Pablo lópez el cementerio de los juguetes rotos

9

Click here to load reader

Transcript of Pablo lópez el cementerio de los juguetes rotos

Page 1: Pablo lópez  el cementerio de los juguetes rotos
Page 2: Pablo lópez  el cementerio de los juguetes rotos

1

Aquí estoy. Jamás pensé que volvería a pisar la alfombra del

recibidor de esta vieja casa. No creo que seáis conscientes de los

recuerdos que me trae esta casa, con sus paredes llenas de fotografías

de tiempos mejores, con su amplio jardín lleno de fantasmas de niños

jugando al escondite o con su cocina que, si te fijas bien, aún huele a

bizcocho recién hecho. Es imposible dar un paso aquí sin que me

vengan flashes de mi niñez y de los largos días de verano al sol. Y claro,

sonrisas rotas y lágrimas de emoción. Como siempre. No imaginaba

que iba a sentir tanto por el simple hecho de venir aquí... Pero bueno,

esto tampoco se aleja mucho de mis planes. Aún resuena en mi cabeza

la idea de darme la vuelta e irme, que no merece la pena... Pero hay

viejas heridas que hay que volver a abrir. Y hacía mucho que sentía que

tenía que cerrar un círculo.

Lo recuerdo bien, final del verano de hace quince años y yo, con

mis ocho años, me estaba despidiendo de todos mis amigos del pueblo,

aquellos con los que hacía guerras de agua y bailaba en las verbenas del

pueblo. "Hasta el año que viene", nos decíamos; total, qué iba a

cambiar, la historia seguía repitiéndose desde hacía muchos años. Con

la maleta llena de de ropa de verano, los bañadores aún húmedos y las

ganas de no marcharse, nos montamos en el coche, rumbo hacia un

nuevo septiembre que no sería más que el principio del final. El final de

esta historia.

No es justo. Los ocho años es la edad en la que empiezas a

descubrir la verdad sobre los Reyes Magos, comienzas a ir más allá de

comer, jugar y dormir, la mochila de clase va perdiendo sus ruedines y

empieza a retumbar a tu alrededor los ecos de la palabra "sexo". "Los

ocho es la edad perfecta", me dijo mi madre el día de mi cumpleaños,

"es el momento en el que te das cuenta de que te vas haciendo mayor,

pero todavía no tienes demasiadas responsabilidades como para tener

que demostrarlo". En ese momento solo sonreí a mi madre y le di un

Page 3: Pablo lópez  el cementerio de los juguetes rotos

2

beso. Pero realmente no pude entender lo que decía. Ojalá me hubiera

dado cuenta antes. Necesito sentarme en el sofá, el olor a cerrado y a

sueños rotos me está poniendo dolor de cabeza.

Quiero gritar. Cada cosa de esta casa me hace volver un paso más

atrás, pero sin conseguir llegar nunca a la época feliz, solo

cubriéndome más de mi yo más oscuro. En este sofá no se han dormido

más siestas, ni esa radio ha vuelto a empapar de música una habitación

y desde el salón ya no se escucha a la abuela preparando las tortitas del

desayuno ni al abuelo leyendo el periódico desde el butacón de este

mismo tresillo. Solo hay un horroroso silencio. Un frío y tétrico

silencio.

De pequeña siempre fantaseaba con ser famosa. Unos días decidía

que iba a ser la mejor cantante de todo el mundo y que en todas las

radios pondrían mis éxitos una y otra vez. Otros días practicaba para

ser la mejor pintora de todas, para que mis cuadros valieran millones y

para que decoraran las casas de las personas con más renombre.

También estuvo la época de ser la autora de los próximos Best-Seller, la

diseñadora de moda que desfilaría en las pasarelas más prestigiosas y

la de artista de los más espectaculares musicales de Broadway. Pero

realmente daba igual la profesión, lo que realmente quería era que mi

vida mereciera tanto la pena que, al final, hicieran un libro con la

historia de mi vida y que la gente lo guardara en su casa con el mismo

cariño que se guarda un CD de tu grupo favorito. Quería sentirme

especial, ser especial. Crear un cuento de hadas y vivir en él. Que todos

recordaran quién fui.

Es irónico recordar eso ahora, porque solo tengo que mirar a mi

alrededor para ver las ruinas de lo que algún día consideré felicidad. Y

más pensando que solo tengo veintitrés años y que ahora mis

memorias no estarían llenas de aventuras donde al final saldría como

una chica que ha conseguido sus sueños. Pero bueno... no estaría mal

Page 4: Pablo lópez  el cementerio de los juguetes rotos

3

entrar en esa parte de mí que hace tiempo que cerré con llave y traté de

olvidar. Al fin y al cabo estoy en esta vieja casa; puestos a recordar mi

historia, mejor hacerlo del todo, ¿no? Daré una vuelta por la casa

mientras me atrevo a hacer memoria... Este viejo salón me está

poniendo los pelos de punta.

Finales de agosto de finales de los ochenta. Estábamos volviendo

de nuestras últimas vacaciones en esta casa. Recuerdo ir dormida todo

el viaje, teniendo como banda sonora un cassette con las canciones

famosas del año. Y cuando desperté, vi que estábamos en el parking de

un restaurante, haciendo la parada de la comida. Después, sentados allí

mis padres, mis abuelos y yo, mi madre, de pronto, dijo la frase que, sin

saberlo, nos cambiaría a todos la vida para siempre: "Papá, mamá...

Tenemos una sorpresa por vuestro cuarenta aniversario de casados" y

mirando hacia mis abuelos sacó dos billetes de avión con destino a la

ciudad que, desde pequeña, siempre había querido visitar mi abuela.

Sonriendo, leyó en voz alta: Roma.

Tres días después estábamos todos en el aeropuerto más cercano,

a hora y media en coche, despidiendo a mis abuelos, realmente

ilusionados por ir allí y devorar la ciudad que ellos denominaban la

auténtica ciudad del amor. La abuela era la que mostraba estar más

emocionada, ella siempre ha sido más expresiva, pero jamás olvidaré el

brillo que tenía mi abuelo en los ojos... Nunca le había visto así. Le

temblaban las piernas, sonreía y hacía chinchar a la abuela diciéndole

que ellos ya eran muy viejos para hacer turismo. Y embarcaron, y se

fueron volando. Y mi imaginación, con ellos. Mis padres y yo pasamos

todo el viaje de vuelta del aeropuerto imaginando cómo pasarían esa

semana los dos solos en Roma, la de cosas que visitarían, la de helados

que comerían... Soñaba, como la niña que era, en que yo también haría

el mismo viaje, con el abuelo de mis nietos de la mano... Y sonreía por

lo que me esperaba la vida.

Page 5: Pablo lópez  el cementerio de los juguetes rotos

4

Una semana después, yo ya había empezado a ir a clase y ya iba

recuperando el ritmo normal, así que fue mi padre el que tuvo que ir a

recogerles mientras mi madre se quedaba para cuidarme. Yo estaba tan

emocionada por oír las historias de los abuelos en Roma que esa

mañana me desperté pronto, más pronto que lo normal para ir a clase,

y vi a mi padre preparándose para salir rumbo al aeropuerto. Al verme

me echó un poco la bronca y me dijo que me fuera a la cama. Le hice

caso, pero antes de entrar a mi habitación, me giré y le dije: "¿Tú

también irás a buscarme cuando sea yo la que me vaya a Roma?". Mi

padre me miró con su media sonrisa característica, me abrazó y me

dijo: "Si no me obedeces, no"; y al ver que bajaba la cabeza añadió:

"Claro que sí cariño, yo te iría a buscar hasta la misma Roma", y me dio

un beso en la frente. Cuando me volví a la cama, escuché el ruido de la

puerta de la calle y a mi padre bajando las escaleras.

Aquel día fue eterno. Las horas de clase no pasaban y cuando

llegué a casa, contando con que mis abuelos ya deberían haber llegado,

me extrañé al ver solo a mi madre. Me dijo que el avión se habría

retrasado, que solían pasar cosas así, que no me preocupara. Pero una

hora más tarde, tras una llamada telefónica un poco más larga de lo

normal, mi madre me dejó con la vecina de enfrente, me dijo que me

portara bien y se marchó corriendo. Yo no entendía nada, pero

tampoco me preocupó mucho; pero cuando regresó mi madre a casa,

con el ánimo caído y los ojos rojos, me sentó en el sofá y me explicó lo

que había pasado, sin muchos rodeos, pero con mucho tacto. Mi padre

y mis abuelos, mientras volvían, habían tenido un accidente de coche

muy grave... Y no había sobrevivido ninguno.

A partir de entonces tengo un vacío. Solo recuerdo que no podía

dormir, ya que cada vez que cerraba los ojos, me venía a la cabeza la

imagen del coche azul de mi padre volcado, con los cristales rotos, el

maletero abierto y todas las maletas de mis abuelos por la carretera.

Page 6: Pablo lópez  el cementerio de los juguetes rotos

5

Eso sí, en mi sueño no aparecía ninguno de los tres pasajeros y, aunque

así me ahorraba la imagen de ver a los tres cadáveres, eso me hacía

darme más cuenta de que no iban a aparecer nunca más. Y eso, para

una niña de ocho años, es duro. Y para una de veintitrés, también.

Es ese espacio de tiempo, mi madre cambió de una manera

totalmente drástica. Aunque todo el mundo, yo creo que ella incluida,

sabía que realmente había sido un accidente, no paraba de culparse a sí

misma de todo. Argumentaba que, si no se le hubiera ocurrido aquel

regalo, nada de esto habría pasado. Y, progresivamente, fue a peor. Lo

primero fue perder su trabajo. Después, no salía de casa casi nunca.

Empezó a pasarse el día en la cama y a descuidar su higiene personal. Y

por mucho que yo lo intentaba, no conseguía hacer volver a mi madre

de verdad.

Vi como, poco a poco, todo iba cayendo. Yo tenía diez años y

preparaba la cena a diario porque, si no lo hacía, ninguna de las dos

cenábamos. Empecé a dejar de lado a mis colegas de recreo y llegó un

momento en el que prefería estar sola. Mis notas empezaron a bajar,

poco a poco. Y entonces ocurrió el hecho que lo cambió todo un

poquito.

Uno de los vecinos había informado sobre la situación que

vivíamos mi madre y yo diciendo que ya no veía a mi madre nunca y

que, casi siempre que se cruzaba conmigo, llevaba una bolsa de la

compra en la mano y un gesto de saturación en la cara. Yo entonces

tenía doce años. Mi madre fue examinada por unos psiquiatras y fue

declarada como no apta para cuidarme. Yo no sabía qué iba a pasar. No

era consciente de tener más familia que un tío. Y no sabía nada de él.

Pero la sentencia fue clara, mi custodia pasó a sus manos y yo llevé el

poco equipaje que necesitaba a su casa.

Page 7: Pablo lópez  el cementerio de los juguetes rotos

6

Era un piso un poco pequeño, dos habitaciones, una pequeña

salita de estar, una cocina un tanto raquítica y un baño. Mi tío era un

hombre un poco más joven que mi madre y, por un problema ocurrido

bastantes años antes de que yo naciera, había roto todo contacto con la

familia. Temía lo peor; un hombre, que no quiere saber nada de su

familia y por circunstancias de la vida acaba con la custodia de su

sobrina, no ofrece mucha confianza. Pero todo lo que había imaginado

no se cumplió nunca. Mi tío resultó ser una persona muy cercana y

agradable. Es verdad que al principio tuvimos que amoldarnos, y que

las comidas eras algo frías sin una conversación acompañándola, pero

al final terminó siendo mi salvavidas.

Si tenía un problema, él me ayudaba. Y era agradable cruzarte con

alguien por el pasillo o ver una película compartiendo unas palomitas.

De mi tío tengo muchos recuerdos y son casi todos positivos. Pero hay

uno que jamás se me olvidará, por mucho tiempo que pase. Me tocaba

limpiar la cocina y había puesto la radio para que todo fuera más

ameno. Mientras fregaba los platos empezó a sonar mi canción

favorita. Y yo empecé a cantarla en bajito. O eso creía yo. Llegó mi tío y

apagó la radio. Yo me callé y bajé la cabeza, acostumbrada a que la

gente me recriminara mi manía de pasarme el día cantando; pero

entonces me dijo: "No, no. No dejes de cantar. Solo he apagado la radio

para poder oírte mejor". Me hizo recordar los momentos felices,

cuando soñaba con ser cantante. Y entonces una lágrima salió de mi

ojo. Mi tío me abrazó y mirándome a los ojos me dijo: "No llores, tonta.

Todo irá bien mientras sigas cantando. Nunca dejes de hacerlo.", y me

dio un beso en la frente. Siempre que pienso sobre ello no puedo evitar

acordarme de la última vez que vi a mi padre y en todo en lo que se

había convertido mi tío para mí, casi como un segundo padre.

Visitaba a mi madre una vez al mes, pero cada vez iba a peor. Al

principio veíamos la televisión y lo comentábamos, o me contaba su día

Page 8: Pablo lópez  el cementerio de los juguetes rotos

7

o algo... Pero llegó un día en la que se negó a hablar. Era mi puente a

todo lo que había pasado antes de irme a vivir con mi tío. Era algo así

como el Ying y el Yang. Si lo que inclinaba la balanza al lado positivo

era la relación con mi tío, lo que la inclinaba al lado negativo era mi

relación con mi madre. Bueno, mi vida no era perfecta, pero iba a

mejor. O eso creía. Hasta que llegó ese día.

Era un jueves y fui a visitar a mi madre. Ya iba más o menos

preparada para ver a la mujer que algún día fue mi madre, sentada en

un sofá sin decir nada. Pero lo que ocurrió fue mil veces peor... Y jamás

me imaginé que podría pasar. Entré en la habitación y le saludé con un

rutinario "Hola, mamá"; pero ella, en vez de responderme con un

gruñido o directamente no responder, dijo siete palabras que cayeron,

una a una, sobre mi cabeza. "¿Quién eres? Yo no tengo ninguna hija".

No me lo podía creer. Me entraron ganas de salir corriendo. Mi propia

madre negaba que fuera su hija... Salí de la habitación como pude,

aguantando las lágrimas y llegué hasta casa. Allí estaba mi tío, que no

debía volver hasta más tarde... Y, por su cara, algo le pasaba.

Me estuvo contando que había ido al hospital porque algo de la

revisión no había salido bien. Y acto seguido me dijo otras siete

palabras que acabaron de romperme... "Tengo un tumor... Y es muy

grave". No pude más. Lloré, lloré como nunca antes lo había hecho y,

por primera vez, mi tío lloró conmigo...

Poco después entró en el hospital y yo me pasaba las largas horas

con él... Haciendo lo que fuera, pero a su lado. Cada vez estaba más

débil y cada día se le quitaba un poco del brillo en sus ojos... Aunque

nunca en su sonrisa. La última vez que le vi fue ayer cuando, al irme,

me encargó un trabajo. "Mira el último cajón de la mesa de mi cuarto".

Nada más llegar miré y me encontré con un sobre en el que ponía

"Léelo si te lo digo". Así que lo abrí... Y comencé a leer.

Page 9: Pablo lópez  el cementerio de los juguetes rotos

8

"Gracias. Gracias por haber aparecido en mi vida y haberla

cambiado. No sé si lo sabes pero, si estás leyendo esto, es que no voy a

durar mucho aquí. Te toca continuar sola... Y no te preocupes, sé que

estás preparada. Recuerda no dejar nunca de cantar... Por cierto, en la

carta hay una copia de la llave de la casa del pueblo. La parte que me

corresponde ahora es tuya, por si quieres volver y recordar. Ya no

vengas más a verme... Quizás encuentres la cama vacía y eso no quiero

que lo veas".

Y por eso estoy aquí. Una cosa llevó a la otra y... Bueno. Total, ya

no puedo llorar más. Nada más leer la carta me di cuenta de que le

había fallado a mi tío. Ya no podía cantar.... No me salía.

Ya he recorrido toda la casa, pero todavía me queda un pequeño

cuarto. Un viejo trastero que llevaba vacío mucho tiempo. Hasta que yo

le di un significado personal. Era muy pequeña y un viejo peluche se

había destrozado. Me daba mucha pena tirarlo, así que lo metí en una

vieja caja de zapatos y lo guardé en este trastero. Poco a poco lo fui

llenando de los juguetes que se me rompían, de pequeños coches,

balones pinchados... Lo usé tanto que incluso decidí ponerle un cartel

en la puerta. "El Cementerio de los Juguetes Rotos". Recordar esta

anécdota me hace sonreír.

Ya está... Ya ha llegado. De mi mochila saco una gran soga que

había encontrado en el piso de abajo. Hago el nudo que había

practicado y lo cuelgo de una viga. Toda mi vida está pasando por

delante de mis ojos y es duro, pero ya no hay vuelta atrás. Al fin y al

cabo, mi tío necesita un comité de bienvenida ahí arriba. Me ajusto la

soga al cuello...

Y salto. Porque, al fin y al cabo, ¿qué mejor para una rota

marioneta a manos del cruel destino, que perder la vida en el

cementerio de los juguetes rotos?