo ella y soltó una risa nerviosa y luego tropezó con un obstáculo invisible en el suelo.— ¡Ay! ¡Que torpe! Se quejó Helga— ¿Estás bien? le preguntó Anthony — Sí, estoy muy bien. Contestó Helga y salieron del local. Sin darse cuenta de que alguien los había estado observando atentamente. El niño quería preguntarle a Helga, como le había ido en el lio en que se había metido, pero no esperaba encontrarse con una escena semejante.— ¿Helga?... Arnold no podía creerlo, por primera vez en la vida, la vio realmente feliz, pero no pudo alegrarse por ella.

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El cuarteto dejo el establecimiento en silencio, Helga miraba el

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suelo, por qué no se le ocurría a dónde más mirar.— Bueno Helga, ya me voy. Le informó Anthony.— Espera – Helga se volvió a su padre y le pidió – ¿me das un mi-nuto?— ¿Después de todos los problemas que has ocasionado?— Por favor. Pidió Helga y su papá accedió a regañadientes.— De acuerdo, de acuerdo, pero no te tardes, tenemos que hablar muy seriamente en casa. Dijo él subiéndose al auto.— Gracias papá – Dijo Helga y se volvió a Anthony - A n t h o n y yo… — ¿Si, Helga? Preguntó el chico mientras su madre aguardaba a la distancia.— Yo quiero decir – masculló beligerante tratando de que las pa-labras salieran de su boca - ¿Que me está pasando? ¿Por qué actuó como si fuera una boba?— Espero volver a verte. Interrumpió él y sonrió y Helga le devol-vió la sonrisa.— Si yo también algún día cuando salga de prisión. — Helga...— ¿Si?— ¿Me darías una oportunidad? Preguntó Anthony y Helga lo miró fijamente.— Como te dije antes, tú me agradas pero.... es una partida perdida. — Entonces no hay esperanza. — No... En absoluto. Dijo Helga pero por primera vez titubeo.— De acuerdo. Aceptó Anthony apesadumbrado, esa había sido su última carta bajo la manga. — Vamos Anthony, es hora de volver a casa. Dijo su madre y él no tuvo de otra que despedirse.— Adiós Helga. — Adiós. Se despidió ella y ellos se fueron dejándola atrás. Helga caminó hacia el auto y luego se detuvo y volvió la vista, ya no lo vio a la distancia, solo escuchó el ruido del motor del auto de su padre.— ¡Vamos Olga! No tengo toda la noche, tengo un montón de cosas que hacer en casa, ¡criminal! porque tienes que causar tantos proble-

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mas. El gran Bob siguió quejándose pero Helga no lo escuchó, estaba perdida en sus propios pensamientos.— Si solo tuviera cabeza de balón y se llamara Arnold, sería perfec-to para mí. Dijo Helga y suspiró.

Esta historia continuara…