Palabra de Abogado Jose Luis Carretero Miramar

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    PALABRA DE ABOGADO.

    Jos Luis Carretero Miramar.

    Edita: Confederacin Sindical Solidaridad Obrera.ISBN: 978-84-615-7899-3

    Est permitida la reproduccin total o parcial de esta obra y su difusin telemtica o porcualquier otro medio, siempre que no sea con fines comerciales.

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    Dedicado a las gentes de la Asociacin Libre de Abogados de Madrid. Concario y admiracin.

    Debo agradecer a David Ripoll por mostrarme la insigne ciudad de Villanoray ya sus espeluznados habitantes, y a Solidaridad Obrera y a La Malatesta por aguantar queles mande este tipo de manuscritos.

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    UNO

    Traspaso rpidamente el arco detector de metales del edificio de los Juzgados. Elvigilante de la puerta me mira con gesto bovino mientras mi maletn de cuero se arrastralentamente por el rodillo de la mquina de rayos X.

    Estoy mojado por la lluvia y con los msculos un tanto ateridos por el fro deeste invierno gris y plomizo de finales del siglo XX, y mis gafas pasan un instanteemborronadas por el vaho producto del cambio de temperatura.

    Me muevo con rapidez por el pasillo atestado de los Juzgados. Los rostros de laspersonas sentadas en los pequeos bancos laterales se giran para verme, mirndome conla mezcla feroz de ansiedad y esperanza de quienes estn esperando a su abogado.

    -Jaime Caminero?

    Uno de ellos se ha levantado y se dirige hacia m. Estrecho su mano convehemencia.

    -S. Alfredo Daz, supongo.

    Soy un joven, aunque cansado, abogado, vestido habitualmente con un traje deentretiempo que me garantiza pasar fro en invierno y calor en verano, que se ha citadoesta maana con un cliente pro bono (es decir, al que voy a defender gratuitamente) eneste edificio de los Juzgados de Villanoray, a escasos kilmetros de Madrid capital.

    Este cliente va a hacer hoy su primera declaracin ante el Juez, para ratificar su

    denuncia contra unos agentes de la autoridad (en concreto, policas municipales de estalocalidad) por agresin y malos tratos. Contra todo chiste fcil celtibrico yo soy un

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    picapleitos un tanto atpico que no se dedica tan slo a engaar a incautos y desplumarciudadanos, sino que tambin lleva a efecto poco rentables actuaciones sociales comoeste procedimiento, para el que he sido llamado por la Asociacin Contra la Tortura, endefensa de unos derechos fundamentales que nadie ha vuelto a ver desde hace dcadas.

    Alfredo Daz es alto y enjuto y est acompaado de su mujer, Alicia Gmez, unapelirroja vivaracha con el pelo rizado que me mira con ojos bizqueantes. Son una parejade lo ms normal. Gente joven y de aspecto popular, probablemente con un cochetuneado y una hipoteca salvaje aplastando el conjunto de su existencia. Visten demanera moderna, pero sin alharacas: l se ha gastado mucho en un reloj metlico ytintineante, y ella fue hace poco a la peluquera.

    Cuando iniciamos la declaracin de Alfredo, el Juez le mira con gestodisplicente. Hoy no se ha levantado de buen humor. Se eleva las gafas sobre la frentearrugada para leer mejor la denuncia interpuesta por mi defendido:

    -Malos tratos? Bueno. Lo dudo.

    Se repantinga en su silln, estirando con sus manos huesudas su traje lustroso ybien planchado, al tiempo que, con un indefinible gesto de aburrimiento, se apresta a orms que escuchar la narracin de mi cliente.

    La historia es clara: Alicia y l estaban en un bar de la localidad. Uno de esossitios con restos de cacahuetes en el suelo y esqueletos crujientes de gambas sobre lasmesas. Se pusieron a discutir acaloradamente, pues se haban pasado la noche entera defarra y estaban un tanto susceptibles. Ni siquiera recuerda a qu venan los gritos. Elcaso es que aparecieron dos agentes de la polica municipal, grandes, brillantes, congafas oscuras y uniformes cuasi-galcticos. A l se lo llevaron afuera y, una vez en lacalle, intentaron meterlo en el coche policial. Se puso nervioso. No haba razn paraaquello. Se neg a entrar, se resisti pasivamente. Intent sentarse en el suelo.

    Entonces, sorpresivamente y en medio de un marasmo de gritos, aquellos tiposempezaron a pegarle. Golpes, puetazos, primero en el estmago y los hombros, luegoen la cabeza y la mandbula. El primer sol de la maana inundaba la acera polvorientaen que sus gritos de dolor se desparramaban como lava enrojecida. Luego sacaron lasporras. Le dieron hasta hartarse. Y cuando ya no podan ms, cuando, exhaustos y conla respiracin entrecortada del esfuerzo, bajaron las porras calientes, le metieron de un

    empujn en el coche policial y se lo llevaron a comisara.-Seguro que no les agredi usted primero?

    El juez no est muy dispuesto a creer semejante historia y juguetea con elpisapapeles con forma de elefante amarillo que adorna su mesa, invadida por legajospolvorientos.

    -No, seora, yo slo intent sentarme en el suelo.

    El juez observa exttico el techo encalado, y mi cliente contina con su versin,

    con voz trmula y mirada huidiza.

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    - Luego me llevaron a comisara. All me metieron en una celda. Durante el da yla noche siguiente, antes de traerme aqu acusado de atentado a la autoridad, meestuvieron pegando intermitentemente. Cada cierto tiempo un par de policas entraba enel calabozo y me daba con sus porras. Yo me esconda en la esquina de la habitacin,intentaba protegerme con los brazos, pero la lluvia de golpes no amainaba ms que

    durante breves instantes y, como las olas en la playa, volva a tomar fuerza traspequeas pausas en las que el dolor se haca incluso ms intenso.

    - Pero usted no denunci estos hechos cuando estuvo aqu, a la maanasiguiente.

    -S lo dije, seora. Lo hice constar en mi declaracin. Pero no con todo estedetalle.

    -Es de suponer que tiene un parte mdico, no?

    -Por supuesto, seora.

    -Y que puede reconocer a las personas que dice que le agredieron.

    Se produce un breve instante de duda y de sorpresa, roto abruptamente cuandoAlfonso dice con voz temblona y asustada:

    -Creo que s.

    Cuando pasa Alicia a declarar las pupilas del juez se dilatan ante su pocoimaginativa belleza, pero no por eso deja de jugar, ya no con el pisapapeles, sino conuna grapadora refulgente que se monta y se desmonta entre sus manos.

    Ella es tambin muy clara, aunque la voz le tiembla an ms que a su pareja: nohaban discutido por nada importante. Era una simple ria de enamorados. En ningnmomento l la agredi. Fue al salir del bar y ver cmo le estaban golpeando a l lospolicas, cuando ella intent interponerse y calmar los nimos. Y en un momento fugazy doloroso, alguien desde atrs le tir del pelo hasta hacerla arrodillarse, y luego se lallev arrastras hasta otro coche policial. Prcticamente la lanzaron con violencia contrala puerta abierta del vehculo, y se golpe la frente con la parte superior. Ya encomisara estuvo a punto de tener un ataque de ansiedad mientras oa, a pocos pasos,

    cmo golpeaban a Alfredo en su celda. Ella recorra en crculos, agitada y nerviosahasta el paroxismo, la escasa superficie de su calabozo, mientras los gritos de su parejahoradaban las ttricas y amarillentas paredes, llenas de desconchones.

    Bonita historia, pienso mientras me tomo un caf cargado y humeante en el barde enfrente de los Juzgados. Esta pareja de tipos normales que apenas se pueden creer loque les ha pasado, probablemente unos das antes aplaudan con manos y pies lasllamadas al linchamiento pblico y sin juicio, o a la pena de muerte, contra losdelincuentes de toda laya. Buenos ciudadanos decentes, sin poder ni rebeldas,encarados sin mediaciones con la brutalidad de la maquinaria que garantiza su buenaconciencia.

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    Afuera sigue lloviendo y el aire corta la respiracin. En la tele del bar, unfutbolista semi-analfabeto intenta explicar como marc el ltimo gol, pero no encuentraen su exiguo vocabulario conceptos suficientes para expresarse con claridad. El dueodel local mira con arrobo un cartel dorado en el que, con letras de imprenta, puedeleerse Hoy no se fa. Maana tampoco.

    Tengo que salir al exterior.

    Entro encogindome, mientras me froto con energa los brazos ateridos. Dejo elparaguas en el paragero metlico y brillante del descansillo. Ahora estoy en midespacho. Es un amplio piso en una zona cntrica de la Capital, del cual alquilo una

    habitacin como bufete profesional. El resto est ocupado por otros letrados de todoslos colores ideolgicos (y algunos, incluso, de la piel), por lo que la sala de espera estsiempre atestada de gente nerviosa y cabizbaja, que aguarda el momento de contar susproblemas.

    Me introduzco en mi cubculo, el ms pequeo de los despachos,empequeecido an ms por una estantera repleta de libros desiguales y una mesaoscura, un par de sillas, un telfono-fax y un ordenador que dista mucho de ser el ltimomodelo.

    Pongo el contestador automtico y escucho algunos mensajes secos deprocuradores y clientes mientras repaso los faxes que me han mandado esta maana. Lalluvia ah afuera sigue cayendo con tozudez, repiqueteando contra el cristal de la nicaventana, dando a la habitacin un aspecto muy poco hospitalario.

    No tarda en aparecer la primera visitante. Una mujer joven y bella, de tezmorena y finos pmulos, de ojos grandes y labios carnosos y pelo corto, ensortijado ybrillante. Viste manera muy humilde, y se sienta nerviosa en la silla que le corresponde,al otro lado de la mesa.

    Es la novia de uno de mis clientes, acusado de menudeo de droga. Le detuvieron

    con una cierta cantidad de cocana en un bar cercano a la calle Montera. Lleva algntiempo en la crcel del Soto del Real, y ella est ansiosa por que lo liberen.

    Me mira con ojos suplicantes mientras le explico la dificultad del caso: no tienedomicilio conocido ni parece que haya familiares que den la cara por l. Podramosintentar la libertad provisional, pero ella tendra que cooperar presentndose ante el juezcon su nmina y su contrato de arrendamiento.

    -No tengo nada de eso. Soy prostituta. Trabajo en la misma calle Montera.

    Lo ha dicho con voz clara y seca. Sin titubeos.

    Pienso, un poco aterrado, que l probablemente es su proxeneta.

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    -Y s, l es mi chulo, pero necesito que salga.

    No s como, pero ha adivinado mi pensamiento.

    -l no me pega, no me explota, no hace esas cosas que se cuentan por ah.Simplemente es mi novio y me protege. Usted no sabe que cosas estn pasandoltimamente en nuestra calle.

    Y las empieza a contar con voz asustada y monocorde: se ha puesto de modaentre los yonkis del extrarradio robar un coche e irse cuatro o cinco en l a Montera.Llegan totalmente puestos y acelerados, rabiosos de las diversas drogas que recorren suscuerpos. Se acercan a alguna prostituta e intentan raptarla y llevrsela quin sabe donde.La violan entre todos salvajemente, y la dejan hecha un guiapo en cualquier cuneta enmitad de la noche helada. Recientemente le ha pasado a una chica rumana que no tenaquien le protegiese.

    -Como ve, no se puede estar all sin proteccin.

    Sentencia con aire firme mientras se agarra a la mesa con un gesto con el queparece intentar evitar perderse a la deriva en el marasmo de la gran ciudad.

    La droga, pienso. Siempre la misma historia. Ms del 60 % de los detenidos enuna noche cualquiera de guardia del Turno de Oficio tiene relacin con el mundo de ladroga: trfico, robos, etc. Prcticamente todo. Ya hay voces que claman por sulegalizacin y control sanitario, pero no son escuchadas. Gentes destruidas, apartadas dela sociedad. Cuerpos desgarrados y mentes alucinadas, levitando en el vaco. Dispuestosa cualquier cosa, peones de todas las crueldades, blanco de todas las traiciones.

    Y, probablemente, ella tambin es toxicmana.

    -Yo no tomo nada. No me drogo.

    Ha vuelto a leerme el pensamiento. Me pregunto cmo lo har.

    -Soy prostituta porque quiero. Porque no tengo dinero y gano ms as que comoasistenta en las casas de los ricos. Normalmente estoy en pisos, pero ahora tengo una

    mala racha porque me fui discutiendo de uno de ellos y no he encontrado otro que meguste. Adems, as estoy ms libre. Siempre y cuando me proteja Jorge.

    No es momento de debatir sobre el tema. Ver que se puede hacer. Intentarencontrar una solucin.

    Se va con ojos preocupados y llorosos, dejando un halo de desamparo tras suspisadas.

    Me enciendo un cigarrillo, mirando a la puerta del despacho, que se cierrasuavemente.

    Suena el telfono y no respondo. Que dejen el mensaje.

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    Llego ya tarde a mi casa y me apoyo brevemente en la pared polvorienta yrecorrida por una grieta con forma de corazn que da entrada a la cocina. Apenas haynada para cenar y no ha debido de aparecer el butanero, as que no hay calefaccin.

    Comparto piso con tres o cuatro amigos de la primera juventud. Empez siendoun alegre refugio de estudiantes donde la farra era continua y todo el mundo estabacontento. Ahora cada cual tiene sus los y es muy fcil que tengamos roces. Un par deellos son fiesteros profesionales, cada vez ms absorbidos por el mundo alucinatorio y

    virtual de la noche y las sustancias poco recomendables. Otros intentan trabajar enempleos precarios y mal pagados, con horarios de rdago y relaciones personalescercanas a la paranoia. No hay ya mucho espacio para la alegre camaradera de losprimeros aos.

    Hoy nadie ha debido poder esperar al butanero, as que ese seor andaluz con uneterno cigarrillo bajo el bigote y un bonito uniforme naranja, no ha subido los cincopisos sin ascensor portando la inmensa bombona. Hace un fro que pela.

    Saco tres o cuatro mantas y las pongo sobre la cama. Tendr que dormir conellas si no quiero morir congelado.

    Me llaman al mvil y respondo. Es Javier Obispo, el incombustible hombre-para-todo de la Asociacin Contra la Tortura:

    -Hola, Jaime, buenas noches, qu tal te ha ido esta maana en Villanoray?

    Se lo cuento y me comenta con voz animada:

    -Estamos dando en algo importante con ese asunto. Esa unidad de PolicaMunicipal ha acumulado un nmero record de denuncias por malos tratos en los ltimos

    meses. El ltimo fue un quiosquero que luego no se atreva a contar por qu habatenido problemas con ellos. Aqu hay algo raro.

    Perfecto. Ms emocin. Ah afuera sigue lloviendo mientras los ojos casi se mecierran del cansancio acumulado.

    -Y, por cierto, Jaime, tengo que contarte algo

    -Venga, dispara.

    -Nos han puesto una denuncia. A la asociacin. Un pseudo-sindicato de esos de

    la ultraderecha: Palmas Abiertas o algo as. Dicen que no deberamos publicar nuestros

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    informes en la pgina web. Que en ellos aparecen identificados con sus iniciales agentespoliciales, y que eso les pone en peligro.

    -Pero en la web no se pone nada que no est sacado de otros medios decomunicacin comerciales.

    -Claro, todo lo que figura no es ms que un recorta y pega de los peridicosdel da. Sin embargo, y aunque a ninguno de los policas que aparecen les ha pasadonunca nada extrao, nos acusan de ponerlos en el punto de mira de los terroristas.

    -Vaya por Dios, siempre con lo mismo. Es la excusa perfecta para que todo lodems desaparezca. Y cuando les saca El Pas no los pone en el punto de mira?

    -Te tendr informado. Nuestra defensa la est llevando Ignacio.

    Miro al techo con la luz apagada, e intento dormirme. Me cuesta, pese al

    cansancio: las emociones del da han sido fuertes y no puedo olvidar los ojos asustadosy tristes de la prostituta de la calle Montera. Olga, se llamaba. Y si est ahora ah afueraespero que lleve un paraguas y un buen abrigo. No para de caer una cortina de aguahelada sobre el asfalto.

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    DOS.

    Estiro un poco las piernas, sentado como estoy en el banquito barnizado delpasillo de los Juzgados de Villanoray. Frente a m, una familia gitana al completo semueve aceleradamente, ocupando la totalidad del espacio disponible. Los coloresbrillantes de las ropas, amontonadas en capas interminables sobre cuerpos dinmicos, elreflejo bruido de los rostros morenos, las voces alegres an en la ms tenebrosaadversidad, el chillido vibrante de los nios que corretean sin ton ni son; nada parecerecordar que estamos en el ms grave templo de la Justicia Esa Diosa poco adoradahoy en da.

    De repente, el tumulto se detiene y todos se vuelven perplejos a sus asientos. Sehace el silencio. All, al fondo del pasillo, se recortan algunas siluetas familiares.

    Liderando el grupo va Rodrigo Merino, el orondo abogado-estrella de losprogramas rosas y las mafias policiales. Su grueso vientre parece ir unos pasosadelantado al resto de su cuerpo, que se mueve con la seguridad del hombreacostumbrado a ser el centro de atencin. Tiene una edad indefinible (la misma desdeque recuerdo haberle visto por primera vez) y un gesto claramente altivo, elevando sufrente broncnea como un emperador romano.

    Se trata del letrado ms polmico de los ltimos aos. Hay quien duda de quehaya ganado alguna vez algn juicio e, incluso, de que sea realmente abogado (al

    parecer, al principio empez a ejercer sin tener el ttulo, lo que no le implic demasiadograves consecuencias). Sin embargo, lo que parece claro es que si las cmaras estncerca, el abogado, finalmente, ser l. O si el procedimiento es lo bastante siniestro, quees la otra posibilidad. Porque junto al ejercicio de picapleitos estrella de la jet y losfamosos, Don Rodrigo (as le llaman sus allegados) parece dedicarse tambin a ladefensa de policas corruptos, mafiosos de medio pelo, y polticos a un paso de Soto delReal. Una joya, vamos.

    Tras l vienen sus cuatro valkirias. Cuatro hembras rubias y altas como modelos,con elegantes trajes terminados por abajo en escuetas minifaldas que dejan ver unaspiernas tersas y largas cual arbolillos azuzados por el cierzo. Las cuatro mujeres le

    llevan los papeles y el ordenador porttil, siguen sus pasos con arrobamiento y seriedad,levantando un murmullo lascivo por parte de los varones del pasillo e histricos

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    susurros de envidia de las escasas mujeres. Es posible que sean abogadas, aunquetampoco lo jurara. Forman parte del espectculo de Don Rodrigo. As se garantiza queninguna de sus apariciones pasa desapercibida y, por qu no?, nunca parece malacompaado.

    Unos pasos despus, ya inadvertidos por el resto de ciudadanos que se giran alver pasar a las valkirias y al orondo abogado, vienen los autnticos protagonistas. Tresde los letrados ms caros y tenebrosos de la Capital. Con relojes de tres mil euros ymirada altiva y seca. Con gesto discreto pero feroz.

    Todos ellos son los abogados de los policas municipales de Villanoray quevienen a declarar en el procedimiento por malos tratos en el que yo represento a Alfredoy Alicia. Estos son sus poderes.

    Don Rodrigo se dirige a m, que sigo despatarrado mansamente en el banquitodel pasillo:

    -Voy a denunciar a sus clientes por falso testimonio, les voy a dejar encalzoncillos. Y despus le voy a denunciar a usted, y a la asociacin que ustedrepresenta.

    Lo ha dicho bien alto para que lo oiga todo el mundo en unos cuantos metros a laredonda. Esto tambin forma parte del espectculo. l lo sabe, yo lo s, y l sabe que yolo s. Probablemente, hasta el propio patriarca gitano que masca tabaco frente anosotros, tambin lo sepa.

    -Vale.

    Oigo un breve carraspeo. La valkiria rubicunda ms cercana a Don Rodrigopretende hacerme notar que, en estos momentos, un pelagatos bajito como yo, conaspecto de no haberse comido una rosca desde el instituto, debera estar babeandoabsorto en sus muslos, y no mirando con cara de cachondeo a su jefe y gua.

    La comitiva entra gloriosamente en la sede del Juzgado, arrancandoexclamaciones de emocin de los concurrentes, a los que slo les falta aplaudir.

    Las declaraciones de los cinco policas implicados en el asunto de mis clientes

    son tensas, largas y problemticas. La versin que intentan contar, parapetados tras susgafas de sol y enrocados en sus uniformes centelleantes, es bastante espesa.

    -Nos llamaron desde el bar porque haba un tipo pegando a una mujer. Llegamosall y l se resisti. Se comport de una manera extremadamente violenta, aunque nopareca drogado ni borracho. Tuvimos que reducirle utilizando la fuerza mnimaimprescindible. De hecho, l nos agredi primero a nosotros.

    No puedo evita sonrerme ante lo que ha dicho. He visto su parte mdico:derrame de lquido sinovial en los nudillos. Debi de golpear repetidamente con sucabeza la mano del polica, hasta hacerle gritar.

    Pero la versin contina:

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    -En comisara se le trat como a cualquier detenido. En ningn momento se le

    agredi, pero hubo que volver a reducirle porque atac a un polica que abri la puertade su celda para darle la cena.

    -Y ella?

    Aqu no estn tan seguros. Uno dice que le atac por la espalda cuando estabareduciendo a su pareja, arandole la nuca. Otro, sin embargo, afirma que a quien asaltfue a l, que vena como refuerzo y acababa de bajarse del coche para intervenir al verel altercado. Ninguno, por supuesto, la tir del pelo ni la empuj.

    La verdad es que las declaraciones han sido complicadas: los agentes han tenidovarias contradicciones no precisamente anecdticas. Uno de ellos, en un raptus,producto de algn tipo de querencia subconsciente, afirma:

    -Cuando estbamos metindole a l en el coche, pude ver como ella entraba en elotro, de un empujn.

    Quiero que eso conste textualmente en el acta de la declaracin, pero el juez seresiste como gato panza-arriba.

    -No ha dicho exactamente eso.

    Joder, lo ha odo toda la sala. Hasta la secretaria del Juzgado me mira con carade nia mala pillada comiendo chucheras.

    Despus del espectculo de los agentes llega el plato fuerte de la maana: JosGarca Lpez, el Jefe Superior de la Polica de Villanoray. Estaba en la comisara eseda y mi cliente dice que vio como le pegaban.

    Es un hombre serio y fuerte, con una cabeza grande y cuadrada, que habla convoz autoritaria y monocorde:

    -Yo no sal de mi despacho en ningn momento.

    Se me queda mirando fijamente, sin pestaear ni un instante.

    -Nadie puede negarlo- Sentencia, con la cara del hombre acostumbrado a serobedecido sin rechistar.

    Todo ha ocurrido como era de esperar: agentes con una versin bien aprendida,algunas contradicciones no slo aparentes, gestos de seriedad y relojes caros (de dondesacarn estos funcionarios pblicos el dinero para esos relojes?).

    Al salir, uno de los letrados de los policas se me acerca subrepticiamente. Yaest a mi lado. Desde aqu puedo oler su perfume de ms de 300 euros.

    -Escucha. Estos seores tienen muy malas pulgas. Y no olvidan. Estsmetindote donde no debes. La polica municipal de Villanoray tiene muchos amigos.

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    Esto no estaba en el guin. Las amenazas jurdicas forman parte del espectculo,

    pero las fsicas no. Aunque tampoco ha dicho nada que sea denunciable. Es como en lasnovelas de Leonardo Sciascia: algo que slo se insina, en un marco de dobles sentidos.Algo que quiere decir lo que quiere decir. Todo un seor letrado de los ms caros de la

    Capital.

    Pienso en ello cuando paso el arco detector de metales de los locutorios de lacrcel de Almeida. He llegado aqu con la pequea furgoneta que pone el Colegio deAbogados para los letrados con menos posibles. Mientras atravesbamos las oscurascarreteras castellanas, azotadas por el viento, la lluvia segua cayendo como una

    maldicin inevitable. Ya ni siquiera s desde hace cunto.

    La zona de los locutorios es un alargado pasillo enfrente del cual se encuentrandiminutas estancias acristaladas, que dan al lugar donde los presos, que han venido porotro pasillo semejante, se sientan para platicar, no siempre amigablemente, con susabogados.

    Por supuesto, toda idea de intimidad es una fantasa en este espacio. Ms all delas escuchas legales o ilegales que puedan llevar a cabo los jueces o la direccin de lacrcel, lo cierto es que lo que se habla en uno de los cubculos se oye perfectamente enel de al lado, aunque los letrados ponemos una corts cara de pker al respecto yprocuramos mirar fijamente al frente, donde se encuentra nuestro cliente, separado denosotros por una pared de cristal con una diminuta abertura que slo permite pasar alruido.

    Para poder conversar hay que poner una postura extraa y antinatural que impidediscusiones largas, o gritar abiertamente, confiando en la dudosa decencia de los presosy letrados de ambos lados.

    No me pregunten. No s si eso es as por falta de presupuesto o porque formaparte de algn tipo de experimento social y psicolgico desarrollado por el Mossad o la

    CIA. Pero es lo que hay.Aqu viene la persona con la que he venido a hablar. Es Pedro Gualechi, un

    cetrino personaje ecuatoriano que lleg a Espaa buscando un mundo mejor y seencontr de bruces con la herona. La mir, la prob y la despos en los descampadosagrestes que rodean los poblados chabolistas de la Capital. Pero claro, l no es uno deesos buenos chicos que pueden pedir el dinero a sus padres, as que est aqu por unrobo con intimidacin. Sac una jeringuilla para quitarle la pasta (apenas calderilla) a un

    jubiladete que vena de dar un paseo al sol, en una maana primaveral. Plantear que lajeringa no es un medio peligroso, avalado por numerosa jurisprudencia, y que, por tanto,y teniendo adems en cuenta su toxicomana habitual (es una pena que en ese momento

    no estuviera con el sndrome de abstinencia) debera rebajrsele la pena.

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    Este hombre pequeo y enjuto me mira con ojos serios y escondidos tras suenorme nariz aindiada. No debera decir esto, porque soy un firme crtico de lainstitucin carcelaria, pero la trena parece sentarle bien. Le dan de comer, hacen queduerma todos los das, consigue habitualmente droga sin problemas (uno de losmisterios de la crceles modernas) y hasta hace algo de ejercicio. Fsicamente parece

    ms entero y su habla es mucho ms coherente.

    Una vez me cont su historia. Debi de salir espeluznado de un pobladopolvoriento, donde la pobreza y la miseria reinaban en coalicin con la sordidez y lospies descalzos de los nios, y lleg al rutilante Madrid de mediados de la dcada de losnoventa. Empez robando con arte a los turistas europeos, en el centro de la Capital.Ellos no notaban nada y nadie se molestaba. Hasta la polica pareca tratarle con unacierta tranquilidad cuando le detenan por unas pocas horas acusado de un hurtoaprovechando el descuido de un tipo rubicundo que se haba emborrachado desde elmismo momento en que se haba bajado del avin. No le iba mal. El problema deverdad empez cuando se aficion a los chinos. Luego quiso ser un tipo autntico y se

    pas a la jeringuilla, aunque para entonces ya casi nadie la usaba. Hepatitis, anticuerposdel VIH, y un habla lenta y arrastrada delatan su adiccin. En el nterin, ha acumuladobastantes condenas para pasarse aqu una buena temporada.

    De vez en cuando escribe a su madre, a su aldea natal. La anciana indgenamedio ciega que espera en la chabola hecha de latas, se estremece de felicidad cuandoalguien le lee la carta en la que su retoo preferido le cuenta lo bien que le va enEspaa, donde ha montado un negocio propio y se ha casado con una bella turistaaustriaca, vestida con traje-pantaln y, sobre todo, muy blanca y pecosa.

    Pedro Gualechi me mira con atencin. Ya hemos hablado bastante sobre su casoy quiere asegurarse de que yo no escribir en ningn momento a su madre ni a ningunode sus familiares en Ecuador. Dice que algn da volver a su pueblo arrancandomuecas de admiracin al bajarse de su Jaguar ltimo modelo.

    Al final de la conversacin se queda callado y pensativo. Parece dudar uninstante y, de pronto, se decide a expresar lo que le carcome:

    -Y seor letrao, tenga usted cuidao.

    No le doy importancia. Una frase como cualquier otra.

    -No, seor letrao. Tenga usted cuidao. Aqu se oyen muchas cosas. Hay genteque le quiere mal.

    Se hace un silencio incmodo mientras recojo los papeles y los voy metiendo enel maletn, intentando no arrugarlos demasiado.

    -Gracias, Pedro. Lo intentar.

    -Hgalo.

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    Salgo de la crcel por un estrecho pasillo, llegando a un aparcamiento exterior,cubierto por un cielo gris plomizo que parece amenazar a los Dioses con una explosinrepentina.

    En mi despacho, la tarde transcurre montona y con pocas llamadas, y el ruidode fondo de la lluvia intermitente.

    Ahora, sin embargo, aparece Olga, la prostituta, por la puerta.

    Se sienta seria y con ojos como de cristal de roca. Me trae la direccin de unfamiliar que se ofrece a hacerse valedor de su novio, para una hipottica libertadprovisional. Tambin trae partes mdicos de Jorge y una carta de Proyecto Hombre, porla que se le admite en un programa de la asociacin.

    -Est muy bien. Ver que puedo hacer.

    Parece casi sonrer un instante, pero, de una manera abrupta su sonrisa secongela en una mueca de terror espeso.

    Sigo la lnea de su mirada. Est fija en una pgina que apenas se ve delexpediente de Villanoray. Lo acabo de recibir por fax y lo he dejado sobre la mesa antesde archivarlo. Hay un folio por encima pero, pese a todo, puede leerse muy claramenteun nombre: Jos Garca Lpez, el jefe de la comisara.

    Olga me mira con ojos de conejo asustado, de animalillo atrapado por undepredador mucho ms fuerte.

    -Qu te pasa?

    -Ese to-la voz le tiembla.

    Le cuesta explicarse, pero me cuenta su historia: conoce a Jos Garca y a susmuchachos. Trabaj en un piso-burdel en Villanoray. All iban a expansionarse todosaquellos buenos chicos. Llegaban, hacan lo que queran, y se iban sin pagar. Tambincobraban proteccin a la duea. Deban hacerlo con todo el pueblo, no slo con elprostbulo: bares, tiendas, todo.

    -l es especialmente desagradable. Le va el rollo agresivo, la violencia y lahumillacin.

    Vuelve a mirarme con ojos asustados, pero contina decidida.

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    -Mira, aunque no te lo creas, la mayor parte de los clientes son buena gente.

    Gente ms o menos educada y previsible que no espera sacar ms que un desahogo.Hasta hay alguno tierno y dulce. Pero de vez en cuando aparecen personajes como esteto. Se crea el dueo de la casa. Y le iban los rollos raros. Un da me agarr por el brazo

    y me lo retorci. Cuando empec a gritar del dolor me meti un collar que llevaba en laboca y me penetr as, ahogndome y llorando, Cuando termin me fui de la casa y novolv ms. Y la duea no estaba dispuesta a protegernos porque deca que le tenamucho miedo.

    Hay un instante de pausa mientras me mira fijamente, sin pestaear.-Si ese to sabe que he estado aqu estoy perdida. Te estar vigilando, seguro.

    Habr alguien espiando tu despacho. Vendr a por m. No creo que quiera que cuente loque s de l.

    En la ltima frase su voz se ha quebrado como una rama rota que pisas en un

    bosque hmedo.

    -Tengo que irme-termina.

    Cuando cierra la puerta, dejando un hlito de terror reconcentrado en la pocoiluminada habitacin, intento meditar sobre lo que ha pasado: nada parece demasiadoclaro Por qu tanto miedo? Lo que ha contado es claramente delictivo, pero si slo los yo y ella no quiere que lo denuncie, la situacin no es tan mala para el seor JosGarca. Adems, no hay pruebas. Hay algo que no termino de entender, qu ms sabe?

    Una mafia policial. Amenazas. Un clsico, en definitiva. De vez en cuando sedan casos, por qu iba a ser este tan especial?

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    TRES.

    Observo caminar a Don Rodrigo, nuevamente en direccin a la sede delJuzgado, sentado otra vez en el banco del pasillo que ya empieza a parecer mi autnticohogar. Junto a l, su rebao de valkirias y los tres reptiles juristas. El espectculo serepite, pero esta vez no hay una familia gitana esperando para participar en algnproceso, sino un grupo de jubilados que han decidido que prefieren ver algn juiciogratis a pagar por entrar a un teatro. Y hace demasiado fro para pararse frente a unaobra. El jubilado ms gamberro deja caer, con gesto sobre-actuadamente desvalido, subastn al paso de una de las incombustibles hembras de Don Rodrigo la que, bieneducada como lo fue en algn antiguo colegio de monjas, se agacha para recogrselo,provocando murmullos de placer del resto de ancianos, que se han colocadoestratgicamente para admirar con delectacin su trasero poderoso.

    Hoy van a declarar los testigos del asunto que ltimamente siempre me trae porlos Juzgados de Villanoray: los malos tratos policiales.

    Son tres testigos: el dueo del bar donde ocurrieron los hechos, el quiosquero dela esquina ms cercana, y una seora vecina de mis clientes que pudo verlo todo desdela acera de enfrente.

    Los tres se encuentran sentados frente a m, acariciando sus relojes con gesto deansiedad. Los reptiles juristas se les quedan mirando fijamente.

    Al poco rato nos recibe Su Seora. Hoy se muestra un poco ms despierto ytranquilo, y mira con ojos soadores una postal que hay sobre la mesa, repleta de alegrecolorido y que, a esta distancia, parece representar una playa en algn lugar lejano ysoleado.

    El primero en declarar es el dueo del bar. Es un hombre calvo y alto, conaspecto fornido, que mira asustado en todas direcciones. Su declaracin no termina deser muy clara. Est intentando agradar a todo el mundo. Muestra una enormeambigedad respecto a si mis clientes estaban pelendose en el momento en que llamla polica, o era Alfredo el que estaba agrediendo unilateralmente a Alicia.

    -No s como empezaron, pero en un momento determinado estaban gritando.

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    -Quin estaba gritando, los dos o slo l?

    -No sabra decir, era todo muy confuso.

    -Vio alguna agresin por parte de l a ella?

    -No s, gritaban, espantaban a la clientela. Llam a la polica.

    -Y cuando lleg la polica, qu ocurri?

    Se hace un silencio espeso y pesado como un bloque de hormign bajo el sol.

    -Responde usted, por favor?

    (Lo ha dicho el juez, sin levantar la vista de sus papeles, y con el gesto suave y

    pausado de quien est absorto en alguna cosa, que no parece ser exactamente lo que estsucediendo aqu en este momento).

    El testigo carraspea. Don Rodrigo fuerza la situacin:

    -Responda ya, responda si no quiere que le denunciemos por ocultar pruebas!

    Ahora se decide, y lo que narra a partir de este momento es lineal y seco, comoaprendido de memoria:

    -El hombre agredi al primer polica que vino. Le redujeron sin hacerle dao, yse lo llevaron afuera. A partir de ah ya no pude ver nada. Lo dems fue fuera de milocal.

    -Pero el bar tiene en su frontal una cristalera inmensa No vio lo que sucedi enla acera?

    -No, no, ya no vi nada.

    -Y cmo agredi este seor al polica?

    -No lo s. Estaba fuera de s. Se neg a salir.-Se neg a salir o le agredi?

    Para. Parece pensrselo. Mira a todos los presentes con angustia. Se lehumedecen los ojos.

    -Yo creo que le agredi- musita al fin.

    -Cree?

    -Bueno, fue todo muy rpido

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    -Qu intenta usted?Est sugestionando al testigo! Le denunciar!- DonRodrigo me mira con ojos furibundos, mientras grita, desencajado. El resto de letradosme lanzan miradas preadas de odio, pero se mantienen en silencio.

    -Bueno, bueno. Vamos a dejar este asunto. Demos por terminada la declaracin

    de una vez- el juez parece algo contrariado por tener que abandonar su sopor y seretuerce en su silln de cuero oscuro.

    El quiosquero, al principio, tampoco es muy claro. Se le desata un pequeo ticen el ojo derecho. Finalmente, suspira, mira al infinito y, como si estuviera concentradoen un mundo paralelo, empieza a decir:

    -La verdad es que pude ver como los metan muy violentamente en los cochespoliciales. l no se resista, slo quera sentarse en el suelo. Ella pareca volar de laacera al coche patrulla, del empujn que le metieron.

    Se ha hecho un silencio. Es el turno de los juristas de minuta extensa.

    -Usted ha denunciado anteriormente a estos agentes, verdad?

    -S. (El quiosquero no quiere dar ms explicaciones).

    -Y retir la denuncia, verdad?

    -As es.

    -Tiene usted alguna enemistad personal con el Jefe de Polica?

    -No.

    -Pero usted le denunci, y luego no pudo probar sus acusaciones.

    -

    -Sabe lo que es una denuncia por falso testimonio?

    (Est claro que lo sabe. Pero no quiere contestar).

    -Un quiosco es una concesin municipal, verdad?Vaya, vaya. Se est pasando de la raya.

    -Por qu pregunta usted eso, si ya lo sabe?-intento intervenir.

    El juez nos mira con sorpresa. Como si acabramos de despertarle.

    -Pensamos que este seor miente porque no se le permiti ampliar su quiosco,recientemente.

    El quiosquero se sonre. Sigue mirando al infinito. Ya no dice nada ms.Tampoco nadie le pregunta nada. El juez acaricia su colorida postal entre sus manos, la

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    secretaria nos mira con cara de sorna, mientras tabletea sobre la mesa con sus largasuas pintadas de un rojo intenso y brillante.

    Ahora entra la vecina que lo vio todo. Es una seora mayor, con el pelo grisalborotado, y un cuerpo frgil pero nervudo. Mira con seriedad a los presentes. Y no

    sonre servilmente, como era de esperar, cuando se le ofrece un silln forrado de cuerooscuro para sentarse.

    -Lo vi todo. Vi como les golpeaban, pobres chavales. Los policas les empujabany les daban con las porras. A ella la agarraron del pelo y luego la lanzaron de unempujn contra uno de los coches, mientras tanto, esos brutos les insultaban y, al final,se rean con ganas.

    No ha titubeado ni un instante.

    El juez parece serio, y la mira con aspecto de gravedad, como una estatua

    descolorida de un patricio romano en el momento de ser nombrado senador, colocada ala entrada del Museo Arqueolgico. Le dura poco. A los dos o tres segundos parecedeshincharse y vuelve a acariciar, subrepticiamente, su eterna postal.

    Para sorpresa de todos, los abogados de los policas no hacen ni una solapregunta.

    Al salir, la anciana se me acerca. Quiere tomarse un caf conmigo. Tiene cosasque contarme.

    -Mira, chaval. Esos tipos no me han hecho preguntas porque saben que no mevoy a achantar, pero tendrn su artillera preparada para el juicio- me dice, con vozsegura, mientras remueve con decisin un sobre de azcar en su caf humeante.

    -Dirn que lo que digo, lo digo para vengarme del alcalde por un asunto personalque hubo entre ambos.

    -Qu asunto?- procuro sonrer pero, realmente, no hace ninguna falta.

    -Bueno, le intent dar un buen par de ostias y sus matones me tiraron al suelo.Pero todo tiene una explicacin.

    La explicacin es larga, y empieza por una vieja historia. Una de esas historiasque todo el mundo en este pas ha hecho grandes esfuerzos por olvidar y enterrar en loms profundo de esta tierra malgastada. Todo el mundo, salvo ella. Y pocos ms.

    -Ramn Quijorna era mi abuelo. T no sabes quien era, pero en su poca todo elmundo lo conoca, aqu en Villanoray y en Madrid. Era abogado, escritor, editor, yrepublicano federal. Estuvo en la crcel en la dictadura de Primo de Rivera por un delitode opinin. Escribi varias biografas de grandes lderes del movimiento republicanodel siglo XIX (Pi, Castelar).Edit una coleccin de novelas erticas latinas muybaratas, por lo que el cura del pueblo lo excomulg. Era masn y regalaba rosas a las

    jvenes que iban a lavar la ropa al ro, cuando volva de Madrid, donde tena su bufete.Se cas con Elena Seara, asistenta en la casa de un duque hosco y maleducado. Le

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    regal, muy pronto, un vestido rojo bordado con flores blancas y un hijo: PedroQuijorna.

    En 1936, Ramn Quijorna estaba absorto en sus casos y en su logia, y PedroQuijorna estudiaba filosofa y letras en la Universidad de Madrid. A Pedro se le vea por

    las tardes con sus amigos en un caf del centro, donde discutan de literatura, de poesay, sobre todo, de la Revolucin Social, pues Pedro frecuentaba el Ateneo Sindicalista dela CNT.

    En 1937, Ramn Quijorna fue nombrado presidente del tribunal revolucionariode Villanoray, en representacin del Partido Republicano Federal. Pedro Quijorna, porsu parte, tuvo una hija con mi mismo nombre con Amalia Vera, maestra socialista delala de Largo Caballero y autora de varios artculos feministas en revistas semanales.Adems, formaba parte de las tropas que defendan la sierra de Madrid del avance de losnacionales, como se les llama ahora.

    En 1939, Ramn Quijorna fue fusilado nada ms entrar las tropas franquistas enla Capital. Ni siquiera le hicieron un juicio. Lo sacaron de su casa y lo pusieron contrala pared del edificio de enfrente. Tiraron su cadver a una fosa comn que nuncaconseguimos encontrar.

    Pedro Quijorna logr huir y se escondi en la casa familiar, en el pueblo. Intentpasar a Francia con su mujer y su hija, pero Ramn Alcoy, el recin nombrado alcaldefalangista, y amigo suyo de la infancia, orden que lo detuvieran.

    Le estuvieron dando palos varios das, junto a un campesino anarquista delpueblo y a un exmiliciano que haban pillado cuando intentaba volver a su aldea natalen Levante. Los fusilaron a los tres a pocos kilmetros de aqu.

    Ramn Alcoy era el padre de Esteban Alcoy, el actual alcalde de Villanoray.

    Hace unos meses vinieron unos chicos de la Universidad que decan que habanlocalizado la fosa donde yace Pedro Quijorna, gracias a los documentos de testigos de lapoca que no han podido ser conocidos hasta que murieron. Intentamos abrirla para darsepultura a mi padre y a sus compaeros. Esteban Alcoy se neg a dar ningn tipo depermiso para ello. Cuando se lo recrimin, al salir de la Plaza de Toros, en las fiestas delpueblo, me llam vieja loca y desequilibrada. Le lanc una patada a los huevos,

    pero uno de sus chicos relucientes y musculosos me dio un empujn que me tumb deinmediato. Eso es todo.

    Sorbe un leve instante su taza de caf humeante.

    -Tengo una pregunta. Aunque no es muy original.

    (Se sonre)-Dime, chaval.

    -Esteban Alcoy, el actual alcalde de Villanoray, es del Partido Socialista,verdad?

    -Y lo que haga falta, chaval, lo que haga falta

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    La tarde transcurre torpe y arrastrada en mi despacho, mientras examinodiversos libros jurdicos, extrados de la biblioteca del Colegio de Abogados, quedeberan permitirme preparar con solvencia la defensa de otro caso que tengo entremanos.

    En ese momento suena el telfono. Es la secretaria que pagamos entre todos losletrados de mi bufete, para dar aspecto de sitio serio y con posibles.

    -Hay aqu un seor que quiere verte. Dice que es polica.

    -Ha dicho qu quiere?

    -Viene por un asunto de Villanoray, no me da ms datos.

    -Dile que pase.

    Apostara a que no es ninguno de los municipales acusados. Sera demasiadoextrao, y el bufete est lleno de gente en este momento para que me pase nada.Demasiados testigos.

    El hombre que entra por la puerta tiene unos cuarenta aos, pelo corto y estiloatltico. Sus sienes se van plateando ltimamente y lleva una mochila de un colorindefinible, en un tono oscuro.

    -Buenas tardes -se sienta sin que yo le diga nada- Soy Andrs Urdiales, de laBrigada de Informacin de la Polica Nacional.

    -Bien espero un segundo a que se sienta mnimamente cmodo en su silln- Yqu desea de m?

    -Vengo a verle en relacin a un asunto de malos tratos en que est ustedpersonado en los juzgados de Villanoray.

    -Contine.

    -Bien, usted puede imaginarse, aunque slo sea por las series televisivas, a quese puede dedicar nuestra unidad. Ahora mismo estamos investigando a esos mismospolicas municipales a los que usted acusa.

    -De acuerdo, pero yo no puedo ni debo contarles nada del expediente sin

    permiso de mis clientes. En todo caso, ustedes tendran una acceso mucho ms fcil almismo directamente en el Juzgado, en qu puedo ayudarles?

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    -No se preocupe. No es ese el tipo de informacin que necesitamos. Es algo un

    poco ms delicado.

    (Hace una pausa. Mira detenidamente la estantera a mi espalda).

    -Usted dir.

    -Sabemos que usted tiene relacin con Olga Lpez.

    -Con quin?

    -Olga Lpez. Una prostituta novia de uno de sus defendidos, Jorge Almada, aquien usted representa en un caso de trfico de drogas. La seguamos y la hemos vistosubir aqu un par de veces.

    -Tampoco le puedo contar nada de ese otro asunto, ya lo sabe.

    -No la seguimos por eso. Pensamos que tiene informaciones relevantesrelacionadas con algo que estamos investigando en Villanoray, pero no logramosencontrarla. Ayer desapareci de Montera y de nuestra vista. Creemos que usted sabedonde est o tiene acceso a la informacin que necesitamos.

    -No s de qu informacin me est usted hablando, y desconoca su relacin conel asunto de Villanoray. Vino a traerme alguna documentacin relacionada con elasunto de su novio, pero tampoco s donde vive, ni donde encontrarla en este momento.

    -Seor letrado, pinsese usted bien lo que nos cuenta. El asunto de Villanoray esms serio de lo que parece, y no creo que le convenga verse envuelto en este tipo decircunstancias

    (Ahora me mira fijamente).

    -No es usted el tipo de letrado que nosotros preferimos, seor Jaime Caminero,defiende usted cosas que despreciamos en mi oficio. No tiene nuestras simpatas. No loolvide.

    (No ha dejado de mirarme, y el tono de su voz ha ido hacindose serio einflexible, y cada vez ms alto).

    -No le interesa verse envuelto en este asunto. Est por encima de suscapacidades. Y fuera de sus intereses. Nosotros podemos resolverlo sin dao para nadie,pero slo si usted coopera.

    (Siempre he sido duro de mollera).

    -Soy plenamente consciente de todo lo que usted me cuenta, seor agente, perono s como puedo ayudarle. Desconozco donde est esa mujer, y no estoy autorizado a

    darle ninguna informacin adicional sobre ninguno de mis clientes. Si recibo esaautorizacin ya se lo har saber Desea usted algo ms?

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    -S, slo le aconsejar una cosa, porque a pesar de todo tengo buen corazn: no

    juegue usted en una liga que no es la suya. Se lo recomiendo.

    (Sonre mientras se levanta).

    -Si sabe donde est esa mujer llmeme aqu. Si recibe algo de ella envemelo y,por su seguridad, ni lo mire, entendido?

    No llego a contestar, pero da igual, porque ha salido de la habitacin cuandoalcanzo a levantarme. Slo le oigo gritarle a la secretaria, al abrir la puerta de la calle:

    -Adis, guapa.

    Hoy es viernes y no me apetece pensar mucho en estas cosas. Voy a salir un ratocon los amigos. Guardo la tarjeta del agente Urdiales en un cajn de mi mesa y lo cierrocon una llave plateada.

    Varios jvenes danzan extraamente, dndose violentos empujones unos a otros,entrechocando de manera paroxstica sus hombros al ritmo de una msica que msparece el bramido atronador un salvaje animal al borde de la muerte.

    Estamos en una casa okupada del centro de la Ciudad. Un Centro Socialconstituido por una enorme nave repleta de grietas y murales reivindicativos. Lascolumnas que sostienen el techo parecen mirar acongojadas al escenario, desde el queun hombre ataviado con harapos y un peinado estrafalario grita: No ms punkismuertos!.

    Por frecuentar sitios como estos es por lo que el amable agente Urdiales

    considera que no soy el tipo de letrado que su cuerpo policial prefiere. Para l soy,nicamente, otro delincuente ms.

    Mis dos acompaantes, un informtico con patillas, gafas y mirada avispada, yun extrao joven con tirantes, traje y un sombrero de dandy, sostienen sendos minisde calimocho mientras me dicen:

    -Eres un triste, macho. Nosotros nos quedamos aqu.

    -Pasad a la charla, estar interesante.

    -Desde luego, eres un gafa-pasta de espanto- me espeta, sonriendo, el friki quese pasa media vida en Internet.

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    As que entro en otra habitacin, colocada a un lado de la nave central, donde las

    paredes estn repletas de coloridos carteles polticos, y una increble marabunta de sillasde distintos orgenes y hechuras se amontona caticamente.

    Al fondo de la sala hay una pequea mesa de madera con trazos de pinturaverde. Detrs de ella se encuentran varias personas: el ponente de la charla, el que la vaa presentar, y una chica pelirroja con peinado de skin-girl y una sudadera con unacalavera cruzada por un tenedor y un cuchillo, en la que puede leerse: Eat the Rich.

    Poco a poco va entrando gente a la habitacin, aunque slo se llena cerca de untercio. Yo me siento en una de las primeras filas de sillas, porque el ruido del conciertode al lado es atronador y va a ser difcil or la conferencia.

    El presentador, un chico con una cresta verde cada y varios pendientes en laboca, hace los honores:

    -Hola, compis. Con nosotros est hoy Ral Ceniceros, un autntico mito delanarquismo hispnico. Es el autor de las mejores biografas que hay de muchos de losmiembros del grupo Nosotros, pero su curriculum viene de mucho antes

    El ponente, un anciano fortachn y de mirada dura, juguetea con un bolgrafoque hay sobre la mesa.

    -Ral empez a trabajar a los 11 aos- contina el presentador- Entr encontacto con el anarquismo durante la guerra, militando en las Juventudes Libertarias.En el franquismo se exili en Francia y particip directamente en el maquis duranteaos. Ha pasado cerca de dos dcadas en distintas crceles. Hoy nos va a hablar de esaexperiencia.

    En ese momento entran varias chicas borrachas por la puerta, montando unenorme estruendo al chocar contra las sillas. Se ren a carcajadas, mientras todo elmundo las mira. A una se le derrama el mini de cerveza sobre una mesa con panfletosque hay junto a la entrada. Se van a trompicones al tiempo que una grita, ahogndose dela risa:

    -Perdn. Creamos que era el servicio.

    El anciano enjuto y grande, empieza a hablar mirando al infinito:

    -Entr en la crcel de Porlier en 1953

    Suenan varios telfonos mviles. Todo se interrumpe. Uno de los dos jvenesque rebuscan en sus mochilas con movimientos agresivos logra sacar el aparato. Selevanta y grita:

    -S, Mario, cuntame, cmo te va?

    Mira con alegra a todos los presentes mientras contina su conversacin privadacon voz perfectamente audible:

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    -Joder, to! Qu guay!

    Sorpresivamente, el anciano ponente se levanta y se dirige a la pared mscercana. Antes de que nadie pueda hacer nada para impedirlo, se baja la bragueta y

    empieza a orinar contra la grieta que adorna el muro. Un enorme charco oscuro se vaformando a su alrededor.La skin-girl es la primera en reaccionar. Con gesto maternal se dirige al hombre

    fortachn pero ajado, que ahora se la est sacudiendo con energa, y le indica con vozsuave:

    -Hombre, Ral, podas habernos avisado. Hay un servicio aqu al lado.

    La respuesta del hroe anarquista es rpida, directa y perfectamente audible paratoda la sala:

    -Ya, pero como he visto que aqu todo est lleno de mierda, he pensado que daba

    igual donde meara.

    Se hace un silencio pesado y abrupto entre los presentes, aunque al fondo se oyeperfectamente el bramido de las guitarras elctricas en el concierto de al lado.

    Con un cierto descontrol nervioso, el chico de la cresta verde da por terminada lacharla, ante las dificultades de llevarla a cabo en estas condiciones.

    -Qu, un bonito espectculo, verdad?

    Una suave voz femenina, cercana a la risa, me hace darme la vuelta, al tiempoque noto una mano amistosa sobre el hombro.

    Es Clara. Y est muy bonita.

    Es morena, bella, de pmulos perfectos y mirada franca. Habla con un tonosuave y tierno.

    -La verdad es que estos espectculos no ayudan mucho a la causa de lasocupaciones, no te parece?

    -Habra que plantearse si este hombre tena razn.Clara no es precisamente el tipo de persona a quien habra que culpar por estas

    cosas: siempre est ayudando donde hace falta. Milita en el movimiento okupa conseriedad y jovialidad, ana una energa incansable con una capacidad reflexiva fuera delo comn.

    -Jaime, te veo un poco desmejorado.

    (Ya lo he dicho. Siempre est ayudando. Siempre est cuidando).

    -Bueno, llevo unos das de bastante estrs. Pero no pasa nada.

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    -Es que esta ciudad es muy dura. Estoy pensando en irme en algn momento alcampo.

    (Sinceramente, no creo que eso sirviera de nada. El caso es con quien ests, nodonde ests. Pero no se lo digo: el brillo acristalado de sus ojos me provoca momentos

    de amnesia e indefensin).

    -Aunque la verdad es que me he apuntado a un posgrado en Barcelona. Me irantes del curso que viene, si puedo permitrmelo.

    -Y por qu no ibas a poder?

    (No la ver, pero le deseo lo mejor).

    -Tengo que juntar dinero para la matrcula. Esto de trabajar precaria no es lo msapropiado para ahorrar. Se me acab el contrato en el Da y he estado mandando

    currculums, pero no parece que me cojan.

    (Alucino. Es biloga. Una de las personas ms inteligentes que conozco. Latenan de cajera. Y se permiten el lujo de no renovarla. Esto de la precariedad esincreble).

    Conversamos un rato pausadamente, intercambiando noticias y opiniones con untono general de ternura y conviccin. Amistosamente, pero con confianza, sinmojigatera.

    Finalmente, se va con un tipo rubio y alto, delgado y con barbita, que tienevarias rastas en la parte de atrs de la cabeza y lleva un vaso de tubo repleto de whiskeycon alguna sustancia dopante ms inconfesable. S que es prcticamente analfabeto yme extraara que no traficara.

    No puedo evitar pensarlo: esto de qu va? Qu hace con ese imbcil?

    Pero al salir al fro relente de la calle, que me golpea como un martillo heladomanejado con violencia por un gigante iracundo, cambio de opinin: es posible que elque no sabe de qu va sea yo.

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    CUARTO.-

    Estoy un poco amodorrado, pero intento acomodarme en el asiento del vagn deun Metro atestado. Tengo mi maletn oscuro sobre las rodillas mientras alguien intentasentarse sobre mi hombro, sin darse cuenta de que molesta.

    La gente se observa mutuamente con cara de ansiedad, y tratan de hacer pasarsus codos y piernas por el escaso espacio libre, sin clavarlas en la cara de algn que otronio que se agarra a los muslos de su madre.

    Voy medio dormido. Intento cerrar los prpados, pero no puedo, en medio detanto barullo: no termino de sentirme cmodo y los vuelvo a abrir, navegando entre elmarasmo, el olor a multitud, y el ambiente estresante de caras crispadas e inquisitivas.

    Y entonces me fijo en l:

    Est al otro lado, junto a la puerta de mi izquierda, y me he dado cuenta de queme ha mirado seriamente un buen par de veces.

    Es moreno, robusto, mucho ms alto y fuerte que yo. Tiene el pelo corto yensortijado, y una mandbula cuadrada y grande que casi tapa unos ojos tirando asaltones y unas cejas espesas y casi dira tambin que ensortijadas.

    La mirada no es muy dulce que digamos. Parece estudiarme con un deje de odiocontenido, aunque retira la cabeza cuando yo le miro, y pasa a observar con desprecio ala rubia vivaracha, pero bastante ms guapa, que prcticamente se lanza contra l alabrirse las puertas del vagn.

    No s, me llama la atencin. Pero tampoco le doy importancia.

    Salgo del vagn casi a empujones, y teniendo que esquivar a los que van aentrar, que no s por qu, pero siempre se colocan justo en medio de la salida,impidindonos huir del interior atestado. Subo por la escalera mecnica, quieto yapoyado sobre la barandilla de goma deslizante, y me doy, casualmente, la vuelta.

    Aparta su mirada. Pero est ah, un par de personas detrs de mi. Se rasca unapierna y otea al infinito. Quizs sea un puro azar.

    Al salir de la estacin, me pierdo entre las callejas que llevan a mi despacho. Noes mi trayecto habitual, pero algo me dice que merece la pena hacer hoy una excepcin.

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    Quizs es importante. Quizs me estoy volviendo paranoico. Al volver la vista atrs uninstante le veo doblar la esquina por la que acabo de pasar, con paso firme, y una miradatenaz, cada vez ms descaradamente dirigida hacia mi nuca.

    Salpico los charcos de la calle, y estoy a punto de resbalar mientras acelero el

    paso, al entrar en una callejuela empedrada en la que no hay nadie y slo se oye,lejanamente, el son de una bachata radiofnica y feliz. Antes de llegar a la siguienteesquina, me arrodillo como si fuera a atarme los zapatos, de cara a un inmensoescaparate que refleja la entrada de la calle por donde he aparecido hace un momento.

    Le veo irrumpir, ya prcticamente corriendo, mientras se saca algo alargado ymetlico de su abrigo y sus pisadas resuenan con fuerza sobre el empedrado.

    Juego mi ltima baza. Tuerzo una esquina y saco la llave del portal ms cercano.Un regalo producto de una anterior vida de alquilado en el barrio. Roto la llave, entrocorriendo en el descansillo y me escondo al principio del pasillo que lleva al ascensor.

    Desde aqu puedo ver, reflejado en el cristal de la entrada, un trozo amplio de la acera,sin ser visto desde all. O al menos eso creo.

    El tipo entra corriendo decidido en la calle, pero se para, jadeando quedamente,con una reluciente barra de hierro en la mano. Mira alrededor con gesto ceudo. Aprietafuerte el arma destinada a mi cabeza. Se queda mirando el portal en el que estoy, elcristal desde cuyo reflejo puedo verle a l.

    Mi corazn late desacompasado.

    (Las gaviotas vuelan en taxis fucsias desde el horizonte. No hay nada tras lasbarras de pan de los acantilados frioleros. El mundo se acabar una noche de esponjas)

    El tipo otea a su alrededor sorprendido. Parece dudar un instante. Saca untelfono mvil y lo vuelve a guardar. Termina por irse al tiempo que sus pisadas siguenresonando en mi cabeza durante unos segundos interminables.

    (Marcial montaba camellos diminutos en un Mxico glido. El peridicoconduce en direccin a la cueva de Al Bab y al tlamo nupcial de la momia conchorreras. Mi cabeza gime y gira, con tentculos y flores adosados a los dientes,derramando salsa de estramonio).

    Respiro aceleradamente. Me sudan las manos. Abro un par de botones de micamisa para coger el aire que me falta. Me tiemblan las piernas.

    Cuando salgo, al rato, del portal, mis rodillas an no han asumido que el peligroha pasado, por ahora, y parecen negarse a sostener mi cuerpo. Vacilo algunos instantesante el fro, el dibujo gris de un da nublado, y la feroz acechanza del miedo fsico.

    Me dirijo a comisara por un camino que no es precisamente el ms corto.

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    Paso las hojas de un expediente fotocopiado con no demasiado cuidado y respiropausadamente. Ahora estoy en mi despacho, de nuevo, y otra vez ha vuelto a llover. Elcristal de la ventana tintinea y el viento parece aullar en el inframundo ah afuera.

    Pero estoy tranquilo. Aqu no va venir nadie.

    Pas por comisara y puse la denuncia. No parecieron hacerme mucho caso. Unabogado tiene muchos enemigos, me dijo un agente con la camisa arremangada y carade cansancio. Dganos cul puede ser el que ms le odia. No haba pruebas de nada, ni

    indicios contra nadie. Me ensearon algunas fotos. Pero el individuo de pelo ensortijadono apareca en ellas. En aquel concurso de tipos patibularios y despeinados (la policano suele hacer las fotos a los detenidos en su mejor momento) faltaba el motivo esencialde mi carrera maanera. Mala suerte.

    Alguien llama a la puerta. Es la chica que hace de secretaria, que se acaricia elpiercing de su labio mientras habla:

    -Hay un tipo que quiere verte.

    -Dile que pase.

    -Jaime. A lo mejor hoy no deberas

    Sonro. Lo ha dicho con voz de preocupacin y ternura, acaricindose al tiempoel leve tatuaje de su antebrazo derecho.

    -Venga, dile que pase.

    Cuando la puerta se abre me arrepiento rpidamente.

    Le reconozco al primer vistazo. Es Jorge. El novio-proxeneta de Olga, laprostituta desaparecida de la calle Montera. Al final le dejaron salir para incorporarse alProyecto Hombre. No s exactamente qu hace aqu. Est mojado por la lluvia y con unextrao brillo en los ojos.

    Toma asiento y empieza a hablar antes de que yo llegue siquiera a saludarlo.

    -Olga ha desaparecido. Hace ya unos cuantos das que no s nada de ella.

    (Algo he odo, pero no tengo por qu decrselo).

    -Hay unos cuantos polis de paisano apostados cerca de su casa y de la zona deMontera donde trabajaba.

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    (Habla cada vez ms rpido).

    -Y el otro da un tipo se me acerc y me puso una navaja en los riones. Me dijoque si no le deca donde estaba lo pagara caro.

    -Cmo era?-Moreno, pelo corto, fuerte. Tena el pelo, cmo se dice?...ensortijado?

    -Lo conoces?

    -No, de nada. Era la primera vez que lo vea.

    -Qu le dijiste?

    -La verdad. Que no s nada de Olga. Que no s donde est. Estoy en Proyecto,

    en una casa rural donde trabajamos todo el da para que no nos acordemos de la droga.No me pueden dar estos sustos o no me rehabilitar.

    -Deberas poner una denuncia.

    -No es el caso, seor letrado. Soy un pequeo traficante, aunque est enrehabilitacin. No me puedo dedicar a ir por ah poniendo denuncias.

    (Mala suerte. Podra darme un poco de juego que alguien ms denunciara a miperseguidor sin nombre).

    -Entonces, por qu ests aqu?

    Tiembla. Se muerde el labio. Se estremece y se frota las manoscompulsivamente. Seguro que sigue en Proyecto Hombre?

    -Hay algo ms.

    -Cuntame.

    (Procuro mirarle a los ojos. Tiene que contestarme).

    -Bueno, no s si

    Yo s s si. Cuntame.

    -Olga me dej algo antes de irse. Me dijo que se lo dijera a usted.

    -Qu es?

    -Un sobre.

    (Saca un sobre marrn tamao folio del interior de su chaqueta. Est doblado,pero es bastante voluminoso).

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    -No s que tiene. Parecen simplemente papeles.

    -Gracias, Jorge. Encantado de haberte visto.

    Deja el sobre la mesa con un ligero temblor de manos y un escalofro recorre sucuerpo. Ahora veo que no est mojado por la lluvia, sino que est sudando a borbotones,probablemente por el mono.

    Suspiro. Miro por la ventana. Me preparo un caf. Abro el sobre.

    Hay una retahla de documentos y fotografas. Lo primero que se ve es una cartamanuscrita de Olga. Empieza por la simple frase: Palabra de puta.

    Cambio los documentos de sobre y los coloco en un sitio bastante inaccesible (einconfesable) del despacho. Escribo bien claro en el nuevo receptculo que los guarda:

    Palabra de abogado.

    Amatu Kantu es un tipo curioso. Negro, enorme, tremendamente fuerte, conmanos como mazas y una voz potente que atruena todo el espacio disponible cuandoentro en el locutorio de la crcel de Mompay donde he ido a visitarle.

    -Hola, letrado.

    Recuerdo cuando lo vi por primera vez: el da de la detencin. Hicieron faltacuatro agentes para reducirle. Y eso que apenas se resisti. Est aqu por enviar cartasfalsas en las que se les pide dinero a incautos a cambio de billetes de Lotera premiados

    que no existen. Llevaba hacindolo durante aos. Miles de cartas recorriendo el mundoen busca de gente lo bastante desesperada para pagar por un pedacito de cielo. Por unapequea parte del escaparate global.

    Sin embargo, lo que ustedes no sospechan es que el delincuente nigeriano AmatuKantu es un autntico filsofo. Y un lector compulsivo y tenaz. As que cuandoterminamos de hablar de su caso, va directo a los temas que ms le interesan:

    -Ah, abogado. He odo que tiene usted problemas.

    -Quin te ha dicho eso, Amatu?

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    -Como dicen ustedesse dice el pecado, pero no el pecador. Y ms si se estencerrado en la crcel, deberan aadir.

    -Bueno, y qu me aconsejas?

    -Debe usted ser fuerte, abogado. Leer a los estoicos. A Epicteto, a Sneca. Sabe,yo prefiero a los epicreos, el placer tranquilo y estable de quien es dueo de s mismo,pero lo cierto es que los pobres debemos ser estoicos muy a menudo, porque la suerteno nos es favorable.

    -As que la suerte, Amatu

    -Qu quiere usted de la vida, abogado? S que no es dinero ni riquezas, porqueya habra intentado dejar el Turno de Oficio y dedicarse a defender a los traficantes o alas empresas. Usted quiere otra cosa. Tampoco el poder, o quizs s, pero no como loentiende la mayora de la genteQuiere usted la grandeza, abogado?

    Sonro. Se agarra a la mesa.

    -Todos queremos la grandeza, seor letrado, pero algunos entienden eso comosimplemente ser ms fuerte que el de al lado, y dominarle. Usted lo entiende de otramanera. Afronta otros peligros. A veces me gustara ser usted y arriesgarme por el biencomn, pero el bien comn me resulta un poco lejano, abogado. Primero tengo quearreglar mi bien propio y privado. Solucionar mi situacin: una cama caliente, una pielsuave, un plato de pltano fritoY no soy rico ni occidental para conseguir todo eso sinesfuerzo. Tambin arrostro mis peligros.

    (Cmo habr conseguido hablar tan bien el castellano?).

    -Usted tiene otra posibilidad, abogado. Puede pensar en el bien comn. Puedeelegir ser pobre o estar aislado, para defenderlo y, con ello, es grande de otra manera acomo puede serlo un subsahariano en esta tierra extraa. Pero tiene que ser fuerte yelegir. Siempre hay que elegir. No se puede elegir no elegir, usted lo sabe bien. Todoselegimos. Y no nos podemos esconder de la responsabilidad de nuestras elecciones.

    Amatu hace una pausa, mirando al infinito, mientras se acaricia suavemente lamueca derecha con la mano izquierda. Los grandes tatuajes del dorso de su enorme

    maza se estremecen poco a poco.-Elegir, seor letrado. Ustedes los blancos piensan que los negros somos todos

    primarios y feroces. Unos tipos grandes pero un poco tontos. Pero lo vemos todo.Estamos en sus calles todo el da, con nuestras mantas repletas de CDs, y observamossus pisadas y sus sueos. Vemos lo que eligen. Lo que elige usted y lo que elige elcarnicero. Lo que decide el ama de casa que camina hastiada con una cesta de la comprarepleta de cosas que nosotros no podemos comprar. Lo que elige el gran abogado oeconomista que gana millones pero se compra el ltimo disco de Pastora Vega pirateadoen la calle Carretas. Lo vemos todo, ya se lo he dicho.

    Se me queda mirando fijamente y sonre, y al tiempo tamborilea su manazaenorme sobre el cristal que nos separa.

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    -Yo, cuando cruc el Estrecho en una patera desde Marruecos iba mareado y

    vomitando. Asustado, muy asustado. Era muy joven. Pero haba un tipo de mi puebloque meta la mano en el mar y nos lanzaba el agua a la cara. Venga, idiotas, cantadconmigo. Vamos a llegar. Nos gritaba y se rea. Todo el mundo hace sus propias

    elecciones. Sabe? Eduardo Punset habla ahora de que hay ratones que se hunden anteun laberinto, y otros a los que se les oye rer ante la dificultad. Usted debera rerse ms,seor letrado, porque sus elecciones tienen las consecuencias que tienen, y eso usted losabe perfectamente. Lo sabe y lo asume, aunque a veces le tiemblan las piernas. Lo suyono es la mala f, pero debera rerse ms y disfrutar del viaje. Meter las manos en elagua y cantar. Todos los grandes hombres acaban hacindolo.

    Maldito gigante! Ha vuelto a embelesarme con su labia. Igual me dice estascosas, y me cita a Nietzsche, que me propone que le de dinero para su pobre primaencerrada en un campo de refugiados, pero que va a heredar una fortuna si me caso conella por poderes. Me ensea una foto de una modelo africana que sale en el Vogue (la vi

    casualmente en la sala de espera del dentista, y es la misma), se re, me habla de losplaceres de la carne, y me indica el nmero de cuenta donde hacer el ingreso.

    Un buen tipo, pese a todo.

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    QUINTO.-

    Camino hacia los Juzgados. El da de la vista oral de Alfredo y Alicia ha llegado.Hay una marabunta de periodistas a la puerta, aunque yo no los he llamado. Ha salido,

    por fin, el sol, y algo ms ha cambiado.

    Los periodistas se lanzan hacia m a toda velocidad, casi golpendome la caracon sus micrfonos con forma de alcachofas de colores. Son todos muy jvenes, yprobablemente son simples becarios con sueldos misrrimos y condiciones de trabajorayanas en la esclavitud. Pese a ello, o quizs por culpa de ello, la verdad es que sonms papistas que el Papa, e intentan hacerme preguntas malvadas del tipo de: Hadenunciado usted a la polica porque pertenece a algn tipo de organizacin armada?Qu opina de la autodeterminacin de los pueblos?.

    -No s que diablos tiene eso que ver con lo que le sucedi a mis clientes.Djenme pasar, por favor.

    Una de ellos, un poco ms mayor, con mirada gatuna y labios gruesosenmarcados por una lacia melena morena me sonre y, mientras me pone la mano en elantebrazo, me dice:

    -Puedo ir esta tarde a su despacho, seor Caminero? Hay una serie de cosas queme gustara preguntarle.

    -Por supuesto. Psese a las seis, la estar esperando.

    La sala de vistas del Juzgado est atestada. Casi todo son periodistas, perotambin familiares de los policas y de mis clientes, y los tpicos curiosos que se pasantodas las maanas en los pasillos del edificio, para ver los juicios que ms les llaman laatencin. Hoy tenemos el dudoso honor de ser el espectculo principal.

    Los denunciantes, Alicia y Alfredo, son claros, concisos, no titubean. Lo hacenrealmente bien, sin contradicciones ni lagunas, pese a las preguntas capciosas y, enocasiones, lacerantes de los letrados de la defensa. Don Rodrigo bufa, y lanza susbolgrafos con violencia contra su mesa.

    Los policas declaran pausadamente. Dan la impresin de traerse una leccinbien aprendida y no titubean. Los detenidos les agredieron y se autolesionaron. Ellos

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    utilizaron la fuerza mnima imprescindible. No hay ms que decir. Responden un pocomaquinalmente, con la mirada tensa fija en algn lugar situado en el infinito, a laespalda del juez, ms all del muro que limita la sala de vistas. Un lugar fro eimpersonal donde la disciplina y la dureza de carcter son las nicas virtudesreconocidas.

    Uno se niega a responder a una de mis preguntas:

    -Cmo se hizo usted la herida de los nudillos?

    Tras un incmodo silencio, ante la mirada imperiosa de su letrado (uno de loscaros juristas de la jet de los que ya habl), termina por afirmar, en un tono entrechulesco y burln:

    -l me dio una patada en la mano en comisara, al ir a darle la cena.

    El Jefe de Polica es duro y adusto. Nos mira con gesto arrogante, aunque estbastante nervioso. Las noticias del da parecen haberle sentado muy mal. Nadie lepregunta por eso, pero la sombra del peridico matutino sobrevuela la sala como unvelo plomizo. En ocasiones, me observa con un absoluto desprecio, aunque nada puedecompararse al odio que trasuda al volverse y ver a los periodistas sentados en los bancosde madera del Juzgado.

    Su versin es clara: l no sabe, no hizo nada, estaba en su despacho y no sali.Confa totalmente en sus subordinados.

    El dueo del bar mira al infinito y mantiene su proverbial ambigedad,intentando pasar desapercibido frente al mundo. Su declaracin parece favorecer ms ala defensa pero, tomando lo que dice en su ms pura literalidad, la cosa se suavizamucho: ninguna de las partes va a tener nada a que agarrarse ni como aprovechar laretahla de palabras absolutamente medidas del hostelero.

    El quiosquero hoy no duda. De principio a fin verifica la versin de mis clientes.Los letrados de la defensa se lanzan contra l al unsono, pero se estampan contra unmuro de indiferencia. Esta vez el tipo no se desdice ni se calla. A l lo metieron a tortasen el coche, a ella prcticamente volando. Es verdad que ha denunciado anteriormente alos policas, y tambin que quit la denuncia por miedo, pero ya no est dispuesto a que

    todo siga igual. Y menos despus de ver el peridico del da (el juez no le deja entrar enese tema, con un gesto nervioso). Est tranquilo, pero con un deje de indignacin, y lainnegable habilidad estratosfricamente remunerada de los letrados de la contraparte noconsigue hacer mella en su nimo ni en su versin.

    La anciana vecina de raigambre republicana declara decidida y sin la msmnima duda ni temblor de voz. Vio como les golpeaban antes de meterlosviolentamente en el coche policial. Los letrados de la defensa sacan el tema de suintento de agresin al alcalde, e indican que uno de los acusados fue el que tuvo quereducirla en aquel momento. Razn, por supuesto, que explicara la inquina contra lasfuerzas de seguridad de Villanoray y contra el Jefe de Polica de la provecta anciana.

    La mujer les mira con ojos de fuego y determinacin:

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    -Lo que estoy contando es tan cierto como que mi padre est enterrado en una

    cuneta sin nombre.

    Don Rodrigo parece ir a contestar algn tipo de exabrupto no muy coherente,

    pero el juez (un magistrado de mediana edad, distinto a quien llev la instruccin, queparece haber estado tremendamente atento toda la sesin) le impide enzarzarse con latestigo en un gesto inequvoco.

    Tambin aparecen varios peritos que certifican la existencia de heridascompatibles con una situacin violenta en el caso de mis clientes, y en el de algnpolica:

    -El derrame de lquido sinovial en los nudillos, cmo puede haberse producido?

    (No puedo evitar preguntarlo).

    -Como consecuencia de algn golpe en esa parte del cuerpo. El trauma provocadicha lesin.

    -Un golpe que uno da, o que uno recibe, doctor?

    -Bueno, no puedo asegurarlo, pero lo normal dada la localizacin de la lesin esque sea producto de un movimiento realizado por el lesionado.

    -Y las heridas de Don Alfredo y Doa Alicia, es tambin posible que seanproducto de golpes que dieron ellos?

    -Bueno, eso es ms difcil, aunque no imposible. Darse con la cara contra unobjeto es ms complicado.

    -Muchas gracias, seor perito. No hay ms preguntas.

    Don Rodrigo insiste:

    -Sin embargo, una lesin es una lesin, y mi cliente tiene una lesin, verdad?

    -No hay duda.

    -Y no es imposible que se la produjera otra persona golpendole la mano,verdad?

    -No, imposible no es.

    -O sea, que mi cliente ha sido vctima de una agresin, cierto?

    -Seor letrado, el perito no tiene que determinar ese extremo. Para eso estoy yo

    aqu-el juez le interrumpe con pose decidida.

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    Tras los oportunos discursos de acusacin y defensa (un tanto teatrales engeneral y desafortunadamente dramticos en el caso de Don Rodrigo) se termina lavista oral concediendo la ltima palabra a los acusados, que apenas hacen uso de ella.

    El visto para sentencia recorre la sala, y el Juez pasa a examinar con gesto de

    hasto el expediente del siguiente procedimiento, mientras todos abandonamos laestancia, intercambiando miradas poco amistosas.

    Alicia, con su inquieta aura pelirroja, casi incandescente, me agarra la mano a laaltura de la mueca:

    -Tengo un plpito. Esto va a salir bien.

    Ahora son ms de las seis de la tarde y estoy en mi despacho. La periodista conmirada gatuna est sentada frente a m. Revuelve entre sus papeles con una sonrisa.Trata de afectar calidez, pero hay un poso irnico en su actitud que no puedo ignorar, yque me provoca una suave intranquilidad.

    -Bien, Jaime, te puedo llamar Jaime, verdad?

    Asiento levemente.

    -Supongo que has ledo los peridicos de hoy.

    -Lo he hecho.

    -As que los agentes de este cuerpo policial se dedicaban a extorsionar a loscomerciantes de la zona. Parece que alguien ha mandado un montn de documentos queprueban eso a mi peridico hace unos das. Iban en un sobre en el que alguien habaescrito Palabra con grandes letras al viejo estilo, es decir, pegando palabras recortadasde un diario viejo. Un detalle muy kitsch.

    (No puedo evitar pasarme la mano por la boca, para no sonrer).

    -Hay agresiones a prostitutas, a jvenes del pueblo, a ecologistas, amenazas a unquiosquero y a unos hostelerostodo un dossier muy detalladito.

    -Bien.

    Hace una pausa y me mira fijamente.

    -Pero, claro. Lo que hemos publicado ahora no es todo lo que hemos recibido.

    Hay ms cosas. Parece ser que eso de la Polica Local no era ms que la punta deliceberg. El Jefe de la comisara haca tambin sus negocios con Arturo Barea, el

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    concejal de Urbanismo; unas cuantas empresas que no se sabe muy bien a qu sededicaban, pero facturaban enormes sumas al Ayuntamiento por trabajos que nunca serealizaban, y un buen puado de constructores que se estn haciendo de oro gracias a lasrecalificaciones de terrenos que est haciendo el Concejal, que les han permitidoconstruir en una zona medioambientalmente sensible un montn de chalets de lujo de

    precios prohibitivos que intentan vender como viviendas de precio protegido. Toda unabonita trama de corrupcin

    Toma aire.

    A veces es difcil mantener la cara de pker.

    -Bueno, anoche estuve hablando con un seor que dice que te conoce. El agenteUrdiales, de la Brigada de Informacin. Est investigando las implicaciones de algunosde los documentos del sobre, que parece que empujan en la direccin de una trama anms amplia. Me dijo que hablara contigo, y que te dijera que, aunque tiene poco margen

    de actuacin, las nuevas circunstancias le permiten ahora profundizar ms en el caso.Para lo que podramos contar con l. Todo esto puede tener ramificaciones en esferasms altas, pero, para avanzar necesitamos toda la informacin disponible. l o yo,alguien tiene que tirar adelante, ahora que la liebre ya ha irrumpido en medio de la cena.

    (Se interrumpe. Y sigue muy despacio).

    -As que dime, Jaime, tienes algo ms? Qu tienes?

    Le aguanto la mirada.

    -Hablando en serio, Jaime, estoy totalmente comprometida con este asunto.Estoy dispuesta a sacarlo todo.

    -Qu tipo de contrato laboral tienes, ngeles?

    Ahora es ella la que me mantiene una mirada dura.

    -Soy freelance. Pero no slo existe mi peridico. Sabes que tambin hay msprensa en el mundo. Todos podemos jugar un doble juego, o usar pseudnimo. Lo queno pueda ir en un sitio ir en otro. Es evidente que hay ms fondo en este asunto. Elige:

    Urdiales o yo. Ya has puesto en peligro a todo el mundo, incluido a ti, que s lo de tudenuncia por intento de agresin. Esto ya no tiene marcha atrs. Cuanto ms alto demos,mejor. S que mi peridico no publicar ciertas cosas, pero he investigado sobre ti. Sque hay algunas revistas alternativas en las que has escrito y con las que mantienesrelacin. Yo estoy cubierta por el secreto profesional en este caso. T vers.

    -ngeles, has odo alguna vez grupos de msica alternativa? Tengo unrecopilatorio que te encantar. Si te esperas un momento, te lo doy.

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    La msica, aunque no es alternativa sino Jazz moderno, est bien alta en este bar

    del barrio de Malasaa. La gente semi-bailotea a su comps. Mueven mucho las copas,y algn que otro pi se desliza al ritmo del sonido, barriendo unos centmetros del suelopulido.

    Son un grupo abigarrado de letrados de una asociacin progresista que hoycelebran el aniversario de su fundacin.

    Beben y fuman compulsivamente, como cualquier otro grupo humano insertadoen uno de estos garitos oscuros y de imponentes barras forradas de cuero y lucesestroboscpicas, del vecindario ms nocturno de la Capital.

    Y aqu estoy yo, en un sof un poco apartado, donde tres personas mantienenuna animada conversacin conmigo, frente a una pequea mesa acristalada conpegatinas coloridas de saxofonistas irreconocibles.

    -Te digo que el juez Gallego es un buen tipo. Va un poco de estrellita, pero estsacando cosas interesantes y necesarias. Ya se sabe, en esos mbitos de la alta judicaturano se puede defender lo que uno quiere directamente. Hay que tener temple.

    (El que habla es un abogado cercano al Partido Socialista que suele defender ainmigrantes, y que est embutido en un impecable traje oscuro, que llega a hacerledesaparecer tras su copa casi fosforescente, con esta escasa iluminacin).

    -Venga ya! Ese hombre es un fraude. No respeta los derechos de los detenidos.Slo se preocupa de los casos-espectculo y hace cualquier cosa por brillar. No controlalo ms mnimo lo que hace la Polica Judicial a su servicio, y se lava las manos diciendoque eso es un asunto de los tribunales ordinarios. Sale mucho en la tele aparentandodefender causas honestas, pero su otra cara es muy siniestra.

    (La que ha hablado ahora es una histrica letrada laboralista y penalista queinici su carrera en la Transicin, cuando todo el mundo era comunista, e,inexplicablemente para su interlocutor, lo sigue siendo, pero no de los que han jurado alRey y a la Constitucin).

    -Est bien, est bien. No estoy de acuerdo contigo, pero me permitirs que te

    invite a bailar, verdad?-Eso est hecho.

    Mientras los dos se alejan en direccin a la pista, en la que se retuercen algunosletrados, un poco ms alegres de lo que sera de esperar tras verlos afanados tras suscorbatas en sus despachos con aires de abolengo, el tercer hombre del rincn, vestidocon un jersey amarillo y pantalones de tela, se dirige directamente a mi:

    -Vaya numerito eso de Villanoray, no, Jaime? Me han contado que estsllevando algo relacionado con la Polica Local del lugar.

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    -S, Andrs, as es. Llevo un asunto de la Asociacin Contra la Tortura. Unaacusacin por malos tratos contra unos policas locales.

    -Vaya, vaya. Asuntos turbios de un cuerpo policial turbioAndrs Sagrera me mira fijamente. Es un letrado de dilatada experiencia y fina

    inteligencia. Uno de los pilares principales de la asociacin. Un tipo con una mente gily contactos inverosmiles, pero con una honestidad a prueba de bomba.

    -Permteme que te cuente una historia, Jaime. Es una pelcula antigua, aunquemuy instructiva. Una narracin de un asunto real.

    -Adelante.

    -Ah va:

    De joven, en la Transicin, conoc a un brillante abogado. Un tipo que acababa

    de terminar la carrera y atesoraba un idealismo y una energa fuera de lo comn. Erarealmente comprometido y apoyaba activamente todo tipo de causas justas. Estaba entodas partes, prcticamente sin cobrar, en una especie de sacerdocio social y militante.No crea en las lneas de separacin que siempre han fracturado el mundo izquierdista,as que defenda por igual a anarquistas que a comunistas, a tirios que a troyanos.

    El caso es que llam la atencin de todo el mundo y, sobre todo, de la PolticoSocial. La democracia ya haba llegado y no podan utilizar contra l determinadasmaas, tradicionales en el Rgimen, as que empezaron a usar otras cosas, inspiradas enotros lugares. No tenan por qu detenerlo, al fin y al cabo era abogado y haba que daruna imagen de apertura, as que empezaron a controlar todos sus movimientos, sutelfono, sus vecinos, todo.

    Comenzaron, adems, a correr rumores de lo ms variado sobre l, empez atener vivencias extraas y estresantes, amenazas en el buzn, referencias en la prensaacusndole de cometer los mismos delitos de que se acusaba a sus defendidos. As queviejos amigos y amigas le abandonaban de maneras inexplicables, o procuraban nomezclarse demasiado con l, y sus clientes desaparecan porque alguien no identificadohaba hablado con ellos. La gente contaba noticias falsas sobre su persona, o hacainsinuaciones extraas, haba tipos malencarados apostados en coches bajo el sol, a lapuerta de su despacho.

    Lo peor es que usaron contra l su propio idealismo, ese sectarismo y esa faltade flexibilidad propias de los medios izquierdistas. Ese moralismo santurrn queprovoca ms fricciones de las necesarias con la gente que tienes alrededor.

    Lo paso mal, muy mal.

    Pero de todo se sale. Y l consigui salir volvindose un poco ms frvolo yabierto. Conspirando, pero con compaa. No tena que ser un sacerdote, sino unconector de energas, un nodo, un campo de fuerzas, un facilitador de que las cosaspasaran.

    Y aprendi a rerse mucho, Jaime. A rerse mucho.

  • 7/30/2019 Palabra de Abogado Jose Luis Carretero Miramar

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    (Hace una pausa, mientras me mira con aire enigmtico).

    -Y, por cierto, Laura no te quita ojo esta noche.

    Sigo su mirada: Laura, una letrada joven con unos ojos animados por un fulgornunca identificable por completo, y con unos labios que se agitan por un temblorelctrico capaz de iluminar todos los amaneceres.

    La calidez y la tersura de la piel de Laura encoge al mundo al tamao de unbotn, y el tacto de sus pezones glorifica los das por venir, justificando la existencia demis manos y los latidos desacompasados de mis pestaas. De todas las pestaas. Y de lacorriente subterrnea de mi sangre, de mis nervios y de mis sueos. La ilusin vibrantede una reaccin qumica precaria y, sin embargo, poderosa.

    Esa es Laura. Y ahora mismo, me est iluminando.

  • 7/30/2019 Palabra de Abogado Jose Luis Carretero Miramar

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    SEXTO.-

    Me levanto, un tanto renqueante. Me pongo una bata vieja y recorro el pasillo endireccin a la cocina. La ventana est abierta. La primavera ya ha llegado y algunosrayos tibios de sol desperezan a los fogones mientras me preparo un caf y caliento unpoco de leche.

    El peridico est sobre la mesa. Me siento frente a l con mi bata, mi caf y un

    poco de pan tostado. Aderezo el pan con aceite y sal pausadamente mientras leo elartculo que ms me interesa, y que cuenta lo siguiente:

    TRAMA DE CORRUPCIN EN EL PARTIDO DEL GOBIERNO.

    El alcalde de Villanoray y varios constructores, detenidos. Un senador en elpunto de mira.

    Adolfo Gutirrez, alcalde de Villanoray; Arturo Barea, concejal de Urbanismodel mismo municipio; Jos Garca, Jefe de la Polica Local; y Ral Montes y GerardoMndez, constructores y empresarios de la localidad, han sido detenidos la pasada tardepor su implicacin en una trama de corrupcin de enorme envergadura. El senador ysecretario de Finanzas del Partido en el Gobierno, Limo Ortega, puede ser tambinpuesto a disposicin judicial en las prximas horas.

    Segn ha podido saber nuestro peridico, los dos constructores detenidos, segnlas investigaciones policiales, habran organizado una gigantesca red de empresastapadera mediante las que habran conseguido concesiones del Ayuntamiento, as comorecal