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"PARA QUE TENGAN VIDA" (Jn 10,10)

I.- "Preparad el camino del Señor" (Mt 3,3)

El Adviento es tiempo de preparación y de esperanza. Jesús vino en la humildad de su

carne y vendrá en la manifestación de su gloria. Entre estos momentos de su venida -la

Encarnación y la Parusía- vivimos constantemente su venida "por la gracia" . ¿Cómo vendrá

este año? Como "el que nos da la vida".

La Iglesia prolonga la misión salvadora de Jesús que podemos sintetizar en estas

palabras: "Yo he venido para que las ovejas tengan vida, y la tengan en abundancia" (Jn

10,10). ¿Cuál vida y cómo comunicarla? ¿Cómo la dio Jesús y cómo la damos nosotros?

Esto supone en Jesús - por consiguiente, en la Iglesia - tres cosas:

a.- Comunicar la vida integral (alma y cuerpo, persona y comunidad, tiempo y eternidad).

Recordemos dos textos que se refieren a la integralidad de la misión de Jesús y de la

Iglesia (integralidad de la Vida): "Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las

sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las

enfermedades y dolencias de la gente" (Mt 4,23). "Jesús convocó a los Doce y les dio

poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las

enfermedades. Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos...

Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando

enfermos en todas partes" (cfr Lc 9,1-6).

La misión de Jesús es una sola: anunciar el Reino (evangelización) y curar a los

enfermos (promoción humana integral, liberación plena). Jesús comunica la Vida

integral. Recordemos el episodio de la curación del paralítico: Jesús dijo al paralítico:

"Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados" (la vida del alma, la liberación

del pecado). Luego añade: "levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (la vida del

cuerpo) (Cfr 9,1-6);

b.- dar la propia vida: "Yo conozco al Padre y doy mi vida por las ovejas" (Jn 10,15).

Es la máxima expresión de su obediencia al Padre y de su amor por los hombres: "El

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Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla" (Jn 10,17). "No hay amor más

grande que dar la vida por los amigos" (Jn 15,13). ¿Qué significa en Jesús -y, por

consiguiente, en la Iglesia- "dar la propia vida"? - Ante todo, vivir el anonadamiento de la Encarnación: asumir nuestra fragilidad de

carne, nuestra pobreza y nuestra cruz; asumir nuestra condición de hombres, cercano

a nuestras tristezas y alegrías, a nuestro dolor y nuestra esperanza, es decir, vivir lo

cotidiano de la historia; asumir la condición de "Siervo sufriente", haciéndose

obediente hasta la muerte de cruz (cfr Fl 2,6-11); - Luego, anunciar a los pobres la Buena Noticia del Reino (cfr Lc 4,18), revelar

a los "pequeños" los secretos del Padre (cfr Lc 10,21), enseñar a todos el verdadero

camino de la felicidad (cfr Mt 5,3-11) y el mandamiento principal del amor (cfr Lc

10,25-28). "Dar la vida" para Jesús, como para la Iglesia, es anunciar el Evangelio,

celebrarlo y vivirlo. Jesús es el primer Evangelizador, más aún es el Evangelio

mismo del Padre ;

- Finalmente morir como "el grano de trigo" (cfr Jn 12,24) y convertirse en Pan

de la Eucaristía "para la vida del mundo" (cfr Jn 6,21). Dar la propia vida es

entregarse totalmente al Padre y a los hombres e introducir en ellos

sacramentalmente la vida divina. Vida divina en el tiempo y plenitud de vida en la

eternidad. " El que cree, tiene Vida eterna" (J 6,47). "El que come mi carne y bebe

mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día" (Jn 6,54). "Esta es

la Vida eterna: que te conozcan a tí, el único Dios verdadero y a tu Enviado

Jesucristo" (Jn 17,3);

c.- Ser la Vida misma: "Yo soy el Pan de Vida" (Jn 6,35). "Yo soy el Camino, la Verdad

y la Vida" (Jn 14,6). Sólo puede dar la vida quien la posee en plenitud, quien es

esencialmente "la Vida". Jesús no sólo comunica la vida integral y nos da su propia

vida, sino que es la Vida. "La Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos

testigos y les anunciamos la Vida eterna que existía junto al Padre y que se nos ha

manifestado" (I Jn 1,1-2). Todo esto exige, como auténticos discípulos, seguir

radicalmente a Jesús y vivir en su intimidad contemplativa: "Yo soy la luz del mundo.

El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida" (Jn 8,12).

El Apóstol San Juan nos dice: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oido,

lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos

tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos"

(I Jn 1,1).

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II.- "Anunciamos la Vida Eterna" (I Jn 1,2)

Jesús nos manda, como Iglesia, a anunciar la Vida, celebrarla y comunicarla. Es el centro

de la "nueva evangelización".

Signo sacramental de la presencia salvadora de Jesús, la Iglesia en América Latina

quiere comunicar a los hombres y sus pueblos, la vida integral, ser ella misma en Cristo

"sacramento universal de salvación", dar su propia vida -que es la de Cristo- en la Palabra

y el Sacramento, empeñarse por transformar esa "cultura de muerte" en una "cultura de

vida" que es la civilización de la solidaridad, de la verdad y del amor.

¿Qué significa para la Iglesia en América Latina "dar la vida"? Señalemos brevemente

algunos aspectos:

1.- ser ella misma "la Vida", es decir, signo transparente y creible de Jesús que no vino

para condenar sino para salvar (cfr Jn 3,17), no vino para ser servido sino para servir (Mt

20,28); vino para que los hombres y los pueblos "tengan vida y la tengan en

abundancia" (Jn 10,10).

a- Ante todo la vida divina, la Vida de Dios en el alma, la vida eterna ya sembrada en

nosotros por el Bautismo, constantemente alimentada por la Palabra de Dios y los

Sacramentos. Esto exige la presencia de ministros ordenados (sacerdotes y

diáconos), de religiosos y religiosas, de fieles laicos auténticamente comprometidos

en una "nueva evangelización";b- Esta "nueva evangelización" supone una particular efusión del Espíritu de

Pentecostés ("nuevo ardor" ) que nos lleve a descifrar "los nuevos signos de los

tiempos" y los nuevos desafíos de la historia; que nos ayude a penetrar más

profundamente el Misterio Pascual de Jesús y el amor del Padre (no tanto por

conocimiento intelectual, cuanto por experiencia connatural); y que nos impulse a

formar comunidades maduras en la fe; fe profesada por la adhesión a la Palabra, fe

celebrada en los sacramentos, fe vivida en la caridad y la justicia (cfr CH.L. 33). La

nueva evangelización tiende a la conversión de las personas para la transformación

de las estructuras;c- Esta nueva evangelización exige la formación y presencia de fieles laicos

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evangélicamente comprometidos en la construcción de una nueva sociedad, de una

civilización de la verdad, del amor y de la solidaridad. En América Latina es urgente

esta formación integral de los laicos que supone varios aspectos: itinerario espiritual

a la santidad, unidad entre fe y vida, profundización en la Palabra de Dios, asimilación

de la Doctrina Social de la Iglesia (CH.L. cap.V).

2.- Pero "dar la vida" supone, también, para la Iglesia en América Latina, ofrecer a los

hombres y los pueblos la salvación integral, la liberación plena "en Jesucristo". Señalo

brevemente algunos aspectos:

a- "Dadles vosotros de comer" (Mt 14,16). La Iglesia ofrece y reparte el pan material

y espiritual. Se preocupa por la educación y la formación de los hombres, por su

bienestar material y su salud, por sus condiciones dignas de vida y de trabajo, por sus

justas relaciones humanas, por su situación de libertad, de justicia y de paz. La Iglesia

no puede desentenderse de las realidades temporales en la que se juega la vida y el

destino de los hombres. Por eso es sensible a las situaciones de injusticia, de

opresión, de violencia, de miseria y de pobreza, de falta de libertad. Forma parte de

su misión evangelizadora anunciar la presencia de Jesús y denunciar proféticamente

las "estructuras de pecado" (SRS, 36) que se oponen a la venida de su "Reino de

verdad y de vida". ¡Cómo resuenan en nuestros oídos, tiernas y fuertes a un mismo

tiempo, las palabras de Jesús a sus discípulos: "dadles vosotros de comer".

b- "Vete y haz tú lo mismo" (Lc 10,37). La parábola del buen samaritano (cfr Lc

10,29-37) nos enseña un modo concreto (el único cotidianamente) de "dar la vida":

es ir dando con sencillez y alegría todo lo que tenemos y lo que somos. El buen

samaritano dio "sus cosas" (las vendas para las heridas, el aceite y el vino, su propia

cabalgadura, su dinero para pagar la posada). Pero, sobre todo, se dio a sí mismo (él

mismo se convirtió en don generoso para el desconocido viandante mal herido y

semimuerto que encontró "casualmente" en el camino). "Llegó junto a él, y al verle

tuvo compasión, y acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y

vino, y montándole... le llevó a una posada y cuidó de él..." Lo importante y

sorprendente aquí es que todo lo hizo él mismo (se acercó, tuvo compasión, vendó,

lo llevó, lo cuidó), no se preocupó simplemente de que otro lo hiciera. Esto suponía

un sentimiento muy hondo de compasión y de solidaridad, un descubrimiento

personal de que aquel desconocido no era un extraño; era un prójimo, era su

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hermano. Por eso comprendió que no podía seguir de largo y encomendárselo a

otro, por más prisa y trabajo que tuviera. Comprendió que no bastaba con dar sus

cosas; que lo verdaderamente necesario y urgente aquí era darse a sí mismo, dar su

tiempo. Para los hombres de Iglesia (Obispos y sacerdotes, religiosos y fieles

laicos) qué importante y esencial es aprender a dar su tiempo, ese tiempo que tanto

necesitamos y buscamos, pero que es el tiempo de Dios! "Dar la vida" es, por eso,

aprender cotidianamente a detenernos, a tener compasión, a compartir el sufrimiento

y la tristeza, a compartir la alegría y la esperanza; es decir, aprender a dar el tiempo

que necesitamos (el que nos sobra, no sirve tampoco para los hermanos), aprender

a darnos a nosotros mismos. Como se dio Jesús: "Este es mi cuerpo que es

entregado por vosotros... Esta es mi sangre que es derramada por vosotros" (cfr

Lc 22,19-20). Jesús es Aquel que se dio totalmente por nosotros; por eso los

desalentados discípulos de Emaús "lo reconocieron en la fracción del pan" (Lc 24,

35). No era difícil reconocerlo: éste es aquel que dio la vida por sus amigos (cfr Jn

15,13). ¡Este es aquel que se dio por nosotros! ¡Cómo se hace creíble una comunidad

cristiana que se da cotidianamente en el anuncio del Evangelio, en la celebración de

la Eucaristía, en el servicio a los pobres! ¡Cómo es fácil reconocer en ella la

presencia salvadora de Jesús!

c- "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con

vosotros" (Jn 13,15). En momentos en que Jesús está por dar la vida en la cruz

(máxima demostración de amor, Jn 15,13) y anticipa esta donación en la Institución

de la Eucaristía y del Sacerdocio ("cuerpo entregado... sangre derramada"), nos

da un ejemplo concreto y cotidiano de amor (por consiguiente, de dar la vida): es el

servicio. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su

vida como rescate por muchos" . Jesús conecta la idea de servicio con la actitud de

"dar su vida" y con su misión de redención ("rescate"). En el origen de todo esto

(servicio, donación, redención) está el amor. Así abre S. Juan el momento pascual

de Jesús, el relato de "la hora" de Jesús: "Habiendo amado a los suyos que

estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 10,1).

Jesús no es solamente "el que sirve", sino "el Siervo": "Siervo sufriente de

Iavhé". Su camino de anonadamiento (cfr Fil 2,6-11) es para la gloria del Padre y la

redención de los hombres.

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¿Cuáles son en Jesús (y, por consiguiente, en la Iglesia) las fundamentales

actitudes de servicio? El anuncio de la Palabra, la comunicación de la vida divina en

los sacramentos, la atención de los pobres y los que sufren. Esta es ahora la diaconía

de la Iglesia "servidora de la humandad" (Pablo VI). En América Latina la Iglesia

ha hecho explícitamente "la opción preferencial por los pobres" (Medellín y

Puebla); lo cual supone una privilegiada atención a sus necesidades materiales y

espirituales, un acercamiento evangélico a los más desprovistos y necesitados, un

anuncio explícito de Jesús y su Evangelio. Servir es fácil; servir bien e integralmente

es difícil. Supone mucha pobreza personal y mucho desprendimiento, mucho olvido

de sí mismo y mucho espíritu de donación y sacrificio, mucha capacidad de oración

contemplativa y de cruz pascual. Cristo, el Siervo Sufriente, es el que predica el

Reino, perdona los pecados y cura a los enfermos; pero es también el que ora en el

monte y sube a la cruz. Cuando se habla de la Iglesia "servidora de la humanidad"

se entiende simultáneamente la predicación del Evangelio, la celebración de la

Eucaristía y el cuidado por los más pobres y marginados. Todo esto significa

"la nueva evangelización" para la construcción de la "civilización del amor" .

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III.- "Ven, Señor Jesús (Apoc 22,20)

Es el grito central del Adviento. Supone serena intensidad de esperanza y camino

comunitario de conversión. "El Señor viene" (I Cor 16,22) San Pablo nos llama a una

esperanza firme, comunitaria y comprometida. Es tiempo de "dar la vida".

"Yo he venido para que tengan Vida". Jesús ha sido enviado por el Padre para que los

hombres "tengan Vida y la tengan en abundancia". A su vez Jesús "habiendo resucitado

de entre los muertos (Rom 6,9), envió sobre los discípulos a su Espíritu vivificador, y

por El hizo a su Cuerpo, que es la Iglesia, sacramento universal de salvación" (L.G. 48).

Para comprender el sentido y la riqueza de esta frase, recordemos lo que nos dice el

Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes: "Todo el bien que el Pueblo de Dios puede dar

a la familia humana al tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que

la Iglesia «es sacramento universal de salvación», que manifiesta y al mismo tiempo

realiza el misterio del amor de Dios al hombre" (G.S.45). Es decir, que la Iglesia es

"Sacramento" (signo e instrumento) del amor de Dios a los hombres. Comunicación de su

vida integral. Lamentablemente los hombres no han sabido acoger esa Vida y se empeñaron

en construir una "cultura de la muerte" . De allí el odio y la violencia, que existieron desde

el principio (cfr Caín y Abel), la injusticia, la opresión y la muerte.

La Iglesia ha intentado siempre, desde los comienzos, construir "la civilización del

amor y de la vida". El primer capítulo lo escribió María cuando dijo que sí y "la Palabra

se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1.14). María engendró en sus entrañas virginales

"la Palabra de Vida" (I Jn 1,1), y nos entregó "al autor de la vida" que los hombres

mataron pero que Dios "lo resucitó de entre los muertos" (cfr Hec 3,15). María "es

imagen y principio de la Iglesia" (cfr L.G.68), "la Madre de Dios es tipo de la Iglesia

en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo" (L.G.63). La Iglesia,

madre y virgen como María, "por la predicación y el bautismo engendra a una vida

nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios"

(L.G.64).

Para que la Iglesia en América Latina, evangélicamente comprometida con sus

pueblos, pueda seguir "dando vida en abundancia" , yo quisiera subrayar algunas

exigencias:

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a- la solidaridad de las Iglesias entre sí, en el mismo continente latinoamericano, y de las

Iglesias de otros continentes. Es un modo concreto de vivir y de expresar la comunión

eclesial. Se trata de compartir con generosidad los bienes materiales y espirituales. San

Pablo nos habla "de la gracia que Dios ha concedido a las Iglesias de Macedonia.

Porque, a pesar de las grandes tribulaciones con que fueron probados, la

abundancia de su gozo y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de

generosidad" (II Cor. 8,1-5). Es un momento en que la solidaridad entre los pueblos y

las iglesias se hace extremamente urgente. Es un momento, también, en que se nos exige

dar desde la fecundidad de nuestra pobreza;

b- la experiencia de nuestra pobreza, es decir, asumir con gratitud el gozo de ser pobres:

"Yo dejaré en medio de tí a un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el

nombre del Señor" (Sof 3,12). El ser verdaderamente pobres nos abre a la felicidad del

Reino (cfr Mt 5,12), nos hace gustar la alegría de pertenecer al "pequeño Resto" (al

cual perteneció María de Nazareth) (cfr Sof 3,13-18) y nos prepara para ser

"evangelizados" (cfr Lc 7,22) y "evangelizadores" ("El me envió a llevar la Buena

Noticia a los pobres" Lc 4,18). Sólo una Iglesia verdaderamente pobre, desposeída de

todo poder temporal y evangélicamente cercana a los pobres, podrá ser creíble, como

viva transparencia de Jesús que "no tenía dónde reclinar su cabeza" (cfr Mt 8,20). La

Iglesia en América Latina tiene necesidad de muchos bienes (materiales y espirituales)

para evangelizar, pero sólo si es pobre y desprendida, transparente a Cristo, podrá

transmitir con eficacia la Buena Noticia de la salvación;

c- el dinamismo de nuestra esperanza pascual, es decir, de aquella esperanza que echa sus

raíces en Cristo muerto y resucitado. La Iglesia en América Latina -Continente de la

esperanza- está fuertemente marcada por la Cruz y por María, el Crucificado y la

Inmaculada. Por eso la Buena Noticia que proclama es la de una esperanza pascual que

va abriendo los corazones a la Vida. "Levanten los ojos y miren los campos: ya están

madurando para la siega" (Jn 4,35). Este es un momento difícil y sufrido para

nuestros pueblos latinoamericanos; pero, por eso mismo, es un tiempo de esperanza. La

esperanza cristiana comienza cuando se han acabado todos los tentativos humanos;

entonces Dios comienza a obrar profundamente en la historia y la va convirtiendo en

historia de salvación. Algo así como pasó con el Cristo muerto en la Cruz; "uno de los

soldados le atravesó el costado con la lanza y enseguida brotó sangre y agua" (Jn

19,34). Era la Vida que Jesús había venido a traernos en abundancia, pero había que

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esperar que Jesús fuera glorificado por la cruz: "de su seno brotarán manantiales de

agua viva" (Jn 7,38).

Conclusión:

Quisiera que esta sencilla reflexión terminara con una triple invitación:

- a contemplar serenamente a María, Madre de la Santa Esperanza, Aquella que nos dio

al "Autor de la Vida"; María, Madre de Jesús y Madre nuestra, Madre de la Iglesia y de

toda la humanidad redimida en esperanza.

- a esperar con ardor a Jesús que viene. El es nuestra "feliz esperanza" (Tito 2,13).

"Nosotros somos ciudadanos del cielo y esperamos ardientemente que venga de allí

como Salvador el Señor Jesucristo" (Fil 3,20); el Adviento es, por excelencia, el

tiempo de la esperanza.

- a comprometernos a comunicar a los hombres -con la palabra y el testimonio- la Vida

que estaba desde el principio en Dios y "se hizo visible y nosotros la vimos y somos

testigos" (I Jn 1,2). María nos acompañe en este camino del Adviento, que es camino

de espera y de esperanza y nos enseñe a "dar la Vida en abundancia".

Eduardo F. Card. Pironio

Roma, 3 de Junio de 1991