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Pasión de amor. San Juan de Ávila, la santidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal Retiros espirituales para sacerdotes 2014 - 2015 Jorge Juan Pérez Gallego

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Pasión de amor. San Juan de Ávila,

la santidad en el ejercicio del

ministerio sacerdotal

Retiros espirituales para sacerdotes 2014 - 2015

Jorge Juan Pérez Gallego

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

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«¿Quién fue prójimo de este enfermo? ¿La ley vieja, los profetas o el samaritano?

—Por cierto, Señor, muy clara está la respuesta:

que vos, Samaritano bendito, sois nuestro prójimo

y el que os doléis de nuestros males, que curáis nuestras llagas;

y si por vos no hubiese sido, ya nuestras ánimas estarían ardiendo en los infiernos.

Tú, Señor, eres nuestro prójimo».

Sermón 22,21

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

3

INDICE

Introducción 4

1. Espiritualidad sacerdotal. 5

2. Santidad sacerdotal. 15

3. Renovación eclesial. 25

4. Ministro de la Palabra. 33

5. Ministro de los Sacramento. 42

6. Caridad pastoral. 52

7. Dirección espiritual. 62

8. Vida apostólica. 71

9. Peligros y tribulaciones en la vida espiritual 82

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

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INTRODUCCIÓN

La Comisión del Clero de la Conferencia Episcopal nos propone un año más un

esquema de retiros con San Juan de Ávila. En esta nueva serie de meditaciones, que

completan la programación trienal propuesta por la Comisión, nos centraremos en el

misterio de Jesucristo y en el ministerio sacerdotal ordenado, guiados por la pasión de

amor con que vivió y predicó San Juan de Ávila.

Los temas propuestos para el año pastoral 2014-2015, parten inicialmente de la

consideración más general de la espiritualidad sacerdotal y de la llamada a la santidad,

como puntos de apoyo sobre los que descansa y se construye una auténtica renovación

eclesial. En las siguientes meditaciones analizaremos los ministerios vertebradores de

nuestra identidad sacerdotal.

Las presentes páginas no pretenden exponer magisterialmente los temas a tratar, sino

más bien dejar que San Juan de Ávila hable a nuestro corazón de pastores. Conducidos

por él podremos situarnos nuevamente delante del Señor en un diálogo sincero de fe; y

así, abiertos a la gracia de la conversión, dejarnos sorprender por su amistad

misericordiosa y fiel, que nos reconcilia, fortalece y envía nuevamente a anunciar el

Evangelio con alegría y esperanza.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

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1. ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

La espiritualidad sacerdotal, enseña santo Tomás de Aquino, tiene su fuente en

Jesucristo, “fons totius sacerdotii”1. Cristo Sacerdote mira al Padre (Dios amor que

quiere salvar a los hombres), se mira a sí mismo (con los dones recibidos: unión

hipostática), mira a los hombres necesitados de salvación y del amor de Dios.

Él encaminó toda su vida hacia Jerusalén, con la única finalidad de subir al Calvario y

consumar su entrega al Padre, para convertirse, crucificado, en Sacerdote, Víctima,

Pastor y Maestro del pueblo desde el altar y púlpito de la Cruz2. En ella nos abrazó y

amó a los hombres hasta dar la vida por nosotros, con la mayor prueba de amor que se

puede ofrecer. Con su entrega, Jesucristo estableció la nueva y eterna alianza,3 dando

origen a un sacerdocio Evangélico4 y estableciendo la misericordia como el corazón de

la nueva Ley.

En su Constitución Sacrosanctum Concilium, el magisterio conciliar del Vaticano II nos

presenta un espléndido resumen de la obra sacerdotal de Cristo, fuente inagotable y

clave de interpretación de nuestra espiritualidad y misión:

Dios, que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de

la verdad” (1Tim 2,4), “habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de

1 SANCTI THOMA AQUINATIS, Summa Theologiae, III, q.22, a.4, en Opera omnia, T.XI, Romae

1903, 260. 2 Cf. Sermón 26,25; Carta 12; Advertencias al Concilio de Toledo, 4.

3 Cf. Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 30-31; Sermón 33,7.9.

4 Cf. Sermón 73; Tratado del Amor de Dios, 15; Tratado sobre el sacerdocio 6; 14.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

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diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas” (Heb 1,1),

cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne,

ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos

de corazón, como “médico corporal y espiritual”, mediador entre Dios y los

hombres. En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento

de nuestra salvación. Por esto en Cristo se realizó plenamente nuestra

reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino. Esta obra de redención

humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que

Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por

el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos

y gloriosa ascensión. Por este misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y

con su resurrección restauró nuestra vida. Pues del costado de Cristo dormido en

la cruz nació “el sacramento admirable de la Iglesia entera” (n.5).

El amor de Jesucristo, que vino al herido haciendo camino, unifica su misión salvadora

desde la encarnación hasta su glorificación, a través de su pasión.

Las dimensiones específicas de nuestra espiritualidad a las que vamos a dedicar los

retiros de este año son aquellas que configuran nuestra identidad desde el misterio de

Cristo Sacerdote, misericordioso, compasivo y fiel: caridad pastoral, santidad

sacerdotal, eclesialidad y ministerio, vida espiritual y apostólica, dirección espiritual. Se

trata de una espiritualidad sinfónica que armoniza dichas dimensiones desde la clave del

seguimiento de Jesucristo, ofreciendo al mundo un testimonio y servicio sacerdotal

irradiando su caridad y misericordia.

Con tres ideas resumía Pablo VI el ejemplo legado por San Juan de Ávila a la

espiritualidad sacerdotal: santidad, celo apostólico y fidelidad en el ejercicio del

sacerdocio ministerial. Si buscamos una espiritualidad sacerdotal sana e integral no hay

mejor modelo que los santos pastores, que intentaron asemejarse en todo a Jesucristo.

Las huellas de los santos, y en este caso la de San Juan de Ávila, nos indican el camino

de Jesucristo y pueden avivar en nosotros el entusiasmo sacerdotal y la vivencia

agradecida de la vocación sacerdotal. La espiritualidad teologal del santo maestro y

doctor, fraguada por la sagrada Escritura y la oración, nos perfila un ministerio pastoral

propio de “hombres de Dios” para los hombres.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

7

La llamada de Dios es una obra de su misericordia5 y, como toda vocación es, en

primer lugar, una llamada a convertir nuestro corazón y nuestra vida a Él. No podemos

plantearnos la vida espiritual sin esta necesidad continua de volver al Señor, para

experimentar y testimoniar su misericordia. Y en esto los sacerdotes debemos ser los

primeros. ¡Qué necesitados están nuestros presbiterios y comunidades de testigos de la

misericordia de Dios! Somos los ojos de la Iglesia no para juzgar sino para llorar

misericordiosamente los males del cuerpo, porque ser sacerdote es sentir sobre los

propios hombros el pecado personal y los del pueblo. Por eso necesitamos la humildad

de rechazar, primeramente en nosotros, todo cuanto nos separa de Dios y del prójimo.

Sin esta humildad y sin este espíritu de fe, difícilmente podemos avanzar en la vida

espiritual.

La misma humildad que nos permite reconocer nuestras limitaciones y pecados, no

mirando tanto a nuestras fuerzas sino al que nos ha salvado, nos dispone a recibir la

esperanza como don de Dios, que nos levanta a la confianza en Él y a la alegría

espiritual6. Si no nos esforzamos en la humildad y mansedumbre de Jesucristo,

difícilmente transmitiremos su misericordia a los hombres, por ser tan poco espirituales

que ni sentimos ni lloramos sus defectos y pecados7; porque un sacerdote con vida

espiritual es aquél que vive del amor de Dios.

Este dolor y penitencia ha de nacer de amor, de estar uno abrasado en Dios; como

el águila, que se cuenta de ella que, cuando está vieja y se quiere remozar, que va

volando hasta estar muy cerca del sol, y pónese en derecho de una laguna y déjase

caer: con el fuego que trae y frialdad que cobra, cáense las plumas viejas y torna a

renovarse. Así hace el que se arrepiente de los pecados: sube en el entendimiento,

que son las alas de la voluntad; va subiendo y mirando quién es Dios y lo que ha

hecho por Él; y con este amor encendido, cae en el agua de los pecados y llóralos

y gímelos; y así sale en gracia y amistad de Dios (Plática 11,2).

5 Cf. Sermón 76,21; 77,1.

6 Cf. Carta 222; 69; Tratado del Amor de Dios, 13.

7 Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 18; Plática 3,22.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

8

Todos necesitamos “reconciliarnos” con la persona y el estilo de Jesucristo y renovar

nuestro sacerdocio a la luz del Evangelio. El Cardenal Claudio Hummes, siendo

Prefecto de la Congregación para el Clero, al conmemorarse el cuadragésimo

aniversario de la «Sacerdotalis Caelibatus» afirmó que:

Sólo se puede ser testigos de Dios si se hace una profunda experiencia de Cristo.

De la relación con el Señor depende toda la existencia sacerdotal, la calidad de su

experiencia de martyria, de su testimonio. Sólo es testigo de lo Absoluto quien de

verdad tiene a Jesús por amigo y Señor, quien goza de su comunión. Cristo no es

solamente objeto de reflexión, tesis teológica o recuerdo histórico; es el Señor

presente; está vivo porque resucitó y nosotros sólo estamos vivos en la medida en

que participamos cada vez más profundamente de su vida. En esta fe explícita se

funda toda la existencia sacerdotal»8.

El Corazón de Jesucristo permanece siempre abierto para comunicarnos el agua viva de

su amor (cf. Jn 4,13-14), sin el cual nos convertimos en sacerdotes “grasientos”, sin

unción, como dice el Papa. En la ordenación hemos recibido un “don” que no podemos

descuidar, sino reavivarlo continuamente siendo agradecidos y generosos con el Señor y

con la comunidad (cf. 1Tim 4,14; 2Tim 1,6). No podemos comprender nuestra vida y

ministerio al margen del amor de Dios manifestado en Jesucristo, y derramado en

nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rom 5,5; Gal 4,6). En

esto consiste toda vida espiritual, en participar de la respiración de amor mutuo del

Padre y del Hijo, creciendo como hijos en gracia y amor9, irradiando su gloria en este

mundo (cf. 2Cor 3,18). Gracias al Espíritu nuestro corazón invoca a Dios como Padre y,

reconoce y confiesa a Jesús como el Señor (cf. Rom 8,15).

La vida espiritual nos ayuda también a los sacerdotes a recuperar el sentido de Dios y el

sentido del hombre. El Papa Pío XII afirmó que el pecado de nuestro siglo es la pérdida

del sentido del pecado y esta pérdida está acompañada por la pérdida del sentido de

Dios10

. Esta realidad que constatamos, también puede afectar a nuestra vida. La vida

espiritual es como un retorno al paraíso, a la obediencia a Dios y a la caridad. Hay un

8 Artículo publicado en la edición italiana de «L’Osservatore Romano» (17.03.2007).

9 Cf. Sermón 32,5.11; 33,2.

10 PÍO XII, Radiomensaje al Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos de América

en Boston (26 de octubre de 1946).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

9

camino de santidad que recorrer, una identificación con Jesucristo a adquirir en la

apertura cotidiana a la gracia y en el ejercicio del ministerio.

Sin esta apertura al Espíritu, nuestra vida cristiana languidece y nuestro sacerdocio se

vuelve estéril. En cambio, si queremos crecer y dar fruto hemos de ser dóciles al

Espíritu y perseverar unidos a Jesucristo: “lo mismo que el sarmiento no puede dar

fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis

en mí” (Jn 15,4). Pensemos en un ejemplo que nos ofrece San Juan de Ávila: si una

madre le da papa a su niño un día, y otros cuatro lo hace ayunar, por mucha cantidad de

alimento que hubiese injerido aquel día, difícilmente llegará a ser un hombre fuerte y

sano. De la misma manera, nosotros no podemos madurar si no asumimos este

dinamismo de crecimiento continuo y progresivo. Ávila entiende la perseverancia como

fidelidad a la propia vocación, a vivir y hacer cada uno lo que le es propio conforme a

su condición y estado11

. Nuestra amistad profunda con el Señor nos permite reconocer y

agradecer sus dones; de lo contrario, caeremos en el enfriamiento o debilitamiento

espiritual, que procede en gran medida de la falta de agradecimiento. La ingratitud –

decía san Bernardo- es como el viento abrasador que seca el manantial de la piedad, el

rocío de la misericordia y el arroyo de la gracia12

.

Los medios para cuidar nuestra vida espiritual ya los conocemos. Además del ejercicio

del ministerio, podemos aprovecharnos de los que el Maestro Ávila nos presenta en sus

Reglas del espíritu, muy válidas para nuestra espiritualidad sacerdotal: hacer memoria

afectiva de Dios y unión de voluntades; cada mañana y cada noche detenerse en

oración. Frecuente confesión y comunión; dolor de los pecados y misericordia para con

el prójimo, desde la humildad y la confianza; cuidar las compañías, huyendo de las

murmuraciones y de las amistades que favorecen las malas costumbres; caridad

concreta y operativa con el prójimo, sin detenernos engreídamente en nuestras buenas

obras, confesando más bien la mediación de Jesucristo.

Cuidar estas realidades nos ayudarán a vivir con el espíritu de Jesucristo, sin el cual no

hay vida cristiana ni sacerdotal, con la severidad que nos advierte el apóstol: “si alguno

11

Cf. Carta 148; Memorial Segundo al Concilio de Trento, 16; Avisos para aprovechar en la oración, 3; Reglas del espíritu, 6; Sermón 24,29. 12

SAN BERNARDO, Sermones sobre el Cantar, 51,6.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

10

no tiene el espíritu de Cristo, éste no es de Cristo” (Rom 8,9)13

. La imitación de Cristo

es una transformación interior, obra de la gracia que “nos va transformando en esa

misma imagen cada vez más gloriosa” (2Cor 3,18). Nuestra honra es seguirle, no sólo

en lo interior sino también en lo exterior con nuestro servicio, pues no nos ha llamado

para ser filósofos ni poderosos, ni tenemos tanto que ver con los hábiles como con los

buenos14

.

Antes, y a la vez que pastores, somos ovejas del único rebaño de Jesucristo; es decir,

somos discípulos. El resucitado camina delante de nosotros (cf. Jn 10,4) y sostiene a la

Iglesia con su Espíritu. Una espiritualidad sacerdotal del seguimiento propicia un

encuentro real entre nuestra fe y nuestra vida, traducido en una acogida solidaria y en un

acompañamiento fraterno del hermano desde la misericordia pastoral. Nuestro humilde

ministerio debería ser el punto de encuentro del corazón de Jesucristo con los hombres y

mujeres de nuestro tiempo, sedientos de amor y de verdad.

La salvación no es un tesoro que transportamos para los demás, sino una gracia que

trasmitimos mejor en la medida en que el Espíritu mora en nosotros15

, ya que –como

decía San Ireneo- seguir al Salvador equivale a participar de la salvación, y seguir a la

luz es lo mismo que quedar iluminado16

. A esta unidad de gracia, que realiza

continuamente el Espíritu Santo en el alma humana, San Juan de Ávila la llama

espirituación17

. Sin ella, los sacerdotes corremos el gran riesgo de hacer muchas cosas

santas sin alma, de decir muchas palabras buenas sin espíritu, de comunicar un mensaje

sin transmitir alegría, de acercarnos a muchas personas sin el fuego de la caridad de

Jesucristo.

Necesitamos formarnos y conformarnos espiritualmente en la caridad de Jesucristo

aprendiendo de Él a amar como pastores, incansable y comprometidamente,

anteponiendo el Reino a nuestra vida privada e intereses personales. Se trata de unirnos

a la vida de Jesús en su amor y ofrenda, como sacerdotes y víctimas a la medida de

Cristo:

13

Carta 12. 14

Memorial Primero al Concilio de Trento, 18. 15

Sermón 30,32. 16

SAN IRENEO, Adversus haereses, IV, 14, 1. 17

Sermón 30,18.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

11

¿Qué cosa más vergonzosa que tener nombre de pobres y ser propietarios de

nuestro corazón, tener nombre de obedientes y estar enteros en nuestra voluntad,

tener nombre y hábito de humildes y estar hierta la cerviz? …… Ésta es la primera

letra del a b c, que quien quisiere seguir a Cristo, se niegue a sí mesmo; y ahí

habéis de poner la medicina, y en esto habéis de trabajar, en que se rinda vuestro

corazón a Dios (Plática 16,18).

Jesucristo quiere que le amemos y sirvamos, pero no forzados, sino voluntariamente, y

por eso dice: “el que quisiere”; para que nuestro servicio proceda del amor, de un

corazón libre y apasionado por Él y por su misión18

. San Juan Pablo II, en la encíclica

Redemptor hominis, aludía a la disponibilidad para el servicio como aquella “madurez

espiritual” propia de quien desea servir como Cristo19

. Debemos sentirnos dichosos y

felices por haber sido llamados a desempeñar en la Iglesia y en el mundo un oficio de

humildad y servicio como es el sacerdocio, a través del munus pastorale20

. Este don, al

igual que toda la realidad de la Iglesia, tiene su esencia íntima, la principal fuente de su

eficacia santificadora, en la mística unión con Cristo, como diría Pablo VI21

.

El corazón de Jesucristo estaba siempre pronto, tanto para el servicio a los hermanos

como para el trato íntimo con Dios. Si de verdad queremos servir con su corazón

necesitamos de este encuentro amigable, de su compañía, de estar con Él junto al

sagrario: ¿Quién, Señor, se esconderá del calor de tu corazón (cf. Sal 18,7), que

calienta al nuestro con su presencia, y, como de horno muy grande, saltan centellas a

lo que está cerca?, se pregunta San Juan de Ávila escribiendo a un sacerdote22

.

Nuestro aliento será, como hemos dicho, el espíritu de Jesucristo recibido en el ejercicio

del ministerio; a través de los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en la

Penitencia; y en esos momentos indispensables de encuentro con Dios en la oración.

Nadie nos puede sustituir en esta empresa, y nada nos debiera apartar de este fuego, ni

siquiera las muchas urgencias y actividades que programamos, y que en ocasiones

priorizamos idolátricamente. Como diría Santa Teresa de Jesús, sólo la obediencia y la

18

Cf. Plática 16,6. 19

Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptor hominis, n n. 21. 20

Sermón 35,5. 21

Cf. PAULUS PP. VI, «Allocutio tertia SS. Concilii periodo exacta» (Sessio V, 21.XI.1964), en

SACROSANCTUM OECUMENICUM CONCILIUM VATICANUM II, Consitutiones. Decreta. Declarationes, Vaticano 1966, 984. 22

Carta 6.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

12

caridad nos pueden urgir a dejar momentáneamente la oración, pues, según el

testimonio de los santos, es dejar a Dios por Dios. Ahora bien, no es de creer –entiende

Ávila- que quien es tan amigo de verdad en todas sus obras y sus sacrificios, no quiera

serlo en el trato familiar del sacramento de la Eucaristía23

. El mismo Ávila resuelve el

conflicto secular entre la acción y la contemplación sirviéndose de una sencilla

comparación con el alimento, el sueño o la hacienda:

Porque, así como un hombre, por buenos manjares que coma, si no tiene reposo

de sueño terná flaqueza, y aun corre el riesgo de perder el juicio, así acaecerá a

quien bien obra y no ora. Porque aquello es la oración para el ánima que el sueño

al cuerpo. No hay hacienda, por gruesa que sea, que no se acabe, si gastan y no

ganan; ni buenas obras que duren sin oración, porque en ella se alcanza lumbre y

espíritu, con que se recobre lo que con las ocupaciones, aunque buenas, se

disminuye del hervor de la caridad e interior devoción (Audi filia (II) 70,8).

El tiempo que dedicamos a la oración es una respuesta a la amistad interior y al amor

entrañable que Jesucristo nos ofrece:

Si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración y que sea con

instancia, y compasión, llorando con los que lloran, ¿con cuánta más razón debe

de hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna por los pobres, salud

para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para culpados, vida para

muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles, y, en

fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien

que el Señor en la cruz les ganó? (Tratado sobre el sacerdocio, 11).

Por eso, nuestra oración no es sólo alimento espiritual, sino también un servicio de

intercesión en favor de los hombres, con afecto de padre y madre para con nuestros

hijos, pues nos llamamos padres de nuestros parroquianos24

. Ellos depositan en

nosotros una gran confianza, un común sentimiento de que les encomendamos y de que

Dios escucha nuestras plegarias25

. Una oración habitual de intercesión por el pueblo

requiere ejercicio, costumbre y santidad de vida; pero es ante todo un don infundido y

23

Tratado sobre el sacerdocio, 12. 24

Cf. Tratado sobre el sacerdocio, 36. 25

Cf. Tratado sobre el sacerdocio, 9.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

13

obra del Espíritu Santo, pues la oración es fría cuando no la mueve inspiración del

Espíritu Santo, cuando no viene primero el soplo santo26

.

Si no sabes orar, entra en la mar, nos recomienda Ávila en el Audi filia. Es decir, si no

sabemos o nos cuesta orar, el mejor modo de aprender o de vencernos es dedicándole

tiempo, permaneciendo junto al Señor. Esta relación con Él se reflejará indudablemente

en el trato con los demás, porque la caridad pastoral es mucho más que la generosidad

fraterna y tiene su fuente en el amor de Jesucristo Cabeza y Pastor que se desposó con

la Iglesia, y con mucha alegría de su corazón, por ver cerca el remedio de los

hombres27

. Este deseo de entregarnos y esta caridad se nutre de la oración, que garantiza

la alegría de un ministerio gozoso, aun en medio de pruebas y dificultades, pues la

alegría da fuerzas, da perseverancia, y hace entristecer a nuestros enemigos, y alegra

al espíritu de Dios que en los suyos mora, porque Él es alegre28

.

La vida de oración se manifiesta en la alegría del sacerdote, que los fieles perciben con

un olfato especial. La verdadera alegría es un termómetro de la unión con Dios,

reflejando la madurez cristiana especialmente en las circunstancias más adversas. Ávila

nos lo relata en Audi filia a través del testimonio de los santos, para que tomemos

ejemplo y perseveremos alegres en el servicio:

Como de Judas Macabeo se lee, que peleaba con alegría, y así vencía (1Mac

3,21). Y San Antón, hombre experimentado en las espirituales guerras, solía

decir que «la alegría espiritual es admirable y poderoso remedio para vencer a

nuestro enemigo». Que cierto es que el deleite, que se toma en la obra,

acrecienta fuerzas para la hacer. Y por esto San Pablo nos amonesta: Gozaos

siempre en el Señor (Flp 4,4). Y de San Francisco se lee que reprehendía a los

frailes, que veía andar tristes y mustios, y les decía: «No debe el que a Dios sirve

estar de esa manera, si no es por haber cometido algún pecado. Si tú lo has

hecho, confiésate, y torna a tu alegría. Y de Santo Domingo se lee parecer en su

faz una alegre serenidad, que daba testimonio de su alegría interior, la cual suele

nacer del amor del Señor, y de la viva esperanza de su misericordia, con la cual

26

Cf. Plática 2,10; Sermón 63,17 27

Cf. Sermón 36,97. 28

Carta 39.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

14

pueden llevar a cuestas su cruz, no sólo con paciencia, mas con alegría (Audi

filia (II) 23,3).

San Juan de Ávila sitúa siempre a Jesucristo, el Hijo, en el centro de las esperanzas de

los hombres, invitándoles a confiar en el Padre29

. Nuestra vivencia alegre, celebración

en la fe y testimonio audaz del misterio de Jesucristo –misterio de amor y misericordia-

será el mejor recurso espiritual y pastoral para el bien de los hombres y mujeres de

nuestro tiempo, y para nuestro crecimiento personal.

La Virgen María es madre de fe y maestra en este camino espiritual, por eso hemos de

confiar en que Ella nos ayudará. No nos cansemos de caminar y de trabajar el corazón

porque, como recomienda Ávila a un dirigido suyo, quien no gana más en el camino de

Dios, pierde lo que tiene; y para conservar lo ganado es menester trabajar. Pensad que

cada día comenzáis30

.

El mejor modo de recomenzar es abandonarnos siempre nuevamente en Dios. Atrás

quedan los años, más o menos cercanos, de nuestra formación inicial, pero ¿por qué han

de permanecer enterradas la ilusión, la piedad y el fervor? Volvamos al amor primero, a

la confianza en Aquél que nos ha llamado por su misericordia; y aunque desconfiemos

de la sinceridad de nuestro empeño seamos valientes y hagamos nuestra la oración de

San Ignacio: Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y

toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno;

todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que

ésta me basta31

.

En este retiro pongámonos con humildad y confianza delante de Jesucristo y

contemplemos desde la fe cómo abrió sus entrañas y corazón. Por aquel agujero del

costado podremos ver su corazón y el amor que tiene. Abrámosle el nuestro, que no esté

cerrado. Parémonos a pensar: Señor, tu corazón abierto y alanceado por mí, ¿y no te

amaré yo a ti? Me abriste tu corazón, ¿y no te abriré yo el mío?32

.

29

Cf. Tratado del Amor de Dios, 13; Sermón 2,12; 48,15; Lecciones sobre la primera canónica

de san Juan (1), 22; Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 17. 30

Carta 211. 31

SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales, 234. 32

Sermón 5[2], 20.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

15

2. SANTIDAD SACERDOTAL

La santidad es apertura al don del Padre y docilidad al Espíritu, que dirige nuestras

vidas hacia la plenitud en el seguimiento de Jesucristo, a través del camino de los

mandamientos y de la caridad33

. Consiste en dejar que Jesucristo nos una al Padre a

través de nuestra participación en su misterio pascual, como nos enseña el Concilio

Vaticano II34

.

El bautismo nos ha regalado esta semilla de santidad, llamada a crecer, desarrollarse y

germinar en una vida nueva (cf. Rom 6,3-4) porque “hemos sido bendecidos en la

persona de Cristo para ser santos e irreprochables en su presencia por el amor” (Ef

1,3-4). Como diría San Juan de Ávila, la perfección consiste en amar. Lo que más le

agrada a Dios es el amor, y nuestra bienaventuranza está en juntarnos con Dios por

amor35

, en aquel amor, que nos hace salir de nosotros mismos y nos une al que

amamos36

. Es la kénosis asumida por el Hijo para unirnos a Él en su amor redentor.

Jesucristo en cuanto hombre es Cabeza de la humanidad, y conforme a este principado

recibió de Dios gracia infinita, para que de Él, como de una fuente de gracia y un mar de

santidad, la recibamos todos los hombres (cf. Jn 1,16; 1Cor 1,30). Él ha santificado a la

humanidad entera y nos va santificando a cada uno de nosotros. Él nos santifica37

.

El sacramento del orden nos ha enriquecido con la gracia santificante y con el sello del

Espíritu, configurando nuestra vocación a la santidad. San Juan de Ávila defiende una

espiritualidad y santidad dinámica en el sacerdocio, que va profundizando en la

intimidad con Dios y en la experiencia de su amor, a través de la caridad pastoral. En

una audiencia a la Congregación para las Causas de los Santos, el Papa emérito

33

Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 7. 34

Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentium, 41. 35

Sermón 51,39. 36

Cf. Sermón 50,2-4. 37

Cf. Sermón 36,7; Tratado del Amor de Dios, 4.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

16

Benedicto XVI resumía el ejemplo de los santos resaltando tres dimensiones

fundamentales de sus vidas: una búsqueda continua de la perfección evangélica, el

rechazo de la mediocridad y la tensión hacia la pertenencia total a Cristo38

. A lo largo de

la historia, la Iglesia ha reconocido esta santidad en numerosísimos pastores -obispos y

presbíteros- que nos recuerdan que la santidad es posible y es para nosotros.

Nuestra santidad cotidiana, en el mundo y entre los hombres, constituye nuestra primera

forma de evangelización39

. Por eso no podemos invertir los términos y procurar una

“santidad o un ministerio de escaparate”, tocando la trompeta por delante de nosotros

mismos (cf. Mt 6,2), justificándonos –señala Bianchi- con la necesidad de dar

testimonio40

. Estas actitudes, propias de quienes teniendo nombre de vivos, están

muertos (Ap 3,1-2)41

, darían lugar a una evangelización sin alma, de medios vanos y

fingimientos de hipocresía, al servicio tan solo de la propia imagen. La vivencia del

amor de Jesucristo encierra en sí misma la fuerza de un testimonio creíble, de un camino

real de santidad. Sería una gran perversión convertir nuestra santidad en bandera del

ministerio.

Anhelemos, más bien, aquella santidad “mariana” de la verdad de la buena vida; que

es como la lumbre que sale del sol, no para buscar la alabanza de los hombres sino para

que nuestras obras estén llenas de amor a los ojos de Dios y de los hombres42

, y así den

gloria a Dios, nuestro Padre.

El verdadero profeta no busca su propia gloria, sino que Dios sea glorificado en él y por

sus obras, hasta el punto de que Jesucristo hable y obre en él (cf. 2Cor 13,3; Gal 4,13-

14)43

. Por eso se requiere una cierta proporción del que trata con la cosa tratada; y

Dios que es Santo (Lev 11,44; 1Pe 1,16) y es Amor (1Jn 4,8)44

, reclama en la Escritura,

en los sacramentos y en su Iglesia, ser tratado de brazos y corazones limpios, con

bondad de vida, y piedad cristiana45

. Dios nos guarde de convertirnos en aquellos

38

BENEDICTO XVI, «A la Congregación para las causas de los santos en el 40º aniversario de su

institución» (19.12.2009). 39

Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, nn.42-43. 40

BIANCHI, E., Jesús y las bienaventuranzas, Santander 2012, 77. 41

Cf. Carta 34. 42

Sermón 75,37. 43

Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 13.16. 44

Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 6; Sermón 36,2; Tratado sobre el sacerdocio, 5. 45

Cf. Audi Filia (II) 48,4; Plática 2,5; Carta 211.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

17

“falsos Cristos”46

-que llamaba Ávila- que con obras o palabras invitan a no creer, aun

teniendo apariencia de santidad.

Lo que hemos expuesto hasta el momento es aplicable a cuanto hacemos en la vida y

celebramos en la liturgia. No es cuestión solamente de celebrar respetando las normas

litúrgicas, ni de predicar sin faltar al dogma, o de regir la comunidad con una autoridad

discreta. Todo esto es laudable, pero no es suficiente. La perfección mira al amor con

que obramos, según las palabras del apóstol: “revestíos del amor, que es el vínculo de la

perfección” (Col 3,14). Si buscamos la fidelidad al ministerio, ésta exige amor y

entrega; de lo contrario, nuestra vida se reduciría a cumplir con rutina, y sólo como un

deber, ciertos servicios religiosos y unas horas de rezo, fruto de la responsabilidad

contraída y/o de un temor servil a Dios. Y, por otra parte, tanto la exposición de la

Palabra como el culto verdadero –escribía Romero Pose- si no se apoyan en la sencillez

son germen de mentira, alimentan la separación entre teoría y vida, y conducen a un

culto vacío en la pura exterioridad47

.

Nuestra santidad estriba –como hemos dicho- en la pureza de aquella caridad con la

que se ama y se sirve a Dios y al prójimo48

, en la humildad y sencillez cotidiana del

ministerio que predicaba San Vicente de Paúl a los sacerdotes:

Consiste en hacer todas las cosas por amor de Dios… Todos los actos de esta

virtud consisten en decir las cosas sencillamente, sin doblez ni artificio… Toda

nuestra vida se emplea en ejercer actos de caridad para con Dios o para con el

prójimo, y en ambos casos hemos de proceder sencillamente49

.

Faltándonos ésta, mendigaremos el descanso en ambiciones, comodidades, placeres o

intereses que eclipsan la mente y apagan nuestro espíritu con preocupaciones,

ansiedades y temores mundanos. Reconociendo nuestras limitaciones y pobrezas,

46

Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 7. 47

Cf. ROMERO POSE, E., «Apuntes sobre el ministerio en San Ireneo (La sencillez de Dios y del

hombre)», en AA.VV., Ministerio Sacerdotal y Trinidad, Salamanca 1998, 51-52. 48

Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 7. 49

SAN VICENTE DE PAÚL, Conferencias a los sacerdotes (Sobre la conformidad con la voluntad

de Dios), 218.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

18

podremos abrirnos humildemente a la inmensidad de amor con que el Padre nos dio a

su Hijo, y con Él nos dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las cosas…50

.

San Juan Pablo II, hablando de la nueva evangelización, afirmó en su encíclica Veritatis

splendor que «la vida santa conduce a plenitud de expresión y actuación el triple y

unitario “munus propheticum, sacerdotale et regale” que cada cristiano recibe como

don en su renacimiento bautismal “de agua y de Espíritu” (Jn 3,5)51

». La nueva

evangelización necesita nuevos evangelizadores santos, con obras creativas y renovadas

por la caridad; y, en nuestro caso particular, necesita sacerdotes comprometidos a vivir

la vocación con ilusión en un camino hacia la santidad.

San Juan de Ávila se preguntaba, ¿por qué los sacerdotes no somos santos? Es la

misma extrañeza que experimenta a veces nuestro mundo, sediento de un testimonio

más evangélico por nuestra parte. Ya decía Jesús: “¡Ay del mundo por los escándalos!

Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el

escándalo viene!” (Mt 18,7). Pero, ¿qué son los escándalos sino tropiezos que nos

llevan a obrar el mal y a pecar? El remedio que nos propone el Maestro Ávila consiste

en la humildad de convertirnos al perdón misericordioso de Dios, y en ofrecer esta

misericordia a los hermanos.

Lloremos los males que hemos hecho, los malos ejemplos que hemos dado; y aun

no basta esto: lloremos los males que han venido a los otros por no tener nosotros

la santidad de vida, la fuerza en la oración que era menester para ir a la mano al

Señor y recabar de él misericordia y perdón en lugar de castigo… si nosotros

fuéramos los que debiéramos, le hubiéramos librado de mal con nuestra oración y

sacrificio y alcanzándole muchos bienes del cuerpo y del alma (Plática 2,16).

La alteza del oficio sacerdotal ha de ir asociada a una alteza de santidad, que se

identificada con la humildad de Jesucristo, que tomando condición de siervo se humilló

a sí mismo (cf. Flp 2,7-8). El modelo perfectísimo de los sacerdotes es Jesucristo y nada

vale la santidad que no siga sus huellas, observó Pablo VI comentando la obra de Juan

de Ávila52

. Acordémonos de lo que Jesucristo mismo nos ha dicho: “No es más el

50

Carta 160. 51

JUAN PABLO II, Carta encíclica Veritatis splendor, n.107. 52

Cf. PAULUS PP. VI, «Litterae decretales Beato Ioanni de Avila, Presbytero Confessori,

sanctorum honores decernuntur» (31.V.1970), en AAS 63 (1971) 342.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

19

siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía” (Jn 13,16; 15,20). Por eso, no

puede haber santidad sin humildad53

. Así como el inocente cargó sobre sí el pecado de

los culpables, su ejemplo de humildad ha de ser para nosotros motor para reparar

nuestro propio pecado, el de nuestros hermanos sacerdotes y el de la humanidad.

Ante el pecado y la debilidad del hermano debemos reaccionar con misericordia, según

nos ha enseñado Jesucristo: “¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del

mismo modo que yo me compadecí de ti?” (Mt 18,33). Los presbiterios deberían ser las

primeras “casas de misericordia”, y no nuestros habituales “campos de batalla”, para

que cada sacerdote se sintiese acogido, acompañado y fortalecido por la caridad de sus

hermanos, y no el enemigo en su propio campo. Si alguien nos ofende o se mantiene en

el pecado no podemos responder con nuevas ofensas: ¡Gran locura es imitar la locura

del loco! Jesucristo –nos dice Ávila- no aguarda de nosotros dar cuchilladas, poner

pleitos o levantar bandos ante las ofensas recibidas.

El pecado siempre embota el corazón y la razón, avinagra nuestro espíritu, y cuando el

amor propio se siente herido tiende a imponerse sobre nuestra conciencia54

. Pero, ¿cómo

predicar a otros la llamada a la santidad, sin convertirnos nosotros a ella cada día?

Jesucristo es el médico de nuestro corazón sacerdotal, que viene a curar nuestra

inteligencia y voluntad de la enfermedad del egoísmo, para prepararnos espiritualmente

al servicio del Reino. Lo que se nos pide es que queramos estar sanos y entendamos en

nuestra cura; y aunque no sanemos del todo, que no nos desanimemos por ello ni

abandonemos el propósito ni los medios55

.

Donde falta el deseo de santidad, el hombre busca sus sustitutos en el espíritu del

mundo. Se trata de una tentación real también para nosotros, que amenaza con debilitar

nuestra vida, y de consentirla restaría credibilidad a nuestra predicación: grandes

banquetes, en vez de mesa pobre; en lugar de huéspedes pobres, ricos e influyentes;

descanso y música profana, por estudio y lectura espiritual; en lugar de conversaciones

espirituales y edificantes, crítica amarga y murmuraciones; en vez de imágenes que

muevan a la piedad, decoraciones y lujos mundanos… Los ejemplos que hemos referido

son advertencias que el Maestro Ávila dirigió al Concilio de Toledo, pocos años antes

53

Cf. Sermón 66,10; 25,2. 54

Cf. Sermón 25,3-4. 55

Sermón 54,37.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

20

de su muerte, pero quizás no hayan perdido aún su actualidad. ¿Acaso distan tanto estos

avisos del camino profético propuesto por el Papa Francisco desde el inicio de su

pontificado?

No cabe duda de que nuestra falta de virtud se tiende a revestir de mundana vanidad; y

ésta, lejos de evangelizar a los hombres y de sentirse llevados sobre nuestros hombros

de pastores (cf. Lc 15,5), les espanta como si fuésemos lobos56

. El sensus fidelium

enseguida distingue el buen olor de Cristo (2Cor 2,15) en el sacerdote sencillo y

humilde, en el honesto y pobre57

. La vocación a la santidad y la seducción de la

mundanidad, serán siempre dos voces contrapuestas que reclamen nuestra atención, aun

cuando sus formas varíen en el tiempo.

Darnos cuenta de nuestra debilidad y desenmascarar las posibles tentaciones son los

primeros pasos hacia la santidad, confiados en la misericordia del Pastor Santo y Sumo

Sacerdote, capaz de compadecerse de nuestras pobrezas y pecados. Acerquémonos a

Jesucristo con pasos de confianza para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos

ayude oportunamente (cf. Heb 4,15-16), que nos haga firmes en la fe y en el amor para

que, a pesar de todo, tendamos a la perfección, según su palabra: Sed perfectos, como

vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48)58

.

Elevémonos a lo perfecto (Heb 6,1) obrando Él y nosotros con Él, como hombres

celestiales o ángeles terrenales, con una espiritualidad hondamente cristiana y un

servicio profundamente humano y misericordioso como el de Jesús. La santidad no es

una realidad etérea o desentendida de este mundo, sino identificada con el misterio de la

encarnación de Jesucristo, que vino a poner amor donde reinaba el odio, paz donde

persistía la violencia... Benedicto XVI, en su encíclica Spe salvi, hacía notar el gran

valor que el hombre tiene para Dios, que se hizo hombre para poder com-padecer Él

mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre59

.

Nuestra santidad consiste en amar como pastores, sintiendo con las entrañas de

Jesucristo, asemejándonos a Él, dando la vida, compadeciéndonos de los hermanos, de

sus pecados, en sus dificultades, sufrimientos o necesidades. Se trata de una gracia de

56

Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 2. 57

Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 24. 58

CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis, 12. 59

BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi, n. 39.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

21

Dios que hemos de pedir diariamente en la oración. Una gracia que el Señor nos

concede a la vez que caminamos, experimentando frecuentemente la paradoja del

seguimiento cristiano: la gloria y la cruz, la fuerza de Dios y la hostilidad del espíritu de

este mundo.

La santidad entendida como vida buena, entraña renuncia a uno mismo y capacidad de

sacrificio por amor, porque sólo el amor generoso y desinteresado que se mira en Cristo

es capaz de engendrar vida, incluso en las situaciones y circunstancias más adversas y

contrarias a ese amor. Es la forma de amarnos que nos enseñó Jesucristo, en la que

hemos palpado el amor de Dios, y sabemos que “si Dios nos amó de esta manera,

también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4,11).

Los sacerdotes somos como la faz de la Iglesia en quienes ha de resplandecer su

hermosura, el rostro de Jesucristo60

. En este sentido el Cardenal Newman expresó,

siglos más tarde y con hermosas palabras, las mismas ideas que Ávila tantas veces

repitió a sus discípulos:

Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir

con vosotros el dolor, sintonizar con vosotros, no podrían haber tenido compasión

de vosotros, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como

nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían

llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos, que vienen de entre

nosotros61

.

En su Carta apostólica Novo millennio ineunte San Juan Pablo II afirmaba que el

verdadero misionero es el santo, y nos señalaba que: «para esta pedagogía de la santidad

es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. Es preciso

aprender a orar. En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en

sus íntimos»62

. Por eso no basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y

coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos

bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo “anhelo de santidad”, y el

60

Cf. Plática 1,10; Sermón 55,34; Tratado sobre el sacerdocio, 11.35. 61

BEATO JOHN HENRY NEWMAN, «Hombres, no ángeles: los Sacerdotes del evangelio», en Discursos a las Congregaciones Mixtas, 3. 62

JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, nn.32-34.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

22

secreto se halla en la Eucaristía63

:

Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la

Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio

eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen. En la

Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su

resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la

obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos

remediar nuestra indigencia?64

.

San Juan Pablo II también nos animaba a bregar duc in altum (Lc 5,4), pero con ello se

refería no sólo a un compromiso misionero más fuerte, sino también, y sobre todo, a un

compromiso contemplativo más intenso65

. No se trata de entregarse sin medida cuando

falta la oración, ni de rezar mucho sin amor:

Un poco de oro vale más que mucho cobre. Rezas mucho, pero no amas a Dios,

no amas al prójimo, tienes el corazón seco, duro, no partido con misericordia; no

lloras con los que lloran; y si esto te falta, bien puedes quebrarte la cabeza rezando

y enflaquecerte ayunando; que no puso Dios en eso la santidad principalmente,

sino en el amor (Sermón 76,12).

La verdadera santidad que agrada a Dios es el amor sincero, la limpieza de corazón,

resplandor de su bondad que refleja como en un espejo su gloria (2Cor 3,18)66

. La

santidad avilina es tener un solo corazón asentado en Dios, entero, nunca partido ni

dividido. No hay nada más dañino al sacerdocio que dar cobijo a la doblez, el duplici

corde, que llama el Maestro.

Dios nos había prometido a través del profeta un corazón nuevo: “Derramaré sobre

vosotros un agua pura que os purificará; de todas vuestras inmundicias e idolatrías os

he de purificar, y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo, arrancaré

de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi

espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que guardéis y cumpláis mis

63

JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.90 64

JUAN PABLO II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, n.61. 65

JUAN PABLO II, Solemnidad de la Ascensión del Señor (Homilía, 24.05.2001). 66

Breve exposición de las bienaventuranzas, 6; Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 13.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

23

mandatos” (Ez 36,25-27). El Hijo de Dios se ha hecho carne (Jn 1,14), para darnos

corazones de carne, que participen de su blandura67

.

Quítanos este corazón de piedra, Señor, esta dureza que en él tenemos, y danos un

corazón de carne68

. Con él recibimos novedad de vida y un corazón limpio y recreado

(cf. Rom 6,4-8; Sal 50,12)69

. Convertirnos a Dios consiste en dejarnos abrir el corazón

con la lanza del amor de su Hijo, Jesucristo, para imitar su entrega y generosidad70

.

Acojamos la invitación que nos ha dejado otro gran santo forjador de sacerdotes, San

Juan Eudes:

Entregaos a Jesús para entrar en la inmensidad de su gran Corazón, que contiene

el Corazón de su santa Madre y de todos los santos, y para perderos en este

abismo de amor, de caridad, de misericordia, de humildad, de pureza, de

paciencia, de sumisión y de santidad (Coeur admirable, III, 2).

La contemplación para alcanzar amor que presenta San Ignacio de Loyola al final de los

Ejercicios nos abre a un modo nuevo de vivir y desear la santidad desde el

enamoramiento. El que fue Prepósito General de la Compañía de Jesús, el gran Pedro

Arrupe, expuso esta idea en la última de sus conferencias públicas antes de fallecer71

:

¡Enamórate!

Nada puede importar más que encontrar a Dios.

Es decir, enamorarse de Él

de una manera definitiva y absoluta.

Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación,

y acaba por ir dejando su huella en todo.

Será lo que decida qué es

67

Cf. Sermón 2,24. 68

Sermón 14,29. 69

Cf. Audi filia (II) 88,3; Sermón 14,29. 70

Cf. Carta 10. 71

Cf. ARRUPE, P., «Rooted and Grounded in Love», en Acta Romana Societatis Iesu XVIII

(1981) 472-504.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

24

lo que te saca de la cama en la mañana,

qué haces con tus atardeceres,

en qué empleas tus fines de semana,

lo que lees, lo que conoces,

lo que rompe tu corazón,

y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.

¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!

Todo será de otra manera.

Este enamoramiento es, ante todo, obra del Espíritu que recrea nuestro corazón

sacerdotal, para que tengamos entre nosotros y con todos los hombres los mismos

sentimientos de Jesucristo (cf. Flp 2,5); y seamos en este mundo su humanidad

complementaria en la que renueve todo su misterio, que diría la Beata Isabel de la

Trinidad72

.

72

BEATA ISABEL DE LA TRINIDAD, Elevación a la Santísima Trinidad (21.11.1904).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

25

3. RENOVACIÓN ECLESIAL

La Iglesia es misterio y comunión de santos, y en cuanto tal se ve renovada y

revitalizada por Dios y por sus miembros, cuando permanecen unidos a Jesucristo. Ella

recibe su vida y santidad de Dios. Sacerdocio e Iglesia están intrínseca y recíprocamente

unidos en el amor misericordioso de Jesucristo, y éste no se entiende al margen de la

misión trinitaria, eje de la misión de la Iglesia y horizonte permanente de su

renovación73

.

La referencia a Jesucristo y a la Iglesia es esencial en el ministerio sacerdotal y en

nuestra vida espiritual. La nueva evangelización –como hemos dicho- sólo será posible

si los evangelizadores cambiamos interiormente nuestro corazón con la fuerza del amor

de Dios que posibilita un testimonio creíble y audaz. La fidelidad a la vocación recibida

edifica la Iglesia, e igualmente, cada infidelidad es una dolorosa herida para el Cuerpo

místico de Cristo. Cuanto atañe a nuestra vida y ministerio afecta místicamente a la

edificación y crecimiento de la Iglesia (cf. Ef 4,16). Acercándonos a Jesucristo -afirma

el apóstol- también nosotros, como piedras vivas, “participamos” en la “re-

construcción” de esta casa espiritual (1Pe 2,4-5)74

.

San Juan de Ávila insiste en que tengamos “siete ojos” puestos en la Iglesia, que es la

Casa donde el Señor celebra su Pascua, donde consagra, donde hace sacerdotes, donde

predica a sus discípulos, donde envió después al Espíritu Santo75

. ¿Qué quiere decir

esto? Que no podemos pretender una renovación de la Iglesia al margen de ella misma,

de su naturaleza y misión. Cualquier renovación sacerdotal y eclesial es Obra de Dios,

para que el pueblo formado para Él cante su alabanza, como profetizó Isaías (Is

43,21)76

. Cualquier intento de renovación en el seno de la Iglesia debe inspirarse en el

sacerdocio de Cristo, que ha inaugurado una nueva ley, un nuevo sacerdocio, un nuevo

73

JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.1. 74

Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentium, 10; JUAN PABLO II, Exhortación

apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, 31. 75

Sermón 33,9 76

Sermón 52,5.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

26

sacrificio y un nuevo culto77

.

La misión renueva la Iglesia, decía San Juan Pablo II78

. Con nuestra santidad en el

ministerio, unidos al Obispo, somos los primeros responsables de que la Iglesia se

ofrezca al mundo como diálogo de caridad79

; e identificada con las llagas del Señor

resucitado80

, renueve su entrega continuando su misión misericordiosa como mesón del

samaritano81

, hasta que Él vuelva82

.

En los santos descubrimos la fuerza de la fe que animó y sostuvo sus pasos. Ellos son

una huella del paso de Jesucristo por este mundo y por su Iglesia. Sus vidas son frutos

de santidad y semillas de renovación en la Iglesia. Así lo fue el santo doctor, Juan de

Ávila. Su testimonio y su insistente predicación de una renovación eclesial a través de

santos sacerdotes, cobra más vigor aun teniendo en cuenta el clima conciliar y

postconciliar en que vive, así como la problemática sacerdotal del momento, no

exclusiva, por otra parte, de aquella época: la naturaleza y razón de ser del sacerdote

ministro, el estilo de vida sacerdotal, la reforma eclesial, la pastoralidad y el

humanismo83

.

En el siglo XVI el estado clerical era lamentable en ciertos aspectos y ambientes. La

Iglesia en España vivía en medio de un gran sinsabor y sentía en lo más profundo de su

vida y estructura la urgente necesidad de reforma, y no faltaron grandes hombres que

impulsaran esta renovación desde dentro. Cabe destacar la acción de algunos clérigos o

grupos espontáneos que, encabezados por espíritus más cultivados, constituyeron un

auténtico fermento para la renovación clerical. Entre estos grupos de clérigos podemos

recordar los teorizantes de la perfección sacerdotal, los encuentros de clérigos

comarcanos, las cofradías de clérigos o las asambleas del clero…

La reforma española contó con dos bases fundamentales: el pensamiento teológico

universitario y una espiritualidad clara y decidida, que ayudaron a sanar de raíz la

77

Sermón 33,9. 78

JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio, n.1. 79

Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 12. 80

Cf. Carta 92. 81

Cf. Sermón 22,20.34. 82

Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 15; Lecciones sobre la primera

canónica de san Juan (2), 13. 83

Cf. ESQUERDA BIFET, J., Escuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Ávila, Roma

1969, 54.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

27

ignorancia y el pecado de los eclesiásticos. Hoy como entonces, espiritualidad renovada

y formación actualizada, deben ir de la mano en todo proyecto de revitalización eclesial

y evangelizador. Tanto San Juan de Ávila como los últimos Papas, han mostrado esta

misma convicción en sus planteamientos de renovación eclesial: la importancia del

Catecismo, los contenidos fundamentales de la fe y su incidencia en la vida cotidiana.

En este contexto, el Maestro Ávila propuso una gran revitalización eclesial. Consciente

de que esta empresa trascendería siempre las fuerzas humanas, invitaba a detener la

mirada en Jesucristo que se entregó a la muerte para reparar a su Iglesia hermosa,

para que no tuviese mancha ni ruga, para que fuese santa y sin mancha cf. Ef 5,25-

27)84

. Su propuesta era una llamada a la conversión, afirmando claramente que si hay

mal obispo, mal cura, mal predicador, cosa difícil es que haya buen pueblo.

Debemos creer que todo el cuerpo malea cuando el príncipe malea. Todos andan

enfermos cuando la cabeza enferma; porque su vida es como regla de la vida de

los otros; a él imitan y a él siguen; y basta que él viva mal para que, aunque no lo

mande con sus palabras, sea seguido e imitado. Por esto pide Dios en los

príncipes, en los pontífices y sacerdotes, en los perlados y predicadores tanta

limpieza, tanta santidad, no solamente en sus palabras, sino en sus vidas, porque

más pueden obrando que hablando. (Lecciones sobre la epístola a los gálatas,

21).

Si los sacerdotes discernimos y secundamos la voluntad de Dios, podremos guiar bien al

pueblo, y siendo lo que debemos, influiremos en él virtud, como el cielo influye en la

tierra: Somos relicarios de Dios85

; es decir, la misma caridad de Cristo: «el abrasado

amor con que Jesucristo amaba a Dios y a los hombres por Dios»86

. El relicario es la

caridad, y Cristo es la caridad del Padre manifestada a los hombres. Así ha de ser

nuestra luz ante los hombres, para que viendo nuestras buenas obras glorifiquen al

Padre (cf. Mt 5,16).

84

Sermón 51,42. 85

Tratado sobre el sacerdocio, 13.33. 86

Audi filia (II) 79.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

28

Como el “oficio” del sacerdote consiste en ser signo vivo del Dios Amor, conviene que

el amor se extienda con amor. San Juan de Ávila quiere encender a los eclesiásticos en

el fuego del amor de Dios para que tengamos para nosotros y para los otros.

¿Qué es trabajar en la viña de Dios? Unos trabajan en la viña de Dios, y otros en la del

diablo, predica Ávila. Trabajar en la viña, es hacer lo que a uno le corresponde según su

estado y vocación y lo contario es buscarse a sí mismo queriendo parecer santo87

. No

podemos descuidar la viña plantada por el Señor ni abandonar el rebaño que nos ha

confiado, pues la vida de los creyentes es fundamental en la transformación del mundo

y en el crecimiento de la Iglesia. En nuestro servicio es Cristo quien está presente en su

Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Maestro de la Verdad y Sumo

Sacerdote del sacrificio redentor, nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (cf. n.

1548).

Debemos permanecer al lado de los hombres como siervos de Jesucristo y servidores

suyos con corazón de madre. Sí, con corazón de madre. Que hubiese en la Iglesia

corazones de madre en los sacerdotes es el sueño de Ávila, porque ese amor maternal

nos traería a los sacerdotes más preocupados y ocupados por entender en la salvación de

los hombres88

.

El Papa Francisco nos está recordando continuamente nuestra vocación al éxodo, a la

peregrinación, a caminar hacia Dios saliendo de nosotros mismos, del pecado, para

establecer nuestra morada en el “Tú” de Dios y en las necesidades del hermano. Nuestro

corazón humano necesita descansar en Dios, y mientras no conseguimos esto,

permanecemos inquietos, enseñaba San Agustín. La Iglesia ha de permanecer siempre

en esa inquietud de buscar a Dios y de buscar al hombre en sus necesidades. Es nuestro

desafío como creyentes y sacerdotes. En su primera homilía durante la Santa Misa con

los cardenales, al día siguiente de su elección, el Papa nos situó claramente en este

camino de conversión: o servimos a Dios o servimos a la mundanidad del demonio.

San Juan de Ávila compara este éxodo personal hacia Dios como una llamada a la

santidad y a ponernos al servicio de la viña, de la Iglesia:

87

Cf. Sermón 8,20. 88

Plática 2,16.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

29

Salgámonos nosotros de nosotros mismos y vámonos al campo de nuestra viña,

que es la Iglesia, que cada uno de esta Iglesia miembro suyo es, y ella el cuerpo;

por eso te dicen parte de viña y viña. Tú viña eres; vete a trabajar en ella; vete a ti

si quieres saber de ti. ¿Qué queréis decir? Vete a tu ánima y haz en ella lo que se

suele hacer en una viña, lo que un diligente hombre debe hacer en ella, podarla,

viñarla, cavarla (Sermón 8,14.).

Trabajar en la viña -en expresión de San Juan de Ávila- es salir a la plaza, vivir en el

mundo la propia vocación: «Ve a la plaza por amor de Dios; ama a tu mujer e hijos por

amor de Dios; entiende en tu oficio y trato lícito, ganando con que sustentes lo que Dios

te dio a cargo, y tente por jornalero»89

. La humanidad sigue necesitando de Dios, y

Jesucristo cuenta con nosotros, por eso nos ha confiado su misión, como exponía

Benedicto XVI aludiendo a nuestra experiencia del amor de Dios en Jesucristo:

La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la

muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con

Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada

vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él (Deus caritas est,

33).

Vivamos nuestro sacerdocio y secularidad siendo capaces de acercarnos a los hombres y

mujeres de nuestro tiempo, de mirarles, amarles y tratarles como a hermanos e hijos. Si

apostamos por un ministerio así se renovará el rostro de nuestra Iglesia-Madre, al

servicio de la misericordia de Dios.

Sin inquietud somos estériles, enseña el Papa Francisco90

. Un clero que tiende a la

santidad y se entrega a las almas con celo apostólico, dedicando tiempo a Dios y a los

hermanos, a la celebración de los misterios de Cristo y a la atención de los pobres, a la

confesión y a la dirección espiritual, a la oración, a la catequesis y a la formación de

adultos…. este clero se convierte en sal de la tierra y luz del mundo, en rostro vivo del

Amigo de los hombres; en definitiva, un sacerdocio así vivido es cauce de renovación

eclesial. Tener tiempo y dar tiempo es para nosotros un modo muy concreto de aprender

89

Sermón 8,21. 90

FRANCISCO, Homilía en el día del Santísimo nombre de Jesús (03.01.2014).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

30

a entregarnos nosotros mismos, de perdernos para encontrarnos91

. Ojalá nuestra

atención pastoral sea reflejo de esa “santa inquietud” que refería el entonces Cardenal

Ratzinger al Colegio Cardenalicio, antes de su elección como pontífice:

Debemos estar impulsados por una santa inquietud: la inquietud de llevar a todos

el don de la fe, de la amistad con Cristo. En verdad, el amor, la amistad de Dios se

nos ha dado para que llegue también a los demás. Hemos recibido la fe para

transmitirla a los demás; somos sacerdotes para servir a los demás. Y debemos dar

un fruto que permanezca… el fruto que permanece es todo lo que hemos

sembrado en las almas humanas: el amor, el conocimiento; el gesto capaz de tocar

el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del Señor92

.

Y durante la homilía del inicio de su pontificado, el Papa Benedicto XVI volvió a

hablarnos de esta “santa inquietud”, de sus raíces y consecuencias:

La santa inquietud de Cristo ha de animar al pastor: no es indiferente para él que

muchas personas vaguen por el desierto. Y hay muchas formas de desierto: el

desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del

abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la

oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la

dignidad y del rumbo del hombre.

Aquí y ahora es el momento y el lugar que Dios nos brinda para continuar el camino

hacia Él y hacia los hermanos. A veces tenemos la sensación o tentación de pensar que

resulta muy difícil evangelizar; de que sembramos y enseguida el espíritu del mundo

arruina el fruto de nuestro esfuerzo. Lo cierto es que nunca ha sido fácil evangelizar.

Pero es hora de despertarnos del sueño del cansancio y del desaliento que nos anestesia

pastoralmente impidiéndonos buscar nuevas formas, nuevos métodos y nuevas

expresiones de la fe en Jesucristo. Es el momento de ofrecer la Verdad, que es Cristo,

para ganar terreno a quienes pretenden conquistar el corazón de los hombres con falsas

promesas de felicidad y redención.

91

BENEDICTO XVI, Discurso a los Cardenales, Arzobispos, Obispos y Prelados Superiores de la Curia Romana (22.12.2006). 92

RATZINGER, J., Misa "pro eligendo Pontifice” (Homilía, 18.04.2005).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

31

La Iglesia una, santa, católica y apostólica es por esencia misterio de comunión y

misión; y siempre encontrará en la santidad y en el amor fraterno los caminos de su

unidad. Por eso podemos pensar en clave eclesial y ministerial lo que el Papa Benedicto

XVI escribía en Caritas in veritate, a propósito de la crisis actual y del desarrollo

humano:

La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar

nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a

rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir

y proyectar de un modo nuevo» (n.21).

También deberíamos replantearnos con seriedad y urgencia una conversión a la

fraternidad apostólica, para reparar tantas situaciones críticas que se repiten en todos los

presbiterios y comunidades, dejando huellas dolorosas y restando impulso

evangelizador.

La renovación de la Iglesia pide una verdadera unión en Dios entre obispo y presbíteros,

como cabeza y miembros; entre fieles y pastores, pero también de todos los cristianos,

aceptando la diversidad de ministerios y carismas como una riqueza para la Iglesia en la

unidad de su misión (cf. AA 2). En la unidad crece la verdadera renovación93

. Para

mejorar el rostro de nuestra Iglesia no basta el trabajo apostólico y evangelizador que se

realiza por libre, sino que se necesita la perfecta comunión con el Obispo, con los demás

miembros de la comunidad, del presbiterio y de la diócesis.

El Maestro Ávila veía con claridad meridiana la situación del clero de su época y no

dudó en promover la convivencia sacerdotal como escuela de fraternidad y santidad. Si

de veras creemos en una renovación de la Iglesia desde la comunión más cercana con

los hermanos sacerdotes del presbiterio, mirémonos en el ejemplo de la Sagrada Familia

de Nazaret, modelo de convivencia humana y espiritual. Jesús, María y José nos

enseñan “tres grandes lecciones”: la vida familiar, el trabajo y el silencio.

¡Cuánto nos insiste el Santo Padre en no ceder a las habladurías, a las críticas, a los

chascarrillos, murmuraciones o calumnias, y a tantas cosas que destruyen las

comunidades y la vida eclesial! Todas estas realidades esconden deficiencias en la

93

BENEDICTO XVI, Audiencia general (27.01.2010).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

32

formación o en la madurez humana y espiritual. Muchas de nuestras carencias y

dificultades, que en ocasiones pueden llegar a convertirse en lastres de la vida

sacerdotal, podrían mejorarse con una evangélica fraternidad afectiva y efectiva.

Por muy perfectas que sean nuestras programaciones apostólicas de laboratorio –como

las llama el Papa- jamás darán fruto si falta la referencia fundante y última a Dios, y

nuestro silencio adorante de la fe. Sí, el silencio de la fe, que nos pide mucha prudencia

ante las obras de Dios, y también ante las obras humanas. Este silencio, como virtud

vivida desde la fe, nos ayudaría muchas veces a sellar nuestros labios, como recomienda

el apóstol: “No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano,

o juzga a un hermano, habla mal de la ley y juzga la ley. Uno es el legislador y juez: el

que puede salvar o perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?” (Sant 4,11-

13a). La renovación viene de la santidad, nunca llegará por el camino de la crítica

amarga y soslayada. Los demás y las circunstancias no son siempre los que tienen la

culpa de todo lo que nos sucede. Muchas veces somos nosotros mismos y lo que

procede del corazón, el motor del bien y del mal. Las circunstancias y “los otros” no nos

eximen de la responsabilidad interior que el Señor espera de cada uno de nosotros.

Como comenta el jesuita José Mª Rodríguez Olaizola:

Escuchad y entended todos: a veces pensáis que el bien está fuera. Lo veis en

gente buena, en héroes cotidianos, en sus palabras, en sus gestos, en sus

capacidades. Y os decís que vosotros no sois capaces, que vosotros estáis

atascados en los errores de siempre, las mismas batallas que parecen

interminables. Y acaso sentís frustración por no estar a la altura, por no ser como

los demás… Pero, ¿sabéis? De dentro del corazón humano también salen los

buenos propósitos, las caricias y la ternura, los gestos de amor verdadero, las

palabras de misericordia, la justicia, la lealtad, la fidelidad y la mesura, la alegría

por el bien del prójimo, la verdad, la humildad y la hondura. Todas esas bondades

las llevamos, inscritas en la entraña, por el Espíritu del Padre que hace de cada

vida un reflejo de su grandeza94

.

94

Sobre Mc 7,14-23.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

33

4. MINISTRO DE LA PALABRA

“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Esta Palabra es

Jesucristo, el Hijo de Dios, al que podemos llegar a conocer a través de la Escritura, de

la predicación y de la palabra de la Iglesia. Dios quiere que se predique esta noticia

alegre al mundo: que tanto nos amó que se transformó en uno de nosotros95

. Jesucristo

nos habló por su propia persona en la humanidad que tomó, y tomando la palabra nos

enseñó (cf. Mt 5,2)96

. Él es la Imagen de Dios invisible (Col 1,15), el amor, la esencia

de la nueva Ley que por la encarnación se ha hecho nuestro camino, como enseña San

Agustín:

No se te dice: «Trabaja por dar con el camino, para que llegues a la verdad y a la

vida»; no se te ordena esto. Perezoso, ¡levántate! El mismo camino viene hacia ti

y te despierta del sueño en que estabas dormido; si es que en verdad estás

despierto: levántate, pues, y anda. A lo mejor estás intentando andar y no puedes

porque te duelen los pies. ¿Y por qué te duelen los pies? ¿Acaso porque

anduvieron por caminos tortuosos bajo los impulsos de la avaricia? Pero piensa

que la Palabra de Dios sanó también a los cojos. «Tengo los pies sanos» -dices-,

«pero no puedo ver el camino». Piensa que también iluminó a los ciegos97

.

La predicación del amor de Dios es primordial en la misión de la Iglesia para enriquecer

al mundo con la esperanza de la salvación de Jesucristo. Su voz ha de ser percibida

como un “aire herido”, gracias a la proclamación fiel de sus palabras, de sus obras y de

los sentimientos de su corazón redentor. La palabra sacramental del sacerdote,

prolongación y presencia del Divino Maestro en su Iglesia, es fuente eficaz de

misericordia y de innumerables gracias98

.

95

Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 1. 96

Cf. Audi filia (II) 45,4. 97

SAN AGUSTÍN, Trat. XXXIV, 8-9. 98

Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El presbítero, pastor y guía de la comunidad

parroquial, n. 9.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

34

A través de la predicación somos colaboradores de Cristo (cf. 2Cor 6,1) transmitiendo a

los hombres aquella Palabra que Él recibió del Padre (cf. Jn 17,8) y que nos ha

confiado. Ésta es como un mar diputado para hacer misericordia a sus corderos99

. Y

ante ella todos somos corderos y discípulos. El apóstol Pedro, en su discurso previo a la

elección de Matías como sucesor de Judas, recuerda la finalidad del ministerio

apostólico: “ser con nosotros testigo de su resurrección” (Hch 1,22). Testigo es aquél

que ha hecho experiencia. Los sacerdotes necesitamos vivir en esta experiencia del

misterio de Jesucristo, para que alimente nuestra fe y suscite en nosotros la fortaleza, el

entusiasmo y la fidelidad en el anuncio del evangelio (cf. 1Tes 1,5).

El anuncio de su resurrección es también participación en su obra redentora, en virtud

no sólo de una experiencia transmitida por los apóstoles, sino verificada diariamente en

nuestras vidas por la presencia viva de Jesucristo y por la acción de su gracia: “el Señor

se puso a mi lado y me dio fuerzas para que por mi medio, se complete la predicación”

(2Tim 4,17).

La predicación es connatural a nuestra condición de pastores y pescadores de hombres

(Mt 4,19), a nuestra paternidad espiritual y fecundidad apostólica (cf. 1Cor 4,15). Si no

predicamos, ¿no seremos acaso semejantes a un “pregonero mudo”?, se preguntaba San

Gregorio Magno100

. En el tiempo presente –comenta San Juan de Ávila- aunque Él

calla, manda que nosotros hablemos por Él lo que Él habló y predicaba. Y cuanto

nosotros decimos con nuestra lengua de carne, Él lo está diciendo con su corazón101

.

Predicar es animar con Jesucristo, que comunica espíritu y vida nueva con su palabra,

más poderosa para dar vida, que el pecado para dar muerte102

. Él es lo verdaderamente

importante, la Palabra misma, y su predicación la hemos de realizar fundamentalmente

en la confianza en la acción del Espíritu Santo y en la eficacia de la Palabra de Dios

sembrada en el amor103

. San Cesáreo de Arlés nos advierte que quien no predica es

porque no ama lo suficiente a los fieles: no alzamos la voz en la iglesia porque no

amamos espiritualmente al pueblo que se nos ha confiado104

.

99

Audi filia (II) 48,4. 100

SAN GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral, 2,4. 101

Cf. Sermón 50,20; Memorial Primero al Concilio de Trento, 14. 102

Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 1. 103

Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, n. 8. 104

SAN CESÁREO DE ARLÉS, Sermón I, 13.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

35

Cerrar las puertas a la Palabra es dificultar el paso de la humanidad, retrasar su pascua

“de las tinieblas a la admirable luz de Dios” (1Pe 2,9)105

. Jesús es el sembrador y la

simiente es su palabra (cf. Lc 8,11), con una fuerza y un fruto que exceden siempre

nuestras cualidades, porque en ellas obra ya el poder de la cruz, la eficacia de su amor

revelado en la Cruz. Esto nos insta a una mayor confianza en Él y a mantenernos en una

dócil responsabilidad, para que no se vea mermado el trigo en su valor. Necesitamos el

don de Dios, la luz del Espíritu para entender y creer más allá de la pequeñez que nos

acobarda y nos hace andar flacos en el testimonio y en la predicación106

.

Los preámbulos de una buena predicación son nuestras actitudes vitales y disposiciones

personales a la hora de acercarnos al texto sagrado. Podríamos preguntarnos: ¿Cómo

estoy predispuesto? ¿Me abro a la Palabra con espíritu de fe en Dios, buscando el

corazón de Jesucristo y el sentir de la Iglesia? ¿Leo y medito para comprender, para

vivir y transmitir o, en cambio, sólo para comunicar o exhortar “a otros”? Aunque es

muy difícil para un hombre hablar bien de Dios107

, lo importante es que el Divino

Maestro ilumine nuestra inteligencia y establezca su amor en nuestro corazón. Nuestro

principal servicio a la predicación es sabernos enviados por Él y estar muy llenos de

Espíritu Santo (Jn 20,21-2)108

, mantenernos firmes en la fe y llevar una vida digna de su

Evangelio, revestidos de los sentimientos del Padre, de Jesucristo y de la Iglesia (1Pe

3,8; Flp 2,2-5). El anuncio no puede prescindir ni disociarse de aquél testimonio

profético de nuestra propia vida, que anime a otros a vivir de la fe en el Hijo de Dios (cf.

Gal 2,20).

San Juan de Ávila advirtió constantemente a los sacerdotes contra la predicación

defectuosa, que afecta tanto a la falta de coherencia de vida como a las verdades que

predicamos. Pero en los memoriales primero y segundo al concilio de Trento, insistió

especialmente también en la forma. La predicación es defectuosa cuando falta el calor

del Espíritu Santo capaz de mover los corazones, y por eso advierte que, faltando su

unción podemos caer en la tentación de predicar invenciones y curiosidades vanas sin

provecho ni sustancia109

. Se preguntaba el Maestro Ávila: ¿para qué tanto sermón si el

105

Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 11. 106

Cf. Carta 18. 107

Sermón 79,2. 108

Sermón 30,2. 109

Cf. Memorial Primero al Concilio de Trento, 3, Memorial Segundo al Concilio de Trento,

12.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

36

hombre se queda seco, frío, y el predicador se queda más porque teniendo poco aceite

quiere dárselo a otro? Así las cosas, ni aprovecha a unos ni a otros110

. Quien predica ha

de tener para dar y para que le quede; ha de tener para sí y para los demás. Jesucristo

crucificado es la piedra de donde, hiriendo, el predicador ha de sacar agua; y el

pedernal que, hiriéndolo, saca fuego para encender los corazones, porque sin Cristo no

se inflaman los corazones ni se vuelven a nuestro Señor111

.

Mendiguemos cada día este amor del Maestro, vayamos a la cátedra de la Cruz,

reconociéndonos sedientos del agua viva, hambrientos de su Verdad que nos cambia por

dentro, para permanecer como sarmientos unidos a la vid, y recibir de Él la vida y el

fruto (Jn 15,4)112

. Como Moisés y Aarón aprendieron de la boca de Dios en el

tabernáculo lo que habían de enseñar a su pueblo, también nosotros antes de predicar

hemos de recibir el agua viva de la Escritura que es sabiduría del cielo, la ciencia y

palabra de Dios113

. Ávila invita a un sacerdote a dejar el cántaro, como la Samaritana,

para mejor gozar del agua viva que Cristo nos ofrece114

. Escuchar y entender la Palabra

de Dios no resulta siempre fácil. Predicarla requiere del estudio y de la oración que

adentra en el espíritu de su letra, para conocer el corazón de la Escritura115

.

Recordemos, a este propósito, las recomendaciones del Papa San Juan Pablo II en la

Pastores gregis:

El Obispo, al igual que sus sacerdotes y los fieles |…| ha de estar como “dentro de”

la Palabra, para dejarse proteger y alimentar como en un regazo materno. Se trata,

ante todo, de la lectura personal frecuente y del estudio atento y asiduo de la

Sagrada Escritura |…| sería un predicador vano de la Palabra hacia fuera, si antes no

la escuchara en su interior116

.

Si en otro tiempo hemos vivido en las tinieblas del pecado, ahora el Señor nos ha

llamado de la ceguedad a su luz, enderezando nuestros pasos con su gracia para que

llegue a los hermanos la misericordia que ha tenido con nosotros. Nuestra voz ha de ser

un instrumento de misericordia, para que Dios levante los corazones caídos de los

110

Cf. Sermón 80,5. 111

Plática 4,1. 112

Cf. Carta 12. 113

Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 48; Sermón 33,11. 114

Carta 10. 115

Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 16. 116

JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores gregis, n. 15.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

37

hombres117

; por eso se nos pide que hablemos desde la abundancia del corazón que ha

encontrado en Jesucristo la razón de su alegría.

San Juan de Ávila compara nuestra voz con el “agua” y “sol”, que riega la sequedad del

corazón humano y lo enciende como calor y fuego con la Palabra de Dios. En realidad

es la Palabra de Dios la que se identifica con el agua que en la lluvia baja de cielo y

riega y fecunda la tierra, como refiere Isaías: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el

cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla

germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que

sale de mi boca” (Is 55, 10-11).

Los pastores somos los primeros discípulos del Divino Maestro, la tierra buena llamada

a acoger la semilla de su amor y verdad. De Él aprendemos en qué consiste evangelizar

y cómo no se puede llegar realmente a los hombres si antes no se llega al hombre. Jesús

evangelizó a la mujer samaritana en la verdad de su corazón, hiriéndola de amor al

situarla ante Dios y ante su propia verdad. Sabía que esta mujer no podría reconocer su

misericordia si antes no aceptaba la verdad de su vida. Y así, a través del encuentro con

ella, Jesús llegó también a toda la ciudad. Hoy nos sigue enviando a nosotros: nullus

potest de aliquo testificari, nisi eo modo quo illud participat118

. Éste es el método

apostólico que desea promover el apóstol de Andalucía con sus discípulos, encender sus

corazones en la experiencia de Jesucristo. No hay otro secreto fiable para la antigua y

siempre nueva evangelización119

: experiencia de conocimiento y amor para ser sus

testigos. Como nos ha recordado el Papa Francisco se trata de dejarnos alcanzar por el

impulso de la gracia que anida en la semilla de la Palabra, que debe crecer en nosotros y

transformarse en servicio concreto al prójimo120

. Dejemos fluir en nosotros mismos la

vida nueva de Jesucristo resucitado.

El mejor servicio que los sacerdotes podemos ofrecer al mundo es transformarnos

interior y exteriormente en Evangelio vivo; en buena noticia para los hombres y mujeres

que aparecen y permanecen o desaparecen de nuestro camino, siendo para ellos como

una luz en la que puedan reconocer la caridad de Jesucristo, el Buen samaritano que ha

117

Sermón 56,38. 118

SANTO TOMÁS DE AQUINO, In I Jo., lect. 4,I. 119

Sermón 11,6. 120

FRANCISCO, Mensaje para la LI Jornada mundial de oración por las vocaciones.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

38

hecho camino hacia el hombre herido. Con frescura y sencillez lo evocan también las

palabras del Beato Charles de Foucauld:

Toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio; toda nuestra

persona debe respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida deben gritar

que somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica: todo nuestro

ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo

que grite Jesús, que haga ver a Jesús, que brille como una imagen de Jesús121

.

La autenticidad del mensaje necesita ser ratificado por nuestro seguimiento de

Jesucristo, no vaya a ser que puedan decir de nosotros lo mismo que Jesús de aquellos

fariseos: “Sobre la cátedra de Moisés se asentaron los letrados fariseos; haced lo que

os dicen, y no hagáis lo que hacen (Mt 23,2-3). A Dios no le sirve nadie si no le sigue,

decía Ávila122

. Las razones y principios, la doctrina y los argumentos que exponemos

urgen simultáneamente la unción de nuestro testimonio, el ser una “carta de Cristo

escrita con el Espíritu de Dios vivo” (2Cor 3,3), transformados en Cristo y semejantes

a Él123

.

La nueva evangelización no es el arte de un nuevo ejército de heraldos de la ortodoxia,

sino el servicio humilde y alegre de quienes por amor a Dios logran hacer creíble a

Jesucristo con la coherencia de vida, sin miedo a predicar la verdad y sin vergüenza para

vivirla, que como dice Ávila: no quiere nuestro Señor cristianos palabreros -y mucho

menos sacerdotes- pues son ajenos a su condición124

. Predicar es santificar el Evangelio

de Dios (cf. Rom 15,19), y no porque nosotros hagamos santo el evangelio, sino porque

igual que uno ensucia las cosas de Dios cuando las trata con mala conciencia, así,

nuestra bondad de vida en las obras, santifica el evangelio que predicamos125

. Nuestro

servicio a la Palabra de Dios nos pide claramente tres cosas al estilo de Ávila: vida

coherente con nuestra vocación y estado, ciencia para predicar y fuego en el corazón.

El cuidado de la Palabra de Dios llama nuestra atención sobre la importancia de la

catequesis en sus distintas etapas y procesos. San Juan de Ávila se dejó enseñar por la

121

BEATO CHARLES DE FOUCAULD, Meditaciones sobre los santos Evangelios (Nazaret 1898). 122

Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 8. 123

Cf. Carta 86; Sermón 32,20. 124

Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (2), 24. 125

Cf. Sermón 36,5.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

39

pedagogía divina y, gracias a su experiencia del misterio Dios, se convirtió en un

incansable y creativo catequeta. La catequesis es una parte muy importante de nuestro

munus docendi. También en ella somos colaboradores del obispo en el ministerio de

criarle los corderos, que diría el Maestro Ávila126

. Las características necesarias que él

destaca para un buen ministerio catequético, nos pueden servir para examinarnos a

nosotros mismos:

El que ha de enseñar la doctrina debe ser muy humilde, manso, benigno y amoroso,

y debe mostrar mucha alegría con todos; porque para tratar con niños débese

acomodar, en cuanto pudiere, a sus condiciones, para que le tengan amor. Y pida

siempre la gracia del Señor para estas cosas, y paciencia para tratar con hijos de

tantos padres. Porque no pierda el fruto de su trabajo, téngalos a todos por hijos

propios y que ha de dar cuenta de ellos a nuestro Señor si no los doctrina bien127

.

San Juan de Ávila se preocupó mucho de la catequesis de los adultos, que son de mayor

edad que los niños, y de tan poco saber como ellos, y con tanta o mayor necesidad de

remedio128

. Propuso para ellos una catequesis adaptada a sus circunstancias laborales

(escuelas nocturnas), con una pedagogía dialogal para que saliesen muy en particular

instruidos y con eficacia movidos129

, y con una clara finalidad sacramental. Pero, sobre

todo, lo que más le preocupaba e impulsaba a promover la formación de los cristianos

adultos fue la necesidad de forjar una fe firme y viva en su mente y en su corazón, pues,

había en ellos «grandísima ignorancia de la doctrina cristiana y grandísima dureza del

corazón en el bien y sin respecto a cosa de virtud»130

.

Su celo pastoral motivó su creatividad de método para servir a la misión, pues como él

diría «quien metiere las manos en querer curar la llaga de esta gente y viere por

experiencia cuán dificultosa es la cura, es cierto que no extrañará este modo |…| los

medios que de presente se usan no son bastantes; y, si los aquí dichos tampoco lo son,

búsquense otros»131

. Él reconocía la dificultad de catequizar a los adultos y de encontrar

métodos adecuados, pero no por eso iba a renunciar a la misión.

126

Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 49.51. 127

Algunos documentos o avisos para gloria del Señor y mejor enseñar la doctrina cristiana. 128

Memorial Segundo al Concilio de Trento, 58. 129

Memorial Segundo al Concilio de Trento, 59. 130

Memorial Segundo al Concilio de Trento, 58. 131

Ibidem.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

40

No podemos vivir de las ilusiones de nuestros proyectos, sino de la esperanza en la

Palabra de Jesucristo que es un don y promesa. Después del encuentro con la samaritana

Jesús se dirige a sus discípulos y les enseña:

“Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.

¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo

esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la

siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida

eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el

proverbio: «Uno siembra y otro siega.» Yo os envié a segar lo que no habéis

sudado. Otros sudaron, y vosotros recogisteis el fruto de sus sudores” (Jn 4,35-

38).

Esta enseñanza de Jesús nos habla de la humildad del evangelizador, que nos recuerda

también San Pablo: “por nosotros mismos no somos capaces de atribuirnos cosa

alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios” (2Cor 3,5).

El Cardenal Martini interpretaba en sentido eclesiológico la parábola del sembrador

pensando en la humanidad que se hace Iglesia: “La simiente sembrada en buena tierra

son los que escuchan la Palabra, la reciben y dan fruto, unos treinta, otros sesenta,

otros cien...” (Mc 4,20). El árbol de la Iglesia crece frondoso alimentado por la Palabra;

y si lo comparamos con un grano de trigo, culmina en una espiga maravillosa: la

Eucaristía. La espiga está formada por granos de trigo que, a su vez, se disponen a ser

nuevamente diseminados, o bien a ser molidos y convertirse en pan para el hombre.

Pues bien, el fruto de la Eucaristía y el término operativo de la acción de la Iglesia es la

misión y la caridad. Aquí se abriría la posibilidad de expresar –continúa diciendo el

cardenal- cuál es la verdadera imagen de la Iglesia (generada y constantemente

regenerada por la Palabra), que tiene su centro y su forma en la Pascua del Señor, en la

Eucaristía; que da sus frutos, hasta el ciento por uno, en la misión y en la caridad132

.

En este contexto debemos considerar el ministerio de nuestra predicación y catequesis

para agradecer al Señor su confianza en nosotros, y para preguntarnos si estamos

contribuyendo realmente a este crecimiento y renovación de la Iglesia.

132

MARTINI, C.-M., Carta “Cien palabras de comunión” (Milán, 10.02.1987).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

41

Toda la comunidad cristiana, pero especialmente los sacerdotes, debemos esforzarnos

por ser, como María, Evangelio vivo, signo luminoso y ejemplo preclaro de vida

moral133

, de una existencia plasmada por la Palabra. Que Ella nos ayude a ser esos

testigos del amor de su Hijo entre los hombres, y a proclamar sin miedo ni complejos la

esperanza feliz de la resurrección.

133

Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Veritatis splendor, n. 120.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

42

5. MINISTRO DE LOS SACRAMENTOS

Para el San Juan de Ávila hay un principio clave en el ser del Hijo de Dios: su filiación

divina; y otro principio fundamental en lo que se refiere al destino de los hombres: la

filiación adoptiva. Entre ambos principios se encuentra su misión, y como participación

en ella nuestro sacerdocio. Como decía San Agustín, el ministro principal de los

sacramentos es Jesucristo. Su mediación sacerdotal conoce tres acontecimientos únicos

e irrepetibles -encarnación, pasión y resurrección- que se actualizan por la gracia del

Espíritu Santo en la historia de salvación de cada hombre, sobre todo a través de los

sacramentos que Él instituyó134

. La economía sacramental está al servicio de la

misericordia del Padre y de la gracia de Jesucristo, reveladas a los hombres en “la

bondad y lo humano de Dios nuestro Salvador” (Tit 3,4) y comunicadas por medio del

Espíritu.

El sacerdocio ordenado es un servicio al misterio pascual de Jesucristo, celebrado y

actuado en los sacramentos de la Iglesia, con los que el Espíritu Santo la santifica y

edifica; y a través de los cuales este Pueblo sacerdotal da culto a Dios135

. En los

testimonios patrísticos se resalta claramente la idea de que los ministros ordenados están

al servicio de la comunidad, sobre todo porque han aceptado servir a Jesucristo.

Nosotros ejercemos la función y Él concede el don, distinguía el santo obispo Cromacio

de Aquileya136

. Por eso la esperanza nos viene del sacerdocio de Jesucristo, de su

sacrificio y mediación. La esperanza la recibimos de Él, que se ofreció por nosotros en

la Cruz, y ahora en su Gloria intercede en favor nuestro ante el Padre (Heb 9,24), como

escribía san Buenaventura137

.

134

Cf. Sermón 7,15.17.23; 19,17; 36,99; 42,10; 45,15; 46,24; 50,6. 135

Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 11; Constitución

Sacrosanctum concilium, n. 59. 136

Cf. SAN CROMACIO DE AQUILEYA, Sermón XV, 126-136. 137

SAN BUENAVENTURA, Incendio de amor o la triple vía, II, 3.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

43

Los sacramentos tienen siempre como mediación la persona de Jesucristo y como fin

comunicarnos el don de su gracia que brota del misterio pascual, que es mirarnos Dios

con ojos alegres para que le amemos, conozcamos y gustemos sus secretos escon-

didos138

. Por eso el mejor modo de celebrar, vivir y transmitir los misterios de Dios

como sacerdotes, es detener en Él nuestra mirada de fe y nuestro amor agradecido, pues

sólo Él es el sujeto específico del misterio y de los sacramentos: la Palabra que se

comunica, el Sacerdote que preside y se ofrece, y la Gracia que se entrega, nos redime y

transforma a los hombres. Esto es lo nuclear de nuestro humilde ministerio, lo que

nunca podemos olvidar: mirar a Jesucristo y mirar a la Iglesia en la que Él celebró la

Cena y sigue obrando los sacramentos que comunican su vida al hombre139

. Cuando nos

empezamos a preguntar cómo hacer más atrayente, interesante o hermosa la celebración

de los sacramentos ya vamos por mal camino, advertía Benedicto XVI140

. Los hombres

de hoy siguen necesitando del encuentro con el amor de Dios, con la entrega generosa

de Jesucristo y con la alegría de la salvación que nos dan los sacramentos. ¿Qué es la

gente sin Dios?, se preguntaba Ávila: una noche obscura141

.

Jesucristo ha venido al mundo precisamente para llenarlo de una esperanza viva, con

una luz misericordiosa nueva capaz de llegar al corazón de todo hombre y mujer

necesitado, de todos los pecadores (cf. Mt 9,13) para enriquecerlos con su amor. Esta es

la buena nueva que anunciamos, la nueva vida que celebramos en Cristo. La riqueza del

cristiano, la herencia que Jesucristo nos ha dejado es su hermosura: su justicia, gracia y

virtudes, que Dios nos había prometido por el profeta (cf. Is 52,1), y a cuyo servicio está

la Iglesia y hemos sido llamados también nosotros142

.

Cristo hace a los fieles miembros suyos por el bautismo y los incorpora a sí, de modo

que los cristianos que están en Él son su cuerpo y reciben una nueva vida143

. El Maestro

Ávila añade a esta incorporación bautismal aquélla que tiene lugar a través de la gracia

que infunden las virtudes teologales, figuradas en Jacob apoyado sobre la piedra (cf.

Gen 28,18), y descansando en ella su fe, esperanza y amor, para ser espiritualmente

138

Cf. Sermón 39,3; 32,17. 139

Cf. Sermón 33,9. 140

BENEDICTO XVI, Discurso a los monjes cistercienses de la Abadía de Heiligenkreuz

(Austria, 09.09.2007). 141

Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 4. 142

Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 33. 143

Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 17. Cf. Sermón 40,10; Lecciones sobre

la primera canónica de san Juan (2), 2; Dialogus inter confessarium et paenitentem, 7.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

44

incorporado a Cristo144

. Para Ávila todos los sacramentos son medios que contribuyen a

esta incorporación en el Cuerpo Místico, siendo por excelencia la Eucaristía el

Sacramento de dicho cuerpo145

.

Los sacramentos son los preciosísimos vasos que contienen el licor de la gracia, y en

los cuales mora y obra la virtud de la sangre de Cristo146

. Aunque los sacerdotes

digamos: “Esto es mi cuerpo”, no lo decimos por nosotros mismos; porque si lo

dijésemos por nosotros mismos, no aprovecharía; estas palabras las decimos en per-

sona de Jesucristo147

, Sacerdote para siempre, según la orden de Melquisedec (Sal

109,4). Y aunque Él en su propia persona no consagró ni ofreció su santísimo cuerpo

más que una vez, lo hace cada día hasta el fin del mundo por medio de sus sacerdotes y,

lo hace también ofreciendo y santificando a los miembros vivos que son su místico

amparo148

. Jesucristo es el Sacerdote y la víctima al servicio de la pobreza del hombre y

de su miseria.

En la tercera parte de la oración de la ordenación de presbíteros, se hace en forma de

intercesión una hermosa síntesis de nuestra participación en la misión de Cristo para la

santificación de los hermanos, subordinada al orden de los obispos: la dimensión

misionera del anuncio evangélico universal, la celebración y distribución de la eucaristía

y la administración de los sacramentos (bautismo, penitencia, unción de los enfermos),

la oración litúrgica a favor del pueblo confiado y de todo el mundo y el gobierno de la

comunidad creyente para la unificación de los pueblos en el único pueblo que

encontrará su perfección en el reino eterno…149

. La unción con el crisma en nuestras

manos significa el don del Espíritu Santo para la santificación y el culto, invocado y

concedido en la epíclesis.

El buen ministro es aquél que recibe los dones de Dios, los reparte, comunica y

distribuye entre los hermanos150

. Sería absurdo, como observa San Juan de Ávila, ver a

144

Sermón 40,16. 145

Cf. DEL RÍO MARTÍN, J. La Iglesia, misterio del amor de Dios a los hombres, según San

Juan de Ávila. Santidad y pecado en la Iglesia, 91. 146

Sermón 33,11. 147

Sermón 38,23. 148

Cf. Sermón 40,21. 149

PONTIFICALE ROMANUM, De ordinatione episcopi, presbyterorum et diaconarum, Editio Typica Altera (1990), n. 131. 150

Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 55.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

45

Cristo con sus brazos y manos abiertas para darnos a entender su misericordia; y

nosotros con ellas cerradas para compartir con el prójimo. Cristo, abierto su costado de

amor; y nosotros, cerradas las entrañas con los pobres. Así nos convertiríamos en

enemigos de la cruz151

. El buen sacerdote es el amigo de la Cruz de Cristo que ha hecho

del amor misericordioso de Dios, celebrado en la Pascua, el referente integrador de su

identidad ministerial.

La celebración diaria de los sacramentos, debería ayudarnos en ese proceso de

maduración continua que comporta el asumir e integrar personalmente nuestra

condición humana, espiritual y apostólica siguiendo a Jesucristo. Servir a los hermanos

actuando en la persona de Cristo o en persona de la Iglesia no puede ser excusa en

ningún momento para una doble vida, sino todo lo contrario, una existencia centrada en

la fidelidad y entrega de Jesucristo. El deseo de Dios es que nos asociemos

ministerialmente a su generosidad, a la medida de su amor y de su entrega. Un corazón

vacío de amor es como una iglesia profanada, sustraída al servicio divino y del otro,

como indicó el Papa Francisco durante la Misa posterior a su primer Consistorio de

cardenales152

.

Seamos agradecidos y no nos “apoderemos” o “adueñemos” de la gracia de Dios, ni de

las gracias o dones que hayamos recibido. Nuestro carné de identidad es ser “ministros

(servidores) de la salvación” y “pastores del Pueblo de Dios”, no dueños ni lobos. Todo

cuanto somos –también nuestras cualidades- debemos referirlas a Dios y ponerlas al

servicio de los hombres153

. Somos deudores de un agradecimiento perpetuo al Señor por

habernos elegido para este humilde y alto servicio de santificación, como

“administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, sean palabras de

Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios. Para

que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el

poder por los siglos de los siglos” (1Pe 4,10-11).

El poder que Jesucristo nos confiere a los sacerdotes para celebrar la Eucaristía es fruto

de su inefable amor y en orden al servicio, tal como Él lo instituyó sentado a una mesa

151

Cf. Sermón 1[2], 15. 152

FRANCISCO, Santa Misa con los nuevos cardenales (Homilía, 23.02.2014). 153

Cf. Sermón 47,17.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

46

con unos pobres hombres, y no como principal, sino como sirviente154

: “Os he dado

ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad,

en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le

envía” (Jn 13,15-16). El lavatorio de los pies representa para San Juan de Ávila la

humildad del oficio y la caridad con el prójimo, y quiere que aprendamos de Jesucristo

estas dos cosas: ser pequeños siervos y discípulos suyos, pues el Señor y Maestro lo

quiso hacer155

. Es la hora de pensar nuestros caminos errados en el ejercicio del

sacerdocio –también en el modo de administrar los sacramentos- y volver los pies a los

testimonios de Jesucristo, para caminar por ellos, humillándonos a toda criatura por

amor de Él en satisfacción de nuestra grande soberbia y en imitación de su grande

humildad, y vistiéndonos de la mansedumbre de nuestro Cordero. Por estas dos virtudes

hemos de comenzar para ser discípulos de nuestro Señor, que nos dijo: Aprended de mí,

que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29)156

.

Jesús dijo a sus discípulos: “¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No

es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc

22,27). Tenía claro que no había venido al mundo para ser servido, sino a servir (Mt

20,28), y así nos ha enviado a nosotros. ¡Qué triste sería que la presidencia de la

Eucaristía se convirtiese para nosotros en ocasión para mostrar nuestra soberbia,

confundiendo el mandato de nuestro Señor!157

. En la Eucaristía le representamos

sacramentalmente, pero no es suficiente. Actuar en su persona exige compartir los

sentimientos de su corazón, celebrar es también vivir con el corazón de Cristo:

El sacerdote en el altar representa en la Misa a Jesucristo nuestro Señor, principal

sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio; y es mucha razón que quien le imita en

el oficio, lo imite en los gemidos, oración y lágrimas que en la misa que celebró el

viernes santo en la cruz, en el monte Calvario, derramó por los pecados del

mundo: et exauditus est pro sua reverentia (Heb 5,7), como dice San Pablo. En

este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y

oración con Él; y, ofreciéndolo delante del acatamiento del Padre por los pecados

y remedio del mundo, ofrecerse también a sí mismo, hacienda y honra, y la misma

154

Cf. Tratado del Amor de Dios, 14; Sermón 33,18; 35,12. 155

Audi filia (II) 96,5. 156

Carta 69. 157

Sermón 33,17.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

47

vida, por sí y por todo el mundo; y de esta manera será oído, según su medida y

semejanza con Él, en la oración y gemidos (Tratado sobre el sacerdocio, 10; cf.

Plática 2,9).

Todo lo que se relaciona con la Eucaristía nos evoca y urge este amor divino y fraterno.

Sacerdotes y fieles somos negligentes y flacos en la honra y en el uso de este

Sacramento, advierte Ávila, pero «¡qué confusión para nosotros, que nos contentamos

con decir una misa, y qué de paso, y qué de priesa, sin amor, sin agradecimiento!»158

.

Tener a Jesucristo en nuestras manos debe ayudarnos a contemplar y admirar

agradecidos aquella humildad, mansedumbre y obediencia con la que se deja incluso

“mal-tratar” por sacerdotes y fieles al celebrar o comulgar, sufriendo a todos -buenos y

malos- obedeciendo como si fuese inferior, y callando como si no supiese hablar.

Nunca deberíamos cansarnos de admirar, agradecer, celebrar, anunciar y vivir la

generosidad extrema de Jesucristo, su locura de amor que le lleva no sólo a dar la vida

como Pastor, sino también a convertirse en Pasto, en alimento de vida eterna.

El altar es la mesa de la amistad, la mesa de la paz entre Dios y los hombres, mesa de

concordia, mesa de caridad, mesa de comunión, de pobres y ricos159

. La epíclesis sobre

la asamblea hace posible esta comunión gracias al don del Espíritu Santo. Somos

ministros de la Eucaristía, ministros de paz y reconciliación por lo que el sacramento es

y significa, y por lo que la comunidad celebra y vive en ella. La Eucaristía es Viático

porque nos da fuerzas para caminar cuando morimos, pero también mientras vivimos y

sentimos desmayo en el camino160

como alimento del Pueblo peregrino.

San Juan Pablo II escribía en su Carta apostólica Dominicae Coenae: «Cuando nos

damos cuenta de quién es el que recibimos en la comunión eucarística, nace en nosotros

casi espontáneamente un sentido de indignidad, junto con el dolor de nuestros pecados y

con la necesidad interior de purificación»161

. Así, del trato familiar con el Señor, de la

intimidad celebrada y compartida en la Eucaristía, y de una vida espiritual seria

proviene la convicción personal de la importancia del sacramento de la Reconciliación.

Hay que dedicar tiempo y caridad al cuidado de las almas en la Confesión y en la

dirección espiritual, con gran atención a otras virtudes como la prudencia, castidad,

158

Sermón 64,5. 159

Sermón 47,28. 160

Sermón 46,34. 161

JUAN PABLO II, Carta apostólica Dominicae Coenae, n.7.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

48

eficacia en la palabra y la ferviente oración162

, pues en la confesión no solamente se

curan almas enfermas, también resucitan las muertas163

. En la confesión los cristianos

nos reconciliamos en la amistad de Dios, que perdona lo pasado y esfuerza para lo que

está por venir.

Los enfermos y pecadores acudían a Jesús como padre piadoso, a curar sus llagas. La

confesión no se trata de un ministerio “de segunda”, sino “de primera”, en el que se

recibe la alegría, la vida, el consuelo que Cristo nos ganó en la cruz y la gloria que

para siempre esperamos, pues ungido por el Espíritu Santo, Jesucristo ha sido enviado

para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón, como médico corporal y

espiritual164

.

Necesitamos una renovada valentía pastoral que sea capaz proponer y de favorecer el

encuentro de los hombres y mujeres con la misericordia entrañable de Dios. El

sacramento de la penitencia exige mucho más que una programación en nuestro horario

o programación parroquial, comporta un estilo de vida, un modo de ser sacerdote, padre

y pastor. Debemos dedicarle a este sacramento lo mejor de nuestro corazón, la

misericordia entrañable que haga sentir al penitente aquél amor y cuidado particular de

Dios por cada hijo pródigo165

. El Papa San Juan XXIII, citando a San Juan Mª Vianney,

recordó como «la misericordia divina es poderosa “como, un torrente desbordado que

arrastra los corazones a su paso” y más tierna que la solicitud de una madre, porque

Dios está “pronto a perdonar más aún que lo estaría una madre para sacar del fuego a un

hijo suyo”»166

.

Este ministerio lo podemos ejercer bien si preparamos el corazón de los hombres con

una palabra sincera, anunciándoles que Jesucristo no ha venido a condenarnos sino a

salvarnos, para despertarles a la verdad de su amor fiel y misericordioso, pues «no se

perdonan los pecados durmiendo, sin movimiento de corazón»167

. Pero Dios ha querido

servirse de nuestro testimonio personal y alegre, compartiendo la experiencia del

apóstol San Pablo: “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero

de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente

162

Tratado sobre el sacerdocio, 39. 163

Tratado sobre el sacerdocio, 40. 164

Cf. Sermón 47,17; CONCILIO VATICANO II, Constitución Sacrosanctum Concilium, 5. 165

Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 26. 166

JUAN XXIII, Carta encíclica Sacerdotii nostri primordia (09.08.1959), n.29. 167

Sermón 76,13.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

49

manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de

creer en él para obtener vida eterna” (1Tim 1,15-16)168

. También los sacerdotes somos

ovejas perdidas, vayamos a Jesucristo y confiemos en que su misericordia nos recibirá;

pongámonos en sus manos llenas de caridad, y si tenemos esta confianza y sentimos

bien de la misericordia de Dios, bien seguro que no se perderían tantos como se

pierden169

.

¡Cuántas veces hemos escuchado que el mejor confesor es el mejor penitente! ¿Quién

puede acoger, escuchar, comprender, alentar, enseñar, esforzar y curar mejor que aquel

que se siente acogido, escuchado, comprendido, animado, instruido, esforzado y curado

por la misericordia de Dios? Si de veras reconocemos que Cristo nos ha lavado con su

sangre, ¡con qué misericordia y cuidado nos pondremos a curar las almas! “¿No debías

tú también compadecerte de tu prójimo, del mismo modo que yo me compadecí de ti?”,

nos pregunta Jesucristo (Mt 18,33). Como diría San Ambrosio, hablando del uso de las

riquezas al comentar el pasaje de Nabot el Jezraelita (cf. 1Re 21): “Si la tierra te

devuelve frutos superiores a la simiente que recibe, cuanto más el premio de la

misericordia te devolverá multiplicado lo que dieres”170

; así nosotros, que

administramos la riqueza de Cristo en los sacramentos, debemos sembrar en el corazón

de los hombres la misericordia de Dios. Y esto, sin duda, no sólo en el ámbito

sacramental, dado que todo nuestro ministerio es un servicio a la misericordia, también

conforme al camino propuesto por el Señor en el monte de las Bienaventuranzas:

“Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7)

También San León Magno nos ha dejado en uno de sus sermones esta llamada a

convertirnos en discípulos y testigos de la misericordia de Dios ¿Cómo? Siendo

misericordiosos:

Amadísimos, acordándonos de nuestras debilidades, que nos han hecho caer en

toda clase de faltas, guardémonos de descuidar este remedio primordial [del

perdón] y este medio tan eficaz en la curación de nuestras heridas. Perdonemos,

para que se nos perdone; concedamos la gracia que nosotros pedimos. No

busquemos la venganza, ya que nosotros mismos suplicamos que se nos perdone.

No nos hagamos el sordo a los gemidos de los pobres; otorguemos con diligente

168

Sermón 2,5. 169

Sermón 19,13. 170

SAN AMBROSIO, De Nabuthe Yezraelita, n. 37.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

50

benignidad la misericordia a los indigentes, para que podamos encontrar también

nosotros misericordia el día del juicio171

.

Depongamos cualquier tentación farisaica de convertirnos en jueces de los demás,

entregados al propio parecer e incrédulos de la misericordia de Cristo. Su santidad fue

abajarse para recibir a los pecadores y comer con ellos (cf. Mt 9,10-13; Mc 2,15-17; Lc

15,1-2) ¡Bendita sea, Señor, tu misericordia, que recibes a los pecadores!

¿Qué caminos de santidad me quedan por recorrer a mí en esta dirección? ¿Estoy

dispuesto a todo para ir a buscar a la oveja que se perdió hasta encontrarla? (cf. Lc 15,4)

¿Acojo con paciencia a quien una y otra vez se pierde y vuelve a Dios, cae y se levanta?

La verdadera santidad es aquella que recibe a los pecadores, que no desprecia al que

muchas veces ha pecado, es más llora con él y hace suya la caída para ayudarlo172

.

Para San Juan de Ávila un buen cuidado de las almas en la confesión requiere tiempo y

misericordia pero también formación y vida buena en el sacerdote173

. Escribiendo al

Concilio de Toledo, sintetiza en tres las cualidades requeridas al buen confesor: ciencia,

como juez, para que sepa discernir la causa; prudencia, como médico, y bondad de

vida, para lo uno y lo otro174

. Hay que acoger y dedicar tiempo al penitente; también

tener conocimientos y experiencia para diagnosticar y curar, pues aquí obran las llaves

y la verdad175

; y, por supuesto, acompañar con el ejemplo como muertos al pecado y

vivos para Dios en Cristo Jesús, como muertos retornados a la vida y al servicio de

Dios (cf. Rom 6,11-13). No nos engañemos, nuestro mal ejemplo puede ser en muchas

ocasiones el gran óbice para que los fieles se acerquen a esta fuente de limpieza,

misericordia y vida, que es la confesión; así como a los demás sacramentos, pues el

poco amor que les tienen hace que cualquier motivo baste para descreer la verdad que

no aman176

. Cuando en nuestra vida seguimos un camino diverso a nuestro ministerio

representamos a Cristo solamente en las palabras y en lo de fuera177

.

171

SAN LEÓN MAGNO, Sermón 39, 6. 172

Sermón 19,10. 173

Tratado sobre el sacerdocio, 44. 174

Advertencias al Concilio de Toledo, 36. 175

Sermón 51,6. 176

Memorial Segundo al Concilio de Trento, 5. 177

Cf. Tratado sobre el sacerdocio, 27.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

51

Ser ministros de los sacramentos es ayudar a los hombres a vivir como hijos de Dios,

fortaleciéndoles con las gracias necesarias para ejercer su sacerdocio bautismal, su

vocación y misión específicas. Nosotros, sacerdotes, estamos llamados a administrar

sacramentalmente la gracia y la misericordia de Dios. Ciertamente, es un don y una

responsabilidad dedicar la vida a anunciar su infinita misericordia, y a acercarla a los

hombres, celebrándola en los sacramentos. Pidámosle a la Santísima Virgen María con

palabras de San Juan Pablo II, que Ella, que dio al Verbo de Dios la humanidad

sacerdotal, nos haga revivir, a pesar de nuestra pequeñez y miseria, la misión salvífica

con la santidad personal y el ejercicio del ministerio del perdón, devolviendo, como

instrumentos de Dios, a los pecadores, la gracia, la alegría del corazón y el traje de boda

que permite el ingreso en la vida eterna178

.

178

Cf. JUAN PABLO II, Discurso a la Penitenciaría Apostólica y a los participantes en un curso

sobre el fuero interno (13.03.1999), 4.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

52

6. CARIDAD PASTORAL

Desde la celebración del Sínodo de 1990, y con la exhortación apostólica postsinodal

Pastores dabo vobis, se han ido perfilando las características de la espiritualidad

sacerdotal, insistiendo especialmente sobre la caridad pastoral179

.

La comunicación de amor entre el Padre y el Hijo reverbera en nosotros por el Espíritu

Santo que hemos recibido a través del bautismo y de los demás sacramentos180

. Antes

de regresar al Padre, Jesucristo quiso desposarse con la Iglesia sellando el ministerio

apostólico con la misma caridad de su corazón. En su misterio pascual se nos ha

revelado plenamente su gloria, la gloria de amar, porque amándonos hasta el final nos

ha demostrado que no hay amor más grande que dar la vida por amor (cf. Jn 15,13).

Toda la hermosura que la Iglesia posee la recibe de Jesucristo gracias al ministerio

apostólico y eclesial. Por el orden sacerdotal nos ha llamado e infundido su Espíritu (cf.

Rom 5,5), su caridad pastoral y esponsal, confiándonos esta gracia para que

continuemos su Obra y “a su manera”, amando desde la entrega y el servicio humilde,

pues sólo la caridad es el fin y la perfección de cuanto somos y hacemos181

.

La caridad pastoral del Obispo y de los presbíteros que propone San Juan de Ávila en

sus escritos, es aquella que la Iglesia ha reconocido en la misión de Jesucristo, y de la

que se hizo eco el Concilio Vaticano II en su Constitución pastoral Gaudium et spes:

El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo,

sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza,

tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente

humano que no tenga resonancia en su corazón (n.1).

179

Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, cap 3. 180

Cf. Tratado del Amor de Dios,5ss. 181

Cf. Audi filia I,69.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

53

El corazón de Jesucristo dirige nuestra mirada sacerdotal a los rostros concretos de cada

hombre y mujeres, para amarlos en sus alegrías y dolores, en sus angustias y esperanzas.

Nuestra espiritualidad apostólica y sacerdotal no se comprende sin esta mirada de

Jesucristo que se abaja continuamente a las necesidades particulares de cada ser

humano. El Papa Pablo VI, en su emblemática exhortación apostólica Evangelii

nuntiandi, resaltaba cómo la Iglesia hace de la salvación en Cristo su argumento de

interés y de amor por cada hombre y mujer182

.

La nueva evangelización que aguardará siempre a la Iglesia es la fidelidad a Jesucristo y

a su amor, pues el amor del Padre está en Él, y Él en los hombres; de manera que en Él

se juntan Dios Padre y los hombres183

. Sin fidelidad a Jesucristo, la Iglesia tampoco se

mantendrá fiel a la humanidad. Cualquier “mediación” sacramental o carismática,

humana o espiritual, no se puede entender al margen de Jesucristo, único mediador entre

Dios y los hombres. Ni siquiera nuestra capacidad de amar como pastores, humana y/o

espiritual, la podremos vivir y mantener separados de Jesucristo. Solamente enraizados

en su amor, nuestra evangelización será creativa y generosa. Su amor es el único capaz

de ayudarnos a discernir las situaciones y circunstancias, y a “reinventar” los métodos y

expresiones misioneras más necesarios para cada hombre y mujer, comunidad o grupo.

Sólo en y por fidelidad a Jesucristo llegarán a darse la mano el amor y la verdad en

nuestras vidas y actividades apostólicas. Cuando Él deja de ser el centro, el alma y el fin

de nuestro apostolado, entonces o se pervierte nuestro amor o se adultera la verdad que

transmitimos.

El evangelio de la misericordia nos urge a lo que San Juan Pablo II llamó la creatividad

de la caridad184

, es decir, a impulsar nuevas iniciativas que, teniendo como origen el

amor compasivo y misericordioso de Dios, y un amor intenso a la humanidad, nos

comprometan con los hermanos. Éste es el meollo de la misión de la Iglesia, pues en

ella late el dinamismo del amor suscitado por el Espíritu de Jesucristo185

. Aquí nos

jugamos el testimonio creíble y profético del Dios-Amor. Esforcémonos por hacer

182

PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 58; ID., Carta encíclica Ecclesiam

suam, n. 25. 183

Sermón 34,17. 184

JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 50. 185

BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus caritas est, n. 28.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

54

cuanto podamos para dejar en nuestra vida sacerdotal una huella transparente del amor

y de la misericordia de Dios, como decía nuestro Papa emérito, Benedicto XVI186

.

Jesucristo bien sabía que el trabajo de curar almas es muy grande y por eso quería que

antes sobrasen obreros que no faltasen, considera San Juan de Ávila. Pero no

olvidemos que la plegaria de ordenación habla de los sacerdotes necesarios para servir

al Pueblo de Dios. Dicha necesidad podemos entenderla sólo numéricamente, y

entonces nos desmoralizamos cuando las estadísticas no coinciden con nuestras

expectativas, deseos, esfuerzos realizados en la pastoral vocacional, oraciones elevadas

al Padre y, sobre todo, cuando la escasez sacerdotal no cubre las necesidades pastorales.

Pero Ávila no se refería tanto al número cuanto a la “calidad” de los trabajadores de la

mies. Lo que Él quería ver en los sacerdotes era que tuviesen entrañas de padre187

. Éste

es un hecho que nos debería preocupar a cada uno de nosotros y que deberíamos orar

ante el Señor.

El “problema” de las vocaciones es ante todo “el problema” de “mi vocación”, de “mi

relación con Dios”, porque de ella depende mi relación con los hermanos, mis entrañas

de misericordia. Llegarán días -dice el Señor- en que os quitaré el corazón de piedra y

os daré otro de carne (cf. Ez 11,19). Recibimos un corazón nuevo cuando la Palabra de

Dios establece su morada en nosotros, cuando el nombre de Jesús se inscribe en nuestro

corazón y vivimos nuestra condición de pastores con amor, benignidad, llaneza y blan-

dura (1Tim 5,1-3), como padre y madre de todos, siendo un refugio, un abrigo y un

amparo para todos y de todos188

. ¡Cómo no ser blandos, benignos y humanos, si “la

Sabiduría es un espíritu que ama al hombre” (Sab 1,6), y “la caridad es paciente, es

servicial” (1Cor 13,4)! Cristo compara a su gente con ovejas y corderos, no con lobos

ni leones (cf. Mt 10,16), sino con los mansos que no hacen mal a nadie (cf. Sal

36,11)189

. Hoy puedo preguntarme: ¿cómo es mi mansedumbre ante el Señor y con los

hermanos?

San Juan de Ávila pide a los sacerdotes un vivo sentido y entrañas encendidas de

caridad para que sintamos los males del mundo como si fuésemos padres de todo el

186

BENEDICTO XVI, Audiencia General (13.06.2007). 187

Sermón 81,4. 188

Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 42. 189

Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 48.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

55

universo190

. Sabe que el deseo de entregarnos y vivir el sacerdocio como ofrenda a Dios

por los hombres, nace del amor del corazón. El celo apostólico es hijo del amor

esponsal. El dolor por los pecados ajenos y por las situaciones de marginación o

pobreza de los hombres, tiene su origen en el amor de Jesucristo, que a través de sus

llagas nos habla de entrega hasta el extremo por los hermanos (cf. Jn 13,1). Esta

caridad, preocupación o solicitud no la podemos vivir en abstracto, sino centrada en

cada persona. El Maestro Ávila reitera que el alma, una sola de ellas, es más valerosa

que todos los cuerpos del mundo, pues son preciosísimas y creadas a la imagen de la

Santísima Trinidad, y para que este valor se manifestara, se encarnó el Verbo de Dios y

padeció y murió por ellas191

.

La caridad pastoral pide que nos acerquemos personalmente a cada ser humano,

valorándolo en su individualidad, para hacerle sentir el amor redentor de Jesucristo, que

ha prendido en nosotros como fuego. Este fuego de amor no se contenta con tener el

amor ocultado, sino que da muestras de él con sus obras192

, no para ser noticia sino

para dar vida y esperanza, porque el cristiano –advierte el Papa Francisco- no es uno

que se llena la boca con los pobres. Es uno que les encuentra, que les mira a los ojos y

que les toca193

. Esta espiritualidad que nos propone el Papa, no la podemos considerar

“una moda” en la Iglesia, sino el traje de pobreza, humildad y mansedumbre que asumió

el Hijo para mostrarnos la misericordia del Padre. Así nos lo recuerda Ávila:

Ruégote que sientas en tí lo que Él sintió en sí; que siendo Dios, pudiéndose tratar

como Dios, padeció, y se apocó, y se abajó. No porque no fuese igual a Dios: no

quiso usar de su grandeza, no de su alteza, mas apocóse, vacióse, humillóse. ¡Oh

inmensa bondad de Dios! ¡Cómo se abaja tomando forma de esclavo, y no de

cualquiera esclavo, sino de mal esclavo, y por malo era tenido! (Sermón 65[1],24).

Todos estamos llamados a vivir la pobreza, despojarnos de nosotros mismos.

Necesitamos aprender a estar con los pobres, compartiendo con quienes carecen de lo

necesario, y así tocar la carne de Cristo, como nos enseña Francisco.

190

Plática 2,7. 191

Sermón 36,50. 192

Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 52. 193

FRANCISCO, Encuentro con los pobres asistidos por cáritas en la Sala de la Expoliación del

Obispado de Asís (04.10.2013).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

56

San Juan de Ávila emplea la expresión “herido de amor interior”, para referirse a la

dimensión materna del amor de Jesucristo, que nos parió en la cruz con su amor

redentor, regenerándonos a la vida194

. La maternidad espiritual del sacerdote consiste en

engendrar hijos mediante la caridad pastoral, asumiendo como Cristo la entrega y el

sufrimiento por los hermanos195

.

El fin de todo lo que hizo y dijo Jesucristo durante su peregrinación terrena es el amor a

los hombres, el mismo amor generoso que en el cielo le mueve a interceder

continuamente por nosotros ante el Padre. En su pasión, hay que contemplar más el

amor con que padece que aquello que padece, y es la misma dirección que el Señor

quiere imprimir a nuestra caridad y a nuestro ministerio sacerdotal. No podemos

detenernos en los sufrimientos que acarrea la fidelidad sacerdotal, pues terminaríamos

por dejar de alabar y de servir a Dios, cayendo en la lamentación y en la parálisis

pastoral. Esta actitud nos alejaría progresivamente de los fieles que nos han sido

encomendados. Nosotros debemos examinar más bien el amor con que nos entregamos,

para pedirle al Señor que renueve en nosotros el dinamismo interior de nuestra misión:

el fuego del amor de Dios, el hambre y la sed de salvación de almas que Él tuvo196

.

La mejor predicación es el martirio de la caridad, el testimonio de quien día a día da

señales inequívocas de su entrega por amor, escribe San Juan de Ávila al arzobispo de

Granada:

Viendo buen ejemplo, que no buscan sino ánimas, se suelen convertir más que

con palabras; pues aquella caridad dejóla Cristo encendida por El en los corazones

de sus ministros, y es tan fuerte, que lo vence todo. Porque ¿quién se defenderá de

un corazón que desea el bien, y bien eterno, a otro, y está aparejado a morir por

él? (Carta 178).

Ésta es la maternidad sacerdotal que Ávila entiende para los sacerdotes como don de

Cristo. Una riqueza de caridad que nos disponga a dar la vida por los hombres en la

194

Sermón 36,71. 195

Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Sobre el sacerdocio, III, 4-6. 196

Cf. Plática 7,5; Sermón 81,5.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

57

entrega y en la oración, llevando a cuestas las debilidades ajenas con un corazón

perseverante197

:

Si hubiese en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes que amargamente

llorasen de ver muertos a sus espirituales hijos, el Señor, que es misericordioso,

les diría lo que a la viuda de Naín: No quieras llorar (Lc 7,13). Y les daría

resucitadas las ánimas de los pecadores, como a la otra le dio a su hijo vivo en el

cuerpo (Plática 2,16).

Este grado de amor que quiere San Juan de Ávila en los sacerdotes es un don de Dios

que hay que pedir y suplicar al Señor: «Tengo poco amor. Ora mucho»198

. La

misericordia y la oración son dos compañeras inseparables. Si de verdad queremos

llegar a alcanzar la gracia necesaria para servir como sacerdotes de la misericordia, no

podemos prescindir de aquella oración de corazón, que mana de una fe viva199

y que -

como recuerda San Agustín- limpia el corazón y actúa por la caridad200

(cf. Gal 5,6). Si

la oración de fe puede salvar al enfermo, como enseña el apóstol Santiago (cf. Sant

5,15), también la oración de fe es imprescindible para el sacerdote que quiera

salvaguardar su vida, pues en nuestra misión no basta con ser inocente, es necesaria la

túnica de las obras de misericordia, la caridad, y ésa no floja, sino ceñida con cinta

dorada, que es la castidad (cf. 1Tim 4,12-16)201

.

La castidad afecta de lleno a nuestra capacidad y modo de entregarnos y de servir a los

demás. Esta virtud nos conforma a la caridad del corazón de Cristo, no tasado ni

apocado: «El principal cuidado del cristiano ha de ser del corazón. Guárdenos Dios de

tener el corazón dañado y enfermo. Así como en lo corporal es gran mal la enfermedad

del corazón, así es mucho más en lo espiritual tener dañado el corazón»202

. Mientras nos

empeñemos en limitar temporalmente nuestra entrega y no sintamos la urgencia de los

hermanos, no estaremos viviendo aquella donación total que predicamos para los

esposos, porque tanto el matrimonio como el sacerdocio son imagen sacramental de un

197

Cf. Memorial Primero al Concilio de Trento, 5. 198

Sermón 5[2],21. 199

Sermón 10,7. 200

Cf. SAN AGUSTÍN, Sermón 53. 201

Sermón 73,6. 202

Sermón 10,4.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

58

mismo amor de Cristo, que entrega su vida por la Iglesia (cf. Ef 5,25-30)203

. A imagen

de su caridad, Cristo ha plasmado la identidad sacerdotal para que al Pueblo nunca le

falte la solicitud de pastores que vivan conscientemente para servir y no ser servidos (cf.

Mt 20,28), en obediencia al Padre y, por su amor, sujetos a los hombres204

.

Nuestra caridad pastoral no mira a lo más fácil o cómodo, ni siquiera a lo que

percibimos como urgente, sino que mira a la urgencia de Jesucristo, y por ello, requiere

del discernimiento evangélico. Él es quien pone ante nuestros ojos las “urgencias

reales” de la pastoral, y el que se acerca y hace camino con nosotros en el pecador, en

el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en quien vive situaciones de marginación,

esclavitud o exclusión (cf. Mt 25,35-40):

En lo pobre y más olvidado del mundo está Cristo, infirma mundi, etc. (cf. 1 Cor

1,27), pauperes elegit Dominus in hoc mundo, divites in fide, etc. (cf. Sant 2,5). Si

no hay fe, no atinaréis dónde está Dios: que en las lágrimas está la risa, en la

pobreza el reino, en la hambre la hartura, el fuego debajo de el agua. ¡Miserables

ricos, si sois malos, qué lejos está de vosotros Dios! Super quem requies et

spiritus meus? (cf. Is 11,2). Para hallar a Cristo, buscad al enfermo, y al pobre, y

al olvidado del mundo. Temo que por falta de esta estrella no buscan muchos a

Cristo (Sermón 5[1],15).

Poco importa que nos empeñemos en ofrecer al Señor otros sacrificios que nos parecen

más agradables, si descuidamos o dejamos siempre para más tarde lo que más desea

Jesucristo, que saquemos a un prójimo de pecado, que levantemos a un caído, que

hagamos misericordia con nuestros hermanos205

. Cuando permanecemos junto a los

necesitados con una mirada de fe, podemos llegar a sentir la presencia del mismo

Jesucristo y repetir la experiencia de los discípulos de Emaús: “¿No ardía nuestro

corazón?” (Lc 24,32); porque todo hombre, especialmente el necesitado, nos brinda la

oportunidad de encontrarnos en su persona con Jesucristo y con su Palabra. Su voz y su

amor siguen apremiando con insistencia nuestra conciencia y corazón de pastores,

resonando en nosotros

203

JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, n. 11. 204

Cf. Sermón 75,52. 205

Sermón 77,8.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

59

Pero hemos de tener cuidado porque “los pobres no son una moda”: los tendremos

siempre con nosotros y podremos hacerles bien cuando queramos, como nos advirtió

Jesús (cf. Mc 14,7). La pobreza no es un disfraz de pastores, como hemos dicho

anteriormente, sino la vestidura que asumió el Hijo de Dios para salvarnos, desde su

encarnación hasta su ascensión a los cielos. Por eso nuestra pastoral tampoco puede

estar motivada por el “afán de ser noticia” sirviéndonos de los pobres. Hemos de

caminar a su lado en la medida de lo posible, eso sí, sigilosos y volviendo la mirada

sobre nuestras huellas para preguntarnos en qué hemos de seguir mejorando. Ellos nos

evangelizan, porque son presencia profética que nos hace salir de nosotros mismos y

vivir el mandamiento del amor fraterno y del servicio humilde (cf. Jn 13,12-15) desde

nuestra vocación específica en la Iglesia, permitiendo que nuestra predicación sea viva y

eficaz y no se quede en palabras muertas (cf. Sant 2). Durante su encuentro con los

niños discapacitados y enfermos de Asís, el Papa Francisco pronunció unas palabras que

revelan la mística de este realismo del evangelio:

Estas llagas tienen necesidad de ser escuchadas, ser reconocidas… En el altar

adoramos la Carne de Jesús; en ellos encontramos las llagas de Jesús. Jesús oculto

en la Eucaristía y Jesús oculto en estas llagas |…| Deben ser escuchadas por

quienes se dicen cristianos. El cristiano adora a Jesús, el cristiano busca a Jesús, el

cristiano sabe reconocer las llagas de Jesús. Jesús, al resucitar sólo quiso

conservar las llagas y se las llevó al cielo. Las llagas de Jesús están aquí y están en

el cielo ante el Padre206

.

Es la misma idea que San Juan de Ávila predica a propósito del nacimiento de Jesús:

Hermanos, aunque esté en los cielos, en la tierra también está (no sólo en el

Santísimo Sacramento), porque, aunque la Cabeza está en el cielo, el Cuerpo está

en la tierra. Decid: Si os predicara yo agora: esta Pascua verná Jesucristo,

pobrecito, desnudo, como nació en Belem, a vuestra casa, ¿no lo recibiríades?

¿No tienes pobres en tu barrio? ¿No tienes desnudos a tu puerta? Pues si vistes al

pobre, a Jesucristo vistes; si consuelas al desconsolado, a Jesucristo consuelas,

que Él mesmo lo dice: lo que a uno de estos hiciéredes, a mí lo hacéis (cf. Mt

25,40). No te mates ya diciendo: ¿Quién estuviera en Belem para recibir al Niño y

206

FRANCISCO, Discurso en el Instituto Seráfico (04.10.2013).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

60

a su Madre en sus entrañas? No te fatigues, que si recibieres al pobre, a ellos

recibes: y si de verdad creyésedes esto, andaríades más solícito a buscar quién hay

pobre en esta calle, y os saltearíades unos a otros para hacer el bien que

pudiésedes. Hermanos, dad limosnas, vestid los desnudos, hartad los hambrientos,

y no os contentéis con dar una blanca o una cosa poca, sino dad limosnas en

cuantidad, pues que ansí os lo da Dios; no seáis cortos en dar, pues Dios es tan

largo en daros a vosotros; no deis blanquillas por Dios, pues que Dios os da a su

Hijo a vosotros. Haced limosnas para recibir bien esta Pascua a Cristo (Sermón 2,

25).

El hombre necesita recuperar la alegría por la cercanía de Jesucristo, gracias a la

proximidad de sus sacerdotes. Él vino al mundo a anunciar a los pobres la Buena

Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la

libertad a los oprimidos (Lc 4,18). «¡Cuánto habría que estudiar en esto; que sale Jesu-

cristo y va a visitar un enfermo y pobrecito; que no se desdeña aquella Majestad de ir a

su casa, y yo no lo hago!», exclama San Juan de Ávila207

. Nosotros hemos sido

enviados para llevar el consuelo a quienes en esta vida más sienten su pobreza. Ellos

son los primeros destinatarios de nuestra acción misionera, los predilectos de nuestra

pastoral para prodigar en sus vidas las entrañas misericordiosas de Jesucristo y del

Padre, a través de la generosidad de su amor, el Espíritu Santo208

.

Comentando la Carta a los Gálatas, el Maestro Ávila tiene un texto que podría

interrogarnos: «Reparten los apóstoles el cuidado de la predicación; dividen las

provincias en donde tienen de predicar el Evangelio; pero no reparten ni dividen el

cuidado de los pobres»209

. ¿Hasta qué punto la “jurisdicción y la “organización” pueden

anestesiar nuestro corazón sacerdotal? ¿Las “periferias” de las que nos habla el Papa

son siempre “dentro” de “mi territorio”, a las puertas de mi despacho? ¿Me afectan sólo

si son de “los míos”? ¿Hasta qué punto nos hemos repartido el cuidado de los pobres?

El Maestro Ávila proseguía su lección diciendo que las señales de la verdadera caridad

son compadecerse de todos y querer remediar a todos. El mejor modelo de la caridad

auténticamente evangélica lo encontramos en la Virgen María que «nunca cerró su

207

Sermón 39,11. 208

Cf. Sermón 1[2],15. 209

Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 18.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

61

corazón a los pobres, su mano extendió al pobre (cf. Prov 31,20), y mucho más su

corazón»210

. Ella nos enseña y asiste a los sacerdotes para que como padres y pastores

tengamos misericordia para cuantos nos la piden, y un corazón lleno de caridad para

todos.

Bien es cierto que hay realidades que pueden incidir negativamente sobre nuestra

caridad, y una de ellas es el cansancio pastoral. El gran obispo de los sagrarios

abandonados, el Beato Manuel González, acostumbraba a rezar una sencilla oración que

quizá podríamos retomar en tantas etapas y situaciones de nuestra vida y ministerio:

“¡Madre, que no nos cansemos!”. Se trata de pedirle al Señor y a su Madre que no

caigamos en la tentación del desamor ni del desánimo. Sólo el amor es el que aviva

todas las cosas, y el que cura espiritualmente nuestra alma. Sin amor, nuestro

sacerdocio será como un cuerpo sin alma. El único remedio consiste en no dejar de

amar porque -como escribió San Juan de la Cruz- el alma que anda en amor ni cansa ni

se cansa. Faltándonos el amor de pastores todo se nos vuelven dificultades y temores,

así nos lo advierte San Juan de Ávila:

Andan encendidos en un vivísimo amor y caridad, que no los deja reposar,

embebidos y absortos en cómo amarán más, cómo servirán más, cómo agradarán

más; mas el que esto no tiene, el que no trae esta diligencia, este fervor, luego se

cae, luego empereza, luego desmaya, luego vienen los temores, luego se cansa en

los trabajos, y dice que no puede sufrirlos. Lo que antes era con el amor fácil y

liviano, ya se le antoja dificultoso y pesado (Sermón 82,11).

La magnanimidad misericordiosa del corazón sacerdotal se edifica y fortalece en la

grandeza del amor de Jesús, que le movía a mirar más nuestro provecho que su dolor o

cansancio, decía San Juan de Ávila211

. Y como escribía a un amigo sacerdote: « si

fuésemos lo que debemos, no daríamos sueño a nuestros ojos ni descanso a nuestras

sienes hasta que hallásemos morada para el Señor (Sal 131,4ss)»212

.

210

Sermón 70,55. Cf. Sermón 62,48. 211

Tratado del Amor de Dios, 8. 212

Carta 208.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

62

7. DIRECCIÓN ESPIRITUAL

El ministerio sacerdotal y todo acompañamiento cristiano se ordena a la santidad. La

paternidad sacerdotal a la que hemos sido llamados no tiene otra finalidad más que el

bien de los fieles, procurado con el corazón y las actitudes propias de quien se identifica

con el Buen Pastor, que conoce y da la vida por los suyos.

La incansable actividad pastoral de San Juan de Ávila encontró un cauce muy fecundo

en la dirección espiritual, a través de la correspondencia, de la amistad espiritual y de la

fraternidad sacerdotal, revelándose como un auténtico “maestro” de espiritualidad para

todos los estados de vida. Tenía habilidad especial para "ojear" la vocación, y en la

dirección espiritual orientaba a buscar la voluntad de Dios y a valorar la consagración

como un tesoro213

. Recordemos cómo reza una de las estrofas del famoso himno de

Castro214

, dedicado al Maestro Ávila: “fuiste padre de santos, sin par; fuiste de almas,

seguro mentor…”. Ésta es la clave de la dirección espiritual: ayudar a descubrir qué es lo

que Dios quiere para cada persona, acompañándola y estimando su vocación específica,

desde una auténtica pastoral y pedagogía de la santidad.

Son numerosas las expresiones bíblicas que nos invitan a confiar en Dios, porque es Él

quien sostiene, pero también guía, nuestra vida. Él, que creó cada corazón, comprende

todas sus acciones, pero no deja de hablarnos a los hombres para que las ordenemos

hacia el bien. Sólo Dios es el médico y remedio de nuestras llagas, de esas que se

asientan en lo más íntimo de nosotros mismos y que inciden inevitablemente en nuestras

decisiones y conducta.

El pecado deja en el corazón del hombre una herida que afecta a nuestro modo de ver,

comprender y decidir libremente sobre la realidad concreta. Dios quiere liberarnos

213

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, San Juan de Ávila. Maestro de evangelizadores. 214

M. Ruíz Castro.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

63

realmente de todo lo que nos separa de Él y de los hermanos, de cuanto nos impide

discernir con claridad y elegir el bien con prontitud.

Jesús en el evangelio nos enseña claramente que “nadie puede venir a mí si mi Padre

no lo atrae” (Jn 6,65). Nuestra dicha es la de ser llamados, atraídos por el Padre hacia

su Hijo, nuestro salvador, hacia el que es la Verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). El

Padre nos conduce hacia la libertad del amor gratuito y generoso del Hijo. A la luz del

misterio pascual de Jesucristo encontraremos el camino de la vida, la senda de la

perfección en el amor, el “hágase” de la santidad cotidiana.

El Padre que nos llama al seguimiento de su Hijo, no deja de actuar en nosotros

derramando su amor. Es el Espíritu Santo quien ilumina nuestra conciencia y forma

nuestro corazón en los sentimientos de Jesucristo. Como nos enseñaba San Juan Pablo

II, «el Espíritu es prometido a la Iglesia y a cada fiel, como un Maestro interior que en

la intimidad de la conciencia…»215

. El Espíritu Santo es la presencia viva de Dios en la

Iglesia, el que la guía con sus dones, nos ha recordado el Papa Francisco216

. Lo

importante es que nosotros vivamos abiertos a Él, que abandonemos todo aquello que

constituye un obstáculo a la acción de la gracia en nosotros:

El Espíritu Santo es el director de nuestra vida espiritual: «¿Qué pides? ¿Qué

buscas? ¿Qué quieres más? ¡Que tengas tú dentro de ti un consejero, un ayo, un

administrador, uno que te guíe, que te aconseje, que te esfuerce, que te encamine,

que te acompañe en todo y por todo! Finalmente, si no pierdes la gracia, andará

tan a tu lado, que nada puedas hacer, decir ni pensar, que no pase por su mano y

santo consejo. Seráte amigo fiel y verdadero; jamás te dejará si tú no le dejas

(Sermón 30,19).

Esta amistad y docilidad al Espíritu es la mejor garantía para perseverar en el

conocimiento, discernimiento y aceptación de la voluntad de Dios sobre nuestras vidas;

por eso Ávila le llama el supremo maestro de la vida cristiana217

, el que nos aparta de

aquella mundanidad espiritual que consiste en guiarnos por nuestras propias certezas y

215

JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptor hominis, 72. 216

FRANCISCO, Homilía en Santa Marta (12.05.2014). 217

Cf. Platica 3,7.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

64

seguridades, por nuestro modo de ver y de juzgar, escondiendo y revelando al mismo

tiempo una gran falta de confianza en el Señor.

La Escritura también profetiza de Jesucristo que será nuestro guía y consejero (cf. Is

9,6), ya que como Él mismo nos dirá: “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a

quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). De ahí que la dirección espiritual no sea

tanto un ministerio en el que nos profesionalizamos como expertos de lo sagrado,

cuanto una experiencia personal de vida. Es cierto que acompañando a otros en su

camino, también nosotros aprendemos mucho para nuestra vida, pero eso no sustituye la

exigencia de nuestro camino personal a recorrer, en el que también necesitamos el

consejo y la ciencia de alguien que nos guíe espiritualmente:

Es menester quien nos avise de los peligros en que podemos incurrir. Porque en la

mar hay unos lugares donde se hunden las naos, y es menester hombres sabios para

que conozcan los peligros y aparten de ellos las naos. Y si en estos peligros sois

engañados, ahogaros heis. (Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1),

16).

En este proceso de discernimiento ocupa un lugar privilegiado la oración. Sin ella no

hay diálogo con Dios, sin diálogo no hay escucha y sin escucha no hay conocimiento.

En la oración conocemos el querer de Dios, y con ella aprendemos a pedir la fuerza

necesaria para hacerlo realidad en la vida. Necesitamos orar como Jesucristo y enseñar a

orar con Él: “hágase tu voluntad”. Si no llegamos a este grado de oración, difícilmente

avanzaremos en el camino del seguimiento.

Si tu voluntad y la de Dios combaten, si traes guerra dentro de ti, sabe cuál es lo

que se ha de hacer, tu voluntad u la suya. Al cabo salga Dios con la corona, reine

Dios en tu corazón. Haz su santa voluntad. No ha de haber más de un reino, no

más de una cabeza, uno que mande, no más de una voluntad. El que no hace esto,

deja a Dios y desobedece su santa voluntad. El que vive en este mundo consigo

proprio, sin Dios en el obedecer se halla en el otro sin Dios en el gozar (Sermón

82,21).

Dentro de la dirección espiritual ocupa un lugar muy importante la discreción de

espíritus, un don de Dios que San Juan de Ávila define como: «lumbre del Espíritu

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

65

Santo con la cual entrañable inspiración y alumbramiento se hace huir todo error, y

opinión y duda»218

.

Cuando aceptamos con amor la voluntad de Dios, nuestras acciones alcanzan una

eficacia extraordinaria. El criterio fundamental de discernimiento que San Juan de Ávila

ofrece, es la consideración de los frutos de nuestras obras, y de un modo especial, la

humildad que la obra deja en nosotros. Lo importante de la lucha y la prueba es no

perder la confianza en la promesa del Señor. Todo el Audi filia es una invitación al

seguimiento de la palabra de Cristo, rechazando el lenguaje del demonio, desde un

discernimiento continuo de la voluntad del Señor.

Porque así como Cristo es causa de todos los bienes, que se comunican a las ánimas

de los que se sujetan a Él, así el demonio es padre de pecados y tinieblas, porque,

instigando y aconsejando a sus miserables ovejas, las induce a mal y mentira, con

que eternamente sean perdidas, y porque sus astucias son tantas que sólo el Espíritu

del Señor basta a descubrirlas, hablaremos pocas palabras, remitiendo lo demás a

Cristo, que es verdadero enseñador de las ánimas (Audi filia I,28)219

.

Para discernir bien la voluntad de Dios debemos ser vigilantes:

A Isboset mataron dos malos hombres porque se durmió la portera, que estaba

ahechando el trigo (cf. 2Sam 4,5.7); porque quien no tiene vela sobre su corazón

para discernir quién entra en él, si es trigo o si es paja, poco tiempo durará con la

vida. Y por esto nos amonesta la Escriptura diciendo: Con toda guarda guarda tu

corazón, porque de él procede la vida (Prov 4,23); y mal puede guardar quien

duerme ni discernir paja de trigo quien tiene los ojos cerrados. ¡Oh cuántos no

miraron que es menester ser prudentes en el servicio de Dios, y no oyeron lo que

dijo San Pablo: No queráis ser hechos imprudentes, mas entended cuál es la

voluntad del Señor! (Ef 5,17). Y por no saber apartar lo verdadero de lo aparente,

fueron poco a poco enganados; y del descuido vino el sueño, y de aquél la muerte al

que guardaban. Vele mucho, vele el pensamiento de la persona que tiene en su

pecho a Jesucristo, y mire con siete ojos quién es el que entra en el ánima; porque

tan gran bien, como es conservar a Dios en el ánima, no se deja poseer de los

218

Audi filia III,18. 219

Cf. Sermón 19,4.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

66

descuidados ni necios, y pagan después con lloros su poco saber, que tan caro les

costó; y plega a Dios no con infierno (Carta 84)220

.

Encontramos la paz cuando somos capaces de abrazar desde la fe la voluntad de Dios

sobre cada uno de nosotros.

Echa fuera tu propio sentido y quedarás en paz. Quiero decir que si Dios te quiere

llevar por breñas y barrancos, y cuando echas el pie delante te parece que lo echas

atrás, no te parezca a ti que irás mejor por lo llano o por otra parte, que eso es lo

que te hace tener guerra entre ti. No has de tener parecer para lo que Dios quisiere

hacer de ti. Y por eso tienes guerra, porque quieres tener un sí y un no en la boca,

más redondo que una pelota. ­¡Haz esto! ­No quiero. ¡No hagas esto! ­Sí quiero.

­Pues el que se pusiere en el querer de Dios, sin querer sí ni no, echa fuera el

escarnidor (Sermón 19,4).

El Concilio Vaticano II ha señalado como misión de los sacerdotes, «examinar los

espíritus para ver si son de Dios, descubrir mediante el sentido de la fe los múltiples

carismas de los laicos, tanto los humildes como los más altos, reconocerlos con alegría

y fomentarlos con empeño»221

. También nos lo ha recordado San Juan Pablo II en las

Pastores dabo vobis:

Este “munus regendi” es una misión muy delicada y compleja, que incluye, además

de la atención a cada una de las personas y a las diversas vocaciones, la capacidad

de coordinar todos los dones y carismas que el Espíritu suscita en la comunidad,

examinándolos y valorándolos para la edificación de la Iglesia, siempre en unión a

los obispos» (n. 26).

No es tarea fácil, pero los sacerdotes podemos contemplarlo como un servicio urgente y

apasionante. Lo que debemos tener bien claro es la naturaleza diversa y los límites

propios; el acompañamiento lo podemos realizar sacramentalmente, mediante la

confesión, o extrasacramentalmente, en lo que llamamos comúnmente dirección o

acompañamiento espiritual. Curar y acompañar será siempre el “ars artium”,

220

Cf. Sermón 32,9. 221

CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis, 9.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

67

pastoralmente hablando, el “arte del acompañamiento” que propone proféticamente el

Papa Francisco222

.

En su Audi filia, San Juan de Ávila cita el testimonio de los espirituales para afirmar la

necesidad de un maestro espiritual, que nos ayude en el camino hacia Dios para evitar la

tentación de seguir el propio parecer, creyendo ser enseñados directamente por Dios. Es

más, la soberbia de rechazar esta ayuda cuando nos es posible o alcanzable, supone ya

cerrarse a la gracia de Dios223

. Esta tentación ha sido y será de todos los tiempos, pero

quizá en el momento presente que vivimos, marcado por la comunicación digital, pero a

la vez más autónomo e independiente, se ha ido forjando una cultura del

“autoabastecimiento” también en el ámbito de nuestras comunidades y presbiterios,

incidiendo directamente en la vida espiritual de fieles y pastores. No faltan incluso

justificaciones basadas en la falta de vocaciones o de tiempo, que silencian, a lo mejor,

la falta de interés o de seriedad en la vida espiritual. A un jesuita, Ávila le recomienda:

«conviene siempre tener un ministro de Dios, cuenta con que su ánima ande repastada

en Dios y llena de grosura espiritual, lo uno para su propio aprovechamiento; lo otro,

para lo ajeno»224

.

La primera virtud que se pide al director espiritual es que sea un buen cristiano; es decir,

que trate los negocios espirituales como cristiano más que como filósofo, consciente de

que Cristo, y sólo Él, es la puerta de la santidad225

. Si no estamos unidos a Dios,

difícilmente podemos ayudar a otros en su camino hacia el Señor. Nuestra vida de

oración, de amistad y trato con el Señor es imprescindible para una buena dirección

espiritual, necesitamos ser «hombres de oración para poder acompañar con ciencia y

sabiduría divina. El sacerdote que no ora me dará por consejo de Dios consejo suyo; por

respuesta divina, respuesta de hombre»226

. Unidos a Jesucristo, vivimos en Él la vida

nueva, aprendemos el camino que ha recorrido del cielo a la tierra, y también

descubrimos sus huellas en el camino que nos lleva de la tierra hacia el cielo. Ahí es

donde nos necesitan los hombres, caminando a su lado, como padres y amigos,

discerniendo las huellas del Señor con la luz del Espíritu y el fuego de la caridad

pastoral.

222

Cf. FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 169. 223

Cf. Audi filia, III,26. 224

Carta 228. 225

Cf. Carta 222. 226

Sermón 5[2],22.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

68

Resulta grandemente beneficioso, además, el conocimiento de las leyes del espíritu, que

vamos aprendiendo por propia experiencia, pero que también nos ofrece sistematizadas

la teología espiritual, partiendo de la experiencia de los santos. Es una gran temeridad y

un peligro para las almas procurar dirigir a otros desde la inexperiencia y la falta de

conocimientos necesarios:

Experimentados en las curas de las enfermedades espirituales, han escrito muchas

cosas muy provechosas para el conocimiento y medicina de las tales en-

fermedades, y muy saludables recetas para conservar la salud alcanzada y para

enseñar y persuadir el camino de Dios, conviene que el cura sea leído en la

lección moral de los santos, pues sin ella ni entenderá seguramente la sagrada

Escritura y hará muchos yerros en la cura de las ánimas por no aprovecharse de

los avisos de los médicos que Dios nos dio (Tratado del sacerdocio, 38).

Estamos llamados a ser hombres de Dios que acompañen, animen y sostengan a otros

hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos en su camino hacia Dios. Debemos vivir

como hombres en medio de los hombres, pero al mismo tiempo con una vida conforme

al hombre de Dios que los fieles tienen derecho a ver en sus ministros227

. Hemos de

examinarnos continuamente y revisar nuestro modo de proceder con los fieles, porque

fácilmente podemos irnos acostumbrando a un modo de acompañar que, lejos de

ayudar, debilite o retrase el camino de los fieles. Debemos ser muy humildes ante Dios

cuando buscamos su voluntad en la vida de los demás, porque podemos llegar incluso, a

convertirnos en obstáculos de este proceso si intentamos reproducir nuestra experiencia

personal en la vida de otros, sin respetar el camino de Dios para cada persona. Así se lo

advierte San Juan de Ávila a Santa Teresa de Jesús: «las cosas particulares por donde

Dios lleva a unos, no son para otros»228

. Y es todavía mucho más peligroso cuando, con

negligencia y sin discernimiento, contagiamos a otros nuestra posible desesperanza,

tibieza o falta de fe. Contra todo ello, arremete Ávila:

No dañan tanto los ladrones que están acechando en los caminos para robar a los

caminantes, no tanto los corsarios que roban en la mar a los que llevan muchas

riquezas y navegan con próspero viento, cuanto daña un enseñador tibio a un

227

Cf. Rom 12,2; CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis, n. 3; BENEDICTO

XVI, Discurso a los Obispos de Panamá en “Visita Ad Limina Apostolorum” (19.09.2008). 228

Carta 158.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

69

hombre que corría ligero por el camino de Dios; y sale él de través y veces con

desordenados temores que le pone, y veces con palabras buenas mal entendidas,

de tal manera lo trata, que le echa unas cadenas a los pies para que no pueda

correr como antes, sino andar muy poco a poco; y la frialdad que el tal enseñador

tiene dentro de sí, la derrama como agua fría sobre el corazón del que tenía fervor,

y se lo apaga como al fuego el agua. Camina otro por el mar de este mundo con

muchas virtudes, inspirado por el soplo del cielo; y sálele al camino el espíritu y

soplo de la humana prudencia, y hace que deje el otro la guía del cielo que le

hacía celestial, y que se abaje a ser terrenal, regido por humana prudencia, maestra

de la tibieza, enemiga del fervor (Sermón 55,37-38).

Jesucristo espera de los sacerdotes aquella disponibilidad que es fruto de la caridad

pastoral que ha puesto en nosotros. El amor no tiene límites y esto ha de manifestarse en

nuestra solicitud y sensibilidad por la gloria de Dios y el bien de los hombres:

El sacerdote ha de tener dos ojos, como las dos piscinas en Hebrón (cf. Cant

7,4), con que llore las ofensas de Dios y la perdición de las ánimas, y transforme

en sí y sienta como propios suyos los trabajos y pecados ajenos,

representándolos delante del acatamiento de la misericordia de Dios con afecto

piadoso y paternal corazón; el que debe tener el sacerdote con todos, a

semejanza del Señor, y también de San Ambrosio, que decía que no menos

amaba a los hijos espirituales que tenía que si los hubiera engendrado de

legítimo matrimonio; y San Juan Crisóstomo dice que aún se deben amar mucho

más. Y así, el nombre de padre que a los sacerdotes damos les debe de

amonestar que, pues no es razón que lo tengan en vano y mentira, deben de tener

dentro de sí el afecto paternal y maternal para aprovechar, orar y llorar por sus

prójimos (Tratado del sacerdocio, 11).

Los fieles necesitan encontrar en nosotros la disponibilidad y el conocimiento de las

realidades espirituales, es decir, el tiempo y el discernimiento de un sacerdote que les

ayude a caminar y a progresar en su vida espiritual. Los fieles poseen un “olfato”

especial para percibir dónde está Dios, en quien mora la gracia del Espíritu. En un

mundo que invita constantemente a la desconfianza, los sacerdotes tenemos que

destacar por la prudencia y discreción, incluso en la información que manejamos fuera

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

70

de la confesión. Se trata de una de las virtudes que más puede enriquecer nuestro

ministerio, aunque faltando ésta, también lo puede arruinar y, por consiguiente, dividir a

la comunidad. Deberíamos ser, por excelencia, los hombres de la confianza y del

secreto.

Un obstáculo a la apertura de los fieles con sus pastores aparece cuando nos ven

siempre “con prisas” y “sin tiempo” para ellos. Quizás necesitemos también en este

sentido, una revisión sobre lo urgente y lo prioritario en nuestro ministerio y en nuestras

“labores pastorales”. Los grandes medios modernos de comunicación social, tan al

alcance de todos, nos ofrecen innumerables posibilidades de “llegar”, de “acompañar”,

de “estar cercanos”, de “hacer camino con”. Pero, ¡qué necesaria se hace para todos una

educación del corazón!; de modo que dichos medios nos conduzcan al encuentro con

Dios y con los hermanos, como cauces de amistad y fraternidad, sin que se conviertan

en nuestros peores aliados. El secreto está en el corazón y en lo que buscamos, y

entonces no importa tanto si la pluma o el teclado, la carta o el e-mail, el sms o el

whatsapp, con tal de no olvidar la insustituible riqueza del trato personal. También en

este sentido tenemos que ser realistas y astutos, pero sencillos y muy prudentes, y no

confundir lo fácil o cómodo con lo pastoral.

En María siempre podremos encontrar el mejor modelo y sostén para nuestra labor

apostólica. Ella que nunca buscó su propio interés y ofreció totalmente su vida por

nuestro bien, nos enseñe a los pastores la saludable ciencia de acompañar a los

hombres, aceptando la paciencia de sufrir los trabajos propios de la cura de almas229

.

229

Cf. Sermón 70,38.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

71

8. VIDA APOSTÓLICA

Cuanto hemos dicho hasta este instante acerca de nuestra identificación con Cristo en la

caridad, lo hemos de aplicar ahora a su manifestación en la vida apostólica. Todos los

ministerios que hemos ido perfilando de la mano de San Juan de Ávila, configuran los

trazos esenciales del apóstol, que con su vida ha de manifestar la armonía evangélica de

la santidad en el ministerio sacerdotal: “Todo cuanto hacéis de palabra o de obra,

hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él” (Col

3,17). El apóstol es un enviado que actúa en nombre o por encargo de otro, por tanto la

referencia a su origen es imprescindible. San Juan de Ávila remite la obediencia

apostólica a la obediencia de Jesucristo que se ofrece libremente como respuesta

gratuita de amor y obediencia al Padre y a los hombres necesitados.

Nuestra vida apostólica no es algo distinto de la caridad pastoral, sino su realización en

las distintas expresiones del ministerio, que nos llama a vivir con perfección de amor en

todo cuanto hacemos, pues el amor en las obras es el meollo, el tuétano230

. Necesitamos

que nuestro corazón de pastores se encienda con aquel ardor apostólico que impulsó y

sostuvo la vida de San Juan de Ávila.

¿Qué entiende Ávila por apostolado? No sólo es un llamar «venid acá», sino decir y

hacer231

. Ser apóstoles no consiste solamente en haber recibido un día la llamada sino

en tomar en serio el envío del Señor, su misión: decir y hacer, anunciar y testimoniar.

Somos enviados por el Resucitado como Él fue enviado por el Padre (cf. Jn 20,21).

Sabemos que Dios no se contentó con darnos a su amado y único Hijo sino que se dio a

sí mismo; y de la misma manera el Hijo no sólo reveló al Padre, sino que también se

entregó a sí mismo. No basta con que nosotros entreguemos a los hombres lo que más

amamos, Jesucristo. El ministerio pide nuestra entrega personal unidos a Él, como

sacerdotes y víctimas. La belleza es el sello de la verdad, decía Benedicto XVI; pues así

también, la belleza del ministerio sacerdotal vivido con autenticidad, evoca también de

230

Sermón 5[1],17. 231

Sermón 8,10.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

72

la verdad de la misión de Jesucristo y de este sacramento para la salvación de los

hombres y santificación de su Iglesia.

Nuestra predicación trasciende las palabras que pronunciamos y las acciones litúrgicas

que celebramos, engloba también el martirio cotidiano de la propia vida cuando ésta es

de verdad espiritual, es decir, cuando la gracia actúa a través de nosotros232

.

Así como Jesucristo predicaba, así ahora el Espíritu Santo predica; así como

enseñaba, así el Espíritu Santo enseña; así como Cristo consolaba, así el Espíritu

Santo consuela y alegra233

.

San Juan Pablo II nos advertía al comienzo del nuevo milenio que debemos respetar

siempre la primacía de la gracia como principio esencial de la visión cristiana de la

vida234

. El Señor está con nosotros; no trabajamos solos, Él es el primero en trabajar en

su viña. Necesitamos el Espíritu que nos enseña a hablar y a escuchar a los hombres,

que da fruto en nosotros para que realicemos las obras de caridad, de gozo, de paz (cf.

Ef 5,8-11; Flp 1,9-11,), pues ¡qué será de nosotros si no damos fruto! (cf. Mt 3,10)235

.

Nuestra misión es trabajar con amor y caridad por su viña, actuando la misericordia de

Dios, siendo misericordiosos y humildes, pues más podemos obrando que hablando236

.

No nos bastan las ideas para vivir como sacerdotes, necesitamos encarnar hoy, aquí y

ahora, la misericordia de Dios.

Debemos alentar en el mundo la misión de Jesucristo, renovada por el Espíritu en

nosotros. Jesucristo nos enseña que la salvación es fruto de la mirada amorosa de la

Trinidad sobre el mundo y sobre la humanidad, llena de misericordia y compasión,

asumida en el misterio de la redención237

. En la Cruz de Jesucristo aprendemos un modo

nuevo de amar a este mundo y a los hombres. La fuerza del amor de su corazón le

impulsa a amar profundamente al mundo, buscando su bien y la salvación de todos.

Jesucristo nos demuestra que la misericordia si es auténtica, conlleva dolor, dolor y

compasión por las miserias del prójimo238

. ¡Cómo no llorar apostólicamente nosotros el

232

Sermón 30,7. 233

Sermón 30,19. 234

Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 38. 235

Sermón 39,1; Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 56. 236

Cf. Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 21; Sermón 8,29. 237

PÍO XII, Carta encíclica Haurietis aquas, n. 10. 238

JUAN PABLO II, Carta encíclica Dominum et vivificantem, n. 39.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

73

desconocimiento creciente de Jesucristo entre nuestros coetáneos, e incluso entre

muchos cristianos. Cómo no sentir nuestras las fragilidades y pecados de los hombres,

sus situaciones de marginación humana y espiritual!

Podemos ser santos en y con nuestra vida pastoral. Esto no es un sueño, sino una

realidad que Dios nos ofrece a través de una profunda experiencia de fe y de un

ministerio vivido gozosamente en la gracia del Espíritu. Basta con ser hombres de Dios

cumpliendo nuestros compromisos en las pequeñas cosas de cada día, mediante el

servicio a la Palabra, administrando los sacramentos y sirviendo en caridad a los más

pequeños y pobres, presentándonos ante el mundo como buscadores de Dios y

seguidores de Jesucristo.

El orden sacerdotal, su espiritualidad y cuanto recibimos de Dios es un don para la

Iglesia y para la humanidad entera, que nos beneficia humana y espiritualmente. Es un

don de Dios que se nos confíe este ministerio, y que con nuestra pobreza personal

podamos servir a la comunidad humana y cristiana en la persona de Jesucristo, para ser

los transmisores de su amor y misericordia.

En todo tiempo y circunstancia la Iglesia se siente urgida por la caridad del corazón de

Cristo que en su agonía exclamaba: “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde

yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado,

porque me has amado antes de la creación del mundo” (Jn 17,24). La oración de Jesús

que penetró los cielos en la noche del primer jueves santo, se ha transformado en misión

permanente e irrenunciable para toda la Iglesia, en clamor a nuestro corazón sacerdotal.

Con nuestra entrega y servicio debemos ayudar a los hombres a caminar hacia Dios, así

nos lo ha enseñado Jesucristo.

Cuando Él lavó los pies de sus discípulos nos dio ejemplo de humildad, y además, dio

testimonio de que su corazón amaba entrañablemente el servir y por eso quiso estar en

medio de nosotros como el que sirve (Lc 22,27)239

. En este sentido, finalizando sus

ejercicios espirituales anuales, Benedicto XVI recordó en una ocasión que cuando Pedro

le dice a Jesús: “Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza” (Jn 13,9), el

apóstol expresaba su dificultad -y la de todos los discípulos- para comprender la

sorprendente novedad del sacerdocio de Jesús, de este sacerdocio que es precisamente

239

Cf. Sermón 75,68.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

74

humillación, solidaridad con nosotros240

. Quien participa del sacerdocio de Jesús debe

participar también de aquel espíritu de humildad que movía su corazón y que tanto obra

en los corazones que le aman. En el espíritu de Jesucristo podemos comprender el

sentido de nuestro ser cabeza de la comunidad: ser el primero en el ejemplo, porque si

alguna honra hay que buscar es la de abajarse a servir241

:

Le es encomendado el Cuerpo místico de Jesucristo para que lo cure y fortalezca,

y lo hermosee con tantas virtudes que sea digno de ser llamado cuerpo de tal

cabeza, como es Jesucristo….el Señor manda a los pastores de las ovejas

racionales que esfuercen lo flaco, que sanen lo enfermo, que aten lo quebrado, que

reduzcan lo desechado y busquen lo perdido (cf. Ez 34,4) (Tratado sobre el

sacerdocio, 37).

Jesucristo nos enseña esta lección, y sólo Él nos ayudará a entender en las cosas de su

servicio, a ser misericordiosos, humildes, castos y caritativos para con los prójimos. Y

porque quienes más reciben de Dios más deben compartir con los demás (cf. Mt 10,8),

seamos singulares en el servir242

.

Un primer modo de servir lo aprendemos también de Jesús: “Yo estoy en medio de

vosotros como el que sirve” (Lc 22,27). El anuncio llega a los hombres, en primer lugar,

con nuestra presencia, permaneciendo a su lado. Lo expresó hermosamente el gran

Beato Elredo en su compendiosa Oración pastoral: «No me impongo a ellos por el rigor

ni por la superioridad de mi espíritu, y prefiero serles útil por amor que estar por encima

de ellos, postrarme ante ellos con humildad, y por el afecto estar entre ellos como uno

de ellos»243

.

San Juan de Ávila recordó al concilio de Toledo la enseñanza del Tridentino por la que

el principal fin de la obligación de residencia es la predicación; y ésta es nuestra

principal misión244

. Como ha dicho el Papa Francisco, nuestra presencia al lado del

pueblo expresa la solidaridad no sólo con palabras, sino con la elocuencia de los gestos,

240

BENEDICTO XVI, Palabras al final de los Ejercicios Espirituales (16.02.2008). 241

Cf. Sermón 75,50. 242

Cf. Sermón 38,29; Sermón 37,51. 243

BEATO ELREDO DE RIEVAL, Oración Pastoral, 8. 244

Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 17.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

75

que Dios está cerca de todos245

. Por eso, no se cansa de insistir a los obispos que residan

en sus obispados y estén más tiempo al lado de los suyos, con menos viajes y reuniones.

Ávila ya decía que «hace mucho mal la ausencia del rey en su reino, del señor en su

estado, del obispo, etc., y de un casado en su casa»246

. Y por extensión, todo esto nos lo

podemos aplicar los sacerdotes con cura de almas, y especialmente los párrocos con

obligación de residencia247

. El P. Cantalamessa hace un análisis del vocablo “párroco”,

que nos puede ayudar a comprender su naturaleza:

Somos «párrocos», pues «paróikos» es la palabra del Nuevo Testamento que se

traduce como peregrino y forastero (cf. 1Pe 2,11), como «paroikía» (parroquia) es

la traducción de peregrinación o exilio (cf. 1Pe 1,17). El sentido es claro: en

griego «pará» es un adverbio y significa junto: «oikía» es un sustantivo y

significa casa; por tanto: vivir junto, cerca, no dentro, sino a un lado248

.

A lo largo de los siglos los “santos pastores” han sabido hacerse presentes en medio de

su pueblo. La residencia de los sacerdotes consiste en estar presentes ejerciendo el

ministerio con la propia persona, “agnoscere oves nominatim”, siendo verdaderos

padres249

. Debemos cumplir personalmente con nuestro oficio y residencia, recuerda

Ávila.

La escasez de vocaciones y la consecuente necesidad de movilidad de los sacerdotes,

quizás nos haya debilitado en la consideración de la importancia que tiene nuestra

presencia en medio de los fieles, del pastor sobre sus ovejas250

. Pero junto a estas

circunstancias se pueden dar otras motivaciones o justificaciones que probablemente

necesiten ser revisadas, pues tienen más que ver con el espíritu del mundo que con el

espíritu de Jesús y del ministerio sacerdotal. El Pueblo de Dios se ha ido habituando a

estas circunstancias que nos afectan, pero el “sensus fidelium” le hace suspirar y desear

otra cercanía y otra atención más próxima de sus pastores.

La presencia del sacerdote que el pueblo necesita, es la del pastor que sigue al Señor y

que con su seguimiento va mostrando el camino a los fieles. El buen olfato de la

245

FRANCISCO, Audiencia General (18.12.2013). 246

Sermón 81,7. 247

Cf. Código de Derecho Canónico 533§1; 543§ 2; 1396. 248

Cf. CANTALAMESSA, R., «I cristiani sono Pellegrini (= parroci) in questo mondo», en

Famiglia Cristiana (novembre 2005). 249

Cf. Advertencias al Concilio de Toledo, 20. 250

Sermón 35,30.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

76

comunidad cristiana sabe distinguir al pastor enamorado de Jesucristo y virtuoso, de

aquel otro sacerdote que vive tibiamente sus virtudes sacerdotales. De ahí que, cuando

los fieles saben que su pastor es un hombre que reza y dedica la vida a su servicio,

correspondan con aquel calor y afecto que alimenta y sostiene la vida de toda la

comunidad251

.

Porque servimos a Dios, y servir a Dios es agradarle, debemos ser coherentes, honrados

y responsables en todo lo que hacemos al servicio a los hermanos252

. Y nuestra primera

coherencia es la unidad de vida, la armonía entre espiritualidad y misión, integrando

ambas y no separándolas. De nada vale pensar que hago mucha oración o que tengo

mucho amor a los fieles si luego no desempeño mi oficio de pastor con una caridad

discreta y concreta, buscando a la oveja perdida, acogiendo y perdonando

misericordiosamente… Esto es un yerro de los que se tienen por espirituales o de los

que se creen grandes pastoralistas. Tenemos que estar dispuestos a seguir al Señor y a

tomar por su amor trabajos y aflicciones en el cuidado de los hermanos253

. Benedicto

XVI, durante la homilía pronunciada el día de la proclamación de San Juan de Ávila

como Doctor de la Iglesia, destacó precisamente que él fue un hombre de Dios que unía

la oración constante con la acción apostólica. La oración sacerdotal por uno mismo y

por el pueblo, es el secreto de nuestro testimonio y de nuestra fecundidad apostólica: «si

se mira cuántas y cuán diversas son las ocupaciones que pide su oficio, se verá cuán a la

mano y convertido en naturaleza le conviene tener uso de la santa oración»254

.

Advirtamos mucho que estamos naturalmente inclinados a regocijos de fuera y a

descuidar la virtud interior, sea buscando éxitos pastorales o personales, hermosas

ceremonias o el aplauso de los fieles, en todo caso “glorias humanas”, cuando lo

importante es que todo cuanto celebramos exteriormente, lo que somos, hacemos y

vivimos como pastores sirva de motivo y despertador del amor y devoción interior en

nosotros y en los fieles255

.

251

BENEDICTO XVI, Discurso durante las Vísperas y Encuentro con los Obispos de Estados

Unidos (16.04. 2008). 252

Cf. Plática 7,3; Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 4. 253

Cf. Carta 161. 254

Tratado sobre el sacerdocio, 36. 255

Cf. Sermón 35,45.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

77

La vida apostólica por sí sola no garantiza el seguimiento de Jesucristo. Volvamos al

amor primero, a aquella experiencia interior de fe y esperanza que necesita ser renovada

diariamente en el trato con el Señor y en la caridad pastoral256

. La oración es crucial

para cuidar la castidad de nuestro corazón, sin la cual es como tener un corazón lleno de

agujeros que nos hace derramar por fuera lo que siempre debiéramos conservar en

nuestro interior: el buen licor de Dios, su Espíritu que nos capacita para amar y servir en

todo257

. Fijémonos en lo que predica Juan de Ávila sobre el bautismo y la eucaristía, y

saquemos conclusiones para nuestro sacerdocio: «Por eso nos untan con el olio en el

baptismo, en señal que recibimos al Espíritu Santo, que es la misma blandura, la misma

devoción, el mismo amor; y así había de ser el corazón del cristiano, tierno, amoroso;

había de bañar en devoción». Y sigue diciendo a continuación en su sermón de la

infraoctava del Corpus:

Trae amor, y dasle malquerencia; tráete humildad, y tú dasle soberbia; tráete

castidad y limpieza, y estaste en tus deleites sucios; tráete mansedumbre, y tú eres

aún un airado; tráete misericordia y caridad, y no hay quien te haga hacer una

limosna ni haber misericordia de tu prójimo, que está pereciendo de hambre….

Jesucristo es humildad, castidad, paciencia, mansedumbre, caridad, y aquel lo

recibe y lo come se le imprime en el corazón (Sermón 41,30.33.48).

Necesitamos su humildad y mansedumbre para amar y sufrir a todos, esforzándonos

pastoralmente por su bien espiritual, progreso y promoción humana. Pero este fin

requiere también de mucha prudencia, paciencia y fortaleza que hemos de pedir

constantemente al Señor para que nunca abandonemos a los fieles a su propia suerte:

«Menester es mucha prudencia para saber llevar a tanta diversidad de gentes y

aplicar a cada uno su medicina según a cada uno conviene; menester es mucha

paciencia para sufrir importunidades de ovejas sabias y no sabias; y que le dé

Dios, como a Hieremías (cf. Ez 3,9) , una faz tan fuerte como diamante y

pedernal, para que no sea vencido por amenazas y malas obras de los que no con-

sienten que los saquen de sus pecados, ni que los reprendan, ni que los curas

hagan su oficio. Conviene ser como el profeta que dice: Repletus sum fortitudine

Domini, ut annuntiem Iacob scelus suum (Miq 3,8); virtud tan necesaria para los

256

Cf. FRANCISCO, Homilía en el día del Santísimo nombre de Jesús (03.01.2014). 257

Cf. Carta 85[3].

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

78

que tienen oficios públicos, cuan rara de haber, porque pocos hay que el querer

complacer a amigos y el temer desplacer a enemigos, no les toque en poco o en

mucho» (Tratado sobre el sacerdocio, 37).

No olvidemos que estamos hablando de la vida apostólica y, como ya hemos dicho, la

pobreza no es una moda del Papa Francisco sino “el modo” de Jesucristo, la forma

elegida por el Hijo de Dios para revelarnos su amor y para salvarnos: “la generosidad

de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que

os enriquecierais con su pobreza” (2Cor 8,9):

Decidnos, Señor, cuando venistes del cielo a la tierra, para que viniendo en ella

nos enseñásedes con palabras y obras el camino para subir al cielo, ¿escogistes

vos, por ventura, la mejor casa, el mejor vestido y los tratos de mayor ganancia,

las honras y descanso y todo lo demás que el mundo elige y llama mejor? Por

cierto, hermanos, si lo que el mundo escoge es lo mejor; Jesucristo se engañó y

escogió lo peor (Sermón 71,8).

San Juan de Ávila pone en relación la pobreza del Obispo y del presbítero con la

imitación de Cristo Pastor y Obispo. La pobreza de Cristo afecta a su ser, y en su

pobreza es Pastor y Obispo. El ejemplo del Papa Francisco desde los primeros instantes

de su elección, pone de manifiesto el alcance de esta convicción que expresaba tan

claramente San Juan de Ávila. La pobreza, además de favorecer el seguimiento de

Jesucristo es un testimonio elocuente en la predicación del evangelio. No todo lo lícito

resulta apropiado a la predicación cristiana:

Ponit vestimenta sua; porque para servir a los hombres se quitó Él lo que

lícitamente pudiera tener; y da ejemplo que los mayores, por bien de los suyos, no

usen de algunas cosas que lícitamente pudieran. Si los mayores perdiesen algo de

su ornato, que es significado por la ropa, aunque lícitamente, se remediarían con

este ejemplo los excesos de los menores, y serían vestidas las ánimas de estos

mayores con caridad, cuanto menos lo fuesen en lo de fuera. No miró Cristo a

licet, sino a expedit, y aedificat, ut Paulus: Omnnia mihi licent, sed non omnia

aedificant, non quaerens quod mihi utile est (cf. 1Cor 10,23) (Sermón 33,21).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

79

La pobreza sacerdotal guarda relación con la elección personal de identificarse con

Jesucristo, que iba huyendo de lo necesario, por darnos a nosotros ejemplo para que

huyamos de lo superfluo y así tengamos en más ser pobres con Él que ricos con el

mundo258

. Para servir conviene quitar el ornato y hacerse humilde, si no queremos que

los fieles huyan de nosotros259

:

Porque, como el pueblo entiende que, en los obispos y eclesiásticos, el principal

ornato es la virtud, y que quien anda con aquéllas [vanidades] es señal que tiene

poca, no les temen ni reverencian. Y es justa permisión de Dios que, pues ellos

dejan de hacer lo que deben a Dios y a sus ovejas, ellas no hagan con ellos lo que

son obligados (Advertencias al Concilio de Toledo, 11).

Pero, ¿qué es ser pobre? Pobre se llama en la Escritura al humilde, porque ninguna

cosa tiene en sí en que se arrime ni en que confíe, y toda su riqueza tiene puesta en la

misericordia de Dios, y su oficio es pedirle y ser mendigo a las puertas de su

misericordia260

.

Todo cuanto hemos dicho sobre la vida apostólica incide en la vida fraterna y en el

testimonio de los discípulos de Jesucristo. La unidad no es una estructura ficticia o

teórica que sostiene la misión sacerdotal, es la forma recibida de la Trinidad que

configura a la Iglesia, su vida y su misión y, por tanto, el ministerio apostólico.

El sacerdote es hombre de unidad, porque es hombre de Dios. No debemos cansarnos de

trabajar por la reconciliación, empezando por nuestros presbiterios y comunidades, para

ofrecernos al mundo como instrumentos de paz y reconciliación: «Ésta es la cristiandad,

y esto lo que prometimos en el bautismo. Si tenemos un corazón, ¿cómo reñimos unos

con otros?»261

. El apóstol Santiago nos pide que no nos quejemos unos de otros para no

ser juzgados (cf. Sant 5,9).

Hay actitudes, a veces instaladas solapadamente en nuestro corazón y en nuestro día a

día, que son incompatibles con un ministerio de fraternidad. ¿Cuál es la raíz de tantas

“guerras”? «Cada uno se ama a sí mismo, de aquí viene la división entre muchos; y de

258

Cf. Sermón 11,3; 3,11. 259

Cf. Sermón 33,21. 260

Sermón 75,49. 261

Sermón 57,21.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

80

la división nace la perdición»262

, observa San Juan de Ávila. Es sin duda lo más

contrario al amor de Dios y a la caridad pastoral, porque cuando amamos a Dios y a los

hermanos con el amor de Jesucristo no anteponemos el amor a nosotros mismos. El

Papa nos está exhortando continuamente a este “éxodo” y “despojo”, a no idolatrarnos.

Ciertamente, la unidad es un don de Dios, el sello de calidad de nuestra predicación, y

hay que comenzar a trabajarla en el propio corazón y en la propia vida. No nos

engañemos, no habrá fraternidad si falta la relación fundante en la paternidad

misericordiosa de Dios, que a todos busca, ama y perdona. Para ser hermanos

necesitamos antes sentirnos hijos y vivir desde la humildad y confianza en Dios.

Cuando faltan todas estas virtudes el pueblo experimenta que algo no funciona en

nuestra vida. Cuando falla nuestra relación con Dios o con los hermanos todo comienza

a ir mal, se nos endurece el corazón y se enfría el amor. ¡Qué doloroso sigue siendo para

la Iglesia, que en los prejuicios y clichés de tanta gente se asocie inmediatamente la

imagen de dureza y severidad a la persona del sacerdote y de la religiosa! ¡Nada más

contrario a nuestra vocación, al origen de la llamada, al fundamento y fin de nuestra

misión! La vida apostólica tiene su “sello distintivo de calidad” que es la cordialidad, su

“denominación de origen” es la ternura del Corazón de Jesucristo que se acerca a cada

persona no riguroso, no cruel, sino amoroso y manso, y lleno de todos los bienes263

. El

mundo espera de nuestro ministerio aquella mirada y aquellos gestos que recuerden esta

ternura del amor de Dios. Un sacerdote entregado al Evangelio desde el corazón de

Jesucristo es luz para el mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-14), también en este

momento de la historia. Nuestro deber es alumbrar a todos con el testimonio y las

buenas obras.

San Juan de Ávila nos pide no hacer del camino un fin. Somos sacerdotes de Dios para

el pueblo, y lo nuestro ha de ser ayudar a los hombres a caminar hacia Dios por Cristo

en el Espíritu y en la unidad de la Iglesia264

, nunca hacia nosotros. Debemos poner el

amor de Dios y la unidad de la Iglesia en el centro de nuestro ministerio: consolémonos

con la buena esperanza que Cristo nos dio de su Reino. Aquí pongámonos a lo que Dios

quiere, que es a trabajar. Cuidemos los enfermos, hambrientos y necesitados y

262

Sermón 57,17. 263

Sermón 39,11. 264

Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, n. 28; JUAN PABLO II,

Exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, n. 12.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

81

ayudémosles, que ellos nos darán el cielo265

. Un ministerio sacerdotal vivido así, con

autenticidad, nos convierte en luz del mundo colocada sobre un candelero, haciendo

referencia a una grande manifestación, a esa gran comunidad que tiene como meta la

salvación por la fe y como vocación la alabanza (cf. Is 43,10-11.21)266

. Recordemos

aquella preciosa invocación a Jesucristo del P. Pedro Arrupe, convirtiéndola hoy en una

súplica confiada por todos nosotros, sacerdotes:

Haz que nosotros aprendamos de Ti en las cosas grandes y en las pequeñas,

siguiendo tu ejemplo de total entrega al amor al Padre y a los hombres, hermanos

nuestros, sintiéndonos muy cerca de Ti, pues Te bajaste hasta nosotros, y al

mismo tiempo tan distante de Ti, Dios infinito. Danos esa gracia, danos el sensus

Christi, que vivifique nuestra vida toda y nos enseñe – incluso en las cosas

exteriores – a proceder conforme a tu espíritu. Enséñanos tu modo para que sea

nuestro modo en el día de hoy y podamos realizar el ideal de Ignacio: ser

compañeros tuyos, alter Christus, colaboradores tuyos en la obra de la

redención267

.

265

Cf. Carta 86. 266

Lecciones sobre la epístola a los gálatas, 3; 13. 267

ARRUPE, P., Invocación a Jesucristo Modelo (18 Enero 1979).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

82

9. PELIGROS Y TRIBULACIONES EN LA VIDA ESPIRITUAL

Peligros en la vida espiritual

El camino va dejando su huella en la vida de toda persona y, por supuesto, también en

nuestra vida sacerdotal, advirtiéndonos positivamente de los peligros que nos pueden

sobrevenir y de las dificultades que puede atravesar nuestro ministerio. Tampoco

nuestras vidas están exentas de experiencias dolorosas y de limitaciones propias, ni

siquiera de pecado. Aun así, en todo momento nos pueden confortar las palabras

pronunciadas el día de nuestra ordenación: “Aquél que inició en vosotros la obra buena,

él mismo la llevará a su cumplimiento” (Flp 1,6). Sabemos que el tesoro de la vocación

lo llevamos en vasijas de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es

de Dios y no de nosotros (2Cor 4,7); vivámosla con la convicción profunda de que Él,

siempre fiel, “No abandonará la obra de sus manos” (Sal 137,8). En esta confianza

queremos descansar, pero no por eso debemos ser ingenuos. Así se lo advierte San Juan

de Ávila a un clérigo, hijo espiritual suyo: «Tengo mucho temor no os engañe el mundo,

o carne, o diablo, y no perdáis, por descuido, lo que nuestro Señor, por su misericordia,

os ha comenzado a dar y querría acabar»268

.

Si peleamos bien de jóvenes contra las tentaciones -explica San Juan de Ávila-

alcanzada la madurez de años también los enemigos espirituales se verán debilitados

como nuestros cuerpos, dejando paso al conocimiento maduro y sosegado del Señor269

.

Uno de los peligros que nos acecha contantemente es el activismo, capaz de derivar en

un vacío existencial, o como decía San Juan Pablo II, en el riesgo de un colapso interior,

de desorientación y de desánimo270

. Necesitamos momentos de oración, pero aún más

de una vida de oración y de intimidad con Dios; por dos motivos: el primero, para

268

Carta 211. 269

Cf. Lecciones sobre la primera canónica de san Juan (1), 11. 270

JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 74.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

83

integrar la comunión con el Padre y el servicio a los hermanos, de modo que no por

entender en la salvación de los otros, nos perdamos nosotros271

; y, en segundo lugar,

para vencer las tentaciones. Jesús nos ha dado ejemplo de cómo en la oración siempre

salimos vencedores. El engaño de abandonar la oración por “lo urgente” está siempre

presente, así como la de descuidar nuestra conciencia y vida interior cuando tratamos las

cosas santas, cuando tocamos el misterio, «porque no es cosa fácil tener oración y

devoción entre muchas ocupaciones, aunque sean buenas. Y de la misma causa viene

ser menester que su santidad sea muy firme, porque hay en su oficio tantas ocasiones de

perderla, como la razón y la experiencia lo dan a entender»272

.

Abandonar la oración o descuidar la vida interior alimenta silenciosamente la tibieza,

que desemboca en falta de esperanza y nos hace flojos, impacientes, e incluso

incrédulos. Sin esperanza no hay alegría, quedando vacío el corazón, sembrado de

miedos y lleno de tristeza desconfiada273

. Llegando a estos límites la vida sacerdotal

corre grandes peligros. Sin esta esperanza que nos anima a levantarnos cada día de

nuestras caídas, nuestro corazón se achica y desconfía de la magnificencia y

misericordia de Dios, saliendo vencedor únicamente el demonio. Y sabemos que la

pretensión del demonio es comenzar a destruirnos por el pecado para ir todavía más

allá, pensando que una vez derribado el edificio, también derribará su fundamento, que

es la fe274

. La tibieza, por tanto, tiende a destruir nuestra fe a través de la desconfianza

en Dios, disfrazada de confianza en nuestras propias obras sin caridad (cf. Lc

18,12.14)275

. Por eso, quien dice tener y predica esperanza ha de vivir de otra manera,

recordaba Benedicto XVI276

. Somos hombres de esperanza y para la esperanza, porque

vivimos confiados en Dios, caminamos por su senda y hemos puesto en Él nuestra

esperanza (cf. Is 26,8).

Otra de las virtudes más combatidas en los sacerdotes es la castidad. Ya hemos señalado

en otras meditaciones su importancia en la vivencia y ejercicio del ministerio. Hemos de

afrontar esta situación con realismo, ni ilusoria ni ingenuamente, sin entrar en diálogo

con las tentaciones. Nuestra fortaleza es el Señor y su misericordia.

271

Cf. Plática 2,3. 272

Tratado sobre el sacerdocio, 36. 273

Cf. Sermón 82,13; 43,47. 274

Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 6. 275

Cf. Carta 157. 276

Cf. BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Spe salvi, n.2.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

84

Miren que, ayunando, y orando, y estando bien ocupados y apartados de

ocasiones, y aun con madura edad, es trabajoso guardar castidad, ¿cómo se debe

esperar que la guarden personas a quien todo esto, o más, falta? (Memorial

Segundo al Concilio de Trento, 91).

Hermana de la tibieza es la pereza, alimentada en muchas ocasiones por las

murmuraciones y conversaciones ociosas que ahogan al espíritu y condicionan nuestro

apostolado277

. Debemos ser valientes y tomar distancia de estos círculos y ambientes

que nos perjudican y pueden convertirnos en holgazanes y perezosos mientras la viña

está por labrar todavía (cf. Cant 8,11)278

. Si hacemos lo que debemos y los fieles no se

aprovechan de ello, sólo nos queda rezar y acompañarles misericordiosamente; pero si

la causa es nuestra pereza, animémonos con la gracia del Espíritu y pongámonos a

trabajar, a labrar la viña de Dios, porque manteniéndonos tibios y perezosos no

viviremos la fidelidad que el Señor espera de nosotros, y se resentirá la misión.

¿Cómo puede encenderse el tibio?, se preguntaba San Juan de Ávila escribiendo a un

jesuita279

. La respuesta la encontramos en otra carta que él escribe a un sacerdote. En

ella le habla de la tibieza como una enfermedad, que cuanto más tiempo permanece en

nosotros más daño causa, como aquél que sin ganar nada gasta en poco tiempo todo lo

ahorrado en mucho. Para vencerla hay que atacar varios frentes: la oración de corazón o

con la palabra de Dios, llenar las ocupaciones con la memoria y la presencia de Dios, la

penitencia, evitar los pecados veniales, la confesión frecuente, el cuidado de las

lecturas…280

. Siempre nos enriquecerá y fortalecerá la vida sacramental, participando

digna y frecuentemente en los sacramentos: la carne de Jesucristo nuestro Señor tiene

más fuerza para las tentaciones de la carne que otro ningún remedio, y el sacramento

de la Penitencia –fuente de limpieza- nos permite volver a caminar como antes281

. Son

dos sacramentos “estratégicos” en la vida sacerdotal. De su cuidado o descuido

dependerá nuestra salud espiritual, y por ende la eficacia de nuestra misión. San Juan de

Ávila nos pide a los sacerdotes que no caigamos en la tentación de buscar un confesor

que nos tranquilice la conciencia pero que no nos cure282

, pues de ser así, iría en

277

Cf. Carta 157. 278

Cf. Sermón 8,28. 279

Carta 228. 280

Cf. Carta 162. 281

Cf. Sermón 39,21; Carta 50. 282

Cf. Memorial Primero al Concilio de Trento, 3,29.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

85

detrimento nuestra vida espiritual, dando paso a nuevos brotes de mundanidad que

desfiguran la identificación con Cristo pobre y crucificado que nos es propia283

.

Consciente de esta tentación de todos los tiempos y de todos los hombres, Ávila nos

previene contra una profanidad mundana y secular, ajena al oficio de pastores

imitadores del Cristo Pastor284

:

Caigan, pues, los ídolos de la soberbia e intemperancia de los eclesiásticos…. Este

es el sentido de la Iglesia y de los santos; los cuales, como entendiesen que las

riquezas son ocasión de muchos males y que es difícil ser uno bueno y templado

entre ellas… quisieron que los clérigos no fuesen ricos, porque tuviesen vida

desocupada para servir a Dios y camino seguro y fácil para ganar su reino»

(Memorial Primero al Concilio de Trento, 3,22).

Él escribió mucho sobre la dignidad sacerdotal referida precisamente al servicio, y nota

cómo muchas veces se quiere esta dignidad sin buscar su santidad. Pero el oficio más

alto no es la dignidad en sí misma, sino el servicio a la santidad de los hermanos desde

la propia del sacerdote. Nada más contrario a esta santidad que el egoísmo. ¡Dios nos

guarde de tener nombre de siervos de Dios y ser siervos de nos!285

. El egoísmo en

cualquiera de sus formas revela una perversión o corrupción del corazón instalado en el

propio yo, y fácilmente nos conduce a una soberbia que también puede ser espiritual.

El peligro reside en identificarnos demasiado con el fruto de nuestras obras: «No se

gloríe nadie de lo que hace por Dios, pues cuanto más le da, tanto más recibe y tanto

más le debe. A Dios se debe la gloria de todo lo bueno; porque de Él, y por Él, y en Él

son todas las cosas (Rom 11,36)»286

. Corremos el riesgo de gastar la vida centrándonos

en nosotros o en los criterios del mundo, descuidando el por qué y por quién hacemos

las cosas, y dejando incluso que “nuestras razones o las del mundo” nos dominen y

afecten directamente a nuestras disposiciones habituales para el ministerio. San Juan de

Ávila nos pone en guardia:

De tu saber, e de no querer abajar tu entendimiento y creer simplemente a lo que

dice Jesucristo, sino quererlo llevar por tu propio juicio, y que se te encaje a ti que

283

Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 91. 284

Advertencias al Concilio de Toledo, 3. 285

Plática 16,18. 286

Sermón 75,5.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

86

por razón puede ser todo aquello. Pues, si a Jesucristo has de seguir, negar tienes

ese tu juicio; dejar tienes ese tu escudriñar todas las curiosidades, que acarrea

consigo el llevar las cosas por razón. ¿De dónde nacen las congojas que tenéis,

esos descontentos, ese nunca hallaros bien, ese nunca contentaros de cosa que os

sucede, que parece que ninguna cosa se os hace bien? De vuestro parecer, de que

pensáis que no está en más ser una cosa adversa para vos, de no hacerse como

querríades, y estaríades contento (Sermón 78,9).

El remedio es transformarnos por la renovación de nuestra mente (cf. Rom 12,2), para

evitar muchos peligros y equivocaciones en la vida:

Esta «renovación» es la verdadera novedad: que no nos sometamos a las

opiniones, a las apariencias, sino a la Gracia de Dios…. Así pues, esta renovación,

esta transformación comienza con la renovación de la mente… Es necesario

renovar todo nuestro modo de razonar, la razón misma. Es necesario renovarla no

según las categorías de lo acostumbrado; renovar quiere decir realmente dejarnos

iluminar por la Verdad que nos habla en la Palabra de Dios287

.

Los judíos amaban la tierra, los romanos la honra, los gentiles las razones, pero

Jesucristo vino a derribar todas estas cosas. Bienes, honores y razones pueden llegar a

convertirse en nuestros carceleros y verdugos. Aceptar un sacerdocio al estilo de

Jesucristo nos lleva a vivir “descentrados de nosotros mismos”, gravitando en torno a Él

y con su Evangelio como única hoja de ruta segura para un ministerio de humildad,

como nos refiere el Papa Francisco:

Dios desciende, desciende a la tierra pequeño y pobre, lo cual significa que para

ser como Él, no debemos ponernos por encima de los demás, sino más bien

inclinarnos, ponernos al servicio, hacernos pequeños con los pequeños y pobres

con los pobres. Pero, es una mala cosa cuando ves a un cristiano que no quiere

rebajarse, que no quiere servir, un cristiano que se pavonea por todas partes: está

mal, ¿eh? Eso no es ser cristiano: ¡es ser pagano! El cristiano sirve, se abaja...288

.

287

BENEDICTO XVI, Lectio divina con los seminaristas del Seminario Romano Mayor (15.02.2012). 288

FRANCISCO, Audiencia General (18.12.2013).

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

87

Todas las virtudes se relacionan entre sí debiendo ser ordenadas por la caridad pastoral,

que es el Espíritu de amor y servicio que hemos recibido como don.

Tribulaciones en el ministerio

Acercarnos a la vida y a los textos de San Juan de Ávila en los momentos de tribulación

puede ser para nosotros una gracia a la hora de reafirmar nuestra fe y esperanza. Él nos

presenta una profunda doctrina espiritual, pero también el testimonio personal de quien

ha compartido la experiencia de la cruz, de la injusticia y del sufrimiento.

Dos cosas han de estar claras en nuestro punto de partida: a nadie le faltan sufrimientos

en la vida, y no hay seguimiento de Jesucristo sin cruz. Ya que todos sufrimos, lo que

nos convierte en seguidores del Señor es el modo en que afrontamos las adversidades de

este tiempo presente. Mientras vivimos en el mundo estamos sujetos a las consecuencias

del pecado, y nuestra fortaleza estriba en Aquél que lo venció con su muerte y

resurrección: Jesucristo. No olvidemos las palabras del apóstol San Pedro: “Si obrando

el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido

llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis

sus huellas” (1Pe 2,20-21).

Es fundamental permanecer con el corazón, la inteligencia, la voluntad y la mirada

puesta en Dios como hicieron los santos, según las palabras del apóstol Santiago:

“Tomad, hermanos, como modelo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que

hablaron en nombre del Señor. Mirad cómo proclamamos felices a los que sufrieron

con paciencia. Habéis oído la paciencia de Job en el sufrimiento y sabéis el final que el

Señor le dio; porque el Señor es compasivo y misericordioso” (Sant 5,10-11). Su amor

llega a nosotros mediante la gracia del Espíritu que nos fortalece y capacita para

convertir todas las situaciones en ocasiones para crecer en el amor, pues cuando éste es

verdadero crece más en la tribulación289

:

Cuando viene fuego del cielo, cuando viene el Espíritu Santo, quita el temor que

el hombre tiene; pobreza, ni deshonra, ni hambre, ni vituperios, muerte, ni

tentaciones de carne, ni al mundo, ni al demonio; todo cuanto mal estas cosas le

289

Carta 129.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

88

pueden hacer, no lo tiene en una picadura de mosca. Quis nos separabit a

charitate Christi? ­dice el apóstol San Pablo­. Tribulatio, an angustia, an fames,

an nuditas, an periculum, an persecutio, an gladius? ¿Quién nos apartará de la

caridad de Jesucristo? ¿Quién hay tan fuerte que nos pueda apartar de ella? ¿La

tribulación, el angustia, el hambre, la desnudez, la persecución, el peligro o el

cuchillo? (cf. Rom 8,35). Nada de esto nos puede apartar de ella, porque, aunque

parezcan muy crueles, nada nos espanta. Bien puede todo acaeceros y pasar por

nosotros, pero todo no nos puede sujetar; antes cuantas cosas más graves nos

acaecieren, tanto más crece nuestra caridad con la de Jesucristo, saliendo en todo

lugar y en todas las cosas vencedores, ricos y honrados, no por nuestras fuerzas,

no por nuestros merecimientos, sino por la ayuda y amparo de Jesucristo. Porque,

amándonos Él como nos ama, no consentirá que seamos vencidos; ni nosotros

acordándonos de sus misericordias grandezas, de las mercedes que de Él habemos

recebido, acordándonos de los males que nos ha quitado (aun queriendo nosotros

caer en los abismos del infierno, nos ha librado con su mano y brazo poderoso, no

seremos derribados por los pecados (Sermón 32,40).

Ya hemos visto como una de las tentaciones más habituales es el espíritu malo de la

desconfianza, contra ella Ávila nos invita a sonar el arpa de David que es Cristo con la

Cruz290

. A un predicador le recomienda esconderse en las llagas de Jesucristo que están

abiertas para nuestro refugio, en ellas encontrará la ayuda cierta al ser combatido por la

adversidad o por la prosperidad. Comentando el Cantar de los Cantares dirá san

Bernardo:

¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino en las

llagas del Salvador? ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas nos dejan ver

tus entrañas? No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para

comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia291

.

Jesucristo –recuerda Ávila- sabe de enfermedades (Is 53,3), fue tentado para aprender

a ser piadoso (cf. Heb 2,18)292

, y nos ofrece diariamente una liberación que debemos

acoger como don, como transformación interior de su amor misericordioso. Pero

290

Tratado del Amor de Dios, 13. 291

SAN BERNARDO, Sermón sobre el Cantar de los Cantares 61,3.5. 292

Sermón 60,17.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

89

además, también nos ha enseñado a orar confiando en el Padre, pidiéndole que no nos

deje caer en la tentación. En la experiencia de la debilidad, podemos orar con el Beato

Elredo en su oración pastoral:

Que tu dulce gracia me otorgue valor y fortaleza contra los vicios y malas

pasiones que atacan mi alma, sea por mi pésima costumbre anterior, sea por mis

negligencias diarias e incontables, sea por la fragilidad de mi naturaleza, sea por la

tentación, para que no consienta en ello, sino que sanes plenamente mis

debilidades, cures mis heridas y reformes lo que tengo deformado293

.

Aun cuando las dificultades asoman con pretensiones de absoluto, debemos pensar que

todo lo que en este mundo se nos puede ofrecer es ruido que pasa pronto y podemos

vencerlo si descansamos en Dios294

. Los obstáculos llegan así a convertirse en un don

para renovar la confianza, fortalecer la paciencia, avivar la oración y experimentar la

misericordia y providencia de Dios a través de su Espíritu. Como rezaba otro

cisterciense Thomas Keating, inspirándose en el himno latino “Veni Sancti Spiritus”:

En lo más caldeado de la batalla. Tu aliento nos refresca y calma nuestras

pasiones rebeldes, aquietando nuestros temores cuando nos sentimos derrotados.

Tú enjugas lágrimas cuando caemos. Eres Tú el que concede la gracia de la

compunción y la esperanza sin reservas en el perdón295

.

Hemos experimentado en muchas ocasiones cómo en medio de la noche oscura o de la

tempestad no resulta fácil rezar, pero sabemos también que faltándonos el don de Dios,

difícilmente superaremos las pruebas, y menos aún podremos aprender de ellas todo lo

que el Señor nos quiere enseñar. El mejor modo de afrontar la prueba es –como diría

San Pablo- con el escudo de la fe, la espada de la palabra de Dios y la oración continua

(cf. Ef 6,17-18), para que ninguna astucia de los enemigos o flaqueza propia nos pueda

apartar del amor de Jesucristo296

.

Jesucristo ha sido muy claro en el evangelio invitándonos a la abnegación y a tomar la

cruz (cf. Mt 16,24 y par.). Sin ambas condiciones nunca seremos discípulos. El

sufrimiento en el ministerio conforma también nuestra vocación de predicar con el

293

BEATO ELREDO DE RIEVAL, Oración Pastoral, 5. 294

Cf. Carta 4. 295

KEATING, TH., O.C.S.O., Mente abierta, corazón abierto, Desclée de Brouwer, p. 9. 296

Cf. Memorial Segundo al Concilio de Trento, 16; Carta 148.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

90

ejemplo, siguiéndole a Él con nuestras cruces, como testimonio de madurez interior y

espiritual. San Juan de Ávila observa que ser amigos de Jesús supone abrazar la vida

también en sus dificultades, como parte del progreso y purificación en el amor: Él es

amigo de tener amigos probados, y no puede haber prueba sino con tribulación, ni

pueden entrar en el cielo si no caminan por el desierto, ni celebrar Pascua de

Resurrección si no pasan por Viernes Santo, que es día de pasión297

.

Hay muchas tribulaciones, la gran mayoría tienen su origen en el pecado y en la

debilidad humana. Entre las más frecuentes que podemos experimentar los sacerdotes,

además del propio pecado, se encuentran la falta de comprensión y la soledad que nos

acecha como fruto de la crítica amarga de los hermanos, la falta de fraternidad y de

solidaridad… Ciertamente son cruces que asumimos en nuestra condición de discípulos,

pero son pecados que hemos de empeñarnos en desterrar comunitariamente. Ahora bien,

el primer compromiso tiene que ser personal, el de cada sacerdote en su presbiterio y

comunidad a través de la misericordia y el perdón, restaurando relaciones, superando

dificultades del pasado, tendiendo puentes de fraternidad y derribando muros de rencor,

imitando a Jesucristo que ponía amor donde más mal le hacían298

. Establecer lazos de

verdadera fraternidad sacerdotal en aquella amistad de la que San Ambrosio escribe:

Ciertamente consuela mucho en esta vida tener un amigo a quien abrir el corazón,

desvelar los propios secretos y manifestar las penas del alma; alivia mucho poseer

un hombre fiel que se alegre contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la

adversidad y te sostenga en los momentos difíciles299

.

En la vida espiritual y comunitaria la conversión comienza por nosotros mismos:

¿Qué es cruz? El vecino que te persigue, hambre, pobreza, desnudez, necesidad,

sufrir la mala condición de las personas con quien no puedes dejar de tratar,

deshonra, enfermedades, trabajos, cualesquiera que sean; y todo esto no es nada:

tú mismo te eres cruz, tú mismo te persigues a ti (Sermón 78,14).

Quien quiera seguir al Señor también tiene que sufrirse a sí mismo y a los otros. Y esto

requiere mucha paciencia para sufrir la propia o ajena pobreza. Sería absurdo que nos

contentásemos con evidenciar las dificultades, peligros o tribulaciones de la vida

sacerdotal, sin esforzarnos en superarlas. La falta de fe nos lleva al desaliento y a la

desesperanza, como hemos visto. Pero Cristo no nos abandona, arroja una luz nueva

297

Sermón 75,8. 298

Sermón 79,19. 299

SAN AMBROSIO, De officiis ministrorum, III, 22.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

91

sobre las situaciones de la vida para que sigamos siempre adelante, para que

abandonemos la queja y nos confiemos como Él al Padre. La respuesta del sacerdote fiel

ha de ser la confianza, el no dejarse vencer por el temor:

Derribémonos a sus pies, condenando y llorando nuestras maldades y mala vida

pasada, desconfiando de nuestro poder y saber y valer; perseverando en pedir,

buscar y llamar, henchirnos ha de fuerzas para obrar, y de saber para acertar, y de

perseverancia para no faltar, según está escrito: Los que confían en el Señor

mudarán fortaleza; tomarán alas como águilas, volarán, y no faltarán (Is 40,31).

Y pues en Cristo hay más bienes que en nosotros males, vamos a Él, conociéndole

por nuestro remedio, porque ansí no nos entristezcamos por nuestros males, mas

nos gocemos en sus muy muchos bienes (Carta 12).

Debemos convertir nuestras tribulaciones y pruebas o tentaciones en armas de

misericordia. La prueba nos iguala singularmente con los más necesitados y nos sitúa en

la solidaridad existencial de Jesucristo con la humanidad300

. Si somos fieles en la

prueba, nuestro sacerdocio se enriquecerá con la experiencia del amor más humilde y

evangélico, y esta disposición nos ayudará a vivir y a celebrar mejor el amor de Dios en

la tierra y a gozarlo en la eternidad.

300

Sermón 9,19.

El ministerio sacerdotal en San Juan de Ávila

92

Gracias, Señor, se den a tu nombre, pues por él somos oídos. Que no te contentas con

ser nuestro medianero, para merecernos la gracia que por ti recebimos, ni con ser

nuestra cabeza, que nos enseña y mueve a orar por tu Espíritu, como conviene, mas

también quieres ser pontífice nuestro en el cielo, para que, representando a tu Padre la

humanidad sacra que tienes, y la pasión que recebiste, alcances el efecto de lo que en la

tierra pedimos invocando tu nombre. Gracias, Señor, a tu amor y bondad, que con tu

muerte nos diste la vida. Y también gracias a ti, porque en tu vida guardas la nuestra, y

nos tienes juntos contigo en este destierro, que, si perseveramos en tu servicio, nos

llevarás contigo, y nos ternás para siempre en el cielo, donde tú estás, según tú lo dijiste:

Donde yo estoy, estará mi sirviente (Jn 12,26).

Audi filia (II) 84,7.9.