PASIÓN DE AMOR San Juan de Ávila, Renovador de … · El autor de estos retiros nos presenta sus...
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PASIÓN DE AMOR
San Juan de Ávila, Renovador
de sacerdotes
Javier Díaz Lorite
Retiros para sacerdotes 2013-2014
COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO
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Introducción
¿Cómo se renovaron los sacerdotes de ayer, para que los de hoy y de siempre puedan
caminar en unión con Cristo y en santidad de vida?
San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia, engendró una floración de santos en torno a su
persona que no se ha visto en la historia de la Iglesia. Contemplativo, maestro y santo,es
<un hombre del siglo XVI que irrumpe con fuerza en el siglo XXI>.
Los problemas que los sacerdotes tenían en el siglo XVI, era la ignorancia, el
concubinato, las prevendas y los privilegios. San Juan de Ávila mueve a una
transformación profunda del interior de las personas, sabe reforma sin rupturas y criticar
desde dentro, con profundo amor.Trabajó de forma incansable en la reforma de la
Iglesia.
En su pequeño cuarto de Montilla sufre el drama de contemplar con la reforma
protestante, el gran desgarro que se dio dentro de la Iglesia. Influyó grandemente con
sus escritos a la respuesta católica en esos años tan difíciles. Lo primero es la reforma
de los corazones, el ordenar los espíritus, para acoger positivamente y con fervor las
nuevas leyes.
El Maestro Ávila es una de las personalidades más representativas del siglo XVI, tuvo
una gran influencia en las grandes corrientes espirituales sacerdotales de los siglos
siguientes al suyo y su pensamientoha influido en grandes maestros de la espiritualidad:
San Francisco de Sales, San Bartolomé de los Mártires, Alfonso Mª. Ligorio, San
Antonio Mª. Claret, Cardenal Berrullé...
Los retiros que la Comisión episcopal del Clero presenta para el curso 2013-2014, los
ha preparado el sacerdote Javier Díaz Lorite, que es especialista en su pensamiento
teológico-espiritual y que ha sido director del Secretariado de la CEC. El autor nos da
datos, pistas y sugerencias para profundizar en su alta teología.
San Juan de Ávila, sacerdote secular y clérigo bien formado (Formación sacerdotal), no
creó una orden religiosa sino que potenció todos los carismas, aunque se dedicó
especialmente a los sacerdotes. El autor de estos retiros nos presenta sus grandes amores
(la Trinidad, la Palabra de Dios, la Eucaristía y María) y el mayor don que Dios le
concedió (Identificación con Cristo, Conocimiento de Dios y el Misterio de Cristo).
Cuantos discípulos suyos son grandes santos de la Iglesia universal: Santo Tomás de
Villanueva, San Juan de Rivera, San Pedro de Alcántara, San Juan de la Cruz, Santa
Teresa de la Cruz, San Juan de Dios…
San Juan de Ávila es Maestro de evangelizadores, Maestro de santos, ejemplo en la
entrega radical, modelo vivo de caridad pastoral: <fue luminar en un siglo luminoso>
(José Luis Moreno). Ávila es un gran enamorado de Cristo; toda su obra fue un fruto
maduro de la fe. COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO
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RETIRO 1.
LA TRINIDAD
Dios es Padre, Hijo y Espíritu que se aman y nos aman
En este día queremos orar con el Padre, el Hijo y el Espíritu de la mano de San Juan
de Ávila. Ellos estuvieron siempre presentes en su vida de oración y en su ministerio
evangelizador. El Santo Maestro parte del Dios trinitario y sitúa los orígenes, la vida y
la plenitud del hombre y del sacerdote en el amor recíproco con el Padre, con el Hijo y
con el Espíritu, quienes se nos dan con el mismo amor con que se aman en su vida
intratrinitaria.A esta vida plena de amor con el Dios trinitario llegamos en y por Cristo,
participando de su misma filiación, siendo, por tanto, hijos en el Hijo.
Contiene esta meditación varios puntos: 1) Dios, trino y uno, en sí mismo es amor;
2) Relación del Padre, del Hijo y del Espíritu con cada cristiano; 3) Actitudes ante Dios
Padre; 4) Relación del Espíritu Santo con cada cristiano; 5) Conclusión; y 6) Pistas para
la reflexión.
1. DIOS TRINO Y UNO, EN SÍ MISMO, ES AMOR
Para San Juan de Ávila, la entrega de Cristo en la cruz es la manifestación suprema
del Dios trinitario, pues es Cristo el que se nos ha dado y, con Él, el Padre y el Espíritu.
La entrega de Cristo es la ―mayor señal de amor‖ (Carta 81, 28), no sólo de Cristo, sino
también ―del mismo Criador que nos vino a testificar su amor con el testimonio más
cierto que hay‖(Carta 81, 225-226). Esto es lo que ha hecho Dios con nosotros, que se
ha dado a sí mismo. Porque el amor ―es no sólo dar, porque aquello poco duele, sino
darse y padecer por nosotros‖ (Carta 81, 26-27).
En repetidas ocasiones San Juan de Ávila nos dice que Dios es amor, que su esencia
es amor. Para ello suele tomar como base el texto de 1 Jn 4,8:
―Dice San Juan: Deus, caritas est (1 Jn 4,8). Y el griego dice hoc: est dilectio.
Dios es amor. ¿Pues quién podrá dejar de amar al que esencialmente es
amor?‖(Plática 16, 9).
Por lo tanto, ―si Dios dejase de amar, dejaría de ser Dios‖ (Lecciones sobre 1 San
Juan [I], 17, 202).
La concepción de Dios como Amor nos introduce también en cómo la lectura de
San Juan de Ávila de este amor está entendida como amor misericordioso, o como amor
equivalente a misericordia, porque la misericordia es no sólo la mayor perfección que
tiene Dios, por encima de todas las demás — sabiduría, omnipotencia, etc. —, sino que
la misericordia incluye todo lo que con las otras perfecciones se significa.
El Dios del que habla San Juan de Ávila nunca es el Dios de la Suma Bondad
impersonal de la filosofía ni un Dios personal, pero solitario, y, por tanto, avariento y
egoísta, cuyo amor se quede en el ego, en sí mismo, sólo y único, y como consecuencia
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estéril. En la vida interna de Dios se da el amor infinito y perfectísimo, pues las tres
personas divinas no dan algo del uno al otro, sino que se dan a sí mismas. El Padre no
sólo da al Hijo sus dones, sino que se da a sí mismo. Y del amor entre el Padre y el
Hijo, de este darse mutuo: ―por su divino e infinito amor producen al Espíritu
Santo‖(Dialogus inter confessarium et paenitentem, 4), al que aman no sólo dando sus
dones, sino dándose a Él, pues le dan de su mismo bien y de su mismo ser.
Porque el amor es necesariamente comunicación, y esta comunicación se daba ya
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Dios no necesitaba comunicarse fuera de sí
mismo. Así pues, por pura liberalidad, por puro amor, lo hizo: ―Porque Dios es Dios,
por eso nos ama, libremente‖ (Carta 61, 43). De esta manera, no teniendo necesidad de
nada ni de nadie, creó todo de la nada por su pura bondad. Finalmente, cuando estaba
todo preparado como casa, nos creó a nosotros como hijos suyos: ―La naturaleza de
Dios es la misma bondad, y por eso le es propio comunicarse y hacer
mercedes‖(Sermón 45, 7).
―La doctrina del Dios uno y trino nos ha mostrado el presupuesto de la cercanía de
Dios al hombre: el amor intratrinitario es el origen del amor de Dios al hombre
manifestado al enviar al mundo a su Hijo y al Espíritu‖ (L. F. LADARIA, El Dios vivo y
verdadero, 429).
2. RELACIÓN DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU CON CADA CRISTIANO
El Padre, el Hijo y el Espíritu quieren establecer con nosotros una relación de amor
según su propia esencia. Presentamos cómo el Padre establece una relación amorosa con
nosotros, y hasta esponsal, que nos lleva a vivir en actitud filial en la familiaridad y
confianza permanentes en Él. Veremos también cuál es la relación del Espíritu Santo
con cada uno de nosotros. Para San Juan de Ávila es casamiento del Espíritu que actúa
verdaderamente en nosotros. En otros retiros meditaremos con más profundidad todavía
en nuestra relación con Jesucristo. De esta forma, la vida de plenitud del hombre reside
en la nueva relación de amor que el Padre, el Hijo y el Espíritu han establecido no sólo
con la humanidad en general, sino con cada uno de los hombres:
―En el santo bautismo, os dio todo cuanto bien hay en el mundo, porque allí se
os dio el mismo Dios que os crió y crió todas las cosas, porque os dieron al
Espíritu Santo, que es Dios, y con Él al Padre y al Hijo. Se os dio por Padre, y
Señor, y maestro, y amparo, y compañero, y morador de vuestra ánima‖(Dialogus
inter confessarium et paenitentem, 7).
En otras ocasiones nos dice San Juan de Ávila que si amamos vienen a nosotros el
Padre y el Hijo, y viniendo el Padre y el Hijo también lo hace el Espíritu Santo. Esta
venida no será de pasada sino permanente, porque vienen a establecer en el cristiano su
morada y mansión:
―A él vendremos, y en él haremos nuestra morada: moraremos en él. Son
palabras dichas por la boca de Jesucristo, las dijo a los sagrados apóstoles, y no
solamente a ellos, pero a todos cuantos son y serán. [...] ¡Qué amores tan bien
pagados son amar a Jesucristo! ¡Bendito sea el Señor! ¿Hemos de amar de balde?
¿Qué nos habéis de dar porque os amemos? Dice Cristo nuestro Redentor que
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vendremos a él, y moraremos en él, que lo tomaremos por posada. ¿Quién son los
que han de venir? El Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; porque dondequiera que
ellos van, va el Espíritu Santo: todas las personas de la Santísima Trinidad; ¡como
quien no dice nada! Y no nos iremos luego —dice nuestro Redentor—;
moraremos en él, haremos nuestra habitación. ¡Bendito sea para siempre y
bendita sea la boca que tales palabras habló y de tanto consuelo! ¿No os lo dije
que esperábamos tres huéspedes? Vendremos a él y moraremos en él‖(Sermón 29,
2-3).
Toda la Trinidad es la que anda tras el hombre, porque quiere morar en él. Tanto es
el amor de toda la Trinidad, que San Juan de Ávila nos dice: ―Tanto le amáis que parece
que andáis muerto por él [por el hombre] de amores‖ (Sermón 29, 4).
Pero ¿cómo siendo toda la Trinidad la que habita en el hombre, cada uno de ellos, el
Padre, el Hijo y el Espíritu mantienen una relación peculiar con cada cristiano? Veamos
cómo nos describe San Juan de Ávila hasta el límite de lo humanamente posible esta
relación propia del Padre, del Hijo y del Espíritu con nosotros.
2.1. Relación del Padre con cada cristiano
Lo que Cristo hizo durante toda su vida fue, como buen hijo, publicar la fama y
renombre de este gran Padre y encontrarle gente en quien morase el amor de su Padre, y
en quien, ―como en templo, sea adorado, reverenciado y amado‖ (Carta 1, 49). El deseo
de Cristo de revelarnos al Padre, que corresponde al deseo del Padre de habitar en
nosotros, va acompañado del mismo deseo nuestro de ver al Padre, es decir, de
conocerlo y de amarlo. Si bien hay que tener en cuenta, como señala San Juan de Ávila,
que ―¿cómo amaremos al Padre, si el Padre primero no nos ama, pues que el amar
nosotros a Él es efecto de amar Él a nosotros?‖(Sermón 34, 2). Y es que Jesucristo es la
imagen del Padre, de manera que quien a Él ve, y quien a Él ama, ve al Padre y ama al
Padre, y el Padrelo ama a él (cf. Audi, filia, 108,2).
2.1.1. Dios es Padre y más que Padre
En el Tratado del amor de Dios, el Apóstol de Andalucíale hace la pregunta a Dios
sobre su amor paternal para con nosotros: ―Mucho aman los padres a los hijos; pero
¿nos amáis como padre?‖. Y reconoce que nosotros, por nosotros solos, no podemos
saberlo, porque ―no hemos entrado en el seno de vuestro corazón‖ para verlo. Pero sí lo
ha hecho el que sólo podía hacerlo, Jesucristo, el Unigénito, ―que descendió de ese
seno‖. Él nos ―trajo señas de ello y nos mandó que os llamásemos Padre‖.
¿Qué ha recogido San Juan de Ávila de este testimonio que Cristo ha hecho de su
Padre? ¿Cómo es el Padre, según San Juan de Ávila? Al hablar de cómo Cristo es
imagen del Padre, aunque a veces de manera muy disimulada, sobre todo en su pasión,
se nos describe el Padre como fortaleza, saber, honra, hermosura, bondad, gozo y otros
semejantes bienes; en suma, como bien infinito. También, en otros lugares nos dice que
el Padre es ―Padre sapientísimo, poderosísimo y amorosísimo‖1; ―misericordiosísimo
1Carta 130, 31-33.
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Padre‖2, ―Padre de las misericordias‖
3, ―inmenso en bondad‖
4, ―verdadero amador de
sus hijos‖5, ―Padre amoroso y perdonador‖
6, ―Eterno Padre‖
7, ―único amparo nuestro‖
8.
El Santo Maestro, en el sermón 69, especifica mucho más lo que Cristo quiso decir
al mandarnos que no llamásemos padres sobre la tierra sino al Padre Dios. Así nos
explica que Jesucristo no pretendía prohibir que llamemos y honremos por padres a los
que nos engendraron según el cuerpo, como Él mismo nos lo ha mandado en el cuarto
mandamiento, sino descubrirnos el secreto del corazón del Padre, de manera que en
comparación con el paternal amor de Dios, que excede infinitamente al amor de
cualquier padre, éstos no merecerían ser llamados así, ya que sólo Dios merecería ser
llamado padre, pues sólo Él cumple totalmente con el amor que en aquel nombre se
significa. Es interesante el recurrir a la santidad, bondad y alteza de Dios, en
comparación de la cual ninguno de los hombres podría ser llamado propiamente como
tal, para explicarnos la exclusividad de Dios como verdadero Padre.
Está claro que para San Juan de Ávila el amor de Dios es más que de Padre, así
además de los textos que acabamos de ver, expresamente lo dice en la carta 123:
―Ofrézcase vuestra merced de corazón en sus manos, pues son de padre, y más
que de padre‖ (Carta 123, 23-24).
2.1.2. Dios es Madre, y más que madre
De igual manera que como el amor del Eterno Padre desborda a aquel de un padre,
el Santo Maestro nos dice que Dios no sólo es padre, sino también que ―Dios es
madre‖ (Sermón 77, 4), y mucho más que cualquier madre. Para ello compara el amor
de Dios al de una madre con sus niños pequeños, al que llega a superar, ya que la
madre pudiera ser que se olvidara de sus hijos; sin embargo, Dios, que nos ama con
corazón maternal, nunca se olvidará. También comparará el amor de Dios con el amor
del águila, ya que el águila, es la más afamada en amar a sus crías::
―Bien conocía esto tu profeta cuando decía: Mi padre y mi madre me dejaron, y
el Señor me recibió (Sal 26,10). Tú mismo te quisiste comparar con los padres,
diciendo por Isaías: Por ventura habrá alguna mujer que se olvide del niño
chiquito, y no tendrá piedad del hijo que salió de sus entrañas? Posible será que
se olvide, mas yo nunca me olvidaré de ti, porque en mis manos tengo escrito y tus
muros están delante de mí (Is 49,15-16). Y porque, entre las aves, el águila es más
afamada en amor a sus hijos, con el amor de ella nos quisiste comparar la
grandeza de tu amor: Así como águila defendió su nido, y, como a sus pollos,
extendió sus alas y los trujo sobre sus hombros (Dt 32,11)‖ (Tratado del amor de
Dios, 1, 19-28).
2Sermón 37, 15. 3Carta 41, 64. 4Sermón 37, 15. 5Carta 41, 64. 6Audi, filia, 41, 4. 7Sermón 54, 38. 8Carta 41, 67-68.
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En un texto entrañable nos dice el Santo Maestro que Dios es padre y madre, que
recupera a sus crías del padre y madre falsos,que es el demonio. Para ello utiliza el
ejemplo de los perdigoncitos, que siempre saben quién es su madre natural, aunque una
madre falsa estéril —el demonio— los haya robado y sacado a luz. Por eso, cuando los
perdigoncitos, los hijos de Dios, oyen cantar a su madre natural, a Dios, se van tras su
madre verdadera. Ahora, en Cristo encarnado, los hijos de Dios, han oído la voz de su
verdadera Madre y de su verdadero Padre: Dios.
―Le mostró Dios una vez al profeta Jeremías la perdición del mundo y los males
que había en él, y juntamente en esto le mostró que había de enviar Dios una
Palabra al mundo, por la cual se habían de remediar, y muchos que estuviesen
presos por el demonio en males y pecados, fuesen libres. De esto fue el profeta
muy alegre, viendo que los males y pecados del mundo habían de ser remediados,
y dice: La perdiz cría y ceba lo que no parió; allega riquezas para sí, y no en
juicio; en medio de sus días las dejará (cf. Jer 17,11). Dice que la perdiz que no
tiene huevos, la que es estéril, que no pare, va a donde las otras perdices tienen sus
huevos y pone sobre ellos; quítaselos a las otras y sácalos, y después de sacarlos,
como los perdigoncitos oyen cantar a su madre natural, a la que puso los huevos,
desampararán a la que los sacó, que era madre falsa, y se van tras su madre
verdadera. Madre falsa es el demonio, madre engañosa. Hermano, Dios es tu
padre, Dios es madre, Él te crió, Él te parió; hurtado te tiene el demonio, cébate
con los engañosos deleites, tráete engañado con sus falsedades; pero cuando suena
la voz de la verdadera madre, cuando vino aquella Palabra del Padre, el Verbo
encarnado, oyeron los hombres su verdadera madre. Oyeron al que los crió,
oyeron al que los había criado, y desampararon al demonio y sus engaños;
conocieron la voz de su verdadero Padre; lo conocieron y lo siguieron‖ (Sermón
77, 4).
No es de extrañar, pues, que San Juan de Ávila se refiera a la acción de Dios como
nosotros en la vida eterna como la madre que nos tiene en brazos junto a sus pechos o la
madres que juegan con sus hijos pequeños sobre sus rodillas, donde los niños brincan de
alegría:
―[...] os traerá Dios como niños en los brazos a sus pechos; que jugará con
vosotros sobre las rodillas como hace la madre a su hijo; que os tendrá jugando y
brincando sobre sus rodillas‖ (Sermón 79, 14).
2.1.3. Dios es Esposo, y más que esposo
Para San Juan de Ávila el amor de Dios Padre es también como el del esposo con la
esposa, que son los dos una sola carne; y mucho más todavía, pues aunque la esposa se
vaya con otros amantes,Él quiere que vuelva con Él, y cuando lo haga,la recibirá de
nuevo como esposa.
―Sobre este amor es el del esposo a la esposa, del cual se dice: Por éste dejará el
hombre a su padre, y se llegará a su mujer, y serán dos en una misma carne (Gén
2,24); pero a éste sobrepuja tu amor; porque según dices tú por Hieremías, si el
marido echa a su mujer de casa, y, si echada, se junta con otro, ¿por qué ventura
volverá otra vez a él? Mas tú has fornicado con cuantos amadores has querido;
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mas, con todo, vuélvete a mí, dice el Señor, que yo te recibiré (Jer 3,1-2)‖
(Tratado del amor de Dios, 1, 29-35).
Por tanto, para San Juan de Ávila la bondad y amor entrañablesdel Padre de
Jesucristo, que nos ha sido dado como Padre nuestro, desborda los conceptos propios de
paternidad, pues es más que de padre, de maternidad, pues es más que madre y de
esposo, pues es más que de esposo. San Juan de Ávila, no ha encasillado a Dios en los
tradicionales conceptos masculinos, aplicando los rasgos viriles y paternales propios de
la concepción del paterfamilias, ni tampoco conceptos de ternura relacionados
exclusivamente con lo femenino, sino que ha sabido utilizarlos trascendiéndolos y
llegando a describir y explicitar la bondad y amor entrañable del Padre Dios,
misericordioso y con ternura infinita.
2.1.4. Dios es el Padre de misericordia, siendo nosotros pecadores
En el sermón 7, pronunciado un Miércoles de Ceniza, en el que comenta el texto de
Jl 2, 12, San Juan de Ávila utiliza todos los argumentos del amor del Padre que
acabamos de ver en el Tratado del amor de Dios para decirnos que Dios es el Padre de
misericordia, el cual, siendo Él el injuriado, no espera a que vayamos a Él a pedirle
perdón, sino que es Él el que sale a nuestro encuentro como padre y esposo. Siguiendo
con el ejemplo de los perdigoncitos,, nos dice que Dios es el legítimo Padre que nos
abre las alas de su misericordia y nos llama con entrañas encendidas de amor para que
salgamos de los lazos del demonio:
―¿No conocerás, en la voz que te da, tu propio Señor, que te crió y te sustenta y
te da y conserva la vida que tienes? Si te ha engañado el demonio, no pases
delante. Mira la voz de Dios que es tu legítimo Padre y que te llama con entrañas
abrasadas de amor, esperándote a que vayas a Él, abiertas las alas de su
misericordia para cubrirte‖ (Sermón 7, 16).
San Juan de Ávila reconoce que este actuar misericordioso de Dios escapa a lo que
nosotros podamos entender: ―Dios es más bueno de lo que entendemos‖ (Carta 18, 88);
y explica que la razón de que ocurra esto se debe a que pensamos que Dios es como los
hombres, que no saben perdonar porque no saben amar.
Es tanto el amor de Dios para con nosotros que nada, ni los pecados, pueden
apartarnos ni ―estorbar este amoroso abracijo de Dios, pues con brazos abiertos está
llamando al mismo pecador, primero que el pecador llamase a Él‖ (Carta 18, 74-76).
Por eso ―siempre que el pecador quiere tornar a Él, no se le niega el corazón paternal; y
cuando no volvemos, está deseando que volvamos, sin ser parte para estorbar este deseo
todos nuestros pecados, porque es mayor su amor‖ (Carta 18, 99-102).
Este amor misericordioso de Dios es el fundamento para que San Juan de Ávila
llegue a considerar que en realidad la justicia de Dios equivale a misericordia, porque la
misma justicia nace de ésta: ―Y, ¿qué justicia es que haga yo pecados y pague
Jesucristo? —La justicia nació de la misericordia. Dice David: Todos los caminos de
Dios son misericordia y verdad (Sal 24,10); primero misericordia y luego verdad‖
(Lecciones sobre 1 San Juan [I], 6, 275-278). Por eso exclama el Santo Maestro: ―¡Oh
si conociésemos los hombres las entrañas con que Dios perdona!... Dios perdona con
unas entrañas de piedad‖ (Ibid., 6, 97-100).
9
Tanto escapa este amor misericordioso de Dios Padre para con nosotros pecadores,
tanta distancia hay entre su bondad y nuestra maldad, que es necesaria ciertamente la fe
para creérselo. Y es que el amor misericordioso de Dios hacia nosotros pecadores es la
prueba máxima de amor, que no sólo nos perdona, sino que nos visita y pone en
nosotros su corazón. Nada justifica ese amor, porque nada hay en nosotros digno de ser
amado, sino su gran bondad. Esto es para maravillarse, nos dice San Juan de Ávila. Sus
dádivas, no sólo exceden a lo que merecemos o pedimos, sino que, siguiendo a san
Pablo, nos dicen que exceden a lo que entendemos. Por eso, para aceptar tanto amor
hace falta verdadera fe.
3. ACTITUDES ANTE DIOS PADRE
El amor entrañable del Padre provoca en el cristiano y en el sacerdote una relación
con el Padre que tiene las siguientes características y dimensiones: 1) Tomar conciencia
de que Dios es nuestro verdadero Padre; 2) Ser niños para con Dios Padre; 3) Confianza
en el Padre: Ponernos en las manos del Padre tanto en el tiempo de gustos de la miel
como en el de la hiel; y 4) Trato familiar con Dios Padre en la oración. Veamos cada
uno de ellos.
3.1. Tomar conciencia de que Dios es nuestro verdadero Padre
San Juan de Ávila dice que la primera actitud del hombre como hijo es conocer,
saber que Dios es su Padre. Este conocer es algo más profundo que un mero
conocimiento nocional, ya que se trata de ―catar‖, ―sentir‖ y, en definitiva, ―amarle
como Padre‖. Así lo aconseja a los mayores, porque ―si lo supiesen esto los grandes, lo
sabrían los chiquitos‖9. Por eso les dice a los mayores: ―Mostradles a le amar‖
10. Así se
conseguirá que unos y otros vivan en una auténtica actitud de hijos, como es: 1) ―catar‖
que Dios es Padre: ―cata, niño, que tienes un Padre en el cielo, bueno y santo‖11
; 2)
imitar al Padre: ―hasle de imitar, que es tu Padre‖12
; 3) ―tener confianza en Él‖13
; 4)
vivir de forma que no se deshonre al Padre: ―has de andar cuidadoso que no hagas cosa
que tus costumbres deshonren a tu Padre‖14
; 5) agradecimiento por esta merced de Dios:
―Si los hombres sintiesen esta merced que les ha hecho Dios de hacerlos sus hijos y
hacerse Padre de ellos, cierto, de otra manera lo agradecerían‖15
.
3.2. Ser niños para con Dios Padre
La verdadera actitud del hombre para con Dios es la de un niño pequeño con su
padre, el cual está ―asegurado de Él‖16
, ―colgado de Él‖17
, ―esforzado con Él‖18
, porque
9Lecciones sobre 1 San Juan(I), 11, 199-200. 10Lecciones sobre 1 San Juan(I), 11, 199. 11Lecciones sobre 1 San Juan(I), 11, 201-202. 12Lecciones sobre 1 San Juan(I), 11, 202. 13Lecciones sobre 1 San Juan(I), 11, 202-203. 14Lecciones sobre 1 San Juan(I), 11, 203-204. 15Lecciones sobre 1 San Juan(I), 11, 204-206. 16Carta 134, 29: IV, 476. 17Ibidem.
10
su padre es ―su único refugio‖19
; por eso confía plenamente en Él, de forma que ―ni por
pensamiento le pasan malicias de desconfianzas con ‗su padre‘‖20
. Es una verdadera
doctrina de la infancia espiritual la que San Juan de Ávila desarrolla. El Santo Maestro
ha puesto como modelo de esta infancia espiritual a San Francisco de Asís, cuya vida ha
consistido en ―andar colgado de Dios‖21
, en mendigar a Dios, porque se siente pequeño,
pobre y necesitado, en la vida del cuerpo y del alma.
―Alabo a ti, Señor, Padre del cielo y de la tierra, que escondisteestas cosas de
los sabios y prudentes y las revelaste a los chiquillos (cf. Mt 11,25; Lc 10, 21)…
Este es el secreto que alcanzan los que no estriban en sus fuerzas, los bajitos, y
éstos son los que alcanzan también este secreto, de: Pedid, y daros han, llamad, y
daros han (cf. Mt 7,7; Lc 11,9; Mc 11,24). Pidiéndolo como bajitos, como
chiquitos, como lo pide un pobrecito al rico, que no hace sino mostradle sus
llagas, descubridle sus necesidades‖ (Sermón 78, 1-2).
Esta actitud de pobreza y niñez espiritual nace de un verdadero conocimiento de sí,
y de la propia limitación y flaqueza, así como el de las riquezas de Dios. Y este
conocimiento de sí y de Dios se adquiere sobre todo en la oración y trato con el Señor:
―Se dice de él [de San Francisco de Asís] que, en la oración que hacía, le reveló Dios
dos cosas, le descubrió dos abismos: el uno, el de su pobreza y flaqueza propia; el otro,
las riquezas grandes de Dios‖ (Sermón 78, 2).
Para San Juan de Ávila, esta actitud de pequeñez la debe aprender el cristiano del
mismo Jesucristo, que se ha hecho pequeño y niño pobre por nosotros.
En esta niñez, es decir, pequeñez y humildad de Cristo por nosotros, es donde
tenemos que tener fijos los ojos los cristianos. Aquí es donde radica nuestra fuerza, pues
ya no nos apoyamos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso aconseja: ―[...] en
verdadera niñez se dé a Él. Y lo que no fuere niñez, séale verdadero demonio,
ayudándose de la niñez de Jesús, y ayudándola Él con su gracia‖ (Carta 134, 53-55).
La ayuda de Dios, que es verdadero Padre, está asegurada, por lo que no hay que
tener miedo ni siquiera en los momentos de dificultad.
Achaca precisamente el Santo Maestro la falta de claridad en sus tiempos para
encontrar el verdadero camino de Dios, y la flaqueza que padecen en seguirlo, a la falta
de esta actitud de niñez espiritual, cayendo en la soberbia: ―Y si flaquezas hay en estos
tiempos, por no ser el hombre niño y tener tan gran ceguedad, que, siendo pequeño, se
tenga por grande y por algo. Flaqueza es ser flaco, pero insufrible cosa es no tenerse por
tal‖ (Carta 134, 46-49).
Con esta actitud filial y de niñez, colgado siempre de Dios, es con la que hay que
entrar a la oración, en la cual hay que ―cerrar el entendimiento a todo y suspenderse con
gran atención viva a Dios, que suspende, como quien escucha a uno que habla de alto,
aunque siempre está como acechando el entendimiento. Y no haya reflexión en lo que
está haciendo, sino como un niño o uno que oye órgano y gusta‖(Plática 3, 154-158).
Por eso avisa de que esta actitud de niño es la que no hay que perder al entrar en la
18Ibidem. 19Carta 134, 30. 20Carta 134, 31-32. 21Sermón 78, 2.
11
oración, no cayendo en la tentación de perderla por estar demasiado pendiente de las
reglas y métodos de oración.
3.3. Confianza en el Padre: Ponernos en las manos del Padre tanto en el tiempo
de gustos de la miel como en el de la hiel
San Juan de Ávila está convencido de que si realmente se enseñara al pueblo
cristiano que tiene un Dios Padre que es, sobre todo, ―padre de huérfanos y
desconsolados y pobres‖ (Plática 3, 3), de quien ―ha de recibir todo bien y remedio de
todas sus necesidades‖ (Plática 3, 1-2), acudiríamos a Él llenos de confianza, sabiendo
que nos concederá lo que le pedimos, si realmente eso nos sirve para nuestra salvación.
―Se ha de enseñar al pueblo que tiene un Dios, de quien ha de recibir todo bien y
remedio de todas sus necesidades, y que es padre de huérfanos y desconsolados y
pobres. De ignorancia de esto piensan los hombres ser huérfanos, y van a dar en
desesperación. A los cuales dice Dios: Acaso no tienes un rey o ha desaparecido
tu consejero? ¿Por qué te dueles como parturienta? (cf. Miq 4,9).Este afecto han
de tener los hombres, y se han de vestir, que tienen a Dios por remedio y amparo;
que es piadosísimo y fidelísimo, para que acudan a Él‖ (Plática 3, 1-2).
La persona que tiene conciencia de que Dios es su Padre debe tener una ―libre y
verdadera renunciación de sí toda y de todas sus cosas en las manos de su amantísimo
Padre, con la cual quede desapropiada de todo, y el Señor de ello‖ (Carta 130, 25-27).
Así, los que tienen ―el corazón… [como] aposento de Él‖ (Carta 130, 63), y ponen su
vida en las manos del Padre vivirán siempre con confianza, aún en las tempestades de la
vida, sabiendo ―que el suceso será muy bienaventurado, como guiado de mano de Padre
sapientísimo, poderosísimo y amorosísimo, cuyo intento es pedir que le pongan
negocios [sus asuntos y su vida] en sus manos‖ (Carta 130, 31-33). Hay que volcar
nuestro corazón lleno de fe en las manos de Dios, aún en momentos en los que no
vemos claro que nos ama. Él mismo Dios tarda a veces en llegar ―para que de corazón
nos ofrezcamos llenos de fe en sus manos, esperando remedio, sin saber el modo por
donde ha de venir‖ (Carta 41, 8-10). Por eso, aconseja San Juan de Ávila: ―Esté vuestra
señoría descuidada con el cuidado de Dios‖(Carta 130, 43-44), pues estamos en sus
manos, y ¿dónde mejor podemos estar?.
3.4. Trato familiar con Dios Padre en la oración
Para San Juan de Ávila la actitud filial se refleja sobre todo en la oración, por eso,
―cuando la persona entrare en la oración, parecerle que no entra a alguna obra
determinada, sino que va a tratar con uno que mucho le ama‖ (Carta 236, 44-46), pues
es nuestro Padre. Para él la oración es sobre todo un diálogo lleno de amor con el Padre.
Es reproducir en nosotros aquel mismo diálogo entrañable que había entre el Hijo y el
Padre, y todavía más, pues siguiendo a San Agustín afirma que ―cuando oramos, Él
[Cristo] ora en nosotros‖ (Audi, filia, 84, 8).
Para San Juan de Ávila orar es una ―muy estrecha y familiar comunicación‖ (Audi,
filia, 70, 1) , una ―familiar plática y comunicación con Dios‖ (Carta 3, 100-101), ―una
secreta y amigable habla‖(Audi, filia, 6, 5), una ―conversación amigable de Padre con
12
hijos‖ (Ibid., 70, 2), ―una secreta e interior habla con que el ánima se comunica con
Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando,
y generalmente por todo aquello que en aquella habla se pasa con Dios‖ (Ibid., 70, 1).
De esta conversación de Dios como hijos dice que es alegría y gozo, porque con el que
nos comunicamos ―Padre nuestro es, con el cual, nos habíamos de holgar conversando,
aunque ningún provecho otro de ello viniera‖ (Ibid., 70, 2). El mismo Padre es el que
está deseando que entremos en esta comunicación permanente con Él. Él ―no sólo nos
da licencia para que hablemos con Él, sino que nos ruega, aconseja, y alguna vez
manda‖ (Ibidem). Todo esto es prueba de ―su bondad y gana de que conversemos con
Él‖ (Ibidem). Sabe el bien que nos trae este diálogo amoroso con Él.
Este trato familiar y lleno de amor entre los hombres y el Padre Dios está movido
por el deseo de vivir con aquel a quien amamos, porque estamos seguros del amor que
nos tiene.
3.5. Dios es Padre nuestro
La actitud filial para con Dios Padre se refleja especialmente en la oración del Padre
nuestro y en al amor hacia los demás como hermanos nuestros. En la conversación que
hemos de tener con Dios, Jesucristo nos ha enseñado que lo llamemos Padre, porque
nos ha dado a su Padre por Padre nuestro, por eso nos ha dejado claro que además de
Padre digamos ―nuestro‖. Y esto por dos motivos: Uno, porque Él es el único Hijo
natural, el único que puede decir Padre mío; y otro, porque al llamarlo Padre, aunque
―es tan entero padre mío, como si no tuviera más de a mí por hijo‖(Lecciones sobre 1
San Juan[I], 17, 245-246), al decir ―nuestro‖ estamos expresando la realidad de que
todos somos hermanos.
Por eso, el llamarlo Padre nuestro es tan importante que quien no acepta la
fraternidad está rechazando al mismo Padre Dios:
―Decimos a Dios Padre nuestro, luego todos somos hermanos. Quien no quiere
el nuestro, no quiere a Dios por Padre. Siendo como somos hijos de Dios, somos
todos hermanos‖(Lecciones sobre 1 San Juan[I], 23, 404-406).
―En la primitiva Iglesia se llamaban los cristianos hermanos... El Señor nos dijo:
Omnes vos fratres estis (Mt 23,8). Nuestro Padre, Dios; nosotros, hermanos todos.
Si hay sentimiento de esta verdad, meted la mano en el pecho y juzgadlo vosotros.
Dirá el otro loco: ‗No me digáis que es mi hermano; yo de buen linaje y él de
malo; yo honrado y él de ruin casta: tiradlo allá, que ni es mi pariente ni lo
quiero‘. Se llamaban en aquel tiempo hermanos. Llegad a llamar ahora ‗hermano‘;
os dirán no sé qué. El día del juicio se demandará cuenta de esto y dará Dios
sentencia contra los que no tienen amor aquí con sus prójimos‖ (Lecciones sobre 1
San Juan [I], 9, 156-167).
Para San Juan de Ávila, por tanto, la fraternidad no funda nuestra filiación, sino a la
inversa, ya que es la realidad de nuestra filiación adoptiva por la gracia de Dios la que
hace que seamos todos hermanos unos de otros. Pero, por otra parte, para el Santo
13
Maestro,la verdadera filiación lleva aparejada necesariamente la fraternidad con todas
sus consecuencias.
4. RELACIÓN DEL ESPÍRITU SANTO CON CADA CRISTIANO
Como en otros retiros hablaremos específicamente de la relación de Jesucristo con
nosotros, pasamos ahora a exponer cómo presenta San Juan de Ávila la relación especial
e íntima que se da entre cada cristiano y el Espíritu Santo. La misma vida de San Juan
de Ávila es un claro ejemplo de cómo es esta relación profunda, pues el Espíritu Santo
está muy presente en toda la vida y escritos del Santo Maestro. Es significativo que su
principal obra: Audi, filia, comience invocando al Espíritu para que sea Él el que inspire
lo que va a escribir y ayude al lector a sacar provecho espiritual de ello, lo mismo que
en la mayoría de sus sermones:
―Estas palabras… me pareció declarároslas, invocando primero el favor del
Espíritu Santo, para que rija mi pluma y apareje vuestro corazón, para que ni yo
hable mal, ni vos oigáis sin fruto‖(Audi, filia, 1, 1).
4.1. Unión con el Espíritu por la “espirituación” del Espíritu Santo
Por una parte, para San Juan de Ávila, el Espíritu es el que hace posible la relación
entre el cristiano y el Padre y el Hijo, ya que sólo en el Espíritu Santo es como podemos
llamar y relacionarnos con el Padre: ―Éste es el Huésped dulce… éste es el Padre
cuidadoso de huérfanos, que los viste con virtud de lo alto (Sal 67,6; cf. Lc 24,49), y los
abriga debajo de su manto, y los hace entender que tienen Padre en el cielo, y que lo
llaman osada y no soberbiamente Padre‖ (Carta 35, 38-45). Y también, y, sólo en el
Espíritu es como podemos estar y relacionarnos con Jesucristo, porque sólo en el
Espíritu somos uno en Cristo Jesús, ya que ―Vid y sarmientos con un jugo se mantienen;
cabeza y cuerpo con una virtud se sustentan; el Espíritu de Cristo y de los que en él
están incorporados, todo es uno‖(Sermón 29, 13). Por eso afirma: ―El que no tiene el
resuello de Cristo, por muy rico que esté, por muy poderoso, por mucha abundancia que
tenga de todas las otras cosas, pobre está, flaco está, miserable está, no tiene a Cristo‖
(Ibidem).
Por otra parte, es Jesucristo el que nos ha servido de puerta para recibir el Espíritu,
así que ―por Jesucristo pasamos al Espíritu Santo‖ (Sermón 29, 14); por eso a quien
amare y estuviere unido a Jesucristo recibirá del Padre el Espíritu Santo: ―—Quién
quisiere al Espíritu Santo, ame a Jesucristo, obedézcale, deséele para siempre. Ipse
Pater amat vos, quia vos me amastis (cf. Jn 16,27). ¿Consideras que es pequeña cosa
quereros bien el Padre? No hay cadenas mayores para tener al Espíritu Santo que amar a
Jesucristo. Y porque me amáis a mí —dice Jesucristo—, el Padre os ama a vosotros, y
porque me quisisteis bien. ¡Buen trueco, por cierto, el que Dios hace con el que ama y
quiere bien a Jesucristo, que es darle el Espíritu Santo!‖ (Sermón 29, 13). El envío del
Espíritu es una nueva prueba de amor del Hijo que sabe que sólo si iba hacia el Padre
podían recibir los apóstoles el Espíritu que les condujera a la perfección.
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San Juan de Ávila se detiene en presentar cómo explicaba Jesucristo la necesidad de
su partida y la venida de uno que fuese precisamente espíritu. La razón estriba en que
así podría estar dentro de nosotros, de manera que ahora no fuesen necesarias orejas
para oírle ni ojos para verle; al ser espíritu podría estar siempre con nosotros, incluso
cuando dormimos, comemos, vamos a la iglesia o estamos en casa. Al ser espíritu
podría ser siempre nuestro compañero y permanecer siempre con nosotros: ―¿Qué hacía
el Señor de decidles bienes de este Consolador, para que con su venida templasen la
pena que recibían de su ida? «Enviaros he uno que tiene por nombre Consolador… uno
que sea espíritu, que allá dentro de vosotros os enseñe, que ni sea menester orejas para
oírle ni ojos para verle; uno que nunca os dejará, sino que estará con vosotros cuando
comáis y cuando durmáis, cuando estéis en la iglesia y cuando estéis en casa; uno que
será tan vuestro compañero, que nunca se aparatará de vosotros. Tened ahora por bien
mi ida, porque venga a vosotros este Enseñador. Todo lo que yo os he hablado, Él os lo
declarará. El será vuestro Maestro, vuestro Ayo, vuestro Consolador, para que os
consoléis con Él; tened por bien que yo me vaya»‖ (Sermón 28, 6).
El Espíritu procede del Padre y del Hijo. Con frecuencia utiliza el Apocalipsis para
expresar esta procedencia del Espíritu del Padre y del Hijo: ―Y si fuese nuestra ánima
rociada con alguna gota de agua de este río caudal que procede de la silla de Dios y del
Cordero (Ap 22,1), sería apagada en nos la sed de todo lo de este mundo… Porque así
es poderoso este Espíritu‖ (Carta 35, 22-25). Y en el sermón 45 también explica: ―Este
río tan hermoso es la gracia del Espíritu Santo, el cual procede del Padre y del Hijo,
como de un principio‖ (Sermón 45, 15).
El Espíritu Santo nos guía hacia la comunión con el Padre y el Hijo. Es el Piloto que
lleva nuestra nave hacia la máxima perfección que es la comunión definitiva con la
Trinidad en el cielo:
―¡Oh soplo bienaventurado, que lleva las naos al cielo! Muy peligroso es este
mar que navegamos; pero con este aire y con tal Piloto seguros iremos… ¿Y quién
podrá contar los bienes que nos hace y los males de que nos guarda? De allá sale
el viento, y allá vuelve, al Padre y al Hijo; de allá lo espiran, y allá espira Él a sus
amigos; allá los guía, allá los lleva, para allá los quiere‖ (Sermón 30, 22).
El envío del Espíritu es el gran gesto de amor del Hijo y del Padre hacia todos
nosotros, quienes nos aman con el mismo amor con que se aman. San Juan de Ávila ha
visto cómo cuando en el evangelio de Juan, Jesucristo pide al Padre que el amor con que
se aman llegue a los hombres, en realidad se estaba refiriendo al Espíritu.
Así pues, para San Juan de Ávila donde está el Padre y el Hijo está también el
Espíritu, ―porque donde quiera que ellos van, va el Espíritu Santo‖ (Sermón 29, 3).
Ahora bien, del mismo modo que aunque en el cristiano habita la Santísima Trinidad,
pero hay una relación peculiar y propia con el Padre, y otra con el Hijo, también se da
una relación propia con el Espíritu Santo, en la que San Juan de Ávila gusta de
detenerse.
Tiene particular interés el Santo Maestro en presentar la necesidad de prepararnos
para recibir la venida del Espíritu Santo. Nos dice con mucha frecuencia que ―no sólo lo
hemos de desear sino que hemos de aderezar la casa limpia‖ (Sermón 27, 18), hemos de
―aparejar morada limpia y desocupada‖ (Carta 121, 22) a tan alto Huésped. Pero insiste
15
San Juan de Ávila en que es sólo con la ayuda del mismo Espíritu como podemos
prepararnos a su venida.
En cada cristiano se produce la venida del Espíritu Santo; es como un nuevo
Pentecostés actualizado en cada uno de los creyentes. Por eso, aunque recibimos el
Espíritu en diferentes momentos de nuestra vida, sobre todo en los relacionados con la
vida sacramental, para San Juan de Ávila la Eucaristía, y sobre todo la del día de
Pentecostés, adquiere una connotación especial, pues en ella no se recuerda sólo la
venida del Espíritu sobre los Apóstoles, sino que se celebra ante todo el ―hoy‖ de esta
venida:
―Hoy baja la luz a los hombres, hoy baja la misma persona de Dios, el Espíritu
Santo, y se entra en los corazones de los hombres‖ (Sermón 31, 18; cf. Carta 35,
1-20).
El Espíritu Santo es enviado a nosotros no sólo para estar a nuestro lado, sino dentro
de nosotros, en nuestras mismas entrañas. El cristiano se convierte así en templo vivo
del Espíritu, y esto no de forma esporádica o pasajera sino permanente, ya que Él es el
―altísimo Huésped‖22
que ―jamás te dejará si tú no lo dejas‖23
. Porque ―no será la venida
de pasada, pues ha de pararse a hacer morada y mansión‖24
. San Juan de Ávila sabe que,
si se está preparado, el Espíritu puede habitar permanentemente en el hombre, por eso
suele manifestar en sus cartas su deseo de que el Espíritu esté siempre con aquellos a los
que se dirige.
Especifica el Santo Maestro que es toda nuestra persona la que es templo del
Espíritu. No sólo el alma, sino el alma y el cuerpo, porque ―de ánima y de cuerpo se
sirve el Espíritu Santo, como un señor de toda su casa… Y por eso se dice que también
nuestros miembros son templo del Espíritu Santo. Grande honra nos da Dios en querer
morar en nosotros, y honrarnos con verdad y nombre de templo‖ (Audi, filia, 11, 5).
La unión que existe entre el cristiano y el Espíritu Santo es tan grande que San Juan
de Ávila la denomina ―espirituación‖ (Sermón 30, 18) del Espíritu Santo. Es un
neologismo que inventa San Juan de Ávila. Con ello quiere expresar que esta unión
entre el cristiano y el Espíritu Santo es tan alta que se asemeja mucho a lo que ocurrió
en la encarnación entre el Verbo y su santísima humanidad; si bien tiene en cuenta la
diferencia con aquella, pues allí vino por unión hipostática y aquí, en cambio, por unión
de operación y regeneración. En la encarnación se dio unidad de persona y aquí la
unidad es de gracia.
4.2. Casamiento con el Espíritu Santo
Esta unión es un verdadero casamiento del Espíritu Santo. Se trata de un
casamiento del Espíritu con el mundo, con la Iglesia y con cada uno de los cristianos.
Por eso canta San Juan de Ávila el día de Pentecostés: ―¡Qué lindo día y casamiento tan
hermoso! Hoy salva Dios al mundo por el Espíritu Santo‖ (Sermón 31, 18). Para él la
22Carta 121, 35; cf. Sermón 30, 15-16. 23Sermón 30, 19. 24Sermón 30, 9.
16
Iglesia es la Esposa del Espíritu Santo, no sólo la que está en el cielo, sino la que está
todavía en la tierra:
―San Juan en su Apocalipsis vio la ciudad grande, por la plaza de la cual corría
un río de agua, resplandeciente como el cristal, el cual salía de la silla de Dios y
del Cordero; y en cada una de las riberas de este río había un árbol de vida, que
daba doce frutos en los doce meses del año, y sus hojas daban sanidad a la gente
(Ap 22,1-2).
Este río tan hermoso es la gracia del Espíritu Santo, el cual procede del Padre y
del Hijo como de un principio; éste riega la gran ciudad, que es la Iglesia, así a la
que está en el cielo como a la que está en la tierra; porque, aunque la una goza y la
otra trabaja, no son dos ciudades: una es la escogida de Dios, una la Esposa (cf.
Cant 6,8);porque la de allá y la de acá, a un Dios adora, en un Dios se arrima, a un
Dios ama y sirve, según su manera. A esta ciudad riega el Espíritu Santo, allá
dando gloria, acá dando gracia‖ (Sermón 45, 14-15).
Asimismo, el Espíritu se une con cada cristiano, de ahí que cada uno de ellos sea
también esposa del Espíritu, al que se atribuye la acción del Esposo de los Cantares.
Como en todo casamiento, lo que ocurre es una unidad tan grande que se hace una
misma cosa con el hombre. Y no es que sean una persona, sino que siguen siendo dos,
pero tan unidas, que una misma cosa son.
Explica San Juan de Ávila qué ocurre después de la unión. El resultado es el
endiosamiento del hombre. Ya son tan una cosa el cristiano y el Espíritu que cuando el
hombre hace el bien es en realidad el Espíritu el que lo hace, y así cuando habla, reza,
gime, etc., es el Espíritu, que ahora mora en el hombre, el que en realidad habla, reza,
gime en nosotros. Pero como Espíritu y cristiano, aunque unidos, no son una persona,
sino que siguen siendo dos. Explica el Santo Maestro que el hombre no queda anulado
en esta unión, sino que sigue gozando de autonomía y libertad; lo único que ocurre es
que todas las buenas obras que hace el hombre que está lleno de Espíritu tiene a éste
como autor principal, al que llama padre de nuestra buena actividad, ya que es el
principio, origen, y ser de la misma.
4.3. El Espíritu obra en los cristianos y en los sacerdotes
El Espíritu Santo obra en los que mora aquellas mismas maravillas que hizo
Jesucristo con los que lo acogían: consuela, cura, enseña, predica, alegra, etc.: ―Así
como Jesucristo predicaba, así ahora el Espíritu Santo predica; así como enseñaba, así el
Espíritu Santo enseña; así como Cristo consolaba, así el Espíritu Santo consuela y
alegra‖ (Sermón 30, 19). El Espíritu Santo obra en los cristianos como autor principal,
siendo éstos autores secundarios de las buenas acciones.
De esta actividad del Espíritu con nosotros es de donde recibe los distintos nombres
con los que nos referimos a Él: ―Consolador, de este Doctor, de este Consejero y de este
Enseñador‖ (Sermón 30, 3). Pero para San Juan de Ávila el Espíritu es sobre todo el
santo fuego de amor, es el mismo Amor que nos convierte en amor, es la misma caridad
de Dios. Lo mismo que al Padre se le atribuye la eternidad, y al Hijo de Dios, en cuanto
Dios, se le atribuye la hermosura y ser imagen del Padre, al Espíritu Santo se le atribuye
el amor. Por eso nos dice: ―El mismo Espíritu Santo es ternura, es amor: Deus charitas
17
est‖ (Sermón 32, 3); y no sólo eso, sino que el Espíritu Santo ―es la misma blandura, la
misma devoción, es el mismo amor‖ (Sermón 41, 30). De ahí que cante al Espíritu:
―¡Oh dulce fuego! ¡Oh dulce amor! ¡Oh dulce llama! ¡Oh dulce llaga, que así
enciendes los corazones helados más que nieve y los conviertes en amor! Con el
fuego principal de tu venida henchiste el mundo de tu amor‖ (Tratado del amor de
Dios, 10, 389-392).
Del Espíritu que mora en nosotros, es de donde dimana nuestro amor a Dios y al
prójimo, los dones, bienaventuranzas y virtudes, tanto las teologales, como las
cardinales:
―Sabed que de la gracia que Dios pone en el ánima sale conocimiento de Dios, y
de sí mismo sale lumbre para no errar en las cosas de Dios, y procede caridad con
los prójimos. De aquí le procede al alma amor de Dios; procédele siete dones del
Espíritu Santo, ocho bienaventuranzas; le vienen aquí siete virtudes, cuatro
cardinales y tres teologales‖ (Lecciones sobre 1 San Juan [I], 3, 129-134).
5. CONCLUSIÓN
Hemos visto a lo largo de esta meditación cómo para San Juan de Ávila la plenitud
del hombre, y, por tanto del sacerdote, se debe fundamentalmente al amor que nos
tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu. En este sentido se podría decir que somos hijos de
la Santísima Trinidad. El hombre responde, por su parte, ayudado por el Espíritu, a esta
relación que establece cada una de las personas del Dios trino y uno. Los tres moran en
el cristiano, pero cada uno establece una relación propia con nosotros.
De esta forma, la plenitud del hombre radica en la nueva relación que el Padre, el
Hijo y el Espíritu han establecido con el hombre y de éste con cada uno de ellos
llegando a una unidad de amor tan grande que, sin perder la identidad, ni ellos, ni él,
puede el hombre decir, como ocurre en el matrimonio, que son una sola cosa por la
participación en su amor; y todavía más, pues puede exclamar con Pablo: ―Ya no soy
yo, sino que es Cristo, quien vive en mí‖ (Gál 2,20), y por esta unión con Cristo en el
Espíritu, también con el Padre. Así, según San Juan de Ávila, fuimos creados para ser
hijos del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, por lo que sólo nuestra relación y
unión con cada uno de ellos constituirá nuestra total plenificación humana, cristiana y
sacerdotal.
6.PISTAS PARA LA REFLEXIÓN
1. San Juan de Ávila nos dice que Dios es Amor. ¿Me sé amado por Dios con ese
amor que es Misericordia para con toda mi realidad personal y sacerdotal?
2. Yo, sabiéndome amado con este amor que el Padre, el Hijo y el Espíritu me
regalan, ¿obsequio a los demás con este mismo amor?
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3. Cuando oro al Padre ¿lo hago desde la confianza profunda de un hijo que se
siente niño en las entrañas del Padre, tanto en tiempo adverso como en tiempo
de bonanza?
4. ¿Vivo mi vida consciente de estar siempre en la presencia de Dios a través del
Espíritu Santo? ¿Consciente de que soy receptáculo y templo del Espíritu? ¿A
qué consecuencias me lleva todo esto?
19
RETIRO 2.
LA PALABRA DE DIOS
Este día de oración lo hacemos también de la mano de San Juan de Ávila. Con él
entraremos en esa ―estrecha y familiar comunicación‖ con el Señor (Audi, filia, 70,1), y
lo haremos, según sus expresiones, como ―un niño o uno que oye órgano y gusta‖
(Plática 3ª, 10). Es Dios mismo el que quiere venir para entrar en comunicación con
nosotros. Él es el primero que se nos ha comunicado, el que nos ha hablado; y por eso
nosotros lo primero que tenemos que hacer es entrar en esa actitud de escucha amorosa,
que nos llevará a un diálogo de amor y a un cumplimiento de su Palabra.
San Juan de Ávila es ante todo un oyente y cumplidor de la Palabra de Dios, que nos
habla en la Escritura, interpretada por la Tradición, especialmente de los Santos Padres
y de los santos, y custodiada por el Magisterio. Es también un oyente y cumplidor de la
Palabra de Dios que nos habla en la vida de cada día.
Dios ha creado al hombre para entrar en diálogo amoroso con Él. La vida cristiana
consiste en dejarse amar, y, como respuesta, en amar a Dios y al prójimo y a todos los
seres y cosas por Él creados. Él nos ama, y por eso nos habla de su amor. Su Palabra en
realidad es su Hijo Jesucristo hecho carne y escarnio en la cruz por nosotros. Él es su
Palabra. Dios sale a nuestro encuentro y nos habla en su Hijo, en su Palabra escrita en la
Biblia, en su Palabra contenida en la Tradición de la Iglesia, sobre todo en los Santos
Padres y en los santos, en su Palabra contenida en los concilios tanto universales como
provinciales, y en su Palabra en la misma vida, discernida siempre en consonancia con
la Iglesia.
Todas estas son salidas de Dios y amor hacia nosotros para entrar en un diálogo de
amor con Él que produzca una unión de amor, en el que seamos transformados y tan
llenos de Él que digamos como Pablo que ya no son dos sino uno, es decir ese “vivo yo,
pero no yo sino Cristo que vive en mí” (Gál 2,20).
El principal libro de San Juan de Ávila es, como sabemos, Audi, filia, es decir,
Escucha hija, mira, inclina el oído, etc, pero esta actitud de escucha no es sino respuesta
a ese Dios que es el que primero y por amor nos habla, nos mira, nos oye e inclina su
oreja (cf. Audi, filia, 82,2). Como Él lo hace primero no es de extrañar que nos lo pida;
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por eso “nos ha mandado, según hemos oído, que le oigamos y miremos, y le
inclinemos nuestra oreja” (Ibid., 82,1).
En esta introducción a la oración de hoy, basada en la Palabra de Dios según nos lo
propone San Juan de Ávila, vamos a meditar en los siguientes puntos:
1) Dios nos habla realmente.
2) Principales medios que Dios ha utilizado y utiliza para hablarnos: Sagrada Escritura,
Tradición, Magisterio y vida.
3) Actitudes con que tenemos que recibir la Palabra de Dios.
4) Qué tiene que producir en nosotros la recepción de la Palabra de Dios: amor a Él y a
todos.
5) Pistas para la reflexión
Veamos cada uno de ellos.
1. DIOS NOS HABLA REALMENTE
Para San Juan de Ávila Dios es ―suma comunicación‖ (Audi, filia, 39, 3), que se da
en el seno de la Trinidad, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; pero por pura
liberalidad, por puro amor gratuito, se nos comunica también a nosotros, se nos da a
nosotros, sobre todo en su Palabra hecha carne, en Jesucristo. Lo importante ahora es
tomar conciencia de que Dios nos ha hablado y nos sigue hablando; por eso nos insiste
el Santo Maestro: ―Escucha‖, porque Él te habla porque te ama.
Dios habla sobre todo en Jesucristo, el Verbo encarnado: ―Esta Palabra eterna se
hizo temporal… luego, predicar a Dios encarnado, sería predicar todas las cosas‖
(Lecciones sobre 1 San Juan [II], 1ª). Y es a Jesucristo a quien tenemos que escuchar y
a quien tenemos que predicar, porque Él es la Palabra de Dios entre nosotros: ―La
Palabra de vida estaba escondida en el seno del Padre; y ahora temporalmente, tomando
carne humana, apareció entre nosotros, y anda por los templos, por los púlpitos‖
(Ibidem). Y especifica Juan de Ávila la labor de Cristo como Palabra que actuó en
nuestra historia con amor y por amor: ―[…] esta Palabra que del cielo descendió a este
mundo vino haciéndose hombre; el cual alumbró la tierra con su doctrina y ejemplos,
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como verdadero sol y verdadera luz; y la embriagó, consolándola y alegrándola, dando
vista a los ciegos, oído a los sordos, y salud a los enfermos de grandes y diversas
enfermedades, y aun resucitando a los muertos; y después dio su vida en la cruz, muy
bastante para ganar a los hombres la vida bienaventurada que no tiene fin‖ (Tratado
sobre el sacerdocio, 46).
Por eso, a las palabras de Jesús hay que prestar una atención especial: ―Aunque a
toda la Escritura de Dios hayáis de inclinar vuestra oreja con igual crédito de fe, porque
toda ella es palabra de una misma suma Verdad, sin embargo debéis tener particular
cuidado de aprovecharos de las benditas palabras que en la tierra habló el verdadero
Dios hecho carne, abriendo con devota atención vuestras orejas de cuerpo y de ánima a
cualquier palabra de este Señor, dado a nosotros por especial maestro, por voz del
Eterno Padre, que dijo: Éste es mi muy amado Hijo, en el cual me he agradado; a él oíd
(Mt 17,5)‖ (Audi, filia, 45, 4).
Dios ya nos había hablado en la creación y en los profetas, pero no con la claridad
con que nos ha hablado en su Hijo. En realidad, era Él el que hablaba en ellos. De aquí
que debamos prestar mucha más atención a lo que ahora sale de su misma boca. De aquí
que recomiende Juan de Ávila a Sancha Carrillo y a toda persona que quiera escuchar a
Dios: ―Sed estudiosa de leer y oír estas palabras [de Dios encarnado]… que no hallaréis
en todas las otras que desde el principio del mundo Dios haya hablado. Y con mucha
razón, pues en lo que en otras partes ha dicho, ha sido hablar Él por boca de sus siervos;
y lo que habló en la humanidad que tomó, lo habló por su propia persona; abriendo su
propia boca para hablar, el primero había abierto y después abrió la boca de otros, que
en el Viejo Testamento y Nuevo hablaron‖ (Ibidem).
2. PRINCIPALES MEDIOS QUE DIOS HA UTILIZADO Y UTILIZA PARA HABLARNOS:
SAGRADA ESCRITURA, TRADICIÓN, MAGISTERIO Y VIDA
Dedicamos este apartado a prestar atención a los principales medios con los que
Dios nos ha hablado y nos sigue hablando deteniéndonos en cada uno de ellos, según
nos lo presenta el Maestro Ávila: Sagrada Escritura, Tradición de la Iglesia, Magisterio
y la vida misma de cada día. Dedicaremos especial interés a la Palabra de Dios
contenida en la Sagrada Escritura, tan amada, reverenciada y vivida por el Santo
Maestro.
22
2.1. Sagrada Escritura
San Juan de Ávila bebe especialmente de la Sagrada Escritura, que medita, estudia y
le sirve para la oración continua, y de la que saca fuerzas para su vida personal y
ministerial. Él está convencido de que Dios nos habla especialmente en la Sagrada
Escritura, de que en ella nos encontramos con el mismo Dios, de que en ella está su
amor: ―La sagrada Escritura casa de Dios es, silla de Dios es… Sus palabras manifiestan
su corazón y cómo Dios sea simplísima verdad; su palabra es traslado de su corazón.
Por manera que esta Biblia es traslado del corazón de Dios‖ (Lecciones 1 Juan [I], 6ª,
199-204).
La Sagrada Escritura está inspirada por Dios. Con ella Dios nos hace muchas
mercedes: ―Grandes mercedes nos hiciste en darnos tu divina Escritura, para provechos
y necesaria para servirte… Así tienes tú el profundo mar de tu divina Escritura,
destinado a hacer misericordia a tus corderos, que naden en el provecho suyo y
ajeno…‖ (Audi, filia, 48, 4).
La Escritura proviene del Espíritu: ―Toda ella y cada parte de ella es inspirada por el
Espíritu Santo, que es suma Verdad‖ (Sermón 35, 2). Y porque toda ella es inspirada
por el Espíritu es Dios mismo el que nos habla en toda ella, por lo cual hay que
escucharla toda con atención, porque es el mismo Dios quien en ella nos habla:
―—Espera, ¿no dijiste que decía San Pablo? —No es verdad lo que predicó Dios
encarnado que lo que escribió Pablo. —¿No va diferencia de Dios a Pablo? —Si Pablo
hablara como Pablo, bien fuera. Pero Pablo pone la lengua y la garganta, él pone la voz;
pero la palabra es de Cristo. Agustín: «Cuando uno va a sembrar, lleva una espuerta,
que quizá va llena de barro, y el trigo que va en ella es muy lindo. No es el trigo de la
espuerta bueno porque va en ella». San Pablo, Isaías, Jeremías ¿sabéis qué son?
Espuertas de la semilla y palabra de Dios. No tengáis en poco la semilla si la palabra es
vil… Tan verdad es lo que San Pablo dice en sus epístolas como lo que Cristo dice en el
evangelio, pues todo lo dice un mismo Espíritu‖ (Sermón 28, 20). También, refiriéndose
al Antiguo Testamento dirá Juan de Ávila que allí también hablaba el Espíritu Santo:
―Sed vos una de las ánimas a quien le dice el Espíritu Santo en los Cantares…‖ (Audi,
filia, 68, 4).
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San Juan de Ávila dice que hay que leer la Sagrada Escritura en su sentido literal, pero
también en su sentido moral o espiritual. Él utiliza los dos sentidos pero le da más
importancia al moral.
El sentido literal es lo que dice el texto en sí, al que hay que estar muy atento. Incluso
utiliza los mejores comentarios del momento para saber este sentido. Pero con esto no
basta, pues hay que llegar al sentido moral o espiritual, es decir, lo que pretende
decirnos en ese texto el Espíritu Santo: ―Y para que mejor se entienda habéis de saber
que en la Sagrada Escritura aquel se llama sentido literal el que suenan las palabras de
fuera; y esto quiere decir `letra´: lo de fuera, lo que es corteza del Espíritu. El sentido
literal es el principal sobre el que se fundan los otros, pero el que principalmente
pretende el Espíritu Santo, el principal intento de Dios es el sentido moral. Como si
dijésemos que, criando Dios el pan, más principalmente pretendía que sacases doctrina
del pan que no mantener el cuerpo‖ (Sermón 20, 2).
En la carta 5, escrita a un predicador, San Juan de Ávila da consejos sobre cómo ver
estos sentidos literal y moral de la Sagrada Escritura. En ellos, sin duda, nos quedan
reflejados su propia experiencia de estudio y meditación de la misma: ―estudie vuestra
merced —le dice— hasta comer, que serán un par de horas, y el estudio será comenzar a
pasar el Nuevo Testamento, y si fuese posible, querría que lo tomase de coro. El
estudiar será alzando su corazón al Señor, leer el texto sin otra glosa, si no fuere cuando
algo dudare, que entonces puede mirar o a Crisóstomo, o la Nicolao [Nicolás de Lyra], o
a Erasmo, o a otro que parezca que declara la letra no más; y no se meta en saber sino el
sentido propio que el Señor quiso allí entender, que por ahora no es menester leer más‖
(Carta 5, 105-112). Es decir, entrar en la Sagrada Escritura para ver qué quiere decir allí
el Señor, y sólo a partir de ahí descubrir lo que el Señor quiere decirnos a nosotros, y no
para predicar, sino en este momento escucharlo como provecho para nuestra alma. Sabe
San Juan de Ávila que cuando los predicadores nos adentramos en la Biblia o en libros
espirituales de la pasión del Señor, etc. podemos correr el riesgo de querer cogerlo como
ideas para luego ser predicadas, pero sin que pasen primero por nuestro corazón. Por eso
advierte que al leer la Biblia o libros devotos: ―Suelen venir en la oración algunas cosas
muy vivas para el entendimiento; y otras veces la misma persona que ora se pone allí
para predicarlo o enseñarlo, o para saberlo no más. Todo lo cual ha de mortificar vuestra
merced —le dice al mismo predicador—, enderezando su intención a su propia
edificación, y diciendo su ánima que aquellos ratos los quiere para sí mismo, y que no
quiere allí aprender cosa para otros; que otro tiempo habrá para ello; y así en toda
simplicidad y humildad busque el provecho de su ánima, sin querer hacer escuela de
entendimiento lo que es de la voluntad‖ (Ibid., 176-184).
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Es importante la recomendación que nos hace el Santo Maestro a la hora de leer la
Sagrada Escritura. Aunque en algún lugar recomienda que hay que meterse en la escena
que se está contemplando trasladando uno su pensamiento a aquel lugar como si se
estuviera allí mismo; cosa que también recomienda San Ignacio de Loyola. Pero en la
carta 5, San Juan de Ávila propone otro camino más sencillo, para que ni siquiera el
pensamiento haga el esfuerzo de situarse en esa escena como transportándose al lugar
donde ocurrió lo allí descrito por la Sagrada Escritura, sino que aconseja no ir tanto allá
sino hacerlo presente acá. Lo dice refiriéndose a algún paso de la pasión del Señor, que
recomienda que cada día se medite uno, pero se podría aplicar a cualquier pasaje de la
Escritura: ―Cuando pensare la pasión, no se vaya el pensamiento muy lejos de sí a los
lugares donde acaeció lo que piensa; sino que todo lo piense como si dentro de sí mismo
o cerca de sí mismo acaeciese… Imagine, no con demasiada fuerza, el paso que quiere,
y párese a mirar simplemente lo que el Señor pasaba, como si presente estuviera‖ (Ibid.,
130-135).
La Iglesia no sería Iglesia si no tuviese la Sagrada Escritura y los sacramentos, de lo
cual se infiere también que una vida cristiana, presbiteral, parroquial, etc. no sería tal si
no bebiese de la Sagrada Escritura y de los Sacramentos, pues de ellos nos viene el agua
de la gracia de Dios: ―¿Qué cántaro lleva sabiduría [gracia] del cielo, sino la Escritura
divina, en la cual está la ciencia y palabra de Dios? ¿Qué cántaro contiene gracia
celestial con que se apagan los malos deseos, y se riega el ánima, con que da fruto que
lleve a la vida eterna, sino los santos sacramentos de la Iglesia?... Aquella Iglesia que
cree y tiene la Escritura divina, y que tiene y confiesa haber sacramentos por los cuales
se da la gracia, aquélla tiene señales de la verdadera Iglesia‖ (Sermón 33, 11-12).
La necesidad de la Sagrada Escritura la tienen muy especialmente los predicadores y
curas que tienen como misión enseñar a los parroquianos a obrar bien y ayudarles a
salvarse: ―Y, para que esto se haga con fruto, es menester que el tal cura sea
medianamente docto en la ley de Dios, que está en su santa Escritura, porque en ella
está lo que conviene a estos efectos, como dice San Pablo: Toda escritura inspirada por
Dios es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud (2
Tim 3,16); y así, conviene que sepa la sagrada Escritura, aunque no las dificultades,
sino lo llano de ella‖ (Tratado del sacerdocio, 38). Pero el Santo Maestro, consciente de
la importancia de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia y de cada cristiano, quiere
que todo el pueblo de Dios se alimente de ella. Su predicación no es sino un ir
explicando y ayudando a penetrar en ella y presentarla como palabra de Dios actual para
los oyentes. Toda ella está llena de citas de la Palabra de Dios.
Hasta incluso aconseja a los que gobiernan los pueblos que además de pedir a Dios
sabiduría para hacerlo, y humildad para pedir consejo a otros, acudan a la sagrada
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Escritura para bien regir sus vidas y las ajenas, cosa que hace con maestría en la carta
11 a un señor estos reinos. Consejos que son también muy válidos para los que tienen
que gobernar la Iglesia: obispos y sacerdotes. Así dice: ―Conviene que tenga alguna
noticia de la ciencia y palabra de Dios que está en la Escritura divina, pues allí están los
principios y avisos para gobernar un hombre a sí mismo, que no es pequeña parte para
gobernar bien a otros; y también hay doctrina particular para los que rigen a otros. Hay
ejemplos de buenos reyes a quien seguir y castigos de malos que pongan temor. Y no
sin causa mandaba Dios que el libro de su ley fuese dado a los reyes por mano de los
sacerdotes, sino para que leyendo en él conociesen de cuya mano tenían el reino y cómo
lo habían de gobernar, según las leyes que en la Escritura divina están. Especialmente
servirá para esto la lección de Proverbios, Eclesiástico y Sabiduría y libros de los Reyes,
y algunos lugares de los Profetas que tienen particular cuenta con los que rigen a otros;
y el Testamento Nuevo, cuya doctrina es más excelente que otra ninguna. Y convendrá
tener alguna Glosa ordinaria para declaración de algunos lugares que tengan alguna
dificultad… Cuán conveniente cosas sea el tomar consejo en negocios importantes y
cuánto lo sean los de la gobernación de la república [de la cosa pública], la Escritura
divina y humana y razón natural y la experiencia nos lo demuestra‖ (Carta 11, 755-
783).
Convencido de la importancia de la Sagrada Escritura para todo el pueblo cristiano,
quiere que todos se alimenten de ella, pues el contacto con ella es el contacto con Dios.
Así lo vemos en Écija formándose con un grupo de clérigos y laicos en torno a la Biblia
y comentando la Carta a los Hebreos; lo veremos después en Zafra, dando los Ejercicios
espirituales en torno a la Primera Carta de Juan, o predicaciones sobre la Carta a los
Gálatas. También San Juan de Ávila establecerá la cátedra de Sagrada Escritura en la
Universidad de Baeza, y la formación permanente del clero la primera parte del año en
torno a la Sagrada Escritura tanto en las Catedrales y colegiatas como en los pueblos
donde haya 8 o 9 clérigos. Del Maestro Ávila sabemos que dijo el mismo Ignacio de
Loyola que si quisiese entrar en la Compañía de Jesús sería recibido como el ―Arca del
Testamento‖, por su conocimiento y aplicación en la vida de la Palabra de Dios
contenida en la Escritura, la cual se sabía de coro, que no habría miedo que se perdiera
pues él solo la podría restituir a la Iglesia. Además se la sabía de memoria (cf. LUIS
MUÑOZ, Vida, l.3º, c.26).
2.2. La Palabra de Dios en la Tradición de la Iglesia
Dios nos ha hablado sobre todo en su Hijo, y su enseñanza queda contenida
especialmente en la Sagrada Escritura, como hemos visto. Pero esta Escritura ha de ser
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leída e interpretada según el sentido de la Iglesia: ―Lleve quien hubiere de entrar en ella
[en la Sagrada Escritura] el sentido de la Iglesia católica romana, y evitará el peligro de
herejía‖ (Audi, filia, 48,4). Advierte del peligro de querer interpretarla según el parecer
de cada uno, que ya en su tiempo se está dando, entre los protestantes y en muchos
católicos. Ambos se alzan ―con la palabra de Dios y con el entendimiento de ella. Éstos
suelen mucho ensalzar la honra de la divina palabra, y es tanto su yerro, que, pensando
que ellos se rigen por ella, son regidos por su propio sentido, porque quieren entender la
palabra de Dios como a ellos parece y no de otra manera; y, en fin, diciendo que la sola
palabra de Cristo ha de reinar, vienen a querer que reine su propio sentido, pues ellos
quieren ser los que den el sentido a la palabra de Dios, y la hacen decir esto o aquello‖
(Carta 9, 19-27). Con lo cual en vez de ser palabra de Dios se convierte en palabra de
hombre, de lo que cada uno quiere que diga Dios. ―¿Qué cosa habría más mudable e
incierta que la Iglesia cristiana si a cada uno que dice que tiene el sentido de la palabra
de Dios hubiésemos de creer? Aquello sería verdaderamente ser regida por pareceres de
hombres, pues aunque haya palabra de Dios, el entendimiento es de cada hombre‖
(Ibid., 27-31).
San Juan de Ávila nos dice que siempre hay que leer la Escritura con la lumbre del
Señor, que es con la que fue escrita, y que se da especialmente en la Tradición de la
Iglesia, expresada en los santos, sobre todo en los Santos Padres y en el Magisterio. Y
nos da una regla para discernir esta Tradición: ―Por eso el Señor, que nos dio su palabra,
nos dio varones santos en quien él moró, para que nos declarasen la Escritura con el
mismo espíritu que fue escrita; para lo cual ni es bastante el ingenio sutil, ni juicio
asentado, ni las muchas disciplinas, ni el continuo estudio, sino la verdadera lumbre del
Señor, la cual, cierto, estamos más ciertos haber morado en los santos enseñadores
pasados que en los no santos de ahora. Y si los pasados en alguna cosa como hombres
faltaron, para esto está la Iglesia romana, a la cual en su Pontífice es dado poder de las
llaves del reino de los cielos y de apacentar la universal Iglesia (cf. Mt 16,19; Jn 21,15-
17); y a quien esto está dado, también la está dada la lumbre para discernir y juzgar cuál
o cuál es la verdadera doctrina y verdadero sentido de la Escritura‖ (Carta 9, 31-43 –a
un predicador−).
San Juan de Ávila cita mucho a San Juan Crisóstomo, San Agustín, San Ambrosio,
San Jerónimo, San Gregorio Magno, San Bernardo, San Buenaventura, Santo Tomás de
Aquino, etc. Y acude a comentarios como el de Erasmo, pero en lo que no discrepe con
la doctrina de la Iglesia.
2.3. La Palabra de Dios expresada en los concilios
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Con mucha frecuencia alude San Juan de Ávila a cómo debemos oír la voz de Dios
expresada en los concilios de la Iglesia. Dios nos habla en el Magisterio, de una manera
especial en los concilios, tanto en su letra como en su espíritu. Hay que escuchar a Dios
a través de su Magisterio: concilios y Papa: ―Como si el mismo Jesucristo les predicara
lo recibieron [lo que decía Pablo en la Carta a los Gálatas], y por esto los alaba. Pues, si
a un solo apóstol y ministro de Dios reciben y admiten su doctrina, teniéndola por la del
mismo Dios, ¿cómo no debe el cristiano admitir la doctrina que le enseña la
congregación de los ministros de Dios que es el Concilio, o la que le enseña el príncipe
de los ministros que el Vicario de Cristo‖ (Comentario a los Gálatas, 16).
Está convencido de que es el mismo Espíritu Santo el que habla a través de ellos, por
lo que la escucha del Espíritu y la ejecución de lo por Él en ellos mandado es de
absoluta prioridad. Así, refiriéndose a la necesaria formación permanente de los
sacerdotes mandada en numerosos concilios, incluso en el tridentito, y viendo su falta
de aplicación, el Maestro Ávila llega a decir: ―Y oigamos ya de una vez al Espíritu
Santo pues que tantas veces lo ha mandado, y no se hagan los prelados sordos tantas
veces‖ (Advertencias al concilio de Toledo [I], 46).
San Juan de Ávila posee un amplio conocimiento de los concilios de la Iglesia y los
utiliza con frecuencia. Él los conoce, los cita y urge su aplicación porque además de la
necesidad palpable de esto es la voz del Espíritu. Y hasta urge una recopilación de los
mismos porque se hayan dispersos y no favorece su conocimiento, y por tanto su
aplicación. ―Por no tener los teólogos copia de todos los Concilios, ignoran muchas
cosas necesarias. Convendría que mandase —el concilio de Trento— ponerlos en las
Universidades e Iglesias Catedrales. Los Concilios que comúnmente andan impresos
son pequeña parte de los que hay‖ (Memorial primero a Trento, 67). También da
importancia a la aplicación de lo que el Espíritu sugiere a las Iglesias, para lo que
recomienda los Concilios nacionales o provinciales (cf. Advertencias al concilio de
Toledo [I], 51).
El mismo Juan de Ávila pone todas sus energías, y ya no eran tantas, en ayudar a los
padres conciliares del concilio de Trento a través de los Memoriales, porque estaba
convencido de su importancia; así como de las aplicaciones de éste en los sínodos
nacionales, el de Toledo, cuyas disposiciones iluminaron el de Granada, y éste a su vez
los del Méjico y Perú. Al mismo Juan de Ávila lo vemos leyendo y examinando la letra
del concilio de Trento para aplicarlo mejor y estudiándolo con el P. Gómez, pidiendo
las aclaraciones oportunas cuando algo no entienden al que sí había estado en él, a su
amigo el arzobispo Guerrero (cf. Carta 219).
28
Esto nos tiene que hacer pensar en cómo leemos y aplicamos en la actualidad el
Concilio Vaticano II. Juan Pablo II, con motivo del aniversario del Vaticano II, nos dijo
que el Concilio, en su letra y en su Espíritu sería la Carta Magna para el Tercer Milenio.
Y el Papa Francisco nos acaba de recordar que el Concilio es obra del Espíritu y que
hay que aplicarlo. Tendremos que analizar qué grado de conocimiento tenemos de él,
tanto en su letra como en su espíritu y cuál es el grado de cumplimiento. Sería una
equivocación pensar que porque sabemos algo ya lo sabemos todo, leído todo, meditado
todo y aplicado todo. Hace falta en esto una escucha del Espíritu en nuestros días a
través de la letra y espíritu del Concilio Vaticano II, y esto a través de un estudio
personal y también comunitario, como el de Juan de Ávila y su aplicación más profunda
también personal y comunitaria.
2.4. Dios nos habla en la vida
Para San Juan de Ávila Dios nos va hablando también en la vida de cada día. Él es el
que nos va guiando. Por eso hay que estar atentos a su voluntad: Esto es lo que hizo el
Santo Maestro durante toda su vida. Esto es lo que nos enseñó Cristo: ―El Espíritu de la
verdad, os guiará hasta la verdad completa‖ (Jn 16,13). En realidad, es también lo que
nos recordaba Juan Pablo II, al decirnos en Pastores dabo vobis, 70 que se da no sólo
una llamada al sacerdocio, sino también una llamada de Dios en el sacerdocio, en el
ejercicio del ministerio, es decir, durante toda la vida. Por eso, toda la vida debe ser una
escucha a Dios que nos habla y una respuesta permanente a su llamada expresada en el
seguimiento de Jesucristo.
San Juan de Ávila dejó los estudios de leyes de Salamanca, debido a un especial
llamamiento del Señor. Debido a otro llamamiento, en este caso a través al arzobispo de
Sevilla, no cogió el barco para ser misionero en Méjico, sino en la península. Y así
siempre estuvo abierto a esta voz de Dios, cosa que en su vida era prioritaria. La
respuesta a su amigo, el arzobispo Guerrero, que le había invitado en el comienzo de su
pontificado en Granada, nos da idea de su escucha permanente a esta voluntad de Dios.
Por eso le dice en una carta que no podría asistir en esos momentos, cosa que le
agradaría tanto, por encontrarse misionando unos pueblos cerca de Montilla. Y así le
respondió al arzobispo:
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―Yo tengo tantas trampas, que así llamo a mis ocupaciones, que no así puedo
desembarazarme; y me es necesario visitar unos pueblos, aunque no creo me
detendrán mucho. Y el cuándo será no lo sé… A lo que más me extiendo es a decir
lo que pienso hacer, dejando el efecto de ello a la voluntad del Señor, sin que me
quede cerrada la puerta, para hacer lo que más conforme a ella me pareciere… Lo
que a vuestra señoría suplico es: lo uno, que con sus oraciones y sacrificios lo
encomiende al Señor, porque mi idea no sea por humana voluntad, sino a mucho
contentamiento del Señor‖ (Carta 177, 25-39).
San Juan de Ávila se ha dejado guiar siempre por el Espíritu en la vida, y así lo
aconseja a todos, especialmente a los pastores. A D. Pedro Guerrero le dice: ―Y sea el
Espíritu Santo maestro y fuerza de vuestra ilustrísima señoría, para que en todo acierte y
con todo salga‖ (Carta 177, 103-104).
Es en la oración donde escuchamos especialmente al Señor para poder regir nuestra
vida y la del pueblo a nosotros encomendado. También manifiesta esto en la carta a D.
Pedro Guerrero, aunque esto es aplicable a todos los obispos y sacerdotes: ―Lo primero,
que vuestra señoría se convierta de todo su corazón al Señor, frecuentando el ejercicio
de la oración, encomendando a la misericordia divina el buen suceso del bien de sus
ovejas y pidiendo sustento del cielo, para que tenga qué darles, porque si de allá no
viene, ¿qué les podrá dar sino cosa que no les engorda ni vivifique? Que de Moisés
leemos que en todas sus dudas acudía al tabernáculo del Señor, y de allí salía enseñado
de lo que había de hacer y ponerlo en obra‖ (Carta 177, 45-52). Y sólo si esta oración
es asidua y de verdadera escucha, podremos escuchar verdaderamente al Señor en todas
las circunstancias de la vida.
3. ACTITUDES DE ESCUCHA DE LA PALABRA DE DIOS
Indicamos ahora algunas actitudes fundamentales con las que hay que escuchar y
acoger la Palabra para que ésta pueda producir fruto abundante en nosotros.
3.1. Leerla y escucharla bajo la inspiración del Espíritu Santo, porque Él es el autor, de
aquí que haya que invocarlo antes de comenzar al acercarnos a ella. ―¿Qué sentir de esta
palabra: El que no tiene espíritu de Cristo, este tal no es de Cristo? Habrá algunos que
oyéndola bendecirán a Dios, porque por su misericordia confían que tienen Espíritu de
Cristo; otros habrá que oyéndola les dé mal de corazón, especialmente a algunos que
30
oyendo decir Espíritu hacen cuenta que oyen nombrar al diablo, como los gentiles, que
no podían oír decir que había un Dios… Los cristianos confiesan un Dios que tiene un
Hijo igual a su Padre; mas, en nombrándoles a algunos Espíritu, les da mal de corazón.
¿Cómo hemos de hablar, sino como Dios y la Escritura hablan? Una gente tan enemiga
de Espíritu, que ni siquiera le quieren oír nombrar. ¿De dónde nace eso? De estar el
corazón maleado‖ (Sermón 28, 21)
3.2. Es el amigo Dios el que habla, por tanto, hay que escucharla en una actitud de
amistad y amor: ―sed amigos de la Palabra de Dios, leyéndola, hablándola, obrándola‖
(Carta 86, 171-172).
3.3. Actitud de fe: ―oír y aprender lo que habla Dios en su divina Escritura y en su
Iglesia católica‖ (Audi, filia, 31, 1-3). Esta actitud nos llevará a tener un corazón
sencillo, porque a veces nuestra razón no alcanza lo que Dios nos dice en su Palabra,
pero acojámoslo con un corazón sencillo y fiémonos de Él, porque no es que vaya
contra nuestra razón, sino que su luz sobrepuja toda razón, por ser una luz tan
resplandeciente que nuestro pequeño ser no lo puede abarcar. ―Cierto que muchos han
oído palabras de Dios, y han tenido conocimientos de cosas sutiles y altas, y porque se
arrimaron más a la curiosidad de la vista que a inclinar con obediencia la oreja de su
razón, se les tornó el ver ceguedad, y tropezaron en la luz de mediodía, como si fuera
tinieblas. Por eso, si no queréis errar en el camino del cielo, inclinad vuestra oreja,
quiero decir, vuestra razón, sin temor de ser engañada, inclinadla con profundísima
reverencia a la palabra de Dios, que está dicha en toda la sagrada Escritura. Y si no la
entendieras, no penséis que erró el Espíritu Santo que la dijo, sino sujetad vuestro
entendimiento, y creed, como San Agustín dice que él lo hacía, que por la alteza de la
palabra, vos no la podéis alcanzar‖ (Audi, filia, 45, 3).
3.4. Actitud de auténtico discípulo de la Palabra de Dios, ―es buen discípulo el que obra
y se le pega a las entrañas lo que oye‖ (Sermón 49, 10). Lo más importante es recibirla
en fe viva, para decidirse a seguirla en el camino de la contemplación y de la caridad:
―El que verdaderamente guarda la Palabra de Dios, está perfecto en el amor de Dios…
Digo que no se puede guardar la Palabra de Dios sin amor de Dios‖ (Lecciones 1 Juan
[II], 7ª, 200-203).
3.5. Actitud de que es Cristo es que allí nos está hablando y allí nos está realizando
aquellas mismas maravillas que cuenta en el Evangelio. A un sacerdote, después de
celebrar la misa y recogerse para dar gracias por la mañana, le dice: ―Es buen ejercicio
acordarse de algún paso del Evangelio donde el Señor hizo algún beneficio, así como
cuando sanó al leproso y libró a los discípulos de la tempestad del mar, comenzando un
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evangelista desde el principio, y rumiar cada día después en su paso, y suplicar al Señor,
que está dentro de nos, que haga la misma merced en nuestras ánimas, pues hay la
misma necesidad‖ (Carta 8, 55-62).
3.6. Escuchar la Palabra de Dios con la actitud de la Virgen: ―Hágase en mí según tu
palabra‖, como ocurrió no sólo en la Encarnación sino también en la Asunción (cf.
Sermón 70). Es necesario guardar y cumplir la Palabra de Dios como la Virgen (cf.
Sermón 68, 7ss). A este propósito, San Juan de Ávila, hablando de la mujer que alabó a
la Virgen María por ser madre de Jesús (cf. Lc 11,27), pone en boca de Jesús:
―«Bienaventurada llamas, dice el Señor, a mi Madre, porque me trajo en su vientre y me
mantuvo a sus pechos; pero yo te digo que son bienaventurados los que oyeren la
palabra de Dios y la guardaren» (Lc11,28)… «Mujer… tú hablas al modo común, que
viendo a un hijo muy bueno, suelen llamar a su madre bienaventurada, y porque lo
engendró y dio su leche. Pero esa alabanza en los ojos de Dios, cosa es de muy mayor
valor, y si mi Madre no tuviera virtudes, con las cuales me concibiera en ánima y oyera
y guardara la palabra de Dios, ninguna cosa le aprovechara ser madre mía según la
carne, si no lo fuera según el espíritu»‖ (Sermón 68, 7-8).
3.7. Leer la Sagrada Escritura desde una actitud cristiana comprometida de seguimiento
de Cristo, incluso de no poner la confianza en el mundo sino en Dios, aunque nos traiga
persecución: Así le dice al P. Vergara, dominico: ―[…] en lo de la Escritura sagrada, le
digo que la da nuestro Señor a trueque de persecución. A vosotros —dice el mismo
Señor— es dado a conocer el misterio del reino de Dios, mas a los otros en parábolas
(Lc 8,10; cf. Mt 13,11; Mc 4,11). ¿Quién son estos vosotros? A vosotros, discípulos
míos, que no vivís de gana en este mundo y lo despreciáis, atribulados por mí, hechos
escoria de este mundo (1 Cor 4,13). Si algo de ello Dios me dio —que sí dio—, a
cambio de esto me lo dio. Y sin esto no aprovecha nada leer. Me parece que leyendo a
San Juan y a San Pablo y a Isaías, que luego han de saber la Escritura, y veo muchos
leerlos y no saben nada de ella. Y así veo que, si aquel Señor abre y descubre y enseña
el sentido de la Escritura, que tiene la llave, el poder y mando y autoridad en el reino
espiritual de la Iglesia… no puede otro enseñar el verdadero sentido de la Escritura sino
este solo Señor. Yo no sé más, padre, qué decirle, sino que lea a éstos; y cuando no los
entendiera, vea a algún intérprete santo sobre ellos, y especialmente lea a San Agustín,
Contra pelagianos y contra otros de aquella secta; y tome un crucifijo delante y Aquél
entienda en todo porque Él es todo y todos predican a éste. Ore y medite y estudie. No
sé más‖ (Carta 2, 237-256). Por tanto, delante del Señor crucificado, y con su luz, hay
que orar, meditar y estudiar la Sagrada Escritura.
3.8. Actitud de mendigo delante del Señor que en la Sagrada Escritura está. Y allí nos
visita el mismo Señor. En la carta 5, a un predicador, nos da unas recomendaciones que
32
nos vienen muy bien también a nosotros: ―Párese a mirar simplemente lo que el Señor
pasaba, como si presente estuviera. Digo simplemente porque no ha de curar de razones
ni de mucho discurrir de pensamientos; mas, con una vista que dicen de inteligencia,
mirar al Señor… y considerarlo cómo estaba, esperando lo que allí le diere; porque este
negocio todo es recibir los movimientos e influencias antes que vengan, los cuales os
levantáis temprano (cf. Sal 127,2). Y lo que entonces le fuere dado, ahora sea
compasión, ahora amor, o dolor o temor de pecados, o edificación de costumbres, o
lágrimas, etc., todo lo tome sin desechar nada; y si ninguna cosa, no se altere; sino que,
renunciándose en las manos del Señor, tenga por gran merced haber su Majestad
consentido ante de su presencia un tan hediondo leproso, como él es, y con aquello se
consuele‖ (Carta 5, 134-147).
3.9. La lectura y escucha del Señor en la Escritura debe llevar aparejado el deseo de
perfección y de una vida santa. Además, cuanto más santa sea esta nuestra vida, mejor
entenderemos el sentido de lo que allí Dios nos dice, porque ―ésta es la condición de la
Sagrada Escritura‖ (Sermón 10). Se entiende más la Biblia a medida que se es más
santo, porque más se está en consonancia con el Espíritu Santo que la inspiró, que es el
que nos guía hacia la verdad plena: Refiriéndose al texto sobre la cananea que explica
en el jueves I de Cuaresma, sobre su petición al Señor ―¡Jesús, hijo de David, ten
misericordia de mí! (Mt 15,22)… Esta historia de la Cananea es muy notoria, todos la
sabéis; pero lo que una vez no entendísteis, imposible es que, oyéndolo otra vez, no lo
entendáis; que ésta es la condición de la Sagrada Escritura, que, cuanto más uno sube a
mayor perfección de vida y conocimiento de Dios, así va más entendiendo en un mismo
paso lo que antes no entendió. No se añeja la sagrada Escritura de Dios; siempre
hallamos en las cosas que muchas veces hemos leído cosas nuevas para entender y
secretos que otras veces no habíamos entendido‖ (Sermón 10, 2; cf. Audi, filia, 45 y 48).
4. EFECTOS DE ESCUCHAR Y CUMPLIR LA PALABRA DE DIOS
4.1. Al leer La Sagrada Escritura, y sobre todo los evangelios, es como si allí mismo
Dios nos estuviera hablando aquellas palabras, y se producen estos mismos efectos. Por
eso aconseja en Audi, filia: ―Sed estudiosa de leer y oír estas palabras, y sin duda
hallaréis en ellas una singular medicina y poderosa eficacia para lo que a vuestra ánima
toca, lo cual no hallaréis en todas las otras que desde el principio del mundo Dios haya
hablado … Y pedid al que tuviere cargo de encaminar vuestra ánima que os busque en
la sagrada Escritura, en la doctrina de la Iglesia y dichos de los santos, palabras
apropiadas para las necesidades de vuestra ánima, ahora sea para denfenderos de las
tentaciones, según el mismo Señor, ayunando en el desierto (cf. Lc 4,1-2), lo hizo para
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nuestro ejemplo, ahora sea para estimularos en las virtudes que os faltan, ahora sea para
haberos con Dios como debéis, y con vos, y con vuestros prójimos, mayores, menores e
iguales; y cómo os habéis de haber en la prosperidad y en la tribulación; y, finalmente,
de manera que podías decir: En mi corazón escondí tus palabras, para no pecar a ti. Tu
palabra es antorcha para mis pies y lumbre para mis sendas (Audi, filia, 45, 4 y 5).
4.2. Para San Juan de Ávila la Palabra de Dios realmente es eficaz. ―La Palabra del
Señor, en boca de sus predicadores, riega la sequedad de las ánimas como lluvia del
cielo venida; y, embriagadas con dulce amor del Señor, les hace dar frutos de buenas
obras. Y por experiencia se ve que el pueblo donde hay predicación de la Palabra de
Dios, se diferencia del que no la hay, como tierra llovida y fértil a la seca, que, en lugar
de fruto, dé abrojos y espinas… [Cristo encarnado es la Palabra de Dios] pero todos
estos bienes que la Palabra de Dios increada [Cristo durante su vida] obró en los
cuerpos de los hombres y los que ganó, mediante su pasión, para los ánimas, los obra y
efectúa mediante su Palabra que acá dejó. Con ésta alumbra nuestras ignorancias,
enciende nuestra tibieza, mortifica nuestras pasiones y, lo que más es, resucita las
ánimas muertas, que es mayor obra que crear los cielos y la tierra. Con esta Palabra
hiere el Señor y da salud, mortifica y da vida, mete a los infiernos y saca de allí, humilla
y ensalza, porque con temor de su justicia hace temblar al pecador y conocerse por
digno del infierno; y con la dulcedumbre de sus palabras, que prometen misericordia a
los penitentes, consuela al lloroso, y levanta al caído, y hace confiado al que estaba para
desesperar; y no sólo le libra de la muerte, sino que le da mantenimiento de vida, porque
su Palabra, mantenimiento del ánima es; y agua con se lave, y fuego con que se caliente,
arma para pelear, cama para reposar, lucerna para no errar; y, finalmente, así como la
Palabra de Dios increada [Jesús] tiene virtud de todas las cosas, así esta Palabra suya en
[la Iglesia]‖ (Tratado sobre el sacerdocio, 45-47; cf. Sermón 8 y 9).
4.3. La Palabra de Dios es alimento espiritual, que nos fortalece para el bien obrar: ―—
Señor, yo no puedo trabajar, que luego me canso. —No habéis almorzado hermano.
Éste es el apacentamiento de la gloria, de la palabra de Dios‖ (Sermón 8, 35). ―Cristo
dice que quien se funda sobre sus palabras que será como la casa fundada sobre piedra‖
(Sermón 12, 32; cf. Mt 7,24-25).
4.4. La Palabra de Dios contenida en la Escritura nos ayuda a regir nuestra vida. San
Juan de Ávila utiliza la comparación de un pez como alimento apetitoso y acompañante
del pan duro que constituye el cumplir con frecuencia la voluntad de Dios al renunciar a
lo que el mundo nos ofrece como vana felicidad y a nuestros propios placeres contrarios
al Evangelio: Ese pez es como un poco de miel para pasar ese pan de cebada:
34
―Qué es el otro pez en su mano derecha? Una ley de fuego. Si os parece duro ese
pan, busca en la santa Escritura una palabra de Dios en que estribéis. —¿Qué haré
que soy fantástico, soberbio, pésame porque al otro hacen más cortesía que a mí,
cuando veo que en la iglesia al otro sentado en mejor lugar que yo, cuando veo que
al otro quitan el bonete y no a mí? —Toma esta palabra: Si no os convertís y os
hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (cf. Mt 18,3). Toma esta
palabra: que quien se abajare será ensalzado, y quien se ensalzare será humillado
(Lc 14,11; 18,14). ¿Qué le hizo a San Antón que dejase su hacienda y se fuese al
desierto? Que una vez, entrando en la iglesia, oyó las palabras del evangelio que
dice: Si queréis ser perfecto, vende todas las cosas que tienes y dalas a los pobres y
sígueme (cf. Mt 19,21). Dijo él: «Estas palabras son de Dios, el cual no puede
mentir, y habla conmigo, lo quiero hacer». ¿Quién no deja lo menos por lo más?
¿Qué mercader habría que no echase un real en una mercadería si viese que habría
de sacar ciento? ¿Quién no sembraría en tierra adonde sembrando poco cogiese
mucho? Cristo dice que quien se funda sobre sus palabras, que será como la casa
fundada sobre piedra (Mt 7, 24-25), que no basta aire ni tempestad para derribarla.
Y dice Dios que quien hace misericordia con sus prójimos, alcanzará misericordia
(Mt 5,7) con Dios‖ (Sermón 12, 32).
4.5. Al recibir la Palabra de Dios se origina un proceso de purificación y de unión con
Dios. Cuando entra examina para curar (cf. Sermón 28), porque ―es la lumbre con que
habéis de mirar vuestra ánima si está buena o mala‖ (Sermón 28, 24).
―Quién es la lumbre? Jesucristo, la palabra de Dios es la lumbre con que habéis de mirar
vuestra ánima si está buena o mala; y amaron los hombres más a las tinieblas que la
lumbre… —¿Por qué aborreces la palabra de Dios? —Porque te hace mal sabor al sueño
que quieres dormir. Te dicen. Si no perdonares a tus prójimos sus pecados, Dios no te
perdonará los tuyos (cf. Mt 18,35; 6,12). ¿Qué ha de sentir el enemistado? Nos dice: Si
no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios (Mt 18,3). ¿Qué ha de sentir
el fantástico? ¿Qué sentirá el que tiene lo ajeno, cuando oyere decir: «Si alguno tiene lo
ajeno, el diablo le tiene a él»? ¿Qué ha de hacer? ¡apagar la lumbre para dormir a su
placer! Recuerda que te mata el dormir; cata que te vas a andar al infierno. ¿Te hace mal
dejar el pecado, y por no decir: «No es verdad la palabra de Dios», quieres apagarla y
no acordarte de ella? Amaron los hombres más las tinieblas (que son los pecados) que
la luz‖ (Sermón 28, 24).
4.6. La Palabra de Dios es remedio para vencer las tentaciones. ―El rey David con
piedras venció aquel gran gigante Goliat, que desafiaba a todo el pueblo de Dios. Busca
tú, hermano, así, cuando te desafiare el demonio, una piedra en la Sagrada Escritura con
le quiebres la cabeza y te defiendas de él. Le dijo el demonio a Jesucristo: Haz que estas
piedras se conviertan en pan. Responde Cristo: Non in solo pane vivit homo, etc. quiso
aquí decir que no de solo pan vive el hombre (Mt 4,4; Lc 4,4), sino con todo aquello que
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quiere y manda Dios que viva; de forma que para mantener a un hombre no es menester
hacer de las piedras pan, sino mantenerlo en las mismas piedras (verbum pro re) [la
palabra con más fuerza que la realidad]. Y más, que lo llevó al pináculo del templo y le
dijo: Échate de aquí, que esté escrito de ti que los ángeles te servirán (Mt 4,6). Notad y
aprended de Cristo a responder al demonio con palabras santas de la sagrada Escritura.
En los libros santos deberías leer ciertas horas desocupadas, para entender en ello y para
ejercitaros en las palabras del Señor apercibidos en las tentaciones. No se hace así, y por
eso andáis como andáis. Lo llevó también a un monte muy alto y le dijo: Adórame y te
daré cuanto veas; todo es mío (Mt 4,9).
Mira en qué fue a acabar. Éstas son sus salidas. Le dijo Cristo: Vade retro; al Señor
adorarás y a Él solo has de servir (Mc 8,33). Confuso y avergonzado con las respuestas
que a sus tentaciones hizo Cristo, fuese, y quedó Cristo en el campo como fuerte
guerrero. Y vinieron los ángeles a servirle (Mt 4,11)… Esfuérzate tú, hermano, el
tiempo en que en este mundo estuvieres, en pelear varonilmente contra los demonios y
sus asechanzas. Y si así lo hicieres, vendrán no solamente los ángeles a servirte y
consolarte, sino el mismo Jesucristo vendrá, y te consolará, y te esforzará y abrazará, y
te dará gracia para este vencimiento y después su gloria, ad quam nos perducat‖
(Sermón 9, 28-29).
4.7. La Palabra de Dios produce muchos frutos en la Iglesia cuando los que la predican
la cumplen. San Juan de Ávila nos reconoce la valía de los buenos obispos y sacerdotes
que predican y viven la Palabra de Dios y los efectos beneficiosos en el pueblo. Sin
embargo, advierte, que esto no es lo más usual, y que, por el contrario, se producen
desastres en la Iglesia cuando no la predican ni la cumplen: ―Y el brazo derecho de los
que, con menear la espada de la Palabra de Dios, han hecho los buenos obispos
maravillosas y nombradas hazañas en la guerra de Dios, quedó en ellos [en los malos
obispos] tan flaco y aun del todo seco, como dice Dios, que ni quedó para menear
espada, ni aun para tenerla en la mano, ni aun para tomarla, y porque la palabra de Dios
no sólo es espada para matar los pecados, sino también es simiente espiritual con los
que los buenos prelados engendran hijos de Dios y con que, como con leche sustancial,
mantienen los ya engendrados, por la misma causa que los malos prelados quedaron
flacos para ejercitar la guerra espiritual, quedaron también estériles para engendrar y
criar para Dios hijos espirituales‖ (Memorial segundo a Trento, 11).
4.8. La Palabra de Dios descubre y examina la interioridad de cada uno, ―demuestra el
corazón… de hombres buenos y simples‖ (Lecciones 1 San Juan [I], 6ª, 200-202) y
comunica la intimidad de Dios, puesto que ―es traslado de su corazón‖ (Ibid., 203-204).
36
4.9. La Palabra produce en nosotros la conversión y cambio de vida a mejor. ―La
palabra dicha en el púlpito, que no revuelve al malo los humores, no se dice como
palabra de Dios ni se recibe como palabra de Dios‖ (Sermón 28, 22).
4.10. La Palabra de Dios nos mueve a la alabanza a Dios, después de la conversión que
produce en el corazón: ―Amen. Señor, Dios mío eres tú, ensalzarte he. Ensalzar la
palabra de Dios, ensalzar al mismo Dios es. Yo ensalzaré tu nombre, porque hiciste
cosas maravillosas, y los pensamientos antiguos y lo que eternalmente pensaste lo
pusiste por obra. Ea ya, decid, ¿qué es: Redujiste a escombros la ciudad, convertiste el
fuerte en ruinas, derribaste la fortaleza extranjera y nunca más la reconstruirán. Por
eso te glorifica un pueblo fuerte y tiembla ante ti la ciudad de los tiranos (cf. Is 25,1-3):
«Yo te alabaré, Dios mío, porque has puesto la ciudad en alboroto, has alborotado
aquella ciudad de males que vivía en el corazón, que estaba en paz; yo te alabo porque
el corazón que estaba reposado y rellenado en sus pecados, lo has revuelto?» No hay
ruibarbo ni caña fístola que así revuelva el estómago como la palabra de Dios. Nadie
espere ser consolado de Dios, si primero no es entristecido. Si quiere ser consolado,
dolores y temores has de tener, alborotado has de estar, son pena de no ser palabra de
Dios la que oíste‖ (Sermón 28, 22).
―—Cuando os desconsuela la Palabra de Dios, no la olvidéis. Que tenéis el emplasto
puesto en la llaga, no lo quitéis, y os sanará. Os dice Dios una palabra que os lastima,
ponedla sobre la llaga… —Hermano, con eso sanaréis y veréis cuán grande consuelo
os da después… No has de vivir, hermano, por tu seso, ni por tu voluntad, ni por tu
juicio; por espíritu de Cristo has de vivir. Espíritu de Cristo has de tener. —¿Qué
quiere decir Espíritu de Cristo? —Corazón de Cristo… Dadme, Señor, vuestro
corazón, y luego amaré lo que vosotros amáis, aborreceré lo que vos aborrecéis‖
(Sermón 28, 25-26).
4.11. La Palabra de Dios es semilla de vida divina, que nos comunica la filiación
adoptiva. ―Es su Palabra la semilla que mora en nosotros, y nacen hijos para el cielo.
Nace humildad, nace castidad, nace templanza, nace paciencia y las demás virtudes. Y
porque no penséis que la palabra de Dios basta, es menester que la palabra de Dios
caiga en buena tierra, para que dé fruto para el cielo. Dice San Juan: Nadie puede entrar
en el reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu (Jn 3,5). El agua cae de fuera; la
semilla que queda es del Espíritu Santo. Quiere decir que va Dios ingeniado en aquella
semilla que os predicamos; y ésta es la simiente que fruto renacido de agua y de Espíritu
Santo‖ (Lecciones 1 Juan [I], 20ª, 282-292). Y así, ―su Palabra, mantenimiento del
ánima es, y agua con se lave, fuego con que se caliente, arma para pelear‖ (Tratado
sobre el sacerdocio, 47).
37
4.12. Al que guarda y cumple la Palabra de Dios vendrá el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo a habitar en ellos.
―El que guardare mi palabra, éste me ama. —¿Cómo es eso? ¿Cómo tengo de
guardar sus palabras? ¿Cómo le tengo de amar? —Habéislo de amar, y en esto
mostraréis que verdaderamente le amáis, si por amarlo olvidares y dejares todo cuanto
os estorbare para amarlo y verdaderamente servirlo: Si vuestro ojo derecho, si la cosa
que así la amáis como a vuestros ojos, os escandalizare, si vuestra mano derecha, si
cualquiera otra cosa que mucho la habéis menester os apartare de este santo propósito,
cortadla (cf. Mt 5,29; 18,9).
—¡Cosa recia es ésa, padre! —Habéis de tener una navaja tan afilada, que aunque os
pongan delante padre y madre, y hermanos, y parientes, y amigos, y todo cuanto se
pudiere decir, si os aparta del amor de Jesucristo, cortadlo… Si por el dinero, o por la
hacienda, o por el pariente o amigo, o por la deshonra o por la honra, o por el favor o
arrimo, o por muerte, o por vida pecas, córtalo… —¡Cosa recia!... Señor, echa un
alguna azúcar; que trabajo y sudo para hacer esto, y apenas con todas mis fuerzas
salgo con algo; poned algún consuelo, poned algún premio. —Pláceme. Mi padre le
amará; mi Padre le querrá bien —dice Jesucristo—, y el galardón que por cumplir
mis palabras y guardar mis mandamientos le dará (en esto se les pagarán sus trabajos),
que el Eterno Padre pondrá sus ojos sobre él, y a él vendremos y morada cerca de él
haremos (Jn 14,23). No será la venida de pasada, pues ha de pararse a hacer morada y
mansión.
¿Quién podrá pasar por esta palabra sin dar bendiciones y alabanzas al Padre y al
Hijo y al Espíritu Santo?... viniendo el Hijo y el Padre, también el Espíritu Santo. No
te llames huérfano de aquí en adelante porque el mundo no te hace honra, porque el
mundo no te favorece, porque no tienes propiedades y riquezas de acá‖ (Sermón 30, 9-
10).
4.13. Por último, no podemos olvidar en este retiro que en el epistolario, San Juan de
Ávila recuerda a un predicador que la predicación de la Palabra de Dios, que ―la
Escritura sagrada… la da nuestro Señor a trueque de persecución‖ (Carta 2, 238), es
decir, que el guardarla, cumplirla y predicarla traerá persecución, primero de nuestro
ser, que no está siempre dispuesto a ponerse en manos de Dios, y segundo, de aquellos
que tampoco quieren aceptar la voluntad de Dios. Todo lo cual hay que vivirlo con
alegría y esperanza pues en esto nos pareceremos más a Cristo y a los Apóstoles, que
regaron con su sufrimiento el mundo y sembraron la semilla del Reino. El Señor
resucitado es la prueba de que su Palabra se va cumpliendo y dando fruto en nosotros y
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en el mundo. Él nos traerá su consuelo porque ―a la medida de lo que padecemos, nos
dará Dios los consuelos en el ánima nuestra (Sal 93,19)‖ (Sermón 30, 190-192).
5.PISTAS PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Estoy atento a la escucha de Dios que me habla en la Escritura, Tradición,
Magisterio y vida?
2. ¿Leo, medito, oro y estudio la Sagrada Escritura con asiduidad?
3. ¿Cuál es el grado de cumplimiento de lo que Dios me dice hoy? ¿Noto los frutos
de este cumplimiento?
4. ¿Cómo podemos ayudarnos los sacerdotes a escuchar unidos lo que Dios nos
dice hoy, y tener un discernimiento comunitario?
5. ¿Cómo y cuando leo, medito, estudio y aplico lo que el Espíritu Santo nos ha
dicho en el Concilio Vaticano II?
39
RETIRO 3.
LA EUCARISTÍA I
La celebración y vivencia de la Eucaristía es para San Juan de Ávila el
acontecimiento principal de la presente acción salvadora de Dios. En ella recibimos de
una manera actual todos los frutos que Cristo nos ha ganado con su muerte y
resurrección. De ahí que la vida de San Juan de Ávila y la vida de todos los cristianos,
comenzando por los sacerdotes, está marcada por la Eucaristía; y esto de tal manera,
que se pueda decir que somos una existencia eucaristizada, pues al comer el Cuerpo
de Cristo somos transformados en Él.
La vida, espiritualidad y ministerio de San Juan de Ávila están centrados en Cristo,
en el Padre, en el Espíritu, en María y en la Eucaristía.
Así pensaba San Juan de Ávila sobre la Eucaristía:
―De él (de Jesucristo) salió el manjar. !Oh, benditas sean tus maravillas! !Alabadas
sean tus grandezas y glorificadas sean tus misericordias! ¡Y cuan poco se puede decir
de ellas! Y eso poco que se alcanza, la lengua no lo sabe ni puede decir; y todo cuanto
dice también es poco!‖ (Sermón 47, 8).
También en el caso de la Eucaristía se cumplen las palabras de Pablo VI en la
homilía de su canonización: ―San Juan de Ávila es un sacerdote que, bajo muchos
aspectos, podemos llamar moderno, especialmente por la pluralidad de facetas que su
vida ofrece a nuestra consideración y, por lo tanto, a nuestra imitación. No en vano él
ha sido presentado al clero español como su modelo ejemplar y celestial patrono‖.
La Eucaristía, su vivencia, sus beneficios y sus exigencias, han sido uno de los
temas más tratados por San Juan de Ávila. Tres son los aspectos que yo quisiera
resaltar en esta meditación:
1) Su profunda vivencia eucarística a lo largo de toda su existencia, pues la
presencia de Cristo resucitado en la Eucaristía es el eje de su vida y ministerio
presbiteral.
40
2)Su sólida teología eucarística expresada con un original y novedoso tinte, pues
siendo conceptos manejados y conocidos por muchos, suenan ahora de forma
diferente y con más frescura y claridad; y es que su presentación está llena de vida y
calor, ya que se trata ahora de una teología eucarística acrisolada y moldeada por el
corazón de un Apóstol que ha tenido la misma experiencia de Emaús: ―¿No estaba
ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos
explicaba las Escrituras?… (y) contaron lo que había pasado en el camino y cómo le
habían conocido en el partir el pan‖ (Lc 24, 32-35). La teología del Maestro Ávila, por
tanto, es una teología que hoy llamamos apostólica, al estilo de Pablo, ya que está
cocida desde la experiencia y rumiada en y para el ministerio.
3) De ahí, la cantidad de orientaciones a sacerdotes y laicos para celebrar y vivir la
Eucaristía, la preparación necesaria y las consecuencias para la vida.
Así pues, la Eucaristía es uno de los temas más elaborados en el ministerio de San
Juan de Ávila. Prueba de ello son los 26 sermones que han llegado a nosotros
dedicados a ella —recogidos en el vol. II de sus obras completas, y que ocupan casi
500 páginas—, las referencias continuas en sus cartas, en sus pláticas a sacerdotes, en
los tratados de reforma y sobre el sacerdocio, así como un pequeño tratado titulado
―Meditación del beneficio que nos hizo el Señor en el Sacramento de la Eucaristía‖.
Sería difícil poder resumir la gran cantidad de matices que encierra la vivencia y
predicación eucarística del Maestro Ávila. Nosotros vamos a tratar algunos de ellos,
deteniéndonos de una manera especial en la admiración que siente por la Eucaristía,
en cómo describe la relación entre la Eucaristía y la Trinidad, y con la Encarnación y
Pasión del Señor. Al final, veremos también lo que piensa sobre la relación entre el
sacerdocio y la Eucaristía. Lo vamos a hacer de la mano del mismo Juan de Ávila, a
través de sus textos, pues en ellos se encierra y se contagia la garra, el talante y el
ardor que él tenía, y del que gozaban sus discípulos y oyentes.
Una vez les decía:
―En este santo día y en esta dichosa hora, cuando uno [está] en la presencia de este
divinísimo Sacramento esperando de recibirlo, saltan en él centellas que del Señor
salen, que lo encienden en fuego de amor divinal, y lo muda el Señor, no con ira, sino
con blandura, y lo traga el fuego de su amor. No es maravilla que, pues Dios tiene ira
para conturbar y quemar a sus enemigos, que tenga bondad y dulcedumbre de amor
para en presencia de su gesto derretir y suavemente quemar a sus hijos.
41
Y si antes que el fuego sea recibido del hombre lo enciende con sus centellas y lo
calienta con su calor, ¿qué se puede esperar después que el cristiano ha metido dentro
de sí este dulcísimo y eficacísimo fuego, sino que del todo quede hecho horno de
amor, que en manera imite y participe al fuego inmenso, que es Dios? ¿Quién dirá que
no es fuego y horno encendido un apóstol San Pablo, cuando decía que ni tribulación,
ni angustia, ni espada, ni vida, ni muerte, ni cosa presente ni por venir, ni criatura
baja ni alta, no le podrían apartar del amor de Dios, que está en Jesucristo? Recibió el
fuego y se tornó fuego; porque no puede dejar de encenderse quien bien le recibe, ni
es posible alcanzar de otra parte, si de Él no, una centella de fuego‖ (Sermón 51, 36-
37).
Cuatro son las constantes que nos van a aparecer en San Juan de Ávila con relación
a la Eucaristía:
1) Encuentro personal —en fe— con Jesucristo crucificado y resucitado. El que se
me da en la Eucaristía es el mismo que nació, que padeció y murió por los hombres y
por mí; el mismo que está ahora glorioso y que camina con su Iglesia hasta el final de
los tiempos. En la Eucaristía también me encuentro en Cristo, con el Padre y con el
Espíritu.
2) En la Eucaristía se nos aplican a cada uno los beneficios de Cristo que nos ganó
con su pasión y muerte. Esto lo hace a través de nuestra incorporación a Él. San Juan
de Ávila es uno de los que mejor ha descrito esta unión mística con Cristo.
3) Necesidad que tenemos de la Eucaristía, no sólo de celebrarla, sino de recibirla y
frecuentarla, siempre con la debida preparación.
4) La Eucaristía lleva consigo un compromiso en la vida.
Ahora nos preguntamos: ¿Cuál es el secreto de San Juan de Ávila? ¿Por qué
contagia? ¿Por qué acuden a su predicación y Eucaristía tanta gente? Porque no habla
de memoria, ni desde los libros, sino desde la vida. Se ha encontrado con Cristo y su
amor, y a este Cristo lo experimenta presente y cercano cada día en la Eucaristía. Él
ha vivenciado su calor y los beneficios de su amor, y quiere que otros se puedan
también aprovechar.
Para él la Eucaristía es la prolongación de su gran encuentro con Cristo en la cárcel
de la Inquisición de Sevilla que Fr. Luis de Granada así nos describe:
―Tratando una vez familiarmente conmigo de esta materia, me dijo que en este
tiempo le hizo nuestro Señor una merced que él estimaba en gran precio, que fue darle
un muy particular conocimiento del Misterio de Cristo; esto es, de la grandeza de esta
42
gracia de nuestra redención, y de los grandes tesoros que tenemos en Cristo para
esperar, y grandes motivos para amar, alegrarnos en Dios y padecer trabajos
alegremente por su amor. Y por eso tenía él por dichosa aquella prisión, pues por ella
aprendió en pocos días más que en todos los otros años de su estudio‖25
.
1. ADMIRACIÓN ANTE EL AMOR DE DIOS MANIFESTADO EN LA EUCARISTÍA
El Maestro Ávila ve en la Eucaristía el gran sacramento, el gran signo visible del
amor de Dios hacia toda la humanidad. Por ello, su vida y predicación eucarística
están imbuidas de una admiración ante esta maravilla, que se expresa con un continuo
canto de alabanza ante este amor de Dios. Un amor de Dios que comenzó con nuestra
creación, que continuó con el envío de los profetas, que se hizo definitivamente
visible con el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Cristo, y que llega a su
cumbre en el Sacramento de la Eucaristía.
―Entre todos los nombres que te pone el profeta Isaías, clementísimo Señor y
Salvador nuestro, uno de ellos es Admirable, porque quien atentamente considera tu
vida santísima hallará que todos los pasos de ella son de grande admiración. Pero,
entre todos, verdaderamente es muy admirable el misterio de tu muy santísimo
sacramento, el cual no sin causa es figurado por el maná que llovía sobre todos los
santos padres en el desierto, el cual no sólo con las otras propiedades, sino también
con el nombre, representaba la grandeza de este misterio. Porque maná es palabra de
admiración, que en lengua hebrea quiere decir ¿Qué es esto? Lo cual
convenientísimamente pertenece a este divino misterio. Porque él es tal, que siempre
habían de estar nuestras ánimas maravillándose de él y repitiendo muchas veces esta
palabra de admiración. Y como aquí haya muchas cosas de que debemos
maravillarnos, maravíllate, ánima mía, sobre todas, de la grandeza del beneficio que
Dios aquí te hizo‖ (Meditación del beneficio que nos hizo el Señor en el sacramento
de la Eucaristía).
Y sigue cantando a la Eucaristía:
25
FR. L. DE GRANADA, Vida del Padre Maestro Juan de Ávila, parte II, c. 6 en Obras completas del P. Maestro Juan de Ávila (Madrid 1588).
43
―No se puede responder a esta maravilla tan grande sino por vía de admiración. San
Basilio responde diciendo: «¡Oh milagro! ¡Oh bienquerencia de Dios, que el mismo
que está a la diestra del Padre sea tratado en las manos de los hombres!» … ¡Oh
admirable negocio, digno de que estemos siempre en perpetua admiración!… ¿Quién
podrá contar la grandeza de este amor con que vienes tan impaciente de sufrir dilación
y ausencia, pues que no puedes pasar un día sin dejar de ver a tu esposa, que es el
ánima cristiana; y no sólo sin verla, mas aun estar muy cerca y abrazarla y juntarla
contigo?‖ (Sermón 50, 10).
―¿Quién hablará, soberano Señor, la grandeza, la dulcedumbre que aquí nos
enseñas? Que si una sola vez esta maravilla hicieras, como el jueves de la Cena lo
hiciste, y nunca más lo hicieras, tuviéramos hasta el fin del mundo que hablar de tan
gran maravilla, tan grande bondad como es consagrarte tú a ti mismo y aun darte en
manjar a tus amigos y aun a tus enemigos; ¡y la paga que te dio por tal beneficio fue
salir de allí y entregarte a la muerte! Acordáramos de esto con devoción;
celebráramoste fiesta de ello, enterneciéranse nuestros corazones con tal memoria,
como lo hacemos con los beneficios de tu encarnación, vida y pasión, de todos los
demás. Y por enseñar tú el invencible amor tuyo y la mucha dulcedumbre de tu
corazón para con nosotros, no te contestaste en igualar este misterio con los otros,
ejercitándolo una vez no más, y que hiciésemos memoria de él; sino que quisiste que,
como una vez te consagraste, tengamos poder los sacerdotes de te consagrar tan
verdaderamente como tu lo hiciste; y no a uno, o cinco, o diez, mas, para mayor
manifestación de tu deseo con que deseas comunicar tu poder, a innumerable número
de sacerdotes.
Y si cada uno, Señor, te consagrara una vez en toda su vida, fuera merced y grande
milagro; y si dieras licencia que una vez no más en la vida pudieran comulgar tus
cristianos, también lo fuera. Mas ¡oh fuente del dulcísimo amor!, que te consagran
innumerables sacerdotes y te reciben innumerables pueblos, y tan a la continua, que
según por lo que del mundo está descubierto, y especialmente en nuestros tiempos,
podemos conjeturar que, de veinticuatro horas que tienen el día y la noche, muy pocas
quedan en que no vengas del cielo a ser consagrado a este altar, y en las ovejas, que
juntamente tienes en muchas partes y tantas veces, que parece que todo te empleas en
andar, camino del cielo a la tierra. Mas no vienes tú, Señor, descendiendo de allá acá
por medio, sino que desde donde estás sentado a la diestra de Dios Padre y sin te
mudar de allí, en diciéndose las palabras de la consagración, quedándote allá, estás
acá, trescientos mil cuentos de leguas lejos del cielo donde tú estás. ¿Quién te ha
hecho, Señor, tan ligero, que creo más ligero que el sol y que el primer cielo, cuya
velocidad es mayor que la de una saeta y que de todas las otras cosas, y parece
incomprensible al humano entendimiento?
Cierto, si a un criado tuyo o a muchos mandaras que anduvieran estos caminos, y
tantas veces, por amor de los hombres, fuera tu amor admirable, y nuestro
agradecimiento y servicio muy justo. Mas así como tú eres el que nos criaste y el que
nos redimiste en la cruz, sin enviar criado a que esto hiciese, así en lo que toca a
nuestro mantenimiento y trato de nuestro amor no te quisiste fiar de tercero; mas tú
mismo en tu propia persona nos vienes a ayudar cada día, y te encierras por admirable
modo debajo de los accidentes de la criatura, dándotenos por manjar cada día, para
44
que vivamos en vida de gracia, como por ti vivimos en vida de naturaleza. ¿Qué sed
es esta, Señor, que tienes de presencialmente visitar al hombre y meterte en sus
entrañas?¿Qué buscas? ¿Qué quieres con tan continua e importuna recuesta? Dínoslo
por tu misericordia, ¿por qué lo haces? Y enséñanos ese horno de tu corazón de
ardientísimo amor, que te cumple hacer tales obras… No se puede responder a esta
maravilla tan grande sino por vía de admiración… Señales de amor son estas que el
Señor en este Sacramento nos muestra, que, si bien se mira, parece que exceden a
todas las demás que nos ha mostrado‖ (Sermón 50, 7-12).
2. LA EUCARISTÍA EN LA VIDA DE S. JUAN DE ÁVILA
¿Quién puede cantar así las maravillas de la Eucaristía sino aquel que tiene una gran
vivencia eucarística?. ―Declaramos poco antes —nos sigue diciendo Fr. Luis de
Granada— la especial lumbre y conocimiento que este padre tenía del misterio de
Cristo. Pues la misma luz y gracia que Nuestro Señor le dio para el conocimiento del
Santísimo Sacramento del altar. Y no es esto de maravillar, por ser tan vecinos entre sí
estos dos misterios, pues el mismo Señor que fue sacrificado en el monte Calvario es
el que se sacrifica en la misa. Y así era admirable la devoción y reverencia que este
varón de Dios tenía a este divinísimo Sacramento, la cual crecía con las consolaciones
y gustos que con este pan celestial recibía. Y aunque ambos misterios eran para él de
grande edificación y consolación, pero del primero tenía fe, aunque muy viva; pero
del segundo, juntamente con la fe, tenía gusto y experiencia, por las grandes y
cotidianas consolaciones y favores que con él recibía. Los cuales eran tales, que
predicando una vez, dijo que por la gran experiencia que tenía de la virtud y efectos
que este divino Sacramento obra en las almas, no sólo no le era dificultoso la fe de
este divino misterio, sino antes muy fácil y suave. Y como sea verdadero el común
proverbio que cada uno cuenta de la feria como le va en ella, como a él iba tan bien
con el uso de este Sacramento, así predicaba de él cosas altísimas y con grande
espíritu‖ (FR. L. DE GRANADA, Vida…, parte II, c. 8). Fr. L. de Granada no se está
refiriendo tanto a experiencias y gustos sensibles, sobre los que San Juan de Ávila
suele poner en guardia a sus dirigidos, para que si se llegan a tenerlos no se
ensoberbezcan, sino de una profunda y gustosa experiencia del amor de Cristo vivida
fundamentalmente en pura fe.
De esta forma, vemos cómo toda la vida y ministerio de Juan de Ávila está centrada
en el amor de Cristo que de una manera particular se manifiesta en la Eucaristía. Su
sello personal era precisamente un cáliz y la Sagrada forma. Ya su primera misa es
buena muestra de por donde transcurrió su vida. La celebró con doce pobres de su
pueblo, a los que sirvió después la mesa, para que fuese una representación viva del
Jueves Santo. ―Y por honra de la misa, en lugar de los banquetes y fiestas que en estos
45
casos se suelen hacer, como persona que tenía ya más altos pensamientos, dio de
comer a doce pobres y les sirvió a la mesa y vistió y hizo con ellos otras obras de
piedad‖ (FR. L. DE GRANADA, Vida… parte I, c. 1).
Juan de Ávila vive la Eucaristía y vive de la Eucaristía. Es como si el día
transcurriese de Eucaristía en Eucaristía, hasta encontrarse con Dios definitivamente.
Cuando la celebra solo, sobre todo ya enfermo en Montilla, la celebra durante una o
más horas con todo recogimiento.También dedica mucho tiempo a su preparación y a
dar gracias después. Al escribir a un sacerdote en respuesta a sus preguntas y darle
consejos, S. Juan de Ávila no hace sino retratarse: ―Traigamos todo el día este
pensamiento: «Al Señor recibí, a su mesa me siento, mañana estaré con Él»; y con
esto huiremos todo mal y nos dará fuerzas para el bien‖ (Carta 6, 132-136).
Pentecostés y la fiesta del Corpus y de la Virgen María son sus fiestas preferidas,en
las que todos los años predica, aunque estuviera bastante enfermo. Fray L. de
Granada, su amigo, discípulo y primer biógrafo, refiriéndose a los últimos 15 años de
enfermedad en Montilla, donde San Juan de Ávila vive prácticamente a echa levanta,
nos dice: ―Cuando venía alguna fiesta grande, particularmente del Santísimo
Sacramento, o de nuestra Señora, de las cuales solemnidades era devotísimo, luego se
levantaba de la cama, dándole fuerzas aquel Señor que le daba la enfermedad; y
predicaba de ordinario ocho sermones, uno en cada día de la octava del Santo
Sacramento, y esto con tan buena disposición corporal, que parecía del todo sano; mas
luego, pasados los ocho días, volvía como de antes a la misma enfermedad; y esto
duró muchos años; y en particular fue más notable su fervor y eficacia en los
sermones en lo último de su vida‖ (FR. L. DE GRANADA, Vida…, parte II, c. 5).
Podemos imaginarnos cómo estaría de enfermo San Juan de Ávila, y cómo sentiría no
poder celebrar la fiesta de Pentecostés y Corpus, sus preferidas, para decir en 1561 a
D. Antonio de Córdoba: ―Recebido he cartas de vuestra merced. Yo no le he escrito
porque he estado malo. Y mire qué disfavor me enseñó el Señor, que ni de Espíritu
Santo ni de Corpus Christi pude predicar. Yo bien sé que no soy digno de ello‖ (Carta
197, 1-5). Sin embargo, cuando era un poco más joven gozaba con celebrar y predicar
los jueves de una manera especial, por ser el día de la institución de la Eucaristía:
―Estando en Granada predicaba todos los jueves en el sagrario de la iglesia mayor,
adonde acudía mucha gente, incluso siendo día de trabajo‖ (FR. L. DE GRANADA,
Vida… , parte II, c. 8).
3. LA VIVENCIA DE LA EUCARISTÍA EN SU TIEMPO
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En la época de San Juan de Ávila no todos, por no decir muy pocos, viven la
Eucaristía con la intensidad, fervor y exigencia que él lo hacía. El Maestro se queja de
la poca devoción con que se celebra, tanto por parte de los sacerdotes como de los
laicos, constatando que el no vivir la Eucaristía como se debe trae muchos males para
la Iglesia.
―Es tan grande esta merced en los ojos de quien sabe estimar, y tan gran la
reverencia, agradecimiento y amor que a la presencia de este Señor que entre nosotros
está le debemos, y tan grande la pureza de conciencia con que debe ser recibido y
tratado Él y todo lo que Él toca, que puesto esto en una parte y de otra cuán mal
cumplimos estas obligaciones, así los sacerdotes cuando decimos misa como los legos
cuando la oyen, y cuando comulgan, y cuando entran en la Iglesia; y , finalmente,
unos y otros somos negligentes y flacos en la honra y en el uso de este divinísimo
Sacramento, que cometemos por todo el año muchas faltas y aun pecados en el trato
de él‖ (Sermón 35, 13).
Y en otro lugar dice:
―Me espanta cómo no temblamos cuando llegamos al altar; no digo de temor como
esclavos, sino de reverencia y amor como verdaderos hijos de Dios, que tenemos
mucho acatamiento a nuestro Padre.
Espántome de las cosas que se hacen delante del Santísimo Sacramento, de los
desacatos que pasan, que me hacéis sospechar que no pensáis ni creéis que está allí
Dios. Allí habláis mil deshonestidades y tratáis vuestros negocios y trampas en la
iglesia; otros no hacéis sino pasearos, como si Dios no estuviese delante… Grande es
el desacato que pasa hoy en los templos de Dios‖ (Sermón 41, 49-50).
En muchos casos esta negligencia se puede deber a que la piedad eucarística se
concentraba sólo en la elevación de la hostia durante la misa, entrando muchos
inmediatamente antes, y saliendo atropelladamente a continuación.
En otros casos es la misma negligencia de los sacerdotes, por la falta de fervor y por
las prisas en celebrar, la que provoca en los fieles esa escasa devoción durante la
Eucaristía. El clero ha crecido en la Edad Media de una forma desmesurada y vive en
gran parte de los estipendios y honorarios que recibe por la celebración de misas,
viniendo a ser esta celebración el objeto central de su ministerio, así como la solución
47
al problema económico. Esto hace que la cantidad de misas aumente, en detrimento de
la calidad.
Así pues, la manera de celebrar de un sacerdote de Montilla no sería una excepción
sino algo habitual en el clero: ―Es conocido —nos dice Sala Balust— lo que nos
refiere en los procesos Pedro Luis de León, hijo del que fue mayordomo del convento
de Santa Clara de Montilla en los días del P. Mtro. Avila: «Se acuerda este testigo —
nos dice— que, estando ayudando a Misa a cierto sacerdote en el dicho convento de
Santa Clara de esta Villa, en un altar cerca de la puerta de la sacristía, entró el dicho
Mtro. Avila al tiempo que el dicho sacerdote hacía los signos con la partícula del labio
ad labium del cáliz, y los hacía muy de priesa y con poca reverencia, y se llegó el
dicho Mtro. Avila como que llegaba a enderezar una vela, y le dijo con voz baja:
`Trátelo bien, que es Hijo de buen Padre´, y, acabada la Misa, se llegó al dicho
sacerdote el dicho Mtro. Avila y con mucha modestia y cortesía le persuadió a la
devoción, reverencia y recato del santo Sacrificio de la Misa y le dijo tales palabras
que el buen sacerdote comenzó a llorar y tuvo grande sentimiento, y propuso hacer y
ejecutar su consejo, y con grande humildad le abrazó el dicho Mtro. Avila»‖ (Obras
completas, Introducción, vol. I, p. 225).
En varias ocasiones indica San Juan de Ávila los males que ha traído para los
cristianos de Alemania no valorar suficientemente la Eucaristía, tanto que dice que
ahora ya no la celebran, ni tampoco la fiesta del Corpus (cf. Sermón 36, 82). ―Por eso
permitió Dios que en Alemania perdiesen la fe; porque usaban mal de este divino Pan,
permitió Dios que se lo quitasen‖ (Sermón 46, 35).
Así pues, la situación fuera y dentro de España con respecto a la Eucaristía deja
bastante que desear. En su análisis se lamenta sobre todo por la tibieza de los que
tienen la responsabilidad de enseñar:
―Ay, ay de la tibieza de nuestros tiempos, tan lejos de tener vida celestial, conforme
al pan celestial que del cielo vino! ¡Ay del mundo por los escándalos! dijo el Señor…
¡Ay del mundo por el escándalo de la tibieza en que muchos tropiezan!; pero ¡ay de
aquel por quien este escándalo viene! Si la gente simple vive en tibieza, mal hecho es,
pero su mal tiene remedio, y no dañan sino a sí mismos; pero si los enseñadores son
tibios, entonces se cumple el ¡ay! del Señor para el mundo, por el grande mal que de
esta tibieza le viene, y el ¡ay! que amenaza a los tibios enseñadores, que pegan su
tibieza a los otros y aun les apagan su fervor…
48
¡Oh Iglesia cristiana, cuán caro te cuesta la falta de estos tales enseñadores, pues por
esta causa está tu faz tan desfigurada y tan diferente de cuando estabas hermosa en el
principio de tu nacimiento! ¿Dónde está ahora aquel desprecio del mundo con que en
el principio de la Iglesia dejaban los cristianos sus haciendas, y el precio de ellas lo
ponían a los pies de los apóstoles, significando que las despreciaban en sus corazones
como tierra, polvo y lodo que está debajo de los pies, y no sólo esto, mas aun una vez
que los robaron la hacienda dice San Pablo que se regocijaron de ello? Cosa nueva en
nuestras orejas y más nueva en nuestros corazones y gente habrá que, midiendo este
negocio por su corazón, digan: ¿Cómo pueden ser estas cosas? Si tal preguntáis,
responderos hemos a esta maravilla con otras muchas que había entonces. Oíd otra:
que, siendo muy muchos los cristianos, dice el evangelista San Lucas que de los
creyentes era el corazón uno y el ánima una; y ahora ¡ni aun padres con hijos, ni
marido con mujer, aun no tienen un corazón!...
¿Qué era la causa que ponía esta vida celestial en tanta admiración a los hombres
que la miraban, muchos de los cuales se tornaban cristianos, viendo tanta alteza de
virtud que tenían aquellos, tan ajena de lo que en sí propios sentían? ¿Sabéis cual fue
la causa de vida celestial? Haber predicadores, encendidos con fuego de amor
celestial, que encendían los corazones de los oyentes al fervoroso amor de Jesucristo
nuestro Señor, y usarse entonces comer de este Pan celestial o cada día o poco menos
que cada día. Y porque ahora hay tan pocos predicadores encendidos con este fuego y
que conviden con fervor a la frecuente comida de este Pan celestial, se ha quitado el
comer y se ha quitado el comer y ase quitado la fuerza.
Descendió el Pan del cielo para darnos vida y fortaleza del cielo; nos apartamos de
él, no sé por qué; comemos falsos o vanos manjares; con que estamos tan flacos, que
con una pequeña tentación nos caemos, y en ofreciéndose cosa que toque a nuestra
hacienda, aun no se espera a pelear, porque luego damos con nosotros en tierra‖
(Sermón 55, 37-41).
De esta forma, San Juan de Ávila cree que la Eucaristía no sólo es el culmen de una
vida cristiana auténtica, a la que hay que llegar ya preparados, sino que al mismo
tiempo es motor y fuente de evangelización. Si falla el motor fallará la fuerza para
llevar acabo esta pretendida evangelización.
4. LA EUCARISTÍA, SIGNO DE LA PRESENCIA AMOROSA DE DIOS TRINO Y UNO
Para la verdadera reforma de la Iglesia, San Juan de Ávila propone que los
sacerdotes puedan hablar desde la propia experiencia de las maravillas de Dios, y más
que con normas y obligaciones ayuden a los demás a gustar y vivenciar los bienes que
Dios nos concede en la vida, pero sobre todo en la Eucaristía, donde el mismo Dios
49
trino se nos da. Consciente de que en la Eucaristía está el gran tesoro que Dios ha
dejado a su Iglesia alienta a que gusten y saboreen este misterio de amor, y en ella se
encuentren con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
―Alabado seas, Señor misericordioso, que tienes compasión de los que están
cautivos de la tiranía del pecado y de la muerte. Alabado seas, Dios verdadero, que lo
que tu misericordia prometió, tu verdad lo ha cumplido; pues en el monte de Sión una
noche antes que tu Hijo bendito padeciese por nosotros, hiciste un convite de tu Hijo
bendito, no sólo para que comiesen los doce apóstoles que estaban allí, a quien se dio
consagrado, sino convite universal para todos los pueblos que hay en el mundo. Y es
tan bastante manjar este para cumplir con tantos convidados, que, si millones de
mundos hubiese y todos comiesen de él, ninguna falta le hallarían. Porque así como,
siendo muerto, no fue acabado, sino salió vivo del vientre de la ballena, así siendo
comido no es consumido, sino que se queda vivo y entero, sin disminución… todos
reciben el cuerpo y sangre de Jesucristo; y con su cuerpo y sangre está su benditísima
ánima, y con el ánima está la divinidad del Verbo de Dios; y donde está el Verbo, está
el Padre y el Espíritu Santo; y todo esto recibe el que recibe el cuerpo de Jesucristo
nuestro Señor‖ (Sermón 45, 23-25).
Es interesante el ejemplo que pone para hacernos entender que es el Dios trino el
que participa en este convite eucarístico. Varias son las ocasiones en las que utiliza el
ejemplo del convite de Abraham a los tres ángeles. Así nos lo describe en el sermón
49, el cual constituye no sólo una excelente exposición de la relación entre la
Eucaristía y la Trinidad, sino que recoge, como analizaremos a continuación, todos los
elementos fundamentales de su teología eucarística:
―En los tiempos pasados leemos que, estando un día Abraham en la puerta de su
casa, vinieron por allí tres ángeles, y como tenían entonces costumbre de aposentar a
los extranjeros, les rogó que no pasasen adelante, sino que tuviesen por bien de
reposar un poquito en su casa. He aquí recibidos los huéspedes, ¿qué comerán? No
penséis que es gente así como quiera, para que baste darles cualquiera comida, que
ángeles son. Dijo a su mujer Sara: Corre, toma tres celemines o medidas de la flor de
la harina y mézclalas y haz unos panes en el rescoldo para que coman los huéspedes,
y date prisa. Y él fue a corre más corre al hato de sus vacas y trajo un becerro muy
gordo y muy tierno, el mejor que había en el hato, y lo dio a su mozo y le dijo: «Corre,
adereza ese becerro y cuécelo para que coman los huéspedes, y date prisa». Les dio,
pues, de comer, y fue tan bueno el convite y les supo tan bien la comida, que,
acabados de comer, le echaron por bendición a Abraham y a Sara, su mujer, que
tenían un hijo, del cual había de nacer el Mesías. Así de poca era la bendición…
50
Estamos en el convite que Dios nos ha hecho. Pues ¿no le convidaremos nosotros a
El, pues nos ha convidado El primero a nosotros? ¿Seremos tan mal criados que no le
roguemos que coma con nosotros? Tenemos hoy tres convidados, que son los tres
ángeles, los cuales significan a la Santísima Trinidad, y que así parece, porque una vez
hablaba Abraham con ellos como con uno solo y otras veces como con tres. Tenían
gana los ángeles de comer. ¿Qué quiere decir? Que tenía gran gana la Trinidad de ser
convidada con cosa sabrosa y agradable. Así estaba Dios harto de los convites y
sacrificios de becerros y cabrones. L habían dado ya en cara las ofrendas de sangre de
animales. No quiere ahora ya nada de esto. Los sacrificios no te satisfacen; si te
ofreciera un holocausto, no lo querrías, dice el profeta David (Sal 50,18). No había
acá en la tierra cosa de ver con que Dios fuese convidado; por esto nos envió el
manjar del cielo que comamos nosotros, y con que le convidemos a El, y que le
ofrezcamos. Y fue tan grande este manjar a Dios y le supo tan bien, que echó por
bendición a Abraham que tendría hijos, no de carne, sino de espíritu porque más hijos
son los que vivieron como Abraham que no los que tuvo de carne.
Toma tres medidas de la flor de harina, dijo Abraham a su mujer Sara, y cuécelo en
el rescoldo. —¿Qué pan es éste, que parece tan bajo, cocido en el rescoldo? —El que
descendió del cielo… De tres medidas se hizo este pan, de la flor de lo mejor de la
harina, que quiere decir que hay allí tres cosas que son metro y mensura de todas las
otras cosas, y que cuanto las cosas otras del mundo más se allegan a ellas, más
perfectas se hacen. —¿Qué hay allí en el Sacramento? —¡Oh Señor, y quién nunca de
otra cosa se acordase! ¿Qué hay allí? Dios sobre todas las cosas. —Mirad, también
está en todas partes. — Es verdad, pero tan maravillosamente como allí. —¿Qué más
hay allí? —El ánima de Jesucristo, que es flor de todas las ánimas, más alta que los
serafines en esencia, aunque más baja en naturaleza. —¿Qué más hay allí? La carne
de Jesucristo, flor de todas las carnes. —¿Qué hay allí? —Tres excelencias, tres
sustancias y una persona. —¿Qué pan es éste? —¡Y qué pan es éste cocido en
rescoldo!, que quiere decir que parece tan bajo Jesucristo, que no parece, a lo de fuera,
sino un puro hombre, tan trabajado, que desde que nació en este mundo hasta el punto
que murió nunca tuvo una hora de descanso: ¡qué de hambre, qué de desnudez, qué de
frío, qué de necesidades padeció! —¿Quién hizo el otro pan? —Sara, la estéril, y que
no paría por dos cosas, por ser vieja y por estéril. —¿Quién fabricó y amasó este otro?
—La Virgen María, nuestra señora, la cual no era estéril ni vieja; y así mayor milagro
fue concebir la Virgen y parir virgen, aunque era moza y no estéril, que no parir Sara
siendo vieja y estéril. Se dio prisa Sara a obedecer el mandamiento de su marido
Abraham. Se dio prisa la Virgen para decir: Ecce ancilla Domini (Lc 1,38), y luego
vino el Verbo de Dios. Veis aquí las tres medidas. —Tomó el mozo de Abraham el
becerro y lo aderezó y lo coció a gran prisa, sin hacer carne. Abraham hijos tuvo de
carne, mas no de Sara, porque los que tuvo de Sara no fueron de carne, sino de
espíritu, sobrenaturales; lo cual significaba a los hijos de gracia de Espíritu Santo,
significados en Isaac, los cuales no habían de nacer de solo el libre albedrío, sino de la
fe principalmente, y también del libre albedrío. ¡Qué de estos hijos hubo, qué de
mártires, qué de vírgenes, qué de hombres que dejaron y menospreciaron en este
51
mundo lo que en él florece por seguir a Jesucristo! —¿De dónde todo esto? Del sabor
que recibió la Santísima Trinidad de este convite. De manera que hemos de ofrecer a
Dios su unigénito Hijo, crucificado y muerto, cuando quisiéramos alcanzar de El,
confiando que, por amor de Él, no nos negará nada de lo que pidiéremos. Y porque en
este sermón hemos de hablar de este bendito Pan, y no podemos sin su gracia,
pidámosela, y pues la Virgen María es la que lo amasó, supliquémosle nos alcance la
gracia para bien hablar de Él y para bien obrar‖ (Sermón 49, 1-4).
Este texto precioso encierra un resumen de toda la teología de San Juan de Ávila
sobre la Eucaristía:
- Convite de Dios, uno y trino, a los hombres.
- El Padre es el que invita a la humanidad, pero también el que pone el manjar, el
sacrificio de su Hijo.
- Jesucristo es el que se ofrece en sacrificio como comida. Aquí se conjugan
perfectamente la Eucaristía como banquete y la Eucaristía como sacrificio, el Cristo
muerto y resucitado ofrecido como expiación por nosotros y como mediador para
conseguirnos todos los bienes. ―Hemos de ofrecer a Dios su unigénito Hijo,
crucificado y muerto, cuando quisiéramos alcanzar del El, (del Padre), confiando que,
por amor de El, no nos negará nada de lo que pidiéramos‖.
- En el pan está todo Jesucristo, en su divinidad y en su humanidad, toda su persona
y su obra, desde que nació hasta que murió por nosotros.
- El Espíritu Santo no sólo es el que hace posible que la Virgen María nos amase el
pan con la encarnación de Cristo, sino también el que interviene para que el pan y
vino sean el mismo Cristo; además es el que nos hace verdaderos hijos de Dios, al
participar de ese pan.
- Nosotros debemos prepararnos para celebrar el convite al que Dios nos invita y
para invitar a Dios a que venga a nosotros. La manera de prepararnos es la fe, como
Abraham, la obediencia, como María, y la caridad, a través de las buenas obras que se
realizan en virtud de la gracia. Esta misma gracia recibida es la que nos ayuda e
impulsa a ser hombres nuevos, a ser Cristo, porque al comerlo nos ha transformado en
Él, y para actuar, por tanto, con sus mismos sentimientos y actitudes.
5. LA EUCARISTÍA Y LA CARIDAD PASTORAL DE LOS SACERDOTES
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Después de lo que hemos visto podemos comprender que para la espiritualidad de
San Juan de Ávila, la Eucaristía ocupe el centro de la vida y ministerio presbiteral. A
ella tiende todo el servicio del sacerdote, y de ella arranca toda la fuerza
evangelizadora. El sacerdote es el hombre eucarístico, el signo visible del sacrificio
redentor de Cristo, y esto no sólo en la celebración eucarística sino en toda su vida. Lo
que ocurre es que la celebración es la representación de esta existencia diaria
entregada por Cristo y por los hermanos. No tienen desperdicio estas palabras del
Maestro en las que se condensa su pensamiento sobre la Eucaristía y la caridad
pastoral del sacerdote:
―La misa representación es de su sagrada Pasión de esta manera: que el sacerdote,
que en el consagrar y en los vestidos sacerdotes representa al Señor en su Pasión y en
su muerte, que le represente también en la mansedumbre con que padeció, en la
obediencia, aun hasta la muerte de cruz, en la limpieza de la castidad, en la
profundidad de la humildad, en el fuego de la caridad que haga al sacerdote rogar por
todos con entrañables gemidos, y ofrecerse a sí mismo a pasión y muerte por el
remedio de ellos, si el Señor le quisiere aceptar. Y, en fin, ha de ser la representación
tan verdadera, que el sacerdote se transforme en Cristo, y, como San Dionisio pone,
en semejanza de uno; siendo tan conformes, que no sean dos, mas se cumpla lo que
San Pablo dice: Qui adhaeret Deo, unus spiritus est [El que une a Dios se hace un
espíritu con Él]. Esta es la representación de la sagrada Pasión que en la misa se hace;
y esto significa tender los brazos en cruz el sacerdote, el subirlos y bajarlos, sus
vestiduras, y todo lo demás. Y con esta representación, el Eterno Padre es muy
agradecido, y el Hijo de Dios bien tratado y servido‖ (Tratado sobre el sacerdocio,
26).
Conclusión
Después de este recorrido, hemos podido comprobar que San Juan de Ávila no sólo
es el ―Apóstol de Andalucía‖ y de todo el clero español, sino que además es un
verdadero Apóstol de la Eucaristía. Que la meditación de su vida y su obra, y su
protección, nos ayuden a gustar la presencia del Señor en la celebración y adoración
eucarística, y a hacerlo vida en nosotros, siendo hombres que viven de la Eucaristía, y
de ella toman el alimento para tener una existencia entregada, eucaristizada, en
beneficio de la Iglesia y del mundo. Amén.
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6.PISTAS PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Creo en verdad que al celebrar la Eucaristía soy realmente transformado en
Cristo?
2. ¿Vivo la Eucaristía como encuentro con Cristo, con el Padre y con el Espíritu
Santo?
3. ¿Experimento en mi día a día la necesidad de celebrar y recibir la Eucaristía con la
debida preparación y reverencia?
4. ¿La celebración de la Eucaristía me lleva a un compromiso más evangélico con el
mundo?
5. ¿Veo en la Eucaristía el gran signo de amor de Cristo a su Iglesia, a cada hombre?
6. ¿Tomo conciencia de que la necesidad que Cristo tiene de entregársenos en la
Eucaristía es por puro amor suyo a nosotros?
7. ¿Vivo mi día a día en la presencia eucarística?
8. ¿Como sacerdote, tengo presente que soy signo visible del sacrificio redentor de
Cristo?
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RETIRO 4.
LA EUCARISTÍA II
En este día de oración queremos adentrarnos de la mano de San Juan de Ávila a
tomar más conciencia de los beneficios que Dios nos ofrece en el sacramento de la
Eucaristía. Así, haciéndolos realidad en nuestra vida nos dejaremos transformar por
Aquel que quiere venir con impaciencia a nuestro encuentro para darnos su amorcada
vez que la celebramos.
En la Eucaristía se nos da el mismo Cristo, y con Él todos sus bienes: somos
incorporados a Él y transformados en Él. De esta manera, en Cristo se nos comunica
el amor del Padre y del Espíritu, su alegría, su consuelo, su serenidad, su perdón, su
fuerza, su paz,para no volver a caer en el pecado y avanzar en el camino cristiano, etc.
También ella es fuente de unidad. Del mismo modo, en la Eucaristía comenzamos a
disfrutar de la vida del cielo mientras seguimos caminando para entrar definitivamente
en él (cf. Sermón 55, 31ss.)
1. EXPERIENCIA DEL AMOR DE DIOS EN LA EUCARISTÍA
San Juan de Ávila da una importancia especial a la celebración y recepción de la
Eucaristía, ya que en ella se hace presente el mismo Jesucristo, muerto y resucitado,
que nos pone su mesa, la mesa de la cruz, que es la mesa de su amor, para que
participemos de ella, y como a modo de mesa de la eternidad gustemos del banquete
del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu.
La experiencia de la gracia en la Eucaristía, la sitúa San Juan de Ávila, como en toda
la vida cristiana, en el hecho de la fe viva en Jesucristo y en su presencia en la
Eucaristía, y no tanto en las sensaciones agradables, los ―gustillos‖(Carta 184,179),
que se puedan sentir, y sobre los que no se puede fundamentar ni nuestra vida
cristiana, ni la experiencia del amor de Dios en la Eucaristía. Para San Juan de Ávila
la auténtica experiencia de la gracia se realiza en el contexto de la pura fe viva (cf.
Carta 20 [1]), también en el caso de la Eucaristía.
55
Para que la Eucaristía sea una experiencia de gracia parte San Juan de Ávila
exponiendo lo que él mismo hace cuando celebra la Eucaristía, es decir, de la
consideración en pura fe de ―quién es el que al altar viene‖(Carta 6, 100-101) y ―el
por qué viene‖ (Ibidem). Así expresa su propia experiencia con respecto a la mejor
consideración que hay que tener para que la celebración de la Eucaristía provoque un
auténtico fervor de amor: ―Digo que para este intento yo no sé otra mejor que aquella
que nos da a entender que aquel Señor con quien fuimos a tratar es Dios y hombre, y
la causa por que al altar viene‖(Carta 6, 29-32).
Esta reflexión hay que hacerla no desde nosotros, sino desde el Señor, que opera
entonces una total transformación en nosotros. De manera que cuando
―[...] con espíritu del Señor esto se siente… ¿Quién no se enciende en amor con
pensar: ‗Al Bien infinito voy a recibir‘?... esta consideración, cuando anda en ella la
mano de Dios, totalmente muda y absorbe al hombre y le saca de sí, ya con
reverencia, ya con amor, ya con otros afectos poderosísimos, causados de la
consideración y de su misma presencia, los cuales, aunque no se sigan necesariamente
de la consideración, nos son fortísima ayuda para ello, si el hombre no quiere ser
piedra, como dicen‖(Carta 6, 35-49).
En la carta 6 va describiendo cómo es la vivencia, lo que se debe sentir, ante la
presencia del Señor en la Eucaristía. Es todo amor, dice, pues el que allí viene es el
mismo Dios, que es Dios humanado, y que además es nuestro Esposo. Por eso, al
celebrar la Eucaristía ―haga cuenta que oye aquella voz: Ecce sponsus venit! Deus
vester venit! (Mt 25,6), y enciérrese dentro de su corazón y ábralo para recibir aquello
que de tal relámpago suele venir‖(Carta 6, 51-53).
Como Jesucristo es Dios, el estar con Jesucristo en la Eucaristía es una vivencia en
amor tan intensa con Dios como la que se tiene en la oración de contemplación,
―como cuando uno está en su celda en lo más íntimo de su corazón unido con Dios…
teniendo [por tanto] el corazón unido y presente a Dios‖(Carta 6, 72-77). En ella no
hay palabras, sino un estar en reverencia y amor. Es una auténtica experiencia
teofánica, ante el mismo Dios, como la de aquellos que están en el cielo ―en presencia
de la infinita Grandeza temblando de su pequeñez y ardiendo en fuego de amor, como
arrojados en el horno de Él‖(Carta 6, 63-65). Hay que hacerse cuenta que está entre
aquellos que están en el cielo, por eso dice: ―puesto en tal compañía y en presencia de
tal Rey, sienta lo que debe sentir‖(Carta 6, 67-68).
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Ante Jesucristo en la Eucaristía, también dice San Juan de Ávila que se siente el
amor cercano de Jesucristo hecho hombre, que a las palabras de la consagración viene
a nuestros brazos, como lo estuvo en manos de la Virgen María.
―De tal manera, cuando decíamos acá que a la voz del sacerdote se abren los cielos y
desciende el Señor a la hostia, no queremos decir que desciende corporalmente por
esos cielos y aires abajo, mas porque, así como tomó el cuerpo en el vientre de la
Virgen, formándolo de nuevo de su purísima sangre, así el cuerpo que ya tiene en el
cielo está acá debajo de la hostia el mismo que está allá a la diestra del Padre. Y así
hay semejanza entre la santa encarnación y este sacro misterio; que allí se abaja Dios a
ser hombre, y aquí Dios humanado se baja a estar entre nosotros los hombres; allí en
el vientre virginal, aquí debajo de la hostia; allí en los brazos de la Virgen, aquí en las
manos del sacerdote‖ (Sermón 55, 13).
―Nos enseñó amor en aquel día que, siendo Dios, se hizo hombre, y como canta la
Iglesia: No aborreció de entrar en el vientre de una doncella; mas si cotejamos la
pureza de aquella doncella y la impuridad de nosotros, espantarnos hemos más de
cómo no aborrece de entrar en el pecho del pecador que en el vientre de la santísima
Madre.
Y si consideramos su santo nacimiento, portal, pesebre, pobres pañales y su santa y
dulce niñez, que toda ella convida a que lleguen los hombres a Él veremos que así
como el Niño bendito recibe dulce leche de los pechos de su sacratísima Madre, así
todo de dentro y de fuera es ternura de leche y miel para nosotros… [En la Eucaristía]
hallamos al mismo Señor en las manos del sacerdote, que aquellos (los pastores y los
tres Reyes) en los brazos de la Virgen. Y nos lo dan no sólo para besarle los pies, sino
para recibirle en nuestras entrañas, que más adentro no puede entrar… Pues sábete
que en el Sacramento a Él ves, a Él tocas y a Él comes. Tú deseas ver sus vestiduras, y
Él te concede no solamente verlo, sino comerlo, tocarlo y recibirlo dentro de ti‖
(Sermón 50, 12-14). La misma Virgen María es la que nos invita con Él diciendo:
―Venid y comed del pan que yo concebí en mis entrañas y del pan que yo parí…
Venid que os tengo a Dios humanado… Venid, que no lo quiero para mí sola, sino
para todos‖ (Sermón 12, 1).
En las Advertencias al concilio de Toledo dice: ―[...] nuestros templos están hechos
Belem, donde está el mismo Cristo que allí nació envuelto en los pañales de los
accidentes de pan‖ (Advertencias al concilio de Toledo, 16).
57
Por eso se dirige San Juan de Ávila al sacerdote destinatario de la carta 6 con esta
exclamación: ―¡Oh señor, y qué siente una ánima cuando ve que tiene en sus manos al
que tuvo nuestra Señora, elegida, enriquecida en celestiales gracias para tratar a Dios
humanado, y coteja los brazos de ella y sus manos y sus ojos con los propios! ¡Qué
confusión le cae! ¡Por cuán obligado se tiene con tal beneficio!‖ (Carta 6, 79-83).
Y lo que siente lo dice a continuación en otro párrafo que nos muestra la gran
experiencia de amor del Señor que se produce en la Eucaristía; sin duda la que tenía el
mismo San Juan de Ávila, una auténtica experiencia mística:
―Estas cosas, señor —sacerdote—, no son palabras secas, no consideraciones
muertas, sino saetas arrojadas del poderoso arco de Dios, que hieren y trasmudan el
corazón y le hacen desear, que, en acabando la misa, se fuese el hombre a considerar
aquella palabra del Señor: Scitis, quid fecerim vobis? [¿Entendeís lo que he hecho con
vosotros?](Jn 13,12). ¡Oh señor, y quién supiese quid fecerit nobis Dominus en esta
hora! ¡quién lo gustase en el paladar del ánima! ¡quién tuviese palabras no mentirosas
para lo pesar! ¡cuán bienaventurado sería en la tierra! ¡Y cómo, en acabando la misa,
le es gran asco ver las criaturas y gran tormento tratar con ellas, y su descanso sería
estar pensando en quid fecerit ei Dominus, hasta otro día que tornase a decir misa! Y
si alguna vez diese Dios a vuestra merced esta luz, entonces conocerá cuánta
confusión y dolor debe tener cuando se llega al altar sin ella; que quien nunca lo ha
sentido no sabe la miseria que tiene cuando le falta‖(Carta 6, 85-99).
Se está refiriendo San Juan de Ávila a la vivencia amorosa que constituye para él, —
y dice que lo debe ser para todos los sacerdotes— la celebración de la Eucaristía,
donde el ―paladar del ánima‖(Carta 6, 91) es tan grande, que herido de amor por las
saetas de Dios, hace que se le trasmude el corazón y se sienta verdaderamente
bienaventurado. ―Mucho se mueve el ánima considerando: «A Dios tengo
aquí»‖(Carta 6, 107). Y esto de tal manera, que, como ocurre con todas las vivencias
de amor del Señor, ante tanto paladar de amor, cueste trabajo bajar a la realidad,
porque, comparado con el gusto de Dios, ahora todas las cosas son desabridas.
Todavía llega San Juan de Ávila a subir de nivel en lo que experimenta al celebrar la
Eucaristía. Y es que constituye la actualización personalizada en cada uno de todo el
amor que Jesucristo nos ha demostrado a lo largo de toda su vida entre nosotros, por
eso nos dice: ―verá una semejanza del amor de la encarnación, del nacimiento, de la
vida y de su muerte, que le renueve lo pasado‖(Carta 6, 101-103). Se trata de toda la
historia de la salvación presente y actuante en la persona en ese mismo momento de la
Eucaristía. Y llega a decir todavía más, pues al considerar que la causa por la que
viene Jesucristo a nosotros en la Eucaristía se debe a un deseo impaciente de Él de
58
venir a nosotros como el esposo que no puede estar lejos de su esposa, entonces, nos
dice que el ánima se llenará totalmente de amor, que hasta incluso
―desfallecerá‖(Carta 6, 105) porque ya no le cabe tanto amor como el esposo le está
demostrando: ―Y si entrare en lo íntimo del Corazón del Señor y le enseñare que la
causa de su venida es un amor impaciente, violento, que no consiente al que ama estar
ausente de su amado, desfallecerá su ánima en tal consideración‖(Carta 6, 103-106).
Y el sentimiento que deja este amor del esposo hace que no sólo se mueva el ánima,
como al considerar que es Dios quien en la Eucaristía está, sino que desearía poder
tener más capacidad de amarle, ―mil corazones‖ —nos dice—, y así poder dar
respuesta ante tanto amor:
―Mucho se mueve el ánima considerando: «A Dios tengo aquí»; mas cuando
considera que del grande amor que nos tiene —como desposado que no puede estar
sin ver y hablar a la esposa un solo día— viene a nosotros, querría el hombre que lo
siente tener mil corazones para responder a tal amor‖(Carta 6, 106-110).
Este llenarse del amor de Jesucristo esposo produce en nosotros un sentimiento de
humildad al considerar cómo nosotros, que somos pecadores, podemos atraer, por su
amor, su venida desde los cielos, como si otro no existiera; una venida que como hizo
en la primera, que fue morir por cada uno de nosotros, se hace con tanto amor como
aquella, de manera que estaría Jesucristo esposo dispuesto a morir de nuevo por cada
uno, por ti, si fuese necesario.
―[...] y dice como San Agustín: Domine, quid tibi sum, quia iubes me diligere; et
Quid tibi sum? [“Señor, y quién soy yo para ti para que me mandes que te ame?”] ¡Y
tanto deseo tienes de verme y abrazarme, que, estando en el cielo con los que tan bien
te saben servir y amar, vienes a este que sabe muy bien ofenderte y mal servirte! ¡Que
no te puedes, Señor, hallar sin mí! ¡Que mi amor te trae! ¿Oh, bendito seas, que,
siendo quien eres, pusiste tu amor en un tal como yo! ¡Y que vengas aquí en tu Real
Presencia y te pongas en mis manos, como quien dice: «yo morí por ti una vez y
vengo a ti para que sepas que no estoy arrepentido de ello; mas si me has menester,
moriré por ti otra vez»‖(Carta 6, 109-120).
Y lo que sentimos es que quedamos heridos de este amor con un calor de amor en el
corazón, al que como un horno muy grande, está ahora dentro de nosotros. Por eso se
pregunta: ―¿Qué lanza quedará inhiesta/a tal recuesta de amor?‖(Carta 6, 121-122).
Seguidamente, y como suele hacer en las cartas en las que está totalmente imbuido
de la presencia de Dios, hace esta oración en la que nos muestra qué experimenta el
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que celebra y recibe la Eucaristía teniendo en cuenta que es el mismo Jesucristo, Dios
y hombre; y que viene como el esposo dispuesto a unirse a su esposa y a dar la vida de
nuevo por ella si fuese necesario. Así dice al Señor el Santo Maestro: ―¿Quién, Señor,
se esconderá del calor (cf. Sal 18,7) de tu corazón, que calienta al nuestro con su
presencia, y, como de horno muy grande, saltan centellas a lo que está cerca?‖(Carta
6, 123-125).
También se refiere San Juan de Ávila al calor del amor que Jesucristo deja al
recibirlo en la Eucaristía en la carta 74, donde compara la venida del Señor en la
Eucaristía con la del Señor resucitado a los Apóstoles; y, como ocurrió en aquella
ocasión, nuestro corazón se enciende en amor. Jesucristo resucitado entra —nos
dice— cuando estaban reunidos sus discípulos, ―entra, las puertas cerradas, a visitar
(cf. Jn 20,26) y alegrar a sus discípulos, y sin duda será con nosotros‖(Carta 74, 126-
127). Y este Señor entra ahora, no en aquella habitación, sino en nuestro corazón, y lo
hace como ―fuego que enciende y abrasa‖(Carta 74, 106), por lo que ―el fuego en el
seno calentarnos ha‖(Carta 74, 110).
Lo que San Juan de Ávila nos está describiendo es una experiencia del Señor
resucitado, que en la fe, ya no aparece solamente con las cicatrices y marcas de la
cruz, sino del Señor resucitado que sigue siendo el Crucificado, y que se nos aparece
en la misma cruz. Esta mirada al Señor glorioso y resucitado, que se nos presenta en
su cruz se puede contemplar solamente con los ojos de la fe. Para San Juan de Ávila,
en la Eucaristía es donde nos encontramos con Cristo crucificado y vivo, siempre vivo
y siempre entregado, presente y operante en su Iglesia. Por eso dice: ―Y sobre todo
alleguémonos al fuego que enciende y abrasa, que es Jesucristo nuestro Señor, en el
Sacramento Santísimo… Corramos, pues, tras Dios, que no se nos irá; clavado está en
la cruz; allí le hallaremos muy cierto; metámosle en nuestro corazón y cerremos las
puertas de él porque no se nos vaya‖ (Carta 74, 106-118).
Como Cristo en la cruz tenía más amor que dolores, ahora, terminada la pasión,
puede seguir amándonos. Él, que fue, es y será, sigue presente con su amor sobre todo
en la Eucaristía y en el Espíritu Santo que nos ha enviado desde la cruz. Así, con estas
presencias permanentes de su amor termina el Tratado del amor de Dios. Sobre su
presencia en la Eucaristía nos dice San Juan de Ávila:
―No pienses que, porque se subió a los cielos, te tiene olvidado, pues no se puede
compadecer en uno amor y olvido. La mejor prenda que tenía te dejó cuando subió
allá (cf. 2 Re 2,13), que fue el palio de su carne preciosa en memoria de su
amor‖(Tratado del amor de Dios, 14, 495-498).
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Por consiguiente, la Eucaristía es para San Juan de Ávila la presencia permanente de
Jesucristo y su amor en medio de nosotros.
Según el Santo Maestro, en la Eucaristía también experimentamos la dulzura del
amor que nos dio Jesucristo en la cruz, de modo que ahora con su presencia en la
Eucaristía ―aparejó dulzura sobre dulzura, amor sobre amor. Dulce y amoroso se nos
mostró en la cruz: dulce y amoroso se nos muestra en el altar. ¡Dulce eres, Jesucristo
en la cruz; dulce eres, Jesucristo, en el altar; en todo eres dulce y amoroso!‖(Sermón
39, 9). Por eso dice: ―eres miel en la boca, algo gustaremos‖(Carta 74, 109-110), y no
poco, porque como dice en otro lugar: ―confesad y comulgad, y llegándoos al Señor,
sentiréis derretirse vuestra ánima de suave dulzor‖(Carta 63, 68-69). Sin duda, se está
refiriendo aquí a esa transformación en el dulzor de Dios, que es como ha descrito el
culmen de la experiencia mística.
2. BENEFICIO DE LA EUCARISTÍA: TRANSFORMACIÓN EN EL AMADO
En el sermón 59 nos ha descrito San Juan de Ávila la situación en que queda el alma
que ha recibido a Jesucristo en la Eucaristía:
―[...] entendamos de ir a recibir este Sacramento, enternecido el corazón con amor
divino, al cual nos lleve a recibirlo, porque en el corazón que así ama hace el
amorosísimo Señor asiento, y como Él ama tiernamente y ve ser amado de aquella
alma, asiéntase con ella y tiene con ella coloquios amorosos y tiernísimos abrazos, y
el uno al otro dice: Dilectus meus mihi et ego illi [Mi amado es para mí y yo para mi
amado] (Cant 2,16).
Entonces sí la esposa dirá con grande verdad, no solamente lo que dijo en los
Cantares: Anima mea liquefacta est postquam dilectus loquutus est [Mi espíritu se
enajenó cuando mi amado me habló] (cf. Cant 5,6), antes pasará delante y dirá
atrevidamente: Vivo ego, iam non ego, vivit vero in me Christus (cf. Gál 2,20). Porque
si la habla del esposo derrite el corazón de la querida esposa, tocarle con sus manos,
abrazarle con sus brazos, darle paz con su propia boca y recibirle en sus entrañas, no
sólo la derrite, mas del todo la deshace y aniquila, y quita el ser y da otro nuevo ser
tan alto, que diga lo ya dicho: Vivo ego, iam non‖(Sermón 59, 3).
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Observamos, por tanto, en este texto cómo el Maestro Ávilaconsidera que en la
Eucaristía se da la verdadera transformación del hombre en Dios y que no sabe
expresar mejor sino con las palabras de Pablo en Gál 2,20: ―Ya no soy yo, sino que es
Cristo quien vive en mí‖. De este amor del Señor que se abaja y entra en nosotros es
de donde proceden todos los beneficios y efectos beneficiosos que Juan de Ávila
describe con precisión y profundidad no sólo en todos los sermones en los que habla
especialmente de la Eucaristía, sino en todos sus escritos, y resumidos en la
Meditación del beneficio que nos hizo el Señor en el sacramento de la Eucaristía. En
ella nos presenta de manera admirable el principal beneficio de la Eucaristía, es decir,
nuestra deificación:
―Veamos lo que te da por virtud de este sacramento. Innumerables son sus efectos y
virtudes; mas la primera y más principal es hacerse semejante el hombre a Dios en la
pureza de la vida, y después de la bienaventuranza de la gloria, que es hacer al hombre
divino, deificada su ánima y haciéndola participante en las costumbres y naturaleza de
Dios‖ (Meditación del beneficio que nos hizo el Señor en el sacramento de la
Eucaristía).
―¿Quién terná peso para… saber estimar: que quien bien come la carne y bebe la
sangre del Señor, tiene vida semejable a la vida que vive Dios? ¿Qué es esto Señor?
¡Hacéis a los hombres deiformes, y acabáis, con darles gracia en este mundo, de
engrandecer en ellos la imagen natural que a tu semejanza criaste, para que así, como,
Señor, tu vida es, tus placeres, tu negocio, tu ocio: conocerte, amarte, gozarte,
poseerte para siempre jamás, des a los hombres vida, dándoles tu gracia, con que te
conozcan y amen y gocen acá en su modo, y en el cielo en el tuyo, ¡que, según se ha
dicho, valga más un hombrecito que la tiene que millones de ángeles si carecen de
ella! No es vida corporal ésta, que haya menester diente ni vientre; vida es del ánima
―y es la mejor parte del hombre―, y que se ceba y mantiene de sólo Dios, y hace
para siempre bienaventurados los que la viven‖(Sermón 45, 5).
En la Eucaristía se produce no sólo el abrazo con el Amado, sino la transformación
en el Amado, ya que en la Eucaristía se nos da el mismo Señor, por lo que nosotros
debemos de darnos totalmente a Él. Por lo cual, para que esta transformación se
produzca, la actitud con la que se debe comulgar, el diente —dice San Juan de
Ávila— con el que hay que comer la Eucaristía, es el amor, además del de la fe. Es
entonces cuando sucede en nosotros la misma transformación que en el pan y en el
vino, ya que afirma que lo mismo que el pan y el vino se transforman en Cristo, así
también nosotros nos transformamos en Él; por eso, después de comulgar diremos
como el Apóstol Pablo que ya no somos nosotros, ya no diremos yo, sino: ―Vivo yo,
ya no yo, vive Jesucristo en mí‖ (cf. Sermón 57,15). Por eso, transformados en Él, ya
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no vivimos para nosotros mismos, ni dormimos para nosotros mismos, ni trabajamos
para nosotros mismos, ni hacemos nada para nosotros mismos, sino para Él. Nos dirá
San Juan de Ávila que la nueva vida del que recibe a Jesucristo será:―Viva Cristo y
muera yo en mí, para que viva yo en Él‖(Sermón 57, 16). Qué manera tan profunda y
tan viva para decir nuestra transformación en el amado en la Eucaristía. Por la
profundidad teológica y por la hondura espiritual presentamos este párrafo, aunque un
poco largo, del Santo Maestro, de cómo presenta la actitud con la que el cristiano y el
sacerdote han de recibir —comer— al Señor en la Eucaristía:
―—¿Cuál es el otro diente? —Amar [El otro diente era la fe]… Quien no ama a
Jesucristo no tiene parte en Jesucristo (1 Cor 6,12).
¡Corazón noble, no te dejes vencer sino del amor, aunque te den todo el mundo!Si
diere el hombre toda su hacienda en pago de amor, no lo tendrá el Amado en nada,
dice en los Cantares (cf. Cant 8,7). Amad, amad a Jesucristo, y será vuestro Jesucristo.
No cuesta más. Quien le cree y le ama, ése le come, ése se mantiene de Él, ése vive
por Él.
¿Y qué hará Él cuando viere que el hombre se arrima a Él y le ama de corazón?
Desnudarse ha, como hizo Jonatán (cf. 1 Sam 18,4), y vestirá al pastorcico con las
vestiduras del hijo del rey hasta ceñirle su espada. ¿Qué hará con uno que se acerca
arrepentido de sus pecados, y desconfiado de sí y confiado en Él, y se pone en sus
manos y le dice: «Vos, Señor, os disteis —nobis datus— a mí, y yo me doy a vos.
Aquí, delante de vosotros me doy a vos; yo vuestro y no más mío»? Si así no lo
hacéis, no se os dará a vos; no se hará este trueco si no hay permutación de personas.
¿No lo veis en el matrimonio, donde el varón se da a la mujer y ella a él? Si él se hurta
a ella y ella se da a otro, mayor hurto cometen que si hurtasen mucha hacienda.
—¿Queréis que sea Dios todo vuestro? Sed vos todo suyo. ¿No osáis? ¿Tan duro,
¡ciego de vos!, que teméis trocaros a vos por Dios? ¿Por qué teméis daros a Él y
ofreceros a su voluntad? —«Señor, yo me doy a vos, llevadme por donde quieras, yo
me ofrezco a vuestra voluntad y me entrego a vos; y si fuere menester que me desnude
delante de escribano, también lo haré». —Mas dirá tu flaqueza: Si así todo me ofrezco
a Dios, dirá Él: «Yo quiero que te venga este trabajo o esta afrenta», y por eso no
osáis.
Si por lo que vos le dais os da a sí mismo, ¿no os atreverías? Pues eso es comulgar,
y significado y hecho en el comulgar. Toma el sacerdote el pan en las manos y dice
las palabras de la consagración; acabadas de decir, ya no hay pan; accidentes sí, pan
no. ¿Quién entró allí en lugar del pan? Jesucristo. De manera que se transmudó el pan
en el cuerpo de Cristo, por la transubstanciación. Pues eso que pasa de fuera, se ha de
obrar allá dentro; que los sacramentos así son, que lo que muestran de fuera obran de
dentro… cuando llegáis a comulgar, haced cuenta que vos sois el pan y que se ha de
convertir en Jesucristo para que digáis con el apóstol San Pablo: Vivo yo, ya no yo,
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vive Jesucristo en mí (cf. Gál 2,20). Cuando me injurian, no me injurian a mí, que ya
no hay yo, sino mi Señor Jesucristo vive en mí. ¡Oh dichosa tal vida y tal dádiva!
Palabras, por cierto bien lejos de vosotros.
Pues si alguno quiere venir tras mí, niéguese a sí mismo (Mt 16,24). Mientras no
digas un no a vuestro sí y un sí a vuestro no, no habéis pasado a Cristo. Habéis de
pasar por el: Cristo viva en mí, ya no yo. Quien a Cristo enoja, a mí enoja, y quien a
Cristo alaba, a mí alaba; y quien a Cristo sirve, a mí sirve; porque ya no vivo en mí
sino Él; ya se murió fulano, ya no soy yo, ya no vivo para mí, ni duermo para mí, ni
trabajo para mí, ni hago cosa para mí. Viva Cristo y muera yo en mí, para que viva yo
en Él. Esto es comulgar y esto habéis de pedir y desear. «Señor, ¡que me torne yo vos!
¡Que de este altar no vuelva fulano, sino que, como el pan se muda en vos, así hago
yo!»‖(Sermón 57, 14-16).
3. LA EUCARISTÍA ES PRINCIPIO DE LA VIDA ETERNA
El Santo Maestro ha vivido y predicado que la mejor manera de vivir en gracia, es
decir, en el conocimiento y amor de Dios, es, si se está aparejado para ello,
comulgando; por eso asegura que en la Eucaristía comenzamos a participar ya de la
vida eterna. En ella conocemos y amamos a Dios como lo haremos en el cielo.
―Dice San Juan [que Jesús dijo]: Quien come mi carne y bebe mi sangre, habet vital
aeternam, tiene la vida eterna (Jn 6,55). ¿No dijera: tendrá la vida eterna? ¿por qué se
llama vida eterna estar en gracia? Porque el que dignamente comulga, conoce a Dios y
le ama. Si se llama vida, ¿por qué eterna? Porque si vos no la matáis, no hayáis miedo
que se muera. Vuestra vida morirá; la gracia no se muere si vos no la matáis. Y esta
gracia es principio de la vida eterna, aunque está imperfecta‖(Lecciones sobre 1 San
Juan [I], 7, 23-30).
Según San Juan de Ávila la Eucaristía supone, pues, para el cristiano comenzar en la
tierra a vivir la realidad del cielo. En ella obtenemos vida de gracia; también en ella
está el mismo Cristo que subió al cielo. En ella se nos da el banquete del cielo, el
mismo Cristo que se les da en manjar a los cristianos. Por eso, aunque Cristo está en
cuerpo y alma en el cielo no ha querido desentenderse de nosotros porque su corazón
y su amor se quedó aquí, y porque ―donde está vuestro corazón está vuestro tesoro,
quisisteis venir en el cuerpo a estar presente con los que amáis estando lejos‖(Sermón
56,18). Ahora bien, al comer este manjar no ocurre como con cualquier otra comida,
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en la que los alimentos los hacemos parte de nosotros, sino que con Jesucristo se
produce el efecto contrario, pues al comerlo es Él el que nos convierte en suyos,y por
tanto nos hace partícipes de Él mismo y de su divinidad, no por naturaleza, como Él
es, sino por participación; de ahí que San Juan de Ávila diga de Jesucristo vivo en la
Eucaristía: ―siendo el manjar tú, los conviertes en ti, y siendo tú verdadero Dios, haces
a ellos dioses por participación (cf. Sal 81,6)‖(Sermón 56,18).
Este convertirnos en Él es tan fuerte que San Juan de Ávila nos hace caer en la
cuenta de cómo Cristo, para significar tanta unión entre Él y nosotros, no tuvo otra
comparación mejor que la de poner la que existe entre el Padre y Él. Y esta unión es la
que se dará en la eterna bienaventuranza, y la que se comienza también a dar al recibir
al Señor en el sacramento de la Eucaristía. En la gloria seremos divinos y
participantes, por gracia, de las costumbres y naturaleza de Dios. Y esto es también lo
que Cristo viene a significar cuando dijo: El que come y bebe mi sangre está en mí y
yo en Él (Rom 6,56). Es importante la explicación que el mismo San Juan de Ávila
pone en boca de Cristo para decirnos el sentido de lo expresado en el evangelio de
Juan y relacionándolo con Gál 2,20:
―[Cristo] añade luego estas palabras en sentencia, y dice: «Pues así como mi Padre
está en mí, y, por estar él en mí, la vida que yo vivo es en todo semejante a la de mi
Padre, que es vida de Dios, así aquel en quien yo estuviere por medio de este
sacramento, la vida suya será semejante a la mía, y así no vivirá ya como hombre»,
sino como Dios, como vivía mi Apóstol: Vivo yo, ya no yo, sino vive Cristo en
mí‘(Gál 2,20). Esta sentencia y esta comparación es de Cristo‖(Meditación que nos
hizo el Señor en el sacramento de la Eucaristía).
Y ahora es San Juan de Ávila el que comenta esta explicación puesta en boca de
Jesucristo, y nos dice:
―Nos bastaba, sin duda, sólo esto para hacer aquí una perpetua estación, sin pasar
adelante. ¿Quién osará, Señor, hacer tal comparación como ésta, si tú no la hicieras?
Comparas el estar tú en nosotros con el estar en ti el Padre, y comparas la divinidad
que el Padre te comunica a ti, para que no pensasen los hombres que por ser esta
unión tan espiritual era de poco tomo. Por eso la comparaste con la mayor y más alta
unión que hay en el cielo y en la tierra, con la que hay entre tu Padre y entre ti. Y,
aunque en todo no puede haber semejanza entre la una y la otra, mas mucho es, y muy
mucho, que ella sea tal y de tanto tomo, que merezca ser comparada con ella‖
(Meditación…).
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Por lo cual, afirma que el que comulga comienza un proceso de unión y de elevación
en Cristo, en el que llega tan alto que pasa ―a ser participante del mismo Dios‖
(Meditación…).
La argumentación seguida por San Juan de Ávila en estos textos que hemos
presentado podemos resumirla de la manera siguiente: Al recibir a Cristo en la
Eucaristía, Él nos hace suyos, de manera que ya estamos tan unidos a Él que podemos
decir con Pablo que ya no vivimos nosotros sino que es Él el que vive en nosotros (cf.
Gál 2,20). Esta unión es tan fuerte que la única comparación posible es la que existe
entre el Padre y el Hijo, si bien aquella es por naturaleza y ésta por gracia. Así, al estar
tan unidos a Cristo participamos, también por gracia, de su naturaleza divina, por lo
cual llegamos al culmen de lo humano, a ser dioses por participación. Esto significa
que al recibir a Cristo en la Eucaristía comenzamos a vivir la vida eterna, pues aquella
no será sino la consumación de esta vida de gracia.
Pero la vida eterna, la vida de la bienaventuranza, la de la gloria, y también esta de
gracia todavía en la tierra, consiste no solamente en una comunión de vida y
naturaleza con el Hijo, sino también con toda la Trinidad. Por eso, al comulgar,
entramos ya en esta relación con cada una de las personas de la Trinidad, en el Hijo.
En la Eucaristía se nos da Cristo y con Él toda la Trinidad, pues también se nos dan el
Padre y el Espíritu Santo. Por eso en la Eucaristía comenzamos a tener las alegrías del
cielo:
―De fiesta en fiesta anda el ánima comiendo con nuevo sabor, cumpliéndose lo que
Dios prometió: El trillar de los panes alcanzará a la vendimia y hasta la sementera, y
comeréis vuestro pan en hartura (Lev 26,5). Bendita su bondad, que tan largamente
nos provee, no como quiera, sino dándose Él mismo a nosotros. El Hijo nos es dado, y
por Él el Espíritu Santo; y dándosenos estas dos Personas, no se queda el Padre sin
dársenos; nuestro es Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ya comenzamos acá la
contratación que en el cielo hemos de tener. Agradezcámosle sus misericordias,
aparejémonos para recibir las que quedan y, con corazones levantados de la tierra,
celebremos las fiestas del cielo, para que de regocijos temporales pasemos a los
eternos, en los cuales vuestra merced se vea‖(Carta 121, 69-81).
En este texto encontramos suficiente luz para pensar que San Juan de Ávila cree que
en la vida del cielo nuestro gozo consistirá en la donación permanente a nosotros del
Padre, del Hijo y del Espíritu, llevándonos así al culmen de lo iniciado en su obra
66
creadora no respondía sino a una autodonación del Padre, del Hijo y del Espíritu ad
extra. Dios mismo, nos dice el Santo Maestro, ―nos hará merced de nos guiar hasta
nos meter en la celestial tierra prometida, donde veremos y poseeremos al mismo
Dios. Sea Él en quien esperamos, y Él sea lo que esperamos, porque de nadie
podemos alcanzar a Dios, si Él no se da, ni es razón esperar de Dios cosa menor que el
mismo Dios‖(Carta 44, 347-351).
Y toda esta comunión en el amor con el Dios trinitario que se nos da en la gloria se
vive ya en la Eucaristía, pues eso es lo que se simbolizaba en las tres medidas de
harina con que Sara amasó el pan para los tres ángeles:
―Oigan los hombres, oigan los ángeles, oiganlos cielos, oiga la tierra y lo que debajo
de ella está, y todos digan: ¡Señor, no hay cosa semejable a ti! (Jer 10,6), y
especialmente en este convite que a todo el mundo has hecho, en el cual el manjar que
recibimos es el santísimo cuerpo de Jesucristo nuestro Señor, que por las palabras de
la consagración allí viene. Recibimos su purísima sangre… y con su cuerpo y sangre
está su benditísima ánima, y con el ánima está la divinidad del Verbo de Dios; y
donde está el Verbo, está el Padre y el Espíritu Santo; y todo esto recibe el que recibe
el cuerpo de Jesucristo nuestro Señor.
¡Oh, bendito sea Dios! Que con tal manjar nos mantiene, figurado en las tres
medidas de flor de harina (Gén 18,6) de que Sara hace pan que coman los
ángeles‖(Sermón 45, 25-26).
Así pues, el final del camino de nuestra existencia consiste en llegar al mismo Dios
trino y uno. A una comunión de vida y amor en la misma comunión de vida y amor
del Padre, del Hijo y del Espíritu, que San Juan de Ávila ha simbolizado con la
entrada a la conversación trinitaria:
―Mire a dónde Dios lleva a apacentar sus ovejas, in montibus altis; son más altos
que el cielo, son mucho más altos; distan estos montes tanto del cielo, como dista de
la tierra el cielo, y los infiernos de la superficie de la tierra. In montibus altis. En la
altura del Padre, allí gozará de aquella conversación suavísima de la Santísima
Trinidad, aquella agua clarísima de su unidad de en esencia; allí se le hará muy claro
lo que acá se le hacía muy escuro: en los montes altos‖(Sermón 15, 24).
―Frescos están los sarmientos, y llenos de fruto, cuando están vivos en la vid; y por
esta comparación quiso Cristo que entendiésemos qué tal están los suyos que están en
67
gracia incorporados en Él (cf. Jn 15,5), porque están semejables a Él, teniendo propios
bienes que reciben de Él y por Él; para que así se cumpla lo que dice San Pablo, que
los que han de ser salvos, ordenó Dios que fuesen conformes a la imagen de su Hijo
(Rom 8,29)‖(Audi, filia, 89, 2).
Esta inserción como sarmientos en la vid se realiza de una manera especial al recibir
al mismo Jesucristo en la Eucaristía:
―Las especies de pan y vino, debajo de las cuales recibís el cuerpo de Jesucristo,
certísimamente las digerís y se convierten en sustancia vuestra, y el cuerpo de
Jesucristo os digiere a vos y os convierte en sí y hace una misma cosa con Él. Una,
digo, no en unidad de persona, sino que Jesucristo os da ser y os sustenta como un
injerto, que recibe el jugo del árbol en quien está injerido, mas cosa distinta es del
árbol. Como el árbol sustenta y da jugo al injerto, así, mediante la confianza que
dijimos, vos estáis arrimado en Cristo y Él os da fuerza y sustenta; Él os da ser y de Él
recibís el jugo para que se produzca el fruto de vuestras buenas obras. Es muy buena
la comparación y por ella entenderéis muy fácilmente qué cosa es la comunión
espiritual.
Decid: —¿Quién sustenta a quién? ¿La cepa al sarmiento o el sarmiento a la cepa?
¿Quién recibe jugo de quién? ¿La cepa del sarmiento o el sarmiento de la cepa? —El
sarmiento no sustenta a la cepa ni le da jugo, antes la cepa sustenta al sarmiento. —
Pues Cristo es la cepa, y Él os sustenta y da ser (cf. Jn 15,5). ¿No lo dijo así Dios a
San Agustín? «Manjar soy de grandes, crece y comerme has. No me mudarás tú a mí
en ti, sino que yo te mudaré a ti en mí, no me convertiré yo en sustancia tuya, sino tú
te convertirás en la mía». Luego esto es comulgar espiritualmente; recibir una fuerza
en Cristo, una confianza de que os ha perdonado y que sois uno de los que han de ir al
cielo y manteneros tanto de esta esperanza, que digáis con el Apóstol: Vivo yo, ya no
yo. —¿Desde cuándo, San Pablo? —Desde que comí a Jesucristo, ya no soy yo; desde
que Cristo vive en mí, mediante la comunión espiritual y la confianza de que soy hijo
suyo, ya no soy yo‖(Sermón 49, 6-7).
Este cambio en nosotros, haciéndonos parte de su cuerpo al recibirlo en la
Eucaristía, es el nuevo nacimiento que Jesús anuncia a Nicodemo. Lo cual excede
nuestra capacidad para comprender tanto beneficio. Por eso, al ver que al comulgar
nos hacemos parte de su cuerpo y somos pasados de sí a Cristo no podemos sino
llenarnos de admiración por esta obra de Dios en nosotros, pidiendo mucha fe para
comprender hasta donde llega la bondad de Dios.
68
4. ORACIÓN
―Tomaste por medio —Señor— para darnos parte de ti, abrazarte con nosotros y
entrar tú mismo en persona en nuestros cuerpos, debajo de especies de mantenimiento
esta unión admirable… ¡Oh pan dulcísimo, digno de ser adorado y deseado, que
mantienes el ánima y no el vientre; confortas el corazón del hombre y no le cargas el
cuerpo; alegras el espíritu y no embotas el entendimiento; con cuya virtud muere
nuestra sensualidad, y la voluntad propia es degollada, para que tenga lugar la
voluntad divina y pueda obrar en nosotros sin impedimento! ¡Oh maravillosa
bondad…! ¡Oh maravilloso poder de Dios, que así puso, debajo de especie de pan, su
divinidad y humanidad…! ¡Oh maravilloso saber de Dios, que tan conveniente y tan
saludable medio halló para nuestra salud!‖ (Meditación que nos hizo el Señor en el
sacramento de la Eucaristía).
5. PISTAS PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Voy a la Eucaristía con la fe de recibir en verdad los beneficios que del Padre,
Hijo y Espíritu Santo nos son dados en ella: consuelo, serenidad, alegría, perdón,
fuerza, paz…?
2. ¿Cuando celebro la Eucaristía tomo conciencia plena de quién viene a través de
ella y para qué?
3. ¿Reconozco en la Eucaristía la actualización personalizada en mí de todo el
amor que Jesucristo nos ha demostrado?
4. En la Eucaristía Cristo se nos entrega totalmente, ¿estamos nosotros dispuestos a
ser igualmente esa ofrenda total y permanente?
5. ¿Al celebrar la Eucaristía mi actitud es la de morir a mí para que yo viva en Él?
6. ¿Tengo auténtico celo apostólico para que la celebración de la Eucaristía los
fieles se puedan encontrar verdaderamente, se dejen transformar por Él, se aprovechen
de sus beneficios y den ese amor a los demás?
69
RETIRO 5.
MARÍA
En el día de hoy queremos orar con San Juan de Ávila al Padre, al Hijo y al Espíritu
por habernos dado a María como Madre nuestra y como ejemplo de una vida cristiana
auténtica, en donde resplandecen todas las virtudes. Que esta oración sea ante todo una
acción de gracias a María, por lo que hizo, y por lo que sigue haciendo a nuestro lado,
especialmente por el acompañamiento y amor maternal a todos los sacerdotes, como lo
tuvo en su tiempo con los Apóstoles, los especialmente amados de su Hijo Jesús, junto a
los pobres.
San Juan de Ávila es un gran amante de la Virgen María y un divulgador de la
devoción a ella. Siempre la tenía en sus labios y en su corazón. No solamente en sus
sermones marianos, especialmente en los tiempos en los que la Virgen tiene un
protagonismo especial, Encarnación, muerte de Cristo, espera de Pentecostés, Asunción,
etc., sino en todos sus escritos se percibe con absoluta nitidez la presencia de la Virgen
como medianera, intercesora y tesorera de la gracia de Dios, etc. El Maestro Ávila
siempre termina el exordio de los sermones invitando a todos a rezar un Ave María:
―Para que el Señor nos envíe su gracia y todo lo que dijéremos sea a gloria suya y
alabanza, supliquemos a la gloriosa Virgen María nos la alcance, y para que así lo haga,
digamos Ave María‖ (Sermón 10, 1).
La Virgen María está siempre asociada a la misión del Hijo. No se entiende a la
Madre sino acompañando al Hijo. Y así nos lo presenta San Juan de Ávila. Toda la vida
de María está relacionada con la persona y obra redentora del Hijo. Aquí es donde hay
que situar a María, como la situó el mismo Jesús. Escuchar la Palabra de Dios con la
actitud de la Virgen: ―Hágase en mí según tu palabra‖, como ocurrió no sólo en la
Encarnación sino también en la Asunción (cf. Sermón 70). Guardar y cumplir la Palabra
de Dios como la Virgen (cf. Sermón 68, 7ss). A este propósito, San Juan de Ávila,
hablando de la mujer que alabó a la Virgen María por ser madre de Jesús (cf. Lc 11,27),
pone en boca de Jesús: ―«Bienaventurada llamas, dice el Señor, a mi Madre, porque me
trajo en su vientre y me mantuvo a sus pechos; pero yo te digo que son bienaventurados
los que oyeren la palabra de Dios y la guardaren» (Lc 11,28)… «Mujer… tú hablas al
modo común, que viendo a un hijo muy bueno, suelen llamar a su madre
bienaventurada, y porque lo engendró y dio su leche. Pero esa alabanza en los ojos de
Dios, cosa es de muy mayor valor, y si mi Madre no tuviera virtudes, con las cuales me
concibiera en ánima y oyera y guardara la palabra de Dios, ninguna cosa le aprovechara
ser madre mía según la carne, si no lo fuera según el espíritu»‖ (Sermón 68,7-8). Por lo
que Jesús alaba a su madre, no sólo por ser una madre ejemplar, sino ante todo porque
ha sabido ser una madre según el espíritu, es decir, ha sabido recibir y poner y en
práctica las virtudes con que Dios la ha dotado para desempañar la misión de ser madre
de Jesús y ahora madre nuestra, ejemplo de virtud para todos los que la contemplan.
70
En esta meditación vamos a fijar nuestra atención en varios aspectos de María que
nos pueden servir para nuestra vida de seguimiento auténtico al Señor. En un primer
punto contemplaremos a María unida a la voluntad del Padre en todas las circunstancias,
seguidora de su Hijo y templo del Espíritu. A continuación, nos detendremos en las
virtudes más sobresalientes de María: fe, esperanza, caridad y humildad, fortaleza en el
dolor, hermana y Madre de la Iglesia que camina en el Espíritu. Además, nos
propondremos la manera de cómo imitarla hoy. En otro apartado veremos cómo
debemos tenerla siempre como intercesora nuestra, sobre todo en estos momentos de
nueva evangelización. Y, por último, como madre y fortaleza de los sacerdotes.
1. María: una creyente unida al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
2. Virtudes de María
3. Ser devoto de la Virgen y tenerla por intercesora nuestra
4. Dos oraciones a la Virgen María
1. MARÍA, UNA CREYENTE UNIDA AL PADRE, AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO
San Juan de Ávila siempre que nos habla de María la alaba por tener una vida santa,
es decir, de continua unión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. Su virginidad y
su Inmaculada concepción, de la que San Juan de Ávila era un gran defensor, no son
sino la predisposición con la que Dios ladotó para llevar esta vida santa, a la que ella
contribuyó siempre con su sí inquebrantable. Ella es la llena de gracia y santidad. ―La
Virgen y Madre de Dios, para siempre bendita, siempre fue santa, así en su santa
concepción como por toda su vida‖ (Sermón 71, 1).
1.1. Unida a Dios Padre y a su voluntad
La Virgen María no sólo ha sido preservada de todo pecado, sino que siempre ha
puesto de su parte para agradar a Dios y cumplir su voluntad. Por eso es ejemplo
también para nosotros, pues tenemos que, con la ayuda de Dios, salir de los pecados,
hasta de los veniales, y amar a Dios y su voluntad por encima de todo, como ella lo
hizo.
―Ella siempre tenía su ánima convertida y atenta a Dios, el lucísimo sol, y con
grandísimo fervor y amor y elevación de entendimiento y voluntad hacía todas sus
71
obras, chicas y grandes, corporales y espirituales‖ (Sermón 60, 6). ―Tenía un amor de
Dios tan sin medida‖ (Sermón 70, 23). Así, ―la sacratísima Virgen María por su singular
privilegio fue preservada de pecado original… Grande excelencia es ésta, que ni tuvo,
ni tiene, ni tendrá entre los santos; pero esta benditísima Virgen y águila caudal vuela
tanto, que no sólo escogió la mejor parte cuando se determinó de querer a Dios, de no
cometer contra Él ningún pecado mortal; y muy mejor parte cuando escogió no
ofenderle ni aun venialmente, aunque le dieran mil muertes; y mucho mejor cuando su
amoroso y generoso corazón no sólo escogió huir de todo pecado, sino buscar en todo lo
que a Dios agradase, y lo de más agradable lo que más le agradase. Fortísimo fue su
amor, que le compelía a buscar en todas las cosas el mejor contentamiento y mayor
gloria de Dios en su corazón. Como dice San Pablo que se debe buscar la voluntad de
Dios de muy buena gana y huir de los pecados mortales y de veniales, y de lo bueno
escoger lo mejor, así lo hizo esta Virgen (cf. Ef 5,3-4)‖ (Sermón 71, 17-18); por eso
invita a todos a ―ser discípulos de esta sagrada Virgen en la escuela del amor a Dios‖
(Ibidem).
―Como la sagrada Virgen fue enseñada por el Espíritu de su Hijo, aun antes que Él
encarnase, no erró en lo que eligió, sino que siguió la verdad de Dios y no la mentira del
mundo‖ (Sermón 71, 8); y pone en boca de la Virgen esta oración que dice que ella
rezaría con frecuencia: ―«Dios de mi corazón, dice la Virgen [Sal 72,26], mi corazón os
ama con todas sus fuerzas, con aquel amor que es razón que Dios sea amado; mi
corazón os tiene por Dios en obedecer vuestra ley y seguir vuestra santa voluntad, como
una sombra sigue a su cuerpo; mi corazón está cerrado a todas las cosas y a vos solo
abierto, como a su verdadero esposo y señor. Con todas las criaturas trato, poniendo
entre ellas y mi corazón un velo; y para tratar con vos me lo quito, para que vos miréis
mi faz y yo mire la vuestra. Finalmente, mi corazón siente de vos como de su verdadero
Dios, y con tanta fuerza de amor, que teniéndoos por su Dios, mi corazón también os
tiene por su Dios. Mi entendimiento, mi memoria, mi parte sensitiva, mi carne, mi
sangre, mis huesos y todo lo que soy y tengo, y puedo tener y desear, tengo puesto
debajo de vuestros pies, para de todo ello se haga vuestra santa voluntad y lo pongáis
donde vos quisiéredes como su verdadero Dios y Señor; y aunque el mundo y cielo
ofrezca muchas cosas que desear, y unos escojan unas y otros otras, yo, Señor, escojo a
vos por mi ración, con intento de serviros para siempre y con esperanza de poseeros por
mi ración para siempre»‖(Sermón 71, 11).
1.2. María nos trae a Cristo
―Ninguna conjunción con Dios hay tan grande después de la unión personal como ser
Madre, y ninguna conjunción tan grande en la gracia como entre esta Madre y su Hijo‖
(Sermón 66, 4).
Por ser Madre de Cristo, y por hacer siempre voluntad de Dios, María se convierte en la
que mejor nos puede ayudar a acudir a su Hijo, y ver en ella su vida:
72
―El ejemplo y el Maestro de todos los hombres que se han salvado y salvarán, Cristo es,
y así se llamó Él lux mundi (Jn 8,12), y, por consiguiente, sol. Y cuanto uno más
cercano a Él en santidad, tanto más participa de su luz y tanto más claro nos enseña el
camino para Dios. Y como, entre todos los cercanos a Él, ninguno haya tanto como su
Madre, nadie como ella nos enseña las virtudes con que le hemos de agradar. Y quien
mirare la vida de la Virgen, verá en ella una grandísima semejanza de la de su Hijo
nuestro Señor; porque convenía que así como ningún parentesco hay tan cercano como
entre madre e hijo, y se suelen parecer mucho en el rostro, y particularmente fue esto
entre nuestra Señora y su Hijo, y así convino que en lo espiritual ningún parentesco ni
semejanza hubiese tan grande entre hombres y Cristo, ni entre ángeles y Cristo, como
entre Él y su Madre‖ (Sermón 66, 4).
La función de María es darnos a Cristo. Ella nos lo ofreció en sus brazos al
nacer: ―En los brazos de su Madre más resplandece y más hermosea a su Madre que
el cielo ni la tierra ni que las estrellas… Cuando yo veo —dice Juan de Ávila— a
una Virgen con un Niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas‖ (Sermón
4, 26).
María estuvo siempre unida a su vida y misión, hasta en la pasión, cruz, bajada de la
cruz y en los momentos de dolor en espera confiada de la resurrección. Y, una vez
resucitado y ascendido al cielo, el deseo de estar con su Hijo en el cielo es debido no
especialmente al deseo como toda madre de estar con un hijo para siempre, y más
todavía si éste ha partido a la casa del Padre, sino especialmente al deseo de estar con su
Hijo como Dios que es, porque María valora ante todo a su Hijo, como Hijo de Dios:
―No piense nadie que este deseo tan encendido de esta Madre bendita por ver a su Hijo
bendito en el cielo era causado de naturaleza, como otras madres suelen desear la
presencia de sus hijos. Porque, aunque el amor natural no estaba en ella perdido, pues
no es contrario a la gracia; sino que era tanto el sobrenatural con que a su Hijo amaba en
cuanto hombre, y muy más sin comparación en cuanto Dios, que sobrepuja al amor
natural y a los deseos de todas las madres de ver a sus hijos como excede un fuego tan
grande como todo el mundo como todo el mundo al de una pequeña centella. Espíritu
era de Dios el que meneaba su corazón para estos deseos, y le hacía pedir el
cumplimiento de ellos con gemidos que no se pueden contar (cf. Rom 8,26)‖ (Sermón
70, 25).
María nos invita ahora a unirnos a su Hijo en la Eucaristía. Por ella vino este Pan de
vida, por eso debe ser todavía más honrada y reverenciada:
―Los que traen trigo a los pueblos, deben ser honrados y bien tratados; la que nos
trajo el pan del cielo, con que nuestras almas se mantienen, ¿cuánto sebe ser honrada y
reverenciada? Hazañas hicieron algunas mujeres, por las cuales quedaron en perpetua
memoria: Judit, Ester, Dévora y otras semejantes; pero, en comparación de la Virgen,
todas hicieron muy poco. Instrumentos fueron para librar a sus pueblos de la muerte del
cuerpo; pero la Virgen María nuestra Señor, para librarles de la muerte del alma. Ella
fue la que nos dio este fruto de que comemos y gozamos, la que nos amasó este Pan, y
con tanto deseo que lo comamos, que nos convida a Él… Todos los que me deseáis,
venid a mí, y no os arrepentiréis; iréis llenos de mi generación (Eclo 24,26); de lo que
73
yo engendré iréis llenos, del fruto que en sí contiene todos los frutos y gracias; que
quien este fruto recibe, todo lo recibe; porque en él se contienen todos los bienes‖
(Sermón 46, 1).
1.3. Amiga y templo del Espíritu Santo
San Juan de Ávila presenta con extraordinaria precisión y amor a la Virgen cómo
ella está tan unida al Espíritu Santo, que pide su intercesión antes de comenzar a hablar
precisamente de Él en el día de Pentecostés. En el sermón 30 nos ha quedado recogida
esta descripción de esta unión tan admirable entre ella y el Espíritu, al describirnos
cómo Jesucristo, al irse al Padre nos dijo que nos enviaría este Consolador, Doctor,
Consejero y Enseñador: ―En gran manera es amiga del Espíritu Santo, y Él de ella. En
sus entrañas el incomprehensible cupo; su alteza, su grandeza se abajó y se hizo
temporal, siendo eterno, y el rico se hizo pobre y el muy alto se abajó; y esto todo por
obra del Espíritu Santo, por industria, orden y saber suyo. Dijo el ángel San Gabriel a la
Virgen: El Espíritu Santo, Señora, vendrá, sobre vos, y la virtud del muy Alto, os hará
sombra (Lc 1,35). Conoce muy bien el Espíritu Santo las entrañas de la Virgen; conoce
muy aquel su corazón tan limpísimo, conoce muy bien aquel palacio donde tantos y tan
grandes misterios obró. No hizo la Virgen, ni pensó, ni habló cosa que en un solo punto
desagradase al Espíritu Santo; en todo le agradó, en todo hizo su santa voluntad; por
ruegos de esta gloriosa Virgen, por gemidos y deseos y oraciones trajo el Verbo Eterno
y lo metió en sus entrañas. Supliquémosle, pues tan amiga es de este Santo Espíritu, nos
comunique su gracia para hablar de tan alto Huésped‖ (Sermón 30, 4).
Estuvo acompañada siempre ―con diversidad de virtudes y con la unción blanda del
Espíritu Santo, que cumplió muy por entero lo que dijo David: Que la hermosura de
esta reina toda es en lo de dentro, donde miran los ojos de Dios… Y como el cuidado
de la Virgen era uno, como San Pablo lo manda (cf. 1 Cor 7, 32-34), y ayudado muy
particularmente del favor del Espíritu Santo, salió tan bien con el negocio, que paró la
faz de su ánima tan hermosa, que no tuvo mancha ni arruga (cf. Ef 5,27); y halló tanta
gracia delante de los ojos de Dios, que se holgase Dios de mirar su faz y oír su voz‖
(Sermón 69, 18-19).
2. VIRTUDES DE MARÍA
María gozaba de una gran cantidad de virtudes, dignas de imitación para todos los
cristianos. Destacamos las que para San Juan de Ávila son las más importantes:
2.1. Madre de la fe, esperanza y caridad
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―Primero que todos ellos [pastores y magos] lo adoró la Virgen, para dar a entender
que si Abraham se dice padre de los creyentes (cf. Rom 3,16-17), más razón hay para
que la Virgen se llame madre de fe‖ (Sermón 5[2], 2). Basada en esa profunda fe y
confianza en Dios siempre respondió con un Sí a lo que Dios le pedía, tanto cuando el
anuncio del ángel, como en toda la vida, como cuando al pie de la cruz: ―Fue tanta la
alegría de ver tal mensajero y oír tal embajada, que de gozo se le reglaba el corazón, y
primero derramó muchas lágrimas que hablase palabra; y cuando habló, ¿qué había de
responder, sino las palabras que tenía en uso para decir en todos sus acaecimientos
tristes y alegres? Cuando encarnó en ella el Hijo de Dios, lo que respondió fue: He aquí
la sierva del Señor; sea hecho en mí según tu palabra (Lc 1,38). Y esto diría también al
pie de la cruz‖ (Sermón 70, 59).
La compara con Rebeca y con Job para decir que la Virgen tenía fe, esperanza y
caridad:
―Dio Eliécer a Rebeca dos ajorcas [pulseras] para los brazos y un zarcillo para la
oreja (cf. Gén 24,22); el zarcillo significa la fe, y las ajorcas, esperanza y caridad,
porque con estos brazos se abraza Dios. Le dio dos ajorcas y un zarcillo solo para la
oreja derecha; que no ha de haber más que una oreja —solo para Dios y no al mundo—.
Oye, hija, y ve —dice David— e inclina tu oreja (Sal 44,11). No tus orejas, una oreja no
más: creer a Dios. Creyó la Virgen a Dios, tuvo muy gran fe, y así le dijo Santa Isabel:
Bendita porque has creído, etc., en ti serán perfeccionadas y cumplidas (Lc 1,45). La
otra ajorca es esperanza. Tuvo la bendita Virgen esperanza en el Señor, confiaba en el
Señor. Hay unos hombres desesperados, desconfiados de Dios, que si les decís: «¿Qué
ha de ser de vos?, ¿habéis de ir al cielo?», dirán, y, por lo que quiera que les ocurra,
pierden la esperanza. Enhorabuena, porque la esperanza no era verdadera, que la
verdadera no hay madera que tanto peso sufra encima de ella. Si vuestra esperanza fuese
verdadera, si tuvieses asentado y creído de verdad: «De aquí a poco tengo de ir al cielo,
a gozar tengo que ir de Dios pronto», ¿qué os daría que os deshonrasen aquí, pues
esperáis de ser honrado de Dios para siempre; ni que faltase lo que faltase, si allá habéis
de tener tan pronto abundancia para siempre? Decís que tenéis esperanza, y si os quitan
un real, si os falta un día qué comer, luego desesperáis.
Job tenía verdadera esperanza, que, muertos sus hijos y asolada su hacienda,
después de mil trabajos decía: Creo que mi Redentor vive, y he de resucitar en el
postrero día y he de ver a Dios en mi carne, y con estos ojos lo he de mirar, y esta
esperanza tengo guardada en mi seno (cf. Job 19, 25-27) y en mi corazón. Como este
bienaventurada tenía esperanza, todo se le hacía liviano; y al que verdadera esperanza
tiene asentada en su alma —«Al cielo he de ir, a Dios tengo de ver»—, todo se le hace
liviano, aunque sean grandes trabajos. Tuvo la Virgen verdadera esperanza y verdadera
caridad, más que todas las puras criaturas, y por eso mereció ser Madre de Dios‖
(Sermón 65 [2] 11-12).
―La Virgen grandísima caridad tuvo. No la tomara Dios por Madre si no tuviera
mucha caridad. Por esto, deseo mucho, cada vez que hablo de la Virgen, que hubiera un
libro para se viera su caridad; y lo que debemos, de lo que la Virgen ha hecho y hace
con nosotros, no cupiera en papel‖ (Sermón 65 [2], 8).
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2.2. Humildad
La santidad de María se ve en su humildad: ―Quien a Dios tiene, en la humildad se
conoce… No creáis haber santidad sin humildad… Quien quisiere tener alguna
conjetura de que tiene a Dios, sea humilde e imite a la Virgen, que, siendo preñada de
Dios, va a servir a la preñada de hombre. No va a parlar, no por callejear, no va por
enseñar sus vestidos y hermosura, sino por servir a la vieja y preñada, que a esto han de
ser las visitas y entrada. No contó nuevas, no dijo mal de ausentes, sino servicio de obra
y edificación de palabra, aprovechando a la madre y al hijo‖ (Sermón 66, 10-11).
También hablando de esta humildad y pobreza, expone San Juan de Ávila que la
Virgen aprendió del mismo Cristo, incluso cuando estaba ya en su vientre, como si el
mismo Cristoya desde allí le predicase: ―Él predicó pobreza, y ella la obró, dando por
Dios lo que le dieron los reyes. ¡Qué de veces predicó el Señor humildad y caridad y
cuántas veces la obró primero la Virgen, como enseñanza de Aquel que su vientre
estaba! Mucho nos maravillamos de ver que el Señor lavó a sus discípulos los pies, que
nos da a entender humildad y caridad; y es aquello una admirable cosa que Cristo al fin
de su vida quiso hacer para ejemplo nuestro; mas mirad el lucero que vino primero que
el sol, y veréis su profunda humildad y caridad en visitar… a Santa Isabel‖ (Sermón 66,
5).
2.3. Luna en nuestro caminar, llena de misericordia con todos
―Todo lo que en ella hay es blandura, no sólo para los justos que andan en lumbre,
sino como luna perfecta y hermosa, llena de misericordia, que nació para ser abogada de
buenos, luz para los que andan de noche para que no se pierdan y poco a poco vengan a
la lumbre del sol [Cristo]. Y como la luna es el planeta, entre los siete, el más cercano a
nosotros, así esta luna no es dada por verdadera Madre, y tan cercana para nuestro
remedio, que a ninguna pura criatura en la tierra ni en el cielo tan presto le tocan
nuestras miserias como a su virginal corazón, tan rico en misericordia, que la llama la
Iglesia Madre de misericordia. La luna tiene poder sobre las aguas, que significan las
tribulaciones; y esta piadosa Señora está puesta por Dios para socorro de los
atribulados, y es universal limosnera de todas las misericordias que Dios hace a los
hombres, y en lo que se oculta es en tender las manos hacia arriba para recibir mercedes
de Dios y luego volverlas hacia abajo para darnos lo que ha recibido‖ (Sermón 60, 18).
2.4. Consuela y hace la unidad entre los Apóstoles
A la espera de la Resurrección de Jesús, porque son los discípulos de su Hijo, María
consuela a los Apóstoles y hace la unidad entre ellos. En realidad, es una verdadera
madre para ellos, están tan asociados a su Hijo, que ahora son hijos suyos, y los trata
76
como tales. Así describe San Juan de Ávila la escena, cuando la Virgen, desconsolada,
después de enterrar a su Hijo, en medio de su dolor, se acuerda de los Apóstoles y les
apremia a que se reúnan de nuevo en el cenáculo y no se dispersen para siempre: ―[La
Virgen] llama a San Juan: —Di, hijo mío, ¿adónde están mis hijos? Vuestros hermanos,
¿adónde están? Los racimos de mi corazón, los pedazos de mis entrañas, ¿adónde están?
Traédmelos acá. —Dejad eso, Señora; harto tenemos ahora en qué entender con el
muerto [Jesús], dejad ahora los vivos. —No, no, dijo la Virgen; baste mi dolor, no
añadáis dolor a dolor; bástenme mis angustias; traédmelos, que no descansaré hasta que
vea los discípulos de mi Hijo. —Que no digáis eso, Señora. ¿Quién ha de osar venir?
Todos huimos cuando le prendieron; Pedro le negó. Que no querrán venir de vergüenza.
—No digáis eso; traédmelos, que yo les prometo perdón de mi Hijo… —Hállalos todos;
se van para el cenáculo. Hablan a la Virgen, llegan todos los ojos por el suelo: «Señor,
he aquí los malos, los cobardes, todos huimos y le dejamos; solo vos no huisteis, Señor.
Todos perdimos la fidelidad; vos no la perdisteis; alcanzadnos perdón, Señora». Se
juntaron alelí todos; toda la noche y el día era en pensar cómo le crucificaron; su plática
no era otra… Así pasaron la noche; así pasemos nosotros, acompañando y consolando a
la Virgen y llorando con ella tanto dolor como por nuestra causa le vino; y esta
Señora… os lo pagará rogando por vosotros cuando la llaméis; os alcanzará gracia y
después gloria‖ (Sermón 67, 42-45).
Esta misma unión de la Virgen con los discípulos y seguidores de su Hijo es la que
va a quedar patente también antes de subir al cielo, pues como ya también hizo el
mismo Jesús, les prometió que nunca se apartaría de ellos, y que por lo tanto no
estuvieran tristes pues sentirían siempre su particular protección: ―Les prometía, que,
aunque según el cuerpo se apartaba de ellos, no los olvidaría en su corazón, y mientras
viviesen les sería fiel abogada, y que la llamasen en sus necesidades, y que cierto
sentirían que tenía cuidado de ellos y de ellas; y que, pues esta vida tan presto se pasa,
se esperasen un poco y perseverasen en la fe y buena vida que habían comenzado, y que
presto irían ellos donde ella iba, y estarían todos juntos sin apartarse para siempre
jamás‖ (Sermón 70, 61).
2.5. María, modelo de cómo recibir a Jesucristo en la Eucaristía
San Juan de Ávila nos hace caer en la cuenta de que la Virgen celebraría con
frecuencia la Eucaristía teniendo al evangelista Juan a su lado como capellán. Y nos la
pone como ejemplo de cómo debemos celebrarla y recibir nosotros a Cristo en la
comunión. Y nos dice: ―Con qué agradecimiento y amor recibiría el cuerpo de su
santísimo Hijo, pues por ser hombre era una carne con ella, y por ser Dios era un
espíritu con Él, y de lo uno y de lo otro resultaba un amor inseparable e inefable, que
juntaba a Dios y a ella y la convertía cada día más y más en aquel Señor que tomaba! Y
más que otro ejercicio ninguno, la esforzaba a pasar su destierro, pues que tenía presente
y tenía en sus entrañas al deseado de su corazón. Y aunque no le viese faz a faz, como
lo deseaba ver en el cielo, mas él, como piadoso Hijo y Señor, se le enseñaba en el
Sacramento, ya como cuando nació en su vientre sagrado, ya como cuando lo tenía en
sus brazos dándole leche, y así según la diversidad de estados en que en esta vida lo
había visto, según ella lo deseaba por entonces ver‖ (Sermón 70, 42). Y esta actitud de
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fe y de amor es la que la Virgen nos enseña que tenemos que tener los que no
conocimos físicamente a Jesús, ―ya que nosotros no lo vimos, lo creemos y entramos en
el número de los que dijo el Señor: ¡Bienaventurados los que no vieron y creyeron! ( cf.
Jn 20,29)‖ (Sermón 70,44).
3. SER DEVOTO DE LA VIRGEN Y TENERLA POR INTERCESORA NUESTRA
―Queréis ver una señal muy grande si uno es bueno, si se ha de salvar? Mirad si es
devoto de la Virgen… Dice Dios: «Señora Madre, en mis escogidos echad raíces» (Eclo
24,13). ¿Señal de escogidos de Dios? —Que tenga la Virgen —su devoción— raíces en
vos; no a sobre peine, sino devoción entrañable. Sed devotos de esta bendita Señor y
servidla. Porque, si a un hombre le quitáis el bonete, os da gracias. ¿Y pensáis, si
saludáis y rezáis a la Virgen y le rezáis o le hacen algún servicio, que lo echará en
olvido? No lo hará, sino por una bendición que le digáis, hará a su bendito Hijo que os
dé diez. Dirá: `Hijo mío, bendecid a este que me bendijo». La verdadera devoción de la
Virgen que tenga raíces, no de encima, sino que por su devoción hagas fuerza a tu
voluntad y a tus pasiones; que, porque ella fue limpísima, por su devoción, aunque tus
pasiones te inclinen a otras cosas, seas tú limpio por su amor, y te apartes de males‖
(Sermón 65 [2], 9). A ella nos la ha puesto Dios por madre: ―Así como supo regalar al
hijo natural, envolvedlo y dadle leche, así sabrá criar los adoptivos; ella nos regalará,
nos dará leche; ella nos socorrerá en nuestras necesidades. Buena es para muro, para
amparo y remedio nuestro‖ (Sermón 62, 46).
4. DOS ORACIONES A LA VIRGEN MARÍA
* ―A vos, Señora, presentamos nuestros males para que delante del trono de Dios los
deshagáis y alcancéis perdón de ellos. A vos también presentamos nuestras obras,
aunque llenas de muchos defectos, y en vuestras manos sagradas ponemos nuestro
corazón, para que vos que, como otra Rebeca (Gén 27,14), y muy mejor que ella, sabéis
muy bien lo que es gustoso a vuestro Hijo bendito, guiséis nuestro corazón y nuestras
obras de manera que sean sabrosas a su Majestad, para que, teniéndoos a vos por
defensora contra nuestros males y por nuestra en nuestros bienes, los reciba el Señor,
hallándolos en vuestras manos, no mirando a las nuestras, que los hacen, sino a las
vuestras, que los ofrecen. Alcánzanos, Virgen santísima, gracia para que con ella y por
ella merezcamos ceros en la gloria‖ (Sermón 60, 33).
* ―¡Maestra del mundo hablando, maestra obrando; madre regalando y abogando
delante del acatamiento de Dios! ¡Oh Virgen y Madre para siempre bendita, y qué te
debemos! ¡Y qué dolor es no conocer tus grandes beneficios, y ni te los agradecer ni
servir! Te suplicamos que nos alcances gracia de tu benditísimo Hijo para serte siquiera
hijos leales e imitadores de tu mucha caridad y lealtad con que tú eres madre, y muy
piadosa‖ (Sermón 69, 41).
78
5. PISTAS PARA LA REFLEXIÓN
1. La Virgen en su sí a Dios, no sólo dijo no al pecado sino que buscó la virtud en
todo, ¿yo como sacerdote, me asemejo a ella en este sí?
2. ¿A imitación de la Virgen María tengo a Dios como único esposo y Señor?
¿Tengo otros amores por encima de Dios: fama, dinero, poder, egoísmo…?
3. María nos entregó totalmente a su Hijo Jesús, ¿y yo, lo entrego a los demás con la
misma generosidad?
4. ¿Mi vida, al igual que la de María, está unida a la de Cristo en su vida y misión?
5. ¿Cómo son mi fe y mi confianza en Dios?
6. María, siendo la Madre de Jesús, vivió una existencia humilde, sencilla, santa,
¿procuro aprender de ella en este anonadamiento y vivir como lo hizo ella?
79
RETIRO 6.
LA FORMACIÓN SACERDOTAL
Introducción
1. Crecimiento permanente integral en el ámbito personal
1.1. En permanente formación y crecimiento espiritual
a) Vida de oración.
b) Oración apostólica
c) Predicar a los clérigos
1.2. Acompañamiento en el crecimiento intelectual de los sacerdotes
1.3. En permanente formación pastoral
1.4. Formación humana
- Coherencia de vida
- Descanso
2. Personas y estructuras de apoyo para el crecimiento permanente integral de
los sacerdotes
3. Conclusión
4. Pistas para la reflexión
*****
Introducción
80
Para San Juan de Ávila, que la Iglesia disponga de los sacerdotes idóneos para la
evangelización depende de tener las ideas claras sobre el acompañamiento y la
formación de los sacerdotes, tanto la inicial —en el Seminario— como la continua —
ya sacerdotes—, y se pongan en práctica. Para el Santo Maestro éstas no son sino dos
etapas de un mismo proceso de continua configuración con Jesucristo, como hizo
Pablo. De todos es conocida la importancia que San Juan de Ávila da a la necesidad
de crear los seminarios como auténticos hogares de nicho formativo integral de los
futuros sacerdotes, pues insiste en que de ahí dependerá en gran parte la posterior
calidad de los mismos. Por eso, procura que todos tomen conciencia de la importancia
tanto de la selección de los candidatos como del cuidado personal del proceso
formativo en las cuatro dimensiones: humana, espiritual, intelectual y pastoral. Pongo
como resumen de esto lo escrito al arzobispo de Granada D. Pedro Guerrero en 1565:
―Lo principal que deseo se trate es el buen orden del Seminario, eligiendo a gente de
virtud y poniéndole rectores espirituales o que tengan algo de ello; porque juntándose
buen ejemplo y doctrina no faltará nada‖ (Carta 244, 12-15). Pero en esta meditación
nos vamos a referir a otra gran novedad de San Juan de Ávila: a la necesidad de que
los que ya han sido ordenados, crezcan en la configuración permanente con el mismo
Cristo, tanto personal como comunitariamente. Es decir, ir haciendo una realidad en el
ejercicio del ministerio lo que se declara en el momento de la ordenación: ―Dios, que
comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término‖; y también: ―Considera lo
que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz
del Señor‖.
San Juan de Ávila es consciente de esta idea dinámica del sacramento del orden. Es
decir, con la ordenación ha terminado un camino de preparación, pero comienza el de
81
su realización existencial. En este proceso se expresa claramente el proceso que Dios
va a ir llevando con el elegido; y se pide que el elegido, el ya ordenado, se deje guiar
por Dios, que lo llamó a esa misión. En realidad, lo que se nos dice es: ―Déjate llevar
por Dios, que te llamó a configurarte con su Hijo, sobre todo con su entrega en la
cruz, que es la máxima expresión de su amor, de su caridad pastoral, y así ser cada vez
más re-presentación de él para la Iglesia y el mundo‖. Déjate configurar con Él, para
seguir sus mismas pisadas y caminar por sus mismas huellas, llevando un modo de
vida evangélico y siendo reflejo con los obispos del estilo de vida de los apóstoles,
pues son dibujo de ellos (cf. Memorial segundo para el concilio de Trento, 10-11),
―retrato de la escuela y colegio apostólico‖(Advertencias al concilio de Toledo [I], 4).
Una de las acciones prioritarias para San Juan de Ávila es ayudar a que los
sacerdotes vayan dando forma en ellos a Cristo, vayan siendo cada vez más imagen
viva de Cristo, Buen Pastor, que se entrega por su pueblo. Sobre todo será obligación
de los obispos favorecer este proceso de crecimiento integral, pues. ―El principal
cuidado del obispo —nos dice— ha de ser cerca de las ánimas; y para esto ha
menester clérigos buenos y sabios, pues sin ellos no puede más que ave sin alas para
volar‖ (Memorial primero para el concilio de Trento, 18). Se ha hablado menos de
esta faceta de San Juan de Ávila del cuidado exigido a los ya sacerdotes que la de la
necesidad de crear Seminarios, pero también él está convencido de lo que nos dice
Pastores dabo vobis: ―Sólo una adecuada formación permanente logra mantener al
sacerdote en lo que es esencial y decisivo para su ministerio‖ (PDV 75).
Como la Iglesia es jerárquica, depende mucho, para bien o para mal, de sus pastores;
su suerte está colgada de ellos, especialmente de los obispos: ―Ellos son los pilotos de
82
la navecilla de San Pedro; si se duermen, ¿adónde ha de parar sino en mil
despeñaderos y peligros?‖(Advertencias al concilio de Toledo [I], 4). Por eso, cuando
estaba hasta incluso ya enfermo y achacoso, y le preguntan porqué dedica casi todo su
tiempo a los sacerdotes les dirá: ―porque ahí veo a todo el mundo‖. Para el Santo
Maestro la Iglesia se juega su futuro en cómo viven los sacerdotes este proceso de
configuración con Cristo, y en esto se incluyen todos los que han recibido el orden
sacerdotal, en sus respectivos grados, teniendo más responsabilidad cuántos más altos
sean éstos. Se trata de ser fieles a la continua llamada que Dios sigue haciendo en el
ejercicio del ministerio que cada uno ha recibido. Lo que PDV llama ―vocación «en»
el sacerdocio. En realidad, Dios sigue llamando y enviando, revelando su designio
salvífico en el desarrollo histórico de la vida del sacerdote y de las vicisitudes de la
Iglesia y de la sociedad‖ (PDV 70). San Juan de Ávila postula tanto la responsabilidad
personal, que llevará a cada uno a hacerse un verdaderamente un proyecto de vida de
continuo crecimiento integral personal, como a los distintos medios que los obispos
principalmente, pues es una de sus primeras obligaciones, deben poner en marcha para
acompañarles en este proceso, porque está convencido que lo mismo que la formación
inicial no se puede hacer sino comunitariamente, en los seminarios, tampoco la de los
ya ordenados sino no es también de forma comunitaria en el seno de la familia
diocesana, a cuya cabeza están los obispos. Por tanto, les corresponde principalmente
a ellos acompañar personalmente, orientar, predicar a los sacerdotes y adoptar las
medidas y estructuras oportunas para acompañar a los sacerdotes y motivar, promover
y ejecutar las acciones adecuadas para que se cumplan estos objetivos anteriormente
descritos. Por esto, dice a los obispos reunidos en el sínodo de Toledo que se tomen ya
en serio el acompañamiento y la formación de los ya sacerdotes con estas palabras,
que no dejan lugar a dudas sobre lo que ve que urge en la Iglesia:
83
―Y pues en nuestro concilio Tridentino y en los concilios y decretos [y enumera
también numerosos concilios] —nos dice— está mandado poner este remedio [a la
falta de formación integral del clero], entiéndase que es muy necesario. Y oigamos ya
de una vez al Espíritu Santo, pues que tantas lo ha mandado, y no se hagan los
prelados sordos tantas veces‖ (Advertencias al concilio de Toledo [I], 46), ―pues son
obligados a dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar‖ (Memorial segundo al
concilio de Trento, 71). Es el mismo Espíritu Santo el que San Juan de Ávila está
diciendo que urge a la Iglesia la formación de los sacerdotes.
Esta llamada urgente no viene sino de la experiencia de que la vida de los sacerdotes
necesita una reforma urgente hacia una vida más evangélica, porque de ahí le vienen
muchos males a la Iglesia. Lo mismo advertirá de la urgencia de la preparación y
formación integral de los obispos al concilio de Trento. Por otra parte, está
convencido del fruto de la renovación de la Iglesia que dará la formación permanente
integral de obispos y sacerdotes.
Como esta labor tiene que ser individual, cada uno ha de tomárselo en serio, y
también comunitariamente. Abordamos ahora por separado cada uno de estos
aspectos, teniendo en cuenta que ambos están muy interrelacionados y se
coimplicanen la práctica.
1. CRECIMIENTO PERMANENTE INTEGRAL EN EL ÁMBITO PERSONAL
San Juan de Ávila está convencido de que los esfuerzos de los obispos, los planes de
formación y las leyes sobre el crecimiento personal y comunitario y los planes de
formación permanente en sus diferentes modalidades no darán fruto si los sacerdotes
no están personalmente convencidos de su necesidad, y si no se asume personalmente
la responsabilidad de la propia formación permanente integral, poniendo los medios
necesarios para ello —ahí radica el fracaso de muchos planes de formación
permanente para el clero hoy día—. En este mismo sentido PDV dice: ―En cierto
modo, es precisamente cada sacerdote el primer responsable en la Iglesia de la
formación permanente [integral]; pues, sobre cada uno recae el deber —derivado del
sacramento del Orden— de ser fiel al don de Dios y al dinamismo de conversión
diaria que nace del mismo don. Los reglamentos o normas de la autoridad eclesiástica
al respecto, como también el mismo ejemplo de los demás sacerdotes, no bastan para
hacer apetecible la formación permanente si el individuo no está personalmente
convencido de su necesidad y decidido a valorar sus ocasiones, tiempos y formas‖
(PDV 79).
84
San Juan de Ávila, con su vivencia profunda y coherente de su sacerdocio, provoca,
como Jesús, admiración en muchos sacerdotes, y ganas de seguir más de cerca a
Cristo; es decir, auténticas segundas conversiones. En otros casos, por el contrario, en
sacerdotes con corazones cerrados herméticamente a la gracia, la vida y mensaje de
San Juan de Ávila producirá las consiguientes envidias, celos, calumnias y
persecuciones, y hasta cárcel, propias de quien vive de acuerdo con el evangelio.
Lo que quiero destacar ahora es que San Juan de Ávila ha podido ser buen
acompañante de la vida de muchos sacerdotes gracias a su testimonio personal de
cómo ha vivido su ministerio sacerdotal: su ser entrañable, su humildad de trato, su
coherencia de vida, su amor a Jesucristo, su celo apostólico, su caridad para con todos,
su ejemplo de oración, de formación continua intelectual, su acción pastoral llena de
ardor evangélico, que le ha hecho ser actual, creativa y evangélicamente eficaz, y su
saber advertir de los riesgos y desviaciones personales y estructurales de los
sacerdotes y de la clerecía, indicando al mismo tiempo los caminos para remediarlos.
Con Fray Luis de Granada se verá con frecuencia, y cuando no lo hacen
personalmente se comunicarán por carta, aconsejándole en sus actividades apostólicas.
A él le dirige por ejemplo la carta 1, en la que le dice que se alegra de que se
convierta mucha gente por efecto de su predicación, es decir, engendrarlos en la fe,
pero le advierte que esto no es sino el comienzo, y que tiene que seguir con la tarea de
criarlos en la fe, que es más difícil, que es lo que de verdad hace que la gente llegue a
Cristo y se convierta en verdaderos discípulos. Y esto es lo que el mismo Juan de
Ávila hace con los fieles laicos y especialmente con los sacerdotes: engendrarlos a la
fe y criarlos en la fe. Es decir, acompañarles en su proceso de crecimiento espiritual.
También en las otras dimensiones: humana, intelectual y pastoral.
De aquí el interés del Santo Maestro en alentar a los sacerdotes a que vivan este
proceso de crecimiento integral permanente como personas, como cristianos y como
sacerdotes. Está convencido de que este crecimiento integral lo que tiene que hacer
cada uno, personalmente con planes personales de vida26
. Pero de la misma forma cree
que hay que motivar, ayudar, estimular, orientar y acompañar en este camino de
crecimiento integral. Podemos decirque Juan de Ávila es un modelo de sacerdote que
ha vivido en continuo proceso de formación permanente integral en todas sus
dimensiones: humana, espiritual, intelectual y pastoral, y por eso ha podido
26 Estos planes de vida vienen propuestos en algunas cartas significativas: n. 5 (al Maestro García Arias, sobre el estudio), n. 8 (horario de vida espiritual para un sacerdote), n. 148 (vida comunitaria para un grupo de canónigos), n. 225 (un plan de estudio para un discípulo), n. 236 (plan de vida espiritual para un discípulo). También son prácticos algunos fragmentos de las cartas dirigidas a don Pedro Guerrero (n. 177-181, 243-244, 248) y a don Cristóbal de Rojas (n. 215 y 182).
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acompañar y ayudar a otros. A continuación, expongo algunas facetas de su formación
espiritual, intelectual, pastoral y humana y cómo acompaña a los ya sacerdotes a
crecer integralmente.
1.1. En permanente formación y crecimiento espiritual
San Juan de Ávila es consciente de que es el Espíritu Santo el que guía por el
camino sacerdotal, y de que somos nosotros los que tenemos que dejarnos iluminar
por Él. Por eso, en la oración y en la vida no se comienza sino por la invocación al
Espíritu. También no deja de recomendar que se tenga siempre presente al Espíritu —
tan frecuentemente olvidado—, y desea que el Espíritu acompañe a aquellos que se
dirigen a San Juan de Ávila en busca de consejo, etc. De ahí que suela terminar sus
cartas, en las que le piden consejo sobre los más variados asuntos, diciendo que lo que
él les proponecomo respuesta a sus consultas tienen siempre que verlo a la luz del
Espíritu, dejando que él sea siempre el guía de la vida. Valga como ejemplo este final
de la carta a un discípulo: ―Y sea el Espíritu santo con lustra merced para que le
enseñe de veras a servirle con su verdadera luz y favor‖(Carta 236, 469-470). Y
también al arzobispo D. Pedro Guerrero, después de darle algunos consejos sobre su
vida espiritual: ―Y el Espíritu Santo rija siempre a vuestra reverendísima
señoría‖(Carta 242, 17).
a) Vida de oración
Para San Juan de Ávila el sacerdote ha de vivir en continuo proceso de crecimiento
espiritual durante toda la vida. A éste se llega a través de una permanente actitud de
unión con Cristo durante todos los días y durante todo el día, es decir en una actitud
constante de oración, orando en todo lugar. El sacerdote es alguien que ha sido
llamado a estar con Cristo: ―Los llamó para que estuvieran con él y para enviarlos a
predicar‖ (Mc 3, 14). Es decir, los sacerdotes están llamados a tener una constante
intimidad con el Maestro Jesús a través de la oración y durante todo el día,
porqueviventodo lo que realizan en unión con Él, en su presencia. Aunque San Juan
de Ávila nos advierte: ―Tened por cierto, que ninguno sabrá provechosamente orar en
todo lugar, sino quien primero hubiere aprendido este oficio en lugar particular y
gastado en él espacio de tiempo‖ (Audi, filia, 70). Y sólo si esto se hace se podrá
conseguir el objetivo deseado: ―[Ahora] todos los acontecimientos serán despertadores
de amor. Todas las cosas que antes os distraían, ahora os recogerán‖(Carta 56, 94-95).
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Es decir, ahora, sólo si se ora en espacio y lugar particular y se dedica a ello tiempo, el
ejercicio del ministerio será momento permanente de unión con el Señor. Además, ya
según la Biblia y para San Juan de Ávila, la primera labor del ejercicio del ministerio
es estar con el Señor en oración prolongada.
- ―A los sacerdotes digo que sepan que han de tener más uso de esto [de la oración],
porque han de tener un trato muy familiar con Dios, un admitirlos Dios a su
conversación como amigos suyos, mostrarles a los tales cómo huelga Dios que traten
con Él‖ (Plática 3ª, 5, 55-58).
- ―No hay cosa en el mundo que tan grande alegría y regocijo le diese como saber
estar con este Señor‖ (Carta 236, 27-28).
- ―[Cuando uno entra a orar] parecerle que no entra a ninguna cosa determinada sino
que va a tratar con uno que mucho le ama‖ (Carta 236, 45-46).
Pero San Juan de Ávila no solo anima a rezar sino que ayuda a rezar. La extensa
carta 236, escrita a un sacerdote discípulo suyo que le pide consejo sobre cómo orar
diariamente, es todo un tratado de cómo tiene que ser la oración diaria del sacerdote
para ser buen discípulo de Cristo. En realidad, creo que es como el mismo San Juan de
Ávila rezaba, porque no recomienda otra cosa sino lo que experimenta y sabe por
experiencia que tiene provecho. Como tendremos oportunidad de ver en la siguiente
carta 5, a un sacerdote teólogo recomendará rezar dos horas por la mañana y dos por
la tarde. Es decir, en sus consejos se acomoda a lo que realmente es posible para cada
uno, por sus ocupaciones, proceso de vida espiritual, etc. Sí sabemos que San Juan de
Ávila rezaba dos horas por la mañana y dos por la tarde. Ofrezco ahora el resumen
que el mismo Juan de Ávila escribe en la carta 236 de cómo tiene que ser la oración a
este discípulo sacerdote que le pide consejo, siempre dejando la iniciativa al Espíritu.
Como la carta es tan larga el mismo Juan de Ávila, hace al final una síntesis de ella,
en la que dice:
―Abreviando lo que aquí está, para que mejor la memoria lo retenga, he dicho que se
aparten dos horas cada día para Dios, una a la mañana [al levantarse] y otra a la noche
[antes de cenar]. A la mañana se pensará un paso de la pasión, cada día el suyo,
mientras la devoción no pidiere otro paso o misterio. Estará el cuerpo en la oración
con sosiego y pensando sin fuerza y poco a poco sacando misterios, teniendo a Dios
presente, por una manera que atraiga a amor y reverencia. De la pasión se han de sacar
87
tres puntos principales: amor a Dios y esperanza en él y caridad con los prójimos, y
luego las virtudes, mirando las que tuvo Cristo. En la muerte se ha de sacar: cuán poco
nos ayudan allí nuestros amigos, ver la necesidad que tenemos de Dios, ver el pago
que nos dará el mundo, que nuestro cuerpo será manjar de gusanos, y el estrecho
juicio de Dios. Donde el ánima sintiere gustar de la oración, parará con el
pensamiento‖ (Carta 236, 455-468).
b) Oración apostólica
La oración del sacerdote no es sólo un trato personal y entrañable de amistad con
Cristo. El que reza es un apóstol, por eso en su oración no se puede olvidar de toda la
Iglesia y del mundo. Así pues, ―tendrá cuidado de encomendar a Dios la Iglesia y los
que están en pecado mortal y todas las necesidades de los prójimos, que las debe tener
por propias‖ (Carta 236, 199-200). A este respecto, nos cuenta Fr. L. de Granada que
diariamente ―se recogía y trataba con Dios los negocios de su alma y las ajenas‖ (L.
GRANADA,Vida…, p. 2ª, c. 1).
En una carta a su amigo don Pedro Guerrero, recién elegido arzobispo de Granada,
nos describe San Juan de Ávila, de forma expresiva y sugerente, cómo debe de rezar
todo apóstol; y le dice así:
―Me atrevo a apuntar algunas cosas, las cuales yo creo son a vuestra señoría
manifiestas, mas descansaré yo con decirlas. Lo primero, que vuestra señoría se
convierta de todo su corazón al Señor, frecuentando el ejercicio de la oración,
encomendando a la misericordia divina el buen suceso del bien de sus ovejas y
pidiendo sustento del cielo, para que tenga qué darles, porque si de allá no viene, ¿qué
les podrá dar sino cosa que no les engorde ni vivifique? Que de Moisés leemos que en
todas sus dudas acudía al tabernáculo del Señor, y de allí salía enseñado de lo que
debía de hacer y con fuerza para ponerlo en obra. Y Salomón con oración alcanzó
sabiduría para regir su pueblo. Y oración ha de ser el incensario con que el prelado
amanse al Señor, como Aaron stetit inter vivos et mortuos. Aprenda vuestra señoría a
ser mendigo delante del Señor y a importunarle mucho, presentándole su peligro y el
de sus ovejas; y, si verdaderamente se supiere llorar a sí y a ellas, el Señor, que es
piadoso —Noli flere—, le resucitará su hijo muerto, porque, como a Cristo costaron
sangre las almas, han de costar al prelado lágrimas… Y perdone vuestra señoría mi
atrevimiento, que el amor lo ha hecho. Y sea el Espíritu Santo maestro y fuerza de
88
vuestra ilustrísima señoría, para que en todo acierte y con todo salga‖(Carta 177, 42-
103).
Los beneficios de esta oración apostólica, descritos en otra carta, no son otros sino
la caridad pastoral:
―Se hará benigno, piadoso para con los pobres, hallará palabras blandas y afables
con los que tratare, alcanzará de sí muchas acedías y tristezas que se causan de las
condiciones de los prójimos, templarse ha como vigüela concertada, que dé música a
todos de manera que todos le sean a él cruz, sufriendo sus malas condiciones y el
amigo pesado; porque, como dice San Pablo, la caridad todo lo sufre, todo lo cree, es
paciente, no menosprecia a nadie, no es envidiosa” (Carta 236, 169-175).
c) Predicar a los clérigos
Es una de las obligaciones principales de los obispos: ―La obligación de los obispos
así en predicar como en hacer pláticas a sus clérigos. Y el cuidado de pobres y gente
miserable. Y la templanza en comidas y aparato de casa y criados‖(Carta 244, 21-23).
En las Misiones populares que diseña hay que acudir primero a los curas de almas y
clérigos del lugar para predicarles a ellos los primeros y anunciarles el evangelio. Esto
les vendrá bien para su vida espiritual, pues a veces, tan apartados de la civilización,
corrían el peligro de descuidarse en las cosas del Espíritu.
Los sacerdotes deben siempre también mostrar su humildad para recibir también la
predicación y ser evangelizados, pues no serán verdaderos apóstoles sino no viven en
actitud de discípulos.
1.2. Crecimiento intelectual continuo de los sacerdotes
San Juan Ávila tiene aciertos pastorales y sabe aconsejar porque también tiene una
gran y permanente formación intelectual. Aquí se cumple lo que decía santa Teresa,
que prefería consejeros sabios y entendidos, y si son santos mejor. Por eso, ella no
descansó hasta recibir el consejo y la aprobación del Santo Maestro.
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Y es que la formación intelectual de San Juan de Ávila es muy basta, y además
constante. Está convencido de que ―sin esto [sin estudio] todo es perdido‖ (Memorial
segundo al concilio de Trento, 71).
El estudio del Santo Maestro es sistemático, sapiencial, y pastoral, realizado bajo la
mirada de Cristo y con el alma de pastor: ―El estudiar será, alzando el corazón al
Señor‖ (Carta 5, 107-108).Un estudio que es, sobre todo, de la Biblia, de los Santos
Padres y de autores que nos ayuden a descubrir el sentido de ésta, así como de las
cuestiones de casos de conciencia y de teología que ayuden a dar razón de la fe y
aplicar el Evangelio a la realidad concreta de los oyentes y de la sociedad.
Para la predicación, por ejemplo, nos dice que hay que saber combinar estudio y
oración, ―estudiando primero el sermón tres o cuatro días sin congoja, y el día antes
del sermón ocuparlo en gastar lo que ha de decir, y no predicar sin estudio ni sin este
día de recogimiento particular‖ (Carta 5, 206-209). También lo vemos estudiando con
todo detenimiento durante varios meses lo acordado por el concilio de Trento en
compañía del jesuita P. Francisco Gómez (cf. Carta 219). La biblioteca y las citas de
San Juan de Ávila reflejan la intensa preparación constante de San Juan de Ávila, que
ha puesto toda su inteligencia al servicio de la misión. Un conocimiento muy
exhaustivo de la Biblia, utilizando las mejores exégesis del momento, conocimiento
de los Santos Padres, de obras de espiritualidad, y de los grandes teólogos y
pensadores tanto clásicos como humanistas.
1.3. En permanente formación pastoral
La caridad pastoral, es decir, el amor de Cristo pastor que él encarna y transparenta
en su vida, es el motor de Juan de Ávila. Esa caridad es la que hace que crezca
continuamente como persona, como cristiano y como pastor en el ejercicio de su
ministerio pastoral. Nos dice Fr. Luis de Granada que ―no era suyo, sino de aquellos
que lo habían menester‖ (L. GRANADA, Vida, p. 2ª c. 3). Por eso ―a todos atendía con
tanta caridad que a cada uno parecía «que a nadie había hecho la merced y
acogimiento que a él, según la afabilidad y buen modo con que lo hacía»(Proc. Jaén,
decl. De H. Sebastián de Escabias, S. I., f. 1140v-1141r)‖ (Obras completas, vol. I,
Introducción, p. 226).
90
La caridad pastoral hace que viva en una continua unidad de vida, a pesar de la
cantidad y diversidad de acciones que lleva a cabo. Él mismo dedica tiempo para la
acción caritativa viviendo en hospitales (como en Córdoba), ayudando a san Juan de
Dios a crearlos y a crearlos, visitando a los enfermos en los hospitales y haciendo las
camas y otros menesteres, además de ayudarles espiritualmente. Visitando a los
enfermos en sus casas. Viviendo como pobre siempre estará al lado de los más
desfavorecidos: viudas, huérfanos, analfabetos, campesinos para ayudarles a tener
pan, cultura, virtud, y vida cristiana. También se ocupa de que las cofradías se unan
para atender a los pobres, enfermos, uniendo los pequeños hospitales que cada uno
tiene, en uno o dos más grandes, para que puedan ser atendidos mejor, y de que las
cofradías visiten a los presos de la cárcel. Es el consejero de monjas, mancebos, gente
sencilla y de políticos, alcaldes y reyes, obispos y hasta del mismo concilio de Trento.
Es el maestro de vida evangélica de niños; el que sale al encuentro para alentar a los
enfermos, huérfanos y personas necesitadas de paz, armonía, reconciliación y amor.
Es el pastor de masas que llena templos y el formador paciente de pequeños grupos de
sacerdotes y de pequeños grupos de laicos comprometidos, que por las noches, como
hizo en Écija y los demás lugares, al volver del trabajo desean seguir formándose en el
camino evangélico en torno generalmente a la Biblia. El Santo Maestro es un pastor
integral, que ama a los demás, predica con palabras y sobre todo con obras. Y esto lo
aconseja a los sacerdotes. Así le dice al sacerdote García Arias:
―Gaste la tarde en provecho de sus prójimos de esta manera; que sepa qué enfermos
hay peligrosos o para morir, y váyalos a visitar y animar, y trabaje por hallarse a su
muerte de ellos, porque ganará mucho él y aprovechará mucho a ellos; y otras veces
vaya al hospital y consuele a los enfermos; otra vez, si supiere de algunos que
estuvieren en discordia, que cree podrá aprovecharles, hábleles [esto es lo que él
mismo hizo en Baeza, poniendo paz entre los Carvajales y los Benavides, por
ejemplo]; y querría que ordinariamente leyese, habiendo algunos mancebos bien
inclinados, cada tarde alguna cosica de buenas costumbres, así como Tulio, etc., o
algo de Platón, o cosas semejantes, sin meterse en misterios de cristiandad, porque de
aquéllos se ha de tener aún por insuficiente aun para ser discípulo‖ (Carta 5, 117-
127).
¡Qué manera tan actual de presentar la acción pastoral! Todo imbuido de caridad
pastoral y hasta de darse cuenta de hay que establecer un proceso progresivo para los
iniciados en la fe, que comienza por valores humanos hasta llegar al objetivo: hacer
discípulos de Cristo.
De igual forma, en su acción evangelizadora, se preocupa por el crecimiento integral
de sus destinatarios, sabiendo que la vivencia evangélica es el camino y el culmen de
la verdadera humanización de la sociedad. De ahí que el sacerdote predique
91
incesantemente el evangelio, buscando no sólo la transformación del corazón, sino
también de las costumbres. Es por esto por lo que aconseja a alcaldes y reyes que
contribuyan con su acción a tener no sólo buenos ciudadanos, sino ciudadanos
virtuosos gracias a la vivencia de las virtudes humanas y cristianas.
Por último, tenemos que recordar, aunque se ha aludido a ello anteriormente, que
San Juan de Ávila aconseja vivamente a Trento que sistematice la educación de los
futuros sacerdotes e instaure los Seminarios:―Ya consta que lo que este santo concilio
pretende es el bien y la reformación de la Iglesia. Y para este fin, también consta que
el remedio es la reformación de los ministros de ella… Pues sea esta la conclusión:
que se dé orden y manera para educarlos que sean tales; y que es menester tomar el
negocio de más atrás, y tener por cosa muy cierta que, si quiere tener la Iglesia buenos
ministros, que conviene hacedlos; y, si quiere tener a su cargo gozo de buenos
médicos de las almas, ha de tener a su cargo de criar y tomar el trabajo de ello; y si no,
no alcanzará lo que desea‖(Memorial primero para el concilio de Trento n. 9). Esta
formación es tan importante que llega a decir: ―Y que jamás ordenen de sacerdote a
quien no estuviere suficientemente instruido para ser buen cura‖ (Advertencias al
concilio de Toledo [I], 46).
1.4. Formación humana
San Juan de Ávila sabe que la plenitud del hombre es Dios, y por eso quiere ayudar
a incrementar la vida espiritual desus destinatarios, pero también se interesa por los
problemas humanos de los demás. En todas sus cartas se nota el amor de Juan de
Ávila a la persona concreta a la cual se dirige, como hacía también personalmente,
hasta incluso cuando corrige y llama a la conversión. San Juan de Ávila se olvida de
sus problemas y de sus dolores y enfermedades para hacer suyos los sentimientos de
los demás tanto buenos como malos. Así dice en la carta 208: ―Días ha que no he
sabido de vuestra merced ni de su hermano y mío; y aunque estoy flojo en el
escribir, querría a menudo saber cómo les va allá; pues su buen suceso o lo contrario
es mío y lo tengo por tal‖(Carta 208, 2-5). Nos dice Fr. Luis de Granada en la
biografía que escribe del Santo Maestro: ―No era suyo, sino de aquellos que lo
habían menester‖. En el proceso de beatificación, otros testimonios nos dicen que
―a todos atendía con tanta caridad que a cada uno parecía «que a nadie había
hecho la merced y acogimiento que a él, según la afabilidad y buen modo con que
lo hacía»‖.
- Coherencia de vida
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Sin duda, el gran secreto del éxito evangelizador de San Juan de Ávila está en su
coherencia de vida. Pues sus palabras van acompañadas por el amor que significan y
por los compromisos evangélicos que antes de ser proclamados son perfectamente
vividos. De aquí que el Santo Maestro respondiera de la siguiente forma al P.
Molina cuando éste le insistía en que aceptase el nuevo sombrero que le
regalaba la marquesa de Priego, pues el suyo ya estaba bastante desteñido:
―Cuando yo me suba en el púlpito —le dijo— y reprehenda los vicios y exhorte a la
pobreza y mortificación, y me vean a mí con buena sotana y buen sombrero, ¿qué
dirán los oyentes? Así que, hijo mío, para los predicadores del Evangelio más
fuerza tienen sus palabras cuando los que las oyen ven que van acompañadas con
obras y que hacen lo que dicen‖ (Proceso de beatificación).
Esta misma coherencia fue la que le llevó a vender para los pobres su herencia,
estimada en 5.000 ducados —más de cuatrocientos mil euros actuales
aproximadamente—, y a llevar una vida pobre, no cobrando nunca los
estipendios de las misas. Cuando al abandonar Sevilla, llegó a Córdoba a
mediados de 1534 o principios de 1535, el obispo le tenía preparado como
hospedaje el palacio episcopal, pero lo rehusó y escogió una pequeña habitación en
el hospital de San Bartolomé, donde se dedicó al cuidado y a la enseñanza de los
enfermos y a la asistencia a los moribundos.
Es un hombre de palabra que ayuda a sus discípulos a serlo. Así le responde a D.
Pedro Guerrero diciéndole que no está seguro si podrá responder a la invitación de
estar en el comienzo de pontificado en Granada: ―Yo tengo tantas trampas, que así
llamo a mis ocupaciones, que no así luego puedo desembarazarme; y me es necesario
visitar unos pueblos, aunque no creo me detendrán mucho. Y el cuándo será no lo sé.
Señalar tiempo en que vaya nunca lo suelo hacer, por no decir cosa que después no
pueda cumplir, de lo cual huyo mucho‖(Carta 177, 25-29).
- Descanso
Para el Santo Maestro hay que saber conjugar en la vida oración, estudio, servicio al
prójimo y también el descanso. Ese descanso, aunque aparentemente parezca una
pérdida de tiempo, es reparador y necesario para poder seguir evangelizando. Así dice
a un discípulo suyo después de darle los necesarios consejos sobre la oración y el
estudio:
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―Y también os encomiendo que deis un poco de descanso al cuerpo, en especial
después de comer y de cenar; que, aunque el molino está ocioso cuando pica las
piedras, aquel ocio es para mejor trabajar. Especialmente os conviene a vos esto mirar
mucho en esto, pues extrema insipiciencia no ser buen cirujano después de bien
acuchillado y creed que los hombres amigos de su voluntad son los que tienen ansias
demasiadas por acabar presto las cosas sin darse vado, pues el verdadero amador de la
voluntad de Dios va en sus obras con mucho sosiego, mirando más la voluntad de su
Señor que no aficionándose a la obra que hace. Y esta libertad de corazón es contraria
la solicitud infiel de corporales trabajos. Encomiéndoos muy mucho esto porque me
parece que carecéis de ello‖(Carta 259, 25-37).
Como se ha levantado tan temprano para orar, no es de extrañar que después de
comer recomiende un poco de siesta: ―Después de comer huelgue un poco el
pensamiento; que, aunque parece que cuando pican la piedra del molino no se hace
nada, más mucho se hace en aparejarla para más moler. Y si su cabeza ha menester un
poquito de sueño, tómelo enhorabuena‖(Carta 5, 113-116).
En resumen, hemos hecho un recorrido sobre cómo San Juan de Ávila practica y
aconseja como algo urgente para la vida de la Iglesia que los sacerdotes crezcan
personalmente en todas las dimensiones: espiritual, intelectual, pastoral y humana.
Ejercitarse en esto es ser fieles a la voluntad de Dios que lo pide de una forma especial
en los concilios. Ahora abordaremos cómo para motivar todo esto, y para potenciarlo,
es necesario también unos medios de acompañamiento diocesano e interdiocesano, y
de crecimiento comunitario en todas estas dimensiones.
2. PERSONAS Y ESTRUCTURAS DE APOYO PARA EL CRECIMIENTO PERMANENTE
INTEGRAL DE LOS SACERDOTES
Quizás nos parezca como muy actual, bueno, tan actual que apenas si se está
poniendo en marcha, que Juan de Ávila diseñe y ejecute todo un plan sistemático para
el crecimiento integral de los sacerdotes en todas sus dimensiones. Al obispo
corresponde esta atención a los sacerdotes y les dice que los visiten con frecuencia y
se encarguen de su crecimiento en todas estas dimensiones. Además de esta tarea que
es propia del obispo aconseja que los prelados se valgan también de otras personas
idóneas, predicadores y confesores, que les ayuden a llegar a todos los sacerdotes y
pongan los medios adecuados para que crezcan los sacerdotes integralmente. En su
tiempo es cierto que había lecciones —hoy les decimos charlas o conferencias—, pero
éstas eran esporádicas —como hoy—, y, además, los pocos que iban, se conformaban
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con oírlas y luego no las estudiaban, ni las aplicaban a su vida y a su pastoral —como
prácticamente hoy, excepto rarísimas excepciones—. Esta era la situación:
―El daño que viene a la Iglesia —nos dice— porque los que tienen cuidado de
ánimas no tienen la ciencia que es menester para ello, nadie lo ignora; y, siendo ésta
en dos maneras, conviene a saber: ciencia de casos de conciencia y ciencia para
medicinar las pasiones del ánima y edificarla en la caridad, ellos comúnmente carecen
de una y de otra. Y, aunque algunos prelados, con buen celo, les dan aparejo en sus
propias tierras de quien les lea los casos de conciencia que son necesarios saber, es tan
poco el fruto que de esto se saca, que es casi ninguno; porque unos no oyen la dicha
lección, alegando ocupaciones necesarias; otros la oyen, aunque no todas veces, y no
la estudian, por no ser inclinados a ello o por lo que se les antoja; y no es bastante
remedio mandarles el prelado que oigan, porque, como no hagan nada de lo hacer,
nunca les faltan achaques con apariencia para se excusar. Y así, aunque el prelado
desee y procure tener buenos confesores y curas, no los halla en su tierra, ni sabe de
dónde traerlos, especialmente por ser menester muchos‖(Memorial segundo al
concilio de Trento, 71).
La propuesta de San Juan de Ávila consiste en que haya ―lecciones‖ para los
sacerdotes, tanto en el lugar de la catedral y colegiata como en los pueblos donde haya
más de 8 ó 9 clérigos. Hoy le llamamos formación in situ, o por arciprestazgos.
Durante la primera parte del año se enseñaba Sagrada Escritura, y la segunda casos de
conciencia (Cf. Advertencias al concilio de Toledo [I], 44). Estas lecciones debían
estar impartidas con verdadera parresía, y haciendo hincapié en la pastoral. Esto
ayudaría también a la vida de fraternidad y a la labor pastoral conjunta. Es decir, a
crecer juntos en todas las dimensiones. Con su vida y enseñanza muestra la
importancia de la vida fraterna de los sacerdotes aún en lo más elemental como es
comer, compartir techo, vida espiritual, pastoral, reuniones frecuentes, etc.,
adelantándose así a lo que luego indicará el concilio Vaticano II en P.O. 8 y practica
con el ejemplo la necesidad de crecer juntos integralmente.
3. CONCLUSIÓN
A lo largo de esta meditación hemos visto cómo San Juan de Ávila ha vivido y
enseñado la necesidad de un crecimiento permanente integral de los sacerdotes
contenido en Pastores dabo vobis; y esto no como una acción aislada y esporádica,
como algo que sucede de vez en cuando, sino como un verdadero itinerario de vida de
continua configuración con Cristo que abarca todas las dimensiones —humana,
espiritual, intelectual y pastoral— y todos los ámbitos —personal, in situ en pequeños
grupos de sacerdotes, arciprestal, diocesano e interdiocesano—. También hemos
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comprobado que hay que motivar y acompañar a los sacerdotes en este crecimiento
integral por parte de los obispos y de ciertas estructuras de apoyo.
Una vez más comprobamos que San Juan de Ávila, por su vida y enseñanzas, sigue
siendo muy actual para los sacerdotes y seminaristas de este tercer milenio.
Con San Juan de Ávila recobramos el ardor del Espíritu para que los obispos,
especialmente, tanto personalmente como con todos las personas y medios a su
alcance, y todos los sacerdotes de forma individual y como presbiterio promuevan,
estimulen y favorezcan, el crecimiento permanente integral de los sacerdotes. El
cumplir con esta tarea es ser fieles a la voz del Espíritu que nos habla en estos
momentos de autoevangelización como condición necesaria para la nueva
evangelización de nuestro mundo.
4. PISTAS PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Soy conciente de que me tengo que dejar formar por el Señor en el día a día de
mi ministerio? ¿Qué medios pongo para ello?
2. ¿Me ocupo de recibir formación permanente o considero que con la ordenación
ya he concluido esta faceta de crecimiento?
3. ¿Asumo con responsabilidad los medios formativos que la Iglesia me oferta a fin
de que mi crecimiento sea integral y poder así configurarme mejor con Cristo en
su entrega?
4. ¿Considero importante en mi vida la oración? ¿Mi oración es una oración
apostólica?
5. ¿Combino en mi camino diario estudio, oración y obras de caridad?
6. ¿El amor al pueblo de Dios a mí encomendado me empuja a una coherencia y
unidad de vida?
7. ¿Soy consciente de que para crecer como sacerdote sólo puedo hacerlo al lado y
con los demás hermanos sacerdotes y con los religiosos y laicos? ¿Qué medios
pongo para ello?
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RETIRO 7.
LA IDENTIFICACIÓN CON CRISTO
Introducción
Este encuentro de oración con la ayuda de San Juan de Ávila lo dedicaremos a
meditar cómo es la relación de Jesucristo con cada uno de nosotros y cómo debe ser
nuestra respuesta a su invitación de cercanía, amor y seguimiento.
San Juan de Ávila nos presenta nuestra relación con Jesucristo adentrándose en la
profundidad de la misma, intentando llegar hasta el límite de lo que con las palabras
se puede expresar, pues la unión con Él llega a ser tanta, que el Santo Maestro
confiesa que no hay palabras para poder decir todo lo que en ella ocurre. Aún así, San
Juan de Ávila utiliza todos los simbolismos posibles para comunicarnos esta relación
y unión con Jesucristo.
1. JESUCRISTO ES NUESTRO HERMANO MAYOR
Como punto de partida, el Patrono del clero español nos dice que nuestra relación
con Jesucristo es la de hermano, pues aunque era el único Hijo natural de Dios nos
tomó por hermanos; pero no es un hermano más, sino el hermano mayor de la familia
de los hijos de Dios.
―Al hombre que tiene a Cristo por hermano mayor, cuando le dicen o piensa cuando
hace algún pecado: «No lo hacía así Jesucristo», hale de dar una vergüenza y
confusión que de vergüenza no alce los ojos… Si os preciáis de ser cristianos y tener a
Cristo por cabeza y ser miembro suyo, obre en vuestro corazón su vida, pues vuestro
hermano mayor de esta manera vivió. Pues tales obras hizo, imprima en mí su vida,
pues es mi hermano‖(Lecciones sobre 1 San Juan [I], 8, 304-314).
Sólo estando unidos a Jesucristo es como viviremos en el amor de toda la Santísima
Trinidad: del Padre, del Hijo y del Espíritu.
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―[...] ¿cómo dejará de amar el Padre Eterno a quien ve estar en su Hijo como
sarmiento fresco en la vid? (cf. Jn 15,1-11). O ¿cómo no amará el Hijo al que ve que
confía en Él y le ama a Él? ¿Y cómo desamparará el Espíritu Santo al que es su
templo?‖(Carta 12, 186-189).
En esta sección nos adentraremos con San Juan de Ávila en ver cómo es esta
relación con Cristo y en Cristo, y cómo viviendo en Él y con Él caminamos en el amor
de Dios trino y uno y disfrutamos de los bienes que nos tiene prometidos.
San Juan de Ávila se pregunta a continuación cómo será esta unión con el Verbo
encarnado para poder recibir esta salvación, ya que solamente ―la herencia que fue
prometida a la simiente de Abraham, que significa la gloria del cielo, y significa el
espíritu con su gracia y dones, y todo aquello que es necesario de favor para el hombre
salvarse; estos bienes de gracia y de gloria fueron prometidos a Jesucristo nuestro
Señor… de manera que ni se da la gracia ni se da la gloria sino a Jesucristo… ¿Qué
esperanza nos queda a los miserables hijos de Eva de gozar de estos bienes, pues no
somos Cristo?‖(Sermón 53, 28-29). Y nos dirá que realmente esta gracia viene a
nosotros si estamos unidos a Cristo, si vivimos y estamos no ―en sí mismos, sino en
uno, el cual es Cristo‖ (Sermón 53, 29).
2.NUESTRA UNIÓN CON JESUCRISTO
San Juan de Ávila nos explica qué es estar en Cristo, cómo es ésta relación con
Cristo y hasta donde llega esta unión con Él. Y nos dirá que no es de siervo, ni como
algo suyo, ni como vestidura suya, ni de pariente, ni de hermano, ni de esposa; ni
siquiera de cristiano, sino que la unión es tan fuerte que los hijos de Dios ahora son
Cristo: ―Misterio grande, unión inefable, honra sobre todo merecimiento, que el
hombre y Cristo sean un Cristo‖(Sermón 53, 34). Es difícil poder llegar a más grado
de unión.
―Él y nosotros no somos dos, sino uno, como marido y mujer, o cabeza y cuerpo, o
vid y sarmientos, o árbol y ramos‖(Carta 38, 153-155).
Aunque con frecuencia va utilizando estos símiles por separado, según le vienen
bien en cada momento determinado, en las Lecciones sobre la primera carta de San
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Juan los ha unido al comentar 1 Jn 2, 28: ―Y, ahora, hijos míos, permaneced en Él
para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos
avergonzados lejos de él en su Venida‖. Así nos explica cómo hay que entender la
unión con Cristo, el estar en Cristo. Presento el desarrollo completo de su
argumentación antes de ver el significado de cada uno de estos símbolos.
―—¿Y quién está en Cristo? Ya lo hemos dicho atrás. Dice San Juan: Si
guardáredes mis mandamientos, permaneceréis en mí (Jn 15,10). Aquel es miembro
de Cristo, que guarda sus palabras‖ ( Lecciones sobre 1 San Juan [I], 17, 57-59).
2.1. Relación con Jesucristo como Marido y mujer
Para indicar la unión con Cristo, el estar en Cristo, San Juan de Ávila utiliza con
frecuencia el símil matrimonial. Para ello sigue a San Pablo (cf. Ef 5,28-32), que nos
habla del casamiento entre Cristo y la Iglesia tomando pie de Gén 2,24: ―Por eso deja
el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne‖ (cf.
PDV 22). San Juan de Ávila nos dice que no solamente se refiere a Cristo y a la
Iglesia en su conjunto, sino también a cada uno de los cristianos. ―El sacerdote está
llamado a ser imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia‖ (PDV 22). La unión
entre Cristo y cada uno de ellos es tan fuerte que se hacen una sola carne: ―carne
somos de carne de Cristo, y hueso de los huesos de Cristo‖ (Ef 5,30). En la
encarnación Cristo se ha casado con toda la naturaleza humana. ―Es lo que decimos
encarnación y se puede decir casamiento, desposorio. Se casó el Verbo divino de tal
manera con la naturaleza humana que tomó de la Virgen, que, siendo dos naturalezas,
divina y humana, quedaron una persona sola. Desposado es el Verbo; la esposa es la
sagrada humanidad asumpta… Y aquel Verbo salió del Padre Eterno y en el vientre de
su bendita madre se desposó con nuestra naturaleza. Allí tomó nuestra naturaleza por
esposa‖ (Sermón 6, 2). Así pues, a todos y a cada uno de los hombres y mujeres de
este mundo Dios Padre ha dado a su Hijo como esposa.
Este casamiento con la humanidad, con la Iglesia y con cada uno de nosotros ha sido
querido por toda la Trinidad: por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo, debido
al amor de cada uno de ellos hacia todos nosotros: El Padre nos dio el casamiento y el
esposo, el Hijo consintió el matrimonio y el Espíritu Santo lo ordenó. Fue en
definitiva un ―casamiento por amores‖ de toda la Trinidad:
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―No hay más, fue casamiento por amores. Nos quiso bien el Padre, que tal
casamiento e Hijo nos dio. Sic Deus dilexit mundum, ut Filium suum unigenitum daret
(cf. Jn 3,16). Nos quiso bien el Padre, nos quiso bien el Hijo, que tal consintió; nos
quiso bien el Espíritu Santo, que tal ordenó. ¿Para qué lo dio el Padre? Para que
muriese, para que lo casasen con la esclava‖(Sermón 65 [1], 22).
Aunque el casamiento ya estaba predestinado desde antes de la creación, y, como
hemos visto, se llevó a cabo en la encarnación, San Juan de Ávila nos habla del
casamiento de Cristo con la Iglesia situando a éste el día del Viernes Santo, en el cual,
con su entrega en la cruz, culmina la carrera de entrega del esposo; éste el día en que
Jesucristo casó con palabras de presente.
―De aquel sagrado vientre salió Cristo, como esposo que sale del tálamo, y comenzó
a correr su carrera como fuerte gigante (Sal 18,6), tomando a pechos la obra de
nuestra redención, que fue la más dificultosa cosa que se podía comprender. Y al fin
de la carrera, en el día del Viernes Santo, casó por palabras de presente con esta su
Iglesia, por quien había trabajado, como Jacob por Raquel‖(Audi, filia, 68, 5).
Pero, aunque el casamiento se produce el Viernes Santo, no nos casamos con Cristo
muerto, sino con el Cristo glorioso que el mismo día de la cruz, al decir consummatum
est, pasa a la gloria, consumando así el matrimonio con los Santos Padres y con cada
uno de nosotros.
También nuestra vida definitiva en el cielo es descrita de forma esponsal, pues
supone estar continuamente gozando del esposo en el tálamo permanente en la gloria,
donde ya no hay temor de perder sus ―abracijos‖. Se culmina así el desarrollo
histórico salvífico descrito en clave esponsal: bodas en la creación, encarnación,
entrega en la cruz, en la vida de gracia y en la gloria.
Pero, como hemos dicho, el desposorio se consuma en la cruz. El desposorio de
Cristo con su Iglesia no es un desposorio normal, sino nuevo. Por eso, nuevos son los
atavíos: corona de espinas, clavos agudos, azotes, cruz, etc. ―No hay cosa más lejos de
desposorio que todo lo que aquí parece‖(Audi, filia, 69, 6). San Juan de Ávila explica
a qué se debe esta novedad. La razón está en que Cristo es el hombre nuevo, sin
pecado, porque es Dios y hombre, que al casarse con nosotros, ―feos, pobres y llenos
de males‖(Audi, filia, 69, 7) nos da su hermosura, es decir, su gracia y riquezas. Esto
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no ocurre en los desposorios normales, pues no puede un marido hacer a su esposa de
mala, buena o ponerle en gracia de Dios si ella no está:
―Nuestro nuevo esposo ninguna ánima halla hermosa ni buena, si Él no la hace. Y lo
que nosotros le podemos dar, que es nuestra dote, es la deuda que debemos de
nuestros pecados. Y porque Él quiso abajarse a nosotros, tal le paramos cuales
nosotros estábamos. Y tal le paró cual Él es; porque, destruyendo con nuestra
semejanza nuestro hombre viejo, nos puso su imagen de hombre nuevo y celestial. Y
esto obró Él con estos atavíos, que parecen fealdad y flaqueza, y son altísima honra y
grandeza, pues pudieron deshacer nuestros muy antiguos y endurecidos pecados, y
traernos a gracia y amistad del Señor, que es lo más alto que se pueda ganar‖(Audi,
filia, 69, 7).
Veamos ahora cómo describe San Juan de Ávila, a través de esta simbología
esponsal, la unión de Jesucristo con cada uno de los cristianos. El primer paso hacia
ésta es la búsqueda del esposo hacia el ánima, la esposa, que se ha ido con otros
amantes. Y siguiendo el Cantar de los Cantares nos describe cómo ésta, si se deja
amar por Él, sale herida de amor tras Él hasta que lo encuentra. A continuación
también nos describirá cómo es este encuentro en el amor entre Cristo y el ánima.
2.1.1. Jesucristo, el Esposo, busca a la esposa, que se ha ido con otros amantes
Jesucristo no ha buscado para su unión y casamiento a una humanidad impersonal y
etérea, no a una Iglesia abstracta, sino a cada uno de los que la formamos. Es Él el que
nos sale al encuentro a cada uno de nosotros, porque a cada hombre y mujer y a cada
cristiano nos ama como el esposo a la esposa. Un esposo que busca a su esposa, que
se ha ido con otros amantes.
San Juan de Ávila nos describe cómo estando nosotros en esta situación de
amancebamiento con el demonio sale Jesucristo a nuestro encuentro desde el día de su
encarnación para ir en nuestra búsqueda, y por eso, Jesucristo, tal y como hacían los
amantes en el siglo XVI, ronda la calle, se pasea por donde el ánima está y se acerca a
la ventana de nuestra ánima.
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En el Tratado del amor de Dios nos dirá con el Cantar de los Cantares que Cristo
viene a nuestro encuentro a toda prisa, como la cabra montesa o como un cervatillo,
que corre y salta porque quiere estar lo antes posible de nuevo con su esposa:
―Este es aquel fervor y ligereza que significó la santa Iglesia, esposa tuya, en los
Cantares. Miradlo cómo viene con tanta prisa saltando los montes y traspasando los
collados. Semejante es mi Amado a la cabra montesa y al hijo de la cierva (Cant 2,8),
según la ligereza que trae‖(Tratado del amor de Dios, 6, 216-220).
Y al llegar Jesucristo, el esposo, le pide al ánima que se dé prisa en irse con Él, y, no
haciendo cuenta del tiempo pasado, la consuela y anima ya que comienza un tiempo
nuevo de amor mutuo:
―Este día esperáis y para este día os llama Cristo, diciendo: Levántate y date prisa,
amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven; porque se ha pasado el invierno, ya se
han ido las lluvias; flores han aparecido en nuestra tierra, el tiempo del podar es
venido (Cant 2,10-12)‖(Carta 40, 38-41).
Y así, si el ánima acoge este amor del esposo, queda herida por Él, y, como la
esposa en los Cantares, se dará prisa en salir tras Él diciendo:
Jesucristo es el Amador y el Amado, aunque ―más Amador que Amado‖(Carta 22,
88). Como esposo, Cristo, además de Amador, es ―bueno, pacífico, rico, sabio y
hermoso, y según la esposa dice en los Cantares, todo para desear‖(Audi, filia, 105,
3). También tiene como esposo la condición de cordero: ―Cordero se llama, manso,
humilde obediente, sufrido‖(Plática 15, 7). Por su parte, la esposa, el ánima cristiana,
es descrita como paloma y como tórtola. Se le llama paloma porque debe ser ―sin hiel,
mansa, sufrida, paciente como paloma‖(Plática 15, 7), ―blanda y callada, obediente y
sosegada como una paloma; porque, pues Él es Cordero, vos debéis ser paloma, para
que seáis semejables, para ser Esposo y esposa‖(Carta 94, 78-81). También se dice
que el ánima tiene ojos de paloma porque una vez que ha sido hermoseada por el
Esposo, sólo mira a su Esposo, teniendo ya siempre la intención honesta, sencilla y
amorosa de agradar sólo a Él.
2.1.2. Unión de Jesucristo con su esposa
102
¿Cómo es esta unión de Cristo con su esposa? Se adentra ahora San Juan de Ávila
en intentar explicar, llegando hasta el límite de lo humanamente posible, qué ocurre en
el interior de ese matrimonio entre el esposo Jesucristo, y la esposa, el alma cristiana.
Así nos dice que, como sucede en todo matrimonio, la relación con Jesucristo es un
―tratar amores con vuestro esposo Jesucristo…, que es el oficio de la esposa‖(Plática
15, 4). Por eso, en la máxima unión entre el esposo y la esposa ya no hay palabras
para decirse porque todo es trato de amor. Es un silencio en amor, porque ya todo es
amarse el uno al otro. En esos momentos sobran las palabras y también el
pensamiento porque sólo queda sitio para el amor entre el amado y la amada.
Al contemplar a Cristo crucificado el corazón del cristiano queda definitivamente
herido de amor por Cristo, porque al contemplar la pasión y ―lo que Cristo pasaría,
pareciéndole que lo tiene delante… la agradezcamos y nos inflamemos en amor de
Aquel que la pasó… así como el ánima queda herida con la hierba del amor, sale de
allí a hacer mucho por el amado‖(Carta 236, 111-133). La misma posición de Cristo
en la cruz nos está invitando y cautivando de amor: su mirada inclinada hacia
nosotros, sus brazos abiertos, las manos agujereadas y los pies enclavados. Pero, sobre
todo, lo que más nos hiere de amor es ―el amor interior‖(Tratado del amor de Dios,
11, 423) de Jesucristo que desde la cruz sale hacia cada uno de nosotros. Todo esto lo
expresó San Juan de Ávila de manera sorprendente en el Tratado del amor de Dios.
Pero no sólo el cristiano queda herido de amor por Jesucristo, sino que también es el
mismo Cristo el que queda herido de amor por nosotros. Es verdad que el amor del
Señor fue primero, Él es el que ha tomado la iniciativa; pero aún siendo esto así, Él
mismo, una vez que el cristiano le corresponde con su amor, queda también herido de
amor por cada uno de nosotros.
Debido al amor mutuo que existe entre Jesucristo y nosotros puede Él ahora tomar
morada en nuestro pecho, de manera que ahora el corazón del cristiano se ha
convertido en un auténtico lecho de Cristo esposo:
―[...] y si abrió el corazón, que nuestro Señor le ha mostrado que debe tener cerrado
a toda criatura y a Él solo abierto, porque ya sabe cuán celoso ha sido de la entrega de
su corazón y cómo no quiere que ponga su amor sino en Él y que no se consuele en
nada sino en Él. Y cuanto más esto le pide, tanto más ella debe procurar por guardarlo
y defender la cama de su Señor, tan limpia y sosegada y cerrada, que Él se huelgue de
acostarse y descansar en ella‖(Carta 229, 78-84). Sin embargo, muchas veces
103
hacemos más lecho en las cosas que en Jesucristo y nos reclinamos en las criaturas
(cf. Audi, filia, 110, 1).
2.1.3. Transformados en el Amado
La unión esponsal entre Jesucristo y el cristiano produce la transformación total de
éste, que ahora, no sólo es derretido en amor por el esposo, sino que adquiere un
nuevo ser, de manera que con el Apóstol Pablo dirá: ―Vivo, pero no yo, sino que es
Cristo quien vive en mí‖ (Gál 2,20).
San Juan de Ávila explica estas palabras de Pablo diciéndonos que al ser derretidos
por el amor de Jesucristo, el cristiano deja imprimir en sí la imagen del hombre nuevo,
Jesucristo, de manera que se puede decir que nace como hombre nuevo, abandonando,
por tanto, el hombre viejo, el hombre conforme a Adán. De esta manera el amor de
Jesucristo, correspondido por el cristiano, no sólo hace nacer al hombre al amor, sino
que lo hace criatura nueva, el hombre del amor, el hombre a imagen de Cristo, que es
el mismo amor:
―No le resistamos ya más; dejémonos vencer de sus armas, que son sus beneficios,
con los cuales quiere matarnos, para que vivamos con Él; quiere quemarnos, para que,
consumido este hombre viejo conforme a Adán, nazca el hombre nuevo por el amor
conforme a Cristo; quiere derretir nuestra dureza, para que, así como en metal líquido
con el calor se imprime bien la forma que quisiere el artífice, así nosotros, tiernos por
el amor, que hace derretirse en oyendo hablar al Amado (cf. Cant 5,6), estemos muy
aparejados y sin resistencia para que Cristo imprima en nosotros la imagen que Él
quiere; y la que quiere es la del mismo Cristo, que es el amor; porque Cristo es el
mismo amor‖(Carta 74, 57-67).
La razón última de nuestra transformación en Cristo es el amor de Él hacia nosotros.
Como Cristo es el mismo amor cumple perfectamente las dos características que San
Juan de Ávila, de acuerdo con el Pseudo-Dionisio Areopagita, recoge como distintivas
del amor: las de salir de sí y la de hacerse uno con lo que ama:
―«El amor… tiene dos virtudes: una que hace salir al que ama de sí y ponerlo en el
amado, y otra que es unir consigo al que ama». Salió Dios de sí cuando encarnó,
104
cuando lloró, cuando murió, no porque dejase la divinidad que tenía, mas porque tomó
la naturaleza humana que no tenía y porque tomó flaquezas y muerte, que eran muy
ajenas de El y muy conformes a aquellos a quien amaba. Y así como allí salió de sí el
que es vida, para morir, así en este divino Sacramento, el que es vida y resurrección
junta consigo por manera inefable a nosotros mortales y miserables‖(Sermón 50, 4).
El amor de Jesucristo, que es la suma perfección del amor, ha hecho posible que el
cristiano esté tan unido a Él que sea un espíritu con Él, como Pablo afirma en 1 Cor
6,17 al especificar lo que significa la unión de Cristo y los cristianos, que llega
todavía más lejos que la unión matrimonial. Por eso afirma San Juan de Ávila:
―Cuando un amor es muy perfecto, que llega a hacer perfecta unión entre el que ama y
es amado, y los hace, como San Pablo dice, ser un espíritu (1 Cor 6,17)‖ (Sermón
69,21).
2.1.4. El proceso del casamiento con Jesucristo hasta llegar a ser un espíritu con
Él
La carta 40, escrita para una religiosa que va a hacer profesión de vida religiosa,
entendida por Juan de Ávila como el día del desposorio con Cristo, nos describe los
pasos de este encuentro de amor, que, salvando las debidas distancias, se puede
aplicar a todo el proceso del casamiento de todo cristiano con Cristo:
―Este día esperáis y para este día os llama Cristo, diciendo: Levántate y date prisa,
amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven; porque se ha pasado el invierno, ya se
han ido las lluvias; flores han aparecido en nuestra tierra, el tiempo del podar es
venido (Cant 2,10-12)‖ (Carta 40, 38-41).
―El salir al campo es un desembarazar el pensamiento y una libertad que Dios da,
con que el ánima no es ocupada ni impedida de cosas de acá‖ (Carta 132, 14-15). Se
trata de salir al campo de la anchura del corazón: ―Salid al campo de la anchura del
corazón‖ (Carta 40, 110), ―y para dar a entender que esto no ha de ser para un rato no
más, añade diciendo: Y moremos en las alquerías‖ (Carta 40, 97-98). A continuación
nos dirá que ―levantar de mañana es comenzar nueva vida y examinar la conciencia‖
(Carta 40, 117-118). La conciencia, es decir, el alma, el corazón es la viña de Dios.
Por eso dice que desde las alquerías, desde esa intimidad con el Esposo, ―desde allí
levantémonos de mañana a las viñas; porque mientras la persona está ocupada y
105
alterada con los presentes cuidados, ¿cómo podrá entender con atención en las cosas
de su conciencia, que es viña de Dios?...Levantaos de mañana a entender en vuestra
conciencia‖ (Carta 40, 99-112). En la conciencia es donde hay que ver si damos
frutos de amor para con el Esposo. ―Salga, pues, señora, vuestro propósito a luz; se
tornó en fruto la flor‖(Carta 40, 125-126). Esa flor es el amor hacia el Esposo. Este
amor debe de ser hasta dar la vida por el Esposo, por eso dice: ―mirad si las granadas
han florecido; porque la doncella de Cristo no se ha de contentar con cualquier amor
de Él, sino amor hasta desear derramar la sangre por Él; y este derramamiento de
sangre se significa en las granadas, que han de estar muy vivas y floridas en el ánima
de la esposa de Cristo‖(Carta 40, 130-134).
El amor esponsal entre Jesucristo y el cristiano hace que ya no sean dos, sino uno
solo, un solo espíritu, por lo que hay que cultivar las condiciones necesarias para que
se produzca esta unión, entre las que destaca de manera fundamental el imitarle.
Obedecer y vivir conforme al Esposo. Él y su vida es el espejo en el que hay que
fijarse, y al que hay que imitar. Así les dice a las clarisas de Motilla, pero es válido
para todo cristiano:
―El espejo que digo que traigáis: a Jesucristo, vuestro Esposo, y su bendita Madre,
para que andéis siempre mirando a ver si andáis conforme a Él y a su vida. Éste ha de
ser vuestro espejo. Miraos bien, si sois mansas como Él lo fue, que, con hacerle tantas
y tan grandes afrentas y menosprecios, no movía su lengua para decirles mala palabra.
Mirad si os amáis unas a otras, mirando que os ama Él tanto, que por amor vuestro dio
su misma vida, y que nos mandó que nos amásemos unos a otros como Él nos amó.
Mirad, finalmente, si en todo lo que hacéis andáis conformes a su vida; mirad si
obedecéis como Él obedeció al Padre, hasta derramar su sangre y expirar en la cruz
por darnos vida‖ (Plática 15, 13).
El punto máximo de esta imitación con Cristo es llegar a ser uno con Él, de modo
que con Pablo pueda decir: Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Las condiciones del Esposo son: manso, humilde, obediente y sufrido. ―Pues ¿cuál
ha de ser la condición de su esposa? Él lo dice en los Cantares, donde la llama paloma
(Cant 2,14; 5,2; 8,8) y tórtola (Cant 1,9; 2,12)‖(Plática 15, 7). Paloma porque ha de
ser ―sin hiel, mansa, sufrida, paciente como paloma‖ (Plática 15, 7) y tórtola ―porque
su canto es gemir… llorar por su desposado, Cristo… gimiendo con un interior y muy
profundo suspiro por su muy querido Esposo, cuya memoria y deseo nunca se le ha de
apartar de su corazón‖ (Plática 15, 7).
106
Pero se pregunta San Juan de Ávila todavía más cómo puede ser la vida de la esposa
semejante a la del Esposo.
―¿Cuál fue la vida?: Bien la sabéis: trabajos, lloros, pobreza, humildad y,
finalmente, amor tan grande de su esposa, que por amor suyo derramó su sangre, para
hermosear con ella a su esposa, que estaba fea, y murió en la cruz para le dar la vida,
porque estaba muerta… ¿Veis aquí la vida de vuestro Esposo y el amor que os tiene?
Pues semejable ha de ser a esto, señoras, vuestra vida: lloros, pobreza, humildad,
menosprecio, obediencia, y cuanto más de esto tuvierais, más semejable seréis a
vuestro Esposo y asimismo más queridas suyas, porque sois a él más semejantes, y lo
habéis de amar tanto que derraméis por Él la sangre, si menester fuere, y pongáis la
vida por lo que a su honra toca‖(Plática 15, 8-9).
Como la mayor prueba de este amor de Jesucristo es su entrega en la cruz, comenta
San Juan de Ávila que imprimir en nosotros la vida y el amor de Jesucristo es
imprimir en nosotros el sello de la cruz. Por eso, este proceso de derretirse ante la
llamada y presencia del Amado debe de culminar en la impresión en nosotros de la
cruz del Señor. Esto es lo que ha ocurrido en San Francisco de Asís. Veamos cómo
describe San Juan de Ávila el nuevo ser en Cristo de San Francisco de Asís en el
sermón 78 correspondiente al día de su fiesta:
―Díjole, pues, Jesucristo: «Deja eso, Francisco, y sígueme». Dice la historia que se
le derritió el alma. Anima mea liquefacta est. Derretido, enternecido, se me ha el
ánima (Cant 5,6) a las palabras de mi Señor. Como si imprimís un sello sobre cera
dura, no señala ni queda rastro; pero cuando está derretida y blanda la cera, imprímese
mucho allí el sello. Pues ésa es la señal si sois escogidos: si os derretís, cuando Dios
os llama; si os paráis muy tierno al llamamiento de Dios. Que no aprovecha sentir que
Dios os llama, si no hay más de eso y se queda aún vuestra ánima dura. El
llamamiento que no es de escogidos daos a sentir vuestra miseria, pero aun os quedáis
en ella; mas si os derretís a las voces de Dios, si decís: «¡Oh triste de mí!, ¿qué ha de
ser de mí?, ¿qué hago?, ¿en qué gasto mi vida?, ¿qué engaño es este de tener aquí mi
descanso en cosa tan perecedera?; quiero dejar cosa tan engañosa; mañana me moriré,
acá se ha de quedar todo», el llamamiento de los amigos es. Ignitum eloquium tuum,
Domine, vehementer. Cosa de fuego es tu palabra, Señor (cf. Sal 118,140). Todo lo
quema, todo lo derrite tu llamamiento.
Se le quedó tan impresa la cruz a San Francisco en las entrañas; quedó tan derretido,
tan blando el corazón, que es para espantar. Pero qué bien se cumplió en él: Pone me
ut signaculum super cor tuum, et ut signaculum super brachium tuum; quia fortisest
107
ut mors dilectio. Ponme como sello sobre tu corazón, ámame, acuérdate de mí,
imprímeme en tus entrañas; transfórmate en mí por amor; y ponme también como
sello sobre tu brazo, por las obras, porque fuerte es el amor así como la muerte (cf.
Cant 8,6)‖(Sermón 78, 24-25).
Como el amor de Cristo, demostrado con su muerte por nosotros, es más fuerte que
la misma muerte, el que lleva impreso la cruz y el amor del Señor, ya no vive sino
para el Señor, por lo que su vida es un morir para Él. Este es el sentido de la
existencia vivida por Pablo, una vez que vive por su amado Jesucristo: ―No se queja
San Pablo, porque ve a su Amado ir adelante sufriendo más duras [cosas] que le
pueden espantar. Dice Pablo: Aparejado estoy no sólo para ser preso, mas para morir
por mi amado Jesucristo (Hch 21,13). ¿Qué es eso, Paulo? ¿Y quién os hizo cordero,
perseguidor de las ovejas de Cristo y amparador de ellas? ¿Quién os hizo a vos, que
buscabas para matar, andar a buscar quien os mate? ¿Quién lo había de hacer sino los
amores de Jesucristo, que son más fuertes que la muerte, que son más dulces que la
humana dulzura, si dulzura se puede decir lo que Dios no es?‖(Carta 201, 130-138).
A esta vida de unión e identificación con Cristo crucificado llegan a ser no sólo una
cosa con Él, como marido y mujer, sino un espíritu con Él, de manera que con el
Apóstol puedan decir: Soy crucificado en la cruz de Cristo y vivo yo e ya no yo, mas
vive en mí Cristo (Gál 2,19-20).
Esta unión con Cristo crucificado está en la raíz de los consejos de San Juan de
Ávila sobre la ayuda que supone orar con el Señor trayendo a nuestra vista, corporal y
también espiritual, la misma pasión de Cristo. Para lo cual nos dice que no es que
tengamos que ir con nuestros pensamientos a Jerusalén, sino en traerle aquí presente
al Señor crucificado, poniendo nuestros ojos en Él (cf. Audi, filia, 73-75). Así, a los
pies del mismo Señor, es como podemos tener esa ―muy estrecha y familiar
comunicación‖ (Audi, filia, 70) con Él mismo, que es en lo que consiste la oración
cristiana.
2.2. Relación con Jesucristo como Cabeza y cuerpo
Aunque la simbología esponsal ha servido a San Juan de Ávila para comunicar más
expresiva y detalladamente la unión e intimidad del cristiano con Cristo, ésta no logra
decir toda la profundidad de la unión. Y es que el amor de Dios hacia nosotros ha sido
108
tan grande, que excediendo mucho más de lo que podíamos imaginar, y por eso no
llegamos a entender tanto amor, ha hecho que no solamente seamos amigos, hijos o
esposas de Cristo, sino que seamos parte de su mismo cuerpo (cf. PDV 21).
―Señor, ¿participan como criados, como parientes, como hijos o como esposa? A ser
así, mucho es… No se ha contentado tu misericordia con que gocemos de tu Hijo
como parientes, criados, hermanos, hijos y esposa, que todo esto nos ha concedido;
mas, sobrepujando unas misericordias con otras mayores, nos ha levantado a tanta
dignidad, que seamos hechos cuerpo de Él, una misma persona con Él y que el bien
que Él influye lo influya en sus miembros y, para decirlo en una palabra, lo influya en
sí mismo, pues cabeza y cuerpo una misma persona son‖ (Sermón 55, 13).
―En una parte dice, hablando de Cristo: Él es cabeza del cuerpo de la Iglesia (Col
1,18); y en otra parte, que Dios Padre dio a Jesucristo nuestro Señor por cabeza de
toda la Iglesia (Ef 1,22); y en otras partes usa de esta misma metáfora, como cosa en
que hallaba particular gusto, y que entendía ser conveniente para nuestra consolación,
porque declara muy al propio este gran beneficio de la unión de Cristo y nosotros‖
(Sermón 52, 2).
Del mismo modo que ocurre entre la cabeza y el cuerpo, nosotros, que somos
hechos cuerpo de Cristo, estamos tan unidos a Él, que es la cabeza, que llegamos a ser
una persona, poniéndonos su mismo nombre, de manera que ―Él y nosotros somos
llamados un Cristo‖ (Audi, filia, 84, 8). Todos formamos, por tanto, parte del Cuerpo
místico de Cristo y somos una persona mística con Él; de manera que hemos sido
levantados a ―ser una persona y un Cristo místico con Él‖ (Sermón 53, 19). Y esta
unión no sólo se predica de toda la Iglesia en general, sino también de cada uno de los
cristianos, pues, ―el cual nombre (Cristo) tan lleno de soberana honra, no sólo
compete a todos los miembros vivos de la Iglesia católica, mas aun a cada miembro
por sí‖ (Sermón 53, 16).
Esta unión total con Cristo, explica San Juan de Ávila, era necesaria para poder
recibir en nosotros los beneficios de Dios. Ya que no sólo somos salvos por Cristo,
sino en Cristo, pues la gloria del cielo y el Espíritu se han prometido a sólo Jesucristo.
Dios ha querido que estos bienes lleguen a nosotros no sólo por ser hijos adoptivos o
hermanos o esposas de Cristo, sino que su amor ha sido tan grande que ha querido
darnos todos los bienes del Hijo al estar unidos con Él y ser uno en Él, pues ya no nos
ve como algo diferente al Hijo sino como uno en Él, ―de manera que el amar a Él, será
amar a ellos, y amar a ellos, será amar a Él, por ser uno ellos y Él‖ (Sermón 53, 33).
109
Ante tanto amor de Dios hacia nosotros no nos queda sino alabarlo, aunque no hay
palabras para expresar nuestro agradecimiento por tanto don; pues participamos en
Cristo y de Cristo no sólo como criados, parientes, hijos o esposa, sino que nos ha
unido tanto a su Hijo que nos ha hecho uno con Él, de manera que llevemos su mismo
nombre.
―¡Oh soberano Señor! ¿Qué es esto que oyen nuestras orejas? Si David, metido en la
consideración de lo mucho que Dios puede, atónito y espantado, dice: ¿Quién hablará
los poderíos de Dios y dará a entender sus alabanzas? (cf. Sal 105,2); si estuviera en
nuestra fiesta y le metieran con la Esposa, en la bodega del inefable amor con que
Dios nos ama (cf. Cant 1,3), cuánto más saliera de sí, y, bailando con su ánima,
exclamara diciendo: «¿Quién hablará la caridad de Dios con los hombres y dará a
entender las alabanzas que por ella le son debidas?» ¿Quién podrá hablar como es
razón de esta honra que Dios da a los suyos que bien lo reciben, juntándonos consigo
y poniéndoles su nombre?‖ (Sermón 53, 17).
2.3. Relación con Jesucristo como Vid y sarmientos
Al igual que la cepa sustenta y da vida al sarmiento, comunicando su jugo, así es
Jesucristo para nosotros. Él nos da el ser, nos sustenta y nos da su fuerza haciendo que
participemos de todos sus bienes.
Esta inserción como sarmientos en la vid se realiza de una manera especial al recibir
al mismo Jesucristo en la Eucaristía:
El Santo Maestro compara con frecuencia los beneficios que hemos recibido estando
unidos con Cristo con aquellos que perdimos con nuestra antigua cabeza, Adán.
Ahora, no sólo recuperamos los perdidos, sino que por esta inefable unión con Cristo,
nos ha hecho parte de su cuerpo místico. De esta forma, nos han venido bienes que
jamás pudiéramos haber soñado, pues el Padre, nos ve y nos ama no ya como a hijos
adoptivos suyos sino mucho más, como a su mismo Hijo Jesucristo, ya que al ser
nosotros parte de su cuerpo, nos ve, nos mira y nos ama como una misma cosa en Él.
Lo cual constituye el punto álgido de lo que en teología pueda ser dicho sobre nuestra
unión con Cristo.
110
2.4. Estar revestidos del espíritu de Cristo: Imitación y seguimiento
―Quien dice que está en Cristo ha de andar como anduvo Cristo… Si os preciáis de
ser cristiano y de tener a Cristo por cabeza y ser miembro suyo, obre en vuestro
corazón su vida, pues vuestro hermano mayor de esta manera vivió. Pues tales obras
hizo, imprima en mí su vida, pues es mi hermano. Ved aquí una señal para saber si
somos suyos: si hace impresión en mí: «Cristo hizo esto». Hazlo tú‖(Lecciones sobre
1 San Juan [I], 8, 165-316)
San Juan de Ávila explica que el imprimir en nosotros la vida de Cristo, el hacer lo
que Cristo hacía no consiste en una mera repetición externa de su manera de vestir,
comer, andar, etc. —a no ser que se esté especialmente llamado a ello, como es el
caso de los predicadores, a los que sí se les ha llamado a vivir la radicalidad
evangélica (cf. PDV 27)—, sino que hay que imitarlo sobre todo ―en el corazón y en
el interior‖(Lecciones sobre 1 San Juan [I], 8, 343-344). Es decir, teniendo las
actitudes que tuvo Cristo. Si bien esto lleva consigo un tipo de vida, también externo,
en que se visibiliza exteriormente que nos vamos conformando a la imagen del Hijo.
Por eso, el imprimir en nosotros la vida de Cristo tiene que tener también una
manifestación exterior:
―Si estuviese aquí un cristiano y aquí uno que no lo es, ha de haber tanta diferencia
del cristiano al no cristiano, que todos lo conozcan en el traje, en las hablas y meneos
y en todo lo demás. Tenga freno en lo interior, que es en los vicios interiores, y en lo
de fuera. De manera que, para que nos formase Dios interior y exteriormente, fue
necesario que enviase a su Hijo para que, con su ejemplo e imitación, alcanzásemos la
gloria. Envíanoslo acá, para que nos enseñe por amor de nuestro Señor que
aprendamos de Él, pues para eso nos lo envió el Padre eterno. Los que predestinó,
conformes fieri imagini Filii sui, pareciéndonos aquí‖(Lecciones sobre 1 San Juan [I],
8, 347-356).
A esta transformación, interior y exterior, que se opera en nosotros al estar unidos a
Cristo, de manera que estamos ya tan trasladados en Él que actuamos como Él actúa,
es lo que indica San Juan de Ávila que se refiere también Pablo cuando afirma que
―ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí‖ (Gál 2,20). ). Por eso, pone San Juan de
Ávila en boca de Pablo: ―Estoy como la sombra con el cuerpo, que, dondequiera que
111
va el cuerpo, va allá la sombra‖ (Sermón 49, 8). Por eso, para San Juan de Ávila
cristiano significa ante todo ser seguidor e imitador de Jesucristo, porque ―cristiano
quiere decir hombre que sigue el rastro y pisadas de Cristo‖(Lecciones sobre 1 San
Juan [II], 2ª).
El Santo Maestro ha especificado en qué consiste el seguimiento e imitación de
Cristo. Ante todo, hace referencia al hecho de que el cristiano debe de tomar la cruz y
desear imitar a Cristo crucificado. Así, el cristiano no busca honras, riquezas y
deleites, como hacen los mundanos, sino que tiene el ―entrañable deseo de poner al
Crucificado por sello en el corazón y en el brazo (cf. Cant 8,6)‖ (Audi, filia, 76, 5); y
esto de tal manera que en la cruz encuentra gozo y deleite: ―Tal es la alteza de la vida
cristiana: y así muda Cristo las cosas desde la cruz que lo amargo y despreciado hace
dulce y honroso, y pone asco de gustar de aquello sobre que los mundanos se matan‖
(Audi, filia, 76, 5).
San Juan de Ávila ha desarrollado en qué consiste esta imitación de Cristo
crucificado utilizando especialmente el simbolismo del cristiano como oveja que sigue
a Cristo, así como al aludir al traje de bodas necesario para entrar al banquete del
Reino.
Al mismo tiempo, al hacer referencia al vestido de bodas nos dirá que esta vestidura
consiste en ―estar vestido de la imitación de Jesucristo‖ (Sermón 24, 24). La cual no
es solamente una imitación exterior, sino el llegar a estar revestido del espíritu de
Jesucristo. Y si esto es válido para todos los cristianos, cuánto más para los que son
re-presentación suya en la tierra como es el caso de los obispos y sacerdotes.
3. PISTAS PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Vivo unido a Cristo como hermano mayor, hijos de un mismo Padre, con una
misma herencia?
2. ¿En mi vida sacerdotal me desprendo libre y generosamente de todo cuanto me
separa del amor esponsal con Cristo?
112
3. ¿Estoy dispuesto a consumar mi desposorio con Cristo compartiendo con Él su
cruz y dando mi vida día a día por su esposa que es la Iglesia, por cada uno de los
cristianos y por toda la humanidad?
4. ¿Cómo puedo calificar hoy mi grado de seguimiento de Cristo? ¿En qué cosas lo
sigo más en qué tengo que avanzar?
5. ¿Se refleja en mi vida los sentimientos de Cristo: paciencia, caridad, paz,
mansedumbre, obediencia, pobreza, castidad, oración, misericordia, amor por el
Reino…?
6. ¿Soy consciente de que en la medida que estoy verdaderamente unido a Cristo
soy el mismo Cristo con Él? ¿Por mi forma de vivir y actuar pueden los otros percibir
con nitidez mi identificación con Cristo?
113
RETIRO 8.
EL CONOCIMIENTO DE DIOS
En este día de oración queremos de la mano de San Juan de Ávila darle gracias a
Dios porque al salir a nuestro encuentro con su amor nos permite conocerlo y, por
tanto, amarlo. Dios se nos ha dado plenamente en la persona de su Hijo Jesús, donde
hemos conocido, es decir, experimentado, el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu;
pero también descubrimos señales de su amor en la creación del mundo, y sobre todo
en la creación de nuestro ser: somos al ser amados por Dios. Y nuestro destino es
subirnos con Él para participar de su amor eternamente en la mesa de la amistad entre
el Padre, el Hijo y el Espíritu al hacernos hijos en el Hijo.
1. DIOS ES AMOR COMUNICATIVO: SE NOS DA
Para San Juan de Ávila Dios no sólo es amor en sí mismo, sino también hacia fuera,
ad extra. El Santo Maestro nos indica que conoce la concepción del amor del Pseudo-
Dionisio, para el cual la primera condición del amor es salir de sí: ―el amor tiene dos
virtudes: una que hace salir de sí y ponerlo en el amado, y otra que es unir consigo al
que ama‖(Sermón 50, 4).
Dios se comunica, es decir, se da a toda la creación y, especialmente, a todos y a
cada uno de los hombres. Por eso aconseja en la carta 90 que si no se alcanza la
bondad de Dios en sí mismo se descubra esta bondad interna de Dios a través de la
bondad que tiene para con nosotros.
1.1. Dios se nos da
Para el Santo Maestro la plenitud de todo amor no es sólo dar dones y beneficios,
pues todavía quedaría algo más por dar, algo más profundo, que es la propia persona.
Por eso ha observado la diferencia que hay entre dar y dar a sí mismo, que es la
verdadera medida del amor. Y esto es lo que Dios ha hecho con nosotros.
114
Dios nos da muchos bienes, pero no tienen comparación con otro, que es darnos su
corazón, es decir, a sí mismo:
―¿Qué será tener el hombre a Dios preso con el amor? Si es gran riqueza no tener
corazón, por dárselo a Dios, ¿qué será tener por nuestro el corazón de Dios, el cual da
Él a quien da su amor, y tras el corazón da a todo sí? Porque de quien es nuestro
corazón, de aquél somos sin duda. Grande y muchos son los bienes que la infinita y
divina bondad da a los hombres; mas como no haciendo caso de todos ellos, en
comparación de éste. Dice Job: Señor, ¿qué cosa es el hombre, porque lo engrandeces
y pones en él tu corazón? (Job 7,17). Dando a entender que, pues, por dar Dios el
corazón, se da Él, tanta diferencia va de dar su corazón por amor a dar otras dádivas,
cuanto va de Dios a criaturas. Y, si por las otras dádivas debemos gracias, la principal
causa es porque nos las da con amor; y si en ellas nos debemos gozar, mucho más por
hallar gracia y amor en los altísimos ojos de Dios‖(Audi, filia, 103, 1).
Como señales de la autodonación de Dios ad extra, aparecen otras como son:
nuestro ser y existir, para lo que será necesario el ejercicio del propio conocimiento, y,
a continuación, la obra creadora.
San Juan de Ávila explica cómo tienen que ser leídas estas señales según San Juan
de Ávila:
―Este beneficio [Cristo entregado] con los demás son señales que Dios nos tiene y
como centellas que salen afuera de aquel abrasado fuego de amor. ¿Qué tanto debe ser
mayor aquel fuego escondido, pues las centellas que saltan de Él son tan grandes? ¡Oh
amor grande, oh amor gracioso, digno de ser gratificado con amor! Danos, Señor, a
sentir con todos los santos la alteza y profundidad, la grandeza y largueza de este
amor (cf. Ef 3,18), porque por todas partes sea nuestro corazón conquistado y herido
de este amor‖ (Tratado del amor de Dios, 3, 60-67).
¿Por qué la insistencia de San Juan de Ávila en dejar claro que el amor de Dios se
trata no de dar algo sino de darse? En primer lugar, porque éste es el auténtico
contenido del mensaje cristiano, pues es un Dios personal que se da, un Dios que
115
quiere entablar una relación personal y amorosa con el hombre. Y en segundo lugar,
porque en la escolástica se ha perdido de vista esta concepción del amor de Dios como
autoentrega de personas, y se ha cosificado.En el tiempo de San Juan de Ávila, para
referirse al amor de Dios se habla de la gracia, pero, ¿qué concepto se tiene de la
gracia?; se nos dirá que la gracia es, ante todo, un don que Dios nos da, es algo que
Dios da, ya que al recibir el amor de Dios hemos sido hechos criaturas nuevas, y si
somos nuevos es por ese algo nuevo que se nos ha dado, su amor, que ahora está en
nosotros. Pero San Juan de Ávila se ha dado cuenta de que la nueva realidad del
hombre nuevo no se debe tanto a algo que se nos ha dado, sino a ese Alguien que se
nos ha dado, y que se nos está dando continuamente.
Veamos ahora estas señales de la autoentrega de Dios ad extra.
―Y si todavía eres incrédulo a este amor, mira todos los beneficios que Dios te tiene
hechos, porque todos ellos son prendas y testimonios de amor. Echa la cuenta de todos
ellos cuántos son, y hallarás que todo cuanto hay en el cielo y en la tierra, y todos
cuantos huesos y sentidos hay en tu cuerpo, y todas cuantas horas y momentos vives
en la vida, todos son beneficios del Señor. Mira también cuántas buenas inspiraciones
has recibido y cuántos bienes en esta vida has tenido; de cuántos peligros en esta vida
te ha librado, en cuántas enfermedades y desastres pudieras haber caído si Él no te
hubiera librado, que todas éstas son señales y muestras de amor. Hasta los mismos
azotes y tribulaciones que envía son argumento de amor, porque son muestras de
padre, que castiga todo hijo que recibe (Heb 12,6) para enmendarlo, despertarlo, y
purgarlo, y para conservarlo en todo bien. Y, finalmente, pon los ojos en todo este
mundo, que para ti se hizo todo por sólo amor, y todo él y todas cuantas cosas hay en
él significan amor, y predican amor, y te mandan amor‖(Tratado del amor de Dios, 2,
36-52).
1.2. Dios, al amarnos, nos da el ser
Para el Santo Maestro, hasta incluso la creación es mirada en clave antropológica,
pues nos dice: ―para ti se hizo todo por sólo amor‖(Tratado del amor de Dios, 2, 50).
116
De esta manera, después de enmarcar el cuadro en el que se dan estas señales:
―Todo cuanto hay en el cielo y en la tierra‖(Tratado del amor de Dios, 2, 44-45), es
decir, en una mirada ad extra de Dios, comienza a describir el ser y el existir del
hombre para ver en uno mismo la huella del amor de Dios: los sentidos y huesos del
cuerpo, todas las horas y momentos de la vida, las buenas inspiraciones y los bienes
que se han tenido; y también, y esto es muy utilizado por San Juan de Ávila, los
peligros, enfermedades y desastres en que ―pudieras haber caído si Él no te hubiera
librado‖(Tratado del amor de Dios, 2, 46-47). Al igual que es muy propio del Santo
Maestro hacernos caer en la cuenta de que hasta ―los mismos azotes y tribulaciones
que envía son argumento de amor‖(Tratado del amor de Dios, 2, 47-48),ya que éstos
no han de ser vistos como venganzas de Dios, sino como muestras del amor de un
padre que, porque ama a sus hijos, cuida de ellos, y los castiga para enmendarlos,
despertarlos, purgarlos y para conservarlos en todo bien.
Pero, ¿cómo hacer esta mirada a nuestro ser y existir, y, también al resto de la
creación, para ver en ellos al mismo Dios que se nos da?
Se nos propone un camino de profundización hasta llegar al mismo principio y
fundamento de todo nuestro ser, que es Dios, que se nos está dando: el camino de
entrar en nosotros mismos.
1.2.1. Entrar en nosotros mismos
―Miraos a vos‖ (Audi, filia, 64, 2) ―mirad vuestro ser‖ (Ibidem), ―entrad dentro de
vos misma‖ (Ibid., 64, 3), en el camino hacia el centro, y al encontrarse con su nada,
se encuentra con su todo, que es Dios. Sólo entrando en nosotros mismos es como
podemos encontrar verdaderamente a Dios. Al mirarnos con los ojos de la fe, que es
con el ojo que hay que hacer este camino, descubriremos que lo positivo que hay en
nosotros proviene de Dios, pues a Él se lo debemos; y al descubrir lo negativo,
nuestro pecado, nos daremos cuenta del amor misericordioso de Dios, que no sólo nos
perdona, sino que, para hacerlo, nos ha dado a su Hijo en muerte de cruz. En esta
mirada a nosotros mismos, si lo hacemos con la mirada de la fe, descubriremos en
definitiva a Dios, que es amor.
1.2.2. Del no ser al ser, por el amor de Dios
117
La primera consideración que San Juan de Ávila establece en este camino al
interior para el encuentro con nosotros mismos, y por tanto para el encuentro con
Dios, es mirar cómo hemos surgido de la nada; para lo cual nos propone pensar, en un
primer paso, quién éramos cuando no éramos nada, y cómo hemos venido a ser.
1.2.3. Es todo el hombre el que busca su ser
El camino hacia el interior no se hace sólo a base de ―pensar‖ y de ―considerar‖,
sino también de ―sentir‖, de ―ver‖, y de ―palpar‖. Es decir, es un camino de todo el
hombre, no un mero sicologismo, el que San Juan de Ávila nos propone, ya que entran
en juego todas las potencias del alma: memoria —―quién eras‖27
—, entendimiento —
―pensar quién eras‖28
— y voluntad —―habéis de pensar… Estaos un buen rato… [...]
Miraos‖29
—. Así pues, es el hombre entero el que busca su ser con todo su ser, con
todo lo que él es.
1.2.4. Vivenciación del no ser
Como todo el hombre es el que busca su ser, y el origen de su ser,hay que ponerse
en la situación vivencial en el punto en el que no éramos nada.
―Habéis de pensar quién eras antes que Dios os criase, y hallaréis ser un abismo de
nada, y privación de todos los bienes. Estaos un buen rato sintiendo este no ser, hasta
que veáis y palpéis vuestra nada y no ser‖ (Audi, filia, 64, 2).
1.2.5. Nuestro ser: un don de Dios
Para San Juan de Ávila, el que el hombre descubra que es nada, en cuanto al ser y
los bienes que tiene, es condición necesaria para poder afirmar, y esto es lo que le
27
Audi, filia, 64,2. 28
Ibidem. 29 Ibidem.
118
interesa, quesomos dádiva, don, merced de Dios.Que ya nuestro ser, el hecho de
comenzar a existir se debe al amor de Dios. Todo el ejercicio anterior de vivenciar
nuestra nada tenía este único objetivo. Nosotros no hemos podido salir del no ser y la
nada por nosotros mismos; somos, por tanto, hechura de Dios.
1.2.6. El hombre es al ser amado por Dios
Para San Juan de Ávila, los hombres, y todos los seres, existen al ser amados por
Dios. No nos crea para amarnos, sino que al amarnos, nos crea. El ser de Dios, como
vimos, y se nos recuerda de nuevo, es amor: ―Dice San Juan: Deus, caritas est. Y el
griego dice hoc: est dilectio. Dios es amor. ¿Pues quién podrá dejar de amar al que
esencialmente es amor?‖ (Plática 16, 9), y por esto, ―si Dios dejase de amar, dejaría
de ser Dios‖(Lecciones sobre 1 San Juan [I], 17, 201). Por lo tanto, en Dios, ser y
amor, ser y bondad se identifican: ―Ese mismo amor de Dios, es Dios‖ (Ibid., 17,
200).
Por consiguiente, el amor de Dios no es un añadido a Dios, no es algo creado por
Dios, sino el mismo Dios dándose.
Sólo Dios es bueno, sólo Dios es amor, pero ha hecho partícipes de esa bondad, de
ese amor, a todas las cosas que ha creado. ―No hay bueno de sí mismo si no es
Dios‖(Lecciones sobre 1 San Juan [I], 17, 155-156).
Dios está tan dentro de nosotros porque constituye nuestro centro. No es ya sólo que
Dios está en el centro, sino que es el centro mismo de nuestro ser.
1.3. Dios se nos da en su obra creadora
Es necesario poner nuestros ojos en todo este mundo, porque todo es una
muestra de su amor, es decir, del mismo Dios que se nos da: ―Para ti se hizo todo por
sólo amor‖ (Tratado del amor de Dios, 2, 50).
119
Con esta mirada de fe, todas las cosas son un espejo que nos reflejan al mismo Dios.
―Y como habéis entendido, por lo que en vos pasa, cómo Dios es el que os ha dado
el ser y el obrar, así en todas las criaturas entended lo mismo. Y considerando en todas
a Dios, os será todo un espejo luciente, que os represente al Criador; y así podrá andar
vuestra ánima unida con Dios, y en sus alabanzas devota, si vos en las criaturas otra
cosa, sino a Dios, no buscáis‖(Audi, filia, 64, 5).
Todo, absolutamente todo en el universo, está puesto para el hombre y su servicio.
Al hacer tanto hincapié en esto, San Juan de Ávila, nos está demostrando que el
hombre es el punto culminante de toda la creación, aunque nunca el dueño absoluto de
ella.
1.3.1. Toda la creación al servicio del hombre
Todo ha sido creado para nuestro servicio. El Santo Maestro parte de la concepción
de San Agustín de que las cosas son señas de la bondad de Dios, pero avanza mucho
más que él. Nos dice que las cosas y seres de este mundo son testigos de Dios, y no
sólo eso, sino que se convierten en un envoltorio en donde nos encontramos con el
mismo Dios, con sus mismas entrañas. La obra creadora se convierte así en señal y
testigo de Dios.
―Dos cosas nos da a entender Dios con sus dones: una, que son señales de sus
perfecciones, y otra, del amor que nos tiene; porque quien algo nos da, señal es que
nos ama‖(Plática 16, 10).
Para el Santo Maestro las cosas no son sólo señas, o testigos de Dios y de su amor,
sino que en ellas nos encontramos con el mismo Dios y con sus entrañas de amor. Y
es que para San Juan de Ávila todas las cosas han sido creadas por su amor hacia
nosotros, por eso en todas está el mismo Dios dándosenos.
―Todo lo que tenemos son presentes que nos envía Dios, y el plato en que nos lo
envía es el amor; pues tomad el presente y volvedle el plato, que es el amor, que en
120
ninguna cosa quiere que le paguemos en la misma moneda si no es en ésta; y pues nos
da amor, paguémosle con amor‖(Plática 16, 10).
Y el verdadero amor, como nos dijo, no es dar, sino darse.
San Juan de Ávila quiere explicarnos por qué nos encontramos con el mismo amor
de Dios, tanto si miramos a nosotros mismos como si miramos a las criaturas; por qué
llegamos al mismo Dios tanto si escogemos un camino como otro, y no un Dios si
miramos al hombre, y otro Dios si miramos a su obra creadora.
El Maestro Ávila nos describe cuáles son las señales, los bienes que han recibido las
criaturas, y que demuestran, de parte de las cosas dadas, ese plus de amor de Dios,
hasta llegar al punto más alto en la obra creadora, hacer al hombre y, además, hacerlo
su hijo. Y así nos dice:
―Quiere Dios bien a las piedras; y más a las plantas, que les dio vida; y más a los
animales, que les dio sentido; y más a los hombres, que les dio razón y libre albedrío y
poder para poder contactar con Dios. Conforme a la manera que Dios hace bien, ama.
Ese mismo amor de Dios, es Dios… ¡Mirad qué amor nos dio el Padre, que seamos
llamados hijos de Dios y lo seamos; que nos hizo hijos de Dios! Mayor bien es ese
que si nos hiciera ángeles y arcángeles‖(Lecciones sobre 1 San Juan [I], 17, 196-222).
Nos dice San Juan de Ávila que el hombre había sido creado por Dios por amor, y
que este amor, superior al resto del que ha tenido con las criaturas, se veía en los
beneficios que nos había concedido al crearnos: la razón, el libre albedrío y el poder
contactar con Dios. Esto es lo que nos diferencia del resto de la creación.
Él mismo, el Señor, quiere que el hombre tenga un trato con Él en el amor y la
confianza, para lo cual no solamente le ha dado al crearle la capacidad de poder tratar
con Él, sino que, aunque sea indigno de recibirlo, le da continuamente lumbre para ir
consiguiéndolo poco a poco, y así, con su ayuda, llegar al destino para el que fue
criado: la eterna bienaventuranza.
121
2. NUESTRA PLENITUD: DIOSES POR PARTICIPACIÓN EN LA FILIACIÓN DEL HIJO
Como hemos visto, el objetivo de la creación era el hombre. Por amor a él se
hizo todo.
―Para ti se hizo todo por sólo amor, y todo él [el mundo] y todas cuantas cosas hay
en él significan amor, y predican amor, y te mandan amor‖ (Tratado del amor de
Dios, 2, 50-52).
Pero ese hombre ya había sido querido y pensado como hijo antes de la creación.
Por eso se hacía necesario poner en marcha la obra de la creación para comenzar a
hacer la casa para el hijo.
2.1. “Quiero poner casa a mi hijo”: el hombre
En la mente de Dios no crea y luego pone al hombre, sino que ama al hombre, y
porque lo ama lo va a crear; y para ello lo primero que hace es ponerle la casa. Pero
este hombre es pensado y querido desde el principio como hijo.
―Ya sabéis que nuestro Señor nos quiere bien. Muy antiguo es el amor: al amigo
viejo no le hemos de desechar. Ya sabéis cómo cuanto crió nuestro Señor Dios, todo
fue para nosotros y para nuestro servicio y provecho. Crió el cielo y la tierra, el sol y
la luna, el mar y todo cuanto en ellos se mueve, estrellas, árboles, peces, animales,
Señor, Dios mío, ¿para qué? Todo para servicio y regalo del hombre: «Quiero poner
casa a mi hijo». Estaba todo lo dicho criado; estaba como vacía la casa. Crió al
hombre…‖(Sermón 32, 4).
Así, todas las cosas y seres de la creación son en realidad el ajuar de la casa que el
padre prepara para el hijo con gran esmero.
122
2.2. Nos creó para la eterna bienaventuranza: participar de la naturaleza
divina
―Crió Dios el hombre, ¿para qué, si pensáis? Para que amase a Dios, y amándole le
poseyese, y poseyéndole le gozase, y gozándole fuese bienaventurado. Fueron criados
para ir a la bienaventuranza y alcanzar aquello para que fue criado, si quisiera guardar
los medios que tenía Dios ordenados‖ (Sermón 29, 5).
¿Pero qué es bienaventurados? San Juan de Ávila nos dirá que es llegar a hacernos
―consortes por gracia y por gloria de la naturaleza divina‖ (Sermón 29, 5).
¿En qué consiste este llegar por gracia y por gloria a ser consortes de la naturaleza
divina, es decir, a lo que San Juan de Ávila nos ha presentado como la plenitud de lo
humano? El Santo Maestro nos dirá que llegando a vivir plenamente nuestra filiación
en el Hijo Jesucristo.
2.3. El Padre nos predestinó a ser hijos en el Hijo
San Juan de Ávila, el hombre, el hijo, existía en la mente de Dios antes que nada
fuese creado. También nos presentaba cómo la última finalidad de la creación de este
hijo era el hacerle participar de su naturaleza divina. Pero, en realidad, nos dirá que lo
que Dios estaba haciendo era predestinar al hombre a participar en la filiación de su
Hijo Jesucristo.
Dios tenía pensado desde siempre hacernos hijos según su Hijo; no según el Verbo
Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad antes de encarnarse, sino
según su Hijo Jesucristo, el Verbo ya encarnado.
Para San Juan de Ávila, el objetivo de la encarnación de Cristo no se debe
fundamentalmente a la reparación del pecado en el que el hombre ha caído desde
Adán, sino que estaba ya proyectada en el designio eterno de Dios; y su objetivo,
desde la eternidad, era hacernos hijos según su Hijo Jesucristo.
123
Aunque los hombres, en el tiempo, han sido creados antes de la encarnación del
Hijo de Dios, y, por tanto, se podría pensar que es Cristo el que se ha encarnado según
la imagen de los hombres, en realidad lo que ha ocurrido es lo contrario; son los
hombres los que han sido creados según la imagen del Hijo Hombre Dios.
2.4. Hijos adoptivos en el Hijo natural, Jesucristo
No hay que entender que el Padre comunique sus bienes a los hijos adoptivos como
a ―cosas distintas [de su Hijo natural], sino como a Él‖ (Sermón 34, 26).
Él es la cabeza y nosotros los miembros de su unigénito Hijo: ―Como el Padre ama
los miembros de su unigénito Hijo, ámalos en gran manera, porque ama sobre toda
manera a Jesucristo, cabeza de ellos‖ (Sermón 34, 26). De tal forma esto es así que el
Padre cuando mira a su Hijo y a nosotros, no nos mira como a dos cosas distintas sino
hechos uno con su Hijo:
―Este es el Señor, por el cual el Padre nos mira con agraciados ojos, por vernos
hechos miembros de Aquel de quien el Padre mismo dio testimonio diciendo: Este es
mi Hijo muy amado, en el cual yo me he agradado‖ (Sermón 34, 27).
Por lo tanto, como hijos en el Hijo, compartiremos la herencia del Hijo, y esto
estaba previsto desde el principio. Por eso dice el Santo Maestro: ―Esforcemos a
caminar para allí, para a donde fuimos criados‖ (Carta 37, 85). La misión de los
sacerdotes será precisamente la de ayudar a todos a colocarlos allí, porque para eso,
desde el principio, los escogió Dios a los hombres y los amó.
¿Cómo es que si San Juan de Ávila afirma, por un lado, que en el Bautismo se nos
hace hijos de Dios y se nos da su gracia, que es participación de la divina naturaleza y,
por otro, que ya Adán, como vimos, fue creado hijo adoptivo de Dios? Así nos dice:
―Creéis un beneficio que os dio cuando os bautizaron y hicieron cristiano [...] donde
os hizo amigo e hijo… Allí os dio su gracia, que es participación de su divina
naturaleza‖(Dialogus inter confessarium et paenitentem, 7).
124
El mismo San Juan de Ávila nos da la respuesta precisamente al comentar que
Cristo es nuestra Cabeza, al ser cabeza le corresponde el primer lugar de todo el
cuerpo. San Juan de Ávila especifica que Cristo es Cabeza en cuanto a la gracia, de
manera que se da la gracia a los que han existido antes de su encarnación, en virtud de
Él.
ParaSan Juan de Ávila la eterna bienaventuranza, que es hacernos consortes con la
naturaleza divina, consistirá en llegar a ser semejables a la imagen de su Hijo. A ello
estábamos destinados desde la creación del mundo.
2.5. Dios nos dio el deseo de subir hasta Él
De esta manera nos describe San Juan de Ávila la vida de la gloria:
―La bienaventuranza de la gloria… es hacer al hombre divino, deificada su ánima y
haciéndola participante de las costumbres y naturaleza divina‖ (Meditación del
beneficio que nos hizo el Señor en el sacramento de la Eucaristía).
Pues bien, este llegar a ser ―dioses por participación‖ (Sermón 56, 18), no es algo
ajeno a nuestra persona, pues el mismo Dios es el que por amor ha puesto en nosotros
el deseo de subir hastaÉl. Al poner este deseo, se asegura Dios que queramos el bien
que Él ha preparado para nosotros, que es Él mismo, pues en ello nos va toda nuestra
felicidad y toda nuestra vida, ya que sólo hay dos posibilidades: o nos realizamos
plenamente subiendo hasta Dios, en quien encontramos nuestro contento, o vivimos
una vida de descontento, como si no tuviésemos nada, aunque seamos ―señor de todo
el mundo‖ (Sermón 21, 2), ―de los ángeles y de los cielos‖ (Ibidem), bajando al
―infierno a pasar tormentos eternos‖ (Ibidem).
―¿No os parece que, pues tanto va con el negocio, que debemos de subir hasta tener
a Dios? Que si no lo tenemos, aunque seamos señores del cielo y de la tierra y de los
ángeles, somos malaventurados. ¿No os parece en qué tan gran cuidado nos ha puesto
Dios?‖ (Sermón 21, 3).
125
Para San Juan de Ávila no hay término medio: o nos plenificamos llegando a la
bienaventuranza, que es subir hasta ―ver a Dios‖ (Sermón 21, 2) y ―tener a Dios‖; o
nos frustramos si no llegamos a ello.
Este tipo de deseo no está infundido en los animales, que no necesitan llegar hasta
Dios del mismo modo que el hombre para encontrar su contento.
Por eso, para él, el hombre, en el fondo tiene dentro de sí ese deseo de subir, y nada
le dará contento si no llega a realizarlo, llegando hasta la meta: Dios mismo. En este
llegar o no a la meta se juega su logro o su malogro, su bienaventuranza o su
malaventuranza.
San Juan de Ávila se plantea la gran pregunta de si Dios en el fondo es algo ajeno a
nuestra vida o si realmente el amarlo es algo que tiene que ver con el hombre, por ser
hombre, y, por tanto, de amarlo o no dependa nuestra propia realización.
El amor sobrenatural va mucho más allá, porque ―sobrepuja‖, ―engrandece‖ y
―acrecienta‖ el amor natural. Por lo tanto, el amor a Dios no sólo no va contra nuestra
naturaleza, sino que la engrandece y plenifica. Y esto es posible porque, en uno y en
otro caso, se está hablando del mismo fuego, del mismo amor, aunque uno sea tan
pequeño como el de una centella —el natural—, y otro tan grande como todo el
mundo —el sobrenatural—.
Se trata de un amor natural rodeado y cercado por la gracia, un amor natural en el
que ya está actuando el Espíritu. Por eso dice: ―en lo uno [amor sobrenatural] y en lo
otro [en el amor natural] era movida por el Espíritu Santo‖ (Sermón 70, 25).
¿Desde cuándo nos puso Dios este deseo de Él? San Juan de Ávila citaba a San
Agustín: ―Fecisti nos [...]‖ (Sermón 21, 2); es decir, este deseo de subir hasta Dios ha
sido puesto por Dios desde el día en que nos creó por gracia.
Ahora nos preguntamos cómo nos ha podido crear Dios para que este deseo de
llegar a Él pueda darse en nosotros, y así ser semejables a la imagen de su Hijo que es
el fin último del hombre.
126
3. CREADOS A IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS PARA PODER LLEGAR A SER
SEMEJABLES A LA IMAGEN DEL HIJO
Para San Juan de Ávila, pues, el que el hombre haya sido creado a semejanza de
Dios significa precisamente esa vida espiritual e inmortal. Crea al hombre de tal
manera que pueda ser capaz de ser hijo, por eso lo hace alma y cuerpo, y así pueda ser
creado también a su imagen y semejanza.
―Creó… todo para servicio y regalo del hombre: ‗Quiero poner casa a mi hijo‘.
Estaba todo lo dicho criado; estaba como vacía la casa. Crió al hombre de lo más
ínfimo de la tierra, y como buen ollero, desde que lo tuvo formado de la tierra, soplóle
en la faz soplo de vida (el hebreo dice en las narices). En soplando que el Señor le
sopló, levantóse el hombre vivo (Gén 2,7)‖ (Sermón 32, 4-5).
El crear al hombre como ser vivo no era un fin en sí mismo, sino condición de
posibilidad para que recibiera el Espíritu de Dios y crearle hijo.
4. EN CAMINO HACIA DIOS
Este camino, que comienza ya aquí con la creación del hombre, en la casa de la
tierra, tendrá su meta en el cielo. Allí, en la ―casa y presencia de Dios‖ (Carta 33,
106), alcanzará la persona su realización plena,quedando allí ―rica, harta y abastada‖
(Ibidem), de todo ―aquello para lo que fue criada‖ (Ibid., 110-111), pues allí ―verá, y
amará, y gozará y poseerá al Señor de todas las cosas‖ (Ibid., 114-115) por los siglos
de los siglos.
En todo este camino se necesita la ayuda del Espíritu que nos lleva a la meta para lo
que fuimos creados: el reino de los cielos:
―A su misericordia plega dar a vuestra muy ilustre señoría su Santo Espíritu, con
que le sea dulce el cumplimiento de su palabra y alcance aquel reino para que fue
criado‖(Carta 16, 80-82).
127
4.1. Los hombres se equivocan en el camino de subir hasta Dios
La cuestión que nos presenta ahora San Juan de Ávila es la de saber cómo subir
hasta Dios.En esto es donde nos jugamos todo. Lo mismo que el deseo viene de Dios,
tambiénde Él viene el camino. Sin embargo, el hombre ha querido buscar su propio
camino para la subida.
El error ha consistido en querer ser como dioses al margen de Dios, poniéndonos
nosotros en el centro, idolatrizándonos, pues quisimos saber lo que había que hacer y
de lo que uno se debía de apartar ―sin tener necesidad de preguntar ni de ocurrir a
Dios‖(Sermón 44, 9). Y así, Adán y Eva han errado el camino. Pero no sólo ellos, sino
todos los que después de ellos han venido, pues además de nacer ya pecadores en su
naturaleza siguen ratificando con sus propios pecados este desorden.
Ya desde nuestro nacimiento tenemos deseo de subir a Dios, pero ahora, en virtud
del pecado con el que nacemos, tenemos una gran dificultad en la subida pues estamos
vivamente inclinados hacia abajo, hacia nosotros mismos, y no hacia Dios.
Nos encontramos todos en una situación de guerra. Ahora bien, advierte San Juan de
Ávila que es menester que sintamos esta guerra, porque mala señal sería no hacerlo,
pues significaría que habríamos dejado que el pecado reinase definitivamente en
nosotros; por eso dice: ―Mas quien no siente esta guerra tiene mala paz:Non veni
pacem mittere in terram, sed glaudium‖ (Sermón 22, 16).
La razón de esta inclinación hacia abajo, hacia la tierra y no hacia arriba, hacia Dios,
está en que el hombre se busca a sí mismo y no a Dios, de manera que el hombre se ha
puesto en el centro de la búsqueda. Ahora tiende sólo a buscar lo que a él le interesa,
todo lo que sea exclusivamente para su bien; y se busca a sí mismo, incluso cuando
ama a Dios, pues lo ama sólo por adquirir grandes premios para el cielo u otros
beneficios propios, como son la consolación.
4.2. El hombre con Dios es Dios, sin Dios es nada
128
Con esta inclinación del hombre hacia sí mismo, en vez de hacia Dios, el hombre
termina haciéndose un gran daño y perdiéndose, pues se ha estimado tanto que ha
olvidado a Dios y su voluntad.
―Te estimaste en mucho y a Dios en poco, pues haces tu voluntad contra la suya; y
duélete mucho una pequeña cosa que a ti te toque, y no sientes aun lo mucho que toca
a la honra de Dios. Vives contigo para ser miserable del todo, y no vives al contento
de Dios, que es suma felicidad. Una de dos, sin falta ninguna: o que la lumbre del
Espíritu Santo ha de dar a entender esta gran ceguedad, o el gran tormento que está
aparejado abrirá los ojos del engañado cuando ya no tenga remedio. Que como San
Gregorio dice: «Los ojos que la culpa cierra, la pena los abre»‖ (Carta 36, 31-40).
Por eso el hombre vive engañado, no vive en paz y en descanso, está ciego y no se
da cuenta de que lo que verdaderamente le hace feliz es ―poseer al mismo que la
crió‖(Carta 36, 10).
―El hombre con Dios es como Dios y sin Dios es grandísimo tonto y loco‖(Carta 2,
19-20). Sin Dios el hombre vive a oscuras incluso a mediodía, pues ni siquiera ve
claro lo que le dicta su propia conciencia. ―¿Qué es mundo sin el sol? Una noche
oscura. ¿Qué es la gente sin Dios? Una noche oscura‖ (Lecciones sobre 1 San Juan
[I], 4, 138-140).
Ciertamente, Dios nos pide un trueque, que le demos nuestro corazón, y Él nos dará
el suyo. Pero lejos de aniquilarnos en este trueque, nos encontramos con la Vida. Y es
que el hombre sin Dios muere en sí mismo, nos dice San Juan de Ávila; es decir vive
en la absoluta oscuridad y ni siquiera se ama a sí mismo.
5. MERCEDES DEL QUE AMA A DIOS
Para Juan de Ávila, el hombre que ama a Dios cuenta: a) Hallarse a sí mismo siendo
verdaderamente suyo, señor de sí. b) Todas las cosas son suyas: ―La segunda merced
que hace Dios al que le ama, es que son todas las cosas suyas‖ (Sermón 23, 9); c) Dios
se da a sí mismo a aquel que le ama, haciéndole así partícipe de la bienaventuranza:
―La tercera merced que hace al que le ama es mayor que ningún entendimiento
humano puede pedir, y es que el mismo Dios se da a sí mismo a aquel que le ama‖
(Sermón 23, 10).
129
Así cuando el hombre vive en amistad con Dios, hasta el mismo hombre se hace
amigo de sí mismo, a él pertenecen los bienes del amigo, y hasta el mismo amigo,
Dios, viene a su encuentro y se le da totalmente, consiguiendo así sus anhelos más
profundos, el ser como dioses, o lo que es lo mismo, la eterna bienaventuranza.
6. CRISTO SE ENCARNÓ PARA HACERNOS DIOSES POR PARTICIPACIÓN
Ahora comprendemos mejor la misión de Cristo, que bajó del seno del Padre en su
encarnación. Éste era, precisamente, el designio de Dios desde el principio del mundo:
comunicársenos Él mismo a nosotros y, al dársenos a sí mismo, comunicarnos su
misma vida divina.
La encarnación supone un primer momento del proceso de bajada de Dios a
nosotros para subirnos a Él. El segundo y definitivo momento tendrá lugar en el
Calvario. Este proceso de bajada lo ha expresado San Juan de Ávila utilizando no sólo
los conceptos de abajamiento, sino también los que expresan un mayor descenso
todavía, como los de abatimiento y apocamiento. Pues, para San Juan de Ávila, Dios
se abate en la encarnación, y se abate y se apoca aún más en el Calvario. Y la
finalidad de este proceso de bajada es la de ensalzarnos. De ahí que el lugar del
máximo abatimiento, el monte Pequeño del Calvario, se convierta en el trampolín de
subida al monte grande del cielo, en donde llegaremos a vivir las promesas hechas en
aquel otro monte de las bienaventuranzas
El Santo Maestro considera a la encarnación una acción de Dios de mucho mayor
amor que la de la creación primera, cuando nos hizo a su imagen. Y la razón estriba en
que este amor le ha llevado a hacerse uno de nosotros.
―[...] fue tan grande tu liberalidad, que nos levantaste a lo más alto que nos podías
levantar, que es la participación de ti, que eres infinito y sumo bien. ¿A dónde nos
levantaste?... a ser participante del mismo Dios‖(Meditación que nos hizo el Señor en
el sacramento de la Eucaristía).
Cristo, con su sangre derramada, no sólo nos ha limpiado la suciedad de nuestro
pecado, sino que al hacerse semejante a nuestra fealdad, y asumir en sí nuestro
130
pecado, ha absorbido totalmente nuestra fealdad y nos ha hecho semejantes a Él, al
comunicarnos su misma imagen hermosa.
7. META: DIOS NOS SIENTA A SU MESA EN EL REINO ETERNO COMO HIJOS EN EL
HIJO
¿Cómo será esa vida de bienaventurados en el cielo, ese destino preparado para
nosotros? San Juan de Ávila nos da algunas indicaciones. El Santo Maestro nos dirá
que el final del camino querido por Dios es llegar a vivir tan íntimamente unidos con
Él en el amor, que nos sentemos a su mesa y como le deseamos tanto bien, gozamos
del bien que ya Él ya es y ya tiene, por eso allí comemos de lo que Él come, gozamos
de lo que Él goza, vivimos de lo que Él vive y llegamos ―a ser un espíritu con Él‖
(Sermón 18, 10). Nos sentamos a la mesa del amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. Nuestro destino, por tanto, no es sólo la ausencia de males, tanto espirituales
como físicos, sino llegar a tener una comunión de vida con Dios en el amor. Y esto
sólo se consigue al incorporarnos a su mesa de la Trinidad a través de nuestra unión
con Cristo, pues al estar unidos a su Hijo nos toma como hijos.
8. PISTAS PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Quién es Dios para mí realmente?
2. ¿Soy capaz de ver y agradecer el amor de Dios en mi vida en todos los
acontecimientos, tanto en los favorables como en los adversos?
3. Para el Santo Maestro la plenitud de todo amor no es sólo dar dones y
beneficios, pues todavía quedaría algo más por dar, algo más profundo, que es la
propia persona. ¿Y yo como sacerdote, me entrego del todo como Cristo lo hace?
4. ¿Soy del todo consciente de que el amor de Dios es tan grande que por amor me
ha creado?
5. ¿Vivo mi vida como camino de subida hasta Dios haciendo su voluntad? ¿Cómo
me veo en este momento?
6. ¿Cómo estoy ejerciendo como sacerdote la misión de ayudar a los hermanos a
situarse como herederos de Dios que nos eligió como hijos en el Hijo para sentarnos a
su mesa de amistad y amor en el cielo?
131
RETIRO 9.
EL MISTERIO DE CRISTO
En esta meditación queremos dar gracias a Cristo por su entrega hasta la cruz por
nosotros y por los beneficios que de ella nos han venido y nos vienen a toda la
humanidad y a cada uno de nosotros.
San Juan de Ávila parte de la experiencia del amor de Dios trino y uno que nos
manifiesta su amor con la mayor señal que los humanos podemos llegar a experimentar:
dar la vida por nosotros. Este punto de partida del amor del Dios trinitario constituye
una novedad para su tiempo.
Para San Juan de Ávila, aunque en la cruz haya muerto sólo el Hijo, en realidad en
ella es el Padre, el Hijo y el Espíritu los que se nos dan. De los tres, en el consejo de la
Trinidad, ha sido la decisión de la redención, y los tres han participado, en la obra
redentora, en el amor que cada uno es; por eso en la cruz se ha mostrado más claramente
su entrega a nosotros; en la cruz se nos han dado; y no unívocamente, sino según le
caracteriza su propia peculiaridad en la relación intratrinitaria.
San Juan de Ávila, como todos los místicos de nuestro siglo de Oro, han sabido
expresar lo que la teología se olvidaba en esta época, la acción de cada una de las tres
personas de la Trinidad ad extra en la peculiaridad que les constituye en el seno de la
Trinidad y la vivencia del amor del Dios trinitario. Con lo que la cruz, en la que hemos
visto cómo ha ―actuado‖ cada uno, es decir, cómo nos ha amado, se ha convertido en la
mayor señal y en el mayor espejo del amor de los tres, y de cada uno, es decir, en la
mayor señal de la vida intratrinitaria; si bien el amor que en ella se nos muestra no se
identifica totalmente, no se iguala. Todo es obra del amor del Dios trinitario. Desde aquí
es desde donde se puede entender que aunque en Dios no haya sufrimiento, pues éste
proviene sólo del pecado, en la entrega de Cristo en la cruz, como despliegue en la
historia de este amor del Dios trino y uno, y la posterior subida a la derecha del Padre
del Señor glorificado pero con su humanidad ensangrentada, este sufrimiento y dolor
humano ha sido asumido en la vida intratrinitaria. Ahora, en la carne sufriente de Jesús,
que ha pasado glorificado a la derecha del Padre, está también presente el sufrimiento y
la muerte humanos, redimidos por la muerte de Cristo.
1. Experiencia del misterio de Cristo en la cárcel de Sevilla
En la experiencia de la cruz Cristo, especialmente durante su estancia en la cárcel de
la Inquisición de Sevilla, Juan de Ávila ha vivenciado el amor del Dios trinitario, y, al
hacerlo, ha comprendido el sentido pleno de su vida. Jesucristo crucificado se ha
convertido en el punto de encuentro entre Dios y él, entre él y Dios. Por eso podrá
enseñar, desde la experiencia personal, que Jesucristo crucificado es el punto de
encuentro entre Dios y el hombre, entre el hombre y Dios. En Jesucristo crucificado se
le dio el Dios trino y uno; y al ser con-crucificado con Cristo experimentó su
transformación como un ser nuevo en Cristo, el Hombre nuevo. En su enseñanza inisiste
en que no se trata de echar a Dios de la vida del hombre, sino de encontrarlo en el
132
interior, y llegar a ser hombres nuevos al ser con-crucificados con Cristo, y poder decir
con Pablo: Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gál 2,20). La vivencia
del amor de Dios trino y uno en Cristo crucificado es el crisol en donde hay que mirar la
originalidad de la vida y del pensamiento del Santo Maestro, y, por tanto, su auténtica
clave de interpretación.
Fray L. de Granada nos dice que le ocurrió a San Juan de Ávila algo parecido a lo
que le aconteció al profeta Jeremías, al que mientras estaba en la cárcel le consoló Dios
―con una gloriosísima y muy alegre revelación, diciéndole: Llámame y oírte he, y
revelarte he muy grandes y verdaderos misterios que tú no sabes‖ (LUIS DE GRANADA,
Vida, II, 4,6, en: Obras, XVI, 80). En el caso de Jeremías esta revelación se refería a la
reparación de Jerusalén después del cautiverio de Babilonia, y a la renovación del
mundo por la venida de Cristo. Por su parte, la revelación que ha tenido San Juan de
Ávila, que nos dice Fray Luis que consideraba como ―una merced que él estimaba en
gran precio‖ (Ibid., 79), fue la de ―un muy particular conocimiento del misterio de
Cristo‖ (Ibidem). Nos habla de una vivencia profunda del amor de Dios en Cristo que le
llena de alegría, de esperanza y de amor, mientras se padecen trabajos por su amor. Con
estas palabras, San Juan de Ávila nos está describiendo la esencia de su vivencia, y nos
está indicando también el contenido de su enseñanza a lo largo de toda su vida: la
grandeza del misterio de Cristo y de nuestra redención, es decir, el amor de Cristo como
manifestación suprema del amor de Dios y los beneficios de este amor para los
hombres.
San Juan de Ávila insistirá, una y otra vez, en que lo importante en la vida cristiana
no son los posibles sentimientos y fenómenos extraordinarios, sino el cumplir la
voluntad de Dios y ―guardar la ley de Dios por camino llano‖ (Carta 247, 1-2). El Santo
Maestro no hará otra cosa en su vida sino cantar las misericordias del Señor. No es
extraño, pues, que nos encontremos en sus escritos, aunque de forma un tanto
disimulada, referencias a su vivencia personal de la fe, que hacen que, de vez en
cuando, como si salieran de un torrente impetuoso, nos encontremos con páginas
bellísimas al amor de Dios, que nos confirman que estamos ante no sólo un asceta, sino
ante un verdadero místico; entendido por tal, no alguien que ha tenido efectos sensibles
necesariamente, sino alguien que ha experimentado en fe el amor de Dios.
San Juan de Ávila ha tenido una experiencia de la transfiguración-glorificación del
Señor en la cruz: ―En la cruz me buscaste, me hallaste, me curaste y libraste y me
amaste, dando tu vida y sangre por mí… Amándome, moriste de amor por mí‖ (Carta
58, 50-58). Ha sido la experiencia de la transfiguración. Por eso, Jesús Nazareno, sin
figura de hombre, se convierte en ―florido‖ (Carta 58, 47), desprendiendo un suave
olor, y toda su ropa, y todo Él, teñido ahora de sangre, se ―ha hecho carmesí
resplandeciente y precioso‖ (Carta 58, 77-78).
Al escondernos en las llagas de Cristo, que es lo que hizo San Juan de Ávila,
experimentemos lo que él mismo experimentó: ―Sentiremos las injurias por tan suaves
como una música acordada y las piedras nos parecerán piedras preciosas, y las cárceles
palacio, y la muerte se nos tornará vida‖ (Carta 64, 36-39). Y este cambio es gracias a
133
Jesucristo, que todo lo convierte en bien: ―¡Oh Jesucristo, y cuan fuerte es tu amor; y
cómo todas las cosas convierte en bien, como dice San Pablo! (cf. Rom 8,28)‖ (Carta
64, 39-41).
―¡Oh sangre hermosa de Cristo hermoso, que, aunque eres colorada más que rubíes,
tienes poder para emblanquecer más que la leche! ¿Y quién viera con cuánta violencia
eras derramada por los sayones y con qué amor eras derramada del mismo Señor? ¡Cuán
de buena gana, extiendes, Señor, tus brazos y pies, para ser sangrado de brazo y tobillo,
para remediar nuestra soltura tan mala que en deseos y obras tenemos! ¡Gran fuerza
ponen contra ti tus contrarios, mas muy mayor fuerza te hizo tu amor, pues que te
venció! Hermoso llama David a Cristo sobre todos los hijos de los hombres (Sal 44,3).
Mas este hermoso sobre hombres y ángeles quiso disimular su hermosura y vestirse en
su cuerpo, y en lo de fuera, de la semejanza de nuestra fealdad, que en nuestras ánimas
tenemos, para que así fuese nuestra fealdad absorbida en el abismo de su hermosura,
como lo es una pequeña pajita en un grandioso fuego, y nos diese su imagen hermosa,
haciéndonos semejables a Él‖ (Audi, filia [I], 6ª, 20).
En esta oración San Juan de Ávila también nos está comunicando su vivencia del
misterio de Cristo. En Jesús crucificado, vestido de sangre, está viendo a Jesús
Hermoso, lleno de amor, que nos hermosea, es decir, nos limpia de nuestros pecados y
nos da la vestidura de hermosa de hombres nuevos.
El Santo Maestro insiste en cómo se conoce mejor el amor de Dios cuando se está
envuelto en tribulaciones, pues aunque a nosotros nos parece sufrir, es en la cruz, si
estamos colgados, como Cristo, de las manos de Dios, donde experimentamos su amor.
Y este conocimiento del amor de Dios desde el dolor nos dice San Juan de Ávila que es
más alto que el mayor grado de contemplación.
―Estas y otras doctrinas aprenderéis en la tribulación mejor que en cuantas
escuelas y púlpitos hay, y más de verdad; porque en estos lugares se suelen oír con
orejas, estando quizá el corazón en otra parte, en la tribulación se oye: que Dios
enseña con obras‖ (Carta 81, 161-165).
Nos dice que el punto central de esta revelación del misterio de Cristo ha sido su
entrega en la cruz, en la cual ha visto la luz y la señal definitiva del amor de Dios hacia
él y hacia todos, ya que en la entrega del Hijo ha visto que Dios no sólo le da sus dones,
sino que se le da Él mismo.
2. Experiencia de la transfiguración-glorificación en el alto monte de la cruz
De Jesucristo, entregado en la cruz, emana tanto amor, que en medio de los
sufrimientos y de las calumnias de que está siendo objeto, encuentra en el alto monte de
la cruz el más alto grado de contemplación, las cinco moradas, ya que en lo alto de esta
cumbre parece que ha vivido, y es lo que creo que ha sido su gran experiencia, una
verdadera transfiguración-glorificación del Señor, pero no como aquélla prepascual del
Tabor, sino la de Cristo crucificado-glorificado en sentido joánico.
Se trata de una auténtica experiencia de la transfiguración-glorificación del Señor.
En realidad, San Juan de Ávila está viendo en ésta la culminación de lo que en aquella
134
se prefiguraba. Pues aquella miraba a la pasión y gloria del Hijo. En aquella, antes de la
pasión y resurrección, ―cuando el Señor quiso declarar su gloria en el monte Tabor,
fueron sus vestiduras hechas blancas como la nieve (Lc 9,29; Mt 17,2; Mc 9,2) con
gloria‖(Sermón 71, 24). En esta transfiguración de la cruz su cara, afeada por los golpes
y la sangre, mirada con los ojos de la fe, resplandece blanca como el sol, y sus vestidos,
rojos por la sangre, le parecen blancos como la nieve. No cabe duda de que ante el
Señor crucificado San Juan de Ávila está teniendo una verdadera experiencia del Señor
resucitado, del Señor de la gloria.
San Juan de Ávila nos dirá que Cristo nos sale al encuentro en la cruz; es un Cristo
vivo en la cruz, que aunque se nos presenta como antes de su espiración ya ha sido
glorificado, pues se trata del Cristo redentor; por eso se nos sigue manifestando en la
cruz para, desde la cruz, seguir oyéndonos, abrazándonos, darnos sus bienes, recibirnos
en sus entrañas y para nunca apartarse de nosotros. Así dice a Cristo: ―la cabeza tienes
inclinada, para oírnos y darnos besos de paz… los brazos tendidos para abrazarnos; las
manos agujeradas para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus
entrañas; los pies enclavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de
nosotros‖(Tratado del amor de Dios, 11, 416-421).
En Cristo crucificado es donde ha tenido la más alta unión con Dios; en ella ha sido
instalado en las moradas, que es el punto más alto de unión con Dios, por entonces
descrito en la teología mística con las cinco moradas.
―Sobre todo, metámonos, y no para luego salir, mas para morar, en las llagas de
Cristo, y principalmente en su costado, que allí en su corazón, partido por nos,
cabrá el nuestro y se calentará con la grandeza del amor suyo. Porque ¿quién,
estando en el fuego, no se calentará siquiera un poquito? ¡Oh si allí morásemos, y
qué bien nos iría! ¿Qué es la causa por que tan presto nos salimos de allí? ¿Por
qué no tomamos estas cinco moradas en el alto monte de la cruz, adonde Cristo se
transfiguró, no en hermosura, mas en fealdad, en bajeza en deshonra? Las cuales
moradas nos son otorgadas, y somos rogados con ellas, siendo negadas a Pedro las
tres que pedía (cf. Mc 9,4)‖(Carta 74, 90-99).
Nos indica así San Juan de Ávila dónde está para él la más alta cumbre de la vida en
Cristo, las cinco moradas: en morar en el amor de Cristo entregado a la muerte en el alto
monte de la cruz.
El Maestro Ávila ha experimentado así el amor del Señor en el monte de la cruz, lo
mismo que Moisés tuvo la experiencia de Dios en el Horeb, y lo mismo que los
apóstoles en el Tabor. La diferencia es que San Juan de Ávila, puso para siempre, allí en
el corazón abierto de Cristo crucificado, su morada, llenándose así de su amor. Por eso
dice: ―Metámonos, y no para salir, mas para morar, en las llagas de Cristo, y
principalmente en su costado, que allí en su corazón, partido por nos, cabrá el nuestro y
se calentará con la grandeza del amor suyo‖ (Carta 74, 90-93). Aunque advierte que
cuando esto ocurra no caigamos ni en la soberbia y en publicarlo.
Al aclarar cómo este gusto y dulzura de Dios en Cristo crucificado no es
permanente, alude San Juan de Ávila a su experiencia, y no sólo como director
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espiritual, sino, como creemos, a la suya propia. Y al mismo tiempo explica con sus
palabras cómo es esta experiencia de Dios tan intensa que se vive cuando Dios toca tan
profundamente a la persona, y pone hasta en boca de Jesús crucificado las palabras que
les dice a sus amigos cuando se manifiesta en dulzura al comienzo del camino de
intimidad con Él.
―Esto hace Dios con sus amigos. Se les da al principio a conocer un poquito,
para que no piensen que trabajan en balde y que van a cosa incierta; dales un
poquito sabor de sí; alégralos, regálalos, muéstraseles, ábreles los ojos y hace
aparecer la luz, que vean cuán dulce cosa es él. Les dice: «Cátame aquí, yo soy tu
posesión; yo soy todo cuanto bien tienes; tu descanso, tu hartura, tu
bienaventuranza; mírame acá; bien puedes venir a mí»‖(Sermón 78, 22-23).
Esta experiencia de amor ante Cristo crucificado y hermoso, que nos hermosea, es,
sin duda, el punto de llegada de todo el itinerario cristiano, en el que San Juan de Ávila,
por gracia de Dios, se encuentra en la cárcel de Sevilla; pero es, al mismo tiempo, el
punto de partida desde donde hay que recorrer el camino cristiano. Así, desde esta
cumbre de amor, es desde donde describe San Juan de Ávila todo el itinerario de la vida
cristiana.
Sobre la vivencia de la cárcel, en donde Dios le concedió una gran merced, por la
que aprendió más que en todos los años de estudio: ―darle un muy particular
conocimiento del misterio de Cristo‖ (LUIS DE GRANADA, Vida,II, 4,6, en: Obras, XVI,
79), y por eso tener grandes motivos para amar y alegrarse en sus sufrimientos por
Cristo. En la cárcel ha tenido, en la fe, una experiencia de la transfiguración-
glorificación del Señor, del mismo Señor resucitado, del Señor de la gloria, que no sólo
lleva siempre las marcas de la cruz en sus llagas, como en las apariciones a los
apóstoles, sino de un Señor resucitado siempre en cruz, pues nunca se baja del amor allí
demostrado. A los pies de la cruz, se le ha revelado el amor del Hijo, y en Él, del Padre
y del Espíritu, es decir, del Dios trino y uno. Es el Dios trinitario el que le ha salido al
encuentro en la cruz de Jesucristo. Por eso, a este Dios trino y uno lo ha conocido San
Juan de Ávila no desde la teoría, sino desde la experiencia de un amor recíproco; en
primer lugar, desde el amor de Dios hacia él, y, en segundo lugar, desde él hacia Dios.
Numerosos son los detalles de esta experiencia personal de este amor de Dios.
Juan de Ávila, en Cristo entregado, ha tenido la experiencia de ser oído y visto en su
aflicción. En ella ha descubierto a Dios que le oye, le mira e inclina su oreja. Su cruz
personal encuentra ahora en la cruz de Cristo un nuevo sentido, pues se convierte en el
lugar del encuentro amoroso de Dios con él. El Santo Maestro se convierte ahora en
testigo de Dios y de sus beneficios.
3. La cruz, manifestación suprema del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu
San Juan de Ávila ha expresado en sus escritos la entrega de Jesucristo en la cruz
como manifestación suprema del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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Para el Apóstol de Andalucía es cierto que ya antes de Cristo los hombres podían
llegar a tener cierto conocimiento de este amor de Dios por las señales en la creación.
Como es también verdad que toda la vida de Cristo es manifestación de este amor de
Dios. Pero para él ha sido en la cruz, donde se ha efectuado la revelación plena de este
amor de Dios. Y, por tanto, en la cruz, es donde tenemos el conocimiento experiencial
del amor de Dios hacia nosotros. Como para Pablo, el contenido de la predicación no
consiste sino en Jesucristo, y éste crucificado (1 Cor 2,2). En Él sabemos qué tipo de
amor es el de Dios, y hasta dónde llega este amor. Es un amor máximo, ya que Cristo da
su vida por todos. Pero su amor llega un poco más lejos, pues da la vida no sólo por
aquellos que son amigos de Dios, sino por sus enemigos por el pecado. Al cerrar la
última corrección a Audi, filia (II), cuando ya le faltaban totalmente las fuerzas, cercana
su muerte, escribió lo que podemos considerar sus ―últimas voluntades‖: ―recomendaros
la perseverancia de la meditación de esta sagrada pasión‖ (Audi, filia, 81, 3).
Pero para San Juan de Ávila, en la cruz de Cristo no se nos revela sólo el amor del
Hijo, sino que, como hemos comenzado a ver en la primera parte de este capítulo, el de
Dios trino y uno. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son amor, y este amor ha quedado
manifestado plenamente en la cruz de Cristo. La cruz es la expresión máxima del amor,
no sólo de Jesús al hombre, sino de Dios que es Amor: Padre, Hijo y Espíritu. Un Dios
que en la cruz asume el sufrimiento humano, porque el amor implica dolor, y por eso lo
redime. Por consiguiente afirma: ―Él había de tomar sobre sí esta obra de la redención
de los hombres, que les amase con tanto amor y deseo, que, por amor de verlos
remediados y restituidos en su propia gloria, se pusiese a hacer y padecer todo lo que
para esto fuese necesario‖(Tratado del amor de Dios, 6, 191-194). De ahí que le diga a
Cristo: ―Este amor te hace morir tan de buena gana; éste te embriaga de tal manera que
te hizo estar desnudo y colgado de una cruz, hecho escarnio del mundo‖ (Tratado del
amor de Dios, 8, 326-328).
San Juan de Ávila nos dice que sólo el Hijo ha muerto en la cruz, pero, para el Santo
Maestro, en la cruz del Señor están involucrados el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ya
que la entrega del Hijo es decisión no sólo de Jesucristo, sino de Dios trino y uno. La
decisión ha sido tomada por unanimidad en el consejo de la Santísima Trinidad,
acordando que, para bien de los hombres, sea el Hijo el que rescate a la humanidad de
los males en que ha caído por el pecado, y le devolviese los bienes perdidos.
La cruz ha sido una decisión libre, adoptada en el consejo de la Trinidad. Y ha sido
la coyuntura histórica del pecado la que ha originado que la entrega del Hijo se tenga
que hacer por medio de su muerte.
Esta entrega del Hijo se decide que sea en forma de casamiento con la humanidad,
ahora esclava del pecado, mediante la encarnación, y esto hasta la muerte. En esta
decisión han intervenido el Padre, el Hijo y el Espíritu, porque todos y cada uno nos
aman: ―Quísonos bien el Padre… quísonos bien el Hijo… quísonos bien el Espíritu
Santo‖ (Sermón 65 [1], 22). El Padre nos dio al Hijo en casamiento, el Hijo consintió y
el Espíritu Santo lo ordenó. Y todo se debe al Amor de todas y cada una de las personas
de la Santísima Trinidad.
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De esta forma, son el Padre, el Hijo y el Espíritu los que por amor a los hombres
deciden rescatarlos y darles los bienes perdidos por el pecado, y eligen también la
manera: no sólo la encarnación, sino la cruz. Así entendida, la cruz, no es un accidente
en el camino redentor, sino una decisión de la Trinidad toda para rescatar a los hombres.
Es también el punto culminante de la misión de Jesús que comienza en la encarnación; y
en toda esta misión está involucrada la Santísima Trinidad, aunque cada uno actúa
según su esencia y relación en la Trinidad misma.
Ahora nos preguntamos por la cruz, ¿por qué haber elegido Dios trino y uno la cruz
como medio para rescatar al hombre?: ―¿Cómo remediaré esta imagen, pues ellos
cegaron mi imagen?, dice Dios. Hacerme he yo de la imagen de ellos‖ (Sermón 26, 20)
y recorrer el camino inverso a como se había perdido la hermosura de la imagen. ―Por
donde la imagen perdió la hermosura; por allí se la tornó a dar el Señor‖(Sermón 26,
23). Es decir, lo mismo que la imagen quedó desfigurada debajo del árbol en el paraíso,
la redención tenía que hacerse en el árbol de la cruz: ―¿Dónde perdió la imagen Adam y
fue afeado? —Debajo del árbol. —Pues debajo del árbol la hermoseó Jesucristo. Y para
hermoseadla a ella fue afeado Él. ¿Qué cosa más fea que Cristo puesto en el palo?‖
(Sermón 26, 23). Y Cristo sube a la cruz, no sólo por aquel primer pecado de Adán, sino
también por los nuestros.
Nos resume la razón por la que es el Hijo el enviado, y no de otra manera, sino
derramando su sangre. Ella era la única que nos podía lavar, blanquear y comunicar la
hermosura del Hijo, que es la verdadera imagen del Padre.
La entrega del Hijo en la cruz responde a la decisión del Padre de entregarle por
todos nosotros. Pero también la cruz es signo del amor de Cristo, primero hacia su Padre
y también hacia la humanidad, hacia todos y cada uno de nosotros, sea cual sea el
tiempo en el que se vive: antes, durante y después de Cristo. La entrega del Hijo en la
cruz, es un acto de la voluntad libre del Hijo, y por tanto signo de su amor libre por el
Padre y por nosotros: ―El, pudiendo no morir, de buena gana, no se desdeñó de pasar
todo trabajo y afrenta hasta morir con tan afrentosa muerte como la de la cruz‖(Carta 2,
174-176).
4. La cruz, manifestación suprema del amor de Cristo a nosotros
La cruz también es la señal suprema del amor de Cristo hacia todos nosotros. Un
amor que le llevó a la muerte para que, nosotros, sin merecerlo, alcanzáramos méritos
ante el Padre. Por eso, una vez resucitado, se presenta ante el Padre con sus heridas y
señales de la cruz intercediendo por nosotros, suplicando al Padre que nos perdone.
―Tú nos amas, buen Jesús porque tu Padre te lo mandó, y tu Padre nos perdona
porque tú se lo suplicas. De mirar tú su corazón y su voluntad, resulta me amas a
mí, porque así lo pide tu obediencia; y de mirar Él tus pasiones y heridas, procede
mi remedio y salud, porque así lo piden tus méritos‖(Tratado del amor de Dios,
12, 445-450).
La cruz se convierte así en señal de amor también del Hijo. Todo en ella es amor y
sabe a amor: El madero, la figura, el misterio, las heridas de su cuerpo; todo son señales
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de su amor que viene a nosotros y nos traspasa el corazón. Son saetas de su amor que
nos dejan tan heridos de amor, que nos hacen locos de amor. Con estos sentimientos
hacia quien nos ha demostrado tanto amor es como San Juan de Ávila ha hecho uno de
los cantos más bellos a Jesucristo crucificado.
―No solamente la cruz, sino la misma figura que en ella tienes, nos llama
dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz,
con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos,
para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto,
para recibirnos en tus entrañas; los pies enclavados, para esperarnos y para nunca
te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a
amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el
amor interior me da voces que te ame y nunca te olvide de mi corazón‖(Tratado
del amor de Dios, 11, 407-424).
En la cruz se manifiesta el fuego del amor entrañable de Cristo por nosotros. La
lanza en el costado de Cristo nos ha abierto su corazón, y hemos visto y comprendido el
gran e inmenso amor que encerraba. Son tan grandes las hermosuras que contiene
dentro de sí, que ni siquiera entrando en su corazón se pueden llegar a abarcar todas, e
incluso las que abarcamos son tan extraordinarias que no las podemos decir, porque no
hay palabras para ello
La cruz encierra así más amor de lo que en ella aparece. Y su resplandor es mayor
de lo que nuestros ojos puedan aguantar.
La entrega en la cruz significa amor, y lo que allí hay encerrado en el corazón de
Cristo es todavía mucho más amor: Por eso, Cristo ―tendió sus brazos para ser
crucificado, en señal que tenía su corazón abierto con amor, tan extendido para con
todos que del centro de su corazón salían resplandecientes y poderosos rayos de
amor‖(Audi, filia, 78, 6).
Con su amor, es Jesús mismo el que se nos da, ya que la prueba suprema del darse
consiste no en dar dones, sino en darse, y la prueba suprema de este darse es dar la vida
por los que se ama.
Este amor del Hijo hacia nosotros nació del querer compartir con la humanidad el
amor que su Padre le tenía, de no querer comer su bocado de pan a solas:
―Gloria y gracia sean a ti, Señor, para siempre, que así nos honraste y
enriqueciste con los dones presentes, y nos consolaste con la esperanza de ser
herederos de Dios, juntamente contigo; y que tuviste tanto amor con nosotros, que
te movió muy mejor que a Job a que no comieses tu bocado de pan a solas, sino
que comiese el huérfano de él (cf. Job 31,17). Y así como el amor del Padre
estuvo en ti, y no estéril, mas lleno de muchos bienes, así tú, Señor, queriéndonos
hacer compañeros tuyos en esto, rogaste al Padre diciendo que el amor con que
amaste esté en ellos (Jn 17,26)‖(Audi, filia, 90, 4).
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Alguno se podría preguntar cómo es posible que el amor de Jesús hacia nosotros
pueda ir en aumento, hasta dar su vida, si en Dios el amor es siempre el mismo. Es
cierto, explica San Juan de Ávila, que el amor del Hijo no crece en sí, pues es amor de
Dios, y por tanto no se muda, pero sí crece su manifestación, la cual ha llegado al
culmen de lo se pueda pensar:
―No crece el amor del Señor en sí, ni tiene mudanzas de luna, mas estabilidad de
sol; mas crece —como dijo la primera autoridad— cuanto a los efectos,
manifestándose más y más (cf. Prov 4,18); y en estos dos días (Jueves y Viernes
Santo) se manifestó hasta lo supremo que se puede manifestar y pensar‖(Sermón
33, 6).
Y la manifestación de su amor en estos días fue de esta manera: ―el Jueves Santo se
arrodilló delante sus discípulos y les lavó los pies con agua, y el viernes siguiente lavó
las ánimas con sangre de sus sacratísimas venas… se hizo nuestro hasta morir por
nosotros por amor‖(Carta 128, 33-40).
5. La cruz, entrega gratuita y dolorosa, signo de amor
La prueba de que la cruz es realmente la gran señal del amor de Jesucristo es que se
entrega por nosotros, siendo todos pecadores, pagando en su carne el precio del recate,
el inocente por los culpables. De tal manera es este amor a los pecadores, que no son los
clavos los que le tienen sujeto en la cruz, sino el amor que le lleva a matar en la cruz la
muerte que nos sobrevino a causa de nuestro pecado:
―Esta carne medicinal fue junta al palo del cedro, cuando fue puesta en la cruz, y
atada con delgada hebra dos veces teñida. Porque, aunque duros, y gruesos, y
largos clavos le tenían fijados con ella los pies y las manos, si su abrasado hilo de
amor no le atara a la cruz, queriendo Él entregar su vida para matar nuestra
muerte, poca parte fueran los clavos para le tener. De manera que no ellos, mas el
amor le tenía. Y este amor es doblado, como grana dos veces teñida; porque, por
satisfacer a la honra del Padre, que por los pecados era ofendido, y por amor de los
pecadores, que estaban perdidos, padeció lo que padeció‖(Audi, filia, 108, 4).
De esta forma, queda manifiesto que el amor es totalmente gratuito, es amor total, es
pura gracia, no habiendo en nosotros ningún merecimiento, ya que todos nosotros
hemos querido ser, por nuestro pecado, enemigos de Dios. En este argumento de la
absoluta gratuidad del amor de Jesucristo, ya que no podemos merecer nada.
Nada ni nadie, por tanto, le obligaba a Jesucristo a amarnos, y mucho menos de esa
manera; la cruz es señal, pues, de su liberal amor. Lo que recibimos, lo recibimos en Él,
pues por Él nos vienen los bienes, ya que nosotros no merecemos nada. Todo lo que Él
nos da, por tanto, es pura liberalidad de su amor, pues no necesitaba nada de nosotros.
Así su amor queda más patente y manifiesto.
San Juan de Ávila nos aclara que Cristo, aunque no había cometido pecado, sí llega
a sufrir en la cruz realmente como consecuencia de haber cargado con el pecado de
todos; de esta forma se hace ―varón de dolores‖(Audi, filia, 110, 6). Cristo no es el Hijo
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impasible, no lo ha sido nunca desde su nacimiento, donde ya empiezan los dolores por
nosotros; y tampoco lo ha sido en el momento de la cruz, pues la cruz no ha sido un
teatro, sino que los sufrimientos de Cristo son verdaderos. Su sufrimiento es real, como
real es el amor que Él encierra.
De manera que Cristo realmente sufrió tormentos en la cruz. Y no sólo tormentos
externos, sino también, y, sobre todo, internos, ya que es entregado por aquellos a los
que ama. Hasta hemos visto que también se siente desamparado del Padre, si bien nunca
pierde su confianza en Él: ―[...] estando en la cruz dijo a su Padre: Dios mío, ¿por qué
me desamparaste? (Mt 27,46). Pero poco después dijo: En tus manos, Padre,
encomiendo el espíritu mío (Lc 23,46)‖ (Audi, filia, 26, 6). La cruz es, de esta forma, el
día del tormento extremo y, por tanto, el día de tristeza para Cristo y para todos los que
le ven.
6. El día de su entrega en la cruz es el gran día de alegría del Señor
San Juan de Ávila nos hace caer en la cuenta de que precisamente, ese día, el día de
la cruz, es el día de la gran alegría de Cristo; durante toda su vida había soñado con ese
día: ―Como el esposo desea el día de su desposorio, para gozarse, tú deseas el de tu
pasión, para sacarnos con tus penas de nuestros trabajos‖(Audi, filia, 69, 3). De tal
manera este deseo era tan fuerte que ―una hora, Señor, se te hacía mil años para haber
de morir por nosotros, teniendo tu vida por bien empleada en ponerla por tus criados‖
(Ibidem).
7. La cruz, manifestación suprema del amor del Espíritu Santo
La doctrina de San Juan de Ávila está llena de referencias al Espíritu, unas veces de
forma explícita, y otras, como tendremos ocasión de comprobar, de forma implícita.
Veamos ahora cómo la entrega de Cristo en la cruz nos revela de forma plena el amor
del Espíritu Santo. Ya aludimos supra a que la cruz de Cristo fue una decisión ―que se
determinó en el consejo de la Santísima Trinidad‖ (Sermón 53, 24). Se trataba de un
casamiento con la humanidad por amores. El Padre nos quiso y nos dio a su Hijo; el
Hijo nos quiso porque consintió y ―quísonos bien el Espíritu Santo, que tal ordenó‖
(Sermón 65 (1), 22). Así pues, según San Juan de Ávila, es el Espíritu el que ordena el
envío del Hijo, porque esta obra es de amor y por amor; y el Espíritu Santo no es otra
cosa sino el Amor del Padre y del Hijo.
Este Espíritu es fuego en las entrañas de Cristo, y en tal manera, que como decía
San Juan de Ávila anteriormente, ―aun aquellos más altos ángeles del cielo [que],
porque aman mucho, tienen por nombre serafines, que quiere decir encendidos, si
vinieran al monte Calvario, al tiempo que el Señor padecía, se admiraran de su excesivo
amor, en cuya comparación el amor de ellos era tibieza‖ (Audi, filia, 78, 5).
Para San Juan de Ávila también corresponde al Espíritu conducir a Cristo a la
pasión y muerte. Después de decirnos que en la Encarnación “le fue infundido el
Espíritu Santo sin medida ninguna”(Audi, filia, 78, 5), alude a dos símbolos del
Espíritu: el ―fuego de amor‖(Audi, filia, 78, 6) y el ―amor santo‖(Audi, filia, 78, 5). Es el
141
Espíritu el que conduce a Cristo al Calvario para que lleve a cabo su obra de amor y
redención.
Por una parte, se nos dice, aunque de forma un tanto camuflada, que desde la cruz se
nos envía el Espíritu, a manera de Pentecostés. Por otra parte, se afirma también que es
el Espíritu el que quema el cuerpo de Cristo en la cruz, haciendo posible así el sacrificio
de la nueva alianza.
8.Jesucristo nos envía el Espíritu Santo desde la cruz
San Juan de Ávila ve en la cruz el envío del Espíritu Santo,pero también nos dice
que se trata de una efusión del Espíritu como ocurrió en Pentecostés. Es importante
notar el paralelismo que existe entre el amor que sale del mismo centro del corazón de
Cristo crucificado, como se afirma en el cap. 78 de Audi, filia (II), con Pentecostés. San
Juan de Ávila, al describir la entrega de Cristo en la cruz en Audi, filia (II), nos hace
caer en la cuenta de que cuando Cristo fue puesto encima de la cruz ―tendió sus brazos
para ser crucificado, en señal que tenía su corazón abierto con amor‖(Audi, filia, 78, 6),
―extendido para con todos‖ (Ibidem), y que de allí, ―del centro de su corazón‖ (Ibidem),
porque ―tal fuego de amor estaba metido en lo más dentro de aquella sacratísima
ánima‖(Audi, filia, 78, 6), salían ―resplandecientes y poderosos rayos de amor que iban
a parar a cada uno de los hombres pasados, presentes y por venir‖ (Ibidem). Pues bien,
muchos son los paralelismos de este descenso del amor de Jesús, que sale desde el
centro de su corazón, con la venida del Espíritu en Pentecostés, descrita el sermón 32.
Así pues, desde la cruz se nos comunica todo el amor de Dios, el mismo Espíritu que
nos hermosea, nos hace hombres y mujeres nuevos, regenerados por el Espíritu, y
hechos hijos de Dios. Este Espíritu que se nos da y con Él, el Padre y el Hijo que son lo
más alto de la perfección humana, y con ellos todos sus dones.
9. PISTAS PARA REFLEXIÓN
1. En el consejo de la Trinidad, ha sido la decisión de la redención, y los tres han
participado, en la obra redentora, ¿y yo como sacerdote me uno a esa trinidad en la
entrega total de mi persona por la obra redentora?
2. ¿En mi vida sacerdotal me afano por vivir la voluntad de Dios al margen de sus
consuelos, siendo fiel en la cruz o por el contrario necesito del sentimiento que me haga
palpable la presencia sensible de Dios?
3. ¿En mi vida de sacerdote he llegado a descubrir a Cristo resucitado, Cristo redentor
en el momento oscuro de la cruz?
4. La encarnación de Jesús le llevó a dar su vida por los hombres, por cada uno. ¿Y mi
encarnación, me lleva a esa entrega libre, generosa y gratuita al hombre de hoy?
5. ¿Cómo me voy configurando en el día a día de mi ministerio con el misterio de la
cruz de Cristo en beneficio de los demás?