¿Para qué dios resucitó a Jesús?

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¿PARA QUÉ DIOS RESUCITÓ A JESÚS? Los creyentes en Jesús son portadores del principio de la vida que no acaba, como lo expresa el texto: aunque mueran (externamente), vivirán, no morirán por siempre; esto significa que la muerte último enemigo (cfr. 1 Cor 15,26), ya se encuentra derrotada, aun pareciendo todavía poderosa. TRABAJO PRESENTADO POR: DANIEL DÍAZ SÁENZ A LA ASIGNATURA: ESCATOLOGÍA PROFESOR: PHD. ÓSCAR ALBEIRO ARANGO

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TRABAJO PRESENTADO POR:DANIEL DÍAZ SÁENZ

A LA ASIGNATURA:ESCATOLOGÍA

PROFESOR:PHD. ÓSCAR ALBEIRO ARANGO

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FUNZA, JUNIO 23 DE 2011

¿Para qué Dios resucitó a Jesús?

1. La Justicia Cultura de Vida

El papa Juan Pablo II en la encíclica Evangelium Vitae (1995) denunciaba una serie de hechos que parecían abocara hacia una cultura de la muerte1. Las agresiones a la vida por causa de las guerras, del terrorismo, de la violencia, la explotación, de la injustica, se ven incrementadas por nuevos atentados contra la vida de los más débiles, niños, enfermos, ancianos, hambrientos y lo que es peor crece y se expande una cierta insensibilidad moral que, con el pretexto de modernidad, apenas si es capaz de distinguir entre lo que favorece y perjudica la vida y la dignidad humana. Frente a esa cultura de muerte es urgente que los cristianos, los creyentes en la vida, luchemos y trabajemos por una cultura de la vida y mostremos nuestra fe en una opción radical por la vida y la dignidad humana, y por los derechos humanos como la mejor manera de expresar las condiciones de vida verdaderamente humanas.

Ahí tenemos los creyentes todo un programa de acción y de compromiso. Porque no se trata simplemente de garantizar la subsistencia, la supervivencia de la vida humana, sino que se trata de crear una nueva cultura para una vida nueva, digna de toda persona, digna de los hijos e hijas de Dios. Una nueva cultura de la vida no en los medios de vida, necesarios pero insuficientes, sino basada en el respeto, solidaridad, tolerancia y el amor fraterno.

Así pues, la fe en la resurrección es fe en la vida. No es fe en una vida indefinida sin más, sino en una vida nueva que garantiza justicia y paz. Pero tampoco es sólo fe en otra vida después de la muerte, sino que es fe también en esta vida que es don de Dios, como lo será la vida eterna. Es fe en la vida, en una vida plena, en la plenitud de la vida y por tanto, fe en una vida cualitativamente distinta de la vida entendida como un ir andando de la mejor manera posible hasta la muerte. Por eso ha de ser una fe viva y activa, que lucha contra todo lo que mortifica y reprime la vida, contra la pobreza, contra la violencia, contra la exclusión, contra la injusticia, y que se enfrenta a los violentos, a los injustos a los represores y a todos los que instrumentalizan la muerte y el miedo a la muerte para someter a los demás. La fe en la vida es un fe llena esperanza, empeñada en la transformación del mundo que, frente a los que tratan de construir cultura de muerte, anuncia y levanta el Evangelio de la vida.

Para reconocer la justicia de Dios y su incesante amor, los hombres y la mujeres, debemos ser conscientes que tenemos en nuestras manos la misión de asumir la vida, no sólo la personal, sino la de toda la comunidad, la vida de los otros, haciendo consciencia de la vida que Dios abundantemente da y que se apaga por la voluntad peligrosa del hombre; se podrá vivir esa experiencia del Reino que desde siempre ha estado y que se objetivó en la persona de Jesús.

1 Evangelium Vitae, pg. 14.

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En este trabajo haré un acercamiento a la persona de Jesús y su opción por el Reino y su Justicia, la identificación que hace de la realidad de muerte de las personas y su opción radical por la vida, devolviéndoles la dignidad de hijos de Dios; es importante reconocer que bajo la excusa de defender la dignidad y los derechos de Dios, la religión generalmente niega la dignidad y los derechos de los seres humanos; esto ocurría igualmente en tiempos de Jesús, los expertos de la ley, la colocaban por encima de la libertad, la obediencia a Dios estaba por encima de la conciencia, convirtiéndose la vida en un valor relativo, ante el valor absoluto de la ley religiosa. El cumplimiento de ella, tiende a colocarse por encima y por delante de la vida, hasta el punto de exigir a veces la muerte.

Con similar situación se encuentra Jesús, quien coloca en el centro de su mensaje y en el horizonte de su acción el reconocimiento de la dignidad humana a aquellas personas y colectivos sociales, excluidos por razones religiosas, sociales y políticas, étnicas o de género: enfermos, pobres, publicanos, pecadores, mujeres, etc., y la incorporación al proyecto de salvación del que estaban excluidos, haciéndolo con palabras y hechos, de palabra: “En verdad os digo, los publicanos y las prostitutas, llegan antes que vosotros(los ancianos y los sumos sacerdotes del pueblo) al Reino de Dios” (Mt 21,31).

Cuando se produce un conflicto entre la ley y la dignidad del ser humano, Jesús se inclina por ésta. Eso le lleva a corregir la ley e incluso a incumplirla si está en juego la vida. Las normas están al servicio de la vida, no al contrario; la defensa de la vida y la dignidad será el centro de la predicación y de la praxis de Jesús. Las palabras de la rehabilitación de la vida no se quedan en el plano meramente declarativo, van acompañadas de hechos liberadores que hacen realidad la rehabilitación de la vida que anuncian.

“Es por esto que seguir a Jesús, es hacer una lectura atenta a la realidad que presenta su palabra y de su testimonio que en suma, es seguir el Evangelio, ya que en éste se presenta cómo él va identificándose con la persona de Dios que es Padre en una experiencia de Reino que tiene personalidad, que tiene caracteres definidos2”.

En los siguientes pasajes bíblicos, se reconocerá que Jesús camina con la comunidad, de manera especial con aquellos excluidos, marginados, empobrecidos, al tiempo que con su reconocimiento, todos empezamos a caminar con él, identificándonos con su misión y proyecto, que es seguir dando vida; llevándonos a un seguimiento del mismo Dios que se da en comunidad y que en ese caminar dignifica y llena de esperanza la vida de los caídos y es en este contexto donde la vida nace nuevamente, el testimonio y el pensar en el otro, es lo que hizo posible que Dios resucitara a Jesús; la conciencia de la vida queda impregnada en la comunidad, de ahí la tarea de seguir viviendo y asumiendo la vida para poder resucitar, así, la resurrección no es para los que mueren sino para los que viven en Cristo; vivimos pues, para resucitar. La vida se sienta entonces sobre la fidelidad creadora de Dios y no sobre la frágil decisión del hombre. Por eso el pacto con Dios es verdadera promesa: voluntad incondicional de vida y esperanza realizada en Jesús.

2 R. Blázquez. Jesús, evangelio de Dios. Marova. Madrid 1985, págs. 87-122.

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2. Pregunta integradora:¿Para qué Dios resucitó a Jesús?

Jesús que ha iniciado su camino con el Bautismo, llega a Galilea y empieza (en medio del pueblo) a proclamar y realizar señales del Reino, en actitud de amor y de servicio hacia los pobres de la tierra. De forma programada, casi sistemática, va anunciando el gran banquete de Dios y de la vida a los que están dispersos y perdidos sobre el mundo, como ovejas sin pastor (Mt 9,36) por eso sale por las plazas y las calles, por campos y caminos, invitando a pobres y oprimidos, cojos, mancos, ciegos (Lc 14,21) ofreciéndoles el gozo de Dios y de su Reino (Lc 6,20-21).

En palabra de gran carga profética, Jn 11, 52 ha señalado que Jesús “vino a este mundo a reunir a los hijos de Dios que se hallaban dispersos y perdidos”. Pues bien, los “hijos” donde Cristo viene a realizar la tarea de su vida no son los descendientes de su propia carne y sangre, su familia de la tierra; tampoco son los justos, aquellos que han logrado explicitar la filiación por medio de la ley o de su fuerza. Hijos de Dios son todos los perdidos de este mundo, los que habitan en el borde del camino o en el centro de su propia existencia, los que sufren su propia soledad o tienen hambre de comida.

Jesús radicaliza y descubre la señal de Reino de Dios y el futuro de su Reino en cada uno de los hombres y mujeres que se encuentran perdidos por el mundo a causa de la injusticia; de esta manera expresa la paternidad de Dios: como enviado del Padre, mensajero de su nueva creación va trazando las bases de su Reino en la frontera donde sufren los perdidos de la tierra; Jesús, es pues, resucitado por el Padre porque da la vida y para que dé vida en abundancia (Cf Jn 10,10), allí donde los hombres han perdido ya esa vida a causa del pecado, la violencia y la injusticia. Con ello empieza a presentar una nueva escala de valores que se desprenden de esa justicia divina, a saber, la igualdad, equidad, solidaridad, honestidad, libertad.

3. Señales del Reino

En las siguientes líneas esbozaré algunas señales del Reino que realizó Jesús, donde presenta la salvación de Dios en unos lugares muy particulares, tal vez, a mi modo de ver los más significativos: la marginación humana, a saber: pecadores, enfermos y pobres, cabe resaltar que Jesús no tiene la intención de teorizar en las causas del mal o sus motivos, él sencillamente baja a los lugares donde hay muerte en vida y desde allí, en el borde y fin de la historia, comienza a pregonar y a realizar el Reino.

3.1. Acción de Jesús con los pecadores

En una sociedad marcada con el purismo, éstos, están representados por los publicanos y las prostitutas (Mt 21, 32; Mc 2, 13-18; Lc 15) pecadores no son aquí los pobres, en sentido amplio, tampoco los que descuidan aspectos externos de la ley. Son los excluidos de la

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alianza: los que han roto, por así decirlo, el orden radical de Dios, los que rechazan su propia salvación por el dinero de este mundo, vendiendo así su cuerpo (prostitutas) o su mismo pueblo (publicanos).

Los publicanos y las prostitutas, como los restantes pecadores de la tierra, se hallan atrapados en el mismo círculo de conflicto del sistema social, aquí se presenta una actitud opresora: Por una parte, resultan necesarios para que funcione el orden del conjunto, al tiempo son rechazados por el mismo orden “sagrado” que los califica de enemigos de Dios y de los hombres. Sobre esa hipocresía social y la miseria humana actúa Jesús invitando a publicanos y prostitutas, comiendo con ellos. No empieza por juzgarlos, ni los quiere convertir por fuerza, simplemente les invita al Reino, situándolos de nuevo ante Dios Padre que extiende su palabra salvadora en los lugares donde hay muertos en vida.

3.2 Acción de Jesús con los enfermos y endemoniados

La palabra de Jesús penetra como gozo y presencia de Dios, en medio de una tierra que se encuentra encadenada por diversos males de carácter social, es evidente que la enfermedad tiene un aspecto somático, ligado a la historia misma de la vida que avanza por tanteos y se encuentra siempre amenazada hasta que llega la muerte. En este aspecto son bienaventurados los que lloran, es decir, asumen el sufrimiento de la historia como señal del Reino que se acerca (Cf. Lc 6,21). Pero en los enfermos que Jesús ha descubierto en su camino inciden también otros factores: biológicos, psicológicos y sociales.

La enfermedad tiene un aspecto social que es evidente. Contradicciones de tipo cultural, económico y político crearon un ambiente irrespirable, donde sólo pueden resistir los fuertes, los que dignamente llevan el sufrimiento y los aprovechados; los demás se hallan sin defensa, en estas condiciones se habían multiplicado las enfermedades, las (psicosomáticas) dolencias de la piel (lepras), de orden motriz (cojos, paralíticos) de sensibilidad externa (ciegos, sordos, mudos) y sobre todo de la mente (psicosis) presentada como posesión diabólica.

Se puede decir que por presión social se vivía una época de locura generalizada, un mundo en que gran parte de la gente se negaba a vivir o vivía en la frontera de la propia fragilidad, del miedo y de la represión manifestada en forma de enfermedades diversas. Precisamente aquí, Jesús ha introducido su anuncio de Reino, como una invitación a la vida: el perdón de Dios, asumido en forma personal, capacita a las personas a realizarse (Mc 2, 1-12).

Frente a los milagros de Jesús viene a develarse un gran misterio; Jesús trasmite la fe del Reino, de Dios y de la vida a muchos a muchos que se hallaban bloqueados, divididos, rotos en su corporeidad o en sus funciones mentales. Esa fe de Jesús les ha curado, no por magia exterior, sino por vida interna, no por interés, sino por gracia. Por eso allí donde Jesús ha ido ofreciendo fe, poniendo a los hombres ante el Dios de la existencia y de la vida, brotan otra vez, las fuentes de la creación, muchos hombres se han curado, en las márgenes del mundo, ofreciendo salvación gratuita a los pequeños, entre el rechazo de los legalistas, Jesús ha trasmitido el Espíritu de Dios que es curación para los hombres y es señal de Reino (Cf. Mt 12, 28).

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3.3. Compromiso de Jesús con los pobres y marginados

De forma consoladora y exigente, Jesús se ha comportado con los pobres. Es consolador su primer gesto y palabra: ha penetrado en los abismos donde habita la pobreza, en las plazas donde esperan, en las calles y caminos donde van y vienen o dónde se sientan los mendigos, en aquellos lugares donde tantos sufren inseguridad del mañana o hambre de hoy día. En ese abismo ha proclamado su palabra primera y más profunda: “Bienaventurados vosotros, los pobres porque es vuestro el Reino de Dios” (Lc 6, 20).

Jesús habla personalmente a los pobres. Por eso no teoriza sobre sus necesitadas. Hace algo más hondo: se ha empeñado en ofrecerles el reino de Dios como gracia que les pertenece, “porque es vuestro” (cf. Lc 6,20). Se puede resumir el evangelio de Jesús diciendo que ha intentado devolver el evangelio a los pobres, en gesto de gratuidad, en esperanza creadora.

Con todo lo escrito y reflexionado, es importante para mí, anotar que por la actitud que tuvo Jesús frente a la realidad opresora y porque vivió en sintonía con la vida, por eso Dios Padre lo resucitó, y lo resucitó para que nosotros sigamos viviendo y para que viviendo, podamos ayudar a vivir a los caídos, a los que han perdido su dignidad y es justamente allí donde quiero centrar mi aporte ya que hoy como ayer se colocan las leyes por encima de la libertad y los preceptos supuestamente divinos por encima de la conciencia y es esta situación con la que se encuentra Jesús, él coloca en el centro de su mensaje y en el horizonte de su acción el reconocimiento de la dignidad humana de aquellas personas y colectivos sociales excluidos por razones religiosas, sociales, políticas, éticas o de género: enfermos, pobres, publicanos, pecadores, mujeres, etc., y la incorporación al proyecto de salvación del que estaban excluidos. Y lo hace con palabras y hechos. De palabra “en verdad os digo que las prostitutas y los publicanos llegan antes que vosotros (sumos sacerdotes y ancianos) al Reino de Dios” (Mt 21,31).

Cuando se produce un conflicto entre la ley y la dignidad del ser humano, se inclina por ésta. Eso le lleva a corregir la ley e incluso a incumplirla si está en juego la vida; la religión está al servicio de la vida, no viceversa; la salvación, y no la condenación, constituye el centro de predicación y de la praxis de Jesús.

Sus palabras de rehabilitación de la de la dignidad no se quedan en el plano meramente declarativo, van acompañadas de hechos liberadores que hacen realidad la rehabilitación que anuncian. Los milagros son gestos compasivos y solidarios a través de los que Jesús devuelve la dignidad y la integridad a quienes eran tratados como no-personas, los integra en la comunidad de la que habían sido excluidos y reconstruye el tejido social destruido por el código de pureza.

La comida con los pecadores y publicanos, con gente descreída y marginada, es signo de la presencia del Reino de Dios en el mundo de la exclusión y significa comunidad de vida con quienes se situaban fuera de la ley, con el consiguiente escándalo para los judíos cumplidores de la ley, que evitaban todo trato con gente impura. Compartir la comida

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implica un profundo entramado de reciprocidad e interdependencia, al tiempo que es experiencia de comunión y símbolo de la interacción humana. La incorporación de las mujeres al movimiento implica liberarlas de la permanente minoría de edad en que se encontraban, de las discriminaciones legales a las que se veían sometidas y de la dependencia impuesta por el patriarcado religioso, social, y político e incorporarlas al círculo de las personas libres para el seguimiento.

La acogida a los paganos tenidos por “gente sin Dios” rechazados por Dios, sin más valor a los ojos de los judíos, comporta el reconocimiento de su dignidad y de la universalidad de la salvación: “Por eso os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se presentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Banquete del Reino de Dios, mientras que los hijos del Reino serán echados fuera a las tinieblas” (Mt 8, 11-12; Lc 13, 28-29). Los paganos se sientan en la misma mesa que los “padres” de la religión de Israel, con esa actitud abierta a los paganos, Jesús pone en marcha la esperanza y la alteridad, que reconoce al otro como otro, como diferente -al tiempo que como hermano/a- con su propia identidad personal, étnica, cultural y religiosa. El perdón de los pecados es quizá la mejor síntesis y el gesto por excelencia de la rehabilitación de cuantas personas se sentían condenadas por Dios.

4.0. La rehabilitación que hace Jesús

La rehabilitación tiene lugar no sólo en el plano individual o del propio grupo de seguidores, sino a nivel, ante los dirigentes religiosos y ante la sociedad. A las personas y a los grupos a quien la sociedad y la religión consideraban indignos, Jesús los declara dignos ante Dios y ante los seres humanos. A quienes se excluía de la ciudadanía, Jesús los reconoce ciudadanos con plenitud de derechos.

Es por esto que el milagro de Jesús no está en que diga cosas más o menos hermosas y adecuadas. El milagro está en que “todo su ser se ha convertido en palabra, transparencia de Dios sobre la tierra. Esa palabra que es Jesús, se ha explicitado en múltiples sentencia de anuncio3”

5.0. Síntesis

Este anuncio, esta llamada tiene una exigencia, ya que el don de Dios conduce al cambio de los hombres, bien se sabe que Dios no salva por su fuerza, que no impone su Reino; la grandeza del mensaje está en que viene a suscitar un campo de respuesta: Por eso el invitado ha de aceptar la invitación (Lc 14, 15-24). La exigencia del Reino es para todos, como indican las palabras anteriores, pero algunos deben transformarse de manera especial, si es que desean aceptar el reino. Los adversarios son los que han reaccionado de manera contraria ante la gracia de Jesús y se han opuesto ante su don de amor-perdón abierto a los pequeños, pecadores de la tierra. Por eso para entender su propia opción y defender su gracia, Jesús se ha opuesto a ellos. En este contexto se sitúan sus palabras de disputa.

“Pueden ser palabras de advertencia: el hermano mayor, que se supone justo, tiene que acoger en casa al más pequeño, al pródigo que ha vuelto (Lc 15, 11-32). Son palabras que resaltan los riesgos del egoísmo y de manera especial de las riquezas de la tierra,

3 J. Caba, De los evangelios al Jesús histórico. Ed. Católica, Madrid 1971. Pág. 44.

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concebidas como un ídolo, anti-dios4”. Son en fin, palabras de disputa que la tradición posterior ha reasumido: al oponerse al legalismo de los fariseos con amor apasionado, Jesús tiene que mostrarles el riesgo de la propia destrucción en que se ha puesto (cfr. Mt 7, 1-23; Mt 23).

La palabra es verdaderamente creadora: como espada de dos filos que penetra hasta las mismas articulaciones del alma y de la vida, descubriendo su riesgo de muerte, así va penetrando la palabra de Jesús en el tejido de un judaísmo muerto, para abrirlo y darle vida con amor y con dolor hacia la gracia. Como anunciador del Reino de Dios, Jesús, hoy como ayer pide que se abandone todo y que se acompañe en la gran tarea de anunciar y preparar la nueva humanidad que ya está y que sigue adviniendo.

5.1. CONSOLIDACIÓN DE LA RESPUESTA DE: ¿Para qué Dios resucitó a Jesús?

Para que haya vida, porque la vida se realiza sólo en forma de resurrección, como victoria sobre la muerte y nuevo nacimiento: no hay vida sino allí donde hay entrega de uno mismo y sacrificio, en actitud de amor hacia los otros, en confianza hacia Dios Padre. Por eso toda vida verdadera es resurrección, renaciendo seremos aquello que hemos ofrecido, tendremos para siempre aquello que hemos dado a los demás, siguiendo a Jesucristo. Por eso Jesucristo es vida y resurrección: Por un lado, es la persona concreta del Hijo de Dios, que se ha entregado por los hombres; pero al mismo tiempo, es la gran viña, el árbol de la vida en el que todos estamos injertados, de manera que su amor es nuestro amor, su triunfo nuestro triunfo (cfr. Jn 15, 1-16).

No se puede afirmar que ya existiera la resurrección y que Jesús fuera después uno (el primero) de los resucitados. Lo que había era preludios de esperanza, fe en Dios que puede dar vida hasta en la muerte. Pero la resurrección en sí ha empezado a existir con Jesucristo. Por eso resucitan los que aceptan su gracia, sus palabras y su camino. Por eso los creyentes en Jesús son portadores del principio de la vida que no acaba, como lo expresa el texto: aunque mueran (externamente), vivirán, no morirán por siempre; esto significa que la muerte último enemigo (cfr. 1 Cor 15,26), ya se encuentra derrotada, aun pareciendo todavía poderosa.

4 J. I. González Faus. La humanidad nueva, I. Eapsa. Madrid. 1974, 87.

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6.0 Bibliografía

Biblia de Jerusalén. Nueva Edición. Desclée de Brouwer. Bilbao. 2010.

Evangelium Vitae

R. Blázquez. Jesús, evangelio de Dios. Marova. Madrid 1985.

J. Caba, De los evangelios al Jesús histórico. Ed. Católica, Madrid 1971.

J. I. González Faus. La humanidad nueva, I. Eapsa. Madrid. 1974.

Apuntes de Clase.

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