Papyroflexia, revista de literatura y arte, N 1, 1 de enero de 2013.

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1 La voz (sobre) viviente -sobretextos- Kafda Vergara Esturaín Papyroflexia ...la poesía despierta revista digital de literatura y arte, nº 1, Panamá, 1 de enero de 2012. nº 1 Reflexión

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LA VOZ sobreVIVIENTE, articulos y reflexiones de Kafda Vergara Esturain

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La voz (sobre) viviente -sobretextos-

Kafda Vergara Esturaín

Papyroflexia ...la poesía despierta

revista digital de literatura y arte, nº 1, Panamá, 1 de enero de 2012.

nº 1

Reflexión

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LA VOZ - sobre - VIVIENTE

Kafda Vergara Esturaín

Papyroflexia ...la poesía despierta. Panamá, diciembre, 2012.

(sobretextos)

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@ Kafda Vergara Esturaín, 2012. @ Papyroflexia, 2012. (sobre la edición) Esta edición se realiza con fines educativos y su distribución es gratuita. Los derechos de autor son patrimonio inenajenable; es Patrimonio Cultural de la Humanidad Editada y distribuida desde Ciudad de Panamá, Panamá. Contacto: [email protected]

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PRESENTACIÓN Al margen del honor y de la alegría que significa la edición y publicación de LA VOZ - sobre - VIVIENTE (sobretextos), de Kafda Vergara Esturaín, nos satisface el hecho de que la autora de los artículos aquí presenta-dos, publicados en su blog LA VOZ VIVIENTE, haya aceptado contribuir con nuestro anhelo de brindar a la Humanidad aquello que consideramos Patrimonio Cultu-ral suyo: lo que con las preocupaciones humanísticas del escritor y del artista brota desde cualesquiera de las manifestaciones del arte. Agradecemos a quienes nos lean, la colaboración, mediante la distribución GRATUITA de nuestros docu-mentos: plegables y plaquettes, entre sus contactos, sin distinciones de ningún tipo. Y, sin más, les invitamos a adentrarse en la explo-ración de los mundos que convergen en el universo y “la pluma” de Kafda Vergara Esturaín. Les editores.

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SOBRAS Antes de afirmar a los cuatro vientos que hay gente que nace "de más" en este mundo, piensa que tú eres se-guramente parte incuestionable de esa "sobra" en la ca-beza de otro ser humano. Y dime cómo se siente.

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LECCIONES DEL CONFLICTO ÑAGARE ÑAGARE en lengua gnäbe significa NO. Es el grito de guerra que lleva ya casi un mes este pueblo originario de Panamá ante el incumplimiento del gobierno pana-meño en respetar los acuerdos de protección anti-minera e hidroeléctrica firmados hace ya un año y que ahora pretende desconocer. Las historias de los enfren-tamientos han sido de terror y la sangre todavía salpica la ropa de los que continúan de pie. En honor a las lecciones de vida que este pueblo me ha regalado a punta de mucha sangre y dolor, he querido rescatar algunas frases voladoras que mi conciencia ha atrapado a lo largo de estos días de vigilia, campamen-to, amigos y cafecitos de amor. Decidí llamarles Leccio-nes Ñagare: ÑAGARE 1: Dime qué comentarios publicas durante una crisis nacional y te diré quién eres. ÑAGARE 2: Pensándolo muy fríamente, las fuerzas poli-ciales demostraron que su profesionalismo y organiza-ción táctica-estratégica es inversamente proporcional al grado de crueldad al que han demostrado llegar. . ÑAGARE 3: El racismo en Panamá no es un fenómeno latente como muchos aseguran. Se trata de una lombriz muy activa ÑAGARE 4: La amenaza Papa-Dios style "Si haces X te hago Y" ya no está funcionando. ÑAGARE 5: Ya me cuesta encontrar gente que hable de "guaymíes" para referirse a los gnäbe. Y la palabra 'ñagare' como que está 'de moda'. Con todo y la teleno-vela, la lumpen, se va instruyendo. ÑAGARE 6: La conciencia débil confunde entre ser me-surado y ser indeciso. En una crisis nacional no hay me-dias naranjas cuando la indiferencia deja pasar asesina-

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tos, vejaciones y violaciones a los derechos humanos por parte del Estado. Si vas a parafrasear al difunto ex-presidente Endara cuando dijo: "No estoy a favor ni en contra, sino todo lo contrario", por humanidad mejor qué-date callado. ÑAGARE 7: Se conoce a una lideresa o líder cuando sale de una negociación de no menos de cuatro horas y otros tienen que empujarla a comer algo porque sus an-sias están en sentarse a hablar con su pueblo. Qué dife-rencia de esos que les encanta la foto de portada. ÑAGARE 8: No se sabe qué tan cobarde es uno hasta que acompaña a un valiente, pero en esa compañía uno se vuelve menos cobarde. ÑAGARE 9: En tierra de locos vale todo, desde escu-char las más grandes estupideces como compartir los delirios. Que valga todo, con tal de mantener la cordura. ÑAGARE 10: El que no alza su voz por lo que dirán sus amigos jamás sabrá quiénes son sus amigos.

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DESPERTAR PARA SEGUIR SOÑANDO Sueño que mis sueños no acaban. Viene uno tras otro como una supertanda dominical. Sin millo, ni nachos ni bebida gaseosa. Esta tanda se baja sola. Sueño con la alegría de amigos y familia. Con podero-sas y francas sonrisas. Sueño que a todos les va bien, que se sienten bien, que viajan, que comen mucho, que conversan amenamente. Y yo entre ellos, sin creérmelo del todo. Me saludan, me abrazan y sin decírmelo todos me persuaden de prontas alegrías. Mi tío el doctor me abraza (¿Él?) como si quisiera decirme: "Ya pasó." To-dos me quieren, se alegran de verme. Qué rara sensa-ción. Sueño con lo que menos me complazco: comida. Mucha comida. Platos preparados por amigos y desconocidos. Me presentan carnes muy bien cocidas en finos platos con hojas verdes. Me resisto a comer porque recuerdo que soy vegetariana. Al parecer esa no es excusa para negar la onírica invitación. Sale el plato principal y se me presenta un postre, lindo también. Algún dulce finamente preparado y dispuesto a hacerme feliz. Y lo soy hasta que recuerdo que no soy de creerse fácilmente las co-sas y despierto. Qué pena. Se ven tan lindos... Sueño con mensajes electrónicos no muy claros pero al parecer muy esperados en mi mente. Apenas recuerdo quién me los manda. El tema es confuso. Sólo recuerdo el sentimiento de ser apelada, que se me desea decir algo. ¿O ya se me habrá dicho y no lo quiero recordar? Sueño con unas manos que toman las mías. La dulzura de los dedos alivian mi corazón. Una puerta entreabierta y halito luminoso aparecen frente a mí. Una luz con voz propia que se une a la armonía de mi pecho y me pide creer en lo vivido. Todo es indescriptiblemente hermoso. No hay duda, no hay pena, no hay dolor. Sólo cariño, silencio y mucha luz.

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Pero despierto. Algo cansada… bien cansada. Algo con-fundida del lugar donde estoy: si allá o acá. "Vuelvo a la realidad" Es la frase que sentencia mi retorno cada ma-ñana. Pero están allí: las imágenes, las sensaciones, los símbolos. Tanto que no dejan cerrarme en eso de que "los sueños sueños son." Tanto que les gusta filtrarse incesantemente en la vigilia y decirme: "Aquí estamos, somos parte de ti." ¿Por qué me cuesta aceptar la posi-bilidad de que así sea? El miedo a la decepción, al vac-ío, a la muda soledad, seguramente. Pobre de mí que no le da más confianza a lo que me aferra a despertar cada día: el mundo de los sueños, ese lado metafísico de mi voz que ojalá algún día al-guien quiera escuchar.

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ALIMENTO Mi cuerpo pide algo más que el poder del maíz y la dul-zura de la miel de abeja. Ya no les son suficientes los colores de las frutas ni las burbujeantes sugestiones de la cerveza. Ya no se estremece con la acidez del limón ni de la toronja. La papa, otrora salvadora de europeos, pareciera no avivar mi fuego con sus calorías. Los frijo-les mágicos se niegan a germinar en mí el árbol de la vida. Sin él imposible es robar el oro de El Gigante. Heme aquí pues, cada vez más etérea, buscando ese alimento que alivie el dolor de las preguntas sin respues-ta. Hay un menú para alimentar cada voz. El mío parece esconderse en algún recetario que al parecer desconoz-co. ¿Alguna sugerencia? Y si es deliciosa, mejor.

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UN AVE QUE SE VA CON CADA VIAJE En ésta mi casa se cumple un ritual desde el inicio de mi voz. Un sacrificio casi sistémico pero fuera de automatis-mos. Suele suceder cada vez que emprendo vuelo hacia otras tierras. Un ave, generalmente la más amiga, pasa al plano de la muerte en circunstancias sinceramente extrañas. Los primeros casos se daban con gallinas ne-gras (qué coincidencia, dirán muchos) o con mis pollitos mascota. Luego siguieron los patos, a los que he apren-dido a respetar por sus muestras impresionantes de con-ciencia primigenia y receptividad. Por lo general estas aves amanecen sin vida, heladas como la indiferencia del mundo a su muerte, tiesas, du-ras, casi como piedra, sin muestras de picadura o mor-dedura mortal. Tampoco mueren a escondidas. Siempre yacen donde se les pueda ver temprano en la mañana, como el saludo de la muerte que no llegó a casa. También he tenido las protagonistas de un accidente, inesperado hasta para la mente más volátil. Un coco que les cae encima, o quizás una rama, justamente la más fuerte del árbol o arbusto en cuestión, o un mango bien calibrado a la perfección para el golpe, aniquilan la exis-tencia del ave escogida para lo que en mi casa se ha conocido por generaciones como "El Sacrificio." Nunca me ha gustado la idea de matar un animal para un beneficio humano que no considero necesario. Ape-nas pude me hice vegetariana y rechazaba sin discusión toda práctica religiosa donde se sacrificara un animal. Hay sin embargo un principio de sabiduría en estas prácticas antiguas que debo reconocer y que luego el tiempo me ha aleccionado: el sacrificio existe, en la na-turaleza y en la cultura. Tiene un sentido que sólo la al-quimia me ha ayudado a encontrarle sentido. Humano o animal, sacrificio es sacrificio. La ley de correspondencia se aplica sin chistear al per-der una de mis queridas criaturas con cada vuelo que

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emprendo. La lógica popular de mis abuelas sentencia que el animal sacrificado ha dado su vida para que el humano sobreviva ante un peligro. Es evidente que montarse en un avión siempre implica algún riesgo. Pero de tener razón mis ancestras... ¿Será que suelo estar al borde de la muerte? Pero eso no era lo que más me per-turbaba. Crecí con la tristeza de pensar que un inocente animal tuviera que atrapar "la cosa mala" a la que yo estaba destinada. Hoy esa tristeza se ha disipado, y ha sido gracias a un 'momento privilegiado', de esos que se tiene a veces, para llegar a ser uno con los principios básicos de la vi-da. Mis aves y sus extrañas muertes me han enseñado que el rito del sacrificio sólo tiene valor cuando es volun-tario, cuando algo te muestra que el hecho no fue en vano, cuando el animal busca inexplicablemente su pro-pia muerte o extraña desaparición. Cierto o no, de lo que sí estoy convencida es que, al igual que en el amor, las energías no pueden ser tomadas sino dadas, pensando que el bien que se canjea es superior en todas las es-tructuras del ser. Los animales quizás no lo puedan pen-sar, pero seguramente lo pueden sentir. La vida en pro de la vida. No le encuentro otra explicación. Hoy algo de mi tristeza ha volado. Una codorniz se ha escapado de su jaula, una hembrita muy bella, volando como nunca antes lo había mostrado, y ha desaparecido entre la madreselva que esconde la casa de la bruja de mi vecina. No la estoy ofendiendo, es bruja de verdad. Si no me creen vengan y compruébenlo si así lo desean. Al tiempo que esto pasaba en la soledad del patio de mi casa, una persona muy querida por esta voz se prepara-ba para tomar un avión y charlar hombro a hombro con las nubes por primera vez en su vida. ¿Coincidencia? Quizá nunca lo sepa. Sólo sé que las aves perciben mu-cho más que comida y calor, y que su sacrificio, también digo 'quizás' sea tan amoroso que no les importa que estas maravillas ocurran a diario y que no nos demos cuenta.

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ESPERANZA Mi sangre volverá tan sólo para llevarte a pasear amor mío, y llevarte a donde las pasiones se tocan con la sua-vidad de unas manos inquietas de mundos soñados, cálidos y sudorosos, y las preguntas se responden con la inocencia de un lirio. Te llevaré a donde las sonrisas hablan todas las lenguas y todos los caminos conducen a la Arkadia escondida de frutales ofrecidos por los nue-vos ángeles de Tzion. Mi vientre habla por los que no pudieron escoger, y yo lo escuché. Tú tendrás el deseo de vivir y yo lo agrade-ceré, porque mi vida es la tuya como del destino los as-tros, los mismos que me devuelven la sangre para lle-varte a pasear algún día... algún día.

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ESCRITO PARA LA MEMORIA COLECTIVA DE OTRAMÉRICA EN HOMENAJE A RAUL LEIS (Q.E.P.D.)

foto cortesía de La Crítica “¿Ustedes van para la misa de Bin Laden?”. No sabía ni qué contestarle al taxista. Preferí que se concentrara en la forma de llegar a la iglesia Catedral antes de que ca-yera la lluvia y la Avenida A se encontraba completa-mente bloqueada esa tarde del 4 de mayo. Sólo me di cuenta de la realidad cuando dobló de la Plaza Herrera a La Lotería por sugerencia de mamá: era bajarnos allí donde antes se encontraba el Bazar Latino o llegar más que tarde a la despedida de un gran hombre. La misa de Bin Laden… Pensé que era broma pero no. El rostro del taxista sí expresaba una interrogante sobre el personaje que debía estar protagonizando la misa a la que no podíamos llegar sobre ruedas. No sé cómo pasó pero lo que pensé me iba a provocar un gran disgusto de pronto se volvió risas en mi cabeza. Fue la lluvia, sí, seguramente fue ella cuando corría por un par de cua-dras hacia la iglesia la que tiró una carcajada y me su-surró al oído: “Qué le hubiera dicho Raúl Leis a este ‘man’”. Maestra vida camará…

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Ahora que lo pienso, habría creado una historia delirante de taxis marcianos y de lluvias arcoiris, de esas que no se creen pero que pasan, y pasan porque hay seres humanos que logran ver a esos taxistas y a esas gotas de lluvia mágicas. Y Raúl era una de ellas. No había que realizar grandes esfuerzos para reconocer eso especial que encerraba su presencia donde quiera que Leis estu-viera. Seguramente la lluvia del cuatro de mayo venía de la universidad al igual que Raúl, porque me empapó de recuerdos que chorrearon mi cuerpo de buenos cafés en el Copy’s, de incontables tertulias en la mesa de Alexan-der y del poeta Jiménez, de los muchos encuentros y debates abiertos sobre los problemas nacionales, de los homenajes a héroes pasados, de los panfletos a repartir contra el CMA, el TLC o el FMI, de la inolvidable muestra de Caminos del Maíz, de los homenajes a las etnias en el INAC y tantas otras bellezas en las que Leis siempre estaba presente. Era alguien que siempre se sabía que andaba “por allí” y creo que es por eso que me cuesta asumir que se ha ido. Ya en la iglesia la tristeza se tornó de un color distinto. Los matices del dolor se fueron diversificando a medida que me topaba con amigos y acompañantes de toda mi vida, todas y todos juntos allí, en torno al cuerpo ya sin vida de Leis. No hay otra explicación: es el amor, como lo enfatizó su viuda, lo que alejó a este sepelio de un cuadro de lamentos. Despedimos a un defensor de los derechos humanos justamente cuando había que salir directamente hacia la defensa frontal de causas urgen-tes. En mi caso y en el de los compañeros de El Colecti-vo, nos esperaba llevar a cabo una conferencia contra la construcción de una abominable torre de Babel construi-da con plata del pueblo. Y así como nosotros otros ami-gos salían a preparar sus talleres artísticos, a redactar comunicados contra la minería, a retomar sus trabajos comunales en comarcas y áreas campesinas y si sigo la lista este texto se hace interminable. Despedir a Raúl Leis no fue asistir a un sepelio más.

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Fue la concretización de un sentido de unidad que mu-chas veces no alimentamos y que es tan necesario para seguir adelante. Si el hombre es lo que ama, como canta Cabral, yo diría que Leis se fue para hacerse un Todo con lo más amado por él: la gente, aunque algunos lo confundan con Bin Laden.

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7.5 7.5 como un conteo final. 7.5 posibilidades de subir al Cielo que sólo explota en la Tierra. 7.5 de un ultimátum de sangre. 7.5 de un goce mortal. 7.5 halos de vida para decir Te Quiero. 7.5. Y sigue bajando...

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VIAJES K He oído decir que cada partida se lleva a una persona para siempre porque la que regresa no es la misma. Y yo he partido ya varias veces. Ahora, luego de muchas lágrimas y muchas sonrisas derramadas en aeropuertos y terminales de buses, trenes, metros y barcos, lo pien-so, me sonrío y me atrevo a decir: "Esto es muy cierto, y no tanto". Cierto en la diacronía de una humanidad que se asume efímera, y falso en la esencia misma del ser. Se dice que cada experiencia sensorial transforma tu visión del mundo y cómo lo interpretas: un nuevo perfu-me, un tono amable de voz, la compañía inexplicable de un ser invisible, el roce de la compañía visible que no necesita explicación, un modelo curioso de automóvil, el sonido de las sirenas, la noción de espera para comprar un pedazo de pan, el murmullo de los ríos. Cada uno de los detalles de la vida que forman, como predicaba Bretón, el alimento destinado a enriquecer el mundo de los sueños, porque según él es en ese mundo donde realmente somos. Cierto o no, lo único que puedo asegurar de mis viajes K es que me han mostrado una diversidad de mundos con acentos, banderas y sabores diferentes, y todo para sal-tar al cambio más hermoso y a la vez el más peligroso de todos los que he conocido: Ver varios colores para distinguir ese gran Arco-Iris donde me conecto nueva-mente con el blanco tímido que reúne, en sí, toda la be-lleza del espectro cromático. Ahora que la vida me ha mostrado bastante de su sabor natural y que la muerte se ha atrevido a coquetear con-migo, me atrevo a mirar con los ojos cerrados, hacia adentro, donde ahora debo viajar. Es quizás una de las más grandes paradojas de la vida: vivir cada día para morir un poco y recordar AQUELLO por lo que soy, o para ser más justa (en justicia y en pre-cisión), lo que somos. Quien se crea UNO negando el

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DOS, el TRES o el INFINITO queda siendo NADA. ¿Qué sería entonces un viaje K? Sólo tengo una pala-bra: Un viaje del recuerdo. Tal como me lo hace ver un amigo con cierta frecuencia: que la palabra recordar viene del latín ri cordis, que sig-nifica "volver a pasar por el corazón". No hay viaje más rico ni necesario. Si vivimos y morimos por un primer y un último latido, entonces TODO está dicho. El vuelo nos espera. Única maleta necesaria: una relación abierta con la vida, vacía de prisas y llena de mucho amor.

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DE ESAS COSAS MARAVILLOSAMENTE INENTENDIBLES

Hay recuerdos de la infancia que no se dejan abandonar en la ambigüedad y el desprecio de las 'cosas de la gen-te grande'. Algunos recuerdos son muy fluidos y alegres. Otros no tantos. Los hay de un tipo algo especial. Esos que te alimentan de dudas y de misterios por el resto de tu vida. Una can-ción más nunca escuchada, un amiguito que te invita al bosque, un olor que se deja tocar por tus manos invisi-bles, una caricia en tu pelo, una casa a la que nunca se vuelve. Todos pensamientos obligados a dormir en la rama de lo subjetivo para no preguntarnos si alguna vez vivimos esas maravillas en este o en otro mundo. La dureza de la vida nos obliga a contestar un firme y consistente 'no'. Lo que la vida no nos dice es cómo esas realidades nos sacuden el mundo 'de a de veras'. Y no todas las sacudi-das tienen que ser amables. Algunas han demostrado ser muy violentas. Yo tengo varios de esos recuerdos, pero éste ha pisado

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tierra, con una fuerza tal, que me empuja sin parar a los adentros con sólo cerrar los ojos, y a veces, sin garantía alguna de regreso. Y todo ha ocurrido porque sí, porque el encuentro con un pasado que nunca pasó no puede ser otra cosa que un eterno presente. O si no, ¿cómo me explico y le explico a ustedes, que en la 17 bis de la calle Pavée de Paris se encuentra una librería que 'ya había visitado', hace ya mucho tiempo, cuando mis pensamientos no se encerraban tan fácil-mente en lengua de mi madre? ¿Cómo explico ese es-calofrío tembloroso de mi piel al encontrarme frente a frente con este lugar en una de esas noches frías y húmedas de invierno en las que vagaba sin rumbo fijo, en una ciudad extranjera, y hasta hace sólo un par de años desconocida para esta niña del nuevo mundo? ¿Cómo explico ese olor de vejez y de adentros. Cómo explico la melancolía de la madera que sostiene sus 3 pisos, el pavimento de ladrillos ancestrales que conserva su interior, el sabor a cueva decadente. El nombre mis-mo de la librería: Mona Lisait, con esa Gioconda enver-decida y brujeril. Y todavía aún más inexplicable: cómo explico la corriente alterna que entraba por mis pies con sólo pisar suavemente los adoquines del piso, como si la tierra me hablara, como si me conectara a ese lugar y a otro, otro al que quizás me falte ir? ¿Cómo le hago? La lengua no me es suficiente. Hubo sin embargo algo que no encontré, y fue un libro, uno que se supone debía estar allí y que encierra en alguna de sus páginas la imagen un grito de terror. El grito de una figura humana sin ojos y sin lengua. Una figura hecha de angustia y que recuerdo a medias, por-que al parecer el miedo que me produce es tal, que mi mente no me deja detallarla, como si la censura senso-rial fuera irremediablemente necesaria. ¿Por qué no encontré ese fantasma de horror en la Mo-na Lisait del número 17 bis de la calle Pavée de París, encuentro per se extraordinario, si su presencia en mi mente está ligada a ese lugar? ¿Será que ya no está

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allí? ¿Será que simplemente ya no lo veo? Ahora que lo pienso no recuerdo ni el grito. Sólo recuerdo que alguna vez gritó. Recuerdos que aterrizan alguna vez, o con los que tie-nes una cita inesperada al reencuentro de una misión cumplida. De esas cosas maravillosamente inentendi-bles.

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INQUIETUD DEMENTE PARA ANTES DE DORMIR. ´ De acuerdo a la teoría masa=energía de Einstein, si pu-diéramos convertir un cuerpo humano promedio en energía pura, seríamos capaces de fabricar 30 bombas de hidrógeno. ¿Y si esta fuerza la bipolarizamos en nuestro pensa-miento bajo la eternísima batalla entre Eros y Thanatos e invertimos la relación qué pasa? Si la energía de un solo cuerpo humano puede destruir varias veces la humanidad en su totalidad, ¿No es ca-paz ese mismo cuerpo de transformar la energía de to-dos y cada uno de los que aquí y ahora vivimos? Un sólo cuerpo. Sólo uno. ¿Qué estamos esperando?

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CARNE EN EL VERBO ¿Quiere lucir un cuerpo espléndido? Me pregunta al choque de ojos un anuncio con modelo rubia que disfruta falsamente de una tarde de verano. No, no quiero lucir un cuerpo espléndido. Quiero TENER un cuerpo espléndido para hacer realidad roces de péta-los, mariposas y agua fresca; memorias táctiles de la suprema intimidad de los sueños. Quiero tener un cuerpo para amar, no para lucir. Será por eso que no me gustan los malls.

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CONTEO REGRESIVO DE UNA PARADÓJICA DESPEDIDA Diez de marzo del año nueve, Anel Omar se empeñaba en despedir, sin apuros, a unos actores cubanos que habían colaborado con la puesta en escena de Babilonia Way of Life. Hasta casi las ocho a.m. de esa mañana, este pintor había sido un muy querido director del Institu-to Nacional de Cultura, admirado y respetado por su de-dicación al trabajo en una de las entidades menos toma-das en serio de este país Pro Mundi Beneficio. (Cuando alguien encuentre a Mundi, que me avise) Lo que Anel nunca sospechó es que a eso de las siete y media, de ese día diez, quien diría adiós sería él. Esta-cionó su auto al frente del edificio de la Lotería y allí en-contró su suerte. Murió abaleado al salir de su vehículo, en medio de un asalto al camión blindado que recogía en dólares los sueños esfumados de muchos jugadores. La fatalidad le llegó también a uno de los custodios de estas arcas móviles. Típico de estos guiones amargos. La fatalidad no suele andar sola. La Prensa cuenta hoy que entre seis y diez actores es-cribieron esta macabra obra, entre autores materiales e intelectuales, y no faltó personaje que uniera el nombre de Anel Omar Rodríguez a sinonimias tan contradicto-rias a su trayectoria de vida como mano dura, inseguri-dad, maleantes, negligencia, robo, asesinato, corrup-ción, politiquería y hasta narcotráfico, cuando su trabajo apelaba a nombres como cultura, arte, teatro, danza, música, flores, poesía. Es más, hasta hubo gente que recordó que el Instituto Nacional de Cultura existe. Valla milagro. Lo único cierto de todo esto es que los cincosentidos de Omar se apagaron en la dureza del pavimento, y con ellos, la esperanza de no menos de cuatrogatos por lograr pequeñas grandes cosas en la política cultural, por lo menos hasta las próximas elecciones.

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Funcionario, artista y amigo: tres papeles que no se suelen interpretar a la vez. Pero Anel lo logró porque disfrutaba y vivía su cargo. Si cada servidor público se entregara al menos a estas dos acciones, otra canción cantaríamos, aquí y en todos lados; otra sería la obra, y otros los actores. Con su inesperada muerte, Anel Omar Rodríguez le regaló a la nación uno de esos increíbles momentos en que la masa lamenta sinceramente, adver-sarios políticos incluidos, la desaparición física de un funcionario público. Dentro de un par de horas enterraremos su cuerpo, y la prensa y la tele cubrirán este evento como una cuenta regresiva más. No importa, el arte no es mediático, el arte es otra cosa y Anel era un artista. El retorno a la tierra que nos da de comer es ritual necesario para tras-cender a ese día cero que todos soñamos, "y mañana es su continuidad" canta La Ley. Pero sólo un artista entiende de esto. Por eso se hace inmortal. No descanses en paz, Anel. Inquieta nuestros sueños donde quiera que estés. Hálanos, patéanos, muérdenos y si te es posible despiértanos. Todos somos uno en el arte. A tu salud.

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LEER EL ARROZ

A Chana, que era india pero no pendeja

Aprender el ABC significaba, al menos hace un par de años atrás, el privilegio y el deber ciudadano de leerle el periódico a esa abuela que nunca supo de civilización, de normas aristotélicas, de los peligros de esa "lengua suelta" con la que Antonio de Nebrija asustara a la ambi-ciosa Reina Isabel de Castilla, y cuya sujeción arrastró también la nuestra, junto con la Espada y la Cruz. El progreso llamó a estas abuelas analfabetas, por des-conocer las trampas de las inseparables Alpha y Betha. Ni siquiera Roma se dignaba en acariciar el verbo del espíritu mestizo de estas mujeres, pues la santa misa, la misma que glorificaba y condenaba a la vez, era cantada en latín.

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Leerle el periódico a la abuelita era pues, un acto de re-dención para esos ancestros encerrados en su mundo adolorido e incivilizado de indio emplumao'... o al menos así me lo tronaba la iglesia, la escuela y las películas de John Wayne. Y por poco quedo sorda. "Valla y léale el periódico a la abuela que a ella le gusta eso". Me decían. "Pobrecita, que ella no sabe leer. Nun-ca fue a la escuela". - ¿No sabe leer? - Eso me hicieron creer. Entonces tomaba yo ese pedazo ridículo de papel, atibo-rrado de "palabras importantes", y me acercaba con un extraño orgullo donde esta anciana. Imposible no sentirse "salvadora", pensar que le haría saber a la abuela cosas de las que no se enteraba. "Yo sé leer, y se lo voy a demostrar a la abuelita, y se va a enterar de las noticias, y se va a poner contenta... y me va a decir que soy MUY inteligente..." Delirios de un pio-jito de seis años. En buen panameño, una culicagada. Lo que nunca le conté a la gente grande fue que el silen-cio y la mirada romántica de esta anciana me detenían. Con la batea sostenida en su regazo, la abuelita no deja-ba de mirar detenidamente unos granos de arroz. Su mano derecha los revolvía y los tiraba continua y dulce-mente, una y otra vez. Puedo hasta oír el susurro de los granos de arroz cayendo como cascadita sobre la batea. Ssshhhssshhhssshhhssshhhssshhh... Qué suave, me muero. - Abuelita, ¿Quieres que te lea? – - Dele pues – Sepa alguien qué salió de mi boca al leer el titular de la noticias. Si solté en-mé-to-do-si-lá-bi-co a la Thatcher, al Pinochet, a las Malvinas o a algún sandinista. ¿Y qué importa? Sé que no terminé palabra alguna cuando un

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lengüetazo sonoro entró nuevamente por mis pequeños oídos. Ssshhhssshhhssshhhssshhhssshhh El arroz, que si lo ven bien tiene forma de lengüita, can-taba serenamente entre los dedos de la callada anciana. La cascada de arroz daba brinquitos sobre la suavidad de esa madera porosa de árbol dolido, y en cada golpe-cito de arroz surgía en mí una pregunta... y todas las respuestas. Reagan y la Unión Soviética cayeron al piso. Mis manos sólo querían sostener las faldas de la abuelita y seguir oyendo ese susurro de vida del que nadie parecía disfru-tar. SSSHHHSSSHHHSSSHHHSSSHHH He aquí que realicé, llevada de la mano de mi abuelita, mi primera lectura del arroz. Y de esto todavía no se enteran los grandes. ¿O a poco ustedes crecieron? Queda entre nos. Pronto, si la gente grande me deja, la segunda lectura del arroz, y de otras cosas más.

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DERECHO IMPOSTERGABLE

Todo niño tiene derecho a invocar lo in-vocable antes de que entre a la oficina

y ya sea demasiado tarde.

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BARRAZA EN MI RECUERDO I

Amaneceres de humedad sobre piso poroso y gris metal el olor a pez moribundo y a niño salado en la playita de los poetas. La escapada peligrosa de la tentación orejas dulces y tostadas una masa de placer entra por la boca y otra por los oídos. Daniel Santos le dice adiós a los muchachos Benny Moré se pregunta cómo fue Ramiro nace en todos los balcones Juanito Alimaña merodea por ahí Y el loco de la esquina de siempre sabe que con cédula o sin cédula, la batida se lo va a llevar. Salgo de la panadería y me acaricia el viento manos traviesas quieren mis orejas culpables magdalenas de esta memoria involuntaria.

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II

Mi primer poema me lo trajo el viento. Mi primer poeta, la muerte. Las olas susurrantes formaban palabras. Y yo, de mani-tas frágiles y nariz moquillosa, sólo buscaba atraparlas en el aire. Aspirarlas, hacerlas mías como la vida misma que recién ostentaba. No quise más que la inmensidad de ese horizonte negro, el mismo que me calma y me arrulla ahora en otra di-mensión, inacabable, en el todopoderoso mundo de los sueños. Mamá me tomó con fuerza esa noche. Sin miedo pero instintiva, olió a tiempo mis ganas de escapar de mis cinco años. Poco a poco enmudecen en mis oídos las piedras del muro donde revienta el mar en la playita, las mismas que hoy se desvanecen como los niños, como las barcas, como los recuerdos. - Ven, vamos a leer a los poetas – Pero sólo veo unos montículos blancos con unas plaqui-tas, extendidos como tumbas a lo largo de la avenida. - Y los poetas, ¿dónde están? – - Muertos – No dije más. ¿Y qué decir? Preferí seguir contemplando el oscuro absorbente de la noche y esmerarme en recordar la melodía del canto marino. De pronto respiré. Respiré todo lo que pude. Era evidente. No quería irme sin nada. Quise robar, robar sin demora la muerte de los poetas. ¿Qué puede ser un poeta a tus cinco años? No me pre-guntén qué pasó, pero en ese 'instante privilegiado' com-prendí que un poeta es alguien que muere para ense-ñarte a vivir.

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Como tantas noches en Barraza, volví en brazos al quin-to piso de El Paco y a sus tristes muros de gris metal. Pero no lo hice sola. Un fantasma solitario se escapó conmigo en la soledad de la Avenida de los Poetas... muertos. Desde entonces respiro su aliento, aunque ya no estén las plaquitas.

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III Estoy triste. Ese caserón de verde corroído llega a mí por el goteo de una memoria húmeda, escurridiza, derramándose por los poros invisibles de mi mente. Yo otra vez, una 'yo' de manitas tiernas, intento llegar al primer alto de esa casa de madera, que como todas las de El Chorrillo convertían la incertidumbre en aventura. Escucho consecutivos chirridos de tablones enfermos. Su crujido bajo la suela de mis zapatitos blancos amena-za con hacerme caer a un vacío no tan vacío. Pero no tengo miedo. Ante una posible tragedia, la alfombra de hongos y líquenes que crece sin pudor debajo de las escaleras me esperaría dulcemente. ¡Qué alegría! Con la acogida y la falsa vergüenza de un vientre mater-no, así recuerdo la humedad de aquel patio interior, li-moso verde del verde olivo más olivo, cómo sólo mis manitas pudieron alguna vez tocar. Porque sí: yo toqué ese verde. Tan niña, tan dulce, y sin embargo lo hice. Lo toqué, lo respiré. Era el color de una revolución que no pasó del sueño. ¡Pero cómo pinta ese verde, Jung! Cómo pinta y cómo habla, como un compañerito de jue-gos que te quiere y a la vez te desafía. Arriba de esta urbana foresta me espera otra amiga: la fantasía. Hay un hombrecito de cartón bailando en el balcón al ritmo del Nacimiento de Ramiro entre pañales de tela y de ropa íntima. Ahora un rojo sangre me des-lumbra, y si es por el vaivén de los imprecisos contornos del colgado, mi memoria lanza frenéticamente al Cha-pulín Colorado o al Hombre Araña. Ahora la memoria de mi piel me revela la verdad. Es el viento de la playita el culpable de este Van Gogh que tengo por piñata. Pero poco le importa a esta niña. ¡Yo sólo quiero reventar! Ver caer esos caramelos al piso de madera y alegrarlo con matices de colores distintos, de sabores distintos. Porque me gusta el verde, pero desde este balcón no se ve otro color.

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Y sin embargo no llegan nuevos sabores a mi boca. De hecho no llega ninguno. Tampoco veo bien los colores de las pastillas. Sólo aparece entre mis manos aquel palo de escoba, el de todos los cumpleaños, eso sí, bien decoradito con papel crespón amarillo. Lo tengo con fir-meza hacia arriba y eso hace que todos mis sentidos se centren en la piñata rojo sangre. La quiero tumbar, con-quistar y conquistarme, ser la heroína del barrio. Pero no recuerdo más. Alguien habrá hecho el trabajo por mí., porque hasta hoy no tengo precisamente fama de haber tumbado piñata alguna. Si tan sólo me hubiera quedado con un pedazo de ella para guardar el rojo... Quizás no era el momento de acumular tanta sangre ajena para hacerla mía... quién sabe. Pero la casa, esa verde casa donde el viento bailaba con nuestras vidas que apenas empezaban... ¿Por qué no está más en Barraza? ¿Será que no la veo? La primera pregunta me duele. La segunda me espanta. Estoy triste.

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EL DÍA EN QUE LA VIDA SE DETUVO (y no fue película)

Ese día. Lo recuerdo como si fuera siempre. Nunca se irá de mí. Es inevitable volver a los 14 cada 20 de di-ciembre. El frío vuelve a mis huesos, lo mismo que esos gritos, no tan lejanos, de personas calcinándose en El Chorrillo, barrio donde hasta hace unas cuantas horas vivía mis navidades entre el sabor de la salsa, los trompos volado-res y el pescado frito. A muchos de esos niños ya no los vería más. Cada 20 de diciembre Madre me hace crecer, y me manda a la mierda por no agarrar a mis primitos que querían ver el vuelo de los aviones yankis, esos gigantes de negro que parecen de otro planeta. Son los mismos aviones emisarios de la Mala Nueva: otros niños, como nosotros, acaban de ser destrozados a la salud de una Navidad Negra, por cortesía de George Bush y compañ-ía. Cada 20 de diciembre se detiene la vida en Panamá. Los niños que jamás serán adultos y que se desvanecie-ron con el color de sus canicas lo saben perfectamente. Los otros, los que siempre se conformaron con la "Causa Justa"*, cual exitosa campaña electoral, creen ser hombres y mujeres exitosos por hormiguear dentro de los centros comerciales, fábricas industriales de zom-bies (¿O de zombies industriales?) en esa afanosa búsqueda por comprar lo que no se requiere. Y lo más triste: juran que están vivos, cada 20 de di-ciembre.

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ESCRITURA AUTOMÁTICA: Diablos Rojos

Diablo rojo cortesía de Panama-guide.com El diablo rojo es un personaje misterioso, de choferes inquietos y pavos* castrados al no poder volar por el rojo del semáforo. Llantas lisas, llantas lisas, ¿por qué tan atrevidas? Llantas lisas chillan alrededor de la orgía de diablos ro-jos, reunidos descaradamente alrededor del semáforo de la muerte donde chofer y pavo unen sus destinos. Chofer, por favor, déjeme besar la tristeza de sus llantas lisas, antes de que el pavo implacable me grite: ¡Pa' trás, pa' trás! El semáforo, anunciando mi muerte, prepara entre los diablos rojos un festín de pavos insaciables en la glorio-sa búsqueda de la primera plana de El Siglo. * Pavo: asistente del chofer de un diablo rojo. Suele es-tar colgado de la puerta y pregona las paradas.

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RELOJES

Soñé que me encontraba en un salón de clases bastante amplio y como con sabor a viejo. Tenía las ventanas amplias. Estaban todas detrás de mí. Al frente se encon-traba un largo tablero, y a mi lado izquierdo, una puerta de madera que supone la salida. Y desde afuera entraba mucha luz. Estaba yo sentada en una banca al igual que mis compañeros de clase. De pronto aparece un profe-sor conocido, de aspecto lánguido y señorial. Me mira muy seriamente y dice: "Vergara, explíquele a los com-pañeros el problema fundamental entre el significado y el significante". ¿Qué? Me paré. Mis compañeros me veían como si quisieran beberse lo que a continuación iba a decir. No entendía bien lo que quería el profesor y estaba consternada, pe-ro de una vez me entusiasmé, porque me decía a mí misma que al fin me iban a dar la oportunidad de hablar sobre algo tan fundamental para la existencia humana. Me coloqué frente a la puerta, es decir, del lado más izquierdo del salón, y justo cuando lanzo las primeras palabras aparecen alrededor de la puerta una serie de relojes de pared. Sólo recuerdo haber mencionado el famoso esquemita de Saussure cuando toda la pared frontal y lateral derecha se rellenó de relojes de pared. Eran grandes, todos de madera añeja, de cortes clási-cos. Es más, frente a mí había uno de péndulo, y al fon-do a la derecha, un hermoso cucú muy bien tallado en madera fina. Ahora que lo pienso, todo el salón era una galería de relojes. Hasta podía sentir el olor de sus cajas de madera. Yo hablaba. Sólo recuerdo haber dicho que el gran con-flicto del pensamiento humano es creer que el significa-do y el significante integran una misma cosa. "La esen-cia es un árbol que no podemos conocer porque sólo conocemos la palabra árbol". Mis compañeros no entien-den nada. Entonces decido utilizar los relojes como ejemplo.

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- Vean estos relojes. Cada vez que escuchan la palabra reloj les vendrá a la mente sólo un tipo de reloj, porque sólo recordarán uno de los tantos relojes que ven aquí. Los que tengo al frente, por ejemplo, todos tienen marco redondo. Si sólo ven relojes con marco circular durante toda su vida van a definirlo en su cabeza como algo de forma circular, no como un aparato que da la hora. La esencia del concepto se torna invisible para ustedes y se fijan en otras características de la imágen que no tienen la menor importancia y obstaculizan el encuentro con la realidad. Por eso es importante conocer todas las for-mas de reloj posibles... – Y señalo los relojes que están colgados en el muro de la derecha. Ahora algunos de ellos tienen marcos cuadra-dos y hexagonales - ...para que puedan centrarse en el mecanismo del reloj y no en su forma. Yo pude lograrlo porque he podido ver muchos relojes con formas diferentes. Pero lograr esto es muy difícil si uno no ve otros relojes. Tienen que ver otros relojes- - Tienen que ver otros relojes - No sé cuántas veces lo repetí antes de despertar. Ahora les comparto mi extraño sueño, antes de que este blog entre en conflictos de significado-significante y des-aparezca. Después de todo ¿cómo estar segura de que no les estoy escribiendo esto en otro sueño? Por favor: díganme si estoy dormida, o quizás, si no estamos todos en el mismo sueño, o peor aún: si no estamos todos en-cerrados en las manecillas de los mismos relojes.

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AGUA Llegué al salón de clases temblando por la humedad. Inevitable ante esta lluvia que inunda ya dos provincias y algo más. La profesora, que conoce mi afición de escri-bir 'cositas' cambia esta vez de estrategia: invita al grupo a escribir un "proema" para comprender la locura de Francis Ponge. El tema es la lluvia. No podría haber otro. El agua nos tiene. Dejé entonces fluir palabritas para ver si también llovía en mí. Y salió esto: La pluie dilue la grisaille d'un tableau de misère envahis-sant la clarté de mon corps de draps déchirés par la folie d'un amour emballé comme un cadeau silencieux qui survie l'érosion fangeuse du caprice humain en se cou-lant vers la mer par la pluie qui choisit ses anges et les arrache de la tèrre pour ramasser des nymphes. La lluvia diluye el gris de un cuadro de miseria que inva-de la claridad de mi cuerpo de trapos desgarrados por la locura de un amor envuelto como un regalo silencioso que sobrevive a la erosión fangosa del capricho humano fluyendo hacia el mar por la lluvia que escoge a sus ángeles y los arranca de la tierra para cosechar ninfas. (Descanso eterno para l@s muert@s de las provincias de Chiriquí y de Bocas del Toro, quienes nos adelanta-ron en el retorno al origen)

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LA INOCENCIA DEL SILENCIO El mundo de Claudio es silencioso. Tuvo pérdida auditiva casi siendo un bebé y desde entonces na-vega incansablemente en la búsqueda de sentidos y significados en este mundo de locos que se ma-tan con y en nombre de la supremacía de unas len-guas para él extranjeras: la lengua del sonido arti-culado y la de la sacrosanta gramática aristotélica de nuestra correctísima escritura académica, que si lo piensan bien no permite expresarnos ni a los que malamente disponemos de cinco sentidos cons-cientes. Por eso me conmuevo ante su odisea por encontrar la verdad entre tanto signo disperso: ha tenido no-vias de todas las religiones y ahora es un mu-sulmán converso, o por lo menos hasta ayer que me preguntó: católicos (y me hace una cruz con sus dedos), hindúes (marcando el entrecejo con su dedo índice), musulmanes (dirigiendo sus palmas hacia el piso), budistas (cerrando los ojos y sentán-dose en posición de loto); ¿Todos iguales? Claudio en estos momentos sólo tiene una certeza en su mente: No sé cuál fue la secuencia de imáge-nes que vio por televisión, pero en ellas leyó algo que lo ha hecho el hombre más feliz del mundo: me asegura, con una ternura calcinante, que Obama, recién electo presidente Estados Unidos, además de negro es musulmán porque su papá es mu-sulmán, y que el mundo entero está muy feliz, so-bre todo los musulmanes, que de tanta alegría han dejado las armas, iraníes y palestinos incluidos en la fiesta, porque el malo de Bush ya se fue. Que Obama y Mahmud ahora son amigos, que la gente baila y como ahora todos somos hermanos, no im-

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porta nuestra religión, por fin ha llegado la paz mundial. Estoy procurando no llorar al teclear esta pequeña crónica de la inocencia perdida a la que retorno gracias a Claudio. No lloro por él, sino por todos los que vivimos esclavos de estos cinco sentidos que todos los días nos envuelven en las trampas de lo externo y lo aparente. ¿Es Claudio un mal lector o simplemente logra escapar de las maquinadas mentiras mediáticas para atreverse a crear su pro-pio noticiero, aunque el choque con la realidad sea igual de abrupto y cruel que el que recibimos los demás con las versiones del mundo de AP, Reuters o EFE? No digo CNN porque a esa quién le cree. Claudio por lo menos tiene una gran ventaja: es consciente de que le hace falta un sentido, uno que otros manifiestan tener. Si le falta uno puede faltar-le dos, o tres, ¡muchos más! No para de buscar sentidos: los busca en sus musas, en esas confu-sas ideas de Dios, en sus preguntas, en ese mundo feliz que se atreve ahora a confeccionar. ¿Acaso nos sentimos libres de hacer lo mismo? ¿Somos conscientes de esos otros sentidos? Y a todo esto, ¿por qué no es posible la paz mundial? ¿No seremos nosotros los verdaderos sordos? Me rendí entonces a su verdad. Le contesté a Clau-dio un "Sí, tienes razón" afirmando con la cabeza. Desde aquel día mi corazón ha aumentado su pro-medio de 54 a 65 latidos por minuto. Gracias Claudio.

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SUEÑO LOBATO A continuación transcribo el primero de una serie de sueños que estoy recogiendo para estudiar la narración del mundo onírico. Como en toda trans-cripción traté de guardar la sintaxis y el ritmo de la narración de la manera más fidedigna posible a su dimensión oral. Se acepta voluntarios. En un principio yo me veía en una ciudad. La ciu-dad estaba totalmente urbanizada: todo era cemen-to, las casas muy bonitas… y era de noche. Yo me sentía cómodo en ese lugar… y en ese momento, aparece un lobo. Pero el lobo yo lo vi a cierta dis-tancia de mí.

De repente en el sueño, yo estoy en la selva, o en un bosque, o en la jungla. Y desde donde yo estoy, puedo ver la ciudad al otro lado. Yo estoy como en una colina y puedo ver la ciudad en el fondo.

Entonces yo empiezo a correr hacia la ciudad, y a medida que voy corriendo hacia la ciudad me voy quedando sin ropa, hasta quedar completamente desnudo, yo voy corriendo completamente desnu-do. En ese momento, veo a mi lado, y veo a un lo-bo corriendo conmigo a la misma velocidad. Pero yo no sentía miedo, al contrario, me sentía feliz de que él estuviera corriendo conmigo; y los dos se-guimos corriendo, y me desperté. Nunca llegué a la ciudad. Me desperté en el momento (en el) que los dos vamos corriendo: el lobo y yo, pero ya yo iba totalmente desnudo.

Nota: Los ( ) cierran elementos agregados por la transcriptora.

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AIRE I- ¡Escucha a Jesucristo que él es el único, el ver-dadero, el…! – Megáfono al hombro, el hombre no paraba de des-galillarse en la Plaza de Santa Anta. Los eternos durmientes de las bancas centenarias ni se inmuta-ban ante la advertencia. Yo tampoco. Estaba senta-da en un borde de la plaza, callada, a la sombra de uno de sus frondosos árboles, esperando a que un viejito, cabizbajo y sereno, culminara de lustrar mis zapatos cansados ya del suelo y del agua, tan gas-tados como su lustrador. - ¡Jesucristo es el único que tiene poder! ¡Sí! ¡Él es tan poderoso que si a él le da la gana nos quita el aire! ¡Y nos morimos todos! – - ¡Jo! ¡Qué malo es ese Jesucristo! – Lo pensé ya un poco enojada, mareada por esos gritos en mis oídos acalorados por un mediodía húmedo y pega-joso. De pronto, esa cabeza parlante lanzó una máxima inesperada: - ¡Y sin aire usted se muere, porque en el aire está la vida! – El monólogo continuó. No sé cómo. No importaba mucho. Sentí alegría pero a la vez tristeza, al des-cubrir cómo se puede estar tan cerca de la verdad, lanzarla al viento y no darse cuenta. Pobre pastor. - En el aire está la vida… la vida está en el aire… - - ¡Adoremos el aire, pues! –

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II Increíble. A esta hora de agobio y de hambre, de esperanzas en negro y de mentes en blanco, el pastor improvisado de Santa Ana parece no dete-ner su trance. Parafrasea la Biblia de tal forma que lo convence a uno de estar escuchando frases per-tenecientes a otro espacio en otro tiempo, con otras leyes físicas y en compañía de otros locos. Sólo me conecta al aquí y al ahora la presión firme de las plantas de mis pies sobre los ladrillos del suelo… y el aire. Sí, el aire: elemento vital y digno de adoración. Desde que fui tocada por las pala-bras del pastor, el aire ya no me sabe tan denso, aunque en su búsqueda saboree también vapor de agua y sucio urbano. No puedo evitar ahora levantar la cabeza y me per-derme un rato en los rayos del mediodía que caen sobre mis cerradas pupilas. Así, muy iluminada y penetrada en destellos, respiro por unos segundos el fresco aliento de las hojas de los árboles de la plaza: titilantes, alegres, los lamentos de la Plaza de Santa Ana encuentran en ellas consuelo eterno a la melancolía y al olvido. Y pienso calmadamente, oyendo cada una de mis inspiraciones pasar por mi pecho: - Adoremos el aire. Adoremos el aire – - Uhm… - - ¿Y si mejor lo escuchamos? – Y un fuerte viento bailoteó entre las hojas.

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¡GRACIAS GENERAL! Corre 1980 y me deleito con las imágenes institu-cionales que ruedan en nuestra tele de tubo que ya se calentó: "Ehhhh uoooh, en cada rancho un foco..." Clin clin clin clin... Y en agudo tono suena una guitarrita interiorana en un clin clin clin que me hace saltar y girar. Me per-plejo con la propaganda del IRHE y sus cuchillas Caterpillar (la mamá del tonkita de mi hermano) abriendo caminos en campos sinuosos de verdes explosivos y campesinos alegres. - ¿En cada rancho un foco? O sea que los ranchos sólo tienen un foco? - - ¡No oye alelaaa! que ahora la luz llega a todos los pueblitos por allá metíos', no como cuando taba' chiquito que se estudiaba a punta de guaricha por-que la luz era un lujo. Y todo gracias al General que fue el que impulsó las hidroeléctricas. Sino, ¡ñángara! - Me explica papá. - Hidro, hidro... ¿qué? Uhm... ah ya. - - El General de división Omar Torrijos, dirige este Proceso Revolucionario... - La tele sigue con unas imágenes maravillosas de una niña en bata blanca jugando con un tubo de ensayo. Se vé divertida esa cosa. - Laboratorios para todas las escuelas públicas - La voz de la tele me sigue deslumbrando. - ¡Ayyyy! ¡Yo también quiero hacer experimentos! - - ¡Ah! Pero ahora es que las escuelas tienen labo-ratorios y eso gracias al General, no como antes que aquí sólo estudiaban los ricos y no les importa-ba un caraj... -

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- Uhm... Ah ya - No oigo más a papá. Se ha caído de la mesa una foto en blanco y negro de un pueblo, tan polvorien-to como la caja de recordatorios de mi bautismo. A ese pueblo, si se le puede llamar pueblo, luce ape-nas unas cuantas casitas, una cantina y una igle-sia, ordenadas a lo largo de un camino mal cortado y lodoso. (¿Qué más pedirle a un pueblo?) - Antes las fotos no tenían color, ¿Verdad? - - Es que antes no habían fotos a color y las pocas cámaras que las tomaban eran muy caras. - - Ah pero ahora no - - Claro que no, oye - - Ah ya... - - ... - - Uhm... (me rasco la nuca) - - ... - - ¿Y eso también es gracias al General? -

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ENCUENTRO CON EL WASÓN El día siguiente a la muerte de César Romero fue terrorífico. Lo recuerdo como si hubiera sido un sueño: Bajo somnolienta de ese monótono bus suburbano, tratando de pescar algo de realidad a esas tempra-nas horas de la mañana, cuando de pronto me ata-ca La Nada. Esta vez se pintorretea de pregonero noticioso, y con su manta de periódicos me grita al oído: - "¡El Siglo, El Siglo: SE MURIÓ EL WASÓN! – El baile de hojas maché me roza la cara y corta mi visión, y más en ese momento en el que no conse-guía aún reaccionar a los tétricos grises marrones manchados de negros polutos de la Terminal de Calidonia. Los rojos sanguinarios de la doble u del titular se derraman, resultado del contacto con al-guna gota de rocío mañanero, sobre la tanga de la chica de El Siglo en su primera plana, ocultando sin tapujos los números de la lotería. ¿Estará escrito este sortilegio de mal gusto en el librito de San Ci-priano que descansa eternamente en SalSiPue-des? Ni idea. Lo cierto es que no logro entender nada. - ¿Se murió el Wasón? ¿Ah? ¿Qué? - Tambaleo un poco hacia atrás, y entonces... - JUA JUA JUA JUA... JE JE JE JE... JUAAA JUA-AA JUAAA JUAA... –

¡Auxilio! Salta a escena otro loco, de unos cincuen-

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ta y tantos, con ojos fuera de órbita y una sobrena-tural apertura maxilar. La camisa entreabierta logra-ba camuflajearse con el resto de los grises deca-dentes del resto del paisaje. De su figura humana sólo recuerdo clavículas y dientes. De otro modo hubiera pensado que las paredes y el piso habían cobrado vida, y que sólo faltaba ese culpo-so Corazón delator de Edgar Allan Poe para creer que nuevamente le echaba una visita onírica al in-framundo. Pero no. Lo gritos y las mofas provienen de una figura humana. Una que, como suele pasar en Calidonia, sale de la nada. - ¡Se murió el Wasón! ¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡Se murió, se murió... POR PAYASÓN! – - ¡JIJIJIJIJI JAJAJAJAJAJAAAAAAA...! – Y para mi sorpresa, así como para mi alivio, el po-seído oyente de noticias desaparece por un conoci-do umbral que da hacia las barracas de San Mi-guel, umbral al que ninguno de mis amigos se ha atrevido a asomarse alguna vez porque no creen eso de que sea la inofensiva entrada a una fonda de comida criolla. Hoy, ya descansada de aquel desborde fotográfico, y luego de haber visto y protagonizado otros filmes de terror, logro comprender lo entonces sucedido a aquel poseído por la noticia de El Siglo: - Pobre loco. No sabía que por cada Wasón muerto nace otro... ¡Y lo supera! – - ¡Hmmm...! – Entonces mejor me cuido. Ahora que se acercan las elecciones seguro y me topo con El Acertijo. Y ese sí que me da miedo.

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LA PREGUNTA QUE FALTABA - ¡Cómo! – Mi cabeza no daba crédito a lo que se me informa-ba desde mis oídos: En el noticiero del mediodía se decía que una joven alemana se había tirado a la Bahía de Panamá la noche anterior, como a eso de un cuarto para las once, y que había sido encontra-da doce horas después por los pescadores de un barco atunero, asida a una boya y semidesnuda, cerca de Isla Flamenco ¡A cuatro millas náuticas de su punto de partida! - ¡Ja ja! Esto prometía como mínimo un salto de endorfinas - Me dije. Evidentemente fue la noticia del día, porque ese seis de enero a los Reyes Magos les habían nega-do la visa por meterse a rastafaris. Para el año que viene tendrán que invertir en Real Estate y conver-tirse en extranjeros decentes, hechos y derechos. Sino mis medias amanecerán tan vacías como aquel día, y ya no me doparé de chocolates y sor-presas. Por eso, antes de que olvide a qué sabe lo inespe-rado, les termino el cuentito: Salí disparada a comprar los diarios de aquel día a la caza de detalles, hechos, testimonios, lugares, nombres, todo lo que me pudiera ayudar a pintar el paisaje interior de esa singular nadadora. Salí con el alma cantando las viejas canciones de versos que creía ya perdidos. Oscilaba entre "O qué será qué será, que andam suspirando pelas alcovas" y "La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida,

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¡Ay Dios!"... No sé, me sentía feliz, como si hubiera sido yo la loca de la historia. Finalmente tenía la información escrita en mis ma-nos, y efectivamente pude conocer más detalles de la chica gracias a la nota de La Prensa: "Se trataba de Susan Shade, ciudadana alemana de 27 años de edad, quien ese mismo día había llegado a Panamá sola y se hospedaba en el hotel Covadonga, ubicado en Calidonia, confirmó el jefe de Rescates de Sinaproc, Heriberto Chávez." -¡Ah vaya! Joven europea solitaria que se hospeda en Calidonia. ¡Qué perfil! Tan extraño como el hecho mismo...- "Dos testigos, dijo Chávez, reportaron que la mujer leía sentada en una de las bancas de la vía, se le-vantó, se quitó la ropa y se tiró a lo que creía era agua, pero cayó en la arena. Se incorporó, caminó hasta el mar y empezó a nadar." Luego de leer esta parte creí que soñaba, o que en caso contrario, comprobaba la existencia de lo Real Maravilloso. ¿Qué pensamientos tan huracanados la hicieron huir al oscuro y denso mar? La clave estaba cerca, ¡Muy cerca! La había dejado justo en esa banca... La noticia continuó con el testimonio del tal Chávez: "Se notaba desorientada e hiperactiva... No quiso dar detalles de por qué se lanzó al mar". -¡Claro! ¡ Pero si hay que avivar el misterio! ¡Buen texto!- -¡Ahora sí, querido periodista, lanza esa verdad al viento, descífranos El Gran Secreto!-

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Ansiosa llegué al último párrafo, y cuán grande fue mi tristeza al sólo leer: "La Policía de Turismo, junto a un enlace de la Em-bajada de Alemania en nuestro país, la llevó a la sede policial para entregarle sus documentos." Fin. No hubo conejos ni palomas. Ni siquiera monedas detrás de la oreja. La magia había acabado. Cerré el diario, lo tiré en el sofá, voltee la mirada hacia la cocina y los platos sucios me hicieron volver al mundo de la sequedad. Hasta el agua se había ido. Ninguno de los periodistas que cubrieron la insólita noticia, ni los de la radio ni los de la prensa, y mu-cho menos los de la televisión, lograron encontrar la gran respuesta del por qué se había tirado semi-desnuda al mar la joven y solitaria turista alemana. Y es que para ello les faltó hacerse esa maravillosa pregunta, esa que ahora merece añadirse al cues-tionario universal de Chico Buarque: "¿Qué estaba leyendo?" O qué será qué será...

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EL PRETÉRITO DUELE

Fue seco, súbito y tiernamente cruel, el golpe que recibí detrás de la iglesia de Santa Ana la otra vez. El maleante, confiado como pocos, me apuñaleó de un modo indicativo (el más descarado de todos), y logró su fechoría al robarme esa lágrima que guar-daba tan celosamente en mi pecho, aquella que me alcoholizaba con la inocencia de un presente aluci-nador. Hoy, miro el letrero de La Infantil, desvane-ciéndose, y ya no tengo defensas. Sufro la herida abierta de leer "calzamos generaciones" en pretéri-to indefinido. Lucho entonces con la esperanza de volver por un instante a ese momento de inmensa felicidad, en la que un viejito, cabecita blanca, gatito al cuello y ca-minar de seda, me colocaba mis primeros zapatitos blancos, cuando mi cuerpo apenas experimentaba el desafío de la marcha por este mundo. "Éstos te harán caminar bien", me lo dijo en tiempo de bole-ro, bajo el compás de un momento privilegiado, y con su música sentí una comodidad que iba mucho más allá de mis pies. Hoy no sé por qué recuerdo tan vívidamente el roce de esos dedos de leñador, firmes y dóciles al mis-mo tiempo, pasando ese primer zapato por mi pe-

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queño talón, indicativo de que no me dejé arrebatar mi recuerdo. Lo retuve, lo retengo y lo defiendo. Al final el ladrón pudo borronarme algunas imágenes, como la mirada de mamá, el inmenso anaquel de madera lleno de cajas que no logro ver si llegaba hasta el techo (¡Ah, pero qué techo!), el color de los encajes de mis medias, las mujeres gritando quién sabe qué desde los patios vecinos o el color de los viejos mosaicos de tonos cantina de La Infantil. Pe-ro el roce... aquí está. Jamás diré "Aquí estuvo" y se queda conmigo. Saliendo victoriosa del ataque de este ladrón llama-do Olvido, logro para mi sorpresa fotografiar una forma fantasmal desde una de las puertas de esas tristes ruinas en venta que un día fueron La Infantil: una zapatería que guardaba en su viejito bonachón el secreto de calzar algo más que "generaciones". ¿Pero de quién será esta imagen? ¿Será la de este viejo mago zapatero? ¿O la de algún niño? ¿O ni-ña? ¿No seré yo misma, o al menos una parte de mí, encerrada en estos muros? Futuro Imperfecto, ¡Qué callado eres!

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EL BOXEADOR DE LA CASA 869

Yo le puse Rastita de cariño. Vivía aquí no ha mu-cho tiempo, cuando el lote 869 era una verde casa pobre casa grande y no este triste solar vacío de historias muertas. Me acuerdo que Rastita era algo alto, de tez negra, cabellos largos y enrulados, con-textura muscular algo seca, nunca le ví camiseta, camisa, camisón o cualquier cubre-pecho conocido. ¿Y para qué? Si a él le gustaba andar así... La exu-berancia de su musculatura era la despreocupación en movimiento. Todavía me acuerdo de aquel tiempo, cuando el liso de su pecho juvenil azotaba el pudor de algu-nas damitas de otros lares, asustadas ante la expe-riencia antropológica de pisar la recién estrenada Peatonal. Qué pena que ellas no disfrutaran de aquel encanto conceptual. Su admiración se tras-polaba en miedo y le salían huyendo al Woman no cry como si vieran a un íncubo desplatado. Lo últi-mo sobre todo las aterrorizaba, porque lo primero en el fondo siempre las excitó. Pero a Rastita eso ni le iba ni le venía. Él igual se-guía existiendo. Su caminar largo y relajado por la avenida de ladrillos traqueantes hacía alarde de su misteriosa vida. Entre alegre y decadente, la danza de sus threads hacía el conjunto perfecto con lo LavaSoleado de su short marrón y sus chancletas de evidente kilometraje. Resultado: un efecto sobrio y elegante del más abrupto spleen tropical. Era al-go mendigo, algo atleta, algo arrogante y algo bo-hemio. Era un Todo hecho carne... ¡Y pelo! Y para rematar este cuadropassarella, adivinen qué: Nada mejor que las siempre empedernidas bocinas de Empeños San Ramón reventándose al ritmo

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de Oooone draaaaaaaaw...One draaaw... de Rita Marley. Así era. Al igual que Estéreo Azuuuu-ul (lalalalalalala...), la Peatonal se llenaba sonido y colooooor (lalalalalalala...) Muchos dudaban de su lucidez mental. El buay no 'trabajaba', recogía cosas viejas y desechadas, era negro, rasta, alegre y andaba semi desnudo. "Ese man es un piedrero" Sentenciaron más de cuatro amargados. Hoy que ya no está acepto su locura incondicionalmente. Después de todo, ¿En qué ca-beza cabe vestirse con mínimas de treinta y cuatro grados celsios? !Ah! Rastita, quién diría que un evento en aparien-cia rutinario me haría descubrir una vez el secreto de tu figura perfecta: esperando un Tumba Muerto desde la parada de Lucianito miré inevitablemente esa casa de madera, la 869. Ese balcón, el primero a la derecha, decorado con una serie de objetos que al estar allí se transmutaban en signos de un indescifrable mundo interior: una rueda de bicicleta, tres vasijas de latón, el esqueleto del soporte de una vieja cama y muchos, pero muchos trapitos. Y allí estabas tú, colgando algunos de esos desgasta-dos retazos de tela achocolatados. A simple vista tu lavandería encerraba una extraña contradicción, porque justo debajo del balcón se multiplicaba la basura en la planta baja del viejo caserón, sector visible desde la calle por los portones inexistentes de madera. Pero a ti eso ni te iba ni te venía. Con cada horquilla que abrías entre los dedos tus pupi-las brillaban como si encontraras en ellas el origen del Universo. Y seguro que ese día encontraste al-go, porque ya no he visto más esa sonrisa en otro rostro... ni con otras horquillas.

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Una semana después supe el resultado de aquella contemplación: Aquellas tiras de trapo se habían convertido en un enorme saco ligero que colgaba desde el techo. Ahora de nudillos cubiertos, te hab-ías vendado la mano a manera de guante, claro, con esos mismos retazos de tela amorosamente lavados. El balcón de la casa 869 era ahora tu gim-nasio de boxeo. Varias veces te ví entrenando, gol-peando sincronizadamente la pera de trapo. Así pasabas horas, días... años, y cada vez que por allí pasaba mi mirada no podía dejar de contemplar esta alegría de lo simple. ¿O quizás no era tan sim-ple? Ahora el gimnasio ha desaparecido. Hoy ya no hay casa en la 869, sólo una sólida cerca y un frío anuncio que prohíbe echar basura y ya está. ¿Que no hay desperdicios? Cierto. Tampoco boxeador, ni threads, ni alegría ni nada. El solar al frente de Lu-cianito jamás le contará a los transeúntes que una vez hubo allí un micromundo corpóreo y dinámico de pelos al aire, sonrisa fresca e imaginación pro-funda. Rastita, no sé qué te hiciste, sólo sé que es-perar ahora un bus al frente de la 869 es un home-naje a la tristeza. !Bless ya! En el plano que estés.

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EL DULCE IMPERIO DE EL CONQUISTADOR A medida que los lapsos tan queridos de mi infan-cia son pisoteados por una creciente realidad urba-na de espacios virilizados con cemento me revuel-co con más violencia en la paleta de mi memoria cromática. No te vayas, payaso de Textiles Mundiales, viejito bonachón de La Infantil, fantasma de Héctor Lavoe dando alaridos desde una radio en Salsipuedes, rastita recógelo-todo del balcón al frente de Luciani-to. Tú mismo, Lucianito, sigue haciendo pan aun-que dé acidez e impregne el ambiente a levadura vieja. ¡No se vayan! ¡No me dejen sola! Por favor... Es obvio: tengo miedo. Miedo de finalmente des-pertar un día y verlo todo en blanco y negro, poner-me antinaturales medias de nylon y tacones para nada lejanos, hacerme el blower aspirador de algo más del treinta por ciento de mis ingresos, claus-trarme en un salón de clases y repetirle a unos po-bres inocentes: "aprendan inglés o muéranse de hambre". Algunos rebeldes con causa me ayudan en esta angustiosa faena de Existir. El Conquistador y su cuartelito de doce pies y medio de largo por seis de ancho todavía me hacen sonreír cada vez que atra-vieso esa parada de los multis de avenida B, cuan-do mi cuerpo, corcovado por el calor y el hastío, se envasa al vacío en el interior de algún Tumba Muerto o de algún Vía España-calle 12 desde la parada de Lucianito.

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El Conquistador se niega a dejar el imperio y me alegro. Todavía está allí, custodiando celosamente su singular caja-mundo disfrazada de puestito ran-cio para vender helados. ¿Que qué tal son? ¡Lindísimos! De conitos chiquititos, curiositos, de esos que llegan a la boca y... ¡UUAZ! ¡Disparus!. ¡Y todavía cuestan quince centavos! ¡No! No me he fumado nada... ¡En serio! :) :) :) ¿El viejo? ¡Sigue sonriendo! Sí, no claudica el viejo de porra. Si te asomas por su pantalla verás que no miento. Te aturdirá una deslumbrante sonrisa y unos ojos claros de tiempo perdido, pero de tiempo perdido a conciencia, bien adrede, para no ser en-contrado ni conquistado. De pronto hasta olvidas para dónde vas. Quizás porque irse de allí ya no tenga mucho sentido. ¿Imaginas a qué saben esos helados? Son el triun-fo de los placeres condimentados de recuerdos. Seguirá irguiéndose el cemento, pero sólo el que penetra conquista, y esos helados ya ganaron la batalla, porque cuando el dulce imperio de El Con-quistador caiga, todos moriremos un poco, porque morirá la vida. ¿O es que alguno de ustedes enamora invitando a ver edificios de bancos y oficinas?

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UNA LECCIÓN DE RESPETO Fue por allá por la década del ochenta, cuando mi mente se debatía entre los extraterrestres de Máxi-mo Camargo, el misterio de las vacas deslengua-das de Chame, el paradero de la cabeza de Hugo Spadafora y mi romántica decisión de estudiar pe-riodismo, a ver si así, siempre fuera de casa, dedi-caba mi vida a la resolución de estos grandes enig-mas. Pero uno más concreto, duro y real, se me develó una mañana de aquellos años de 'cartucho' chileno, por boca del siempre querido Rómulo Emi-liani, sacerdote que para ese tiempo promulgaba su doctrina en masivas conferencias y en su programa de televisión "Un mensaje al corazón". Lo que me enseñó esa vez no lo olvidaré ni con heroína. No recuerdo bien si fue doblando ropa o simple-mente pasando frente al televisor, que mi mente prestó atención a las apasionadas palabras del sa-cerdote. Después de un rato no me extrañó su ful-gor: hablaba de sexo frente a un centenar de jóve-nes reunidos en un gimnasio. Orgiástico, ¿no? - Y tú, muchacha, cuando te pida eso, ¿que le di-cen cómo? ¿"la prueba de amor"? ¡NO! La ovación que produjo esas palabras no tenía na-da que pedirle a un concierto del Barón Rojo. - "Tú me respETAS, hasta que lleguemos al matri-MONIO! - - ARRRRRGGGGRR AHHHH UUUUUUUU EEE-EE!- gritaban los extasiados jóvenes. Es todo lo que recuerdo. Me desplacé a otro lugar y mis recuerdos de aquel día llegaron a su punto fi-

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nal. La catarsis fue grande, créanme. Y se ve que el impacto de aquel discurso me ha calado profundamente hasta hoy. Ni loca me atrevo a imaginar el día de mi boda de sólo pensar en la reventada puñetera que me va a dar la bestia de mi marido. Déjenme así mejor, buscando al chupacabras.

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ORGULLOSAMENTE 'INDEPENDIENTES' Es mi escrito favorito de la época en la que participé en

el semillero de La Prensa. Orgullosamente ‘Independientes’ Alí es un guerrero anónimo de la vida. Milita en El Hogar, un batallón con olor a familia. En lo cotidia-no, embellece a las mujeres en su salón de belleza ubicado en El Amanecer de Los Andes. En la práctica castrense, siendo escolta de las batuteras, ondea su cuerpo y se estremece al rítmico golpeteo de redoblantes, cajas y tenores. Alí y su banda, en su intrépida avanzada, muestran que no todas las guerras se resuelven con rifles o espadas. Sus gri-tos son los clarines, su enemigo, la indiferencia. ¿Botín de guerra? La ovación de un público nume-roso, apasionado, fiel al ‘toque’ de su banda y a sus singulares movimientos. Se siente orgulloso de per-tenecer a una banda independiente. Al igual que el esbelto estilista de ojos claros, 14 mil almas en todo el país se aventuran cada no-viembre a la caza del prestigio y la admiración, re-flejada impetuosamente en las exclamaciones más comunes de sus admiradores: ¡Pueblo quiere escuchar música! ¡Plena, plena!- ¡Canta, canta, dale ‘cuero’ a esa ‘vaina’!- ¡Menéate! ¡Dale, dale dale!- Otra banda, siempre dispuesta a ganar adeptos, es la Búho de Oro. Para ellos, el camino a la fama y la gloria está lleno de aplausos y conocidas ovaciones a lo largo de un desfile; pero como en toda lucha de

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independencia, los soldados no dejan de correr riesgos. En medio de una aclamada presentación del día cuatro de noviembre de 2005 en la calle 50, veinte minutos después del paso frente a la tarima honorífica, cuatro motocicletas con policías verde olivo zigzagueaban amenazantes entre las filas de esta banda, hasta toparse frente a frente con los redoblantes: cabezas de la banda musical. En nom-bre de la tardanza del desfile, los verdes con sus máquinas atrincheraron a “estos pela’os que no hacen caso”. Lo que no estaba calculado en la es-trategia policial era la exigencia de los espectado-res que a esa hora no se resignaban a ‘dar de baja’ el espectáculo. Con rabia, protesta y euforia, el público protestó. Los “desobedientes” recobraron fuerzas y redoblaron el candente ritmo. Ni cuatro potentes tiros al aire fueron suficientes para impo-ner la inexplicable voluntad policial. El sonido esca-pes de las motocicletas anunciaban la retirada de la autoridad institucional. Los independientes, pese a su descontento, prosiguieron. “Siempre lo mismo. ¿Qué culpa tenemos nosotros de que el desfile se atrase?” Se pregunta uno de los redoblantes de la Búho de Oro. Para René Jus-tiniani, el presidente de las bandas independientes de Panamá, ésta y otras preguntas son constante-mente incontestadas cuando alguien se declara ‘independiente’. “El Ministerio de Educación, sim-plemente, guarda silencio”. Lo que el incidente del 4 de noviembre sí comprobó es que los simpatizantes de las bandas indepen-dientes no callan. Uno de esos adictos a la inde-pendencia es Róderic, un micro-comerciante de 36 años. Se declara un ‘creyente’ de ésta, su singular religión. “Las bandas independientes son lo mejor, son el ‘toque’ que encanta en los desfiles”; nos dice

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mientras deslumbra su mirada ante los cuatro ma-gos del bombo de la Búho de Oro, que a petición del público lanzan sus instrumentos al aire. Maniobras como las de los bombos voladores son sólo uno de los sortilegios de las bandas indepen-dientes para seducir a su público. Y aunque cuen-tan con el poder sugestivo de su música, se niegan a estancarse en la dimensión sonora. El golpe rítmico y constante de los pasos hacen que las si-luetas bailen con una cadencia semejante a los congos o al candombe afro-americano. Entre figu-ras y sonidos, los guerreros hacen que sus adeptos se tiñan de independencia al afirmar “Esos son de los nuestros”. El fervor colectivo de la ‘independencia’ es para Miguel Àngel Candanedo, ex-decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá, la medida tangible de las necesidades inherentes de un grupo, cada vez mayor de ciudadanos, de parti-cipar activamente en su comunidad y de sentirse representados en ella. “Donde no hay trabajo ni di-versión, ésta es una forma de expresar colectiva-mente esa insatisfacción social que viven todos los días. Es la manera que han encontrado para des-ahogarse”. Pero, ¿de qué quieren desahogarse estas perso-nas? ¿Cuál es el génesis de esta “insatisfacción social”? Para Pablo, un prófugo de la justicia de 26 años, la respuesta puede no resultar complicada: “Me gusta ser aplaudido, eso es lo mejor”; lo dice sin perderle la vista a las patrullas que se acercan rápidamente al final de la calle 50 para “despejar el área” tras el final del desfile. Cinco minutos antes de la huída bastan para abrazar con cariño a su ‘hijastra’: una chica de 17 años que toca tambor

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tenor. Esos gestos de compañerismo y de ternura son los que inspiran a Álvaro Mosquera, un chico de se-cundaria, a unirse a la tribu independiente: “Me gusta compartir con los compañeros, sobre todo, rendirle homenaje a la patria, no es nada más diz-que sentirte ser panameño. Si no estás verdadera-mente celebrando los días patrios, para eso mejor no soy panameño”. Un par de manos estrechadas entre sí inspiran el alma de Álvaro: son las manos unidas de Alianza, el emblema de su banda. Otro caso de ‘solidaridad independiente’ es José René Rangel de la Búho de Oro: es desempleado, tiene 33 años, y debido a un accidente se desplaza en silla de ruedas. “Me gusta el trato que me dan mis amistades. No me abandonan”. Con clarín en ma-no, José se siente uno con su banda. Ya no está solo para alzar la voz en la guerra del olvido. Tirso Castillo es sociólogo especialista en estudios criminológicos. Para él, las motivaciones que con-ducen a las personas a integrarse a una banda mu-sical tienen varios factores en común con la organi-zación de pandillas y otros grupos criminales: “Cuando se les pregunta [a los pandilleros] por qué pertenecen a estos grupos, ellos contestan que quieren formar parte porque lo consideran una fa-milia”. Castillo enfatiza entonces en la necesidad que toda persona tiene de “realizar algo positivo para ellos y la sociedad”, tal como otros grupos po-seen su espacio de reconocimiento, ya sea dentro de páginas sociales de los diarios o apariciones televisivas. El esfuerzo colectivo de estas bandas cobra fuerza cada noviembre, con el esperado encuentro direc-to, sin intermediarios, con el Presidente de la Re-

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pública. Contrariamente a sus expectativas, ese tres y cuatro de noviembre de 2005 las bandas in-dependientes no se toparon siquiera con los repre-sentantes ‘de mayor rango’ del Gobierno Nacional. La mayoría de las caras homenajeadas les eran desconocidas. Para Mosquera y su tribu, el mo-mento cumbre perdió su encanto: “Ellos dicen que el panameño tiene que hacerle homenaje a la pa-tria, pero cuando uno pasa por la tarima uno ve que los está saludando, mientras se la pasan hablando por celular, haciendo de todo, menos prestándole atención a uno”. Indignado, el guerrero de Alianza no deja de relacionar esta dejadez con los prejui-cios que pesan sobre su uniforme y el de los suyos: “Mucha gente piensa que en las bandas indepen-dientes hay muchos muchachos delincuentes. So-mos jóvenes, orgullosos de ser panameños y es lo que demostramos en estas fiestas patrias”. Reconfortante será entonces para los 'independientes' observar que la indiferencia de unos cuantos no destruye las pasiones de muchos. Los guerreros anónimos continúan su marcha por las calles, firmes, orgullosos, complaciendo a quie-nes nunca los abandonan: su público. Ante esta revolución sin tiros por el derecho a la identidad y el reconocimiento, Castillo sólo advierte: “Una socie-dad anclada en aspectos negativos es una socie-dad que va a morir”. Y mientras que esta reflexión intenta calar en la conciencia de algún lector, un ‘pavo’ de la ruta de Don Bosco ya ha descubierto la fórmula mágica contra la insatisfacción novembrina: “No importa, la revancha es el 28 en Chorrera, sa’e”.

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SIGO AQUÍ ... Desperté, ilesa y tranquila. Lo más inexplicable de un momento inexplicable es cómo te siembra certitudes: si todavía sigo aquí es por alguna razón, o sinrazón.

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Filóloga, investigadora lingüista y promotora cultural, Kafda Vergara Esturaín vive una in-quietud constante por la epistemología de las ciencias y de las artes. En su vida pública ense-ña francés en la Universidad de Panamá y es profesora de inglés y de español para extranje-ros. Ha realizado trabajos periodísticos para La Prensa de Panamá e incursionado en el campo de la edición. Promociona talleres de juegos tradicionales (o de antaño), foros de cine, cola-bora con el Plan Nacional de Lectura, le gusta viajar y aprender de otras culturas. Es amante de la lectura, las artesanías, el mundo antiguo, el anime y las miniaturas. Goza, además, una muy especial pasión por la fotografía. www.lavozviviente.blogspot.com

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