Para todo lo que quieres vivir San Andrés, y -...

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ISBN 978-958-99726-5-6 Para todo lo que quieres vivir... Experiencias turísticas únicas Providencia Santa Catalina San Andrés, y

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Para todo lo que quieres vivir...

Experiencias turísticas únicasExperiencias turísticas únicas

ProvidenciaSanta Catalina

San Andrés, y

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En medio de las aguas de increíbles tonos azules del mar Caribe, el ir y venir de las olas, el viento que soplaba fuerte y el deslumbrante cielo, escuchamos la narración de una mujer rai-zal que nos transportó a una epifanía del pasado.

Nos parecía contemplar una escena frecuente en los siglos XVII y XVIII, cuando las embar-caciones de conquistadores y emisarios de los reyes de España eran asaltadas para robarles los tesoros que, a su vez, habían sido arrebatados a las naciones indígenas que habitaban lo que hoy es Suramérica.

Así, la narración nos hacía navegar por la his-toria del Caribe, ver un galeón gigante de made-ra y de velas blancas que viajaba pesadamente, ondeando la bandera de España, que parecía di-rigirse al viejo continente.

De pronto, en el relato apareció otra embar-cación más liviana que se acercaba con rapidez al viejo barco y portaba una bandera con una calavera y dos huesos cruzados. Cuando las dos naves estuvieron cerca, del pequeño barco sal-taron decenas de hombres lanzando fuertes ala-ridos, armados con filosas espadas y pistolas de chispa, que atacaron sin misericordia al galeón hispano, sorprendiendo a su tripulación y deján-dola indefensa, para después saquearla.

Gracias a la magia verbal de la mujer pudi-mos conocer las historia de los bucaneros, lla-mados también filibusteros o piratas, la mayoría

de origen francés, holandés e inglés, que usaban las islas del Caribe como punto estratégico para sus actividades. Se destacó Henry Morgan, un galés que aún recuerdan en estas islas a las que bautizó ‘la perla de los siete colores’.

Sin duda, un personaje que nos ‘convidaba’ a vivir una nueva aventura en busca de un tesoro en estas maravillosas islas que conforman el departa-mento de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.

Como en la metáfora en la que luchan eterna-mente el bien y el mal, a este mismo lugar llegó en 1629 el ‘Seaflower’, el primer barco con puri-tanos ingleses protestantes que extendieron en estas islas los dominios de Dios.

Aquí estamos recorriendo los pasos de esta maravillosa historia en compañía de Fili, repor-tero gráfico. De la mano de los raizales (como se llama a los nativos de estas islas) descubrimos cada rincón de este paraíso que fue declarado por la Unesco Reserva Mundial de la Biósfera, y considerado por The Ocean Conservancy (TOC) como uno de los seis puntos clave para la vida en el planeta. Nos dejamos embrujar por sus corales, playas y manglares de ensueño y por la riqueza cultural que surgió de la mezcla de in-gleses, jamaiquinos y africanos, y que se expresa en la musicalidad de la lengua ‘creole’.

Es, sin duda, un destino turístico que nos per-mite vivir múltiples experiencias y que siempre ofrece algo nuevo a los visitantes.

Perla de siete colores

‘In the Caribbean, the very best is the beautiful island of San Andrés’ /

(En el caribe, la mejor es la hermosa isla de San Andrés) ‘On Johnny Cay and Sound Bay Beach, The pretty sands are like

golden peach’ / (En Johnny Cay y Sound Bay Beach la linda arena es como un

durazno dorado)‘Take me back to my San Andrés, To the wave and the coral reefs’/ (Llévame de vuelta a mi San Andrés, a las olas y a los arrecifes de coral)‘Back to be where the sunshine bright where the sea changes colors

day and night’(De vuelta a donde los rayos del sol son brillantes, donde el mar cam-

bia sus colores día y noche)

‘Beautiful San Andres’, calypso compuesto por la mujer raizal María Ceci-lia Francis Hall en 1972 y que se convirtió en 2012 en el himno oficial.

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Desde Bogotá, la capital colombiana, aborda-mos un avión y volamos durante casi dos horas hacia la isla de San Andrés, capital del único de-partamento insular que tiene Colombia.

Con creciente emoción por lo que nos espe-raba, sobrevolamos una zona del mar Caribe y observamos los fantásticos paisajes de la isla rodeados por el blanco oleaje, incluso percibi-mos su forma, la cual semeja la de un caballo de mar. Luego arribamos al aeropuerto Gustavo Rojas Pinilla y allí nos esperaban Andy y Ceci-lia, guías profesionales que nos acompañarían durante esta primera parte de la travesía.

Con ellos recorrimos la avenida Circun-valar hacia una de las zonas más recono-cidas, ‘The Hill’, o La Loma, la parte más alta de la isla, donde se encuentra ubicada la primera iglesia bautista Ñ de Suraméri-ca, reconocida en 1988 por el Ministerio de Cultura como ‘Patrimonio cultural arquitec-tónico de la Nación’.

Es uno de los edificios mejor conservados de San Andrés; el templo data de 1844, fue fundado por el pastor Phillip Beekman Li-vingston y, según cuenta la historia, primero se construyó en Mobile, Alabama, Estados Unidos, y luego se desarmó para su traslado a la isla, finalizando la obra en 1896.

Guiados por Cecilia, subimos las escaleras blancas que anteceden el portal de este tem-plo, mientras escuchábamos los cánticos en lengua inglesa de los creyentes que asistían al ‘worship service’ o servicio de oración. Sus blancos atuendos dejaban ver la importancia de este evento religioso para ellos, incluso las mujeres mayores llevaban sombreros ele-gantemente adornados y los más jóvenes se-guían con respeto la ceremonia que lideraba un pastor que vestía una túnica blanca. ‘You are beautiful to me’/ (eres hermoso para mí), ‘you will be my song’/ (serás mi canción),’ for all eternity you are overtaking every part of me’ (por toda la eternidad, tú estás controlan-do cada parte de mí), eran las alabanzas de los fieles las cuales entonaban guiados por el coro, un grupo de mujeres que sostenían con sus manos libros de canciones, algunas con música góspel y otras con ritmos caribeños.

Después de la bienvenida que nos dieron los creyentes, de compartir con ellos su ale-gría y aplaudir al ritmo de su música, al final del servicio, cuando todos se habían marcha-do, Cecilia nos invitó a subir al campanario; así que avanzamos hacia la segunda planta donde se han adecuado sillas adicionales pa-ra que todos puedan asistir a la ceremonia, y más arriba, debajo de una gran campana, lle-gamos al sitio que nos ‘regaló’ una hermosa panorámica de San Andrés, del mar de los

La sociedad creolesiete colores, como comúnmente le llaman.

Allí entendimos que este templo encierra un valor social e histórico fundamental para la isla, es una expresión de la iglesia protestante bautista, es un ‘libro vivo’ que alberga el pa-sado de un pueblo. Viendo, desde las alturas, el mar al fondo y, en tierra, las calles pobladas por los raizales, advertimos dos impresionan-tes tesoros alojados en estas islas, riquezas de las que nosotros seríamos exploradores. El primero de estos habla sobre una cultura cari-beña ancestral y el segundo ‘cobija’ un mundo coralino, las maravillas de un universo oceáni-co en territorio colombiano. Con esa quimera un sentimiento de ansiedad nos recorrió de pies a cabeza, no podíamos esperar más tiem-po para conocer todo acerca del archipiélago.

A la salida, Cecilia nos dijo que antes de la construcción del templo el pastor Livingston predicaba bajo un árbol de tamarindo, el cual aún se conserva. Fue allí, precisamente, a la sombra de este árbol donde nos encontramos con Jairo Archbold, un historiador raizal que nos llevó en un viaje a través del tiempo mien-tras nos dirigíamos hacia la siguiente parada.

Su relato nos permitió descubrir la historia de estas islas, que dio origen a la cultura cari-beña, raizal y a la lengua ‘creole’… conocimos del contacto del archipiélago con los españoles en 1527, tiempo en el que las islas estuvieron

bajo el control de la Real Audiencia de Pana-má (el territorio base de la corona española en América), pero sin asentamientos, ya que los hispanos estaban interesados en el oro y de-más riquezas de la zona continental americana.

Años después, en 1629, se presentó uno de los hechos más rememorados por los raizales, porque fue en ese tiempo cuando los colonos ingleses puritanos, que huían del viejo mundo a causa de las cruzadas, arribaron a Providen-cia y Santa Catalina; ellos se asentaron debido a las favorables condiciones geográficas del lu-gar, se dedicaron a la agricultura y llevaron su vida conforme con lo que la biblia les plantea-ba. Además trajeron al archipiélago los prime-ros hombres y mujeres provenientes del con-tinente africano como esclavos, les enseñaron su religión, sus costumbres y su arquitectura.

Esta experiencia, según el historiador, duró tan solo 11 años, puesto que los puritanos fueron desplazados por los españoles; no obstante, “es-te tiempo fue suficiente para marcar el destino de estas islas y para que la gente tuviese desde entonces un referente con ese patrón inglés, con la colonización inglesa”, nos explicó.

A partir de la salida de los puritanos comenzó una pugna entre España e Inglaterra por las islas, incluso en 1671 se de- sarrolló un episodio que los li- bros de historia

del mundo aún destacan y los escritores han utilizado para sus anécdotas fantásticas. Este incluyó bucaneros y filibusteros, como Hern-ry Morgan, quien salió desde Port Royal, una base pirata en Jamaica, y luego se tomó Pro-videncia para organizar desde allí el saqueo a Panamá, lo que significó un fuerte golpe al co-razón del imperio español, cuando la ciudad antigua ardió hasta sus cimientos.

Años más adelante, nos dijo Archbold, se presentó una coyuntura en la que un nuevo dialecto comenzó a configurarse, el cual ha sido la más importante manifestación de este pue-blo, el ‘creole’ o, como ellos también le dicen: el inglés caribeño. Este momento histórico es justamente en el que la sociedad ‘creole’ tomó vida debido al intercambio cultural, cuando en 1790, plantadores de algodón y coco provenien-tes de Jamaica tuvieron contacto con la isla de San Andrés, en la que vivían aproximadamente 1.200 personas, muchos de los cuales eran des-cendientes de esclavos africanos y de ingleses.

Con este relato fuimos conducidos a ‘The Island House’ o La Casa Isleña , un museo que muestra la forma en la que los raizales vivían 100 años atrás: sus tradiciones, su cultura y lo cotidiano de un pueblo caribeño cuya lengua materna es el ‘creole’, además de dominar el inglés y, en su mayoría, el español.

En La Casa Isleña ñ nos recibió Mary, quien nos invitó a seguir a una vivienda cuyas técnicas de construcción, típicas de esta zona del país, difie-ren de los conocimientos de la arquitectura espa-ñola que prima en el área continental de Colombia.

Esta es blanca y de madera, de arquitectura inglesa, francesa y holandesa con influencia victo-riana. Cuenta con una planta rectangular, ubicada sobre pilotes de cemento, patio abierto y pocas di-visiones interiores; tiene una zona central e interior de dos pisos, que incluye la sala y las habitaciones, en el segundo piso, mientras la cocina, el depósito de aguas lluvias y las letrinas se encuentran en la planta baja, en la parte exterior de la casa.

Cimientos con fuertes raíces ancestrales

Las residencias rurales de los isleños, construidas con madera de pino machihembrado (…) llevan el sello característico de la arquitectura de las ‘Indias Occidentales’. Casi todas están construidas sobre pilotes de concreto que las sostienen levantadas del suelo entre 60 centímetros y 1,2 metros. (…) En las islas

figuran relativamente pocos apellidos distintos entre los nativos y la gran mayoría son de origen inglés. Mientras Archbold, Robinson, Newball, Britton, Taylor y Howard son apellidos característicos de Providencia, Pomare, Forbes, Bent, Hooker y May son comunes en San Andrés.

San Andrés y Providencia. Una geografía histórica de las islas colombianas del Caribe. James J. Parsons, 1985.

En la sala vimos las imágenes de los antiguos dueños de la vivienda, la familia Archbold, cuya propiedad ha pasado de generación en generación. Y en la segunda planta recorrimos la habitación de los niños, un balcón con un corredor pequeño y un cuarto adicional donde encontramos instrumen-tos musicales característicos del calypso, la polka, la mazurca y el mentó, esta última una expresión musical proveniente de las Antillas que surgió a comienzos del siglo XX, donde se interpretan ins-trumentos como ‘the washing top’, la tinaja de la-tón (de metal, que suena como un bajo), ‘the horse jawbone’ la quijada de caballo, la guitarra, el violín, las maracas y la mandolina; también vimos los pri-

meros reproductores de música que llegaron a San Andrés, los cuales funcionaban con cuerda.

Observamos la durabilidad de la madera de esta propiedad y detallamos la forma en la que fue cons-truida, así pudimos imaginar cómo en medio de re-uniones familiares, amigos y vecinos proyectaron el levantamiento de estas casas típicas del archipié-lago, donde cada miembro aportaba conocimiento y empeño para finalizar una tarea exitosa.

En la última parte del recorrido los isleños nos invitaron a vestir el traje típico del pasillo que bai-lan en el archipiélago, una manifestación cultural que desciende de los valses que conocían los in-gleses puritanos. Un vestido de algodón, de man-

ga larga, de cuello alto, una pechera adornada con mucho encaje, falda larga hasta los tobillos, zapatos cerrados de tacón y el pelo de la cabeza completa-mente recogido, fue el que acondicionaron para mí, y, por otra parte, Fili vistió un pantalón negro, cami-sa blanca, corbatín y chaqueta de cola, o ‘frac’. Los dos galantemente uniformados seguíamos los pa-sos de los bailarines, quienes durante la enseñanza nos dejaron conocer la elegancia y el porte con el que se danza en particular este ritmo musical, el cual disfrutamos por varios minutos comprendien-do las diferencias con las danzas típicas del interior de Colombia. Agradecidos dejamos a nuestros maestros de baile y partimos en busca del mar.

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Subimos a la camioneta en dirección hacia el muelle Portofino y allí zarpamos en una lan-cha rumbo al parque regional Johnny Cay ¡. Este es un cayo coralino ubicado a dos kilóme-tros al norte de la isla, próximo a las playas de ‘Spratt Bight’ o Bahía Sardinas; además, es co-nocido como islote Sucre, tiene un área total de 45.574 m2 y alberga un área de arrecifes emer-gida de 3.837 m2, un reflejo de la biodiversidad marina del archipiélago.

Este parque regional es considerado co-mo uno de los destinos predilectos de los turistas, debido a sus playas de arena blan-ca, la exuberante naturaleza que lo rodea y por la gastronomía.

A nuestra llegada, Stanley, un hombre alto y con dreads, o peinado rasta, propietario de uno de los bares localizados frente a la playa, nos esperaba con deliciosas preparaciones de coc-telería tradicional de San Andrés, como el coco loco, elaborado a base de vodka, tequila y ron blanco, la piña colada y, también, el coco fresa, una opción sin licor, que incluye helado, cubos de hielo, leche de coco, leche condensada y cerezas licuadas, cada uno de estos aperitivos servidos en cocos originales.

En seguida nos deleitarnos con los platillos autóctonos sanandresanos, como el rondón, un guiso sancochado que se elabora a base de leche

de coco. Incluye caracol, pescado, pan de fruta (bread fruit, el fruto de un árbol cuyo sabor es parecido al del pan), plátano, banano, papa y ma-sa de harina conocido como dumplin.

Este paraje en medio del mar nos proponía descansar en la playa y luego andar, en com-pañía de un ‘festín’ para los oídos, con música reggae y calypso de fondo; así, nos dejamos lle-var por unos minutos y contemplamos las altas palmeras, la formación de algunos pastos, los cangrejos negros, los tapetes de algas pardas y el arbusto cedro playero (bay cedar), el hábitat para las iguanas que también funciona como protector del cayo frente a los fuertes vientos que pueden provocar aridez.

Volvimos a la lancha para navegar, por el mar color turquesa, durante 10 minutos vía a ‘Rose Cay’ ¿ o Cayo Acuario, como le llaman a este encantador destino, para luego caminar 200 me-tros con el agua del mar a la cintura, hacia Hay-nes Cay , en el oriente de la isla de San Andrés. Un trayecto que hicimos a pie sobre la arena del mar, el cual nos causó gran admiración porque pudimos observar la vida submarina en aguas poco profundas a través de un snorkel, una más-cara que nos facilitaba respirar; de ese modo practicamos el buceo a ras del agua, sintiendo lo que para nosotros fue una danza con las olas. La cálida temperatura de esta zona rodeaba nues-

tros cuerpos y el mundo marino dibujaba un pai-saje real que nunca habríamos podido imaginar; así aparecieron algunos peces de colores, estre-llas de mar, mantarrayas grises, erizos blancos y negros: esta era una caminata completamente diferente a las que habíamos vivido antes, se tra-taba de un sendero en el mar en el que un acua-rio natural conquistaba los sentidos.

Al final volvimos a San Andrés, recorrimos el sector tradicional de San Luis ¤, donde están ubicadas sus playas, y conocimos unas viviendas en las que los raizales enterraron a sus familiares en el patio de su casa; unas lo tenían en frente y otras en la parte lateral. Esta es una costumbre característica de los isleños. Nos enteramos, in-cluso, de que después de enterrar a una persona jamás arreglan el terreno, hasta el día en el que haya muerto otro ser querido y haya que limpiar.

Nos dirigimos luego a la parte occiden-tal de la isla, donde está ubicada Morgan’s Cave, o la cueva de Morgan £, un lugar en el que, según dice la leyenda, el célebre buca-nero guardó algunos de sus tesoros.

Ingresamos al que hoy es un sitio renovado que incluye varias estaciones, como por ejem-plo una réplica del ‘Sea Wolf’ una de las naves que Henry Morgan utilizó para navegar por el Caribe, también hay un museo en el que en una habitación se pueden observar objetos pertene-

cientes a los filibusteros encontrados en algunas exploraciones, como armas, botellas, machetes y balas de cañón; contiguo a este salón fue ade-cuada una pequeña plazoleta para presenciar diferentes bailes típicos. Y al final del recorrido, con 35 metros de ancho, y como cuentan los historiadores, 200 metros de profundidad, está la cueva, oscura, húmeda y mítica; un lugar que muestra el misterio de los navegantes corsarios que llegaron hasta estas tierras, convirtiéndose en leyendas y en protagonistas de la historia de San Andrés y Providencia.

A pesar de que algunos cuentan que Mor-gan habría escondido sus secretos en esta caverna, nosotros ya sabíamos que una parte del verdadero tesoro camina por las calles de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, es-tá conformado por dos grandes joyas: una, la cultura ancestral autóctona y, otra, que vive en un mundo dominado por las aguas del mar… Así intuimos que un lugar mágico esperaba por nosotros, un sitio que aloja un paisaje úni-co en las profundidades marinas.

Dejamos así el ‘caballo de mar’ o ‘la gran ballena’, como llamó el reconocido historia-dor norteamericano James J. Parsons a la forma de la isla de San Andrés, vista desde el aire, y nos aventuramos a conocer el munici-pio insular de Colombia.

Un refugio de playas blancas

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Old Providence: el encanto del Caribe

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Tomamos una avioneta hacia Providencia, isla montañosa de origen volcánico y corali-no, ubicada a 93 kilómetros de San Andrés, la cual fue nombrada, en la antigüedad, por los pobladores puritanos como ‘Old Providence’.

El vuelo duró 20 minutos aproximada-mente, el viaje fue una ‘galería natural’ para maravillar la vista. Desde la aeronave nos aproximábamos a la isla que, desde un prin-cipio, nos dio la sensación de estar poco po-blada porque ha conservado buena parte de su vegetación. La vimos verde, fantástica y rodeada del mar que nos deleitó con sus to-nalidades azules características de esta par-te del Caribe, lo que la hacía completamente sorprendente. Aterrizamos en el aeropuerto ‘El Embrujo’ un nombre muy apropiado para lo que genera, en el turista, a primera vista este paraje: encanto sin límite.

Allí nos esperaba Jennifer Archbold, una mujer raizal que nos acompañó a la playa del sector conocido como Agua Dulce Ñ, ubicado en la parte suroriental, donde nos recogió Charlie, quien conducía una lancha rápida. Nos esperaban 17 kilómetros de na-turaleza exuberante.

Nos dirigimos hacia el norte, a la isla de Santa Catalina (que tiene un kilómetro cua-drado de superficie) separada de Providencia por el ‘Canal del Aury’, de aproximadamente 150 metros de ancho. En el trayecto pasamos por el sector de San Felipe, Pueblo Viejo y ba-hía Catalina. De repente la lancha se detuvo y nos acercamos lentamente a una formación volcánica que tiene la forma de una cabeza, conocida como la Cabeza de Morgan ñ, lo-calizada al oriente de Santa Catalina.

Además de que este es un punto de recor-dación de aquel suceso histórico en el que Herny Morgan planeó desde Providencia la toma de Portobello y de la antigua Ciu-dad de Panamá, el lugar guarda un misterio único, causa la impresión de que el famoso corsario aún estuviera vigilando los mares que rodean a estas dos islas, pendiente de los barcos españoles que pudieran avistarse en la lejanía. Aquí escuchamos el inolvida-ble relato de los bucaneros con que encabe-zamos este testimonio de admiración por este inmenso patrimonio cultural y natural de Colombia y el mundo.

Dejamos este lugar para aproximarnos al fuerte Warwick, que utilizaban para obser-var a cualquier barco que pudiese acercarse y defender la isla; cuenta la historia que alre-dedor de Santa Catalina existieron 13 fuer-tes, de los cuales solo quedaron vestigios de uno de ellos.

Desde aquí, incluso, observamos dos escul-turas de la virgen María, una en el sector de San Felipe (Providencia) y otra en Santa Cata-lina, que fueron puestas allí por los españoles y que veneran los creyentes católicos que ha-bitan la isla.

También divisamos el Canal del Aury ¡, llamado así por el francés Louis Aury, a quien la historia señala, en el siglo XIX, como respon-sable del dragado del canal entre las dos islas, para defenderlas de invasores; hoy estas ‘dos hermanas’ están unidas por un colorido puen-

te flotante de madera llamado el Puente de los Enamorados ¿, el cual cruzamos caminando para dirigirnos hacia el centro, o el sector de Santa Isabel ¤, en la zona norte de Providen-cia, donde distinguimos la casa de la cultura, el teatro municipal, el sector comercial de la isla, la Alcaldía y la iglesia Bautista Central en don-de los creyentes entonaban ‘Amazing Grace’, uno de los himnos del servicio de oración.

Más adelante Charlie nos contó la manera en la que anteriormente el caballo era el prin-cipal medio de transporte para los nativos de

la isla, además de las embarcaciones; de ma-nera que algunos lugareños y él recorrían las calles en los equinos, llevando serenatas a las casas, en las que se ofrecían suculentas cenas, que terminaban en una gran fiesta; inclusive, nos habló acerca de las carreras de caballos que aún se realizan sobre las playas y que son parte del festival de la ‘vieja providencia’; de esa forma, motivados por sus relatos, nos di-rigimos a Manzanillo donde la adrenalina de los competidores y la emoción de los especta-dores eran parte de una celebración.

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‘Manzanillo’ escenario de un festivalRecorrimos la zona popular de la bahía de

Manzanillo £, o ‘Southwest Bay’, las playas más largas de la isla. Notamos que a lo lejos un gran grupo de personas celebraban en la arena y otras se aglomeraban en un punto específico, como si apreciaran un espectáculo. Observamos con atención y nos percatamos de que dos jinetes, sin estribos ni riendas, se preparaban junto a sus caballos para una carrera que estaba por empe-zar, un evento que se ha convertido en tradición en esta zona del país, que se realiza los sábados cada quince días, cuando la marea está baja.

Seguimos varias competencias de cerca, compartiendo los emotivos momentos con los isleños, observando los elásticos ejemplares equinos, conducidos por diestros montadores; terminadas las emocionantes carreras nos ente-ramos de que por esos días Providencia estaba celebrando el tradicional Festival Folclórico, Cul-tural y Deportivo de la Vieja Providencia y Santa Catalina: tres días del mes de junio en los que se realiza una muestra de la cultura, de los depor-tes tradicionales, la música popular, las piezas artísticas y un reinado en el que compiten las

mujeres más hermosas del lugar, un festividad que conmemora la adhesión del Cabildo del Ar-chipiélago a la Constitución de Cúcuta, en 1823.

En medio de la emoción y de las divertidas charlas con las personas que durante años han sido testigos de las carreras, tomamos un exquisito almuerzo con base en un plato de caracol, pescado frito, cangrejo guisado, langosta y ensalada, acompañado por una li-monada cerezada, y al terminar nos unimos a los bailes, a los conciertos, a las danzas típicas y las competencias.

En la noche las fogatas en la playa al ritmo del calypso, del reggae y del mentó nos hicie-ron sentir como parte de la familia raizal. Su alegría y calidez humana nos demostraron que, además de los mágicos lugares con los que cuentan, el valor cultural y la herencia de sus tradiciones es la riqueza simbólica e inmaterial que guarda su pueblo.

Al día siguiente partiríamos hacia el PNN McBean Lagoon ¥, al nororiente de Provi-dencia, y después a un lugar que nos tenía reservada una increíble sorpresa.

Negro como el diablo/ Caliente como el infierno/ Puro como un ángel/ Dulce

como el amor. Talleyrand (1754-1838).

• En el aeropuerto se debe pagar un impuesto de entrada a la isla, este com-probante se debe llevar a todas partes ya que le será solicitado si sale de San Andrés o si viaja hacia Providencia.• Una alternativa a la hora de tran-sitar por San Andrés es alquilar carros de golf o motocicletas. Recuerde tomar las medidas de seguridad.

• No compre artesanías elaboradas a partir de materiales naturales, como conchas, carey, entre otros.• El viaje en avioneta desde San Andrés hacia Providencia tiene una duración de 20 minutos, lo opera la aerolínea Satena, por una parte, y también Decameron; tienen entre dos y cuatro vuelos diarios, (250 mil pesos

ida y vuelta). Para los más aventureros, la embarcación El Catamarán (Sensa-tion) es una alternativa (cuesta 130 mil pesos el trayecto de ida y vuelta). Sale desde el muelle de San Andrés y tie-ne un recorrido de dos a tres horas si el mar está calmado y no presenta un fuerte oleaje. En condiciones extremas el tiempo de viaje es más largo.

Para vivir mejor esta experiencia…

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En el jardín submarino

“La Reserva de Biosfera (RB) Seaflower se ubica en el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, localizado en el Caribe occidental, uno de los archipiélagos más aislados en las Américas, con tres islas habitadas y varios islotes, con una extensión terrestre de 5.700 hectáreas y un área marina de 30 millones de hectáreas, lo cual representa el 10 por ciento del mar Caribe (…). La (RB) Seaflower tiene una de las barreras de arrecifes más extensas y biodiversas en el Atlántico occidental (…). El área terrestre y marina (arrecifes) de la (RB) Seaflower (…) fueron declaradas como de importancia ecológica para aves migratorias en el 2004. Además de manglares y playas,

los ecosistemas terrestres incluyen bosques secos tropicales y bosques de transición”.Declaración de la Unesco, 9 de noviembre del 2000.

alimos desde el sector de Agua Dulce hacia Ca-yo Cangrejo en el PNN McBean Lagoon, un lugar protegido que alberga excepcionales riquezas natu-rales, donde turistas y nativos se deslumbran por la belleza de las aguas y la incalculable ‘fortuna’ de la biodiversidad marina.

Allí nos recibió Marcela, jefe del área protegida, quien nos comentó que el parque abarca 1.000 hectáreas, aproximadamente, que incluyen cua-tro importantes sitios de riqueza natural, como el manglar de McBean, el más grande y mejor conservado que hay en la isla; también, el bos-que seco: el sector de ‘Iron Wood Hill’; los Tres Hermanos §, tres cayos que se han denominado como zonas intangibles, es decir que se mantie-nen ajenas a la alteración humana, y que se han convertido en un sitio predilecto para las aves, para la anidación de especies como la fragata y el booby; adicionalmente, cuenta con una gran parte de las formaciones coralinas, de una extensa barrera arrecifal que más adelante conoceríamos y, finalmente, el lugar donde nos encontrábamos Cayo Cangrejo, que recibe su nombre por la forma semejante a la del crustáceo en vista desde el aire.

Avanzamos por el sendero ambiental, desde el muelle de madera hacia la piedra más alta, en compañía de Jan Michael, quien nos comentó que en el parque, entre aves residentes y mi-gratorias de la zona, pueden encontrarse hasta 85 especies, además de otros animales como lagartijas, iguanas y cangrejos.

Ascendimos 25 metros desde el nivel del mar, observando la planta icaco-cocoplum, cuyo fruto es aprovechado por la población raizal para la prepa-ración de dulces, incluso vimos árboles de mango y palmeras. Pocos minutos después ya estábamos en la cima, y solo debíamos trepar por una roca gigante.

Cuando lo hicimos nuestros ojos estaban tan sorprendidos que enmudecimos y nos dejamos llevar por las piernas que hacían girar el cuerpo 360 grados para vislumbrar todo el horizonte; cuando nos percatamos teníamos los brazos extendidos para sentir la brisa del mar: nos encontrábamos en un mirador natural. Observábamos más allá del verde de los arbustos y de las pequeñas embarca-ciones, encontrábamos al fondo un milagro de la naturaleza, un paisaje que si no lo hubiéramos visto, jamás habríamos pensado que existía. Las olas rom-piendo en la barrera coralina, las arenas blancas, el agua cristalina que brillaba con los rayos del sol, las palmeras ‘buscando protagonismo’ y, a lo lejos, el cayo Tres Hermanos y unas pequeñas embarcacio-nes pintaban el paisaje, además de las nubes muy blancas en el firmamento celeste: pensamos que este destino no podría ser otro más sino el princi-pio de un pedazo de cielo en la Tierra, en la tierra colombiana que estábamos explorando.

No pudimos contener la emoción y descen-dimos rápidamente para poder nadar en las cá-lidas aguas, así que dotados nuevamente con la máscara para bucear en la superficie, obser-vamos algunos peces que se dejaban ver fácil-mente debido a que la luz del día traspasaba de forma espontánea el lecho marino y llegaba a las arenas del fondo. Disfrutamos de este bello lugar hasta que supimos que debíamos regresar a la lancha de Charlie para continuar con el viaje. Nos aventurábamos hacia el suroriente de Provi-dencia, al sector conocido como ‘Pepe’s Place’ un lugar en el que encontraríamos un maravilloso tesoro en las profundidades del mar Caribe.

En esta, una de los 30 áreas para bucear que tiene Providencia, nos dimos cita con Felipe, el instructor, quien en un curso de cuatro horas nos

dio las indicaciones teóricas y prácticas necesarias para manejar la presión en el agua, respirar adecua-damente y utilizar cada uno de los elementos del equipo con el que contaríamos, incluso practicamos en aguas poco profundas para poner a prueba los conocimientos aprendido.

Ya preparados para una hazaña que hacíamos por primera vez, avanzamos en la lancha y luego nos sumergimos en el sitio que hace parte de una de las más largas barreras coralinas del mundo y uno de los arrecifes más significativos del hemis-ferio occidental: 32 km que la transforman en un privilegio para buceadores. Se extiende desde la al-tura de ‘Smooth Water Bay’, la región suroriente de Providencia, hasta Santa Catalina, es un ecosistema para 407 especies de peces, 48 de corales duros y 54 de corales blandos, entre otras cientos de especies que se han identificado.

La ansiedad nos hacía temblar por lo que estábamos a punto de ver, así que dejamos la embarcación y nadamos siempre bajo las ins-trucciones de Felipe; nuestra próxima parada estaba a 20 metros bajo la superficie.

La tibia temperatura del agua era perfecta para calmarnos y avanzar lentamente; en un principio decenas de peces azules pequeños nos rodearon, y nosotros con gran alegría los observamos y pen-samos que nos daban la bienvenida, así que conti-nuamos avanzando hasta que en el fondo vimos lo que parecía ser un paisaje rocoso y luego un ‘jardín sumergido’, estaba lleno de vida: era el arrecife de coral en medio de aguas cristalinas, arenas blancas y sublimes colores por doquier.

En él observamos diferentes clases de pe-ces, bellas esponjas de diferentes tonalidades, moluscos, anémonas, erizos, una que otra tortu-ga, e incluso criaturas sorprendentes como las

medusas. Felipe nos mostró los corales duros, que son colonias de animales llamados pólipos que permanecen ocultos en el día; los cerebro, que semejan al órgano del cuerpo humano; y unos que nos maravillaron por el movimien-to que llevaban al ‘ritmo’ de las olas, como si fueran plantas que se mueven con el viento: los corales blandos, que cuentan con un esque-leto flexible para resistir las fuertes corrientes. Vimos además las gorgonias, una especie de coral blando que, estático, simula abanicos ‘ela-borados’ con redes.

Esta experiencia inolvidable, que duró tan solo 40 minutos, nos dejó una huella imborrable en el alma. Mientras observábamos compren-díamos que además de las riquezas de tierra firme, esta era una maravilla sumergida en el mar, la cual alberga una gran diversidad de for-mas de vida, un universo de seres impactantes y frágiles que debían protegerse y atesorarse, porque del área total de los océanos solo el 0,17 por ciento está ocupada por arrecifes de coral.

Este preciado tesoro, sin duda, era la riqueza es-condida que permaneció oculta a los corsarios. Esta vez nosotros lo habíamos descubierto y nos había-mos sumergido para verlo de cerca y entender que parte del patrimonio de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, de Colombia y del mundo aguarda en esta agua de tonalidad turquesa, en el mar de los siete colores. Desde esa ocasión sentimos que un lazo invisible nos mantiene ligados a estas tierras caribeñas, a la historia de los filibusteros, a la cul-tura ‘creole’, y al milagro de la madre Tierra en las profundidades del mar Caribe.

¡Una experiencia única, sin duda, a la que debe-mos volver una y otra vez!

Copyright 2013. Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular.

Zipaquirá Nemocón

Océano Pacífico

Bogotá

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Selva Amazónica

Perú

San Andrés

Providencia

Océano Pacífico

Bogotá

Superficie: San Andrés: 26 km2. Providencia: 17 km2. Santa Catalina: 1 km2.Altura Máxima: San Andrés: 86 metros (La Loma). Providencia: 360 metros ('The Peak', El Pico). Santa Catalina: 130 metros.Ubicación: San Andrés: 775 km al noroeste de Colombia continental. Providencia: a 93 km al norte de la isla de San Andrés. Santa Catalina: 3,7 km al norte de Providencia.Temperatura Promedio: entre 25ºC y 30ºC.Indicativo Telefónico: (57- 8)Gastronomía: en San Andrés: el rondón, un guiso sancochado que se elabora a base de leche de coco. Incluye caracol, pescado, pan de fruta (bread fruit, el fruto de un árbol cuyo sabor es parecido al del pan), plátano, banano, papa y masa de harina conocido como 'dumplin'.