Pala, Giaime - Los Intelectuales Catalanes en Los Años Sesenta

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TEMES Cercles. Revista d’Història Cultural 16/2013: 147-170 ISSN: 1139-0158 L A BATALLA DE LAS IDEAS . A PUNTES PARA UNA HISTORIA DE LOS INTELECTUALES CATALANES EN LOS AÑOS SESENTA Giaime Pala RESUM. Dentro del amplio y heterogéneo movimiento antifranquista, jugaron un papel relevante los llamados sectores intelectuales. Será en los años sesenta, cuando la in- fluencia de estos sectores aumente de manera exponencial y se consolide. Cataluña será uno de los focos más importantes del Estado español en relación a la efervescencia de la producción intelectual antifranquista. Asimismo, la realidad de la lucha contra la dicta- dura no facilitó los debates y críticas entre estos distintos sectores en beneficio de la lu- cha contra el enemigo común. En este contexto, los comunistas catalanes (PSUC) tuvie- ron un papel preponderante –que no absoluto– con respecto al resto de fuerzas democráticas de Cataluña. PARAULES CLAU. Intelectuales, antifranquismo, años sesenta, Cataluña, PSUC, catalanis- mo, nacionalismo. ABSTRACT. Within the broad and heterogeneous anti-Francoist movement, a role was played by so-called intellectual sectors. It was in the early 1960s, when the influence of these sectors increased exponentially and was consolidated. Catalonia became one of the most important centres in the Spanish State as regards anti- Francoist intellectual ferment. Also, the reality of the struggle against dictatorship facilitated discussions and criticism among these different sectors to benefit the fight against the common enemy. In this context, the Catalan Communists (PSUC) played a major role, though not an overriding one, in relation to other democratic forces in Catalonia. KEY WORDS. Intellectual, anti-Franco, 60, Catalonia, PSUC, catalanism, nationalism.

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Cataluña. Intelectuales. Cultura en el franquismo.

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TEMES

Cercles. Revista d’Història Cultural 16/2013: 147-170 ISSN: 1139-0158

LA BATALLA DE LAS IDEAS. APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LOS INTELECTUALES

CATALANES EN LOS AÑOS SESENTA

Giaime Pala

RESUM. Dentro del amplio y heterogéneo movimiento antifranquista, jugaron un papel relevante los llamados sectores intelectuales. Será en los años sesenta, cuando la in-fluencia de estos sectores aumente de manera exponencial y se consolide. Cataluña será uno de los focos más importantes del Estado español en relación a la efervescencia de la producción intelectual antifranquista. Asimismo, la realidad de la lucha contra la dicta-dura no facilitó los debates y críticas entre estos distintos sectores en beneficio de la lu-cha contra el enemigo común. En este contexto, los comunistas catalanes (PSUC) tuvie-ron un papel preponderante –que no absoluto– con respecto al resto de fuerzas democráticas de Cataluña.

PARAULES CLAU. Intelectuales, antifranquismo, años sesenta, Cataluña, PSUC, catalanis-mo, nacionalismo.

ABSTRACT. Within the broad and heterogeneous anti-Francoist movement, a role was played by so-called intellectual sectors. It was in the early 1960s, when the influence of these sectors increased exponentially and was consolidated. Catalonia became one of the most important centres in the Spanish State as regards anti-Francoist intellectual ferment. Also, the reality of the struggle against dictatorship facilitated discussions and criticism among these different sectors to benefit the fight against the common enemy. In this context, the Catalan Communists (PSUC) played a major role, though not an overriding one, in relation to other democratic forces in Catalonia.

KEY WORDS. Intellectual, anti-Franco, 60, Catalonia, PSUC, catalanism, nationalism.

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A la hora de hablar de los intelectuales de la oposición democrática catalana en los años sesenta, parece oportuno remarcar que todavía carecemos de síntesis que se propongan elaborar una interpretación de conjunto acerca de este colectivo. Por tanto, no se dispone de investigaciones que vayan más allá del estudio de las publicaciones e iniciativas que surgieron en aquella época para presentar una cartografía general de los intelectuales catalanes y explicar –entre otras cosas– el nacimiento de las diferentes corrientes culturales, su manera de formar opinión y construir consenso político a su alrededor, los factores que les permitieron acrecentar (o que frenaron) su influencia en la sociedad y las características del mundo cultural de la Cataluña antifranquista. Tal vez haya llegado el momento de que los historiadores afrontemos este reto a pesar de no contar con una abundante bibliografía científica y memorialística. O, cuando menos, merece la pena hacer un primer esfuerzo de clarificación que nos ayude a sentar las bases para una discusión historiográfica incluyente, y, es de esperar, de largo recorrido. Bajo esta óptica ha de leerse el presente texto, cuya primera palabra del subtítulo recalca precisamente el carácter embrionario y provisional de las reflexiones que aquí se exponen.

La dificultad de debatir sobre cultura en los «largos años sesenta» (1956-1970)

Haciendo un ejercicio de honestidad, hay que señalar que el elemento más distintivo de la vida cultural catalana y de los intelectuales antifranquistas en los años sesenta fue la ausencia de una dinámica de discusión de ideas continuada y consistente, que solo se concretaría en la década siguiente. Simplificando un poco, pero sin apartarnos básicamente de la realidad, se podría decir que la de los sesenta fue una década en la que se desarrollaron, por yuxtaposición, ideas procedentes de muchos partidos, plataformas e individualidades. Algunas veces, los hombres que las propugnaron discutieron de manera abierta, pero nunca de forma regular y –repetimos– como fruto de una dinámica colectiva. Por supuesto, la censura franquista representó un duro obstáculo para que esta se produjera; sin embargo, no lo fue hasta el punto de abortarla: cuando quisieron, los intelectuales antifranquistas de Cataluña discutieron entre ellos a través de los canales legales y clandestinos de los que disponían y que conectaban de

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un modo eficaz a un colectivo que, en la primera mitad de la década, no reunía a más de quinientos intelectuales.1 En realidad, hubo algo más perjudicial para el debate que la censura franquista y de lo que los intelectuales eran muy conscientes en su actividad diaria: la autocensura. En este caso, con este término no nos referimos a la necesidad de adulterar el lenguaje para hacerlo más críptico y, por ende, menos aprehensible por el censor, sino a la dificultad de un autor antifranquista de criticar la obra de un colega de la oposición democrática.

En efecto, a nivel intelectual, los antifranquistas catalanes se gustaron menos de lo que parece, dado el escaso número de discusiones de tipo cultural, y el silencio fue causado no tanto por el hecho de ser intelectuales, sino por ser antifranquistas. El mensaje de fondo que recorrió toda la década fue el de no criticar a compañeros que, tarde o temprano, colaborarían en iniciativas de tipo estrictamente político y cuyo prestigio intelectual no podía ser cuestionado de ninguna manera. Liso y llano: la autocensura era considerada, no sin motivos, una manera para consolidar aquella unidad antifranquista tan buscada y, a la vez, tan difícil de alcanzar. Unos ejemplos evidentes de ello fueron las trayectorias de las dos revistas más importantes del catalanismo cultural, Serra d’Or y Nous Horitzons, en cuyas páginas apenas se publicaron críticas respecto a la línea editorial o a los artículos publicados en cada una de ellas. De hecho, en los primeros números de Nous Horitzons, los redactores residentes en París publicaron algunas críticas de artículos de Serra d’Or, la cual se vio obligada a comunicar al PSUC: «Nous ne pouvons pas parler clairement [NdA: de las críticas recibidas]. Nous ne pouvons pas dire: –Oui, “Hortitzons” a raison en cela et cela–, dans les circonstances actualles. Nous seulement pourrions 1 Este dato, ciertamente aproximativo y que no incluye a los estudiantes (que deben considerarse intelectuales en formación), se basa en una fuente que consideramos fidedigna: el listado de suscriptores de la revista Nous Horitzons, conservado en la carpeta «Distribució Nous Horitzons» del Archivo personal de Francesc Vicens (en adelante APFV). Este listado fue realizado por Vicens en 1962, y, en los tres años siguientes, la revista apenas logró aumentar el número de suscriptores catalanes, que en 1962 eran 484, de los que casi la mitad eran estudiantes antifranquistas y militantes obreros del PSUC. La otra mitad eran intelectuales antifranquistas de todas las tendencias, conforme con el objetivo del partido –que en 1962 se daba por logrado– de que la revista llegase a todos los intelectuales de la oposición organizada. Aun incluyendo a los estudiantes presentes en el listado que, después de 1962, acabaron la carrera y se incorporaron a la lucha cultural, y a algunas decenas más, es de dudar que el número de intelectuales antifranquistas activos en la Cataluña de 1965 fuese superior al medio millar.

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parler des discrepances, et cela connerait una visions fausse, partiale».2 Teniendo en cuenta que Nous Horitzons era una revista registrada en México de manera legal, la redacción de Serra d’Or podría haber discutido y discrepado con la revista del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) siempre y cuando hubiese respetado la identidad de los autores (que firmaban sus artículos con seudónimos). Pero el partido entendió muy bien que la queja del núcleo de Serra d’Or apuntaba a otra cuestión más complicada de explicitar: que, desde París, no se podía criticar a un autor con el que los intelectuales comunistas del «interior» trabajaban cotidianamente so pena de poner en tela de juicio dicha relación. Esto se vio mejor un año después, cuando el exiliado Jordi Solé Tura publicó una reseña durísima sobre un libro de Joan Triadú3 que provocó un debate tan intenso dentro del PSUC que llegó a implicar a su mismo secretario general, Gregorio López Raimundo, el cual zanjó la diatriba con las siguientes palabras: «Nos conviene ser más cautos, más flexibles, pues las personas a las que nos dirigimos en la réplica son gentes que se acercan a nosotros de buena fe y no nos interesa rechazarlos».4 La réplica a la reseña de Solé Tura de la que hablaba López Raimundo era la que le fue confiada a su compañero de militancia Francesc Vallverdú, quien se vio obligado a defender el libro de Triadú pese a pregonar, desde hacía años, una concepción más realista y social de la literatura que la que podía tener el crítico nacionalista.5 A partir de entonces, Nous Horitzons dejó de publicar críticas como la de Solé, y en los archivos del PSUC se encuentran no

2 APFV, carpetas Nous Horitzons, «Carta de Ramón Roig» (Francesc Vallverdú), 13/11/1961. Las cartas que enviaba Vallverdú (en calidad de enlace del Comité de Intelectuales con la redacción de París de Nous Horitzons) estaban escritas en francés por motivos de seguridad. 3 La reseña, firmada por Solé con el seudónimo “Albert Prats”, fue publicada en el n. 1 (1962) de Nous Horitzons, pp. 48-49. El libro de Joan Triadú era La literatura catalana i el poble (Barcelona, Selecta, 1961). Solé le reprochaba a Triadú su visión de la literatura elitista y alejada de aquel pueblo que figuraba en el título del libro. 4 Archivo Histórico del Partido Comunista de España (en adelante, AHPCE), Fondo PSUC, caja 55, «Carta de Blasco» (Gregorio López Raimundo), 28/6/1962. 5 Ramon Roig (Francesc Vallverdú), «”La literatura catalana i el poble”, de Joan Triadú, i la crítica d’Albert Prats a Nous Horitzons», Nous Horitzons, n. 2, 1962, pp. 59-60. Sobre la manera de entender la literatura por parte de Vallverdú (y de Nous Horitzons en general) es útil el artículo de Just Arévalo, «La revista “Nous Horitzons” i la poesía catalana dels anys seixanta», Els Marges, n. 57, 1996, pp. 96-104.

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pocos escritos de este tipo que fueron rechazados por la revista durante toda la década.6

Otro ejemplo de la dificultad de establecer un clima de diálogo entre los intelectuales catalanes fue la tentativa de Serra d’Or de dedicar en 1969 un espacio a las críticas culturales y a las réplicas de los criticados. Una manera, pues, de institucionalizar un hábito intelectual poco común en la Cataluña antifranquista y que llevó a la publicación de decenas de artículos y respuestas a veces bizantinos y casi siempre subidos de tono.7 Como muy bien afirmó Joan Fuster en la misma revista en marzo de 1969, esta agresividad se debía a que los intelectuales catalanes no habían podido, por varios motivos, entre ellos los de índole política, practicar el arte de la polémica en condiciones normales: «Ens havíem acostumat a creure que tothom estaba d’acord amb tothom, i que les discrepàncies, ni que fossin sobre punts de la més absoluta innocència, havien de mitigar-se en principi. […] A tot arreu una polèmica és una polèmica, sense que per això es produeixi una ruïna de les famílies».8 Si las tomamos como la descripción de una tendencia general, las palabras Fuster resumían de manera brillante uno de los aspectos que más caracterizó la praxis de los intelectuales catalanes en los años sesenta. Porque de eso se trató: de una tendencia general que, obviamente, no impidió la discusión sobre temas y obras concretas que aparecieron en aquellos años, tal y como veremos más adelante.

De hecho, la única manera de capear esta dificultad de debatir era reunir a los intelectuales antifranquistas y crear un ágora de discusión incluso dura, si cupiera, pero leal y constructiva, sobre la cultura catalana. Constituir, en fin, una plataforma incluyente, dirigida a encauzar el debate y dar salida a unas propuestas culturales lo más unitarias posibles (y, por tanto, que no perjudicaran el prestigio de nadie). Esta era, a comienzos de la década, una necesidad que muchos sentían para iniciar un proceso de normalización cultural que tenía que activarse antes de la caída del franquismo. De ahí que se convirtiera en un objetivo que fue posible

6 Véase los materiales consultables en Arxiu Nacional de Catalunya (en adelante ANC), Fondo PSUC, n. 609. 7 Carme FERRÉ PAVIA, Intel·lectualitat i cultura resistents: “Serra d’Or”, 1959-1977, Barcelona, Galerada, 2000, pp. 157-190. 8 Joan FUSTER, respuesta a Miquel Muñoz i Boscà, Serra d’Or, n. 114, marzo de 1969, pp. 1 y 3.

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perseguir sobre todo por un factor al que nunca se le da la justa importancia: la falta de actitudes y manifestaciones de anticomunismo entre los intelectuales catalanes antifranquistas. El anticomunismo es una clave de lectura diáfana para interpretar la trayectoria del antifranquismo, en tanto que condicionó las posiciones políticas y la acción de todos los sujetos democráticos activos en Cataluña. Un caso paradigmático de ello es el de la política unitaria que desembocaría en la fundación de la Assemblea de Catalunya, la cual no se creó por la conciencia de que se tenía que hacer algo conjuntamente con el partido más fuerte de la oposición –el PSUC– para acabar con la dictadura, sino por la aceptación resignada de los otros partidos antifranquistas de que, para construir instrumentos de lucha que incidieran de verdad en la sociedad catalana, no se podía prescindir de la colaboración con los comunistas. El veto al PSUC, inalterable desde el año 1939 a causa de los rencores y las desconfianzas, fruto de las vicisitudes de la guerra civil y la guerra fría, solo fue abandonado en febrero de 1968, cuando se creó la Comissió Coordinadora de Forces Polítiques de Catalunya.9

Por el contrario, en el ámbito cultural catalán hubo muchos intelectuales antifranquistas que no hicieron de su anticomunismo ideológico un elemento militante y que siempre estuvieron dispuestos a trabajar con los intelectuales del PSUC, como demuestra el vasto apoyo que estos cosecharon cuando presentaron las conocidas cartas de protesta a las autoridades franquistas de principios de los años sesenta.10 Los intelectuales se movieron en un plan diferente al de los partidos de la oposición, favorecidos en este punto por un innegable factor generacional, ya que la mayoría de ellos había coincidido en las aulas universitarias en los años cincuenta y había mantenido algún tipo de relación personal.

Esta exigencia de crear un escenario de debate plural estuvo en la base del proyecto del Congreso de Cultura Catalana, una iniciativa que lanzaron los intelectuales comunistas en otoño de 1960 y que, en las

9 Giaime PALA, El PSUC. L’antifranquisme i la política d’aliances a Catalunya (1956-1977), Barcelona, Base, 2011, capítulos I y II. 10 Pere Ysàs aporta una serie de datos útiles sobre la historia de estas cartas en su Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su supervivencia (1960-1975), Barcelona, Crítica, 2004, pp. 45-74. Sobre el papel de protagonistas de los intelectuales del PSUC en su elaboración cfr. también APFV, libretas con los apuntes de las reuniones del Comité Ejecutivo del PSUC, 29/6/1961.

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intenciones de la comisión organizadora, iba a ser la ocasión para realizar un repaso del estado de la cultura catalana y trazar nuevas vías para conectarla con el resto de la europea. Se trató de una operación ambiciosa, que ocupó a decenas de intelectuales durante cuatro años, pero que, al fin, no dio los resultados esperados, porque la reunión clandestina de diciembre de 1964 que algunos de sus protagonistas identifican como el auténtico congreso11 fue más bien el único resultado de una iniciativa que luego murió por inercia. Ese congreso estaba pensado para ir publicando los primeros materiales y crear una estructura organizativa y unas comisiones temáticas que desarrollarían su trabajo durante años. Y nada de esto sucedió sin que por ahora podamos esclarecer las causas de ello. Sobre todo porque la mejor fuente documental acerca de los preparativos del congreso, es decir, las detalladas informaciones que el Comité de Intelectuales del PSUC proporcionaba a sus dirigentes,12 se interrumpen en el verano de 1964, cuando en el partido estalló la crisis Claudín-Semprún y los intelectuales rompieron todo de tipo de contacto con el Comité Ejecutivo durante más de un año.13 Una vez reanudada la comunicación, la documentación a nuestra disposición deja patente que, todavía en enero de 1966, el partido y sus intelectuales seguían discutiendo sobre cómo reactivar un congreso que había quedado en suspenso14 y que, pocos meses después, ellos también abandonaron. Tampoco tuvo mejor suerte la puesta en marcha de la Federació d’Intel·lectuals Demòcrates, una plataforma cuya finalidad era volver a animar el diálogo entre los intelectuales catalanes de la oposición.15 También en este caso se celebraron reuniones concurridas y

11 Joan TRIADÚ, «Precedents del projectat congrés de defensa de la cultura catalana», Canigó, n. 396, 29/3/1975; Oriol BOHIGAS, Dit o fet. Dietari de records, II, Barcelona, Edicions 62, 1992, pp. 247-250; Teresa MUÑOZ LLORET, Josep M. Castellet. Retrat de personatge en grup, Barcelona, Edicions 62, 2006, pp. 190-199; Jordi CARBONELL, Entre l’amor i la lluita. Memòries, Barcelona, Proa, 2010, pp. 96-97. 12 Una pequeña muestra de estas informaciones en: APFV, libretas con los apuntes de las reuniones del Comité Ejecutivo del PSUC, reuniones del 22/6/1961, 29/6/1961, 22/12/1961, 5/1/1962, 2/8/1962, 2/2/1963; AHPCE, Fondo PSUC, caja 55, «Carta de Miró» (Josep Serradell), 14/4/1962; «Carta de Jordi» (Pere Ardiaca), 22/11/1962; «Carta de Mario» (Gabriel Arrom), 20/11/1963; «Carta de Mario», 29/2/1964. 13 Giaime PALA, «Els dubtes de l’intel·lectual. La crisi Claudín-Semprún al PSUC (1964-1965)», Afers, n. 66, 2010, pp. 463-478. 14 AHPCE, Fondo PSUC, «Carta de Emilio» (Josep Salas), 31/1/1966. 15 Sobre las finalidades de este organismo cfr. Butlletí interior d’informació i comentari polític del Front d’intel·lectuals, professionals i artistas del PSUC, 1, diciembre de 1967, pp. 6-8 (le

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acaloradas de las cuales surgió un precario Secretariado que se disolvió sin penas ni glorias en 1969, cuando, en los meses del Estado de Excepción proclamado por el gobierno, sus integrantes fueron descubiertos por la policía y tuvieron que esconderse.16

En definitiva, a principios de 1970, ya era evidente que la tentativa de crear esa ágora de discusión plural que tanto habían buscado los intelectuales antifranquistas se había saldado con un fracaso. Si no entendemos esto, difícilmente llegaremos a encuadrar de manera correcta el éxito del encierro de intelectuales catalanes en la abadía de Montserrat de diciembre de 1970.17 Aquel acto fue concebido y organizado por artistas e intelectuales (entre los cuales cabe destacar los nombres de Pere Portabella, Joan Manuel Serrat, Ignasi Pere Fagès y Guillermina Mota) pertenecientes a ese ambiente sociocultural conocido como «Gauche Divine».18 Personas cuyo antifranquismo era indiscutible, pero que no habían militado en partidos clandestinos ni habían tenido un rol en ninguna de las iniciativas antes mencionadas. En cierta manera fue una suerte, ya que, en 1970, la idea de reunir a la intelectualidad antifranquista solo podía venir de outsiders como ellos, que no se habían quemado en las discusiones de la década anterior. De ahí que esta iniciativa asumiera un carácter marcadamente apartidista: ningún intelectual «organizado», ni siquiera los del PSUC, consultó a sus dirigentes sobre la conveniencia de ir o no a aquella concentración que, como es sabido, se proponía escenificar la protesta del mundo de la cultura catalana por el proceso de Burgos contra dieciséis militantes de ETA.

debo a Salvador López Arnal la consulta de este documento). Y también los siguientes informes que explican las reuniones para crearla: AHPCE, Fondo PSUC, caja 56, «Carta de Miró» (Josep Serradell), 17/2/1967; «Carta de Vernet» (Francesc Vallverdú), 6/5/1967. 16 Sobre el descubrimiento, por parte de la policía, de la identidad de los integrantes del Secretariado de la Federació d’Intel·lectuals Demòcrates, véase: Archivo de Gobierno Civil de Barcelona, Actividades Contra el Régimen (1968-1969), caja 120, «Nota Informativa de la Jefatura Superior de Policía», 18/2/1969. 17Antoni BATISTA y Josep PLAYÀ, La gran conspiración. Crònica de l’Assemblea de Catalunya, Barcelona, 1991, pp. 69-85; Josep M. MUÑOZ PUJOL, La gran tancada, Barcelona, 2003. 18 Dos tentativas, manifiestamente influenciadas por la corriente angloamericana de los Cultural Studies, de describir e interpretar la «Gauche Divine» barcelonesa se pueden encontrar en: Alberto VILLAMANDOS, El discreto encanto de la subversión. Una crítica cultural de la Gauche Divine, Pamplona, Laetoli, 2011; Mercedes MAZQUIARÁN de RODRÍGUEZ, Barcelona y sus «divinos», Barcelona, Edicions Bellaterra, 2012.

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El hecho es que, de aquel encierro, surgió la primera plataforma unitaria del antifranquismo intelectual de Cataluña, la Assemblea Permanent d’Intel·lectuals Catalans, que mantendría una actividad no siempre homogénea, pero constante,19 y que fue uno de los motores del proyecto del Congreso de Cultura Catalana de 1975, cuyas función y estructura fueron parecidas a las que tendría que haber tenido el congreso que se intentó realizar a principios de los años sesenta.20 Con todo, las iniciativas que llevaron a cabo los intelectuales antifranquistas catalanes en los años setenta no pueden considerarse el fruto lógico y consecuencial de una acción que venía de los años anteriores. Antes bien, hubo una solución de continuidad respecto a un movimentismo cultural que había entrado en una vía muerta como reflejo fiel del estancamiento político que afectó a todo el antifranquismo catalán a finales de la década: desde la fractura de las primeras Comisiones Obreras en 1968, la implosión del Front Obrer de Catalunya (FOC) y las crisis del PSUC y el Moviment Socialista de Catalunya (MSC) en el trienio 1967-1969, hasta las escisiones y conflictos internos que azotaron al mundo nacionalista, y la radicalización del movimiento estudiantil que enterró el espíritu unitario que engendró al Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona.21 En este sentido, en 1969 concluyó definitivamente una etapa que prometía más en términos de

19 Sobre la Asamblea Permanente de Intelectuales Catalanes, véase Pere PORTABELLA, «L’Assemblea permanent d’intel·lectuals catalans», L’Avenç, n. 43, 1981, pp. 40-41; también Arxiu Històric de Comissions Obreres de Catalunya, Fondo Centre de Treball i Documentació, carpeta «Assemblea Permanent d’Intel·lectuals Catalans». 20 Jaume FUSTER, El Congrés de Cultura Catalana, Barcelona, Laia, 1978. 21 Una descripción de las crisis del PSUC, FOC, MSC y las Comisiones Obreras de Cataluña en: Giaime PALA, Teoría, práctica militante y cultura política del Partit Socialista Unificat de Catalunya (1968-1977), tesis doctoral, Barcelona, Universitat Pompeu Fabra, 2009, cap. I; Julio Antonio GARCÍA ALCALÁ, Historia del Felipe (FLP, FOC y ESBA), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2001, pp. 205-261; voz «Moviment Socialista de Catalunya», en Isidre MOLAS (ed.), Diccionari dels partits polítics de Catalunya. Segle XX, Barcelona, Enciclopèdia Catalana, 2000, p. 173; «Comissions Obreres 1968-1969. Repressió i crisi», Quaderns del Centre de Treball i Documentació, n. 1, 1981; Sebastián BALFOUR, La dictadura, los trabajadores y la ciudad. El movimiento obrero en el área metropolitana de Barcelona (1939-1988), Valencia, Alfons el Magnànim, 1994, pp. 114-125. Sobre la radicalización del movimiento estudiantil a partir de 1967, cfr. Josep Maria COLOMER, Els estudiants de Barcelona sota el franquisme, vol. I, Barcelona, Curial, 1978, pp. 254-304. En cuanto a la conflictividad interna que caracterizó la vida de los partidos nacionalistas en la segunda mitad de la década, véase la nota n. 37.

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agregación intelectual y convergencia cultural, y cuyo inicio ha de individuarse en el año 1956, cuando una nueva generación de estudiantes que, un lustro después, pasarían a protagonizar la vida intelectual de la Cataluña antifranquista, revitalizaron la lucha democrática en el mundo académico y ensayaron las primeras tentativas colegiadas de trabajo cultural-político. Es por ello por lo que, al analizar a los intelectuales catalanes de aquel periodo, convendría ajustar la periodización histórica que utilizan los historiadores para sistematizar su reconstrucción del pasado y hablar de unos «largos años sesenta» (1956-1970) que conformaron un bloque cronológico con pleno sentido historiográfico, es decir, con un inicio, un desarrollo y un final. Para el antifranquismo cultural, el cambio de década supuso volver a empezar desde la base de un renovado entusiasmo y de nuevas formas de trabajo unitario.

¿Por qué la izquierda catalana de los años sesenta fue hegemónica en la lucha de las ideas?

Si se quiere trazar un mapa histórico de los intelectuales catalanes en la década de los sesenta, también es necesario entender cómo el intelectual se insertó en el combate antifranquista y en qué medida contribuyó a determinar la correlación de fuerzas que se estableció entre los distintos espacios político-culturales de la oposición. La de los sesenta fue una década que, en lo que concierne a la lucha militante, tuvo en la izquierda su máximo protagonista. Y un factor que contribuyó a consolidar esta situación fue su hegemonía en el terreno de las ideas y la pugna cultural.

Para comprender los motivos, hay que afrontar un primer punto de análisis: la relación que los intelectuales militantes de partidos mantuvieron con los que una cierta memorialística ha consagrado como los «compañeros de viaje» del antifranquismo organizado. Se trata de un grupo difícil de delimitar con precisión, pero dentro del cual podemos señalar, ciertamente, el núcleo de intelectuales formado en los años cincuenta alrededor de la revista Laye (Josep Maria Castellet, Jaime Gil de Biedma, Esteban Pinilla de las Heras, los hermanos Goytisolo y Ferraté).22 Para empezar, la

22 La expresión «compañeros de viaje», que Jaime Gil de Biedma convirtió no por casualidad en el título de un libro suyo publicado en 1959, ha sido utilizada con frecuencia en las entrevistas, memorias y libros autobiográficos de intelectuales como Castellet, Juan Goytisolo, Esteban Pinilla de las Heras, Carlos Barral o incluso Joaquim Molas. En una entrevista de

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definición de «compañeros de viaje», es decir, aquellas personas que son aliados estrechos y preferenciales por su ideología y para conseguir objetivos determinados,23 ha sido más bien el fruto de un proceso de autorrepresentación política de algunos intelectuales que se proclamaron marxistas, y que en muchos casos cultivaron la crítica marxista con brillantes resultados, pero que en ningún momento los partidos de izquierdas identificaron como tales. No existe documento ni publicación del PSUC y del FOC en que aparezca esta expresión, porque estos partidos no reconocían tamaña categoría en sus análisis. Ya tenían suficiente con «intelectuales progresistas» o, más frecuente aún, con «intelectuales burgueses progresistas». Formar parte de un partido y experimentar la clandestinidad no eran elementos secundarios en la vida de un militante, sino la adquisición de un nuevo prisma a través del cual pensar la propia existencia y enjuiciar la actividad política de las otras personas. El intelectual que entraba en un partido clandestino sabía que tenía mucho que perder –por el peligro de la cárcel o una posible expulsión del centro de trabajo o de la universidad–, y no era nada proclive a otorgar definiciones «preferenciales» que, si bien tenían sentido en países democráticos, no podían darse en un país regentado por una dictadura.24 Lo verdaderamente peligroso en la España de Franco no era ser marxista, sino activista de un partido clandestino. Aunque la represión de las ideas existió y se hizo notar bajo las formas odiosas de la censura y de las multas, la represión de la acción militante fue, hasta la muerte del dictador, el auténtico leitmotiv de los gobiernos franquistas. Aun así, la relación entre estas organizaciones y

finales de los años setenta, el poeta José Agustín Goytisolo la resumió de la siguiente manera: «Éramos marxistas, sí, pero no afiliados. Habíamos vivido en un contexto muy rígido y dictatorial. No se trataba de salir de un cuartel para meterse en otro, aunque hipotéticamente fuese mejor. Nos convertimos, pues, en compañeros de viaje o tontos útiles, como la prensa nos llamaba entonces, es decir, en marxistas por libre» (Juan Francisco MARSAL, Pensar bajo el franquismo. Intelectuales y política en la generación de los años cincuenta, Barcelona, Península, 1979, p. 172). Sobre el grupo intelectual que se forjó en torno a la revista Laye, véase: Barry JORDAN y Enric SULLÀ, «Laye: els intel·lectuals i el compromís», Els Marges, n. 17, 1979, pp. 3-26; Laureano BONET, La revista Laye. Estudio y antología, Barcelona, Península, 1988; Jordi GRACIA, La resistencia silenciosa, Barcelona, Anagrama, 2005. 23 Sobre el significado del concepto «compañero de viaje» en la tradición social-comunista cfr. David CAUTE, The Fellow-Travellers: A Postscript to the Enlightenment, Nueva York, Macmillan, 1973. 24 Giaime PALA, Teoría, práctica militante y cultura política del Partit Socialista Unificat de Catalunya…, op. cit., p. 10.

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aquellos intelectuales independientes fue casi siempre pacífica en virtud del común deseo de avanzar por la senda de la unidad antifranquista y democrática.25 Hasta finales de los sesenta, la casa de la izquierda intelectual catalana se mantuvo sosegada y marchó bastante cohesionada, lo que representó un primer punto a favor de este espacio político y cultural.

En segundo lugar, entre los factores en los que se basó la fuerza de la izquierda intelectual en los años sesenta hay uno en especial importante que se inició en el bienio 1955-1956: su aplastante predominio político en la universidad.26 No estaba escrito en el destino que esto ocurriera. De hecho, hasta aquel entonces, la izquierda revolucionaria no había tenido presencia en las facultades, y la oposición estudiantil al franquismo la protagonizaron grupos nacionalistas que habían sido duramente castigados por el Sindicato Español Universitario.27 Dominar la escena antifranquista en la universidad significaba asegurarse el control de la mayor cantera de intelectuales existente en Cataluña, y de la única de la que disponía la izquierda; a diferencia de otras áreas ideológicas como el nacionalismo, que analizaremos más adelante, todos los integrantes de los comités del PSUC y el FOC destinados a trabajar en el mundo de la cultura estuvieron constituidos por intelectuales que iniciaron su militancia en la universidad. Ahora se entiende por qué la izquierda dedicó tanta atención al fortalecimiento de su militancia estudiantil.

Por otra parte, gracias a su predominio en la universidad, los partidos marxistas –y, de manera indirecta, los editores progresistas independientes– pudieron, poco a poco, construir un mercado de lectores. El tipo de texto que los intelectuales de izquierdas solían publicar en aquellos años era, en el mejor de los casos, una tesis de licenciatura o doctoral, pero casi siempre un artículo de revista, un ensayo breve publicado en forma de librito o un prólogo, todos con un corte político. Sobre todo en la primera mitad de la década, estos textos no tenían un público de lectores definido y asegurado

25 Este es un punto sobre el cual se tendrá que investigar mucho más y que el autor de este trabajo ha constatado en la abundante documentación interna del PSUC. Todas las ánimas de la izquierda intelectual catalana colaboraron intensa y pacíficamente desde mediados de los años cincuenta hasta al menos 1967, año en que se produjo una radicalización política que condujo al surgimiento del llamado «grupusculismo» izquierdista. 26 Josep Maria COLOMER, Els estudiants de Barcelona…, op. cit., cap. IV. 27 Ibidem, pp. 55-93. Véase también, Jaume FABRE, Josep Maria HUERTAS y Antoni RIBAS, Vint anys de resistència catalana (1939-1959), Barcelona, La Magrana, 1978, pp. 181-193.

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más allá del restringido ámbito de la militancia. Fue el militante de izquierdas, y sobre todo el estudiante, quien contribuyó a crear a su público lector, porque ese era uno de sus principales cometidos políticos: difundir la producción de los intelectuales mayores, con independencia de si formaban parte o no de su partido. Con que fueran de la órbita revolucionaria, tenían que darles publicidad, reseñar sus obras en la prensa ilegal y organizar presentaciones con los autores (quienes tenían al alcance de la mano, al tratarse casi siempre de Profesores No Numerarios de la Universidad de Barcelona).28 Fue un mercado de lectores que se creó con mucho esfuerzo y que creció de manera continua. Aunque sea difícil tener una dimensión cuantitativa de él, sí sabemos que llegó a ser suficientemente grande como para mantener algunas colecciones de ensayo de bolsillo de distintas editoriales controladas por intelectuales antifranquistas. Y que se trató de un fenómeno que cohesionó a la misma izquierda intelectual: cuanto más se potenciaba el mercado, más aumentaba el prestigio de los autores marxistas, y cuanto más se acrecentaba el prestigio de estos autores, más crecía el mercado. Fue un círculo virtuoso que tuvo una extraordinaria vitalidad y que los historiadores tendríamos que estudiar hasta su crisis en 1980-1981 a causa del desencanto político que afectó a la base social de la izquierda en la fase final de la Transición a la democracia.29

Resaltar la importancia del papel jugado por la izquierda en el sector editorial es de capital importancia para entender su éxito político, porque la batalla cultural de los años sesenta fue también una lucha sobre la importación de ideas del extranjero para oxigenar el cerebro del país después de dos décadas de enclaustramiento nacionalcatólico.30 Por

28 Conversación del autor con Francisco Fernández Buey (25 de noviembre de 2009). 29 Sobre la crisis del libro político de izquierdas en los años de la Transición a la democracia, véase Helena BÉJAR MERINO, «Evolución del libro político en España (1970-1980)», Revista de estudios políticos, n. 25, 1982, pp. 151-166. 30 Es preciso subrayar que no pocos historiadores del mundo de la edición en la España franquista cometen el error de no dar el justo peso a los editores más vinculados a la izquierda militante y especializados en la publicación del género ensayístico. Por el contrario, exageran la importancia de la novela (novela social de los cincuenta, el nouveau roman francés, el boom de los escritores latinoamericanos, etcétera) en la renovación cultural de los años sesenta. Un ejemplo de esta manera de enfocar el estudio del ámbito editorial de aquellos años es el ambicioso libro de Xavier MORET, Tiempo de editores. Historia de la edición en España (1939-1975), Barcelona, Destino, 2002. Si bien está centrado en la producción de autores españoles, un punto de vista que encuadra eficazmente la importancia del ensayo en la formación de las generaciones de posguerra es el que ofrecen Jordi Gracia y Domingo

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número, y por las precarias condiciones en las que se habían formado en la academia española de los años cincuenta, los intelectuales de la oposición progresista no estaban en condiciones de abastecer la vida intelectual del país ni la formación cultural de sus correligionarios políticos, por lo que la conexión con la cultura europea era, más que una elección, una necesidad cuya solución solo podía venir del mundo editorial. Excepto algunos casos conocidos como los de Carlos Barral y Josep Maria Castellet, los intelectuales de izquierdas llegaron al sector de la edición empujados por la necesidad de complementar su mísero sueldo de PNN y, después de su expulsión de la universidad en 1966 a causa de la Caputxinada, de sobrevivir económicamente. Podrían haber encontrado otro tipo de trabajo mejor pagado en aquella Cataluña en plena expansión industrial, pero su decisión estaba determinada por la posibilidad de orientar la vida cultural del país también a través de los libros.31 Así pues, los referentes culturales de la izquierda de los años sesenta llegaron a ser tales no solo y no tanto por su producción intelectual, sino por su función de importadores y desglosadores de autores y como creadores de gustos y tendencias. Fueron los filtros de la cultura que venía del extranjero y, al mismo tiempo, las puertas de entrada de la modernidad. Un Castellet y un Sacristán encarnarían a la perfección a este modelo de guía intelectual,32 pero también hay que mencionar a otras figuras más jóvenes cuya labor en editoriales como Edicions 62, Nova Terra, Ariel y Grijalbo fue más que notable: Alfonso Carlos Comín, Josep Fontana, Xavier Folch, Jordi Solé Tura, Isidre Molas y Antoni Jutglar.33 Ródenas en su prólogo a la antología El ensayo español. Siglo XX, Barcelona, Crítica, 2009. 31 «L’assaig: una opció editorial a contracorrent. Conversa amb Gonzalo Pontón», Central, n. 2, 2005, sobre todo pp. 47-56. 32 Para un retrato de estos dos intelectuales que incluya también un análisis de su trabajo editorial, véase: Teresa MUÑOZ LLORET, Josep M. Castellet…, op. cit.; Juan-Ramón CAPELLA, La práctica de Manuel Sacristán, Madrid, Trotta, 2005. 33 Es evidente que, excepto el caso de Alfonso Carlos Comín, la trayectoria de estos intelectuales –algunos de los cuales siguen activos en el mundo cultural catalán– deberá ser objeto de estudios historiográficos pormenorizados para entender la izquierda intelectual de los años sesenta. Se pueden encontrar algunos datos sobre su labor editorial en: Jordi SOLÉ TURA, Una història optimista. Memòries, Barcelona, Edicions 62, 1999, cap. 13; Josep FONTANA, «Els meus llibres», Central, n. 2, 2005, pp. 90-91; Francisco MARTÍNEZ HOYOS, La cruz y el martillo. Alfonso Carlos Comín y los cristianos comunistas, Barcelona, Rubeo, 2009, pp. 95-110; «Xavier Folch. Entre l’edició i la política», L’Avenç, n. 361, 2010, pp. 19-28; «Isidre Molas. El socialisme humanista», L’Avenç, n. 380, 2012, p. 24. Sobre el injustamente olvidado Antoni Jutglar cfr. la semblanza biográfica de Bernat MUNIESA, «Antoni Jutglar: la passió per

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Dicho trabajo editorial contribuye a explicar la influencia del marxismo en la comunidad intelectual del país, y si tuvo éxito fue por el modo y las lenguas en que se desplegó. Los intelectuales de izquierdas, aun siendo todos catalanistas o solidarios con las reivindicaciones nacionales de Cataluña, eran conscientes de que la cultura tenía que vehicularse también en castellano con vistas a alcanzar al mayor número posible de lectores, en tanto que idioma de uso ineludible en un mundo intelectual aún diglósico y con dificultad para leer de manera fluida en catalán (un panorama que, en cambio, no supo interpretar el nacionalismo catalán, cuya negativa a publicar en castellano le comportó un indudable coste en términos de público). Por otra parte, respecto a los núcleos nacionalistas, la izquierda entendió que la producción editorial en lengua catalana no podía ni debía versar en exclusiva sobre Cataluña, sino acerca de cualquier tema que tuviera un interés cultural objetivo. Su concepción del idioma catalán era más adherente a las necesidades de un público que deseaba tanto volver a apoderarse de su cultura propia como conectarse a lo más granado de la cultura occidental. Con lo cual no bastaba con importar o traducir a autores como Marx, Gramsci, Lukács, Marcuse, Hauser u Hobsbawm, sino que se había de publicar en los dos idiomas a los clásicos de la cultura, incluidos los conservadores, para que el pensamiento marxista estuviera imbricado en lo mejor de la cultura contemporánea. De la mano de Ariel, Edicions 62 o Nova Terra, los lectores pudieron conocer a Schumpeter, Galbraith, Keynes, Weber, Fromm, Kelsen, Planck, Bohr o Lacoste. Clásicos de todas las disciplinas sin cuyo estudio no podía vertebrarse un pensamiento progresista mínimamente serio. Fue la izquierda quien dio cabida tanto a la modernidad como a la tradición, dos líneas que corrieron paralelas y que proporcionaron solidez y atractivo a su propuesta cultural.

Por último, para comprender la hegemonía ideológica de la izquierda intelectual catalana en los años setenta no podemos obviar otro elemento que no fue tan solo un mérito de los partidos y movimientos de matriz marxista cuanto un demérito del otro gran espacio ideológico antifranquista que operó bajo el franquismo: el nacionalista.

la història», Cercles, n. 11, 2008, pp. 226-230; y también, Josep-Miquel SERVIÀ, Catalunya, 3 generaciones, Barcelona, Martínez Roca, 1975, pp. 229-241.

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Los años sesenta: la década malograda del nacionalismo catalán

El nacionalismo catalán es un sujeto de inexcusable estudio para aquellos historiadores que se propongan esbozar la historia de los intelectuales en Cataluña en los años sesenta, puesto que, políticamente hablando, fue su década malograda. Sobre todo porque hablamos de un espacio político y cultural bastante más numeroso de lo que por lo general se tiende a pensar. Hay que desterrar la idea de que la gran mayoría de los intelectuales antifranquistas de los años sesenta fuera marxista o de izquierdas: si bien es cierto que la correlación de fuerzas tendió de su lado, no lo fue de forma tan contundente como tienden a pensar tanto la historiografía progresista como algunos de los más importantes protagonistas del nacionalismo. Fijémonos ahora en estos últimos. La imagen que nos proponen de aquella época es la de una larga etapa caracterizada por un trabajo de preparación, paciente y más o menos oscuro, que dio sus frutos solo en los años ochenta, cuando el nacionalismo catalán triunfó en el ámbito político.34 Es, pues, una visión de la acción del nacionalismo político y cultural bajo el franquismo determinada por el final, esto es, por la victoria del pujolismo en las primeras elecciones autonómicas de 1980. Una visión que difícilmente podemos seguir dando por buena.

En realidad, el nacionalismo cultural no tenía conciencia ni vocación de subalternidad, y llegó a 1960 con la intención de imponerse como la corriente político-cultural hegemónica en Cataluña. Tenía sólidos motivos para ver como factible este objetivo: hasta el cambio de década, el número de intelectuales nacionalistas era casi igual al de los intelectuales de izquierdas, ya que, aunque los núcleos nacionalistas apenas reclutaran en la universidad, tenían otros espacios de sociabilidad en los que captar fuerzas intelectuales, como las parroquias, los centros culturales catalanistas y los partidos políticos nacionalistas. Además, a diferencia de la izquierda, mantenían un mayor contacto con la intelectualidad del exilio, contaban en Barcelona con figuras de relevancia del pasado (pensemos, hasta 1959, en

34 Este es, en opinión de quien esto escribe, el mensaje de fondo que vehiculan las siguientes memorias: Josep ESPAR i TICÓ, Amb C de Catalunya. Memòries 1936-1963, Barcelona, Edicions 62, 1994; Id., Catalunya sense límits. Memòries (1963-1996), Barcelona, Edicions 62, 2001; Jordi PUJOL, Memòries (1930-1980), Barcelona, Proa, 2007; Joan TRIADÚ, Memòries d’un segle d’or, Barcelona, Proa, 2008.

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Carles Riba, pero también en Ferran Soldevila, Joan Oliver o Jordi Rubió), obtenían financiación a través de una consolidada red de mecenas acaudalados, poseían editoriales y revistas, y tenían activos militantes esparcidos por todo el Principado. En conjunto, un panorama que hacía presagiar una década de protagonismo político que se inició, justamente, con los «hechos del Palau» de 1960, los cuales no han de verse solo como una protesta contra el régimen, sino también como una señal que lanzó el nacionalismo político e intelectual acerca de su voluntad de estar presente en la lucha y condicionar la agenda política del antifranquismo catalán. De modo que la pregunta que nos tendríamos que formular es por qué sus ideas no triunfaron en los años sesenta. Y la respuesta, como siempre ocurre en el análisis histórico, no es atribuible a una única causa, sino a una serie de puntos sobre los que nos hemos de detener.

Ante todo, es importante tener en cuenta que, pese a ser numéricamente harto consistente, el espacio nacionalista fue al mismo tiempo un espacio fragmentado. Ello le impidió explotar a fondo sus puntos fuertes, el más importante de los cuales era el depósito de militantes que le ofrecían las comarcas catalanas, allá donde no operaba una izquierda intelectual que nunca logró salir de los circuitos políticos del área metropolitana. Todo el antifranquismo político-cultural comarcal giraba en torno a la órbita del nacionalismo y movía a muchas personas a través de revistas35 y de espacios de cultura, tiempo libre y politización que aún no se han estudiado en profundidad, pero que eran reales por el obvio problema de la represión cultural y lingüística practicada por el régimen franquista. Aun así, no tuvo un peso real en la dinámica cultural de la Cataluña de aquella década porque no contó con un referente en la ciudad condal que pudiera potenciarlo y amplificar el volumen de sus reivindicaciones. Desde luego, semejante situación no se debió a una falta de contactos personales, dado que los activistas nacionalistas tuvieron una relación constante y capilar con la Cataluña del interior. La ausencia de un referente político sólido y consensuado es explicable por la situación en que se hallaba el nacionalismo de la capital, dividido en un gran número de siglas políticas

35 Por citar a las más importantes, Oriflama (Vic), Presència (Girona) y Canigó (Figueres). Un registro completo de la prensa comarcal en catalán en los años de la dictadura se encuentra en Josep FAULÍ, Repertori d’una recuperació. Premsa en català (1939-1976), Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2006.

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(Unió Democràtica, Esquerra Republicana, Front Nacional, Acció Republicana, los partidarios de Josep Pallach que salieron del MSC en 1967) que competían duramente por el liderazgo de ese espacio ideológico, como atestiguan las trifulcas que protagonizaron en los orígenes de la política unitaria catalana.36 A mayor abundamiento, estos partidos, aun siendo pequeños, en un momento u otro de la década, estuvieron fracturados por dentro.37 En este sentido, el gran mérito de Jordi Pujol en los años de la Transición no fue tanto crear un partido o un modelo de construcción político-cultural de Cataluña (que, por otra parte, ya tenía definido de manera sustancial en los años sesenta), como saber aglutinar ese espacio político fraccionado y proporcionarle capacidad de incidir a nivel electoral. En resumen, la división política debilitó al nacionalismo cultural e impidió que el nacionalismo cultural de comarcas jugara un papel real en la dinámica cultural de Barcelona, el centro que –por razones económicas, demográficas y políticas obvias– marcaba el ritmo de la actividad cultural democrática de toda Cataluña.

Otro factor que mermó la eficacia del nacionalismo cultural fue la relación que mantuvo con sus jóvenes y más preciados intelectuales, sin duda más correosa que la que estrecharon los partidos de izquierdas con los intelectuales independientes de su área política. En efecto, Josep Benet, Joan Triadú, Raimon Galí o Jordi Carbonell nunca fueron tan cordialmente disponibles a la colaboración con los núcleos y plataformas nacionalistas como se mostraron Castellet, J. Molas, Salvat o Cirici Pellicer con las organizaciones de izquierdas, quienes siempre obtuvieron de aquellos un artículo, la firma de un manifiesto o una ayuda para actividades de logística clandestina.38 No es casualidad que, en la segunda mitad de los años

36 Giaime PALA, El PSUC…, op. cit., cap. II. 37 Sobre los conflictos internos que desgarraron a los partidos nacionalistas en los años sesenta, véase: Daniel DÍAZ, Fermí RUBIRALTA y Jaume RENYER, Una història del FNC (1940-1990), Lleida, Pagès, 2008, pp. 91-98; Fermí RUBIRALTA, Orígens i desenvolupament del PSAN, Barcelona, La Magrana, 1988, pp. 86-89; Òscar BARBERÀ, Unió Democràtica de Catalunya (1931-2003). Evolució política i organitzativa, Barcelona, Mediterrània, 2010, cap. I; Joan Baptista CULLA, Esquerra Republicana de Catalunya, 1931-2012. Una historia política, Barcelona, La Campana, 2013, pp. 101-105; Pere MEROÑO, Josep Pallach (1920-1977). Història d’un líder, Barcelona, Edicions 62, 1997, pp. 95-108. 38 Consideramos aquí a Jordi Carbonell como a un intelectual más encuadrable en la órbita nacionalista que en la de la izquierda, a la que se acercará definitivamente a finales de los años sesenta. Tanto sus memorias, como las de Triadú y Galí (Memòries, Barcelona, Proa, 2004), nos dan pistas acerca de una relación con los partidos y plataformas nacionalistas no siempre

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sesenta, plataformas como el Òmnium Cultural o el mismo Jordi Pujol intentaran cooptar a los más prestigiosos intelectuales de izquierdas: casos como el de las jornadas de Ametlla de Mar de 1966, en las que el Òmnium les ofreció becas y puestos de trabajo, o el de EISA, la academia privada que recuperó a los profesores de izquierdas expulsados de la universidad en 1966 y que financió Pujol, son indicativos de la sensación que experimentaron los referentes políticos del nacionalismo de estar perdiendo la batalla cultural frente a la izquierda y de su dificultad para tratar con aquellos intelectuales que, en teoría, tendrían que haberles sido más afines.39

Por otra parte, en aquellos años, el nacionalismo cultural estuvo a la defensiva en los escasos debates que sí se produjeron sobre la realidad sociopolítica y la historia del país, y concretamente en dos de ellos: la inmigración de lengua castellana en Cataluña y la historia del catalanismo, en torno a los que se produjo un enfrentamiento dialéctico entre la izquierda marxista y el mundo nacionalista, del que salió ganadora la primera. En lo que se refiere a la inmigración, la publicación de Els altres catalans40 de Francisco Candel supuso un duro golpe intelectual para el nacionalismo, porque planteó la cuestión de la integración de la comunidad castellanoparlante no solo en términos lingüísticos, culturales o identitarios, sino también en cuanto a condiciones de vida y clases sociales (lo que, de manera implícita, suponía formular una crítica a aquella burguesía catalana que era vista por el mundo nacionalista como un segmento social de capital importancia para relanzar un potente movimiento de reconstrucción nacional). Pocas dudas pueden caber acerca de que el exitoso libro de Candel reforzara a una izquierda que compartía su mirada de clase y que la constante ni exenta de desencuentros. A falta de estudios sobre estos personajes, como el que está realizando el escritor Jordi Amat sobre Josep Benet, no es descabellado deducir que la aproximación de Carbonell y Benet al área política de la izquierda se deba también a esta no fácil relación. 39 Sobre las jornadas del Òmnium de 1966 cfr. Albert MANENT, Fèlix Millet i Maristany. Líder cristià, financer, mecenes catalanista, Barcelona, Proa, 2003, pp. 124-128. Pero, sobre todo, el informe que redactó Manuel Sacristán para el Comité Ejecutivo del PSUC después de haber hablado con algunos de los intelectuales invitados (entre los cuales figuraban Castellet, J. Molas, A. Cirici Pellicer y R. Salvat): AHPCE, Fondo PSUC, caja 56, «Carta de Ricardo», 26/1/1966. En lo que se refiere al proyecto de EISA, cfr. Jordi SOLÉ TURA, Una història optimista…, op.cit., pp. 249-255; y también Josep Maria GARCÍA FERRER y Martí ROM, Francesc Vicens, Barcelona, Col·legi d’Enginyers de Catalunya, 2003, p. 123. 40 Francisco CANDEL, Els altres catalans, Barcelona, Edicions 62, 1964.

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empujara a responder de un modo enérgico a los planteamientos que ofrecía el nacionalismo para enfrentarse al problema de la inmigración.41

El segundo gran debate de los años sesenta fue el que giró alrededor de los orígenes y la historia del catalanismo, una cuestión sumamente delicada para un nacionalismo que se presentaba como continuador de una línea histórica que se remontaba al movimiento de la Renaixença. Pues bien, la izquierda cuestionó, o ignoró, la reconstrucción que de aquella historia iban realizando los estudiosos nacionalistas. Por una parte, el FOC nunca mostró interés en hablar de un pasado que difería de la realidad de la Cataluña de los años sesenta (y todavía menos de un nacionalismo calificado de burgués42). Una postura distinta fue la del PSUC, quien sí dio batalla a través de artículos y de un estudio histórico, El problema nacional català, cuyo fin era demostrar el fracaso del nacionalismo burgués a la hora de liderar el movimiento catalanista, y la necesidad de sustituirlo por un liderazgo obrero y popular a través de una espinada crítica de los objetivos de clase que subyacían al pensamiento y acción de Prat de la Riba y Cambó.43 Aquella interpretación tuvo luego su continuación más elaborada en la obra de Jordi Solé Tura Catalanisme i revolució burgesa,44 cuya polémica recepción se debió al hecho de que fuera un libro concebido y redactado con la intención manifiesta de arrebatar al nacionalismo la bandera del catalanismo. En suma, el nacionalismo catalán no solo no pudo atraer a la izquierda hacia sus posiciones, sino que también tuvo evidentes dificultades para acotar la influencia de los escritos de los intelectuales marxistas en la vida cultural de la época.

Por otra parte, los temas que sí debatió el nacionalismo cultural no fueron recogidos por la intelectualidad de izquierdas, entre los que

41 Cfr. al respecto, Josep Maria Colomer, Espanyolisme i catalanisme. La idea de nació en el pensament polític català (1939-1979), Barcelona, L’Avenç, 1984, pp. 190-211. 42 Jaume LORÉS, La transició a Catalunya (1977-1984), Barcelona, Empúries, 1985, p. 112. 43 Partit Socialista Unificat de Catalunya, El problema nacional català (I part). Antecedents històrics, México D.F., Edicions Nous Horitzons, 1961. La segunda parte, ya acabada en 1964, fue publicada solamente en 1967 con el título El problema nacional català (II part). El moviment nacional sota la direcció de la burgesia. Sobre la lectura que hacían los intelectuales del PSUC del nacionalismo lligaire, véase también Giaime PALA, «Marxisme i cultura catalana. Nota sobre els Quaderns de cultura catalana (1959-1960)», Els Marges, n. 93, 2011, pp. 32-46. 44 Jordi SOLÉ TURA, Catalanisme i revolució burgesa. La síntesi de Prat de la Riba, Barcelona, Edicions 62, 1967.

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señalamos aquí los que más nos llaman la atención: el europeísmo y el diálogo entre Castilla y Cataluña. De entrada, el europeísmo, que desde siempre había sido uno de los caballos de batalla del nacionalismo, el cual miraba a los incipientes movimientos de unificación político-económica europea como una solución, o cuando menos ayuda, del histórico contencioso que mantenía Cataluña con el Estado español.45 La izquierda catalana de los años sesenta nunca se mostró dispuesta a discutir sobre la bondad y las ventajas del europeísmo y de un Mercado Común Europeo (MCE) auspiciado, en su opinión, por los grandes monopolios europeos y estadounidenses con vistas a apuntalar la influencia de los Estados imperialistas occidentales sobre España. Hasta mediados de los años setenta, cuando tanto el PCE/PSUC como la izquierda socialista modificaron su posición y vieron en la integración del Estado en el MCE una oportunidad para impulsar la colaboración entre las fuerzas progresistas y revolucionarias en aras de una Europa social,46 el nacionalismo no encontró en la izquierda a ningún interlocutor con el que construir un robusto discurso europeísta desde bases catalanistas. Un caso análogo es el que concierne al debate Castilla-Cataluña, que dio vida a los encuentros de Toledo y a la célebre polémica entre Julián Marías y Maurici Serrahima sobre el entonces llamado «problema catalán». Sin duda, una cuestión muy interesante que ha sido objeto de excelentes estudios,47 pero que en los años sesenta no consiguió cautivar a los partidos e intelectuales de izquierdas, quienes no hablaron de ella en sus publicaciones por considerar que aquel debate estaba encarrilado en términos abstractos y alejados de las necesidades reales culturales de la sociedad catalana. En la izquierda, era una convicción generalizada que el trabajo cultural debía de versar más

45 Pilar de PEDRO y Queralt SOLÉ, 30 anys d’història d’europeisme català, 1948-1978, Barcelona, Mediterrània, 1999; y también, Carles SANTACANA, «Europeísmo y catolicismo en el discurso cultural y político catalán de la posguerra», Cercles, n. 14, 2011, esp. pp. 25-32. 46 Jesús SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, Teoría y práctica democrática en el PCE (1956-1982), Fundación de Investigaciones Marxistas, 2004, pp. 164-167; Juan Antonio ANDRADE BLANCO, El PCE y el PSOE en (la) transición, Madrid, Siglo XXI, 2012, pp. 392-394. 47 Jordi AMAT, Els “Coloquios Cataluña-Castilla” (1964-1971), Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2010; Albert BALCELLS, Cataluña ante España. Los diálogos entre intelectuales catalanes y castellanos, Lleida, Milenio, 2011, pp. 143-173. Sobre el debate entre Marías y Serrahima cfr. Jordi GIRÓ i PARÍS, Els homes són i les coses passen. Maurici Serrahima i Bofill (1902-1979), un filòsof-literat del segle XX, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2004, pp. 324-334.

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bien sobre la construcción de una cultura catalana que implicara a las clases populares, sobre cómo revertir la diglosia lingüística de la sociedad o construir políticas editoriales modernas y comparables con las de los países vecinos.48

En definitiva, y sin ánimo de ser exhaustivos, la subalternidad cultural del nacionalismo político respecto a la izquierda se debió fundamentalmente a cuatro factores: fragmentación partidista; incapacidad de atraer de forma estable a los intelectuales nacionalistas independientes de más prestigio; dificultad para contener la vis polémica de la izquierda en determinados debates que consideraba importantes; e imposibilidad de implicar a la izquierda en los temas que él mismo trajo a colación. El nacionalismo catalán no careció, pues, de fuerzas y medios para erigirse en protagonista de la escena de los años sesenta, sino de la homogeneidad político-cultural necesaria para imponerse sobre sus competidores. El hecho de haber representado este fracaso político como un simple periodo de preparación y acumulación de fuerzas de cara a un futuro más exitoso es, además de una lectura anacrónica del pasado, uno de los mayores logros de la particular memoria histórica cultivada por el nacionalismo político, en tanto que ha sido aceptado por buena parte de los historiadores y de la opinión pública.

Si hemos insistido en estos cuatro puntos es también porque, si se analizan desde una óptica de larga duración, nos sugieren una clave de lectura del repliegue cultural de la izquierda en los años ochenta y del fortalecimiento paralelo de la acción política y cultural del nacionalismo. Ya hemos dicho que, a partir de los años de la Transición, este tendió a reagruparse –y disciplinarse– en torno a la figura de Jordi Pujol, lo cual, amén de potenciar su propuesta política, le permitió ejercer un fuerte poder de atracción hacia los intelectuales nacionalistas que hasta entonces habían desplegado su activismo de forma independiente o, al menos, desvinculado de una lógica de partido. Por su parte, en los años setenta, las izquierdas socialista y comunista fueron modificando tanto el tono como el contenido de algunos de los argumentos que ya habían tocado en el pasado; para

48 Al respecto, véanse las ponencias que presentaron los intelectuales del PSUC en las Jornadas de estudio internas celebradas en diciembre de 1968, y que se pueden consultar tanto en el fondo Antoni Gutiérrez Díaz del Arxiu Nacional de Catalunya como en AHPCE, Fondo PSUC, caja 58.

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volver a las dos cuestiones mencionadas antes, abandonaron su interpretación de los orígenes del catalanismo como un fenómeno burgués hasta aposentarse en una lectura del mismo como un movimiento surgido de las clases populares, y se volcaron en los debates que el nacionalismo presentó sin éxito en la década anterior: el europeísmo y el diálogo entre las culturas castellana y catalana. Sin ser los únicos factores que explican este cambio en la vida intelectual catalana, son elementos de peso que aún tienen que ser investigados y que ayudarán a descifrar el inicio del desplazamiento de la hegemonía que detentó la izquierda cultural catalana hasta finales de los años setenta hacia el mundo nacionalista.

Un apunte final

El objetivo de estas páginas era hablar de los intelectuales catalanes antifranquistas, poniendo el acento en su dificultad para debatir a nivel cultural y, sobre todo, en la pugna que libraron para consolidar sus espacios de pertenencia ideológica. Una pugna que, pese a tener un carácter forzosamente latente por la necesidad de dar prioridad a la lucha común contra la dictadura franquista, fue tan certera como inevitable. Y justo sobre este último concepto, el de su inevitabilidad, conviene que los historiadores ahondemos en nuestros análisis, porque la de los sesenta fue una de las décadas del siglo XX en las que cobró más protagonismo la figura del intelectual comprometido (con su país y la democracia), militante (de partido o de plataformas culturales-políticas) e incluso «orgánico» (en el caso de la izquierda marxista, con la clase trabajadora y sus proyectos de emancipación moral y material, y en el del nacionalismo, con una burguesía patriótica, emprendedora y con la vista puesta en la modernidad europea). Por tanto, hablamos de una persona volcada, con su pensamiento y praxis, en la construcción de proyectos y relatos políticos desemejantes y, a la larga, antagónicos. De ahí que reconstruir la batalla de las ideas que protagonizaron los intelectuales catalanes equivalga a aportar otra pieza para obtener un correcto cuadro de conjunto de la más amplia batalla por la hegemonía política que entablaron los movimientos y los partidos políticos democráticos en Cataluña. Este es el mayor reto historiográfico que se nos plantea en el inmediato futuro y que completará los resultados obtenidos por los estudios sobre la confrontación de la intelectualidad catalana contra el franquismo. Más claro todavía: si supiéramos combinar el estudio del intelectual antifranquista con el del intelectual comprometido con un

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proyecto político que buscaba dar vida a un determinado modelo de sociedad, daríamos un paso importante para delinear toda la historia cultural de Cataluña en los años sesenta.

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