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El JefeDe Los Orientales

Relato Histórico

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©Fernando O. Assuncao yWilfredo Pérez, 1982

Derechos reservados de la Ira. Edición, Editorial Proceres S.R. L , José E. Rodó 1721,Montevideo, Uruguay

Diseño y cubierta de W. Algaré GervasoEstatua de Artigas - Bronce - Juan Luis Blanes.

1ra. edición: julio de 1982

Impreso en Uruguay - Printed in Uruguay

Imprenta Rosgal S.A. - Gral. Urquiza 3090 - Tel. 8005 29 - Montevideo, Uruguay

Comisión del Papel - Edición impresa al amparo del Art. 79 de la Ley 13.349.

Depósito Legal: 179.582

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AL LECTOR:

Grande pretensión parece escribir y presentar unnuevo libro sobre nuestro procer el General José Artigas.

Obras capitales hay escritas sobre su ser y quehacer,como las de los doctores Juan Zorrilla de San Martín yEduardo Acevedo.

Creemos, sin embargo, que esta generación de orien-tales, que tuvo que enfrentar una de las mas duras coyun-turas de su historia y superarla, manteniendo la integridadde la Patria y sus valores, generación que debe asumir laresponsabilidad de proyectar el país al próximo siglo XXI,debería tener en un libro, su propia visión del Héroe.

Para estos jóvenes de hoy, a través del estilo de lanovela histórica (siguiendo las huellas de ilustres anteceso-res, como el gran Eduardo Acevedo Díaz, o el General Ed-gardo U. Genta en su obra "Artigas, Sol de América"), conrespeto total de los hechos, intentamos rescatar la presenciaviva de Artigas hombre, sufriendo, palpitando, anhelando,disfrutando, soñando, sintiendo; en fin, admirado, amado,temido o rechazado por sus contemporáneos; conocedor,como nadie, de su tierra y de su pueblo, caudillo natural,jefe y conductor de sus conciudadanos; pensador y hombrede acción; estadista; genio, que supera por sus excelencias,su tiempo y su espacio, como verdadero profeta y fundadorde Ja Nacionalidad Oriental. Capaz de crear e imaginar unEstado antes que sus gentes hubieran tomado real concien-cia de Nación.

Con la esperanza de hacerlo conocer y sentir comoun ser vivo.

Así todos los episodios tienen base real y están docu-mentados.

Las notas son un complemento didáctico, para elinteresado en ahondar sus conocimientos —como la biblio-grafía y fuentes consultadas—, o principalmente paramaestros y profesores, que dispondrán de un materialseleccionado, no siempre de fácil acceso, que aspiramos lessea de particular utilidad.

Finalmente, las frases y pensamientos de Artigas, alfin de cada capítulo, se destinan a una mayor difusión desus ideas, relacionándose con aquéllos sólo en el espíritu desu contenido.

LOS AUTORES

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UNAS GENTES MODESTAS Y SU BUEN NOMBRE

Aragón, tierras templadas de clima, de las más bellas de España—tan pródiga en paisajes variados y hermosos— tierras de pan llevar,opimas en trigales lozanos, en huertos y pomares, olivares y viñedos.

Pero, también tierras de autonomía, de hombres de carácter; deaquellos fueros y usos que son un modelo ideal de democracia en tiem-pos que el absolutismo monárquico más inapelable era el signo en lavieja Europa:

Nos, que cada uno valemos tanto como vos, y que juntos pode-mos más que vos, os ofrecemos obediencia si mantenéis nuestrosfueros y libertades, y si no, no.

Es el1 casi increíble juramento a los Reyes de Aragón, pronuncia-do por el Justicia Mayor en nombre de los Prelados y Ricoshomes.Claro el concepto del valor individual que hace a los hombres todos¡guales; definitiva la idea de poder, residente en los más. La obedienciase ofrece, no se entrega sumisa y está condicionada a que el Rey, enreciprocidad, les respete en sus fueros y libertades.

EL JEFE DE LOS ORIENTALES

Allá en la LejanaAragón

de los Fueros

I

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Sólo gentes libres, sólo paladines de la igualdad, de la autodetermi-nación y de la federación, podían salir de tales tierras en que cadaciudad era un reino o se comportaba como si fuera cabeza de uno.

Aragoneses, descendientes de los primitivos edetanos, los broncospobladores que levantaban sus primarias chozas de planta circular entiempos de la regional primavera de la Edad del Bronce. Y de aquellascenturias romanas fundadoras de Cesaraugusta, su capital, transformadapor los tiempos en Zaragoza. O de los bárbaros y rudos suevos y godos,rubios y velludos. O de los morenos, barbados y no menos valienteshijos del desierto que hicieron presa de España para el Islam. Finalmen-te de la alianza cristiana reconquistadora. Hombres bautizados en pro-funda fe por la presencia de aquel legendario Santiago el Mayor, patro-no caballero de la entraña misma de la nacionalidad española, y susdiscípulos, igualmente Santos: Anastasio y Teodoro.

Aragoneses que, al decir de Gracián: . . . odiaban la mentiray amaban la verdad. Eran gente buena, sin doblez, fuertes, discretos,reflexivos y sufridos. La vida agrícola —agrega— la dureza del clima ya veces la pobreza, forjaron hombres frugales y sobrios.

0 como señala Madéz: El aragonés tiene vivacidad natural;imaginación penetrante y juicio sólido; habla poco y defiende su opi-nión con firmeza, llega a lo sublime en cuanto al amor a la Patria; pru-dente y reflexivo, posee criterio sólido y sentimiento recto; es atento ycortés.

Y para completar el retrato, que nos servirá a los efectos de com-prender mejor a los protagonistas de la historia que ahora comenzamos,dice Julio Cejador: Jamás servil; lleva en sí el espíritu de justicia; fran-co y verídico, independiente y digno.

Posee el aragonés tenacidad innata; es temperamental mente tem-plado y mora/mente fuerte y seguro de sí mismo; lleva en su alma sólidareciedumbre y, en su corazón anidan elevados sentimientos.

La luminosidad y claridad del cielo de Aragón; los horizontes in-finitos de tierras áridas; y el variado colorido del paisaje de esa tierra, seinfiltran en el hombre y forjan su personalidad (i).

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Estamos pues, en el antiguo reino de Aragón, aquél con pujos defederación, en que cada ciudad era una capital o actuaba como si fueraun reino ella misma; aquél del altivo, orgulloso, Fernando I I , que juntoa Isabel 'de Castilla, extraordinaria mujer estadista (quizás y sin quizás,la mayor, de su sexo, del orbe y de todos los tiempos), forjaron la gran-deza de España.

El centro mismo de su ser nacional, del carácter y de la historia, dela cultura, la religión y las artes, de las estirpes y las gentes de Aragón:Zaragoza, su capital.

Muy cerca de ella, apenas veintidós quilómetros al suroeste, a laribera diestra del patrio Ebro, Puebla de Albortón ve transcurrir la tran-quila existencia característica de las pequeñas aldeas de provincia.

Es el año de Nuestro Señor de 1693.

Apenas una docena de casas, tan sobrias como recias y sencillas.Igual que las gentes que las habitan. Paredes de ladrillo con asiento deyeso (de los yacimientos que caracterizan la región) o de adobe o tapia,enjalbegadas, sin adornos ni originales dibujos de fachada. Lisas, des-lumbrantes a la radiosa luz de los días de primavera o estío, integradas alas dulces medias tintas del paisaje lugareño en las grises jornadas delotoño e ¡invierno.

Entonces, ahora —pues noviembre está en sus fines— los humos delos fuegos que señalan cada hogar y cada vivienda humana, agregan sus

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volutas a lo umbrío del cielo. Rojizas y manchadas de verdín las te-chumbres de viejas tejas apoyadas sobre recias vigas labradas a la hazue-la.

Plaza e Iglesia. Fuente para las bestias de carga y silla. Las callejas,sin calzar o apenas, son polvaderales en verano y lodazales en el invierno.

Los hombres que trajinan por ellas, secos, de hablar quedo y con-ceja a flor de labios, son labriegos de clavar hondo la cuchilla del aradoen el seno tierno de la tierra madre. Sembradores del trigo civilizador, ocultivadores de hortalizas, que habrán de llenar de olorosos perfumes lastiznadas cocinas-hogares, humeantes las ollas en cuyas negras panzasconstituyen el corazón —grelos, nabos, cebollas, patatas— de abundososcocidos, con su trozo de tocino o de carne ahumada.

UN APELLIDO QUE DICE MUCHO

Viven allí, en su torre (2), unos Artigas, vieja estirpe de vecinos dellugar. El es, como todos, un fuerte, sobrio y sufrido labriego, en la florde la edad. Su nombre: Blas. Ella, como todas, una robusta y fornidamoza de trenzas rubias y mejillas en arrebol, brillantes los claros ojos, sunombre, el de la madre de Dios: María, pero no María a secas, María delas Aguas, como si fuera una premonición de la masa líquida que su hijoestaba destinado a trasponer para fundar una estirpe nueva.

Y aquel apellido ARTIGAS, que significa tierra roturada y prontapara la siembra , que cae como anillo al dedo, tanto a su quehacer vitaldiario y a sus costumbres, como al destino de su descendencia. Ese des-tino que empieza, también, con el nombre del padre de Blas, que llevael del glorioso padre terreno de Jesús: José, el primer José Artigas. . .

Maduros están los tiempos. Pronta la historia, abiertas sus páginas,como el oloroso surco recién hecho, para recibir ia semilla de una nacio-nalidad. Para dar cabida a quien dos veces habría de merecer ei nombrede fundador: de una ciudad y de la estirpe cuyo retoño mayor fundaríauna patria, la nación Oriental. Pero esto, es años muy lejos. Tiempo altiempo.

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JUAN ANTONIO. ELEGIDO DEL DESTINO

Dijimos que el invierno aún no ha llegado, pero los fríos de las sie-rras ya se sienten soplar entre el caserío de la Puebla de Albortón.

La tierra, una vez más, como año tras año y siglo tras siglo, ha sidoroturada para las nuevas siembras.

Las tareas, de puertas adentro, prevén las cortas fiestas navide-ñas —ya próximas— como las largas necesidades invernales. Se engordaal cerdo, se preparan conservas y confituras, se reparan techos y abertu-ras, se arreglan los muros y tapiales, en especial de los huertos. Se hila,se teje y se espera. . .

Esper.an realmente, el buen Blas y su María de las Aguas, el inmi-nente nacimiento de un hijo. Noviembre expira ya y la vida renace enese renuevo de hombre. El 2 de diciembre de ese año de 1693, en laiglesia parroquial de Puebla de Albortón, el señor cura, revestido en sualba, imponía el Sacramento del Bautismo a Juan Antonio, hijo legí-timo de Blas Artigas y María de las Aguas Ordovas (3).

Mientras mojaban su cabeza con la helada agua, tocaban su frentey su pecho con el santo óleo y ponían la sal en su boca, indiferente alrecogimiento entre asombrado, tímido y orgulloso que exteriorizanlas gentes de corazón puro ante el milagro de la vida física renovada y elmisterio de la liturgia, el pequeño, en apariencia igual a todos los recién

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nacidos, rubio y sonrosado, procuraba entreabrir los azulencos ojos yabría decididamente la boca, berreando estentóreamente, ajeno porcompleto, también, como los suyos, al destino que la historia tenía es-crito para él.

Niño con nombres de príncipe guerrero valeroso y de santo mila-grero que, duerme ahora plácidamente en la cuna de su modesta casade Aragón. Parafraseando al poeta, tampoco él tuvo águilas que lo vela-ran, sólo la sombra, preocupada y tierna de Blas; ni una loba para ama-mantarlo, sólo los pechos de aquella dulce María, su madre, y la buenaesperanza del abuelo José : . . que preveía, en él, el nacimiento de unaestirpe. . .

UN TRONO Y DOS PRINCIPES

El Rey ha muerto. ¡Viva el Rey! Así debía pregonar el JusticiaMayor, normalmente, en una doble frase ceremonial, mezcla de luto yde alegría, para anunciar al pueblo el fallecimiento del monarca reinan-te y el advenimiento de uno nuevo al gobierno de la corona española,el mayor imperio del orbe.

Pero en esta ocasión, por vez primera, sino adverso, hado siniestro,la oración quedaba trunca en su segunda parte.

Aquel Carlos I I , llamado con razón El Hechizado , que llegara asu vez al trono siendo un niño canijo que a los cuatro años de su edadcasi no caminaba y bajo cuyo reinado tantas desgracias acaecierana España: la independencia de Portugal; las rebeliones de Cataluña; lasguerras de Don Juan de Austria, el bastardo de Felipe IV; la fundaciónde la Colonia del Sacramento en el R ío de la Plata por los portugueses,que ponía en riesgo la posesión de todos aquellos fértiles territorios.Aquel Carlos II había entregado el alma a su creador, el frío y triste1D de noviembre de 1700. No dejaba heredero a la corona, a pesar dehaber casado dos veces. Mucho se había murmurado en la Corte sobresu defecto. El trono de Fernando e Isabel quedaba vacante.

Fenecía el siglo XVI I . Como siempre que una centuria expira,los astrólogos y augures hacían negras, catastróficas predicciones. Estavez no se equivocaban demasiado. Con el siglo terminaba, también, una

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era para España y para el mundo de aquel tiempo. Los cimientos delviejo imperio donde no se ponía el sol, crujían penosamente.

Francia y Austria presentan sus candidatos al trono baldío. Loscampeones son jóvenes príncipes, altivos y ambiciosos por igual. Elprimero, es Felipe de Anjou, nieto del viejo Rey Sol, Luis XIV, quesigue gobernando a Francia y parte de Europa - sus intrigantes minis-tros mediante— como un verdadero mito viviente. Felipe aspira tambiéna ceñir sobre su cabeza la corona del declinante y agrio abuelo. El otroes Carlos, Archiduque de Austria, candidato de la casa que gobiernaEspaña desde los lejanos tiempos de aquel Carlos I de España o CarlosV de Alemania.

Y España, la vieja España, llena de glorias y cicatrices, fatigada deguerras y rebeliones, queriendo una utopía, pensando en conservar laintegridad del reino, tanto en la Península como en Flandes, Italia y lasIndias, le vende el alma al diablo. Es decir, se da a los enemigos de dossiglos, se da a los franceses. Termina así el ciclo de los Habsburgos,aquellos príncipes que desde el mencionado Carlos I, por cuatro genera-ciones, gobernaran el trono que habían realmente creado, por igual,el talento y virtudes de Isabel y la astucia y ambiciones de Fernando.Tan extraños aquellos borgoñones a lo español, en sus principios, comoahora lo era este Felipe, proclamado el V, con todo y su Corte afrance-sada.

El resultado fue una larga, cruenta, dura guerra y que España, paralograr la paz, perdiera casi todo aquello por cuya conservación el Bor-bón llegara al trono.

Carlos Luis XIV Felipe V

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Los nefastos tratados firmados en Utrecht, dejaron girones delviejo Imperio diseminados a los cuatro vientos. El león fue despiadada-mente carneado y malherido: se perdieron Flandes e Italia; Inglaterraocupó Manon y Gíbraltar (dolor que aunque parezca increíble aún hoyperdura); la Colonia del Sacramento y su territorio (4) —es decir el denuestra Banda Oriental— por su clausula 6a pasaban a manos de Portu-gal y establecían allí el Asiento de Negros (5), inglés. Se entregaban,además, a Portugal, regiones inexploradas, ricas tierras vírgenes, entre elOrinoco y el Amazonas.

LA GUERRA DE SUCESIÓN

Ante la proclamación de Felipe V, el Archiduque Carlos declaró laguerra, conocida en la historia como Guerra de la Sucesión . En ella elespíritu patriótico y la belicosidad altiva del pueblo español, llegó acumbres sólo alcanzadas y superadas en la Guerra de la Independenciade Francia —contra la invasión napoleónica— un siglo más tarde.

Los aliados del pretendiente eran muchos y poderosos: Austria,Inglaterra, Holanda y el elector de Brandeburgo, a los que se sumarán,dos años después, Dinamarca, Suecia, Portugal y la casa de Saboya (Ita-lia).

Felipe V y la causa de España, sólo cuentan con el apoyo de Fran-cia. Que, hay que decirlo, el viejo Luis XIV no escatimó a su nieto.

Las hostilidades se abrieron en Italia, extendiéndose pronto a Ale-mania y los Países Bajos y, sobre todo, la guerra en los mares. Esosvastos océanos que la audacia española surcara en todas direcciones,pero cuyo efectivo dominio siempre le fue esquivo.

En 1703, el Archiduque desembarca en Portugal y empieza la gue-rra en la Península. Aragón, Valencia y Cataluña apoyan sus pretensio-nes al trono.

Los ingleses toman Manon y se apoderan de Gibraltar en 1704.

Y en 1705, los reinos antes mencionados, proclaman, en Barcelo-na, adonde entonces desembarcara, aí Archiduque, como Carlos III deEspaña. Paradojalmente, sería un descendiente, en segunda generación,

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de Felipe de Anjou, quien reinará en España con ese nombre, pero ésaes otra historia.

Dos hombres han de participar, entre tantos miles, en esa guerra.Ambos del bando de la Corona y de Felipe II. Uno, un distinguido ofi-cial de noble estirpe, vizcaíno de nacimiento, Bruno Mauricio de Zavatade nombre. El otro, un modesto y joven labriego iletrado, enroladocomo soldado raso en las tropas reales, a pesar de ser aragonés de naci-miento: Juan Antonio Artigas.

El destino acercará a uno y otro, desconocidos todavía y entrela-zará sus vidas en una larga aventura, insospechada entonces, en cuyatrama se tejerá el nacimiento de una nueva nación. La nuestra.

El labriego que sentó plaza de soldado, es un robusto mocetón,de cabellos casi rubios y ojos azules, de mirada franca, viva y penetrante,anguloso el rostro, acentuada nariz y tez blanca y fuertemente rosadapor la ruda vida al aire libre propia del laboreo de la tierra. Tiene apenasdieciséis años y ha dejado la casa paterna, aquella vieja " torre" de Pue-bla de Albortón, donde le vimos nacer y donde, entre juegos, trabajos,penurias y alegrías, transcurriera su ignota infancia y juventud, paraservir al Rey.

Por casi sesenta años continuará en ello. Con una fidelidad y cons-tancia totales. Con asombrosa vitalidad. Dando todo de sí. Siempreigual: sobrio, sufrido, valiente, tenaz y de natural, despejada inteligen-cia. Firme y bondadoso, a la vez. Duro, puro, transparente, como uncristal de roca.

Sentó plaza de voluntario en el Regimiento Nuevo Rosetlón. Co-rría el año 1709.

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Unos meses después de su enrolamiento, ya en 1710, Felipe V, querehacía sus fuerzas después de la tremenda victoria de Al mansa —aquellaimponente batalla campal que tantos miles de vidas costara a ambosbandos en pugna— se encuentra con que el Archiduque Carlos, deseosode vengar aquélla, retoma la ofensiva y debe él jugarse el todo, otravez, ahora para recuperar la totalidad de! reino o, quizás, perder lacorona.

En el llano junto a una vieja atalaya y castillo de origen árabe, cer-cano a Lérida (6), de nombre Almenar de Segre, se enfrentan las tropasdel Rey, bajo su directo mando y las del pretendiente. Recibe allí subautismo de fuego, luchando con denuedo y heroicidad, nuestro JuanAntonio Artigas, todavía no cumplidos los diecisiete años de su edad.

A renglón seguido, junto a Zaragoza se reiteran los combates. Des-graciada ocasión, pues las tropas leales a Felipe V son derrotadas—po-niendo a Carlos otra vez en camino a Madrid— y la compañía en la queservía nuestro joven soldado, cae prisionera y él con ella. Pero al cabode cinco días, consigue escapar luchando con sus captores en demostra-ción terminante de arrojo y audacia y logra reintegrarse a su regimiento,en la retirada del ejército realista hacia Valladolid.

Poco después se reanudan las hostilidades y las tropas del Rey,entre las que estaba el regimiento Nuevo Rosellón y, por consiguiente,también Artigas, son reforzadas por el Mariscal francés Luis José Ven-dóme, que llega en su auxilio.

Felipe V, sabedor que el 7 de diciembre, las tropas anglo-holande-sas, al mando del Marqués de Stanhope habían sido sitiadas en la plazade Brihuega (provincia de Guadaiajara) por las fuerzas de su vanguardia,al mando del Marqués de Valdecañas, se dirige hacia allí con el gruesode su ejército, en la madrugada del día 8. Y el 9, después de un reciobombardeo, ordena el asalto a la población por la puerta de Cozagón.Asalto que luego se continúa por las brechas de San Felipe y de la Ca-dena.

Al Marqués de Stanhope no le cabe otra salida sino la capitulacióny queda prisionero con 4.500 hombres, entre ellos los generales Carpen-ter, Wils y Pepper.

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Entre los que se distinguieron por su particular arrojo en el asaltoa la plaza de Brihuega, está el joven soldado Artigas, que luchó y secomportó de modo tal, que mereció que el Coronel Zerecera, su co-mandante, dejara constancia de ello (7).

Esta tan dura como espectacular victoria de Brihuega y la que,al día siguiente, obtuviera en Villaviciosa el mencionado Marqués deValdecañas sobre los restos del ejército del Archiduque Carlos, puededecirse decidieron el porvenir de la dinastía borbónica en el tronode España.

El fallido pretendiente se aleja del país con destino al suyo natal,Austria, para hacerse cargo de aquella corona, vacante al fallecer elEmperador, su hermano.

Queda en España un último foco de resistencia: Barcelona, sitia-da por fuerzas reales en número de 20.000 hombres.

En 1713, el Rey Felipe, con otros 20.000 hombres de refuerzo,franceses al mando del Duque de Berwick, se une al cerco de la antiguaciudad condal.

Con increíble valor resisten los barceloneses, por un año y medio,al terrible asedio, abandonados por sus aliados e incumplidas las pro-mesas de ayuda del Archiduque a su partida.

Las acciones fueron sangrientas y su resultado se inclinó —despuésde abierta la brecha de la Puerta Nueva por los sitiados—alternadamen-te a uno y otro bando. Combatiéndose encarnizadamente hasta el cen-tro mismo de la ciudad, contra una población que, entera, incluso lasmujeres, clérigos y niños, estaba dispuesta a perecer antes que rendirse.

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Finalmente Barcelona cayó, abrumada por el número de los ata-cantes, rindiéndose a discreción, el 12 de setiembre de 1714, cuando yaen Utrecht (Holanda), las potencias en pugna habían redactado loscélebres Tratados —tan nefastos para España— que sin embargo, traían,por fin, la paz a Europa —después de diez años largos de guerra sin cuar-t e l - y al mundo de su tiempo.

También en el asalto y toma de Barcelona participó, ya ascendidoa soldado de Caballería y tuvo nueva oportunidad, en sus tremendoscombates, de mostrar su valor sin tacha y sus otros méritos militares,el aragonés Juan Antonio Artigas.

Con la paz parecía terminada su breve, si que azarosa y dura carre-ra militar. No fue así. Otros horizontes y otro tiempo vital le aguarda-ban.

Poco después supo que don Bruno de Zavala, a cuyas órdenes sir-viera y que mucho lo distinguiera con su particular severa bonhomía,reclutaba gente para ir al Río de la Plata, donde estaba nombrado Go-bernador. Y ya no tuvo dudas. . .

Cumplía los 21 años de su edad. Era sano de cuerpo y de espíritu.Robusto e inteligente, a despecho de ser analfabeto. Tenía cicatrices enel cuerpo e ilusiones en la mente, el corazón rebosante de orgullo victo-rioso y el alma en vilo ante el destino abierto.

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. . .nada más satisfactorio, que el quese arbitrase lo conducente a restablecercon prontitud los surcos de la vida, ..

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Notas al Capítulo I

(1) Citas tomadas del artículo de LorenzoVentura, "Capitán Juan Antonio Artigas"{en "Libro del ¡¡¡centenario de Canelo-nes", 1982).

(2) Torre, es el nombre que se da en la re-gión a la casa de labor y residencia delabriegos.

(3} Partida de bautismo de Juan AntonioArtigas"Don Domingo Cabello Pérez, cura pá-rroco de La Puebla de Albortón, diócesisy provincia de Zaragoza, certifico: Queen el folio noventa y nueve, vuelto, deltomo tercero de bautizados de esta pa-rroquia, hay una partida que copiadaliteralmente dice así: "Juan AntonioArtigas, hijo de Blas Artigas y de Manade Aguas, cónyuges, fue bautizado endos días del mes de diciembre del añomil seiscientos noventa y tres; fue madri-na Gracia Castillo; advertile el parentescoque con su padre y madre había contraí-do y la obligación de enseñarle ia doctri-na cristiana. Advierto que este asientodeste bautizo pertenece al año antece-dente del que ahora corre, y que fueolvido el no ponerlo allí. El Dr. Juande Arilla, vicario (Rubricado).-" Escopia fiel, etc. Puebla de Albortón aseis de junio de mil novecientos treintay dos. Domingo Cabello, párroco".(Archivo Artigas, Torno 1, página 35).

(4} Acto de garantíaAna Esiuardo, reina de Gran Bretaña,estableció propósitos y condiciones,después de la paz entre España y Portu-gal y entre ellos consigna: ". . . Prome-temos también que llevaremos a efecto,que no sólo la colonia llamada del Sa-cramento u otra indemnización equi-valente, a voluntad del rey de Portu-gal, se restituya y entregue; tambiénque por parte de España se satisfagaa los subditos portugueses sobre lasexigencias acerca del contrato llamadoel Asiento. . ."

(Carlos Calvo, "Tratados de la Américalatina", Vol. 2, pg. 127)

Del Tratado de paz y amistad ajustadoentra España y Portugal, en Utrechta 6 de febrero de 1715.

Cláusula 6a,Art. 6o - Su Majestad no solamente vol-verá á Su Majestad Portuguesa el territo-rio y Colonia del Sacramento, situadaá la orilla septentrional del río de la Pla-ta, sino también cederá en su nombre yen el de todos sus descendientes, suceso-res y herederos toda acción y derechoque Su Majestad Católica pretendía tenersobre el dicho territorio y colonia, ha-ciendo la dicha cesión en los términosmás firmes y más auténticos, y con to-das las cláusulas que se requieren, comosi estuvieran insertas aquí, á fin que eldicho territorio y colonia queden com-prendidos en los dominios de la coronade Portugal, sus descendientes, sucesoresy herederos, corno haciendo parte de losEstados con todos los derechos de sobe-ranía, de absoluto poder y de entero do-minio, sin que Su Majestad Católica, susdescendientes, sucesores y herederospuedan jamás turbar á Su Majestad Por-tuguesa, sus descendientes, sucesores yherederos en la dicha posesión. En virtudde esta cesión, el tratado provisional con-cluido entre las dos coronas en 7 de mayode 1681 quedará sin efecto ni vigoralguno. Y Su Majestad Portuguesa seobliga á no consentir que otra algunanación de la Europa, excepto la portu-guesa, pueda establecerse ó comerciaren la dicha colonia directa ni indirecta-mente, bajo de pretexto alguno: prome-tiendo además no dar la mano ni asistenciaá nación alguna extranjera para que puedaintroducir algún comercio en las tierrasde los dominios de la España: lo queestá igualmente prohibido á los mismossubditos de Su Majestad Portuguesa.(Carlos Calvo, "Tratados de la AméricaLatina", Volumen 2, página 169 y si-guientes).

(5) Asiento de Negros (Arts. lo. y 2o.)"Tratado del asiento de negros concluidoen Madrid el 26 de marzo de 1713, en treEspaña é Inglaterra".

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I o - Primeramente: que para procurarpor este medio una mutua y recíprocautilidad á las dos Majestades y vasallosde ambas coronas, ofrece y se obliga SuMajestad Británica por las personas quenombrará y señalará para que corran yse encarguen de introducir en las Indiasoccidentales de la América pertenecientesá Su Majestad Católica en el tiempo delos dichos treinta años, que darán princi-pio en I o de mayo de 1713 y cumpliránen otro tal día del que vendrá de 1743,es á saber, ciento cuarenta y cuatro milnegros, piezas de Indias de ambos sexosy de todas edades, á razón en cada unode los dichos treinta años de cuatro mily ochocientos negros, piezas de Indias;con la calidad que las personas que pasa-ren á las Indias á cuidar de las dependen-cias del asiento eviten todo escándalo,porque si lo dieren, serán procesados ycastigados en la misma forma que loserían en España, si los tales delitos secometiesen aquí.

(Calvo, "Tratados de la América Latina",Vol. 2, página 78 y siguientes).

(6) Recordar este nombre, pues en la batallahomónima de la misma Guerra de Suce-sión, perdió su mano derecha y consoli-dó su fama don Bruno Mauricio deZavala.

(7) En la testamentaría de D. Martín JoséArtigas sobre tierras, entre Casupá y

Chamizo, consta la foja de servicios deJuan Antonio Artigas en España,"W Juan Anttonio DeArtigas, VecinoPoblador da esta Ciudad y Capittan DélaCompañía De Corazas Españolas, Em-pleo q.e me confirió el Ex.mo SeñorD" Bruno Mauricio Zavala, siendo GovPr

y Capittan General de estas Provincias,en el año demil settecienttos y treintta,hasta cui'o serví á S.M. Vefntte y un añosde Soldado da Cauallerfa en el Rexi-mientto de Rosellón nuebo en la Compa-ñía del Coronel D.n Juan de Zerecera,hastta el año de diez y seis que pasé áesttas Provincias donde fui agregado a laCompañía de DP Marttin _ Joseph deEchaurf, en la que serví hasta el EmpleoReferido, hauiendome altado en eltiempo que serví en España, en el Reen-cuentro De Algacaira mandado personal-mente por el Rey nuestro Señor D.n Phe-lipe Quintto; En la Battalla de Zaragoza,mandada por el Señor Marques de Bay,donde fui prisionero cinco días, yAutencfome escapado déla prisión, meincorporé con mi Regimiento en casatejada; En la Battalla de Viruega enCampo de Calafre; En el Sittio de Car-dona: En el de Barcelona y abanzeque se hizo en dha Plaza al baluartede Lebantte, con los Caravineros deCavallería y Dragones, que mandavael Conde Mauny, Coronel de Dragones...

(Archivo Artigas -Tomo I- pág. 142)

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Un MancoHeroico

y Apuesto

LA PARTIDA

Es el año de N.S. de 1717.

Como siempre, el puerto de Cádiz, puerta comercial de España alas Indias, negrea de gentes que vienen y van. Mozos de cordel, agobia-dos por el peso de cajas o fardos; comerciantes atareados en la vigilanciade cargas y descargas; vociferantes y coloridos marineros, curtidos losrostros, apergaminada la piel color rojo o cobrizo, de tanto sol y tantosalitre, entrecerrados los ojos de buscar horizontes, tatuados los brazosvelludos, atlético el porte, un aro de oro pendiente de la oreja; banque-ros de mirada de ave de presa, aguda y huidiza, andar vivo y manos cui-dadas, holandeses o italianos (modo de disfrazar el real origen judío demuchos); soldados arrogantes de garrida estampa, empenachado som-brero a laichamberga (i), botas mosqueteóles, larga la guedeja, retorcidoel mostacho y la bravata a flor de labios; mujeres vendedoras de pescadode rotundas formas y parla inacabable, o, en la sombra de los pórticos,jóvenes tapadas y viejas alcahuetas ofreciendo velada o desembozada-mente, otros placeres a esa muchedumbre hormigueante de hombres, ensu mayoría ajenos a la vida de hogar, solos en la real soledad del almaen tal apretujamiento humano; clérigos de sombrilla en ristre y hábito

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II

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más bien alicaído, como perdidos en la babel circundante; negros escla-vos, lucientes los desnudos torsos, más blanco y redondo que nunca elglobo de sus asombrados ojos; indianos , de latos sombreros de pajillay colorida manta, el eterno puro en los labios, procurando a alguien aquien vender reales o imaginarias tierras allende el ancho mar, o simplesilusiones y vanidades, esos dos ingredientes tan caros a la humana natu-raleza.

Nadie parece estar. Todos parecen ir o venir, a despecho de losgesticulantes grupos que cortan el paso. Chiquillos semidesnudos, suciosy harrapiezos, corriendo por todas partes, pidiendo o hurtando, ciegostocando el tiple y cantando monótonas e interminables coplas desucedidos y hazañas de guapos y valentones. Animales de silla y carga,y bestias y aves exóticas en jaulas o atadas con cadenas y sogas.

En fin: mucho color y muchos, variados y sólo excepcionaímenteagradables olores. Como ajeno a todo, perdida la mirada de sus inteli-gentes ojos negros, sin ver en aquella masa móvil o en el deslumbranteblancor, al fuerte sol primaveral, del encalado caserío gaditano, contanto aún de reminiscencia africano-mediterránea, acodado en la ba-randilla de lustrosa madera (ha poco abundantemente barnizada conaceite de linaza y nuez), un hidalgo caballero, larga la cabellera rizada,también negra, erguidas las guías de los bigotes, blanca y rosada la tez,de buen talle y singular apostura y varonil belleza, luce en el pecho laCruz de Calatrava y parece sumido en íntimos recuerdos y agridulceso graves reflexiones. Si lo miramos con más detención, un singulardetalle se destacará enseguida: está apoyado sólo en su codo izquierdo,cuya mano sirve de base, a su vez, a su barbilla. El brazo derecho care-ce de mano y antebrazo naturales: es manco. Pero suple la falta con unasuerte de guante de plata que, para comodidad, pende de su cuellocomo un cabrestillo de una gruesa cadena del mismo metal. Su edad,como de treinta y cinco años y su andar honraría la majestad de ungran príncipe, (2)

Su nombre, don Bruno de Zavala, recién designado Gobernadorde la Provincia del Río de la Plata (3), en la América del Sur, por volun-tad del Soberano, S.M. Católica el Rey Don Felipe V por la Gracia deDios, en mérito a los altos servicios prestados a la Corona como distin-guido oficial de sus ejércitos en la tan cercana y aún dolorosa Guerra dela Sucesión, que le valieran, igualmente, el flamante título y bastón deMariscal de Campo.

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LOS RECUERDOS

¿Hacia dónde volaban los pensamientos del gallardo y joven Gene-ral?. Hacia donde el hombre, en trance de partir, de desgarrar la matrizde la patria, dirige normalmente los suyos: a la tierra natal, a los padres,a los siempre dulces, o endulzados por la distancia, recuerdos de infan-cia y juventud, pues su donjuanesca soltería, lógica consecuencia de suapostura viril y su aventuresca vida de soldado, no daba pie a otrasataduras o cosas del corazón.

Como en un filme, pasaban por su mente, las escenas de aquellaindustriosa Villa de Durango -como todas las de Vizcaya, de umbríosarbolados verdosos, afelpados montes y fértiles valles. La vieja casonafamiliar, solariegay noble, donde viera la luz un otoñal octubre de 1682,en cuyo día sexto, su ilustrado y orgulloso tío, el licenciado don JuanIbáñez de Zavala, comisario del Santo Oficio de la Inquisición, Arci-preste y Vicario, le tuviera en brazos ante la vieja pila bautismal de pie-dra de la antigua iglesia parroquial de Santa Ana, uno de los monumen-tos religiosos de la Villa. Tío-Arcipreste, que fuera su primer preceptor,tan rígido como bondadoso (en esto mucho se le parecía él}.

Su altivo padre, don Nicolás Ibáñez de Zavala, que ya supiera, ensu propia juventud, de la aventura indiana desarrollando funciones en elVirreinato del Perú, de donde le quedara el tratamiento de Gobernadorque todos le daban y que orgulloso llevaba el título de Caballero de Ca-latrava que ahora él ostentaba. Su dulce madre, Catalina de Cortázar,Llamábase pues, en verdad, don Bruno Mauricio Ibáñez de Zavala yCortázar, aunque él sólo usara aquel breve; Bruno de Zavala que antesle dimos.

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Recordaba sus juegos. Sus sueños. Sus anhelos. Aquellos impo-nentes y barbados antepasados guerreros, cuyos retratos y hazañascontadas por la vieja aya, el tío Vicario, o el padre, adquirían contor-nos de leyenda: los Zavala que pelearan en tiempos de don Pelayo yen especial aquel don Lope, vencedor de infieles, cuyas armas erantres barras de gules, orladas de plata, en campo de azur. La sangrele bullía entonces, se le calentaba la cabeza y corría remedando lasacciones de un torneo o la pelea con el enemigo infiel, blandiendo unaespada de juguete.

Desde entonces quedará marcado su destino: el ejercicio de lasarmas, al servicio del Rey y de la Patria, a despecho de las influenciascontrarias del abuelo, el licenciado don Martín Ibáñez de Zavala, des-tacado hombre de letras.

Aquella aventura de Flandes, cuando apenas alcanzaba los quinceaños de su edad. Las guerras y los amores. Amores que nunca le falta-ron. Su porte y belleza física, la mezcla de altivez, de fuerza y mando,con dulzura y franqueza, que dibujaban su carácter, le abrían siempreel corazón de los hombres, sus amigos, soldados y servidores y la ternu-ra y las alcobas de las mujeres.

Así, su hija María Nicolasa de la Concepción, esa pequeña a la quedejaba al cuidado de las monjas de la Villa natal. Y su pobre hijo Carlos.Frutos de aquellas pasiones, bastardos de cuna aunque el padre siemprelos reconociera y se ocupara de ellos. (4)

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Y luego el regreso a España para luchar en la tremenda Guerra dela Sucesión. El duro cerco de Gibraltar, con el Mariscal de Tessé, comooficial de aquellos granaderos que varias veces, infructuosamente, inten-taran el asalto de la plaza que los ingleses tomaran meses antes. (5)

La cruenta acción de San Mateo y la victoriosa toma de VillarrealY, . . —se ensombreció su frente— la rendición de Alcántara, de cuyaguarnición formaba parte, bajo el mando del Mariscal Gaseo, teniendoque entregar la plaza al inglés Milord de Galloway. (6)

Ahora, los recuerdos por igual tristes y alegres: la tomada de Léri-da. (7). Aquella larga y terrible lucha en que vencieran las armas del ReyFelipe V, pero en la que él, arrojado como siempre, perdiera su manodiestra, separada violentamente de su cuerpo sin soltar la espada queblandía.

Los largos meses de curación. La mano de plata. Tres años después,otra vez la lucha encarnizadísima y el hado adverso. La pérdida de Zara-goza, en la que tantos españoles murieron y tantos cayeron prisione-ros(8). Una sonrisa: cuántos de aquellos soldados compartieron con él,el cautiverio. Cuántos con él, o por su ayuda lograron escapar del ene-migo. Algunos quedaron en su recuerdo y en su confianza y ahorapartían con él como sus más fieles, hacia aquella lejana Buenos Aires, en

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el sur de las Indias, cuyo gobierno iba a asumir. Entre ellos, aquel impe-tuoso, sincero patriota, devoto a sus superiores, serio, casi reconcentra-do, Juan Antonio Artigas, que apenas era más que un niño y habíaactuado como un hombre maduro en aquella ocasión de Zaragoza.

Luego la campaña victoriosa, hasta 1713, en que obtuviera el gra-do de brigadier de los reales ejércitos. La paz signada en Utrecht, enaquella lejana Holanda de las tierras pantanosas y las mujeres rubias yrotundas, que tan bien conocía. El bastón de Mariscal, premio máximoa los desvelos y penurias de su hazañosa vida militar, tan intensa a des-pecho de su edad, florida aún.

Y ahora esto, la aventura inesperada y la consagración de su exis-tencia: el gobierno del Río de la Plata. Aquellas ignotas regiones, quehabía recorrido tantas veces con el dedo en el viejo mapamundi, desdeque, eí 16 de febrero del pasado año de 1716, el Rey le hiciera conocersu nombramiento.

Qué poco, en verdad, sabía de ellas. Según decían era benigno yexcelente su clima templado y había abundancia de ganados, vacunosy yeguarizos. Brilló en sus ojos esa luz especial del hombre de caballe-ría, cuando piensa en los hermosos brutos, sus amigos y aliados, casila mitad de su ser y la seguridad de su vida en las batallas. Tambiénindios bravos que llaman guaraníes y charrúas, según recuerda. Y. . .—otra vez una nube tormentosa sobre su frente y el frío del rencoren su mirada— una colonia portuguesa, a la que llaman del Sacramento,violando los legítimos derechos de España y su Soberano, en la margennorte del río y frente a Buenos Aires. Esa iba a ser una dura piedra en elcamino. Un hueso difícil de roer. El Tratado de Utrecht —y su miradaahora brillaba decididamente como ascuas— le daba al lusitano su pose-sión y la del fértil y estratégico territorio que era llave principal del Pla-ta y todo el Atlántico Sur, hasta el Estrecho de Magallanes, vía impres-cindible para viajar a Chile.

Para recuperar y defender territorios de la que llamaban BandaOriental, le había dado el monarca las más precisas órdenes de fundarun presidio o puesto militar y poblado, en el sitio, península y cerro,llamados del Monte Ovidio o Monte Vidio. Recordaba de memoria laspalabras contenidas en el documento: Os encargo así mismo deisla providencia que juzgaréis puede ser más efectiva a su logro, para queni Portugueses, ni otra nación alguna, se apodere ni fortifique en estos

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pasajes y que solicitéis poblarlos y fortificarlos vos en la forma y con labrevedad que pudiéredes.

Nada fácil el encargo -pensaba- poblar tierras baldías y asoladas,al parecer, por indios hostiles que, gracias al caballo, traído por lospropios españoles, se habían vuelto muy hábiles guerreros y, con esaamenaza portuguesa del Sacramento. . .

Unos pasos a su espalda cortaron el hilo de sus inquietantes refle-xiones. El capitán de la nave a cuyo bordo estaba, capitán a su vez delconvoy que le acompañaba, le anunció, con el ceremonial debido a surango, que todo estaba listo para partir y el viento -con la Gracia deDios— soplaba de buen lado. Ahuyentando sus preocupaciones, erguidoen toda su estatura y recuperado su talante a la vez altivo y simpático,concordó en la partida, recordándole con firmeza paternal casi —a pesarque el otro era de más edad que la suya propia— que de ahí, hasta elarribo, la responsabilidad de la navegación y de la seguridad de esa expe-dición, tan cara al servicio de Su Majestad, corría totalmente de su cuen-ta.

Dirigióse luego con su andar largo y pausado, hacia la popa del bar-co, a su confortable recámara, mientras resonaban las órdenes: levenanclas!, arría!, vamos!, e hinchando el velamen, con crujido de maderas,cueros y cabos de gruesa cuerda, se despegaban, poco a poco del viejomuelle, entre la grita de los que quedaban y los que partían.

Un joven veinteañero, en uniforme de soldado de caballería,aunque sin el pesado peto metálico, se le acercó respetuoso, brillan-

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tes los azules ojos como si todo el fuego interior que en ese momentole consumía quisiera salirse por ellos: —Partimos mi Señor General. . .vamos al Plata!. . .

El destino del hasta entonces casi anónimo soldado Juan AntonioArtigas, aragonés, natural de la Puebla de Albortón, empezaba a cum-plirse.

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.en unos momentos en que es tandifícil conciliar los espíritus.

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Notas del Capítulo II

(1) A la Chamberga o chambergo. Sombreroblando de fieltro, de copa mediana y alasanchas que se solía adornar con unapluma, así llamado por ser el oficial delos uniformes militares que, a imitaciónde los usados por las tropas de Luis XIV,impusiera en España, el General de Ca-ballería Conde-Duque de Schomberg. Alregimiento de la Princesa por él organí-do, se le llamó "de la Chamberga", de-formación de su apellido.

(2) Juicio de! Sacerdote jesuíta Padre Caye-tano Cattáneo, que lo conociera enBuenos Aires en 1729 y dejara un exce-lente; retrato de Zavala, donde dice:"Con dificultad se encontraría un caba-llero más cumplido bajo todos respectos.Es alto v bien proporcionado; su andarhonraría la majestad de un gran princi-pe. Perdió en España durante la últimaguerra parte del brazo derecho en unabatalla. Para no andar así manco, hasuplido dicho defecto con medio brazoy la mano de plata, que generalmentehace pender del cuello. Esto, más bienque una deformidad es un monumentopropio para recordar su valor", (in "fíe-vista de Buenos Aires", tomo 8, página205, año 1863).

Otro contemporáneo, Charlevoíx, en su"Histoire du Paraguay" (París, 1756,Tomo I I I , página 149) completa así loque podríamos llamar su retrato moral:"La dulzura y la moderación que for-maban el fondo de su carácter, sosteni-dos por una prudencia, una actividad yuna firmeza poco común, hacían que susórdenes fueran igualmente amables y efi-caces".

(3) Acaecida la muerte del Gobernador Al-fonso do Arce y Soria, el Rey Felipe V,

que conocía muy bien los méritos deZavala y los altos servicios que le presta-ra en la recién terminada Guerra de laSucesión, otorgó a Zavala el bastón deMariscal y le designó, por órdenes y títu-lo fechado el 18 de febrero de 1716, Go-bernador y Capitán General de la Provin-cia del Paraguay y Ri'o de la Plata.

(4) Zavala tuvo, soltero como era y de físicotan atractivo, una intensa vida amorosa,de la que le quedaron cinco hijos natura-les, los mencionados María Nicolasa, queprofesó como monja y Carlos, llamadosólo de Durango, que quedó también enla homónima villa natal, aunque figuraen su testamento (tal vez no fuera com-pletamente normal, sino mas bien retar-dado). Luego Francisco Bruno, que de-sarrolló intensa carrera al servicio delrey en el Plata y en particular en nuestropa/s, nabiendo participado, en 1780 dela misión demarcadora de límites entreEspaña y Portugal; en las campañas deMisiones (Guerra Guaraníticaf y en laconquista de Río Grande (1762 - 63)por el Gobernador y General don Pedrode Cevailos. Finalmente fue Gobernadorde los pueblos de Misiones, desde 1768y por nada menos que treinta años. Losotros hijos naturales que Zavala recono-ciera, fueron Luis Aurelio y José Ignacio.

(5) El 7 de febrero de 1705.

(6) El 14 de abril de 1706.

(7) Del 25 de setiembre al 11 de noviembrede 1707.

(8) Se estima que más de 20.000 hombresperecieron por ambas partes, el 20 deagosto de 1710.

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IIISeis AñosDespués

EL SEÑOR GOBERNADOR

La: antigua gobernación del Paraguay y Río de ía Plata se ha dividi-do. Los levantamientos y problemas en el Paraguay justifican la medidadesde el punto de vista español. Buenos Aires, entre tanto, sede del go-bierno de la Provincia del Ri'o de la Plata, crece y se desarrolla. Pocoa poco pierde el carácter de aldea indiana, tan pobretona y olvidada, decuando era poco más que el desván del Virreinato del Perú. El comerciode cueros, el asiento de negros y, para qué negarlo, el contrabando conla Colonia portuguesa del Sacramento, que han convertido las islas de laboca del Paraná en depósito de mercaderías y refugio de portuguesesextraperlistas, todo ha contribuido y contribuye a su crecimiento, desa-rrollo y riqueza. Su Gobernador, don Bruno de Zavala ha demostradoser hombre activo, capaz y de carácter, aunque de maneras cortesanasy suaves, tono amable y actitud flemática y reflexiva. Es que prefiereel arreglo, la composición, antes que la acción bélica, que la soluciónviolenta, que destruye y deja, siempre, secuelas negativas, resentimien-tos y sufrimientos muy difíciles de curar. Bien pudiera decir la bordurade su blasón: "Suaviter ¡n modo, fortiter in re" d) .

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Y a fe que han sido difíciles los tiempos que le ha tocado vivir ensu gobierno del que tomara pose, después de una feliz travesía hastael Plata, el 11 de julio de 1717:

Duros tiempos, de pobreza, con la amenaza permanente del indio,con rebeliones internas y, para colmo, con esa presencia, siempre pococonfiable, siempre amenazante, del portugués en aquella Colonia o fac-toría, cada vez mejor armada, cada vez más rica por el comercio lícito ysobre todo el ilícito, cada vez más sólida y siempre tentando, porfiada-mente y, según los intereses lusitanos, de apoderarse y usar el territoriocircundante, tan rico en ganados, según interpretaban lo dispuesto porla ya mencionada Cláusula 6a del Tratado de Utrech (2).

Una peste desvastadora había asolado el país en el primer año desu gobierno. Y los ataques de los indios bravos, abipones y charrúascontra la población de Santa Fe le obligó a dejar Buenos Aires y ocurrira allá, donde, mientras permaneció, trató de mejorar la situación generaly la particular de defensa de aquella población.

Su ausencia de la ciudad porteña, dio como resultado que se pro-dujeran problemas jurisdiccionales y jerárquicos entre su Teniente deGobernador y el Cabildo, por futilezas, en apariencia, pero que demos-traban las dificultades que su gobierno y los sucesivos del Plata arrastra-rían con los pobladores y sus representantes, generalmente criollos,casi siempre en estado de protesta en la defensa aparente de fueros y,en la realidad, de intereses económicos o personales.

Hubo pues de dejar Santa Fe, precariamente en seguridad, tantoque apenas producida su partida, volvieron los indios al ataque, que rei-teraron en el año de 1722, cuando tuvo que acudir nuevamente en auxi-lio de los pobladores y volver a Buenos Aires para poner orden anteaquellos sucesos cuya dilucidación jurídica llevó años, como todo el ex-pedienteo burocrático español y, en especial, americano de la época.

Volvía pues, de su segunda campaña contra los indios en Santa Fey encontróse ante dos nuevos y graves problemas que por igual reclama-rían su celo, su actividad,- su energía de militar y su buen sentido degobernante.

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Por un lado, la actitud revolucionaria y desconocedora de la auto-ridad real a través de su legítimo representante, el Virrey, por parte dequien llegara a Asunción con cargo de Juez pesquisador designado porla Audiencia de Charcas, para entender de los cargos que se formularoncontra el Gobernador don Diego de los Reyes Balmaceda, el licenciadodon José de Antequera y Castro, que con audacia y verbo, las aristasmás salientes de su carismática personalidad, se convirtiera en autoridadabsoluta, motu propio de la Provincia. Preludio, —en tierra fértil comola paraguaya, acostumbradas sus gentes desde los tiempos fundaciona-les de Irala a los conductores fuertes, siempre levantiscos contra lapresencia misionera que tanto perjuicio económico causara a los intere-ses de los antiguos encomenderos y yerbateros —de otras revolucionesque en el devenir del tiempo sacudirían la amerindia1 hasta la indepen-dencia.

Por otro, lo que tanto se temiera, la presencia portuguesa en labahía de Monte Vidio o Montevideo.

Los sucesos de Buenos Aires y Santa Fe, el control de las activi-dades de los comerciantes de la Colonia del Sacramento, los filibusterosfranceses en la costa del este de la Banda Oriental, a los que se atacaravarias veces, se decomisaran y se quemaran miles de cueros y se acabarapor alejar de allí, todo había contribuido a dificultara Zavala el cumpli-miento de las Reales Ordenes que traía consigo y las que sucesivamentele llegaran, en los años 1718 y 20, sobre la necesidad de establecer unafuerte población en aquella bahía, cerro y península, que constituíanpunto estratégico para la defensa de la entrada del Plata y protecciónde los territorios y cuidado y aprovechamiento de la inmensa riquezaganadera que poblaba sus fértiles campos. (3)

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Pero, sobre todo, según reiteradamente lo hiciera saber al Gobier-no y a su Consejo de Indias, eran materiales los obstáculos, hasta enton-ces insalvables, para la fundación de aquel fuerte y población. La situa-ción de pobreza de los vecinos de Buenos Aires y la del erario, ya quepara aliviar a aquéllos, había tenido, por su iniciativa, que aliviar la pre-sión fiscal. La falta de gentes aptas y dispuestas a iniciar la aventura depoblar en un nuevo territorio, sujeto, igualmente a los ataques de indiosy, en el caso, de los portugueses y, tal vez, de los piratas de otras nacio-nes. Los conflictos ya mencionados con el Cabildo y vecinos de BuenosAires, que se verían ciertamente agravados quien sabe hasta que límitessi se intentaban levas y colectas forzosas a los efectos. Asi' como la esca-sez de recursos bélicos, tanto en armas como en personal, conflictuadoéste también por la falta de pagos, lo mezquino de éstos y las carenciasdel equipamiento prometido, en especial lo referente a monturas,que ya había provocado entredichos cercanos a la insubordinación, sólosuperados por la mezcla de firmeza y tolerante paternalismo con quesolía moverse el Gobernador.

Y ahora, lo que tanto se temiera acababa de producirse: los portu-gueses, confiados en el apoyo eventual de la Colonia y de Río de Janei-ro y en la famosa Clausula 6a del último de los Tratados firmados enUtrecht, habían empezado una fundación en el sitio de Monte Vidioo Montevideo.

HABRÁ QUE ENFRENTARLOS

El día 22 de noviembre, de ese año de 1723, una escuadrilla denavios bien armados en guerra, llevando a su bordo varias compañíasmilitares de desembarco, había echado anclas en la renombrada Bahía,

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entre el Cerro denominador y la lengua de tierra o península orientadade este a oeste. A los pocos días de tareas febriles, habían levantadolos invasores diez explanadas para la artillería, excavado trincheras,construido barracas y ranchos, armado carpas y formado corrales, estosúltimos junto a las faldas del Cerro, donde iban metiendo ganados, paraconsumo y las caballadas en amanse, que recogían de los campos cir-cundantes, donde tanto abundaban.

Zavala, tan mesurado siempre y en apariencia reflexivo y lentode reacciones, no hesitaba jamás cuando era el momento de la acción.De inmediato envió a uno de sus capitanes con una misiva al Goberna-dor de la Colonia. Este respondióle, según podía esperarse, que la ocu-pación se llevaba a cabo en cumplimiento de reales órdenes de Su Majes-tad Fidelísima y que esas tierras pertenecían a Portugal, según los trata-dos vigentes.

Zavala resolvió entonces prepararse para una guerra abierta a finde desalojar a los lusitanos y lo hizo con prontitud y eficiencia tales,que tuvo el éxito deseado sin que se llegara a combatir.

En Buenos Aires, y desde seis años atrás, también, vivía pacífica-mente, aunque varias veces tuvo que integrar las milicias locales paraenfrentar al indio, aquel joven aragonés, Juan Antonio Artigas, llegadocon las tropas de Caballería desmontada que acompañaron al Goberna-dor como refuerzo para el Presidio de Buenos Aires (4)¡siempre inquie-to y escudriñando el futuro con la mirada penetrante de sus ojos claros.

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Sólo tres meses después de su arribo, el apuesto Artigas que habíaconquistado el corazón de Ignacia Javiera Carrasco, de apenas diecinue-ve años de edad, hija menor del Capitán don Salvador Carrasco y con lacomplacencia de los padres, contrae matrimonio con ella. (5)

Año a año, el hogar de los Artigas y Carrasco, la dicha de JuanAntonio e Ignacia, se vio completada con la llegada de un fruto de suamor. Una niña, cada vez, a las que se bautizó, respectivamente con losnombres de Antonia Josefa, Ignacia, María de la Encarnación y Catali-na. (6)

El destino, ese hado que iba marcando las etapas de su existencia,llevándolo hacia una meta para él insospechada e invisible, no habíaquerido darle hijo varón, heredero de estirpe y apellido, nacido en aque-lla banda occidental del Plata.

Es que el índice de la historia —de su propia historia familiar y dela otra mayor, que se escribe en el bronce perenne para ilustración delas generaciones venideras— apuntaba hacia la otra margen del antiguoParaná-Guazú, hacia su ribera norte. Hacia aquella Banda Oriental quevivía aún la bucólica soledad salvaje del monte y el arroyo, de las cuchi-llas y los valles fértiles, del indio merodeador y alzado, de las toradas demorro babeante y enormes cuernos asesinos, de las yeguadas cimarronasde casco ligero y guedeja electrizada, del tigre sigiloso y sanguinario.

Ese país paradisíaco y, como olvidado del mundo, que había en-trevisto en el año 1720 cuando integraron la expedición que al mando del

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Capitán don Martín José de Chauri, el mismo que en aquellas exóticascostas bajas de inmensos palmares y espejos lacustres, derrotara a bala alos cien filibusteros del pirata francés Esteban Moreau, apoderándosede miles de cueros que fueron quemados como en un Acto de Fe.

Los aprestos bélicos del Señor Gobernador, para desalojar al portu-gués de Montevideo, le pondrían otra vez, en campaña. Ahora sí habíasonado su hora. El destino habría de cumplirse. El reloj de la historiajuntaba sus agujas en la incógnita de un minuto crucial.

conducido siempre por laprudencia...

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Notas al Capítulo III

(1) Feliz frase-idea del historiador compa-triota Héctor Miranda, al hacer el resu-men caracterológico del fundador deMontevideo, en su libro "Bruno deZavala".Ed. A. Barreiro y Ramos, Montevideo,1913).

(2) Ver la nota correspondiente, N° 4, en elcapítulo primero.

(3) El desarrollo de la ganadería en el terri-torio rioplatense tuvo su inicio, en elganado vacuno, transportado a la Asun-ción desde San Vicente (hoy Santos)en la costa brasileña del Atlántico.El rodeo asunceño, acrecentado poruna segunda introducción de ganado—cuyo origen sería el aporte realizadopor el Adelantado Ortiz de Zarate-efectuada desde La Plata (Perú) en 1569por Felipe de Cáceres, se transformó asíen la base de toda la pecuaria del Río dela Plata y Río Grande del Sur, incluyen-do las Misiones. En efecto, de él provie-nen los ganados que Garay lleva alfundar Santa Fe y luego a la segundafundación de Buenos Aires. Finalmente,para la fundación de San Juan de lasSiete Corrientes se llevaron 3000 cabezasde ganado vacuno, que constituirán labase de los primeros rodeos de las Misio-nes Orientales.

De acuerdo a la documentación estudia-da, a las dos primeras introducciones deganado vacuno en la Banda Oriental,realizadas por Hernandarias —la primeraen 1611 en la isla del Vizcaíno en lasbocas del Río Negro y la segunda en latierra firme de San Gabriel, en 1617 —lessiguieron las famosas "vacas oscuras"abandonadas en las Misiones por tosJesuítas y sus indios catequizados, asícomo las que arriaron los indios que pue-blan la región, charrúas y los minuán-guenoas.

El desarrollo excepcional del ganadovacuno en nuestro territorio, además detransformar los hábitos de vida de losindígenas naturales, hace precipitar sobreél a los tres grupos socio-cultural que lo

rodeaban: los españoles y criollos deSanta Fe y Buenos Aires; los tapes misio-neros y los paulistas y lagunistas delBrasil que en su marcha hacia el surempezaban a cruzar el territorio deRío Grande y parte del nuestro.(Fernando O. Assuncao, "El Gaucho",Tomo 1 - Montevideo, 1978).

(4) El Comisario Ordenador de los Ejérci-tos de S.M., don Juan de Casanova, hizouna relación de los 96 soldados de caba-llería desmontada que por orden delRey se embarcaron en el puerto de Cádizel 1° de Abril de 1717, para pasar a ser-vir de refuerzo al Presidio de BuenosAires " , desde luego, en esa lista figuraJuan Antonio Artigas.(Archivo Artigas. Tomo I, pg. 3)

(5) Información de estado civil de solterode Juan Antonio Artigas, Amonestacio-nes y Partida de Matrimonio.Información —Setiembre 8— octubre 9de 1717."Ynformazn de casamiento echa apedi-ménto de Juan Anttonio Artigas natturalde la puebla de albortton enel Reinode Zaragoza para Casarse con CP Ygnazt'aCarrasco nattural de Sta Ciudad.

Juez en ella el señor ProvisorY Vicario Gen.1

NottarioDiego Saenz

S1". Prov.or y Vicario Gral.Jup Antonio Artigas NatJ déla Pueblade A/bortón del Obispado de ZaragozaHijo Lexitimo deBlas Artigas Y de MaríaOrdouas en la mejorforma Quemas haialugar endro yalmio conbenga ante Vmperesco y Digo que para mejor servira Dios nro Señor tengo tratado elcontraerMatrimonio con Ygnacia Carrasco hixalexitima del Cap." Salbador Carrascoy de D° Leonor de Meló y parapoder/eefectuar Ofresco dar ynformacion de sersoltero atento lo qual -a VM. pido y suplico sesirva de amitirrñedha ynformacion que en hacerlo asi

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recivire mrd, con Justicia q0 pido enlonecesario 81a"

Por Juan Antonio ArtigasLuís herrera

Auto de Amonestaciones-Octubre 9,1717

"Vístta, Sta. Ynformzon por Sumerzeddel Señor Provisor YVicario GeneralDijo Que la Aprobaba Y aprobó y quese-ledespachen al Cura recttor las amo-nesttaziones para q° las Corra y no resul-tando ympedimentto Se le despache laLicencia y asilo provéelo mando y firmoemBuenos Aires en nuebe de Octtubrede mil settezcentos y diez y siette a.s

doi fee".

Mro. Juan Guerrerode Escalona

Partida de Matrimonio • Octubre 25,1717"En weintey sinco de octubre de milsetescientos y diez y diez y siete, el¡_do pn Bernabé Gutt.2 con mi li-cencia Caso y Velo a Ju.n Antt.° Or-tigas con 0a Ygn.a carrasco a viendopresedido las a monestaciones y demásdispuesto por el Sto' Concilio detrento se hallaron por testigos SalvadorCarrasco; Alonzo Molina y MatheoPintos"

Dr. Marcos Rodrigue;de Figueroa.

(Archivo Artigas -Tomo I - págs. 35 ysiguientes).

Partidas de bautismo de las hijas mayoresde Juan Antonio Artigas. Antonia Jose-fa-Enero 13 de 1719."En trece de Hen°. de mil setecientos ydiez y nueve bautizo puse oleo, y chrismaá Antonia Josepha de edad de quatrodias es hija legítima da Ju Antonio deArtigas y D3 Ignacia Xaviera Cerrazco.

Padrinos Rodrigo Corrales, y D3 MaríaCarrazco"

Diego de Leyva

Ignacia - Agosto 2 de 1720"En Dos de Agosto de mili SetPs. yVeinte años Con mi: Licencia Bautizópuso oleo y Xma El Licenciado D"Clem*6. de quiñones a Ygnacia de quatrodias, hija Legítima de Juan AntonioD arjgas y 0a Ign3 Carrasco fueronsus Padrinos el CappP Thomas de Qui-ñones y 0a Inés de Gadea Su muper.

D r. Marcos Rodríguezde Figueroa

María de la Encarnación - Abril 7 de1722."En siete de Abril de mili setecientosy veinte y dos años El Ld°. D". Francode Ybarra Presbítero y SaChristanMaor Conmilicencia puso Oleo y Chris-maaá María de la Encarnación de edadde trese dias hija legitima de Jun Anto-nio Artigas y D8 Ygnacia Carrasco fuepadrino Manuel de la Regióle."

Dr. Marcos Rodr.s defigueroa

Catalina -Enero 26 de 1725."En veinte y seis de enero de mil sete-cientos Y beinte Ysinco bautizo con milicencia puso oleo y xma el Padre FrayJoseph Verdun del Orden de Predicado-res a Catalina de edad de dos dias es hijaLegitima de Antonio Artigas y D* Ygna-cia Carrasco (.,,.} Ma drina 0a. MartinaCarrasco-"

l_d°. D Vizentte de Ribadeneyra

(Archivo Artigas, Tomo I, págs. 38 y 39)

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IVMontevideo

ANTECEDENTES

Antes de continuar el hilo de nuestro relato, vamos a dejar porunos instantes a sus protagonistas para referirnos lo más rápida y cla-ramente posible a los antecedentes conocidos que hacen a su funda-ción y algo sobre su nombre que, siempre, ha sido como un misterio.

Debemos descartar, totalmente, en el origen de la denominacióndel cerro, bahfa y lugar donde hoy se levanta nuestra ciudad, aquellaleyenda de un marino portugués, de Magallanes o de las expedicionespre-solisianas de los lusitanos al Plata ( i ) , que habría exclamado, a lavista del cerro, —Monte vi eu, o Monte vide eu. Las formas más antiguasque conocemos como denominación y las que siguen en la cartografía,y documentos portugueses hasta el siglo XVI I I , son Monte Ovidio oMonte Vidio, que eliminan por completo esa hipótesis.

Por la misma razón tampoco consideramos válida una hipótesiscriptográfica que dice que, para los marinos el cerro sería el Monte VIde E.O. (es decir la sexta altura desde Maldonado, yendo de estea oeste).

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Lo más probable es que los primeros marinos que navegaron el Pla-ta, denominaron Monte Ovidio el accidente geográfico, por similitudcon otro para ellos conocido de su península, en el caso, el Cabo Ovidioacantilado en la boca de una ría cuya anchura recuerda la de nuestrabahía, en la costa de Asturias.

Monte Ovidio se deformó en los mapas a Monte Vidio y de esta de-nominación que figura en muchas cartas, se pasó más tarde, en el sigloXVI I I , a Monte Video, o Montevideo.

La fundación de población tan importante para nosotros, pues enella empieza realmente la colonización efectiva y oficial por España denuestro territorio y es la cuna de nuestro Procer, tiene tres etapas o trestiempos bien definidos.

La primera es la etapa de las iniciativas que no se concretaron, cu-yo primer mojón lo puso ese criollo progresista y gobernante probo yactivo que fue Hernandarias de Saavedra. En una carta al Rey Felipe I I I ,fechada el 5 de mayo de 1607, le da a conocer su determinación de pa-sar el año próximo, de 1608, a la otra banda que llaman de los cha-rrúas y poner alguna gente en un puesto que se ha descubierto en el pa-raje que llaman Monte Vidio, que me dicen es muy bueno, como trein-ta leguas de esta ciudad (Buenos Aires) y tiene un río muy acomodado(el Santa Lucía) y una isla cerca de la mar (la de Flores). Para que allí senos pueda dar aviso por mar y tierra si se descubriesen algunas velas deenemigos, que es más cierto venir por aquella banda que por esta otra.Y si lo hallare dispuesto y fuerte de la suerte que yo imagino y me pare-

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cíese convenir a vuestro real servicio, será posible dejar poblado allí unpueblo, que entiendo sería de importancia para lo dicho y de no menosefecto para otras ocasiones...

Hernandarias hizo su viaje de exploración a fines del mismo añoy después de largas andanzas llegó a un río y puerto que llaman MonteVidio y al río, por haber llegado allí el 13 de diciembre, le pusieronSanta Lucía, por ser la fecha de dicha Santa para los católicos.

Casi veinte años después, el 10 de mayo de 1626, el nuevo Gober-nador del Río de la Plata, don Francisco de Céspedes, le escribió alRey Felipe IV, proponiéndole: hacer población en Montevideo y unmuy buen fuerte con gente pagada que la guarde y castellano (gober-nador) que la gobierne.

Como ocurriera con tantas otras, mientras estas inteligentes ini-ciativas morían o eran ignoradas entre el lentísimo papeleo burocráticoespañol del Consejo de Indias, los portugueses, enseguida de consolidarsu independencia con el Tratado de 1668, comienzan, desde 1670 a lle-var adelante actos efectivos de posesión y dominio, que aún cuandoculminan con la fundación de la Colonia del Sacramento, en las tierrasde San Gabriel, por el General Manuel Lobo, a fines de enero de 1680,no dejan del todo de lado la posible fundación en Montevideo.

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Los mencionados movimientos de los portugueses vuelven a exci-tar el celo español y entonces es el Gobernador José de Herrera ySotomayor que entiende conveniente levantar una ata/aya en lo altodel monte que aunque no es muy eminente, descubrirá lo bastante, yjustamente a su abrigo, formar un corto pueblo de españoles e indios,para que puedan prevalecer (subsistir).

Caída la Colonia del Sacramento en agosto del mismo año 1680,los portugueses, que en 1683 en virtud del Tratado Provisorio volverána tomar posesión de ella, se dan cuenta de la conveniencia de disponerde una nueva población, que la apoye, en la bahía de Montevideo. Asílo aconseja en 1687, Thomé de Almeida. Más tarde, en dos oportunida-des, en 1691 y en 1694, Naper de Lencastre que era por entonces go-bernador de la Colonia después de haber sido de sus fundadores, insisteante el ya rey D. Pedro II (antes fue Regente) sobre esa población enMontevideo. El Rey portugués ordena, en 1701, la creación de una po-blación y fortificación en Montevideo.

La guerra española de la Sucesión, que ya hemos visto, les compli-có los planes, pues Colonia volvió a ser despoblada en 1704 y recién de-vuelta a Portugal, según también se indicó, en 1715, como consecuenciadel, tantas veces mencionado, último Tratado de Utrecht.

La segunda etapa del proceso fundacional de Montevideo, es la quellamamos de los hechos o actos preliminares positivos.

Baltasar García Ros, un muy capaz funcionario, que ejerciera elgobierno provisorio del Plata entre 1715 y 1717 y luego, según yadijimos fue Teniente de Gobernador de Zavala, procedió a establecerpuestos de guardia, en Montevideo y en Castillos (Rocha) destinadosa evitar los robos de ganados por los piratas y el aprovisionamiento(por el arreo de los mismos) por parte de los portugueses de la Colonia.Montevideo fue, pues, un lugar virtualmente ocupado por patrullasespañolas de defensa, con mucha anterioridad a la creación de la pobla-ción y fuerte.

Ya señalamos la insistencia del Rey Felipe V, para que Zavalaformara esa población y fuerte (presidio, se le llamaba en el lenguajede la época), en sus sucesivas órdenes de 1716, 18 y 20. Las que reiteróen mayo de 1723 y, finalmente, el 20 de diciembre de ese año, cuandolos portugueses ya se habían asentado allí.

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Esta última instrucción, que Zavala recibió cuando ya había ini-ciado él la nueva población, es de una gran severidad y no deja dudassobre lo que el Rey Felipe quería al respecto: que en el caso de noestar ejecutadas ya las órdenes anteriores mías, sobre la construcción delas referidas fortalezas, o no hallarse principiadas éstas, paséis desde lue-go sin malograr tiempo alguno a ejecutarlas y perfeccionarlas, según ostengo mandado, en inteligencia de que, de lo contrario me daré pordeservido (no servido) de vos y se os hará gravísimo cargo.

Dé haberlas tenido, semejante carta hubiera hecho a Zavala ponerlas barbas en remojo, que fue en realidad lo que hizo al ordenar la fun-dación según tantas veces se lo intimara su Rey. Las causas y razonespor las que antes no lo hizo, también las vimos. Volvamos, entonces,a nuestra historia.

LOS PORTUGUESES

Es el 4 de diciembre de 1723. En las plácidas aguas de la Bahía deMonte Vidio o Montevideo, se mecen, anclados, arriado el velamen, lafragata "Nossa Senhora d'Oliveira" y los navios ligeros "Sacopira" y"Chumbado". Están bien artillados, tienen abundancia de víveres, lastripulaciones son numerosas. En la nave capitana, ondea el gallardetedel jefe naval, el ilustre Capitán Manuel Henriques de Noronha, orgu-lloso y celoso de sus fueros, pero poco valiente. Sus relaciones con eljefe militar que, en tierra firme, organiza el nuevo fuerte y población,son regulares y tienden a empeorar. Sus personalidades son antagónicasy, una vez más, el giro de los hechos históricos va a depender del carác-ter, de las debilidades y de las actitudes de un par de hombres, antesque de las órdenes de un monarca o de una gran contienda militar,que sería lo previsto.

Varias explanadas de tierra apisonada se levantan formando uncuadrilátero en el extremo de la península junto a la bahía. Son plata-formas para colocar piezas de artillería a barbeta , es decir sin para-petos, sobre tarimas de madera giratorias, de modo de abanicar, literal-mente, con sus posibilidades de tiro, en un amplio arco de círculo.

La tierra para levantarlas, ha salido de anchos fosos, o trincheras, quecompletan el cuadro, exteriormente, destinados a impedir el asalto;entre las plataformas y uniéndolas, estacadas de palo a pique —troncos

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clavados unos junto a otros con el extremo superior aguzado— a lasque se agregan ramas espinosas. Para protección de los fusileros, en loalto de las explanadas, barriles llenos de arena y piedras, también conzarzas, constituyen lo que, por eso, se llaman barricadas.

Hay varios ranchos de fajina o adobe y techos pajizos y algunastiendas de campaña y barracones.

En el rancho que parece principal, más grande y prolijo, encaladaslas paredes, algunos tapices cubriéndolas, sentado ante una mesa degruesas patas engalletadas (2) en una silla de brazos, respaldo y asientode cuero repujado con grandes tachas de bronce, un fraile, ayudado porla luz de un velón, amén de la que entra como un haz deslumbrante porla ventana de la sala, escribe con vivacidad, raspando con la pluma deganso la hoja de papel de trapo con marca de agua. Su hábito pardo ypobladas barbas indican su condición de capuchino de la orden de SanAntonio. Un hombre más bien bajo, fuerte, en desaliñado uniforme,golpeando con las botas mosqueteras el suelo de tierra apisonada, cu-bierto casi por completo por un tapiz de "arroiolos" (2). camina a gran-des zancadas, gesticulando, a veces, mientras le dicta:

Mi amigo y señor ya sabrá Vuestra Señoría que por mi negra suer-te me llevaron los enemigos la caballería y ganados, sin que nos quedasecaballo alguno sino los que los soldados tienen debajo suyo, y a estostampoco los podemos conservar, por no tener donde llevarlos a beber ypastar, así no tengo cómo mandar descubiertas a las campañas.

L os centinelas en las trincheras muy poco alcanzan a ver y así sólotendré noticias de los enemigos cuando estén sobre mí y como me en-cuentro con muy poca guarnición para guarnecer las trincheras y sinreservas para poder andar a donde sea necesario, y temo que la ocasiónsea de noche, lo que es aún más riesgoso, pido a Vuestra Señoría mequiera socorrer con 30 soldados y 6 artilleros, pues aún aquí dentroes que pueden serme útiles de noche cuando aumenta el peligro...

Llegaba a las fórmulas corteses de estilo y, antes de ello y la fecha,que precedería a su propia firma, el capitán Manuel Freitas da Fonseca,jefe de las fuerzas portuguesas encargadas de la fundación, se detuvo,ahogó un suspiro, se dirigió hacia la ventana y mientras miraba, sin ver,a los hombres que trajinaban por el exterior, recortados contra el azuldiáfano de un magnífico cielo primaveral, se embebió en sus pensamien-tos y recuerdos.

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Cuántos acontecimientos. Cuántos preparativos, cuántas ilusionesy todo parecía ahora naufragar, casi sin haber empezado. Todo comen-zó, un año atrás, cuando el Gobernador Antonio Pedro de Vasconcellos,de la Colonia del Sacramento, escribiera al de Río, Ayres de Saldanhade Alburquerque sobre la conveniencia de fundar, pronto, una pobla-ción en esos parajes de Monte Vidio, para apoyarse y apoyar a aquellapoblación. Saldanha consulta a Lisboa y Su Majestad Fidelísima, queDios Guarde muchos años, el Señor Don Juan V, le ordena, por RealCédula de 29 de junio de este mismo año de 1723, que tome posesióndel Monte Vidio, si hubiese castellanos los desaloje y construya un fuer-te allí. Desde entonces la actividad en el Janeiro fue febril. Con 40.000cruzados (moneda de plata portuguesa), de la Casa de Moneda, se prepa-ra la expedición: se seleccionan 150 hombres de tropa, en tres compa-ñías de 50 cada una, al marido de los capitanes Antonio Regó de Brito,Luis Peixoto da Silva y Bernardo da Silva Ferráo. Con cien ayudantes yservidores, entre hombres sacados de la prisión, indios y esclavos. A él,Fonseca, se le nombra como jefe y de segundo e ingeniero, el SargentoMayor Pedro Gomes Chaves. Y los barcos, y aquel jefe naval, Noronha,tan orgulloso y difícil para él en el trato, siempre ceremonioso y frío,al que ahora escribe.

La llegada. El desembarco. El comienzo de las construcciones. Lasdos primeras semanas todo parecía perfecto. El Gobernador de la Colo-nia le había enviado una compañía de 40 hombres de caballería, con susanimales y esos hombres habían levantado corrales del otro lado de labahía, al pie del Cerro, encerrando en ellos las caballadas y los ganadosvacunos que arrearon de los alrededores. Hasta que esa noche aciaga del3 de diciembre, de las sombras salen hombres castellanos, criollos en sumayoría —prácticos de la tierra, acostumbrados a la volteada en lasvaquerías a los ganados cimarrones— con algunos indios y mestizos y,con gran sigilo, abren los corrales y les llevan todos los ganados. Su pre-

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sencia, merodeando en los montes cercanos, era la que le hacía temerun desastre mayor s¡ autorizaba la salida de los caballos restantes delrecinto, para llevarlos a abrevar y pastar. Aquellos hombres eran muyduchos y astutos y usaban como armas, eficaces para liquidar a los ca-ballos, el lazo y las boleadoras, éstas según el modo de los indios. . .

Una tocesilla discreta del fraile le trajo a la realidad. Volvióse viva-mente y fue hacia la mesa, alargando la mano en busca de la pluma paraestampar su firma al pie de aquella carta lacrimosa y casi humillante.

LOS ESPAÑOLES

El día había sido bochornoso. El sol se ponía tras la masa verduscadel Cerro, como una bola de fuego, tiñéndose el horizonte de rojos,rosas, verdes y violetas. El villorrio casi no nacido aún, se preparabaal descanso. Los cañones parecían extraños animales negros, suerte deyacarés embarrancados dormitando, la fauce abierta hacia el río, sobrelas explanadas de tierra. Se habían reforzado las estacadas y se construíaun fortín, en la punta de la península, que miraba al este, bajo la direc-ción del ingeniero Domingo Petrarca, quien también delineaba el traza-do de futuras calles, manzanas y plaza mayor. Todavía, debido al calor,algún indio tape, con su chiripá de jerga, desnudo el torso y descalzo,merodeaba por el lugar. En los ranchos —pulperías, por ahora tendejo-nes de poca monta y servicio— de Pedro Gronardo y de Gregorio Colla-zo, reina el bullicio; algunos soldados, así de caballería como infantes,beben las once (4), charlan sobre los trabajos del día y las promesas queSu Excelencia el Señor Gobernador ha hecho a quienes quieran quedarallí como pobladores del nuevo pueblo y presidio (5). Tentadoras resul-tan estas promesas: t í tulo de HijosDalgo desolar conocido, solares paralevantar sus viviendas en el repartimiento. Tierras para chácaras en lospropios y suertes de estancias y ganados en las fértiles campiñas circun-dantes. Es el gran tema para todos, después que, un mes atrás, el portu-gués resolviera irse sin ofrecer resistencia al sitio (6), levando anclas los

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buques, y haciendo velas hacia el Brasil, después que se embarcaran enellos todos los soldados, auxiliares y sirvientes de la recién instaladaguarnición.

Bajo el alero de un bastante precario rancho de adobes con techode cueros vacunos, sentados en un rústico banco bajo, mientras tomanel mate; bebida nacional de la región, infusión de la yerba del Paraguay,frío, que resulta un gran alivio para la alta temperatura, dos hombrescambian impresiones. Ambos son jóvenes; uno es moreno, menudo, ner-vioso; el otro más alto, mucho más blanco aunque curtida la piel,leonados los cabellos, avizores los ojos claros, mesurado el gesto, quedala voz, no obstante las ideas que bullen en su cabeza. Son cuñados. Eljoven es Sebastián Carrasco enrolado en la expedición a Montevideoy el soldado veterano de caballería, Juan Antonio Artigas.

Ya están resueltos. Quedarán en Montevideo. Traerán hasta aquía sus familias. Artigas argumenta que por fin podrá salir avante. No es elt í tulo de hidalgo que lo tienta, son los solares, las tierras, los ganados...El bien .sabe cuanto puede obtenerse en estas tierras con tesón y convalor. Aquí será un vecino fundador, respetable y respetado. En Buenos

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Aires, entre los orgullosos porteños, no es nadie. Un pobre soldado. . .El quiere mucho más para los suyos.. .y .. .sise trata de servir al Rey.. .también ha sabido y sabrá desempeñarse, según cuadre la ocasión.

El otro asiente. . . él también quiere mejores tiempos para los suyos,en especial ahora que ya no tienen el apoyo de su padre, el viejo capitándon Salvador Carrasco, muerto unos meses antes . . . sabe de los peligros,sabe de los indios y los portugueses que pueden regresar en cualquiermomento. Pero también intuye el futuro, ve las posibilidades de aquellapoblación en un verdadero puerto como este de Montevideo, con eseriquísimo país fértil a sus espaldas. Y concuerda con su buen cuñado,con quien le une entrañable amistad.

Zavala, en aquella misma sala que sirviera al jefe portugués, vestidaahora con mayor sencillez, con sus propios muebles de campaña, senta-do en su sitial de brazos, medita sobre sus planes futuros. Ahora sí,habrá de dar cabo cumplidamente a las órdenes de su soberano. Milindios tapes de servicio, camiluchos y vaqueros enviados por los Padresde la Compañía, de sus Siete Pueblos del Alto Uruguay, ya están traba-jando en la construcción de las fortificaciones, bajo las órdenes de donDomingo Petrarca, que ha trazado los planos de la futura ciudadela. Elmismo y don Pedro Millán, se encargarán de trazar el amanzanamiento yéste de repartir solares, fijar el ejido y los propios (?) y destinar, deacuerdo con sus resoluciones en cada caso, tierras para chácaras y suer-tes de estancias.

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Algunos de sus soldados y vecinos de Buenos Aires, como ese buenGronardo, práctico del río, que le llevara la noticia del establecimientoportugués y al que ha autorizado a establecerse con pulpería para aten-der las pobrezas de todos, ya están dispuestos a quedarse y poblar. Yesto a pesar de que a diferencia de aquél, o de las familias de su fielsoldado Artigas y sus cuñados los Carrasco y los Burgués, la mayoríade los porteños y en especial su Cabildo y, comerciantes y hacendados,miran con desconfianza y se oponen sorda y tercamente a la nueva fun-dación (como lo hacían desde antes), mirándola como a competidora oadversaria con su puerto natural y profundo y su abundancia de gana-dos 18). No obstante, Dios mediante, este Presidio y Real Ciudad deSan Felipe de Montevideo, habrá de medrar. Y sonríe, al pensar que esenombre, de San Felipe, en honor de Su Católica Majestad, es el mejormodo de dar satisfacción a los agrios apremios reales por no haber lleva-doadelante antes esa fundación. Además.. .además, está ese comerciante-naviero Alzaibar, dispuesto a traer familias de Galicia y Canarias, acambio de fuertes mercedes y privilegios. Sí, claro, que medrará San Fe-lipe. Y siente correr por su cuerpo, como un bienestar extra, en aquellanoche estival, el orgullo. . .

Las sombras han caído sobre la escueta población, todos los soni-dos se han ido apagando.

— ¡Arma, arma! grita el centinela que hace la ronda en el fortín deleste. Un barco portugués se dirige para entrar a la bahía.

Es el 24 de febrero de 1724.

El barco viene con auxilios del Janeiro y cree estar ante la funda-ción de sus compatriotas, ignorando la defección y retiro de éstos. Seproducirá un breve combate, con cañoneo de ambas partes. Luego lacalma y la hidalguía de Zavala, que les permite volverse sin más conse-cuencias. . .

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Es la primera defensa de la aún no definida población. Nace unaciudad y nace una nación. El apellido de aquel aragonés de Puebla deAlbortón, aquel inquieto hijo de Blas y María, ese denominador Arti-gas, ¡a tierra que está laborada y pronta para la siembra, está parasiempre ligado como símbolo mayor a su destino; será más que el tim-bre de su mundo, su raíz, su entraña. . . su idea misma.

.ya es tiempo de recoger el frutode tantos afanes. . .

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Notas al Capítulo IV

(1) Laguarda Trías, Rolando A., "El Predes-cubrimiento del Río de la Plata por laExpedición Portuguesa de 1511-1512",

Lisboa, 1973.

(2) "Mesas de bolachas" fas llaman los por-tugueses, pues están torneadas con suce-sivos ensanchamientos que parecen galle-tones.

(3) Famosa localidad portuguesa cercana aLisboa, cuyos habitantes viven solamentede la confección, a mano, de tapices yalfombras.

(4) En toda América española se señaló, deeste modo eufemístico, al tomar aguar-diente, palabra de once letras.

(5) Auto de Zavala expedido en Buenos Ai-res el 28 de agosto de 1726, relativo a lafundación de Montevideo, y a los privi-legios acordados a sus pobladores y laReal Cédula de Felipe V , aprobando sustérminos, expedida el 15 de julio de1728.

"En la muy noble y muy leal ciudad de laSantísima Trinidad y Puerto de SantaMaría de Buenos Ayres a veinte y ochode agosto de mil setecientos veinte yseis años: El Exmo, Sr. D. Bruno Mauri-cio de Zavala, Teniente General de losReales Ejércitos de S.M. Caballero de laorden de Calatrava y su Gobernadory Capitán General de estas Provinciasdel Río de la Plata, dijo: Que por cuantose halla S.Exa. con una Real Cédula deS.M., su fecha en Aranjuez en diez yseis de abril del año pasado de mil se-tecientos y veinte por la cual se sirveaprobar la Expedición que en el añoantecedente se ejecutó cont (contra)los portugueses que intentaron ocuparel Puerto de San Felipe de Montevideo,como también la erección y nueva plan-ta de su población, dando las gracias atodas las personas que concurrieron adicha facción y en especial a esta Ciudadpor haber concurrido con su vecindarioa la sobredicha Expedición: Y medianteque la nueva población de aquel puertoes en conocida utilidad de esta ciudad y

provincia asi para su mayor lustre y au-mento, como también para su seguridady quietud de esta costa, impidiendo conella a las naciones de Europa el que seapoderen de aquella parte de la tierra,tan útil y necesaria para el bien de estaProvincia, por cuya razón se ha servidoS.M. contribuir a su mayor aumento concincuenta familias de Gallegos y Canariosademás de cuatrocientos infantes para elaumento de esta guarnición. Y siendotan de la utilidad de esta ciudad el co-mercio que se debe esperar con la venidade Galeones. [ Los galeones de comercio,como a México o Cartagena, o Portobelo,era el ideal, el desiderátum anhelado porlos comerciantes y hacendados de Bue-nos Aires \ Por este puerto si se consiguie-se la seguridad y población del de Monte-video, pasa S.E. a proponer al Cabildode esta ciudad cual (cuan) convenientey del Real servicio será el que las familiasque se esperan de España hallen otrasdel país en aquel paraje con quien (quie-nes) comunicar y comerciar inmediata-mente que lleguen, y que para ello pongade su parte el Cabildo los medios que tu-viere por más conveniente en orden aconsular algunas familias de las muchasque vagan esta jurisdicción sin tenertierras propias en que habitar y otrasque voluntariamente se quieran disponera pasar a aquella población para cuyoefecto por lo que mira a esta ciudadpodrán nombrar capitulares y por lotocante a la jurisdicción en falla deéstos a las personas que le pareciere yfueren más de su satisfacción para quecorran todos los pagos y que al mismotiempo las tales personas y los capitula-res que se nombraren hagan padrón contoda individualidad de toda la vecindaddesta ciudad y su jurisdicción sin excep-tuar a nadie y con distinción de los sujetosforáneos y familias que se hallen en ellay se han venido desamparando, sus vecin-dades y domicilios, expresando de dondeson y qué tiempo ha que se hallan enesta ciudad y su jurisdicción por conve-nir al servicio de S.M. el que se ejecuteesta diligencia en la forma que va expre-sada, y a las familias que se dispusierena pasar a dicha"población se les harásaber lo que con que, por ahom, sepuede contribuir para su manutencióny bien estar y es tó siguiente —Primero—Que deberán gozar los Pobladores, sus

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hijos y descendientes legítimos el de lahonra y privilegio que S.M. les concedea los que se asentaron para pobladores enla Ley Sexta, TítuloSexto, Libro Cuarto,de las de Indias, que para su mayorinteligencia se pone aquí a la letra—Ley— Por honrar las personas, hijos ydescendientes legítimos de los que seobligaren hacer población y la hubierenacabado y cumplido su asiento les hare-mos HijosDalgo de Solar conocido, paraque en aquella población y otras cual-quiera partes de las Indias sean HijosDalgoy personas nobles de linaje y solarconocido y por tales sean habidos y te-nidos y les concedemos todas las honrasy preeminencias que deben haber y gozartodos los HijosDalgo y Caballeros deestos Reinos de Castilla según fueros,leyes y costumbres de España —Segundo—Que el pasaje de sus personas, familias ybienes que puedan ser navegables se lesha de suministrar sin que les cuestediligencia alguna —Tercero— Quedepresente se les ha de repartir solares enla Plaza de la nueva ciudad y lugares parachacras y estancia a cada uno de lospobladores, esto se entiende por repar-timiento, quedando a su arbitrio de cadauno el pedir de merced los parajes quepor bien hubieren, como se observó en lapoblación de esta ciudad. —Cuarto— Quese formará una Vaquería en aquelloscampos (recogida de ganados) y a cadavecino y nuevo poblador se le darándoscientas varas para principio de suscrianzas y también cien ovejas. —Quinto—Que se han de poner a costa de S.M. elnúmero de carretas, bueyes y caballosque parezca conveniente según el núme-ro de vecinos que se alistaren para queen comunidad sirvan en todos los menes-teres de acarreos de maderas y materialespara tos edificios que de pronto se fun-daren (construyeren), ayudándoles asímismo con indios costeados (pagadospor el erario), para el corte y conducciónde las maderas. —Sexto— Que tambiéna costa de S.M. se les ayudará con todogénero de herramientas que servirán encomunidad a distribución de la personao personas que S.E. disputare para esteministerio. —Séptimo— Que se les ha deayudar con aquella cantidad de granosque sea competente para semillarse, yque por el primer año han de ser asistidosregularmente con la subsistencia de biz-cocho, yerba y tabaco, sal y ají. [ Estoselementos reputábanse indispensables a

la subsistencia en la región, como com-plemento de la carne. El bizcocho, entanto no hubiera colecta y molienda detrigo. La yerba del Paraguay, bebidauniversal, que completaba con sus vita-minas y alcaloide (mateína), un carácterde dinamoforo y digestivo la dicha dietacárnica. La sal y el ají para condimentar-la (la carne), en vista de que la mismarara vez (sólo en la faena al momento enel campo) era totalmente fresca, sobretodo en época estival, estaba casi siemprealgo abombada, y era necesario el ajípara quitarleel gusto y hacerla comible ] ,que pareciere precisa: como tambiénla carne que se les ha de suministrar porsemanas. —Octavo— Que se les ha deseñalar jurisdicción de terreno compe-tente en que puedan tener sus graseadasy demás faenas de campo y monte.[ Lasgraseadas o graserias y cuereadas, sehacían en ganados cimarrones y en unámbito jurisdiccional de cada población{para no tener conflictos con otras comopermanentemente ocurría entre BuenosAires y Santa Fe, en tierras de EntreRíos), pues se obtenían así materialesde uso y comercio necesarios a la comu-nidad, sobre todo la grasa que se usaba,fundamentalmente como combustiblee iluminante (velas), y aún el cuero usa-do en la construcción de las casas y detodo el utilaje de uso diario en esta ver-dadera cultura o "edad del cuero" en elPlata, como se la ha llamado; desde lasbotas de potro a los noques para guardarel grano o la yerba, techos y puertas delos ranchos, asientos, jergones, aperosdel caballo y de labranza, todo se hacíacon cuero.

La leña para consumo, habida cuentala escasez de grandes montes y árbolescorpulentos, creaba un problema seme-jante. De ahí' la necesidad, también,de fijar lugares o áreas de monteo paracada población ] . Para que en la erecciónde otras nuevas poblaciones tengan sudistrito conocido y amojonado. —Nove-no— Que para gozar de lo referido ycontarse por pobladores y tener el dere-cho de propiedad a la nobleza que S.M.les comunica en la Ley citada y tambiénpara adquirir el derecho de propiedad alas cuadras y solares, chacras y estanciasque se les repartieren, hayan de ser obli-gados a mantener la vecindad por cincoaños precisos, y si alguno la desamparase(abandonare) por convenirle, haya perdi-do lo que así se le repartiere y quede

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en cabeza (en poder) deS.M. para poderlodar y repartir a otras personas, pero ha-biendo mantenido la dicha vecindad eltiempo referido de los cinco años adquie-ran el derecho de propiedad a las tierrasque se les hubieren repartido parapoderlas vender o enajenar. —Décimo—Que también han de ser (estar) exentosde pagar alcabala ni otro derecho demojoneria, ni otro alguno por todo aqueltiempo que S.M. hubiese concedido oconcediere a las familias que están alista-das en España, y las que de aquí pasarenhan de gozar de todo aquello que S.M.hubiese concedido o concediere a lasfamilias europeas por haber de corrercon igualdad en todo, excepto si S.M.hubiere preferido en algo alguna o algu-nas familias por especial privilegio. Ypara que S.M. pueda mas cómodamentecostear lo arriba expresado será muybien y muy del Real agrado que el ca-bildo en nombre de esta muy noble ymuy leal ciudad se esfuerce a servircon algunos efectos y cantidades, queestas se podrán sacar de los repartimien-tos de< cueros hechos para los naviosespañoles e ingleses.. ." etc.

(6) Copia de la carta que el Capitán de Mary Guerra, D. Manuel de Noronha leescribiera al Comandante del destaca-mento, el 11 de diciembre de 1723:Mi comandante nadie podía dudar lavenida de los Castellanos que supuse conalgún fundamento, en esta materia,siempre he entendido había que obser-var las circunstancias que hemos visto ypara tomar la resolución de atacar en esafortificación en que V. Señoría tanto seha desvelado, me parecía imposible porel estado en que ella se encuentra, mascuando se lo intente será gloria de V.Señoría, por el buen suceso que conse-guirán nuestras armas. No hay duda enrecibir aqu í los enfermos que V. Señoríame remita por encontrarme con comodi-dad para tenerlos y darles alimentos.Pero como los muchos enfermos quenuestra fragata ha tenido y "el próximoarribo" tengo ocupada la comodidaddestinada para este fin y los alimentosse han acabado, es motivo de mi repug-nancia, a más que esta fragata está en unpuerto abierto donde debo estar "safo"

y no embarcado para cualquier ocasiónque pudiera acontecer, por cuanto V.Señoría se encuentra aún con algunasobras para la cabal defensa de esa Plaza.Con tan poco tiempo si no pudieraacabar todo en cuanto a lo que respectaa mi gente, aseguro a V. Señoría no falta-ré en continuar mandándola "comohasta aquí lo he hecho", aún cuando meencuentre con bastantes enfermos, per-mitiéndome el tiempo llegar, no faltaré.Pero tenga V. Señoría entendido queantes de la noche se han de recoger abordo de esta fragata, por que así meordena mi reglamento cuya orden seextiende, no sólo para la fajina sinopara cualquier proyecto militar y asíno debo dejar fuera persona alguna quehasta las Ave-Marías no se recoja a bordode esta fragata.

El Capitán Fernando Botelho manda a laorden de V. Señoría con el propósito derecoger a las horas arriba referidas y jun-tamente 4 artilleros que todos han devenir en compañía de dicho capitán,pues como esta fragata se encuentra tanfalta de gente para su defensa que noquiero exponerme a algún sinsabor.Esto es lo que se me ofrece decir a V.Señoría a quien pido me de ocasionesen que le sirva que no faltaré. Conpronta ventura Dios guarde a V. Señoríamuchos años. Fragata Na. Sra.daOliveiraa once de diciembre de 1723.Fragata Nuestra Señora de OliveiraOnce de Diciembre de 1723. Sr. Manuelde Freitas da Fonseca. M° Servidor deV. Sa —D. Manuel HenriquesdeNoronha.Y como leí la dicha carta en presencia detodos los oficiales de Guerra de esta Fra-gata Na. Sra. de Oliveira hago yo de es-cribiente de este término de justificaciónque sobrescribí y firmé con todos lossobre dichos oficiales de Guerra etc.Ignacio Nogueira, Domingo de Vascon-celos, Joao de Mesquita Correa, CarlosMiguel Pimentel, Fernando Botelho,D. Joseph Henriques, Joseph de Moraes.

(Orig. Archivo de Octavio C. Assuncao).

(7) Las divisiones en solares, ejidos y propiosestaban establecidas en las Leyes de In-

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días, al fundarse una ciudad. Los solaresconstituían la planta urbana de laciudad;el ejido era el campo existente a la salidade la ciudad. En el mismo no se podíaplantar ni labrar y era común para todoel vecindario, el que lo utilizaba paraalgunos trabajos agrícolas. Las tierrasde los propios eran destinadas para losarrendamientos, proporcionándoles a losCabildos recursos para atender los gastospúblicos. Las chacras estaban reservadaspara los agricultores. En los ejidos estabaprohibido edificar y plantar y al. igual

que los propios estaban amojonados y enmuchos casos zanjeados.(Intendencia Municipal de Montevideo,"El Cabildo de Montevideo", 1977,recopilado y redactado por Rubén H.Bresciano).

(8) La misma o parecida desconfianza yantagonismo con que Lima, o los in-tereses limeños, habían mirado, en1580, la fundación de Buenos Aires,cuando Garay resolviera "abrir laspuertas a la tierra", aún contrariandola voluntad del Virrey.

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VJuan Antonio

Artigas

"EL VIEJO"

Las vecinas que con rápido paso, agitando los abanicos para refres-carse, avanzaban por la acera de la sombra, cuchichearon al pasar porla puerta de la casona de paredes de piedra y asiento de cal, con el revo-que desconchado en partes.

— Está muy enfermo.

— No ha podido superar su pena.

— Es un viejo hidalgo como ya no hay . . .

— Dios tenga piedad de su alma, ¡es tan bueno!. . .

El sol cae violento sobre ef polvaderal de la calle, arrojando lucesde cromo y sombras violetas.

En el interior hay movimientos extraños al quehacer de la casa.Se aguarda la llegada del Juez Don Luis Jiménez, Alcalde Ordinario dela ciudad y otras personas, algunos amigos de la casa, como don NicolásZamora. Martín José, el buen hijo, se pasea nervioso por la sala. Allá ensu habitación, bajo el dosel del antiguo lecho, en donde nacieran buen

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número de sus hijos, el mismo en que, pero más de un año atrás dierasu alma al Creador su buena Ignacia, la compañera de toda su vida,madre y esposa ejemplar, Juan Antonio Artigas, velados y opacos los ce-lestes ojos por la fiebre y los años, muy delgado su cuerpo curtido porla fatiga de tantos trabajos, yace entre tas sábanas de recio lino crudo.Espera y recuerda. Como a todo anciano ía memoria de lo más antiguose le hace clara y precisa; así desfilan por su mente, como en pantallailuminada por una luz especial, los acontecimientos más lejanos y otrosmás próximos de su vida tan trabajosa, sobre todo desde su llegada aestas playas de Montevideo, donde su existencia definió su rumbo.

Sabe que debe ser preciso en la redacción del documento testamen-tario (i), pero, por encima de todo tiene idea muy exacta, como hom-bre sólido y pragmático que siempre fue, que la hora final se acerca, queestá muy próxima y como cristiano viejo, de convicción arraigada y feprofunda, sabe que pronto deberá rendir cuentas ante el Tribunal de suCreador y ese repaso es, ante todo, un examen de conciencia. . .

Le emocionaba recordar cuando, después del desalojo de los portu-gueses y en 1725, trasladáronse a aquello que no era sino la esperanzade una población, con sus familias, su amada Ignacia, las cuatro niñas(Antonia, Ignacia, María y Catalina); su cuñado mayor SebastiánCarrasco y su mujer Dominga (Rodríguez) con sus niños, Domingo yMaría Josefa; su concuñado Jorge Burgués, aquel buen genovés empren-dedor, la mujer de éste, su cuñada, María Martina, recién casadosentonces. Cuantos sueños e ilusiones traían.

Y los primeros fueron colmados en el reparto de solares que donPedro Millán hiciera a los pobladores, aquel ya lejano 24 de diciembrede 1726, al recibir el solar y cuadra N9 4. Cuánto agradecían al NiñoJesús esa noche, en misa, en la Iglesia-rancho, las bendiciones que derra-maba sobre ellos y a la Inmaculada, su madre, que presidía el rústicoaltar, su intervención.

Al siguiente año, en marzo, el día 12, cuando el mismo señor donPedro, les asignara las chacras junto al arroyo de los Migueletes, suscuatrocientas varas 12a}, entre la de Burgués y la de Carrasco.

Todavía en el año siguiente, de 28, lo más importante, su estanciade Pando, en aquellos barros blancos , que le otorgaron siendo yaCapitán de Vecinos OJ. esa suerte de estancia (4) (5), que fue el centro

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de sus desvelos durante tantos años, donde hubo de levantar ranchadasy aquellos enormes corrales de palo a pique, con pozo exterior, paraencerrar las vacadas cimarronas, bravos bichos de pupilas como brasas,cornamenta enorme, flaqueronas, ágiles y terriblemente agresivas,como los toros de Pamplona, y las yeguadas bagualas, con sus pelosvistosos,1 atronando con el ruido de sus disparadas, cuando sentían eltufo del tigre (jaguar) que se venía desde los montes cercanos de lasriberas del arroyo.

Por último, en 1730, cuando ya era Alcalde de la Santa Herman-dad, aquella segunda chacra de los Migueletes . , .

Alcalde de la Hermandad . . . su primer alto cargo público. Concuánta emoción, recibió de S. .Excelencia el General y Gobernador, donBruno de Zavala, siempre tan afable de maneras y tanto porte y gallar-día, lavara (2b) de justicia que le acreditaba; él. Cabildante, él, Alcaldey recordando a su abuelo José que tantas veces le dijera —sé que tútriunfarás, nieto mío—, las lágrimas llenaron los ojos del viejo memo-rioso. . .

i

Había sido, tres semanas después, el 22 de enero de ese año, paraél tan importante, de 1730, cuando S.E. formara la compañía deCaballos Corazas Españoles de la Dotación de Milicias de la Ciudad deSan Felipe de Montevideo, eligiendo sus hombres entre los vecinos ydesignándolo a él como su Capitán (6).

Poco después, en abril, tuvo oportunidad de mostrar sus cualidadesen el cargo, al ordenársele salir, con una partida de vecinos armados,,a recorrer los campos e impedir las faenas clandestinas, de volteadas,cuereadas y sebeadas que venían llevando adelante, consumiendo de lasvacadas cimarronas, en los rincones de los ríos Yí y San Salvador, unosfaeneros portugueses, changadores (7).

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Un fulano Timóte, que era el que andaba por el Yí, con graseria(8) y un fulano Carneiro, merodeando por el sitio donde se quemaronlos carros de Monzón o).

La misión fue cumplida; leguas y leguas a caballo para perseguira aquellos hombres. Treinta años más seguiría en ello, hasta convertirseen uno de los que mejor conocía el país, un verdadero baqueano (10).

En la primavera de ese año, supo en carne propia de la brutal violen-cia de los indios cuando se levantaban y atacaban en malón, una hordalanzada al galope de sus caballos de guerra, blandiendo lanzas y bolea-doras. Atacaron su estancia de Pando, con la de su compadre José deMitre y la de Gaytán. Qué dura podía ser la vida en aquella tierra tanrica y fértil.

SIGUEN LOS RECUERDOS...

En 1732 le honraron, otra vez, designándolo Alférez Real y Regi-dor Decano del Cabildo de Montevideo. Ostentando ese cargo, debióintervenir en el primer acuerdo de paz con los caciques minuanes y fueél quien trajo a los caciques hasta Montevideo, para su celebración, el22 de marzo.

Como premio a sus afanes, el Cabildo le otorgó una licencia devaquería. Fue ésta, para él, otra experiencia entonces nueva e importante.

Salir a aquellos campos crudos con pastizales de más de un metrode altura que ocultaban casi, por completo a las reses. Seguir el rastrode las toradas, por huellas, entre el monte bajo. Encontrarse ante elespectáculo de las manadas de aquellos animales de cuero casi negro ypeludo, enormes cuernos, secos y huesudos, agresivos, desconfiados y ve-loces casi como venados. El arreo a galope tendido, formando los hom-bres un gran semi-círculo y tratando de embretarlos en la horqueta dedos arroyos. La habilidad de los vaqueros (n) en el manejo del desja-rretador {12), la velocidad con que se desmontaban, degollaban la bestiay volvían a subir de un salto para proseguir la carrera. El tufo acre dela sangre, el sudor de caballos y jinetes, las deyecciones, la polvareda,los mugidos de las bestias, gritos de los hombres, relinchos, batir decascos y pezuñas, el colorido de las ropas, todo hacía de ello una escena

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bárbara, épica, en definitiva, inolvidable. Con los fogones nocturnos y,luego, la faena de los animales. La cuereada y estaqueada de los cuerosy la sebeada, incluyendo el derretir el sebo y la grasa en enormes calde-ros de hierro negro y luego cargar todo en aquellos rústicos carretonesde gigantescas ruedas macizas, tirados por cuatro yuntas de poderososbueyes mansos.

En una función de éstas, participaba una veintena de hombres; perohabía que llevar casi un centenar de cabal los, las boyadas y carros, todo locual significaba un movimiento imponente de gentes y animales.

Así era ese país nuevo, reflexionaba el viejo Capitán: agreste,imponente, vacío, fértil, atrayente y tentador de aventuras. En esacasi total libertad salvaje y la abundancia de carne, que hacían proliferar,cada vez en mayor número, aquellos grupos de hombres sueltos, sincontrol, sin ley ni Dios. Cuidado con ellos; el día que se agavillasen conuno de más luces a su frente, serían capaces de enfrentar y vencer a lastropas de S.M. o las de cualquier potencia extranjera. El ansia de in-dependencia era en ellos demasiado fuerte . . . A su nieto Pepe, esechico blanco y rubio al que él prefería a los otros, quizas por hijo de subuen Martín José, quizás por lo que veía en la inquieta mirada de aque-llos ojos claros, tan iguales a los suyos, quizás le tocaría vivir días muyespeciales sí esos pueblos se rebelaban . . . Quién sabe . . . a lo mejortendría que sujetarlos . . . o ¿sería él quién los acaudillase?.. .

— Oh! la fiebre, esta fiebre que me lleva a soñar cosas extrañas -pensó-debo centrarme sólo en lo mío . . .

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Sonrió. Con el producto de aquella vaquería se construyeron—¿o no se llegaron a hacer?- unos bancos para el Cabildo, tanta era lapobreza de aquel vecindario entonces . . . Recordaba ahora, por asocia-ción de ideas, las festividades de San Felipe, él, a su cargo. Todos loscabildantes y el señor Comandante con sus ropas más lucidas, algunosde golilla, todos con vara. Los estandartes, las imágenes y palios; elseñor Cura y las hermandades —él integró luego siempre la del SantoPatriarca San Francisco— a quien ahora pedía su intercesión para lasalvación eterna de su alma. Y los gremios, con sus comparsas, cantos,bailes y coloridos trajes; los soldados, los indios de Misiones, los escla-vos . . . Estos, sobre todo, cómo gustaban a todos, con el son de sustambores y masacallas . . . Las mujeres rezando el santo rosario, todasvestidas de negro . . .

Por ese año de 1733, que ahora creía recordar como sí todo hubieraacontecido ayer, había nacido Martín José, el predilecto entre sushijos, el mayor de los varones que sobrevivieron. Su orgullo, sin lugar aduda alguna y la persona a quien confiaba sus bienes, como albaceay,en buena medida, la custodia de toda la familia . . .

En 1735, el 1o. de enero según uso, nuevos honores y responsabi-lidades recayeron sobre él. Fue designado Alcalde Provincial. Poco des-pués, en marzo, recuerda haber salido a la campaña para proteger lasestancias, de los faeneros clandestinos, que reunióse con BernardoGaytán y ambas partidas juntas lograron traer a la ciudad dieciséiscarros con cueros, sebo y otras mercaderías decomisadas a los portugue-ses. Recordaba muy bien que el señor Comandante de la Vega hizomerced a cada uno de ellos de un carro con sus ocho bueyes, que muybien le vinieron para su estancia de Pando,

Casi enseguida se declaró la guerra con los portugueses de la Colo-nia que duró hasta el año de 37 en que se hizo la paz. Y él colaboró conlas fuerzas sitiadoras del Gobernador Salcedo, recorriendo las campañaspara impedir que paulistas y lagunistas les dieran su apoyo desde elRío Grande . . . Dos años casi ininterrumpidos sobre el caballo, atra-vesando el país, cuando ya se hacían sentir en su robusto físico losachaques de los cuarenta de edad cumplidos y largos . . .

Fue en el año de 42 que le reeligieron Alcalde Provincial y llevó acabo el recuento del ganado existente en las estancias. Tantos miles ymiles, como había en las de Alzaibar, tan pocos en la suya . . . El

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honrado servicio público, llevado adelante como debe ser, sólo conducea la tranquilidad de conciencia y a la pobreza digna y, si acaso, alreconocimiento de los vecinos y al buen nombre . . . .

Y OTROS MAS.. .

Recuerda haber denunciado, entonces, a los hacendados que prote-gían en sus campos a vagabundos que así decían estar con amos yconchavados, cuando en verdad no eran sino malentretenidossin oficioni beneficio, que vivían hurtando y haciendo otros daños en las chacrasy estancias.

Como aquel tal José Suárez que había querido matar a AntonioXenes y atacado al Juez Manuel Duran e intentado raptar una mujerhonesta de la casa de don Pedro Pereira, para llevarla a los montes comosi fuera una china. Eran esos picaros y matreros que infestaban lascampañas y que ahora llaman gauderios o gauchos . . .

En el 43 le volvieron a elegir Alcalde Provincial . . . Los añossiguientes fueron de mucho trabajo en el campo y las sementeras . . .

Se frunció el ceño del anciano soldado y cabildante, se enarcaronsus cejas y aquellos ojos nublados por las cataratas pareció volvían abrillar en ascuas de fuego, como relámpagos en un cielo azul, como ensus tiempos juveniles . . . Recordaba aquel día de febrero de 1746,cuando lleno de ira y amargura hubo de presentarse ante el Cabildopara denunciar a un mal hombre, un tal Jacinto Morales, entoncesAlcalde de la Hermandad que, en público le imputara de traidor al

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Rey y encubridor de juegos en su casa por interés de las coimas. Aél, justamente, que por fiel servidor de la Corona nunca hiciera fortuna,cuando tantos advenedizos la amasaban de la noche a la mañana, conel juego, el contrabando e ilícito comercio, el abasto, el pan, y tantascosas malas como él había visto crecer junto con la ciudad . . .

Palabras pecaminosas y pesadas que obligaron al Morales a retrac-tarse de ellas ante el Alcalde Don Diego de Mendoza, en sus declaracio-nes y se le halló culpable de calumnias . . .

Al año siguiente comandó, lo recordaba muy claramente, unapartida numerosa de soldados, vecinos y forasteros que persiguió y sacófuera del territorioa los gauderios y ladrones que asolaban las campañas.

En el año de 51, se produjo la gran sublevación de los indiosminuanes, que amenazaban las sementeras, robaron ganado e incendia-ron estancias . . . Salieron a combatirlos, con el Maestre de Campo donManuel Domínguez y el Alférez de Dragones Francisco Piera al mandode las tropas veteranas y él a la de los vecinos, obteniendo una granvictoria, tocándole a él lucida actuación . . . sonrió, y eso a pesar de losaños y achaques; en sus campos de Pando se reunieron en seguro lascaballadas . . . Los Gobernadores V.iana, de Montevideo y el del Plata,don José de Andonaegui, habían destacado a S.M. aquellos servicios. . . con cuánto orgullo, Martín José les leyó a su madre Ignacia y a él,las notas de sus Señorías . . .

Que por el año 53 empezaron las guerras con los rebeldes indios delos pueblos de Misiones, sublevados con el aliento de los Padres de laCompañía, contra el Tratado del año 50 03).

El Gobernador Andonaegui convocó a todos los Capitanes, y él sepresentó.ante el Gobernador Viana, el primero de todos, aunque éstele había excusado por encontrarlo ya imposibilitado por su edad yenfermedad debida a los trabajos que había continuamente padecidoen sus tantas salidas por estas campañas. . . (14).

Todavía en los años de 1760 y 61 había andado recorriendo lacampaña y tuvo la satisfacción de tener como soldados de su Compañíade Vecinos de Montevideo, a sus hijos Martín José, Esteban y JoséAntonio y a ese buen vecino, Felipe Pascual Aznar, que era suegrodel primero de ellos.

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Su' última recorrida por aquellos campos por el año de 63, cuandolas campañas del señor Cevallos contra los portugueses y entonces suquerido Martín José ya era Teniente de su Compañía. En el año de64, le dieron la estancia de Casupá, por sus servicios, pero fue MartínJosé quien tomó posesión de ella.

Teifiía la boca seca, la fiebre subía, estaba cansado, muy cansadode vivir,. . . le abrumaban ahora las fatigas y los esfuerzos de tantosaños, sólo le consolaba no haberlo hecho en vano. Se sentía fundador.Y lo era. Había fundado una familia, casi una estirpe. Había contribui-do a fundar una ciudad y con ella una sociedad y un país . . . Sóloquería cumplir con sus deberes de padre y cristiano y descansar . . .

Un fuerte rumor de voces y de pasos llegaba hasta su puerta:—Con su permiso, padre—, y Martín José la entreabrió y entraron aque-llos caballeros a quienes esperaba. Sus rostros eran graves, de acuerdoa la ocasión. En la Iglesia de San Francisco dieron las cuatro de la tarde,el calor lera agobiante, ni una brisa llegaba desde la bahía, donde losbarcos con sus velas arriadas, parecían pájaros dormitando al sol,apenas mecidos en suavísimo vaivén, un carretón, tirado por dos bueyes,venía desde la Aguada, cargando una enorme pipa llena de preciosolíquido. El muchachón que estaba colgado casi, más que sentado,conduciendo los animales con la picanilla, voceaba, de trecho en trecho:

— Agua, agua fresca!.. .

/ Yo nada podía temer, porque la fuerza

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Notas al Capítulo V

(1) La escena se refiere al Codicilo, extendi-do en 1775 y rio al siguiente:Testamento de Juan Antonio Artigas,fechado en Montevideo el 24 de diciem-bre de 1766. Después de las declara-ciones de práctica sobre su fe católica ysobre estar en su sano juicio, pide se leentierre amortajado en el hábito de SanFrancisco, de cuya hermandad eracofrade, y en su Iglesia. Designa a sulegítima esposa doña Ignacia Carrascoy al mayor de sus hijos varones MartínJosé, como sus albaceas; indica comohijos y herederos legítimos a: Antonia,Ignacia, Catalina, Petrona, María de laEncarnación, Francisca, Martín José,Esteban y José Antonio (con esteúltimo que administraba la estancia deBarros Blancos, da ta sensación que lasrelaciones familiares no eran muybuenas; señala hubo otros hijos peromurieron sin dejar descendencia.Dice se le adeudan cinco años (del 62al 66 inclusive) de su sueldo de SoldadoDragón de la Compañía de D. BrunoMauricio de Zavala, cargo y rango queconserva y encarga a sus albaceas elcobro de esos haberes. Dice también,son sus deudores: Martín Lezcano,pariente de Pedro Lezcano, vecino deMontevideo, a quien le dio efectos enBuenos Aires, $2.800,oo; Joaquín de laSiri $800.oo, en Buenos Aires; LuisJiménez de Montevideo, $87.oo, y queél debe a Jaime Soler $60.oo; a MartínUrquizu $80.oo; a José Más de Ayala $8;a Salvador Barrancos, Capitán de Drago-nes $18.oo; a José Collantes un poncho,cuyo precio no fue ajustado.Dice que "en Zaragoza, de donde soynatural" y "como hijo legítimo de BlasArtigas y María Ordovas, mis padres,vecinos de la sobre dicha ciudad y losque tenían su habitación en la callenombrada Castellana, tengo y me corres-ponden las siguientes posesiones: prime-ramente una casa de vínculo que medejó mi abuslo José Artigas, en laVilla de la Puebla (de A/bortón), ote-pendíente a la misma capital de Zara-goza, la cual casa se componía de dos

altos con balcones de fierro, sita enfrenteda la iglesia de San Sebastián y declaroque dicha casa corresponde a dicho mihijo Martín José, como el mayor de losya dichos varones, con declaración deque así mismo corresponden a los dichosmis hijos aquel haber que me toque departe, por razón de mis herencias paternay materna, las que deben constar de va-rios bienes raíces, como son: viñas,olivar, tierras de pan llevar, etc., en loque sólo somos interesados como here-deros legítimos yo y mi único herma-no, Ignacio, que me dicen haber entrado(en religión) y ser sacerdote, después deestar yo en este país".Dec|ara con respecto a los bienes que po-see con su esposa Ignacia Carrasco, queson todos gananciales por no haber apor-tado ninguno de ellos capital al matri-monio, que en caso de tenerse que hacersolemne inventario de ellos, los manifes-tarán sus albacRas, esposa e hijo, "comoque tienen ellos el suficiente conoci-miento y noticia".

Declara como sus herederos, en partesiguales, a sus nueve hijos, aclarando queaunque María Encarnación ya murióla declara para que lo sean sus herederoslegítimos.Fue otorgado ante Rudesindo Sáenz,subteniente de Infantería y ayudante yfirmó por el otorgante y a su ruego,Nicolás de Zamora, amanuense delCabildo, quien lo escribió en seis fojasútiles, que rubricó.Codicilo • que aumenta, aclara y comple-menta el testamento anterior - otorgadoel 3 de febrero de 1775 (Juan AntonioArtigas falleció en Montevideo el 6 o 7de abril de 1775, siendo sepultado enSan Francisco el día 8, con vara alta yentierro mayor, según hace constar elCura Fel i pe 0 rtega, de la Catedral,constando que murió con todos lossacramentos). (Doña Ignacia, su esposa,había muerto en 1773 y "Artigase! Vie-jo", como se le llamaba cariñosamenteen Montevideo, no pudo resistir, o noquiso sobrevivir, a la pérdida de lacompañera de toda la vida) donde

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señala que su esposa ya es difunta, dicedeber ai Pablo Trías (su yerno) $25.ooy mayor cantidad a su querido yernoManuel Francisco Bermúdez; que suhijo José Antonio deberá rendir cuentaa sus demás herederos (los hermanos ysobrinos de José Antonio) de la pose-sión y producción de la estancia de Pan-do (Barros Blancos) que ha usufructuadoy dispuesto en su beneficio y que en supoder se halla un negro llamado Joaquín(¿sería algo del Joaquín Lenzina queluego fue el "Ansina" compañero delProcer?)1. El Codicilo fue otorgado, afalta de escribano, ante D. Luis Jiménez,Alcalde Ordinario de 1er. voto, firmópor Artigas, Nicolás Zamora y comotestigos, además, Juan Jerpe o Xerpe yJosé González.

(2) a) Vara, medida antigua del sistema deCastilla, se usaba en medidas lineales.desuperficie y de volumen. La vara linealequivale en el Sistema Métrico Decimala metros 0,836, Usada también en otrasprovincias, variaba su longitud.b) Vara de alcalde, bastón de mando.

(3) Significa Capitán de milicias, es decircuerpos voluntarios para defensa, notropas regulares y profesionales o deveteranos.

(4) La suerte de estancia era una superficiede tierra, de forma rectangular, general-mente cruzada o dado fonao con una co-rriente de agua, que ten ía 3.000 varas defrente y 1 legua y media de fondo, esdecir, traducido a medidas actuales, unasuperficie de 1992 Hectáreas 2787metros cuadrados.

(5) Adjudicaciones a Juan Antonio Artigas.

A) Padrón de los solares distribuidosentre los pobladores por D. Pedro Mjllán;24 de diciembre de 1726:"Y luego, calle real en medio, siguiendola ribera ' del puerto, se sigue la cuadranúmero tercero que tan bien fue deli-neada por el Capitán Ingeniero (D.Petrarca) y halló poblada una casa dep/edra cubierta de tejas con ranchos y

oficinas y una huerta con plantas dearboleda de Jorge Burgués quien hatiempo de tres años se halla poblado enella con decreto del Señor Gobernadory Capitán General, por pasado con todasu familia a avecindarse en esta nuevaplanta y le quedó repartida toda la cua-dra de cien varas de cuadro con las de-más. Y luego a su linde, calle real en me-dio, siguiendo siempre la ribera delpuerto hacia la Batería se sigue la cuadradel número cuarto que también fuedelineada por el capitán Ingeniero yrepartida a Juan Antonio Artigas condecreto del Señor Gobernador".

B) Reparto de chacras en la zona delArroyo Miguelete, marzo 12 de 1727y demarcación del Ejido y los Propios:

"Salf de ella {la ciudad) en compañíade Manuel Blanco Araiz de la Lancha delRey, quien con la aguja de marcar (brú-jula), con asistencia de muchos de lospobladores que se hallaron presentes,hizo conocimiento del rumbo a que debecorrer el Ejido que ha de señalar a estadicha ciudad y según el terreno de susituación declaro que de ancho ha detener dicho ejido lo que hay de mar amar, corriendo de la costa de él hasta laribera del puerto siguiendo la quebradade los manantiales y desde dicha quebra-da ha de correr su fondo la vuelta delEste con una legua de largo y lo quehubiere desde el fin de dicha legua hastala mar y deresera de Montevideo chi-quito {el Cerrito) corriendo su dereserahasta el arroyo que llaman de los Migue-letes de Reserva y señalo para defensay propios de esta ciudad en conformi-dad con la ley trece y catorce, libro cuar-to título siete de las recopiladas de In-dias y declaro que estas defensas han decorrer desde la costa de la mar y fin dela legua del Ejido por la falda de Mon-tevideo chiquito (el Cerrito) hasta toparcon dicho arroyo de los Migueletes,por esta parte del Oeste, hasta la riberade la ensenada de este puerto . . . se hade seguir a la suerte de José Gonzálezde Meló, cuatrocientas varas (v. estamedida, en nota 2 de este capítulo) paraJosé Burguez (Burgués) y luego a su lin-

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de ha de entrar Juan Antonio Artigascon otras cuatrocientas ¡/aras y luego a sulinde Sebastián Carrasco con trescientoscincuenta varas".

C) Reparto de estancias en 1728

"En la banda de acá del arroyo Pando,poniendo la aguja (brújula) en una isletade ceibos que está entre el bañado y losmédanos, se encontró una barranca detierra colorada y tosca y allí se hizo unmojón, dándoles a reconocer a los intere-sados qi.e allí estaban que aquellabarranca es el mojón principal que dejoseñalado en dicho Arroyo de Pando ycomo cosa de cien varas del mojón refe-rido está un gran zanjón que lo declaropor seña de dicho mojón y barrancareferida, de esta banda de dicho arroyose midieron treinta varas (tres mil) parael Capitán Juan Antonio Artigas (ya eraCapitán en 1728) 1 suerte" (cada suertetenía 3 mil varas de frente por legua ymedia de fondo, la tierra adentro).

D) Segundo reparto de chacras -Enerode 1730- en dirección al Cerro de Monte-video, desde el Miguelete.

Se le otorgaron, con número ordinal 18,400 varas para el Depositario GeneralJorge Burgués, "y luego (No. 19) a sulindero cuatrocientas varas para el Capi-tán Juan Antonio de Artigas Alcalde dela Santa Hermandad", ". . . y luego a sulindero (No. 20) trescientas cincuentavaras para Sebastián Carrasco". 3e dejabaentre suerte y suerte un callejón de 12varas de ancho "para que sirva de abreva-dero según está ordenado por la Leycitada en Cabeza de Padrón , . . "

(6) Capitán: Juan Antonio ArtigasTeniente: Ramón SoteloAlférez: José de MetrioSargento: Lorenzo CallerosAlférez (reformado): José Burgués.

(7) Changador.El eminente filólogo catalán Joan Co-rominas, en su "Diccionario CríticoEtimológico de Lengua Castellana " (volu-men 11, ch-k, páginas 17/18) dice:

"Changador: arg.-urug., "mozo de cor-del"; significó antiguamente el que sededica a matar animales para sacarprovecho de los cueros y parece extraí-do de changada, cuadrilla de changa-dores dedicada al transporte de cueros,tomado del portugués, ¡angada, "alma-día", por hacerse este transporte enbalsa por los ríos Paraná y Uruguay;la voz portuguesa procede del malayálamcángádam id., lengua dráudica de laIndia. 1a. doc. 1730. Actas del Cabildode Montevideo".

En efecto, changador se aplica no sóloal faenero, sino a un particular faenero,que realiza su tarea para contrabandearu ofrecer su producto en otro punto yque lo hace por su cuenta, actuandocomo patrón.

De acuerdo con una numerosa docu-mentación consultada, principalmentepartes del Corregidor de Santo DomingoSoriano, en las primeras décadas delsiglo XVII I , nos enteramos que elcontrabando de cueros faenados en elinterior, se hace a la Colonia del Sacra-mento, por medio de barcos livianos deun solo palo y almadías (balsas), a losque en esos mismos documentos se dael nombre castellano -pero también deorigen asiático- de champanes. Se utili-zaba para ello los numerosos cursos deagua que desembocan en el Uruguay yel Plata y después por la costa de estosríos hasta el puerto de la Colonia.Es lógico suponer que los portuguesesaplicaron a estas almadías el nombre dejangadas, denominación que aún se lesda en el Paraná y Alto Uruguay y a lospatrones de ellas, su derivado, usualaun hoy día en dicha lengua: jangadei-ro o ¡angadoiro, que habría de hacerseextensivo a todos los patrones que lesvendían cueros de contrabando.El término recogido por los españoles,se transforma fácilmente en changador:jangadoiros = changadores, teniendo encuenta que la " J " con prosodia portu-guesa suena casi igual que la "ch" ,chicheante española.

(8) Timóte dio el nombre al arroyo homóni-mo en el departamento de Florida y

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quedan aún restos de los galpones de sugraseria, en sus cercanías, testimoniohistérico-arqueológico del mayor interés,en campos de la sucesión del Dr. Alejan-dro Gal I i na I Hober, Estancia "SantaClara", Ruta 6.

(9) Monzón fue un accionero de vaquería;los carros a que se refiere eran para eltransporte de cueros y dio su nombreal arroyo del departamento de Soriano,campos de la familia Sáenz Gallinal.

(10} Baqueano, práctico de la tierra, piloto.Generalmente se elegían indios para ello.Reconocían los lugares o "pagos",hasta por el tipo de tierra o el sabor delos pastos y conocían todos los "pasos",picadas en los montes y demás acciden-tes geográficos imprescindibles paramoverse en un país totalmente salvaje.El General Artigas, como Lavalleja yRivera, por ejemplo, fueron grandesbaqueanos, condición característica delos gauchos.

(11) Los "vaqueros" eran los hombres que sededicaban a la vaquería como peones.Semilla misma del gaucho. Criollos,muchos mestizos e indios tapes, forma-ban cuadrillas que se "conchababan"a los españoles o actuaban clandestina-

mente para los portugueses. Hábil ísi-mos jinetes, pasaban casi toda la vidaa campo abierto y usaban con pasmosacapacidad el cuchillo, el lazo y el desja-rretador, de herencia europea, o lash " ' ' ...-.ds de origen indígena.

(12) Desjarretador, media luna de acero ohierro con filo, colocada en el extremo(enastado) de un palo de 1m50 a 2m.aproximadamente de largo, Con ella,desde el caballo y a la carrera se cortabael garrón de una pata (trasera) del vacu-no, que quedaba así sin poder moverse.Por este procedimiento un hombrebien entrenado en su uso, derribaba mu-chos animales en una sola cacería.

(13) Tratado de Madrid, que daba la Coloniaa España y los Siete Pueblos de las Mi-siones Orientales del Alto Uruguay aPortugal, división que provocó la llama-da Guerra Guaran ítica.

(14) En 1753 se hace un censo de ganadovacuno existente en la jurisdicción deMontevideo y Juan Antonio Artigasfigura con 60 cabezas. (Si se comparancon las 4.200 de Manuel Duran o las40.000 de Francisco de Alzaibar, iquépobre era Juan Antonio Artigas despuésde tantos anos de servicios al Rey ytantos sacrificios!).

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Capitán de Caballos Corazas Juan A. Artigas

Bronce - autor Ulrico Habegger Balparda

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VIMartín José

Artigas

EL VELATORIO

Es, la mañana del 9 de abril de 1775. Montevideo se ha vistoconmovido por la noticia del fallecimiento de uno de sus vecinosfundadores y más conspicuos en su trayectoria, como Cabildante,como Capitán de Milicias. El Viejo Artigas ha muerto la vi'spera. Esafigura patriarcal, respetada de todos, característica, señera, con suactitud paternal, severa y bondadosa, tan querida, ha desaparecido. Lascampanas de San Francisco tañen a muerto. En la capilla se levantael túmulo negro con estrellas y galones de plata, los cirios esparcen suluz mortecina y temblequeante, llenando los rincones de sombrasmóviles.; Vaharadas de incienso perfuman y llenan de humo el ambiente,cálido, pesado de presencia humana, silenciosa, recogida, excepción delllanto de las plañideras, que arrebujadas en negros mantos penitencialeshacen coro gemebundo a los rezos de los barbudos frailes envueltos enlas espumosas albas flotantes sobre los rústicos y pardos hábitos talares.

Todos oran por el buen Hermano d) , el viejo Capitán, tan cris-tiano. Junto al túmulo, frente al altar, un hombre de mediana talla, ni

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bajo ni alto, pero de buena estampa, todo vestido de terciopelo negro:chaquetón, armador y calzones. Descubierta la cabeza redonda, de raloscabellos agrisados aunque castaños, afilada la nariz, inquieta la miradade sus ojos, igualmente grises, pálido, sereno, aunque el dolor le marcahondas las ojeras y acentúa el surco de los labios, en un cuasi rictus.Toda la angustia de su espíritu se proyecta en la mano diestra posada,crispada y temblorosa, sobre el hombro del jovencito que está a su lado,junto a otro de mayor edad. Ambos igualmente vestidos de rigurosoluto.

Es el Capitán Martín José Artigas, hijo y albacea del muerto,con sus hijos Nicolás y José (2). Mira el cadáver vestido con el hábitodel Pobrecito de Asís , sobre el cual reposan su espada, la vara deAlcalde y su sombrero e insignias, y recuerda . . .

Su infancia, en aquel Montevideo de intramuros, con más depueblo casi mísero que de fuerte o presidio y ciudad. La juventud entreella y el campo, alternando estudios con tareas rurales, de las más rudasy sacrificadas: los rodeos de ganados casi chucaros, para amadrinarlos,las volteadas épicas, con cuereadas y graserias, las sementeras y cosechas,las entradas de indios bravos.

Su enrolamiento como soldado en las milicias de vecinos, cuandono había cumplido los dieciocho años de su edad. A servir él, junto a supadre, tan admirado y querido siempre. Esa figura familiar, severa ydulce a la vez, austera y bondadosa, que en todo momento constituyerapara él un paradigma: el modelo. Cuan grande el orgullo indisimuladode ambos; cuánta emoción en su actitud al pedirle su bendición, besan-do su mano, rodilla en tierra; cuánta en el abrazo recio que se dieronluego.

Y, al cumplir los veinte, su ingreso en esa Orden Tercera de SanFrancisco, de la que devotos eran él y su santa madre, cuya muerte, dosaños ahora pasados, el Viejo nunca pudiera superar. Los ojos se lenublaron, a pesar de su fortaleza y, en apariencia, fría serenidad.

Cerca suyo estaban, su entrañable amigo y compadre, NicolásZamora, su cuñado, José Villagrán, hombre bondadoso aunque algohipocondríaco de temperamento, también José Torgués, antiguosoldado de su padre y ahora inválido arrimado a su casa (3). El airecada vez más caliente y viciado, se hacía por momentos casi irrespirable.

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Volvió a sumirse en el ayer, como en un antídoto, en una maneradü evasión-comunicación . . . Su boda, en la Matriz, aquel gris día demayo, dieciocho años atrás, ante el Reverendo Dr. Bárrales, su párroco,con su amadísima Francisca Antonia Aznar, hija de aquel bonachón yquerido Felipe Pascual Aznar —Dios le guarde— fallecido meses atrás,viejo soldado que sirviera con su padre y como él, un aragonés rectilí-neo, sobrio y simple, sin las luces ni las ambiciones de éste. Y, por sobretodo, avasallante, como la propia personalidad de ella, le asaltó elrecuerdo de su buena suegra: María Rodríguez Camejo (4). Aquellacanaria exuberante, vivaz, alegre, laboriosa, ahorrativa y más que nadajefa de hogar hasta la médula. Organizadora de la vida de los suyos,criteriosa, capataceando la administración familiar para que los esfuer-zos de los hombres rindieran los mejores frutos, que adoraba a aquellahija de su vejez, dulce Francisca, y que sentía un auténtico amor demadre y un gran respeto por él, ese yerno capaz, de actitud patriarcalya en su juventud, en quien reconocía al hombre de ideas y de acción,de empaque y de mando, de honor y de férrea voluntad: el jefe defamilia por antonomasia.

¡Qué bien se llevaban suegra y yerno! A tal punto que la casa deella y don Felipe, aquella casona solariega, de recias paredes de piedra,en una sola planta, con amplio terreno (5), en la esquina de la calle dela Fuente (luego San Luis y hoy Cerrito) y una calle sin nombre (que sellamaría más tarde de San Benito y hoy es la calle Colón} fue su hogardesde entonces y el centro de su tan feliz vida familiar y donde nacieronsus hijos tan queridos: Martina la regalona, heredera de las dotes de suabuela y su madre; ese reservado y serio Nicolás, que ahora, con quinceaños, estaba a su lado y . . . la mano derecha otra vez se crispó sobre el

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hombro del niño, quien volvió hacia él la mirada penetrante, vivísimae interrogante de sus grandes ojos acelestados, este José, su Pepe. Eseniño rubión, sensible, tan inteligente como inquieto, tan curioso comointrovertido, tan caudillo entre los de su edad, como reservado (sin sernunca tímido), ante los mayores, a los que escuchaba, más con avidezque con mero respeto. Ese predilecto de entrambos abuelos, al que susuegro dejara una capellanía, que esperaba su edad adecuada y al que elViejo Capitán, su padre, ése a quien ahora despedían en el viaje sin re-greso, también distinguía en forma particular, mirándose en él como enla esperanza de su vejez, como si aquel muchacho fuera el predestinadoa cumplir los sueños que él no pudiera materializar.

En esa mezcla de recuerdos alegres y tristes, cuando ya la muertetantos dolores causara a su hogar, evocaba cómo, unos meses atrás, enla estanzuela de don Melchor de Viana, que oficiara de padrino y con lapresencia patriarcal de don Juan Antonio, todavía entonces en bastantebuena salud, en las vísperas de la Navidad de 1774, fueron confirmadossus hijos varones, Nicolás, José, Manuel y Pedro, pues el pequeñoCornelio apenas tenía un año. Cuánta alegría y bullicio por la ceremo-nia cristiana, tan cara a su sencilla y profunda fe.

Con dolido deleite volvía a pensar en su padre, y en aquellaenorme felicidad que el Viejo sintiera cuando a su Martín, a él, le dieranpor vez primera, la vara de Cabildante o Regidor, designándosele Algua-cil Mayor. Tenía apenas veinticinco años, llevaba uno de matrimonio yla vida se presentaba ante él —con su porte severo y, un si es no es, casialtivo, o más bien tan seguro de sí—, como algo a conquistar, etapa poretapa, con esfuerzo, pero sin vacilaciones ni dudas.

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Y . . . ¡las cosas que se pueden recordar en momentos así!. . . suprimer fallo judicial, el perdón que pidió para dos muchachitos quehabían sido presos —el principal culpable, un portugués de la Colonia,se escapó— con una tropilla de yeguas, muías y caballos, en las cercaníasdel Chuy, próximos a pasarlos a tierras de Portugal. Eran tan jóvenes,parecían, tan ingenuos y acaso el quehacer normal de los campos ¿lesdecía que eso estaba mal? La actitud paternal, comprensiva, que parecíaser la esencia del ser de su familia, salió a luz y había pedido el perdónpara ellos . . . Después, en 1761, la elección como Alcalde de la SantaHermandad, ese cargo que, al fundarse la ciudad, ocupara su padre contanto celo y dignidad, a lo que se sucedieron el ascenso a Teniente deMilicias, la designación en el año de 65 como Alcalde Provincial, cargoque ahora y desde enero del 74 ocupa, por segunda vez, en e! 1768 ladignidad de Alférez Real y en el año de 71, el ascenso a Capitán. En ver-dad que eran ya largos e importantes los servicios prestados al país ya la Corona, siendo, a pesar de estar aún en edad florida, uno de los másantiguos regidores y un, en verdad, veterano oficial de milicias deCaballería.

Esto le hizo reflexionar. La situación con el Portugal se agravabadía a día, la guerra era un hecho sin vuelta. Esa guerra que aparecíaperiódicamente como algo inevitable, ese tema que como un ritornelotrágico envolvía el destino de los dos pueblos ibéricos, hermanos desangre, de religión y costumbres y fraternalmente unidos por las íntimasy reiteradas alianzas matrimoniales entre sus príncipes y princesas, encada generación y que cada generación de sus pueblos veía frustrar susesperanzas de paz y unión duraderas, con un nuevo conflicto, en laPenínsuta y en América. Que reencendía pasiones, separaba a loshermanos, traía, como todas las guerras, la desolación, la muerte, lamiseria, el odio, el temor, el dolor, el hambre, la enfermedad . . . . aveces la victoria, muy pocas la gloria . . .

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Todo esto pensaba, recordando, en particular, la campana contralos indios guaraníes de los Siete Pueblos y, muy en especial, por las ac-tuales circunstancias, la de 1762 y 63, las guerras del Señor Don Pedrode Cevallos contra los lusitanos, con el asalto y toma de la Coloniadel Sacramento y del Presidio del Río Grande de San Pedro del Sur. . .

Los rezos terminaban. Un cuchicheo de voces ahogadas fue to-mando su lugar; muchas manos venían a encontrarse con la suya, ensaludo de pésame; las lloronas proferían sus últimos gemidos y sollozospara justificar la tarea concienzudamente cumplida; un rumor de pasosindicaba que las gentes se dirigían, con alivio, a la salida de la capillaen búsqueda del aire, ya que no del sol, ausente ante un techo de nubesbajas, plomizas, torvas en su amenaza de un seguro y pronto chubascootoñal; cálida y pesada la brisa llegada desde la bahía, portando feti-deces varias . . .

SANTA TECLA

27 de febrero de 1776. Cae la tarde sobre el Fuerte de Santa Tecla.El día ha sido bochornoso, casi insorportable la temperatura, que ahora,con una suave virazón del sureste, empieza a descender. Los cincobaluartes están bien compuestos, limpios y alisados los terraplenes detierra, reforzadas las empalizadas y barricadas. Listos los cañones. Le-vantado el rastrillo (6). Todo a pesar que no se ve un enemigo en redon-do, entre los verdes valles y cuchillas circundantes. Se han sacado elganado y las caballadas del corral antiguo para hacerlos pastar y abrevaren la noche, a cubierto de un ataque sorpresivo de las fuerzas del

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Comandante Rafael Pintos Bandeira. Hombre conocido entre losmerodeadores de la raya de frontera, más que oficial de milicias, jefe degauchos, esos temibles hombres sueltos dedicados al contrabando, elabigeato, el asalto a pulperías, el robo de mujeres y el tráfico de caba-llos y muías, que desarrollaban una dura guerra de guerrilllas, con algode horda y mucho de aquellos ancestrales jinetes de la vieja berberíaque señoreaban por tierras de España y Portugal.

Sobre la explanada del baluarte de San Agustín, se recorta unafigura no exenta de señorío, a despecho de su falta de uniforme y elcierto desaliño de sus ropas provocado por el calor de la dura jornadatranscurrida en esa tensa espera. Es su jefe, el Capitán de Milicias deMontevideo, don Martín José Artigas. Cuarentón, apuesto, delgado yde buena contextura muscular, algo echado a los ojos el tricornio, parahacer sombra a los ojos de modo de mejor poder mirar a lo lejos desdesu atalaya.. Perfilado, un pie sobre la banqueta de piedra, cerca de unapieza de artillería, viste chaqueta y chaleco de bayetón azul —ambosdesprendidos— calzón de tripe (7) también azul, cinto de ante con suporta espadas, botas altas, granaderas, de cuero flexible. La camisa debretaña (8), abierta, deja ver sus puños con cribos por los de la chaquetay aquellas dos manos nervudas, aunque no rústicas que, con ciertaparsimonia golosa, abren una caja de tabaco en polvo, de aspa con finossoajes de plata. Toma una pulgarada, se la lleva a la nariz, afilada y algoaguileña, más bien pronunciada, sorbe, estornuda, guarda la rapetera,en una bolsa de fino descarne, colgante del cinto a modo de escarcela olimosnera y vuelve a mirar a lo lejos, y a reflexionar, en un repaso men-tal, como gusta hacer con frecuencia, de los hechos de los últimostiempos.

Bisiesto, tenía que ser ese año de 76, para presentarse tan difícilcon esa guerra . . . Y él metido en ella. No era la primera, no señor, yciertamente no sería la última, si Dios guardaba su alma de ésta. . .

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El sol caía a sus espaldas, alargando frente a él su propia sombra,la de la batería y de una enorme higuera tuna que predominaba el paisa-je cercano. Todo parecía tan sereno a esa hora, los rumores del campose acallaban y ni el grito alerta de los teros indicaba movimiento algunoextraño, aunque todos esperan un inminente ataque de los portugueses.

Después de la muerte de su querido padre, el viejo Capitán, MartínJosé aceptó el encargo de organizar y comandar un convoy de carretaspara traer auxilios .en armas, municiones, víveres, ropas y gentes a laguarnición de Santa Tecla, visto el desarrollo de los acontecimientosbeligerantes con Portugal. Dos viajes había hecho hasta allí, el primeroredondo, soportando los rigores de un crudo invierno, superando pasosdesbordados, lodazales que hacían enterrar los pesados vehículos hastalos ejes, lluvias torrenciales que impedían hacer buenos fogones noc-turnos, heladas terribles que arriesgaban la vida de hombres y anima-les. Habían sido jornadas durísimas, sin sosiego ni descanso. Siempresobre el caballo, o en continuo trajín para evitar problemas o accidentes.

En el segundo viaje, mucho mejor pues fue veraniego el tiempo, él,con hombres de las milicias que le acompañaban, quedaron en el fuerteal que llegaron el 4 de enero, reforzando su guarnición y a la espera deesos acontecimientos bélicos que ahora parecían inminentes.

La noche ha cerrado sin novedades. La tropa descansa en losranchos del fuerte de Santa Tecla; sólo los guardias siguen sus rondaspor los paseos en lo alto de los baluartes, protegidos por las estacadas ybarricadas a modo de parapetos. Son las tres del día 28 de febrero delaño del Señor de 1776. Una patrulla de caballería, de las que guardabande los ganados fuera del fuerte, advierte la presencia de un "bombero"o espía portugués y avisa, después de darle la voz de alto, descerra-jarle un tiro e intentar, infructuosamente, detenerlo. Se inició, enton-ces, el movimiento previsto en el plan de defensa, que consistía en pri-mer término en recoger las caballadas de reserva y ganados de abastoencerrándolos en el gran corral contiguo a la fortaleza. Al intentarlo,fueron rechazados por nutrido fuego de los enemigos, que iniciaban suofensiva a la fortaleza, amparados en las sombras.

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Hubo ataques y contraataques. Los defensores consiguieron recogercincuenta caballos en el corral, pero lo más de las caballadas de reserva,la boyada de las carretas del Rey, que condujera el Capitán Artigas—una cincuentena de animales— y los ganados de los1 indios tapesmisioneros que trabajaban en las obras, todos fueron copados porlos portugueses; estos llevaron a cabo varios avances, siendo repelidos,y desalojados, en algunos casos, por fuerzas salidas de Santa Tecla o porlos tiros de cañón, principalmente de los baluartes de San Miguel y deSan Agustín, el que comandaba el Capitán Artigas.

Hubo, igualmente, intercambio de misivas entre el ComandanteLuis Ramírez y Rafael Pintos Bándeira. Este siempre insistiendo en larendición, aquél firme en la defensa del puesto encargado a su mando ycustodia. Y hasta un encuentro entre los dos capellanes. Los buenosoficios para lograr un alto a las hostilidades y negociaciones, son tanviejos como la misma guerra que el hombre en su tosudez bárbara hainventado. Lo divertido del encuentro de los dos frailes, es el contenidode las quejas del español. Pide a su colega que cesen las bufonadasgroseras de los sitiadores a los sitiados, que insistían entre palabrasgruesas, según relata la crónica coetánea, en bajarse los calzones ymostrarles el trasero. En todos los tiempos se han cocido habas . . .como señala el viejo refrán.

El día 17 de marzo, como casi todos los de esta época de climaideal en nuestro país, amaneció claro y sereno. A poco de amanecerunos jinetes portugueses bajaron a la carrera, hasta el sitio de la granhiguera tuna para llevarse un caballo que allí estaba; se les hizo unafuerte descarga de fusilería, lo que les sacó la ¡dea, pues se retiraronmás rápido de lo que bajaron.

El Comandante Ramírez dispuso entonces una salida del fuerte afin de cortar forraje para los caballos y pocos animales de consumorestantes., Formaron para salir, cincuenta hombres de infantería ydragones desmontados, divididos en dos partidas de veinticinco hom-bres cada una, la primera bajo el mando del Sub-Teniente de Infante-ría don José Joaquín de Viana (hijo del Mariscal y ex-Gobernador deMontevideo) y la segunda por el Sargento Juan Caballero, a los queacompañaban veinte hombres de milicias (verdaderos gauchos) e indiostapes vaqueros, a caballo, al mando del Capitán Martín José Artigas.

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Salieron en tres columnas y marcharon hasta un gran bajo dondelos buenos pastos altos aseguraban su propósito de recoger forraje.Al l í se apostó la infantería y los milicianos e indios empezaron a cortarel pasto y embolsarlo al par que sus propios animales aún enfrenados,pastaban el abundante gramillal. En ese momento los portuguesesatacaron con violencia a la caballería. Martín José Artigas, puso enretirada en orden a sus hombres, ayudado por el fuego bien calibrado ynutrido de la infantería, hasta que, llegado Ramírez al lugar de lasacciones, ordenó detener la retirada de la caballería y avanzar la infan-tería, esto es, dar frente al enemigo. Visto lo cual, éste se retiró y asíse consiguió el regreso al fuerte, de las partidas, sin experimentar des-gracia alguna y cumplido el propósito de cargar el forraje.

El 24 de marzo, una semana después y cumplido un mes del sitio,la situación de los sitiados se hacía insostenible; hecho recuento de bas-timentos de boca, se concluyó que alcanzaban para cinco o seis días.Ya no había forma de abrevar y alimentar los caballos que les queda-ban. Tan estrecho se había vuelto el cerco.

En este estado de cosas, habiendo sido dado como rehén de buenafe a los portugueses el Sub-Teniente de Viana, se empezaron a pactarlas capitulaciones. Las que se establecieron en su redacción definitiva, elsiguiente día 25. Por ellas se respetaba la vida de todos los sitiados,permitiéndoseles salir, con toda la tropa y llevando sus efectos, gozandoésta de los honores de la guerra. Así lo efectuaron el día 26, saliendopor la puerta del fuerte, con todas sus armas, con doce cartuchoscada hombre, a tambor batiente, con la bandera o estandarte desplega-do y mecha de cañón encendida. Les escoltaban las seis carretas del Rey,una de ellas bien entoldada con cueros y quincho de paja, a efectos detrasladar sus avíos hasta Montevideo. Se les dieron, por parte de losportugueses 150 caballos para la marcha y 20 reses para su sustento (9).

Martín José Artigas iba, erguido sobre su caballo, terciado el pon-cho de seda veraniego, golpeando su espada contra las caronas de sulomillo, algo inclinado el sombrero gacho o chambergo de paño negro,firmemente cerrados sus labios finos, con la mirada aparentementeperdida en el horizonte lejano hacia el rumbo suroeste. Sólo los aguja-zos de las espuelas de plata que se sujetaban en los calcañares de susbotas granaderas, sacando sangre de los flancos de un buen caballitozaino colorado que montaba y que a cada toque amenazaba con un bo-te, contenido por su mano firme de buen jinete, sólo esos agujazos de-mostraban su estado de ánimo interior. . .

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Varios paisanos e indios, que cabalgaban cerca suyo, le miraban yse miraban entre sí, asombrados de verlo descompuesto, a él, un hom-bre siempre sereno y reflexivo, pero comprendían sus sentimientos.También ellos sentían el gusto amargo, el sabor de cenizas en la boca.

Martín José Artigas, los miraba, a su vez, de rabillo de ojo:

- Tal vez sean estos hombres, los hijos de la tierra, los destinadosa lavar estas afrentas, de expulsar al intruso y poner en segundad yfijar las fronteras. A él, como a su padre, les había tocado intentarlo,pero en vano . . .

Tome de mi un ejemplo: obre y calle,que al fin nuestras operaciones

se regularán por el cálculode los prudentes.

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Notas al Capítulo VI

(1Í El Capitán Juan Antonio Artigas, su es-posa y su hijo Martín José, eran Herma-nos o Cofrades de la Orden Tercera deSan Francisco.

(2) Martín José Artigas casó con FranciscaAznar Rodríguez, hija legítima de Feli-pe Pascual Aznar y María RodríguezCamejo, en la Iglesia Matriz de Monte-video, el 23 de mayo de 1757, siendotestigos Nicolás Zamora, Blas Mendo-za "y otros muchos". Tuvieron lossiguiente hijos: Martina Antonia el 4 denoviembre de 1758, bautizada por elcura Bárrales el día 7, siendo sus padri-nos José Escobar y María de la Encar-nación Artigas (sus tíos); José Nicolás(llamado siempre Nicolás) el 8 de se-tiembre de -1760 bautizado por elmismo cura el día 17, siendo sus padri-nos también los mismos; José Gervasio(llamado siempre Pepe o José, a secas)el 19 de junio de 1764, bautizado igualque sus hermanos, en la Matriz, el día21, por el Tte. Cura Dr. Pedro García,siendo padrino Nicolás Zamora; ManuelFrancisco, el 21 de julio de 1769, bauti-zado el día 24 por el Dr. José ManuelPérez Castellano, siendo sus padrinosFrancisco Bermúdez e Ignacia Artigas(abuelos de Miguel y Manuel Barreiro,amigos del Procer, que tanto sirvieronla causa artiguista y patriota); PedroÁngel, el 28 de junio de 1771, bautizadotambién por Pérez Castellano el Io dejulio, siendo sus padrinos Ángel Rodrí-guez y Josefa de la Sierra; finalmente,Cornelio Cipriano, el 15 de setiembrede 1773, bautizado el día 18 por elP. Felipe Ortega, siendo padrino elmismo Ángel Rodríguez. Agregamosque ya está fuera de toda duda el lugarde nacimiento del Gral. Artigas, enMontevideo, esquina de las calles Colóny Cerrito y que se le llamó José portradición familiar y Gervasio por ser el19 de junio el día de los Santos Gervasioy Protasio. Por último, cabe acotar quesu madre, Francisca Antonia Aznar, enrealidad —y pese a que siempre usó talapellido, segundo de su padre, a veces

con diferencia de grafía, como Arnal,Asnal o Arnat— se llamaba FranciscaAntonia Pascual Rodríguez, pues su pa-dre Felipe era hijo de Jacinto AntonioPascual, —hijo a su vez, de Jacinto Pas-cual- y de María Aznar, hija de Fran-cisco Aznar,

(31 Estos, son personajes que luego estaránligados a la vida del Gral. José Artigas:Villagrán era el padre de su esposa (y sutío político) Rafaela Villagrán y elTcrgués u Otorgues, que aqu í se mencio-na, padre de Fernando Otorgues quefuera uno de sus lugartenientes en laguerra de la Emancipación.

(4| María Rodríguez Camejo era una po-bladora canaria, llegada a Montevideoen 1729 con su primer esposo FranciscoRuiz; con cuatro hijos, viuda joven aún,casó con Felipe Pascual A2nar, soldadoaragonés de nacimiento, menor que ella,un hombre sencillo, fuerte, trabajador,humilde y de recia apostura. Con éltuvo esa sola hija, Francisca, su predilec-ta, la imagen de la madre, que fue suentrañable compañera hasta su muertey, no sólo la heredera de sus bienes,sino también de esas particulares funcio-nes de administradora del patrimoniofamiliar, y madre de nuestro Procer.

(5) Lo forman, en definitiva, tres solares,con un área total de cincuenta varas(m. 41,75) de frente por setenta ycinco (m. 62,63) de fondo, en la esquinade las hoy calles Cerrito y Colón, conuna casita anexa, también de piedra,donde vivían los suegros de MartínJosé, desde 1767 en adelante. Esa es laverdadera casa natal del Héroe, sin dudasde especie alguna y remitimos al lectoral minucioso trabajo al respecto de JuanA. Gadea del 14 de junio de 1974 enSuplemento Especia!, publicado por elEjército Nacional (Departamento deEstudios Históricos del Estado Mayordel Ejército) apartado del Boletín

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Histórico del Ejército N*> 132 • 135(Tercera edición), en el cual la describeasi':"La casa no era amplia. Tampoco podíallamársele bella. Pero resultaba cómoda"."En 1832, en que le fue adjudicada a lahija primogénita Martina Antonia, laacción del tiempo ya le había causadodeterioros, pero mantenía todavía cu-biertos sus gruesos muros de piedray firme su alargado techo de teja, a dosaguas, de aleros rasantes, techo cuyaconstrucción había demandado en sulejana época —y vaya el detalle para losque gustan de cifras exactas— el empleode 5.000 tejas, sin una más ni unamenos ".

"De acuerdo a su orientación en aque-lla esquina, la casa recibía el embatede los vientos del sur, por la parte desu mojinete, proyectado hacia la calleSan Luis (Cerrito hoy y anteriormentellamada de la Fuente) y por la partedel frontis propiamente dicho, proyecta-do a su vez hacia la calle San Benito(Colón hoy y anteriormente sin nombre)la bañaban desde el amanecer los rayosdel sol".

"En este frente se abrían dos pequeñasventanas' sin rejas, flanqueando a distan-cia proporcionada la principal abertura,o sea la que, en su lengua/e corrien te, losfamiliares denominaban desde vieja datacon cierto énfasis "portal de entrada".Sus dinteles [sic. Se refiere a los umbra-les ] se apoyaban sobre un escalón depiedra. Hacia la esquina se abría lasegunda pu erta, también con su escalón "."Construidas en un solo cuerpo, la casaalargaba allí su planta rectangular deunas 18 varas de largo [ m. 15,03] por6 y media de ancho [ m. 5,4275 J. te-niendo una altura de 3 varas [m. 2,52]hasta los aleros y 5 [ m. 4,18 ] hasta lacumbrera. En esta planta se contabantres piezas corridas, también con deno-minación propia en el lenguaje familiar,o sean "el cuarto esquina", "la sala" y"el cuarto dormitorio"."Entre e/primero y la segunda se mante-nía interiormente la separación de am-bientes mediante una divisoria de adobe,y entre ésta y el último cuarto, rea/izaba

igual objetivo otra divisoria en la que seabría una abertura con marco, sinbatientes. La sala que no era otra cosaque el comedor [ sic. No compartimos eíaserto de Gadea; en esta época no existíael comedor como tal, y sí la sala o estra-do ] , comunicaba a la calle por el "portalde entrada' y recibía la luz también poruna de las ven tan ¡tas (ventana a la calle)ya mencionadas. La segunda ventanacorrespondía al "cuarto dormitorio",que además tenía otra en opuesto senti-do (¿o sería una puerta?), con vista algran patio, sin corredor, (¿no tendríaalero?), todo pavimentado de piedraloza y hacia el cual sólo se tenía salidadesde las dos piezas primeramente men-cionadas ".

"En este patio se veía implantado haciala parte de la calle San Luis (hoy Cerrito),el llamado "cuarto de los viejos", paracuya construcción contribuyó con losmateria/es correspondientes Martín JoséArtigas, según lo ha comprobado ya ellector en ios documentos fotografiadosque exhibimos en este trabajo"."En el mismo patio, situada frente al"cuarto dormitorio", del que distabaunas pocas varas, estaba la cocina,lugar de estar de la familia, como todaslas de su tiempo, y donde a la horadel asado confraternizaban en ruedacordial amos y esclavos. Era bastanteamplia y disponía de un fogón conestribadero, campana y chimenea. Teníacomo únicas aberturas una puerta y unaventanita. Sobre sus paredes de piedra,reposaba un techo armado con 18tijeras [vigas de madera ] y cubierto con800 tejas. Tal era en sus principalescaracterísticas la casa de Artigas".

(6) Rastrillo, verja levadiza a la puerta dealgunas plazas de armas.

(7) Tripe, especie de terciopelo basto delana o esparto.

(8) Bretaña, lienzo fino del lugar homónimo.

(9) La información del sitio y rendiciónque hemos dado en el relato, provienedel "Diario de lo acaezido en el Fuerte

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de Santa Tecla Posesionado por SMC espresa la Capitulación que Inclué.(Su Majestad Católica) en el Abanze prinzipiado en 28 de Febrero: y Dexado

echo á el por los Basaltos de S.M.F. (Su en 28 de Marzo de 1776".Majestad Fidelísima) entregado por (Archivo Artigas, Tomo 1, pgs. 331aquellos a estos en los términos que y sgtes.).

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VIIUna Vida

Aventuresca

POR TIERRAS SORIANAS

La luna riela sobre las plácidas aguas del Uruguay, que lame laancha y larga extensión del arenal grande o playa de la Graseada ID.El monte criollo se recorta contra el límpido horizonte, como un desi-gual encaje negro, deshilacliado y roto en partes, lleno de formas suge-rentes que semejan, ya un brazo descarnado, ya una mano nudosa dededos implorantes. El movimiento ágil de algún pequeño animal, sacu-de por un momento los juncales y una brisa suave, casi imperceptible,mueve apenas las hirsutas, densas, matas de paja brava. Sólo el rezongobronco de un tigre, merodeando de lejos, al olor excitante de la sangrey la grasa, productos de la volteada, rompe el silencio, poblado decantos de ranas y grillos nocheros y hace el efecto de una corrienteeléctrica entre la caballada, encerrada en un muy rústico corral de paloa pique: las orejas apuntando nerviosamente, las narinas dilatadas,amedrentados los ojos, repentinamente bañados en sudor, lanzandocortos y sordos relinchos, entre movimientos histéricos de vaivén,agrupamiento y mutua.protección.

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En un claro del monte, cerca de la playa, bajo la enorme ramazónde un higuerón de copa asombrillada y raíces tortuosas como un nidalde serpientes, un fogón amplio, donde el braserío va amenazando extin-guirse, entre la indiferencia general por la calidez de la hermosa nocheque preludia el ya cerca verano. Hay una ancha rueda de hombres, ensu torno, deformada por la preferencias de cada uno, que se sientan,acuclillados, o se recuestan displicentes, sobre cabezas vacunas —calvasy de ornamental cornamenta- o sobre sus propios recados de montarusando los cojinillos y pelegos, de colores vivos y espesas lanas, comoalmohadas o cojines. Un pedazo de carne asada pende aún del fierroclavado junto a las brasas. Varios perros, de hirsuta pelambre, pardosy barcinos, grandes, con mucho de mastines, dormitan o roen, por gulao juego, bien saciada el hambre, algún hueso totalmente mondo.

Un hombrón, cubiertos cráneo y cara por una maraña de pelos,sobresaliendo apenas entre ella una roja nariz y no menos rojos pómulosy labios; brillando los ojillos, bajo las cejas igualmente pobladas; echadohacia la nuca un sombrerito, corto de ala y copa, en un inverosímil yridículo equilibrio, indefinible de color y material; gran pañuelo dehierbas <2> de golilla; abierta y arremangada la rústica camisa de algo-dón dudosamente blancuzca, mostrando así que el vello, espeso yoscuro, era cosa total en su anatomía; envueltos, pelvis y muslos en ungran chiripá, amarillento, de ponchillo a pata (3) y enfundadas laspiernas en unas toscas y mal sobadas botas de garrón (4), abiertas desdeel medio pie, dejando al descubierto los dedos, ennegrecidos y deformesde estribar entre ellos, con más de garra de loro barranquero o extremi-dad de antropoide que de pie humano.

Acuclillado, literalmente sentado sobre sus talones, se inclina sobreel fuego, lo sopla y aviva con un palito, a efectos de recalentar el aguade una jarrita o calderilla de cobre batido, panzona, abollada y con una

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sola asa (5). Mientras ello iocurre, ensilla (6) el mate que, un momentoantes yacía olvidado contra un tronquito, a su lado. Con una habilidady delicadeza, impropias de sus manazas rústicas, anida la negra y lustro-sa galleta en la izquierda y con la derecha, saca la bombilla de latón,lo hace bostear, da vuelta la yerba, vuelve a clavar la bombilla, se aco-moda el pecho, escupe, por la izquierda, le pone un poco de agua, prue-ba el tiraje y, entonces sí, lo llenadel líquido y luego empieza a sorberlo,solemne, con aire goloso y satisfecho con su obra.

Cuatro congéneres, igualmentesiniestra la apariencia, rancíoel tufo,colorido y desaliñado el aspecto, semejantes las pelambres, aunquea alguno le cae el cabello en larga trenza a la espalda y otro lo embolsaen el pañuelo atado al cráneo (a la corsaria o marinera), usando unacarona como carpeta, juegan a la brisca (juego de naipes) con un mazode barajas en estado realmente crítico. Una limeta de caña, ambarina,lanza tentadores reflejos golpeada por la luna, pronta a ser besada aturno por los cuatro. Siguen jugando, pero han dejado de cantar tantosa gritos^ blasfemar o burlarse unos de otros, para escuchar. Recostadocontra el gran tronco, entrecerrados los ojos, un pajilla, de alas anchasy quebradas, echado sobre la frente, largas las crenchas, poco pobladala barba y el bigote, un aro de oro brillando pendiente del lóbulo de suoreja derecha, metido en un ponchito de verano, ni azul, ni gris, niverde, cruzada la pierna, cubierta la mitad inferior del cuerpo por unchiripá de bayeta colorada, puesto de mantilla o a lo tape, largos loscalzoncillos con cribos (o puntilla), tapándole las botas de potro, bajaslas cañas a los tobillos, un cantor pulsa una guitarrita de cinco órdeneso tiple,,y cantaren falsete, alargando y levantando los finales, entrerasguidos rápidos y acordes, unas coplas o romance (7):

¿Es posible Cantaritoque hayas venido de día?El Capitán del Saladopara vos ha puesto espías.¿Qué importa que el Capitán • '•ponga espías para mísi yo vengo destinadoal Carrizal a morir. . .

Cerca de él como tres esfinges, hieráticos, fijos los ojos en el cantor,sin parpadear, tres jóvenes indios. Dos eran tapes de los pueblos deMisiones, tenían el cabello recogido en una trenza a la espalda; uno

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gastaba un viejo y desteñido gorro de manga <8); ambos, camisasbastas de algodón de la tierra, tejido burdamente, y chiripas, también dejerga, en pata desnuda; el primero fumaba, cachaciento, en un viejopito de barro, colgándole al cuello de un tiento, a modo de amuleto,un diente de yacaré. El tercer indio era un charrúa, de rostro achatado ycolor oliva oscuro, sobre la cabeza, recogido el cabello en un extrañomoño, un sombrero panza e' burra <9), el torso desnudo, mezcladostatuajes y costurones de heridas, chiripá cortón, de poncho veraniego,entre las piernas, desnudas también; un cinto de tirador, punteadode monedas y adornado de mostacillas (io), sobre una faja de tejidomulticolor y las boleadoras, rodeándole la cintura. A su lado un vistosoponcho pampa agenciado quién sabe cómo. Más allá, otro faenero,un mocetón de unos veinte años, cabellos rojizos y ojos claros, tanexóticamente vestido como los anteriores, le sacaba punta, por haceralgo, mediante el fi lo de un cuchillo de marca mayor que desenvainarade su cintura, a un trozo de madera. Acostado sobre un recado, chapea-do y lujoso, envuelto en un poncho de vicuña, la cabeza en un pañuelode seda roja, vistiendo calzón corto de tripe azul, calzoncillos flecudosy botas, bien sobadas, de ternera, dormitaba, o aparentaba hacerlo,quien parecía ser el jefe del heterogéneo grupo, afeitadas la pera ymejillas como el bigote, el sombrero de fina pajilla, colgando por elbarbijo-de una rama cercana.

Entre él y el cantor, recostado sobre un lado, escuchando a éstecon atención, casi inquisidora la mirada de unos ojos claros, gris-celeste,mirada que pareci'a atravesar la oscuridad de la noche y la de las almashumanas, tan penetrante y fuerte era, un casi niño. Delgado pero decontextura precozmente atléttca, a despecho de una estatura apenas

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mediana, castaños leonados los cabellos, abundantes, recogidos a lanuca en iuna trenza breve, camisa y chaleco, calzón corto y unas flexi-bles botas de gatoc\-\) sobadas como guantes, las manos fuertes y del-gadas jugueteaban con las hebillas de su cinto, que se había quitado,para más comodidad al dormir, junto a su buen cuchillo, mediano, depuño con gavilán en S. Se Mama José Artigas, aunque todos le dicenPepe; tiene apenas quince años cumplidos de edad; ha dejado pocos me-ses ha el hogar paterno y siendo, como es, un hijo y nieto de regidoresde Montevideo, anda por esos campos semi-salvajes, haciendo vida degaucho, aunque no pueda decirse que no tenga ni oficio ni beneficio H2).

¿Por qué esta vida, en lugar de la cómoda y segura, entre los murosde Montevideo o en los campos familiares de sus cercanías? Ni él mismolo sabe de seguro. Es un imaginativo, un inquieto, por ahora anhelacambios/algo distinto, conocer, ver, sobre todo a la gente (13), esa gentedel campo, sin ilustración alguna, que no conoce más reloj que el sol,más libro que el cielo y su experiencia, más motivo de solaz que la liber-tad del caballo, el hartazgo de carne y, a ocasiones, la pasión fugaz poruna china (i4).Sin destino y sin metas, teniendo sólo el horizonte porlímite a su libre vaguear; sin bienes y sin hogar, siendo los que moviliza-ban toda la economía de la región, esa economía basada en la vaqueríacimarrona, sin ningún arreglo a normas, condición pastoril casi bár-bara. . .

Claro que el joven Artigas no comprende todavía tantas cosas conesa claridad, pero muchas las intuye y le inquietan aún más, son comobrasas secretas que van prendiendo en su interior, preparando con sordalentitud, pero sin pausa, un futuro estallido, un hondo incendio futuro.Porque es sí, un inquieto, pero también un reflexivo; tiene siemprenecesidad de hacer algo, de moverse en distintas direcciones, pero a lavez lo hace con aparente parsimonia, llena de una especie de energíacontenida. A despecho de su edad, tan corta, no levanta la voz, sólogrita en el arreo, es parco de gestos y no muy conversador, pero cuandohabla, a los hombres ya grandes y duchos, trasijados por la vida, lessorprende por su lenguaje culto, casi refinado, pero más que eso, porsus observaciones, siempre agudas, siempre penetrantes como su miradamisma.

Hay algo de magnético en sus ojos, en esa cabeza noble de frentedespejada, cejas no demasiado pobladas, nariz clásica y boca de labiosfinos, apenas dorado el superior por un fino bozo rubio. Los indios lo

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quieren con fidelidad instintiva, con esa cosa pura de las culturas sim-ples, sin dobleces ni alambicamientos. Para ellos hay un espíritu enaquel joven, algo trascendente, que no precisa explicación; él, será,ciertamente, para ellos, un payé {15) o un cacique, un jefe de hom-bres, cuando él, a su vez, lo sea.

Hace unos meses que se vino, que dejó el encierro de los murosmontevideanos, para entregarse a esa libertad salvaje de la antiguaBanda Oriental, cumplimentada con esa abundancia de ganados, queintegran el par constituyente básico de la cultura del país. Ese aúnindefinido país—frontera, distinto de todo, de marcada individualidaden la América española y, desde luego, ajeno a la portuguesa, no puedeser comprendido ni estudiado, si no se parte de ese binomio libertadsalvaje-carne-en-abundancia,. que es la explicación de sus esencias,razones y sinrazones de su íntimo ser y quehacer. Se vino a los camposde su pariente, el Procurador del Cabildo de Soriano, Patricio JoséGadea, saliéndose del estrecho marco familiar, del corsé de piedradel Montevideo amurallado, de aquella capellanía, que más que comouna promesa, pendía sobre él como una amenaza a su personalidad:—Sacerdote él! Los respetaba, era creyente de corazón, pero no sentíala menor vocación por el sacerdocio, no estaba aún seguro de cuáles,pero sí de que muy otras eran sus miras V futuro— reflexionaba, mien-tras una casi sonrisa encendía luces en sus ojos entrecerrados, al escucharlos bravios versos del cantor, recordando, simultáneamente, sus díasinfantiles, sus estudios en el Colegio de San Bernardino, en que losbuenos franciscanos tantas cosas útiles le enseñaban y ponían especialempeño en que se esmerara en leer mucho y bien y escribir con buenaortografía y prolija forma, soñando, ellos también, como su abuelomaterno, que estaban preparando un siervo de! Señor, un futuro co-lega. . .

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Y él andaba de correrías y aventuras; templando su cuerpo, cadavez más fuerte y vigoroso, cada vez más hábil con el lazo, las boleadoraso el desjarretador, cada vez mejor jinete —había que ver cómo se leapilaba a un bagual— entre la cariñosa admiración y aliento de aquelloshombres sencillos y templando su alma. Sobre todo adquiriendo expe-riencia, experiencia de vida, conocimiento de sus gentes. El no lo sabía,ni lo intuía entonces, pero estaba destinado a ser profeta de su nación,a darle movimiento con su pensamiento, verbo y acción y para ello eranecesario, imprescindible, que viviera así, mezclado con su pueblo,compartiendo su quehacer diario, la dureza de las faenas, la realidad desus probíemas, reconociendo sus virtudes y profesando sus carencias.Estaba forjándose, como una buena hoja de acero a la acción alternadadel fuego, candente y el agua, helada.

Cuando el filo de su carácter estuviera listo para la gran tarea,él iniciaría su vida pública en el servicio de la patria y esto sería, aldoblar su, actual edad, como el Profeta de nuestra religión, como aquelMesías que fue carpintero en Judea, al pisar el umbral de su trigésimotercer año de vida. Entretanto, ahora, había andado de vaquerías porlos montes del Queguay, donde se uniera con ellos aquel joven charrúa,gran bombero y excepcional baqueano, como aquellos tapes de lospueblos de Misiones; de ellos aprendía, día a día, los secretos parareconocer un pago o descubrir la presencia de gentes en un lugar, porlos detalles más sutiles: gusto del agua o del pasto, inclinación de losárboles al viento, calidad del terreno, en el primer caso; estado de lospastos, señales en el suelo o en la vegetación, olores, en el segundo.

Ahora terminaban una gran volteada, con ganados arreados desde elnorte: cuereada y sebeada; pronto, changadores de las islas del Paraná,vendrían en busca de los productos para cargarlos en sus almadías.Habrían de marchar, entonces, para recibir una gran cantidad de muías,y algunas yeguas y caballos, del otro lado, en las bajas tierras entre-rrianas de monte áspero, animales de las grandes reservas de don PanchoCandiotti, llamado el Príncipe de los Gauchos, un hombre joven enaquel tiempo, de llamativa estampa y carácter, con quien le llegaría aunir amistad grande. Luego, otra vez el arreo, del Arapey al Norte y,en particular, por las tierras misioneras y paraguayas. Ya soñaba conese gran viaje hasta aquella imantada laguna de Ipacaray, llena deleyendas, entre palmares, en aquellas cálidas tierras, tan rojas como lasangre misma.

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Esa gente que formaba el abigarrado grupo, representaba, fielmen-te, a la población trashumante que constituía el núcleo rural de la viejaBanda Oriental, la gauchería original. Dos de los que jugaban a las cartaseran portugueses, es decir nacidos en la extensa y casi desierta Provinciadel Río Grande de San Pedro del Sur, uno de Viamao, el otro del Presi-dio de Río Grande mismo, como aquel hombrón que sorbía filosóficoel mate, que era riopardista. Había un cordobés, el más florido en eljuego y un paraguay, que era su compinche o aparcero. El jefe delgrupo era tan oriental como el propio Artigas, sorianense por más datos;el muchacho que sacaba punta al palito era un entrerriano, pero na-ción de origen. En cuanto al cantor, era uno de aquellos hombres-misterio, extrovertido en la charla general, ocurrente y buen relator desucedidos, pero impenetrable respecto de si mismo; su edad difícilde establecer, aunque parec/a pasar de los treinta. Cuando se le pregun-taba donde era nacido, donde residía habitualmente, de qué servía yquien podía dar razón de él, como más de una vez hicieran las partidas,su rostro ancho y varioloso, con claros indicios de ser mestizo o, quizás,un zambo muy claro, se quebraba en mil arrugas, agrandaba la boca enuna gran sonrisa y enseñando blancos y agudos dientes de carnívoro,dec ía:

—Si pues, nací en el país; transito por el campo a la voz de gaucho; mitecho es el cielo grande y mi cama la tierra buena; cuando preciso unacamisa o un poncho, me conchavo; cuando los tengo, me paseo 06); notengo más amigos que mi caballo y mi perro.

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LA VARA DE ALCALDE PROVINCIAL

Es el día de los Santos Reyes, 6 de enero, del recién iniciado añode 1781; las murallas de piedra de San Felipe de Montevideo, mohosas,llenas deiorín y bastante deterioradas —casi ruinosas en tantas partes-parecen iieverberar en un día realmente canicular; de las aguas bastantesucias y fétidas, se desprende como un vaho, compitiendo con el hedorque se eleva de los fosos, más allá del portón de San Pedro. Ni una brisallega del sur, sobre cuyas negras piedras costeras, desnudas y brillantespor la pronunciada bajante; algunas gaviotas, agobiadas, abren sus picosy graznan, como airadas.

El cielo es una perfecta bóveda de cerúleo color, deslumbrantecomo si la hubieran pulido, apenas salpicada por una vaporosa mota dealgodón, que hace soñar a algún optimista con un futuro chubasco queacabe con la canícula.

En el recinto del ilustre Cabildo y Cárcel, hay un desacostumbradobullicio, colgaduras y pendones, servidores y regidores que van y vienen,en medio y a pesar del bochorno, trajeados con sus mejores galas, seaprestan a participar de una ceremonia tradicional en la fecha. Genteci-llas del pueblo, curiosas, se agolpan sobre el espacio de la plaza, donde elsol recorta sombras violetas y parece hacer hervir el suelo convertidoen un polvaderal. Un mendigo, envuelto en los harapos de un ponchocribado de tiempos y vicisitudes e ignoto color, quitándose el sombrero—con ¡guales virtudes y textura— que cubría apenas su coronilla, haapostado su cabaüejo, flaquerón, grabado por mataduras y herido degarrapatas y violencias humanas varias, cerca de la entrada, con la inten-ción de obtener algo, de aquellos señores, en tan señalado día para ellos;al igual que un grupo bullicioso de harrapiezos que poco caso hacen delos sudorosos guardias de la puerta, enfundados en uniformes totalmen-te inadecuados al tiempo reinante, polainas, calzones, chaleco, chaque-ta, tricornio, correajes y fusil de piedra con bayoneta de cubo, mediante.

Entre los asistentes, entre aquellos que van a recibir de Su Excelen-cia el Señor Gobernador, las varas e investiduras de sus cargos, seencuentra don Martín José Artigas, su vestimenta toda en negro, blancala gola de encajes y los puños de su camisa, asomando por las bocaman-gas de la levita, ceñido y corto el calzón, medias de seda y brillanteshebillas de plata en los zapatos. Está de cabeza descubierta y pasaun pañuelo de seda fina por su frente ancha de incipiente calvicie,

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sus finos cabellos castaños cada vez más grises en las sienes. Va a serdesignado por tercera vez, honor y prueba de confianza realmente muygrandes hacia su persona, como Alcalde Provincial. Siente que, dealgún modo, su vida ha culminado; ha llegado a lo más que puede aspi-rar un criollo, sin noble origen y bienes regulares, en el servicio del Rey,en el marco cachaciento y rutinario de la administración colonial. Esuno de los regidores que más años lleva y más funciones y cargos hadesempeñado, siempre con general beneplácito. Su reelección ha sidounánime; su parecer es respetado por todos; su carrera de armas, limita-da también por su carácter de oficial de milicias, ha sido extensa y hon-rosa: mantiene su grado de Capitán y se le confían, habitualmente,misiones de especial confianza; como vecino es muy apreciado por losde mayor alcurnia y por la generalidad; su consejo requerido y decontinuo se le nombra tasador de bienes o buen componedor de disputasentre herederos. La familia, unida y laboriosa, vive a su alrededor, enuna estructura patriarcal que heredara de sus padres, teniendo a sumujer como fiel y puntual administradora de los gastos de todos, comole enseñara su bendita suegra —Dios la tenga a su lado-. Se sientesatisfecho, con una pizca de sano orgullo, sin dejo aíguno de vanidad,que desconoce su formación austera y profundamente cristiana.

Viene pensando en hacer obras en las casas de la estancia del Sau-ce, propiedad de su Francisca, con la intención que todos pasen allí lomás del año, para lo cual es necesario levantar una nueva vivienda, decal y canto, con buenas techumbres y acomodos. Una sola sombra velasu espíritu. No es un disgusto. Es una natural inquietud de padre. Suhijo Pepe, el predilecto de los abuelos, está lejos. Ese que él en el fondo

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de su corazón paterno, que deseaba ser justo e igual para todos, tambiénprefería, quizás por ser el que más se le parece físicamente, o por esacosa honda, como una nota de melancolía ante lo que vendrá, que siem-pre le pareció ver en la mirada del niño, el más inteligente y vivaz detodos, aunque siempre tan suave, casi dulce en las maneras, circunspec-to, podría decirse.

Ese Pepe, tan querido, movido por el impulso de esa imaginaciónsuya -esa loca de la casa, como le llamara Santa Teresa— que siemprele tenía en alerta, como un ave prontaa elevarse hacia el cielo, habíalevantado vuelo dejando el nido natal. Quien sabe dónde andaría ahora;lo sabía trajinando las más duras y riesgosas tareas camperas, no las dela labor, más o menos ruda y rutinaria, de la chacra o la estancia organi-zada que ya conocía desde niño, sino esas otras, mucho más difíciles,mezcla de deporte atlético, de tremenda acción dinámica, con riesgosmortales ciertos, la acechanza de los tigres o los indios bravos o alzados,los propios gauchos y gauderios que cumplían esas funciones, hombresde cuchillo siempre pronto, hoscos, de reacciones imprevisibles a pocoque un excitante externo, la vanidad, el alcohol, una mujer, íes afectara.Las toradas cimarronas, agresivas y fieras, las no menos fieras baguala-das, permanente peligro para quien transitara aquellos campos vacíos.

El sudor se le había helado, a despecho del calor, en las sienes yen la espalda. Ni sacerdote de Cristo ni cabildante sería, ciertamente,su Pepe, ni soldado. . . ¡quién sabe!, soldado podría serlo, la dureza de

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físico, la solidez de carácter que estaba adquiriendo, la energía vitalque tenía, a despecho de su apariencia más bien linfática, su naturaldominio o atracción simpática sobre los que le estaban próximos,todas eran virtudes para un futuro oficial de campaña. . . ¡quién sabe!— se repetía— no sea él, el militar, el jefe, que no logramos llegar a ser,ni su abuelo ni yo. . . iquién sabe!. . . Y sintió que la tensión anterior,que se le había cerrado como una tenaza en la nuca, aflojaba. . .

Un murmullo mayor y, luego, el silencio de todos, convergenteslas miradas hacia la portada interior de la sala, le sacó de su ensimisma-miento. Acababan de entrar Su Excelencia, el señor Gobernador y elRegidor Decano. La ceremonia iba a comenzar..

yo presento ahora unos hombrescomprometidos por la necesidad.

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Notas del Capítulo VII

(1) Creemos conveniente recordar aquí, loque respecto del nombre de la históricaplaya, señalara don Leonardo Daníeríen un interesante trabajo sobre el par-ticular.

(Revista Histórica, Tomo XI I , Primera

Época, 1924, pg. 689 y sig.L

"Solamente dos escritores han dado unainterpretación del nombre del paraje:Ordoñana y Berra. Opina el primero,que fue propietario del lugar despuésde 1860, en sus "Con ferencías", a Iseñalar el origen de los nombres de estacosta, que lo toman de los primerospobladores estables: Chaparro, Polonio,Ruiz, Gutiérrez. Hace excepción de la"Agraciada", que manifiesta provenirde una chinita a quien el P. Larrosabautizara en ese punto. Según Berra,no es admisible otra interpretación quela general, apoyándose en documentosdel siglo XVIII, que no señala, que leha exhibido el señor Domingo Ordoña-na".

"Cronológicamente, según los datosobtenidos, tendríamos como nombres:"Gradan, Graceada, Graciada, Graseada,Gracia y Agraciada". ¿Cuál de estosnombres seria el original?"."Se sabe bien que habiendo sido desem-barcados en las Vacas los primeros gana-dos, fue allí y en toda esa región, dondeal principio fueron más abundantes; seexplica, pues que una playa tan extensacomo la del Arenal Grande, haya sidode las primeras elegidas, por su proximi-dad y por sus condiciones para canchade matanza".

"Allí en la rinconada de la playa y delarroyo fueron establecidos los primerosbarracones para almacenar los cuerosy envasar la grasa, de allí, lógicamente,proviene el nombre: el arroyo de la"Graseada", la "Graseada" del ArenalGrande, transformado después en laGraceada, la Graciada, y por último enla "Agraciada "como todos conocemos".Como se puede comprobar una muyinteresante y documentada hipótesissobre la etimología de la histórica playa

que inmortalizaron los Treinta y Treshéroes de Lavalleja.

(2) "Pañuelo de hierbas". Decíase, en cam-paña, del pañuelo estampado en flores devarios colores.

(3) Poncho apala o "a pala". Hecho en telarcon "pala". De lanilla de color natural ovicuña, a listas más claras y oscuras y,por extensión cualquier poncho castañoo amarronado claro con rayas amarillen-tas.

(4) Botas de garrón o de potro. Consistenbásicamente en el tubo de cuero sacadode las extremidades posteriores (patas)de caballares o vacunos. Para obtenerlose hacen dos cortes transversales en elanimal muerto, como en el muslo,lo más arriba posible, el otro en la piernapoco más arriba del pichico (cualquierade las falanges de los dedos de un animal).Se quita tironeándolo y dándole vueltade arriba abajo. Se hace necesario, lamayor parte de las veces para una extrac-ción correcta, ir aflojando o despren-diendo con el cuchillo y la mano, el cue-ro de los tejidos subcutáneos y cortarlelos vasos o pezuñas al animal, para queel tubo de cuero salga perfectamente.Sacados ambos tubos con el pelo haciaadentro y la superficie intersticial haciaafuera, la primera operación a cumplir,mientras se halla fresco, incluso moján-dolo, es despojarlos de lodos los restosde tejido subcutáneo, raspándolos cui-dadosamente con el cuchillo y tironeán-dolos con los dedos que actúan como

. pinzas. Esta operación es la que se llamadescarne. Luego torna a darse vueltael tubo de cuero dejándolo otra vez conel pefo hacia afuera. Sí va a ser despojadode éste, como ocurría en la mayoría delos casos, la operación que sigue es ladenominada lonjeado. Se hnce mante-niéndolo bien mojado y afeitando elpeto con el filo de un cuchillito (varíjeroo capador) muy bien afilado y siguiendola dirección del pelo, es decir "alpelo" yno a "contra pelo".

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(Fernando O. Assuncao, "El Gaucho"Torno II , pág. 50 v sgtes.)

(5) Calderita de tropero. Durante toda taépoca colonial y también avanzado elsiglo XIX, fue de uso universal en lacampaña, para calentar el agua para elmate, una calderilla de cobre batido,de una sola pieza, con asa del mismometal, parecida a un jarrito o teteri-lla más que a una caldera, que normal-mente eran, en la península hispánica,chocolateras, de fabricación catalana,aunque muchas veces los artesanos quelas hacían eran gitanos de la región deAndalucía.

Estas calderitas de tropero, el últimoejemplar humano de la tipología ruralque podemos considerar heredero debuena parte del bagaje cultural del gau-cho, formaron parte de las pilchas oajuar personal, en esa suerte de hogarambulante que él mismo y su caballoconstituían, en su austera economíavital. Integrando el funcional menaje,junto al chifle y el vaso o chambao,el cuchillo y el mate, ía calderita ibacolgada de la barriguera de la cincha.

(6) "Bastear" el mate es la operación dequitarle algo de yerba para facilitarla operación siguiente, "ensillar" elmate, que equivale a agregarle un pocode yerba nueva para "componerlo"o mejorar su apariencia, exactamentecomo se puede hacer poniendo unrecadito cantor o un chapeado sobre uncaballo mediocre, que ayuda a tapar susdefectos y mejorar su aspecto. Tam-bién se dice "arreglarle la cara al mate".(Fernando Assuncao, "El Mate", ARCA,Montevideo, 1967-pág. 52).

(7) Sobre el dibujo del antiguo cantar cople-ro español, que servía al relato de hechoso sucedidos, en especial hazañas de gua-pos y valentones, sé organizó la "cifra"criolla, destinada, igualmente, a contarepisodios de neto corte de gauchería.Los versos que siguen, auténtico relatoparlante de un sucedido, del romancede "Cantarito", 1u«ron recogidos porJuan Alfonso Carrizo en la Argentina y

por Fernando O. Assuncao en el Uruguay,éste último a Luis Sosa, en Mercedes,el 30 de mayo de 1965.

(8) Gorro de pisón, de manga o frigio. Fuede frecuente uso, de acuerdo a la docu-mentación manejada, este tipo de tocadomasculino consistente en una especiede cono o tronco de cono, de tela gruesay basta (lana, tripe, bayeta, punto) de uncolor fuerte (rojo, verde, azul) y ribetea-do o forrado en contraste vivo, cuyoorigen hay que buscarlo precisamente,en aquel antiguo pueblo de Asia que leprestó el nombre (los frigios), de exten-dido uso en Grecia y Roma y en lasvarias culturas marineras del Mediterrá-neo europeo, retomado, con caráctersimbólico, por los revolucionarios fran-ceses que derrotaron a Luis XVI, re-lacionado con la idea de libertad.

(9) Sombrero "panza e'burra". Este sombre-ro, que por mucho tiempo ha sido consi-derado entre quienes no han hechoestudios científicos y menos comparadossobre estos ternas, como un atributopropio, característico y caracterizantedel gaucho rioplatense, especialmenteen la época de las independencias nacio-nales y que nosotros hemos encontradoen uso en la América española desdeMéxico a Chile y al que hemos definidoen sus orígenes, como herencia culturaleuropea, particularmente de los arrierosy acemileros de Asturias y León, recibesu nombre por el material con el que sele confeccionaba. Este material se obte-nía cortando en redondo el cuero, dela barriga de las burras, normalmente decolor blanco o blanquizco. Luego, esteredondel de cuero, con pelo, de formaya naturalmente abombada, se colocabasobre el extremo de un poste, estirándoloy moldeándolo, hasta darle formacónica y se 'e ataba un tiento en redon-do, para mantener esa forma y se le do-blaba el borde de manera de formarleel ala, que siempre era angosta e irregu-larmente cambrada.

Después de seco, como la bota de potro,todo era cuestión de ir amoldándolo conel uso. Debido a la brevedad de las alas

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si: 11 salín generalmente volcado sobre lafrente y c;l barbijo, quu también era decuurtj, habituolmente tejido de finosliemos de potrillo, se llevaba sujeto haciaatrás do la cabeza (de retranca), o dehajodi! la nariz.(remando O. Assuncao, "Pilchas Crio-llas", pg. 88!.

(10) El cinto de nuestra gente rural, changa-dores, gauderios, gauchos, hacendados,peones, etc., tiene, como casi todas laspilchas 'de su JSO, origen en el viejomundo y en antiguas culturas.Precisamente una antigua tradición pe-ninsular, de origen arábico, la de losfinos trabajos en cuero curtido, conocidoscomo marroquinería, con el agregadode verdaderos bordados en hilos de color(que aquí en el Plata y ya en plena Edaddel Cuero del siglo XVIII, serían susti-tuidos por finos tientos de cuero crudode potrillo) daría bases artesanales deespecial interés a los tiradores, hechosen cueros finos, tafiletes, gamuzas oante, etc., de colores combinados, recor-tados y sobrepuestos y con dibujosfinamente realizados con tientos tambiénteñidos, siguiendo la mencionada tradi-ción. A veces al cuero también se lepintaba, sobre todo, motivos fitomor-fos (flores y hojas) en colores vivos.Otra vertiente cultural, hispánica y pro-vinciana, la de la pasamanería y artedel bordado, vino a coadyuvar en laespectacular confección de tiradores.

(11) Botas de gato. Hemos descrito amplia-mente en la anterior nota número 4, lasbotas de potro o de garrón. Las hubotambién de vacuno, las cuales era famaque resultaban más flexibles y hermosasque las de potro y otras, por ejemplo,hechas con el cuero enterizo de gato(montes o pajero), también con ef peloo sin él, o hechos con las patas de pumao de tigre (jaguar). Estas variantes eranpredilectas entre los indios (charrúas,minuanes, tapes, pampas, tehuelches)más que entre los gauchos, aunqueéstos también las usaran, a veces, porlujo o por fantasear.

(12) Respecto de la etimología de la palabragaucho, hay un interesante trabajo dedon Juan Escayola publicado en laRevista "Cimarrón", Año I, N* 5, abril25 de 1936, pg. 9. Por su parte, uno delos autores, Fernando O. Assuncao, hallegado en su libro "El Gaucho" TomoII , pg. 549 y sgtes. a las siguientes con-clusiones: "Del valor que se dio al vocabloen los diccionarios castellanos, del signi-ficado y la ortografía provenzal, y delsignificado en francés y su origen etimo-lógico, concluímos que la semántica encastellano sí bien fue por alabeado,también debió ser por "desviado", por"decadente", desde que declivis tieneese valor, por, en una palabra; "Malinclinado", "descarriado" o "cimarrón",o "vagabundo", "montaraz", en sentidofigurado, aplicación perfectamente lógicacon respecto al tipo y que coincide conla línea de los calificativos que se le apli-caron, incluso "gauderio".En realidad la línea semántica en caste-llano, que corresponde tota/mente conel francés, natural y figurado, es la si-guiente de acuerdo con la sinonimia:gaucho - el defecto de una superficiegaucha - gaucha - declivis - declive odeclivio - declinación o decadencia(de una raza o de un tipo),declive - desviación - descarrío - extravío- de malas inclinaciones o costumbres,desviarse • vagar • senderear-desenca-minar".

(13) La historia de nuestro país y la historiade su prototipo humano, el gaucho, es lahistoria del ganado mayor. Negado a lasverdes praderas baldías del oriente delPlata antes que los colonos y fundadoresde pueblos. El desarrollo descomunal queellos alcanzaron entre 1611-17 (ingresosde ganados por Hernandarías) y desde1620 (por la diáspora provocada desdelas Misiones Jesuíticas del Alto Uruguayy Paraná), hasta 1680 (fundación de laI a Colonia del Sacramento), justifica laprecipitación de grupos de hombressueltos de los más diversos orígenesregionales o no, y/o racial-culturales, quehan de dedicarse a la explotación, endiversas etapas de dicha riqueza: cue-

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readas, sebeadas, arreos de vacunos, decaballares y mulares; comercio lícito oilícito de los animales o de aquellosproductos.Por el oeste la vaquería, realizada porgentes de la región litoral occidental(porteños, santafecinos, entrerrianos),por el este el siempre profundo avanceportugués, originado en el caminar porla hinterland en el proceso bandeirante-paulísta, con sus arrieros de ganados ycontrabandistas. Por el oeste el comerciode las muías, vía Córdoba hacia Lima,por el este el comercio ilícito de lasmuías, vía Colonia— San Pablo a MinasGerais.

Se va modelando a través de estas acti-vidades la fisonomía de la realidadsocio-económica de la región y de losdiversos tipos que la sirven, que se com-plementan y se amalgaman entre sí.Todos precipitan sobre el mismo ricoterritorio de las cuchillas verdes de lasinvernadas naturales de la Banda Orien-tal, poseen un mismo objetivo, la depre-dación ganadera, caracteres, costumbresy hábitos de vida similares, un casi igualorigen étnico europeo, con idénticainterpolación y colaboración sanguínea ycultural de los elementos indígenas,locales y circundantes, y el aporte,circunstancial y periódico, de desertoresmilitares y, sobre todo de la marinería debarcos llegados a nuestros puertos.Entre ellos se definen los mismos tiposespecializados de cuyas habilidades ycualidades, todos tienen algo: el bombe-ro, que es el custodio de tropas o defrutos de laiaena (cueros,sebo};centinelaavisor de milicianos o de indios cimarro-nes. El baqueano, práctico o piloto de latierra, profundo conocedor de la misma,con un prolijo mapa de pasosy accidentes

naturales, escondrijos y aguadas, grabadoindeleblemente en su retina, en su olfatoy hasta en su gusto (diferenciar por elsabor del pasto de distintos sitios). Eldomador, aunque casi cada uno de elloslo era, capaz de convertir, en pocashoras, al más salvaje de los potros, enun animal suficientemente amansadocomo para relativo, aunque siempreriesgoso, uso de andar.Todos estos tipos se van a agrupartambién, o a "agregarse", a la primitivaestancia, la que hemos dado en llamar"estancia cimarrona". Que no era unestablecimiento para criar y engordarganados, sino para juntarlos y agruparlos,y cuyas condiciones básicas, para ello,eran la existencia de buenas aguadas yde rincones u horquetas naturales, dondeacorralar esos ganados que eran de diver-sas procedencias.

Las "casas" no eran tales, sino unosmíseros ranchos de fdjina y techo depaja y cueros.

(Fernando 0. Assuncao "Artigas y losgauchos" in Artigas, Revista de laAsociación Patriótica del Uruguay, Junio19 de 1977).

(14) Sirvienta o "agregada" y manceba,india o mestiza, en el lenguaje colonial.Equivalente a mujer de vida desarreglada,fácil o libre, en nuestro campo, en laépoca.

(15) Sacerdote, brujo, caudillo, para losguaraníes.

(16) Frase tomada, casi literal, de las decla-raciones de Venancio Benavídez en unsumario de su juventud (V. "El Gaucho",Fernando O. Assuncao, Tomo I, pg. 313y sgtes.)

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VIIIHacia

la definiciónde una vida

UN GRAN AMOR

El sol cae casi a plomo sobre la quieta y escueta Villa de Santo Do-mingo Soriano, esa población de misterioso origen y asentamiento, conalgo de reducción de indios en su etapa prologal y un mucho de factoría,de un fecundo si que irregular —tanto público como ilícito— comercio,a varias puntas: con las Misiones, con los portugueses de la Colonia delSacramento, con Buenos Aires, con Santa Fe y hasta con Montevideo yel Brasil, igualmente portugués entonces. Comercio tras el que se recor-taba, entre otras menores —como una silueta en contraluz— la figura deun personaje nimbado de los colores extraños de la leyenda: Ei Chatred i . Contrapartida oriental de aquel Pancho Candiotti, de Santa Fe yEntre Ríos, llamado El Príncipe de los Gauchos. Al parecer un peti-metre a la criolla, de vida aventurera, comerciante de gran volumen,con relaciones tanto con la administración de Misiones, como con Cabil-dantes y Gobernadores, extraperlistas portugueses, registreros, monse-ñores y una larga y, a veces, poco clara lista de etcéteras.

iSanto Domingo Soriano, un sitio de paso, un nudo de rutas, una

encrucijada de caminos, de gentes, de vidas. Donde eran vecinos dearraigo y pro, de influencia más allá de toda discusión, los Gadea.

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Es la sacramental hora de la siesta. Apenas, si rompen el silenciototal, el zumbido de las moscas y el cloqueo de una gallina sedienta, queescarba nerviosa entre la tierra arenosa y las piedrecillas de la llamadacalle principal. Ancho polvaderal, sin calzar, flanqueado, a trechos irre-gulares, por ranchos de adobe y techo pajizo y un par de casas de alba-ñilería de ladrillos y techo de tejas.

Frente a una de ellas, sujeto a un elemental palenque, hecho conun solo tronco_rústico de curupay, provisto de un argollón de hierro ori-noso, el caballejo de un descuidado, se adormita insolándose, bajo elpeso de recado y peludos cojinillos y el bochorno del sol de la primerahora de la tarde. Ni perros se ven u oyen, dormidos al amparo de cual-quier ángulo de sombra. Todo es calma. El aire parece dorado y lleno depequeñas partículas de polvo como miríadas de minúsculos astros de unamicro galaxia.

La sola nota de frescor y real vida, la da la multiverde presencia deuna avanzada del monte natural, entorno del cercano río, que seextiende y adelanta, corno telón de fondo, a un lado de la breve pobla-ción.

Es la siesta y todos duermen. Isabel, no.

Está ansiosa, nerviosa, desasosegada.

En la penumbra de la sala de su vivienda —rancho también—más modesta que acomodada, reposando en una bastante desvencijadasilla de brazos, de asiento y respaldo de suela ennegrecida por el uso; elvolado en cribos de su camisa, blanquísimo, deslumbrante, destacabaaún más la belleza de sus redondeados hombros y hermoso escote, tersala piel morena, ligeramente aceitunada, mate, apenas irisada por peque-ñas gotas de sudor, como su rostro y cuello. La mata bravfa de su cabe-Ijera, renegrida, en ligero desorden, semi suelto el moño, dejando enlibertad pequeños rizos rebeldes en la nuca. Entreabiertos los labios,gordezuelos, frutales y entrecerrados los párpados pesados, velados porespesas pestañas ocultando sus ojos no muy grandes, pardos, intensos.Sólo la leve acentuación de sus ojeras, un aumento apenas de la redon-dez de sus formas, rotundas, y ese desasosiego, que no la dejaba, acusabasu estado: estaba grávida (2).

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Su creciente inquietud del momento obedecía, más bien, a otrascausas, espirituales y no físicas. Sabía que su amado Artigas, el hombreque ocupaba todos sus pensamientos, que trastornara su corazón, que,sin proponérselo, sólo por ser él, le había hecho olvidar cualquier otrosentimiento o deber, incluso las conveniencias sociales; tan bueno consus hijos; tan paternal, firme y suave, a pesar de su juventud, tan tiernoy considerado con ella, volvía. Ciertamente estaba por llegar, de acuer-do a las noticias que le adelantaran. Amor, gratitud, pasión, admiraciónrayana en la adoración, tales los sentimientos y estados de ánimo que laagitaban cada vez que pensaba en él. Tan apuesto y gentil de maneras,nada rústico ni zafio, como solían serlo los hombres de la recia campaña.Jamás una palabra grosera o una blasfemia salían desús labios. Nunca lavoz levantada. Siempre reposada la actitud, pero trasmitiendo fuerzacada uno de sus gestos, fuerza interior, tan intensa como el brillo, enaje-nante para ella, de aquellos ojos claros, que podían ser de acero, metáli-cos y terribles cuando afrontaba un peligro o sabía de un doblez o unatraición; de una profunda ternura, casi melancólica, cuando dialogabacon quienes apreciaba o quería; o que despedían, por momentos, luces,como pequeñas estrellas, cuando el arrebato de la pasión encendía lossentidos de su cuerpo joven.

Como habitualmente, había marchado para las faenas de la prima-vera. Desde Misiones, al Queguay y el Arapey, sabía que había andadofaenando, tropeando, comprando yerba, recibiendo mercaderías paraEl Chatre. Ignoraba por tanto, su situación. No sabía que iba a serpadre. Una sonrisa jugueteó en sus labios y su mano diestra, con el levepañuelo con que se enjugaba cada tanto frente y cuello, se posó sobresu vientre, como tratando de sentir la vida que allí latía.

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No sabía por qué, pero soñaba, desde que lo supo, que llevaba ensu seno la semilla de un héroe. Ella presentía que estaba desposada,era la novia, o como los demás quieran llamarla, de alguien preparadopara un destino grande y grave: era la mujer de un profeta. Una hoja enla tormenta. Tal vez el instrumento de un sino que no lograba alcanzar.Pero no le importaba. No le importaba cuando le tenía cerca. Se sentíatan segura en su presencia.

Como para no pensar así. Sólo el prestigio personal y el respetoque inspiraba. Sólo la condición de pariente de los Gadea, que eranseñores, realmente, del pueblo y su relación con el legendario Chatre.Sólo esos imponderables que pesan tanto para las gentes sencillas, perotambién para las pequeñas autoridades locales, regidores, cura, jefe demilicias, pudieron silenciar toda voz de escándalo, evitar represalias,provocar consecuencias negativas O Í , conocida públicamente su relación.Todos la toleraban, con condescendiente silencio, cuando no tácito ysimpático apoyo. Faltaba ver cómo recibirían ahora la noticia de su ma-ternidad. . .

Estas y muchas otras ideas, recuerdos y sentires encontrados,bullían en su cabeza y agitaban su corazón. Claro que sin alambicamien-tos ni retórica. Simples, sencillos, como su propia personalidad. Era unamujer de temple, que había enfrentado problemas, carencias y doloresen su vida, que estaba alcanzando la plenitud de la treintena de sus años.Por tanto recibía su felicidad presente, aún con todas sus inquietudes,con la naturalidad de una bendición, de una compensación, pero con elfatalismo de lo circunstancial, aunque ella quisiera que se prolongarapor siempre... Sabía que la vida estaba llena de asperezas y sinsaboresy, por eso, las mieles del presente había que apurarlas hasta la últimagota.

Tenía acelerado el pulso y un suspiro ahogado se escapó de suslabios. Algo la sobresaltó. Más que una realidad, un presentimiento. Sepuso rápido de pie; acomodando los pliegues de la falda de liviana tela ysecando, una vez más, las gotas que perlaban su frente. Arreglando confemenil gracia y gesto rápido, el moño casi deshecho, se acercó a lapuerta apenas entreabierta, por la que se colaba una raya de luz que las-timaba el piso de cupí (4) bien apisonado e impecable, humedecido ratoantes para refrescar el ambiente. Si, no se engañaba, a lo lejos se oíanladridos desganados de perros somnolientos y como un rumor todavía

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débil, llegaba del extremo de la calle principal. Tenía todos los sentidosen alerta y un toque de carmín arreboló sus mejillas morenas. . .

El sol golpeaba con violencia insólita. Una nube de polvo se levan-taba bajó cada uno de los cascos del brioso caballito oscuro, espumosala tabla del pescuezo, testereando al pedir rienda, agitando la cola larga,casi al piso, para espantar las moscas insoportabales, sonando a compáslos chapeados de plata del apero, de categoría, pero sin aspavientos nicharrerías: la bocha del fiador (5), los chapines del pretal (6). las media-lunas de1 la frentera y del propio pretal, los estribos de corona (7), lasespuelas,; también de plata, más chicas que grandes.

Bien sentado sobre el lomillo (8), de pequeños cabezales de plata,cojinillo de hilo (9), azul, de largos flecos y gran carona no) de piel detigre (jaguar). Erguido el busto cubierto por una fina camisa de lino,chaleco de seda y un ponchito, muy liviano, igualmente de seda; firmeslas piernas de acero, de jinete avezado, enfundadas en los ceñidos calzo-nes azules y altas botas negras de cabra. Un gran pajilla protegía sunoble, cabeza y sombreaba su rostro, sin conseguir apagar la miradaavizora de sus ojos de aguilucho.

Venía ansioso, pero como siempre, sin que eso se tradujera en susemi-sonrisa flemática. Estaba satisfecho, sentía el cuerpo liviano y ale-gre el corazón.

Todo había ¡do bien. Las jornadas de labor habían sido duras peromuy provechosas. Habían hecho recogidas y volteadas de ganados gor-dos, en excelente estado en esa primavera de excepción. Casi no suce-dieron accidentes. El comercio de las mercaderías se concretó sin con-

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